Procesos Proyectuales 1 - textos complementarios 2015

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Mgtr. Arq. Viviana Colautti maestría en diseño de procesos innovativos Facultad de Arquitectura textos procesos proyectuales 1 complementarios

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  • Mgtr. Arq. Viviana Colautti

    maestra en diseo de procesos innovativos Facultad de

    Arquitectura

    textos

    procesos proyectuales 1

    complementarios

  • JORGE LUIS BORGES EL ALEPH

  • El inmortal Solomon saith: There is no new thing upon the earth. So that as Plato had an imagination, that all knowledge was but remembrance; so Solomon given his sentence, that all novelty is but oblivion. FRANCIS BACON, Essays, LVIII

    En Londres, a principios del mes de junio de 1929, el anticuario Joseph Cartaphilus, de Esmirna, ofreci a la princesa de Lucinge los seis volmenes en cuarto menor (1715-1720) de la

    Ilada de Pope. La princesa los adquiri; al recibirlos, cambi unas palabras con l. Era, nos dice, un hombre consumido y terroso, de ojos grises y barba gris, de rasgos singularmente

    vagos. Se manejaba con fluidez e ignorancia en diversas lenguas; en muy pocos minutos pas del francs al ingls y del ingls a una conjuncin enigmtica de espaol de Salnica y de

    portugus de Macao. En octubre, la princesa oy por un pasajero del Zeus que Cartaphilus haba muerto en el mar, al regresar a Esmirna, y que lo haban enterrado en la isla de Ios. En el

    ltimo tomo de la Ilada hall este manuscrito. El original est redactado en ingls y abunda en latinismos. La versin que ofrecemos es literal. I Que yo recuerde, mis trabajos empezaron en un jardn de Tebas Hekatmpylos, cuando Diocleciano era emperador. Yo haba militado (sin gloria) en las recientes guerras egipcias, yo era tribuno de una legin que estuvo acuartelada en Berenice, frente al Mar Rojo: la fiebre y la magia consumieron a muchos hombres que codiciaban magnnimos el acero. Los mauritanos fueron vencidos; la tierra que antes ocuparon las ciudades rebeldes fue dedicada eternamente a los dioses plutnicos; Alejandra, debelada, implor en vano la misericordia del Csar; antes de un ao las legiones reportaron el triunfo, pero yo logr apenas divisar el rostro de Marte. Esa privacin me doli y fue tal vez la causa de que yo me arrojara a descubrir, por temerosos y difusos desiertos, la secreta Ciudad de los Inmortales. Mis trabajos empezaron, he referido, en un jardn de Tebas. Toda esa noche no dorm, pues algo estaba combatiendo en mi corazn. Me levant poco antes del alba; mis esclavos dorman, la luna tena el mismo color de la infinita arena. Un jinete rendido y ensangrentado vena del oriente. A unos pasos de m, rod del caballo. Con una tenue voz insaciable me pregunt en latn el nombre del ro que baaba los muros de la ciudad. Le respond que era el Egipto, que alimentan las lluvias. Otro es el ro que persigo, replic tristemente, el ro secreto que purifica de la muerte a los hombres. Oscura sangre le manaba del pecho. Me dijo que su patria era una montaa que est al otro lado del Ganges y que en esa montaa era fama que si alguien caminara hasta el occidente, donde se acaba el mundo, llegara al ro cuyas aguas dan la inmortalidad. Agreg que en la margen ulterior se eleva la Ciudad de los Inmortales, rica en baluartes y anfiteatros y templos. Antes de la aurora muri, pero yo determin descubrir la ciudad y su ro. Interrogados por el verdugo, algunos prisioneros mauritanos confirmaron la relacin del viajero; alguien record la llanura elsea, en el trmino de la tierra, donde la vida de los hombres es perdurable; alguien, las cumbres donde nace el Pactolo, cuyos moradores viven un siglo. En Roma, convers con filsofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agona y multiplicar el nmero de sus muertes. Ignoro si cre alguna vez en la Ciudad de los Inmortales: pienso que entonces me bast la tarea de buscarla. Flavio, procnsul de Getulia, me

  • entreg doscientos soldados para la empresa. Tambin reclut mercenarios, que se dijeron conocedores de los caminos y que fueron los primeros en desertar. Los hechos ulteriores han deformado hasta lo inextricable el recuerdo de nuestras primeras jornadas. Partimos de Arsinoe y entramos en el abrasado desierto. Atravesamos el pas de los trogloditas, que devoran serpientes y carecen del comercio de la palabra; el de los garamantas, que tienen las mujeres en comn y se nutren de leones; el de los augilas, que slo veneran el Trtaro. Fatigamos otros desiertos, donde es negra la arena; donde el viajero debe usurpar las horas de la noche, pues el fervor del da es intolerable. De lejos divis la montaa que dio nombre al Ocano: en sus laderas crece el euforbio, que anula los venenos; en la cumbre habitan los stiros, nacin de hombres ferales y rsticos, inclinados a la lujuria. Que esas regiones brbaras, donde la tierra es madre de monstruos, pudieran albergar en su seno una ciudad famosa, a todos nos pareci inconcebible. Proseguimos la marcha, pues hubiera sido una afrenta retroceder. Algunos temerarios durmieron con la cara expuesta a la luna; la fiebre los ardi; en el agua depravada de las cisternas otros bebieron la locura y la muerte. Entonces comenzaron las deserciones; muy poco despus, los motines. Para reprimirlos, no vacil ante el ejercicio de la severidad. Proced rectamente, pero un centurin me advirti que los sediciosos (vidos de vengar la crucifixin de uno de ellos) maquinaban mi muerte. Hu del campamento, con los pocos soldados que me eran fieles. En el desierto los perd, entre los remolinos de arena y la vasta noche. Una flecha cretense me lacer. Varios das err sin encontrar agua, o un solo enorme da multiplicado por el sol, por la sed y por el temor de la sed. Dej el camino al arbitrio de mi caballo. En el alba, la lejana se eriz de pirmides y de torres. Insoportablemente so con un exiguo y ntido laberinto: en el centro haba un cntaro; mis manos casi lo tocaban, mis ojos lo vean, pero tan intrincadas y perplejas eran las curvas que yo saba que iba a morir antes de alcanzarlo. II Al desenredarme por fin de esa pesadilla, me vi tirado y maniatado en un oblongo nicho de piedra, no mayor que una sepultura comn, superficialmente excavado en el agrio declive de una montaa. Los lados eran hmedos, antes pulidos por el tiempo que por la industria. Sent en el pecho un doloroso latido, sent que me abrasaba la sed. Me asom y grit dbilmente. Al pie de la montaa se dilataba sin rumor un arroyo impuro, entorpecido por escombros y arena; en la opuesta margen resplandeca (bajo el ltimo sol o bajo el primero) la evidente Ciudad de los Inmortales. Vi muros, arcos, frontispicios y foros: el fundamento era una meseta de piedra. Un centenar de nichos irregulares, anlogos al mo, surcaban la montaa y el valle. En la arena haba pozos de poca hondura; de esos mezquinos agujeros (y de los nichos) emergan hombres de piel gris, de barba negligente, desnudos. Cre reconocerlos: pertenecan a la estirpe bestial de los trogloditas, que infestan las riberas del Golfo Arbigo y las grutas etipicas; no me maravill de que no hablaran y de que devoraran serpientes. La urgencia de la sed me hizo temerario. Consider que estaba a unos treinta pies de la arena; me tir, cerrados los ojos, atadas a la espalda las manos, montaa abajo. Hund la cara ensangrentada en el agua oscura. Beb como se abrevan los animales. Antes de perderme otra vez en el sueo y en los delirios, inexplicablemente repet unas palabras griegas: los ricos teucros de Zelea que beben el agua negra del Esepo... No s cuntos das y noches rodaron sobre m. Doloroso, incapaz de recuperar el abrigo de las

  • cavernas, desnudo en la ignorada arena, dej que la luna y el sol jugaran con mi aciago destino. Los trogloditas, infantiles en la barbarie, no me ayudaron a sobrevivir o a morir. En vano les rogu que me dieran muerte. Un da, con el filo de un pedernal romp mis ligaduras. Otro, me levant y pude mendigar o robar yo, Marco Flaminio Rufo, tribuno militar de una de las legiones de Roma mi primera detestada racin de carne de serpiente. La codicia de ver a los Inmortales, de tocar la sobrehumana Ciudad, casi me vedaba dormir. Como si penetraran mi propsito, no dorman tampoco los trogloditas: al principio infer que me vigilaban; luego, que se haban contagiado de mi inquietud, como podran contagiarse los perros. Para alejarme de la brbara aldea eleg la ms pblica de las horas, la declinacin de la tarde, cuando casi todos los hombres emergen de las grietas y de los pozos y miran el poniente, sin verlo. Or en voz alta, menos para suplicar el favor divino que para intimidar a la tribu con palabras articuladas. Atraves el arroyo que los mdanos entorpecen y me dirig a la Ciudad. Confusamente me siguieron dos o tres hombres. Eran (como los otros de ese linaje) de menguada estatura; no inspiraban temor, sino repulsin. Deb rodear algunas hondonadas irregulares que me parecieron canteras; ofuscado por la grandeza de la Ciudad, yo la haba credo cercana. Hacia la medianoche, pis, erizada de formas idoltricas en la arena amarilla, la negra sombra de sus muros. Me detuvo una especie de horror sagrado. Tan abominadas del hombre son la novedad y el desierto que me alegr de que uno de los trogloditas me hubiera acompaado hasta el fin. Cerr los ojos y aguard (sin dormir) que relumbrara el da. He dicho que la Ciudad estaba fundada sobre una meseta de piedra. Esta meseta comparable a un acantilado no era menos ardua que los muros. En vano fatigu mis pasos: el negro basamento no descubra la menor irregularidad, los muros invariables no parecan consentir una sola puerta. La fuerza del da hizo que yo me refugiara en una caverna; en el fondo haba un pozo, en el pozo una escalera que se abismaba hacia la tiniebla inferior. Baj; por un caos de srdidas galeras llegu a una vasta cmara circular, apenas visible. Haba nueve puertas en aquel stano; ocho daban a un laberinto que falazmente desembocaba en la misma cmara; la novena (a travs de otro laberinto) daba a una segunda cmara circular, igual a la primera. Ignoro el nmero total de las cmaras; mi desventura y mi ansiedad las multiplicaron. El silencio era hostil y casi perfecto; otro rumor no haba en esas profundas redes de piedra que un viento subterrneo, cuya causa no descubr; sin ruido se perdan entre las grietas hilos de agua herrumbrada. Horriblemente me habitu a ese dudoso mundo; consider increble que pudiera existir otra cosa que stanos provistos de nueve puertas y que stanos largos que se bifurcan. Ignoro el tiempo que deb caminar bajo tierra; s que alguna vez confund, en la misma nostalgia, la atroz aldea de los brbaros y mi ciudad natal, entre los racimos. En el fondo de un corredor, un no previsto muro me cerr el paso, una remota luz cay sobre m. Alc los ofuscados ojos: en lo vertiginoso, en lo altsimo, vi un crculo de cielo tan azul que pudo parecerme de prpura. Unos peldaos de metal escalaban el muro. La fatiga me relajaba, pero sub, slo detenindome a veces para torpemente sollozar de felicidad. Fui divisando capiteles y astrgalos, frontones triangulares y bvedas, confusas pompas del granito y del mrmol. As me fue deparado ascender de la ciega regin de negros laberintos entretejidos a la resplandeciente Ciudad. Emerg a una suerte de plazoleta; mejor dicho, de patio. Lo rodeaba un solo edificio de forma irregular y altura variable; a ese edificio heterogneo pertenecan las diversas cpulas y columnas. Antes que ningn otro rasgo de ese monumento increble, me suspendi lo antiqusimo de su fbrica. Sent que era anterior a los hombres, anterior a la tierra. Esa notoria

  • antigedad (aunque terrible de algn modo para los ojos) me pareci adecuada al trabajo de obreros inmortales. Cautelosamente al principio, con indiferencia despus, con desesperacin al fin, err por escaleras y pavimentos del inextricable palacio. (Despus averig que eran inconstantes la extensin y la altura de los peldaos, hecho que me hizo comprender la singular fatiga que me infundieron.) Este palacio es fbrica de los dioses, pens primeramente. Explor los inhabitados recintos y correg: Los dioses que lo edificaron han muerto. Not sus peculiaridades y dije: Los dioses que lo edificaron estaban locos. Lo dije, bien lo s, con una incomprensible reprobacin que era casi un remordimiento, con ms horror intelectual que miedo sensible. A la impresin de enorme antigedad se agregaron otras: la de lo interminable, la de lo atroz, la de lo complejamente insensato. Yo haba cruzado un laberinto, pero la ntida Ciudad de los Inmortales me atemoriz y repugn. Un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su arquitectura, prdiga en simetras, est subordinada a ese fin. En el palacio que imperfectamente explor, la arquitectura careca de fin. Abundaban el corredor sin salida, la alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a una celda o a un pozo, las increbles escaleras inversas, con los peldaos y la balaustrada hacia abajo. Otras, adheridas areamente al costado de un muro monumental, moran sin llegar a ninguna parte, al cabo de dos o tres giros, en la tiniebla superior de las cpulas. Ignoro si todos los ejemplos que he enumerado son literales; s que durante muchos aos infestaron mis pesadillas; no puedo ya saber si tal o cual rasgo es una transcripcin de la realidad o de las formas que desatinaron mis noches. Esta Ciudad (pens) es tan horrible que su mera existencia y perduracin, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir y de algn modo compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podr ser valeroso o feliz. No quiero describirla; un caos de palabras heterogneas, un cuerpo de tigre o de toro, en el que pulularan monstruosamente, conjugados y odindose, dientes, rganos y cabezas, pueden (tal vez) ser imgenes aproximativas. No recuerdo las etapas de mi regreso, entre los polvorientos y hmedos hipogeos. nicamente s que no me abandonaba el temor de que, al salir del ltimo laberinto, me rodeara otra vez la nefanda Ciudad de los Inmortales. Nada ms puedo recordar. Ese olvido, ahora insuperable, fue quiz voluntario; quiz las circunstancias de mi evasin fueron tan ingratas que, en algn da no menos olvidado tambin, he jurado olvidarlas. III Quienes hayan ledo con atencin el relato de mis trabajos recordarn que un hombre de la tribu me sigui como un perro podra seguirme, hasta la sombra irregular de los muros. Cuando sal del ltimo stano, lo encontr en la boca de la caverna. Estaba tirado en la arena, donde trazaba torpemente y borraba una hilera de signos, que eran como las letras de los sueos, que uno est a punto de entender y luego se juntan. Al principio, cre que se trataba de una escritura brbara; despus vi que es absurdo imaginar que hombres que no llegaron a la palabra lleguen a la escritura. Adems, ninguna de las formas era igual a otra, lo cual exclua o alejaba la posibilidad de que fueran simblicas. El hombre las trazaba, las miraba y las correga. De golpe, como si le fastidiara ese juego, las borr con la palma y el antebrazo. Me mir, no pareci reconocerme. Sin embargo, tan grande era el alivio que me inundaba (o tan grande y medrosa mi soledad) que di en pensar que ese rudimental troglodita, que me miraba desde el suelo de la caverna, haba estado esperndome. El sol caldeaba la llanura; cuando emprendimos el regreso a la aldea, bajo las primeras estrellas, la arena era ardorosa bajo los pies. El troglodita me precedi; esa noche

  • conceb el propsito de ensearle a reconocer, y acaso a repetir, algunas palabras. El perro y el caballo (reflexion) son capaces de lo primero; muchas aves, como el ruiseor de los Csares, de lo ltimo. Por muy basto que fuera el entendimiento de un hombre, siempre sera superior al de irracionales. La humildad y miseria del troglodita me trajeron a la memoria la imagen de Argos, el viejo perro moribundo de la Odisea, y as le puse el nombre de Argos y trat de enserselo. Fracas y volv a fracasar. Los arbitrios, el rigor y la obstinacin fueron del todo vanos. Inmvil, con los ojos inertes, no pareca percibir los sonidos que yo procuraba inculcarle. A unos pasos de m, era como si estuviera muy lejos. Echado en la arena, como una pequea y ruinosa esfinge de lava, dejaba que sobre l giraran los cielos, desde el crepsculo del da hasta el de la noche. Juzgu imposible que no se percatara de mi propsito. Record que es fama entre los etopes que los monos deliberadamente no hablan para que no los obliguen a trabajar y atribu a suspicacia o a temor el silencio de Argos. De esa imaginacin pas a otras, an ms extravagantes. Pens que Argos y yo participbamos de universos distintos; pens que nuestras percepciones eran iguales, pero que Argos las combinaba de otra manera y construa con ellas otros objetos; pens que acaso no haba objetos para l, sino un vertiginoso y continuo juego de impresiones brevsimas. Pens en un mundo sin memoria, sin tiempo; consider la posibilidad de un lenguaje que ignorara los sustantivos, un lenguaje de verbos impersonales o de indeclinables eptetos. As fueron muriendo los das y con los das los aos, pero algo parecido a la felicidad ocurri una maana. Llovi, con lentitud poderosa. Las noches del desierto pueden ser fras, pero aqulla haba sido un fuego. So que un ro de Tesalia (a cuyas aguas yo haba restituido un pez de oro) vena a rescatarme; sobre la roja arena y la negra piedra yo lo oa acercarse; la frescura del aire y el rumor atareado de la lluvia me despertaron. Corr desnudo a recibirla. Declinaba la noche; bajo las nubes amarillas la tribu, no menos dichosa que yo, se ofreca a los vvidos aguaceros en una especie de xtasis. Parecan coribantes a quienes posee la divinidad. Argos, puestos los ojos en la esfera, gema; raudales le rodaban por la cara; no slo de agua, sino (despus lo supe) de lgrimas. Argos, le grit, Argos. Entonces, con mansa admiracin, como si descubriera una cosa perdida y olvidada hace mucho tiempo, Argos balbuce estas palabras: Argos, perro de Ulises. Y despus, tambin sin mirarme: Este perro tirado en el estircol. Fcilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real. Le pregunt qu saba de la Odisea. La prctica del griego le era penosa; tuve que repetir la pregunta. Muy poco, dijo. Menos que el rapsoda ms pobre. Ya habrn pasado mil cien aos desde que la invent. IV Todo me fue dilucidado, aquel da. Los trogloditas eran los Inmortales; el riacho de aguas arenosas, el Ro que buscaba el jinete. En cuanto a la ciudad cuyo nombre se haba dilatado hasta el Ganges, nueve siglos hara que los Inmortales la haban asolado. Con las reliquias de su ruina erigieron, en el mismo lugar, la desatinada ciudad que yo recorr: suerte de parodia o reverso y tambin templo de los dioses irracionales que manejan el mundo y de los que nada sabemos, salvo que no se parecen al hombre. Aquella fundacin fue el ltimo smbolo a que condescendieron los Inmortales; marca una etapa en que, juzgando que toda empresa es vana, determinaron vivir en el pensamiento, en la pura especulacin. Erigieron la fbrica, la olvidaron

  • y fueron a morar en las cuevas. Absortos, casi no perciban el mundo fsico. Esas cosas Homero las refiri, como quien habla con un nio. Tambin me refiri su vejez y el postrer viaje que emprendi, movido, como Ulises, por el propsito de llegar a los hombres que no saben lo que es el mar ni comen carne sazonada con sal ni sospechan lo que es un remo. Habit un siglo en la Ciudad de los Inmortales. Cuando la derribaron, aconsej la fundacin de la otra. Ello no debe sorprendernos; es fama que despus de cantar la guerra de Ilin, cant la guerra de las ranas y los ratones. Fue como un dios que creara el cosmos y luego el caos. Ser inmortal es balad; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal. He notado que, pese a las religiones, esa conviccin es rarsima. Israelitas, cristianos y musulmanes profesan la inmortalidad, pero la veneracin que tributan al primer siglo prueba que slo creen en l, ya que destinan todos los dems, en nmero infinito, a premiarlo o a castigarlo. Ms razonable me parece la rueda de ciertas religiones del Indostn; en esa rueda, que no tiene principio ni fin, cada vida es efecto de la anterior y engendra la siguiente, pero ninguna determina el conjunto... Adoctrinada por un ejercicio de siglos, la repblica de hombres inmortales haba logrado la perfeccin de la tolerancia y casi del desdn. Saba que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. Por sus pasadas o futuras virtudes, todo hombre es acreedor a toda bondad, pero tambin a toda traicin, por sus infamias del pasado o del porvenir. As como en los juegos de azar las cifras pares y las cifras impares tienden al equilibrio, as tambin se anulan y se corrigen el ingenio y la estolidez, y acaso el rstico poema del Cid es el contrapeso exigido por un solo epteto de las glogas o por una sentencia de Herclito. El pensamiento ms fugaz obedece a un dibujo invisible y puede coronar, o inaugurar, una forma secreta. S de quienes obraban el mal para que en los siglos futuros resultara el bien, o hubiera resultado en los ya pretritos... Encarados as, todos nuestros actos son justos, pero tambin son indiferentes. No hay mritos morales o intelectuales. Homero compuso la Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea. Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy hroe, soy filsofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy. El concepto del mundo como sistema de precisas compensaciones influy vastamente en los Inmortales. En primer trmino, los hizo invulnerables a la piedad. He mencionado las antiguas canteras que rompan los campos de la otra margen; un hombre se despe en la ms honda, no poda lastimarse ni morir, pero lo abrasaba la sed; antes que le arrojaran una cuerda pasaron setenta aos. Tampoco interesaba el propio destino. El cuerpo era un sumiso animal domstico y le bastaba, cada mes, la limosna de unas horas de sueo, de un poco de agua y de una piltrafa de carne. Que nadie quiera rebajarnos a ascetas. No hay placer ms complejo que el pensamiento y a l nos entregbamos. A veces, un estmulo extraordinario nos restitua al mundo fsico. Por ejemplo, aquella maana, el viejo goce elemental de la lluvia. Esos lapsos eran rarsimos; todos los Inmortales eran capaces de perfecta quietud; recuerdo alguno a quien jams he visto de pie: un pjaro anidaba en su pecho. Entre los corolarios de la doctrina de que no hay cosa que no est compensada por otra, hay uno de muy poca importancia terica, pero que nos indujo, a fines o a principios del siglo X, a dispersarnos por la faz de la tierra. Cabe en estas palabras: Existe un ro cuyas aguas dan la inmortalidad; en alguna regin habr otro ro cuyas aguas la borren. El nmero de ros no es infinito; un viajero inmortal que recorra el mundo acabar, algn da, por haber bebido de todos.

  • Nos propusimos descubrir ese ro. La muerte (o su alusin) hace preciosos y patticos a los hombres. stos conmueven por su condicin de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser ltimo; no hay rostro que no est por desdibujarse como el rostro de un sueo. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirn hasta el vrtigo. No hay cosa que no est como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales. Homero y yo nos separamos en las puertas de Tnger; creo que no nos dijimos adis. V Recorr nuevos reinos, nuevos imperios. En el otoo de 1066 milit en el puente de Stamford, ya no recuerdo si en las filas de Harold, que no tard en hallar su destino, o en las de aquel infausto Harald Hardrada que conquist seis pies de tierra inglesa, o un poco ms. En el sptimo siglo de la Hjira, en el arrabal de Bulaq, transcrib con pausada caligrafa, en un idioma que he olvidado, en un alfabeto que ignoro, los siete viajes de Simbad y la historia de la Ciudad de Bronce. En un patio de la crcel de Samarcanda he jugado muchsimo al ajedrez. En Bikanir he profesado la astrologa y tambin en Bohemia. En 1638 estuve en Kolozsvr y despus en Leipzig. En Aberdeen, en 1714, me suscrib a los seis volmenes de la Ilada de Pope; s que los frecuent con deleite. Hacia 1729 discut el origen de ese poema con un profesor de retrica, llamado, creo, Giambattista; sus razones me parecieron irrefutables. El cuatro de octubre de 1921, el Patna, que me conduca a Bombay, tuvo que fondear en un puerto de la costa eritrea (1). Baj; record otras maanas muy antiguas, tambin frente al Mar Rojo, cuando yo era tribuno de Roma y la fiebre y la magia y la inaccin consuman a los soldados. En las afueras vi un caudal de agua clara; la prob, movido por la costumbre. Al repechar la margen, un rbol espinoso me lacer el dorso de la mano. El inusitado dolor me pareci muy vivo. Incrdulo, silencioso y feliz, contempl la preciosa formacin de una lenta gota de sangre. De nuevo soy mortal, me repet, de nuevo me parezco a todos los hombres. Esa noche, dorm hasta el amanecer. ... He revisado, al cabo de un ao, estas pginas. Me consta que se ajustan a la verdad, pero en los primeros captulos, y aun en ciertos prrafos de los otros, creo percibir algo falso. Ello es obra, tal vez, del abuso de rasgos circunstanciales, procedimiento que aprend en los poetas y que todo lo contamina de falsedad, ya que esos rasgos pueden abundar en los hechos, pero no en su memoria... Creo, sin embargo, haber descubierto una razn ms ntima. La escribir; no importa que me juzguen fantstico. La historia que he narrado parece irreal porque en ella se mezclan los sucesos de dos hombres distintos. En el primer captulo, el jinete quiere saber el nombre del ro que baa las murallas de Tebas; Flaminio Rufo, que antes ha dado a la ciudad el epteto de Hekatmpylos, dice que el ro es el Egipto; ninguna de esas locuciones es adecuada a l, sino a Homero, que hace mencin expresa, en la Ilada, de Tebas Hekatmpylos, y en la Odisea, por boca de Proteo y de Ulises, dice invariablemente Egipto por Nilo. En el captulo segundo, el romano, al beber el agua inmortal, pronuncia unas palabras en griego; esas palabras son homricas y pueden buscarse en el fin del famoso catlogo de las naves. Despus, en el vertiginoso palacio, habla de "una reprobacin que era casi un remordimiento"; esas palabras corresponden a Homero, que haba

  • proyectado ese horror. Tales anomalas me inquietaron; otras, de orden esttico, me permitieron descubrir la verdad. El ltimo captulo las incluye; ah est escrito que milit en el puente de Stamford, que transcrib, en Bulaq, los viajes de Simbad el Marino y que me suscrib, en Aberdeen, a la Ilada inglesa de Pope. Se lee, inter alia: "En Bikanir he profesado la astrologa y tambin en Bohemia". Ninguno de esos testimonios es falso; lo significativo es el hecho de haberlos destacado. El primero de todos parece convenir a un hombre de guerra, pero luego se advierte que el narrador no repara en lo blico y s en la suerte de los hombres. Los que siguen son ms curiosos. Una oscura razn elemental me oblig a registrarlos; lo hice porque saba que eran patticos. No lo son, dichos por el romano Flaminio Rufo. Lo son, dichos por Homero; es raro que ste copie, en el siglo trece, las aventuras de Simbad, de otro Ulises, y descubra, a la vuelta de muchos siglos, en un reino boreal y un idioma brbaro, las formas de su Ilada. En cuanto a la oracin que recoge el nombre de Bikanir, se ve que la ha fabricado un hombre de letras, ganoso (como el autor del catlogo de las naves) de mostrar vocablos esplndidos (2). Cuando se acerca el fin, ya no quedan imgenes del recuerdo; slo quedan palabras. No es extrao que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que fueron smbolos de la suerte de quien me acompa tantos siglos. Yo he sido Homero; en breve, ser Nadie, como Ulises; en breve, ser todos: estar muerto. Posdata de 1950. Entre los comentarios que ha despertado la publicacin anterior, el ms curioso, ya que no el ms urbano, bblicamente se titula A coat of many colours (Manchester, 1948) y es obra de la tenacsima pluma del doctor Nahum Cordovero. Abarca unas cien pginas. Habla de los centones griegos, de los centones de la baja latinidad, de Ben Jonson, que defini a sus contemporneos con retazos de Sneca, del Virgilius evangelizans de Alexander Ross, de los artificios de George Moore y de Eliot y, finalmente, de "la narracin atribuida al anticuario Joseph Cartaphilus". Denuncia, en el primer captulo, breves interpolaciones de Plinio (Historia naturalis, V, 8); en el segundo, de Thomas de Quincey (Writings, III, 439); en el tercero, de una epstola de Descartes al embajador Pierre Chanut; en el cuarto, de Bernard Shaw (Back to Methuselah, V). Infiere de esas intrusiones, o hurtos, que todo el documento es apcrifo. A mi entender, la conclusin es inadmisible. Cuando se acerca el fin, escribi Cartaphilus, ya no quedan imgenes del recuerdo; slo quedan palabras. Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos.

    A Cecilia Ingenieros (1) Hay una tachadura en el manuscrito: quiz el nombre del puerto ha sido borrado. (2) Ernesto Sbato sugiere que el "Giambattista" que discuti la formacin de la Ilada con el anticuario Cartaphilus es Giambattista Vico; ese italiano defenda que Homero es un personaje simblico, a la manera de Plutn o de Aquiles.

    El muerto Que un hombre del suburbio de Buenos Aires, que un triste compadrito sin ms virtud que la infatuacin del coraje, se interne en los desiertos ecuestres de la frontera del Brasil y llegue a

  • INTRODUCCION AL PENSAMIENTO

    COMPLEJO

    Edgar Morin

  • 9

    ndice

    Introduccin de Marcelo Pakman .................................. 9

    Prlogo ........................................................................ 21

    1. La inteligencia ciega ................................................ 25

    2. El diseo y el designio complejos ............................ 37

    3. El paradigma de complejidad ................................... 85

    4. La complejidad y la accin ....................................... 111

    5. La complejidad y la empresa .................................... 119

    6. Epistemologa de la complejidad ............................. 135

    Obras de Edgar Morin................................................... 165

  • La complejidad y la accin

    La accin es tambin una apuesta

    Tenemos a veces la impresin de que la accin simplifica porque, ante una alternativa, decidimos, optamos. El ejemplo de accin que simplifica todo lo aporta la espada de Alejandro que corta el nudo gordiano que nadie haba sabido desatar con sus manos. Ciertamente, la accin es una decisin, una eleccin, pero es tambin una apuesta.

    Pero en la nocin de apuesta est la conciencia del riesgo y de la incertidumbre. Toda estrategia, en cualquier dominio que sea, tiene conciencia de la apuesta, y el pen-samiento moderno ha comprendido que nuestras creencias ms fundamentales son objeto de una apuesta. Eso es lo que nos haba dicho, en el siglo xvii, Blaise Pascal acerca de la fe religiosa. Nosotros tambin debemos ser concscientes de nuestras apuestas filosficas o polticas.

    La accin es estrategia. La palabra estrategia no de-signa a un programa predeterminado que baste aplicar ne variatur en el tiempo. La estrategia permite, a partir de una decisin inicial, imaginar un cierto nmero de escena-rios para la accin, escenarios que podrn ser modificados segn las informaciones que nos lleguen en el curso de la accin y segn los elementos aleatorios que sobrevendrn y perturbarn la accin.

    La estrategia lucha contra el azar y busca a la infor-macin. Un ejrcito enva exploradores, espas, para infor-

    * De: en Management France, febrero-marzo 1987, pp. 4-8.

    113

  • marse, es decir, para eliminar la incertidumbre al mximo. Ms an, la estrategia no se limita a luchar contra el azar, trata tambin de utilizarlo. As fue que el genio de Napolen en Austerlitz fue el de utilizar el azar meteorol-gico, que ubic una capa de brumas sobre los pantanos, considerados imposibles para el avance de los soldados. l construy su estrategia en funcin de esa bruma que per-miti camuflar los movimientos de su ejrcito y tomar por sorpresa, por su flanco ms desguarnecido, al ejrcito de los imperios.

    La estrategia saca ventaja del azar y, cuando se trata de estrategia con respecto a otro jugador, la buena estrate-gia utiliza los errores del adversario. En el ftbol, la estra-tegia consiste en utilizar las pelotas que el equipo adver-sario entrega involuntariamente. La construccin del juego se hace mediante la deconstruccin del juego del adversario y, finalmente, la mejor estrategia si se beneficia con alguna suerte gana. El azar no es solamente el factor negativo a reducir en el dominio de la estrategia. Es tambin la suerte a ser aprovechada.

    El problema de la accin debe tambin hacernos conscientes de las derivas y las bifurcaciones: situaciones

    iniciales muy vecinas pueden conducir a desvos irreme-diables. As fue que, cuando Martn Lutero inici su mo-vimiento, pensaba estar de acuerdo con la Iglesia, y que- ra simplemente reformar los abusos cometidos por el pa- pado en Alemania. Luego, a partir del momento en que debe ya sea renunciar, ya sea continuar, franquea un - bral y, de reformador, se vuelve contestatario. Una deriva implacable lo lleva eso es lo que pasa en todo d e s v o y lleva a la declaracin de guerra, a las tesis de de Wittem-berg (1517).

    El dominio de la accin es muy aleatorio, muy incier-to. Nos impone una conciencia muy aguda de los elementos aleatorios, las derivas, las bifurcaciones, y nos impone la reflexin sobre la complejidad misma.

    114

    La accin escapa a nuestras intenciones

    Aqu interviene la nocin de ecologa de la accin. En el momento en que un individuo emprende una accin, cualesquiera que fuere, sta comienza a escapar a sus in-tenciones. Esa accin entra en un universo de interacciones y es finalmente el ambiente el que toma posesin, en un sentido que puede volverse contrario a la intencin inicial. A menudo, la accin se volver como un boomerang sobre nuestrascabezas. Esto nos obliga a seguir la accin, a tratar de corregirla si todava hay tiempo y tal vez a torpedearla, como hacen los responsables de la NASA que, si un misil se desva de su trayectoria, le envan otro misil para hacerlo explotar.

    La accin supone complejidad, es decir, elementos aleatorios, azar, iniciativa, decisin, conciencia de las deri-vas y de las transformaciones. La palabra estrategia se opone a la palabra programa. Para las secuencias que se sitan en un ambiente estable, conviene utilizar programas. El programa no obliga a estar vigilante. No obliga a innovar. As es que cuando nosotros nos sentamos al volante de nuestro coche, una parte de nuestra conducta est programada. Si surge un embotellamiento inesperado, hace falta decidir si hay que cambiar el itinerario o no, si hay que violar el cdigo: hace falta hacer uso de estrategias.

    Es por eso que tenemos que utilizar mltiples frag-mentos de accin programada para poder concentrarnos sobre lo que es importante, la estrategia con los elementos aleatorios.

    No hay un dominio de la complejidad que incluya el pensamiento, la reflexin, por una parte, y el dominio de las cosas simples que incluira la accin, por la otra. La accin es el reino concreto y, tal vez, parcial de la complejidad.

    La accin puede, ciertamente, bastarse con la estrate-gia inmediata que depende de las intuiciones, de las dotes

    115

    UsuarioNota adhesivaSealemos las acciones posible que aporten constructivamente a generar tcticas relacionales para armar una estrategia.Relacionarlo a las prcticas de taller y a las prcticas metodolgicas que realizamos en extensin y en el anlisis de casos de la investigacin...

    UsuarioNota adhesivaMarked definida por Usuario

  • personales del estratega. Le sera tambin til beneficiar-

    se de un pensamiento de la complejidad. Pero el pensa- miento de la complejidad es, desde el comienzo, un desafo.

    Una visin simplificada lineal resulta fcilmente mu- tilante. Por ejemplo, la poltica del petrleo crudo tena en

    cuenta nicamente al factor precio sin considerar el agota- miento de los recursos, la tendencia a la independencia

    de los pases poseedores de esos recursos, los inconvenientes Polticos. Los polticos haban descartado a la Historia, la Geografa, la Sociologa, la poltica, la religin, la mitologa, de sus anlisis. Esas disciplinas se tomaron venganza.

    La mquina no trivial

    Los seres humanos, la sociedad, la empresa, son m-quinas no triviales: es trivial una mquina de la que, cuando conocemos todos sus inputs, conocemos' todos sus outputs; podemos predecir su comportamiento desde el momento que sabemos todo lo que entra en la mquina. De cierto modo, nosotros somos tambin mquinas triviales, de las cuales se puede, con amplitud, predecir los comportamientos.

    En efecto, la vida social exige que nos comportemos como mquinas triviales. Es cierto que nosotros no actua-

    mos como puros autmatas, buscamos medios no triviales desde el momento que constatamos que no podemos llegar a nuestras metas. Lo importante, es lo que sucede en mo-mentos de crisis, en momentos de decisin, en los que la mquina se vuelve no trivial: acta de una manera que no podemos predecir. Todo lo que concierne al surgimiento de lo nuevo es no trivial y no puede ser predicho por anticipa- do. As es que, cuando los estudiantes chinos estn en la

    calle por millares, la China se vuelva una mquina no tri-vial... En 1987-89, en la Unin Sovitica, Gorbachov se condujo como una mquina no trivial! Todo lo que sucedi 116

    en la historia, en especial en situaciones de crisis, sonacontecimientos no triviales que no pueden ser predichos poranticipado. Juana de Arco, que oye voces y decide ir a buscaral rey de Francia, tiene un comportamiento no trivial. Todo lo que va a suceder de importante en la poltica francesa omundial surgir de lo inesperado.

    Nuestras sociedades son mquinas no triviales en el sentido, tambin, de que conocen, sin cesar, crisis polticas, econmicas y sociales. Toda crisis es un incremento de las incertidumbres. La predictibilidad disminuye. Los desrdenes se vuelven amenazadores. Los antagonismos inhiben a las complementariedades, los conflictos virtuales se actualizan. Las regulaciones fallan o se desarticulan. Es necesario abandonar los programas, hay que inventar estrategias para salir de la crisis. Es necesario, a menudo, abandonar las soluciones que solucionaban las viejas crisis y elaborar soluciones novedosas.

    Prepararse para lo inesperado

    La complejidad no es una receta para conocer lo ines-perado. Pero nos vuelve prudentes, atentos, no nos dejadormirnos en la mecnica aparente y la trivialidad apa-rente de los determinismos. Ella nos muestra que no debemos encerrarnos en el contemporanesmo, es decir, en la creenciade que lo que sucede ahora va a continuar indefinidamente. Debemos saber que todo lo importante que sucede en la historia mundial o en nuestra vida es totalmente inesperado, porque continuamos actuando como si nada inesperado debiera suceder nunca. Sacudir esa pereza del espritu es una leccin que nos da el pensamiento complejo.

    El pensamiento complejo no rechaza, de ninguna ma-nera, a la claridad, el orden, el determinismo. Pero los sabe insuficientes, sabe que no podemos programar el des-cubrimiento, el conocimiento, ni la accin.

    117

  • La complejidad necesita una estrategia. Es cierto que, los segmentos programados en secuencias en las que no interviene lo aleatorio, son tiles o necesarios. En si-tuaciones normales la conduccin automtica es posible, pero la estrategia se impone siempre que sobreviene lo inesperado o lo incierto, es decir, desde que aparece un problema importante.

    El pensamiento simple resuelve los problemas sim-ples sin problemas de pensamiento. El pensamiento com-plejo no resuelve, en s mismo, los problemas, pero consti-tuye una ayuda para la estrategia que puede resolverlos. l nos dice: Aydate, el pensamiento complejo te ayudar.

    Lo que el pensamiento complejo puede hacer, es darle a cada uno una seal, un ayuda memoria, que le recuerde: No olvides que la realidad es cambiante, no olvides que lo nuevo puede surgir y, de todos modos, va a surgir.

    La complejidad se sita en un punto de partida para una accin ms rica, menos mutilante. Yo creo profunda-mente que cuanto menos mutilante sea un pensamiento, menos mutilar a los humanos. Hay que recordar las rui-nas que las visiones simplificantes han producido, no sola-mente en el mundo intelectual, sino tambin en la vida. Suficientes sufrimientos aquejaron a millones de seres como resultado de los efectos del pensamiento parcial y unidimensional.

    118

    Parte 5

  • Fritjof Capra

    La trama de la vida Una nueva perspectiva de los sistemas vivos

    Traduccin de David Sempau

    EDITORIAL ANAGRAMA BARCELONA

  • NDICE

    Nota del traductor 9 Agradecimientos 15 Prefacio 19

    Pr imera parte EL CONTEXTO CULTURAL

    1 . Eco log a profunda: un nuevo paradigma 25

    Segunda parte LA EMERGENCIA DEL PENSAMIENTO SISTMICO

    2. De las partes al todo 37 3. La teora de sistemas 56 4. La lgica de la mente 70

    Tercera parte LAS PIEZAS DEL PUZZLE

    5. Modelos de autoorganizacin 93 6. L a s matemt icas de la complej idad 1 2 9

    Cuar ta parte LA NATURALEZA DE LA VIDA

    7. U n a nueva sntesis 1 7 1 8. Estructuras disipativas 190 9. Autoconstruccin 206

    1 0 . E l despliegue de la v ida 233 1 1 . E l a lumbramiento d e u n mundo 274 1 2 . Saber que sabemos 295

    Eplogo: Alfabetizacin ecolgica 307 Apndice: Bateson de nuevo 3 1 5 Notas 3 1 9 Bibliografa 335 ndice temtico 345

  • Ttulo de la edicin original: The Web of Life Anchor Books Nueva York, 1996

    Portada: Julio Vivas Ilustracin de Jasmine Kaposi

    Fritjof Capra, I 996 EDITORIAL ANAGRAMA, S.A., 1998

    Pedro de la Creu, 58 08034 Barcelona

    ISBN: 84-339-0554-6 Depsito Legal: B. 891 8-1998

    A la memoria de mi madre, Ingeborg Teuffenbach, a quien debo el don y la disciplina de la escritura

  • Tercera parte

    L a s p i e z a s d e l p u z z l e

  • 5 , M O D E L O S D E A U T O O R G A N I Z A C I N

    P E N S A M I E N T O STSTMICO APLICADO

    Durante los aos cincuenta y sesenta, el pensamiento sist-mico tuvo una gran inf luencia en la ingeniera y la gestin de empresas, donde los conceptos sistmicos - inc luyendo los c i -bernt icos- se apl icaron para la resolucin de problemas prcti-cos. Estas apl icaciones dieron lugar a las nuevas discip l inas de la ingeniera s istmica, el anl is is sistmico y la administ rac in sis-tmica de empresas.1

    A medida que las empresas industriales vean aumentar su complej idad con el desarrol lo de nuevas tecnologas en qu m ica , electrnica y comunicaciones, sus administradores e ingenieros deban preocuparse no slo de gran cantidad de componentes i n -dividuales, sino tambin de los efectos provenientes de las mu-tuas interacciones entre stos, tanto en los sistemas fsicos como en los organizativos. As, muchos ingenieros y administrado-res de proyectos de grandes compaas empezaron a formular estrategias y metodologas que ut i l izaban explcitamente concep-tos sistmicos. Pasajes como el siguiente formaban parte de mu-chos de los textos de ingeniera sistmica publ icados en los aos sesenta:

    El ingeniero sistmico debe ser capaz tambin de predecir las propiedades emergentes del sistema, es decir, esas propiedades que posee el sistema pero no sus partes.2

    El mtodo de pensamiento estratgico conocido como anl i -sis sistmico fue ut i l izado por pr imera vez por la R A N D Corpo-ration, una inst i tucin de investigacin y desarrollo mi l i tar fun-dada a finales de los cuarenta, que se convirt i en modelo para

    93

  • numerosos gabinetes de estrategia* especial izados en diseo de programas y desarrol lo de tecnologas.3 El anl is is sistmico na-c i de la investigacin de operaciones -e l anl is is y planeamiento de operaciones mi l i ta res- durante la Segunda Guer ra Mund ia l . ste inc lu a la coordinacin del uso del radar con operaciones de defensa antiarea, cuyo problema dio origen tambin al desarro-llo terico de la ciberntica.

    Durante los aos cincuenta, el anl is is sistmico fue ms al l de las apl icaciones mil i tares y se convirt i en un ampl io plan-teamiento sistmico para el anl is is de costes y beneficios, inc lu-yendo modelos matemticos para examinar un abanico de pro-gramas alternativos diseados para cumpl i r un objetivo bien definido. En palabras de un popular texto publ icado en 1968:

    Te esfuerzas en contemplar el problema entero, como un todo, en su contexto y en comparar las elecciones alternativas a la luz de sus posibles resultados.4

    Bien pronto, tras el desarrollo del anl is is sistmico como un mtodo para manejar complejos problemas organizativos en el campo mil i tar, los gestores de empresas empezaron a usar este nuevo enfoque para resolver problemas s imi lares en el mundo de la empresa y los negocios. La gestin sistmicamen-te orientada se convirt i en la nueva expresin de moda y du-rante los aos sesenta y setenta, se publ ic una plyade de l ibros sobre administracin de empresas con la palabra sistmico en sus ttulos.5 La tcnica de modelaje de d inmica sistmica desarrol lada por Jay Forrester y la ciberntica de la gestin de Stafford Beer son ejemplos de formulaciones extensivas tem-pranas del enfoque sistmico de la administracin de empre-sas.6

    Una dcada despus, un planteamiento s imi lar , aunque mu-cho ms suti l , fue desarrollado por Hans Ulr ich en la Escue la de Negocios de St. Ga l len en Su iza . 7 El enfoque de Ulr ich es ampl ia -mente conocido en el entorno europeo de la empresa como el modelo de St. Ga l len. ste se basa en la vis in de la organiza-c in de los negocios como un sistema social vivo con los aos, ha incorporado muchas ideas de biologa, c iencia cognit iva, ecolo-ga y teora de la evolucin. Estos desarrollos ms recientes die-ron lugar a la nueva d isc ip l ina de gestin sistmica, enseada

    * En el original, think tanks. (N. del T.)

    94

    en la actual idad en las escuelas europeas de negocios y aconseja-da por los consultores de empresa.8

    L A APARICIN D E L A B IOLOGA M O L E C U L A R

    Mientras que el enfoque sistmico tena una considerable in -fluencia en la admin is t rac in de empresas y en la ingeniera du-rante los aos cincuenta y sesenta, su inc idencia en el campo de la biologa era paradj icamente casi inexistente. Los cincuenta fueron la dcada de la elucidacin de la estructura fsica del A D N , un triunfo espectacular de la gentica que ha sido ensalzado como el mayor descubrimiento en biologa desde la teora de la evolucin de Darwin. Durante var ias dcadas, este acontecimien-to tr iunfal eclips totalmente la v is in sistmica de la v ida. El pndulo osci laba de nuevo hac ia el mecanic ismo.

    Los logros de la gentica acarrearon un cambio signif icativo en la investigacin biolgica, una nueva perspectiva que, an hoy, domina nuestras instituciones acadmicas. Mientras que las clulas se vean como los componentes bsicos de los organismos vivos durante el siglo xix, la atencin cambi de las clulas a las molculas a mediados del siglo xx, cuando los geneticistas empe-zaron a explorar la estructura molecular del gen.

    Avanzando hacia niveles cada vez ms pequeos en sus explo-raciones del fenmeno de la v ida, los bilogos encontraron que las caractersticas de todos los organismos vivos -desde las bacterias hasta los seres humanos - se hal laban codif icadas en sus cromoso-mas con la m i s m a substancia qu mica y con el m ismo cdigo. T ras dos dcadas de intensa investigacin, los detalles precisos de este cdigo fueron desvelados. Los bilogos haban descubierto el alfabeto del verdaderamente universal lenguaje de la vida.9

    Este triunfo de la biologa molecular deriv en la creencia gene-ral izada de que todas las funciones biolgicas pueden ser explica-das en trminos de estructuras moleculares y mecanismos. De este modo, la mayor a de bilogos se han convertido en fervientes reduc-cionistas, ocupados en detalles moleculares. La biologa molecular, originalmente una pequea rama de las ciencias de la vida, se ha convertido en un omnipresente y excluyente modo de pensar que ha conducido a una grave distorsin en la investigacin biolgica.

    Al m ismo tiempo, los problemas que se resistan al enfoque reduccionista de la biologa molecular se pusieron ms de ma-nifiesto durante la segunda mitad de nuestro siglo. Mientras que

    95

  • los bilogos pueden conocer la estructura precisa de unos pocos genes, saben m u y poco de los modos en que dichos genes se co-mun ican y cooperan en el desarrol lo de un organismo. En otras palabras, conocen el alfabeto del cdigo gentico, pero no tienen casi idea de su sintaxis. Se sabe ya que la mayor parte del A D N -qu izs hasta un 9 5 % - puede ser usado para actividades integra-tivas de las que los bilogos permanecern ignorantes mientras mantengan su adhesin a los modelos mecanicistas.

    C R T I C A D E L P E N S A M I E N T O S I S T M I C O

    A mitad de los aos setenta, las l imitaciones del enfoque mole-cular a la comprensin de la vida eran ya evidentes. S in embargo, los bilogos vean poca cosa ms en el horizonte. El eclipse del pensamiento sistmico en la c iencia era tan completo que no se le consideraba como alternativa viable. De hecho, la teora de siste-mas empez a ser vista como un fracaso intelectual en varios ensa-yos crt icos. Robert L i l ienfeld, por ejemplo, conc lua su excelente informe The Rise of Systems Theory (La emergencia de la teora s is-tmica), publ icado en 1978, con la siguiente cr t ica devastadora:

    Los pensadores sistmicos muestran fascinacin por defini-ciones, conceplualizaciones y declaraciones programticas de naturaleza benevolente y vagamente moralizadora... Toman ana-logas entre los fenmenos de un campo y de otro... cuya descrip-cin parece proporcionarles un deleite esttico en el que estriba su propia justificacin... No existe evidencia de que la teora de sistemas haya sido usada con xito en la solucin de ningn pro-blema substantivo en campo alguno.10

    La l t ima parte de esta crt ica resulta definit ivamente in jus-t i f icada en la actual idad, como veremos en los siguientes captu-los, y posiblemente fue demasiado dura, incluso en los aos se-tenta, en que se podra haber argumentado que la comprensin de los organismos vivos como sistemas energticamente abier-tos pero organizativamente cerrados, el reconocimiento de la re-troal imentacin como el mecanismo esencial de la homeostasis y los modelos cibernticos de los procesos neuronales -po r citar slo tres ejemplos bien establecidos por aquel entonces- repre-sentaron avances maysculos en la comprensin cientf ica de la v ida.

    96

    No obstante, Li l ienfeld tena razn en el sentido de que ningu-na teora formal de sistemas del tipo contemplado por Bogdanov y Bertalanffy hab a sido apl icada con xito en n ingn campo. Ciertamente, el objetivo de Bertalanffy -desarro l lar su teora ge-neral de sistemas en una disc ip l ina matemtica, puramente for-mal en s m i sma , pero apl icable a las diversas c iencias empr i -c a s - nunca se haba logrado.

    El pr inc ipal motivo de este fracaso era la ausencia de tcni-cas matemticas para tratar con la complej idad de los sistemas vivos. Tanto Bogdanov como Bertalanffy reconocan que en los sistemas abiertos las interacciones s imultneas de diversas var ia-bles generaban los patrones de organizacin caractersticos de la v ida, pero carecan de los medios para descr ibir matemt icamen-te la emergencia de dichos patrones. Tcnicamente hablando, las matemticas de su t iempo se l imi taban a las ecuaciones l ineales, totalmente inadecuadas para descr ibir la naturaleza altamente no-l ineal de los sistemas v i vos . "

    Los cibernticos se concentraron en fenmenos no-l ineales tales como bucles de retroal imentacin y redes neuronales, dis-poniendo de los pr incipios de unas matemticas correspondien-temente no-l ineales, pero el verdadero salto cualitativo lleg va-r ias dcadas despus, nt imamente l igado al desarrol lo de una nueva generacin de potentes ordenadores.

    Si bien los planteamientos sistmicos desarrollados durante la pr imera mi tad de siglo no cuajaron en una teora matemt ica formal, s crearon un cierto modo de pensar, un nuevo lenguaje, nuevos conceptos y todo un c l ima intelectual que ha conducido a importantes avances cientficos en los aos recientes. En lugar de una teora de sistemas formal, la dcada de los ochenta vio el de-sarrollo de una serie de modelos sistmicos exitosos que descri-ben varios aspectos del fenmeno de la v ida. Desde dichos mode-los, ha aparecido un ida al lenguaje matemtico adecuado una teora coherente de los sistemas vivos.

    L A I M P O R T A N C I A D E L PATRN

    Los recientes avances en nuestra comprensin de los sistemas vivos se basan en dos novedades surgidas a finales de los aos se-tenta, durante los mismos aos en que Li l ienfeld y otros escr iban sus cr t icas al pensamiento sistmico. La pr imera fue el descubri-miento de la nueva matemtica de la complej idad, que comentare-

    97

  • mos en el prximo captulo. La otra fue la emergencia de un nuevo y poderoso concepto, el de la autoorganizacin, que hab a estado implc i to en las pr imeras discusiones de los cibernticos, pero que no se desarrol lara explcitamente hasta treinta aos despus.

    Para entender el fenmeno de la autoorganizacin, debemos comprender pr imero la importancia del patrn. La idea de un pa-trn de o rgan izac in-una conf iguracin de relaciones caracters-ticas de un determinado s is tema- se convirt i en el centro explci-to del pensamiento sistmico en ciberntica y desde entonces ha sido un concepto cruc ia l . Desde el punto de vista sistmico, la comprensin de la v ida empieza con la comprensin del patrn.

    Ya hemos visto que, a travs de la histor ia de la c iencia y de la f i losofa occidentales, ha existido una tensin entre el estudio de la substancia y el estudio de la forma.12 El estudio de la substan-c ia empieza con la pregunta: de qu est hecho?; por el contra-r io, el estudio de la forma inquiere: C u l es su patrn? Ambos son acercamientos muy distintos que han venido compit iendo a lo largo de nuestra tradicin cient f ica y filosfica.

    El estudio de la substancia empez en el siglo vi a .C. en la Grec ia ant igua, cuando Tales, Parmnides y otros filsofos pre-guntaron: D e qu est hecha la real idad? Cu les son los consti-tuyentes l t imos de la mater ia? C u l es su esencia? L a s respues-tas a estas preguntas definen las diversas escuelas de la era temprana de la f i losofa griega. Entre ellas est la idea de cuatro elementos fundamentales: tierra, aire, fuego y agua. En tiempos modernos, stos fueron refundidos en los elementos qumicos, ms de cien en la actual idad pero, con todo, un nmero finito de elementos l t imos de los que toda mater ia se crea formada. Lue-go Dalton identif ic los elementos con los tomos, y al surgir la f s ica atmica y nuclear en el siglo xx, los elementos se v ieron re-ducidos a part culas subatmicas.

    De forma s imi lar , los elementos bsicos en biologa fueron in ic ia lmente organismos o especies y en el siglo xviu los bilogos desarrol laron detallados esquemas de clasi f icacin de animales y plantas. Luego, con el descubrimiento de las clulas como ele-mentos comunes a todos los organismos, la atencin se desplaz de los organismos a las clulas. Finalmente, la clula fue separa-da en macromolculas -enz imas , protenas, aminocidos, etc.- y la biologa molecular se convirt i en la nueva investigacin de rontera. En todos estos empeos, la cuestin segua siendo la m i s m a que en la Antigedad griega: D e qu est hecha la real i-dad? Cu les son sus constituyentes l t imos?

    Simultneamente, a lo largo de la m i s m a histor ia de la fi loso-fa y de la c iencia, el estudio del patrn siempre estuvo presente. Empez con los pitagricps en Grec ia y cont inu con los a lqui -mistas, los poetas romnticos y otros movimientos intelectuales. En la mayor parte del t iempo, s in embargo, e l estudio del patrn fue ecl ipsado por el estudio de la substancia hasta resurgir con fuerza en nuestro siglo, en el que fue reconocido por los pensado-res sistmicos como esencial para la comprensin de la v ida.

    Ent iendo que la l lave de una teora completa de los sistemas v i -vos rad ica en la sntesis de estos planteamientos tan dispares: el es-tudio de la substancia (o estructura) y el estudio de la forma (o pa-trn). En el estudio de la estructura medimos y pesamos cosas. Los patrones, en cambio , no pueden ser medidos ni pesados; deben ser cartografiados. Para comprender un patrn debemos cartografiar una conf iguracin de relaciones. En otras palabras: estructura i m -p l ica cantidades, mientras que patrn impl ica cual idades.

    El estudio del patrn es cruc ia l para la comprensin de los sistemas vivos, puesto que las propiedades s is tmicas -como he-mos v is to- emergen de una conf iguracin de relaciones ordena-das.13 L a s propiedades sistmicas son propiedades de un patrn. Lo que se destruye cuando un sistema vivo es diseccionado, es su patrn. Sus componentes siguen ah, pero la conf iguracin de las relaciones entre ellos -e l pa t rn- ha sido destruida y en conse-cuencia el organismo muere.

    La mayor a de cientf icos reduccionistas no pueden compren-der las cr t icas al reduccionismo porque no l legan a entender la importancia del patrn. A f i rman que todos los organismos vivos estn hechos en l t ima instancia de los mismos tomos y mol-culas que componen la mater ia inorgnica y que, por tanto, las leyes de la bio loga pueden ser reducidas a las de la f s ica y la qu-m ica . Si b ien es cierto que todos los organismos vivos estn he-chos en l t ima instancia de tomos y molculas, son algo ms que tomos y molculas. Existe algo ms en la vida, algo inmate-r ia l e i r reducible: el patrn de organizacin.

    R E D E S : L O S P A T R O N E S D E L A V I D A

    Una vez apreciada la importancia del patrn para la com-prensin de la v ida, podemos preguntarnos: hay un patrn de organizacin comn que pueda ser identif icado en todos los se-res v ivos? Veremos que, efectivamente, as es. Este patrn de or-

    99 98

  • ganizacin, comn a todos los seres vivos, ser anal izado en deta-l le ms adelante.14 Su propiedad ms importante es que se trata de un patrn en forma de red. Dondequiera que encontremos sis-temas vivos -organ ismos, partes de organismos o comunidades de organismos- , podremos observar que sus componentes estn dispuestos en forma de red. Si vemos v ida, vemos redes.

    Es ta constatacin lleg a la c iencia en los aos veinte, cuando los eclogos empezaron a estudiar las redes de al imentacin. Poco despus, reconociendo la red como el patrn general de v ida, los pensadores sistmicos general izaron los modelos en red a todos los niveles de los sistemas. Los cibernticos en part icular, trataron de entender el cerebro como una red neuronal y desarro-l laron tcnicas matemticas especf icas para anal izar sus patro-nes. La estructura del cerebro humano es extraordinariamente compleja. Contiene alrededor de diez mi l mi l lones de clulas ner-viosas (neuronas) interconectadas en una vasta red a travs de un bi l ln de conexiones (sinpsis). Puede ser dividido en subseccio-nes o subredes, que se comunican entre s en forma de red. Todo ello or ig ina patrones intr incados de tramas interconectadas, re-des anidando en el seno de redes mayores. I S

    La pr imera y ms obvia propiedad de cualquier red es su no-l ineal idad, va en todas direcciones. Por lo tanto, las relaciones en un patrn en red son relaciones no-l ineales. En part icular, un es-t mulo o mensaje puede v ia jar en un camino cc l ico, que puede convertirse en un bucle de retroalimentacin. El concepto de re-troal imentacin est nt imamente l igado al de patrn en red.16

    Puesto que las redes de comunicac in pueden generar bucles de retroal imentacin, son capaces tambin de adquir i r la habi l i -dad de regularse a s m ismas. Por ejemplo, una comunidad que mantiene una red de comunicaciones activa aprender de sus errores, ya que las consecuencias de un error se extendern por toda la red, volviendo al origen a lo largo de bucles de retroali-mentacin. As la comunidad podr corregir sus errores, regular-se a s m i s m a y organizarse. En real idad, la autorregulacin ha emergido quizs como el concepto central de la v is in sistmica de la_vida y al igual que los conceptos de retroal imentacin y au -torregulacin, est ntimamente l igado a las redes. El patrn para la v ida, podramos decir, es un patrn capaz de autoorganizarse. s ta es una senci l la def inicin, pero se basa en los recientes des-cubrimientos de la m i sms ima vanguardia de la c iencia.

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    LA APARICIN DEL CONCEPTO DE AUTOORGANIZACIN

    El concepto de autoorganizacin se or igin en los pr imeros aos de la ciberntica, cuando l o s cientf icos comenzaron a cons-truir modelos matemticos para representar la lgica inherente en las redes neuronales. En 1943, el neurocientf ico Warren Mc-Cul loch y el matemtico Walter Pitts publ icaban un trabajo pio-nero titulado Un clculo lgico de las ideas inmanentes en la ac-tividad nerviosa, en el que demostraban que la lgica de todo proceso, de cualquier comportamiento, puede ser transformada en reglas para la construccin de una red. '7

    En su publ icacin, los autores introducan neuronas ideal iza-das representadas por elementos conmutadores binar ios -es de-cir, elementos que pueden ser conectados en marcha o paro-* y modelaron el sistema nervioso como complejas redes de estos elementos conmutadores binar ios. En una red McCul loch-Pi t ts , los nodos marcha-paro estn acoplados de tal modo que la acti-v idad de cada nodo est comandada por la act iv idad previa de otros, segn una determinada regla de conexin. Por ejemplo, un nodo podr conectarse en marcha en un determinado mo-mento, slo si en aquel momento un cierto nmero de nodos estn en posic in de marcha. McCul loch y Pitts fueron capaces de de-mostrar que, si bien semejantes redes b inar ias constituyen mode-los s impl i f icados, no obstante son buenas aproximaciones a las re-des embebidas en el sistema nervioso.

    En los aos cincuenta, los cientf icos empezaron a construir modelos reales de estas redes b inar ias, incluyendo algunas con pequeas bombi l las que se encendan y apagaban en los nodos. Para su gran asombro, descubrieron que, tras algn tiempo de parpadeos aleatorios, emergan algunos patrones ordenados en la mayor a de redes. Podan observar ondas de parpadeos fluyendo a travs de la red, o bien ciclos repetidos. A u n cuando el estado in i -c ia l de la red fue escogido al azar, al cabo de un tiempo emergan espontneamente los patrones ordenados. A esta emergencia es-pontnea de orden, se la denomin autoorganizacin.

    T a n pronto como dicho trmino evocador apareci en la l itera-tura, los pensadores sistmicos empezaron a ut i l izarlo profusa-mente en diferentes contextos. Ross Ashby, en sus primeros traba-jos, fue probablemente el pr imero en describir el sistema nervio-so como autoorganizador.18 El f s ico y ciberntico He inz von

    * En el original on y off. (N. del T.)

    1 0 1

  • Foerster se convirt i en el pr inc ipal catal izador de la idea de la au-toorganizacin a finales de los aos cincuenta, dando conferen-cias sobre el tema, buscando soporte f inanciero para muchos de los participantes y publ icando sus aportaciones. I 9

    Durante dos dcadas, Foerster mantuvo un grupo de investi-gacin interdiscip l inar ia dedicado al estudio de sistemas autoor-ganizadores. Con base en el Laborator io de Informt ica Biolgi-ca de la Univers idad de I l l inois, este grupo era un reducido crculo de amigos y colegas que trabajaban alejados de la pr inci-pal comente reduccionista y cuyas ideas, adelantadas a su t iem-po, no tuvieron mucha di fusin. No obstante, estas ideas fueron las semi l las de muchos de los modelos de sistemas auto-organiza-dores desarrollados con xito a finales de los aos setenta y en los ochenta.

    La propia contr ibucin de He inz von Foerster a la compren-s in terica de la autoorganizacin lleg muy pronto y estaba re-lac ionada con el concepto de orden. Se pregunt: Exis te una me-dida de orden que pueda ser ut i l izada para definir el incremento de orden i m p l i c a d o por Ia organizacin? Para resolver este pro-b lema, Foerster emple el concepto de redundancia, definido matemticamente en la teora de la informacin por Claude Shannon y que mide el orden relativo del sistema en relacin con el mx imo desorden posible en el mismo. 2 0

    Con el tiempo, este planteamiento se ha visto superado por las nuevas matemticas de la complej idad, pero a finales de los aos cincuenta, permit i a Foerster desarrol lar un pr imer mode-lo cuali tat ivo de autoorganizacin en los sistemas vivos. Acu la expresin orden desde el ruido para ind icar que un s istema auto-organizador no importa simplemente orden desde su en-torno, s ino que absorbe mater ia r ica en energa y la integra en su propia estructura, aumentando as su orden interno.

    Durante los aos setenta y ochenta, las ideas clave de este mo-delo in ic ia l fueron redefinadas y elaboradas por investigadores en varios pases, quienes exploraron los fenmenos de autoorga-n izac in en muchos sistemas distintos, desde los muy pequeos hasta los muy grandes: I lya Prigogine en Blgica, He rmann H a -ken y Manfred E igen en Alemania, James Lovelock en Inglaterra, L y n n Margul is en Estados Unidos, Humberto Maturana y F r a n -cisco Vare la en Chi le . 2 1 Los modelos resultantes de los sistemas autoorganizadores comparten ciertas caractersticas clave, que son los ingredientes bsicos de la emergente teora de sistemas vivos, cuya discusin es el objetivo de este l ibro.

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    La primera diferencia importante entre primer concepto de autoorganizacin en ciberntica y los modelos posteriores ms ela-borados, estriba en que stos incluyen la creacin de nuevas estruc-turas y nuevos modelos de comportamiento en el proceso de au-toorganizacin. Para Ashby, los posibles cambios estructurales tienen lugar dentro de un determinado fondo de variedad de es-tructuras y las probabil idades de supervivencia del sistema depen-den de la r iqueza o variedad de requisitos de dicho fondo. No hay creatividad, desarrollo o evolucin. Los lt imos modelos, en cam-bio, incluyen la creacin de nuevas estructuras y modos de compor-tamiento en los procesos de desarrollo, aprendizaje y evolucin.

    Una segunda caracterst ica comn a estos modelos de auto-organizacin es que se tratan de sistemas abiertos operando lejos del equi l ibr io. Es necesario un flujo constante de mater ia y ener-ga a travs del sistema para que tenga lugar la autoorganizacin. La sorprendente emergencia de nuevas estructuras y nuevos mo-dos de comportamiento, que es el sello de la autoorganizacin, se da nicamente cuando el s istema est alejado del equi l ibr io.

    La tercera caracterst ica de la autoorganizacin, comn a todos los modelos, es la interconectividad no-l ineal de los compo-nentes del sistema. Es ta pauta de no-l ineal idad se traduce fsica-mente en bucles de retroal imentacin, y es descrita matemtica-mente en trminos de ecuaciones no-l ineales.

    Resumiendo estas tres caracterst icas de los sistemas autoor-ganizadores, podemos decir que autoorganizacin es la apar ic in espontnea de nuevas estructuras y nuevos modos de comporta-miento en sistemas lejos del equi l ibr io, caracter izada por bucles de retroal imentacin internos y descri ta matemticamente en trminos de ecuaciones no-l ineales.

    E S T R U C T U R A S DIS IPATIVAS

    La pr imera y quizs ms influyente descripcin detallada de los sistemas autoorganizadores fue la teora de las estructuras disipativas de I l ya Prigogine, qu mico y fsico ruso de nac imien-to, premio Nobel y profesor de qu mica f s ica en la Universidad L ibre de Bruselas. Prigogine desarroll su teora a part ir de estu-dios de sistemas fsicos y qumicos pero, segn sus propios re-cuerdos, se vio impulsado a ello tras ponderar la naturaleza de la v ida:

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  • Estaba muy interesado en el problema de la vida (...). Siem pre pens que la existencia de vida nos dice algo muy importante sobre la naturaleza.22

    Lo que ms intr igaba a Prigogine, era que los organismos vi-vos fuesen capaces de mantener sus procesos vitales bajo condi-ciones de no-equil ibr io. Qued fascinado por sistemas alejados del equi l ibr io trmico e in ic i una exhaustiva investigacin para averiguar exactamente qu condiciones precisas de desequil ibrio pueden ser estables.

    El descubrimiento cruc ia l se produjo para Prigogine a pr inci-pios de los aos sesenta, cuando se dio cuenta de que los sistemas que estn lejos del equi l ibr io deben ser descritos por ecuaciones no-l ineales. El claro reconocimiento de la relacin entre lejos del equi l ibr io y no-l ineal idad, abr i a Prigogine una v a de in -vestigacin que cu lm inar a una dcada despus en su teora de la autoorganizacin.

    En orden a resolver el puzzle de la estabi l idad lejos del equi l i -br io, Prigogine no estudi los sistemas vivos, sino que se concen-tr en el fenmeno mucho ms senci l lo de la conveccin trmica conocido como la inestabi l idad de Bnard, considerado actual-mente como un caso clsico de autoorganizacin. A pr inc ip ios de siglo, el f sico francs Henr i Bnard descubri que el calenta-miento de una fina capa de l quido puede or iginar estructuras ex-traamente ordenadas. Cuando el l quido es uniformemente ca-lentado desde abajo, se establece un flujo constante de calor, que se mueve desde el fondo hac ia la parte superior. El l quido en s m ismo permanece en reposo y el calor se transmite nicamente por conduccin. No obstante, si la diferencia de temperatura en-tre la parte superior y el fondo alcanza un determinado valor cr-t ico, el f lujo de calor es reemplazado por una conveccin trmica, en la que el calor es transmit ido por el movimiento coherente de grandes cantidades de molculas.

    En este punto, aparece un m u y sorprendente patrn ordena-do de clulas hexagonales (colmena), en el que el l quido ca-liente asciende por el centro de las clulas, mientras que el l qu i -do ms fro desciende por las paredes de las clulas (ver figura 5 -1 ) . El anl is is detallado de Prigogine de estas clulas de B-nard demostr que, a medida que el sistema se aleja del equi l i -br io (es decir, de un estado de temperatura uniforme a travs del l quido), a lcanza un punto crt ico de inestabi l idad, en el que apa-rece el patrn hexagonal ordenado.23

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    Figura 5-1 Patrn de clulas de Bnard hexagonales en un recipiente cilndrico,

    visto desde arriba. El dimetro del recipiente es aproximadamente 10 cm y la profundidad del lquido 0,5 cm; de Berg (1981).

    La inestabi l idad de Bnard es un espectacular ejemplo de au-i

  • Figura 5-2 Actividad qumica ondulante en la l lamada reaccin Belousov-

    Zhabot inski i ; de Prigogine (1980).

    gine y sus colegas descubrieron que, como en la conveccin de B-nard, este comportamiento coherente emerge espontneamente en puntos crt icos de inestabi l idad lejos del equi l ibr io.

    Durante los aos sesenta, Prigogine desarroll una nueva ter-mod inmica no-l ineal para describir el fenmeno de la autoorga-n izac in en sistemas abiertos lejos del equi l ibr io. La termodin-m i c a c lsica, explica, conduce al concepto de "estructuras en equi l ibr io" tales como los cristales. L a s clulas de Bnard son tambin estructuras, pero de muy distinta ndole. s ta es la razn por la que hemos introducido el concepto de "estructuras disipati-vas" , para enfatizar la n t ima relacin, al pr incip io paradj ica, en dichas situaciones, entre estructura y orden por un lado y dis ipa-cin... por el otro.26 En termodinmica clsica, la d is ipacin de energa en transferencia de calor, f r iccin y dems, se asociaba siempre con prdida. El concepto de Prigogine de estructuras di-sipativas introdujo un cambio radical en esta v is in, demostrando que en los sistemas abiertos, la d is ipacin es una fuente de orden.

    En 1967 Prigogine present su concepto de estructuras d is i -pativas por pr imera vez en un s impos ium Nobel en Estocolmo,2 ' y cuatro aos despus, publ icaba la pr imera formulacin de la teora completa junto con su colega Paul Glansdorff.28 Segn esta teora, las estructuras disipativas no slo se mantienen en un es-tado estable lejos del equi l ibr io, s ino que pueden inc luso evolu-cionar. Cuando el f lujo de materia y energa a travs de ellas au-menta, pueden pasar por nuevas inestabil idades y transformarse en nuevas estructuras de incrementada complej idad.

    El anl is is detallado de Prigogine de estos sorprendentes fe-nmenos demostr que, mientras las estructuras disipativas reci-ben su energa del exterior, las inestabil idades y saltos a nuevas formas de organizacin son el resultado de fluctuaciones inter-

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    nas, ampl i f icadas por bucles de retroal imentacin posit iva. As, la ampl i f icacin de la retroal imentacin expansiva, que hab a sido tradicionalmente contemplada como destructiva en cibern-tica, aparece como fuente de un nuevo orden y complej idad en la teora de las estructuras disipat ivas.

    T E O R A L S E R

    Al pr incip io de los aos sesenta, al m ismo tiempo en que I l ya Prigogine descubra la crucia l importancia de la no-l ineal idad para la descripcin de los sistemas autoorganizadores, el fsico Herman Haken en Alemania llegaba a una conclusin muy s imi lar en su es-tudio de la fsica de los lseres, que acababan de ser inventados. En un lser, se combinan ciertas circunstancias especiales para pro-duci r una transicin de luz normal de lmpara, que consiste en una mezcla incoherente (desordenada) de ondas luminosas de dife-rentes frecuencias y fases, a luz lser coherente, consistente en una n ica, cont inua y monocromtica serie de ondas.

    La alta coherencia de la luz lser se debe a la coordinacin en-tre las emisiones luminosas de los tomos indiv iduales del lser.

    Haken descubri que esta emis in coordinada, que or ig ina la apar ic in espontnea de coherencia u orden, es un proceso de autoorganizacin y que es necesaria una teora no-l ineal para describir lo adecuadamente. E n aquellos das mantuve muchas discusiones con varios tericos norteamericanos, recuerda H a -ken, que estaban tambin trabajando en lseres pero con una teora l ineal y no se daban cuenta de que algo cualitativamente nuevo estaba ocurriendo.29

    Cuando el fenmeno lser fue descubierto, se interpret como un proceso de ampl i f icac in, que E inste in haba ya descrito en los pr imeros aos de la teora cunt ica. Los tomos emiten luz al ser excitados, es decir, cuando sus electrones han sido ascendidos a rbitas superiores. Al cabo de un tiempo, los electrones descien-den espontneamente a rbitas inferiores y en el proceso emiten energa en forma de pequeas ondas lumn icas. Un rayo de luz or-d inar ia consiste en una mezcla incoherente de estas minsculas ondas emit idas por tomos indiv iduales.

    Ba jo especiales circunstancias, no obstante, una onda lumino-sa pasante puede estimular -o como Einstein deca, i n d u c i r - a un tomo excitado a emit ir su energa de tal modo que la onda de luz se ampl i f ique. Es ta onda ampl i f icada puede, a su vez, estimular

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  • a otro tomo a ampl i f icar la an ms, hasta que finalmente, se pro-duzca una avalancha de ampl i f icaciones. E l fenmeno resultante recibe el nombre de ampl i f icacin de la luz a travs de emis in es-t imulada de rad iac in, lo que dio origen a las siglas L A S E R . *

    El problema de esta def inic in es que diferentes tomos en el mater ial del lser generarn simultneamente diferentes avalan-chas de luz que sern incoherentes entre s. Qu hacen entonces - s e preguntaba H a k e n - estas ondas desordenadas para combi-narse y producir un f lujo n ico y coherente? Hal l el camino ha-c ia la respuesta gracias a la observacin de que un lser es un s is-tema mult ipart icular lejos del equi l ibr io trmico.30 Necesita ser bombeado desde el exterior para la excitacin de los tomos, que entonces i r rad ian energa. H a y pues un f lujo constante de energa a travs del sistema.

    Mientras estudiaba intensamente este fenmeno durante los aos sesenta, Haken descubri varios paralel ismos con otros siste-m a s alejados del equi l ibr io, lo que le l lev a especular que la transi-c in de luz normal a luz lser poda ser un ejemplo de los procesos de autoorganizacin tpicos de los sistemas lejos del equi l ibr io.3 1

    Haken acu el trmino sinergtica para indicar la necesi-dad de un nuevo campo de estudio sistemtico de dichos procesos, en los que las acciones combinadas de mlt iples partes ind iv idua-les, como los tomos de un lser, producen un comportamiento coherente del todo. En una entrevista concedida en 1985, Haken explicaba:

    En fsica, existe el trmino efectos cooperativos, pero se usa principalmente para sistemas en equilibrio trmico (...). Pens que deba acuar un trmino para la cooperacin [en] sistemas alejados del equilibrio trmico (...). Deseaba enfatizar que necesitamos una nueva disciplina para tales procesos (...). As podramos ver a la sinergtica como la ciencia que trata, quizs no exclusivamente, el fenmeno de la autoorganiza-cin.32

    En 1970, Haken publ icaba su completa teora no-l ineal lser en la prestigiosa enciclopedia fsica a lemana Handbuch der Phi-s ik.3 3 Tratando al lser como un sistema autoorganizador alejado del equi l ibr io, demostraba que la accin lser se produce cuando

    * En el original, Light Amplification through Stimulated Emission of Ra-diation (las maysculas y el subrayado son aadidos). (N. del T.)

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    la intensidad del bombeo exterior a lcanza un cierto valor crt ico. Debido a la especial d isposic in de espejos en ambos extremos de la cavidad del lser, slo la luz emi t ida m u y cerca de la d i reccin del eje pr inc ipa l de ste puede permanecer en la cavidad por t iem-po suficiente para producir el proceso de ampl i f icac in, mientras que todas las restantes series de ondas son e l iminadas.

    La teora de Haken deja claro que, si bien el lser precisa de un enrgico bombeo desde el exterior para permanecer en un estado lejos del equi l ibr io, la coordinacin de emisiones es producida por la propia luz lser; se trata pues de un proceso de autoorgani-zacin. Haken llegaba as independientemente a una descripcin precisa de un fenmeno de autoorganizacin de la clase que Pr i -gogine l lamar a una estructura disipat iva.

    Las predicciones de la teora lser han sido veri f icadas en gran detalle y gracias al trabajo pionero de H e r m a n n Haken , el lser se ha convertido en una importante herramienta para el es-tudio de la autoorganizacin. En un s impos ium en honor de H a -ken en ocasin de su sexagsimo aniversario, su colaborador Ro-bert G r a h a m renda as homenaje a su trabajo:

    Una de las grandes contribuciones de Haken ha sido el reco-nocimiento de los lseres no slo como herramientas tecnolgi-cas extremadamente tiles, sino tambin como sistemas fsicos interesantes por s mismos, capaces de ensearnos lecciones im-portantes (...). Los lser ocupan un espacio muy interesante entre los mundos cuntico y clsico y la teora de Haken nos dice cmo estos mundos pueden ser conectados (...). El lser puede situarse en la encrucijada entre fsica cuntica y clsica, entre los fenmenos en equilibrio y en no-equilibrio, entre las transiciones de fase y la autoorganizacin y entre la dinmica ordinaria y la del caos. Al mismo tiempo, es un sistema que po-demos comprender a la vez en los niveles microscpico-cunti-co-mecnico y clsico-macroscpico. Es un firme terreno para el descubrimiento de conceptos generales de fsica del no-equili-brio.34

    HYPERCICLOS

    Mientras que Prigogine y Haken llegaron al concepto de auto-organizacin a travs del estudio de sistemas fsicos y qumicos que atraviesan puntos de inestabi l idad y generan nuevas formas

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  • de orden, el b ioqumico Manfred E igen uti l iz el m ismo concep to para arrojar luz sobre el rompecabezas del origen de la vida, Segn la teora darwin iana corriente, los organismos vivos se for-mar an desde el caos molecular a travs de mutaciones aleato rias y seleccin natural . No obstante, se ha sealado a menudo que la probabi l idad de que aparezan incluso simples clulas de este modo durante la edad conocida de la T ie r ra es cada vez ms remota.

    Manfred E igen, premio Nobel de Q u m i c a y director del Insti-tuto Max Planck de Q u m i c a F s i ca de Gttingen, propuso a prin-cipios de los setenta que el origen de la v ida sobre la T ie r ra podra ser el resultado de un proceso de organizacin progresiva en sis-temas qumicos alejados del equi l ibr io, involucrando hyperci-clos de bucles de retroalimentacin mlt iples. E igen , en efecto, postulaba una fase prebiolgica de evolucin, en la que los proce-sos de seleccin ocurr i r an en el mbito molecular como propie-dad mater ial inherente en sistemas de reacciones especiales,35 y acuaba el trmino autoorganizacin molecular para describir estos procesos evolutivos prebiolgicos.36

    Los sistemas de reacciones especiales estudiados por Eigen son conocidos como ciclos catalt icos. Un catal izador es una substancia que incrementa el nivel de una reaccin qu mica , sin cambiar en s m i smo durante el proceso.

    Las reacciones catalt icas son procesos cruciales en la qu mi -ca de la v ida. Los catalizadores ms comunes y eficientes son los enzimas, componentes celulares esenciales que promueven pro-cesos metablicos vitales.

    Cuando en los aos sesenta E igen y sus colegas estudiaban las reacciones catalt icas incluyendo enzimas, observaron que en los sistemas bioqumicos alejados del equi l ibr io, por ejemplo los s is-temas expuestos a flujos de energa, se combinan diferentes reac-ciones catalt icas para formar redes complejas que pueden conte-ner bucles cerrados. La f igura 5-3 muestra un ejemplo de una de estas redes catalt icas, en la cual quince enzimas catal izan sus mutuas reacciones, de modo que se forma un bucle cerrado o reaccin catal t ica.

    Estos ciclos catalt icos son el centro de los sistemas qumicos autoorganizadores tales como los relojes qumicos, estudiados por Prigogine, y tienen tambin un papel esencial en las (uncio-nes metablicas de los organismos vivos. Son notablemente esta-bles y pueden persistir bajo un ampl io abanico de condiciones.37 Eigen descubri que, con el t iempo suficiente y un flujo continuo

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    de energa, los ciclos catalt icos tienden a entrelazarse para for-mar bucles cerrados en los que los enzimas producidos en un c i -clo actan como catalizadores del c ic lo subsiguiente. Acu el trmino hyperciclos para tales bucles, en los que cada vnculo es un cic lo catalt ico.

    Los hypercic los resultan ser no slo notablemente estables, sino capaces de autorreproducirse exactamente y de corregir errores de reproduccin, lo que s igni f ica que pueden conservar y transmit ir in formacin compleja. La teora de E igen demuestra que esta autorrpl ica -b ien conocida en los organismos v ivos-puede haber ocurr ido en sistemas qumicos antes de que apare-ciera la v ida, con anterioridad a la formacin de la estructura ge-ntica. Estos hyperciclos qumicos seran pues sistemas autoor-ganizadores que no pueden ser denominados vivos, por carecer de algunas caractersticas clave para la v ida, pero que no obstan-te deben ser vistos como precursores de los sistemas vivos. Segn esto, la v ida tendra sus races profundas en el reino de la mater ia muerta.

    Una de las ms notables propiedades emuladoras de v ida de

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  • los hyperciclos es que son capaces de evoluciona] - pasando por inestabil idades y creando sucesivos niveles ms elevados de orga-n izac in, que se caracterizan por una diversidad creciente y una gran r iqueza de componentes y estructuras.38 E igen seala que los nuevos hyperciclos as creados pueden competir por la selec-c in natural y se refiere explcitamente a la teora de Prigogine para describir todo el proceso: La ocurrencia de una mutacin con ventaja selectiva corresponde a una inestabi l idad, lo que pue-de ser explicado con la ayuda de la teora]... de Prigogine y Glansdorff .3 9

    La teora de los hyperciclos de Manfred E igen comparte con la de las estructuras disipativas de I l ya Prigogine y con la teora lser de Hermann Haken los mismos conceptos clave de autoor-ganizacin: el estado de alejamiento del equi l ibr io del sistema, el desarrol lo de procesos de ampl i f icacin mediante bucles de re-troal imentacin posit iva y la apar ic in de inestabil idades que conducen a la creacin de nuevas formas de organizacin. Ade-ms , E igen dio el paso revolucionario de adoptar un plantea-miento darwin iano para descr ibir los fenmenos de evolucin en el nivel prebiolgico y molecular.

    AUTOPOIESIS: LA ORGANIZACIN DE LO VIVO

    Los hyperciclos estudiados por E igen se autoorganizan, se autorreproducen y evolucionan, pero aun as dudamos en deno-minar vivos a estos ciclos de reacciones qumicas. Qu propie-dades, pues, debe poseer un sistema para poder ser considerado verdaderamente v ivo? Podemos establecer una clara dist incin entre sistemas vivos y no vivos? C u l es la conexin precisa entre autoorganizacin y v ida?

    Estas eran las cuestiones que el neurocientf ico chi leno Humberto Maturana se planteaba durante los aos sesenta. T ras seis aos de estudio e investigacin en biologa en Inglaterra y Estados Unidos, donde colabor con el grupo de Warren M c C u -l loch en el M I T * y se vio fuertemente inf luenciado por la cibern-t ica, Maturana regres a la Universidad de Sant iago en 1960. Al l se especial iz en neurociencia, y en particular, en el estudio de la percepcin del color.

    Dos cuestiones capitales cr istal izaron en la mente de Matura-

    *Massachusetts Instituto of Technology. (N. del T.)

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    na como consecuencia de su investigacin, como l m i s m o re-cuerda: Entr en una si tuacin en la que mi vida acadmica que-d d iv id ida y me orient hac ia la bsqueda de respuestas a dos cuestiones que parecan conducir en direcciones opuestas, a sa-ber: " C u l es la organizacin de lo v ivo?" y " Q u sucede en el fe-nmeno de la percepcin?"4 0

    Maturana se debati con estas cuestiones durante casi una dcada y su rasgo genial consiste en haber hal lado una respuesta comn a ambas. Al conseguirlo, hizo posible la un i f icac in de dos tradiciones de pensamiento sistmico que hab an estado de-dicadas al estudio de fenmenos desde los dos lados de la div is in cartesiana. Mientras los bilogos organicistas hab an explorado la naturaleza de la forma biolgica, los cibernticos intentaban comprender la naturaleza de la mente. Maturana se dio cuenta a finales de los aos sesenta de que la clave de ambos puzzles esta-ba en la comprensin de la organizacin de lo vivo.

    En el otoo de 1986, Maturana fue invi tado por He inz von Foerster a incorporarse a su grupo interdiscipl inar io de investi-gacin en la Universidad de I l l ino is y a part ic ipar en un s impo-s i um sobre cognicin en Chicago unos meses despus. E l l o le br ind una oportunidad ideal para presentar sus ideas sobre la congnicin como fenmeno biolgico.41 C u l era la idea central de Maturana? En sus propias palabras:

    Mis investigaciones sobre la percepcin del color me lleva-ron a un descubrimiento que result extraordinariamente im-portante para m: el sistema nervioso opera como una red cerra-da de interacciones, en Ia que cada cambio de las relaciones interactivas entre ciertos componentes, resulta siempre un cam-bio de las relaciones interactivas de los mismos o de otros com-ponentes.42

    De este descubrimiento Maturana sac dos conclusiones, que a su vez le br indaron las respuestas a sus dos cuestiones pr inc ipa-les. Part i de la hiptesis de que la organizacin ci rcular del sistema nervioso es la organizacin bs ica de todos los organis-mos vivos: Los sistemas vivos (...) [estn] organizados en un pro-ceso causal c i rcu lar cerrado, que permite el cambio evolutivo de modo que la c i rcu lar idad sea mantenida, pero que no admite la prdida de d icha circular idad.4 3

    Puesto que todos los cambios en el sistema se desarrol lan dentro de esta c i rcu lar idad bsica, Maturana argumentaba que

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  • los componentes que especif ican la organizacin c i rcular tam-bin deben ser producidos y mantenidos por sta, l legando a la conclusin de que dicho patrn de organizacin, en el que la funcin de cada componente es ayudar a producir y transformar a otros componentes, manteniendo al m ismo tiempo la c i r