Prieto-Por Estas Regiones Que No Quier - Guillermo Prieto

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por escritor mexicano Guillermo Prieto

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Estos cuadros de costumbres patentizana un testigo incapaz de desprenderse desu talante autobiográfico y que, portanto, se sumerge con su yo —real eimaginario— en el acontecer y en elregistro de ese acontecer, que es súbitoy duradero, entrañable y conflictivo.

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Guillermo Prieto

Por estas regionesque no quiero

describirAlgunos cuadros de costumbres

ePub r1.0IbnKhaldun 19.10.15

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Título original: Por estas regiones que noquiero describirGuillermo Prieto, 2013

Editor digital: IbnKhaldunePub base r1.2

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De la época santanista

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Literatura nacional

(Cuadro de costumbres)[1]

No es mi ánimo sacar en este artículo aluz mi erudición periodística, citando aAddison, martirizando a Jouy, yaventurando magistrales comentarios alinmortal Fígaro y al sesudo MesoneroRomanos.

Los cuadros de costumbres son

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hijos legítimos del periodismo, como laempleomanía, de las revoluciones;mejor dicho, el primitivo pensamientofilosófico degeneró en una especie decomodín, para llenar las insaciablescolumnas de un periódico. De ahínacieron esa multitud de artículosestrambóticos, caracteres, tipos, reseñasy bosquejos: de ahí se criaron recursospara acallar las exigencias del cajista ydel editor desinteresado y filántropo.

Los cuadros de costumbres entodos los países ofrecen dificultades,porque esas crónicas sociales, sujetas alanálisis de todas las inteligencias, esosretratos vivos de la vida común, quepueden calificarse de una sola ojeada,comparándolos con los originales,

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requieren de sus autores, observaciónprolija y profunda del país en queescriben, tacto delicado para presentarla verdad en su aspecto más risueño yseductor, y un juicio imparcial, enérgicoy perspicaz, que los habilite para ejercercon independencia y tino la arduamagistratura de censor.

Si en todos los países, repetimos,ofrecen dificultades estos trabajosmorales y literarios, en México más, porrazones que se palparán a primera vista.

Una generación nueva, europea, delo más atrasado de Europa, vino ainjertarse con la punta del sableconquistador en otra sociedad, si biencivilizada a su manera, es forzosoconfesarlo, semibárbara, y hasta cierto

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punto heterogénea con la raza invasora.Los españoles planteaban la

religión como recurso político paraasegurar su conquista; no se valieron delcristianismo como un medio civilizadorpara regularizar las costumbres de lacomunidad.

De ahí es que entre el español ocriollo, y el indio, mediaron casisiempre las relaciones del señor y delesclavo, del caballero y su corcel.

Sea por el espíritu orgulloso eintolerante de dominación, sea por unamera política, los españoles convertíanal criollo en extranjero en el quellamaba su país, inspirándole ideas desuperioridad sobre la clase abyecta aquien debió unirse desde el principio

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con lazo fraternal.Por otra parte, el indio se

convencía de su inferioridad yabatimiento, y aun las imágenescristianas, sustitución ideal y sublime desu culto grosero, eran otros tantosmonumentos que en la tiniebla de susuperstición los hacían aparecer comoverdugos cuando combatían contra lasbanderas españolas.

Causa profundo sentimientorecorrer la historia, y ver citado comoauténtico que Santiago, la Virgen deGuadalupe, la de los Remedios y otrossantos, aparecieran en medio de lashuestes de Cortés y Alvarado: el primersanto como Atila, hollando a suscontrarios con su bridón inteligente y

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cruel, y a la Virgen, símbolo inefable deternura, cegando a los indios con tierraen el calor de la pelea.

Esta diversidad, aun en la creencia,la que existía en las costumbres y elidioma, y la separación que zanjó más ymás la soberbia castellana, hacían queen el desarrollo de las razas susintereses permanecieran disímbolos, yque fueran sus afecciones hipócritas ysuperficiales.

Esta diferencia caracterizó desdetiempo inmemorial la sociedadmexicana, presentando sobre las ruinasrecientes del pueblo azteca el reflejocolonial, descolorido y monótonodurante tres centurias.

De aquí nació que los restos de la

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antigua historia se exhumasen por una yotra mano inteligente, para colocarse,como los ídolos de barro, en un museo,y en las librerías de una partereducidísima de hombres ilustrados.

Como hemos dicho, esta fraccióncriolla no tenía existencia propia, vivíacon el aire de España, descubría sucabeza al nombre del monarca de ambosmundos, y con los escombros de lostemplos y palacios de los aztecasedificaba las casas feudales a losrisibles aristócratas que seimprovisaban de este lado del mar.

La literatura pudo haberconservado ese sacerdocio, recogiendolas reliquias de un gran pueblo quezozobraba en el dominio rudo de los

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hijos de Pelayo; pero la literatura era uneco de España, y la historia hasta elsiglo XVIII, y por decirlo así,conspirando oculta para inquirir laverdad, apareció en extraño clima a lasombra de Clavijero, del diminutoCavo, y de otros.

Hubo uno que otro ingenioesclarecido, que como Góngora yAlzate, quisieron pertenecer a su país;pero era tan reducido su número, tanindiferente su auditorio, que algunos másse conocían en ultramar que en México,en donde más de una vez su talento lespreparó una especie de ostracismo,como sucedió a Gamboa y a Portilla.

Volviendo a mi objeto diré: quesiendo los que hoy nos llamamos

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mexicanos una raza anómala eintermedia entre el español y el indio,una especie de vínculo insuficiente yespurio entre dos naciones, sin nada decomún, su existencia fue vaga eimperfecta durante tres siglos.

La historia de los indios, vista contanta indiferencia por la mayoría, quedóvirgen y estacionaria en algunosarchivos de conventos y algunosgabinetes de recónditos sabios:arrojamos indolentes o despreciadoresal olvido ese tesoro de ciencia y poesíaque después han explotado con más omenos éxito observadores extranjeros, yrompimos ese vínculo, con el queaunque de un modo puramente ficticiopodíamos enlazarnos con los que

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después a la luz sublime de la libertad,llamamos de un modo verdaderamenteirrisorio nuestros hermanos.

Nuestro periodo colonial fue demarasmo y vergüenza, sin costumbres,sin idioma, sin nada propio, conjunto dehipocresía y de avaricia, deinsuficiencia y petulancia, es más bien elsueño que la vida, más la vegetación quela existencia.

Entonces promover cualquier cosaque se pudiese llamar nacional, hubierasido una tentativa revolucionaria; elespionaje organizado por abuso delconfesonario, penetraba hasta el hogardoméstico; la mano de fierro de lapolítica, a un tiempo sutil yconciliadora, hacia insegura y trabajosa

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la respiración de todas las clases; y elojo de buitre del fanatismo, asomadopor entre las verjas de la Inquisición,era una amenaza para el pensamiento yun anatema que nos seguía implacablemás allá de la tumba.

El grito sublime de independenciaparecía habilitarnos para figurar comonación, amalgamar todos los intereses,robustecer y confirmar las creencias deuna sociedad nueva en un mundo virgeny espléndido, revelado a las sociedadescaducas, a la luz de la gloria, y en prode la causa sacrosanta de la humanidad.Como nuestro objeto no es político, poreso no preguntaremos ¿dónde está esaraza de héroes? ¿Por qué se hanfrustrado tantas esperanzas, por qué se

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desvanecieron tan dulces ilusiones?¿Por qué donde existió un bosque delaureles, hay sólo fango y sangre quedejó en pos de sí la discordia fratricida?…

La potencia popular era nula, susoberanía ficticia, en los destinossociales se ha ejercido una especie demonopolio, y nosotros con pocasdiferencias, por impericia, por desdén opor corrupción, continuamos siendoextranjeros en nuestra patria.

Los cuadros de costumbres erandifíciles, porque no había costumbresverdaderamente nacionales, porque elescritor no tenía pueblo, porque sólopodía bosquejar retratos que nointeresasen sino a reducido número de

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personas.¿Cómo encontrar simpatías

describiendo el estado miserable delindio supersticioso, su ignorancia y sumodo de vivir abyecto y bárbaro?

Nosotros, causa de sus males, nosavergonzamos de su presencia, creemosque su miseria nos acusa y degradafrente al extranjero; sus regocijos losvemos con horror, y su brutalembriaguez nos produce hastío…

El resto de las costumbresespañolas también lo ocultamos convergüenza, mientras el ancianovenerable de una familia representa alcélebre «castellano viejo» de Fígaro, elniño mimado de la casa es un lionparisiense almibarado e ignorante, cuyo

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delicado tímpano, acostumbrado a oírmentar los boulevards y los ChampsElisées, se heriría a los nuestros deIxtacalco y Santa Anita. Ésta es la causade la rechifla en contra de los queconociendo la noble misión de formaruna literatura nacional, se hayan referidoen sus composiciones a los objetos quetenían ante los ojos.

¿Quién no llama ordinario y de maltono al poeta que quisiese brindar a suamada, pulque, en vez del néctar deLico? ¿Quién no se horripila con lapintura de una china, a la vez queaplaude ciego a la manola española, yrecorre con placer los cuadrosespantosos de Sue, refiriéndose aaquella familia nauseabunda de Bras

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Rouge y de la Chouett? ¿Será culpa delos escritores hallar en una mesa elpulque junto al champagne, y en unfestín el mole de guajolote al lado delsuculento rosbeef? ¿Será su culpa, queen vez de «La Marsellesa», de «Diossalve al rey», y de todos esos himnosque formulan el regocijo o la plegariasolemne de un pueblo, no tengamosverdaderamente nuestro más que elalegrísimo jarabe? La vergüenza es paranuestros gobiernos, que aún no sabenformar un pueblo; para muchos denuestros hombres, que desdeñanpertenecer a su pueblo; el escritorcumple, porque mientras más repugnanteaparezca su cuadro, será más benéfica lalección que encierre.

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Esos críticos espantadizos y nimiosque ven la superficie de las cosas, quelloran de rabia contra el escritor quehabla en Santa Anita, de juiles y canoas,porque no ve ni sardinas ni góndolas,que no puede hacer que sus actores seanRugieros ni Pietros, porque son y sellaman Juan Antonio o Pedro José; ésosfulminan sus rayos contra el escritor decostumbres, y le agobian con susinsolentes sarcasmos.

Hay otro inconveniente: el númerode las personas que en México lee esreducido, las costumbres comunes aciertas personas se conocen al momento,y la poca frecuencia de leerse estosescritos, hace que se crean llenos dealusiones personales.

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Ésta sin duda es la causa de que loshombres dotados de más elevadoingenio hayan sobresalido, o en lasciencias en el siglo pasado, o en lapoesía religiosa; y que ni los artistas, nilos sabios, presenten nadaverdaderamente nacional.

Este juicio público extraviado hahecho que la literatura dramática hayasido nula, porque poetas como Alarcóny Gorostiza, más pertenecen a Españaque a nosotros. Soria buscaba susasuntos en la historia y las vidas de lossantos, y Calderón revolvía las crónicasextranjeras para poner en escena susgenerosos paladines.

¿Qué sucedió a Rodríguez? Que elsolo nombre de Tezozómoc, puesto a uno

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de sus personajes en El privado…,arrancaba risadas de burla y desprecio.

Sin embargo, se aplauden con furormil insustanciales vaudevilles y otrasobras de pane lucrando de poetasespañoles. Pero no por esto debedesmayar el escritor de costumbres; suscuadros algún día serán como lasmedallas que recuerdan una épocalejana; serán como las señales que hayaido dejando la sociedad al internarse enel laberinto de las revueltas políticas, yque marcaron un día su punto de partida;serán como el tesoro guardado bajo laprimera piedra de una columna, querecuerda a las edades futuras el nombrede la generación que ya no existe.

Si la primera de nuestras

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necesidades, como yo creo, es la de lamorigeración social, si el verdaderoespíritu de una revoluciónverdaderamente regeneradora ha de sermoral, los cuadros de costumbresadquieren suma importancia, aunque nosea más que poniendo a los ojos delvulgo, bajo el velo risueño de laalegoría y entre las flores de una críticasagaz, este cuadro espantoso deconfusión y desconcierto que hoypresentamos.

Entonces el escritor de costumbres,auxiliar eficaz de la historia, guardará elretrato del avaro que se enriqueció conlas lágrimas del huérfano; entonces lacaricatura del rastrero aspirante será unalección severísima; y el chiste cómico

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derramado en la pintura de esos enlacesmercantiles y disímbolos influirá en laventura doméstica.

Si en ese estilo, que pareceinsustancial y grosero, pintamos nuestrasrevueltas, sus resortes secretos, losmóviles recónditos del patriotismofementido, nos aterrarían esasrevelaciones y el toque del pincel delartista vestido de arlequín, sería como lamano de Homodey puesta sobre elhombro de Ezelino de Romano aladvertirle su nombre verdadero.

Cierto es que para esto senecesitaba la pluma de Fígaro; peroestos hombres no nacen en la cuna de lassociedades, y mucho avanzan los queabren una senda, por más que el buen

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éxito no corone sus esfuerzos. Esto esmás noble en México, donde lo queexiste en literatura, bueno o malo, conpocas excepciones, lo decimos conorgullo, es obra de los esfuerzosaislados de una juventud eminentementepatriótica y generosa.

Donde el joven que se lanza a unanueva vía, por mal que lo haga, puedeponerse frente a frente a sus críticos ypreguntarles: ¿quién lo hace mejor?¿Cuál es la herencia que nos legaronnuestros mayores? ¿Qué han hecho esoshombres que sólo murmuran y se llamana sí mismos los luminares de la nación?

Por hoy nadie ha sobresalido en eldifícil género de costumbres; sunovedad, las pocas afecciones que tiene,

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dependen tal vez de la poca habilidad delos escritores, de sus descripciones sinvida, de sus episodios pueriles, de susgracias insípidas y de mal gusto; peroellos han comenzado y deben proseguiren su honrosa tarea, hasta el día quedeponiendo sus plumas humildes ante uningenio rival de Jouy y de Mesonero, alretirarse del escabroso sendero puedandecir satisfechos: nuestros trabajos sedirigieron al bien: éste es nuestropremio: recoge tú los lauros de gloriaque en vano buscamos en la senda, quenosotros pisamos los primeros ennuestro país.

Fidel

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Ojeada al centro deMéxico[2]

El que haya leído con detenimientola novela de Nuestra Señora de Paríspor el inmortal Victor Hugo, jamásolvidará aquella descripción viva,animada y fantástica de la iglesia deNotre Dame, ni aquella omnipotencia deimaginación con que dota de pasiones,por decirlo así, a la arquitectura, defisonomías a sus órdenes, y encuentra en

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los artesones y columnas los rasgoscaracterísticos de una generación o devarios siglos.

Este pensamiento filosófico en símismo me trae alborotadas las mientesdías ha, y los postes de las esquinas ylos canalones de las azoteas, quiero queme revelen la vida, las pasiones, lasmetamorfosis de esta capital que, aunquejoven, ha sido alegre y versátil como laque más, y ha materializado, porexpresarme así, las pasiones y loscaprichos de sus moradores.

Hubo un tiempo de esclavitud y deestupidez; los muladares en las calles loanunciaban, la falta de alumbrado eraprueba inequívoca del oscurantismo, yla persiana del balcón y la celosía de la

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accesoria, era la denuncia de lasuspicacia del sistema virreinal.

El memorable Revillagigedo,nombre que inspira veneración y ternuraa todo buen mexicano, fijó una nuevaera, y la capital dócil participa delsoplo vivífico del genio: los muladaresdesaparecieron, los perros dejaron dehabitar mano a mano con las gentes, losmugidos de las vacas no interrumpieronmás el sueño de los habitantes, losempedrados y banquetas segeneralizaron, y la capital parecía ser ladama favorita del gobernantebienhechor.

Las turbulencias intestinas y lagloriosa lucha de Independencia ibandejando sellos indelebles del

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movimiento intelectual, mojoneras quemarcaban los avances del pensamiento,edificios que materializaban la pugna dedos generaciones con dos creenciasdistintas, que se disputaban el imperiodel continente.

Y aquella capital heterogénea erael símbolo de la heterogénea población;transitaban aquellas banquetas neutraleszapatos tapetados y botas a la napoleonacomo las de Venegas, hombres de calzóncorto y hombres de pantalón de punto, ytal cual chapín entre multitud de breveszapatitos bordados de oro o con ricasmancuernas.

Por último, hablaré de mis tiempos,que es lo más acertado, y desarrollaré siposible me fuere, el pensamiento que

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elegí como exordio de mi artículo.Las calles de México, en su

transformación, me ofrecen unas páginasmateriales, pudieran leerse en ellasnuestras revoluciones, nuestrosdesaciertos, servir de termómetro denuestros atrasos o adelantos, de nuestraspasiones, de nuestros caracteres.

Domina un deseo público,sorprende una novedad, aflige un mal,las calles lo delatarán al momento, losrótulos de las tiendas, las pinturas de laspulquerías.

En 1828. Tienda del saqueo. Caféde los libres, y así sucesivamente.Globos en las ascensiones de Robertsony Lauriat. Pulquería de la Dona, queindica los progresos filarmónicos, la

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guerra con la Francia, el 15 de julio y larevolución última; modistas y cafeterosvenden y proclaman el progreso: estenombre lo fijan en sus puertas, avisancon ello al extranjero el santo del día;Palacio se viste de gala en cadarevolución, y los balcones y ventanas ensus verjas tronchadas ofrecen elrecuerdo de males deplorables ycatástrofes recientes.

Las calles o las casas también sonel espejo de sus dueños: galanas,petimetras y de etiqueta siempre las delcentro: rótulos retumbantes, balconescon bastidores y tiendas a la europea:allí las peluquerías de París, allí BoticaDionisio y Café Paoli; más allá,exposición de pinturas de la place de la

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Vendome y de la mort de Napoleón,retratos de Espartero y de Bellini, laprincesse à cheval y Notre Dame, paraque se entretenga el pueblo devoto; allílos anuncios de «Se corta y se riza elpelo por dos reales», recuerdo de unabenéfica revolución peluqueril; allí lasmáscaras, la ficción, el buen tono,dientes postizos y pelucas quecontemplan los que las tienen naturales,porque quienes las necesitan, buencuidado tienen de comprarlas bajo elvelo del secreto o del anónimo: allí elmacasar y botellas de agua de coloniafigurando al héroe de Santa Helena: allívestidos de máscaras en casa de lasmodistas de París, y gorros de París,papalinas y quitasoles, y pasteles, con

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todo el empaque de los que reza elultimátum; este comercio bulle y comoque se confunde con las vinateríasmexicanas, pulquería de Ocotepec, y lospuestos de chía y de fruta quehumildemente esperan bajo la banquetaa la población mexicana.

Mi descripción por ahora lareduzco al centro de la capital, lo demássería divagarse y confundirse. Aquelloscafés donde los políticos revuelvenperiódicos, sepulcro de tiempo y decréditos, abrigo decente de holgazanes,tabernas de buen tono y recurso derufianes: allí se escuchan planes, sediscute sobre todo, política, literatura,modas; el viejo que bosteza con losendecasílabos del marchante coplero

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que pide vasito de nieve, los jugadoresde ajedrez que olvidan el «otro sí» y el«insértolo a usted por un jaque mate», elque supone vicios a la casada,despropósitos a la doncella y jolgorios ala viuda; todos pululan allí: la puerta lossostiene, los traga y los vomita, y en lacalle dejan su facción que forma unaparte del todo de la fisonomía.

Vamos: imposible parece describireste centro de México, y sin embargotodas las calles tienen su distintivopeculiar: la plaza grandiosa con suopulenta Catedral, tipo de elevaciónsublime, y su parte de ridículo en lafachada del sagrario, con un palacio deconstrucción sencilla, hermosos portalesy un Parían intruso y mal nacido: éste es

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el ridículo de la plaza; allí se exclama:He aquí la Ciudad de los Palacios y laReina de las Américas con la vista a laCatedral: si se ve hacia la plaza delmercado, es otra cosa: allí hierve y searrastra una población degradada yasquerosa: allí se ve un jacalónrepugnante, borrón de México,acusación perpetua de nuestra desidia,el padrón de envilecimiento; hasta loscomestibles expuestos a la vista sondiabólicos, a excepción de la fruta:tripas y menudencias de carneros, unnenepile que no huele a azahar, unosjuiles en sus hojas tostadas, y asaduras,y… temo ofender a mis lectores, ocuando menos dejarlos sin tomarchocolate después de leer mi artículo.

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En cambio, el progreso estáempujando esta crápula, y los andamiosque se ven por la universidad, pareceque aseguran una verdaderaregeneración en este sitio.

Tienen ustedes después losflamencos y bajos de Portacoelimercantiles, llenas las paredes decuadros y rótulos pomposos ydeslumbradores; taciturna la calle deDon Juan Manuel; alegres y aseadas lasde la Monterilla, y los portales deMercaderes y Agustinos, presentando elcuadro viviente que otro escritor hatrasladado a este periódico.

Por fin, el conjunto de las callesdel centro dicen bastante. Esta sociedadconfundida y heterogénea, esta

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frivolidad muestra este ahínco de imitaral extranjero en exterioridades pueriles,y de desatender nuestras positivasconveniencias.

La acción, el movimiento que senota en las calles principales espintoresco y animado: escribanos,ministriles y demás gente de pluma,acechan como cuervos en altura a loslitigantes desde el portal de ladiputación y calles del Arzobispado ySeminario. Landós y simones que giranen todos sentidos; carros de harina queal descargar obstruyen el paso en labanqueta y llenan de polvo a lostranseúntes: dóciles jumentos de calerosque esperan cerca de los andamios lavuelta de sus dueños: indios polleros

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que atraviesan por la mitad de la calle, ylos que venden las jaranitas detejamanil, rasgando alegres sones en lascuatro cuerdas que tiene el instrumento:y los vendedores que se cambian con lashoras y varían las decoraciones de laescena.

Lecheros, carboneros y manitas deseis a diez; de esta hora a la una,pasteles, cabezas, tapabocas; de una atres, fruta, y de esta hora a la oración,dulces, nieve, cuajada, tortillas,hojarascas y mamón de vino y canela.Esto es lo cotidiano, que en la épocaactual, especialmente los viernes, esdistinto totalmente.

La rectitud de las calles del centro,su policía, la suntuosidad de los

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edificios, la riqueza de los carruajes, ladecencia en lo general de losconcurrentes complace y reconcilia connuestro nombre a los viajeros sensatos,que antes de llegar a la plazaatravesaron inmundos barrios, cuyadescripción me reservo para otro día, enque tal vez me será más fácil pulir elimperfecto bosquejo que corto aquí,temeroso de fastidiar a mis lectores.

Fidel

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Ni yo sé qué escribiré[3]

El deseo de escribir sueleconvertirse en una especie de manía ode vicio que lo hace irresistible a vecesla costumbre.

Corto es el preámbulo; pero basta,porque una vez sin traba mi sin hueso,llenaré resmas de papel.

Cuesta tan poco trabajoel escribir desatinos,

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dijo un poeta, y sin que él lo hubieradicho, sabido lo tiene el universo entero.Sin objeto para mi articulillo de«Variedades», ingrato el talento yrebelde la pluma como ella sola,abandoné el escarabajeado papel sobrela papelera, dejé aún húmeda la pluma,y deseando abandonar una atmósfera tansin inspiración, monté en mi rocín, yheme por esos mundos buscandoaventuras sólo por tener algo sobre quéescribir.

La casualidad o no sé qué, llevómecomo sin pensarlo al pueblecito deAzcapotzalco, husmeando asunto por lasegunda parte de mi «Costumbres.Fiestas de indios»; nada menos que eso.Absorto quedeme buen rato en medio de

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la desierta plaza, y por más que llamé enauxilio de mi estéril fantasía todos losrecuerdos de la historia antigua y lasescenas gloriosas de la Independenciarepresentadas en aquel teatro, nadaencontraba que estimulase mi languidez,y que enriqueciera la pobre paleta demis descripciones.

El piar de los pollos, víctimas delos cortesanos, el chirrido de loscarretones con harina y leña que veníana la capital, y tal cual gruñidodesapacible, interrumpían aquel silenciomelancólico.

Dos puestos de chito y una mujerque vendía naranjas, era todo: dejé micaballo, y vagué solo y desconocido porel pueblo.

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El rumor desafinado de una escuelallegó a mis oídos, y sin más, ni más,introdújeme en el establecimiento deeducación.

Una voz clamó: «Alto», y los niñospusiéronse en pie: hableles concortesanía, supliqueles tomasen asiento,y saludé debidamente al preceptor.

Era una pieza pobre, pero enextremo aseada; estaba cubierta debancas arregladas al sistema deLancaster, y los carteles de la enseñanzacon buen orden y arreglo, yacíancolgados en la aliñada pared.

Un movimiento involuntario degozo dio a conocer sin duda misatisfactoria sorpresa; porque, hablo consinceridad, no me figuraba yo semejante

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cosa entre infelices, por lo generalabandonados a un trabajo animal, a unavida sin goces, y mucho menosintelectuales: la memoria de Pestalozzi yde Lancaster allí, era el tributo de unaposteridad inocente, era el incienso dela gratitud en el altar de la indigencia; ypara mí que me enorgullezco y rebosami pecho de entusiasmo y ternura por lospositivos adelantos de mi patria, fue unmomento de felicidad inefable y sincero,fue la complacencia oculta de un padrecontemplando las perfecciones del hijode su amor.

La mayor parte de los niñospertenecían a la clase indígena: unospedazos de gamuza por calzones, unosharapos por camisa, con sus pies en el

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suelo, así los vi; pero con sus Fleuris enlas manos, sus Manuales de urbanidad,etcétera, y guardando un orden ycircunspección superiores a todo elogio.

Encontrábame en aquella posiciónque tan poéticamente describe Filangierien la primera parte de su libro 4.º. de Laciencia de la legislación; hallábamedespués de un camino fatigoso enaquella «vasta llanura cubierta deplantas, esmaltada de flores, regada porsesgos ríos, y dividida en caminosfrecuentados y amenos»: tal era ladisposición de mi espíritu.

Mi conversación con el apreciablepreceptor fue cordial y franca, ydescubrí, lo confieso con gustoparticular, instrucción, finura y

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cualidades recomendables. Él secomplacía con mi entusiasmo, y teníaanhelo por dilatarlo, y por lucir, comoes natural, el fruto de sus tareas. Entretodos los niños, uno de los que másllamó mi atención, fue un chiquitín comode siete años, desnudo casi; pero quepierna sobre pierna leía en libro, y cuyamirada de relámpago, parapetada con eltomo que tenía en las manos, no sedesprendía de mí un solo instante. Leindiqué con la mano que se acercase amí: hízolo venciendo su naturalencogimiento, y cuando lo coloqué entremis brazos, parece que la criatura infeliztemía mancharme. Le dije que leyese:me vio como para cerciorarse de que mifisonomía estaba risueña, y se soltó el

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primoroso muchacho como punto demedia.

Temblaba su pequeño dedo índiceal señalar las letras; pero supronunciación era correcta, lasinflexiones de su voz con rigideznotaban la ortografía, leía bien, muybien; yo lo alcé en mis brazos, y elindito reía de placer: mis ojosderramaban lágrimas.

Otros niños hicieron cuentas,relataron la gramática y trozos delRipalda… Yo, yo soy mexicano conletra mayúscula, ¿podía dejar de tenersumo contento?

El preceptor me dijo que no sóloaquel establecimiento había en elpueblo, que existían otros igualmente

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concurridos, y una escuela de niñasabsolutamente bajo el mismo métodoque la suya. Sin embargo, después hellegado a cerciorarme que estosestablecimientos, que estos honrososafanes son debidos en su mayor parte aun individuo solo, cuyo nombre norecuerdo, aunque es muy digno de mimemoria.

Este sujeto, teniendo que luchar abrazo partido con las preocupaciones delos padres de familia, con su indolenciahabitual y con otras causas quefácilmente se adivinan, cultiva unosplanteles que mejorarán en breve laclase embrutecida de jornaleros que pordesgracia hay aún en las haciendas delos contornos de México.

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Don Juan de la Sagra, hablando deinstrucción pública, calcula que la buenaeducación de un niño, aun en medio desu familia ignorante, influyepoderosamente en la mejora de lascostumbres generales. ¿Cómo no ha deescuchar un padre con embelesolecciones de la boca de su mismo hijo?¿Cómo no ha de sentir una complacenciaque lo haga amar la sociedad, y loreconcilie con estas clases elevadas, dequienes en un tiempo sólo recibiódegradación y vilipendio?

Filangieri en su excelente tratadosobre educación, divide el pueblo endos clases: la que sirve al Estado consus brazos y la que lo sirve con sustalentos; y creo deber llamar la atención

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sobre aquella primera clase, porque enello recibirían un bien nuestraagricultura y nuestras artes, y por salvarde la abyección en que se hallan a losagricultores justamente apreciados yobjeto de los desvelos de los gobiernoscultos.

El corto tiempo que duré enAzcapotzalco no me permitióinformarme sobre los fondos con quecuentan aquellos establecimientos; perosí noté que eran pobrísimos, por laescasez de útiles de primera necesidad;y también porque supe que su generosoprotector muchas veces hace los gastosde su bolsillo, teniendo personalmenteque rogar a carpinteros y albañilescontribuyan con su trabajo.

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Vi también en la escuela dostribunas portátiles de madera que debenllevarse a la parroquia los domingos,para que los niños durante la cuaresma,expliquen al pueblo la doctrina; en fin,vi progreso, conatos de adelanto que elgobierno y el excelentísimoAyuntamiento se honrarán con sufomento y propagación.

Y por último, a ese semillero devirtudes filantrópicas, a esa sociedadlancasteriana de México, a quienessomos deudores de tantos beneficios,llamamos la atención sobre losestablecimientos de Azcapotzalco, paraque no dejen destruir unos plantelesutilísimos, para que haga ingresar en suseno al hombre laborioso y honrado que

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ha dado existencia a aquellosestablecimientos primarios, yfinalmente, para que los sabios que en lareferida compañía existen, discutan yformen un plan de la instrucción de esaprimera clase, de quien con tanto aciertoy prolijidad se ocupa el referidoFilangieri.

Fidel

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Corpus. Año de 1842[4]

Cuando adormido en ilusionesfelices llego a considerar que estosarticulillos, parte de mi humildefantasía, pueden convertirse con eltiempo en objetos de utilidad y deinterés; cuando el transcurso de los añosles comunique el prestigio que tiene lopasado y se consideren con lacuriosidad que una medalla deforme, oel idolillo de tosco barro, o como la del

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jeroglífico medio borrado de una ruina;entonces el fuego de la inspiración seapodera de mi alma, vuela, suelta mipluma, y en el horizonte inmenso de lofuturo, tiendo la vista con íntimasatisfacción.

La antigua Colonia no puede aúnarrojar la vestidura que heredó de susconquistadores: la civilización y susprogresos son los ricos géneros de quehabla Horacio. Zurcidos en el sayalgrosero, nunca se conoce más lafisonomía peculiar de nuestro puebloque en las festividades religiosas; estesentimiento que nace con nosotros y serobustece con los días; esta creenciasublime que enjuga las lágrimas delmendigo y abate el orgullo del opulento;

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esta creencia que tiene un prestigioomnipotente, realce y grandeza entre laspersonas virtuosas e ilustradas yridiculez y supersticiones entre el vulgo,se muestra a los ojos en una festividadcomo la de Corpus: pero empecemospor partes, que éste no es discurso sinocuadro, y los repiques a vuelo de lascampanas y las salvas de artillería meinterrumpen, y conviene otro estilo a minarración.

«Válame Alá, si Alá es Dios»:jácara y bullicios, sombrero canteado ypuro en boca, descanse el brazo diestroen el emboce de mi capa y echemos aandar y a decir lo que vemos, que éstees nuestro oficio y no deja de estarexpuesto a malignas interpretaciones.

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La antigua vela está tendida portodo el camino de la procesión, salvo untrecho que ocupa otra vela sustituta,porque el tal trecho, se metió, como a míme sucede a veces, en negociospolíticos, y paf, la dejaron como arnero:muebles por este tenor hacen el gasto enlas revoluciones. Tómese ésa por salirsede su quicio y querer figurar en lahistoria.

El celo cristiano de barrenderas yporteros se ha despertado con las salvasy repiques, y para mostrarlo de bulto, noriegan, sino empapan, con un entusiasmosanto, el frente de sus casas.

Atraviesan con rapidez las callesdel centro los lacayos, costureras ypeluqueros; quién lleva entre manos las

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botas remozadas del apuesto empleadoque saldrá lujoso a despecho de sucasero, con temor del sastre y envidia desus numerosos acreedores; cuál vuelacon la fementida peluca de tal ministro omagistrado que pasa por joven ygalanteador, merced a estos atavíosamovibles, entre los que figura ladentadura; tal lavandera lleva pendientedel brazo un racimo de enaguas dearmar, delación imprudente de lasflaquezas de la señorita su dueña, que apoco aparecerá gruesa y pomposa,merced al Parián ambulante que ocultacon sigilo su falda de seda o muselina.¡Oh Dios mío, qué trajín, qué boruca,qué guirigay!

En las bocacalles están agolpados

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los coches y en suelta y despiadadacharla los conductores, que acosan ypellizcan a las mandaderas y dicen talescosas que cualquiera que no les viese lacara diría que son calaveras, mocitos ala dernier los que forman corrillo tanregocijado.

Pasa el tiempo, las tropas esperanimpertérritas la salida de la procesión;el populacho forma círculo alrededor delas músicas militares y la artillería;ondean las cortinas en los balcones;juega el viento con los dócilesgallardetes de las torres y la escena sevuelve más variada y adquiere nuevavida.

Atraviesan las calles despavoridoslos comparsas, los altos personajes y

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todos los que de uniforme debenconcurrir a la función.

Tal empleado entra en un zaguán acomponerse el cinto, corrido de lazancadilla que le dio el espadín: tal otroagrega al sombrero una póliza o uncertificado para que no se le venga a losojos: otro llama a un chico de la calle aque le ate una pealera, porque llevaocupada una mano, con un enormebastón, y la otra deteniendo el colosalespadín que arrastra por el entarimado.¡Oh qué caricaturas, Dios mío! ¡Quémilitar sale con tantas ojeras, merced ala mala noche que pasó, pensando en laarruga de la espalda de la piqueta y enlo rebelde de la visera del chacó! ¡Quésubteniente sale airoso de una barbería

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votando y escupiendo por el colmillo,para disimular el encogimiento y elembarazo con que lleva el peti queremató la víspera en el Portal deMercaderes, de un retirado enjuto decarnes, y pequeño de talla!

La valla de soldados está puesta, yde distancia en distancia los oficiales,vigías de los balcones del frente, o bienentre las filas en charla o satisfaciendoel apetito con pasteles y licor, que encopa, adquiere legalidad y buen tono.

Sale la comitiva del Palacio, truenala artillería, las campanas proclamanpor cien bocas que la solemnidadcomienza; se agolpa la gente al templo yallí principian entre los condecoradosconcurrentes las disputas sobre asuntos

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y distinciones pueriles: eso sí: somosrepublicanos y quien dijere lo contrario,miente.

Comienza la misa; los padres de laepístola y evangelio acreditan que no leses desconocida la música italiana, ymientras suspiran cromáticos ycalderones, juega distraído el militarcon el bastón o asesta sus tiros a lachina jaleadora y mojigata que se halla asu espalda; el empleado pacífico formainventario de los candelabros y vasos deoro y plata, y los magnates ven la carade su excelencia y remedan conexageración sus actitudes paragranjearse su favor.

Entretanto el gentío crece: por lascalles, zaguanes y tiendas están

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cubiertos de sillas y bancas dondereposa la matrona de saya de alepín,zapato de punta redonda y mantilla detul, de zorongo y con un falderito allado, chulísimo. El honrado tendero estáallí de capa de cuello de lobo marino yvueltas encarnadas, y lo que es elexterior sucio y desaliñado, pero en lacamisa su fistol de brillantes. Allí, porfin, está la familia del portero de taloficina de Palacio; él por supuesto, fracy reloj de Evans, sombrero de vicuña defrente a la Profesa; su mujer de enagua ypaño de hilo de bolita, y su chiquillocon un frac que tiene parentesco con sustalones.

Las ventanas son el punto detransición entre dos públicos diferentes;

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en sus fierros están los mocososretozones, terror de fracs y levita,pelando naranjas y comiendo cañas,asidos a las verjas; de allí gritan, silbany forman una salagarda del demonio.

En los balcones brilla y encantanuestro bello sexo

lustre y decoro de la patria mía.

Ricas en adornos, radiantes y bellascomo las hurís de los mahometanos: allíestán: cuál ostentando el hombro y laespalda de marfil, envidia y origen delos malos pensamientos del corrillo deestudiantes que la contempla. Otra,meditabunda y romántica, a la espaldadel esposo letrado, hace seña al oficial

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ad honórem que se retire, pues no es deaquel paraje mostrar que no guarda eldécimo artículo de la ordenanza deMoisés.

En el balcón que sigue un grupo demuchachas ríe y encamorra, viendo a lacalle a uno de esos entes que comen enlas casas y con el quid pro quo de losprimeros amores.

En tanto las lozas de las banquetasse gastan con las botas de lospetimetres; el faldón cuadrado y elsombrero de ala de terciopelo, elpantalón colán, y esto se mezcla con eltápalo y la mantilla y el paño de lacalandria de la quisquillosa poblana. Enla banqueta y en los quicios de laspuertas, la plebe come y riñe, y se

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empuja, y silba, y tiene sus desahogosinocentes como en todas partes. Mepierdo, y no puedo describir aquellasazoteas coronadas de sombrillas,aquellos edificios que se matizan conlos variados trajes de las gentes; todo essuperior a los colores con que la pobrepaleta de mi imaginación me brinda.

La procesión llega: los batidoresen sus arrogantes corceles rompen congravedad imponente la solemne marcha,y el eco lejano del clarín, y el retumbardel cañón, y el repique a vuelo decampanas despiertan la atenciónuniversal.

Desfilan pacíficas las cofradías,los hermanos con sus farolillos devidrios de colores y sus plumeros

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también de vidrio sutil y flexible, quetiembla y se derrama sobre el farol; sumascada de la india atada en la cabeza,su camisa encarrujada y con bordadosen la pechera, su pantalón de cotonía, enel que hace un bordito imperceptible eltranchete o la daga de aquel cristiano, ysu zapato de herradura: su mujer lleva elsombrero: decidora y altiva, desenvueltay rencillera con cuantos la dicen unchiste o le impiden el paso. En estascofradías van algunos léperosdesaforados, mugrientos y cejijuntos;pero eso sí, todos con una parsimoniaque son la viva parodia de la gente debuen tono.

Síguense las comunidadesreligiosas con sus legos de cabezas a la

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regeneradora, sus hábitos sucios,mustios y taimados; espiando a loszaguanes y ventanas, sonriendo como aexcusas con sus devotas; y lossacerdotes con sus cerquillos rasurados,dejando ver por el holgado manguillo elrico pañuelo que le dio la hija deconfesión, y la camisa, regalo de lamadre sacristana del convento H. Peroyo solo me he prohibido en virtud demis bases hablar de política, y punto enboca.

La marcha enfática de los macerosanuncia la llegada del excelentísimoayuntamiento. (Calma, y advertiré que seme perdone si no lleva el orden debidomi procesión; pero esto no es de lo másesencial: acorto el paréntesis: vamos al

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caso, que llegan los doctores y ésos síme pueden criticar.)

Resto pobre de los sabios adhonórem, y libra y media o dos libras deseda mejor empleadas en cualquiercuriosidad femenil; anacronismo tristeen una época en que ni las bandas son untítulo de valor, ni los capelos desabiduría.

Con finas albas y ricas casullas detisú y oro se presentan los padresrevestidos: se oye el redoble deltambor; la voz enérgica del jefe militargrita, «presenten»: resuenan alegres lasmúsicas sonoras, y bajo el paliomagnífico de seda, resplandece lacustodia: se presenta el Dios de losejércitos, el omnipotente y sublime Dios

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de los cristianos. El gentío enmudece; labandera, signo de victoria, toca sumisael suelo, la tropa se arrodilla, y una nubede incienso se interpone como el lindocelaje ante el sol, entre el concurso y lacustodia de oro que lleva el pastor de laiglesia; varios niños vestidos deángeles, con sus manecitas arrojan floresa su paso. ¡Momento tierno y sublime!¡Momento solemne! ¡Con quéentusiasmo te recuerda mi corazón!

Al Dios de Sabahot, honor y gloria,cantemos su poder y su bondad.

No he fijado la atención sobre la VirgenMaría de los Remedios, porque susalida en el Corpus, si es frecuente, no

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es de constitución.Los colegiales, las oficinas civiles

y militares acompañan a su excelencia,el presidente de la República, o al señorgobernador por falta de aquél,terminando la procesión la marcha detoda la tropa de la guarnición, que seesmera en presentarse con el lujo ydecoro convenientes.

Los señores oficiales, a su modo,ostentan su denuedo en los peligros,como las desigualdades de las banquetaso el desorden en las filas de sussubordinados. ¡Ay del soldado!, aunquesea recluta que pierde el paso osobresale en una vuelta a él: a él seencara el nuevo Bonaparte y le da con elpuño en el pecho, y reniega y jura como

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es forzoso: otros oficiales no, muyadamaditos, de raya abierta y cinturadelgada, marchan a compás viendo losbalcones, y como diciendo, «mírenme,¿verdad que soy bonito?» Los soldadoshacen lo que su jefe, si aquél bota yreniega, ellos acribillan la plebe delentarimado y la que no es plebe, que amí por tanto me sacan un ojo lasbayonetas: los muchachos que están enlos fierros de los balcones; aunque enuna postura diabólica, dicen entre sí,«viva la libertad», como que a ellos nohostilizan los fusiles.

El marcial e imponente sonido delos clarines se escucha; la gente sereplega a las aceras, y se fija la atenciónen el guerrero que con maña, acosa a su

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caballo para que se deshaga en saltos ycorvetas, sofrenan los soldados, searremeten, atropellan gente, y la plebeembobada los sigue en desorden ygritería.

La estufa del Santísimo va detrás, ylos coches de las personas principales.

Terminada la procesión, lossimones y demás coches que hanpermanecido estacionarios, se mueven,se disputan los cocheros la primacía,rechinan ejes y lanzas; rómpenseestribos y es un campo de Agramante.Esto recuerda que los soldados nacieronpara los cocheros; como el indio para elburro, y el usurero para el empleado.

La multitud se dispersa; y elcondescendiente padre de familia, con

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su cara mitad y su prole antojadiza, sedirige a los puestos de fruta de la plazaprincipal y portales.

Allí a los niños festejosos lescompran sus huacalitos adornados deretamas y claveles, y sus tarascas decartón; allí es el bullicio de criadas ylacayos, mientras el aislado solterotiende su pañuelo y escoge los mameyesy olfatea y busca lo áspero de la cortezadel melón y envuelve en un vale dealcance su media libra de dátilessabrosos.

Al tornar a sus casas, la vela estáen tierra, y la enredan con cuidadomultitud de peones que hacenintransitable la calle, después decambiada repentinamente la decoración;

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atraviesan caballos, carruajes y plebeque en murmuraciones de lo que vio enla mañana, se dirigen al paseo deBucareli para completar la diversión deldía.

Fidel

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Cumpleaños[5]

El día en que a la petimetra se lecae un diente, el día en que el apuestolechuguino descubre alguna cana querevele impertinente la antigua fecha desu fe de bautismo, es día de mal agüero,es día de reflexiones melancólicas queterminan con el lúgubre: «Acuérdate queeres polvo», que tan poca gracia leshace a los que toman ceniza, aunque porfortuna algunos no la necesitan, merced

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al lodo que mancha sus frentes.Semejante a aquel recuerdo

desgraciado, dígolo por mí, es elinflexible anuncio del calendario, quenos dice: Tienes un año más, has subidoun escalón para tocar en la cima; enplata tienes un año menos de vida: ymaldita la gana que te asiste de visitar latumba, por más que embellezcan SantaPaula, y se vaya extendiendo el buengusto en esto de inscripciones.

Todo puede ser, quizá para hacerolvidar al paciente estas sombríasreflexiones el día de cumpleaños, desdela humilde choza del mendigo hasta elalcázar del prestamista, se regocijan yhay batahola, y bota, y fandango, queaquí en mi tierra en esto de perder el

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tiempo y gastar el dinero en pitos yzarandajas, nos pintamos como nosotrossolos.

Dígalo mi primo PascualChinchorrillo, que pobre como militarretirado y con más deudas que el erarionacional, en viendo en el calendario loque él llama día de su santo, preparatoros y cañas, vende recibos al uno porciento, saca las alhajas de Lucecita delMonte para que a él vayan después de laoctava; calza sus angelitos, se compraazarcón para pintar los ladrillos de lasala, se llama al carpintero para que aguisa de diestro cirujano arregle el piepostizo de la mesa, y ¡Cristo con todos!,manteles largos un día, y… el porvenir«pan y cebolla», como dicen en España;

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porque en habiendo amor, hay todo;comer un día y ayunar ciento, y ellosdicen: «Sólo lo que se come se gana; yquien adelante no mira, atrás se queda».

Limpias las vidrieras, maqueado elsuelo, provistas de aseada ropa lascamas, y atrincheladas en una rinconeralas botellas de licor, la adobera dequeso, y otros artículos, se forma unministerio compacto, que preside miprimo; mi prima, que funge de ministrodel interior, la cocinera de hacienda, unavecina del exterior, y diremos deinstrucción la abuela de los infantes, quelos consiente, al fin madre, ycumplimenta al señor prebendado yotras visitas de etiqueta.

Una modesta alocución de mi

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primo descubre el mal estado de susbolsillos: se cuenta en dos por tres eldinero, porque al fin, para qué es tinteroni papel para tan poca cosa; y con esteaviso proceden a formar la lista deartículos para la comida.

Disuelta la junta, sale en pos decomestibles la cocinera, mi prima pegalos brazos flojos de las sillas, sacuderoperos y perchas, arrincona santos demala talla o peores marcos, rebana elqueso, ordena las cosas, entretanto lavecina pasa recados, que aunque paradar días no se convida, etcétera,amonesta la vieja a los chicuelos, esenseña cómo se saluda, y emprende lagrande obra de la regeneración conaquellos ángeles cabezudos y

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malcriados desde que vieron la luzpública.

A mí me convidaron con particularinstancia; no pude resistir, y asido delbrazo de mi primo que me llevaba aremolque desde la calle, me presenté ensu morada. Tocamos el portón, y unconcierto de falderos que nuncaenronquecen, respondió a nuestrosgolpes. ¡Allí fue Troya! Salió Lucecita:llamaba por sus nombres a los canes; losanimalitos nada, pegaban la barriga alsuelo, me veían vacilando, y mostrabansus voraces dientes, y prorrumpían enestupendos ladridos; los muchachosreían, y la abuelita entre toses y saludosquería ahuyentar aquella irrupción de lapuerta.

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—Bien, ¿y a usted?—Bien; no hacen nada; pase usted.

¡Fuera!—¡Chist! ¡Fuera! Encierra a ese

animal.—¡Polión! ¡Chacho!, ¡Chacho!Resbalando contra la pared,

llenando de cal mi frac de faldón ancho,entré desconcertado a la sala, donderestablecido de mi peligro, saludé con lacortesanía posible a la concurrencia.

La entrada de un barbilampiño enuna sala donde hay buenas mozas ypocos del sexo no hermoso es unaacaecimiento notable: el mirardesconfiado de las viejas, la prevenciónantipática de los ancianos contra las«rayas partidas» y el murmullo y las

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risitas de las muchachas son cosas quedesconciertan a cualquiera.

Mi primo Pascual es hombre que loentiende; soldado de Dios y el rey, ypasan años por él, y él erre que errecontra la ilustración y las herejías que esun contento.

Aquel día era la excepción de laregla, era día de locura y jolgorio paralo que es él. Era un hombre de frenteangosta, y ojos chicuelos y vivarachos,nariz corva y barba hundida, barrigaprominente y pierna enjuta queterminaba en zapato bajo, dentro delcual se veía la media texcocana. Su misade ocho en el altar del perdón, su oficinahasta las dos, su comida, su siesta, susanto rosario, su estación a las ocho, y a

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las diez dormir como podenco parasaludar la aurora como cualquiergolondrina.

Este día era una excepción, comodigo, y para Lucecita, de quince abriles,toda progreso e idealidad, un lampo deluz que se ve por la grieta de una prisiónoscura y reducida.

La sociedad participaba de lagravedad de don Pascual, las jóvenes sereían maliciosas, me miraban al soslayodiciéndose palabras entrecortadas; yohacía un papel neutral, y estaba paradarme al diablo: por un lado políticosdesde Revillagigedo, y del otrodisimulo: eso no, capitulé con las bellas,y fue otra cosa. Hablé de buenossermones, y de modas bonitas, de

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jubileos y de misiones, de máscaras y deópera; nos entendimos, y puse en dosinstantes cubo abajo a la retrógradageneración que se dormía lamentandolas calamidades públicas, entre sendostragos de anisado y aguardiente catalán.La conversación decaía, se alababan laspinturas y se recurría al tiempo; lasmuchachas se alzaban de sus asientos engrupos, y me dejaban como cuandovuela la parvada de pájaros a la vistadel cazador antes que desdoblara la red,y los apartes, y los pretextos de beberagua, y me resigné: quedeme solo y encontemplación de los infantiles recreosde mis sobrinos.

Habían sacado una caduca zalea almedio de la pieza, y magüer que

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regañaba la abuela y que se excitaba aPascual para que los reprendiera, loschicuelos imitaban a los maromeros,como ellos decían, de reventarlos. ¡Oh,qué niñez tan mona! Aquél fue uno delos episodios más divertidos: nodejaban ni hablar a la gente grandeaquellos inocentes.

Ya dando saltos en marchadesigual, y con un plumero en las manos,recorrían la sala; ya pedían a su papá delos bizcochos que debían repartirse enla noche; y el «estate quieto», y el «no tecaigas», dejaban a medias lasconversaciones, y tenían en ascuas a laremilgada de mi prima.

—Ven acá, Braulito.—Niño, te llama el señor.

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—No quiero.—¿Qué, dicen no quiero los niños

bonitos?Y la batahola crecía, y derribaban

sillas, y no dejaban títere con cabeza.El pacífico Pascual los toleraba, y

cuando más la exclamación de «¡quémuchachos!» se escapaba de vez encuando de sus labios.

Las tres de la tarde apuntó el reloj,y la señora y demás se dispusieron acolocar la mesa en el medio de la sala,tender el mantel, mudar los sombreros ala recámara para aprovechar las sillas.Sentáronse los concurrentes; al señorprebendado lo hicieron ocupar lacabecera de la mesa, y el caldo nacionalfue la convocatoria.

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A los chicuelos se les puso unamesita separada, en donde se entregabana su gresca de costumbre: allí se colocóla abuelita, elevaron con almohadas, aguisa de cojines, asientos para quealcanzaran los más pequeños, y laconversación se hizo general y animada;se aplaudían los guisos, los rabiolessobre todo y la sopa de pan con huevo.

—Tome usted.—No, sino usted.—Hija, pon otro poquito al señor.—No, si es bastante.Lucecita exclamaba:—¡Pascual!…—¿Qué quieres?—Faltan platos.—Si a mamá, si a mamá —

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clamaban de la mesita.—Calle usted, niño.—Si a mamá le…—Llévense a ese muchacho allá

dentro.—Sí, porque digo la verdad.

¡Hum!, ¡hum!, ¡hum! —y lloraba.—Pobre angelito; ven acá, cállate;

¿por qué lloras?—Porque digo que a mamá no le

quisieron prestar más platos.—Señor, déjeme usted corregir a

ese pícaro —exclamó Lucecitaencendida y sin poder respirar de lavergüenza.

—Déjalo, hija. Todos saben quesomos unos pobres.

Y Braulito se desgañitaba.

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—Coma usted, Lucecita, eso novale la pena: ¡qué niños! ¿Estuvo usteden los bailes de máscaras?

—¡Viejo consentidor! —decíaLucecita.

—Mejor fuera que tú no dierasmotivo.

La disputa se encendía. Todos conlos tenedores en ristre observábamos laturbulencia intestina, y el muchacho,entre las piernas de su amante padre,sollozaba satisfecho con la impunidad.Disipose la nube, y seguimosconversando.

—Sabes, hijita, se le fue la mano ala cocinera en esto de sal.

—El tapado está con muchacebolla.

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—No se puede una volver ciento; yademás, recaudo hace cocina…

—No, está muy bueno —decíamosa una voz, y nadie podía pasar elcondenado guiso.

—¿Quiere usted decir que traiganplatos?

—¿Por qué no toma usted? Es unguiso de alcaparras especial.

—He tomado mucho.—Con razón no toma usted. Oye;

llévense esto, está quemado.—¡Cómo quemado!—Digan ustedes, señores, ¿está

quemado el alcaparrado?—No, señorita.—A mí me supo muy bien.—Yo no lo advertí —clamamos

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todos, y el viejo amostazado y Lucecitaechando chispas: no comían las jóvenestampoco, porque eso de comer no es depersonas sensibles, y sólo los viejosdevoraban con toda la despreocupaciónde su edad.

Hablose de política, por supuestomal: los muchachos reñían en su mesa, ylos falderos puestos en dos pies nosbloqueaban y hacían ostensibles suscaricias.

Llegó la hora de los postres, ysalieron a luz las cuelgas, esperandocada una de las concurrentes eltremendo fallo de la sabiduríagastronómica. ¡Qué de encomios a lacocada!, ¡qué elogios a la flor depiñones de la leche crema, y a los

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adornos de pasas del turrón! Sobre todo,los huevos «provisionales», reales untiempo, y luego federales, etcétera,fueron del gusto general.

Se instó a varios para que dijeran«bombas», y como ya Moratín y Bretónhan descrito tan bien a estos copleros,me ahorraré el trabajo, y sigo con micuento.

Levantados los manteles, se rezópor el sacerdote un Padre Nuestro y unaAve María en acción de gracias, y seesparció la reunión.

En la tarde el concurso fue mayor, yel feliz avenimiento de un diletantesobrino de no sé qué prior de conventoanimó la concurrencia, y me echó portierra con mi charla sin escalas ni

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sostenidos.Luisito se llamaba mi hombre: era

de tez morena y ojos vivos, frentemenguada y nariz roma, vivo, despejado,de cintura breve y mesurado paso, conpañuelo y mascada.

Despolvose la vihuela que estabahacía años junto a la Constitución del24, en la recámara, arrimó su silla entrelas damas, y adiós de mí.

—«Las lágrimas», Luisito.—No, no, que nos toque las del

«eco».—Oiga usted don Luisito —le

preguntaban—, ¿sabe usted el valsalemán?

Los señores formales querían bailede boleras o jarabe o cosa semejante.

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Pascual deseaba que una de sus niñasbailase dos pasos del ondú con suabuelita que la acompañaba.

Y la mayoría quería cuadrillas.El Luisito, indeciso o indiferente a

la conversación, echaba registros, ydoblado sobre la guitarra, conversabacon las muchachas, ejecutando siempre ehiriendo por dos filos a sus oyentes.

Decidiose por fin a cantar: tosió,arregló su corbata, oprimió la prima, yla canción «De amor la llama activa»sonó en sus labios, y su fisonomía todatenía movimiento, y vamos, triunfó: sedifundía su prestigio, dominaba ymostraba que en estos tiempos influyetanto un bemol como una proclama, yuna buena obertura como un manifiesto.

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Este imperio, esta superioridad deun filarmónico entre el bello sexo esinnegable, y acaso tiene su origen en quela mujer orgullosa por su naturaleza ygracia se halaga de poseer un corazónque todos se disputan, o de ser amadasde un hombre que sale del círculocomún de los demás. Ésta es unaobservación que todos palpamos.Hágase un hombre visible, inspire unaconmoción general de amor o deexecración, y hallará en el bello sexosimpatías, y el amor le prodigará suslauros.

Un guerrero de nombradía, unpoeta, un cómico, un torero, un bailarín,un músico, relativamente hablando,tienen más popularidad entre el bello

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sexo que el comerciante que mejorcalcula, que el matemático másprofundo, que el abogado más estudioso;será por lo que Dios quiera: ello sucede,y bonito yo para dejarme en el tintero laobservación.

Lucecita estaba loca con mifilarmónico, y me temí mucho que con eltiempo se coronase de gloria mi primo,contraponiendo sus observaciones alpuchero, a las arias y a la destrezamusical de Luis.

Notó Pascual la preferencia deLuis, y allá en el lado opuesto mostrabasus ojos como ascuas, y seguía laconversación incompleta.

Bailáronse cuadrillas: las mujereshicieron de hombres, y Luis las dirigía

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desde su asiento al lado de Luz que nobailó.

Luis: Media cadena, vuelta, vueltade manos, balance. Esa pareja todavíano, no señoras. Volvamos a empezar auna: cola de gato, la izquierda, balance.

Después del chocolate siguió elbaile. La chiquilla de Pascual, ¡ohdolor!, bailó conmigo «El palomo»,cantaron algunas niñas, y mi primodespabilaba: las criadas tomaron parteen el regocijo, bailaron mustias sujarabe, y la languidez se hacía notable,menos Luz y el diletante que parecetrataban de «manos muertas», según elcalor con que discutían.

Pascual: Lucecita, dispensa.¿Dónde está el vino? (en voz alta,

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entrando a la recámara). No es decenteque una señora casada esté en esaconversación con un mocoso, que si seme pone, lo echo a rodar las escaleras.

—Aquí está (en voz alta), échalo(en voz baja): ¿qué me importa?

Pascual: Cuidado conmigo.Salieron disimulando los consortes,

ofertaron a la concurrencia, volvió laprima a tomar su asiento, los hombresformales ajustaron su partido de malillay allí Pascual, entre tanto Luis dueño delcampo.

—Bastos mates, cinco primeras (enla mesa).

—«Las lágrimas» (en el estrado).—El verso de en mi rostro

derrama.

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Pascual: Lucecita, mira, ven poraquí, voy a jugar, ven: tengo cincoprimeras. Lucecita.

—Estoy ocupada.—Codillo, codillo (en la mesa).—Lucecita —dijo Pascual, y otro

más acalorado diálogo se entabló en larecámara.

Jugaba mi buen primo, fingíareírse; y su mirada en atalaya deldiletante, la incomodidad de laspérdidas, la píldora que tenía en elcuerpo, lo mortificaron al extremo:quejose de jaqueca, y se soterró en larecámara; en tanto, sin cuidarse de sumal, en la sala charlaban, y la primalibre de todo respeto, cantó y sealborotó como la que más: cada gorjeo

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de Luz era una arqueada del marido, unnuevo síntoma de su mal: y Luz nada,cantando. Se quejaba más alto Pascual, yLuz nada, cantando. Los maliciosos loobservaban y reían, hasta quedespechado sin duda mi primo, pidió unvomitorio. Fingió alarmarse laconcurrencia, cesó la música y con elrestablecimiento del enfermo, acabó elfestín de cumpleaños, causa de susgastos y empeños, motivo de la crítica,notaron por fin la falta de merienda losconcurrentes: de las incomodidades delos dueños de la casa, y objeto porúltimo de un artículo para El Siglo XIXpor

Fidel

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Cartas sobre México I[6]

Señor don Justo NivelPueblo de N., mayo de 18…

Muy señor mío: Por fin la severapersecución política obligó a nuestrobuen Jacinto a tomar las de Villadiego, ycumplo con sus últimos encargosdiciendo a usted que marchó no sédónde ni con cuánto, porque estaba bienalcanzado su señoría; según me dijo, laúltima librancita, y algunos otros picos,

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quedan sin pagar; empleó en variosartículos que algún día abrirán los ojosal pueblo, que hasta ahora duerme comode costumbre, a pierna suelta, y en otrosgastos, entre los de su partido, que lepintaban palacios y gigantes para nodejar, ni peso en gaveta ni clavo enpared.

No obstante, queda en mi poder uncuadro de la Constitución del 24, variosimpresos, una levita en el último terciode su vida, algunos muebles, y un rollode papeles en que hay cartas de amoresy proclamas, avisos de muertos, tarjetas,rizos de pelo, borradores de versos, yqué sé yo cuántas baratijas.

Como en este estado es dondepuede hacer daño, yo fui de opinión, al

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despedirnos, que se dirigiese a México,que al fin cercano al gobierno, puedecomponerlo todo y volver cuanto antes anuestros brazos.

Soy de usted, etcétera:

Lucas Verdín

Hacienda de H., mayo, etcéteraSeñor don Lucas

No esperaba yo otra cosa de ladesconcertada cabeza de mi primo: él seimagina que todo el monte es orégano, yno ha de ser la primera pesadumbre, lade su loca partida, que nos dé.

Jaque, presumido, atrabiliario, sin

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experiencia, con sus pretensiones dehombre de mundo y su fondo desinceridad, va a engolfarse en mares queno conoce; con esta fecha le escribo,dándole sanos consejos sobre lospeligros de la corte; pero esto espredicar en desierto: le digo también elmal estado de las siembras, y la peste deranilla que tiene el ganado, para que sevaya con tiento en los gastos: lospapeles resérveselos usted, y no deje deescribirme cuáles son sus deudas másurgentes, para satisfacerlas conforme lafortuna me ayude.

De usted, etcétera:

Justo Nivel

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Querido LuquillasMéxico, etcétera

«Ya estamos en Madrid y en nuestrobarrio», ya me tienes en México, curadode todos mis males, y tendido a labartola en una mullida cama de la mejorposada; Justo se tirará de las barbascuando sepa que ya soy cortesano, y quesólo pienso en pasar el tiempo lo mejorposible.

Este hospedaje es divino: vela deesperma, ropa de cama, espejo; vaya,estoy como un príncipe: los criados,como aún no los gratifico, me ven dereojo; pero todo se compondrá. Encuanto a la comida, estoy encantado;¡figúrate que estoy abonado a la mesa

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redonda! Los primeros días me quedabasin comer, porque todo lo devoraban miscontrarios, es decir, mis compañeros;son una escuadra francesa que mete unabulla infernal, agrégale media docena deespañolitos de la última remesa… peronada como tres ingleses que no chistan;¡qué comer! ¡Caramba! Se presentanunos fideos bogando en un océano decaldo. ¡Sus cucharones en mano, sedespachan caiga el que caiga! El bistecparece de suela; y a no ser por lareputación de la casa, te diría que loscaballos del tiro no tienen más porvenirque nuestros estómagos. Dos mexicanosque comen con nosotros sondescontentadizos por demás, ¡qué paístan infame! Esto no tiene remedio. ¡Qué

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calles! ¡Qué teatro! Vamos, si sonterribles; tentado me veo de echarlos aldemonio; por lo demás, la posada es untesoro, y al bello sexo mercante se le daentrada, que es un gusto. ¡Esto sí escivilización!

Yo aún no veo nada, porque no mehan acabado mi ropa: ¡qué levita!, mepondrá gordo y hermoso como hayviñas. Eso sí, llevaré al pecho dosmontañas de algodón: estos sastres deMéxico reforman el cuerpo conmaestría: aquí todos son sastres deParís, de Londres y de Madrid; altomarte medida, conoces de luego aluego que son unos sabios; figúrate quehablan de todo, y son de la oposición,porque dizque en sus contratas con los

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cuerpos… ellos se entienden: me dijoque remitiría la cuenta, y que él pondríael género, que le acababa de llegar; talvez será eso herir por dos filos: ayervino a medir el vestido. «Hombre, nopuedo respirar: ¿cómo levanto estebrazo?» «Señor, está uniforme por elfigurín.» «Sí; pero el figurín no semueve, y yo sí; ¿y esta arruga delcuello?» «¡Ah!, sí, cuando usted irá conlevantada la cabeza estará bien.» «Vaya,¿y ésta del costado?» «Mete usted lamano por la bursa, irá bien señor.»«¡Cáscaras! Es decir que o tengo deandar con la cabeza levantada y la manoen la bolsa, o con mil arrugas.» «Señor,la moda de París.» Ítem: me ha traídounos pantalones con pialeras de firme,

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¡qué infierno! Si se te cae medio a labota te desnudas; y si te echasen unayesca, o te convertías en poco menosque un Adán, o te incendiabas. Tengo undolor de cabeza terrible: figúrate que elpeluquero ha hecho de ella cera ypabilo; se empeñó una refriega entre sucepillo y mi pelo, que creí morir: me hadejado una melena hacia la espalda, queda grima; y tengo una raya a un lado dela frente, que maldita la gracia que tecausaría.

Por los periódicos me heinformado de cuanto pudiera desear,pues sus avisos son un repertorioutilísimo para el extranjero.

Por ejemplo, hay casa en el bañode las Culebritas, en que se ofrece que

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las familias vivirán tranquilas ycontentas: esas habitaciones son unaespecie de panacea contra el pesar;¡ojalá las fueran a habitar tantopoetecilla de esos nerviosos ypatibularios, que nos acatarran con susfosas y llantos, ataúdes ydesesperaciones negras! Hay maestrosque infunden ciencia; y siendo tú vivitocomo yo, de veinte tajos ¡paf!…escribes a las mil maravillas, aunqueseas un asno: en seis meses hablas yescribes francés de modo que te hacescomprender aunque tú mismo no teentiendas; en fin, los dentistas ypeluqueros prometen cosas que sólopara vistas; lo que te sé decir es que enMéxico hay lo mejorcito de todo: los

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más extranjeros que vienen aquí, sellevan con sus respectivos reyes como túy yo. ¡Pobre artesano que no tienepatente! ¡Pobre estudiante que no poseetítulo de académico!

Mañana ha de venir por mí EnriqueEspoleta, para que vayamos al teatro y amuchas partes: el tal Enrique es unaturdido, conoce el mundo como unsabio, y está perfectamente relacionado;vamos, es el hombre que yo necesitaba.

De dinero no estoy mal: con estafecha giro una librancita para que Justopague: mis negocios toman buenaspecto; y un coronel que está en estaposada, don Pioquinto Caimán, que tienemucha vara alta en Palacio, me haofrecido su influjo, y yo lo tengo casi

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comprometido; porque sin que él losepa, he pagado lo que debía en lafonda. Expresiones a las muchachas;diles que yo les contaré lo que vea demodas, y demás cosas de por acá.

Soy tuyo, como siempre,afectísimo:

Jacinto Camaleón

Señor don Justo NivelMéxico, etcétera

Mi querido primo: Aburrido de lareducción a que me ha condenado elmaldecido sastre, salí anoche conEspoleta a las Cadenas: soplaba un

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viento agradable, y la luna brillaba conuna hermosura singular.

De pantalón sabes que estoysurtido, y de una bota inglesa de primerorden; aunque calumnia mi pieexagerando su tamaño. Enrique me dijoque esto era buen tono y me hizo inclinarsus puntas hacia arriba, obligándome aque las doblase contra la pared:prestóme el propio Enrique un frac, quemás parecía un gorrión pegado a misespaldas que vestido, obligándome laestrechez de las mangas y la cortedad dela sisa, a marchar abierto de brazos, máscomo quien nada que como quien anda;con esto, y un sombrero de jipijapa, salí,llenando las calles, entre el susodichoEspoleta y un don Margarito Filigrana,

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adamado, atento y afectado como élsolo.

No puedo decirte nada del aspectode la ciudad, porque de noche, y en untránsito veloz, no puede nadie formarsecargo.

La vista de la plaza es magnífica:yo la contemplé a la luz de la luna, y suextensión, y la augusta Catedral que ladomina, y los soberbios edificios delEmpedradillo y calle del Seminario,forman el cortejo digno de su grandeza yhermosura: a mi frente relucían unaslumbradas; era el Portal de las Flores:las lumbradas servían como de rótulo avarias fondas portátiles que allí seencuentran.

Cuando con despreocupación y

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atentamente se mira esa plaza, coronadade edificios gigantes, como realzadaslas torres de la opulenta Catedral en uncielo tranquilo y despejado, se exclamainvoluntariamente: «¡México es laseñora del continente de Colón!» Lasombra que caía sobre algunos edificios;la calidad apacible que bañaba a otros;las azoteas elevadas y las cúpulas de lastorres, cuya blancura duplicaba la luna,todo me tenía lleno de encanto.

Ya conoces el atrio de la Catedral,y has visto el Paseo de las Cadenas, poreso omito la descripción material dellugar.

Anoche, la concurrencia eranumerosa y brillante: las gradas queestán al pie de las cruces del frente de la

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fachada se hallaban convertidas en unestrado de hermosas; eran una especiede aparadores, en que el másdescontentadizo joven podía admirarmás de una belleza.

En las Cadenas se mecían conblandura y abandono, ya la joven tímidaen silenciosa meditación, con los ojoselevados hacia la virgen de la noche, enuna actitud romancesca y melancólica;ya la pareja traviesa de unos malequilibrados chicuelos, que secolumpiaban invadiendo el terreno delos pedestres paseantes, en medio de lamás estrepitosa algazara, ya la viejaregordida y comodina, haciendo denguesy aspavientos por las oscilaciones de lacadena, y tal vez para que la sostuviese

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de un brazo el joven pretendiente de suhija, que la impelía: tributosimpertinentes, atenciones que pocasveces deja una suegra de exigir; ya seveía un perillán acostado groseramentesobre otra cadena, con el sombrerosobre el rostro, y dejando ver el puño desu tizona… ¡Era un barbero! En lasgradas y en el borde de la mesa queforma el atrio tras de las cadenas, sedivisaban los trajes de señorascubriendo las gradas, torciéndose sobreel quicio de la puerta del Sagrario,derramándose vistosos y graduales enlas escalerillas, mientras una tropainfantil, en ese intermedio cubierto demusgo color de esmeralda, triscabajuguetona, y poblaba con sus gritos de

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júbilo el purísimo ambiente querespirábamos.

Senteme fatigado en una cadena:mis cicerones, Espoleta y Filigrana, meexplicaban las figuras de la linternamágica que giraba en derredor mío.

—Ese grupo que se acerca, ponmucho cuidado.

—¡Qué algazara!—Mira, lo capitanea Espiridión

Matraca, es de calaveras; lo dicho:¿oyes qué desvergüenzas?, es paraconceptuarse con las señoras de gentede mundo… ¡Chas!… Le metieron el pieal pobre mendigo… ¡Cayó!…¡Aplausos!… el subteniente de latravesura es Julián Triquiñuela; andacon los pies vueltos hacia dentro y con

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un enorme garrote; lleva el sombrero alo jaque… y no puede concebir cómo sepuede ser militar sin dar estupendossorbos de aguardiente, sin quejarse deenfermedades vergonzosas, y sin dar unpetardo al mismo demonio. A «las hijasde la alegría» las detiene o insulta: en unbaile promueve disputa y amarga elgozo: difama a sus hermanas y a sumadre, y habla de su padre, llenándolode injurias y maldiciones.

—¿Ves esa pareja? Es doña PetraAguacola, va con su padre.

—Antes tenía novios a millares.—¿Qué no sabes la causa de su

aislamiento?—Lo ignoro…—Has de saber, Jacinto, que la

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hermosura de la tal Petrita era notablepor cierto color pálido y sentimental,levemente desvanecido por el apacibletinte que sonrosaba sus mejillas.Algunos malévolos decían conArgensola:

Aquel blanco y carmín de doña Elvirano tiene de ella más, si bien se mira,que el haberle costado su dinero.

Esto, no obstante, pasaba comodespreciable calumnia. Muchos decíanque la almohada de su cama tenía ciertasemejanza con las blusas de lospintores, según los rastros de albayaldey carmín que hallaba en su funda lalavandera, semana a semana; otros

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decían que la habían visto renovarse aguisa de santo, porque sudaba cascarillay encarnación; y que las lágrimas de susojos las comparaban a las perlas,porque ese color dejaron sobre supañoleta en cierto duelo que no pudoreprimir su llanto; ya digo, todo esto secreía maligna suposición; hoy hanpasado éstas a la categoría de datoshistóricos.

Noches pasadas, en un baile, seempeñó tanto Petrita en el vals alemán,que por la fatiga y la opresión del corsé,cayó desvanecida en brazos de sudiligente compañero: quitaron lasballenas al estricto corsé; milcortaplumas brillaron en la sala paratrozar los cordones: la ansia de la

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paciente continuaba, y todo era agitacióny desconcierto, cuando un secundianistade medicina dijo, que el ataque eraapoplético, y que amenazaba congestión,y qué sé yo… el caso es que le rociaronla cara con agua: después… ¡Ah!,después le enjugaron con un lienzo, yquedó el pañuelo teñido de un colorsanguíneo: la infeliz vieja que ejecutabala operación, lanzó un grito: todosacudimos… y soltamos la carcajada…Era colorete superfino teatral. ¡Ah! ¡Ah!¡Ah!

Petrita realmente se enfermó delbochorno, y sus novios huyeron como unconjuro; por eso va ahora con supadre…

—Un lado, un lado: ya se acerca

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ese tropel, es de extranjeros de la ínfimaclase: ¡mira qué arrogancia; qué aire taninsultante; qué osadía en las miradas yen el porte!

—Ésta es gente grande, y que traecada una un ultimátum al extremo de lanariz; ya se ve, ¡como éste es un paísmedio salvaje! En los templos entranformando algazara, y arrellanándose enlos asientos, ridiculizando cuanto ven;tratan en las casas a las señoras comorameras, y es su tono estrujarlas yhablarles en el lenguaje de la broza mássoez: en los bailes dan saltos comoenergúmenos, y se hacen dueños de lafestividad: en los teatros, se tienden a labartola medio acostados en el asiento, ycon las colosales patas alzadas casi al

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nivel de las cabezas de los demásconcurrentes, mofan nuestras costumbresa nuestros ojos, y hacen patente eldesprecio con que nos miran; se creende otra masa y de otra categoría; todosnos echan en cara la cultura y lagrandeza de sus países, viéndose comocondenados a vivir entre nosotros; y elobrero humilde de París, y el limpiadorde chimeneas de Londres, y el manolomadrileño, se cree como Gulliver entreimbéciles liliputienses, que no alzan unaochava del suelo; al fin, todo esto no esculpa suya. Pero, ¿no observas los queles siguen también de paltó, y andando asu imitación y todo?… Ésos sonmexicanos, satélites de los otros, susparodias eternas; ninguno de ésos sabe

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qué cosa es mole, ni nada que sea deParís y Liverpool: mentecatos, mingosde los extranjeros, blasfeman del paísque les dio el ser; aun cuando sean unoscajerillos de tienda, o escribientesserviles de oficina, dicen que comen«bistec» y que visten «bata», llamanchapeau al sombrero, y argent odollarsa a las pesetas: detractan cuantomiran; y si hablan contra México delantede ellos, afirman y explayan cuanto sedice, las más veces con injusticia, enmengua del país que los enriquece y losdistingue…

—Esa pareja sí es feliz… Amantes,¡oh amantes! El Paseo de las Cadenas esla tierra de Canaán para losenamorados.

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A la luz de la luna, protegidas dosmanos ávidas por un indulgente capote,interceptados por otros concurrentes,allí palabras sentidas y celos, y sabeDios…

—Mira qué cara de marido.—Adelante va su mitad, con otra

mitad que no es su mitad… él loscustodia, y se divierte con los arbolitos.¡Oh almas grandes!

Y crece el movimiento, y la gentese agrupa, pasando como en un animadocosmorama, dejando en su tránsito oír,ya conversaciones amorosas, yaardientes altercados políticos, yaproyectos mercantiles, yadesvergonzadas crónicas, ya listas degéneros y afeites, ya carcajadas

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estrepitosas, ya los monólogos secretosdel solitario esclavo de Birján, ya elguirigay y las risas de un coro dedoncellas.

Regresé aturdido a la posada,desde donde te escribo con premura,porque ya te habrá fastidiado mi charla.Mañana voy al teatro, y yo te contarédespacio lo que vea, si me lo permite eldesgarrador violín de un vecino, que mesolfea en el oído desde que nace la luz.

Jacinto CamaleónFidel

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Cartas sobre México II

(Alameda y Bucareli)[7]

Señor don Justo NivelMéxico, de 184…

Querido primo: A no conocerme tú apalmos, falto de seso, suelto de lengua yamigo de atarantar necios, te espetaba unmundo de erudición en mi carta, de

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modo que pian pianito, te dejaba con laboca abierta.

Es tan obvio el talento de losíndices, que con una poca de audacia yunos cuantos catálogos, he visto hacerprodigios: ¿qué no haría yo ahora que tevoy a hablar de la Alameda, teniendopresente un articulazo de Betancourt yotro del Semanario de Señoritas, dondese expresa el origen de ella, sucrecimiento, sus mejoras, y hasta elnúmero de sus árboles?

Tentado me he visto de escribirte:Querido Justo: Todas las naciones

cultas de la tierra, en sus paseos y obrasde recreación pública, han presentadolas páginas fieles, como dice un sabio,de su estado de cultura: Atenas y Roma,

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en lo antiguo; París y Londres, hanescrito sus anales en sus monumentos; lapolicía misma parece encargada deconsignar en sus actos la crónica de lossucesos y de las progresivasnecesidades de los pueblos. ¡No tecanses, Justo, yo soy un pasmo cuandose trata de charlar!

Pensando en esto como filósofo, medirigí a la Alameda de México, y medetuve en la indagación de su origen,que se cuenta desde el gobierno de donLuis Velasco: limitábase entonces a uncuadrado cuyos laterales llegaban a losfrentes de Corpus Christi y San Juan deDios; te diría cómo se extendió despuésel paseo hasta formar el cuadrilongo talcomo hoy lo ves, no olvidando por

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supuesto la mención del foso y el cercode piedra, que antes era de madera; enfin, abandono mi erudición para hablarmás a mis anchuras.

Hecho todo un petimetre, y sin otrorastro de provincialismo que la tiesurade mi ropa, aún nueva, salí el domingocon mi inseparable Espoleta, después delas cinco de la tarde para la Alameda;¿qué pluma describirá la belleza de estesitio de recreo? Aquellas callessombrías de fresnos y sauces queenlazan en algunas partes sus ramasfrondosas, formando un dosel deesmeralda por donde apenas se deslizatímido uno que otro rayo de sol; aquellailusión óptica de las fuentes, que se venlejanas alzarse orgullosas como plumaje

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de cristales, y brillando al derramarsesus gotas diáfanas con los coloresvivísimos del iris; aquellos triángulos,muchos de ellos formando unbosquecillo de mirtos y rosas, alelíes yvioletas, que perfuman el aire bajo elramaje melancólico y abatido de lossauces llorones: allí se oyen los trinosdel gorrión y el zumbido de la abeja, yrevuelan las mariposas con sus maticesespléndidos.

¡Qué bello es contemplarembebecido los juegos hidráulicos de lafuente principal, y al través de esa teladiáfana que se desplega en arrogantesabanicos, distinguir los árboles que semecen en el viento, los cambioscaprichosos de la luz del sol poniente, y

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los caballos y las carrozas rápidas quepasan por la calzada exterior!

La concurrencia de los domingosen la tarde por la parte interior de laAlameda es por demás heterogénea; y yame conoces que no soy de los de másaguzado ingenio para eso de lasdescripciones.

Humildes parejas, con el galán decapa color de olivo, y la dama de tápalode damasco; familias enteras; el falderoinclusive que cabalga en los brazos dela fresca matrona; fracs esmirriadoscomo sobrepuestos en la ancha espaldade un portero de oficina, que ostenta suimportancia de funcionario público,apoyado en su paraguas con funda;empleadillo de oficina, de raya y varita,

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guante y pantalón de moda (el que fungecon el uniforme), adjunto a su mitad, dedesgobernado zapato, y el renuevo de lahacienda pública en sus brazos…cesantes melancólicos, que contemplanla naturaleza campestre; chinas garbosascon sus enaguas pomposas de muselina,dejando ver la punta tejida de algodónque adorna y cae a la mitad de la piernatorneada, y forma como cortinaje a unpie abreviado y limpio (las más veces),banda de fleco de oro, camisa condesgote y bordado de chaquira; y a sulado un lépero de tez morena, sombrerode ala extensa, con chapetas y toquillade plata, calzonera abierta, zapato conherradura y aire adusto y pendenciero;en fin, en todas direcciones atraviesan

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bandadas de niños, bellos como lasilusiones, alegres como la infancia,custodiados por sus padres o por loscriados.

Ya triscan en torno de un pacíficoborrego, con estrepitosa algazara; yarápidos como el viento, saltan las zanjasque sirven para el riego; ya enlazados delas manos, y en festiva gritería,defienden a la «monja del diablo»; ya enhilera tras de san Miguel, escapan de lasasechanzas del demonio; ya imitandootro niño los bufidos y el ardor del toro,se lanza a la liza en persecución de unaturba de gladiadores.

El niño que apenas se sostiene ensus piececitos vacilantes; la jovencitaque, ya al pasar cerca de los

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espectadores de mayor edad, limpia sutraje y arregla su pañoleta que jugabacon el viento; el mocozuelo quehaciendo cabriolas cree volar en loslomos del ardiente bridón, y el rapazque juega como su papá, a gente fina y aseñor decente, y se pasea como apartadodel bullicio, pero impaciente porque nofijan la atención en él.

Estos cuadros, todos placer, todosrecuerdos, los observan ya el padreembebecido y lleno de ternura; ya elanciano solitario que revive losrecuerdos de su edad primera; ya laturba de ávidos dulceros y devendedores de muñecos.

La Alameda es un recuerdo deflores y de perfumes; es una página en

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que ha dejado escrita todo mexicano lahistoria de su infancia: allí recuerda asus padres, a su nodriza, al viejo criadoque hacía desesperar: aquellas aurasbalsámicas flotaron en sus cabellos deniño; aquellos prados resonaron con susgritos de gozo, y su caballo de palo, y supelota, y su borrego allí lucían, porqueentonces esa posesión era su orgullo, yel ruido de las piedrezuelas de unasonaja ahuyentaban sus penas.

Por las calzadas exteriores cruzan,como dije, carruajes espléndidos,bridones hijos del norte y de la Europa;cascados y enteleridos simoneshundidos en sus varas; caballeros bien omal montados, pero en abundancia:como domingo, la Alameda era un lugar

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de tránsito, sin más concurrenciapermanente que la poquísima de laentrada, compuesta de uno que otrofatigado anciano al lado de una que otrarelamida, aunque obesa vieja; uno queotro rozagante religioso, y un grupo deancianos respetables armados deparaguas, entregados a su conversacióneterna de recuerdos o novedadespolíticas, indiferentes al paseo.

Espoleta, que como te digo esincansable, quiso que nos dirigiésemosal paseo; él porfiado, yo curioso; élchisgarabís y amigo de la sociedad, yoimpaciente por ingresar en ese círculo,vestido de nuevo; pronto ya estábamosen camino y tocando las paredes de laAcordada.

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No dejó de repugnarme altamentela vista de una puerta con su verja defierro que guarda la de un cuartoinmundo, en donde se exponen loscadáveres recogidos por la policía.

Además de no ser tal parajeintroducción de muy buen gusto para unsitio de recreo, la fetidez del lugarpuede ser nocivo a la salud; por otraparte, y pon cuidado lo serio que te digoesto, la vista de cadáveres de ambossexos, medio y más que medio desnudos,goteando a veces sangre corrompida,repito que es desagradable: en la verjapocas veces dejan de llorar los deudosde los difuntos; yo aparté la vista, ycuando quise dar vuelo a mis lúgubresreflexiones no pude, por el singular

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agrado con que me vi frente a Bucareli,no sin llevar mi pañuelo a la nariz, alterminar la susodicha banqueta de laAcordada.

El paseo no es más que una extensahilera de árboles, sin más ornato que lospoyos de piedra que en los laterales haypara la gente de a pie, y tres soberbiasfuentes, cuyas estatuas alegóricas se vendominando a considerables distancias.

Pero cuando colocado en la fuenteprincipal, observas el paisaje deliciosoque tienes a tu frente, entonces, es otracosa, se juzga un paseo encantador.

El sol está en occidente; susráfagas le forman un dosel de oro y denubes de escarlata; sus rayos semodifican al bañar el azul oscuro de las

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montañas, y la estrella de la tardeparece una lámpara suspendida ante ellecho fúnebre del sol moribundo.

Así, bañados con la indecisa luzdel crepúsculo se extienden losdilatados llanos contiguos al ejido; seven de trecho en trecho ya una casitahumilde de paja, en medio de un rebañopacífico; ya al fin de una corta calzadita,blanqueando las fachadas de lashaciendas de la Teja, Casa Blanca yotras fincas rústicas; más allá sedistingue la arquería de la Verónica, ypor los mismos arcos, como los marcosde otros tantos lentes, se ven lossembrados de esmeralda y oro de lasmilpas y los trigales, como colgados delas desnudas lomas que trepan,

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descarnadas y salvajes, como huyendo,hasta besar el pie de los montes queenvueltos entre las nubes, forman eltérmino del cuadro.

Al sur, y siguiendo la carrera delacueducto de Chapultepec, la inagotableperspectiva ofrece la vista romancescadel bosque con sus ancianos árboles,sobre los que descuella el pintorescocastillo, dominando aislado cuanto lerodea; al norte se perciben las casas dela ciudad, las azoteas; y sobresaliendode los arcos la austera fachada delmonasterio de San Fernando.

Yo formaba parte de una hilera depetimetres que con sazonada críticaexplicaban las figuras de la linternamágica que daba vueltas a nuestra vista:

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frente a nosotros, pacíficos jineteshabían hecho alto formando otra hilera;y a nuestra izquierda, pero dándonos elfrente, en semicírculo extenso, yacíanlos carruajes de otros comodinospaseantes.

Imposible es que pueda recordaruno a uno los epigramas que bullían: sedispersaban eléctricos, y brotaban denuevo: ¿cómo he de poder con la plumatraducirte lo expresivo y picaresco detal gesto, de la otra sonrisa, de lapresión de un codo?, en todo habíasátira, todo se refería a una crónica, auna anécdota, a un rasgo burlesco.

—Adiós, señorita.—¿De quién es ese magnífico

carruaje? ¡Tren soberbio!

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—¿No lo conoces, Alquitrán?—Es de don Alfredo Pitanza,

¡coche de papel!—¿Cómo es eso?—Sí señor, de puros vales de

alcance y créditos.—Es muy fuerte para tan frágil

materia.—¡Bobada!, fincas he visto yo de

lo mismo, y no hay cuidado de que secaigan.

—¡Eh! ¡Eh! Adiós Triquitraque.¡Qué simón, qué traza, qué resma delocos!

—Ayer ganó siete viejos a ladobla, y en vez de pagar a susacreedores, y de comprar relevo de suúnica piqueta, va con amigos; comió en

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la fonda y ha hecho diabluras.—Ya lo veremos pidiendo un

cigarro sin tener quien se lo dé: ítem, losque lo acompañan, serán los primerosque en su pobreza le desacrediten.

—Señor don Jorge, beso a usted lamano.

—Lo mismo que siempre, donJorge Fagote; espantando con su cara enlos paseos: ocupado en su prosopopeyay la de la niña.

—Lo dicho, al estribo del coche.—Liberanus Domine.—Don Pánfilo Buena Pasta, alerta,

míralo, como siempre.—¡Qué trinidad!—¡Qué armonía!—Doña Ursulita y don Claudio en

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la testera: ¡son tan amigos!—Él juega con las motas del coche,

y admira la naturaleza.—Qué quiere usted, ¡son filósofos!—Don Higinio, saludo a usted.—¡Qué figura de don Higinio

Muégano!—Pero eso sí, enamorado como el

demonio.—No hay contrahecho que no sea

lo mismo: corbatas y chaleco de colorrepugnante: calzado original; y siempreembebido en que lo quieren, y risueño, yentre los jóvenes de primera nota,hablando desvergüenzas.

—Señor, adiós.—A ése sí no conozco.—Ése sí es un sabio, don Modesto

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Camándula: día a día oye su santa misa,y se da una tunda en la santa escuela: enel simón de adelante van con la mamátres frutos naturales de su devoción; ¡esun santo!

—¡Canario!—Pues para hombres así, es un

banco de plata la virtud; es undescubrimiento que no va en zaga alagiotaje.

—¡Dios te valga!—Gumesindo Gorgus en el paseo,

con espada y chaparreras, ¡paf! Sentó elcaballo.

—Óiganlo saludar.—Adiós, amo.—Adiós, Gorgus.—Va contento: su caballo es del

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Bajío: su reata ya está «hecha»: lacabeza de su silla de pirú, trae unarozada más.

Margarito Filigrana también iba acierta distancia en su caballo peinadito,recogido y almibarado como su dueño;parecía tener toilett también el animal:un moño en la frente, la cola y la crinescarmenada: el albardón bien puesto,sin un pliegue su sudadero: Margaritoiba en las puntas de los pies, con su trajecomo de baile; guante de cabritilla ycomponiéndose el pelo, y haciendo susmonas contorsiones.

Lo demás nada ofrecía particular:ya era un médico el que pasaba hecho unetcétera, con el pantalón alzado y unchicote en mano: ya una especie de

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adivinanza por arriba como fraile, y porabajo como mozo de café, según elzapatón y el ancho pantalón de coleta: yauna cándida pareja en un ético rocín,cubierta la dama y no el galán.

Ya un coche con rico tren y grandeaparato, cuyos dueños, según loscócoras, tenían en su casa, mueblesdesvencijados y otras cosas nocorrespondientes al aparente lujo; peroque la familia todo lo posponía al placerde gritar en medio de las visitas: quepongan el coche, que suba el lacayo.

Ya por fin, familias respetables,lustre y honor de mi patria, cuyostalentos, cuya moralidad y cuyo aspectoregocija, y son como nuestros títulos degloria, y cuyas vidas presentamos como

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vindicación a las viles calumnias conque nos han agobiado viajerosinsustanciales, para los que sólo hay unarma… el ridículo.

Te ofrecí escribirte del teatro: yano me comprometo sino a decir lo queme ocurra, y con el desorden que hastaaquí.

Tengo muchos amigos; figúrate queha corrido la voz de que soy rico: todosme imponen a su modo en lascostumbres; me aconsejan y me dicenque me libre de los demás. Quierenenseñarme hasta a andar y ponerme lacorbata; y entre paréntesis, si sigue tiesacomo hasta aquí, o me degüella, o ladivorcio de mi cuello.

Se me olvidaba: ha llegado al

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mesón un extranjero literato, que va aescribir un viaje: anoche por primeravez durmió en cierta casuchilla nonsancta que está a la otra puerta: vinohasta sin sombrero, y ha escrito:

«Las damas mexicanas, aunque deun alegre trato, son robadoras desombreros a los europeos.

»Nota: La prostitución de Méxicoespanta: observación geográfica: losindios venden pollos». Yo te hablarélargo de este ser original.

Tengo una vecina como un grano deoro: su marido viene a emplear engéneros, yo me empleo en servirla, y yaadmitió antes de ayer un perón de miplato que trasladé al suyo; mientras elmarido en encarnizada refriega con una

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costilla a la milanesa pasó el tiempo dela comida sin probar bocado. Ha traídoun perico una señora del sur que vive enel número 11, monísimo: dos veces hecomprado arsénico para libertarme desu trompeta, y de su santo Dios.

Los negocios se componen: me handicho que ponga un escritito de cuatroletras, y la cosa es hecha.

Recibí la libranza, que en sastre ycomida expiró; tú sabes lo que estetierno párrafo quiere decir.

Expresiones a las muchachas y a latía Olala: tú manda en tu primo:

Jacinto Camaleón

P.D. No sería malo comprar para nuestro

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uso, y para cuando vayamos a ver lassiembras, un par de paltós: son muycómodos, y son de la moda de París.Vale.

Fidel

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Cartas sobre México III

(Diversiones públicas. Teatros)[8]

Señor don Justo Nivel

Querido primo: Asaz, colérico y de maltalante te escribo ésta, pues para mí nohay mayor tormento que cumplir unapromesa y hacer las cosas a derechas.

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Ni concurro a citas ni pago lo quedebo, y esto lo hago por ir de acuerdocon el espíritu del siglo en que losdrogueros hacen brillantísimo papel.

No esperes que te diga cómo seintrodujo en México la diversión delteatro, ni si los recitantes de comediasanduvieron a salto de mata o seestablecieron en corrales como enEspaña; esto es muy formal para mipéñola que escribe sin borrar, disparata,y ziz zaz improvisa cartapacios quepueden arder en un candil.

Decirte puedo, porque me lo hadicho quien bien lo sabe, que la figuradel teatro no pasó por el magín a ningúngeómetra, y según yo, poco sudarían lasprensas de aquel tiempo, si muchas

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había, cuando el teatro se estableció,discutiendo sobre curvas y paralelas ygrosor, y etcétera, con que hoy nospetrifican eruditos arquitectos.

Éntrase al interior del teatro poruna especie de gateras que tienen elpomposo título de puertas y unaarquitectura palomínica es lo primeroque llama tu atención; cuartijos en formade sepulcros en tres mezquinas hileras,coronadas por una galería (la cazuela),en donde ambos sexos se clasificansolos y por antonomasia.

Yo como payo, a las ocho de lanoche tenía el alma en un hilo, y estabaarrellanado, donde plugo al acomodadorcolocarme, es decir, lo más lejosposible, como muy poco relacionado

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con tan honrada gente.Dada ya la plegaria, comenzaron a

atizar los enteleridos y opacos quinqués,apagándose muchos al prender, a los quedirigía los sabidos versos:

Oh, tú que mueres sin haber nacido,tu ser equivocando con la nada.

Algunos foráneos fueron ocupando losterceros con toda su clientela, sin faltarel recién nacido y el retoñito de cincoaños sentado en el suelo del palco,descubriendo su carita al ras de labarandilla del propio palco.

Estos foráneos no desaprovechabanel tiempo, se habían prevenido para elespectáculo como para una romería,

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dando a luz, después de instalarse todos,dejando un lugar entre retirado ypreferente a un cleriguito como unaplata; dando a luz digo, un envoltorio desabrosos bizcochos, queso y dulces, quecon el desenfado más campechano,engullían a coro, no sin envidia delopinante.

Hay en este teatro una especie derepúblicas confederadas en el quintopiso, frisando con el techo que se llamanventilas, nadadores, terrácuos,curiosísimos estuches de gran tono,repertorios de personas de doblecarácter, por adentro como cuevas, y porafuera como claraboyas.

Allí se compendian losespectadores y echan el pecho, no a la

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agua, y sí a un mullido y estacionariocolchón: las ventilas son una especie deanónimo de trasluz, es un recursovergonzante de la elevada clase, y loque es más, el órgano de las sedicionesde los cócoras.

No nos distraigamos: con pudorosadecencia en unas periqueras, que porironía sin duda se llaman gradas, fueronapareciendo las señoras de la cazuela:bello sexo a quien traiciona el malalumbrado, y que sólo se sabe a vecesque existe por su sempiterna algarabía.

El afán de figurar también haconvertido en buen tono la cazuela, es unfacsímil del cuadro de santa Ursula ycompañeras; es un retablo en que hayfiguras de movimiento, que casi se ven

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de cuerpo entero, merced a la cornisaque la forman dos mugrosas y elásticascorreas de toro.

En el opuesto lado de los hombresestá verificado, aunque imperfectamente,el dogma de la igualdad: sobre unacabeza nimiamente rizada, cabalga unsentimental ranchero con su anchosombrero y su sarape al hombro, sobreun silvestre morrillo lustroso ya, por eltacto frecuente de brazos y de manos nomuy limpias: es aquél un mar decabezas, interrumpido por las piernas delos que ven de cuerpo entero, matizadopor capas, frazadas y levitas o fracs, yembellecido por el crepúsculo deaquellos humeantes y soñolientosquinqués.

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Cuando comenzaron a entrar lasseñoras de los palcos primeros ysegundos, estaba junto a mí un amigodecidor y viperino como él solo,llámase Punzalan Estornija, y era el guíaque yo necesitaba en aquel laberinto.

—Usted —me dijo— ha venido auna hora que es de muy mal tono; paraotra vez entre usted precisamente a lamitad del primero o segundo acto,azotando el suelo con pasosestrepitosos, de modo que la atención sefije en usted; después hiriendo rodillas,poniendo en pie a los gordalesconcurrentes, tome su asiento, saludofatigado, limpie con la mascada el cojín,y arrellánese melancólico pero no sinruido en su luneta.

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La regla era cierta, ya comenzandoel primer acto principiaron a entrar.

—Llega ahí la familia de donEpifanio Cascabel, viejo marrulleroempujado al gran tono por su familia;pero él con cierto apego a lascostumbres económicas de su tiempo:¡pobres muchachas, viven mártires,figúrese usted que ese propio tápalo loestrenó aquella niña desde principios dela temporada! ¡Qué si eso es un martirio!Se sientan, arrastran las sillas, esgrimensu abanico a los otros palcos, yasonríen, y al volverse a la escena, dejancaer su mirada al patio donde está elbusilis.

»Vea usted con qué prosopopeya sesienta don Rubicundo Trapantoja; ése es

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nada menos que último escribiente deoficina, gasta guante y fuma habano; tipode esas existencias misteriosas que ni sesabe de dónde tienen ni cómo viven enlo secreto; pero que así bota dinero ensus caprichos, como en hermosear supersona; hombres que son un enigma,pero a quienes todos acatan por aquellode tanto vales cuanto tienes.

»Ese que pasa envuelto en su añejay desmedrada capa, es don BrígidoAlmohadón, concurrente por costumbreal teatro, donde ronca desde que entra, apierna tendida, y sólo pregunta si acabóel negocio en muerte o en casorio parano llevar a su casa la ignorancia de siasistió a drama o a comedia.

»Porque ha de saber usted que este

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teatro está compuesto de dos públicosen su mayoría: público durmiente ypúblico gritante.

»Aquel grupo de amigosrechonchos y pacíficos, discuten entreverso y verso de Bretón, y frase y frasede Dumas, sobre el precio de una churlade canela, la remesa de algún cuñete, yel estado del comercio de abarrotes.

»El otro grupo más espiritual deamigos de furia alzada, gesticularanimado, etcétera, es de políticos; ésosson furiosos: se dicen al oído losdesmanes de los magnates, las reformasque necesita la patria, y se enseñan conmisterio un papel anónimo que dice conletra gorda, que de Adán acá todos sonladrones…

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»Mejor aprovecha el tiempo aquelmocito de luengo y compuesto cabello,tez pálida, ojos abatidos y negro bigote:vuelto al disimulo hacia aquel palco,enclavija las manos en signo de súplica,alisa su mostacho en señal de que mandaa su dueño un beso volador, y que lerecibe con la intención: se amosca deque la niña vea al capitán contiguo; y estodo una pantomima divertida.

»El marido, entretanto, bostezadescuidado con los raptos líricos delTorneo; pone una sobre la otra pierna, ycritica de inmorales las escenas, no lasde su mujer, sino las del picaresco autordramático.

»Esta banca que tenemos al lado,de donde salen carcajadas reprimidas, y

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donde bulle inquieta tanta algarabía, esde calaveras, de cócoras. ¡Oh! Ésa es laflor y nata de la juventud, de jovencitosenclenques y sietemesinos; pero quefuman puro y blasfeman con su voz detiple como renegados.

»El primero es Agapito Berruga,hijo de una muchacha pizpireta ydisipada, que para vivir a sus anchurasha dado rienda suelta al infantito: sudestete lo ha verificado en el billar; yahoy se queja de indecentesenfermedades; apura una copa conmarcial denuedo: aunque en la escuelano escribía de suelto, ha enviado unaepístola a cierta matrona, que conoce ysabe apreciar las gracias de la infancia;y por último, trae en el bolsillo, junto a

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la obra misma de la impúdica Lucinda,un botecito con veneno para suicidarse.¡Qué niño tan vivo! Ni se quita elsombrero si pasa Nuestro Amo; mofa lareligión; se retira tarde a su casa, yestropea a sus criados por quítame esaspajas. ¡Qué niño! ¡Esperanza de lapatria! Habla insolencias; espía a lasseñoras al bajar una escalera o al subiral coche, y juega con sus criadas apresencia de la mamá, que diceembelesada: “¡Qué alegre es Agapito!”.

»La otra banca sí es de calaverastremendos; de los que se baten y armangresca; de los que andan patituertos, conel sombrero a la ceja; de los queinterrumpen una representación, ydeciden del mérito de las comedias

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entre una conversación de caballos ycrónica escandalosa. Todos se saben susvidas y milagros, se saludan, se mofan,se destrozan recíprocamente, y nopueden andar separados. Después decharlar, de discutir sobre una carambola,una corbata, una contrajudía, o una caídaredonda, absuelven o reprueban lacomedia con un magisterio queescandaliza.

»Aquellos otros tres son literatosque por bocanadas sueltan nombres deautores franceses, españoles, griegos ylatinos: criticastros pedantes que no haydos de una sola opinión, que se hierende la reputación ajena, y a todo ponenpero; hablan como diez y no saben loque se dicen; a todos aturden con sus

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propios nombres, y son sus disimuladospanegiristas; naturales enemigos de loscómicos como el perro y el gato; vanos,y que creen que están a la altura deVirgilio porque le hallaron elconsonante a potaje, diciendo jefe».

—Ya está, por Dios, de charla —dije a Estornija—; hábleme usted algode los cómicos, y se lo agradeceréinfinito.

—Primeramente —me contestóalgo embarazado—: ya los cómicos noson cómicos ni recitantes, sino artistas:en el Teatro Principal forman unarepública federativa con sus ribetes deanarquía, y tienen preocupaciones raras:primeramente, se les ha metido en lacabeza que los quinqués no son para

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alumbrar, sino para arrancar lágrimascon su pestilente humareda; creentambién que la basura es parte integrantedel espectáculo, y que la suciedad esconveniente al arte de Talma.

»Creen que el público pertenece aellos, y así se cuidan de su opinióncomo de las coplas de Calainos; piensanque estamos en la época en que con unapropia decoración, diciendo, ahora esselva y ahora palacio, se queda todo elmundo loco de gozo.

»Hay muebles con los que se tuteael público, y en comedias de magia selucen por la destreza.

»Por lo demás, son modestos;adviértales usted un defecto, y o lodesafían, o ponen a usted como un

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Cristo, porque creen que un cómico seimprovisa como un meritorio o unsubteniente.

»En los espectáculos y paseos,miran sobre el hombro; deciden delmérito de los autores, y les enmiendan laplana; tienen sus puntas de literatos, ysus pretensiones de hombres de mundo.

»En su torno bulle y circula unacorporación de attachés, jóvenes deentre bastidores, apasionados a talteatro; que saben los vestidos que tienetal dama, los puntos que calza, losamantes que la rodean; que saben si eltrueno se remedó con tejamanil y tablas,o con balas rodadas por el suelo; queindagan si el galán está celoso, y si labailarina tiene amantes.

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»Si el barba fue citado por unadeuda, y si el otro come anchoas o molede pavo».

Y de esto se enfurecen, y de estachismografía viven riñendo con losattachés de Belchite, citando suscampeones, comparando, gritando en loscafés como energúmenos: y para éstos,ni hay patria, ni partidos, ni ingleses, niprohibiciones, sino bailarinas y dramas;y una pirueta o un galán que no está ensu cuerda, los conmueve, los alegra oentristece, y decide de su suerte.

Disgustos muy formales se hansuscitado por el vaso de agua, y porquién ejecuta mejor «Marino Faliero»;estos locos de atar todo lo trastornan, yellos y los cómicos como el cuerpo y el

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alma, andan juntos, y son recíprocas suspenas y sus gozos.

En la siguiente carta te diré deBelchite, y de otras diversionespopulares, que aunque me acarrearán eltítulo de lépero y qué sé yo: vale queéstas son cartas confidenciales que nodeben salir de tu poder.

Jacinto CamaleónFidel

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Cartas sobre México IV

(Diversiones públicas. Teatrode Nuevo México)[9]

Señor don Justo Nivel

Muy querido primo: Apenas recuerdoconfusamente y con la vaguedad de unsueño, lo que te decía en mi cartaanterior, hablándote del Teatro

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Principal, y de que te prometía, cosa enmí harto fácil, hablarte de Belchite, y nosé de cuántas cosas más.

Tú me llamas informal en la querecibí últimamente: no te falta razón;desde esas poblaciones silenciosas yparalíticas, donde el trabajo y lasflaquezas del prójimo son toda ladiversión, se forma un concepto inexactode la batahola, del trajín y movimientode esta hermosa capital, y de las idas yvenidas, y del afán de figurar que seinocula en los cerebros de los foráneosque por vez primera holgando pisamosestas felices regiones.

Me dejaste, Justo, con el lienzorestirado, presto el pincel, y el animadooriginal delante, para describirte el

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improvisado Teatro de Nuevo México, yheme ya en camino para esa civilizadorarecreación.

Desde muy luenga distancia seperciben dos relucientes faroles, cosa nomuy común en las calles, rótulo animadodel corral de comedias. A las ocho de lanoche cimbra las casas el rodarincesante de los carruajes, que tiradosde arrogantes frisones o mulasaristócratas, conducen a los acomodadosespectadores, mientras el públicopedestre, por una acera angosta yesquiva como presilla de subteniente,caracolea y se agrupa, huyendo de lasruedas homicidas.

Hablo de una sola banqueta, porqueaunque la calle de los Rebeldes debería

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tener dos, una puede considerarse eniniciativa, es un proyecto de banqueta,banqueta de primera lectura, erizada depiedras, interrumpida por hoyancos, y entiempo de aguas dominada por canalesque le dan todo el salvaje aspecto delNiágara.

El tránsito de la bocacalle delPuente del Santísimo a Belchite esescaso y mal encarado, comoentendimiento de alcalde de barrio, yteniendo al margen los carruajes y losestribos de escala de los mismos, sehace el callejón tan sutil, que muchosgordos no asisten por no ponerse enevidencia y muchos celosos seescalofrían al abandonar a su consortepor aquel pasadizo, más para espíritus

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que para mortales, y mejor para elpurgatorio que para el teatro.

Esta especie de inevitableangostura se atraviesa como la senda dela justicia, paso a paso y cubierto desudores. Como incrustados en la pared,con sendos puros en los labios, ymonstruosos garrotes en las manos,vense en hilera los elegantes, nuestrossempiternos veteranos; allí chancean yse empujan, allí sazonan con soecesdesvergüenzas para establecer sureputación aquella especie de prólogo ala puerta; allí escurren el atrevido pieentre las babuchas de una anciana, y lahacen trastabillar persignándose; allí sehacen encontradizas las manos y haypresiones, no advertidas, del padre que

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navega rompiendo la barrera de codos ysombreros que lo intercepta de la hijainocente, que con el traje ajado, revueltoy desprendido el chal y desordenadossus rizos, rodando llega al quicio de lapuerta, gritando a sus hermanitosperdidos como en un subterráneo en elbosque de piernas que se improvisó a supaso infantil. Es un cuchicheo constante,un diálogo eléctrico que va de boca enboca, desde la puerta del café hasta lamesilla del cobrador.

Son aquellas palabras que estallan,cunden, se revuelven, se modifican, secomentan, brotan entre estúpidascarcajadas, que vuelan asidas al últimoacento de una desvergüenza descomunalque cae mucho en gracia al marido y al

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concienzudo padre de familia.—Chicos, se presenta doña Higinia

Calceta.—Contemporánea de Branciforte.—La cara tuvo por molde una

botella de agua de colonia.—Pero no el pecho: levantado,

juvenil.—Son dos frascos de Southern,

adheridos al corpiño.—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!—Adiós, anciana.—Retrógrada.—Murciélago.—¡Hola! ¡Hola! Rita Pitalla.—La… Rita.—Viva el progreso.

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Ayer fue triste modista,hoy gasta riqueza tanta…bien puede pasar por santapara los cortos de vista.

—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!—¿De dónde vienes, chico?—Silencio: ahí viene mi vejete

padre.—¡Qué facha!—Sobre que el infeliz está

creyendo en que hay un infierno.—Si va allá, con la grasa de su

ropa se confecciona como bistec.Rompiendo esta nube pecaminosa y

diablina que despedía tantasdesvergüenzas, como humo y fétidosolores de almizcle, y otros afeites

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ultramarinos, me hallé en una especie decochera adornada con el colosal cartelque estuvo a la expectación en el portal.

Penetré al salón por una especie derendija fantástica, propia para comediade magia, y hálleme a poco tiempo,siempre exprimiéndome ycompendiándome, en mi guaricoescarlata, que desde su creación sellamó luneta.

Mi primera impresión, no lonegaré, fue de gozo y bienestar, allí seconoce que el empresario dijo: «Hágasela luz», y compró quinqués suficientes.

El Teatro de Nuevo México tieneentre otros gloriosos timbres, el dehaber dado vida a un público nuevo,hermoso, y vestido de limpio.

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La aparición en esos espectáculosde personas que veíamos antes sólo enla calle; el ingreso de actores nuevos ala escena; el afán que siempre ha habidoallí de hacer las representaciones condecoro y propiedad; lo reducido dellocal, su forma material, y la buena luz yaseo, contribuyen a que la sociabilidadsea perceptible; a que las caras y lascamisas se presenten limpias; a que lasconversaciones se propaguen, y a quetenga todo cierto aire de animación yjuventud.

Debajo de los palcos primeros hayunas gradas con sus respectivasbarandillas, a las que no sé por qué lesllaman balcones; la subida a ellos es unverdadero asalto; la luz que allí reina es

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de crepúsculo; se ve en una posiciónequívoca, que no es ni sentado, ni enpie.

El apetito desordenado deHacienda hizo crear unas cuchillasocultas subterráneas fantásticas, como elcamino del Simplón, es un plagio delinfierno del Dante: allí envuelto ennegro capuz, se rebulle y hormiguea unpúblico vergonzante; pero como elconjunto, entusiasta y tiernísimo.

En la luneta florece y se levantanuestra esperanza patria, nuestrajuventud amada.

Raya abierta, melena luenga yperfumada, bastón, anteojo de teatro,capotín sietemesino, paltó, frac fino,cadenas y dijes, y luego cumuloso

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extremo de corbata, y luego cincocamisas, y luego un escapulario de lana,y allá, muy al fondo, un corazoncitosentimental y desdichado: ¡quéperspectiva!

Entre tanto lujo aparece aquí yacullá tal cual payo de inmensosombrero entre las piernas y alborotadafuria, con la camisa dejando ver elvelludo pecho, en que reluce unamedalla de plata con la efigie de laVirgen; también se ven asediadas por loscodos de los compañeros laterales,espectadoras ya cortesanas con elalmibaramiento de estilo, ya payitas conel trigueño retoño en sus rodillas,durmiéndose con su sonaja en las manos,y un gorrito griego turquí que le sienta

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tanto, que no es capaz.Por supuesto que en las primeras

bancas están los fundadores y decanosde Belchite, de todos sexos y edades,como si esperasen oír brotar de laconcha las noticias de entre bastidorespara propagarlas.

Vedlos: disputan de la comedia deldía anterior, son idénticos a los attachésdel Teatro Principal. ¡Ingratos! ¿Me vende mal ceño porque no aplaudí, porquetal delirio me pareció más deenergúmeno que de racional?¡Maldición!, ¡execración! ¡Pobre de mí!…

Es notable en la luneta la afluenciade extranjeros de todas clases, quepresentan su espíritu nacional y sus

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tendencias en todo su vigor. Con sólover su postura se diría su nación: ya esun aristócrata taciturno, formando puentecon sus delgadas y luengas piernas, entresu asiento y la banca que sigue; pareceque tiene una amenaza escrita entre cejay ceja, y ve con desprecio al imbécilgénero humano que lo rodea: parece queel asiento le incomoda, el ruido leimportuna, y el gusto de los otros lehostiga: adelante parlero, chisgarabísinsosegable ríe en un corrillo: otro hablacon toda la fisonomía, esfuerza susrazones con las manos, y ciencias,política, policía, comercio, baile, todolo trata y revuelve con unaincomprensible ligereza; deja caer elnombre de la patria al descuido,

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sacándola airosa en sus eternascomparaciones, equivocafrecuentemente la chocarrería con lafranqueza, y en su trato con las damas esmonísimo; hay otros cuya pintura noquiero extender por ser muy conocidos,audaces, de genio dominador y resuelto,que alborotan como mil, y meten másbulla que diez bandas de clarines a lavez; semicurros medio endinos, oliendoa orégano y a anís, deciden de todo,disputan, y frenéticos aplaudiendo oreprobando, vuelven punto de honor unacabriola, y citan a sus antepasados conorgullo, para probar que un gestocómico fue bueno o malo.

Esta especie de Babel, en dondetodo se disputa en todos los idiomas;

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esta crónica políglota le da a la luneta sucarácter peculiar: es una verdaderapepitoria que no se puede definir.

Guerreros, modistas, rancheros,petimetres, caballeros de industria,artesanos eruditos y personas sesudas ypacíficas, todo está en contacto,confundido y amalgamado de la maneramás singular.

Los palcos, como antes indiqué,brillan con el lujo y la hermosura, objetode las miradas de la juventud, atractivoeficaz al espectáculo, motivo deregocijo y ventajas de la empresa.

En los palcos la desaparición detabiques retrógrados facilita también lasrelaciones; hizo abolir la costumbreantisocial de las poltronas y sofás, que

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apoyados a la pared en el TeatroPrincipal, sirven de lecho y reposo acomodinos ancianos y soñolientasviejas; nada de eso en Belchite: todos,sea la que fuere su edad, están derechos,como dispuestos a ponerse en pie, y esoda animación a la vista general delsalón.

No por eso digo que falte esarancia aristocracia con toda su tirantez ypretensiones, ni esa improvisadanobleza con toda su ridículaprosopopeya; pero hasta el milagro desensibilizar (verbo mío) a los usurerosha hecho Belchite, y esto se puedepalpar. Otra cosa en Belchite hay, pocasgordas, lo que no deja de ser unaventaja; y menos morenas, lo que no

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deja de ser provecho para losvendedores de colorete.

Lo que nosotros llamábamos«cazuela», en Nuevo México tiene elpulcro título de galería; no hay porsupuesto ese monástico divorcio de lossexos, ni esa clasificación aristócrata defortunas: es una masa compacta ygradual de fracs, capas, sarapes,barraganes, tápalos y rebozos; es unconjunto heterogéneo de personas detodos colores y tamaños; y en lasfunciones clásicas, personajes tambiénde todas clases vense en pie asistiendoal espectáculo, de modo que ni lasestatuas escasean, para que se vea quealgo tiene de europeo Belchite. Frisandocon el techo, medio-gentes, medio-

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peces, hay algún público furtivo queecha el pecho al tablón; pero ésta es unadegeneración villana de aquellasventilas que te he descrito en una de misanteriores.

Por lo demás, el local presenta milventajas materiales; por ejemplo eltecho: aunque tiene este rumbosonombre, no siempre defiende de lalluvia; debajo de las tablas corretranquilo un río, que no siempre exhalagratos perfumes, y la temperatura está detal modo establecida, que no hay medioentre asarse de calor o tomar unresfriado; por supuesto que en unincendio sería el teatro la ratonera máshábilmente construida para que pocossaliesen con vida; en fin, es un dije

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Nuevo México en cuanto a previsión yrecreo.

Pero para que no se me tache deinjusto, ni de parcial se me acuse, diréque la orquesta es de lo más anárquico eincompleto que darse puede, y que sibien más parece para perturbar ratonesque para deleitar racionales, toca conbastante economía, dejando el tiemposuficiente para que impere la inquietud yel fastidio en los entreactos sempiternos.

De los artistas de Nuevo México, ysobre todo de la empresa, sí debe haberquejas incontestables: primeramentetienen la temeridad de ser eficaces yestudiosos, cosa que pega tan mal en uncómico como en un primianista demedicina: se presentan con trajes

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lujosos y propios, como si tal cosa fueraoportuna, o como si quitara o añadieraal papel de don Quijote salir de sotana ysombrero acanalado, o a Napoleónvestirlo de chupín y calzón corto en labatalla de Austerlitz.

Pero dejando a un lado estas yotras imperdonables faltas, no se puedenegar que en otras cosas son dignísimosde elogio.

¿Quién no se acalambra y horripilaen un drama de Nuevo México? ¿Quiénno tiene deleite con aquel deletreomonótono y musical de la declamaciónmoderna? ¿Quién no ve las ventajas quesaca el idioma, y la inteligencia derecapacitar, cuando dicen, por ejemplo,armadura, si en la dureza de la arma, o

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si se habla de peto y espaldar? Seamosjustos; no se nos replique con vejeces,de que la acentuación del idioma, y elmal estudio de los papeles, y dar tiempoal apuntador. ¡Retrógrados! ¿Qué noperciben que un verso así declamado,tiene cierta afinidad con los tumbos deuna diligencia en una cuesta pedregosa?¿Y aquello del lente de aumento deVictor Hugo? ¡Oh!, eso sí convence: enla escena debe verse todo por óptica;por ejemplo, un padre ofendido, comoun carretero que reniega; un traidor,como un energúmeno, y una mujercelosa, como una rabanera que sedesgreña, y se golpea, y se desgarra y sedesvencija. Ser sensible de pie derecho,ser sensible como gente, ¡qué gracia

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tiene!, ser sensible como can rabioso,ofrece cuadros patéticos que nodespreciarán en los coloquios ni en lastabernas. Ésa es la misión del artista; yen Nuevo México son artistas hastalos… hasta… todos, porque eso nopuede negarse.

En vano se ha declamado contraesa depravación escandalosa del gusto;en vano se ha querido salvar esaprerrogativa de armonía y rotundidad,que el cielo quiso conceder al rico ysonoro lenguaje de Cervantes. ¡Necios!¡Ignoran ustedes que los artistas notienen errores! ¡No saben ustedes quecada uno de ellos es un literato, y puedellevar un púlpito en cada dedo, comodecía Sancho de su amo! ¿Y qué valdrán

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esos argumentos contra una paliza?¡Hola! ¡Cuidado! Si el público es tanimbécil que se adhiera a tal gusto, se lereclamará, porque el público sólo debeser público para aplaudir y para pagar,¡qué bien poca cosa es por cierto! Y siustedes replican, lloverán en su contraproclamas de los actores, y ridículo dela masonería attaché a la gloria teatral,y boletines de la Hesperia, y boletinesde los ultramarinos ingenios, y severtirán especies por aquellos que sólopueden entender de especias, y dirán…dirán tanto, que el crítico, despavorido,silbado, aturrullado, y hecha sureputación una criba, se desdiga y cantela palinodia como un niño. ¡Eso esbueno! ¡Qué osadía! ¿Expresar uno sus

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opiniones; tener la audacia de decir, quetal juventud era un anacronismo en la fazde tal persona antediluviana? Eso esintolerable; por eso en México niflorece nada, ni sabemos cuál es nuestrodedo índice; por eso, por el teatro y porla farsa.

A Talma, a Maiquez, a Prieto, atodos se ha criticado, y acremente,porque esa magistratura de la prensa hasido acatada por imbéciles. Talma,Maiquez, la Burgoin, la Georges, laConcepción Rodríguez, ¿qué valen?Dicen que el actor de verdadero talentoes modesto y oye los avisos de lacrítica, y si ésta es injusta, la refuta contestimonios de su habilidad, y la ahogacon el entusiasmo público que excita el

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talento: yo digo que éste consiste en nodejarse; que si la crítica grita, sedesprecia; si el público desaprueba, sedesprecia; si suenan los silbidos, paraeso hay aquello de que «¡oh almasgrandes!», etcétera, y que en NuevoMéxico hay mucho furor de aplaudirhasta… hasta cuando los tienen en poco.¡Lo que es la civilización!

Por otra parte, en Nuevo México seha desechado por plebeya y de mal tonola risa: allí se crispa el público; allí lamisión del espectador es de luto ysangre: ¡qué horror!

Esposas seducidas, madres quetienen sus inteligencias con sus hijos,vírgenes mancilladas, patriotas que atraición matan, muertos que hablan,

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brujas que se columpian del techo; ésaes la fruta del país, y luego termina todocon bailes nuevos, baile-drama como ungrano de oro: ¡qué escenas del baile-drama!, ¡qué cosas! Y un muelleo decintura, y unos ademanes, y un jaleo… ylos padres de familia en sus glorias. Esoestá en razón: por la mañana la santamisa, etcétera, y en la noche ademaneslascivos y baile-drama. Esto es aquellode Horacio de: miscuit utili dulci.

A cada alce de pierna y a cadadesconcierto de caderas, aplauso, grita,mejillas encendidas y ojos brilladores:si es tan alegre el baile; ésa esejecución, garbo, destreza; ¿y eso quérelación tiene con las jóvenes burladas,y… y… todo lo que venía yo hablando?

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Ninguna.Justo, tú ya sabes que soy un

tarabilla, no me hagas caso. Hablemosde otra cosa.

El extranjero que está escribiendosobre México ha quedado de prestarmealgunos artículos: yo te los mandarétraducidos, a ver qué juicio formas.

Estoy cansado de tanta charla.Hasta otro día

Jacinto CamaleónFidel

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Costumbres y trajesnacionales

(Cocheros)[10]

Resuene la jácara, y en medio delbullicio escribamos: ¡hola!, ¡hola!, gentetimorata y pulcra: perdón: notrascenderá mi artículo al ámbarvoluptuoso que perfuman las estancias

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ricas de los petimetres suscriptores.No obstante, cuando a la vista del

animado espectáculo de la Viga, o a ladel encantador cuadro que presentaBucareli, atraviesan raudos loscarruajes, ostentación magnífica dellujo; con sus pescantes con borlones,con sus pretensiones europeas, con suscorceles arrogantes de allende del mar,y se siguen en trabajosa marcha ytrepidante movimiento simonesinsurgentes y otros coches; alguna vez,lectores míos, habréis fijado la atenciónen los que inclusive con los brutos, sonagentes del curso de los carruajes.

Ellos son el objeto de mi tarea; ensu vindicación se ocupará mi péñola; ensu loor se agotará mi tinta; por su

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memoria sudarán esta vez las prensasdel Museo.

Si a primera vista el cochero es larueda motriz de la máquina ambulanteque guía, no lo confundáis con el brutopaciente en que cabalga.

El cochero es un ser único, sufamilia es de tal modo especial, que nopuede confundirse con ninguna otra, y sucarácter tan vario, tan original y fecundoen gradaciones, que verdaderamente sehace digno de las sutiles investigacionesdel filósofo.

Imposible me parece abarcar todassus especies, seguir el laberinto de suscostumbres; por lo que me limitaré a daruna ojeada rápida sobre algunos de losrepresentantes de esta interesante parte

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de nuestra sociedad.El cochero aristócrata es la

parodia viva del carácter, laspretensiones y la importancia de su amo;su sociedad son sus mulas o frisones;viste frac, usa guante, y fuma puro: en lodoméstico, su mujer, sus hijos y susbestias se prorratean sus palos y suscaricias: en lo público, enemigoacérrimo de todo bicho cabalgante, leecha el coche en los paseos, compitecon sus compañeros por un impulsocuasi instintivo; y acomodar bien sucoche, o cejar con maestría son los máshonrosos lauros que ambiciona su frente.

Aunque no de una manera tan eficaze inmediata como el lacayo, se inicia enlos secretos del magnate su señor,

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conoce sus visitas, tiene el fino tacto deocultar a su señora los extravíos de sudueño, y en los convites y saraos, en losquebrantamientos y pesares, seidentifica con los sentimientos de susamos.

Vida pacífica y filosófica, su mujery sus hijos que habitan en los cuartosbajos de la casa, heredan los muebles,visten con los desechos, y se alimentanen escala descendente como sus señores.Ya entronizado en un muelle pescantedomine con su vista al público pedestre;ya en conversación mesurada entre entertulia; ya dormitando en el estribo o enel quicio de una puerta, severo como uninglés, agarrotado el cuello entre loslienzos salientes de su camisa, ostenta su

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taciturno rostro, y evita el contacto conla plebe cocheril.

De esta clase, con modificacionespoco sensibles, es el cochero místico:reza el rosario; cobra el sueldo delseñor canónigo, se recoge temprano ycumple con la iglesia año por año.

¿Quién es ese personaje que seostenta con ridícula gravedad, el ceñohasta la frente, el sombrero hasta losojos, el nudo negligente de la más biensoga que corbata, el ceñidor plebeyoderribado, la chaqueta comosobrepuesta y rebelde, y el chaleco conla botonadura en anarquía?

Es el cochero de justo medio, sirveen la casa de don Punzalan oropel,coadyuva a dar en espectáculo un bombé

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de complexión robusta, y de rodarincierto y bullicioso.

La señora lo ama como a un hijo,sabe de memoria los parajes en que susmás dulces prendas yacen en el limbocon un módico premio mensual: penetraen lo recóndito de la habitación, dondeyacen despatarradas sillas y envoltoriosdispersos entre los vestigios de laopulencia espirante de la casa. Consuelaa las mulas en sus días de ayuno y dedesolación: es íntimo amigo del maiceroy del médico constante del bombé, y sinembargo, en lo exterior se roza con laaristocracia, sonríe benévolo al cocherosimón; se aduna con el místico, y esafectuoso y tierno con la familia dequien subsiste.

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No obstante lo expuesto, para quemientras sus amos tocando el techo delteatro en la cazuela ruin, o en la galeríaempinada, se entregan a los raptos deShakespeare, o saborean los chistes deBretón, él haga un fletecillo clandestinocuando Neptuno visita la tierra, oencubra rápido el misterio de un amorpasajero y menesteroso.

Este cochero es esencialmentesocial y afectuoso, las amigas pobres dela casa le sonríen porque por unagratificación arbitraria las conduce a suhabitación, es el agente privilegiado deese señalado favor, de que: te lleven enel coche.

Sus amos vulgarizan su nombre: esmi cochero, dicen con orgullo; si hay

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visita las niñas le gritan con cualquierpretexto; los días de solemnidad vistehasta cierto punto con lujo; el lustre delas botas de su amo es producto de susafanes; en los convites se separa condistinción la comida del cochero; tutea alos niños y desplega su magisterio en lacocina; es el ídolo de las camareras; elgalante pretendiente de las nodrizas; elrespeto de carniceros y aguadores; elniño mimado de las cocineras, y elornato y el terror de su vecindad.

Pueden suponerse como miembrosde esta familia al cochero médico, alcochero marcial, al cocheroempleománico; el uno transporta losinstrumentos científicos y sabeimperfectamente las enfermedades de

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que adolecen los pacientes de su amo: elotro recoje el prorrateo, sirve depadrino para que licencien a sus amigos;el otro conduce con prosopopeya elalmuerzo a la oficina y lleva a losretoños del erario a la aula o al colegio.

Pero el tipo verdaderamentecurioso, el que debería ocupar elartículo por su singularidad, por sucategoría y por su importancia social esel cochero providente.

Elevado desde la esfera humilde devillano campesino o de sirvientedoméstico, a la alta clase de cochero delsitio, su naturaleza cambia, susconocimientos se multiplican, su ser sesublima, y sus facultades intelectuales seperfeccionan y se sutilizan.

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Su teatro es la corte, su divisa laindependencia, su libro la humanidad entodas sus fases.

Dependiente hasta cierto punto delamo a quien sirve, cuenta con un sueldonominal, catorce pesos; una mano férreale sisa seis para el mulero, y con ochoatraviesa el océano mensual atenido a suingenio y a su astucia.

Como el caballero errante alrelincho de su corcel, como Cuasimodosobre la torre de Notre Dame monta ensus mulas, cuyos nombres distingue y leson caros; a las siete de la mañana, lashalla uncidas, dóciles y prontas a latarea.

Como introito a sus trabajos enalegre y desvergonzada tertulia hace su

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mañana, se sienta semicanteado en susilla, hunde su sombrero hasta la nariz,lleva el puro colosal a uno de losextremos de su boca, agita su diestrapierna de movimiento continuo, y a lavigorosa insinuación de su cuarta partesilbando a su sitio, donde después delaltercado de la vara, de la revista a susladillos y a sus amelonadas ruedasespera en corrillo a sus marchantes.

Remuda a la una, emprende sutrabajo de nuevo a las tres, y a las nuevede la noche rápido desaparece entre lassombras hasta la carrocería.

Pero si en lo físico es tan monótonaesta existencia, en lo moral asombransus cambios instantáneos.

El cochero providente es vivo,

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afectuoso y servicial; se acerca la carga,mide con la vista su fortuna, sondea elobjeto de su viaje, y sonríe al abrir laportezuela porque su mirada derelámpago todo lo ha comprendido.

Conoce todas las calles; casi porinspiración sabe dónde existen losobjetos y las personas más esencialespara todo; sabe la apartada habitacióndel músico, el chirivitil de lacomadrona, el gabinete del usurero, elsitio más oportuno para el placer, lacasa del confesor sagaz, la tienda delrepostero diestro, y la fondilla en dondeel apetito más se lisonjea; todo lo sabe,es un almanaque vivo, una guía deforasteros animada, una enciclopediacon espuela, un sacerdote de amor el

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más astuto.Como hemos dicho, independiente

por carácter, la relación que contrae consu carga es íntima aunque hipócrita.Popular hasta el fondo del alma, prefierea sus iguales a cualquiera otra carga.

Es curioso ver un infiernocompendiado en un coche cargado deléperos de ambos sexos.

Es sábado de Gloria; la razón huyó:en el pesebrón entre el dédalo depiernas de los paseantes levanta el asa yel erguido pico un cántaro enorme delicor del maguey, que circula entre losconcurrentes; el carruaje está al frentede un templo de Baco pedestre, y allí lascarcajadas estupendas, y allí versos queirritan el placer, y la jarana rasga

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jarabes destemplados que envían susecos entre el humo de los puros ycigarros. Allí el cochero de pie en elestribo con medio cuerpo hundido por elladillo entre sus amigos ríe y retoza, yrecoge abundantes laureles.

¿Cómo reconocer al mismopersonaje de la orgía en ese sertaciturno y melancólico que sinsombrero, con su pañuelo en la cabeza yun paso solemne conduce al sacerdoteque lleva la efigie de un santo paraconsuelo del moribundo?

¿Cómo reconocerlo en esa dolientecomitiva que con rodar pausado,ocultando a los deudos tras el verdeladillo o la persiana acompaña el ataúd,o el carro fúnebre a la última morada?

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Tal es el asombroso carácter deeste faetón del siglo XIX; pero en nadaresplandece esa perspicacia como en elamor: él acecha la pareja furtiva y leproporciona asilo; después no conrodado paso sino con el intercadente debautismo, pasea a los amigosclandestinos ya ante el cuadro sombríode la Alameda, ya en la desierta calzadade Bucareli, ya por la sombría arboledade la Viga, o por la arquería de laVerónica, el cochero va silbando confilosofía y su alma grande perdida enprofundos cálculos sobre el cobro, nointerrumpe indiscreta por ningún signolos misterios de su condescendientecarruaje.

En otro tiempo cuando Dios quería,

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los guardas del sitio que tenían doscaballos de dotación rondaban einterrumpían estos paseossemicampestres; hoy la despreocupacióny las luces cunden, y los caballos y lavigilancia menguan a proporción.

El cochero es el nato patrono de lashijas de la alegría, el asilo de pecadoresde la moderna sociedad, y el corredordel placer por naturaleza.

Ellos se interiorizan en las cuitasde ellas; ellos al extranjero inexperto loconducen al templo del amor mercantil;ellos ven crecer y florecer esas plantas;ellos como un sultán se rodean de lashermosuras, y desde su primer sonrisabenigna hasta el quejido con que saludanel hospital, indagan.

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Pero todo esto siempre riendo,siempre provocando con su mirarmaligno la perturbación de lasconciencias.

Adula con fineza al magnate,comprende y oprime al pobre, sehumilla ante el liberal, es déspota con elimbécil, y sufre los golpes del valientecon aspecto de amenaza.

En sus intervalos de holganza lapulquería es su bufete, su lonja, su café;arriesga a los albures o al rentoy sufortuna; pespuntea el son másdesenvuelto en su jarana, y da leccionesen su desaforado canto a los transeúntes,de lascivia brutal y desvergüenza.

Su especulación la finca en ocultarobstinado su papeleta para que no se

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sepa la hora, en cobrar con desfachatezsu regreso a los menos avisados, enextender sus marchas más allá deChapultepec, en transportar hasta ochoen su coche al Peñón, templo de Venus,orgía tremenda, sin previa censura y sinregistro como en las aduanas. Y en otrostiempos en complicarse en crímenesatroces.

Hoy tal cual contrabando es sumayor hazaña, y mal dotados, peorvestidos y negligentemente vigilados sumiseria los hace gravosos al público,ruines y pendencieros, y sobre todo tanactivos agentes del amor.

La lluvia es su cosecha, toman aveces por sí los coches, losmonopolizan, y entonces como Júpiter

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entre los truenos y relámpagos, imponenla ley a los mortales.

El enemigo natural y acaso únicodel cochero, exento el petimetrecabalgante, es el soldado; descarga sufuria sobre él en los paseos, interrumpesus homicidas carreras, lo acecha en losteatros, lo maltrata en todas partes.

Esta vida que palpita de gozo, estaexistencia interventora en el placer y enel duelo; este ser que nos lleva a lafuente bautismal entre los gritos quepiden el bolo, y nos acompaña a laúltima morada en medio del silencio,también padece hondos sinsabores comopersonaje romántico.

Todos le abandonan con semblanteindisplicente; antes de gratificarlo se

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cuestiona, y sólo el jugador gananciosoy el amante feliz lo agasajan sinrepugnancia.

El cochero tiene pena de cárcel porla más inocente travesura, porqueempeñó un ladillo, porque se quejó de élcon justicia o sin ella un escribano o uncapitán ad honórem; porque no repusode su cuenta una estornija; porquetendido a la bartola en una banquetainterpuso el pie audaz entre otros dospiececitos de la pertenencia decualquiera letrado o de cualquier novio:por todo, cárcel.

Aun aquella especulación deregresos, etcétera, que un hombresuperficial llamaría sórdida, no es sinola racional compensación de sus

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frecuentes chascos. Ya un almibaradocaballero de industria lo emplea todo eldía, lo maltrata, busca sofocación a susmulas, y andando andando el coche, abrela portezuela y… se va la carga; otro deaspecto atrabiliario toma el coche, va asu objeto, lo hace parar en una puerta deun café y se marcha por la otra… otrotoma la fuga por el vidrio de la testera sies amplio, y entonces las intrigas, losamores, el porvenir dorado del cocherose oscurece y gime y atruenan el vientolas blasfemias con que desahoga su justapena.

Es, no nos cansemos, su vida unaconsagración a la sociedad, si es ciertoque lo inician en altos secretos; que suojo filosófico ve sepultar en la

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entelerida máquina que conduce, lagravedad del magnate, el amor al ordendel amante al gobierno, y la fidelidad yla honra de la reputada virtuosa; escierto también que sus días sontempestuosos, y que ese Prometeoaunque cambia de formas, no participade todos los goces que debiera.

Por eso en su corazónenciclopédico y revuelto, guarda unacreencia, la del señor de la Expiraciónde Santo Domingo; por eso a la estampade la Virgen que está entre dos bujíassobre las anchas tinas del templo deBaco le compra algún viernes flores y lasaluda reverente antes de apurar el licorque embarga sus sentidos.

El cochero providente no se vende;

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jamás compromete su libertad augusta,doblando la cerviz a un amo, y siempreriendo o murmurando: con los suyos,afectuoso; con sus superiores, hipócritay ladino; con el soldado, rencoroso; eidentificado con el pueblo, sufrepaciente la lluvia, ebrio, casi dormidodesempeña su ejercicio con expedición,desafía contento el sol y se inicia en losmisterios de la noche con la flexibilidaddel sagaz diplomático y con el espíritumercantil de los filósofos de nuestraépoca.

Después de haber hablado depersonaje tan ilustre como el cocheroprovidente, inútil nos parece hablar delcochero errante, de ese audaz cocherode diligencia, compuesto original de

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yanqui y lépero, porque sería cansadoepisodiar y nos distraería de nuestroobjeto, haciendo esperar por más tiempoa ese leperuelo ágil de desencuadernadovestido, taimado y malicioso que sellama entre nosotros lacayo.

No fijéis la atención en sudessabille perpetuo, no en el cigarro quelleva tras la oreja, ni en el apéndice detrapo que en su frente sujeta elmaltratado sombrero; nada de eso.Dejadlo trepar audaz en la rueda, paraque al girar lo conduzca a su tablilla;dejadlo bamboleándose pacífico tras ellandó en su cómodo asiento: pensemosen su parte intelectual con la brevedadque nos permite el género en queescribimos.

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El lacayuelo Pascuales un dije, es buen muchacho,no he visto más vivarachoni más ladino animal.

Así charla en un retretemalicioso, hablando bajo,como entra con desparpajoal soberbio gabinete.

Él sabe que su señorasi como alabastro brilla,lo debe a la cascarillacon que se pinta traidora.

El que compró el calzadorduda mucho del pie chico,que oye al amante borricoencarecer con ardor.

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Si entre sus hijas galanasvieja de rostro apopléticose ostenta, él compra el cosméticocon que se tiñe las canas.

El de mentidas patrañasda razón, que tal gordurala debe aquella hermosuramás que al cielo, a las bretañas.

Esa de rostro de angustiaque interesa en su desmayo,mentira, sabe el lacayoel que la tiene tan mustia.

Él sabe que tal mozuelopoco después de las doceentra a merced de un emboceal olvidado entresuelo.

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Porque es propicia la noche,porque el lacayo es seguro,porque él es de nombre oscuroy ella la dueña del coche.

El señor dice a Pascual:lleva a la niña Teodoratal prorrateo mensual;no lo sepa tu señora.

La casa del compromisovisita el buen paje astuto,calma el celo, aparta el lutode aquel amor de comiso.

Vuelve galano y discreto,al amo el negocio avisacon su rápida sonrisa,y es el dueño de un secreto.

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Entretanto la matronaque en el paje miró chispa,con su viveza de avispaa otra empresa lo alecciona.

Llama al lacayo ladino,su habilidad compromete,templando le da un billetepara un audaz lechuguino.

Le da a conocer su amor,llora, le encarga, sonríe,y dice que al otro espíesin que lo sepa el señor.

El lechuguino altanerolo espera, allí está, lo vio,¡un billete! ya le dioEl sueldo de un mes entero.

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En tanto tímida y bellala muchacha recatada,al paje espera turbadacon su pudor de doncella.

Un billete, se lo da,ítem más, un ancho anillo…Gracias, vete, Pascualillo,que no lo entienda papá.

En tanto el niño mimadoardiendo en hondo corajeespera del tardo pajeel importante recado.

Le hace el corazón tic, tac,maldito paje, ¡qué engorro!—Yo no me visto, me forrocon este diablo de sac.

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—Pascual. —Señor. —¿Qué te dijo?,¿recibió? —Con mucha pena:estaba la casa llena.—¿Recibió?, ¡qué regocijo!

—¡Pobre niña!, me ve y llora;pálida está. —Con razónte doy este pantalón.(Esa muchacha me adora.)

Y el paje sabe secretos,y el paje es un holgazán,y ellos dineros le dan,y ellas le guardan respetos.

Yo al mirarlo en un carruajele digo asombrado a Pablo:—¡Ay! ¡Ay!, si escribiera el pajemuchas memorias del diablo.

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Y él tiene en su corazónpor un ejercicio extraño,la llave del desengañoy el prisma de la ilusión.

Él puede hacer un reclamoal mundo, y para su sayodecir: más vale el lacayoque la familia del amo.

Pero el lacayo es jovial,la fortuna le es amiga,es el alma de la intriga,es mucho cuento Pascual.

Mas suspendo su retratoque es poner elcon atrevimiento al gatoy… punto en boca

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Fidel

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Un puesto de chía enSemana Santa[11]

Ha pasado la época a que nosotros porironía llamamos invierno, quepropiamente no es más que el sueñorápido de la eterna primavera, paraaparecer con el prestigio de nuevosencantos. Ha pasado riendo con lacareta en la mano, con las señales de suvida corta y crapulosa el carnaval; y laaustera cuaresma ejerce su menoscabado

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imperio en las pocas almas timoratas yreligiosas de este siglo eminentementepecador.

Los vendedores, que con su gritoson el termómetro que marca lasestaciones, han dejado de pregonar entrelas sombras de la noche la castañaasada, en los parajes públicos; laextensa lumbrada ya no se enciende enlas esquinas frente al cacahuate y alcoco fresco.

Es un viernes; en algunas esquinasse improvisa un pensil de floresnaturales, el chícharo aromático, lamosqueta, la amapola, la espuela decaballero rodean a la rolliza florera queforma ramos, para ofrecerlos al públicopor módicas sumas.

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Ya es un niño que le compra yacompaña el ramo a una vela ruin parala Virgen de su escuela, en la que aún seconservan las costumbres de antaño; yala mujer de la plebe que tiene su altar, ylo adorna con flores en su humildísimapocilga; ya la rumbosa cocinera, queorna el canasto de su recaudo de vigilia.Entretanto, multitud de carbonerospueblan las calles, se oye pregonar envoz de tiple el cuscús, las verdolagas, elahuautle, las ranas; y por la garita deSan Cosme entran multitud de asnospacíficos cargados con berza,compitiendo el vendedor en su grito, conel que proclama el bagre y el pescadoblanco.

Atraviesan las calles en todas

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direcciones estos pregoneros errantes; laafluencia de arrieros a la capital esnotable; ya los conductores de losefectos de tierra adentro, ya los indiosde los alrededores, ya los alcaldes de unpueblo que con la más pacífica de lasembajadas vienen en busca de cera y dearreos de hoja de lata pertenecientes a laEdad Media, para convertirse enverdugos de Jesucristo.

En esta época de agitación, cuandoel espíritu mercantil, la gastronomía o ladevoción ponen en movimiento losánimos, cuando comienzan a sentirse loscalores, y aún no hay esperanza que lostemple la benigna lluvia; un día comopor comunicación telegráfica aparecenen las esquinas los puestos de chía.

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Dos enormes huacales son elarmazón de este mostrador portátil, serevisten de alfalfa o de trébol; seadornan en su parte exterior de amapola,de chícharo, de campánulas y mosqueta,con matices varios, con exquisito tacto yhermosura; corona esta especie demostrador otra cenefa de rosas y demásflores vistosísimas y frescas: el frentedel puesto está perpetuamente regado, ycomo excitando al sediento a calmar susansias. Sobre el puesto hay una especiede aparador en que sigue la categoría yfortuna de las relaciones de su dueño, seostentan, ya colosales vasos de cristalabrillantado con aguas de colores, queazules, escarlatas, naranjadas y verdes,relucen con el sol, y le dan un aspecto

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peculiar a la negociación: hay tambiénjícaras encarnadas y lustrosas, hijas delsur de México, con su maque terso ydurable, y sus labores de platacuriosísimas.

Lo restante de la negociación estáoculto a las miradas profanas: es la ollamatriz con agua de azúcar, otra con aguade limón, piña, tamarindo y, sobre todo,la horchata de pepita y la chía,«engordando» en un lugar predilecto.

La alma de este singular conjuntoes la chiera, fresca, morena, de ojosnegros, de andar resuelto, enagua conpuntas, zapato con mancuerna, y en todorespirando actividad e inteligencia;ordena a su criada que prepare en elmetate adjunto la pepita, envía a su

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esposo por los artículos que necesita;forma una especie de pabellón con surebozo al recién nacido pimpollo detrásdel puesto; adquiere relaciones con elvinatero y los cargadores: los de lavecindad la señalan, los muchachos laauxilian el primer día de su instalación,y ya todo arreglado, tose, ve en suderredor, y grita con un acento que le espropio: «chía, horchata, agua de limón,tamarindo».

Acércase un sediento; prepara unajícara, lava sus manos, vacía un tanto deagua azucarada, y la mezcla con la chíao con la espumante horchata, parabrindarla a su marchante: así pasa suvida monótona riñendo con losdeudores, afable con los transeúntes,

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vivaracha y retozona con sus vecinos.Pero luego que ciertos signos

anuncian la semana Santa, que la roncacantarrana en manos del muchacho, y laimpertinente matraca proclaman lossolemnes misterios de la Pasión,entonces la chiera es otra cosa; empeñasu crédito, forma una habitación decarrizo y morillos en instantes,multiplícanse sus dependientes, contraecompromisos, y despliega unaprodigiosa actividad, como el cocinerodel puding a la chipolata en medio desus clientes, como un general en un díade batalla distribuye su gente, lacomisiona y vigila por su perpetuaacción.

El jueves Santo en la noche, el

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puesto de chía es la fachada de un salónextenso de carrizo, aquel mostradorenano está adornado de arcos elevadosde trébol y flores, de donde pendencantarillos y otros trastos de barroporoso que dan frescura a la agua loja, yel juguete es un nuevo atractivo para elcomprador. Un hojalatero proveyó defaroles; algún otro conocido, debandillas y lienzos, y algunas vecesTelémaco y Ulises, Catón y Espartero,no desdeñan entrar en los puestos en susdorados cuadros; por lo demás, en elinterior hay bancas; y la servidumbreque muele, endulza, riñe, y está enperpetuo trajín, es numerosísima.

Ese día, la chiera se multiplicacomo el pólipo; trabaja, riñe, y tiene

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pintada la mortificación y el despechoen el rostro.

Su compostura en esos días esextremada; enagua de muselina conmaneras de listón y un holán encarrujadoy como el ampo de la nieve; sus pulserasy gargantilla de corales, su rosario y surelicario con cera de agnus, y en fin,todas las medallas y amuletos quepuede, desde san Jorge contra losanimales, hasta el Señor del SacroMonte, las puntas de costumbre y elzapatillo ajustado, realzando elapiñonado cutis; así se ostenta degalana, grita su chía, horchata, etcétera,se instala en su tienda una familia de unhonrado artesano vestido de limpio, susombrero de chapetas, su zapato de

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herradura, su chicuela de saya ymantilla. La chiera los hace sentar, lesda conversación y les sirve lo quepiden.

En esos días los puestos degeneran,y tienen tantos cambios y alteracionesque es imposible describirlospropiamente: hasta aquí sólo he pintadola chiera de esquina; pero en la semanaSanta todo el frente de Palacio se cubrede puestos, y aunque en el fondo soniguales, su forma varía al infinito.

Allí ricas cortinas de damasco ymuselina; allí quinqués y cuadros; allítambién, cantaritos y jícaras; pero vasosy jarrones europeos; allí la canelaarrojada sobre la agua haciendo laborescaprichosas; allí hay cajeras y

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servidumbre numerosa, y los niños quelloran y las molenderas que riñen, y laobesa puestera que se atufa y se ahogaentre la concurrencia exigente, y elmarido de la mujer trabajadora,holgazán, que bebe y gasta el fruto delos afanes de la pobre chiera.

Pero esto es accidental, la chierade profesión es estacionaria, desaparececon la primera escarcha, emigra con lasgolondrinas, y nada se sabe de suexistencia mientras dura el invierno.

En estos últimos tiempos, comoMahoma en lo religioso, como Galileoen lo científico, como Napoleón en lopolítico, una chiera ha hecho unarevolución en su ramo empuñando elcetro de las puesteras, y no se crea que

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es una mujer vulgar y sin talento; noseñor, es la chiera del Portal de lasFlores. Antes, la esquina en que ahora sehalla, estaba desierta; repentinamente seposesiona de un arco, se circunda deollas colosales y rechonchas, acopiapepita y chía; da extensión a su giro,ocupa varios brazos, pone enmovimiento muchos metates, y sin másque el aseo y la oportunidad del local,se alza con el imperio de la horchata; niun grito, ni un desorden; nada: bondaden los efectos, prontitud en el despacho,y laus Deo.

Ya no se desdeña el petimetre deacercarse al puesto pidiendo chía; yaempuña la mano, vestida con la delicadacabritilla, el vaso de tamarindo; ya el

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denodado general saca el mostacho conun vivo de horchata sin sonrojarse; ya elsacerdote austero bajo el acanaladochapeau sorbe una senda jícara dehorchata, y rodeado de lo másespléndido de la corte, de la juventudmás almibarada, la perla de las chieras,la joya de las vendedoras de aguaslojas, aumenta su fortuna, con regocijode cuantos la conocemos.

Porque ante ella cae la máscara dela etiqueta; porque aquel puesto es eloasis del desierto, la fuente de Moisés,el alivio de todos los que acuden alPalacio; es un puesto legitimista,regulador de la marcha social, y dignode la protección del gobierno.

El oficial a quien dieron una orden

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de marcha, el empleado y elpretendiente que llevaron una antesalade seis horas, la viuda doliente y elcorredor avaro, todos dulcifican suhumor con la agua del portal; calman sufatiga, cambian conversación, y el quevenía de oposición se marcha afable, yel que venía satisfecho explaya su ánimoy se afirma en sus propósitos.

Es como un periódico que contentatodas las opiniones, como esos hombresque tienen una misión de paz, más útilpara templar los ánimos que cualquierempleado diplomático, más conciliadorque congreso alguno; junto a esas ollasni hay partido, ni reclamaciones, nidiferencias, contraste de las oficinaspúblicas, se retira uno satisfecho; nunca

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dinero alguno se paga con mejorvoluntad, quizá porque no haycontribución de ninguna especie querefresque a otros más que a losrecaudadores; en fin, la chiera delportal, gordita, morena y afable, ocuparáun día el rango a que la llama su puesto.Ahora su comercio está en moda, loslandós la rodean, los caballeros lasaludan, y yo que profetizo su opulenciadirijo mis preces al cielo por su riqueza,porque será una gloria para el paíscontemplar una vez una fortunainmaculada, adquirida en un puesto tanpúblico.

Fidel

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Amalio Espejel o latonomanía[12]

Vinoafortunamejor,saliódemíseroyroto;

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y elqueantessóloeraSoto,sellamóSotomayor.

Hace dos días que recibí una magníficatarjeta de porcelana con el nombre queencabeza este artículo realzado enblanco, y enseguida con lápiz lassiguientes palabras, escritas al parecercon precipitación: «A mi honor importala presencia de usted en este momento,

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en mi cuarto número 9 del Hotel delCometa de oro: si viene usted despuésde dos horas, ya será tarde…»

¡Ave María!, exclamé, recorriendotrémulo aquellas letras misteriosas.Toma Fidel, toma por estudiarcostumbres, por hacerte el jovenzueloaturdido, no obstante tu empaqueretrógrado y tus años. ¡Desafío!… Sinduda padrino. Señor, tiro el gatillo, sime toca mi vez, invoco al ángel de laguarda… y suelto el arma… ¿Qué tengode común con ese Amalio liberticida,audaz caribe?… La cosa no es paravacilar… A Dios hijos míos, a Dios.¿Qué querrá semejante hombre? Y sinoír, sin ver, preocupado con la tarjeta enla mano me puse en marcha para el

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cuarto número 9 del Cometa de oro.Aquella cita intempestiva era para

mí tanto más extraordinaria, cuanto queapenas conocía al joven que tan sinceremonia me la remitía. Si alguno mehubiese preguntado quién era donAmalio Espejel, le habría respuesto quesu peinado era el programa de losadelantos de Moritoriol; que su luengochaleco era la ostentación artística de lahabilidad de Cusac; que su pantalón eraun triunfo de la tijera experta deLamana, y que su conjunto era unmilagro de la moda. Jamás doncel másgarrido se anunciaba en los cafés con elretintín de un duro, convidando a los quele rodeaban: audaz en las zambrasteatrales, locuaz y desenvuelto en las

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charlas, de crédito público en losbillares y en el pórtico de los teatros,cortesano y sin par en los bailes,generoso en los convites, con sus puntasde incrédulo por supuesto, y supersuasión de amante irresistible,inconsecuente y travieso. Éste era mihombre: y como en el círculo juvenil denuestra alta sociedad no se necesitanotros antecedentes, Amalio era elOrestes de los dandys, el modelo de lospetimetres de menos valía, y el sueño deblonda marabús y polka de las presuntasmatronas de buen tono.

Al llegar a la puerta del hotel, toméaliento, embocé con la compostura de misemblante la duda que me desasosegaba,y con mesurado paso dirigime al cuarto

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de Amalio. Éste estaba revestido de unaprofusa bata de seda, su gorro griegocon un borlón de oro finísimo, suschandas de orillo; hablando en vozimperceptible con un personaje echadoen dos sillas con su sombrero de peloblanco enmarañado, frac azul con botónde metal, y el pantalón remangado a lamitad de la bota. Saludé apenas, ydeseoso de no interrumpir la empeñadaconversación, comencé silencioso arecorrer el cuarto. Era por ciertoelegante aquel templo de mi modernoAdonis. En desorden estaban lassábanas del gracioso lecho de caoba. Allado de éste, en una mesa de noche habíaagrupados seis o siete tomos de Kock,de Zorrilla, la Lucinda, algunos dramas

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de Dumas, varios prendedores deexquisito gusto, algunos ajados guantes,un geranio marchito y una liga de seda…en el ropero que estaba entreabierto apoca distancia, se distinguíanabandonadas camisas y cuellossegregados, puños huérfanos yestrujados, envoltorios, hilo y agujas…en una mesa contigua… era lasecretaria, allí las coqueterías delpapelero Leroux, las cuentas de sastres yde fondas, las obleas de goma conrealzados, los pomitos azules y moradoscon guarniciones de metal, los prodigiossin fin de la frivolidad francesa parafascinar a las hermosuras hispano-aztecas de este suelo de bendición.

Tras una leve cortina se descubría

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la percha agobiada con los numerosostrajes de mi héroe, y en extensa línea loscañones negros, azules y encarnados delas botas charoladas que de continuousaba; terminando todo, la vista de sulavamanos, coronado de dos jarrones dealabastro con flores naturales queservían de cuadro y engaste a un espejoveneciano que duplicaba los mil pomosy cajitas, y cepillos de graciosas formas,que tributan los más ricos afeites alcutis, al cabello, a la dentadura y hasta ala atmósfera que debía circuir a nuestropetimetre afortunado.

Terminaba mi revista minuciosa yazás impertinente al momento quedesaparecía el hombre del sombrero depelo y faz vinagrienta; y dejándose caer

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Amalio en una poltrona oprimía mimano con frenesí nervioso, diciéndomeahogado de congoja: «¡Amigo, amigomío, estoy perdido, estoy perdido!».

El dolor hacía a este joveninteresantísimo; sus rizos de ébano, malcontenidos por su gorra, caían dispersossobre su frente pálida y su cuello demarfil, sus ojos húmedos de lágrimas,medio caídos sus amoratados párpados,su labio inferior delicado estabacomprimido entre sus dientes iguales ybrillantes…

—¿Qué hay, Amalio? Vamos,hombre, alma grande; yo nada valgo,pero todo tiene remedio. ¿Qué tieneusted?…

—Tengo buen tono, tengo lujo…

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tengo elegancia…—¡Ah!, ¡ah!, usted se quiere

divertir conmigo, usted quiere ensayarconmigo algún personaje de los dramasque he visto allí…

—¡Silencio! Yo apenas conozco austed, pero me ha parecido de misrelaciones el único que no se mofaría demi dolor.

—¿Esto es de veras, serio?—Óigame usted, cierre esa

puerta… tengo tiempo… las ocho; a lasnueve y media debe haber pasado todo.Escuche usted sin interrumpirme.

Arrimé una silla silencioso, prendíun puro y escuché estático.

—Ve usted caballero mi lujo, miscadenas polkas que deslumbran, mi reloj

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de compensación y paracaída, mi… ¡ohdolor!, yo soy un pobre.

Iba a soltar una carcajada, y mecontuvo la expresión íntimamentedolorosa con que se me hacía aquellaconfesión. Amalio recorrió con los ojosdesencajados el cuarto, registró con susmiradas mi fisonomía, como indagandola impresión de mis palabras, y despuésreuniendo sus ideas prosiguió.

—¿Sabe usted lo que era hacecuatro años? Tendero; sí, tendero deabarrotes, tendero de chilito y aceituna,de pasilla y arroz… eso era yo… Siusted quiere divúlguelo, arroje sobre míel ridículo, ¿qué tengo que perder? ¡Éseera yo! Mi honradez a toda prueba, elamor a una madre a quien sostenía, y mi

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viveza y sufrimiento conmovieron a miamo retrógrado, que era un vejete, unmamarracho de la naturaleza, una tortugade sombra chinesca, y me dio sueldo yuna poquita de libertad; mi madre meadoraba: ir al teatro con mi sombreronuevo y mi capa color de guinda con susvueltas encarnadas, era toda miambición; pero el bueno del vejete quisopremiar mis trabajos en un balancepróspero, y me regaló un vestidoredondo, frac, pantalón; era aquelvestido la trompa de la fama deDesiderio Valdés… y ese vestido,amigo, fue mi perdición, fue mi anatema.En este instante es mi recuerdo de hiel.

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Con ese pasaporte al buen tono, en vezde la comedia fui al billar, tuve buenafortuna, aprendí pronto, me tutearonjóvenes de la primera clase; dizque miconversación les divertía, yo ocultabami destino; mentí, dije que llegaba delBajío, y abriéndose ante mí las puertasde oro de la alta sociedad, divisémujeres entre sedas y encajes; gustabami paladar el champaña delicioso, y unporvenir de placer y aturdimiento mearrebataba sin querer…

Volvía tras la piquera humillado:yo era sólo Amalio entre el buen tono; eldon Pepe de los ladinos marchantes mehería; los tercios de pescado me

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mareaban; tomaba con cuidado latajadera para que no me lastimase elcutis, y pretextando ocupación, vivía enla trastienda para que no me viesen misamigos: ¡qué ardides!, ¡qué pequeñeces!,¡qué miserias para sostener aquellaposición equívoca! Mi humor cambió;en mi casa era un tirano insoportable: elmantel sucio que cubría comoescapulario la mesa de casa, el tizne delas ollas y torteras, en que llevaban lacomida, los garbanzos mustios entre ellomo de carne y la salsa de jitomate, lassillas pegadas con cola, los chiquihuitesde la recámara, ¡Dios mío!, si estovieran mis amigos me escarnecerían,burlarían a mi madre de rebozo yzorongo, ¡qué horror!, ¡qué horror! El

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primo que se completa el sombrero conel pañuelo, el tío de chaqueta que comepastel en la calle… ¡Infierno! ¿Cómonací entre semejante canalla?…

Comencé a faltar de noche a latienda; los escotes para los bailes medestrozaban; la hechura de nuevosvestidos me urgía; comencé a tomar deaquí y allí; por fin, una noche al atentarcontra la alacena del viejo, oscuras,tomando mis huesos, sin aliento…extiendo la mano y me la encuentroasida por otra trémula pero vigorosa.

Hubo una escena muda, solemne,sin luz… era mi bueno, mi honrado amo.Al siguiente día reía yo como un locoviéndome libre… era corredor.

Riñome mi madre, respondila con

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aspereza, lloró, fastidieme, interpuso elrespeto de su confesor, yo ya no creía ennada… lo injurié… tomé un cuarto en unhotel, y soltando las velas al barco demi fortuna, me entregué sin brújula altempestuoso mar de los placeres.

Eché un asperges a toda aquellaplebeya, federal y repugnante parentela,los desconocí, inclusive a la viejarezandera que me dio a luz para suejercicio y mayor corona, y zas, debruces al amor, al baile, al juego, a loslicores.

¡Pobre de mí! Bonito es el niñopara pararse en escrúpulos de monja.Comencé mis conquistas por las criadas,bien: disfrazaba entre mis amigos laaventura y hacía furor. Entonces

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deparome la suerte una vieja beata yrica, y clavé un clavo de oro en la ruedade la fortuna. Tuve dinero, los sastreseran mis esclavos, las mercerías meabrieron sus tercios vírgenes, los hotelesbrindábanme banquetes espléndidos, yla algazara de una juventud, como yo,versátil, brillante y sedienta de gozar,me proclamaba su rey, su ídolo, sumodelo.

Engreído con mis triunfos vaciabade un sorbo una botella, trataba conllaneza a las hermosas, era un clarín miboca para desacreditar doncellas ycasadas; humillaba a los criados y losgratificaba enseguida: arbitro de lareputación de los cómicos, por miszambras teatrales, me adulaba desde el

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juez de teatros hasta el apuntador.Me entraba de rondón en un juego,

y estropeaba en un lupanar a lasexplotadoras de simpatías. Daba unavilla al que me veía mal, siendo débil, yun tejido de blasfemias y desvergüenzasera mi conversación.

Algunas veces, cuando iba de brazocon cinco o seis gandules que pendíande mis labios, pasaba enclenque,recortada y fiera la madre que me parió,un pensamiento fatal me estremecía;pero, ¿quién reconocerla en aquelpelaje?, pobre, infrascrita se iballorando, y a mí me importaba un bledo.Entretanto hacía mis visitas a mianciana, que se desmorecía por mí, y sinsentir me soltaba, ya una cigarrera de

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oro con su cierre de diamante, ya unasarta de perlas, ya alguna alhaja de susimágenes. Tenía exigencias crueles, yola contemplaba. Hasta que de repentedale un ataque apoplético, se arrepiente,vase fuera y me dejó

lleno de angustia el semblantey de pena el corazón.

Entonces comenzó una historia dehumillaciones secretas; al soez zapateropor las botas, al sastre, a la fonda, alalquilador de caballos, al dueño delhotel, al peluquero… Pero en públicoera el mismo, alegre, botador,resuelto…

Exploré el amor platónico,

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cercenaba cabellos, truncaba guantes, yesta maldita invención del daguerrotipohacía improductivo aun el ramo de losretratos. Todas mis aventuras se hacíanpopulares con la deshonra de lascaballeras, la aplicación de una escalade cuerda, el chasco a un viejo, la burlaa un marido, la insolente respuesta a unfraile diplomático… todo enloquecía…

Pero va lo bueno… usted conoceráa don Aniseto esés; pasa por un hombrepoderoso, ¿es cierto? Pues a esecircunspecto caballero le dio Dios unahija.

—Carolina, la conozco, bella,romántica, deliciosa.

—Bien, de esa criatura me enamorécomo un árabe.

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Insté, supliqué, lloré al padre, erarico, conseguí escalamiento de azotea ycita nocturna.

¡Qué goces!, goces angélicos;dominando la hermosa capital al rayo dela luna descendiendo de puntillas a uncuarto abrigado, haciendo confidentes alos criados, saboreando cenasopíparas…

En esto, tengo una trabacuentas enel juego por seguir la «chica»maldecida, exígeseme el pago, armogresca, el montero me dispara un tiro…yo hago un escándalo, y al día siguienteme comprometo a darle su dinero obatirme con él. Fui a mi citaenloquecido, fuera de mí, la niña teníabarruntos de todo… porque como ya era

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digamos madre, lo que había tenido buencuidado de decir a todos, teniendocompadres de entre los míos… Pídemellorando Carolina le cuente lo ocurrido,yo pretexto la falta de unas libranzas…Hago un paso de teatro, surte efecto, y apoco desaparece la chica y vuelve conuna gaveta con oro y algunos papelesque sin ver rompimos.

Al día siguiente, sobre lafascinerosa carpeta verde del juego,rodaron mis onzas, y sobre el alma delmontero mis maldiciones y mi insolentetriunfo. Fue aquello el apogeo de migloria.

No volví a ver a Carolina; a pocoun desconocido me ve mal, en el café,yo también.

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—Sígame usted, si tiene honor.—Al momento, veinte pasos donde

usted guste.—Venga usted.—¿Padrinos?—No son necesarios.Era de noche; tomamos el rumbo

del ejido, yo iba regocijado de unsuceso que realzaba mi carácterfantástico ya, de puro popular ymagnífico.

Al pasar por la puerta de la exAcordada mi amigo me empujó haciadentro, y sin darme lugar a replicar mesubió por aquella ancha y sombríaescalera; la corrida del cerrojo fue ungolpe que desconcertó mi máquina, queme causó frío y sed: anduvimos más,

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salvamos las dos rejas y los sucios yextensos corredores con sus farolillosde luz moribunda; abriose otra puerta,era un patio más reducido con celdillasy sus boquetes; me parecía un sueño, yoiba con mi burnuz blanco… El corazónme saltaba; el hombre del desafío tosiódos veces, se presentó un viejoencorvado con unas llaves en la mano,yo estaba al caer de terror; a la luz deuna mala bujía, contra la pared descubríun hombre… era el padre de Carolina…

—Este hombre —me dijo el viejo— es mi hermano, apoderado del condeH.; está aquí por ladrón… por haberrobado un cofre con oro y unas libranzasque se confiaron a su honradez. Vamos abatirnos.

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Esés no habló, parecía de mármol;de su frente, en que se pintaba la purezade costumbres y la intensidad delinfortunio caían gruesas gotas de sudor,sus ojos estaban atónitos y fijos; unasonrisa satánica tenía entreabiertos suslabios mudos.

—Vamos a batirnos —replicó elhermano de esés tomándome del brazo.

—Vamos —dije maquinalmente,por evitar aquella vista que meatormentaba.

Salimos, y los pilares de loscorredores, los faroles, las verjas, todome parecía que se inclinaba cuando yopasaba, y adquirían como cuerposhumanos facciones de formasdiabólicas.

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En cuanto pisé la calle no fui dueñode mis acciones, me sobrecogió lacobardía, el miedo villano, el miedo demujer y de niño, y corrí… era muynoche… cuando después de mil rodeosvolví al hotel para recoger alguna ropa,pensando fugarme, me hallé sobre lamesa esta tarjeta.

«Si se mueve usted de aquí, esperdido… Mucho mal nos ha hecho…ya sé quién es, en el quicio de estapuerta he hallado a su madre cuasi sinvida; yo también soy padre y caballero».

¿Lo creerá usted? ¿Lo creerá usted?Éste fue el último golpe; ni el deshonorde Carolina, ni la afrenta de su padre, nibatirme y perecer, nada me aterró tantocomo que se supiese quién yo era, aquel

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túnico de carranclán de mi madre,aquellos parientes cont rahechos,aquellos nichos de santos bizcos de lasala, los envoltorios, las camas sinsábanas, todo lo ha visto… viene ahí elridículo, el ridículo, y Pepe, y Julián, yLuz M. que van a decir que soy unelegante de farsa.

Ahí vienen: usted tiene ingenio, vana saberlo todo; vienen a un almuerzo queles he dado hoy por mi triunfo: oigausted los platos, conténgalos mientrashablo con el hermano. Éste es un favor,usted solo entre aquí, apacigüe a esehombre y discúlpeme allá. Este hombredel sombrero blanco era enviado delhermano, va a venir.

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2

Blancos y relucientes manteles cubríanla mesa del convite en un cuartoseparado del hotel, varios jóvenesestaban en expectativa de Amalio, quienyo dije estaba en un asunto reservado.

—Bien, aventura.—Sí, chico.—Empecemos entonces.—Empecemos.Vaciábanse los licores con

profusión, las flores naturales despedíansus perfumes en la mesa sobre elegantesjarrones; hervía el regocijo; y el solhermoso de primavera, cayendo por unsoberbio tragaluz, doraba las copasabrillantadas, verdes y azules de los

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exquisitos vinos que se servían.—Cantemos.—Coro.—Coro.—Copa en mano.—(cantando) El astro de la gloriaya luce mexicanos.—Bárbaro, te desentonas.—Venga Amalio.—El butaque.Coro (canto): Arrima tu butaquito.Cielito lindo junto del mío.La orgía desplegaba su repugnante

omnipotencia.Vi subir entonces tres figuras

silenciosas por la escalera. El hombrede sombrero de pelo blanco, una viejaque parecía una mendiga, un hombre, del

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que no se descubría más que una líneaentre el emboce de la capa y el filo delsombrero. Era el hermano de Esés.

—¡Qué triduo!—Ronda corrida de feos.—Fenómenos.—(dirigiéndose a la vieja) Arrima

tu butaquito…—¡Prum!Oyose una horrible detonación, era

en el cuarto de Amalio, aquelloslibertinos beodos corrieron y quedaronhelados de terror a la vista del cuerpoensangrentado de su amigo… La mujerde los harapos había caído sin sentidobañándose en la sangre de su hijo.

Algunos jovenzuelos cínicosvolviendo la espalda le dijeron:

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—Chico, buen viaje a la polka.Otros me preguntaban:—¿Por qué moriría?—Porque estaba atacado,

caballeros, de una enfermedad de queustedes adolecen.

—¿Cuál, cuál es?—La tonomanía.

Fidel

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Daguerrotipo social I

(Un joven de provecho: losimportantes)[13]

Mucho consigue en esta pícara tierra elmozuelo lenguaraz y desembarazado dequien se dice de niño: «Es una lumbre,es una avispa»; a quien de joven secalifica como «el mismo demonio», y a

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quien una dama por toda reprensiónamonesta, entre ofendida y clemente, conel «no sea usted loco», que tiene ciertasignificación particular.

Pero en la parte sólida y productivade la existencia, es un don realmentefunesto de la naturaleza, un caráctercampechano, una cara redonda, una vozbullanguera: ¿cómo ocupar a esetronera? ¿Quién ha de acordarse de ése,que no tiene gota de juicio? Esimposible que asiente la cabeza. ¡Quécalavera!

No así tú, ¡oh don Canuto Etiqueta!,prez y honor de la juventud: tú, a quienla sociedad ensalza, la vejez adula,sonríe la fortuna y mira desde el nacermi patria como su decoro y ornamento.

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¡Feliz yo mil veces, que tengo lagloria de ser tu biógrafo, que, comoHerschell, he seguido en su carrera a eseastro, desconocido hasta ahora!

Mirad a don Canuto: su nombre deluego a luego anuncia a la imaginaciónun joven de seso, una persona derespeto.

Carilargo, un tanto pálido; delgadoy erguido aunque un sí es no es inclinadala cabeza, como quien tiene el hábito dela meditación; de corbata blanca ypaliacate doblado en el bolsillo, nisiguiendo la moda ni muy lejano de ella;sombrero enorme, reloj, anticuadacadena, y su paraguas o su bastóninseparable; toma polvo; es corto devista, pero no usa anteojos; habla quedo

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y con pausa; mira al soslayo, y tiene unamirada que no se sabe si indica ladesconfianza maliciosa o la tristeza.

Con este empaque, con estafachada, ¿qué más se quiere? Tú serásun grande hombre; tú harás fortuna,porque así se puede decir a boca llena:¡todo es farsa en este México!

La tradición cuenta que don Canutoera un niño muy quieto, muy formalito.Eso de saltar, eso de armar bulla, eso dereír, quédese para la gente ordinaria.

Cierto es que hacía suspicardigüelas; ¿pero quién las había desaber? ¿Quién había de pensar nadamalo de aquella criatura?

En las tertulias don Canuto dejabala compañía de los jovenetes

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insustanciales, y cátenle ustedes encompañía del señor contador, del señorconde, de la señora marquesa, delreverendo padre guardián: hablabapoco, prodigaba toda clase deatenciones a los grandes, y a losinfelices los desconocía y los humillaba.

—¡Qué jovencito tan formal! ¡Dagusto tratarlo; es la misma finura!

¿En un café don Canuto? Ni porpienso. ¿Bailar don Canuto? Eso seríaun verdadero sacrilegio. ¿Enamorar donCanuto? ¡Jesús nos ampare! Sobre quetodos llenamos la boca con decir que esun muchachito «decente».

Aislado, meditabundo,ensimismado, todos lo ven pasar conrespeto. Habló un día con su tiesura

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genial; se advirtió que pronunciaba la zy la ll, aunque fuese para decir zuidad yCalletano.

—¡Oh!, no; don Canuto es unliterato.

—¡Oh!, ¡qué bien corta elcastellano!

—Ahí tiene usted un joven deprovecho.

Entonces se acercan a pedirle suopinión en todas materias; pero donCanuto es hombre de poquísimaspalabras, como deben ser todos lossabios; por sus gestos se infieren susjuicios.

—¿Ve usted cómo hizo con aquellacomedia?

—Lo mismo me pareció a mí,

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pésima.—La prueba es que la silbaron.—¿Ve usted qué ademán aquel

cuando el discurso?—Todos dijeron lo mismo:

magnífico.¡Qué asiento, qué buen juicio de

don Canuto! ¡Y está recién recibido deabogado!

A poco tiempo, el clero engalanabacon aquella perla forense el catálogo desus defensores.

Entonces don Canuto fue másaustero: ya era cosa de dormir siesta yde hablar a solas, con el propósito deestar disgustado de todo; pero sólomostrándolo con una que otra sonrisasignificativa.

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—¿Qué lleva usted ahí?—Los misterios de París.—¡Hum!, ¡novelas!¿Oyeron? ¿Oyeron ustedes qué

crítica de don Canuto? Ha dejadopatitieso a ese libertino, que sólo hablade Eugenio Sue y de Dumas.

—Señor don Canuto, ¿qué leparece a usted esta obrita?

—Tenga usted, amigo.—¡Hum!, versitos…—¡Este don Canuto sí que es

hombre de importancia!—¿Sabe usted las negociaciones

entabladas con los Estados Unidos?…—¡Ah, ya, si nuestros políticos!…¡Qué hombre, qué hombre este don

Canuto! ¡Lo viera yo en un ministerio!

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Don Canuto, como hemos dicho, noenamora por dos razones: por el altoconcepto que tiene de su propiomerecimiento, y porque tiene horror atodas las diversiones, pecados ydeslices que traigan consigo cualquieraclase de lucro o estipendio. Así es queen una tertulia se aleja, no a hablar, no adiscutir, sino a que lo vean de lejos: esun hombre que cree que es como lasperspectivas, que sólo a cierta distanciase perciben en toda su belleza.

Con sus costumbres de viejo, consus ribetes de avaro, pero con su airegazmoño, los políticos dicen entre sí:«Ése, ése es mi hombre». Los padres defamilia en voz baja exclaman al verlopasar: «¡excelente marido!» Los vejetes

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literatos a quienes adula, y las viejas aquienes mima dicen, como a excusas,pero de modo que lo escuchen: «¡Quétalentazo; ahí tienen ustedes unmuchacho de provecho!»

Y él está persuadido de suimportancia, porque al ver una dama,parece que le dice: «No, tú no lograrásesta alhaja». Al verse entre otros, que seimagina sus rivales, parece que piensaen que vale más que todos juntos.

Esta especie de jóvenes deprovecho o importantes se dividengeneralmente en dos ramas; es decir, enmísticos y en profanos.

El primero, que es el tipo más netoy más perfecto, tiene una vida particular;cultiva la amistad forzada de varios

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señores sacerdotes; asiste a susfunciones; ameniza sus refrescos y suschanzas; aprende sus sermones, y sepavonea el viernes Santo con la llavedel sagrario. Éste es el estiradoconcurrente a las cantamisas, a losmonjíos; pertenece a la sociedad de sanVicente de Paul; entra a ejercicios añopor año en la Profesa, y se congraciacon los padres ancianos de una jovenrica, que lo detesta, pero a quien élconsigue con el auxilio del confesor,deshaciéndose del rival aturdido, que sequeda con un palmo de nariz; y enefecto, dicen todos: «¡Qué diferencia!¿Quién había de preferir a ese otroromántico e impío?» Colíjanse lasviejas: ¿y tienen ustedes, lectores míos,

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idea de esa alianza de arpías? Ellascalumnian al novio tunante; ellas loponen en ridículo; ellas protegen almuchacho decente; ellas atizan los celos,se adjuntan, se incorporan a la víctima,le interceptan al amante infeliz; le pintanal padre muriendo de la pesadumbre;lloran con la madre; consiguen untestimonio del novio calavera, que hablaen su contra, y un día la niña es esposade todo un hombre de bien. El jovenimportante se hace apoderado delsuegro; sujeta sus gastos; lo tutorea;dizque le presta; y al cabo, él es el amo,es el tirano doméstico, y se encontró alfrente de una casa opulenta y con unariquísima fortuna.

Pero esto no es más que un rápido

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bosquejo del joven místico: demos unavuelta a la hoja, y ocupémonos delprofano; lograremos describirlo consólo contar la vida y los milagros de miquerido don Canuto, a quien me hepropuesto sacar con todos sus rasgoscaracterísticos en este daguerrotiposocial.

Luego que se hubo conceptuado tanventajosamente, abrió su bufete; y eso deseñor licenciado por aquí, y señorlicenciado por allí, que popularizan lastarjetas doradas, dan cierto realce ycierto aquello a una persona importante.Eso de decir muy grave un «señorcompañero» a los más encopetadospersonajes, tiene también su sal ypimienta; eso, por último, de sembrar

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una conversación con aquello, apelo, medesisto, y acuso rebeldía; es bienmostrenco esa chica, y me tiene enenfiteusis un pariente, es de volver locoa un jovenzuelo, aunque ponga Aguirrecon j y leyes con dos ll altas como dospinos.

Don Canuto no tuvo, con lo que yahemos dicho de amistad con personasformales, y con la dormida de siesta, ytomar polvo, ese doloroso aprendizajede pleitos de indios, causas criminales ypaseos por los juzgados y encrucijadasde la diputación. Nada de eso; donCanuto desde los primeros días tuvonegocitos de su maestro y un poder, quealgunos dineros le producía. Suestupenda corbata, su bastón con puño

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de oro, sus maneras, y el andar siempre,ya con el libro de Ortolán, ya con unosautos crecidísimos bajo el brazo, hacíaque se le conceptuase el hombre másocupado, y materialmente le llovían losnegocios. Entonces era el comer comoun prócer, el ver la comedia en el palcode un millonario, el asistir al paseo conesotro sabio indisplicente para contodos y sabio con él; el estar al tanto delos secretos de gabinete, y el mostrarmarcadamente su desdén a la plebeabogadil, entre la cual algunosdescorteses le tuteaban; pero seabstenían de toda chanza y alusión a suvida de colegio.

Es de advertir que don Canuto erapobrísimo, y su vida de colegio formaba

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la colección más divertida de anécdotas,en que se confirmaba el título de lacomedia de Calderón, de Hombre pobretodo es trazas, y su parenteladesgraciada e infeliz, sus hermanostruhanes y perdularios eran suscabriones, su fiebre, su pesadilla; atodos los había abandonado, y apenas,donde no había espectadores, solíasaludarlos con extremada frialdad.

No obstante este repertorio depreciosas cualidades, la fama de donCanuto crecía. ¿Se trataba de un juzgadovacante? De fe que don Canuto estaba enprimer lugar. ¿De una elección dediputado? Don Canuto era el primernombrado. ¿De una candidatura para unministerio? Visto era que don Canuto era

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la esperanza de la patria.Y su juzgado lo despachaba un

estudiantino infeliz, con cuyos trabajosse pavoneaba mi hombre: en las cámarashablaba pocas veces, aislándose conalgún librejo de edición rara, y votandoen contra de la mayoría con cierto aire,que decía: «Yo solo tengo razón». Elministerio lo rehusaba obstinado, porqueaseguraba que el país no tenía remedio,y que nosotros necesitamos una mano dehierro que nos ponga en juicio.

Don Canuto es eminente político;es distinguido literato; es abogadoinsigne; es el hombre de más provechoque se conoce; y sin embargo, ¿qué hahecho don Canuto? ¿Cuáles son susescritos? ¡Oh! ¡Aquella célebre defensa!

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«Se la hizo su maestro.» ¿De dónde seinfiere que don Canuto es bueno paraalguna cosa? «Hombre: eso se conocede a legua.» ¡Es tan circunspecto! Nadiele ha censurado sus obras. Pero ¿cómose las han de censurar, si tales obras noexisten?

En lo social ya hemos dicho quetiene las pretensiones de un hombrehonrado a toda prueba. Es cierto quedon Donato Abadejo hace zanjaspidiendo justicia de cierto gatuperio dedon Canuto; pero ¿quién se lo va acreer? «Usted está equivocado, amigo;ese caballero es incapaz de una malaacción.» «Vea usted, señor, que hizoperdedizas mis escrituras.» «Vea ustedque se coligó con el señor tal para no

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devolverme tales.» «Usted delira,caballero.» ¿Quién va a creer semejantemanejo de don Canuto? Y no hayremedio, don Donato rabia, y perece, ypierde, a más de su dinero, su crédito,porque todos le creen calumniadorinfame.

Los jueces le veneran, porque leadeudan algunos piquillos; suscompañeros le respetan; los gobernantesle temen. ¡Ay! ¡Ay de aquel que se atrevaa pleitear con don Canuto!

En lo privado, don Canuto es unaalhaja con la modesta presunción de quetodo el mundo lo enamora: su conductaes irreprensible aparentemente; y aunqueobjeto de desprecio de las niñas, es elídolo de las mamás, que lo miman, lo

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obsequian y lo traen materialmente enlas palmas de las manos.

Cierto es que hay en un escusadobarrio un chiquitín barrigoncito y mediodesnudo, que dice que se llama PolonioEtiqueta, hijo de una beldad de pocafortuna; pero ¿quién va a creersemejante impostura? Otros dicen queven a deshora a don Canuto embozadoen su capa en pos de las beldadesambulantes; pero esto es sin duda algunauna impostura de sus enemigos.

De don Canuto lo que son visiblesson sus actos de piedad, sus asistenciasa los monjíos, a las concurrencias debuen tono; sus amistades con personasde distinción.

Pero no obstante, demos un paso en

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la vida interior del señor don Canuto. Esapoderado de cierto viejo marrullero yerguido, todo formalidad y rigidez: alprincipio ganó el corazón de éste con sumonita, jugando malilla, hablando malde los ojos, y leyéndole el Tiempo concierto énfasis y cierto entusiasmo, queno había más que pedir. El viejo, que espadre de una niña como un lucero, lohizo su apoderado: él manejó la cosa demanera que el vejete crédulo está en ladisyuntiva de, o darle la hija y el caudalpor su voluntad, o quedarse sin una y sinotro y con la reputación de ingrato y decanalla.

Ahí tienen ustedes a don Canutopoderoso; ahí lo tienen lleno de riquezay de renombre, objeto de la admiración

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pública, y diciéndose generalmente cadavez que se le nombra: «¡Oh! ¡El señordon Canuto es un hombre de provecho!».

Este precioso género deimportantes, como exactamente losdenominan ciertos amigos que yo tengo,fructifican en todos los rangos sociales,y son dignos de la clasificación de unnaturalista hábil. El importante médicoes el que trata con ordinaria altivez a lasseñoras. Pregunta: «¿Quién es elfacultativo, ustedes, o yo?». Nocondesciende a ninguna de las súplicasdel enfermo, y se convierte en el tiranode la casa mientras ejerce su ministerio.

Si alguien tiene la avilantez dedarle un tomín menos de la cuota que élpropio se valúa, avergüenza a la casa

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que le hizo el pago, y publica sus visitasgratis con indecible petulancia.

El importante parlamentario es elapoderado de todos los habitantes de suestado; tutea al gobernador, a quien llenaen secreto la cabeza de adulaciones y dechismes, y protesta, a nombre de suestado, porque las cosas no marchancomo él quiere. Manda con despotismoa los criados; dice que son holgazaneslos taquígrafos, y es el primero enclamar que no somos para junteros, yque allí sólo se va a perder el tiempo,eso sí, aunque no asista a una solasesión: regatea hasta el último medio delas dietas, y pide con énfasis la palabraaun cuando no sea más que para pedirque un dictamen se imprima.

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Pero el importante caricatura, elmás chusco y el más cómico de todoslos importantes, es aquel que no sabe niquién es, ni de dónde viene, que tal vezpernocta en una viviendita interior, enuna casa de vecindad, y sin embargofuma habano, asiste al teatro y ve atodos con cierta superioridad yprotección, que va por la calle comoanunciando: «Yo valgo mucho, yo soy unpersonaje de provecho».

Ya pondré en lo sucesivo midaguerrotipo al frente de otros entesoriginales, dignos de que se conservensus retratos en El Album…

Fidel

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Daguerrotipo social II

(Exposición de retratos:Enriquito Filigrana)[14]

Sin ministros hábiles nos la vamospasando; sin policía estamos como unaspascuas; sin héroes nos vamos acomponer tarde o temprano; pero el díaque nos faltara un chisme teatral, el día

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que se desterrasen de los grandesnegocios los hombres importantes y,sobre todo, de la sociedad los veteranosde burnus, ése era el último día deMéxico, ese día no tenemos remedio.

En esta infinita clasificación decalaveras o veteranos, en estaclasificación que ocupó el talentoprofundo y filosófico de Fígaro, no estácomprendido el veterano de burnus.Mejor dicho, aquella clasificación eraexcelente para su tiempo, porque loscalaveras varían según el clima, y losmodifican las circunstancias.

Pero allí va, véanle ustedes.Andando en las puntas de los pies,

con el pecho inclinado hacia adelante, lacabeza erguida, el pelo rizado y

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reluciente de pomada; sobre el siniestrobrazo doblado el albornoz.

Véanle ustedes con atención: cadauna de sus facciones tiene un atractivo.La mirada es lánguida, la boca sonríe, elpie tiene cierto conato de polka. ¡Quémono es!

El nudo de la corbata tiene unahistoria, el bejuquillo del reloj reluce ensu pecho, los dijes mil de su cadenapolka se avienen con su delicadoapellido de Filigrana.

Hay un calavera borrascoso que semezcla en las intrigas, que ejerce ciertasuperioridad audaz entre los hombres demundo: este calavera tiene su círculoparticular: el mundo de nuestroselegantes es otro mundo, y aun en él hay

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diversos matices.Este Enriquito cultiva como

ejercicio, como acto liberal el amor:tiene las inocencias de un párvulo, y laspretensiones de un quimerista, de unaturdido de lo más chistoso.

En este momento en que coloco asu frente mi daguerrotipo, brilla en susojos la llama del genio; está haciendolas revelaciones de su vida íntima; está,pescador diestro, anudando sus redesmaltratadas en la abundante pesca dedeidades que caen diariamente para sugusto, y como fascinadas con suindisputable superioridad.

Oigámosle; no le perdamos unapalabra, y así lo conoceréisperfectamente.

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Como les decía, este cafre de Perico nome quería creer, y yo le dije: «Ya veráscómo revienta el viejo de cólera, y nopuede chistarme una palabra».

En efecto, vi a un señor formal, yme pidió una cuadrilla a la chica. Almomento que empezamos, puse misbaterías, y comenzó el tiroteo. «¿No merecibirá usted un papelito en que le digaque la quiero mucho, y que haga mifelicidad?»

La chica callaba: pero ya sabenustedes que les gusta les digan: y luegome veía. No se cansen ustedes, todas lasmujeres son unas…

«¿Calla usted? Bueno; eso es decirque sí. ¿No es verdad que sí?» Diciendoy haciendo, avancé una mano, y zas…

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apretatur… Estaba como unaescarlata… Yo dije para mi saco: Yaeres mía. Al acabar la cuadrilla, notéque era moro al agua.

En la casa hay tres hermanas, comotres estrellas, y dije: Aquí de nuestrosistema porrazo y limpia. Vale que elvejete es un pobre diablo.

—¡Qué maldito!—¡Eso sí que es ser veterano!En un santiamén, del baile penetré

en la casa. La primera que oyó misternezas fue la costurera; es decir no lasoyó: era un combate, en que yo solía darmis abrazos en cambio de empujones ydesprecios… ¿Desprecios? ¡Si algo lesgusta a todas las mujeres, es un genioasí… campechano y atrevido!… ¡Si con

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mi sistema no me queda una! Y si soncasaditas…

—¡Hombre! ¡Hombre! ¡Quiéntuviera tu aplomo! ¡Ja, ja, ja… es elmismo demonio!

¿Ya ves a la señorita H.? Oye miconquista.

Pues, señor, así, como así, mecoloqué frente a su palco, y zas…comienzan los telégrafos y el tiroteocon mis anteojos. Ella fingía no ver, y elmarido estaba en ascuas. Yo dije: Bien;marido y mujer riñen, la chica es mía.

Al momento empezaron, en vozbaja, a decirme: «Ésa es una empresatemeraria».

«Pero empresa que tengo en elbolsillo.»

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«¿Cómo así?»«Esa señora me quiere, y además

su marido es un rufián y un…»Yo seguía impertérrito tirándole

besos con el extremo de mis dedos, yhablándole el lenguaje de las flores;pero así, intrépido y con ciertodesparpajo.

Dícenme que el marido queríareconvenirme; pero se habría puesto enridículo; así se lo dijo un amigojuicioso: «¿No ve usted que deshonraráa su esposa?»

Yo dije para mis adentros: La cosamarcha, y para comprometerla conté queme había obligado con su ternura, que ledebía su honor. ¡Ja, ja, ja! Entonces suhermano mayor fue a mí y me dijo:

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«Caballero, es necesario que tengamosuna explicación».

«Como usted guste.»«Mañana espero a usted en casa.»¡Desafío! Estaba como una aleluya.

Escribí a la muchacha una carta:«Señorita: Mañana su hermano de ustedo yo habremos sucumbido; voy a morir,pero estoy cierto de que usted me ama, yyo muero amándola».

Fue mi mozo y le dio la misiva. Lamuchacha se asustó (como que te digoque se moría por mí) y zas, me escribe:«Caballero, en nombre del cielosuspenda usted ese duelo, que mecubrirá de amargura, etcétera».

Yo, sans facon, dije al hermano:«No me bato, porque soy amado, y tengo

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documentos para probarlo». Con esto elhermano quedó tamañito, y yo comencéa ahuyentar a mis rivales contando laaventura de la chica a mi modo, ydejándola sin pizca de crédito. Entoncesla emprendí con las otras hermanas,hijas del viejo, y las junté a todas en latertulia de Hortensia…

¡Ja, ja, ja! ¡Cómo me paseabadelante de todas! ¡Cómo me devorabancon sus ojos! Yo decía entre mí: No,hijas, no me pepenarán ustedes: yo soylibre; así os tengo bajo mi férula.

—Esto es lo que hay, amigos:donde está Enrique, todos debemosdoblar la cerviz.

—¿Pero qué traza te das?Muy sencilla.

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Por regla general todas las mujeresrabian por casarse, o cuando menosporque les digan que las quieren: ensegundo lugar, todas las mujeres seburlan de los tímidos: así es que… dospalabras, y está todo arreglado.

Mira lo que me sucede con la mujerde mi primo Rufino el abogado: algunasnoches que vienen a la ópera, la llevodel brazo: voy platicando de mislocuras, y a la vez… hijos, me apoderode la maneota de la chicuela; ella nochista; pero hay una lucha interior en querepele mi mano, y dizque se incomoda.Hay veces que me dice: «No sea ustedasí». Rufino cree que alude a laconversación, y se muestra satisfecho desu mujer. Yo, que estoy en antecedentes,

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conozco que es alentarme, y sólo porqueno he tenido tiempo, no me he hechodueño de ese corazoncillo.

Éstas son las buenas conquistas, lasque yo apetezco: hay otras que no lasdeseo, porque quiero que penen; esasque le suspiran a uno, y le coquetean, ylo quieren a uno amortizar… ¡Ay!, todasesas no me lograrán. ¡Ja, ja, ja!… ¡Yosoy muy vivo!

Muy ligera idea pueden cobrar con lodicho mis lectores con respecto a miEnriquito, que es uno de los veteranosde más nombradía y más fortuna entresus apasionados admiradores.

Es en su casa déspota y finchado,

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pide con imperio cuanto necesita, y tienesubyugados a los tolerantes autores desus días. ¿Leer? Una vez que otra algunaobrita de Paul de Kock. ¿Pensar en elpaís? ¿Cómo pensar, quien delira conParís?

En el paseo se cuelga desde sucaballo al estribo de un coche: habla decosas indiferentes; pero vuelve diciendoque le dieron una cita misteriosa.

En una visita goza todos losprivilegios de un nene aturdido, y esaimpunidad lo lleva a conatos realmentecriminales; pero, ¿se batirá un padre defamilia, un marido, con un niño? ¿Seexpone así por un truhán el decoro deuna hija, el honor de una esposa?…

Dice que en una casa comenzó sus

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relaciones con la mamá, después conuna hermana, luego con la otra, y detodas dice que tiene anillos y prendas,con lo cual realmente deshonra en laopinión a las que él llama sus víctimas.

Véale usted en una tertulia,componiéndose el pelo en una vidriera;arreglándose al paso la corbata; hechoun Narciso frente al espejo, en que concierto disimulo redondea el borde queforma su rizada cabellera. Véale ustedcon su sombrero en el brazo, su varitadiagonal, paseándose al frente de lasdamas, y como diciéndoles: «¡Penen,penen por mí!», como él se explica.

Cierto es que en realidad lasseñoras lo detestan, lo ridiculizan, y venen él a un muchacho presuntuoso,

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despreciable y libertino. ¿Pero quéremedio? ¿Se lo ocultan? Entonces loatribuye a amor, y así lo publica. ¿Se lodicen? Entonces se imagina que loidolatran, y que son ardides de unaintensa pasión para cubrir lasapariencias.

Pero venga usted acá, títere social,pimpollo del pedantismo y flor y nata deesa aristocracia del trapo y del agio, quese nos quiere improvisar aquí. ¿Cómo seatreve a mancillar el honor de nuestrasseñoras? ¿Cómo se presenta ustedtriunfante a hollar los más sagradostítulos de todas las sociedades? ¿Cómosiendo tan ignorante como vano, y tanvano como corrompido, quiere ustedpertenecer y se le admite en los círculos

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de la más escogida sociedad?Filigrana dirá que eso es envidia,

que eso es detractar su mérito; seescurrirá como una anguila y se sentaráfrente a su cartera, parodia de la urnadel destino, en que cree encerrada lasuerte de todas las mujeres.

Así, colibrí inconstante, asímariposa fugaz, este retoño, será elridículo de los matrimonios, la bocinade descrédito de las doncellas, elzángano vil del hogar doméstico.

Otros veteranos recurren a unaseducción sagaz: cautos e hipócritas, seavanzan y dan su golpe en las tinieblas:ésos son más temibles; pero con ellos seentiende una persona de resolución ypundonor.

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Pero qué hace usted con uno deestos barbilucios, de melena y burnus,cuando todo el mundo le dice: «¡Quehaya usted tomado a pechos unatravesura de muchacho?».

Niñas, que soñáis amoresen la juventud temprana:nunca dispenséis favoresa un Enrique Filigrana.

Habéis visto su retrato.Beldades: en su cariño,entre sus juegos de niñodestroza vuestro recato.

No os deslumbre su boatoni su gracia cortesana:esa apariencia galana

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cubre afectos corrompidos.

¡Ojo!, padres y maridos,con Enrique Filigrana.

Fidel

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De la época de donPorfirio

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[Naranjas y dulces enSanta Anita][15]

¡Alegres brisas de la temprana juventud!Cuando voláis sobre los maresacariciando la velera nave que llevanuestras ilusiones y nuestras esperanzas,los horizontes se dilatan, parecendeshacerse y fundirse las distancias enotros mares etéreos de oro y de zafiro, ycreemos que tras de sus olas nos tiendenlos brazos otros mundos de luz, de

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aromas y de inefable y hechicerahermosura.

Y por una fascinación absurda y sinembargo seductora, creemos que lasbellezas están fuera de nosotros, cuandoen realidad nosotros las contenemos ylas desplegamos, semejantes a lasgesticulaciones que vemos y como quesentimos en nuestra imagen cuando nosvemos al espejo, siendo realmentenuestro el movimiento. Nos semejamos aesas aves canoras que ladean su cabezacomo para escuchar las mismasarmonías que brotan de su garganta,creyéndolas distantes.

Los goces, los encantos de lajuventud, cuando ella los pinta, no tienemás que dejar que su alma cante.

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Cuando un viejo emprende esa tarea,cuanto más consigue es ocultar entreflores los descarnados esqueletos de susrecuerdos.

Así pensaba yo al tocar el puentede la Viga, en medio de un gentíoinmenso y viendo ante mis ojos eldelicioso panorama que con razónembelesa a nuestro pueblo.

A los lados del puente, en laangosta acequia que conduce al canal,hay apostadas canoas que se juntan ypegan hasta hacer desaparecer las aguasbajo sus tablas.

A las orillas de las acequias ycirculando listos entre el gentío, brindanen sus canoas los remeros, que son comolos simones acuáticos, con toda la

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habilidad, con toda la mala maña y contoda la indinidá del cochero del sitio.

Él, como el cochero, a primeravista tantea su carga, condesciende si setrata de la mala fortuna, exige imperiososi el galán es de cumplimiento y seavergüenza del regateo; es cauto y usade disimulo el conocido viejo que lepidió entre semana canoa para gozar asolas de la vista de las chinampas,sumiso con la vieja, lisonjero con elamo, adulador con las señoritas,humilde con los jefes, insolente con lospacíficos y honrados; es decidor con las«gatas», retobado con los de su pelo,pendenciero, estafador, y picante contoda la plebe.

Muchas veces sin sombrero y

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descalzo, pantalón y camisa de mantacon una de las piernas del pantalónremangada cerca de la ingle; el remero,según ve la carga, la quiere conducir,sea en montón o sea la canoa ómnibus,sea canoa privada, y la modesta familiacon el padre receloso y el amantehuraño, sea para conducción de amigosalegres que se quieren aislar para ir conmayor comodidad.

Don Abundio me dijo, parándoseen el puente:

«Aquí tiene usted la primera vistadel paseo: a la derecha la pulquería, osea perseguida y vejada cantina de lagente ordinaria, mejor dicho, sucesiónde cantinas engalanadas con el nombrede Juárez, imperando en ellas el sol y la

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luna, con sus cenefas de tule en laspuertas y su gritón voceando las“medidas”; a la izquierda casucas degente oscura que recibe sus visitas ytiene sus tertulias, de las puertas yventanas salen los acordes de cancionesdescaminadas, seguidas a todo escapepor una guitarra bulliciosa, pulsada porun señor decente del Arzobispado.

»En el medio, amplísima, fresca,magnífica y sombría la gran calzada defresnos y sauces llorones, por dondetransitan en hileras que corren loscoches, dejando el centro a lacaballería, que está como nunca, briosay llena de ardor.

»Una de las calzadas, la que tienepor límite la acequia, es amplia,

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despejada, y en sus bordes contiene alos vendedores de bizcochos, alegrías,chicha, dulces y pulque; la otra seavecina a jacales y chozas humildes,corrales en que esperan la caída de lasombra vacas y cabras, de donde suelebrotar el canto del gallo enamorado o elrebuzno solamente del asno, cuyosméritos y servicios suelen ser taninteresantes como desconocidos y malrecompensados».

Pero lo que desde luego llama laatención, es la multitud de fiesta: laausencia de distinciones en elllamamiento a la alegría.

En la Alameda y Bucareli dominala aristocracia, la «bicha» es como unaccesorio del niño, como su policía, va

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a su trabajo, el artesano transita, elinfeliz se escurre.

En las fiestas de los barrios y delos alrededores, que tienen carácterreligioso, impera el pueblo humilde, sepasea entre los vecinos en las luces,como pretexto para cenar enchiladas,pelar naranjas o volverse comiendocacahuates.

Pero la Viga, es de lo que todosdicen mío, y el niño y el anciano la granseñora y la que vende nenepile, todo elmundo arriba, todos a gozar, Dios estáde gresca, y derrama con mano pródigael contento en todos los corazones.

El tugurio sin luz, el salón deespejos y alfombras, el mostrador y lasacristía, la aula de las ciencias, todo se

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regocija con las auras de la Viga, y lasvendimias, las músicas y las florescomo que se dan cita en aquel lugar decontento universal.

Pero el primer embarcadero quehemos tocado es el subrepticio, elclandestino, el de la gente asustadizaque no sabe lo que se pesca.

El segundo es el supremo, principiaen una lengua de tierra, en una penínsulaque parece una garita que tiene allícolocada la miseria. Muchachosdesnudos, chivos anémicos, perrostísicos con la laringe lastimada.

Del lado opuesto del canal, y comoen terrados que descienden, hay otrascasucas de gente sucia y medio desnuda;parecen antros en que se expone, por

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caprichoso contrasentido, pero adrede,la vida del salvaje.

En alto, en el borde de la calzada,se ve espesa y tendida muralla de genteansiosa de embarcarse y en disputatremenda con los remeros.

En la acequia, con levantadostoldos, con cubiertas pintadas de fajastricolores, con banderas enarboladas enlos toldos, con o sin asientos, están lascanoas, urgiéndose, empujándose,arremolinándose, como caballos en elpartidero.

La altura de la calzada es grande,el descenso incómodo, el agolpamientoextraordinario, de ahí es que el muelle,aquel primitivo y molesto, determinaespectáculos que harían las delicias de

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la caricatura.¡Qué acarreo de niños del borde de

la acequia a las canoas!, ¡qué fingidovuelo de la polla que cae sobre elrendido cortejo que hace ostentación desus fuerzas hercúleas! ¡Qué abandono dela anciana biliosa en manos de unremero que la suelta fuera de tiempo ariesgo de que se desbarate de brioso yde fuerte, y salvar de un salto ladistancia del embarcadero a la canoa!

Pero todo esto se hace entre milgritos, entre llamamientos a niñosperdidos, ladridos de perros huérfanos yproclamadores de chicha, pulque, nieve,tamales y cuantos envenenamientosdisfrazados puede haber inventado laindigestión, y cuantos ruidos pueden

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haberse descarrilado de la armonía.Desde el fondo de las canoas se

ven primero los cercados de gente consus mil fisonomías, sus vestidos devariados colores y formas, sus sorbetes,gorritos, paraguas y sombrillas; ensegundo término, los puestos portátilesde aguas lojas, los muros de lechugas,las montañas de rábanos; más alta aún lapoblación de cocheros y lacayos en suspescantes, tiesos y pretenciosos oalborotadores y alharaquientos, y el todobajo los árboles y viéndose por losclaros que dejan sus troncos tendidos,llanos, capillitas y casas de camposolitarias y en el confín del horizonte, lagigantesca serranía del sur bañada conlas ráfagas profusas del sol poniente, y

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descubriendo los verdes de las milpas,los trechos descarnados de las lomas ylos ganados paciendo silenciosos a lasorillas de los lagos.

Ya está lista la marina del placer;la canoa en que la familia se aísla consus pollitas devotas, sus niños mustios,la señora gravedosa y el marido rígido;la otra canoa en que la tertulia se instala,pollos despiertos y decidores, unchistoso que remeda a la suegra, a lospróceres, al general Díaz y a PablitoMacedo; unas polluelas que tienen eltipo moderno, es decir anémicas,literatas, con vacíos en el alma y conresoluciones temerarias de no casarse sino tiene fondos suficientes lanegociación matrimonial, y unos

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músicos enmarañados, con los ojosescoriados y las voces roncas, pero quese rozan por el beneficio de Dios con lomejor de México.

La canoa característica, la canoasin lienzos, sin tapa ni ambages, es lacanoa del baile. Un arpista, trescantoras, un bajo con constipado, dosmuchachos con sus triángulos, dosbarriles de pulque, y cuatro valientes; heahí el capital floreciente del salónflotante de las Tersípcores de frunzón ychinguirito; artículo que circula oculto,que como la espada de la ley, no se vehasta que se siente.

En esa canoa se verifican lasvacaciones del tizne y el asueto de lagrasa; la provocación del harapo, y la

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concupiscencia del chirlo, el retozo dela mecha grosera y la apoteosis delrasgón, del remiendo y del nudo.

El conjunto no tiene semejante en elinmenso círculo de las comparacioneshumanas. A primera vista es el cestoimpuro en que se expenden intestinos deres, el pericardio y el cartílago, elesófago y el diafragma, sospecha unoque si aquella gente pudieran exponersedesnuda y en movimiento sería como unabatea de sapos, de ranas, de culebras ylagartijas en movimiento; si se pudieranexponer dormidos, presentarían elaspecto del arlequín de Eugenio Sue;esos sobrantes de todas las comidas,esos restos de alones, armazones,piltrafas, recortes y despojos.

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La música rasguea ardientesjarabes llevando la voz la flauta yrepicando los triángulos que salpican elfandango con su agudos sonidos.

La bailadora inclinada haciaadelante con la puntita del pie…repicoteando el suelo, el soldado raso alfrente como sacando la cabeza entre elgentío del brocal de un pozo, con el picodel chacó erguido a la mollera, el suciovestido de brin lleno de mugre y arrugas,el zapato de munición desgobernado;pero ¡qué zapatear!, ¡qué dejarsederribar de medio cuerpo!; flotantes ydesarticulados los brazos, suelta lacintura y las piernas desencajadas ycomo con voluntad propia, azotando elsuelo, parándose de puntas, ladeándose

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o haciendo marañas de raya en la tabla.Así van las parejas… las cantadorasrasgan los vientos con aullidos rellenosde desaforadas coplas, y loscircunstantes electrizados con ladesvergüenza, la blasfemia, los acentosde amor apasionado, quejas comoalaridos, y besos que dejan moretonesen la piel.

Pero es necesario que se trate deese cesto de la retacería social, para queconvenga con mi desastrada descripciónen que la atolera funge de doña Inés yhace a don Juan Tenorio un aguador.

Generalmente una canoa defandango permite otros matices y no esextraño que un cardador intrépido desombrería apechugue con la

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responsabilidad de una varsoviana o deun chotis, dejando que cuelgue de suhombro, recamarera despierta yescurrida que parece sotana de clérigocolgada de un perchero; no sólo no esextraño, sino que con frecuencia se veun grupo de esos mendrugos socialesantes descrito en la proa en que serebullen dos bailarines, el uno viendocomo un éxtasis el cielo, la otra con losojos clavados sobre sus mismos pies:mientras en la popa hay niñeraselegantes, costureras de castaña y puff,al lado de rotos de fieltro negro con lalorenzana a la nuca, chaquetón que cubresus cuadriles, pantalón angosto, quehace dos chorizos de sus piernas, ysemirrancheros pulcros de chaquetón

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color de haba, mascada al cuellodetenida con ancho anillo y un sombrerocon gruesa toquilla y ruedos de galón deoro, con sus letras de plata a los lados,que cada mayúscula tiene un jeme sinninguna ponderación.

Entre esos grupos salpicando comogranos de oro y moños de listón,caminan los niños confiados por lastiernas mamás al cuidado de laspilmamas. ¡Papalonas!

¡Con cuánta razón los angelitos, enesa flotante escuela de la pulcritud delidioma, aprenden palabras de las norecogidas por el diccionario y que sonsonrojo y vergüenza de los papáscuando los retoñitos las lanzan entregentes decentes! ¡Cómo se indagarían en

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esas canoas, orígenes de enfermedadesproducidas por la prodigalidad de uncarpintero apasionado, o de unsubteniente que quiere unir en un soloarranque los placeres de la gula y lasdulzuras del amor!

En las canoas de toldo se destacanesos Hércules, esos colosos, de lacanoa, que van de pie equilibrándose ensus bordos, con espanto de ancianas,inquietud de nerviosas y envidia depolluelos que ya saben que no hayinfierno, que se envenenan con cianuro,tienen su lugar entre los protestantes, hancomprado por entregas La mancha desangre y El men González de Zanabria;saben de memoria «La orgía» deEspronceda y «La ramera» de mi

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querido Antonio Plaza; y juran que estáenyerbado Porfirio como ellos lellaman, porque no triunfa Tuxtepequeneto.

De esos galanes son las hazañasnavales, ellos apartan o embisten lascanoas, ellos las atrancan en los puentesy ellos suelen, en altercados ycoqueterías, perder el equilibrio yzambullirse en medio de las palmadas,los vivas y la alegría universal.

Yo, en mis tempranos años, amabaesa distinción, me soñaba un Nelson,pero hubo una vez en que perdido el tinome viera obligado a hacer una excursiónacuática, y tras aquellos paredones,aprensivo y silencioso tuve que colgarde un sauce mis pantalones y mi levita,

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relatando los versos del salmo quetradujo Pesado.

En un sauce, ludibrio del viento,etcétera,

pantalón y levita colgué,

para que se secase, emprendiendo entrelas sombras mi camino en medio deserias reflexiones.

Estábamos en marcha; aquellasgrandes y pequeñas canoas nosrodeaban, presentándonos cada una unespectáculo el más interesante; ya elalboroto del fandango, ya el adorablecuadro de la familia, ya el grupo demuchachos de buen humor, colegialesaudaces que, tomando por su cuenta una

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chalupa, hacían esfuerzos pordesequilibrarla y aplicar la hidroterapiaal placer.

Don Abundio iba a sus glorias.—Vea usted —me decía—, Fidel,

qué «gata» de rizos en la frente, ojosnegros y lunares al cuello… ésa delirapor un músico de clarinete, y le estáquitando medio lado a cierto coronel,que tendrá en jaque al gobierno luegoque la quincena se escasee…

—No vean ustedes a esa canoa —decía don Sixto—, esa enlutada es delarma, ha conseguido un montepío en losvivos aires y nunca fue casada y seencuentra de familia de héroes, y supadre era un carnicero bribón, que lotuve de sargento, y era borrachísimo.

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Vea usted en lo que paran los gastosextraordinarios de guerra —decía donSixto señalando otra canoa, en la que sellevaba su reserva de tamales, bizcochosy licores.

Las casas de la orilla oriental delcanal son tristes, abandonadas, y estángeneralmente en desaseo completo; perohay algunas con sus portales alegres ysus pretiles con flores, hay otras de lasque se desprenden muros decañaverales, y las hay que dejanpercibir jardines interiores con suspájaros en sus jaulas, sus gallinas y suspalomas pedantescas y enamoradas. Deesas casas es la de Corona, adelante deJamaica.

—Estamos en plena mar —dijo don

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Abundio en cuanto pasamos la garita, anuestra izquierda.

En la estrecha calzada de SantaAnita, corrían y caracoleaban briososcaballos, levantaban el polvo afanosossimones, y volvían de la fiesta cantando,hermosas y galanes coronados de flores.

Al fin desembarcamos ydesembarcamos a las orillas de laacequia entre un mar de gente, en unverdadero tumulto.

En las orillas que sirven dedesembarcadero se extienden en alasbancos de lechugas, apio y rábanos, quetienen consumo extraordinario.

Interrumpen la muralla de flores yverduras, vendedoras de tortillas conchile y chalupas, que por sí solo el

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puesto es un restaurante, mesitas conaguas lojas, floristas en toda la purezadel tráfico, circulando, mejor dicho,como acentuando el obsequio de blancaslechugas y encendidos rábanos, floreshechas de ese material (el rábano), yprimorosas figuritas de cera, comocupidos, palomas, inditas en suschalupas, hundidas entre flores y otraschucherías, encanto de los niños y de losenamorados que siempre son niñostambién.

Las calles de Santa Anita, formadasde adobes y jacales, están llenas deanuncios en fajas y rótulos; anuncios delos tamales y sobre todo de los pulquesfamosos.

A cada dos pasos y brotando de los

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puestos de naranjas, plátanos, cocos ycacahuates, se destaca un jicarero paraintroducir a los numerosos templos deBaco.

El neutle forma tremendo nivel,tápalos y rebozos, paño francés y mantaruin, el sombrero de petate, el sorbete, yel fieltro democrático, todo se confunde.

Las tintas rebosan espumantes, lasparedes tienen pinturas con letreros quepertenecen a la literatura del maguey ylos trovadores de arpa, de jaranita y deguitarra que embriagan más que lamisma penca.

De trecho en trecho la tosca cercade carrizo da entrada a pequeños pradosen que los niños se entregan a susinocentes juegos por su cuenta y riesgo,

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merced a la flema de los autores de susdías, las chicas forman ruedas paramerendar y gozar de los placeresfilarmónicos y los que buscan vida másactiva se apoderan de los columpios endonde ya se admira al que parecelanzarse a las nubes, ya al padrereceloso, la vieja gritona y entrometida,y a los primos diligentes que mecen auna criatura en la reata y le cantan:

Meciéndome en un columpiose me reventó la riatala fortuna que callíen los brazos de mi chata.

El volador es otros de los juegos quecultivan los hombres solos, pero, como

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la rayuela, tiene pocos adeptos.A medida que las horas avanzan, el

zumo del maguey produce más visiblesefectos que suelen traducirse en porfías,lloros, requiebros, desvergüenzas yhasta puñaladas.

Los vínculos parece que seestrechan; caen a impulsos de laconfianza campestre las barrerassociales y se ven conjunciones decategorías que espantan materialmente…

En el regreso de Santa Anita… lassombras partidarias de la moralaustera… sólo dejaban percibir gritos,cantos, y ruidos confusos.

Salté en el embarcadero de lacanoa para concluir mi viaje montado enel siguiente

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Romance

En la calzada de tierralucen caballos y coches,por su hermosura las hembras,por lo galanes los hombres,por su garbo y risotadas,descompuestas maritornes,con sus sendas ramas de apio,con sus coronas de flores,con su amante y sus falderos,su guitarra y sus canciones.Don Abundio, el viejo verdeque mis lectores conocen,al oído me iba diciendo,señalando los simones:«Ésa es querida de un jefey ésas mis contribuciones»,

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haciendo que me fijaseen sus dijes y relojes.«Adiós… pago de vestuario,id con Dios gastos menores,que viva el ramo del vientohijos de la patria: engorden».Y don Sixto endemoniadocontra espadas y galones:«Mire, Fidel, ese monoque escandaliza la cortetiene su hoja de serviciosen la cárcel de San Roquey va a escribir unaspara quitar los capotes…¿Senador ese belitre?…No, más caudillo ferocheyo senador lo valuabaque cena de los bodegones…

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Y era el tribuno temiblede la fonda del Bitoque.¿Tan pronto y tan alto puesto?¿Por qué asustarte… señores?Pocos saben los serviciosque hizo su hermana Dolores:su garbo vale un ascenso,y sus gracias valen doce.¿El tendero literatoy secretario de un prócer?,que menos si era parientedel general Mastodontey así le saldó las cuentasde cuando le fio abarrotes…¿Y ese que víctima tristedizque reclama atencionesporque es digno, y por su orgulloy porque no hay quién lo compre?

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¿Quién le compra si no valeni tres centavos de cobre,y si volvió por ser nulo,a su cuarto y sin frijoles?…»«Adiós… besa a usted la mano.Limón y leche».«Patrones, una buena mediditaa cuartilla los mamones».Y en los aires una copla…«No se escabullan, juilones…»Y entre mujeres que cantany entre caballos que correny entre hachones que relucen,en manos de hembras y de hombreslos diablos van retozandoen las sombras de la noche.

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Fidel

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[Me dijo y le dije][16]

Desde la víspera dejé encargado que medespertasen antes con antes de lasauroras de Dios: pero no fue necesario,porque cuando aquello de la cohetería yde los repiques en la Soledad de SantaCruz, ya estaba yo en un pie, pidiendomi chocolate con semitas de sal, que sonsabrosísimas.

Me resignaba con los aprestos deabrigo, la mascada, la capa, el chaleco

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cerrado hasta el último botón, y no dejéde lanzar un hondo suspiro por mimontera, ese guardapolvo de la calva esprecioso escudo contra la moscas, esebeso amoroso a las orejas, que hacen elpapel del burro en el compendiadouniverso de la fisonomía, son utilísimasy nadie les hace caso, si no es cuandonos ponen en ridículo.

Repasaba, como lo tengo decostumbre, mis impresiones de otrasépocas, mejor dicho, de otra época, enque con dos camisas por todo ajuar, ydesbordando de alegría y de entusiasmomi corazón, atravesaba el revuelto ríode mi primera juventud, dándosemematerialmente un pito de los halagos delpoder y la fortuna.

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En vez de defensas contra el frío,pensaba en la cita pendiente con loscapenses y meritorios mis amigos,discurría el cómo aderezar el traje y queconservara el sombrero cierta tiesuraque le quitase su semejanza con elarmónico y el talego: hacía mis cuentaspara que no me faltasen cigarros,comprar lechugas, aprontar mi escotepara el atole y los tamales, y obsequiarcon un bizcocho grajeado al hermanitode una costurera de modista, a quientenía en más y me parecía más hermosaque todas las beldades del mundo,comenzando por nuestra madre Eva.

Ahora salía en silencio, tosiendo,temeroso del aire frío, sin amigos, sinque nadie me esperara, viejo, en una

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palabra, que es como quien dice, billetede la lotería que se hizo ayer y ni pintósiquiera en la lista…

En todos los templos se llamaba amisa; «gatas» y «garbanceras» acudían alas tiendas y al mercado, algunosporteros emprendían, asperezándose, lalimpieza de las calles.

Por las aceras, aún con pocotránsito, se dirigían al templo largashileras de dos en fondo, niños de lasescuelas católicas, en que mitaddevoción, mitad conveniencia, elmaestro había puesto sus cinco sentidos.

A cierta distancia, arrebujados ensendos abrigos los papás y las mamás desaya y mantilla, con sus libros dedevoción y sus rosarios en la mano,

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caminaban a presenciar gozosos lacomunión de regla de sus hijos.

Viendo a la Diputación, en corvahilera, que tenía su fin frente al Portal deMercaderes, se hallaban los vagonesconductores para la Viga, pero el gentíoera tal y sus oscilaciones tan violentas,que los vagones parecían barcoshundiéndose en las olas; pero el oleajeera de lo más pintoresco y hermoso, locomponían sombrillas de todos loscolores, sombreros de todas formas,desde el que hace en el suelo sombrabastante para jugar una tapada de gallos,hasta el que se forma continuidad delcuello y la cabeza del propietario,fisonomías marcando todas las edades, ycuerpos que reclamaban todas las

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nacionalidades con una o dos honrosasexcepciones.

En el interior del vagón era la torta,la masa compacta de tápalos, castañas,rebozos y trenzas, en el exterior, o seanlas plataformas, eran gruesos racimos; lacariátide y el colgajo, el gallardete y eltronco, el saltimbaqui y la cuña consombrero de carne humana.

En las azoteas, en los balcones yventanas había grupos viendo pasar lagente al paseo, como si se tratase de unaprocesión triunfal.

El sol doraba las torres, las puntasde los árboles y las azoteas y parte de laaltura de las calles, en las bocacallescorrían a torrentes rayos de fuegomarcando líneas luminosas de trecho en

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trecho.Yo no sé cómo descendí del vagón:

me encontraba en el puente, recibía unaimpresión semejante a la queexperimentaría aquel a quien sehubiesen vendado los ojos y se losdestapasen en medio de un salón debaile, a los ecos de la música, entorbellinos de hombres enamorados y demujeres hechiceras.

Se podrá describir el festín depaseo, podrá un talento privilegiadodaguerrotipar todos los matices, toda lagrandeza del conjunto; pero a quien doymedio nuevo es al que me pinte aquellosarrullos del contento, aquellacomplacencia visible del ánima,aquellos besos sin dueño que volaban en

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los aires, aquellas miradas como conresorte de presión.

Aquel despertar de todo un puebloal placer, aquellas coqueterías de la luz,aquella frescura de las sombras,aquellos encantos del día, niño jugandoentre las flores y estrechando sus brazosdelicados a nuestro cuello.

Dominando desde el puente seabrazaba un séxtuplo conjunto, lashileras de coches, el vaivén de caballosy jinetes, los puestos de vendimias, laenramada, la acequia y los navegantes.

Se fijaba uno en los arrogantescaballos, con sus ricos jaeces, susplateadas sillas y su bordado correaje, yle llamaba la atención los modernosjinetes, de pantalón ajustadísimo de

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paño, su doble hilera de botones defiligrana, su chaqueta con vuelta ycampanitas, cerrando la abertura dejunto al codo.

Iba yo a trazar por completo eltipo, y una cabalgata de alemanes medistraía, con sus levitas grises, sussombreros de jipijapa, caballeros enbreves albardones honra de Jhoranson:aquí me detengo, gritaba yo a mi lápiz, yatravesaba el polluelo pretencioso, desorbete y chicotito con puño de ágata, debota fuerte, de acicate, con fuero militar.

¿Y cómo no dejar incompleto eseperfil, si se me van los ojos tras esasamericanas que galopan airosas,dejando flotar las caudas de sus túnicossobre el caballo, y las gasas azules y

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blancas de sus gorros sobre sus cuellosde alabastro, en que se columpian, saltany se derraman los dorados rizos?…

Ese arremeter de los cuacosbriosos, ese encabritarse de aquelovero, ese escuadrón de muchachosdespiertos que hacen temblar de susto alas mamás que van en los coches y aqueldespreocupado filósofo con el pantalónremangado, dejando ver la gruesa mediay el atadero de antaño…

—Soberbio caballo.—Es de Pimentel.—Raza de Carrión.—¿Y qué me dice de ese alazán?—Y de ese bayo.—Es el de Porfirio.—Esa yegua es de sangre.

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—Esas mulas son de las colonias.—Ese tronco es de Mier.—Ese tordillo es de la Laja.—Ése es el fierro de Jalpam —

pero el grupo de conocedores lo hadesbaratado un curro de sombreroladeado, sendo puro, jorongo de Saltillodoblado a lo largo, azotando el anca ylos hijares del cuaco… y vamos, elcaballo corvetea y bracea y ni todos losdemonios le sosiegan el brío…

—Adiós paisano… No le meta laspiernas al bucéfalo.

—Hoy tiene un humor del diabloeste animalillo…

—Cuidao con dejar por ahí laestampa…

—Amo, no le recoja tanto la

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rienda, llévelo colgadito.—Eso es, con eso me zampa el

bruto en el agua…Aunque entre los coches hay trenes

de verdadero lujo, las altas damas comoque toman palco en el coche para ver unespectáculo extraño, las niñas van comopájaros en jaula, parece que unas a otrasse recatan de divertirse: los muydecentes no comen en público, y veausted lo que es el cuento, muchas deesas divinidades de sedas y plumas, dealhajas y guantes… bien, muy bien, quese soplarían un tamal y hasta una taza deese atole de leche… que está diciendodesde el borde del jarrito… siquiera unbeso…

—¿Y si pasa un cónsul?, ¿y si las

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ve Ernesto que estuvo en Europa?…—Ernesto no come tamales, se

suele emborrachar, pero en cantina.Vuelvo a los de mi pelo. Hoy es el

día de la glorificación, de la apoteosisde la Ilíada, del simón, y aun del chivo,el chivo es el mismo simón, pero queprocede por saltos, ya no rueda,renguea, se arremolina… no anda comoel coche. La portezuela se ha de golpearcon estrépito y dos o tres veces si no nocierra. El vidrio tiene que abrirse entredos personas, si no permaneceestacionario, los cojines o son de firmeo están adheridos con una presilla altablón, si no… se pierden; cuando unfarol arde, otro va apagando el chivopara merecer ese rango, ha de tener un

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caballo anaranjado y otro prieto, si estuerto, mejor y, sobre todo, el cochero,una fisonomía de limón exprimido, desorbete aplastado porque un gordo sesentó en él.

En el simón se sueña prócer elaprendiz de impresor que tiene spleen ygasta un peso en que le paseen solitario.

Una chica de recuerdos amargos,pero muy señora, va aislada tambiénpara dar cocos que para eso le prestaronsobre su máquina diez pesos ensucursal…

Pero éstos son detalles que en nadadesnaturalizan el simón.

El simón es para la gente que comeen rueda y se baña con los chiquitos,para la que duerme con unas amigas en

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un baile y puede hacer uso de su ropacuando fuese menester.

El simón es la sucursal del hogar,el hogar andante; allí la botella de laleche hervida con yerbabuena para queel niño no llore, allí los pañuelos debizcochos, las matracas, los muñequitosde cera y los borregos de algodón consus cuadritos de oropel, el hule paraprevenir cualquier impertinencia delbebé, y las píldoras de fierro para queno interrumpa su método la niñaanémica.

Los esposos, la abuelita, todos losniños y hasta el perro tienen cabida en elsimón. Allí se acarrea en un momentodado el atole, se deshojan los tamales,se toman quesadillas y chalupas y se ríe

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y se canta y se trasladan ramos de florespara la Virgen, hasta convertir el centrodel coche en un mar de alegrías,espuelas de caballero, retamas,mosquetas, chícharos y súchiles. Losniños llevan las banderitas, los criadoslos bizcochos, el papá al bebé, y a laabuelita la sofoca el peso del falderoque es sin ponderación del tamaño de unbecerro…

En la calzada de la gente de a piese destaca en imperfecto semicírculodoble hilera que parte desde elembarcadero hasta el puente de Jamaicafrente a la fuente y al mezquino ydesairado monumento de Guatimotzin.

La hilera interior al aire libre,cobijada por la rala e insuficiente

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sombra de los sauces que en dilatadavalla adorna la calzada, es un tapizprolongado sobre la verde yerba, tapizde esteras cubiertas, de trecho en trechopor limpios manteles en que descansanplatos y tazas de porcelana y vasos decristal, y he dicho de trecho en trechoporque a cada seis varas en el primertramo y después casi sin más que cortasinterrupciones se levantan simétricas lasollas de tamales y de atole de leche,despachando la propietaria y susayudantes que en coro proclaman susmercancías: «Tamales cernidos de chile,de dulce, de manteca, con carnitas, conmanjar blanco».

Las ollas imperan, rebosadas enblancos manteles, alrededor de cada una

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de ellas hay en círculo sentadas dos otres familias, o bien pilmamas y niñoscon sus gorritos, sus vestidos de seda ysus baberos para resguardarlos.

Los mimos de familia se hacencomunicativos, se expone el corazón,¡qué ternezas al viejo, qué respeto a laanciana, qué contento de los chicos!

Esa gorda fatigada que ha dejadose derribe su tápalo sobre su espalda yallí insta, aquí sirve, por allí chanceacon el muchacho, parece enojarse y daun bocadito al que pasa, porque tal vezserá huerfanito y recordará a suspadres… esa vieja en su género, que ríe,que gasta, que tiene las lágrimas en losojos y la mano en el bolsillo parasocorrer un infortunio… esa vieja…

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tiene en su género para mí, tantoatractivo como el suyo la Aimée o laPeralta.

Aprovechan los intersticios de lasollas, las flores, las lechugas y las milvendimias, algunas de las cuales, comolas empanadas, tienen en este díasolemne su oportunidad.

La hilera segunda, la forman lasenramadas con las que se han hechogrutas, chozas, salones, toldos ypabellones frescos y elegantes.

En esos «edificios» se hancolocado cantinas y mostradores,expendios de tabacos y sobre todo, eldespacho del chocolate, del café, delatole y los tamales.

Pobres pero aseadas mesas,

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limpísimos manteles, servicio adecuado,sillas de humilde paja, mujeres, luz,flores y músicas por todas partes dan aesos restaurantes campestres, especialhermosura y alegría.

Los criados perfectamente vestidosa la usanza de los cafés de lujo, con suslargos delantales de brin acabaditos deplanchar.

—Usted gusta, venga usted connosotros.

—Está usted muy lejos…—Si no me dejan los muchachos.—Compañero. Adiós.—Adiós, compadre.—Beso a usted la mano, señor

licenciado, ¿la señorita, mejor?—Lleve usted a aquel coche cuatro

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tazas de ese café con canela.Los pollos en bandadas, las

pollitas frescas, ágiles, desprendidas,como no se ven todos los días, losgallos despabilados; los viejos…recordando.

De distancia en distancia secolocaron con buen tino las músicasmilitares que estuvieron tocando sincesar, ya provocativas danzas, va Lastempestades de Strauss, ya los ayesdolientes de Ruy Blas, ya la agonía deamor de la Lucía.

Y entre el gentío se veía al nenedanzando a compás sobre las rodillasdel autor de sus días, y al chipilíncaracoleándose entre la concurrencia alpaso sensual de la danza habanera…

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Frente a mi asiento, en uno de esossalones rústicos había un manojo depollos, de estos calaverones perosimpáticos, de rumbo y de trueno, peroatentos con las mujeres, no entrando ensu bulla ni en sus pretensiones burlar losdefectos naturales, ni humillar un pobre,ni darle una villa a un débil, ni insultarcobardes a una mujer, ni hacer suhazmerreír a una vieja, alegres,planchaos, hombrecitos cuando esdebido, y enamorados, porque eso Dioslo da en esta tierra que es muy suya y lacrio adrede para nuestro regalo.

Pues como iba diciendo, los pollosestaban en una contesta que no eracapaz, y yo como la mosca en la miel,escuchando sus picos de oro.

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Era el más sacudido y decidor unode ésos de cadera hundida, pechosaliente, sombrero con el ala a los ojosy la testera levantada, de esos queparece que tienen el sombrero sobre uncesto de cabellos con sus tufos sobre lassienes, y el molote para arriba comolumbrada, en todo lo que coge la nuca.

Frente arrugada, chatillo, ojosverdes y dos dientes medio maleados ensu boca fresca y recogida.

—Vamos estudiando tipos —decíaa sus compañeros.

»Esa que se acerca de ojos negros,grandes ojeras, color verdoso, malencubierto con el polvo, con algo dedescuido en el tocado, con algo deimpestuoso en el andar, ésa es el tipo de

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la celosa… husmea, inquiere con lavista, parece que la oigo en su diálogo.

»—Es mejor que nos vayamos.»—Pero esto está lindísimo.»—Para los que tienen interés.»—Viejo, como quedamos —dijo

un amigo que lo cita para que le paguecinco pesos.

»—Si tenías cita, te estorbo, claroestá —le decía ella—, te estaránesperando… anda hijito, luego mesaldrás con que se están atrasando lasquincenas… conque a don Matías se leacaba el resuello».

—Ahora yo —decía otro pollo deésos de nariz larga, ojo de gran pestaña,ancha sortija en el dedo, andarindolente… valentón y retraído—. Esta

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que viene aquí cuellilarga, frenteangosta… un tanto cacariza, boca grandey ojos pardos, pequeños e inquietos…ése es el tipo de la chismosa… ésa es laque dice al marido que encontraron a suesposa por un rumbo muy extraviado, y ala persona que el marido dio un escotepara un bailecito sin que ella lo supiera,ésa es la que atiza la discordia en lafamilia desunida, ésa la del «me dijo yle dije», y la que compadece a una niñaque no se da a luz porque se cuentancosas para taparse los oídos.

—Ustedes no me ganan —clamó unestudiante de derecho, reprobado dosveces, pero que con el favor de Diosvendrá de diputado al futuro congreso—. Allá viene un tipo, viene tras de

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aquel grupo de preciosos niños… se hadesviado un poco… no quiere seguirandando… sus hermanas le excitan… elpapá está al estallar.

—No veo bien.—Es aquella chiquitína nariz

aguda, ojos pequeños, con unos cabellosa la frente que parecen pinacates bocaarriba, ése es el tipo de la susceptible…todos la desprecian, todos la tienen enpoco a ella, le tocó una taza que teníauna mosca, y se les había olvidado darletamales… para ella no había silla… ytodas estaban sentadas, vienebramando… se queja de que le duelenlas muelas y le aprietan los zapatos, atodos trae disgustados.

—Ustedes se van a endiosar con mi

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tipo, allí lo tienen frente por frente —clamó un chicuelo que no medía unmetro pero con una boquitarepresentando un moro a caballo con unpuro de a tercia, vamos, un conjunto enlos labios que parecía cargar un canal oun bajorrelieve entre los dientes—, allíla tienen ustedes: carnes fofas,rubicunda, gran papada… ojos zonzos ydesmesuradamente grandes, labiosgruesos, soberbia dentadura… Ése es mitipo, el tipo de la papalona ni se cuidadel paseo, ni le importa la música, se haembaulado cinco tazas de atole y va trasde la sexta… esa montaña de hojas, soncubiertas de tamales que ella sola hadevorado… ésta cuando se case… seentregará a la engorda, se

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perniquebrarán los chicos, entrará ysaldrá el marido a su antojo y se harádevota para irse a la iglesia mientrasarde la casa… sabrá que el esposo andaen picos pardos y en el fondo sealegrará porque al fin los maridos fielesy caseritos son un engorro.

—Pues a ustedes les faltó lo mejor—dijo un mozuelo pálido, achacoso,casi rapado… cuello de garza, de bocajugosa y lengua rápida—. Esa mujeronade piel medio tostada que parece lesalió escaso el forro de la cara según lorestirado hacia las orejas, dos chorizosde cabello partiendo de la medianía dela frente… dentadura desigual, seno conbatas escariadas… ése es el tipo de lasuegra indómita… Vea usted cómo lleva

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al marido de la hija como del bozal…cargado de juguetes y envoltorios… leha curtido… no le deja pasar ni unamirada… ella a nadie se la perdona yplanta una fresca al lucero del alba…

Me distrajo de la conversación unamigo que se había sentado junto a mí yme decía:

—Note usted la mejora del pueblo,¡cuánto gorrito los niños!, vea usted esoschiquitos hijos de esos pobres con susmediecitas, sus zapatos y sus vestidosbien entallados. Aquellos elegantes sonsastres, los otros doradores. Esasseñoritas que cruzan tan bien vestidas,tan airosas, son del conservatorio…¡entre ellas hay jóvenes que sabenmúsica como la Peralta! ¡Qué tino de

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estas pobres para imitar las modas!, quépropiedad en los peinados… ¿usted quédice de esto?

—Digo que me encanta y que es elgalardón de los trabajos de los amigosdel pueblo, pero digo que si laeducación fundamental no es esmerada,de esas chicas desquiciadas se haránqueridas y beldades flotantes y de todosesos párvulos, poetastros y politicastrossoldaditos prostituidos, vampiros delpresupuesto.

Fidel

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[Historia de los ases][17]

Yaquequeréisserasestodos,suprimiddevuestrabaraja

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sotasycaballos.

ElNigromante

—¿Qué es eso, se ha quedado usteddormido sobre el periódico? —le dije ami querido amigo Cantarrana, que notiene más ocupación ni mayor contentoque despabilar desde la cruz a la fechalos diarios todos de la capital.

—¡Oh!, no me duermo —mecontestó mi amigo—, pero se encuentrauno en estos embusteros, de vez encuando, sus frasecillas picantes que dan

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en qué pensar…—¿Y cuál es esa frasecilla o

frasecillas picantes que le tienenhundido en tan hondas meditaciones?

—Vea usted; por aquí dice M. deLamartine, que aquello de París, deFrancia, se hubiera compuesto muy antescon antes, si alguno hubiera querido seren la República el segundo; pero quetodos quieren llamarse número uno.

—Es decir, que toda la baraja seade ases; así no se puede dar paso.

—Pero es lo que pasa por allá, yestán dados a seis mil pericos.

—Señor Cantarrana, no se apureusted por eso, porque por todas partescuecen habas, y aquí sucede lo mismo.

—¡Hombre, no será con tanta

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desvergüenza!—Calle usted, si el mal por aquí es

epidémico; a lo menos, por lo que yoconozco. No hace dos días eché demenos el papel en mi mesa, y noté queno podía escribir una letra según loaperreado y patiabierto de mis plumas;hice mi indagación acerca de aquelladesaparición y de aquel maltrato de misútiles, y supe que Robertito, un chiquitínmuy despabilado que estudia primer añode derecho por segunda vez, porque laprimera se topó con tres rrr frisonas quele atajaron el paso, se desmorece porsalir diputado, y escribía a sus electorescomo un Tostado.

—Mejor se la contaré a usted.¿Usted conoce a Julián? ¿Julián, el hijo

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de Dolores la lavandera, aquel quefingió el recado para hacer perdedizaslas pistolas del coronel don Santiago,que se aplicaba los botes de pomadas delas muchachas y que primero andaba sinzapatos que sin corbata?

—Mucho que lo recuerdo.—Pues ha de saber usted que por

sus corretajes de amor logró undestinillo, y ahora se endiabla, y me havenido a consultar un comunicado quearroja lumbre, porque no le quisieronnombrar administrador de una aduana.

—Pero respóndame usted —medijo Cantarrana—, ¿es usted demócratacomo siempre o cambió casaca? Yo, porlo menos, soy de la política de cuando elrey rabió, y repito a cada instante que

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hasta en el cielo hay jerarquías, y que alos gatos no se les ponen zapatos; ¿perousted, el amigo del pueblo, el que hasolido ensalzar el avenimiento a lascurules y a las poltronas ministeriales,del cantor de la parroquia y del notariode su pueblo, del sobrino del cura y delniño fino de la hacienda, lo mismo quedel perdonavidas que apenas conoce lao?

—No me calumnie usted, porque entodo eso hay su más y su menos. Yo heelogiado el avenimiento de un sastre yde un zapatero a la política, no por lastijeras del uno ni por las hormas delotro, sino porque esos artesanos que sellaman, en la historia, Balderas y Díaz,son héroes que honran a la patria; pero

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esto no habla con el primer zurcidor quepase por la calle, ni con el primerremendón, llenos de ignorancia y devicios. Yo ensalzo siempre que se ofrecea Guerrero, el arriero, y celebro quetenga una estatua en la avenida denuestros hombres ilustres; pero nodetengo al primero que arrea tres mulaspara ver si se le confía la suerte de lapatria, y lo mismo me pasa en todo. Esdecir, ensalzo donde quiera el talento yla virtud.

—Hoy está usted con el tontoencima, y tal se figura que los desdenesde la tesorería le hacen ver a usted lascosas de otro modo; yo tampoco rechazolas nobles aspiraciones; pero lo que mehace pensar es este furor, esta desmocha,

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estos asaltos al Parnaso, a la prensa, alas curules, a todas partes… y si en elfondo de esa insurrección hubiesemérito, adelantos, vaya usted con Dios;pero interiorícese usted en las cosas, yverá lo que es cajeta. Es la invasión delos bárbaros.

»Se trata de que se independa laconciencia; se trata de sacudir el yugofanático; se presentan otras religiones demoral pura que solicitan adeptos… ¡AveMaría Purísima!, yo conozcoprotestantes que son una gloria, ¡quériñas, qué discordias, qué extravío deideas, qué independencia de todo frenoy, sobre todo, qué animales tanestupendos!

»Pues mejor se la cuento a usted:

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nadie duda de las ventajas de laasociación; educa, ilustra, multiplica elesfuerzo, difunde la luz; pues acérqueseusted al Club del Betabel, y me dirá loque piensa; el tinterillo que dirige quieretener un rebaño a sus órdenes; tres ocuatro parlanchines hablan de mandil yde manos callosas, para pepenar lostomines de los socios; se acercan losperiodos electorales, y hay té y brindis,almuerzos y discursos. Entonces,mientras forjan los más asnos escalaspara diputados y mandarines, seregocijan dos o tres con una regiduría ocon un destinillo de poca monta, y adiósmandil, y adiós mano callosa, y adióssudores».

—De acuerdo, querido Cantarrana,

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muy de acuerdo; tanto que yo en esto deliteratura, se los repito a los muchachos:chicos, aspiren, sueñen y láncense a losespacios, lira en mano, a cosecharlaureles; pero, hijos, estudien, hablen delo que sepan, y no quieran llamarseCarpios ni Calderones, ni Pesados,porque reniegan de Dios y hacen unacuarteta coja que rechaza el sentidocomún; pero lo que a mí me puede escontemplar mucha bambolla y muchaesterilidad; grandes aspiraciones ypobreza de pensamientos; brutosindomables, cerdos que quierenenjaezarse como frisones; lombrices quereclaman un mar como las ballenas; yluego, esos genios liliputienses decirsuelen que la envidia dicta el desdén, y

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que ella y sola ella nos separa de suculto.

A medida que hablábamos, en elcafecito en que nos encontramosCantarrana y yo, se habían acercadootros comensales del Fosforito, nombre,como se sabe, que tiene el café desiesta, con sus puntitas de coñac. entreéstos estaba un militar viejo, de furiaalborotada, ahumado bigote, boca condos colmillos de centinelas en lacitarilla despoblada de la desierta encía,y éste dijo:

—Los dos deberían llevar unpúlpito en cada dedo, por lo que estándiciendo; pero se han olvidado de micarrera. Es cierto que en todo tiempo lagloriosa, con pocas excepciones, fue el

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asilo de los estudiantes incapaces, delos hijos de familia libertinos ydéspotas, y de los que a fuer devalientes querían vivir a costa delprójimo; ya se sabe que en todo tiempo,el militar de cierto género estáautorizado para subir a caballo por lasbanquetas, sentarse al revés en lassillas, entrar de acicates a las visitas y aabrirse paso por donde primero quiere.

»A nadie sorprende que un hijo deMarte trate con marcialidad a lasfondistas llamándolas patronas, ni quese jacte de hacer víctimas a manojos.Sabido es que es muy soldado eso detener hermosas que pertenecen a la“milicia cívica” y a la “fuerzapermanente”, que están hoy de

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guarnición las gordas, y mañana lastrigueñas, que a las bonitillaspedigüeñas se les declara “en cuartel” yse da la “licencia absoluta” a las feas ya las que nos llegaron a fastidiar. Peroantes todo era consecuente;pronunciamiento por aquí y refriega porallá, y se pasaba de una charretera ados, del fleco al canelón, de la fajaencarnada a la verde o la color de cielo.

»Pero ahora que los soldadosdisgustados de la pólvora se culebreanpor la política, y sin más ni más quierenestados y curules, intrigas palaciegas ydiplomáticas.

»—¡Hombre!, pero si no escribeusted a derechas.

»—Pues allá va ese proyecto

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financiero; pero venga usted acá, si esacuestión de crédito no tiene que ver conla táctica.

»—Pues allá va ese voto sobrefacultades de la Corte de Justicia. Leausted algo, viejecito.

»—Bastante me ha quemado elnaipe las pestañas.

»—Le facilitaré a usted un libro.»—No, señor, que me replique

cualquier abogadillo y allá le mando mispadrinos».

—Todo eso tiene sus peligros —dijo otro empleado viejo, «copólogo»de profesión—, mejor la ha hechoJacintito Falsarregla, empleado de ciertacelebridad. Entra a la oficina por loslloros de su mamacita, y sólo por

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ejercitar la letra; él, por supuesto quehabía publicado algo en un periódicoponiendo a cualquier magnate como hojade perejil; provoca una entrevista con elministro, de la entrevista resulta que sele dispense la asistencia a la oficina y sele asigne un buen sueldo.

»Las faltas no sólo son deasistencia, sino que afectan la cuestiónde sueldos. El jefe brama, le reconviene;pero como Falsarregla es escritor, yescritor acreditado, le suelta cadapárrafo al jefe que lo vuelve loco; se leacusa nada menos que de desafecto a loexistente, y zurra… al fin el jefe transa;todo se compone con un ascenso alchico, y el ministro, por el hecho mismo,le considera en primera fila para los

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más delicados empleos.»Y todo eso lo digo —añadió el

copólogo—, suponiendo que elcaballerito es un hijo de Adán comocualquier otro, porque en un descuido sehace masón, y eso es otra cosa, porsupuesto no masón para los altos finesde confraternidad y honra de tan notableinstitución. Masón para no pagar la casa,para subyugar al juez y al tinterillo, paraevadirse de la justicia, y para que eltaller lo saque avante de sus drogas y desus aventuras escandalosas».

—Pues vea usted —dijo metiendosu cuchara otro parroquiano de losFosforitos, de sorbete relujado, ciertacuria en el vestir, dentadura postiza y eltornasol en el cabello, de la pintura para

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teñir las canas—. Vean ustedes —continuó—, si en lo masculino tienenésos sus quiebras y sus trascendencias,en el género femenino los ases tienenmucho que ver.

»Usted no tiene idea de lo que unaliterata de éstas de constitución nerviosase hace servir de todo el mundo ycultiva en primer término la pereza,levántase desmelenada y ojeruda con ellibro en la mano. ¿La gramática? Jamásle ha dado los buenos días. ¿Retórica?,ésas son de aquellas vejeces que ya nopasan. Es Bécquer, porque a ella legusta todo lo alemán, composicionesligeras y conceptuosas.

»Por supuesto que aunque sucasuquita es reducida, ella posee su

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escritorio y sus libros, y no ha de volaruna mosca cuando tiene la inspiraciónencima.

»Locos de contento están los papáscon tener aquel prodigio dentro de lacasa; lloran de ternura con sus raptos; lapobre mamá trastorna los nombres todosde los autores, y a Bécquer le dice señorVélez, y a Lord Byron, Don Casto, y laGata Blanca al vizconde deChateaubriand, yo no sé por qué regla.

»Es cierto que hay un Pitinio queno sé de dónde ha salido, que pertenecea nuestros círculos: está anémico y tiramuy bien a la pistola, que le componesus versos y se los completa; pero estonadie lo sabe, y el día menos pensado,la que era Tomasa Suárez, que se me

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volvió María Sorí, publica con grandesrecomendaciones… la siguienteimitación (?) de Bécquer.

Los ojos color de fuego

Dicen que hay una llama,que por el antro oscurotoma el triste color de la retama,y que huele a cianuro.

Yo soy oscura si tu vista brotaen mi cárcel, bien mío,me quedaré, ¡ay de mí!, sin decir píocon una sola gota.

Tú eres exhalación, yo nebulosa,tú el águila caudal, yo tortolilla,yo violeta, tú sol que ardiente brilla.

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Caprichos de la suerte. ¿Habrá tal cosa?…

Yo al trono de ese Dios cuyo palaciotachonan los luceros,iré a pedir que al fin don Bonifaciote apronte unos dineros…

Y rápido bajel surcando quietael mar de tu deseo,iré con mi corona de poetaal registro civil y al himeneo.

»Ya verán ustedes la exactitud de lasimitaciones de Bécquer, y los girospoéticos en que entra el ministrotesorero de la nación: sólo tengo quedecir a ustedes que lo del himeneo esuna gratuita suposición, porque esa

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Corina de casa de vecindad naciódecididamente para víctima.

»Sobre todo, qué nutriciónsustancial quiere usted que tenga esacriatura literaria, hoy con La mancha desangre y mañana con El mártir delGólgota; hace dos días a vueltas conByron, y pasado mañana con la teoríadel darwinismo, que le dejó, para que sedeleitara, un desaforado materialista queva a entrar a la preparatoria».

—En ese punto —dijo Cantarrana— están mejor que mejor, las jóvenescantantes.

»La Perlina descubrió, no sabemoscómo, un órgano como un tesoro dediamantes. No canta, escupe, como diceun amigo, piedras preciosas. ¡Qué juego

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de garganta, con qué valentía ataca elsi!, y aquel cromático, esverdaderamente encantadora. LaMalibrán tenía esa misma caída…

»En la casa se han sacado elelefante con el prodigio. El papá, que esun señor amantísimo, conoce que lacarrocería lo puede volver tísicomientras una hija así se va a hacerdichosa.

»Por supuesto que, como aunque nose quiera, nobleza obliga y la niña tieneque concurrir con tanta gente decente, elpadre ha sacado a luz un levitón declérigo protestante, que es la alegría delbarrio; la mamá el día menos pensadosaca un gorro como el toldo de unfaetón. ¡Ingratos!, y han descuidado a

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Tichí que es quien carga los papeles demúsica, lleva los recados a losmaestros, ya llevando un violín como elataúd de un párvulo, de aquí para allá,ya enarbolando una trompeta en quequieren soplar todos sus amigos íntimos.

»Hoy a tales premios, mañana auna tertulia, al siguiente día a unamisa… y como la niña no sale al fríoporque se destiempla, y toma huevostibios para aclarar la voz y es tan finita ytan anémica; nada hace en su casa, anada se dedica, y se ahuyentan losnovios con los lujos, las galas y el rocecon la alta aristocracia.

»Ustedes se desvían de laconversación y se meten en honduras —dijo Cantarrana— en que no queríamos

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entrar Fidel ni yo, que por vía depasatiempo queríamos únicamenteensayar la historia de los ases —yvolviéndose a mí, me dijo—; yo tellevaré a la casa de don LiberatoPuertabierta, y verás algo de lo que tequería explicar.

»Don Liberato quiso educar a sufamilia según las ideas modernas; perono comprendió más que la mitad de lalección, es decir, mucha libertad, peromucho cuidado con los principiosfundamentales de la educación. Muchaconsideración a la mujer; peroinculcarle muy profundamente principiosde moral y virtud: mucho decomplacencia del padre; pero no hastahacerse cómplice de los hijos: mucha

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franqueza; pero mucho cuidado de queno degenere en licencia.

»Verás a don Liberato y a doñaCasilda y a sus tres hijos, dos hembras yun varón, que con las mejores dotestienen convertida la casa en unaabreviatura de los infiernos».

Deseoso de terminar la lección deCantarrana, le busqué a los dos días demi plática, para ir a la casa de donLiberato Puertabierta, a presenciar unestudio sobre los ases, que confieso meparecieron más fecundos que lo quecreía a primera vista.

Don Liberato es un hombre detalento, sin disputa; empleadohonradísimo, buen padre de familia,enemigo de toda opresión.

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El amor excesivo a su consortehizo dimitir toda autoridad de puertasadentro de la casa.

Doña Casilda tiene sus ribetes deretrógrada; pero ama a su marido con talternura, que sigue sus máximasmodificándolas a su manera; y losmuchachos, si con la mamá se hacendevotos, al papá le dicen de losadelantos de la escuela, y las niñas desus deseos de ser ilustradas y buenas yhonradas mujeres.

Las intenciones serán las queustedes quieran; el caso es que para lacasa entera, pasa el viejo como unbonachón, la vieja como rígida,caprichosa y fácil de engañar, pero conel dominio absoluto de la casa; los

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muchachos se creen en plena libertadpara hacer lo que mejor les parezca, ycon los mejores elementos de orden, lacasita es una liorna.

Llegamos a la casa a las once ymedia de la mañana: las muchachasAdela y Rosaura se hallaban solas; lamamá estaba en misa en el Sagrario,porque era día 12, y doña Casilda muydevota de la Virgen de Guadalupe.

Rosaura, que es la más despierta yestá perdida de enamorada de un puro,nos salió a recibir; Adela, que está muyclorótica y se dedica a la pinturaoriental, se quedó en su asiento.

—Pase usted —dijo Rosaura—,pase usted, que no hay pozo, y hace unsiglo que no le vemos.

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—Venía a presentar a la mamá deusted a mi amigo Fidel.

—Bienvenido; ésta es casa deusted, nosotros también tenemosnuestros amigos, que no sólo los señoresgrandes son personas.

—Usted, Adelita, ¿mejor?, ¿hatomado usted el agua de fierro?

—Siéntense ustedes; mamá está enmisa, ya sabe usted, la pobre en eso secrio; ¡qué atrasadas eran aquellasseñoras!, pero mamá es incapaz… creeque una oblea… usted no volvió porqueaquel día estábamos en disputa; estosviejos, estos viejos son incapaces:nosotros le llamamos a mamá por esascosas, la tía Quiteria.

—Acérquese usted, Adelita,

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estamos en lo de la guerra doméstica.—Según eso —dijo Cantarrana—

están en un puño.—No nos dejamos —dijo Rosaura

—, sabemos lo que son los derechos dela mujer, gracias a Dios, y que con unocursito al gobernador estábamos al otrolado en caso de violencia.

—Así es, con un ocursito algobernador al otro lado —replicó Adelaque a las primeras palabras dio aentender que no había inventado lapólvora.

—Por otra parte —dijo Rosaura—,aquellos viejillos son marrulleros:mamá tuvo unos amores bien tremendosantes de casarse con mi señor donLiberato; era el otro un señor muy

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decente; tal vez seríamos unas condesas;pero entonces no se cultivaba comoahora lo positivo; en fin, yo creo que mipobre madrecita llevó unas calabazasferoces. En cambio, se desquita conpapá que es una gloria. Yo, de hombre, atodas, mil mieles, pero eso de casaca…se cuenta.

—En ese caso, cuando a usted se leaplique la regla, se quedará como unalechuga.

—No, eso no; yo sé muy biendarles su patente a los que no tratan conformalidad.

—Alguien sube la escalera.—Es Rómulo; viene de la copa,

por supuesto, a ponerle peros a lacomida y a decir que se va a la fonda.

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—Señores, bon giorno; amigoCantarrana, ¿cómo vamos? ¿Ya relevóusted aquel sombrero que parecía decuero de lustre? ¿Lo han dejado a usteden paz los empleados del correo con sucalzado?, ¡qué bueno está para valija!Es la hora del caldo, ¿come usted connosotros? —dirigiéndose a mí—, beso austed la mano.

—Presento a usted a mi amigoFidel, escribe para el público… espoeta.

—Del tiempo de usted, de cuandoel Payo del Rosario. Entonces el quehacía una novena podía ser hastamayordomo de monjes: ¿y los viejos nohan venido?

—Ya conocerá usted a papá —me

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dijo—, es un buen hombre, todavía creeen la patria y hasta en Dios, que es buendecir: ¡qué mollera! Ustedes medispensen, pero los señores grandes yano sirven para nada. El viejo es unaalma de Dios, nos va a dejar por puertassus proyectos… yo había de gobernar eldinero… pero ¿qué quiere usted?

—Yo creía que su papá de ustedeslos ama mucho.

—Eso dicen, lo tienen a uno porvicio, lo mantienen porque lesdivierte… yo no agradezco nada de esoque es deber, funciones de la naturalezaque dan sus resultados… ríase usted, lospadres el uno es de primor, entra en losdestinos públicos como sale; habiendomil buscas legales, le engaña cualquiera,

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sin contar con que… yo no sé, pero meparece que nuestros dineros dan suspaseos por donde no deben…

—¿Pero ustedes le dejaron algúndepósito, maneja fondos o herencia deustedes?

—No; pero lo que hay todo esnuestro, y se nos roba… la vieja con laiglesia, el viejo con los patrioteros…qué imbéciles.

—Cantarrana —le dije en voz bajaa mi amigo—, vámonos, vámonos,porque este títere me está derramando labilis.

—¡Oh, hijo, no sabes nada!…Nos despedimos de aquella

maldecida casa sin esperar a nadie. Otrodía seguiré mi estudio de los ases.

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Fidel

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[Cada uno en su casa][18]

Es gana, diré anudando el hilo sueltoque dejé en mi anterior «San Lunes»; esgana, lo más racional es comunicarse yunirse, lo de «amaos los unos a losotros» es una salida de las de mejor tonoque pudo haber tenido nuestro Señor.

Para los padres de familia, aunqueel solo mal que trajera la soledad fueseel fomento de «osos» de cierto género,

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sería bastante para pensar en ciertacomunicación, prudente sí, pero alabrigo del escándalo; afectuosa sinlicencia, y estrecha cuanto permitan eldecoro y el respeto a la familia.

—Pero —me decía don Tadeo JustoMedio, padre de Juanita, despreocupadoy sesudo—. Figúrese usted una polluelaamurallada por tías, por criadas, amigasintrusas y confesores intolerantes.Imagínesela usted con sus instintos porla moda y las diversiones, y sustráigalaal mundo, secuéstrela, y hará un pancomo unas hostias.

En sus salidas frecuentes al balcón,como para evitar la asfixia, atina a pasar

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un polluelo desocupado e irritable, paraquien una aventura cualquiera seríacomo pedrada en ojo de boticario.

Al simple descubrir, Juanita havisto un chico de correcto vestir, deesmerado peinar, de ojo apasionado yfisonomía simpática.

El polluelo Ludovico distinguiótambién al pasar frente al balcón unaforma esbelta, un sonreír refrigerante ydulce, y unos ojos capaces de ablandarel corazón de un usurero, que es llevaral colmo la exageración.

El muchacho se detiene, la chica veatenta… pero como es de ordenanza, sevoltea en dirección opuesta al pollo.

Firme Ludovico se instala en elzaguán del frente de la casa, zaguán que

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parece garita por lo frecuentado, zaguánmedio obstruido por una almuercera quetiene el anafre con la hoja de lata y lastortillas a punto, las salsas listas, losplatitos con cebolla y chiles verdes yescarlatas, picados que hacen comobandera de las tres garantías a laderecha, y el canasto con el repuesto ala espalda.

Ludovico es objeto de todas lasmiradas; quién le pregunta qué hora es yle obliga a sacar a luz un mollejón deplata que desmiente la leontinapretensiosa y los menudos dijes quependen de ella; una vieja verdiona lehace un dengue como para despertar sudormida atención, y un marido cejijuntoy patiabierto se le queda mirando

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provocativo, creyéndolo en pos de sucara mitad.

La garbancera que entra con elmandado, comprometiendo la integridaddel vestido de Ludovico; el cargadorgrosero que acarrea, vertiendo dosenormes cántaros de agua; los perrosque le desconocen, los amigos que pasanbromeando importunos, nada de todoesto amedrenta al pollo intrépido; fijoslos ojos en el balcón, pretende sonreír,la chica con coquetería cierraestrepitosamente la vidriera.

Al segundo día, herido en su amorpropio, el polluelo pasa a la mismahora; Juanita no acude al balcón, pero lacortinilla de la vidriera se ha levantadoa menudo, y Ludovico se retira diciendo

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con entusiasmo al revolear subastoncillo entre los dedos: ¡qué lindaes, me amará al fin!

Después de asiduos paseos a lasnueve de la mañana y a las oraciones dela noche, Juanita está perenne en elbalcón, Ludovico estático a su frente, ysonríen y se miran, se miran en éxtasisdivino las horas enteras.

Las relaciones quedanestablecidas; la niña está conturbada ydescolorida; la vecindad se divierte conlos telégrafos, y después de esto y deque median cartas y contestaciones, elpadre de Juanita va sabiendo que su hijaes el escándalo del barrio.

¿Qué hacer?, ¿a quién acudir?¿Quién es ese duende que se encarga de

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un modo tan espontáneo de turbar lafelicidad de su hija?

Indaga, inquiere noticias del eso, yse encuentra con que es un mozuelo sinoficio ni beneficio, hijo único de unaviuda, que mantiene su rango y susvicios con sus costuras, y que está en lamiseria.

Comienza entonces una serie depersecuciones que irritan el deseo yabren abismos a los pies de la niñadesventurada. Ella conoce que haempeñado su fe con un hombre indignode su atención, pero en el estado en quelas cosas se encuentran, le parecevillano retroceder.

El padre hace reconvenciones almozuelo audaz, que de manos a boca y

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de rondón anda en pos de su hija; lepregunta de qué vive y cuáles son susintenciones; el joven ofrece tocarretirada, la joven parece arrepentida, lamamá propone una confesión o cosa porel estilo, y el oso sigue, y las miradas ylos éxtasis no cesan con la muyatendible circunstancia de que lacorrespondencia epistolar ha tomadogran vuelo, y que las entrevistas decontrabando no han escaseado, abriendocada una de ellas un abismo en elcorazón de la joven inexperta.

Entretanto, ¿puede calcularse elestrago que han hecho en el corazónvirginal de la polluela todas estasperipecias? ¿Se puede conjeturar hastaqué punto se ha menoscabado su

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inocencia? ¿Puede uno figurarse siquieralo que se han lacerado los vínculos entrela niña y sus padres? ¿Habrá quiénvalúe la trascendencia de esa escuelaque abrió la persecución y procuróconstantemente ejercicios de engaño ymentira?

Guerra a esta clase de osos, y estoycierto que el contraveneno eficaz es eltrato con la gente, vigilado cuerdamentepor padres despreocupados y prudentes.

Platiquemos —me decía don TadeoJusto Medio— de las reuniones, que yaal parecer aboga usted por ellasdiestramente en su «Lunes» pasado.

Veamos a ver qué opina usted de latertulia íntima de don Albino Gallarete,hombre de buen carácter, aunque de

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obtuso ingenio, y que según él sabe loque se pesca como muy pocos; a donAlbino le dice todo el mudo que tiene lamuela fija, es decir, que es hombre dearraigado juicio, y que procura contodas sus fuerzas el solaz inocente y launidad de la familia.

Don Albino tiene dos hijascasadas, Lucecita y Chole, que vivenaparte con su maridos, por aquello deque el casado casa quiere, y cada uno ensu casa y Dios en la de todos.

Forman la familia de don Albino,además de las entidades mencionadas,una doncellona de treinta y cinconavidades, anémica y nerviosa, dospárvulos renuentes a toda disciplina, unatía que tuvo muchas proporciones, y es

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una santa, y la señora de la casa, doñaCenobia, recta, con un padre espiritualcomo una tranca de tieso y pretensionesde tener a la familia en un puño.

Esa familia se reúne noche a nochea las ocho, y procuran divertirse, nofaltando algún compadre que hace tercioen la malilla a don Albino, algún amigoviejo que husmea algún socorro, dado yrecibido con la mayor delicadeza, yalgún polluelo que, fastidiado de lacantina y los bureos, penetra en la casa,porque hablando con verdad, son deverse las costureritas y las galas de lacasa de don Albino.

No obstante la severidad de doñaCenobia, por una parte la sangre estira;y por la otra, es fuerza condescender con

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don Albino; así es que no faltan susbocaditos reservados para cuando vanlas niñas; y ya es la cocada riquísima,cargadita de dorado, porque es lo quemás le gusta a Lucecita, esposa de unespañol, que es su víctima; ya lostamalitos cernidos, rellenos de manjarblanco; ya un tantito de mole verde, quese hizo por antojo; ya los chiles polcoscon sardinas y su perejil y sus granitosde granada por encima, que trasciendena dos cuadras, despertando el apetito, yson el encanto de Chole.

Obséquiase a las demás visitas conbuen chocolate y tortas de bizcocho dela esquina de Tacuba, que sonriquísimas, y se lleva lacondescendencia hasta preparar un

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champurrado delicioso para losenfermos habituales, con sus rosquitasde pan de la Quemada, de la casaAlbeitero, que se deshacenmaterialmente en la boca.

Así preparado el teatro de latertulia cotidiana, como hemos dicho, alas ocho de la noche se reúne laconcurrencia.

A Lucecita y Chole las dejan en lapuerta de la casa los afortunadosesposos que proclaman a esa hora susanta independencia.

Don Teodomero Gallangos, elespañol esposo de Lucecita, toma elrumbo de Portacoeli, y en una trastiendacon los paisanos, se aprieta cada fajode cascarrón o tintilla de rota que es una

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temeridad; pero eso es sólo para regarun bacalao en chileajo retobadísimo, ounas cepas que no se desbaratan ni conuna barreta.

Don Lorenzo Suma y Sigue,contador de glosa, marido de Chole,deja a guardar a su consorte en la casade don Albino y se dirige volando a labotica, que es para él la primera y lamás entretenida y sazonada de lasdiversiones, con la particularidad deque siendo, como es, hombre silenciosoy circunspecto, se desvive pordesfigurar una pulla de Sánchez Facio,un cuento de Pedro Baranda y unasocurrencias de Alejo Barreiro,trayéndole en su oficina no pocosquebraderos de cabeza el plagio servil

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de las conversaciones que brotan en eltemplo de la farmacia.

Dejemos a los yernos de donAlbino a que Dios los ayude, cada cualpor su lado, y volvamos a la tertulia,adonde han llegado los concurrentesllenos de envolturas y tapujos, si esinvierno, y si es tiempo de aguas,armados de zapatos de hule, paraguas ytodas las defensas posibles contra lasiras de Neptuno.

Cada uno de los circunstantes tienesu especialidad conquistada en la casadichosa: con una de las niñas estáengreído el faldero Polion, consentidode la señora, y se instala en su regazodesde que entra hasta que se retira,gruñendo el animalito y tirando

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dentelladas como fiera a todos los queprofesa mala voluntad, gracia queaplaude con todo corazón doña Cenobia.

Otra señora no puede tener másasiento que aquél en que está la zaleaque le calienta los pies.

Otra dueña es forzoso que noabandone la rinconera, porque en ellacoloca su carbonato, que no le falta, y suvasito con agua.

Aquél se apropincua la escupidera,porque fuma sin cesar, y la otra seacurruca en un rincón, porque cualquieraire colado le provoca las punzadasnerviosas que la ponen en un grito,desde su último parto (1808), que norecuerda bien cuándo aconteció.

La fuerza de las edades y de las

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inclinaciones divide la tertulia en cuatrosecciones.

Primera: gabinete de don Albino,hombre curioso a carta cabal y con suspintas de literatura y curiosidades demanos.

Hay en el gabinete sus estantes queindican la literatura del cabeza de lacasa. La doctrina explicada de Gaume yAlejo o La casita; unos tomos truncosde Feijoo y otros ídem de lasRecreaciones filosóficas; La Cruz,periódico de gran mérito para donAlbino, y una serie de sermones demucha valía, sin faltar ni Las ruinas demi convento, ni el Viaje a la TierraSanta, ni Bertoldo y Bertoldino, que eslibro para echar las tripas de risa.

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Cuando se trata de sóloconversación, don Albino se sienta en supoltrona, que está inmediatamente albalcón, y sus amigos le rodean.

Si se trata de matar el tiempo conun juego carteado, hay, al lado del bufeteen que don Albino no da nunca plumada,una mesita con su maya, su platito deporcelana, sus fichas de marfil y subaraja.

La segunda sección es de losseñores mayores, y ésa se instala en elestrado con todos los adminículos yparticularidades de que se ha dado idea.

La tercera sección está inmediata auno de los balcones de la sala depolluelas y pollonas, sentadas en sillasbajitas, apeñuscadas para que no las

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vean fumar los señores mayores, ydonde por supuesto se hace más sensibleel brío y la animación de la edad.

En las piezas interiores no haygente y están alumbradas con escasa luz;no así en el comedor en que campea lasección cuarta, en que los niños, laspilmamas y los tenorios garbancerosdespilfarran el juego de sus corazonesen risas, chanzas, cuentos y arrebatos dejolgorio estrepitoso.

Demos ahora un paseíto por cadauna de las cuatro secciones, ytraslademos las conversaciones de cadauna de ellas, suprimiendo nombres parahacer menos embarazosa la narración.

En el gabinete:—Por mí, sé decir a usted que esto

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de la política lo veo con la mayorindiferencia.

—Tiene usted razón, como quetodo lo han de pagar estos herejesmalditos.

—Eso por una parte y, por la otra,la ambición de éstos; cualquierbarrendero quiere ser diputado.

—Toma, como que el zapatero deabajo de casa, que tiene un hijo muydado a la matemática y que hace versospara los periódicos, le dice al mocoso:«No me andes con agrimensuras ni conescrúpulos de monja boba, tú desdeahora le has de tirar a la presidencia,para ver si Dios te abre camino». ¿Ycreerán ustedes que el pícaro zapateroes masón?

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—Como si lo creo; si a la cocineraPaula la tuvimos que echar porque nosfue saliendo protestanta.

—Hasta eso —dijo otro viejohipocritón, pero que se le leía lolibertino en lo blanco de los ojos—,hasta eso, aquellas chinas de zagalejo ybanda de burato con flecos de oro,aquéllas de enagua rabona y zapatos conmancuerna, aquellas camisas condeshilados, aquellas gargantas llenas decorales y relicarios y aquel dejo y aquelmeneo… todo se ha perdido.

—Entorne usted la puerta,compadre, al disimulo, porque lasparedes tienen oídos.

Y en el gabinete se escucharonrisas reprimidas, toses sofocadas y otros

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indicios de que no estaban de lo peoravenidos los señores grandes con susrecuerdos.

Muy diferente aspecto ofrecía lasección de doña Cenobia;escuchémosla:

—No, mi vida, aunque usted pongapor las nubes eso del porfito, fosfito ocomo se llame, lo mejor para lo delpecho son los ajolotes.

—Acompañados con una que otrapócima de corazones de membrillo, queson para alabar a Dios.

—No, no es por el amor a lomoderno, pero don Pablo carga unascajitas del Circo de los Sirineos(sulphum serenaicum) y lo que es aCrucita se le ha quitado la anemia como

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con la mano.—Para eso es lo mejor el hierro de

Bramais (Bravais).—Pero vean ustedes, vamos al

decir; yo todas esas enfermedades depecho y hasta de pulmón, me las quitocon agua bendita; pero traiga usted sumano muy por aquí, por la punta de lacostilla; pues ve usted piedra, ve ustedun mamey, así la siento, y como está unpoquito caído al bazo, no sé qué decir…

—Ha de ser instrucción: con ellinimento saponasco y de jabón se quita;todas fueran como usted.

—Lo que es punta de rabia es elhistérico, eso es de volverse loca, unasveces se siente usted inflada como unglobo, no es mentira; otras, siente usted

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como un nudo en la garganta, y otras,está usted mirando en la pared unoenanos y unas visiones que no es capaz.

—Pues todo eso no son más quenervios y muy nervios.

—Figúrese usted, cuando losnervios se emperran, entonces tomantoda la caña del pulmón y el vientrebajo.

—Oh, pero para eso llueven losremedios; tiene usted el éter, las hojasde naranjo, el agua fría y, sobre todo,echar las penas a la espalda.

—No, mi alma, eso de hacersepapalona no es posible.

—Sobre todo, médico, mi vida,hasta la hora de la hora; ésas sonaprensiones: que se divierta, que tome

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buenos bocados, como si ellos dieran elgasto, y cuando se les tupe, entonces esel temperamento o el agua de fierro dela Villa de Guadalupe.

—No me hable usted de losmédicos, si es de cumplimiento unapretón por aquí, un tirón por allá y unasrecetas de a seis reales y de a peso,encargando precisamente que sean de labotica fulana.

—Y si son de confianza es la visitaen dos por tres, y que sigan lo mismo,para que empiece la charla con lasmuchachas, y lo que pasó en el teatro, ylas consultas sobre la opresión decorazón y la enfermedad de la perrita odel canario.

—Pues a mí lo que me está

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matando —dijo la del carbonato— sonlas cocineras, como que mi enfermedades el estómago; deje usted lo que seroban de la plaza; deje usted que sacanlos canastos de comida para toda laparentela; deje usted que si son bonitassacan unos corazones de misa de once; ysi feas, son por consiguiente sucias yamigas de empinar el codo; nunca de losnuncas consigue usted que se vaya a lamano en la manteca; esta tortilla dehuevos la presentan como un trapomojado, y en vez de una puntita de ajo ala sopa de pan, le desgranan una cabeza.

—Me dará usted cosa más sencillaque el bistec… pues ni por Dios ni porsu santo le dan a la bola.

De la botica y la cocina se suele

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deslizar la conversación por losencantadores vericuetos de la crónicaescandalosa; y ya entrando por unasacristía, ya abriendo la compasión laspuertas de las intimidades domésticas,se lamenta naturalmente que el señor depalacio niegue a su niño que es tanprimoroso y sacó todo el encaje de lacara, que no lo puede negar; se aplaude,como es muy justo que al fin don N. secasase y, sobre todo, se le hiciese creerque como es tan robusto tuviera unchiquillo a los cinco meses, y secelebra, como es natural, que se hallacomprometido con Teofilita elcontratista de vestuario, que le hasacado todas las prendas y hasta dicenque se va a echar de coche.

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En llegando a aquel punto laconversación, aquellos ojos apagados seencandilan, aquellos desgobernadoscuellos se levantan, como si fueranánades alarmados, aquellas bocasbolsudas y deshuesadas se agitan, yaquellos senos rasos y atablonadospalpitan como en la primavera de lavida.

La conversación del balcón, esdecir, de las pollas y pollonas, tiene susintermitencias; es muy frecuente que unade las niñas se levante y se ponga alpiano a cancanear tenaz un estudio deLiszt, que está siendo hace dos meses sucondenación; pero allí la conversaciónes más del gusto del día, completamentea la moderna.

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Cada una de las casadas estáendiosada con su marido, es un ángel elpenínsulo, no se mete en si se gasta o no;pero como hasta los ángeles dan dealazos cuando se ofrece, el fuerte de estehijo de Pelayo es su caballo y susamigos.

—Yo que no lo puedo negar —decía Lucha, esto es Lucecita—, meencanto con los poetas; y Teodomirodice: «Todos ésos merecen una albarda,ninguno de ésos tiene un cuarto».

»Llegan a la casa sus amigos y a míme ven lo mismo que si fuera de palo;que los recuerdos de las bolichas poraquí, que las competencias en el tiro dela barra por allá, que lasconversaciones, de la pelota, de los

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quinces, de las faltas; que si Juan esbuen contrarresto, que si Pedro saca conmano pelada desde el ochenta, que si esmejor el guante que el chacual, que si elgazpacho es el mejor de los refrescos yel besugo el más sabroso de losmanjares.

»Don Lorenzo es otra cosa; peroqué suegra tan entrometida, ¡qué cuñadastan abandonadas, qué pedigüeña toda laparentela!»

—Tú, mi vida, debes quitarte deese hombre.

—Quitarme; pero si es miadoración, si me parecen golpes demúsica el ruido de sus pasos.

—Pero ¿qué vas a hacer con eseperillán que dejó su carrera, que te

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avergüenza con sus embriagueces, que tehace señas impertinentes en teatros ypaseos, que el día de un enojo te gritauna mala palabra como a una verdulera?

—Pero hija, ya lo sabes, al corazónno se manda, y si no me uno a esehombre, no me queda más que morir…él se enmendará; si vieras sus cartas, sileyeras sus versos; sobre todo, no medigas eso, Lupe.

—Es cierto que yo hasta ahora nosé quién es ni de lo que vive Enrique,pero es hombre fino sin duda; él diceque el matrimonio es la tumba del amor.Oye un pedacito que me sé de memoria:

»“En mí debe residir la fortalezapara custodia de tu inocencia, yo tengode ser el escudo de tu virtud, y el que

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coloque con mi mano vigorosa la coronade azucenas sobre tu frente virginal…pero el papel que a ti te asigna lapasión, es fe ciega, ciega en el hombre aquien tienes entregado tu corazón.Pedirme plazos, exigir promesas… dejaesas cosas, dulce encanto mío, para elpositivismo mercantil… Tú te llamas fe,yo me llamo pasión… ¡El porvenir esnuestro!”».

—Si yo no tengo remedio —decíala solterona—, se empeñó todo elmundo en contrariar mi inclinación.

—Pero si el hombre no tratabaformal, y si no era posible que vivierassino con los padres de Agustín, y si teníano sé qué picos pendientes.

—Chismes, hija… el hombre se

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aburrió y yo me he quedado de non ysobrando en todas partes.

Por ese pasadizo de laslamentaciones se llegaba también a lacrónica.

Pocas veces se hacía comunicativay general la conversación, si no eracuando el mozuelo de que hablábamos alprincipio, y se llamaba Rosmundo,llegaba a hacer las reseñas de susconquistas, a hablar de las modas másrecientes, a encarecer el corte de suscamisas y a picar la curiosidad de todas,con fojas volantes arrancadas a latradición del billar y del paseo.

A la señora doña Cenobia lallenaba de mimos y finezas, y aunqueésta le imponía silencio, diciéndole

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aturdido y demonio, como era tanbarbero se le obsequiaba; los viejos sedaban por satisfechos con queRosmundo dijese pestes contra losmandarines, y las muchachas le llenabande preguntas considerándolo en suinterior como el boletín del gran mundo.

—¿Es cierto que se llevaron atierra adentro a las señoritas… N.?

—No es cierto, el papá estabatronado… y en el campo se vuelvenlocos los ingleses.

—¿Y la H. se casó al fin?—Y cuanto antes, porque al novio,

que tiene su mosquita, lo engatusaba lavieja R.

—¿Murió el canónigo M.?—Pregúntaselo a las Tildes, que

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están inconocibles; ya tienen coche.—¡Qué me cuentas!—Por supuesto, transformada toda

la parentela, y las muchachas con unosnovios, todos buenos mozos y muypudientes.

—Dichosas ellas… —dijeron laspolluelas en voz baja.

El comedor es un contento. De allísalen los muchachos con contusiones; deallí resultan indigestiones que no tienenorigen, porque los niños no han probadobocado, aunque el aliento les trasciendea peras y capulines; y allí aprenden afumar y palabras que no se encuentran enel diccionario por un ojo de la cara. Delas roturas de vasos, platos y muebles,ni se hable, porque le provocamos

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nuevos derrames de bilis a doñaCenobia.

Allí, por último, las criadas ponenen tela de discusión los interiores de lasfamilias y prende el chisme, y cunde, yes una bola de enredos la armoniosaparentela.

A doña Cenobia se le sube lamostaza a la narices, y una noche que seretarda el hijo de Pelayo, le recibe conuna andanada que lo deja tirrio; Lucha,después de haber provocado el disgustocon sus impaciencias, toma partido porel esposo, y la comunicación se resfría,poniendo de parapeto jaqueca, elempacho del niño o el cumplimiento deIglesia, si acontece el enojo porcuaresma.

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Suma y Sigue viene un díaentusiasmado de la botica contra losmochos, los frailes y no sé qué cosa;halla a don Albino en conversaciónanáloga, y le suelta fresquecito un cuentode Sánchez Facio, que lo dejaboquiabierto; al salir le dice Chole:

—¿Quién te mete a entablardisputas con papá?

—Que respete mis opiniones.—Qué opiniones has de tener tú,

limpiabotas de todos los ministros.—Si fuera yo como tu hermano, me

quemaba.—Qué cebada te ha echado mi

hermano, que no eres capaz de decirlenada en su cara; ya se ve, de tal palo talastilla; con decir que son hijos de nana.

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—Mira… Chole… mira, Chole,que si vamos sacándonos cosas…

—Haber, di…—Digo que por no ponerte un

freno, ay te dejo.Y Suma y Sigue suelta el brazo de

su mujer, que le sigue echando pestespor no quedarse sola a deshora de lanoche en la calle.

Los chismes todos dan sus frutos, ya la vuelta de algún tiempo quedadesierta la casa de doña Cenobia, querepite para consolarse de su soledad:«Bendito sea Nuestro Señor… cada unoen su casa y Dios en la de todos».

Fidel

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[Don Hilarión se puso demoda][19]

«Nicolás, pronto, quita de delante de lagente esos triques y esos adefesios, queno están mirables; pronto, bruto… y aesos muchachos cuidado como salen poraquí, porque tengo visitas.»

Estas palabras, sin olvidar punto nicoma, escuchaba desde el portón de lacasa a que vino a parar don HilariónCorvalarga, lumbrera de los apartados y

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risueños valles de la Mariposa; hombrea quien se consideraba y se consideramuy influyente en los negocios, comoquien tiene, no es exageración, de apares gobernadores y generales entrepecho y espalda o, mejor dicho, en elbolsillo, sacando la cabeza como quiendice: aquí me tienes.

«¡Adentro!», gritó la vozestruendosa de mi amigo Hilarión,«¡adelante!», y me presenté sombrero enmano en la salita que habían cedido susparientes pobres a mi recomendado,porque tal era para mí don Hilarión;salita, en efecto, llena de estorbos y delos útiles de quien acaba de llegar de undilatado y penoso viaje.

Arrinconadas a las paredes y bajo

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sillas, se veían enlodadas chaparreras,botazas amarillas de enormes suelas,mangas de hule maltratadísimas por laintemperie, árganas, botellas forradas decuero, carabinas, pistolas, medicinas ytodas las precauciones para desafiar lasinfinitas necesidades con que se tieneque luchar en nuestros caminos.

En los pocos asientos, y sobrebaúles y maletas, se hallaban sentadosamigos más tempraneros de donHilarión, quien ya por antiguasrelaciones, porque es propietario delmesón único y de la tienda deTetepeque, su pueblo, ya por la familiamuy divertida y servicial, ya más quetodo por la posición política que leesperaba, descubrieron en él prendas y

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talentos que no había sospechadosiquiera la misma madre que lo parió.

Sea como fuere, la concurrencia enla casa de don Hilarión era digna decomponer una verdadera galería decuadros originales.

Descollaba en primer término unpatriota endemoniado de bueno, quepertenece al privilegiado número de losenjalmables, y por lo mismo tienedelante de los ojos un gran porvenir.Como sacristán a reverendo depolendas, como amante amartelado avieja veleidosa, como faldero adoncellona histérica, así se adhiere, seasimila y se incorpora don Nico a laspersonas que cree de importanciapolítica.

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Hace en la casa mandados, ysuplanta boletas en las elecciones que esun primor; un día aparece en traje decharro y cabalga afanoso llevandopliegos y ayudando a la trama decomplicadas intrigas; y otros días, conel sorbete viejo del héroe, un levitóncomprado en un empeño y una corbatadel ancho de una canal de cigarro, asistea un club, y aquello es gloria.

Nico es el Cicerón Tlamapa por loarrebatado, y sobre todo por lo erudito.

Cierto es que a todo se llamarústico, y que dice que él no es de losseñores que hablan bonito, porque él eshijo del pueblo y vive del sudor de sufrente, del mandil y del taller delartesano; pero ha leído La Comuna de

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París, Ángel Pitou, y les suelta unaspullas a los que no obran líales y enconsencia, quedando impugnes, como éldice, que eso es cajeta.

Apenas hará ocho días que uno deesos clubes propuso que se declararantraidores a todos los que no usarancalzón de manta, y traidoras a las que novistiesen túnicos de peor es nada; oírlolas tundas que da a estos extranjerosmalditos que se llevan nuestro dinero, espara poner tablados.

Vamos, el hombre domina latribuna; cuando está en ella se afanacomo para torear un toro, y aquello de«¡alto franceses!» y de la preciosasangre mexicana, y de los pequeñitosque juegan con tierra para dar lecciones

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al gobierno de que debe proteger laagricultura, poniendo por lo menos deMéxico a Querétaro «un telégrafosubmarino», e impedir que nossorprendan los yanquis dándose unadescolgada bien por Gibraltar, bien porel mar Caspio, dirigiendo una miradaretruespectiva, y dejando súpitos a loscontrarresguardos de la frontera.

Don Nico, luego que supo lallegada de don Hilarión, fue a brindarlesu periódico, en donde ya estabaanunciada, entre manecillas, la llegadadel alto personaje a la capital.

Como es de suponerse, donHilarión se mostró muy sensible aaquellas demostraciones de la prensa«independiente», y encargó a su

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Bonifacia, conocida con el nombre deFacha, le mandara unas adoberas de lasreservadas para los amigos, al intrépidotribuno.

Lado a lado de don Nico, cuyoverdadero nombre es NicomedesRomero, sastre de fama, porque en untiempo vendía ropa vieja por las calles;junto de don Nico, estaba sentadoBerlanguita, joven de buena familia, demuy buena familia, con tíos de coche ysus abuelos de vajilla de plata y muchospapeles. A Berlanguita le envió a la casade don Hilarión, don Néstor, sucompadre, diciéndole: «Aquí tiene ustedmi desempeño; un hombre general, sabedónde hay todo lo mejor y más barato,conoce a las personas, así del quirio

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alto como del quirio bajo; para llevar lapluma y dictar, porque tiene buena nota,no encuentra cuate; para los mandadoses un relámpago, y para tratar señorasparece que lo vaciaron en molde».

Berlanguita es de mediana estatura,y tan delgado que podía caber por el ojode un aguja; hoyoso de viruelas, narizpuntiaguda, afilada y coloradita en lapunta, boca aguanosa y recogida.

Berlanguita tiene un sombrero queparece de hule, tan alisado y lustroso semuestra; su corbata, que suele ser unpaliacate plebeyo, no muy limpio, dejaver el divorcio de las dos extremidadesdel cuello de su camisa; el chalecoescurrido y como colgado de unperchero; la levita marcando la

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transformación del paño a la sarga,como el forro de su piel, mejor dicho,como una incrustación de su carne, comosi sobre ella circulara la sangre; elcuello es como de carey, como a esassillas de montar que les ponen el filo dela teja de plata; pantalones haciendoarcos y mostrando fafalaeces en su parteposterior, y unos botines, aunque muypretensiosos, de aquéllos a los quellaman los léperos de «como que te vas,te vas», porque llevan el talón a lamedianía de la planta del pie. De lacamisa no hablo, porque se oculta en lassombras del misterio; pero sí es notorioque tienen sus puños mancuernas demasón, con su G en el centro de laescuadra y el compás.

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Pero toda comparación es cortapara pintar lo listo de Berlanguita, loavisado, lo pendiente de cuanto seofrece: ¿pasa por la mente de donHilarión fumar?, Berlanguita está a sufrente con el cerillo encendido (usa cajade hojalata de resortito); ¿tocan lapuerta?, Berlanguita en dos trancos seinforma de quién es y vuelve con labiografía más completa; ¿se ofrece a lasseñoras polvo de arroz?, ¿cascarilla?,¿un listón ancho?, lo que se quiera,Berlanguita lo sabe todo, tutea tenderos,besa la mano a los sacerdotes, las gatasle sonríen, y corre un boleto en elMontepío con destreza sorprendente.

Por supuesto que Berlanguita fueacogido con la mayor estimación:

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primero se le hablaba con timidez, y élpor su parte mostraba encogimiento;pero a poco se estableció la confianzarecíproca, y es cosa de que Berlanguitacompleta las palabras a don Hilarión:entre adulón y grave le impide que salgacaliente de la vela, que se siente entredos aires y que conserve los zapatoshúmedos cuando ha caído una lloviznitaen la calle.

Nicolás ha sido el primero y másespecial objeto de educación deBerlanguita.

En Tetepeque era Nicolás unalumbre; tocaba la jarana, cantabavalonas, hacía una barbacoa y un machorabón de chuparse los dedos, listo,servicial, valiente, entendido en los

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secretos del amo, sufrido y obedientecon las niñas. Pero en México es otrohombre, está aturdido; le mandan por uncoche y trae una parihuela; pone losbotines del amo sobre la mesa deescribir; le encargan aceite de comer ycompra petróleo; las escupideras lascoloca en las rinconeras como si fuerantazas que se hubieran dejado olvidadasen el suelo, y se quita el sombrero yquiere que se sienten en la sala loscriados que van a llevar recados a donHilarión, porque los ve vestidos condecencia.

Otros dos amigos completaban lacorte del personaje foráneo,protagonista de nuestro humildearticulejo.

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Era el uno partidario postergado,que después de haber hecho grandesservicios a la revolución, se le tenía enolvido, si no es que se le suplantabahasta con traidores; él se peleó en uncafé por el plan primitivo; él no dijopalabra cuando supo que dormía elpresidente a la otra casa de la suya. Élprudenció y calló cuando el coronelArandela sedujo a su hermana y le fuedejando, como a la Virgen de la Luz,entre dos angelitos; él, por último, eradel círculo, cuando la mayor parte delos que hoy están en privanza se bebíanen un jarro de agua con don Sebastián.

Por último, veíase en aquellatertulia a Pedrito Argiles, paisano dedon Hilarión, que vino qué sé yo con

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cuántos trabajos a hacer sus estudios aMéxico, donde a fuerza de adulaciones ychismes había llegado hasta tercer añode leyes, y amante apasionado deCarlota, la hija mayor de don Hilarión,llegaba a ver si vivía la llama de susamores campestres.

Don Hilarión no podía fijarse enpequeñeces. Venía a la corte con vastosproyectos y tenía todo su tiempoempleado en si lo desconoce un portero,en si lo agasaja un ministro, en si pierdela mañana en la cantina, en si seencuentra un veterano de su tiempo y desus tierras que le convida a almorzar, leharta de salsas, pescados, cepas yencurtidos y vuelve a la casa con unaindigestión de morirse.

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Pero vastísimos eran los planes quetraían a don Hilarión a la capital, y seechaban de ver en los objetos queconducía con delicado esmero.

Sea lo primero un trozo de carbónde piedra encontrado en el tronco de unárbol; derribose el árbol, quedó unhoyo, y aquéllas son capas y más capas,no se necesita más que el primerimpulso del «gobierno»; conducía donHilarión el que él llama café nevado;son unos granos como habas y que sepropaga que es una maravilla, lo mismoen la Siberia que sobre la cumbre delPopocatépetl.

Lo que era la joya del preciosorepertorio de industrias, era una plantavenida de la China con hilo finísimo del

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que se tejían lienzos vaporosos comocelajes, y si, por ejemplo, era unpañuelo, quitaba constipados y catarrosmejor que toda la botica; y si eransábanas o camisas, adiós calenturas yresfriados, adiós tifo, y échese usted avivir por esos trigales como si fuese unMatusalén: ¿qué gobierno no ha desubvencionar sus empresas?

Porque como se ha dicho, su ir yvenir de don Hilarión era no necesitardel extranjero, teniéndolo todo enMéxico para alabar a Dios.

Don Hilarión en su tanto era unsabio, tenía en Tetepeque museo convíboras y pájaros, ardillas empajadas yarmadillos, y hasta una sirena con suguitarrita en la mano; había inventado

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una máquina para matar la langosta, queconsistía en un aparato que sorbíalangostas que era el juicio; pero para laque se necesitaban diez o doce niñosque fueran cogiendo una por una de laslangostas, las echaba en la máquina quetenía una olla con agua hirviendo y nimás volvían las langostas a aparecer porlos fértiles sembrados.

Pero en lo muy íntimo, allá dondeno percibía más que el ojo de laconsorte sagaz, cuatro eran los objetosde don Hilarión: el pago de algunosmiles de un crédito, extendido por uncompadre suyo, guerrillero, y del queiban «al partir», o pescar una credencialal vuelo, o lograr algún destino, lo cualno era difícil, con sus servicios y

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talentos, o empedrar el llano delCazadero para dar impulso al interior,contando con una regular subvención delgobierno; de suerte que un día era lafelicitación por administrador deltimbre, jefe de la Aduana u otro empleo,y alguno bromeaba delicado señalándoleuna carterita de ministro, como un dije,debajo del brazo.

El vestir de don Hilarión era soso ydescuidado, su comida no podía citarsesino por la colección de antojitos,hechura de doña Facha, inventora de losfrijoles a la parrilla y las tunas ennogada; aunque por lo demás parecíahija de sus hijas según la gobernaban, laponían de parapeto para sus intrigasamorosas y la hacían víctima de las

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impertinencias de tres parvulitos aquienes les habían puesto en el pueblopor mal nombre las Hiedras porque nopodían estar sino subiéndose sobre lagente.

La casa a que vinieron a parar donHilarión y su tribu era en el callejón dePonpontata, casa de humilde apariencia,con su sala, su pieza para estudio, dosrecámaras, su cocina en que apenascabía el metate y el almirez, y su mediopañuelo de azotehuela en que había, sinembargo, su gallinero y su Embajada deCampotazo; así llamaban a los inodorospor una crítica que leyó en un periódicouno de los colegiales amigos de la casa.

Por lo demás, los pacíficoshabitantes de aquella mansión eran un

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sacerdote concentrado y severo,entregado a su ministerio; una tíameticulosa, parlanchina, y que en todoponía los puntos y las comas, y doscriadas tirantes, gazmoñas, perezosas ymalmodientas que eran encanto delpadre don Crisóstomo y de doña Lina,su tía y cuidadora.

Un gato pacífico y consentido, queparecía educado en algún resguardo,según su poca destreza para perseguir elcontrabando; un perro con más años queel «no tenemos remedio», de nuestratierra, desdentado y gruñón como oficialde inválidos, y un portero rezandero ymalévolo, pero servilísimo con el padre;he ahí casa y familia del paradero dedon Hilarión.

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Al descolgarse la nube, como conmucha reserva decía doña Lina, todosmostraron el mayor contento, yestuvieron al partir un piñón. Tratose desalvar el estudio del padre; pero eltrastorno para doña Lina fuepositivamente espantoso.

Se refugió con su Virgen de losDolores, su pileta de agua bendita, sugato y su perrito, en uno de los cuartosde abajo, y aquello fue la gloria.

Los trastos de los estantes delcomedor, colocados con curiosasimetría; pegadas con cera pies con pieslas copas, y como torres los pozuelos,entraron en servicio activo. En una delas recámaras se instalaron Carlota yLuisa, rejuveneciendo el tocador,

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arrumbando los muebles que lesparecieron inútiles, y poblándola depostizos, pomadas, cosméticos, cajas,gorros y todas las variadas municionesde la seducción.

La otra recámara se consagró alabrigo del matrimonio y de la familiamenuda.

Aquello era un caos de envoltorios,armas, sillas de montar, canastos, ropamasculina, femenina y común de dos, ycuanto ninguna tienda de empeño seatreve a contener, ni un guardarropa deteatro imaginar.

Era animación de aquellaexposición de artículos incoherentes yrevueltos, el terno de querubines, deliciade don Hilarión y de su esposa.

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Pepito, Andresito y Angelito eranen realidad tres furias, terror yvergüenza de los mismos infiernos; eranlas suyas travesuras, pero travesuras depetroleros, de suicidas, de malhechoresde la humanidad.

Pepito se emboscaba en eldescanso de la escalera cuando elaguador subía, hacía el nene por atinaruna pedrada al cántaro. Desequilibradoel hijo de Neptuno, caía patas arriba yse descrismaba, a más de ser un Niágarala escalera; otras veces le ponía unatablita por debajo al breviario del padrey lo hacía flotar en el agua del baño,dizque para que pasara el mar. Otras,medían arena o harina con el bonete y elsolideo del sacerdote, derramando la

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bilis a doña Lina; por último, un día quese anegó el patio, vio doña Lina flotarlas babuchas del padre, con susbanderitas, graduadas por Pepito, denavíos.

Lleno de arrugas, chorreones yagujeros el traje de Pepito, con unacabeza enmarañada y tremenda, conlápices, trompos, dulces y manzanas enlas bolsas, haciendo por donde quieraluminarias con cerillos, con riesgomuchas veces, y otras con mengua demuebles y vestidos, era el mayorcitoSatanás y martirio de doña Lina, a quiensolía decirle delante de las visitas:«Dichosa tú, tillita, que remudas pelocon aquella tacita que está en tu ropero,y más dichosa porque no te duelen las

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muelas de noche, porque para que seestén quietas las guardas en tu bolsita»

Andresito era otra cosa; hirviendoel cazo se extraía las guayabas de laconserva, aunque se quedase media horahaciendo buche, como que se abrasabala boca; una vez se metió un colorín enla nariz, que se hinchó y fue necesarioextraer con una operación riesgosa, todoporque el niño quería tener un colorinalsin convidarle a sus hermanos. Siempreandaba descalabrado, contuso,desgarrado y a maltraer, Andresito.

Angelito, como estaba chípil, no selanzaba a la vida activa, pero seaferraba a lo que quería, y no eraposible quitárselo, a no ser que fuesenlas criadas del padre, porque entonces

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sacaba de su repertorio a millares lasmalas palabras, y aquello era de taparselos oídos.

Y el mal era que mientras la señoramayor, las niñas y don Hilarión podíansalir a la calle, porque así lo requeríanlas improvisaciones de trajes yadminículos, los muchachos,desgobernados, desbarajustados, con lossombreros llenos de abolladuras yaccidentes, y con los zapatos que teníande la cascara del hoyejo de la valija yde la bolsa, pero no del calzado,quedaban en la casa, dando desaforadosgritos y a veces saliendo al balcón ydiciéndole: «Mamá, ¿me traes yemitas?,traeme, que ya va a ser mi papá dePalacio». «¡Eh!, ¡eh!, qué gusto que

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Carlota lleva guantes primos…»«Papacito, Luisa dijo que va a ver a sunovio, que no quiere colegiales…» yesto en el momento que el colegialofrecía el brazo a la señora de suspensamientos.

En cuanto se alejaba la nube, losmuchachos entraban como a saco en lacasa; entonces doña Lina desplegaba sufuria, las criadas bufaban, levantandopor aquí zapatos, recogiendo enaguaspor acullá y dando ordenación y arregloa la casa, por la que parecía que habíapasado el huracán.

El padre tenía abierto el libro delos exorcismos, en vez de la vida deFray Luis de León, que era su delicia; nicomía, ni dormía ni podía resolver caso

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alguno de conciencia.Las criadas rezaban fervorosas a

san Judas, porque aquella situaciónjustificaba la fuga, el incendio, elsuicidio…

Al fin doña Linita llamó al médicoy tuvo una larga conferencia con él, unanoche en que los niños dormían y lafamilia estaba en la zarzuela; a lospocos días cayó enferma Nabora, la másjoven de las criadas: se quejaba defuerte dolor de cabeza y declaró elmédico que era alarmante la calentura.

Don Hilarión, entretanto, se pusode moda; un día se le invitaba a ver unafábrica, otro le presentaba don Nico enun gran círculo de enjaezadores dehormigas, y Berlanguita, conocedor de

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la ternura de corazón de don Hilarión, leprocuró medio de ir a un teatro, ydespués a la tertulia privada de una exbailarina primorosa, que tenía loco alfuturo prócer de la patria.

Buscando una estampita del JustoJuez, dio doña Lina con el retrato de labailarina, y aquello fue escándalo; doñaFacha lloró, quiso tomar su boleto en ladiligencia para separarse del infielconsorte, y puso a Berlanguita comohoja de perejil.

Como toda la holganza de donHilarión la atribuía doña Facha a lahabitación en la casa del padre, porqueasí se desentendía de sus deberes, alsaberse la noticia de la enfermedad dela criada, doña Facha dio y tomó que

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aquello era tifo, que le había visto las«pintas» a la sirvienta, y comunicó suterror a las niñas, que querían conjusticia una casa en el centro.

Consultado el médico, dio aentender que el caso era muy dudoso, yel padre y doña Lina, con los rostroscompungidos, pero como aleluyas en suinterior, vieron partir a sus queridoshuéspedes… diciendo en coro, con lasmanos levantadas al cielo:

—¡Gracias a Dios que se fueron!Y doña Lina:—Le debo su misa cantada al san

Judas Tadeo por este milagro patente.

Fidel

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[Las hijas de donPantaleón][20]

No vive don Pantaleón Chascarraz sinopara bien y progreso de sus hijas, ycomo por beneficio de Dios las tres lehan salido de talento y bonitas, porqueno se puede negar, la casa entera estáconsagrada a la educación; agreguenustedes a esto la aptitud de doñaApolonia y su sindéresis para secundarlas miras del esposo, los aplausos de los

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amigos y la cooperación de cuantostienen relaciones en la casa, y verán queella es una academia, un conservatorio yun semillero de donde tienen que salirpor fuerza personas que honren a lafamilia y den lustre a toda nuestrasociedad.

Es, por otra parte, el terno demuchachas bien inclinado, porque lasinclinaciones Dios las da, y las tresparecen unas matronas como lascondesas y las grandes señoras de lasnovelas.

Y para que nadie diga que pongo demi cabeza, y que pinto al caer la pluma,vayan ustedes haciendo conocimientocon mis tres perlas, y juro que me van aconceder la razón.

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Adela es alta e imponente, de tezpálida y gravedad natural; unimperceptible bozo sombrea su labio ycorteja su limpia dentadura. Habla poco,ríe como forzada, y la anemia, que no sucarácter, hace que se le acuse deimprudente, soberbia y caprichosa.Sobre todo, es fina y delicada porinstinto, y la martiriza la gente ordinaria;vamos, se le despega, no la puedepasar…

Por consiguiente, tormento deAdela es Ruperta, que finge muchainclinación al señorío y gobierno de lacasa; ella, por más que se le prohíbe,hace su mansión de la cocina, estápendiente cuando se confeccionandulces exquisitos, y se pavonea, dándose

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por autora, ya de una cocada o de unoscubiletes de almendra, o de cualquierade las pastas que hacían las monjas deJesús María, y de las que sólo ellasconservan la receta.

Fresca de carnes, ancha de cara, deboca grande y risueña, y muy popular,porque tiene sus pobres favoritos, yreconoce a todos sus parientes, aun a losque no pueden entrar a la sala cuandohay visitas y tienen sus confidencias condoña Apolonia en el cuarto de lascriadas.

Carolina es otra cosa; abovedadafrente, ojos verdes, busto ancho yfornido, andar teatral, con el cuerpoinclinado hacia adelante, manosperfectas y una voz que revela los

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tesoros que derrama cuando levanta elvuelo para atravesar ufana las regionesmelódicas. No es precisamente unmodelo de hermosura, Carolina; pero¡qué alma, santo Dios, qué alma!, valepor tres, es un alma que tiene remuda.

Don Pantaleón, si bien no es rico,tiene sus medianas proporciones. Unranchito cercano a Ixtlahuaca mantienecon decencia la casa; posee un baño porSanta Ana que le deja pingüesrendimientos, y aunque muy a la sordina,y valiéndose de manos postizas, hacesus compras en el Montepío los días deremate de alhajas, y eso le deja sus muybuenos pesos sin que lo sienta la tierra.

Tiene don Pantaleón, comodecimos, sus algos para pasar la vida;

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pero mucho más merecía, porque es unahormiga arriera; todos sus afanes sonpor su familia, Apolonia es su adoracióny las niñas su recreo.

Con estas proporciones, y con lasmiras que tenían tan buenos padres, dehacer de sus hijas verdaderas joyas dela sociedad, ¿cómo quieren mis lectoresque se pensara en la rancia educaciónantigua? Ni por un pienso, no señor,cada cosa a su tiempo, dice el refrán, ylos nabos en adviento.

«¿Cómo dejar sombra siquiera deaquella educación de nuestrostiempos?», decía don Pantaleón aApolonia, cuando discutían en diálogosprofundos sobre la educación de lashijas.

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La niña estaba abandonada a laeducación de la nana, india retobada,ladina y de pésimo carácter, afecta alpulque, con una parentela desastrada quele infundía todo género de malascrianzas, inclusive el hablardesvergonzado y las ocultaciones de lospaseos, los novios y los solaces de lascriadas.

La niña era el querer del confesorde la mamá, con quien solía tener suparentesco, espiritual por supuesto, ysus ojitos eran de tata padre, siendo unade sus gracias repeler huraña a todos losque no tenían adjudicación especial deun lote de su interesante persona.

La niña, antes que todo, debía serhonesta, honestidad que consistía en

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tener el tuniquito de camballa ocarranclán como una funda, en usarzapatones, y en no descubrir ni el cuellopor el mascadón cruzado que la cubría.

Una casa de muñecas valiosísima,con su señora de la casa y su negrita,frente a la que, sentada en el suelo,pasaba las horas enteras con sus primosy primas, haciendo comiditas, esto es,atracándose de bizcochos, dulces yfrutas, era el principal entretenimientopara enseñarse a mujer de gobierno.

En esas tertulias tenían suspesadeces los primos; pero eran muydivertidos, había sus casamientos y susbautismos.

La nana, o la criada de confianza,peinaba a la niña, peinado de dos

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trenzas para que no se arruinara el pelo;le ajustaba el túnico y le abrochaba loszapatones. En eso de medias había suescasez notoria; en cuanto crecía la niña,ponerle calzones hubiera sido unaindecencia; el limpiarse los dienteshubiera hecho aparecer afectada a unaseñorita; usar pomadas se quedaba paralas que tenían muchas proporciones, opara la gente ordinaria, que la fabricabaen casa con unto y esencia de clavo otoronjil de la botica.

Los juegos favoritos de la niña eranjugar a monja, y con sábanas y sillas sefingían «rejas», se ordenabanprofesiones y aun saraos, haciendo en laazotehuela o los corredores «chongos» y«fritangas».

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En cuanto a la educaciónintelectual, había por supuesto distinciónmarcada entre leer en libro y leer encarta, siendo más seguro y más cristianono afrontar esta segunda dificultad, queal cabo no servía a las niñas para nadabueno.

Respecto a la escritura, dividíansey mucho los pareceres: unos querían queescribiese la niña, los otros lorehusaban, porque era abrir los ojos alas jóvenes y ayudar al demonio aperder las almas; de ahí que muchasseñoras escribían lírico, y era objeto derisa que pusieran quicio por juicio,gavan por jabón, y que se soltaran unaandanada de mayúsculas donde menosse esperaba.

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Era, por supuesto, grado muy altoen la educación, y patrimonio de gentedespreocupada y curiosa que una niñapresentase un dechado. Esto es, unlienzo en que aparecían bordados conhilos de colores rechinantes, ya unvenado con su gran cornamenta; ya doscorazones atravesados con una flecha,ya llaves y cadenas, ya, por último, endeshilados simétricos, randas dearquitos y estrellitas, diente de ratón,retozo de fraile, relindos y otrascuriosidades de aguja.

Por último, llegaba a haber hastaquien trabajara el alfeñique, lo que sírequería talentos superiores.

Recuerdo que decía yo a doñaEsculapia, maestra en eso de trabajar el

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alfeñique:—¿Pues cómo hace usted los

perros?—Muy fácil es eso, Fidel; se hace

una como tortillita de la masa y se lealzan cinco bodoquitos; claro, cuatroson las patitas y del otro sale elpescuezo y la carita.

—¿Y un borrego?…—Pues lo propio, porque bien

averiguado un borrego no es sino unperro con lana y con cuernos.

Con mucha razón era, como venmis lectores, tan recomendable lafabricación del alfeñique.

Por este tiempo, o mejor dicho aesta altura, ya la niña sabía muchasnovenas de memoria, tenía en la punta

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de los dedos el Flos Sanctorum, elpadre Parra, el Temporal y eterno,aunque como decía la nana, no era de lomejor, porque hace la salvación muytrabajosa.

La niña entraba en años: se hacíaforzoso para ella otros modos y otraretentiva, y no había sino entregarla acargo y carga a su confesor, que prontocobraba el título retumbante de directorde conciencia.

Aunque a primera vista confesor ydirector parecen a muchos lo mismo,uno es confesor, es decir, oír y callar, yotra cosa es dirigir.

Entonces sólo la gente muyencopetada y de cierta mala notavisitaba teatros y concurría a paseos; los

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ejercicios, los retiros, la vela delSantísimo, llenaban el tiempo yfloreaban y entretenían los ingenios,anécdotas sin números de sermones,confesiones y travesurillas de la gentede iglesia.

Una señora muy ocurrente contaba,que visitándose con cierta etiqueta laVirgen de Guadalupe, siempre retiradaen su santuario, y la Virgen de losRemedios, objeto de frecuentes agasajosen la ciudad, decía la primera a lasegunda: «La dicha de la fea, la bonitala desea», aludiendo a lo maltratado delrostro de la Virgen española; esto dioorigen a que no se volvieran a saludarlas dos vírgenes.

Otra anciana, detractando a los

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ricos, clamaba: «Dicen bien lasSagradas Escrituras, es más fácil queentre el ojo de un rico por un camelloque una aguja en el reino de los cielos».

Quién, dándosela de chistosa,remedaba la tartamudez del padre Pérez,que pedía limosna para una pobrecilla,interpretando la gente que era socorropara una desgraciada, y era el pedidopara una silla de montar…

Qué anciana más despreocupada,contaba que estaba predicando unsacerdote cuando un chico se soltódando gritos desaforados.

—Que saquen a esa criatura —dijoel padre.

El sacristán le hizo notar que eraPepito, su sobrino.

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—Pues siendo Pepe, que chille —clamó el reverendo y continuó elsermón.

Por último, en la misma puerta deltemplo, contaba, aunque muy en voz bajauna hermana de la Vela Perpetua:

Éste era un predicador famoso, sordocomo una tapia, y procurando causarsensación, en uno de sus sermones enque se celebraba la paz con motivo de lalibertad de Fernando VII después delpercance de Valancey, se puso deacuerdo con un insensato limosnero, aquien le dijo:

—Yo te preguntaré desde elpúlpito: «¿Qué quieres, Ferrer?» Tú me

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contestas: «Quiero la paz…», y medejas seguir…

Unos traviesos colegiales tuvieronconocimiento del ardid del padrepredicador, fuéronse en busca del idiotaFerrer, y le dijeron:

—Toma este dinerito, cuando hayashecho lo que te vamos a decir, tedaremos otro tanto. Tal día te ha depreguntar el padre desde el púlpito:«¿Qué quieres, Ferrer?», tú has decontestar: «Quiero la paz». Pues nocontestes eso; cuando te pregunten,«¿Qué quieres Ferrer?», tú di: «Quieromujer», y eso te vale estos tecolines ymás que te daremos.

Llegose el día de la función; veíasela iglesia de bote en bote, estaban en las

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bancas distinguidos próceres, en elpresbiterio asistían altas dignidadeseclesiásticas.

Era una ascua el altar; en el coro seoía música del cielo.

Llegó la hora del sermón: aquellofue un portento, como que duró muchotiempo, y se mencionaron a todas lasgrandezas de España.

En un momento de exaltaciónexclamó el orador:

—Y no en los palacios, no en loscampos, no los sabios… sino losúltimos, los más rudos, hasta aquellosentre quienes menos alumbra la razón…como ese infeliz que tengo al frente,punto intermedio entre el hombre y elbruto, opina lo mismo; si no, hijo del

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pueblo, hombre desheredado de lafortuna y de la ciencia, ¿qué quieres,Ferrer?

Y Ferrer contestó con voz sonora:—Quiero mujer…El fervoroso sacerdote sordo…

siguió entusiasta…—Pues eso quiero yo, por eso se

desvelan los próceres, eso tieneardiendo en regocijo… al señorarzobispo.

La gresca, las carcajadas, elalboroto de la iglesia dieron fin alsermón, cuya interrupción supo corridoel ingenioso sacerdote.

Con esa educación y con esa literatura,

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una niña ya podía disponerse adesempeñar los deberes de madre defamilia.

Tal educación, que llamaban donPantaleón y doña Apolonia a la antigua,era la que detestaban; y por lo mismo sehabían entregado con ahínco a cultivarlos talentos de sus hijas conforme a laeducación.

Sería faltar a todas lasconsideraciones que la justicia merece,callar que Adela ejerció poderosoinflujo en robustecer y fecundizar laspropensiones de sus bondadosos padres.

Apenas desflorando la aritmética yrecorriendo las primeras hojas de lagramática, ya se juntaba con una jovende gran reputación de talento, que en dos

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palabras la persuadió de su vocaciónpor la literatura.

Su primer paso fue concertarsepara componer a dúo una novela que setitulara Las dos víctimas: eran dos niñasapasionadas de dos poetas, de cuyos dospoetas uno resultó ordenado deEvangelio, y el otro mató al padre de lavíctima, porque lo quiso meter a SanHipólito.

Las dos víctimas huyeron a laexposición de París después de tomar surespectivo bebedizo y fingirse muertas,como Julieta la de Shakespeare.

El éxito fue brillante; atinó a ver la«composición» un joven pasante, de losque prometen mucho y debe venir dediputado en la última hornada, y dijo

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que aquello era verdaderamenteprodigioso, deslizando el juicio críticoun amigo en la gacetilla de su periódico.

Adela, con tales antecedentes, noconcluyó gramática a derechas; dio demano a las cátedras de mi queridodoctor Peredo; se hizo de varioslibrillos escogidos al acaso, y cátelausted autora, y con álbum, lo que no espoco decir, ni deja de dar ciertarespetabilidad por lo que toca al talento.

La correspondencia con poetas, conlibrepensadores, novelistas y demásgente de pluma, fue muy tirada, y hallóal fin modo con sus padres, absortos detener en casa, y como quien dice, unasanta Teresa o una George Sand, o unadoctora de ésas, a su hija de su corazón,

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halló modo de tener su maestro depoesía, joven entusiasta que lee muybonito y se sabe toda la prosodia. Porsupuesto sin dos camisas.

A Adela fue necesario dejarle susinclinaciones, y que todo le hiciera,porque el genio es genio, y Dios no hizoa los seres privilegiados para queremienden y cuiden del puchero.

Por lo demás, la casa toda seresintió del influjo de la falangecivilizadora que se había entrado por laspuertas de la casa.

Además de quitarse de la sala lossantos y los cuadros de la Escritura,sustituyéndolos con episodios de Goethey Margarita, como aquellos literatos quetodo sabían, el uno había explicado en

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disertación luminosísima los grados dedigestión del huevo, según lo más omenos cocido del gluten o la clara, porla condensación de la parte azufrosa;otro había dado reglas para el tueste y laconcentración del café, y un filósofodispéptico e hipocondriaco tomó a sucargo a Apolonia, víctima de los agriosy desvanecimientos, y la atestó deelíxires de coca, de agua de Cuasia, sub-bismutos y toda la falange de medicinasde patente, al punto de no leer de losperiódicos más que los avisos de lasdroguerías.

¿Qué más? Hasta en el lenguajehubo sus innovaciones; Adela teníacuidado de que no pasase ningúndesacato contra el idioma.

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Decía don Pantaleón:—Pabilo.Pero Adela replicaba:—Pábilo… es esdrújulo… no diga

usted así.Pronunciaba la criada chilacayote,

Adela exclamaba:—Vean ustedes lo renuente de la

gente ordinaria. Cidracayote se dice,que no me dejará mentir el diccionario.

Y como era natural, en todas lascosas de talento se recurría a Adela, yera decisivo su voto.

—¿Cómo pondremos la mesa,ahora que vienen visitas?

Adela aleccionaba a don Pantaleónsobre la colocación de los asientos, lasentrée, o sea el modo de servirse los

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manjares, y recomendaba al criado elmanejo del cepillo antes de servirse lospostres.

En las cartas a las personas derespeto, en el envío de obsequios conrecados escritos, en la recepción depersonas de importancia, Adelagobernaba, siendo muy notable que a unavoz don Pantaleón y doña Apoloniadijeran a sus amigos, señalando a subija: «¡oh!, ella tiene mucho de aquí(con la mano en la frente), mucho, nadase le escapa, y en ella hemos descargadoel peso de la casa». ¡Bonito engorro enrealidad se habían echado los viejos conaquella madame Stael!: favorecía ydespedía criados, vestía de fantasía adon Pantaleón, y no dejaba movimiento

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a doña Apolonia, a quien acuartelaba enun corsé tirante, ponía unos buclesexagerados y la obligaba a llevarguantes a la calle y a las visitas, lo quela dejaba sin movimiento.

Adela, entretanto, soltaba cada odaque le remendaba su maestro de poesía,que daba miedo, y cuando sus padres lavieron en la tribuna, la oyeron y lavieron descender entre altos personajes,en medio de los universales aplausos,lloraban de contento, y cien pesoscompletitos emplearon en ella a otrodía, que la llevaron a darle su gala en LaSorpresa.

Como decíamos, el dominio deAdela fue completo, y ella determinóque las otras niñas aprendieran música,

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porque ella no estaba organizada paraello.

Tocó a Carolina la supremacía enla música, y así se lo habían aseguradopersonas que de niña la oyeron cantar,muy entonada y con mucho despejo,habiendo quien hubiese profetizado quesería una verdadera notabilidad.

Buscose un maestro de todarecomendación, carilargo y elegante,dulce, pero reservado y frío, para dargarantías a los padres de familia.

Apenas compraron el método deGomís y la cartilla, cuando se bebía lasescalas Carolina, y no sólo, sino quequería sacar con un dedo las Ondas delDanubio y la polka de Planas, lo quehacía bramar al maestro, quien le tenía

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prohibido de todo punto que se metieseen aquellas honduras.

Los inteligentes amigos del maestrollamaban prodigio a la joven Carolina, yno faltaron sus apariciones en la mesa yen los convites íntimos de barítonos,bajos, tenores y sopranos, que según laseñora de la casa, poco entendida enarpegios, dosillos y tresillos, devorabansegún su apetencia de comer,acreditando aquello de: barriga demúsico.

El favor del maestro con estosadelantos, con poner dúos, y tercetos,con ensayar arias y romanzas, era máscreciente; de suerte que le costabatrabajo reprimirse y no dar una guantadaa la recamarera, cuando decía: «Ahí está

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el músico» o cuando le saludaba elportero con su «adiós, maestro», comosi se tratara del maestro aguador y no detodo un artista.

La fama de Carolina no podíaquedar encerrada en las cuatro paredesde la casa, hubo sus reuniones dediscípulas en casa del maestro,sobresalió y fue agasajada la niña, aquien se la volvió enfermiza a fuerza deabrigos, de pócimas, ponches, esponjascon agua caliente en la garganta, ypastillas de pino marítimo.

Yo tenía entendido, pecador de mí,que eso de aprender la música tal ycomo lo hacía Adela, era como aprendera leer con los dedos, a interpretar ycoordinar los signos hasta tener sentido

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perfecto, y que tocar a primera vistaequivalía a leer de corrido. Esto es, adecir fielmente lo escrito en el papel, yno obstante mi rudeza, creía también queentre tal mecanismo y componer un librohabía grandísima distancia… pues noseñores, con Adela me convencí de locontrario, porque a la hora menospensada ya estaba en «composición», loque me persuadió que soy un bruto en elarte divino.

De todos modos, se viene enconocimiento el importante papel quedesempeñaba Carolina en su hogar.

Respecto de Ruperta, era forzosoconfesar que Dios no la llamaba por elcamino literario, pero ni por la música,pero ni por el brasero, pero ni por la

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costura; no la llamaba por ninguna parte,y emprendía todo: cajitas paracuriosidades, y trabajar la cera,saliéndole unas peras como cubetas yunas flores que cualquiera decía queeran arañas; pintura oriental y figuritasde camelote, bordado de cartulina ypalomitas de pasta.

Era distraidísima Ruperta, siemprehallaba un botín y su compañero estabaen huelga, se extraía su trenza postiza dedebajo de un sillón, y sus guantes, que selloraban perdidos, se encontrabandespués de mucho tiempo llenos depolvo dentro de un jarrón de alabastro.

En la calle solían advertirle sushermanas que un desgarrón en el vestidola iba poniendo en ridículo y tenía que

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entrarse en un zaguán a reparar conalfileres la brecha abierta por eldescuido.

Y si un curioso penetraba en elcajón en que guardaba sus cosas… aquélera un contento, libros con hojasdespedazadas, ligas y calcomanías,botones y pomadas, el rosario y elabreguantes, la creosota para las muelasy las fichas de un dominó en dispersión,cabellitos de los hermanos y terrones deazúcar; por supuesto, fotografías agranel.

Y vean ustedes ¡qué dolor! Rupertaera de un carácter dulcísimo, sesacrificaba por sus hermanas a quienesconfesaba su superioridad, amaba condelirio a sus padres, y era desprendida,

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servicial y dadivosa como no haypalabras para explicarlo.

Tan pronto reía como una locuelapor algún chiste o por alguna travesura,como lloraba por una relaciónsentimental o ardía en ira porque se lehacía mal a un niño o se ofendía a unanciano.

Naturaleza franca, alma pura,propensión al bien, pero con lostornillos flojos, buque sin lastre, niñaconsentida.

En la próxima charla daremos ideade las amigas de las niñas, objetoespecial a que quise dedicar mi «SanLunes»… Pero sobró letra y faltómúsica.

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Fidel

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[Siguen las amigas][21]

Quedamos de pasar revista a las amigasde las hijas de don Pantalón, objeto demi charla pasada, y como cada una deestas amigas es un tipo, bien merece quehagamos conocimiento con ellas, aunquehablando con verdad, el género esfecundo y se matiza con multitud devariaciones.

Adela, nuestra literata querida, noobstante aspirar a los lauros de la

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gloria, y de parecer formado su belloideal de la lisonja y el renombre,abomina a las beldades que cultivan elarte divino.

Adela nació para dominar, y susamigas íntimas para prestarle ciegaobediencia; mejor dicho, ella eligeamigas que sirvan como de fondo en queresalten sus perfecciones.

Entre todas esas amigas, ningunamás íntima que Sabina, y por Dios quelo merece por sus excelentes cualidades.Es distintivo del carácter de Sabina sermujer de toda reserva; su pecho es unsepulcro, un secreto muere con ella, ybasta con esa primera cualidad para queAdela le tenga entregadas las llaves desu confianza.

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Por supuesto, Sabina sabe las cosasmás secretas, es decir, los disgustos demamá y el esposo por cosas que no sepueden decir; celillos que no faltan,preferencias con las otras hermanas yporidades que tocan en la honra, comola relativa a un ahijado que tiene donPantaleón, que se parece a él como unagota a otra de la misma agua, y a quienno puede ver ni pintado la señora.

Sabina es de escasa fortuna; perdióa su papá, el coronel, de muy corta edad,vive de sus costuras, pero se vive conAdela y la sirve con sus cinco sentidos.

Sabina, como casi es del propiocuerpo de Adela, se pone sus vestidos, ycuando se ofrece un baile se le habilitade todo a todo.

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Frecuentemente hace Sabina visitasde todo el día y duerme con Adela; vesea las amigas en cuchicheo perpetuo, yrealmente es una esclava la amigapobre.

Admira, como es natural, conpasión ciega, Sabina, las produccionesen prosa y verso de su amiga, diciendo alas demás, pero de modo que oigaAdela: «¡Qué talentazo!, ¡es más que unhombre, es un portento lo que esta niñasabe! ¡Oh, y que no oyen ustedes lo quepor ahí se dice, no es para que seenvanezca, pero que positivamenteenorgullece!»

Aislada la personalidad de Sabina,forma el ideal de la mujer apasionada.Niña con los ojos vendados, sin más

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mundo que las cuatro paredes de suhumilde casa, atinó a querer con toda sualma a un estudiante de medicina,foráneo: ella, la pobre niña, le enseñódesde a vestirse; a escondidas de lamamá le hacía sus cuellos, le bordabasus pañuelos y le enviaba bocadillos dedulce… En cambio, ¡qué cartasaquellas!, desde el piar del ave hasta elretumbar del trueno, y lágrimas por aquíy sacrificios de madre por allá…

Una cotorra de esas frescachonas yamamantadoras de jóvenes, se le quejóal futuro doctor del corazón, y como elremedio era distraerse, caten ustedesque para ver el efecto de la medicina,Cosme, que así se llamaba el estudiante,la acompañaba al teatro y al paseo y no

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salía de la casa…Sabina reclamó y vinieron los

enojos; pero se protestaba que era lacosa muy sencilla, que la curación ledaba crédito… y de tres veces quepasaba Cosme por la casa de Sabina, yanomás fueron dos, porque el director,ortega, lo tenía ocupado… después fueuna sola vez, y al último resultó Cosmesobrino de la vieja y viviendo en elentresuelo de la casa.

Aquello era mucho: a Sabina leatacaron los nervios, estaba loca, queríala condenación, tomar un veneno y quésé yo cuántas locuras… quedó, por fin,de Eloísa suelta, de esas fumadoras y dechiquiadoras semidesaliñadas yresueltas, que saben lo que es una

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pasión, y se complican, fomentan yallanan las dificultades de sus amigas.

Sabina es una alma tierna y de laselegidas para víctimas; demonio, y amedida que se enflaquece y que se nublaen su frente la luz de la hermosura, seeleva la temperatura de su corazón ycalienta contra su pecho sus recuerdos.

Guarda como reliquias un dedo deguante que tuvo Cosme, su difunto, comoella le dice, cuando se picó un dedo conun bisturí; conserva un retrato preciosoque representa a Cosme de templario,que así estaba vestido cuando le dio elsí, que dice en su reverso:

Yo dejaré el disfraz en los altares…Pídele a Dios que triunfe el grande

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Juárez.

Por último, lleva entre dos imágenes deminiatura en un relicario, un mechónnegro que tal parece lana; pero peinadoy perfumado y hecho rizo…

Adela aprecia en todo lo que vale aesta veterana del amor, y con Sabina sonlas primeras instancias de todos losnovios de Adela.

—Yo la idolatro —le decía unmilitar imberbe—, la idolatro, quiero alempuñar la espada invocar su nombrepara que se convierta en canto devictoria, quiero venir ceñido de laurelespara arrancarlos de mi frente y quesirvan de alfombra a sus pies… usted,Sabina, que tanto influye en su amiga,

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píntele usted esta fiebre que medevora…

—Así lo hago, Rafael, así lo hago;pero hoy en día sólo piensa Adela en susestudios.

—Malditos sean esos melifluosdescamisados que le atarantan lacabeza… yo los pondré a buen recaudoel día que me enfaden…

Y otro:—Sabinita, ¿qué dice la chica?, yo

me voy al grano; no bien hagamos estesegundo balance, me dará partido elpatrón; hombre, de ella será todo, yopara mí nada quiero… Por aquí trajepara la mamá de usted esos dulces, y yaustedes saben que lo que se ofrezca…

Sabina le pinta a Adela con colores

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vivísimos la pasión del militar.—¡Ay, Adela!, y cómo temblaba su

voz y cómo fijaba en mí aquellos ojostan lindos que tiene, sombreados poraquella remangada pestaña.

—Es cierto que el comerciante esmás franco; pero es tendero.

—Hija, un tendero es un marido.—Mira, para mí la ventaja que

tiene es que sus parientes están hastaallá por España, y no se sabe si viven osi mueren.

—Y que el hombre se conoce quete adora, Adela.

—Pero si es muy prosaico, pareceque nació para cocinero: ya lo ves, conmamá sólo habla de cocina, y que elbacalao es mejor en chileajo que en

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blanco, y que no hay cosa como ungazpacho bien hecho, y que no hay vinocomo el de la nava del rey. ¿Quién detodos ésos se compara con Zamudio, quees una cajita de música cuando habla, yque me dice Safo… Ya sabrás, aquellaque se mató de pura pasión… ay, si yofuera Safa, me moría de felicidad.

Entablada cualquiera relación,Sabina es la primera consultora de lacarta; ella platica con don Pantaleón y laseñora mientras Adel a habla condesahogo, facilita las salidas, esdepositaría de los obsequios y asume laresponsabilidad de las situacionesdifíciles… ésa es una amiga verdadera,una amiga en la extensión de la palabra.

En derredor de Adela hay otras

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amigas envidiosas de Sabina; pero queésas le consultan y como que se lesubordinan, teniendo la otra carácter decómplice.

Como dicen a una voz sus clientas:«Adela es como un abogado con subufete abierto». Le llueven las consultas,y es de ver cómo para cada quién tieneun consejo y una solución satisfactoriade sus dificultades.

—Dale su patente, Juana, dásela —aconseja Adela—; ya viste las sátiras dela suegra la otra noche: mi hijo es unpobre, decía, pero está acostumbrado amucho chiqueo, porque yo trabajo comouna negra por tenerlo como muñequitodel portal, y esto y la comida no soncosas que pueden hacerse con

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colacrime, ni con corsé ni con el guantey la castaña…

—De veras, ésas son claridadesmayores.

—Yo que tú, no me casaba; comodice Adela, su patente y Lautivi Cristi.

—Pero si no encuentro otro que sequiera casar.

—Hasta ese punto tienes razón;entonces tu alma y tu palma.

—No, pues tiene razón —decíaotra—, es muy triste eso de quedarseuno para vestir imágenes.

—Vale más vestir imágenes quedesnudar salvajes…

Otra amiga le decía:—Vamos, mira lo que dice mi

carta, dime cómo se puede contestar:

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»Usted me dice que consultará asus padres; yo los respeto mucho, peroésa es una evasiva; quiere usted dejarmefrente a frente con ellos, y ustedesconder de mí sus afectos…

»Un sí será como la transmisión deuna consigna… un no me dejará en dudadel afecto de usted… por otra parte,ellos han gozado, ven caer las sombrasen el oriente de sus ilusiones… vegetan,no aman… nosotros nacemos a la vidadel corazón y cantan como parvadas dejilgueros nuestros afectos en la alboradade nuestra juventud… Ámame. Ámame,Marciana, y no encomiendes al compásde la vejez la medida de mifelicidad…».

—Qué carta tan bien puesta y tan

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sabia. Aquí viene bien contestar lo de…«detengámonos, debajo de esas florespuede esconderse un abismo».

—Pero para él el abismo está en laparroquia.

—Bueno, y para ti debe estar en losplazos que te ha puesto: insiste, insisteen que tu papá lo sepa: «¿No me quierespara presentarme ante el mundo como tuesposa? ¿No es mi ambición llevar tunombre sobre mi frente como una coronade diamantes? ¿Pues cómo ocultarnos detus padres y de los míos?…»

—Ay tú, pero así se va a enfadar, ycomo a todo sale con que una onza decianuro todo lo compone, y con quevolándose la tapa de los sesos todoqueda arreglado… tengo miedo, se me

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figura que tenemos un drama, y lo que esmás, una catástrofe.

—No lo creas —replicaba Adela—; pero en fin, endúlzale la píldoraenviándole el rizo que te manda pedir.

—¡Oh!, esta carta sí merece todo tucacumen, Adela —le decía otra amiga.

—¿Ésta es la que me dijiste deLauro Postizo?

—No, por Dios: dile a ese monoque tiempo le falta para componerse,que no piense en amores.

—¿No le han visto ustedes? Puessu hermana me ha dicho que es elmuchacho más cócora que quieras ver;él mismo se corta los cuellos, y han deser como los últimos del Importador, lospuños los deshace hasta que no quedan a

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su gusto.»En el tocador es como un

decorador, como un esclavo de supersona; parece una botica el frente desu espejo.

»Bandolina para el cabello yescarmenador para la raya, cosméticoclaro para los ricitos de la frente,carmín para los toques de las mejillas ypara los labios, punzón al fuego pararetorcer el bigote, negro para la piocha ylas patillas con su toque en el lagrimalpara agrandar el ojo y hacer másexpresiva la mirada. Granitos de mentapara que refresque y perfume el aliento.

»Las uñas afiladas y puntiagudas ala inglesa, tienen su colorcillotambién… y en todo esto, no queda

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tiempo para nada más que para laconservación de la hermosura».

—No, pues eso es mucho —dicenlas amigas—, veamos su carta:

«Jacinta, yo sé que usted me ama,nuestros ojos han sido intérpretes denuestros sentimientos. Según miscreencias, nuestra unión se ha efectuadodesde que se cruzaron en corrienteseléctricas nuestras voluntades… Pero elsigno es positivo, necesito unaentrevista, tenga usted fe en mí, ydominaremos los obstáculos. ¿Mecomprendes?»

—Mira, esa carta es igual a la quele puso a Ruperta un mocoso de lapreparatoria: dile que… te explique susintenciones, y que si te ha de dar la

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mano de esposo, y verás al de lascreencias cómo no vuelve a chistarpalabra.

El círculo de Carolina era másestrecho y tenían en él menos cabida lasintrigas y las consultas y expedientes.

Los músicos son, por lo general,ardientes, y su roce con la alta sociedadlos hace amables, chanceros; pero en elfondo reservados y fríos, porquecualquier rapto de entusiasmo puedetener su trascendencia peligrosa en labaja de las lecciones.

Pero no basta cautela para quecuando el enemigo malo está de vena,zurza poemas de que resultan copias ocaricaturas de Julieta y Romeo.

No falta una amiga que delire por

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la música que empezó; pero que al finfue a dar, en un cambio de gobierno, elprecioso instrumento, entre los objetosvarios del Monte de Piedad, y cátenlaustedes de asediadora del piano,rogándole al maestro toque, bien lasvariaciones de Wagner que son tandifíciles, bien el último vals de Straussque tiene aquellos sostenidos que son ladesesperación de todos, pero que elmaestro toca con mucha limpieza.

Las amigas de Carolina sospechanla afición al maestro pero bien seguardan de decir palabra, y ya le dancargas con un tenor que está enfermo porella, y se quiebra y descoyunta cuandocanta en su compañía el dúo divino deRuy Blas, ya le guiñan el ojo cuando el

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bajo, molesto por el más leve desdén, ycomo para amedrentar a sus rivales pegacada berrido que hace temblar lasparedes y que suenan los bastidores delas vidrieras.

Pero bien las variadas emocionesque despiertan en Carolina romances,dúos y tercetos, bien lo que semultiplican sus adoradores, bien laconfianza de ser querida, hace que no sefije y que sus amigas sean su verdaderaidolatría.

La consentida de estas amigas esuna Micaela, suspicaz, escurridiza yescarbadora de conciencias como ellasola.

Micaela es música también; peropor precepto terminante de sus padres,

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toca «revueltito», es decir, multitud detrozos de óperas y zarzuelas, nosabiendo más que Las campanas delmonasterio, la Reveri, y la populardancita que comienza:

Yo te amé porque creíaque también me amabas tú.

Pero Micaela es la encarnación delchisme.

—Espera y sabrás —le dice aCarolina, y se suelta por aquella boca—: No fue jaqueca la de Angelita; perocómo le ha de gustar a la desgraciada,aunque sean hermanas, que todas lasatenciones sean para Carmen, y que laCarmen triunfe y gobierne.

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«Si tienes tu casa, tú y nada más tú;mira lo que sucedió a Gabriela, quellevó a su casa, para que la acompañase,a Ursula, y que fue resultando con elseñorito en su casa aparte, porquedizque no tiene entrañas para verpadecer a una huérfana.»

«Yo que tú, Caro, no iba a eseconcierto: son muy buenas las señoras,pero qué tijeras aquéllas, allí fue dondeme dijeron aquello de tu papá.»

Micaela no deja mover a Carolina,la cela como un hombre; con ella ha deconsultar si se pone mejor el traje azulque el flor de romero, ella ha de aprobarel paseo, y cuando otra amiga sedesmanda en una sonrisa, son loslloriqueos y las fluxiones, y el venirse

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abajo la casa de los disgustos que semultiplican.

En cambio, esta amiga es quien ladetermina a sostenerse y a que notransija con su papá para cantar en taliglesia o poner tal obertura para el díade su santo de su padrino.

Micaela es la que, sin sabersecómo, desbarató la amistad de lasprimas, porque dizque dieron en decirque eran dueñas de todo el caudal, y quedon Pantaleón cohechó al juez y logróque se hicieran perdedizos delexpediente los papeles que acreditabanque las fincas de por Nahuatlato a ellasy sólo a ellas se las dejó el señorcanónigo.

Otro carácter absolutamente

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distinto tiene Venancia; ésta es la pulcra,la señorita, la que toma el pan con laspuntitas de los dedos, la que apenascome y la que sabe primores decuriosidades de manos.

Venancia ni parece amiga deCarolina; su amor son los señores de lacasa, particularmente don Pantaleón, conquien juega brisca, a quien hace unosbocadillos sabrosísimos y quien siempreda consejos muy cristianos, y muypuestos en su lugar a Carolina.

Cuando se encuentran a solasCarolina y Venancia, es cuando le dice:

—Hija, todo está en el modo, conpoca cosa se compone a los papás. ¿Porqué dijiste que el guardapelo te loregaló una amiga? Hubieras fingido una

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rifa, hubiéramos visto a la viejecitaAndrea, que es para eso una lumbre, ycon dos reales hubiera sido tuyo elguardapelo sin más sospechas.

»¿Quieres ir al portal? Tendrásdificultades; pero en cuanto digas quevas conmigo al Señor de Santa Teresa,ni quien te chiste.

»El día que te persiga alguno, dique es a mí, y que me tienes muchacompasión, porque te han dicho que eljoven es muy enamorado. Verás qué biente la pasas; pero esas claridades tuyas yesos arranques, te han de acarrear mildisgustos.

»¡Cuántas veces no he llevado aretratar a mis amigas, diciendo a lospapás que me acompañen porque me voy

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a sacar una muela! ¡Cuántas veces heguardado en la bolsita de reliquias de mitía el cabello de alguna persona querida;pero para todo se necesita maña!

»Y como mis amores fueron tanperseguidos —añadía Venancia—, elcolegial aquel se daba mil trazas, perohasta en el pan poníamos nuestras cartasy él se valía de cerbatanas y bolitas depapel de seda para nuestracorrespondencia…».

Venancia era un satanás con faldas,alentaba a la desobediencia y lasdiabluras, sobre todo, la mentira, que esla raíz de toda perversidad y laverdadera lepra de las almas, constituíala especialidad de esta diabólicaamiguita, y se dieron tales trazas la

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chismosa y la hipócrita con Venancia,que después de algún tiempo la músicainsigne era la mujer más enredadora,más chismosa, más coqueta y máshipócrita que se pudiera ver.

Cercáronla los aduladores, criorelaciones y prodigó confianzas, yaceptando aquí galanteos, y haciendoallá promesas, tierna con unos,desdeñosa con otros, voluble ycaprichosa con todos, se volvió unadivinidad de bromilla, a quien todostenían derecho: «es usted divina, sumirada es de cielo», y mil cosas más,siendo en realidad el pasatiempo y laburla de cuantos le rodeaban.

En cuanto a las amigas de Ruperta,no hay para qué decir que eran vaciadas

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en su propio molde.Marciana, que era la más

caracterizada, era una gloria; punzón poraquí, alfiler por allá, préstamo forzoso auna hermana para completar la castaña.

Hablar recio, mirar de frente,tomando atrevida iniciativa.

—No te apures por la estampa parala bata, nos la trae Benavides.

—¿Quién es ese Benavides?El amigo de todas las pollas de

tono de la redondez de México. Cuandoandas con Benavides no tienes nada queapetecer. Benavides, un alfiler… y nadamás voltea la solapa de la levita y tienesun alfiletero; Benavides, ¿qué día eshoy? Saca su calendario Benavides, y tepone al corriente… Benavides, tengo no

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sé por qué la boca seca; Benavides llevaunas pastillas que te ponen jugosos loslabios; me duele la cabeza, Benavides, yen los vivos aires saca su botellita desal y vinagre.

Marciana es arriesgadísima, sesube a la azotea con Ruperta y va hastael frente de la casa de unos muchachosque estudian para padres y son eldemonio.

Se desvive Marciana por vestirsede hombre, dice chanzas a los criados, ytiene siempre una muletilla favorita derefrán o dicharajos de esos que dejantirados en las cantinas los borrachitos debuen tono.

Pero qué quieren ustedes, comoMarciana ha tomado a pechos la

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educación de Ruperta, y tiene fama desencillota y de inocentona… Ruperta laimita en todo y por todo: en el ladeadode la peineta, en el desgobierno de lagola, en el andar, en el poner el bracitoen jarras, en los dengues exagerados…

—¡Qué muchachas tan batalleras!—dicen a dúo don Pantaleón y doñaApolonia.

Pero el día menos pensado recibenlos papás un anónimo, y se aclara quelas inocentes querían hacer un paseolargo con otros inocentes oficialitos decaballería… por muchachada… y por nodejar…

Por supuesto que no obstante lafrivolidad y lo inocente de Ruperta,tiene su novio seminarista, rendido y

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circunspecto, grave y sesudo, a quien labriosa niña está volviendo loco, entreotras cosas, porque quiere hacer deaquel cuasi eclesiástico mancebo, todoun valiente.

Entre Ruperta y Marciana leintrodujeron en la casa, haciendo que loacarrease Benavides.

Los padres de Ruperta conocieronque aquella relación era la másadecuada para su hija, no precisamenteporque le augurase un porvenir feliz; noporque dejasen de comprender que elmustio amante podría cobrar aliento conla confianza y tomarse alguna libertad,sino porque se persuadieron que antesque todo el seminarista tenía miedocerval a Ruperta y su amiga.

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En efecto, inventaban las jóvenespaseos a caballo, y el incauto legista seprocuraba un bucéfalo lleno de resabios,se habilitaba de sombrero ancho ychaquetón, y con las piernas abiertas,medio doblado y con los pantalonesremangados, dejando al descubierto elcalcetín y parte de la pierna, se lanzabaa los ejercicios ecuestres con gravepeligro de su existencia.

Ya eran los baños en agua fría, queacarreaban calenturas al novio; yachoques en que cada solfeo de paliza loponía en cama.

Huyó el seminarista, pero no tanimpune que no le acusase Marciana deque le debía su honor y que por hacer unservicio a su amiga se casaba con el

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colegial…Éstas eran las amigas de las hijas

de don Pantaleón: pero otra vezjustificaremos en otro «San Lunes» eltítulo de la comedia que tiene por título«¡Cuidado con las amigas!»

Fidel

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Memorias de unAbelardo de mi

tiempo[22]

«¡Cómo lo necesitaba!», dije, cuando ledescubrí desde mi balcón dirigiéndose aesta casa de ustedes, queridos lectores;¡como me lo había mandado el médico!

Abelardo Doymeatodas es uno deesos tipos preciosos que estudioamoroso y cultivo con pasión artística, yque de tanto admirarlo y de tanto querer

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calcarlo en mi imaginación sin que lefalte sombra ni línea, se me borra, se meconfunde y disipa, dejándome sedientode volverlo a encontrar,sorprendiéndome siempre yambicionando poseerle, con el cariñoque un botánico una flor desconocida, oun astrónomo un nuevo astro en elfirmamento espléndido.

Abelardo pertenece, sin dudaalguna, a la familia de los inmortales, ajuzgar por la primavera eterna que serefleja en su rostro, aunque malaslenguas digan que mucho deba a losafeites; por la negrura de su cabello,aunque alguien lo atribuya al«zozodonte»; por su talle breve, por suandar airoso y por su conjunto entre

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expansivo y sentimental, entre lasilusiones y los desengaños.

Según uno que otro rasgobiográfico que he podido sorprender enAbelardo, cruzó por las aulas,pescándose de la una un verso latino, dela otra algo del cuadrado de lahipotenusa, de por aquí prius es essequam taliter esse, y de por los breñalesde la política no sé cuántas blasfemiasachacadas a Mirabeau, ni cuántasadivinanzas atribuidas a Victor Hugo yCastelar.

Pero la especialidad que me hacecodiciar con tanto ahínco el estudio deAbelardo es el amor. Mi héroe es ungenio, un estuche, un verdaderoprodigio, como lo vamos a ver.

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Peina sus cuarenta y cincoprimaveras entre su bien aderezadocabello, pestaña remangada, párpadocaído, mirada como humedecida porvoluptuosas lágrimas, bigote fino yesmeradamente rizado en sus extremos;en uno de los dedos de su izquierdamano ensarta los anillos de variadas ycaprichosas figuras. Cada uno de losadminículos de Abelardo es unadelación de la tirana pasión que leesclaviza.

Su cajita de cerillos figura unbotincito negro con su moño primoroso,el puño de su delgado bastoncito es unapiernita de marfil torneada convoluptuoso esmero, en su pañuelo seadivinan bordados deliciosos de

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palomas besándome amorosas, «no meolvides» significativos o corazonesatravesados de parte a parte con flechasdescomunales.

Si da a luz su tarjetero, es para quese admire una deidad desnuda, y de sucartera suelen escaparse florecillasdisecadas, acaso un delicado rizo oalguna otra bagatela, que como pareceque él oculta pudoroso, no hay quemencionar.

Lo más singular de Abelardo esque tiene buen porte, a nadie se sabe queimportune con pedidos, y no es nimoscón de billares, ni apero de cantinas,ni siquiera cócora de pandillasturbulentas. Su gloria es coquetear conlos muchachos.

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No se sabe de dónde ni cómo ganasu vida: la maledicencia dice sottovoce, que posee una madrina de quien esencanto, militara desengañada, quecobija con las alas de su montepío tanpreciada existencia; otros suelen decirque el contingente para la manutención ygastos de Abelardo, lo suministra entrelas sombras del misterio nuestra SantaMadre Iglesia; que el nene resultó no sécómo sobrinito de un canónigo caduco, aquien acometió brioso nuestro héroe;resistió el siervo de Dios alreconocimiento, y Abelardo se dispuso aarmarle tal sanquintín, que espantado elanciano tuvo que transar, y sostienecomo a un príncipe al nene cuarentón.

De todos modos, a Abelardo ni

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seducen las artes, ni inquieta la política,ni le importa un bledo cuanto pasa o nopase en el mundo, porque él nació parael amor, y la vivífica llama de estapasión poderosa lo envuelve, lo aísla, losecuestra para todo lo que no sea amar.

Con un personal no despreciable,con un declamar patético de versos quese apropia, con algo de rasgueo en lavihuela en visitas íntimas, y consorprendente tino para engatusar viejosy viejas, Abelardo sería un conquistadortremendo, un arrancacorazones sin rival,un irresistible de primera fuerza, si nofuese su ligereza suma, su dispararse sincriterio, en una palabra, su flojedad detornillos, que le procura ratos muypesados, y que como él dice, lo hacen

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víctima del amor… si a esto agregamosun sí es no es de cobardía genial, unidaa una aparente fanfarronería y una sed deaventuras y de gloria, ¿por qué no se hade decir?, tendremos, si no cabal,aproximada idea de AbelardoDoymeatodas.

Éste es, pues, el tipo que tanardientemente persigo y del que mepropongo, sin que él lo comprenda, serel cronista, el biógrafo, y si pudiese elcantor, por aquello de tal Homero paratal Aquiles. Pero, silencio, que ya estápresente.

—Abelardo, ¿tú por aquí?—Chico, siempre con mis

molestias.—¿Qué se te ofrece?

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—Se me ofrece un acróstico: mira,Fidel, y en esto sí me va el honor; aquítraigo el papel; mira qué grabado: ¿quéte parece esta idea de encender Cupidosus antorchas en los ojos de esa sílfide?

—Divina idea.—¡Oh!, pero la muchacha ésta es

adorable; ahora sí me parece que doblélas manos y me fijé para siempre; peroya sabes, soy desgraciadísimo. ¿Mehaces el acróstico?

—Diez acrósticos te hago, pero conuna condición: que me cuentes algo detus aventuras amorosas desde quecomenzaste esta carrera que te hace elrey de los irresistibles.

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¿Qué verías en mis aventuras? Lástimas,sinsabores, la pena negra; porquecuando me creen los amigos y la gentesuperficial el más afortunado del mundo,soy realmente el «mártir» del amor. Otrodía que estés tú más desocupado y yocon menos prisa, te daré apuntes enforma para mis «Memorias». Por ahorate diré que yo no sé por qué fatalidad deorganización para mí, digo como ciertopoeta:

Ni qué hermoso rosicler,ni qué luna ni qué estrellas,iguala a las partes bellasdel rostro de una mujer.

Ni la gloria, ni las riquezas, ni nada en

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el mundo es comparable para mí, nipreferible, al relampagueo de los ojosde una chica, a sus risitas, a sus saltitos,a sus monerías. Dios Nuestro Señorconoció que el hombre tenía que devorarmuchas penas en la vida, y entoncesformó a la mujer como el más divertidode todos los juguetes y la más preciosade todas las chucherías de la creación.

Y esta admiración, este íntimoculto, esta consagración, lejos deentibiarse con los años se acrece yaumenta, de modo que me absorbe y meenajena.

En mis tempranos años sólo meseducían los rostros de arcángeles, lostalles esbeltos, las dentaduras de marfil,las miradas de gacela; pero con el

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tiempo se aumentó mi afición al géneroen conjunto, y entonces a unos garabatosde carne y hueso, a esos ñudos defacciones, a esas bigotudas de papadainsultante, a esas flacas como ganzúas, aesas pesadillas vivientes, a esosabsurdos de faldas, les encontraba algode seductor, y jorobadas, cacarizas,tartamudas, rengas y descuadernadashallaban, y lo que es peor, hallan graciadelante de mis ojos.

En la escuela de primeras letras,tenía yo un maestro que era un prodigiode saber; fino, puntual, paciente y dulcecon los niños, su defecto era el amor;nos daba lección de aritmética junto albalcón, volvía con frecuencia el rostro ala calle y se fijaba en una tienda de

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modas que había enfrente, a la horamenos pensada los muchachos estabanen huelga, las «razones» y«proporciones» seguían el rumbo quemejor les parecía, y el maestro estabaasomado al balcón viendo cómo seprobaban una capota o un gorrillo lasmarchamas de la modista.

Yo, sin saber por qué, ni darmecuenta, me perecía de envidia de mimaestro, y hubiera dado la mitad de lavida por hacer el curso de las razones yaprovechar las proporciones en elmostrador de la modista.

Me llevaba mi señora madre alsermón, el sacerdote decía:

—Precaveos, ¡oh fieles!, de lospeligros de esas antesalas del infierno

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que se llaman las «cortes»; allí, con suscantos de sirena, pretenderán atraeros alabismo las hermosas; allí la mujer,dando empleo indigno a las gracias conque la dotó la naturaleza, las conviertenen dogales con que aprisionan yarrastran a la juventud inexperta; allí osdarán a beber en copa de oro losdeleites que embriagan y hechizan, peroen cuyas heces se contienen losremordimientos y el amargo dejo de laslágrimas…

Y yo, niño y sin atinar con elsignificado de las palabras, salía deltemplo diciendo: «Pues en la corte estoyy preparado para todo evento, y ¿cómopara mí no hay cantos de sirena, ni unpedazo de dogal, que muy buen

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provecho me haría, ni copa ni nada, niun horror que por caridad me hicieraprobar ese dejo de lágrimas?…»

Como es de rigor, mis primerassimpatías se mostraron con una primalinda como un cielo; pero para ella lapasión dominante era la gula, yo noentendía de amores, pero me hice suesclavo y me consagré a su servicio.

Me mandaba tiránica, me endilgabaal robo de la despensa, llovían anatemasy reconvenciones contra las criadas.

Fuese a confesar mi prima, eltemplo estaba silencioso, y a media luz,algunos devotos estaban al pie de losaltares, las señoras de la vela perpetuapermanecían arrodilladas en las gradasdel presbiterio, varias personas de mi

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familia se encontraban cercanas altribunal de la penitencia.

Mi prima estaba sin duda en laconfesión de sus rapiñas; de repente sedesprendió de la rejilla delconfesionario y dijo en voz alta:

—Yo fui con aquel niño que estáallí enfrente y se llama Abelardo.

Ya se deja entender todo mibochorno y las consecuencias de aquelladelación cuando aún no apuntaban en mialma los rayos de un primer amor.

Atribulado en lo más profundo conesta primera derrota, y ya en el colegio,quise desahogar mi corazón y comuniquémis cuitas a un amigo Julio Cerbatana,que era mi bello ideal por su audacia ypor sus triunfos amorosos. Este chico

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era un ejemplar precioso del amorintermitente.

Era Cerbatana joven de diecisieteaños, cumplido y estudioso, dedicábasea algunos fructuosos estudios ysobresalía en algunas cátedras.

Bruscamente y sin motivoostensible, por temporadas dejaba laregularidad de su método, y cátatelo uncalaverón tremendo; abandonaba librosy papeles, recomponía su equipaje, y debruces… a amar, a amardesesperadamente, como quien se lanzade cabeza en un tanque; y no se crea querecorría los trámites y cultivaba losprólogos, no señor, él no se dedicabamás que a las explotaciones deentrevista para arriba o matrimonio.

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Yo era su desempeño en aquellosaccesos de amor que pasaban y volvíana su estado normal las cosas. Peroentretanto se trataba del torbellino y dela fiebre amorosa.

Recuerdo que una mañana que lovisitaba, le encontré inquieto, con losojos vidriosos, los labios secos, elcuello tendido, la ropa en desorden, yme dijo:

—Me cuesta la vida si no me casocon esa mujer…

—¿De quién se trata?—De Petra, de la vecina de

enfrente, y ahora mismo me la vas apedir.

Por supuesto que hablaba de estocomo si se tratara de beberse un vaso de

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agua.Era Petrita una niña de doce años a

lo más y como el lucero del alba; teníaPetrita por mamá una española fresca yregordeta, de voz áspera, hombruna yresuelta de modales.

—Tú, Abelardo —me dijo Julio—,vas a pedirme a la muchacha, preguntaspor doña Melchora, te le encaras, lehablas de la posición social que se meespera.

Y yo sin más ni más, sin reflexiónde ningún género, como si se tratase delnegocio más obvio, me fui dirigiendo ala casa, pregunté por la señora, hice queme anunciase, y teniéndola al frente, ledije:

—Señora, vengo de parte de mi

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amigo don Julio Cerbatana, micompañero de colegio y que tiene ungran porvenir, a pedir a usted la mano dePetrita, para que vivan felices;entendido que si usted no le alista a lajoven, de fijo mi amigo se vuela la tapade los sesos.

La señora primero escuchó comoincrédula, después me veía comoindecisa, al fin me tomó de los hombrosy me dijo:

—Caballerito insolente, márcheseusted de casa o le mando cargar con miscriados hasta el colegio para que leapliquen veinticinco azotes por suaudacia.

Y diciendo y haciendo me dio conlas puertas en la cara.

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Las bromas de los amigos, laescena de la vieja y los agregados de laspersonas caritativas que cultivan lacrónica, llevaron a los cielos mireputación de «corredor» de amores.

Julio me dijo:—Es forzozo que seas hombre y te

voy a procurar una polluela despierta yentendida para que te quite el pelo de ladehesa.

En una apartada calle, cuyo nombreno menciono por el deseo de condenaral olvido mi aventura, vivía la beldadque me prometió mi amigo y que deluego a luego avasalló mi corazón;chiquilla que podía caber en unacigarrera, cejijunta, ojinegra, chatilla yprimorosa era Eugenia, movimientos de

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ardilla, voz precipitada y de acentuaciónenérgica, alto tacón, breve cintura y unaboquita por donde besos, sonrisas ypalabras se salían a escape.

El deseo de ponerme en relacionescon Eugenia me constituyó en lazarillode Cerbatana, quien como he dicho, ensus accesos de amor era feroz, y por allíera la complicidad de los chismes, porallí el mentir disculpas, y por todaspartes las penas de editor responsablede las quince mil diabluras de mi amigo.

No olvidaré jamás una vez queguardándole la espalda en una casa,dulcería por más señas, sorprendió lamadre de la señora de los pensamientosde mi amigo a su hija cuando recibía untierno abrazo: la señora conducía un

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cazo rebosando en conserva de guayaba;sin soltarlo arremetió contra Cerbatana,yo me interpuse valeroso, la ancianahizo empuje, yo forcejeé y caímos,bañándome de miel y de guayabas depies a cabeza.

Dejo a tu consideración, Fidelquerido, el miserable estado en que meencontré, escurriéndome,pegosteándome todo, sacándome lasguayabas de entre la corbata y el cuello,de entre el chaleco y la camisa; a tuconsideración dejo la burla, la rechiflade mis compañeros, que por muchotiempo me honraron con el retumbanteapodo de Abelardo Guayaba.

Mi vocación, no obstante, estabadecidida, y al fin Cerbatana me puso en

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posición de las relaciones con Eugenia.Mi absoluta falta de recursos por

una parte, y por la otra la soledad de lacalle en que vivía el hermoso objeto demi ternura, hicieron que mi «oso» fueraun oso de acción y de palabra.

Horas enteras permanecía frente albalcón de mi adorado dueño,gesticulando y ejecutando el lenguaje delos mudos, siendo muy frecuente queaccionando distraído apareciese lamamá o persona extraña a nuestrosamoríos, y yo para disimular siguiesebraceando y gesticulando como un loco,adquiriendo reputación de tal en todo elvecindario.

Eran soberbios aquellos amoríos, yhabría sido mi delicia exclamar,

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parodiando a la joven de La gallinaciega: «¡Qué feliz soy, ya tengo novia!»,pero el brío y las impetuosidades deaquella encantadora viborita me teníanpositivamente azorado.

De misa se salía, como sueledecirse, por ponerse y ponerme entremendos peligros. Bastaba que oyesepasos a su espalda para llamarme yhablar recio y darme cada susto con lossuegros, de ponerme flaco, de costarmela vida.

El suegro era un coronel dedragones, con un pistolón al cinto queparecía que cargaba un violín; moreno,carirredondo, patiabierto y con unosojos negros, sobre fondo escarlata,capaces de amedrentar a un león.

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Apenas cualquier chico la veía, loponía en mi conocimiento, deseosa deque armase reyerta, y porque no andabaa pinchazos y a estocadas con todo elmundo, me llamaba frío y se quejaba demi indiferencia.

En una palabra, llegó casi asignificarme de un modo resuelto, que sino le acreditaba yo mi valor de un modopatente, me despediría de su afecto conla nota de cobarde y de indigno de lahija del coronel EspiridiónQuebrantahuesos, nombre, que sea dichode paso, me encogía el costillar cadavez que cualquiera lo pronunciaba en mipresencia.

Contra mis inclinaciones,naturalmente dulces y pacíficas, aprendí

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a fumar puro, a toser recio, a llevar elsombrero a los ojos, a andar pausado ycomo blandeándome y a cargar untrabuco que cogía con un tiento como sifuese de cristal, y que temí que la hazañaúnica fuese dejarme cojo por lo menos.

Solía florear mis conversacionesamorosas relatando a mi bien encuentrosy desaguisados de mi pura invención.Había veces que me terciaba unamascada al cuello y en ella descansabami brazo como para dar a entender queestaba lastimado; pero yo conocía queaquella intrépida sirena quería algo demás patente de mí en materias de valor.

Preocupado y enloquecido casi conesta idea, atiné en conchabar a uncondiscípulo de probada mansedumbre,

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a quien llamábamos Firria, y medianteuna propina, para mis circunstancias ylas suyas, valiosa, le comprometí a quese fingiese perseguidor de mi novia.

Dizque yo le reconvenía por suspaseos, él debía contestar altivo; seensayó que se encendiesen las palabras,se orillaba la cosa a que llegásemos alas manos, había empujones ycachetadas, en la que mediante elconvenio y la paga, él tenía que salirderrotado, y yo, dueño del campo,reclamar los laureles del vencedor…

Llegose el momento fatal. Era latarde, los criados de las casas regaban ybarrían las calles. Eugenia estaba en subalcón resplandeciente de hermosura,como presintiendo que iba a ser la reina

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del torneo. Yo me encontraba en acechoa cierta distancia, pero haciéndome elferoz, que era el papel que forzadamenteme correspondía. Mi inocente rival, consu capotón de cuadros, bausán ydesgarbado, asomaba en la esquina,tardo como un buey.

A pesar del convenio ajustado y delas seguridades que yo tenía delresultado de la lucha, palpitaba micorazón y mis piernas flaqueaban.

La vista de mi encantadoraDulcinea me infundía ánimo y, sobretodo, el pacto celebrado con Firria.

Acercose éste al frente del balcón,de mala gana, pero haciéndose el CarlosMejía, del improvisado Tenorio. Pasó,volvió a pasar y fingió verme con el más

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alto desprecio. Entonces atravesé lacalle y me interpuse en la acera, casibajo el balcón, diciendo a mi atorteladorival:

—Sabe usted que ha elegido malpunto para hacer ejercicio.

—No lo he nombrado a usted mimédico.

—¿Por qué pasa usted por aquí?—Porque la calle es de todo el

mundo. ¿Hay garita?—No hay garita; pero hay un

hombre que no quiere que pase ustedmás.

—Bien; ¿pero si se me antoja?—¡Entonces a mí se me antojará

romperle a usted el alma!…Al decir esto, en medio de la

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embriaguez de la ira, alcé los ojos y vi aEugenia, feliz, orgullosa, en el colmo dela felicidad… No necesitaba más;arremetí contra mi contrario; llovieronsobre su cara, sobre su cabeza, sobresus hombros granizadas de puñetazos.

Él, primero, sufría; después medecía en voz baja:

—¡Contente, contente, no abuses!¿Pero qué?, si yo era un tigre, un

león y quería aterrar y confundir a mísupuesto rival y que Eugenia memencionara lado a lado del CidCampeador y de Murat.

Yo no sé qué descarrío tuvo mientusiasmo bélico, que Firria dijo:

—¡Ah, pícaro!, ¡ése no es el trato!Y diciendo y haciendo: como barre

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el aire la basura, como revuelca yavienta toro bravo a faldero atrevido, enun parpadear, en el espacio de unrelámpago, me tomó de la medianía delcuerpo, me levantó, me derribó yaquello fue el día del juicio, los criadosbarrenderos acudieron a la lid con susescobas en alto, simpatizando con mivencedor por más plebeyo de porte, y talvez por sus menores pretensiones.

Yo estaba muerto, revolcado,enlodado, con la boca llena de polvo ydiciendo en voz baja a Firria:

—¡El trato es trato!Pero él era una furia del infierno:

en mi forcejear por desasirme de susgarras, se disparó la pistola que traía alcinto y la imaginación me representó

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mortalmente herido, no hubo más queprivarme, pero antes había oído reír aEugenia con un espectador que decía:

—No he visto pollo más gallina.

—Otro día seguiré mis «Memorias».¿Escribes el acróstico? —Con muchogusto.

Y me puse a servir a mi amigo.

Fidel

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Muertos y panteones[23]

¡Lo que son los cambios de los tiempos!¡En mi tiempo, los muertos eran comomás alegres que ahora, y se les hacíamás formales!

No digo lo de los muertecitos,porque eso era de regocijarse y de quese hiciese agua la boca, no tanto por irseal cielo, lo que siempre es gozar de unbuen pico por más que digan.

Aquellos velorios no tenían gallo,

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como dicen los malditos, ¿qué era ver unangelito vestido de san JuanNepomuceno o san Agustín, y si era niñade alma gloriosa o de PurísimaConcepción, presenciando desde sulecho de amapolas y azucenas elestrepitoso fandango y el ir y venir delos rebosantes vasos de refino, y acasouna riña de tranchetazos y pedradas, quepara honra de la inocencia y gloria deNuestro Señor se entablaba, porqueaquellos tiempos eran de moralidad yverdaderamente cristianos?

Y no me fijo en el golpe de músicaque acompañaba al cadáver a la iglesia,ni en los alegres repiques, ni en loslimones que adornados con canutillo yclavo se repartían a los concurrentes.

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Ahora es cierto que se juega amuertecito, que hay su carrito de nubesblancas con sus angelitos, su tronco decaballos blancos que simbolizan lapureza, y un cocherito que es un dije;pero se acabó lo mejor y, sobre todo, lomás del agrado del Niño Jesús, que eraquien entonces tenía especial cuidado delos muertecitos.

Había pueblos en que la costumbreera que el párvulo muerto fuese de pieen sus andas como santo en procesión, yentonces sí que podía decir una madreque había visto logrado al hijo de susentrañas.

Los masones, que en todo han demeter la mano, o hablando más claro,estos pícaros extranjerados que en todo

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y por todo han de perseguir el trabajo yla industria del país, no sólo acabaroncon san Camilo, que como se sabe, consólo la estampa ya el diablo no seaparece en cuatro cuadras en contorno;no sólo pretenden desterrar los tragos deagua del bautisterio, que cuando no lospasa el enfermo ya se sabe que está deviaje; no sólo tienen ociosa la campanitade san Antonio, que al agitarsedespatarra demonios y ahuyenta lasmalas tentaciones, sino que no handejado ni recuerdo de los hermanostrinitarios, en cuyos hombros losmuertos caminaban como más honradosy más respetuosos, como dice doñaGualupita, la partera del 10.

Los trinitarios eran aguadores

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cuando no tenían uniforme, pero luegoque se revestían de sus túnicasencarnadas, y se veían con su cruz desan Hermenegildo al pecho, podíanpasar para la gente de pro y deconciencia, por unos señores sacerdotes.

Nada quiero mencionar delacompañamiento de los niños delhospicio con sus vestidos desgarrados ymugrosos, pero todos iguales, queacompañaban a un difunto, con suscirios en las manos, como corresponde auna alma juzgada de Dios.

Otra de las cosas que hacen granfalta, y prueba la relajación decostumbres, es la de la cruz alta, cirialesy acompañamiento de la leva.

Esos batidores que salían delante

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del muerto, a más de darle mucha vista,eran el alma de la pesadumbre en lascasas por aquello de la despedidas.

Hacían aquellos semisacerdotes suguardarropía del zaguán de las casasmortuorias, acudían el contrabajo y loscantores, y aquello era una gloria.Desatábanse los ataques nerviosos y lasprivaciones.

Eran los momentos de los solícitoscuidados del amante, de las atenciones ala viuda rica y a las huérfanas hermosas,y aquellos rasgos de elocuencia de:«¡Me he quedado como la pluma en elaire!… ¿quién puede remplazarte en miternura?», y otras lamentaciones deestampilla.

Cuéntase de un compadre oficioso,

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y por demás tierno con una comadritahermosa y rica, con quien en lascircunstancias solemnes que refiero,empeñó el siguiente diálogo:

—¿Quién me acompañará en midolor? —decía la viuda.

—Aquí me tiene usted, comadrita.—¿Quién velará por mí?, ¿quién

me servirá de abrigo?—Por eso no hay que apurarse, que

aquí estoy yo, comadrita.—¿Quién me sacará a paseo,

sazonará mi comida, me servirá deamparo si tengo miedo?

—De eso ni qué hablar, comadre,aquí estoy yo.

—Pero, ¿quién día a día dará elgasto, comprará ropa a mis hijos y me

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regalará, previendo mis menoresdeseos?

—Comadre, llore usted, lloremucho, ¡tiene usted razón de sentir a micompadre!

Es de advertir que cuando porahorro de dolores a las familias, y deescándalo piadoso, los deudos tratabande suprimir a la terrible «leva»,entonces el entierro se considerabacomo de pompa o media pompa, segúnel rápido, pero siempre infaliblebalance de la entidad parroquial.

En el último escalón de la etiquetamortuoria estaba el retén permanente,compuesto de contrabajo y cantores,para decir adiós, con su responso alcanto, a los muertos de ínfima clase.

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El Sagrario Metropolitano era elpunto en que más se lucían estos cuervoseclesiásticos.

Llegaba la concurrencia doliente, ydando agudos gritos a la parroquia, almomento se alistaban los lacayos de latumba, y se estacionaban con susrespectivas familias a las puertas deltemplo, o en el interior, cerca de losconfesionarios y bancas.

Aquellos recaudadores decadáveres se arrancaban al ocio y a losbrazos de la familia, y en un santiaménse transformaban en clérigos con sotana,sobrepelliz y bonete; a veces no dejabanel diálogo de desvergüenzas con lasconsortes, interrumpiéndolo con elréquiem de ordenanza, al graznar

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destemplado del bajón. A veces se hacíafrente al cadáver el valúo de losberridos, no faltando bandido queaugurara al difunto condenación eternaen desquite de la mezquindad con que seremuneraban sus bramidos fúnebres.

Las profanaciones eran tales, quepor horas esperábamos los que solíamospresenciar el espectáculo, que el muertopresente alzase la tapa del cajón yclamase, confundiendo a los sacrílegos:«¡Ah, malditos, ya se morirán ustedes, yme alegraré que pasen este trago!»

Por supuesto que otro era el dueloy otros los trámites que observaban paralos muertos de categoría.

Contábanse entre las ceremoniasdomésticas cerrar puertas y ventanas,

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cubrir los cuadros y espejos, forrar degasa los candiles y sembrar de moñosnegros, muebles, paredes y cortinas.

Fijábanse los cinco sentidos delmaestro de ceremonias del dolor en laredacción de esquela, en que no eralícito omitir a ninguno de los parientes,deudos ni personas de estimación deldifunto.

La clasificación de los difuntos eramarcadísima, y esencialmente lascomunidades religiosas se esmeraban endisponer el último alojamiento a susbienhechores. Algunos de éstos teníansepulcros de familia, como los señorescondes de Santiago, en San Francisco,los señores Torres Adalid y otrasfamilias, que en estos momentos no

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recordamos.Eran comunes y de rigor en lo

interior de las iglesias los entierros, yaún se conservan algunos monumentosen la iglesia del Sagrario de Tacubaya,en Nuestra Señora de Guadalupe y otrasiglesias, sin contar con la bóveda deCatedral, especie de subterráneo bajo elaltar mayor, dedicado a los señoresarzobispos.

El pésimo estado de cementeriospara el público, como San Lázaro, dioorigen a la especulación privada, y secrearon y tuvieron boga, entablandocompetencia, Los Ángeles, San Diego,San Pablo y San Fernando al último, talvez debido a la decadencia del panteónde la Santa Veracruz.

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Pero descollando sobre todos loshoteles de los muertos, conproporciones gigantes, con amplioscorredores, sembrados y capil la paralas misas y oficios de difuntos, aparecióSanta Paula, que influyó no poco en lapompa y el decoro de las ceremoniasfúnebres.

Aquellos lugares, hoy en mina ytotal abandono, presenciaron la sentidainhumación de Heredia, ese lugar resonócon los elocuentes adioses dirigidos alcadáver de Llaca, pocos días despuésque tribuno poderoso frente a frente delpoder militar, hacía triunfar la causa delpueblo dando su voz a la memorablerevolución del 6 de diciembre; allí sedepositaron con pompa inusitada los

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restos de Frontera, de xiconténcatl yotros héroes que perecieron en lacontienda americana.

Aún recuerdo la procesión fúnebre,saliendo desde la iglesia de Jesús; loscaballos despalmados, los cochesenlutados deslizándose sin ruido, lossoldados mutilados envueltos en lospliegues del gigantesco labarum de rasoy crespón. Veo al señor arzobispopresidiendo la ceremonia augusta, y oigola voz breve y resonante del generalGonzález de Mendoza saludando conorgullo sentido por última vez los restosde los héroes que se iban a perder en lassombras.

En Santa Paula se ensayó sustituircon retratos de medio cuerpo los

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epitafios e inscripciones para dar alpanteón el aspecto de una elegantegalería, pero a poco se prescindió delpensamiento por haber producido lademencia de un tierno amante la vistainesperada en aquel lugar de la mujer enquien idolatraba.

La competencia de los panteonesestuvo mucho tiempo en auge entre losmuertos decentes, radicándose conespecialidad entre San Fernando y SantaPaula, triunfando por fin la aristocraciaen el primer punto, enriquecido entremuchos con los sepulcros de Otero,Ocampo, Miramón, Bustamante,Comonfort, Zaragoza, Ruiz y el grandeJuárez.

Los muertos pobres poco

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mejoraban de condición, en estascompetencias abríanse hondos zanjones,se colocaba al difunto en una especie detrampa, y se precipitaba entre susvaledores en lo que se llamaba«capirotada», es decir, en un tótumrevolútum de edades y de sexos.

La especulación inventóclasificaciones y abusos que no son parareferidos en este lugar. Triunfó el nicho,es decir, el empaque de cadáveres, sudivisión por guarico, su asardinamiento;y bajo otro sentido, las casas devecindad de la muerte de moradores deinmejorable carácter, de rentas pingüesadelantadas y verdaderas minas de lossiervos del Señor.

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Clamoreo lúgubre anunciaba desde eltoque del alba el día consagrado a losrecuerdos de la muerte, y a esosdespojos que no tienen nombre especialy que vivieron con nuestra propia vida.

En muchas casas se encendíanlámparas, velas y cirios como pararevivir en la intimidad del hogar másvivos los recuerdos de las personasamadas.

Rompían por todas parteslamentaciones y lloros, la ternura y losdiligentes cuidados se manifestaban enlos adornos sepulcrales; cirios labrados,gasas, flores, coronas, abalorios, ycuanto podían sugerir el cariño o lavanidad para honrar las tumbas.

Para el pópulo era un día

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verdadero de dolor y gozo.Llorar al muerto, enterrar el hueso,

comprar la fruta, disponer la ofrenda,pasear la plaza, ésos eran muchosplaceres y muchas seducciones para undía de lágrimas.

En las bizcocherías y panaderías sevendían y venden en cantidadesfabulosas tortas de muerto con suslabores simétricas y su azúcar en polvoespolvoreada por encima; eran dulcesde ordenanza el ponche, la sabrosísimajalea de tejocote y los alfeñiques querecorrían toda la escala social.

Para la jalea y para el alfeñique secelebraban verdaderas especialidades, yhabía tejocotes de particular nombradía;la gala de la jalea consistía en su

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transparencia y se hacía ostentación deaquélla en que la tarjeta o dedicatoria seponía en el fondo del platón leyéndosecomo al través de cristales.

Los alfeñiques, especialmente losdel convento de San Lorenzo, alcanzaronmerecido renombre, eran pirámides ycaprichos fantásticos, obeliscos, rocas,ríos y paisajes primorosos.

Pero el alfeñique constituía ramode cuantioso comercio que afectaba a lagente pobre.

Además, en las casas particularesel alfeñique y las calaveras de azúcarsuministraban pretexto y materiales paralos regocijos del hogar.

De la clase media para abajo, erade verse a las muchachonas frescas y

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coloradas con los túnicos en holgura, lasmangas remangadas, listas al vertersedel almíbar sobre la fría losa que lacongelaba, arrancar trozos, golpear,pulir y sacar como esculturas hábilesgallinas y borregos, mulitas y juguetesen medio del ir y venir, los saltos y loshurtos de los chicos, que eran la vida yel sazón de la fiesta.

Los chicos, los criados, losconocidos, los infinitos devotos delpréstamo forzoso creían cobrar derechopara pedir a todo el mundo su calavera ysus animitas, y ese contingenteextraordinario caía sobre el mercado,para convertirse en entierritos degarbanzo, muertos, escribanos, tumbas,piras y ofrendas variadísimas.

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La parte gastronómica tenía susartículos de consumo de ordenanza,descollando para el populacho, enprimer término, las «cabezas» calientesde horno, de las que se hacía fabulosoconsumo, siendo los lugares másnotables de expendio Necatitlán, LaRetama, Nana Rosa, Don Toribio y lasinmediaciones de las pulquerías de LaGarrapata y de Tío Juan Aguirre, a lasinmediaciones de Santiago Tlatelolco,camposanto que revalidó su crédito enla primera invasión del cólera ocurridaen 1833.

Las personas más encopetadasrecurrían al mole de guajolote para quelos asistiese en sus tribulaciones, y losmuertos de pan y de chacualole

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(calabaza cocida con miel de panocha)eran los manjares que se colocabansobre los sepulcros, entre la cera, lasabundantes frutas y las golosinas queconstituían la ofrenda.

La ofrenda, particularmente en lospueblos de indígenas, era y sueleconsiderarse como pingüe rendimientode la Iglesia y de curas y sacristanes.

Pasados los llantos y el caer de lassombras, las lechuzas del templo seabalanzaban sobre las ofrendas de losdifuntos, y aquel botín cuantiosoregocijaba a los que quedaban con elalma en el cuerpo en este valle delágrimas.

Anunciando el día solemne de laconmemoración de los difuntos, llorando

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y llenos de fervor, los fieles de ambossexos se dirigían en masa yatropellándose a los panteones.

Las primeras horas se dedicaban alornato y pompa de los sepulcros, a losadornos de vistosas flores, a lospabellones de gasa, a los moños de loscirios y blandones, y a escenas mil enque solía manifestarse la ternura de lamadre amante, del hijo y del esposo.

Familias enteras se estacionaban enel cementerio a llorar a sus muertos, yallí vivían y comían como en familia,desarrollándose espantosamente lasensibilidad, con el zumo del maguey ycon el enérgico chinguirito.

Las velas y los cirios ardían en losinmensos portales de Santa Paula y San

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Fernando, formando hileras, bosques ypromontorios de llama; la concurrencianumerosísima, vestida con ciertaelegancia, y en la clase alta con lujodeslumbrador, se envolvía en lacorriente de devotos, y haciendo galadel llanto y obligado adminículo de ladiversión, sollozos y lamentos, serecorrían, como hoy, elocuentes odisparatadas inscripciones, dandorienda a la maledicencia.

En los tránsitos de panteón apanteón, la gente morigerada y de altoquirio, hacía posa en neverías y fondaspara refocilar a la doliente humanidad, yel pópulo acudía a la pulquería, dulcealivio de todas sus penas, dondeestimulada la sensibilidad más y más

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conmovida, estallaba en celos, disputasy riñas espantosas, que daban sucontingente cuantioso al camposanto,haciéndose el duelo en chirona, o en elhospital los que quedaban con vida.

La Iglesia no podía permanecerindiferente a las demostraciones deduelo; en cada templo, a las puertas y detrecho en trecho, en el interior de loscementerios, había una mesilla con sucubierta negra, sucia y con chorreonesde cera; en ella una amarilla calavera, elacetre, el hisopo, y a la espalda la toscasilla del sacerdote y el característicotololoche, alzando su cuello de rocínflaco sobre el aparato mortuorio-mercantil.

La tarifa de las pingües

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recaudaciones era sencilla: medio realpor el responso rezado, y ciento porciento más por el cantado, conacompañamiento del desastradotololoche.

La pitanza se depositaba en elacetre; bajo la mesa había uno o doscántaros con agua para reponer lamateria prima de las preces, y del cantoy acetre había que se llenara muchasveces y muchas se vaciara,recaudándose en algún camposantopopular, hasta seis y ocho mil pesos desolos responsos.

En esos grandes cementerios noaristocráticos, en las tardes y al caer lanoche, eran las orgías, los desórdenes,las riñas espantosas y el llanto; el

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requiebro, la blasfemia y la sangretrazaban cuadros que por fortuna noalcanzamos ahora que se dice quetocamos en el último grado dedesmoralización.

En las noches no cesaba el furor, noobstante el asoleo, las riñas, las harturasy el trajín sentimental de todo el día.

La noche era dedicada a losrosarios de ánimas o patrullaseclesiásticas con sus cantores y con sutololoche al frente, rezando yderramando responsos en las calles adiestro y siniestro.

El llamamiento de aquella comitivaera por cuanto vos, como que se tratabade una serenata fúnebre, y el esmero y lavanidad se cifraba en que se

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proclamasen los nombres de los difuntosbeneficiados y quedara entendido elvecindario que no pasaban la nocheaquellos pobres muertos sin un fandangoa su manera.

Era muy frecuente que amantesdesdeñados o matrimonios mal avenidoscohechasen a monigotes y cantantes paraque proclamasen en su responso elnombre del petimetre veleidoso o de laquerida infiel y entonces, si el aludido oalguno de sus deudos era de brío yalentaba coraje, sacudía trancazos queera una gloria a los búhos, y aquellosgritos, y aquella zambra, y aquellaslágrimas calientes y genuinas, eran comoquien dice el complemento y la gloriadel día.

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Las cosas han cambiado: en el día sepuede decir que hay simones para losmuertos que se desviven por llevar sucarga, y es milagro que no insten a lagente a que se muera para tener susviajecitos.

Las industrias de los cargamuertosestán abolidas, quitando el pan de laboca a muchas familias de conductores,cargadores, cantores y bendecidores yacompañantes de los muertos.

Se han arruinado, en mucho,tráficos de actividad mercantil, todanacional, que servía no sólo a loscuerpos sino a las almas de nuestroshermanos, y con sus coronas, susnomeolvides y sus abalorios haderrotado el extranjero al cempasúchil

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fatídico, al incienso y a las ofrendas.Las grandes orgías mortuorias han

desaparecido; las guardias y la policíahan quitado su sazón al día,encerrándolo cuanto no es capaz.

La autoridad, como si no nos vieracon las lágrimas en los ojos, hadisminuido las horas de consuelo de losdolientes, y a las tres de la tarde yaparece que ni somos cristianos y quehemos nacido de las yerbas.

En cambio se han multiplicadomonumentos de exquisito gusto y aun deverdadera belleza artística. El culto delas flores es constante y complace ver alos padres de familia llevar a sus hijos arendir homenaje a sus deudos queridoscon esa ofrenda, símbolo de la plegaria

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y del amor.En vez de las comitivas

mercenarias, es frecuente queacompañen a los cadáveres sociedadesfraternales llenas de compostura.

Sobre todo, el sepulcro en la tierra,el sepulcro-altar, el que aleja la idea dela especulación y hace de la piedra y delmármol el relicario de los restosamados de los que fueron; los árboles ylas flores, sin quitar su majestad a lamuerte, han hecho templos abiertos delos panteones y dan lugar alrecogimiento y la contemplación.

El cementerio de Dolores, aunquede difícil comunicación con losvivientes, está bien situado, pero esnecesario echar un viaje al otro mundo

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para persuadirse de sus ventajas.El cementerio de la Piedad, menos

ventajosamente situado que el deDolores, ofrece muchas comodidadespara la asistencia de los vivos; lacomunicación es fácil, el transportebarato y, sobre todo, el aseo, ladiligencia y el espíritu de caridad delencargado de él, señor Cagide, hacenque cada día adquiera mayor crédito.

El panteón de Guadalupe es hoy delos preferidos por la aristocracia; perono ofrece condición alguna de belleza nitiene espacio suficiente para hacer unlugar digno de su objeto. Ese panteón, lomismo que el del Campo Florido, nopuede tener larga vida.

El Panteón Francés es el

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verdaderamente hermoso y digno de suobjeto y de un pueblo civilizado:majestad, belleza, salubridad,grandiosidad religiosa, esmero ypropiedad en el culto, todo se encuentraallí.

En cuanto a rosarios y fiestasnocturnas han desaparecido, sin dudaporque los interesados tuvieronpresentes el diálogo aquel que repetíanen estos días los léperos:

—Comadre pelona,me alegro de verte.—No andemos con chanzas,que yo soy la muerte.

O este otro, también leperocrático neto:

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Andando de vagamundome encontré una calavera,y le dije en lo profundo:A mí lo mismo me pegamás que sea del otro mundo.

La Plaza de Muertos requiere «SanLunes» aparte.

Fidel

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Gente de chispa[24]

No quiero hablar de los seresprivilegiados que llevan en la frente eldistintivo del elevado ingenio; muchomenos se empeñará mi pluma ensostener levantado un extremo de lacortinilla que oculta a los «cocteles»,nombre con que han dado en distinguir alos devotos de Baco, cuando vistenlevita y frecuentan las cantinas: mi altamisión se dirige a bosquejar, aunque sea

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imperfectamente, a esos seres que vivendel prójimo, lo mismo que cualquiersalteador de caminos, pero aguzando elingenio, desafiando los peligros de unasituación, con la sonrisa en los labios,cruzando a veces en la culta sociedad,simpáticos, despiertos, y no sólotolerados sino tenidos por gente detrueno, de verdadera chispa, y a los quelos heridos, los descontentos, losenvidiosos, en fin, suelen llamarpetardistas.

El ladrón mismo, cuando halogrado barnizar sus asaltos con ciertasgalas, ha adquirido determinadorenombre, ha ocupado las gradas de laleyenda y ha llenado de ridículo a suvíctima, como lo puede hacer Molière

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mismo con un marido burlado o unperiodista recalcitrante, con unfuncionario público que no quiso torceren su provecho la vara de la justicia.

Así, por ejemplo, desde los másremotos tiempos se trae el nombre deGaratuza, dado como pocos a estegénero de industrias; así alcanzó PilloMadera renombre, así Villarreal ocupólas crónicas judiciales, y así, por último,pululan en calles y portales personasque tienen, sin necesidad de la trompade la fama, muy merecida reputación.

Contábase por los años de 1836 o1837, que en México se había verificadoun robo escandaloso, y que conocía deél el juez integérrimo Cayetano Ibarra.

El sesudo juez lamentábase una

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mañana, hablando sin testigos, con unamigo, de que había olvidado su relojque tenía la costumbre de colgar a sucabecera, después de haberle dadocuerda en las noches. El juez fue a susquehaceres sin más acordarse de laplática.

Casi a la vez que aquellaconversación ocurrió, presentose en lacasa del señor Ibarra, un hombreconduciendo un grande y bien cebadoguajolote (al guajolote no sé por qué seha hecho símbolo de la tontera);preguntó por la esposa del señor juez;apareció ésta, y le dijo el lépero:

—Que dice el señor juez que aquítiene usted este animalito, que es parafestejar su día de usted, que es pasado

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mañana —y así era, en efecto—, y quepor esas señas le mande usted su relojque está a la cabecera de la cama, dondelo pone después de darle cuerda.

La señora, agradecida a la ternezaconyugal, mandó que recogiesen elguajolote, descolgó el valioso reloj desobre la cama y lo dio al lépero.

Cuando el rígido juez volvió a sucasa, se tiraba las barbas y creía que erasu caricatura el malditísimo guajolote.

No habían transcurrido veinticuatrohoras del ruidoso suceso, cuandoausente el juez de la casa, se presentó unhombre exactamente vestido como unode los dependientes del juzgado, y dijo ala señora:

—Vengo muy de prisa, se ha

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encontrado al ladrón del reloj: dice elseñor juez que le mande usted elguajolote, que es el cuerpo del delito,para proceder en contra del ladrón.

La señora obedeció, y quedóconsumado el chasco del juez Ibarra,que es como lo conoce la crónicaescandalosa.

Hace algunos años, en la calle dePlateros, había una joyería de bastantecrédito; el propietario era un ancianooctogenario, que aunque de difícilesmovimientos, era muy apto para losnegocios.

Un día se presentaron en la joyeríaunos caballeros de tan buen porte, demaneras tan elegantes y tancaracterizados como de la alta sociedad,

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que el joyero se puso loco de contento.Entre las joyas del mostrador había

un reloj de bolsa lindísimo, que desdeluego quedó ajustado por los marchantesen trescientos pesos, fuera de otrasalhajas muy valiosas…

—Por ahora —dijo uno de loscompradores— sólo el reloj quierollevar; pero aunque usted no me conoce,tengo aquí cerca quien le mande eldinero antes de las doce del día. Aquídejo el reloj y vuelvo.

El petardista saltó a la cantina deenfrente y dijo al dueño:

—Tenemos una reunioncita hoy alas doce, en los altos de la casa de suvecino de usted. Quiero que para esahora envíe usted trescientos pasteles

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buenos y bien surtidos; aquí tiene ustedla mitad del importe; salga usted a lapuerta para que vea el amigo que todoestará listo.

Salieron a sus respectivas puertasjoyero y cantinero, y gritó el petardista:

—Queda entendido el señor queantes de las doce trescientos por micuenta.

Llevó el reloj el caballero deindustria, y antes de las doce fueroninvadiendo la joyería en procesión,criados con tablas de pasteles… aquellofue un escándalo… la gente reía yaplaudía a dos manos al joyero burlado.

Es costumbre entre los vendedoresambulantes de rebozos, de la Plaza delVolador, que lleven al hombro su

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mercancía, doblada simétricamente demodo que va un extremo de los rebozossobre el pecho del vendedor y el otro daa su espalda.

Un Garatuza, porque ése es elnombre significativo a todos losladrones ingeniosos, incluyendo porsupuesto a los petardistas, aun cuandosean de levita; un Garatuza se fue tras elvendedor de rebozos cosiendo susextremidades con aguja e hilo; en unmomento dado, el Garatuza levantó losrebozos del hombro de la víctima y lostrasladó al suyo con suma celeridad.Volviose aturdido el vendedor a verquién le había robado, registró por todaspartes, sólo vio a otro con rebozos en sumisma dirección…

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—Usted ve, me han robado misrebozos.

—Usted tiene la culpa… para que amí no me suceda, vea usted, los cargocosidos.

En otra escala se ha plagiado aquílo sucedido en un pueblo de Andalucía.

Tenía un vejete bilioso y pocotolerante, una excelente tienda en que sevendía cristal y loza. El vejete estabacontinuamente solo.

Espiole un Garatuza y fue a latienda solicitando la compra de unasopera, de esas de ancha boca,pronunciada cavidad como barriga ysólida base.

El Garatuza veía, elegía y comoque comparaba la boca de la sopera con

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la cabeza del viejo.En un abrir y cerrar de ojos,

cuando el ladrón ingenioso halló lo quebuscaba, esto es, una sopera adecuada asu objeto, la embrocó en la cabeza delviejo hasta sus hombros. Así quedó entinieblas, sin rumbo ni dirección, y sinque su voz se pudiese escuchar.

El Garatuza robó a sus anchas, y elviejo no pudo salir de su desastradaposición, sino dándose de cabezadascontra las paredes.

Pero esas anécdotas, como lasaventuras de contrabandistas, están enlas fronteras del robo y del fraudedeclaradamente, y el Garatuza de quenosotros queremos hablar, es el queusurpa sus fueros al infortunio, o bien

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suplanta el garbo y desenfado de labuena sociedad, o se parapeta conproyectos de industria, o por último,como la hortensia abre sus ramas yflores a la sombra y como al abrigo delhogar.

El Garatuza recluta y bobalicón noes en realidad sino el mendigo más omenos desvergonzado, aquel que conaptitud de trabajar, se empeña en frustrarlo que llaman maldición de Dios, de«vivirás de tu trabajo». Ése pide poco,hace su gancho de su tenacidad, recurrea arbitrios de los que se registran en Lacorte de los milagros, y con tipo máslocal, en los mendigos del Periquillo.

Esos arbitrios son la ostentación dellagas y deformidades, la familia

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numerosa, el niño enfermo alquilado a lavecina para llevarlo en brazos, la receta,la boleta de entierro, el boleto de lacasa de empeño cumplido, larequisitoria de un casero brutal. Entreestos recursos, el de hacer uso de lasniñas de cierta edad en calidad deemisarias para el pedido, es lo másindigno, lo más repugnante yreprensible. ¡Hacer tráfico con lainocencia y el pudor de una niña!¡Exponer su dignidad desde susprimeros pasos en la vida cuando ella esla sola áncora que puede salvarla de laprostitución! ¡Convertir en recurso lamofa, la precocidad en el vicio,tratándose de una hija! Eso es espantosoy no es concebible cómo se fomentan

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esos extravíos dando limosna a lasniñas.

El Garatuza riflero sigue a suvíctima astuto a la casa de juego, a losremates, al hacerse una rifa, al comprarun billete; grita del uno al otro extremode la mesa del garito, «Pepe, ése va porlos dos, ese lote en común», no hayescapatoria; si se pierde, lo perdido,perdido, y si se gana, se cuenta con unacreedor implacable. Este Garatuza espetulante, la más leve resistencia leirrita; si se puede uno escapar, ya tieneuno quién cuente su crónica y le llamaladrón, y que su mujer anda en picospardos, y que falseó usted una firma,motivo por el cual Garatuza tuvo quearrancar a usted de las puertas de la

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cárcel.El Garatuza flechero es menos

audaz; acecha ocasiones más propias; seaparece cuando usted tiene una cita ydesea estar totalmente solo; se aparecedel brazo del hermano de la niña conquien usted quiere quedar bien y tener asu lado amigos; llega en los momentosque cambia usted un billete de banco, ole pagan una cuentecita, o le llaman paraentregarle el dinero, y esto siempreriendo, tirando el flechazo de a diezpesos, y perdiendo terreno hasta llegar ados pesetas o un puro.

El Garatuza gancho tiene infinitasvariedades: su primer cuidado es quedesaparezca hasta la huella de susespeculaciones.

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Le sorprende a usted en medio dela calle cerca de una fonda:

—Amigo, ¿lleva usted ahí dos otres pesos? He invitado a comer a unosamigos y me falta dinero… bien; hastaluego, gracias, nos veremos.

—Buenos días… —dice cuandoencuentra a usted después de algúntiempo—. ¿Me prestó usted tres pesos elotro día?

—Sí señor…—Eso es una bagatela; deme usted

cinco más, la media onza la tendrá ustedmañana.

Entre estos ganchos deben contarselos Garatuzas foráneos. Ellos propalanmulas que nunca se aparecen, de muybuena alzada, frisonas y que se venden

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muy baratas.En la fe de semejantes

descripciones, sueltan los tomines losincautos que es un contento.

Otro día el Garatuza gancho seencuentra muy casualmente con usted, lepregunta si es conocida en México lacasa de un señor Gatera, Gotera o no sesabe cómo, y vea usted la libranza queme envían.

—¡La casa de Gautheil!, magníficafirma, por el dinero que usted quiera.

—Se cumple cuanto antes… ustedme quiere prestar algún pico para noponerme en evidencia.

El dinero se alista, y después deque el deudor está a cientos de leguas,sabe el prestamista que le mostraron el

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duplicado de la libranza, que la libranzaestaba pagada hacía un siglo.

En estas categorías entran losganchos conexos con la curia, herencias,restituciones, depósitos y toda esanomenclatura que constituye un curso dederecho para los petardistas y que dejasin cara en qué persignarse a losincautos en ese colegio práctico que sellama Palacio de Justicia.

¡Paso señores a los arbitristas,paso!, porque ésos son la flor y la natade los pescadores de pejes inocentes, delos cazadores de águilas.

El tipo purísimo es el del«babieca», el de ese payo mediodistraído y extraño al gentío, mediodesgobernado de ropa, medio zonzo al

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hablar.Hace años residía en esta cuidad un

capitalista opulentísimo, muy afecto alas empresas de minas. Un día seanunció en su casa un foráneo que teníaque hablar a solas con él.

El personaje que se puso delante delos ojos era un ranchero crudo, con elcabello entrecano caído a la frente, largabarba, camisa con la pecheraentreabierta, chaquetón y pantalones depaño burdo, en estado ruinoso y unoszapatos que sólo competían enordinariez y tosquedad con sus callosasmanos.

Saludó el ranchero, sacó de debajode la chaqueta un bulto envuelto en unsucio cotense y fue mostrando una

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piedra de mina de riquísima ley,diciendo que por allá muy lejos, y cercade la labor del tejocote de su hacienda,labor que está lindando con el monte,encontró aquella piedra entre otrasmuchas, y que en mucho secreto se latraía a enseñar, por ser la persona únicaque le inspiraba confianza.

Como hemos dicho, el capitalistapoderoso era muy ejercitado enachaques de mina: pregúntesele,pensando que el ranchero no sabía de loque se trataba, por la posición de lamina, dirección de sus vetas, etcétera, ylas respuestas eran altamentesatisfactorias, con la circunstancia deser referidas las condiciones de la mina,que no dejaban duda de que se trataba

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de hombre sencillote y de buena fe.El deseo de explotar al ranchero

hizo que sobre sus entrevistas seguardase profundo secreto: se le visitó,se le obsequió, se le facilitó dinero, y alfin se le hizo regresar a su tierra.

El ranchero salió un día muytemprano para su hacienda, dejandoescrito un papelito a su socio, que decía:«No se canse usted en buscar mi minapor lejos tierras, yo me la encontré enlos bolsillos de usted y siento no haberladejado agotada, para que escarmentarade explotar a los pobres».

En el tiempo de mis verdes abriles,apareció en México un conde opersonaje de esos de rubro altisonanteque trataba con potentados, deslumbraba

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próceres y emprendió no sé cuántosjuegos de prestidigitación con losgobiernos.

De resultas de no sé cuántosnegocios desgraciados, la fortuna delconde, así le llamaremos, decayó, perosin que nadie lo notase, y una nochefueron citadas por él varias personas deposibles, a presenciar una escena desonambulismo y magnetismo yespiritismo, y no sé cuántas cosas másde las que entonces estaban muy en bogay traían trabucados algunos cientos decerebros.

Verificose la reunión con grandeaparato; a cierta hora se dio a la luz unajoven interesante y que respirabaangélica inocencia. Comenzó la sesión

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de magnetismo: cuando todo el mundo secercioró de que estaba completamentedormida y que era el momento de lasegunda vista, la colocó con dirección alsur y le preguntó:

—¿Qué ves?La joven contestó en inglés, que

traducía un intérprete:—Veo una gran calzada; transitan

por ella caballeros, indios a pie, burros,carros… a la derecha… hay peñas,etcétera. Las señales todas del Pedregalde San Ángel.

—Vean ustedes —decía el conde—estamos en el Pedregal de San Ángel.

—¿Qué más ves?—Veo unos árboles entre las

piedras, un hilo de agua después, un

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socavón, es una cueva.—Penetra en la cueva, ¿qué ves?—Una profundidad que me espanta.—¿Qué hay dentro?—Un pozo.—Penetra debajo de esa tierra:

¿qué encuentras?…—Es una olla que tiene como

pedazos de papel dentro y unas puntasde flecha, ¡qué horror!, tres cráneos.

—Avanza.—Estoy en el fondo de una galería,

en el centro hay un ídolo… quitando lacabeza al ídolo, su abdomen es laentrada a una gran escalera… hay unaserpiente al pie de ella con ojos dediamantes…

—¿Qué más ves?

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—Unas ollas con polvo de oro,tesoros inmensos.

Por inverosímil que esta narraciónparezca, ella dio origen a una grancompañía de soñadores, que durantemucho tiempo (cerca de dos años)estuvieron haciendo desembolsos paraencontrar los tesoros del conde, queestaban en los bolsillos de los crédulos.

Volviendo a más vulgaresGaratuzas, se perdería la imaginación yse agotaría el papel de nuestras fábricassi escribiésemos la historia de lasempresas de la seda, del carbón depiedra, de la grana, y mil produccionesen que con ligeras exhibiciones debieronhaberse obtenido ríos de pesos.Queremos entrar en lo más íntimo, en los

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más vulgares recursos de los Garatuzas,recorriendo otra escala.

Ya es un leperillo despabilado ynervioso y llama aparte a lagarbancerilla remilgada, para mostrarlehaciendo sombra al pecho con la sábanarota (frusa), una tumbaga de oro, dandoa entender que es producto de sustraveseos y que la da en nada, en nada,porque tiene un apuro; por supuesto quela tumbaga resulta de oro alemán, ybrama la cristiana contra el ladrón.

Ya en medio de una calle, un léperofinge haberse encontrado medio cubiertapor la tierra, una medalla de plata de laVirgen de Guadalupe, muy milagrosa; leda parte a un chico o a un labriego, y sela deja en la mitad de su valor, porque

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los dos la vieron a un tiempo. Lamedalla es de plomo.

El Garatuza de la alta escuela es elinventor de esas dedicatorias defunciones de teatro y envíos forzosos delos boletos, no siendo remoto que tras elobsequio se presente el cobrador.

En ese particular, en los obsequiosde cumpleaños se ha avanzado mucho.

La plana de un niño dedicada a subienhechor, el señor don Fulano de Tal,lleva aparejada ejecución.

El verso acróstico que se escribeen papel de colores con unos ángelescon sus trompetas y sus coronas delaurel, equivalen a una boleta depréstamo forzoso.

La charanga que invade la casa de

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vecindad del empleado metódico,tocando dianas, haciendo aullar a losperros, alborotando a los muchachos yponiendo en movimiento todo el barrio,es una exhibición al contado, queproporciona ratos deliciosos al objetodesgraciado de la ruidosa ovación.

¿Y qué diré, si le cogen por sucuenta dos o tres escuelas, para mostrarla niñez su gratitud rompiendo las sillas,desgarrando la alfombra y obligando elbolsillo a desembolsos forzosos?

¿Y cómo pintar el alboroto de loscaciques del pueblo, que seguidos deuna tribu, convierte la casa en tianguis,dejándole entrever la esperanza dehacerlo diputado en las próximaselecciones?

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En lo más íntimo de la vida, en lososcuros misterios de la vida doméstica,los Garatuzas tienen faldas, y entoncesadquieren proporciones verdaderamenteespantosas.

Ocupan el primer término, entreestos «ganchos» de puff y a veces demantilla y guantes, las señoras devotas;pero no de esa devoción pura y santa,hija de las creencias religiosas,elemento moralizador de la familia, bajotodos títulos, respetable.

Se trata de la devota ruidosa, laque chancea con el sacristán, remeda alos padres predicadores y censura alpadre confesor Fulano, porque escarbamucho la conciencia, y al Sutano porquees padre de, qué otra cosa, padre de

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tendero, que deja a las almas muydesconsoladas.

A esas señoras francotas,claridosas, que ponen a estos ladronespuros de vuelta y media en sus caras, aésas se les da la comisión de lascolectas.

—Aquí tienen ustedes al CastísimoPatriarca, que viene a pedirles unalimosna para su tríduo.

—Usted, don Pablo, estápudientillo, a usted le tocan lo menoscinco pesos.

—Mire usted, señora doña Plácida,no todo lo que reluce es oro; carasvemos, corazones no conocemos. Pongausted dos.

—Dos pesos: será lo que usted

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guste; pero el Santo Niño, el güerito demi vida, se queda con la manita aparada,cuando le contó el cardillo que dio ustedpara el beneficio de la bailarina Fanny,diez pesos.

—No —dice otra anciana de vozmasculina—, no puede ser menos elCastísimo Patriarca, que suelte diezpesos.

—Ya estamos arreglados, doy loscinco pesos que quería doña Placidita.

—Bien, Plácida, hemos sacado unjudío de la Inquisición.

—¿Y usted, don Nabor?, lo menostres pesos.

—Señora, si a mí me ha tocado el«palo» en la mitad del alma.

—¡Cállate, boca!, no me hagas

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decirle que donde lloran está el muerto;usted no necesita del palo con el poderque tiene de doña Toribita…

—Señora…—Yo no me meto en la conciencia

de nadie, pero bueno es tener abogadosen la otra vida.

—Sí, señora, me convenzo, doy lostres pesos.

—A ti, Pipichi, sólo te pongo unpeso, estoy al tanto de la jugada que tehizo la mujer del general a quien levendiste el aderezo de tu tía.

Y como doña Placidita conocecomo nadie el estado financiero de cadaprójimo, y este estado suele estarenlazado muy íntimamente hasta consecretos mayúsculos con doña Placidita,

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tiene la Iglesia un verdadero manantialde recursos.

En esta interminable familia de lasGaratuzas, hay un tipo que es bueno, quees generoso y digno de cariño, cuandose encierra en determinados límites;pero esos límites los traspasafrecuentemente, y es el boletín delescándalo más completo y más nocivode cuantos se pueden imaginar. Se tratade doña Prisca. Sabe Prisca lasnecesidades del prójimo y se apresura ahacer colectas desde padrenuestros ysudarios para las almas en pena, hastasombreros y ropa vieja. Pero con motivode estas agencias mismas, sabe mucho;por ejemplo, que hay un marido jugadorque tiene a su mujer en la miseria,

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exponiéndola con el amabilísimodiputado que la visita, conoce losverdaderos apellidos de todos cuantostrata, y de consiguiente el número deniñas abandonadas y de niños a quienesdejan sus padres a la luna de Valencia;en suma, esta Garatuza recaudadora esplaga tremebunda.

Debería abrir las páginas de unestudio especial para los Garatuzas quehacen perdediza la llave donde está eldinero, para que les supla lo del coche ocualquier otro pico, la visita afectuosa.

No es desusado, aunque eso jamásacontezca entre personas de buenaeducación, que una criada llame a laseñorita aparte desde la puerta, y laseñorita rehúse pararse a sacar del

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ropero un pico corto para un apuro delmomento, ni que un chico pida en vozbaja su medio, para que al fin lodesembolse la visita, ni que lepromuevan conversación, ya dechucherías y objetos de tocador y deropa, que se venden por una bicoca, yade paseos o espectáculos, en que pordiestro que el aludido sea, cargue contoda la parentela.

Pero el Garatuza más venenoso esaquel que os busca, lector querido, nopara pedir dinero, Dios lo libre, porqueél no acostumbra chasquear a nadie, sinopara una firmita, bien de fianza de casa,bien de responsiva de sastre, bien deabonos de una máquina de coser… Esosí es cajeta… y no menciono los

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padrinazgos de bodorrios, bateos yotros, porque el papel se acaba y acabode ver bostezar a mis lectores.

Fidel

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Notas

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[1] Publicado por primera vez en RevistaCientífica y Literaria de México, t. I,México, 1845, pp. 27-29. Ha sidoeditado posteriormente en otrasocasiones. El texto está tomado del tomoII de Obras completas de GuillermoPrieto, Cuadros de costumbres 1,compilación, presentación y notas deBoris Rosen Jélomer, prólogo de CarlosMonsiváis, México, Conaculta, 1993,pp. 402-408. <<

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[2] Publicado en El Siglo XIX, 13 demarzo de 1842, p. 3. el texto estátomado del tomo II de Obras completasde Guillermo Prieto, Cuadros decostumbres 1, op. cit., pp. 96-99. <<

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[3] Publicado en El Siglo XIX, 18 defebrero de 1842, pp. 2-3. el texto estátomado del tomo II de Obras completasde Guillermo Prieto, Cuadros decostumbres 1, op. cit., pp. 78-81. <<

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[4] Publicado en El Siglo XIX, 6 de juniode 1842, pp. 2-3. el texto está tomadodel tomo II de Obras completas deGuillermo Prieto, Cuadros decostumbres 1, op. cit., pp. 111-116. <<

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[5] Publicado en El Siglo XIX, 18 demarzo de 1842, pp. 2-3. el texto estátomado del tomo II de Obras completasde Guillermo Prieto, Cuadros decostumbres 1, op. cit., pp. 100-106. <<

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[6] Publicado en El Museo Mexicano, t.II, México, 1843, pp. 337-340. El textoestá tomado del tomo II de Obrascompletas de Guillermo Prieto, Cuadrosde costumbres 1, op. cit., pp. 237-244.<<

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[7] Publicado en El Museo Mexicano, t.II, México, 1843, pp. 377-380. El textoestá tomado del tomo II de Obrascompletas de Guillermo Prieto, Cuadrosde costumbres 1, op. cit., pp. 100-106.<<

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[8] Publicado en El Museo Mexicano, t.II, México 1843, pp. 428-430. El textoestá tomado del tomo II de Obrascompletas de Guillermo Prieto, Cuadrosde costumbres 1, op. cit., pp. 428-430.<<

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[9] Publicado en El Museo Mexicano, t.III, México, 1844, pp. 25-28. El textoestá tomado del tomo II de Obrascompletas de Guillermo Prieto, Cuadrosde costumbres 1, op. cit., pp. 258-265.<<

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[10] Publicado por primera vez en ElMuseo Mexicano, t. III, México, 1844,pp. 373-377. Reimpreso en El Nacional,periódico literario, t. IV, México, 1872,pp. 49-54. El texto está tomado del tomoII de Obras completas de GuillermoPrieto, Cuadros de costumbres 1, op.cit., pp. 355-364. <<

Page 678: Prieto-Por Estas Regiones Que No Quier - Guillermo Prieto

[11] Publicado en El Museo Mexicano, t.III, México, 1844, pp. 428-429. El textoestá tomado del tomo II de Obrascompletas de Guillermo Prieto, Cuadrosde costumbres 1, op. cit., pp. 388-391.<<

Page 679: Prieto-Por Estas Regiones Que No Quier - Guillermo Prieto

[12] Publicado en Revista Científica yLiteraria de México, t. I, México, 1845,pp. 321-325. El texto está tomado deltomo II de Obras completas deGuillermo Prieto, Cuadros decostumbres 1, op. cit., pp. 433-439. <<

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[13] Publicado en El Álbum Mexicano, t.II, México, 1849, pp. 105-108. El textoestá tomado del tomo II de Obrascompletas de Guillermo Prieto, Cuadrosde costumbres 1, op. cit., pp. 512-518.<<

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[14] Publicado en El Álbum Mexicano, t.II, México, 1849, pp. 175-177. El textoestá tomado del tomo II de Obrascompletas de Guillermo Prieto, Cuadrosde costumbres 1, op. cit., pp. 533-537.<<

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[15] Publicado en El Siglo XIX, 8 deabril de 1878, pp. 1-4. el texto estátomado del tomo III de Obras completasde Guillermo Prieto, Cuadros decostumbres 2, compilación,presentación y notas de Boris RosenJélomer, prólogo de Carlos Monsiváis,México, Conaculta, 1993, pp. 106-115.Los títulos en corchetes han sido puestospor el editor. <<

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[16] Publicado en El Siglo XIX, 15 deabril de 1878, pp. 1-4. el texto estátomado del tomo III de Obras completasde Guillermo Prieto, Cuadros decostumbres 2, op. cit., pp. 116-123. <<

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[17] Publicado en El Siglo XIX, 20 demayo de 1878, pp. 1-4. el texto estátomado del tomo III de Obras completasde Guillermo Prieto, Cuadros decostumbres 2, op. cit., pp. 161-169. Sesustituyó el título con que figura allí, quees «[¿Es usted demócrata o cambió decasaca?]», puesto por los editores, porel que aquí figura, por considerarse másapropiado. <<

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[18] Publicado en El Siglo XIX, 15 dejulio de 1878, pp. 1-4. el texto estátomado del tomo III de Obras completasde Guillermo Prieto, Cuadros decostumbres 2, op. cit., pp. 227-236. <<

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[19] Publicado en El Siglo XIX, 19 deagosto de 1878, pp. 1-4. el texto estátomado del tomo III de Obras completasde Guillermo Prieto, Cuadros decostumbres 2, op. cit., pp. 284-291. <<

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[20] Publicado en El Siglo XIX, 26 deagosto de 1878, pp. 1-4. el texto estátomado del tomo III de Obras completasde Guillermo Prieto, Cuadros decostumbres 2, op. cit., pp. 292-300. <<

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[21] Publicado en El Siglo XIX, 2 deseptiembre de 1878, pp. 1-4. el textoestá tomado del tomo III de Obrascompletas de Guillermo Prieto, Cuadrosde costumbres 2, op. cit., pp. 301-309.<<

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[22] Publicado en El Siglo XIX, 19 denoviembre de 1878, pp. 1-4. El textoestá tomado del tomo III de Obrascompletas de Guillermo Prieto, Cuadrosde costumbres 2, op. cit., pp. 405-413.<<

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[23] Publicado en El Siglo XIX, 28 deoctubre de 1878, pp. 1-4. el texto estátomado del tomo III de Obras completasde Guillermo Prieto, Cuadros decostumbres 2, op. cit., pp. 377-385. <<

Page 691: Prieto-Por Estas Regiones Que No Quier - Guillermo Prieto

[24] Publicado en El Siglo XIX, 1 deagosto de 1878, pp. 1-4. el texto estátomado del tomo III de Obras completasde Guillermo Prieto, Cuadros decostumbres 2, op. cit., pp. 255-264. <<

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Por estas regiones que no quierodescribir

De la época santanistaLiteratura nacional. (Cuadrode costumbres)Ojeada al centro de MéxicoNi yo sé qué escribiré«Corpus». Año de 1842CumpleañosCartas sobre México ICartas sobre México II(Alameda y Bucareli)Cartas sobre México III(Diversiones públicas.Teatros)

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Cartas sobre México IV(Diversiones públicas. Teatrode Nuevo México)Costumbres y trajesnacionales (Cocheros)Un puesto de chía en SemanaSantaAmalio Espejel o la«tonomanía»Daguerrotipo social I (Unjoven de provecho: losimportantes)Daguerrotipo social II(Exposición de retratos:Enriquito Filigrana)

De la época de don Porfirio[Naranjas y dulces en SantaAnita]

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[Me dijo y le dije][Historia de los ases][Cada uno en su casa][Don Hilarión se puso demoda][Las hijas de don Pantaleón][Siguen las amigas]Memorias de un Abelardo demi tiempoMuertos y panteonesGente de chispa

Notas