PRESENTACION - Rafael Landívar University

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PRESENTACION Desde su angustia mortal, que era en el fondo sed de vida eterna, gritaba Unamuno a Dios en uno de sus Salmas: «Quiero verte, Senor, y morir luego, morir del todo; pero verte, Senor, verte la cara, jsaber que eres! jsaber que vives!». A quienes creemos en Dios nos duelen estas palabras como las de un hermano que sufre, teniendo tan cerca el objeto de sus ansias. Lo mismo que nos duele la oracion desolada de Diimaso Alonso: «2Existes? (no existes? (estiis? Lo ignoro, S1, 10 ignoro. Que estes, yo 10 deseo intensamente, yo 10 pido, 10 rezo. (A quien? (a quien? Problema es infinito. (A ti? (pues como, si no se si existes?». Nos duelen estos lamentos, pero no nos asombran. A veces, hasta se insinuan dentro de nosotros preguntas semejantes. So- mos hombres como elios. Necesitarfamos, como elios, ver aDios directamente, comprender todas sus disposiciones, expenmen- tar con evidencia el am or que nos tiene. Los cristianos somos cap aces' de reaccionar, a pesar de todo, manteniendo la serenidad y aun vivien do con alegrfa. No porque Jesus de Nazaret se mostrara con indiscutible claridad como Dios presente en la tierra, 0 porque diera explicaciones con- vincentes sobre todas las disposiciones divinas y complaciera en todo a los hombres, dando con ello prueba del amor de Dios hacia nosotros. Nada de esto, que se ajustarfa a los deseos naturales del hombre, pero que no tuvo lugar, fundamenta la actitud de los discipulos de Jesus, sino puramente su fe en el, en sus palabras y sus actuaciones, en su vida, su muerte y su resurreccion. A traves de todo ello, los cristianos intuimos a 11

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PRESENTACION

Desde su angustia mortal, que era en el fondo sed de vida eterna, gritaba Unamuno a Dios en uno de sus Salmas: «Quiero verte, Senor, y morir luego, morir del todo; pero verte, Senor, verte la cara, jsaber que eres! jsaber que vives!».

A quienes creemos en Dios nos duelen estas palabras como las de un hermano que sufre, teniendo tan cerca el objeto de sus ansias. Lo mismo que nos duele la oracion desolada de Diimaso Alonso: «2Existes? (no existes? (estiis? Lo ignoro, S1, 10 ignoro. Que estes, yo 10 deseo intensamente, yo 10 pido, 10 rezo. (A quien? (a quien? Problema es infinito. (A ti? (pues como, si no se si existes?».

Nos duelen estos lamentos, pero no nos asombran. A veces, hasta se insinuan dentro de nosotros preguntas semejantes. So­mos hombres como elios. Necesitarfamos, como elios, ver aDios directamente, comprender todas sus disposiciones, expenmen­tar con evidencia el am or que nos tiene.

Los cristianos somos cap aces' de reaccionar, a pesar de todo, manteniendo la serenidad y aun vivien do con alegrfa. No porque Jesus de Nazaret se mostrara con indiscutible claridad como Dios presente en la tierra, 0 porque diera explicaciones con­vincentes sobre todas las disposiciones divinas y complaciera en todo a los hombres, dando con ello prueba del amor de Dios hacia nosotros. Nada de esto, que se ajustarfa a los deseos naturales del hombre, pero que no tuvo lugar, fundamenta la actitud de los discipulos de Jesus, sino puramente su fe en el, en sus palabras y sus actuaciones, en su vida, su muerte y su resurreccion. A traves de todo ello, los cristianos intuimos a

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Dios revehindose a S1 mismo, aun cuando no lleguemos a com­prenderle y nuestra razon halle dificultades todav1a mayo res que las que encuentra al tratar de descubrirlo a traves de la creacion.

c:Es, entonces, la fe una actitud ciega, fruto de una decision arbitraria? Ciertamente hay en la fe un elemento que no brota de nuestra naturaleza, que no es producto de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad, sino que nos viene de fuera. Estamos seguros de ello, porque constatamos que el creer, en ultimo termino, no depende de nuestro esfuerzo y experimentamos, ademas, que la fe suele entrar en crisis cuando toma cuerpo en nosotros la humana autosuficiencia.

Pero este elemento, que la fe misma asegura ser un don gratuito de Dios, no anula ni suple el ejercicio de nuestras facultades; 10 precede y acompana. Mas aun, 10 exige. Porque Dios, que creo al hombre dotandolo de inteligencia y de vo­luntad libre, no solo respeta su propia obra, sino que quiere que el hombre actue usando de las facultades que Ie otorgo. Tambien cuando se trata de creer en su revelacion.

Por eso, la fe no puede ser grata aDios si no se funda en la con vic cion previa, por parte del hombre, de que efectivamente ha habido una revelacion divina, la cual ha llegado hasta no­sotros mediante una transmision divinamente garantizada.

Esta conviccion presupone una consideracion y examen de los argumentos en que se apoya la afirmacion del hecho mismo de la revelacion y de su transmision fiel, y un juicio conclusivo sobre la validez de tales argumentos. Es esta una tarea que el hombre tiene derecho y obligacion de realizar antes de pres tar su fe , para no exponerse a rechazar 10 divino 0 a tomar por divino 10 que no es tal.

Con respecto a la revelacion concreta de Dios en Jesus de Nazaret y a su fiel transmision en la Iglesia por el fundada , semejante derecho y obligaci6n in cum ben al no cristiano que sospecha seriamente acerca de la posible verdad de todo ello, y tambien al cristiano que seriamente sospecha acerca de un po sible engano.

Obviamente, no puede exigirse a todos un estudio estric­tamente teologico, sino una reflex ion al nivel que corresponde a la propia capacidad y posibilidades, teniendo en cuenta, eso S1, que se trata de una cuestion fundamental que afecta hasta

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los estratos mas fntimos de la persona y compromete la presente vida temporal y la futura vida definitiva . En muchos casos, podra bastar, con la ayuda de una sencilla catequesis, una conside­raci6n elemental sobre la vida y doctrina de Jesus, sobre la santidad de determinados seguidores suyos y sobre las asp ira­ciones mas nobles que uno experiment a en sf mismo.

Hay que tener en cuenta, sin embargo, que las circunstancias de nuestro tiempo exigen mas que nunca en los cristianos una buena formaci6n, incluso teo16gica en la medida de 10 posible, para que est en «dispuestos siempre a dar raz6n de la propia esperanza» (1 Pe 3, 15) .

A este proposito, hay que reconocer tambien que la pro­blematica, cada vez mas amplia y especializada, que abarca la fundamentaci6n teo16gica de la actitud creyente, no puede verse resuelta con s6lo leer un sen cillo manual 0 asistir a unas cuantas clases. Unicamente unos pocos pod ran especiaLzarse en los di­versos temas, y a elios habran de recurrir los demas. Por otra parte, quien con excesivo escrupulo acomete el estudio de este sector de la teologfa en su total complejidad y hondura puede correr el riesgo de parecerse al pescador que - segun imagen tomada de Rabindranath T agore - , tan absorto quedo en la preparaci6n de las redes, que se 01vid6 de pes car.

A todo esto hay que aiiadir que, con semejante estudio, se puede alcanzar sin duda una verdadera certeza, como la que nos sirve de ordinario en la vida, incluso cuando se trata de asuntos importantes; pero no es posible lograr una certeza tal, que fuerce al asentimiento. Un optimismo excesivo sobre este punto, como el que se aliment6 algun tiempo, lieva facilmente a la falsa conclusi6n de que solo a una torpe inteligencia 0 a una mala voluntad hay que atribuir la falta de convecimiento de quienes se resist en a creer. Con fina mali cia ironizaba alguien frente a aquellas seguridades: «Si el valor de los argumentos que legitiman vuestra fe es tan evidente como decfs, ~por que no organizais una asamblea de los hombres mas inteligentes y honestos de la tierra para debatir sobre tales argumentos? Elios, l6gicamente, terminarfan aceptando su valor y quedarfa resuelta de una vez para siempre la cuesti6n religiosa a escala mundial».

No; no es cierto que el hecho de la revelaci6n cristiana y el de su transmisi6n divinamente garantizada en la Iglesia puedan

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probarse con argumentos apodfcticos. T ampoco pretendi6 dar­los Jesus. «Cristo mismo tuvo en cuenta el numero de milagros que hacia y su eficacia probatoria en relaci6n con las condiciones y la disposici6n de la voluntad de sus oyentes, con el preciso intento de ayudarles a prestar a la revelaci6n divina un asenti­miento que fuera libre, de suerte que no quedara sin premio» (Pablo VI, EcclesZam suam: AAS LVI, 1964, pp. 642-643).

Ciertamente, como hemos dicho, no pueden atribuirse sin mas a torpeza intelectual 0 a maldad volitiva los fracasos en la fundamentaci6n de la Fe. Esto, sin embargo, no impide reco­nocer la parte negativa 0 positiva que la inteligencia y la voluntad humanas tienen al respecto . A decir verdad, la inteligencia no se enfrenta con dicho problema en puro aislamiento. La vol un­tad, en efecto, se interfiere con su influjo, mas 0 menos cons­ciente, en el examen de los argumentos, promoviendolo 0 sos­layandolo, y tambien en el juicio conclusivo, favoreciendolo u obstaculizandolo en un sentido 0 en otro. Asi ocurre que, «para los que desean ver, la luz es suficiente; pero tambien es suficiente la oscuridad para los que estan dispuestos a no ver» (Pascal, PensamZentos, 430) .

En realidad, cad a hombre concreto se halla condicionado por multiples factores, que configuran su esfera intima: dotes naturales, herencia, educaci6n, experiencias vitales y, sobre todo, la opci6n fundamental una vez tomada. Estos condicio­namientos, en forma de prejuicios y predisposiciones, tienen una importancia grande en las decisiones de la voluntad y, con­siguientemente, en su influjo sobre el examen y el juicio de la inteligencia que investiga los fundamentos de la fe que se profesa o que se piensa poder acaso abrazar.

Tales condicionamientos, cuando son negativos, mueven a unos a adoptar la tactica del avestruz, rehuyendo el mismo planteamiento y examen del problema, 0 impulsan a otros a buscar pretextos, tal vez incoscientemente, para impedir la con­clusi6n favorable de dicho examen, ya que todo hombre tiende a adaptar sus ideas a sus deseos, cuando no posee el valor necesario para ajustar su conducta a sus ideas .

De ahi, el derecho y el deber de procurarse una tal dis­posici6n de la voluntad , que permita examinar y juzgar sobre el problema de la revelaci6n divina con un perfecto equilibrio

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y libertad autentica. No se trata de sustituir con semejante disposici6n la labor de la inteligencia, sino de facilitarla , pues «la disposici6n intern a no es la que ve, sino la que permite ver» (M. Blondel, Exigences philosophzques du Christianisme, p.43).

A la luz de todo 10 anterior, aparece la fundamentaci6n de la fe como una tarea compleja y delicada, que ha de realizarse teniendo en cuenta la situaci6n de cada persona.

Quien no acepta la existencia de Dios 0 duda de ella no podra dar un paso hacia la fe, si previamente no llega a aceptar con certeza dicha existencia, a base de las que se aducen como pruebas de la misma ante la raz6n humana.

Supuesta la creencia en Dios, el que asp ira a poseer una fe s6lida en su revelaci6n a traves de Jesus de. N azaret y en la transmisi6n de la misma divinamente garantizada, tiene que recurrir a los documentos que dan testimonio de los aconteci­mientos a los que se afirma vinculada la intervenci6n divina, y, sobre los datos obtenidos, establecer la necesaria reflexi6n. Los testimonios de la Biblia y de la Tradici6n cristiana habra de considerarlos tan s6lo como hist6ricamente fidedignos, aun cuan­do se trate de alguien que, siendo ya cristiano, pretenda uni­camente revisar 0 afianzar los fundamentos de su fe . Si, con miras a esto, utilizara tales documentos considerandolos fuentes de fa propia fe, caerfa en el cfrculo vicioso de fundamentar su fe en la misma fe que ya posee.

Ello no quiere decir que haya de renunciar a esta fe suya, ni siquiera temporalmente mientras dura el estudio de sus fun­damentos (d. DS 3036); su trabajo ha de parecerse al de la inspecci6n y consolidaci6n de las bases de un edificio, sin de­rribarlo. La Sagrada Escritura y la Tradici6n eclesial seguiran ofreciendo al creyente la vision mas profunda de la revelacion cristiana, la cual no fue un puro acontecimiento historico a nivel humano, sino, ademas y sobre todo, un hecho misterioso en el que intervino Dios y del cual, bajo este aspecto, hablan prin­cipalmente la Escritura y la T radicion.

Por otra parte, el motivo principal que debe impulsar at cristiano a fundamentar s6lidamente su fe no ha de ser el de: pertrecharse para la defensa de la misma contra quienes no la comparten 0 incluso la denigran, sino la de vivir la propia actitud

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creyente con mas honda conciencia y poder dar razon de la misma a quienes se muestren en ello interesados, 0 simplemente bien dispuestos. No ha de ser con una actitud polemica como hay que presentarse ante el mundo, sino con una disposicion de servicio fraterno, «con buenos modos y respeto» (1 Pe 3, 16); no para condenar, sino para comprender a los no creyentes y conseguir que escuchen la exposicion serena de los tftulos del cristianismo.

Nos hemos esforzado por responder con la mejor voluntad a todas estas exigencias en la realizacion de nuestro trabajo. En eI ofrecemos, a modo de preambulo, un estudio sobre las senales de Dios en la naturaleza creada. Tratamos de intuir, a conti­nuacion, 10 que pudo ser la primera manifestacion sobrenatural de Dios a los hombres, y 10 que de revelacion divina puede haber en las antiguas religiones. Consideramos luego la reve­lacion de Dios en la historia de Israel. Con mayor interes y extension nos ocupamos de la revelacion de Dios en J esucristo, Palabra suya encarnada. Estudiamos la fe como respuesta del hombre a la revelacion divina. Pasamos seguidamente a exa­minar la transmision de la revelacion en la Iglesia. Y terminamos asomandonos, en cuanto nos es dado, a 10 que sera la revelacion final de la gloria de Dios.

Son muchos los temas que hemos tenido que tocar, algunos de los cuales han sido y siguen siendo todavia estudiados con gran empeno, a fin de poderlos clarificar y resolver definitiva­mente. De todos ellos hemos intentado ofrecer un apretado resumen, bajo la forma mas sencilla que nos ha sido posible. Si nos hemos decidido a hacerlo, aceptando el riesgo de que se nos considere ingenuamente audaces, se ha debido a la convic­cion personal, cad a vez mas viva, de que es necesario acercar los trabajos de los teologos profesionales, cuando son ponde­rados y respetuosos de la doctrina del magisterio eclesial, a los fieles cristianos mejor formados, los cuales tienen derecho a conocerlos, en particular si se refieren a la fundamentacion de su Fe.

Nos ilusiona pensar que la lectura de las siguientes paginas, ayudandoles a comprobar la solidez de las ensenanzas que un dia recibieron (cf. Lc 1, 4), les afiance en la fe que pusieron en J esucristo, Hijo de Dios, y les estimule a nutrir con ella la propia vida.

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