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INSTITUTO ERICH FROMM DE PSICOLOGÍA HUMANISTA c. Rector Ubach 46, 1º 1ª y Madrazo 113, enlo. 2ª. 08021 BARCELONA Tel: 93 201 10 16. Fax: 93 202 09 72 E-mail: [email protected] Web: www.instfromm.or g MASTER EN PSICOTERAPIA INTEGRADORA HUMANISTA PSICOTERAPIA DE LA GESTALT LA FORMALIZACIÓN TEÓRICA DE LA PSICOTERAPIA DE LA GESTALT ANTE EL CAMBIO SOCIAL autora: Ana Gimeno-Bayón Cobos La Psicoterapia de la Gestalt ante el cambio de contexto social Cuarenta años después de la muerte de Perls, nos conviene recordar el tipo de sociedad en la que se gestó la Psicoterapia de la Gestalt para comprender mejor la y genialidad y el alcance que tuvo su formulación y su práctica, a la vez que preguntarnos hasta qué punto tiene sentido en la sociedad de hoy. La sociedad occidental en la que nació (décadas de los años cincuenta y sesenta) presentaba unos rasgos generales de rigidez, sobreestructuración, hiperracionalismo puritanismo, predominio de las convenciones, y un monolitismo valorativo que primaba el esfuerzo. Buena parte de los psicólogos y psiquiatras adscritos a los modelos teóricos predominantes (psicoanálisis y conductismo) militaban en ellos convencidos de que el suyo era el único modelo válido, y confiaban en él para el tratamiento de cualquier tipo de trastorno mental. Las emociones eran vistas con desconfianza en la terapia, como elementos que podían perturbar la buena marcha del proceso, y en relación con ellas el énfasis estaba en “controlarlas”. La aparición de la Psicología Humanista como campo de diálogo respetuoso entre personas procedentes de esos dos modelos, junto con psicólogos independientes, abrió las ventanas al intercambio y a la humildad de compartir las limitaciones con las que se topaban en la práctica, y permitió el enriquecimiento y la reflexión conjunta. Uno de los resultados que dio fue la proliferación de modelos, metodologías y técnicas de intervención que se apartaban de los esquemas tradicionales y permitían una valoración positiva del mundo emocional, un nuevo modo de integrar el cuerpo en la sesión terapéutica, una presencia más activa y personal del psicoterapeuta, y un amplio margen para la espontaneidad en la sesión, por citar algunos elementos típicos. 1

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PSICOTERAPIA DE LA GESTALT

LA FORMALIZACIÓN TEÓRICA DE LA PSICOTERAPIA DE LA GESTALT ANTE EL CAMBIO SOCIAL

autora: Ana Gimeno-Bayón Cobos

La Psicoterapia de la Gestalt ante el cambio de contexto social

Cuarenta años después de la muerte de Perls, nos conviene recordar el tipo de sociedad en la que se gestó la Psicoterapia de la Gestalt para comprender mejor la y genialidad y el alcance que tuvo su formulación y su práctica, a la vez que preguntarnos hasta qué punto tiene sentido en la sociedad de hoy.

La sociedad occidental en la que nació (décadas de los años cincuenta y sesenta) presentaba unos rasgos generales de rigidez, sobreestructuración, hiperracionalismo puritanismo, predominio de las convenciones, y un monolitismo valorativo que primaba el esfuerzo. Buena parte de los psicólogos y psiquiatras adscritos a los modelos teóricos predominantes (psicoanálisis y conductismo) militaban en ellos convencidos de que el suyo era el único modelo válido, y confiaban en él para el tratamiento de cualquier tipo de trastorno mental. Las emociones eran vistas con desconfianza en la terapia, como elementos que podían perturbar la buena marcha del proceso, y en relación con ellas el énfasis estaba en “controlarlas”.

La aparición de la Psicología Humanista como campo de diálogo respetuoso entre personas procedentes de esos dos modelos, junto con psicólogos independientes, abrió las ventanas al intercambio y a la humildad de compartir las limitaciones con las que se topaban en la práctica, y permitió el enriquecimiento y la reflexión conjunta. Uno de los resultados que dio fue la proliferación de modelos, metodologías y técnicas de intervención que se apartaban de los esquemas tradicionales y permitían una valoración positiva del mundo emocional, un nuevo modo de integrar el cuerpo en la sesión terapéutica, una presencia más activa y personal del psicoterapeuta, y un amplio margen para la espontaneidad en la sesión, por citar algunos elementos típicos.

A la vez, la propia sociedad en la que habían empezado a despuntar pequeños movimientos contraculturales, iba asimilando algunos de los valores de éstos, relajando sus exigencias de adaptación, su rigidez, su dogmatismo, y la hegemonía de la razón por encima de todo. El “pensamiento débil” postmoderno, el auge de los llamados “valores femeninos”, el movimiento corporeísta y otros factores, hicieron que el tejido social fuera cobrando un nuevo color, se relajaran las estructuras, se primaran valores relacionados con el disfrute y la inmediatez, y apareciera un arco iris de modelos de relación, de ética, y, en definitiva, de estilos de vida.

La Psicoterapia de la Gestalt contribuyó, sin duda, a este cambio, al rebelarse contra los valores convencionales. Pero, como señala Shepherd, (1973), cada época genera sus propias defensas, y el propio Perls tuvo que contemplar con preocupación cómo la psicoterapia se deformaba y se convertía en una “cosa rápida-rápida” por efecto de los que llamó “incitadores” “charlatanes” y “embaucadores” (Perls, 1974, p. 13). Y, como apunta Yontef para los gestaltistas “la evitación de la teoría, y especialmente del conflicto intelectual, fomentó la falta de pensamiento claro y la actitud del ‘todo puede

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ser’” (Yontef, 1995, p. 13). La misma Sheperd, en 1970, constataba cómo la Psicoterapia de la Gestalt era más adecuada para personas excesivamente constreñidas y socializadas, mientras que para sujetos menos organizados y con dificultades en el control de los impulsos se requería un enfoque distinto.

Como es obvio, las técnicas útiles para liberar la expresión suponen que ésta es una meta deseada, y el paciente puede apelar a ellas para racionalizar sus acciones, haciendo caso omiso de la responsabilidad y las consecuencias (Sheperd, 1973, p. 225).

Ciertamente, nuestra sociedad no es aquella contra la que se rebeló Perls. Federico Navarro nos decía, en 1993, cómo había variado el perfil de sus pacientes de forma que los porcentajes de personas con estrés prenatal y perinatal (con núcleo psicótico y borderline, respectivamente) sumaban un 75%, y por lo tanto no se les debe provocar catarsis, por su falta de estructura. A mi modo de ver, este hecho es un ejemplo expresivo de la falta de estructura del contexto social, y la consecuencia es la necesidad de repensar las estrategias terapéuticas en este nuevo contexto. Como dije en otro lugar, respecto a la Psicoterapia de la Gestalt:

En el momento en que nació, la mayoría de la población había tenido una educación rigorista y había incorporado patrones de tipo obsesivo, con lo cual la frescura y la llamada a la espontaneidad de la Psicoterapia de la Gestalt en sus primeros tiempos podían ser curativas. La suposición de que el ser humano, si adquiría un suficientemente “darse cuenta” reorganizaba en forma saludable y espontánea su comportamiento, podía tener un componente real en muchos casos. En muchos otros no supo mantener el equilibrio entre el impulso primario del individuo y su inserción en un sistema social respetuoso con los demás (Gimeno-Bayón, 2004, p. 18).

Esta necesidad de replanteamiento, de búsqueda de estructura, en la Psicoterapia de la Gestalt se manifiesta en la búsqueda de un marco teórico sólido, de un razonamiento consistente y claro en que apoyar la práctica, y capaz de soportar las demandas y exigencias propias de la abstracción científica. Una y otra vez, desde distintos autores, aparece la demanda y el intento de descubrir o formular el modelo teórico existente implícitamente la Psicoterapia de la Gestalt. Yo me pregunto si esto es posible, si es necesario, y si es conveniente, o –por el contrario- una de las grandes virtudes de la Gestalt es la de hacer posible la convivencia, en su seno, de distintos modelos y es mejor no encerrarla en unos límites que le restan posibilidades.

La Psicoterapia de la Gestalt ¿es un modelo terapéutico?

¿Qué es, desde el punto de vista formal, la Psicoterapia de la Gestalt? ¿Es un modelo psicoterapéutico? ¿Es un estilo de relación entre terapeuta y cliente? ¿Una actitud ante la vida? ¿Una metodología de análisis y reparación de los problemas de contacto? De la literatura que ha producido, podríamos responder afirmativamente a cualquiera de esas preguntas, puesto que cada persona la puede tomar y utilizar desde una vertiente determinada.

Ahora bien, si pensamos en términos de la Psicoterapia de la Gestalt como modelo, vemos que la Metodología científica, en Psicología, requiere, para entender como tal, que se trate de un sistema coherente que englobe:

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Una metateoría, es decir, una determinada concepción (filosófica, epistemológica) del ser humano, que sirve de referente implícito y que actúa como telón de fondo del modelo.

Una teoría formal, explicitada, acerca de la personalidad (sana) y de la psicopatología. Es decir, una determinada manera de concebir la salud y la enfermedad.

Una teoría clínica, es decir, una explicación de la manera de entender y llevar a cabo la psicoterapia.

Un conjunto de estrategias e intervenciones terapéuticas, acordes con los tres requisitos anteriores, que ayuden a la persona al cambio saludable.

¿Reúne la Psicoterapia de la Gestalt formulada por Perls estos requisitos? Veámoslo, punto por punto.

a) ¿Qué clase de concepción filosófico-antropológica nos ofrece?

Perls no nos dejó un enunciado explícito acerca de cómo concebía al ser humano ni respondió a las grandes preguntas sobre el mismo: ¿Es parcialmente libre? ¿Hasta qué punto puede conocer la realidad? ¿Qué sentido tiene su vida? ¿Cuál es su lugar en el cosmos? ¿Cómo se inscribe en el tiempo?

Sin embargo, podemos inducir –al menos parcialmente- su respuesta, de sus escritos y de la transcripción de sus grabaciones. Utilizaré aquí, para situar la concepción perlsiana, la clasificación que hace Álvarez Turienzo (1983, p.p. 323 y 374). Entiende este autor que se pueden distinguir cuatro tipos de antropología, según el lugar en que se sitúe al ser humano en relación con el mundo:

1. Un ser humano solidario con el mundo, con dos variantes posibles:

1.1. En identidad con él, dando lugar –participativamente- a una antropología cósmica, o bien

1.2. Nacido de él, dando lugar –participativamente- a un a antropología naturalista.

2. Un ser humano solitario en el mundo, también con dos variantes posibles:

2.1. Despedido del mundo –aunque implicándose en él- dando lugar electivamente, o bien inventivamente, a una antropología humanista.

2.2. Arrojado al mundo (indiferente, extraño y neutro respecto a él), dando lugar a una antropología existencial.

Cada uno de estos tipos de antropología dará lugar a una diferente manera de concebir a la persona. Así:

1. En el primer supuesto, el ser humano se identifica con el mundo, y dependiendo de la variable antropológica, se entenderá:

1.1. Como un momento del cosmos, mediante una identificación absoluta con el mismo. El ser humano es consistente con el mundo.

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1.2. Como un ser de naturaleza mundana, identificándose relativamente con él. El ser humano es resultante del mundo.

2. En el segundo supuesto, el ser humano se desidentifica con el mundo:

2.1. Con una desidentificación relativa respecto al mundo, y en interacción con él. El ser humano es aquí coherente con el mundo.

2.2. Con una desidentificación absoluta, en extrañamiento respecto a él. Aquí el ser humano se convierte en ec-sistente fuera del mundo.

Leyendo a Perls, y las referencias que hace sobre su concepción del ser humano, lo que podemos observar es cómo, tanto por la frecuencia, como por los ejemplos y comparaciones que utiliza, prioriza la visión del mismo en tanto que organismo. Como tal, lo contempla hermanado con el resto de los seres vivientes y compartiendo sus mismas motivaciones y procesos.

Creo que todos podemos estar de acuerdo en que la necesidad de sobrevivir actúa como una fuerza obligada en todas las criaturas vivas y en que todas muestran en todo momento dos tendencias importantes: sobrevivir, tanto como individuos y como especie, y además crecer. Estas son metas fijas (Perls, 1976, p. 22).

Bien es cierto que señala que la manera de abordarlas varía según las situaciones, especies e individuos. Pero la cercanía a otros organismos no humanos se repite hasta la saciedad en múltiples alusiones y ejemplos. Baste pensar en que tres párrafos después del anterior, nos dice, a propósito de la jerarquía de valores:

En una oportunidad, estando yo en África, observaba una manada de ciervos que pastaba a menos de unos cien metros de un grupo de leones que dormían. Al despertar uno de los leones y dar sus primeros rugidos de hambre, los ciervos emprendieron velozmente la partida. Ahora traten de imaginarse por un momento que ustedes están en el lugar de los ciervos [...] (Ibidem, p. 23).

Por otra parte, no es el único caso, dentro de los autores que se encuadran en modelos o metodologías cercanas o integradas en el Movimiento de la Psicología Humanista. Lowen (1993) no tiene reparo en poner, como modelo para la persona, el funcionamiento animal (no racional).

La frecuente utilización de la explicación del comportamiento de otros organismos vivientes para aplicarla al ser humano (si bien con una cierta diferenciación de especie en los medios de satisfacer las motivaciones, aún cuando no en éstas) me hacen pensar que Perls se apunta, implícitamente, a una antropología naturalista.

No importa que él se defina, filosóficamente, como existencialista: sabemos de sobra que se trata de una manera muy peculiar de entender el existencialismo. Para empezar, descalifica la reflexión conceptual:

Yo distingo tres tipos de filosofía: una de ellas es el “sobre-ismo” (aboutism), en que se habla y se habla “sobre” y “acerca de” las cosas sin jamás llegar a entenderlas o sentirlas de verdad (Perls, 1974, p. 27).

Para continuar, descalifica a la filosofía existencial, a la vez que afirma que afirma que la Terapia Gestáltica es una terapia existencial: “El existencialismo quiere

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desprenderse de los conceptos y trabajar con los principios del ‘darse cuenta’, en la fenomenología. El defecto de las filosofías existenciales actuales es que necesitan apoyo de otras fuentes” (Ibidem). Y para acabar diciendo que:

Lo importante es que la Terapia Guestáltica es la primera filosofía existencial que se sostiene por sus propios pies. [...].

La Terapia Guestáltica es una filosofía que intenta estar en armonía, en línea, con todo lo demás, con la medicina, con la ciencia, con el universo, con lo que es. La Terapia Guestáltica tiene su apoyo en su propia formación porque la formación gestáltica –la aparición de necesidades- es un fenómeno biológico primario.

Vemos pues que, Perls se llama existencialista en el sentido de utilizar una metodología no conceptual sino experiencial, pero no comparte ni la reflexión del existencialismo (“mierda de elefante” en sus palabras), ni ese extrañamiento del mundo propio de la filosofía y antropología existencial, que la hacen bastante más compleja (y hasta cierto punto, trágica) que el optimismo organicista y dionisíaco de Perls. Por otra parte, Ferrater Mora (1994) señala que el existencialismo, tiene como punto central su profundo antropocentrismo, a raíz de subrayar lo peculiar de la existencia humana. Y también señala que más que una definición acotada, se puede hablar del énfasis que pone en ciertos temas: “la subjetividad, la finitud, la contingencia, la autenticidad, la ‘libertad necesaria’, la enajenación, la situación, la decisión, la elección, el compromiso, la anticipación de sí mismo, la soledad (y también la ‘compañía’) existencial, el estar en el mundo, el estar abocado a la muerte, el hacerse a sí mismo” (Ferrater Mora, 1994, p. 1175). La mayoría de estos temas no parecen haber interesado demasiado a Perls, mucho más cercano, filosóficamente, al vitalismo, entendido como una concepción organológica, “una concepción del mundo según la cual todo ser puede ser concebido por analogía con los seres vivientes” (Ibidem, p. 3710). El vitalismo:

En la época contemporánea [...] designa más bien una tendencia de la biología y la filosofía biológica. De acuerdo con la misma, se reconoce en lo orgánico algo “entelequial”, “irreductible”, “dominante” de naturaleza “psicoide”. Este “principio vital” posee, según algunos, la fuerza suficiente para determinar la forma y comportamiento de los organismos. Según otros, en cambio, se trata simplemente de un principio capaz de dirigir, determinar o suspender los movimientos orgánicos (Ibidem).

Una de las tesis centrales del vitalismo es que “el ‘todo’ biológico no es ‘suma’ de sus partes” (Ibidem, p. 3711). ¿No es esto mismo lo que, desde la perspectiva de la Psicología de la Gestalt, y por oposición al atomismo de Wundt, una de las tesis centrales de Perls?

De esta manera, podemos ver a Perls –que coloca en el centro de sus postulados básicos la autorregulación organísmica- bastante más cerca del vitalismo de Bergson, que postula “una filosofía que rechaza la razón como modo superior de conocimiento y afirma la posibilidad de un conocimiento directo de la realidad última, la cual es ‘vivida’ inmediatamente” Ibidem, p. 3711), que de los existencialistas. Incluso aunque se trate, por ejemplo, de un existencialista adscrito a la Psicología Humanista, como Rollo May, que –explicando cómo se gestó, en su momento, el nombre de la llamada Tercera Fuerza- señala que el adjetivo “humanista” se eligió para destacar que se ocupaba prioritariamente de aquellos aspectos que eran específicos de la especie humana -amor, amistad, creatividad, valores, sentido de la vida, etc.- y para los cuales no servía lo que tenemos en común con ratas, perros, etc. (cfr. May, 1986). Perls, por el

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contrario, subraya más lo que es común entre el organismo humano y el resto de los organismos vivos que lo que le diferencia. El impulso vital cobra protagonismo, y la razón –distintivo del ser humano que ha permanecido al definirse, a partir de Boecio, como “animal racional”- queda relegada a un segundo plano. La primacía de la supervivencia frente al crecimiento elimina de golpe las situaciones conflictivas propias del existencialismo, en las que el sujeto se ve urgido a crearse a sí mismo decidiendo libremente entre ambas metas, y a veces haciéndolo en el sentido de subordinar el valor “vida” a otros valores que le resultan más definitorios de sí mismo como la persona que elige ser.

Ciertamente, en Europa es frecuente llamar a la Psicología Humanista “Psicología Experiencial”. Pero pienso que hay matices que diferencian las dos denominaciones. Y la Psicoterapia de la Gestalt podría ser un ejemplo de psicología experiencial, pero acaso no de psicología humanista.

Naturalmente, esta interpretación de la antropología subyacente a la Psicoterapia de la Gestalt es una visión que no tiene por qué ser compartida. La gestalt abierta que nos dejó Perls al negarse a la reflexión intelectual, cada cual la puede completar como desee. Pero pienso que el fiarse de la etiqueta que él le colocó lleva a serias dificultades de encaje y que se está buscando la llave no tanto donde está, sino donde alumbra más la farola.

Eso explicaría también las múltiples maneras de comprender y aplicar la Psicoterapia de la Gestalt, según el marco epistemológico dentro del cual se coloque. Sabemos, según nos dicen los comunicólogos, que la interpretación depende del marco contextual en el que se da el proceso comunicativo. Basta colocar la Psicoterapia de la Gestalt en un marco filosófico-antropológico u otro y tendremos diferentes “psicoterapias de la gestalt”.

En definitiva, podemos concluir que la Psicoterapia Gestalt de Perls no explicita un marco antropológico y epistemológico, y su ambigüedad permite sugerir diferentes respuestas (yo he dado la que me parece más coherente), y de hecho diferentes autores y psicoterapeutas colocan marcos diferentes. Lo que sí pienso es que, si bien cada método de psicoterapia no tiene por qué tener un marco metateórico, sí lo tiene cada psicoterapeuta –lo reconozca o no, y mejor si lo admite y hace consciente que si lo mantiene reprimido- y sus intervenciones (si no es incoherente) serán interpretadas en base al mismo, salvo que el proceso terapéutico se mantenga en el puro nivel del síntoma. Éste último planteamiento pudiera parecer más acorde con la posición fenomenológica, y perlsiana de quedarse en la descripción de lo evidente. Pero esa postura, si no es un primer paso del cual inferir el conjunto, se convierte en atomista, justo lo opuesto al holismo gestáltico. Por otra parte, si el terapeuta no se ha interrogado sobre su postura al respecto, es decir, si no tiene conciencia de la misma, es bastante probable que la proyecte en el cliente y que pretenda imponérsela como la única postura coherente y posible. Nos encontraríamos así con un terapeuta que fomenta la introyección de sus patrones y modelos inconscientes. Concuerdo con Muela, cuando apunta:

El introyecto terapéutico surge cuando uno asume los códigos de intervención psicoterapéuticos, de cualquier disciplina, sin cuestionarse, realmente, su valía; cuando uno no quiere afrontar el riesgo que supone el desarrollo del autoconcepto de su Yo-psicoterapeuta o como señala Zinker, de forma más concreta, “se ha tragado las ideas de otros sobre lo que está bien o lo que está mal y es incapaz de localizar su propia energía” (1979, p. 84). Desgraciadamente, en mi opinión, la comunidad gestáltica es propensa a este tipo de tendencia. El terapeuta gestalt se sume en sus propios introyectos

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terapéuticos a su manera, al no favorecer la adecuada integración de la filosofía, ideología y todo el monto de herramientas de la metodología gestáltica (Muela, 2010, p. 2).

b) ¿Tiene la Psicoterapia de la Gestalt de Perls una teoría de la personalidad (estructura de la misma, funcionamiento de los diferentes subsistemas, formación evolutiva, etc) y de la psicopatología?

Vayamos por partes:

En primer lugar, habría que precisar el propio concepto de “personalidad”. En la Psicoterapia de la Gestalt se está utilizando para designar una de las funciones del self al que se refiere Goodman en su “teoría del self” redactada a partir de las notas de Perls.

La función “personalidad” es la representación que el sujeto se hace de sí mismo, su autoimagen que le permite reconocerse como responsable de lo que siente o hace. Es la función “personalidad” de mi self la que asegura la integración de las experiencias anteriores, la asimilación de mi experiencia a lo largo de mi historia, la que construye mi sentimiento de identidad. Es la “traducción verbal” del self (Ginger y Ginger, 1990, p. 217).

Si nos vamos a averiguar cómo concibe Goodman (Perls) el self, para comprender mejor qué es la personalidad, nos encontramos con que éste consiste en el proceso de adaptación dinámica del organismo al ambiente. La personalidad será entonces la autoimagen que el sujeto utiliza para dar una continuidad identitaria a sus acciones y sentimientos. ¿Es esto suficiente para considerar que la Psicoterapia de la Gestalt tiene una teoría de la personalidad consistente? ¿No estamos, si reducimos la personalidad al principio de autorregulación organísmica y la patología a la contemplación, una a una, de las interrupciones de ese ciclo, en la pura descripción fenomenológica y en una visión fragmentada de la personalidad? Pienso que no es esto suficiente. El reduccionismo vitalista que Perls ofrece y la carencia de una teoría consistente sobre la personalidad y la formación evolutiva de la misma me parece una de las grandes debilidades de la Psicoterapia de la Gestalt. Lo mismo digo en relación con la psicopatología. No basta señalar que ésta consiste en una perturbación en las funciones “ello”, “yo” o “personalidad” que no permiten satisfacer las necesidades, por un exceso de acumulación de gestalts inacabadas. ¿Qué clase de estructura subyace a estas tres funciones, más allá del vocablo self? ¿Cómo se gesta la salud o la patología? ¿Hasta qué punto el sujeto puede elegir una u otra? ¿Qué procesos condicionan la adquisición de una autoimagen patológica o de un autoimagen sana? ¿Partimos de una personalidad sana que se puede distorsionar por la influencia ambiental? ¿Partimos de una personalidad disfuncional que necesita superar su distorsión inicial? ¿Cómo tienen lugar esos procesos hacia la salud o la enfermedad? Nada de eso dice Perls ni sus primeros colaboradores en su libro fundacional. Naranjo no tiene inconveniente en poner de relieve esa pobreza:

¿Qué es lo que dice la Gestalt en su famosa teoría del Self?. Lo más importante es lo que se dice sobre estas funciones de contacto, pero ¿qué es lo que se dice de ellas en el mundo de la Gestalt?. Se puede resumir en unos cuantos parrafitos que en nada se comparan a la vasta literatura psicoanalítica sobre los mecanismos de defensa (Mateu, 1997, p. 22).

Más lacónico y drástico es aún Greenberg: “no creo que podamos decir que existe una Terapia Gestalt, si hablamos desde un punto de vista sistemático” (Ibidem, p. 74). Las

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demandas de desarrollo de una teoría es un tema común entre los diferentes gestaltistas.

Parece que Perls optó por ser fiel a una metodología fenomenológica en la que tan sólo se describe, y no procedió a explicar o interpretar lo percibido desde un nivel más abstracto El repetitivo rechazo al psicodiagnóstico manifestado de puertas afuera en la Psicología Humanista (como si decir que una persona es muy confluente, o excluye el estado Padre del yo no fuera un “microdiagnóstico”, una etiqueta tan clasificadora como cualquier otra) perjudicó una visión más amplia del conjunto de la personalidad. Esa postura insinceramente puritana hace imposible la elaboración de una teoría de la personalidad o de la psicopatología. Si el terapeuta se centra en constatar y confrontar el momento en que opera la interrupción o perturbación del contacto en la sesión terapéutica, nos quedaremos en una visión demasiado atomizada del sujeto. Precisamente lo opuesto a la visión global propia de la Psicología de la Gestalt.

Pienso que muchos gestaltistas pretenden seguir las pisadas de Perls, prescindiendo de una teoría consistente de la personalidad y la psicopatología. Pero se olvidan de un hecho importante: Perls sí tenía una teoría de la personalidad y de la psicopatología. Había recibido una importante formación teórica, como psiquiatra y psicoanalista y había integrado una teoría clínica que, por el hecho de no formularla verbal y explícitamente, no dejaba de guiarle Tal como nos recuerda Laura Perls:

El estilo desarrollado por Perls en sus talleres de demostración para profesionales durante los últimos años de su vida se ha dado a conocer a través de las películas y vídeos que se grabaron y a través de la transcripción de los videos en la obra Gestalt Therapy Verbatim (1969). Dramatizar los sueños y las fantasías es una maravillosa técnica de demostración [...] Pero es una de las infinitas posibilidades que ofrece la Terapia Gestalt. No funciona bien cuando se está trabajando con personas muy enfermas y no se puede utilizar de ningún modo con pacientes esquizofrénicos o paranoicos. Fritz lo sabía muy bien y cuando intuía que podía tener delante a un paciente esquizofrénico o paranoico evitaba involucrarlo en sus talleres (L. Perls, 1994, p. 140).

Es decir: Perls sabía diagnosticar y diagnosticaba... internamente. Pero, nuevamente, su ambigüedad y su silencio han llevado a que sus seguidores más exigentes se vean en la necesidad de llenar ese hueco que Perls no llenó con una teoría elaborada y congruente -por más que Laura Perls (Ibidem) se queje de que se reduzca la Terapia Gestalt a una técnica-, necesidad que lleva a la paradoja que sintetiza a la perfección Díaz, cuando dice, a propósito de la psicopatología en Gestalt: “la necesitamos y nos sobra” (Díaz, 2004, p. 42). De ahí que los gestaltistas la solucionen en términos variados. Así:

Moreau (1988) nos habla de la Gestalt “como continuación del Psicoanálisis”, lo cual resulta muy coherente, ya que es el modelo del que parte Perls, como psicoterapeuta (con independencia de que lo criticara explícitamente, o pusiera de relieve algunos de sus inconvenientes, o bien acogiera una serie de conceptos como los mecanismos de defensa) y que podría estar a modo de telón de fondo latente a la hora de discriminar la gravedad de la patología de cada sujeto. También Yontef (1995) nos habla de la “asimilación de perspectivas diagnósticas y psicoanalíticas dentro de la terapia gestáltica”.

Algunos gestaltistas que son también analistas transaccionales (el Análisis Transaccional sí reúne los requisitos para ser “un modelo”), como Bob y Mary Goulding, creadores de la Escuela de Redecisión, aplican la metodología gestáltica

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para trabajar un constructo típicamente transaccional, como es el “argumento vital”, claramente aceptado por Perls (Perls, 1974, pp. 120s.; Ibidem, 131). y que explica la formación evolutiva de la estructura de la personalidad.

Otros psicoterapeutas optan por utilizar la Psicoterapia de la Gestalt como metodología terapéutica, dentro de un modelo que les sirve de referencia teórica, bien sea el Eneagrama (Naranjo, 1990; Díaz, 2004), la Bioenergética (un tanto forzadamente, a mi modo de ver, pues entiendo que hay puntos de fricción en la teoría de la psicoterapia), etc.

También se puede dar la utilización combinada de varias fuentes de referencia conjuntamente, como hace Yontef con los movimientos psicodinámico, conductual y de potencial humano a fin de diseñar “un contexto o telón de fondo contra el cual la discusión de la terapia gestáltica pueda ocurrir en forma significativa” (Yontef, 1995, p. 46).

Igualmente, en relación con la psicopatología, pueden optar por retraducir en términos gestálticos las configuraciones de trastornos de la personalidad de Millon –básicamente recogidas en el DSM- como hace Delisle (2000), ganando así en sistematización y permitiendo una comunicación no endogámica, únicamente apta para los profesionales gestaltistas.

Todo ello por más que Naranjo ponga el énfasis en desconfiar de la búsqueda de un marco teórico:

Yo diría que la Gestalt no se originó dentro de un marco, que el marco se le quiso poner para que estuviera completa, para que no saliera desnuda a la calle como quien dice, para que en el mundo académico, en el mundo intelectual, no saliera la psicoterapia en calzoncillos. Podría ser igualmente buena sin ese marco teórico, pero Perls [...]

De modo que yo creo que la búsqueda de un marco teórico no obedece simplemente a la genuina motivación científica, que es el deseo gratuito de conocer, el deseo de entender, sino que es un deseo que continúan teniendo los gestaltistas, de ponerle una vestimenta más decente a su terapia. Es un no estar satisfecho con que sea una buena terapia. En vista de que la Gestalt, que comenzó en la contracultura, ha sido absorbida por la cultura y ha llegado a las universidades y las sociedades científicas, ahora, el mundo académico reclama que tenga una teoría, y se quiere cumplir con eso de ponerle una teoría a la que Perls, en lo que yo siento que fueron los años más maduros, tuvo la grandeza de renunciar (Mateu, 1997, pp. 20s).

Pero esa que Naranjo denomina “grandeza” ya hemos visto que para otros terapeutas, desde el honesto deseo de entender lo que están haciendo, y que no reprimen su capacidad de razonar y abstraer, se convierte en una necesidad, aunque a veces tengan que expresarla casi pidiendo perdón a los otros gestaltistas por salirse de la vía intuitivo-visceral promocionada por Perls. Así, cuando Vázquez explicita –muy clara y acertadamente, a mi modo de ver- los tres niveles de diagnóstico (un primer nivel fenomenológico, un segundo nivel desde la teoría del ciclo contacto-retirada, y un tercer nivel, de patrones globales) refiriéndose al más abstracto, señala que “Este último criterio es más un concepto intelectual que algo con valor operativo” (Vázquez, 2004, p. 120) parece olvidarse de la verdad que encierra la frase atribuída a Lewin (y también a Einstein y a Lenin, como mínimo) de que “nada hay más práctico que una buena teoría”.

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Por mi parte, pienso que un diagnóstico amplio –más allá del síndrome- nos permite comprender los patrones globales del cliente dentro de los cuales contextualizar el aquí y ahora del contacto terapéutico, prever pautas de comportamiento (una de las tareas del terapeuta, según Fagan, 1973) y dotarlo de un significado que rebasa la específica relación terapéutica. Lo que llamo “microdiagnóstico” (el segundo nivel) nos permite afinar con precisión la intervención . El diagnóstico de tercer nivel nos permite comprender mejor los grandes temas existenciales (placer, soledad, libertad, seguridad, muerte...) que están al fondo. Y comparto con Yontef (1995, pp. 244s.) la necesidad de amplitud temporoespacial del mismo e incluir en él, no sólo el aquí y ahora de la sesión, sino también el “allá y ahora” (el espacio fuera de la terapia), aquí y entonces (transferencia y contratransferencia) y “allí y entonces” (el pasado del cliente), para que luego no tengamos que lamentarnos, como hace Van Dusen (1978) de haber sido demasiado crédulos al suponer que necesariamente lo que ocurre en el microcosmos de la sesión es un reflejo significativo de lo que sucede en el macrocosmos exterior, convirtiendo así, la relación terapéutica, en paradigma de todas las relaciones de esa persona. ¿Es que todos los terapeutas suscitan el mismo tipo de contacto? ¿Tan paradigmáticos somos todos nosotros, uno a uno? Bien advierte Delisle (1997) el diferente tipo de relación que propicia cada estilo de terapeuta.

La contundente crítica que hace unos años formulaba Pihan a la Gestalt de habla hispana pienso está relacionada, precisamente, con haber tomado al pie de la letra el desprecio (¿del todo real?) de Perls por la teoría y la reflexión en favor del activismo práxico:

Llama también la atención que en estos congresos casi no se haya presentado investigación teórica ni empírica. Tal parece que nadie está reflexionando acerca del quehacer, todos están haciendo, y cada uno en lo suyo. [...]

Al parecer, lo que se denomina actualmente psicoterapia gestalt, o simplemente gestalt, no muestra estas características: no tiene límites claros ni componentes definidos y articulados coherentemente. La gestalt es “cualquier cosa que haga alguien que se denomine gestaltista” (Pihan, 1995, p. XIV).

c) ¿Tiene una teoría de la psicoterapia sólida?

La Psicoterapia Gesltat de Perls, lo que sí tiene, sin lugar a dudas, es una teoría clínica, un sistema consistente y coherente de entender la psicoterapia: observación fenomenológica del ciclo de autorregulación organísmica, “microdiagnóstico” de las interrupciones, estrategias para salvarlas, rol de terapeuta, etc.. En este sentido me he referido a que, precisamente porque lo posee, no puede ser utilizada sin chirriar junto con otras psicoterapias que tienen una teoría clínica o una metodología incompatible con la metodología gestáltica.. Este es el caso -por poner uno, de la Bioenergética- en el que el paso a la ruptura de corazas mediante la manipulación externa del terapeuta (a veces) crea un vínculo de especial dependencia fáctica respecto a éste, o la precipitación de la catarsis y el énfasis en ella más que en el “darse cuenta”; o el del Ensueño Dirigido, en el que la interpretación autoritativa y al estilo psicoanalítico del psicoterapeuta puede dar un resultado vincular bastante distinto al que propugnaba Perls.

d) ¿Posee unos métodos de intervención propios?

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En lo que hace a procedimientos de intervención, no hace falta ni tan siquiera mencionar la riqueza del patrimonio de la Psicoterapia de la Gestalt de Perls. Por supuesto, no me refiero a los centenares (probablemente miles, a estas alturas) de tipos de intervención inspiradas en los principios de la Psicoterapia de la Gestalt por los psicoterapeutas gestaltistas. Me remonto al propio testimonio de Perls, y a esa primera selección de juegos realizada por él y Levitsky (Levistky y Perls, 1973).

Pero, además de ello, Perls fue un gran genio del eclecticismo técnico (cosa que ponía bastante nerviosos a sus compañeros de New York), un explorador que supo buscar, aprovechar y fundir en un todo orgánico nuevo, consistente, y sumamente potente los múltiples hallazgos que encontró en el variopinto universo terapéutico del momento. Y sus adquisiciones, procedentes de las más variadas metodologías, cuando los tocó la magia integradora de Perls se convirtieron en gestálticos, porque adquirieron un nuevo significado al colocarlas en el nuevo contexto. Por ello puede decir, con total autenticidad que:

La mayoría de los elementos que aquí se encuentran han de encontrarse en muchos otros enfoques del tema. Lo nuevo aquí no son necesariamente los pedacitos y piezas que forman la teoría. Más bien es el modo como son usados y organizados lo que le da a este enfoque su singularidad (Perls, 1976, p. 18).

Como puede verse, he puesto mucho énfasis en referirme la Psicoterapia de la Gestalt “de Perls”, y pareciendo que me olvido de las muchas y valiosas aportaciones de los gestaltistas posteriores. Ello es así porque, concluyendo lo que pregunté al inicio de este apartado, quiero resaltar que, en sí, tal como su creador (o co-creador, mejor dicho) la formuló, la Psicoterapia de la Gestalt es más una metodología que un modelo psicoterapéutico, en sentido estricto, puesto que le faltan los dos primeros requisitos que la ciencia de la Psicología exige para considerarla como tal. A la vez que ello, creo que en la práctica, hay bastantes gestaltistas que sí la convierten en un modelo, tomando prestadas la metateoría o la teoría formal de que carece de modelos antropológicos, psicológicos y psicoterapéuticos que las han formulado de manera clara (aunque no necesariamente explícita, en el primer caso), o bien aplicando el modelo que el propio terapeuta intuye o crea, dando lugar a distintas variantes que, si son coherentes con la metodología, serán igualmente legítimas. Ahora bien: eso nos lleva a que no podamos hablar de la Psicoterapia de la Gestalt como modelo: en todo caso podríamos hacerlo de una pluralidad de modelos de Psicoterapia de la Gestalt. A veces me pregunto si, cuando se habla de diferentes escuelas de la Gestalt (New York, California, Cleveland, etc.) no estaremos hablando, en realidad, de distintos modelos con la misma metodología.

Las ventajas de no ser un modelo: capacidad integradora de la Psicoterapia de la Gestalt

a) El desarrollo del movimiento integrador en psicoterapia

No me voy a extender aquí en dar cuenta de la vocación integradora con la que nació el Movimiento de la Psicología Humanista (cfr. Rosal, 2001) dentro de la cual se enmarca habitualmente la Psicoterapia de la Gestalt. La que luego fue llamada “Tercera Fuerza” fue un intento, que ha dado abundantes frutos, de superar el enquistamiento de cada una de las escuelas psicoterapéuticas en sus propias soluciones. El resultado de crear un espacio de conocimiento y diálogo –a través de congresos y publicaciones abiertos a las aportaciones procedentes de fuentes diversas- ha permitido, en definitiva, que prevalezca el interés por el cliente y la

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fidelidad a su bienestar por encima de la fidelidad a unos principios teóricos de escuela. Claro que eso conlleva el peligro de acumular un bagaje terapéutico a base de introyectar intervenciones contradictorias, incompatibles o superficiales, que pueden llevar a fragmentar el proceso y al propio protagonista de la terapia. Más tarde volveré sobre ello.

Pero, al margen del camino realizado por la Psicología Humanista, se ha venido gestando, desde los trabajos de los años 50 de Dollard y Miller (1977) toda una corriente interesada en la posibilidad de integración en psicoterapia, corriente que dio el paso de formalizar su existencia institucionalizada en 1983, con la creación de la Society for de Exploration of Psychotherapy Integration (SEPI). Este movimiento ha dado lugar a una importante reflexión sobre las diferentes posibilidades y modalidades de integración. Una de las más claras, atenta a las experiencias de integración tal como se están dando o intentando, es la que ofrece Villegas (1990), cuando distingue tres grandes tipos:

1. Sincretismo. Consiste éste en una mezcla o yuxtaposición oportunista de elementos dispares e incluso incompatibles, de los que el terapeuta echa mano en base exclusivamente a criterios de utilidad inmediata.

2. Eclecticismo. Supone una selección de elementos, tanto teóricos como técnicos, elegidos en base a su compatibilidad. Tiene dos modalidades posibles:

integración de técnicas procedentes de diversos modelos, que se insertan en un marco teórico concreto con el que son compatibles (eclecticismo técnico)

integración de elementos teóricos comunes a varios modelos (eclecticismo teórico)

3. Integracionismo. Aquí se da el nivel más profundo de integración, pues supone una auténtica síntesis de conceptos procedentes de distintas teorías. Igualmente puede tener variantes:

la reformulación y absorción de una teoría en el marco de otra (integración asimilativa)

la integración en la propia teoría de algunos elementos de otra que le resultan compatibles (integración acomodativa)

un integracionismo metateórico que permita al terapeuta y al cliente compartir un marco acomodativo (y no asimilativo, como se está dando en la práctica)

Otras propuestas para andar por el camino de la integración enumeradas por este autor son: el uso de un lenguaje común, la exploración de los factores o estrategias comunes a las distintas psicoterapias, o referidos al rol del terapeuta o al vínculo terapéutico.

La realidad es que existen bastantes terapeutas entre los encuadrados en el Movimiento de la Psicología Humanista -también entre los gestaltistas- que optan (intentando imitar el inimitable “genio terapéutico” de Fritz) por un sincretismo ateórico inconsistente que nunca practicó Perls (pues –como dije- aún cuando no lo explicitó verbalmente, actuó en base a una teoría consistente y sistemática).

El eclecticismo, tanto técnico como teórico, está teniendo bastantes dificultades para abrirse camino en la práctica, fuera de la Psicología Humanista. Es difícil poder

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retraducir un concepto nacido en un contexto concreto a otro contexto teórico, porque pierde consistencia sistémica. En ésta, en cambio, pienso que hay claros exponentes de integración exitosa entre distintos modelos y/o metodologías que integran con soltura, coherencia y eficacia distintos tipos de intervenciones o de elementos teóricos. Pensemos en la integración entre la Psicoterapia de la Gestalt y Análisis Transaccional iniciada por los Goulding (cfr. Goulding y Goulding, 1979), entre el Análisis Transaccional y la Bioenergética (cfr. Fourcade y Lenhardt, 1981); entre la Bioenergética y el Focusing (cfr. Siems, 1991), entre la Biosíntesis y el Sistema de Centros de Energía, etc.

En cambio, el integracionismo metateórico está resultando difícil tanto dentro como fuera del la Psicología Humanista por dos razones: fuera de ella, porque los presupuestos filosóficos de las escuelas más arraigadas son demasiado diferentes, hoy por hoy, en cuando a su epistemología y su concepción antropológica; dentro de ella porque buena parte de los modelos puede oscilar entre un campo amplio dependiendo del terapeuta que lo maneje (la Bioenergética, por ejemplo, puede resultar muy cercana o muy lejana al psicoanálisis), o su formulación es muy vaga (como ocurre en la Psicoterapia de la Gestalt).

Ahora bien: precisamente por ello, porque la Psicoterapia de la Gestalt es una psicoterapia formal, y no de contenido, porque se ocupa del “cómo” se articula un proceso y no “qué es” lo que se implica en él, es apta para servir de base en la cual pueden integrarse diferentes modelos y metodologías. Su flexibilidad y versatilidad, sus carencias teóricas y metateóricas, se convierten aquí en una ventaja.

Precisamente Villegas (1990) postulaba en el trabajo citado una posibilidad de integración en base a algún metamodelo de tipo formal, centrado en los procesos, citando como aptos para ello el constructivismo y la terapia familiar sistémica. Bien: la Psicoterapia de la Gestalt reúne los requisitos como para convertirse en tal metamodelo psicoterapéutico, en tanto que se trata de una especie de valioso recipiente que permite realizar en forma potente el paso de la formulación teórica a la conversión de la teoría en cambio terapéutico. Naturalmente, no todos los contenidos serán compatibles: como ya señalé: el rol de terapeuta y el estilo de vínculo, el criterio de autorresponsabilidad, el objetivo del autoapoyo, la autenticidad, el énfasis en el contacto y la creatividad, etc. son elementos, a mi modo de ver, irrenunciables sin falsear la metodología gestáltica. Pero la enumeración de las necesidades reguladas por el ciclo de autorregulación organísmica, la concreción de las motivaciones, la estructura de la personalidad y su génesis, la enfermedad y la salud mental desde el punto de vista del contenido, la respuesta a las preguntas existenciales que reflejé al inicio de éste artículo, etc. pueden tener cabida, desde diferentes perspectivas teóricas, y ser acogidas en el seno de la estructura del proceso gestáltico. La Psicoterapia de la Gestalt, por su eficacia, simplicidad y flexibilidad, se puede convertir, así, en el cañamazo que sirve de estructura terapéutica sobre el que construir diferentes modelos. E incluso de integrar varios de ellos: se convierte así en la base de un metamodelo.

b) Un ejemplo de la Psicoterapia de la Gestalt como metamodelo: la Psicoterapia Integradora Humanista

En este sentido, más que intentar encontrar o descifrar un modelo inexistente, se puede focalizar la energía en crearlo. Hacer nacer uno o varios modelos (y si se quiere, uno por cada terapeuta) que sean coherentes con los principios metateóricos del psicoterapeuta y con la teoría psicológica que profesa. Lo cual obliga, si no lo ha hecho ya, a explicitarse a sí mismo los grandes marcos conceptuales desde los que opera, y a reflexionar sobre si su práctica es coherente con ello o se dan

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contradicciones que impiden una organización armoniosa del sistema. A la vez, tiene la ventaja de otorgar claridad, contexto y horizonte a su trabajo.

Por mi parte, pondré un ejemplo de esa propuesta, a raíz de lo que Rosal y yo (cfr. Gimeno-Bayón y Rosal, 2001; Gimeno-Bayón y Rosal, 2003) venimos llevando a cabo, ya desde 1988, cuando dimos estructura formal al mapa que habíamos ido descubriendo que estaba tras nuestra práctica terapéutica. A ese modelo –o más bien, metamodelo- lo llamamos, en el momento de su presentación en público (Rosal y Gimeno-Bayón, 1989), “Psicoterapia de orientación holista”. Posteriormente pasamos a denominarlo “Psicoterapia Integradora Humanista”, porque deseábamos recalcar, precisamente, su carácter integrador de modelos. Como meta-modelo teórico global elegimos la Teoría General de los Sistemas de Bertalanffy (1976), desde una perspectiva existencial-constructivista. Y como meta-modelo psicoterapéutico, o estructura básica de integración de diferentes metodologías e intervenciones, elegimos la Psicoterapia de la Gestalt. Encuadramos nuestra integración dentro de la propuesta del Integracionismo Teóricamente Progresivo (ITP) formulada por Feixas y Neimeyer (Feixas y Neimeyer, 1991; Neimeyer, 1992), en la que hay, en un mismo meta-modelo, diferentes niveles de integración de otros: toda o parte de la metateoría, todos o parte de los conceptos teóricos, la metodología o las intervenciones (cosa que nos permite un modelo coherente sin perder riqueza terapéutica).

Paso ahora a enumerar tan sólo (no es éste el lugar de detenerme en ellos) sus presupuestos metateóricos y teóricos, y sus principios psicoterapéuticos y metodológicos, para pasar a detenerme más en la organización del modelo psicoterapéutico.

Como principios metateóricos del modelo con los que nos sentimos identificados, podemos señalar los siguientes:

Es epistemológicamente constructivista (Kelly, 1955) Concibe la realidad en forma sistémica (von Bertalanffy, 1976) Entiende al ser humano como parcialmente libre Concede una gran importancia al proyecto vital de la persona y a la búsqueda

de sentido Se interesa de modo especial por los temas específicamente humanos

Como principios teóricos, destacamos que la Psicoterapia Integradora Humanista:

Admite la presencia de procesos no conscientes en el comportamiento humano Es psicodinámico, en el sentido de enfatizar la importancia de la motivación y el

carácter teleológico del comportamiento Admite la variabilidad de motivaciones a lo largo de la vida (Allport, 1975) Presupone la distinción entre motivaciones y metamotivaciones y entre

patologías y metapatologías y aceptando la relevancia de la dimensión espiritual del ser humano (Maslow, 1975; Lersch, 1971)

Considera que los valores éticos constituyen un núcleo importante de la personalidad (Rosal, 2003).

Enfatiza la unicidad de cada ser humano y el carácter original del individuo, más allá de la existencia de patrones consistentes de personalidad

Paso ahora a enumerar unos cuantos principios psicoterapéuticos del modelo:

Es un modelo integrador Asume parcialmente las afirmaciones de la psicoterapia del paradigma de la

influencia social de Frank (Frank, 1961; Strong y Claiborn, 1982/1985),

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poniendo especial énfasis en el peso de la alianza terapéutica como factor de cambio

Admite la presencia de elementos transferenciales y contratransferenciales en la relación terapéutica

Es holista, en relación con la persona y los sistemas en que participa El objetivo de la terapia viene dado por la demanda del cliente Integra la visión del proceso psicoterapéutico como un proceso de solución de

problemas

Por último, cito algunos planteamientos metodológicos de la Psicoterapia Integradora Humanista:

Enfatiza la importancia del vínculo terapéutico y propone la adopción por parte del terapeuta de las actitudes rogerianas

Exige al terapeuta un papel activo Es experiencial Concede una importancia relevante al papel de las funciones dependientes del

hemisferio derecho (emociones, intuición, actividad imaginaria...) Interviene de forma idiosincrática Resalta la importancia de los acontecimientos de cambio dirigidos a superar los

bloqueos, dispersiones o distorsiones repetitivos respecto al ciclo del fluir vital Es tecnológicamente pluralista y ecléctico Asume para sí los principios básicos de Boadella (polaridad entre el dar y

recibir, equilibrio entre escuchar y protagonizar, hacer del contacto el contenido de la sesión, respetar el grado de maduración del cliente, etc.) generalizando lo que este autor propone para la Biosíntesis (Boadella, 1985).

De cara al tema que aquí nos ocupa, es especialmente relevante la concepción de la psicoterapia como proceso de resolución de problemas: los problemas de la satisfacción de las necesidades, conforme al esquema del ciclo de autorregulación organísmica. Contemplamos, a través del que llamo “micro-diagnóstico”, las perturbaciones en el mismo, sistematizándolas según que constituyan un bloqueo del ciclo, una distorsión del mismo que lo deforma y re-orienta en una dirección disfuncional para la satisfacción de la necesidad o meta-necesidad, o una dispersión de la energía de tal forma que le impide resultar eficaz para alcanzar sus objetivos, tomando la triple distinción que propone Cencillo (1974, 1988) en su Psicoterapia de Orientación Dialytica. Esta distinción nos permite afinar el diagnóstico, y también reconocer patrones típicos, como puede ser la tendencia a la dispersión a lo largo de todo el ciclo por parte de la personalidad histriónica o la tendencia al bloqueo de la personalidad obsesiva.

Hemos detectado, así, 102 problemas en el fluir vital del ciclo (que, desde luego, no pretendemos que sean exhaustivos), elaborado las pautas para diagnosticarlos a través de su manifestación en la sesión terapéutica, establecido hipótesis sobre su génesis y sugerido ejemplos de propuestas de intervención para restablecer la fluidez creativa del ciclo. Bien es verdad que aquí, además de las autointerrupciones por parte del cliente, contemplamos también algunos problemas que de todas formas afectarán al ciclo aún cuando no sean responsabilidad de éste, sino del ambiente, para estimular a éste a un ajuste creador a esa realidad carencial, en aquellos casos en que el sujeto se encuentra en un ambiente insalubre.

Por lo que hace al modelo de ciclo contacto-retirada, somos conscientes de que las diferentes modalidades del mismo -la modalidad inicial de cuatro fases de Goodman -Perls, Hefferline y Goodman, (1951); las seis de Zinker (1979); las más populares siete fases de Katzeff (1982), o las ocho de los Polster (Polster y Polster, 1980), o de

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Salama (1993)- son recursos meramente didácticos. La experiencia es indivisible y la contemplación de fases diferenciadas es una división artificial de un todo global. Cada terapeuta –o profesor- puede elegir el “tamaño” del ciclo a observar para que le resulte funcional o didáctico, ya que cada uno de ellos es susceptible de una especie de “zoom”, y acceder a unidades más pequeñas (un ciclo puede ser un día, el tiempo de la comida, o cada cucharada) o más grandes (incluso el conjunto del periplo vital). Depende qué nos interese enfocar, acercaremos o alejaremos el campo de observación. Por nuestra parte, hemos optado por adoptar, como catalejo, el modelo Analítico-Transaccional para la observación y trabajo panorámico sobre el conjunto del proyecto vital, ya que este modelo tiene elementos precisos y potentes para analizarlo y trabajarlo, a partir de su concepto de “guión de la vida” (Berne, 1974) que, por otra parte, Perls conocía y asumía (Perls, 1974, pp. 120s.; Ibidem, 131). En cambio, para lo que, medio en broma, podemos llamar “una gestalt tamaño medio”, hemos preferido dividirlo en trece fases (para afinar el “microdiagnóstico”, algunas de las cuales coinciden exactamente con las de Zinker, Katzeff, o Salama, otras son subdivisión de alguna de ellas y otras las hemos incorporado porque las echábamos en falta a la hora de trabajar en la sesión terapéutica. Las fases que utilizamos las denominamos de la siguiente forma:

Fase 1. Receptividad sensorial Fase 2. Filtración de sensaciones Fase 3. ó 4. Identificación cognitiva Fase 4. ó 3. Identificación afectiva Fase 5. Valoración Fase 6. Decisión implicadora Fase 7. Movilización de recursos Fase 8. Planificación Fase 9. Ejecución de la acción Fase 10. Encuentro Fase 11. Consumación Fase 12. Relajamiento Fase 13. Relajación

De estas fases, la primera y la segunda despliegan –artificialmente, y con la única finalidad didáctica- lo que se entiende como “fase de sensación” de Zinker (1979).

La tercera y cuarta corresponden a dos aspectos de la “fase de conciencia”: el aspecto afectivo y el cognitivo. Prescindimos de cuál de los dos es primero. Pensamos, con Gendlin (1997) que hay un primer momento en que la sensación corporal engloba en forma indistinguible ambos significados, que posteriormente se diferencian. No estamos seguros de que la experiencia ordene siempre uno antes que el otro. Acaso algunas personas toman conciencia primero de uno de ellos, que le remite al otro, según su estilo de personalidad, o acaso es más habitual que en las primeras etapas de la vida se constate primero la dimensión afectiva, a la que después se le da un significado cognitivo, y posteriormente buena parte de los sujetos vaya pasando a apreciar primero el aspecto cognitivo de la experiencia y a generar desde ahí un determinado tipo de afecto.

La fase séptima equivale a la “fase de energetización” de Zinker, la fase novena a la de “ejecución”, y la décima a la de “contacto”. La undécima se corresponde con la aportación de Katzeff (1982) sobre la “fase de realización”. Las fases duodécima y decimotercera corresponden a las que Salama (1993) denomina postcontacto y reposo.

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Las fases quinta, sexta y octava, en cambio, las hemos introducido para sistematizar una serie de problemas que no han sido contemplados dentro del ciclo gestáltico. Es comprensible que en un principio no se pusiera atención en ellos, porque el contexto social en el que Perls y sus colaboradores desarrollaron la Psicoterapia de la Gestalt era bien distinto del actual: una sociedad, tensa, hiperracional y autoritaria, en la que predominaba un exceso de estructura y las personalidades demasiado socializadas, bien distinta de la actual. Como señala Shepherd (1973) con individuos con dificultades en el control de los impulsos y estructuras poco organizadas, el enfoque gestáltico puede ser más problemático. El desprecio de lo racional del que Perls impregnó su metodología, su presentismo, su organicismo confiado que le llevan a la eliminación de la voluntad consciente como elemento de cambio (cfr. Perls, 1974, pp. 121, 191, p.e.), así como de la posibilidad de un sentimiento de culpa sano (cfr. p.e. Ibidem, acaso en aquél momento eran adecuados para que emergieran capacidades reprimidas. Seguidos a pies juntillas por una parte de los psicoterapeutas humanistas en nuestra sociedad de hoy -tal como Rowan (1986) criticó el culto indiscriminado a la espontaneidad- pueden llevar a reprimir algunas de las capacidades más interesantes del ser humano, como la de reflexionar sobre su experiencia; la que Darwin describía como “capacidad de mirar lejos hacia atrás y lejos hacia el futuro” (Barlow, 1958,pp. 92s); la voluntad -que, para autores como Assagioli constituye el núcleo de la personalidad-, la capacidad valorativa (la columna central del ser humano, para Fromm) y la capacidad de crearse a sí mismo en situaciones complejas, donde la conciencia se demora porque exige una toma de postura en la que el ser humano tiene más opciones que otros organismos vivientes, dada su plasticidad, su margen de libertad más allá del primer impulso y su capacidad de distinguir lo que es momentáneamente egosintónico, pero egodistónico a medio o largo plazo. Una sociedad en la que prima la “mentalidad del arreglo rápido” -propiciadora de las adicciones, en la tesis de Washton y Boundy (1991)- necesita una visión más allá del presentismo para construir un futuro sano. De aquí nuestro interés en recoger estas fases, típicamente humanas, dentro del ciclo de satisfacción de las necesidades. Pensemos, por ejemplo, que en relación con la fase de valoración hemos identificado seis tipos de bloqueo, cinco tipos de dispersión y ocho tipos de distorsión; en la fase de decisión implicadora, cuatro tipos de bloqueo, dos de dispersión y cuatro de distorsión; y en la fase de planificación, tres tipos de bloqueo, uno de dispersión y dos de distorsión.

Conjuntamente con este microdiagnóstico, utilizamos también los grandes patrones de comprensión de conjuntos estereotipados, pero que nos permiten acceder a aspectos profundos de opciones vinculares, ansiedades básicas, inquietudes existenciales comunes a los seres humanos y a las soluciones básicas que cada sujeto le ha dado. Nos puede servir para ello tanto la clasificación de Millon (Millon y Everly, 1985) -con la ventaja de permitirnos un lenguaje común para hablar con otros colegas- como el Eneagrama, por poner dos ejemplos de patrones de diagnóstico amplio.

En las propuestas de intervención podemos utilizar cualquier metodología o técnica que no sea incoherente con los presupuestos globales del modelo, incluso aunque proceda de un modelo que no es coherente teóricamente, siempre y cuando la intervención sea armoniosa al insertarla en el nuevo contexto con el conjunto de éste (es decir, usando los términos del tratamiento de texto informático, utilizar la opción “pegar haciendo coincidir con el formato de destino”, que es lo que Perls hizo con todo lo que integró).

Por otra parte, algunos modelos y metodologías son especialmente eficaces para el tratamiento de alguna de las fases concretas, y acudimos a ellos –integrándolos total o parcialmente- cuando lo vemos adecuado. Así, por ejemplo: para tratar problemas de la fase 1, vemos muy adecuada la Biosíntesis de Boadella; en relación con la fase 2,

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puede ser muy relevante la utilización de Mindfullness o el Focusing de Gendlin, dependiendo del tipo de problema; para las fases novena y décima el trabajo con impulsores y con los juegos psicológicos del Análisis Transaccional; para la última fase algunas aportaciones de la meditación zen, etc.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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