Por Una Filosofia de La Parasicobiofisica

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    POR UNA FILOSIFÍA DE LA PARASICOBIOFÍSICA-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

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    La pretensión de este texto es tratar de alentar en los investigadores la necesidad de

    procurarse un sistema de conocimiento que estructure el estudio de aquellos fenómenos que,

    durante toda la historia, han sido catalogados como de una condición alternativa, paralela o

    sobrenatural (o preternatural) y a los que se ha sistematizado dentro de la metafísica, la

    mística o la superstición.En este texto no trataré de dogmatizar sobre las aproximaciones que haga a los motivos, los

    avances de algunas de las bases conceptuales en las que asentar los cimientos de esta

    disciplina y de los métodos para conseguir el deseado conocimiento, sino de dar elementos

    para un primer contacto y su subsiguiente debate abierto en el que, probablemente, todo lo

    aquí escrito desaparecerá corriente abajo.

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    Los contenidos de este texto son:

    1- Motivos para una filosofía de la parasicobiofísica (F de la PSBF) y estado actual de la

    investigación de lo paranormal. Llamamiento.

    2- Crítica a los defensores de la ciencia como método para una buena vida (moralismo o culto

    a la ciencia) en defensa de la ciencia como único método de investigación no subjetivo.

    3- Miscelánea programática y algunas bases. El objetivo final: un conocimiento unificado en

    una sola ciencia y una fe libre de superstición.

    4- ¿De que concepto de realidad se debería partir para poder investigar la fenomenología

    paranormal? ¿Un universo o muchos universos? ¿Una realidad natural o trascendental?

    5- Métodos y organización del sistema filosófico. Propuesta esquemática de estructura de la

    filosofía de la PSBF. Clasificación fenomenológica.

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    “Los hechos todavía no han sido observados de modo satisfactorio; si alguna vez lo son, se

    debe dar más crédito a la observación que a las teorías, y a las teorías únicamente si están

    confirmadas por hechos observados”. 

    Aristóteles, (referido a las abejas) La generación de los animales

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    “ Como pensaron los filósofos de Mileto, los primeros en procurarse un universo inteligible, los

     fenómenos celestes y los terrestres eran en esencia lo mismo.”  

    Banjamin Farrington, Ciencia y filosofía en la Antigüedad

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    1- Motivos para una filosofía de la parasicobiofísica (F de la

    PSBF). Estado actual de la investigación paranormal. 

    Llamamiento

    ¿Qué motiva la petición de una filosofía de la PSBF?

    Lo que se ha dado en llamar investigación del fenómeno paranormal, según afirman algunos

    de los más conscientes miembros de este quehacer, se ha estancado. Se clama abiertamente

    por un método unificado de experimentación, por un protocolo, por una unidad de acción,

    pero la unidad de acción sólo es posible desde la unidad de concepto y, para ello, se requiere

    una filosofía unificada de la fenomenología paranormal.

    Parece ser que, desde hace años se viene clamando por una iniciativa similar de la que nadie

    toma el testigo de forma concreta así que, es bien probable, que lo que aquí se diga no sea

    nuevo pero es necesario que se propague aquel eco hasta las nuevas generaciones que han

    visto reducido el conocimiento paranormal al turismo ovni y sicofónico, sin que, en general,

    esas aventuras se concreten en investigaciones reales. Para ellos parece que todo el peso de la

    investigación capaz de conseguir avances significativos en el conocimiento quede reservado a

    los componentes de un sistema artrítico y feudal donde el prestigio heredado de los

    “investigadores de la edad de oro” puede sobre el criterio y el avance del conocimiento.

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    El ser humano ha viajado intelectualmente desde los mitos a los dioses y desde estos a la

    técnica, la sicología y la política para entender el mundo y ordenarlo. Pero si en algo se parece

    todo pensamiento humano es en su capacidad (o incapacidad de otra cosa) de mitificar, de

    encontrar el doblez de otra realidad estrechamente unido con aquella en la que vive y que le

    permita trascenderla. En definitiva, la necesidad de la existencia de seres, fenómenos, sucesos

    que le permitan entrever un “algo más”, un “orden superior” de cosas o una motivación

    consistente por la que valga la pena vivir. Este tipo de cuestiones ha estado siempre en la

    mente del ser humano.

    Esta mitificación ha producido desde el principio una ciencia, un intento de conocer y explicar

    los fenómenos mundanos. Estas explicaciones han crecido en diferentes direcciones (tantas

    como el ser humano se ha expandido por el mundo durante el tiempo) y se han hibridado

    entre ellas, algunas de forma reiterativa produciéndose encabalgamientos, repeticiones y

    superposiciones conceptuales. Muchas de aquellas respuestas siguen sin tener explicación por

    parte de la ciencia convencional actual, otras ya han sido explicadas por ella, pero es una

    característica del devenir de las culturas humanas (y también de algunas culturas de animales

    “cantores” como algunos tipos de  cetáceos y aves) el acumular y solapar conocimientos en

    lugar de, una vez criticados y ampliados, eliminar los viejos patrones de la memoria común.Por una parte esta acumulación no sólo es útil sino fundamental cuando se deben encarar

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    nuevas modificaciones del paradigma en curso ya que permite la necesaria perspectiva

    histórica y conceptual pero, por otra, en la práctica, es el principal motor de un sinfín de

    esquizofrenias culturales.

    De alguna manera, se debería poder deslindar qué fenómenos, de aquellos conocidos como

    paranormales, son reales o son causa de esta rutina esquizoide de la cultura humana.Si se llegara a demostrar que alguno de los fenómenos anómalos que se han dado durante la

    historia (o alguno de ellos) fuera cierto, sería la demostración de que aquel supuesto “doblez

    de la realidad” podría no ser la proyección de un deseo de trascendencia que el pasado nos ha

    legado tradicionalmente sino un hecho histórico acontecido en una realidad puramente física,

    asimilable al sistema de conocimiento convencional, que permanecería activo y accesible para

    su estudio en la actualidad.

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    Una vez superado el primer aprendizaje individual y social de la vida, difícilmente se vuelven a

    tener experiencias primarias salvo en momentos limítrofes en que pueden evocarse desde la

    propia cultura en forma de producto cultural (arte, cine, música, deporte, videojuegos y otros

    diferentes artefactos para el disfrute público y privado). Muchos de estos productos se

    adecuan al deseo de otros tantos espectadores que buscan aquella especie de catarsis en la

    pureza experiencial, aquello que más se pueda parecer a una experiencia primaria, a una

    “primera vez” de cualquier cosa.

    Estos productos culturales no son ya experiencias primarias sino elaboradas y, por lo tanto,

    para causar el impacto requerido, deben ser adecuadas a la propia cultura del espectador ya

    que, de no ser así, no se podría provocar el efecto perseguido sino que todo el esfuerzo sequedaría en una simple “curiosidad antropológica”. La única forma de llegar a “disfrutar”

    estos productos es conociendo los argumentos puestos en juego en cada uno de ellos, conocer

    el discurso utilizado.

    Pero no quiero salirme del hilo argumentativo: la ilusión de reproducción de experiencias

    primarias de las que ya no se guarda recuerdo por ser estas el fundamento mismo de la

    memoria y permanecer aplastadas bajo el peso de sus cimientos.

    La demanda de gran parte de la población, (no entraré en cuestionar si estas demandas son

    reales o creadas por intereses comerciales -cualquiera conoce la respuesta-) es la que hace

    necesaria e imprescindible la industria del entretenimiento y la novedad. La oferta es mucha y

    diversificada; muchas personas buscan esa catarsis en la aventura extrema y, como un

    formato más de este género aventurero, acaban llegando a la experiencia con lo paranormal.

    Gente como Chris Aubeck reconoce haberse interesado por la fenomenología ovni gracias a

    Von Däniken y literatura similar; ¿Quién sabe?, donde hoy hay alguien jugando a ser “Indiana

    Jones” o “Van Helsing” es posible que mañana haya un investigador que produzca

    conocimiento real y tangible.

    En realidad, que esto suceda, sólo dependerá de que él-ella tenga bien claro lo que se

    propone.

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    En efecto, la causa que lleva a estudiar este tipo de fenómenos a algunos “investigadores” no

    es la curiosidad sino la demostración o reafirmación de una creencia y/o entrar en contacto

    con el fenómeno a toda costa (peligro = adrenalina); para ellos no es suficiente con ser

    observadores pasivos, atentos o analíticos.

    Posiblemente, todo lo dicho (y que se dirá aquí) pueda sonarles a palabrería hueca ya que no

    abre ningún campo de su interés ni proporciona las respuestas que desean. Aun así, no hay en

    este texto (al contrario de lo pueda llegar a parecer) ninguna intención de demonizar los

    llamados “botellones sicofónicos”;  cada cual sabe o intuye que es lo que pretende con sus

    acciones (y más en su vida privada) y no pretende lo mismo quien quiere llegar a conocer que

    quien busca entretenerse, siendo ambas posturas igualmente legítimas y de ninguna manera

    incompatibles pero que, sin embargo, deberían estar claras y bien definidas a la hora de

    producirse en este tipo de actividades, publicar las experiencias y defender a ultranza

    algunos ideales de su investigación como el rigor y el compromiso con el conocimiento.

    La curiosidad es el germen del conocimiento y la reflexión la principal herramienta para sucrecimiento. “Una vida sin reflexión no es vida para el hombre”, dijo Platón y tengo la

    impresión de que no estaba desacertado. Con toda seguridad, él se refería al acto voluntario

    de reflexionar sobre las cosas y no al hecho biológico a través del cual el ser humano

    reflexiona: El ser humano reflexiona y lo hace sin necesidad de esfuerzo pues es connatural a

    su ser; por tanto, no debería serle muy difícil tratar de hacerlo de forma voluntaria.

    La ciencia ha pasado de ser una afición especulativa a un oficio reglado. La ciencia, con su

    especialización parcelada de la realidad y su profesionalización, ha conseguido que ya no esté

    al alcance de cualquier aficionado o curioso particular aportar alguna idea de interés para el

    conocimiento o, si fuera posible aportarla, que el miedo a ser ninguneado por la comunidad

    científica y la vergüenza a sentirse absolutamente ignorante (complejo de cateto) ante un

    conocimiento institucional de carácter inhumano en su producirse, inalcanzable en la práctica

    por el sostén de una maquinaria experimental con la que ni se cuenta ni se puede competir

    para oponer evidencia propia, ha conseguido, digo, que el aficionado mire hacia otro lado y

    dedique su curiosidad, esencialmente, al consumo y al entretenimiento. De esta manera

    terminan por unirse en el conglomerado de aficionados a estos temas, aquellos que proceden

    del ocio y los auténticos aficionados y curiosos; unos llegan a este punto por entretenerse, los

    otros por puro abandono de las instituciones del conocimiento y por el devenir de la

    estructuración social.

    La curiosidad es un bien que se desperdicia con demasiada frecuencia o se utiliza en demasía

    cuando y donde no procede.

    Durante su infancia y juventud, el aficionado puede conducir su vida hacia la profesión

    científica e, incluso, conseguir vestir la bata blanca pero, pasado el periodo de “adjudicación”

    de oficios en la vida de las personas, son muy pocas las que vuelven al estudio y reinician la

    vocación que dejaron aparcada. Sin embargo, el afán por conocer se mantiene.

    Lo que la ciencia fue un día, una afición especulativa, no encuentra hoy en día materia

    novedosa sobre la que actuar y reflexionar ya que, todos los temas accesibles al conocimiento

    sencillo y limitado de los que un particular pudiera dar cuenta, forman ya parte de una parcela

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    profesionalizada de la ciencia que, por mucho que el particular se empeñe en estudiar, nunca

    llegará a conocer en profundidad.

    Para un particular, el esfuerzo de toda una vida de estudio ya no consiste en estudiar el objeto

    sino en ponerse al día de lo que la ciencia ya conoce de él antes de poder decir algo nuevo. Sí,

    decir algo nuevo, porque existe un placer en el desvelar el conocimiento, en el descubrir el

    enigma, en la descripción y explicación del fenómeno, de “lo que aparece”, que eso significa

    “fenómeno”. Hay un placer en el comprender las cosas que, para acceder a él, requiere de

    aquella reflexión a la que se refería Platón, aunque este nunca habría aceptado el placer como

    argumento válido para motivar el conocimiento.

    Esta aplicación de la naturaleza humana, este estar abocado al conocimiento, debe encontrar

    alguna salida y la encuentra estudiando (o tratando de hacerlo) aquello que la ciencia

    desprecia por ser el único campo de investigación asequible a la curiosidad científica

    particular.

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    Todo fenómeno o concepto que no estuviera directamente relacionado con la experiencia

    mediada por los sentidos fue rechazado por el pensamiento racionalista científico. Según

    Hume, el conocimiento verdadero proviene tanto del razonamiento como de la práctica, con lo

    que toda proceso intelectual que no exprese alguna relación entre ideas o no examine alguna

    cuestión de hecho, sale por definición del campo del conocimiento. A lo que se puede añadir

    que esa idea sólo puede ser epistemológicamente significativa (ser un conocimiento

    productivo o que abra una vía de interés para el conocimiento) si es evidente por sí misma o

    pueda, por lo menos en teoría, ser verificada empíricamente.

    El método científico, es el único que puede dar acceso a una certeza suficiente de las cosas y

    hechos de este mundo.

    Filosóficamente, el verdadero conocimiento del objeto es imposible y, por tanto, la verdad nos

    está vedada; sólo poseemos la reflexión: vemos el mundo como reflejado en un espejo,

    mediado, no podemos percibirlo inmediatamente, directamente. Pero la ciencia, siempre

    práctica, en lugar de desengañarse ante esta dificultad “inventa mejores espejos”  que le

    permitan acercarse lo más posible a la “verdad reflejada” de los objetos.

    Por su parte, la filosofía, una vez dejó en manos de la ciencia el problema de conocer el

    mundo exterior, se dedicó a organizar la sociedad y, finalmente, a viajar al centro de la noche

    interior: al ser puro, a la ciencia del ser que, en definitiva, es el núcleo de la filosofía.

    De esta manera, tanto la ciencia como la filosofía, han dejado una grieta por la que acceder a

    una fenomenología que fue explicada sin haber sido investigada; esta paradoja es,

    esencialmente, la que empuja a construir un discurso integrado en una disciplina de

    investigación que permitan solventar el salto metodológico dado por el pensamiento

    racionalista.

    De alguna manera podría considerarse el estudio de los fenómenos anómalos como unsubproducto, un desecho de las “altas formas de pensar que rigen nuestro mundo del saber”, y

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    así ha sido como se ha entendido, pero no sólo por esas “altas instancias del saber” sino

    también por la gran mayoría de los mismos curiosos e interesados en la investigación que, ante

    la falta de un rigor exigido por alguna autoridad académica de lo paranormal, han visto el

    campo libre para dedicar su ocio de la manera que les ha sido más conveniente; y así es como

    debe enfrentarse el ocio, pero no la investigación si se pretenden resultados productivos.

    Se lo ha considerado un subproducto y así seguirá siendo mientras la metodología empleada

    para la investigación sea una metodología “pero menos”  o sea, más bien, una

    seudometodología.

    En la Antigüedad, alguien que se hubiera dedicado a recoger plantas y flores para disecarlas

    habría sido considerado un científico botánico. Sin embargo, ese coleccionismo no le convertía

    en botánico: esas plantas deberían tener un nombre, deberían ser observadas y no sólo

    admiradas, interpretar el motivo que hacía parecidas a unas plantas y diferentes a otras,

    clasificarlas, estudiar sus propiedades biológicas como la época de floración, el tipo de terreno

    donde aparecían, que tipo de fauna se les asociaba, etc.Si su curiosidad fuera más allá (y su ideología práctica no se lo impidiera) se debería haber

    estudiado si tenían alguna utilidad para el ser humano, ya fuera para vestir, como perfume o

    para mejorar la salud.

    El científico quiere conocer, el técnico hacer algo; la finalidad de la ciencia es teórica y el de la

    técnica práctica. La técnica verifica la teórica pero, a la vez, es un gran laboratorio de

    observación empírica (e inspiración para elaborar nuevos experimentos y desarrollar ideas) del

    que se sirve la ciencia.

    Sin embargo, el interés de aquel que disecaba plantas y era considerado como botánico y

    científico, podía haber sido, tan sólo -y no seré yo quien diga que eso es poco-, el de tratar de

    conservar la belleza eternamente en lugar de atender a algún tipo de curiosidad cognoscitiva.

    Con esto quiero decir que, debería quedar claro a todo aficionado a la investigación de

    fenómenos anómalos cual es la causa que le mueve, si la curiosidad y el deseo de conocer u

    otros y diversos intereses, todos ellos de similar legitimidad. Pienso que así, algunos

    desengaños con los que muchos tropiezan se disiparían y podrían disfrutan de su curiosidad

    sencilla y sin pretensiones, mientras que otros, con verdaderos intereses de conocimiento,

    deberían tratar de enfrentar la investigación en una dirección menos superficial.

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    El estado de las cosas actual en el estudio de los fenómenos anómalos, considerado desde el

    conocimiento científico, está varado en la acumulación de datos, como estaba la ciencia en el

    antiguo Egipto y en Mesopotamia: ciencia estadística imprescindible para el conocimiento

    pero insuficiente para su avance. El propio Kepler no pasó del método empírico y por prueba-

    error dio con alguno de sus descubrimientos.

    Si realmente se pretende algún conocimiento que contribuya a una certeza suficiente en este

    campo, se deberían seguir los pasos históricos que ha seguido la ciencia en su desarrollo y

    aplicarlos adaptándolos a la disciplina concreta. Para empezar, en cuanto al método de

    investigación; en lugar de continuar trabajando sobre la observación empírica se podríaavanzar un paso hacia el método hipotético-deductivo que permitiera sistematizar la

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    y el de las anomalías en particular, es necesario sentar las bases que, más pronto que tarde,

    serán refutadas, pero que alguien debería arriesgarse a sentar. De alguna manera este texto

    trata de hacer este papel o provocar que este dé, puesto que, desde dentro del “mundillo”

    nadie parece dispuesto a arriesgarse.

    Se debería dejar la timidez y el miedo a perder un prestigio inexistente dentro de un

    “mundillo” muerto y tomar las riendas de otro nuevo que se hace imprescindible para la

    continuidad de lo paranormal, ya como estudio serio, ya como tema con alguna credibilidad

    a divulgar.

    Hace tiempo que, de tanta timidez y mantenimiento de ese prestigio propio las únicas ideas

    que emergen de la investigación paranormal con cuchicheos de grupitos rotos por sonoros

    bostezos.

    El curioso actual, ante la fenomenología paranormal, se encuentra como aquel griego antiguo

    que veía enmohecerse el pan sin comprender con exactitud que proceso se desarrollaba ante

    sus ojos. Pero se debe ser aun más exigente y dar un paso más lejos y, como aquel griego,

    preguntarse como se convertía el pan en carne y sangre humanas a través de la ingesta (en esecaso, los cambios de estado de la materia ya no eran tan claros como los del agua o el fuego

    que ascendían en forma de vapor). Aquel hombre sólo podría achacar tales cosas a lo

    inexplicable, hasta que alguien se detuvo a tratar de explicarlo; trató de hacerlo y erró en su

    explicación…  pero lo intentó y lo hizo de una forma realmente audaz para la época. Esa

    audacia es la que hace falta en este momento.

    Las primeras etapas de la ciencia son más difíciles así que el simple planteamiento de las

    cuestiones fundamentales se convierte en un gran paso en la dirección de encontrar una

    respuesta razonable.

    Dicen que la ignorancia es atrevida, ¡bienvenido atrevimiento!; la curiosidad sin atrevimiento

    conduce a claudicar ante cualquier explicación brillante que se de a toda una estructura

    fenoménica y creer ciegamente en la palabra del primero que la de: La ignorancia sin

    atrevimiento no es más que una máquina de acumular ignorancia.

    ¡Sapere aude! (¡Atrévete a saber!) Esta frase que parece el slogan de un ministerio de

    educación y ciencia del siglo pasado, es un llamamiento a la posibilidad de conocer pero,

    también, implícitamente, marca una línea divisoria con la ignorancia voluntaria, con la

    ignorancia atrevida. “Atrévete a saber” es una llamada a estar con los audaces que pretenden

    escapar de la ignorancia y, como no puede ser de otra manera, a poner para ello sus

    conocimientos en común, compartirlos y extenderlos para que puedan ser corregidos y

    ampliados por criterios mas perfeccionados: Atreverse a saber para que se llegue a saber,

    para que todos puedan llegar a saber.

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    Deberían fundarse las bases sólidas (pero flexibles) desde las que poder hacer una “nueva

    ciencia de la naturaleza paranormal”  que englobase todos los fenómenos paranormales y,

    para ello, sólo cabría el debate abierto, ya por vía congresual o a través de las redes que tantas

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    facilidades dan para este tipo de cosas. Ignoro qué solución se pudiera dar a estas cuestiones y

    no me preocupan lo más mínimo: si ha de ser se encontrará la forma.

    Es evidente que no sólo sería una la filosofía de la PSBF que surgiera de estos debates, el cisma

    de inicio parece más que previsible pero, si se estructuraran diferentes escuelas de estudio de

    lo paranormal ya no podría haber estudio serio que no siguiera las pautas del método

    científico. Más tarde, ya habrá quien unificase las conclusiones de las diferentes filosofías, eso

    es inevitable, como digo, nada de eso es preocupante: todos los procesos constitutivos de

    sociedades de estudios se parecen y siguen normas parecidas.

    Anteriormente hablé del estado de las cosas social dentro de la investigación de lo

    paranormal, ahora hablaré del estado de lo conseguido en cuanto a conocimientos.

    Como sucede en el proceso cognitivo de los niños, al principio, el lactante no mira para actuar,

    actúa para ver. Progresivamente pasa de elaborar información como mensaje concreto a hacer

    una interpretación general. Así, de registrar la existencia del objeto pasa a registrar su esencia

    (de ver un juguete con su forma definida, concreta y diferente a otros juguetes, entiende quelos juguetes pertenecen en sí a un grupo de objetos que es definido, concreto y diferente a

    otros- “De la sensación procede la memoria. De los recuerdos repetidos procede la experiencia,

    es decir, la capacidad segura para percibir el elemento universal entre varios recuerdos. Esta

    capacidad para distinguir lo universal de las cosas particulares es a su vez el origen de la

    técnica y la ciencia, de las cuales la técnica se ocupa del devenir y la ciencia d el ser” .

    Aristóteles.-). Esto supone un incremento en la mejora de la eficacia operativa del niño y su

    entendimiento. La prueba-error (la empíria) se hace útil no tanto como para crear

    inteligencia sino como para conocer y adaptarse a la realidad. Más tarde, unida a la

    herramienta fundamental del habla (estructura metódica) es cuando se produce la

    verdadera consecución de la inteligencia.

    El estado actual de la investigación de lo paranormal se puede deducir de este modelo natural

    que nos es tan cercano y tan apropiado para el tema, ya que es el modelo de cómo los seres

    humanos tenemos acceso al conocimiento en el mismo principio de nuestras vidas.

    En la actualidad, las investigaciones paranormales han clasificado los objetos y se conocen sus

    características pero, si cada vez que se recoge un fenómeno se produce una sorpresa (el

    registro de un objeto y no de su esencia) quiere decir que no se ha pasado de la empíria

    clarificativa, que ni siquiera se ha llegado a la prueba-error.  Justo se ha identificado (sin poder

    presentar pruebas incontestables) que los fenómenos paranormales son diferentes de los

    normales, lo cual es un conocimiento realmente magro.

    Es frecuente que quien defiende la investigación paranormal de los ataques de las orbitas

    científicas se escude en los “brujitos de túnica”  pues “ellos son los que desprestigian con su

     falta de gusto el trabajo de los investigadores rigurosos”. Sin embargo,  lo que más ha

    desprestigiado estos estudios no es ya la falta de avances, sino de resultados… en singular:

    de resultado, de un sólo resultado concluyente en ciento treinta años de investigación.

    Es cierto y se ha de reconocer que la porción más racionalista de las investigaciones, la

    parasicología, ha introducido en el ámbito científico (en la sicología) la hipnosis y, en parte, latelepatía y la precognición, que permanece todavía en cuestión y fase de estudio.

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    ¿Algún avance más?

    Cualquier investigación científica institucional que durante ciento treinta años fuera tan

    improductiva como ha demostrado ser la llevada a cabo por los estudios paranormales sería el

    hazmerreir de la profesión científica y terminarían cancelándose por falta de fundamento en

    sus premisas, puesto que, cognoscitivamente, no se ha avanzado de ese punto.

    No es apropiado ni elegante y, sobretodo, no es justo, culpar a otros de los errores propios;

    lo adecuado sería asumirlos y tomar medidas para su reparación.

    Por esta razón, mi propuesta sobre las medidas que serían esenciales en este momento, en

    cuanto a la investigación, tras (oficialmente) unos ciento treinta años, sería hacer inventario y

    balance de lo que hay en el haber de la investigación de lo anómalo, saber con qué se cuenta y

    liberarse de las cargas innecesarias, unificar fuentes de información y dar “corporeidad” a ese

    cúmulo de conocimientos inconexos.

    En paralelo, volviendo al modelo del aprendizaje infantil, la investigación paranormal,

    debería “iniciarse en el habla”, es decir, al método y estructuración de lo que es y debe ser elconocimiento a través de una disciplina como una F de la PSBF.

    Por un lado, esta sistematización ofrecería un “saber qué”, un conocimiento de lo percibido

    mas allá de la experiencia concreta, integrado entre otros, y, por otro lado, un “saber como”,

    que orientaría la dirección a seguir en la producción y adquisición de conocimiento.

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    Llamamiento

    Este llamamiento quiere llegar a tod@ aquel-lla que pueda sentirse interesad@ en formar

    parte de una bienintencionada tentativa de trabar un sistema de conocimiento que haga

    verdaderamente útil la investigación de los fenómenos anómalos.

    A partir de los siglos XV y XVI, el producto del conocimiento humano se multiplicó de forma

    exponencial de tal forma que, desde entonces, ha sido ya imposible que un sólo sujeto pudiera

    ser consciente de todo el caudal de conocimiento de su tiempo (que es el suyo actual y el

    pasado), entenderlo y utilizarlo. La filosofía de la PSBF, por ser una filosofía (un afecto al

    conocimiento) con derivaciones en todas las ramas del conocimiento, debería ser un

    instrumento abierto al debate (debate productivo y nunca conflictivo o de mero espectáculo

    circense) para su avance. Este, como no podría ser de otra manera, debería ser un esfuerzo

    conjunto y toda ayuda sería celebrada y bienvenida.

    Este llamamiento a la acción intelectual y a no anclarse en la experimentación autista, no

    pretende ser un discurso innovador ya que, como dije, hace tiempo vienen oyéndose voces en

    la misma dirección; lo único que trata de aportar es un punto de partida estructurado y no sólo

    una opinión infundada o fundada pero lanzada al aire. Ignoro si están en marcha otras

    iniciativas como esta y pido disculpas por mi desconocimiento si las hay; sin duda, sería lo más

    lógico que existieran en vista del estado ruinoso de las cosas.

    La pretensión del texto es, como decía, un punto de partida para el discurso fruto del debate

    de otros (los investigadores y otros sectores dedicados a los fenómenos anómalos); lo que

    venga después de este llamamiento será previsiblemente más difícil y complejo.

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    Ignoro de qué manera se pueden estructurar los trabajos, los debates, el reparto de tareas,

    etc. Por ignorar de todo esto, ignoro si, con mis más que limitados conocimientos que

    proceden de la reflexión sobre notas tomadas de aquí y de allá y no de un conocimiento

    realmente profundo (*), podré aportar a esta acción intelectual algo más que este llamamiento

    pero estoy convencido de que otros, más tarde o más temprano, sí serán capaces y/o más

    valientes. ¡Os animo a ello!

    (*) Si la ciencia infusa existió en tiempos de Sócrates se agotó antes de llegar a mí: encontraréis algunos de los

    temas, aquí tratados, ya advierto que no todos, en la Wikipedia –la cual recomiendo vivamente- expuestos con más

    detalle y en todo su sabor; yo sólo los he engarzado en un hilo argumentativo que allí no resulta tan claro ni dirigido

    específicamente a este tema.

    2- Crítica a los defensores de la ciencia como método para unabuena vida (moralismo o culto a la ciencia) en defensa de la

    ciencia como único método de investigación no subjetivo

    En algunos lugares del tiempo, grupos de opinión procedentes tanto de la religión

    estructurada como de la ciencia institucional, decidieron que su pensamiento era algo más

    que una explicación del mundo, decidieron que ese pensamiento era el mundo mismo . Este

    es el origen de todo dogmatismo y también del suyo.

    Por esta razón, una filosofía de la PSBF debería alejarse del dogmatismo y limitarse a sustrabajos en lugar de involucrarse o entrar en conflicto con ideologías que no se

    correspondiesen con el objetivo del estudio que, en definitiva, sólo están al servicio del

    entretenimiento de ociosos y el mantenimiento de crédulos.

    Entrar en conflicto es el trabajo de aquellos que dudan queriendo simular (sobretodo para sí

    mismos) tener una certeza con la que convencerse, no de aquellos que saben que el ser

    humano no puede más que aventurar hipótesis sobre el conocimiento para nunca alcanzar la

    verdad de las cosas del mundo y del universo. Este hecho no se escapa ni a la religión

    estructurada ni a la ciencia institucional, pero sí, o eso pretenden haciendo oídos sordos, a los

    que entran en liza dando una importancia trascendental a cualquier asunto convirtiendo con

    su actitud su guerra en una guerra entre religiones.

    En la filosofía de la PSBF, esta falta de bandidismo (de posicionamiento a favor o en contra de

    bandos y bandas) debería traducirse en un mayor compromiso con la investigación y, desde

    luego, si la falta de compromiso partidario lo fuera para dejar de recibir el parabién y la

    protección de unos o de otros, también debería serlo para no describir la realidad como

    dictasen esos unos u otros: debería garantizarse la independencia de la investigación y de sus

    conclusiones, dentro de lo que esto sea posible y si esto es realmente posible. La opinión

    personal e íntima de cada cual quedaría fuera de esta exigencia, naturalmente, puesto que

    estos estudios estarían enmarcados en una filosofía y no en una secta, pero los trabajosdeberían eludir cualquier premisa ajena al estudio.

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    De entre aquellos que pretenden hacer de su pensamiento el mundo e imponerlo a los demás,

    aparecen esos creyentes que requieren de pruebas físicas para fundamentar su fe y esos

    cientificistas que hablan de “progreso de la humanidad a través de la historia y hacia el futuro”

    (un determinismo metafísico tan claro como el fatalismo cristiano creación-juicio final -alfa-

    omega-, el famoso “plan de Dios”, es decir, una teleología, una razón y causa final de todas las

    cosas) en lugar de hablar de curiosidad y conocimiento en un presente continuo, es decir, de

    conocimiento agnóstico, libre de aquello que Kant entendía como incognoscible pero que

    inspiraba el camino de la Razón (que, desde la metafísica, irradia algún sentido a conceptos

    como “humanidad” o “sociedad” cuando se pretende relacionarlos con “progreso” o

    “bienestar”. –He de precisar que no seré yo quien esté en contra del progreso y el bienestar de

    la humanidad, pero claro, yo acepto el concepto kantiano y entiendo ese campo metafísico

    como un cuerpo conceptual disperso que, potencialmente, puede producir conocimiento o,

    como mínimo, es merecedor de ser rastreado, comprobado y, en la medida de lo posible (y si

    es posible), ganado para el saber humano desde la razón; el discurso de la ciencia no piensade esta manera y así debe ser, puesto que la metafísica no entra en sus atribuciones

    epistemológicas pero, incomprensiblemente, los cientificistas anti-irracionalistas, de facto, si

    creen y lo hacen, por ejemplo, en teleologías -).

    La filosofía de la PSBF debe pretender conocer y hacerlo de forma racional, ya que, la razón, es

    el único instrumento que posee el ser humano para satisfacer su curiosidad. No se puede

    olvidar que quien cree no requiere de curiosidad ni de pruebas que fundamenten su fe, ni de

    aniquilar una potencial alternativa por no considerarla como tal, puesto que la fe del creyente

    (ya sea en dios, en el orden universal, en el futuro o en el porvenir tecnológico) sólo tiene un

    camino y quien no lo sigue sólo puede estar equivocado. Cuando llega ese momento discursivo

    que roza la paranoia, el no creyente pasa a tener una “oculta voluntad malintencionada”. (Es

    un hereje o un estúpido, alguien con sus capacidades disminuidas por la fuerza de algún

    demonio o causa ajena, estupidizante y fanática, que le convierte en una marioneta sin

    voluntad propia. El enemigo nunca es persona, este es un recurso sicológico bien conocido en

    las relaciones bélicas ya que permite librar al soldado de un potencial sentimiento de culpa

    que pudiera aparecer ante la destrucción física y moral del oponente). Sólo cuando se

    reconoce alguna verdad a la alternativa se lucha contra ella demostrando así la poca fe que

    se tiene en la propia creencia o certeza que, debido a ello, se mantiene y defiende todavía

    con más fuerza.

    No es poco frecuente confundir “la razón” con “tener la razón”; curiosamente, lo primero

    tiende a conducir hacia la paz y lo segundo hacia la guerra.

    El conocimiento racional, por definición, debe ser aconfesional, incondicionado moralmente y,

    por tanto, no debe dejarse arrastrar por ninguna de estas dos posturas de fe (una religión

    mística y otra secular, ambas igualmente trascendentalistas) que pelean como perros rabiosos

    por el mismo hueso: ser la idea del mundo en la mente de los más, combatiendo en un campo

    metafísico donde la supremacía de los ideales está por encima de las personas y el afán de

    conocimiento, donde la victoria total esta incluso por encima de los mismos ideales que se dice

    defender.

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    He podido comprobar que esta guerra suele hacer mella entre los que nutren las filas de los

    aficionados a lo anómalo. Unas veces, las críticas recibidas no pueden caer de forma más

    certera sobre la conciencia del que sabe no cumplir con el rigor que aquello que estudia

    merece y, aun así, se empeña en tratar de convencer y convencerse de todo lo contrario; pero

    este malestar general se debe, por delante de cualquier otra causa posible, a ser un conflicto

    impuesto por otros y en unas condiciones no elegidas. Esta es, con frecuencia, una guerra que

    sólo existe para otros, para los que atacan, con la única utilidad de reforzar su fe quebradiza

    (como acostumbra a ser la de los que participan de una estructura intelectual poco flexible).

    Pero es necesario señalar que, también entre los que se dicen interesados en la investigación

    de lo anómalo hay quien hace de sus disparatadas certezas religión y goza de las agresiones del

    oponente como lo hacían los cristianos primitivos en el anfiteatro del coloso en Roma, felices

    (beatus) y sabedores de alcanzar la gloria por el martirio en tal acto.

    Con esta actitud no se consigue más que retroalimentar a aquellos que pretenden devolver las

    injurias que se hicieron a Galileo, a Servet, a Bruno o a un sinnúmero de mártires que ha

    tenido la ciencia, que pretenden devolver injurias con injurias, cargados de razones pero sinaquella luz que la racionalidad impone para comprender, perdonar y archivar las venganzas de

    pleitos antiguos sin olvidar ni perder de vista el objetivo vital propio de cada cual, a no ser,

    claro está, que ese objetivo vital sea estar siempre en pie de guerra.

    Por muchas razones, tampoco este intercambio de mártires sería un tema que debiera

    preocupar a una filosofía de la PSBF (ni siquiera conceder mas razón a unas u otras ideas

    dependiendo del abultado santoral que presente o de las razones por las que estos fueran

    llevados al martirio: los mártires son todos iguales independientemente de la causa; en el

    martirio sólo cuenta la experiencia humana de la injusticia y la sinrazón, con lo que es

    preferible no fabricar nuevos mártires en aras de un mundo menos injusto y con menos

    “ejemplos de virtud” fabricados para las nuevas generaciones). Algunas de estas razones ya se

    han expresado mas arriba, otras son más pedestres y genéricas: Los enemigos terminan por

    necesitarse; los enemigos, después de combatir en tantas batallas, terminan por hacerse del

    mismo bando, de un único bando: el bando de la experiencia común.  Los excombatientes de

    diferentes bandos se relacionan exquisitamente y minimizan los pleitos que les llevaron al

    campo de batalla: el color de las banderas se diluye, la justicia de sus causas se evapora y lo

    único que importa al final, es que la experiencia de unos haga física y real la de los otros

    verificando con ello que el recuerdo que atesoran no es una fantasía creada en el magma de

    la memoria senil.

    Al final unos y otros hicieron lo mismo: destruir a un tercer bando que ni estaba en discordia ni

     jugaba al juego que, con tanta alegría ahora, ellos rememoran y celebran: la población civil, sus

    vidas, sus propiedades, sus expectativas; víctimas que los combatientes no recuerdan porque

    sólo eran el decorado de sus atroces “heroicidades”.

    Esta filosofía de la PSBF no debería tener vocación de victima sacrificial y, desde luego,

    tampoco de victima colateral, es más, esta filosofía no debería tener vocación bélica de ningún

    tipo y dejar la guerra para aquellos que viven en, para y de ella. 

    Siempre se ha dicho que no hay conflicto entre dos mientras uno de ellos no lo quiera, pero la

    cuestión puede no ser tan sólo de comportamiento sino que puede tener un calado sustancial,

    cuasi químico: Si el agua y el aceite tuvieran conocimiento jamás pelearían entre ellos pormantener su integridad molecular en la mezcla ya que esta “les mantiene a cada uno en su

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    lugar”, sin embargo, ¿qué pasaría si se unieran dos aguas o dos aceites? Sólo los iguales

    conscientes de su igualdad se pelean, sólo los que entienden la igualdad sin el respeto a la

    otredad se pelean, sólo los iguales que pueden ocupar el mismo lugar y beneficiarse con ello lo

    pretenden y luchan por él.

    Una F de la PSBF, al contrario de luchar por el puesto de otro, pretende conocer lo que otros

    abandonaron a su suerte y, si obtuviera frutos de conocimiento, en lugar de atesorarlos los

    regalaría a la ciencia institucional para, después, desaparecer. No parece esta una intención

    demasiado beligerante, y aun así será atacada. Como dije, hay quien vive para la guerra y no

    para la paz y el conocimiento, pero ese no sería un asunto a atender desde esta disciplina.

    ------------------------------------

    En resumen, la guerra entre un mundo estructurado políticamente desde la laicidad y otro

    enraizado en la superstición y la religión no sería la prioridad (y pienso que tampoco debería

    serlo en el futuro) de una filosofía de la PSBF, ni esta, desde la neutralidad, se debería a unbando o a otro puesto que el tema de su estudio es independiente de cualquier forma de vida

    pasada, presente o (potencialmente) futura puesto que, en ningún caso, debería ser una

    filosofía ética o moralizante sino una filosofía de conocimiento.

    ----------------------------------------

    La ciencia vive en paz o, lo que es lo mismo, en una lucha constante consigo misma

    autoevaluándose, regulándose y tratando de unificar sus diferentes puntos de vista sobre

    algunos temas esenciales de la física. La ciencia es un sistema complejo y metódico de

    conocimiento, una dedicación impersonal, una máquina de adquirir conocimiento. Sin

    embargo, “los guardianes de la ciencia”, los cientificistas (mas papistas que el papa) siguen aun

    encajados en la misma lucha que, en el siglo XVIII, llevó al fin del antiguo régimen y al

    comienzo del declive de las instituciones que lo sostenían ideológicamente, conviviendo con él

    en una perfecta simbiosis, desde Constantino el Grande. Su lucha es la lucha por el estado

    liberal en contra del estado del antiguo régimen y sus ideales se muestra en tres puntos

    fundamentales de la renovación propuesta por los ideales ilustrados:

    1-Las instituciones a derrocar encuadran al hombre y, al quitarle la libertad, lo vuelven ruin y

    malvado.

    2-Las instituciones a derrocar se basan en principios morales y religiosos que pertenecen a la

    intimidad de cada ser y no pueden ser impuestos socialmente.

    3-Las instituciones a eliminar deben serlo por no estar levantadas desde la razón.

    ¿Quién, hoy en día, en el primer mundo, no estaría de acuerdo con estos ideales?

    Viendo la deriva fundamentalista de los últimos tiempos no es de extrañar que estos

    moralistas de la ciencia sigan empeñados en su lucha a favor del estado ilustrado, de la ciencia,

    del discurso científico institucional y del suyo propio. No cabe duda de que es preferible no

    avanzar que perder terreno, algo siempre es algo, igual que nada siempre es nada; es mejor

    conservar que arriesgar no fuera a ser que, entre riesgo y riesgo, todo se perdiera. Es una

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    actitud poco valiente pero comprensible: siempre se ha dicho que los cementerios están llenos

    de valientes.

    Sin embargo, la sociedad occidental ha cambiado desde el siglo XVIII y las instituciones y

    actitudes del bando perdedor que sobreviven a aquella vieja guerra se van consumiendo con

    mayor o menor vigor, pero se van consumiendo (a excepción de lo que sucede en el primero y

    principal de los estados liberales: los EEUU de Norteamérica, donde en lugar de tenderse a la

    racionalidad de los ideales ilustrados se aúna su cientificismo con las doctrinas religiosas

    protestantes sin que ello sea tomado como un tipo de fundamentalismo peligroso para el

    mundo. En efecto, esos cultos protestantes son instituciones nuevas e independientes a las del

    antiguo régimen, pero siguen sin ser compatibles con ninguno de los tres puntos del ideal

    institucional ilustrado de más arriba. Esto da que pensar: ¿Se buscaba en estos ideales

    ilustrados lo que nominalmente se proponía o se escondía bajo ellos la intención de liquidar el

    Estado del Vaticano como nación, a causa de su doble poder como estado y como capital de la

    Iglesia católica, por tener en cada sacerdote un representante de Dios en la Tierra a la vez que

    un espía, un agente de información, de conversión política con acceso directo a la mente de lossujetos vía confesionario y, si fuera conveniente, de agitación?).

    No parece ya necesario ese furor defensivo ante una amenaza prácticamente inexistente

    dentro occidente (a excepción, insisto, de en los EEUU): la población en masa ha aceptado el

    estado liberal como la norma de gobierno básica y cualquier alternativa sólo tratará de ser una

    mejora en la misma dirección y no un cambio radical. Sin embargo, en el fragor de la defensa,

    aparece el “todo vale para vencer” (para cualquier parte en conflicto) y se pervierten los

    ideales primeros que se hicieron merecedores de su defensa, todo vale incluso (como es el

    caso) continuar con una lucha innecesaria. Como dije antes, hay quien vive en conflicto y, por

    esa razón, cualquier conflicto externo le es útil para vehicular el propio e íntimo: hay quien

    vive para, en y por la guerra; siempre es más fácil involucrar a otros a los que hacer sangre que

    hacerse sangre a uno mismo y, como comentaré más tarde, la naturaleza siempre toma el

    camino que le es más fácil.

    Por definición, la ciencia no puede ser moralista, no puede ser una estética (en el sentido

    actual del término), no puede ser un pensamiento único cuando, en su propio seno, la

    autocrítica y la incerteza son sus principales herramientas de trabajo, sólo superadas por la

    curiosidad, el afán de conocer y explicar el universo, lo que en él se contiene y su devenir.

    La ciencia no puede ser una mercancía que se “ha de vender especialmente bien” o de forma

    especialmente interesada que otras materias en las escuelas porque eso la convertiría en un

    dogma que pretende ser troquelado en la mente de las nuevas generaciones. Los

    “favoritismos” hacia la ciencia son un flaco favor que se le hace ya que va totalmente en contra

    del espíritu científico. En cuanto a la actitud que eso supone no puede más que recordar a la

    de las supervisiones escolares que la conferencia episcopal hacia durante el nacional-

    catolicismo; desde luego, esta actitud no se acerca demasiado a aquellos ideales que más

    arriba se exponen, en tres sencillos puntos, con una razón preclara.

    Es comprensible que aquel que conoce algo que considera “bueno”  desee compartirlo con sus

    congéneres, es una actitud pro-humana que demuestra gran sensibilidad y que ayuda a la

    mejora del conocimiento de todos. ¡Es el punto último de todo método científico!: divulgar los

    resultados para que sean conocidos, estudiados y si es necesario mejorados o refutados.Nadie puede criticar eso y quien lo hiciese escondería oscuros intereses o, mejor dicho,

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    intereses claramente egoístas en un sentido activamente anti-humano. Nadie puede pretender

    como adecuado el oscurantismo al que conducen los no menos oscuros intereses y los

    trasfondos opacos, pero no se debe olvidar que, el deseo de compartir, cuando se convierte

    en deseo de imponer, aunque sea de imponer algo “bueno”, sólo ha causado durante toda la

    historia más mal que bien; de hecho, tratar de imponer algo “bueno” ha sido mayor causa de

    conflicto, muerte, desgracia y destrucción física y moral que tratar de imponer

    conscientemente algo “malo”. 

    --------------------------------

    La ciencia, aun pretendiendo explicar todas las cosas y hechos del universo, no es un sistema

    cerrado y dogmático. En la ciencia está todo en construcción y las teorías están sujetas a

    perpetua revisión, modificación o refutación. Frecuentemente, la ciencia se confunde con el

    discurso científico institucional, que vela por el rigor de la disciplina de una manera tan

    enérgica que hasta los mismos investigadores científicos tienen quejas al respecto. Es conocidoel comentario que dice que un nuevo paradigma de la ciencia sólo consigue ponerse en

    práctica cuando la anterior generación de investigadores (los conservadores que imponen el

    discurso institucional de cada momento) ha retirado sus manos de las probetas o, dicho más

    crudamente: cuando la generación anterior de investigadores muere. Así de dura es la

    cuestión interna, con lo que no es de extrañar que la investigación de lo paranormal, y más

    aún en el estado tan primario y desmantelado en el que se encuentra, sea considerada en su

    mayor parte (la más pública y visible) como un entretenimiento de ociosos con hipótesis

    ridículas y, en la mayoría de los casos, totalmente sesgadas por creencias religiosas o

    espirituales que no se han justificado racionalmente. Un peldaño más abajo de este estrato

    oficialista, que no se puede confundir ni con la ciencia ni con el discurso científico institucional

    (conservador, ortodoxo o como se le prefiera llamar) están los cientificistas.

    Los cientificistas dan una vuelta de tuerca completa al planteamiento de la ciencia

    institucional: Para ellos, no es sólo la ciencia la que debería ajustarse al rigor metodológico

    sino que este método y su rigor deberían extenderse como forma de vida entre la población de

    tal manera que se convierta algún día en la ideología dominante. En otras palabras, se trata de

    un moralismo mal disimulado con un barniz científico, que se expresa en algunos casos como

    una religión de la esperanza en el futuro tecnológico cosa que, sin duda, no es más que un

    trasunto del cristianismo y su parusía. Si se me permite la broma: Quien con cosmólogos se

    acuesta, creyendo en Dios se levanta.

    Y volvemos a lo mismo: ¿no estaba el pensamiento racional (y con él, consustancialmente, la

    ciencia) enfrentado a la irracionalidad que supone la fe religiosa? ¿Cómo pueden entonces los

    cientificistas tratar de difundir un subproducto de características equivalentes? En otros

    tiempos, cuando se suponía que la fe era infalible, se habría podido “creer” en ella incluso de

    forma religiosa, pero la ciencia es falible. Si la ciencia es falible, y lo es, cualquier fundamento o

    expectativa moral que emane de ella se estará basando en una verdad que lo será tanto y en el

    mismo sentido que lo es la virginidad de María, madre del Cristo Redentor: será una cuestión

    de fe o, quizá, de estética, pero exenta de cualquier tipo de razón. Y no me parece inadecuado

    volver a recordar que la fe, sea cual sea y a lo que sea, pierde su legitimidad cuando se impone

    obligatoria y/o torticeramente (a través de engaños y evangelizaciones alumbradas por lasllamas del infierno o del progreso científico) sobre otras formas de hacer, pensar o creer.

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    La ciencia no es una filosofía de vida, es el instrumento práctico de la filosofía racionalista y su

    función no es, ni debería ser, formular una moral ni una estética ni tampoco representarla. La

    ciencia es el sistema de conocimiento utilizado para describir y explicar fenómenos y formular

    leyes que permitan prever su actividad con un método experimental reproducible y falsable.

    A pesar de todo ello, no se conseguirá la verdad, sino una certeza suficiente de las cosas, es

    decir, trabajar siempre sobre el alambre de la duda constante puesto que ni la

    reproducibilidad ni la falsabilidad son infalibles: no es posible conocer todas las cosas y hechos

    del universo como para poder deducir de ellos leyes, sin embargo esto se hace pero, en la

    actualidad, desde la mas absoluta provisionalidad conceptual.

    Este método es el único conocido por la razón para no incurrir en el autoengaño, para tener

    alguna certeza de las cosas y los hechos de la naturaleza pero, aun siendo gloria del

    conocimiento y la joya de su corona, no se hace necesario imponerlo como religión o forma devida, es más, cuando se trata de hacer algo así no se hace más que perjudicar a tan

    imprescindible instrumento del conocimiento. Sin olvidar que, la ciencia despojada de su

    ideología y estética racionalista, como metodología, es patrimonio de todos; nadie tiene

    derecho a apropiarse de ella y enfrentarla en su perjuicio con otras ideologías o estéticas.

    La razón para los filósofos, la ciencia para comprobar la filosofía y prever el devenir natural, las

    emociones para los sicólogos y la espiritualidad para los poetas. El conocimiento humano es

    sólo uno y, en realidad, no habría obstáculo, como de hecho no lo hay, en encontrar un poeta

    filósofo, un filósofo científico, un sicólogo poeta y un científico emotivo, como no es

    infrecuente encontrar cientificistas metafísicos que aplican al método su emotividad tratando

    de convertir la ciencia en religión y moral (por muy pretendidamente no- dogmáticas que

    estas se presenten).

    Como sea cada cual privadamente no es asunto de nadie más que de cada cual, eso sí, los

    trabajos servidos al público deberían presentarse según las normas propias que estos

    requieren a su quehacer; así, un poeta podrá presentar su filosofía sin contradecir su empleo,

    un filósofo podrá hacer lo propio y sin empacho con su ciencia y un sicólogo con su poesía,

    pero jamás, un científico podrá presentar un trabajo basado en emociones. Si esto es así,

    mucho menos podría aceptarse que un cientificista pretendiera hacer del espíritu mecánico

    de la ciencia el espíritu de un pueblo si es que (ya que se deja arrebatar por las emociones)

    siente algún amor por la naturaleza y el ser humano o, como mínimo, mantiene algún respeto

    por la ciencia y lo que, para él, representa.

    Como dije más arriba, es pro-humano tratar de hacer llegar aquello que cada cual considera

    “bueno” a los demás, darlo a probar y desearlo extensivo y general. Pero en la práctica,

    cuando esta decisión sobrepasa el círculo íntimo y se dirige al público, se pervierte en un tipo

    de experimento socio-epistemológico no exento de una ética dudosa (dudosa o abiertamente

    criminal). No habría una manera más clara de calificar este tipo de experimentos “sociales”

    que como “frankensteinismo empírico”. Estos ensayos culturales con sujetos experimentales

    humanos no-voluntarios se podrían ejemplificar perfectamente en el espíritu interrogativo y

    esclarecedor de Federico II Hohenstaufen, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

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    Según la tradición, que sin duda aparece coloreada por el mucho odio que se le tuvo en el

    siglo XIII, su época, Federico II Hohenstaufen, mantuvo encerrado a un recién nacido en

    aislamiento; de esta manera esperaba conocer cual era la verdadera lengua del ser humano y,

    posiblemente, la de Dios. El experimento fracasó porque las encargadas de alimentar al niño le

    hablaron en secreto y terminó aprendido el idioma de estas. Fue un sólo niño pero, si el

    Emperador del Sacro Imperio se lo hubiera propuesto, los niños podrían haber sido cien,

    doscientos, mil… y no habría habido ninguna diferencia en el ámbito de la ética y la moral ni

    en el de la história, pero quizá sí en el mundo de la ciencia y el conocimiento: Además de la

    satisfacción de ver colmada la curiosidad personal, un descubrimiento como el de una “lengua

    humana verdadera”,  habría sido fundamental en la historia del conocimiento humano y la

    consecución de un “bien común”. Eso, claro está, si existiera una “lengua verdadera del ser

    humano”  y se pudiera demostrar; demostración que sólo se podría conseguir a través de la

    interminable observación empírica, entregando al altar del conocimiento cientos de sacrificios

    humanos en forma de vidas perdidas y destrozadas durante el tiempo que fuera necesario

    hasta conseguir resultados convincentes.Este sistema de investigación, se puede ampliar de una mazmorra a un campo de

    concentración y exterminio y de un campo de exterminio a toda una nación, a toda una cultura

    o a un sistema de redes sociales multicultural tendente a un pensamiento unificador y

    “amigable”. Quiero ilustrar con este ejemplo cómo los experimentos culturales (las acciones

    culturales dirigidas “desde arriba”) no buscan al final comunicar un pretendido “bien común”

    sino obtener resultados de conocimiento de quien los pone en marcha sin tener en cuenta los

    perjuicios que esto pueda ocasionar o, en el peor de los casos, hacer una demostración de

    triunfo sobre otras visiones del mundo con las que entra en competencia, como si hacer

    predominante la visión propia imponiéndola, aunque fuera con guante de seda, le concediese

    más “verdad” de la mucha o poca que tuviera per se.

    Para detectar si alguien quiere compartir un bien y hacerlo común o, en realidad pretende

    experimentar con los demás o imponer sus ideas sólo es necesario ver en que punto del

    discurso pone el énfasis: Si dice cosas tales como “…he descubierto algo maravilloso…” estará

    dentro de la primera posibilidad y si son cosas tales como “…imagina un futuro en el que…”

    estará dentro de la segunda. La misma persona puede decir lo primero y, seguidamente,

    desarrollar lo segundo en un desmesurado deseo de compartir su hallazgo que se expande en

    el espacio y a través de todas las culturas, convirtiendo por proyección el deleite propio en

    una imposición sobre los demás (que considera razonable y a favor del receptor en una

    relación imposición-bien recibido)  que traspasa incluso el tiempo de la propia existencia

    individual y, ya puestos, se hace motivo para ser merecedor del buen recuerdo de las

    generaciones a venir. Nadie está libre de este deslizamiento ético ya que, como dije antes, el

    deseo de compartir es un rasgo pro-humano, y el hacerlo de forma inocente y desinteresada,

    uno de los más bellos y necesarios actos que puedan llevarse a cabo.

    ---------------------------------------

    La metafísica ha sido relegada por el racionalismo al cajón de la creencia y el pensamiento

    mágico pero, en cuanto a creencias, si se concede acta de realidad objetiva a la observacióndel mundo sensible (y se da) se está hablando de un tipo de metafísica encubierta y el mundo

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    tecnológico ha avanzado desde siempre sobre ese presupuesto sin que, por ello, el discurso

    científico institucional durante la historia haya hecho demasiado ascos (en realidad ninguno),

    reconociendo de forma implícita que se mantienen dos líneas discursivas: la mas lógica y

    filosófica que queda para los epistemólogos y sesudos filósofos de la ciencia, y la operativa,

    la que da por hecho el materialismo mas absoluto donde “las cosas son lo que son”, o lo que

    es lo mismo: una ciencia cierta, una verdad. No parece esto compatible con una ciencia falible

    en la que sólo se anda sobre incertidumbres, pero sobre esos railes avanza la técnica sin

    ninguna traba (todo lo contrario) por parte del discurso científico institucional y con el aplauso

    del discurso cientificista que, con la confirmación metafísica del ultra materialismo técnico ve,

    como en una visión mística, la realización de su fantasía cientificiosa, pero, en realidad, la

    ciencia se basa en presupuestos evidentemente opuestos.

    Pero hay más brechas discursivas en la posibilidad de hacer ciencia científicamente y trataré de

    presentar algunas mas adelante; quizá no haya una línea divisoria tan clara entre lo racional y

    lo irracional como la tradición nos ha querido hacer ver o algunos quieren (o necesitan) creer y

    hacer creer.

    Se dice que la ciencia no puede explicar la fenomenología paranormal y que, por lo tanto, sólo

    puede ser un fraude. La ciencia es un instrumento hecho a medida de la razón y no me refiero

    a una “razón” como concepto absoluto y abstracto que circula por “el aire del pensamiento”;

    El discurso científico actual es la prolongación orgánica de la ideología racionalista de los

    siglos XVI, XVII y XVIII.

    Los avances científicos logrados desde esas épocas son evidentes; el método permanece

    prácticamente inalterable por su validez pero no hay que olvidar que los ideales que

    sustentaban el método, la ideología racionalista e ilustrada, se mantiene en le discursocientífico institucional desde hace cuatro siglos incluyendo en sus premisas, prácticamente

    inalterables, los mismos prejuicios que incluían entonces; aquella ideología filosófica ya ha sido

    criticada y en su mayor parte refutada desde la misma filosofía, desde los nuevos ideales

    políticos y desde los nuevos requerimientos sociales y humanos que la obligan a modificarse y

    ampliarse en lugar de permanecer inalterables. Estos intactos ideales se dicen respaldados por

    la ciencia pero hasta la ciencia cambia. Entonces, cabría preguntarse respecto a los logros

    científicos, tecnológicos e incluso sociales conseguidos: ¿los avances que hoy disfrutamos se

    deben a un abstracto devenir histórico cercano al hado o al destino inevitable de la especie

    humana en su camino inevitable hacia el progreso (que es como tantas veces se nos ofrece el

    futuro científico y tecnológico) o son sólo aquellos que ha permitido una cierta y concreta

    forma de pensar? Es decir, el discurso científico institucional, respaldado por la ciencia,

    ¿avanza hacia el futuro como una luminosa punta de flecha, necesaria e imprescindible,

    protectora y providencial, que ilumina la dirección del destino de la humanidad en su

    constante progreso positivo o sólo trabaja para hacer tangibles en nuestros días las fantasías

    de gente de hace cuatro siglos?

    En realidad, la respuesta a estas preguntas es indiferente ya que, en ninguno de las dos

    opciones que se dan parece tenerse en cuenta a las personas como sujetos tomados uno a

    uno. La generalización es imprescindible para poder entender los fenómenos naturales y

    mesurarlos pero eso sólo es válido para los objetos, no para las personas; las personas

    siempre son una sola tomada cada vez. Se pueden hacer analogías en cuanto a sus aspectos

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    físicos (medicina) e incluso, estadísticamente, hasta sicológicos, pero no se puede decidir por

    todos ellos como personas y mucho menos en nombre de la ciencia. En ambos casos, de lo

    que se habla no es de un afán legítimo de conocimiento sino de un modelo ideal de este y de

    su aplicación sobre la sociedad y, en esa “leve”  confusión, emerge un tremendo error de

    extralimitación funcional. ¿Existe acaso algún tipo de realidad en el ideal de una pretendida

    perfección tras la que la ciencia deba correr, como una especie de primer motor inmóvil

    aristotélico al que los hechos y cosas del mundo tienden a acercarse y parecerse? Si existe será

    sólo en el campo metafísico y, por lo tanto y ofreciéndoles una mejora en su rigor discursivo,

    los ideales cientificistas no deberían buscar respaldo ni en la ciencia ni en la razón, sino en una

    religión laica de barniz científico, o bien, retirar de su discurso las proyecciones metafísicas.

    Insisto, si algún cientificista leyera esto no debería entenderlo como un ataque sino como una

    descripción que puede serle de utilidad: Religión proviene de “religare” , estar obligado con

    Dios por una vinculación piadosa, o lo que es lo mismo: unir lo creado con su creador (entre

    otras interpretaciones de la expresión- muy interesante la de Ortega y Gasset que, aun siendo

    diferente a esta, difiere poco en su significado profundo-); si en el ideario cientificista estánincluidos el principio y el final del universo y, entre esos dos momentos, existe una dirección

    a tomar que es preferible a otra (o resulta preferible tomar alguna en lugar de no hacerlo), -

    el progreso de la humanidad, por ejemplo-, es que en su ideario está instalada la religión, la

    búsqueda de la unión entre lo creado y su creador, y el pack viene con una moralidad de

    regalo que define como vivir la vida mientras el destino culminante va llegando.

    Se ha pretendido prescindir de la parte del conocimiento que potencialmente pueda proceder

    de lo irracional. Al cuadrarle las cuentas al conocimiento convencional en su parcela acotada

    de racionalidad, no ha precisado de dar explicación a esa parte mutilada de la realidad

    conceptual, aunque los cientificistas parecen precisar que, además de estar mutilada, debe

    desaparecer o, lo que es lo mismo, hacer oídos sordos a lo que evidentemente creen que

    existe pues se evidencia en su propio discurso. Insisto en la extrañeza que me causa que

    acudan a la metafísica para estructurar sus concepciones ofensivas dinamitando de esta

    manera su propio discurso; en fin, quiero pensar que se trata de un tipo de muletilla que ha

    calado por su uso reiterado como arma arrojadiza dentro su conflicto larvado o se debe a

    aquello de que “el fuego con fuego se combate” y “el fin justifica los medios”  y no a una

    auténtica concepción fundamentada: ¿defensores del rigor científico y, a la vez, creyentes?

    Imposible, y ¿creyentes en el futuro? en fin, ya digo, prefiero pensar que se trata de error por

    acumulación de uso de un argumento y sólo les deseo que no cale tanto en ellos que terminen

    por creerlo de forma fehaciente.

    Para algunos que pretenden ser cientificistas a los que llaman “pseudo -escepticos”, la

    desaparición de los fenómenos irracionales del espacio público sería en realidad una catástrofe

    para sus cuentas corrientes, su ego y la falta de “sparring” , de enemigo al que dar de

    bofetadas con total impunidad y aquiescencia divertida de su público, lo que demuestra que,

    además de no ser auténticos escépticos ni siquiera son cientificistas, sólo polemistas que

    ganan su pan con ello. En fin, todo conflicto conlleva suciedad y heridas abiertas, terreno

    abonado para los parásitos infecciosos que, sin duda, habrá en todos los bandos del conflicto.

    He aquí una razón más, esta puramente higiénica, por la que la F de la PSBF debería

    mantenerse al margen de conflictos innecesarios y de infecciones similares. 

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    Hasta ahí bien, todo previsible, el error del discurso científico institucional o, mejor dicho, de

    los cientificistas, aparece cuando pretenden ofrecer al público general la imagen de la ciencia

    como explicadora total de la realidad y, sobretodo, cuando se extralimitan (una vez más, para

    eso están respaldados por la verdad y, además, científica) tratando de publicitarla como la

    estética “mas atractiva”, la forma de vida mas completa…es decir, cuando invaden un

    territorio sociocultural que no corresponde a la ciencia por ser esta estrictamente un

    instrumento de intermediación experimental con los fenómenos físicos que describe la

    razón.

    Naturalmente, la ciencia convencional no puede dar cuenta de lo irracional y esto tampoco es

    exigible a la ciencia institucional. Y, sin miedo a reiterarme, no es que el fenómeno no exista

    (decantarse entre la existencia o no de lo paranormal sería aceptar por verdadera una opinión

    apriorística ya que, en la investigación, no se ha pasado de la observación empírica en la que se

    han detectado algunos indicios que están por procesar) sino que la ciencia no está pensada

    para enfrentarse a ese tipo de fenómenos que, de entrada, fueron desechados por la ideologíaque la desarrolló (ya que pretendía sacudirse de encima el agobiante sistema escolástico del

    cristianismo occidental y, con todo argumento de conocimiento irracional, la religión

    institucional). Pero acostumbra a pasar que, quien sale de una cárcel (y con más razón si la

    condena ha sido larga) siente temor por los espacios abiertos, y de una cárcel pasa a

    introducirse en un corsé conceptual que le imponga los límites de la seguridad carcelaria; eso

    fue exactamente lo que hicieron los primeros filósofos científicos de la edad moderna: acudir

    al reduccionismo, que al fin y al cabo, es la única forma de ir avanzando en el conocimiento. El

    discurso científico, como digo, desde su ideología, no puede enfrentarse a esta fenomenología

    pero su método, que le excede en todo, sí o, por lo menos, debería intentarlo ni que fuera para

    descartar concluyentemente los indicios mencionados.

    --------------------------------------

    El conocimiento precisa sicosocialmente de argumentos acientíficos para su avance.

    La filosofía comenzó en Grecia debido al hecho del comercio con otras culturas, lo que

    posibilitó comprender que cada cultura tenía sus propias divinidades, creencias y costumbres

    y que, por tanto, los moradores del monte Olimpo no eran los únicos dioses ni el dogma

    defendible por la razón, como había sido hasta el momento.

    El afán de conocimiento que proporcionaba la razón de aquellos griegos se vio en la

    necesidad de hallar en la naturaleza las respuestas a la propia naturaleza en lugar de

    buscarlas fuera de ella. Por otra parte, el concepto de humanidad propio de las polis o del

    interior del mundo heleno debió ampliarse para acoger las relaciones éticas y legales con otros

    pueblos extranjeros (de igual a igual entre partes de un contrato  –aunque se les despreciase

    como extranjeros-). Todo esto habría sido por si mismo un gran avance humano y social, pero

    fue un hecho todavía más fundamental el que propició la filosofía griega: Una sociedad

    gobernada por una minúscula aristocracia donde el 20% de la población eran metecos

    (extranjeros libres sin derecho a voto que vivían en la polis) y un 70% eran esclavos. Para el

    aristocrático 10% restante de la población estaba reservado el gobierno de la polis e ir a la

    guerra (ayudados siempre por mercenarios y esclavos particulares) y, sobretodo, llenar el tediode las horas ociosas. Llenar ese tedio, la ociosidad, fue lo que propició el nacimiento de la

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    filosofía y las bases del conocimiento occidental, de lo que se podría colegir, sin mucho

    esfuerzo y menor error, que nuestra civilizada cultura europea procede de esclavizar a otros

    (supremo ideal que, siempre que ha podido, ha puesto en práctica y rendido honores).

    Hoy en día, la investigación científica requiere de ayudas económicas privadas o estatales que

    permitan que los científicos “piensen” por los demás, tal y como, en otros tiempos, se hacían

    donaciones a los conventos de monjas de clausura para que rezaran todas las horas posibles

    por el bien de la cristiandad (de toda la humanidad…que consideraban merecedora de las

    oraciones). En efecto, en el ayer histórico, era un privilegio aristocrático poder pensar por

    uno mismo, hoy, pagamos para que otros lo hagan por nosotros, lo cual no es obstáculo para

    que sigamos considerándonos ciudadanos de pleno derecho, aunque quizá las cosas no

    hayan cambiado tanto como creemos.

    Por triste y sórdida que pueda parecernos nuestra historia (en el pasado y en el presente), hay

    un hecho incuestionable: sin dedicación exclusiva o muy continuada al conocimiento es muy

    difícil acceder y avanzar en él; todo discurso precisa de una continuidad y, frecuentemente, si

    el discurso es tortuosos y fragmentario (y las causas para ello son externas al conocimiento yacuciantes para la supervivencia y dignidad del investigador), las ideas “brillantes” tardan más

    en emerger o, directamente, no emergen.

    En un sentido meramente sicológico, el investigador no puede mantener un espíritu

    científico en todo momento durante las experimentaciones. Por ejemplo: si un científico de

    laboratorio se plantease desde el rigor epistemológico absoluto si debería aceptar la

    convicción, o no hacerlo, de que las páginas del manual que tiene en frente son siempre las

    mismas, es decir, que al pasar la página encontrará lo que busca y conoce de antemano que

    está allí escrito por la experiencia acumulada de haberlas leído varias veces en otras ocasiones;si debiese justificar razonadamente, y cada vez, que la evidencia experimental que le lleva a

    tocar la espita del mechero Bunsen con la intención de que este se encienda, no es una

    creencia infundada desprendida de una acumulación de hechos empíricos limitados que no

    son de ninguna manera concluyentes (el gas podría estar cortado de la llave general o estar

    cortado el suministro por avería o impago de los laboratorios con lo que la evidencia se

    demostraría como una creencia injustificada), etc., etc.

    El conocimiento requiere de ciertas “trampas” menores, de recodos oscuros de falta de rigor

    para la consecución efectiva de las acciones especulativas y, sobretodo, experimentales. Si el

    rigor epistemológico fuese absolutamente estricto se detendría la máquina de la investigación

    científica. Los experimentos que pudiera hacer hoy un becario en dos horas tardarían varias

    generaciones de primeras figuras de la lógica metodológica experimental en poder concluirse.

    Ya he hablado del marco que requiere la ciencia para que esta exista y de los automatismos

    sicológicos requeridos durante el quehacer investigativo, pero hay más de estas

    irracionalidades necesarias (no esenciales pero si coadyuvantes) para que pueda accederse al

    conocimiento. Trataré en las siguientes líneas de mostrar alguna de ellas.

    Si la investigación pudiera mantener siempre su máximo rigor, si esta no fuera consciente de

    los imponderables que existen y si dejara de entender que es preferible “hacer” que “no

    hacer” (esta preferencia no está exenta de sesgos ideológicos y emocionales, de prejuicios

    morales y de creencias trascendentales-que pueden ser tan perfectamente teístas como

    antiteístas-), la ciencia y cualquier tipo de intento de conocimiento sería imposible.

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    Si el rigor se hubiera mantenido, investigaciones como, por ejemplo, las de Alexander Fleming

    habrían sido descartadas y sus conclusiones destruidas por falta de método y pulcritud, sin

    embargo recibió el premio Nobel (aunque entiendo que eso no sea ninguna garantía

    científica, de hecho, casos como este son la demostración de todo lo contrario).

    Fleming hizo dos descubrimientos en su vida; el primero se debió a que un esputo de sus

    estornudos fue a parar a una de las placas de Petrie (y no desecharla automáticamente una vez

    detectado este hecho), el segundo, donde se veía implicado el hongo penicilium, se debió a

    que las placas estaban sucias y descuidadas, como el resto del laboratorio. El descubrimiento

    se produjo cuando iba a destruirlas ya que era evidente su mal estado de conservación.

    Si el propio Alexander Fleming hubiera sido más riguroso no habría descubierto la penicilina.

    Sin embargo, los resultados han demostrado estar por encima del rigor, y gracias a que se

    entendió así en su momento, el mundo ha mejorado su expectativa de vida (y también las

    farmacéuticas).

    Como ya dije, el fin parece que justifica los medios para el discurso científico institucional:

    Se ha calculado que entre el 33% y 50% de todos los descubrimientos científicos son fruto dela casualidad y no de un método ni de una reflexión consciente.

    Con lo que queda claro que, para la ciencia institucional, la operatividad está por encima de la

    ciencia misma (como dicta el sentido el común), aunque cada vez que esto sucede no sea más

    que otro fracaso para la ciencia. (Lo mismo sucede con cada avance tecnológico que,

    afirmando la positividad del conocimiento construye verdad en lugar de mantener el

    escepticismo).

    Casi la mitad de los descubrimientos científicos se ha producido por pura casualidad.

    Los científicos triunfantes de un experimento dicen: “tuvimos suerte”; John B. Rosser dice:

    “El matemático no debe olvidar que su intuición es la última autoridad ”…  ¡Vaya!,

    “casualidad ”, “suerte”, “intuición”, por lo que parece, he aquí tres de los verdaderosfundamentos del espíritu científico y de su lucha contra la irracionalidad.

    -------------------------------

    Según Kunh, el científico tiene una teoría en su mente (intuición) antes de diseñar y llevar a

    cabo las experimentaciones que le llevaran a la observación empírica. Esto implica que la

    manera en que la teoría es comprobada esta dictada por la naturaleza de la misma teoría. En

    efecto, cuando de la observación se da el salto a la teorización de lo observado las cosas

    cambian y el sesgo ideológico, la preconcepción, se convierte en el objeto que observará el

    investigador en lugar de la naturaleza misma. Pero Kunh no es el único, según Hanson, la

    observación es dependiente del marco conceptual del observador, es decir, que las

    preconcepciones afectan a la observación y descripción de los objetos.

    Karl Popper dice: "No sabemos, sólo podemos conjeturar. Y nuestras previsiones están guiadas

     por la fe en leyes, en regularidades que podemos descubrir, fe acientífica, metafísica (aunque

    biológicamente explicable). Como Bacon, podemos describir la propia ciencia contemporánea -

    el método de razonar que hoy aplican ordinariamente los hombres a la naturaleza- diciendo

    que consiste en "anticipaciones precipitadas y prematuras", y en “prejuicios”. 

    Paul K. Feyerabend afirma que una metodología científica universalmente válida es un

    contrasentido y considera que no pueden dictarse normas a la ciencia para su desarrollo.

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    Critica el cientificismo y propone como alternativa un anarquismo epistemológico. Puesto

    que no hay certeza absoluta en los conocimientos que se van obteniendo y no se sabe cuales

    serán los paradigmas dominantes en la ciencia del futuro, descartar conocimientos ahora

    supone cerrar puertas al mañana. La ciencia carece de objetivos estables y no es posible

    desplegar un criterio científico uniforme de verdad científica.

    Feyerabend estudió la historia de la ciencia y concluyó que durante ese tiempo no había

    muestras de un proceso genuinamente metodológico ya que grandes avances en el progreso

    científico se debían a haber violado el método correspondiente. Feyerabend, no sin sorna,

    dice que, si los que creen en el método científico quieren formular una ley universalmente

    válida, cualquier cosa vale.

    Todo son frentes abiertos para los moralistas científicos: Radicalización religiosa en oriente

    debida al desengaño de la política de bloques (y la conferencia episcopal que no cesa aquí, en

    casa, y un Vaticano para el que la guerra y la pobreza son problemas del siglo en los que la

    Iglesia no debe inmiscuirse-al César lo que es del César y yo me lavo las manos de ese crimen-

    y, por el contrario, temas como el aborto y el divorcio sí merecen su atención siendocuestiones tan absolutamente seculares como las anteriores y, si lo son teológicas, ya habrá un

     juicio al final de los tiempos donde se interponga el atenuante de la libertad humana, el libre

    albedrio dado por Dios a los hombres, pero en ningún caso son cuestiones que deban

    preocupar a la Iglesia más que la guerra o el hambre del mundo si se han lavado las manos de

    su responsabilidad en el ámbito mundano), las políticas neoliberales, que habían ido

    cumpliendo hasta hace unos años (falsas promesas pre y post perestroika), cierran el grifo

    estatal de la investigación para que, progresivamente, se liberalice esta al mejor postor… En

    fin, ni en casa ni fuera de ella. Si se me permite una broma más: al final, los cientificistas

    recibirán con los brazos abiertos a los paracientíficos de método porque no les quedarán más

    colegas que compartan el método científico, como terminará sucediendo con las bodas y las

    adopciones de hijos por parejas del mismo sexo, que al final serán aceptados por la iglesia al

    ser ya los únicos usuarios que pretendan servicios de bodas y bautizos.

    Pero los cientificistas ni siquiera pueden estar tranquilos en el propio entrono familiar: La

    guerra entre el posmodernismo y el realismo científico; para los primeros, el conocimiento

    científico es un discurso más, que no es representativo de ninguna verdad fundamental y, claro

    está, para los segundos, el conocimiento científico revela verdades fundamentales de la

    realidad.

    Ante todos estos hechos, se puede prever que:

    -La ciencia como método y como sistema de conocimiento ni se inmuta: sólo es una máquina.

    -La institucionalidad científica se ve quebrantada en su integridad geográfica y

    económicamente pero confía en la fortaleza de la ciencia como portadora de la verdad (la

    verdad científica).

    y, finalmente,

    -Los cientificistas, que ven peligrar su proyecto de fe global y se empeñan en no querer

    entender que existen otras sensibilidades y otras muchas formas de vida, y que toda

    imposición que se haga sobre ellas es ilegítima, contraria al espíritu de los valores ilustrados y

    a la ciencia como idea de conocimiento.

    La ciencia podría ser imposible científicamente a la luz de tantas críticas que se le hacen y detantas fisuras en la rigurosidad como presenta, aun así, la ciencia toma el camino de preferir

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    hacer que no hacer, de aprovechar el error útil en lugar de rechazarlo y la tecnología sigue la

    ruta de la operatividad prescindiendo de cualquier argumento filosófico que le pueda poner

    trabas teóricas. Por su parte, el ser humano, por sesgada que esté su observación, en sí y

    para sí, en su íntima relación con el exterior de su ser, su experiencia radical seguiría siendo

    la que representan los fundamentos que, según el naturalismo metodológico, permiten el

    pensamiento científico, por criticados y arcaicos que se los considere:

    -Realidad objetiva y consistente

    -Capacidad humana para percibir la realidad con precisión

    -Existencia de explicaciones racionales para cualquier elemento del mundo real.

    ---------------------------------------

    Para finalizar, según Charles Sanders Pierce hay cuatro maneras de formular opiniones:

    1-la tenacidad

    2-La autoridad

    3-La apriorística

    4-y el método científico

    El método científico, dice, “es en el que la investigación se tiene a sí misma como falible y, por

    ello, se pone a prueba, se critica y se mejora a sí misma”. En las otras tres, quien formula la

    opinión cree en lo que dice, piensa que tiene razón y que no se equivoca.

    Los mor