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¿POR QUÉ ES NECESARIO UN NUEVO ACUERDO DE PAZ EN COLOMBIA? Por Miguel Chajín Flórez. Sociólogo. RESUMEN Un nuevo acuerdo de paz para la gobernabilidad del país, que hoy se encuentra en su peor momento de vida republicana, requiere construir un enfoque integral de desarrollo social y humano, en la cual se articulen dialógicamente perspectivas epistemológicas y disciplinares, al igual que actores sociales, como la academia, el Estado, la empresa y la sociedad civil organizada, con el propósito de generar procesos inclusivos en lo psicosocial, sociocultural, sociopolítico y socioeconómico. El problema que da origen a esta propuesta está asociado al fracaso de los acuerdos de La Habana, para forjar la reconstrucción o construcción de un proyecto de nación. PALABRAS CLAVE: Gobernabilidad, inclusión social, enfoque dialógico, EL PROBLEMA El conflicto no debe percibirse como un problema político, de actores armados, partidos políticos, poder del Estado, centralismo político, legitimidad, entre otros, ni como el producto de factores económicos, como concentración de la tierra, pobreza, neoliberalismo, explotación económica, etc. El conflicto es ante todo de naturaleza social; cuando se dice social es que todos los habitantes, no importa que condición política y económica tengan, incluso étnica y cultural, todos estamos inmersos en éste; todos lo producimos y/o reproducimos, de alguna manera. Si esta afirmación fuese correcta, entonces serían incorrectas las formas de abordar el conflicto armado como problema político y económico, pues dejaría afuera lo más importante y estructural: La nación, los ciudadanos, las comunidades, la familia, las organizaciones de la sociedad civil, las representaciones sociales, los valores, creencias, saberes, modo de ser, etc. Obviamente, pensar en el conflicto como algo político, no solamente reduce su naturaleza, sino que delimita el problema a un nivel manejable, como por ejemplo otorgar indultos, reinsertar grupos al margen de la ley, conceder status político, abrir canales de participación democrática, entre otros; o bien en el plano económico, plantear una reforma agraria, limitar la injerencia de trasnacionales sobre los recursos del país, incentivar a los pequeños productores, promover la responsabilidad social empresarial, formalizar la economía, ampliar los subsidios y en general garantizar unos mínimos de bienestar social, entre otros factores.

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¿POR QUÉ ES NECESARIO UN NUEVO ACUERDO DE PAZ

EN COLOMBIA?

Por Miguel Chajín Flórez. Sociólogo.

RESUMEN

Un nuevo acuerdo de paz para la gobernabilidad del país, que hoy se encuentra en su peor

momento de vida republicana, requiere construir un enfoque integral de desarrollo social y

humano, en la cual se articulen dialógicamente perspectivas epistemológicas y disciplinares,

al igual que actores sociales, como la academia, el Estado, la empresa y la sociedad civil

organizada, con el propósito de generar procesos inclusivos en lo psicosocial, sociocultural,

sociopolítico y socioeconómico. El problema que da origen a esta propuesta está asociado al

fracaso de los acuerdos de La Habana, para forjar la reconstrucción o construcción de un

proyecto de nación.

PALABRAS CLAVE: Gobernabilidad, inclusión social, enfoque dialógico,

EL PROBLEMA

El conflicto no debe percibirse como un problema político, de actores armados, partidos

políticos, poder del Estado, centralismo político, legitimidad, entre otros, ni como el producto

de factores económicos, como concentración de la tierra, pobreza, neoliberalismo,

explotación económica, etc. El conflicto es ante todo de naturaleza social; cuando se dice

social es que todos los habitantes, no importa que condición política y económica tengan,

incluso étnica y cultural, todos estamos inmersos en éste; todos lo producimos y/o

reproducimos, de alguna manera. Si esta afirmación fuese correcta, entonces serían

incorrectas las formas de abordar el conflicto armado como problema político y económico,

pues dejaría afuera lo más importante y estructural: La nación, los ciudadanos, las

comunidades, la familia, las organizaciones de la sociedad civil, las representaciones

sociales, los valores, creencias, saberes, modo de ser, etc.

Obviamente, pensar en el conflicto como algo político, no solamente reduce su naturaleza,

sino que delimita el problema a un nivel manejable, como por ejemplo otorgar indultos,

reinsertar grupos al margen de la ley, conceder status político, abrir canales de participación

democrática, entre otros; o bien en el plano económico, plantear una reforma agraria, limitar

la injerencia de trasnacionales sobre los recursos del país, incentivar a los pequeños

productores, promover la responsabilidad social empresarial, formalizar la economía,

ampliar los subsidios y en general garantizar unos mínimos de bienestar social, entre otros

factores.

Quizá se pudiera avanzar en los factores políticos y económicos señalados y el llamado

postconflicto que es una entelequia o ficción macondiana, del cual pronto se verá como una

nueva frustración; para entonces se alzarían las voces, que todas estas negociaciones fueron

artimañas políticas. En otras palabras, las negociaciones de paz, no tienen o pueden tener el

alcance de poder garantizar cambios estructurales y sí convertirse en una telenovela de

realismo mágico, que pretende solucionar el problema a partir de propaganda política y unos

cuantos programas y proyectos políticos, económicos y sociales. El problema no se termina

con un cese al fuego, ni con un nuevo partido político.

Las dimensiones del conflicto que no se negocian y que no se perciben son los que de alguna

manera lo harían brotar nuevamente y quizá más fuerte en lo que se han empeñado en llamar

post-conflicto. ¿Acaso percibimos el conflicto como un problema ético y moral de la

sociedad? ¿La corrupción, por ejemplo, en todos los ámbitos de la vida social no subyace al

conflicto? ¿Hay garantía de que se minimice al extremo? ¿Las normas sociales cobrarán

realidad y tendrán más fuerza que el aparataje jurídico y coercitivo para impedir y/o controlar

las transgresiones o violaciones de derechos? ¿Qué hará que mejoren los niveles de

autonomía personal y colectiva para que las personas materialicen sus proyectos de vida, sin

tener que pasar por encima de los otros? ¿Qué puede garantizar el empoderamiento social, la

solidaridad y la cooperación, para impedir la falsa tolerancia, la indiferencia social, la

indolencia y la impunidad?

Se nos olvida que la corrupción, el narcotráfico, entre otros factores, por ejemplo, no son

creados o fomentados exclusivamente por las élites políticas y económicas, sino por el resto

de la sociedad que se margina y la deja crecer hasta convertirse en víctima de estas ¿La

delincuencia común, se sienta en las mesas de negociación? ¿Pero si algunos dicen que no

tienen por qué sentarse, pues no son actores del conflicto, por qué otros actores, como los

medios de comunicación o los cuerpos de seguridad del Estado tildaban de delincuentes a las

Farc hace sólo pocos años y no hacían separación entre un antisocial y un guerrillero? ¿Nadie

recuerda que los llamaban bandoleros? ¿No es acaso esto un reconocimiento tácito que la

base del conflicto es social? ¿Para seguir con el ejemplo, cuando se escuchan los relatos de

quienes desertan de los grupos guerrilleros e incluso de los paramilitares, no salen a la luz

dramas familiares y sociales? No se está diciendo aquí que el victimario también fue víctima

y por eso no tiene responsabilidad por sus crímenes.

No les faltaba razón a nuestros padres que decían que en el fondo la insurgencia se alimenta

más de la desigualdad y resentimiento social que de planteamientos sustentados en la ciencia

o experiencia, de tal manera que muchos de sus militantes inicialmente son víctimas de

discursos populistas, alimentada por la esperanza de la reivindicación social.

Gran parte del problema es que jugamos a una falsa dicotomía, por cierto, una de las más

simples y antiguas de la humanidad: Creer que de un lado están los buenos y del otro lado

los malos. Que también los ricos son malos y los pobres, buenos; y así con los conservadores

y liberales, etc; pero la estructura social que subyace al poder del Estado no se somete a

juicio, e incluso el establecimiento escapa de la reflexión. Las instituciones esconden a las

personas y a los grupos políticos y económicos que externalizan el conflicto a dimensiones

manejables. La legitimidad del Estado, que tambalea con tantos escándalos difíciles de

ocultar ante la mirada internacional y un creciente grupo de colombianos, encuentra una

puerta de escape en el tema del post conflicto, más retórico que realidad, pues no existe ni

podrá existir postconflicto, ya que el conflicto es inevitable, así algún día se firme un legítimo

acuerdo de paz; otra cosa es la forma cómo se maneja. La misma teoría marxista es llamada

sociológicamente como teoría del conflicto, así que es una falacia pensar que este puede

desaparecer. Es un engaño a todos, pero con la fuerza de oxigenar la gobernabilidad

temporalmente, “remiendo de paño nuevo en vestido viejo”, como dice Jesucristo (Mateo

9:16). La ilusión de un postconflicto le hace pensar con el deseo a mucha gente, como si se

tratase de un truco de neurolingüística.

Cuando luego de un mensaje populista se asume una política asistencialista nada más

contundente que eso para quienes no tienen la capacidad de pensar que alguien tiene que

pagar por los recursos que recibe y la sostenibilidad de estos en el tiempo; así que cuando lo

quieran saber ya es demasiado tarde, pues la élite en el poder estará enquistada, y entonces

viene el cobro de factura; eso lo saben bastante bien en Venezuela en los últimos años, que

ahora vive la época de las vacas flacas.

El Estado no es ni bueno ni malo, y ha traído miseria y muerte, aunque también lo puede

evitar o mitigar. Si pudiera suprimirse el Estado, no desaparecerían los factores que lo

convierte en no deseable, pese a eso no quiere decir que no puedan generarse cambios

significativos, hasta dimensiones de gobernabilidad y bienestar.

¿Constituye la inclusión social una estrategia de construcción de paz para la gobernabilidad?

Esta pregunta pudiera generar otra sobre qué o quién define si la inclusión social es o no una

estrategia exitosa de búsqueda de la paz para la gobernabilidad; en tal sentido habría que

pensar si sólo sea plausible pero no probable en términos de ser propositiva, pues los

resultados pudieran estar en el futuro, en tanto se constituyan políticas públicas para la paz;

el otro acercamiento a la validez o más bien corrección de la propuesta es a través de las

representaciones sociales favorables que genere el desarrollo de un programa de inclusión

social. No se trata de que la opinión favorable o no mida la gobernabilidad, ni la situación o

condición del conflicto, pues sería tanto como creer que lo que da valor a las cosas es la forma

cómo se la representan, con independencia de las condiciones objetivas de lo que se valora,

percibe y aspira. En tal caso, la representación sólo indica qué tanto se piensa que el enfoque

propuesto es la vía para generar procesos de transformación social, pues un Programa de

inclusión social implica investigar y desarrollar cambios sociales, y en la medida que esto

ocurre en el marco de la integración de los componentes y fundamentos propuestos. Si se

quiere que la sociedad civil sea actor del Programa, se requiere que ésta juzgue el posible

impacto que debe tener una estrategia de construcción de paz, aparte de participar en su

desarrollo.

JUSTIFICACIÓN

El solo hecho que un mayor número de colombianos refuerce su falta de confianza en las

iniciativas de los gobiernos frente a la paz, es tan negativo como continuar la locura de la

violencia en todas sus dimensiones. La falta de legitimidad del Estado es la otra cara de la

violencia, por lo que la gobernabilidad no depende de sentarse a la mesa de negociaciones

con actores del conflicto, sino contar con la participación directa e indirecta de la sociedad

civil.

No es fácil entender que se pueda estar avanzando en un proceso de paz, cuando por un lado

se dice negociar y se hacen gestos de paz y de otra parte se continúan los actos violentos de

parte y parte; por parte del Estado colombiano porque ha negociado un acuerdo con las Farc,

por encima de la justicia y la voluntad popular, y de otra parte las Farc realmente no se han

desmovilizado y siguen en su proyecto de combinación de todas las formas de lucha para

implantar el socialismo. De otro lado, la sociedad civil no quiere caer de nuevo en la trampa

de lo que se presenta como derecha, que son responsables de la gran desigualdad que vive

Colombia. Así que cada vez más el colombiano sabe que derecha e izquierda es lo mismo,

juzgando desde sus actores.

Lo que ha generado los acuerdos de La Habana es que la sociedad civil se polarice aún más,

y ve cómo se está bajo un nuevo engaño, más grave que el anterior, de la llamada oligarquía

criolla, pues no se trataba de la inclusión de las Farc a la vida política sino de entregarle el

país en sus manos.

Aunque los acuerdos de La Habana son ilegítimos y por tanto inválidos, desconocer esa

realidad llevaría a un recrudecimiento de la violencia, en tanto una mayor victimización de

la sociedad civil de manos del mismo Estado, que protegerá a las Farc, así que parece que se

estuviera frente a dos alternativas: Desconocer el poder popular y meterse en una guerra civil,

esta vez contra las Farc y sus aliados de la falsa oposición, o bien crear las condiciones para

que se dé un nuevo diálogo, general, bajo una opción de restablecimiento de la democracia,

y quizá para la búsqueda de la axiocracia.

No debe abandonarse los diálogos, así el conflicto armado se arrecie a escala insospechada,

pues por lo menos el primer paso para la paz es sentarse hablar de ésta. Lo que hace que los

acuerdos de La Habana hayan sido un fracaso es haber excluido a la sociedad civil de esta,

pues si esto no hubiese ocurrido no se estaría abriendo una nueva y quizá mayor

conflictividad. No es de subestimar la legítima protesta social contra los líderes de las Farc,

que no van a parar, igual que el rechazo popular de lo que se cree que representa la oposición,

o ultraderecha, encarnada en el ex Presidente Uribe.

Obviamente los problemas y enfoques dependen de quien o quienes se los formulen, y esto

ha generado que varios actores se excluyan voluntariamente, o bien otros le nieguen su

participación; el conflicto social en Colombia, no importa si se es o no protagonista, víctima

o actor, afecta a todos, por lo que también debe abrirse horizontes de participación, que lleva

a que cada vez más se incluyan en su solución.

La parte no visible del conflicto es la cara de la moneda de la negociación que queda contra

el piso, esa parte es donde se encuentra la sociedad civil, sus acciones y representaciones

sobre el proceso de paz. Es la dimensión donde se genera o no la legitimidad del Estado y su

gobernabilidad. Esta es la parte de la que se debe ocupar un nuevo proceso de paz.

Todos los actores del conflicto no estaban en La Habana, ni tampoco puede negociarse con

cada uno de éstos por separado, que intentarán reclamar el todo, como ocurre con las Farc, y

seguramente también lo hará el ELN. El conflicto es estructural y por esto se encuentra en la

familia, la educación, la empresa y en todos los escenarios sociales que lo producen,

alimentan y reproducen.

El mensaje que se le está dando al colombiano que todavía no entra al conflicto armado es

que es buen negocio masacrar, torturar, violar y ejecutar cuanto delito exista, pues es la forma

de obtener lo que se quiere; por eso el ELN por estos días ha declarado un paro armado, bajo

el supuesto que eso es argumento para que le terminen de entregar el país a los violentos.

Nunca la sociedad civil se ha enfrentado a los insurgentes, pero como persista la entrega del

país a éstos, la sociedad civil tendrá entre sus opciones: aceptar la servidumbre a los “nuevos”

dueños del país; enfrentarlos o exiliarse.

La gobernabilidad es sólo un referente de la administración del Estado; los escenarios de ésta

son diversos; de otra parte, los enfoques de la gobernabilidad están asociados a estructuras

organizativas del Estado y los estilos de liderazgo que se promueven y prevalecen. La

gobernabilidad es tanto causa y efecto de estructuras sociales, en lo político, económico y

cultural; es necesario entonces pensar desde otros referentes y actores, como el académico,

para que no solamente realice procesos de investigación y pedagogía, sino que emprenda o

promueva procesos de transformación social, a partir de enfoques integradores en lo

epistemológico, disciplinar y actores sociales.

Una nación débil engendra un Estado débil, y una nación débil no solamente es generadora

de violencia, sino que a su vez a través del Estado débil la reproduce, pues se cree que no le

queda otra alternativa que mantener el orden, y paradójicamente la paz, con el imperio de las

armas y la represión, contando además con el apoyo de algunos medios masivos de

comunicación y aparatos educativos ciegos y serviles, que poco a poco minan la

gobernabilidad y se benefician de la guerra; y después se responsabiliza a la nación por la

abstención política, o por la indiferencia e indolencia frente a las violaciones de derechos

humanos, etc., así que se trata de una círculo vicioso, de causas que generan efectos, que a

su vez son causas de los mismos fenómenos.

Si la nación se sustrae o no participa no es porque sea indolente por naturaleza, sino porque

no cree que pueda hacer algo para solucionar el problema y, paradójicamente, eso les concede

a las minorías de la guerra (que son los actores más beligerantes del conflicto), el poder para

hacer lo que quieren, sin que nadie se los impida. Pero la desesperanza de la sociedad civil

alimenta la guerra y genera indiferencia e indolencia, pues teniendo el poder para impedir o

frenar las cosas, asume la condición de víctima, que lo hace más víctima del conflicto. Por

paradójico que parezca, lo que genera más violencia es que las mayorías no hayan sido

capaces de entrar al escenario de la guerra como protagonistas, lo que es utilizado por las

minorías para hacerlos más víctimas; esta hipótesis no parece plausible, teniendo en cuenta

las masacres y desplazamientos forzosos, pero no se trata de culpar a la víctima, para encubrir

la crueldad de la gente mala, y hacer más cruel su situación, pero el silencio de los buenos ha

permitido que la violencia no pueda ser controlada por nadie, como hubiese dicho Martin

Luther king.

El gobierno Santos ni ningún otro resistiría una decena de marchas como las del 10 de agosto

de 2016, sin necesidad de tirar una sola piedra; pero el problema es que muchos están

esperando que otros marchen por ellos, o que las marchas y los paros no resuelven nada, entre

tantas creencias erróneas que sin querer le hacen el juego a los más violentos.

Es evidente que la indolencia es también una forma de violencia, no solamente contra sus

ciudadanos sino contra sí mismo, que algún día la sufrirá en carne propia.

De los muchos ejemplos que pueden darse sobre la indolencia de la sociedad civil frente a lo

que ocurre, los miles de niños que fueron secuestrados, abusados sexualmente y asesinados

por las Farc, no es cosa que mueva a la mayoría de colombianos a realizar protestas frente a

los organismos internacionales y a las instituciones públicas relacionadas con el asunto, así

que tal crueldad de los “buenos” se revierte cuando en algún momento también se es víctima

de estas minorías.

¿Qué es la sociedad civil? ¿Cuáles son los indicadores de su existencia? ¿Son las ONGs

suficiente evidencia de su existencia? Si no es así, se trata de un actor a medias, o un actor

en construcción, lo que implica que la nación es también un ente nebuloso. Así que el fracaso

de los diálogos de La Habana es directamente proporcional a la debilidad de la sociedad civil.

Se requiere entonces avanzar hacia acuerdos que trascienden los diálogos de paz de La

Habana, pues los actuales actores de conflicto no tienen la capacidad de representar a la

sociedad colombiana. Era evidente el fracaso de tales diálogos, que se debe a que el gobierno,

representa más a las Farc que a la nación, así que es necesario poner en el centro de un proceso

de gobernabilidad la inclusión de todos los actores del conflicto, especialmente a sus

víctimas. Es un proceso de abajo hacia arriba, más que de arriba hacia abajo, para que la

Nación y el Estado sean dos dimensiones de una misma cosa.

Las transformaciones necesarias apuntan a la construcción de una sociedad incluyente,

basada en la axiocracia, en vez de la democracia restringida en la que vivimos.

La democracia ha dejado de ser una posibilidad, ´ya que la sociedad ha perdido la capacidad

de diferenciar lo bueno de lo malo, y sin valores ninguna sociedad es viable.

OBJETIVOS

El propósito central de un nuevo proceso de paz es diseñar un programa de inclusión social

para la gobernabilidad de Colombia, a través de un enfoque dialógico que integre escenarios

de estudio e intervención, acorde con los componentes de un modelo de desarrollo integral

con sus actores, para la creación y gestión colectiva de estrategias de paz, bienestar y

desarrollo del país, validado con su aplicación, con el propósito de promover

representaciones sociales favorables a la reconstrucción o construcción de un proyecto de

nación.

Para conseguir este propósito es necesario realizar los siguientes objetivos:

Construir un enfoque integral de inclusión sociopolítica, a través de un modelo

dialógico de diagnóstico y negociación de conflictos, para la diversidad de escenarios

y actores del conflicto social en Colombia.

Diseñar un modelo de inclusión socieconómica, a través de estructuras

organizacionales de carácter dialógica, para el fomento de la Economía del bien

común y la empresa social.

Promover la inclusión psicosocial, a través del diseño e implementación de procesos

formativos del talento humano, para la generación de la autonomía personal y el

liderazgo en todos los escenarios sociales.

Gestionar procesos de inclusión sociocultural, a través de la creación de modelos de

pedagogía social, para la convivencia y la vida ciudadanía.

Promover procesos de inclusión social, a través del diseño de diversas estrategias de

un programa de construcción de paz para la gobernabilidad, como por ejemplos: 1)

Festivales de la inclusión social, 2) Red de la inclusión social, 3) Cátedra de la

inclusión social, 4) Postgrados en inclusión social, 5) Laboratorio en inclusión social,

6) Observatorio de inclusión social,7) Programas y proyectos de inclusión social, 8)

Filosofía de la inclusión social.

Establecer las representaciones sociales sobre un Programa de inclusión social como

estrategia de construcción de paz para la gobernabilidad, a través de las valoraciones,

perspectivas y aspiraciones sobre sus actores, a fin de decidir sobre la conveniencia

de ésta para la formulación de políticas públicas.

MARCOS DE REFERENCIA

El Programa de inclusión que se propone descansa sobre dos referentes fundamentales, el

conceptual y el contextual. El referente conceptual está integrado por tres elementos: La

Administración dialógica, los cuatro componentes de la inclusión social y las

representaciones sociales como herramienta para valorar la gobernabilidad.

El referente contextual, a su vez, tiene como elementos: El fondo del conflicto armado y la

gobernabilidad, la inclusión social como base de la gobernabilidad y los escenarios de

estudio, alcances y actores del Programa.

MARCO CONCEPTUAL

La Administración dialógica.

El Estado es una macro-organización, siendo el gobierno una instancia directiva desde donde

se promueven las políticas, objetivos y estrategias para garantizar la satisfacción de las

necesidades de sus actores, los derechos y deberes, que permitan la justicia, la paz y el orden.

Desde el enfoque del Programa, la Administración Dialógica no sólo permite los elementos

anteriores, sino entender la emergencia de diversidad de conflictos; de otra parte, se plantea

que las dimensiones de la inclusión social permiten entender la cohesión de la sociedad civil,

que de una u otra forma se expresa en las representaciones sociales, sobre la relación entre el

Estado y los diversos actores de la sociedad, lo que es una forma de valorar la gobernabilidad.

La Administración dialógica emerge de un enfoque metateórico de las organizaciones,

similar como en el campo de la Sociología surgió la propuesta integrada de Ritzer (1993).

No se trata de un ejercicio ecléctico, es poder integrar dialógicamente teorías

organizacionales, tales como la teoría sistémica, teoría de las relaciones humanas, teoría

burocrática y teoría científica de la Administración, y a partir de allí construir una nueva.

La propuesta metateórica de Ritzer en Sociología, se realizó a través de la elaboración de

unas categorías que permitiera la integración de las teorías sociológicas por distantes que

fuesen en lo epistemológico y conceptual; esta perspectiva constituye un recurso sistémico

para la construcción transdiciplinar, como también medio para la generación de nuevos

paradigmas y enfoques científicos, como es el caso de la Administración dialógica. Las

categorías centrales de este nuevo enfoque de la Administración son: Talento, conocimiento,

organización, servicio o gestión e integración. Para el caso de articular dimensiones

administrativas y económicas, a partir de estas categorías, se han propuesto algunos autores

que aportan conceptos necesarios para la construcción de una teoría de la inclusión social.

De otra parte, la Administración dialógica es producto de un enfoque alternativo de la

Economía, especialmente de no desvincular la Economía de la Administración, como lo ha

expresado Omar Aktouf (2009).

En tercer lugar, la Administración Dialógica surge de una integración de racioanalidades

científicas, partiendo de una lectura amplia del trabajo epistemológico de Mario Bunge

(1985).

Referentes teóricos de la Administración dialógica.

Categoría 1: TALENTO: Esta categoría nos permite repensar la Administración; para la cual

se proponen diversos autores como Omar Aktouf (2009), en el sentido que se requiere un

marco ético para volver a pensar la Administración, teniendo en cuenta que la base de la

Administración son las personas. Otro autor dentro de esta perspectiva es Reinhard Mohn

(1988), quien expresa que la identidad del trabajador con la empresa es su principal fuerza

creativa y la cooperación es la clave del éxito empresarial; también se encuentra dentro de esta

categoría Max Weber (2004), quien señala que el marco ideológico de la actividad laboral es

un factor fundamental para el emprendimiento. Este referente teórico de la Administración

dialógica es un soporte para pensar en la inclusión psicosocial.

No podemos pensar en un Estado desarrollado excluyendo a los individuos, y esto es

precisamente lo que ocurre en Colombia, donde impera una democracia restringida, que es un

Estado con ciudadanos de papel, con niveles altos de heteronomía, en la que minorías sociales,

económicas, políticas y culturales deciden por toda la sociedad. Sin desarrollo de la autonomía

personal, tampoco puede esperarse el desarrollo de los talentos de las personas y el

responsabilismo, como marco ideológico de la participación política.

Categoría 2: CONOCIMIENTO: Esta categoría es otra columna de una nueva construcción

científica de la Administración. Dentro de ésta es fundamental lo planteado por Orlando Fals

Borda y Carlos Rodrigues Bradao sobre la Investigación Acción Participativa (1987), en

cuanto conciliar el conocimiento cotidiano y los saberes científicos, como fuentes de nuevas

visiones de desarrollo; el conocimiento debe estar ligado a la participación y transformación

social. Polan Lacky (2009) señala que la pobreza rural no se explica solamente por los factores

externos a los procesos productivos, sino a las formas ineficientes de trabajo del campesino.

En esa misma línea, se propone a Oscar Lewis (1967), en cuanto a la cultura de la pobreza,

como un concepto que emerge de la historia de vida individual y familiar en la forma de

afrontar la pobreza; por tanto, se trata del estilo de vida particular, que sólo puede

comprenderse desde sus mismas condiciones; en este sentido la pobreza no debe entenderse

solamente en un marco de necesidades básicas insatisfechas, ni como producto de relaciones

económico-sociales de explotación, sino como un fenómeno cultural. También dentro de la

categoría conocimiento se puede incluir a Paulo Freire (1975), en lo referente a la educación

dialógica, que debe estar pensada para la emancipación y requiere superar el carácter bancario

de la pedagogía tradicional, en la medida que se asuma el desarrollo de la autonomía personal.

Esta categoría es un soporte para pensar en la inclusión sociocultural.

Una pobre educación es una educación para pobres; el principal mecanismo de castración

mental del colombiano está en su educación, que no promueve el pensamiento crítico, la

capacidad de resolver problemas, la contextualización de los saberes, la innovación y el

emprendimiento. Las instituciones educativas se rigen por un currículo oculto para formar

gente egoísta, conformistas con la sociedad de consumo, ciudadanos con mentalidad

caudillistas, a expensas de discursos populistas de derecha e izquierda; profesionales con

mentalidad de empleados, con muy baja valoración de la lectura y de la ciencia.

Categoría 3: ORGANIZACIÓN: Esta categoría es fundamental para repensar la pobreza. En

esta categoría se incluye a Abhijit Banerjee, y Esther Duflo (2013), investigadores de la

pobreza en 14 países del mundo, que propone que se requiere una mirada macro y micro de la

pobreza; y no centrarse solamente en la renta, sino en múltiples factores, como la cultura,

salud, educación, medio ambiente, etc. Señalan que pequeños impulsos o ayudas a los pobres

pueden generar grandes resultados en el largo plazo. Esta categoría es un soporte para la

inclusión sociopolítica.

La organización es un concepto clave y poco valorado para entender la dinámica empresarial

y especialmente en el contexto macro-sociológico y económico; se tiende a ligar organización

como un componente de la administración empresarial, pero debido a diseños

organizacionales donde prima la propiedad individual, y en otros casos las grandes

corporaciones, de manejo impersonal, no se le reconoce las capacidades que encierran. Sólo

cuando se ven las organizaciones en un marco más amplio de cooperación empresarial y de

economías con fuerte componente territorial, entonces aparecen las bondades de crear

sinergias y diversas formas asociativas y de cooperación económica.

Si un país fuese concebido como una gran empresa, afloraría la importancia de la organización

de todos los procesos económicos, desde la producción hasta el consumo. Organizar la

producción sería una de las ventajas competitivas del país.

Categoría 4: SERVICIO/ GESTIÓN. Con esta categoría se puede pensar de nuevo la

empresa, pues Muhammad Yunus (2010) señala que la empresa social supera el conflicto

entre propietarios y no propietarios. En esta misma línea señala Karl Albrecht (1992), que el

cliente es el centro de la organización. No solamente implica la calidad del servicio, sino que

impacta positivamente los resultados corporativos. Es importante esta categoría para pensar

la inclusión socioeconómica.

Crear una sociedad de servicio, es poder conciliar el beneficio individual con el colectivo; se

trata de pasar de un gana- pierde, a un gana-gana. La idea no es que el rico se enriquezca

sobre la base de la explotación del pobre, ni que el pobre se apropie de los recursos del rico;

ni el capitalismo, ni el socialismo han sido pensados en un marco de filosofía del servicio.

Servir va más allá de la ganancia, y de la distribución de la riqueza; se sirve porque es la

mejor manera de agregar valor en una economía; tanto el capitalismo como el socialismo,

funcionan como mecanismos excluyentes; la ganancia excesiva y la distribución forzada de

capital son destructoras de valor. Tarde o temprano la ambición de unos pocos traen el

empobrecimiento de todos; de igual forma, la distribución igualitaria del socialismo, también

destruye la iniciativa individual, el desperdicio del talento y el empobrecimiento de la

sociedad.

Una sociedad de servicio es aquella que hace del Estado una gran empresa social, gracias a

la alianza de las organizaciones de la sociedad civil, el Estado y las empresas, que es lo que

busca la propuesta asociativista, donde todos los actores sociales cooperan, se asocian y

emprenden, respetando la propiedad privada, en un marco amplio de “empresa país”.

Categoría 5: INTEGRACIÓN: Esta categoría facilita repensar el desarrollo. Uno de los autores

más destacados en este punto es Amartya Sen (2012), que expresa que el desarrollo debe verse

como expansión de la libertad de los individuos, asociada a la capacidad de desarrollo del

potencial humano; están en esta línea de pensamiento otros autores, como Manfred Max Neef.

Elizalde, Hoppenhagn (1993), que plantean que siempre hay posibilidad de elección o decisión

sobre la forma de satisfacción de las necesidades humanas; también, se destaca los aportes de

Larissa Adler de Lomnitz (2003) a través del estudio de las condiciones de vida de los

marginados, que los llevan a aprovechar ciertos recursos sociales y constituir redes sociales

para la ayuda mutua y formas económicas paralela a la economía de mercado. Esta categoría

sugiere un método y enfoque de desarrollo: El método dialógico, que integra todas las

dimensiones de la inclusión social, y un enfoque teórico que permita el desarrollo de las

potencialidades, desde lo individual, familiar, comunitario, educativo, empresarial, hasta el

Estado.

Los autores planteados, nos invitan a establecer una mayor articulación entre economía y

administración, de tal manera que no pueda pensarse una sin la otra. No se pudiera hablar de

inclusión social sin esta conexión, que no solamente se limita a la inclusión socioeconómica.

No podemos hablar de inclusión socieconómica con modelos empresariales que funcionan

exprimiendo el talento humano, antes que, aprovechándolo para mejorar la productividad, la

innovación y el emprendimiento. La economía como un todo refleja lo que ocurre en el seno

de la persona, la familia y la empresa; de esta forma, integrar dialógicamente la empresa y la

economía es uno de los retos de un nuevo modelo de desarrollo económico y social.

Desde Aristóteles hasta hoy, así no se quiera reconocer, la familia es un eje transversal de la

economía; es la célula económica de la sociedad, y subyace a todo proceso económico, desde

la producción hasta el consumo. Hacer visible la importancia económica de la familia, lleva al

fortalecimiento de ésta, con enormes efectos sinérgicos para la sociedad. Así como el Estado

es el referente macro de la economía, la familia es el componente micro de ésta; así que el reto

de una perspectiva dialógica de la Economía es la integración micro- macro.

Una de las cosas que Latinoamérica debe superar para afrontar una tarea que para muchos es

imposible, es retar la imaginación, la baja autoestima y la conformidad con las teorías del

desarrollo que hasta hoy prevalecen.

José Consuegra Higgins, uno de los tantos soñadores del desarrollo latinoamericano trata de

animarnos a esta tarea, reivindicando algunas figuras sobresalientes de la Región. Expresa:

Simón Bolívar, exclamó. “Nuestra Patria es América”, para referirse a lo que se conoce hoy

como América Latina. Andrés Bello, sentenció: “América tiene un camino: su propio

camino”. Pablo Neruda, el poeta del siglo XX, predijo: “La libertad de América Latina, será

hija de nuestros hechos y de nuestro pensamiento” (Consuegra J, 1998, p. 81). Y en el último

párrafo de su libro “El compromiso de una teoría económica propia” señala que la superación

del subdesarrollo y la dependencia, es tarea ineludible del científico social latinoamericano”

(Consuegra J, 1998, p.82).

Sin embargo, para lograrlo también hay que recomponer la relación disciplinar entre

Economía y Administración, que muchas veces se piensa como si lo uno y lo otro no fueran

lados diferentes de una misma cosa.

La visión ingenua o simple de estas disciplinas hace pensar que la Economía tiene un área de

estudio macro, a nivel de entes territoriales, que van de un país o región al ámbito mundial o

global; los límites de su accionar lo sitúan en el mercado, en sus diferentes sectores y

territorios, y se da por sentado que todo cabe en este espacio, de tal manera que la

Administración resulta ser un campo específico y micro.

De otra parte, en las representaciones sociales sobre la Administración, es común encerrarla

en el campo de pequeñas organizaciones, con límites en las paredes que separan a éstas de

sus clientes. No encuentran objetivo ocuparse del plano macro, a no ser que se piense en la

manera de afectar o ser afectado por éste, a través de competidores y el mercado. Las otras

empresas son concebidas como proveedoras o competidoras, y el Estado como una instancia

que frena o facilita su operación, planes y propósitos.

El resultado de este desconocimiento mutuo es que desde la Economía no se percibe la

necesidad de una Administración, pues sería ponerle límites a la acción de los sujetos

económicos que concurren en el mercado, y, de otra parte, el Estado tampoco es muy bien

visto como administrador, pues frena las pretensiones expansionistas o de crecimiento de sus

actores.

Por su parte la Administración le deja al azar su lugar en el mercado; así que lo que pasa por

fuera de la empresa, no es de su incumbencia, como si mágicamente el sistema pudiera

garantizar su existencia y crecimiento ilimitado, a partir de una mano invisible; hace un

divorcio o desvinculación entre las necesidades sociales y la utilidad o ganancias, o

beneficios, de la empresa, suponiendo que así como los salarios que pagan a sus empleados

es suficiente para que éstos satisfagan sus necesidades, las otras empresas haciendo lo mismo

llevan a que el sistema total funcione adecuadamente; o bien el Estado se encargará de alguna

manera de atender lo que haga falta, o los desajustes que genera el libre juego económico.

¿Pero cómo se financia el Estado, no es precisamente un ente que requiere ser sostenido por

todos?

No se concibe la empresa como responsable de las necesidades de la sociedad, pues piensa

que utilidad y necesidades sociales son incompatibles, pues de hacerlo se constituye en

beneficencia, lo que la haría quebrar; así que debe ser el Estado quien se ocupe de las

necesidades sociales, pues para eso pagan impuestos. Lo curioso es que el gran peso tributario

cae sobre lo que menos tienen, lo que profundiza la desigualdad social.

De manera similar como la crisis actual del medio ambiente es producto de un intercambio

desigual entre el hombre y la naturaleza, en la cual esta última comienza a pasar las cuentas

de cobro por la depredación de sus recursos, el capitalismo ciego genera crisis económicas,

como cuentas de cobro en las que los empresarios se ven afectados por la irracionalidad del

sistema; obviamente, esto genera más pobreza, mientras se recompone el sistema después

de un tiempo, para entrar en una nueva espiral de crecimiento de un lado y pobreza y

destrucción del otro.

Cuando la desigualdad social lleva al empobrecimiento de gran parte de la sociedad, lo ricos

están poniendo límites a su expansión, y esto no parece afectarlos, hasta que llega una

transnacional que es capaz de imponer precios por debajo del mercado, entonces el pez

grande se come el chico, o se apropia de su alimento, sacándolo de circulación. Esto es el

capitalismo salvaje, donde hay una pirámide social en la que algún día toda la economía

estará gobernada por un grupo de individuos. El nuevo orden mundial, no es otra cosa, que

la dictadura de una élite esclavizando al resto de la humanidad; y no estamos muy lejos de

eso.

La relación macro- micro se construye sobre la falacia de que la creación y crecimiento de

las empresas absorbe mano de obra, y genera un efecto de goteo que beneficia a los otros

actores económicos, incluyendo al Estado mismo. Pero desafortunadamente el sistema está

montado sobre la base de que el actor económico es el individuo o los intereses privados, que

se contraponen a los otros actores económicos. No se concibe el actor económico como

interdependiente de otros, sino como una relación entre desiguales; y pensar en un actor

económico colectivo o comunitario parece una lógica que no funciona para el mundo

empresarial, sino para las ONG sin ánimo de lucro.

El enfoque asociativista no intenta imponer la igualdad, pero tampoco promueve la

desigualdad. Las diferencias es otra cosa, y estas son naturales, individuales y culturales;

antes que constituir una limitación para el desarrollo social, la sociedad como un sistema, es

una organización o gran red de elementos diferentes unos a otros, que se complementan. Las

limitaciones de la libertad sólo pueden ser justificables para contener individuos

depredadores de la riqueza social, pues esto constituye un cáncer; no se trata de quitarle a

unos para darles a otros, pero tampoco se puede permitir que en nombre de la libertad la

sociedad no limite la antropofagia económica y destrucción de todo el sistema; así que la

sociedad debe adoptar mecanismos de autoprotección, para impedir que una minoría

convierta a los demás en sus esclavos; esto obviamente no es suprimir a los ricos, sino

establecer las mínimas condiciones para la supervivencia de toda la sociedad. El índice de

GINI puede ser utilizado para medir el mínimo de desigualdad tolerable para que la sociedad

funcione. Y por cierto en el caso de Colombia este índice muestra que no es viable el sistema

económico; por eso no es casualidad que muchos colombianos estén cayendo preso del

populismo de izquierda, pero como decía Marx, mucha gente piensa que no tiene nada que

perder sino sus cadenas; eso pasa cuando a la gente se le cierran todos los canales de

movilidad social, y no hay “derecho a prosperar”.

Antes, se pensaba que la educación era el mecanismo de movilidad social por excelencia, y

en términos generales es así para la mayor parte de las sociedades; así que, entre más

escolaridad, mejoran las oportunidades de trabajo y los ingresos, disminuyendo la

desigualdad, y ampliando la clase media; pero ¿cómo se entiende que la concentración de la

riqueza se mantenga en medidas vergonzosas frente al resto del mundo, cuando por otro lado

el país mejora su crecimiento académico? La respuesta es que la educación no es suficiente

por sí misma para generar movilidad social, en tanto la sociedad es excluyente; no es casual

que aparte del alto GINI también Colombia tenga índices bajo de democracia.

La competencia empresarial obliga a bajar los salarios o buscar territorios donde estos sean

bajos, para poder sobrevivir en el mercado; es bien chistoso que el gobierno hable de atraer

inversión extrajera cuando las mismas empresas colombianas trasladan sus fábricas para

China. Tampoco genera efectos distributivos incentivar la gran empresa y cortarles las alas a

las pequeñas y medianas.

La lógica empresarial imperante es crecer sobre la base de la plusvalía, antes que apostar a

procesos de investigación y desarrollo, además de la búsqueda de diseños organizacionales

que mejoren la competitividad.

Lo curioso es que bajo la lógica de sálvese quien pueda también se recurra a mecanismos de

concertación con otras empresas, para generar o complementar la cadena de valor, a través

de alianzas, fusiones y clúster; así que inconscientemente el funcionamiento empresarial

reconoce la naturaleza social de la economía.

Esta dinámica aparentemente contradictoria del capitalismo, lleva a oscilar entre el lucro y la

cooperación, y es lo que da vida a justificar una economía del bien común, como lo propone

Chistian Felber (2014); también otros autores tienen un acercamiento a esta idea, como la

propuesta de Empresa social de Yunus (2010), y el nuevo modelo de desarrollo de Silva

Colmenares (2013). El análisis de la desigualdad que da origen a la crisis del sistema puede

ser en gran parte estudiada en Stiglitz (2016 a, 2016b).

Pero tanto la solidaridad entre los ricos o propietarios en economías de aglomeración, como

el funcionamiento de las empresas de manera independiente, crean pobreza, pues el sistema

está montado sobre la competencia y no sobre la cooperación y/o mutuo beneficio. Al

ampliarse la base de la pobreza, teniendo en cuenta que la creencia básica es que sólo se

puede ser rico empobreciendo al otro, este otro pasa, sin ser consciente de esto, su cuenta de

cobro, pues el resultado general es que ellos tienen un límite en su consumo. Como el sistema

tiende a paralizarse en su producción, debe lograr que otros compren como sea, así que se

trata de estimular el consumo de muchas formas, desde el marketing, los bajos precios,

innovaciones, obsolescencia programada o poca perdurabilidad de los productos, préstamos,

créditos, entre otras estrategias, a fin de mantenerse en el sistema económico, que crean

burbujas que revientan de vez en cuando.

El resultado de esto no sólo lo sufren los pobres, sino el medio ambiente. Desde esta

perspectiva, no es difícil entender que grandes economías del mundo, como la de Estados

Unidos, tengan un índice de Gini muy alto, además de los daños ecológicos de dimensiones

globales, y por esto, crecimiento y desarrollo son dos conceptos que no siempre van de la

mano.

El libre mercado ha mostrado su irracionalidad latente, ya que sólo otorga beneficios

transitorios o de corto plazo, y las crisis económicas o colapsos son las cuentas de cobro, del

funcionamiento empresarial ciego, por una economía sin administración (pues no existe la

mano invisible), y de una administración ajena a la economía.

Así que la economía mundial y en particular la latinoamericana debe ser pensada desde la

administración, y el neoliberalismo es la negación de esa necesidad, como el desarrollo social

sostenible es su posibilidad, en un marco de asociativismo y de axiocracia cristiana, ya que

el crecimiento económico debe ir de la mano de la distribución de la riqueza, desde su fuente,

es decir, desde la empresa asociativa, para que el sistema funcione con cierto equilibrio. Para

lograr ese gana- gana, que concilia crecimiento con desarrollo, debe haber un acuerdo entre

la empresa, el Estado y la sociedad, y eso lleva a pensar en la necesidad de crear otros

modelos empresariales, como la “empresa social” (Yunus, 2010, p. 205).

La nueva empresa, debe articular las personas, con las cosas y las tareas; el beneficio con el

bienestar; la utilidad con las necesidades sociales; el talento con la organización; la

producción con el consumo; la empresa con su entorno; la riqueza con la calidad de vida,

entre otros aspectos; el modelo económico y administrativo que lo hace posible lo hemos

llamado Economía y Administración dialógica.

La Economía y Administración dialógica son inclusivas; esto no implica que se superen todos

los conflictos, pero sí crean un escenario propicio para la negociación. Un cuadro

comparativo entre la economía tradicional y una de carácter dialógica o inclusiva, puede

ilustrarse de la siguiente manera:

Racionalidades, paradigma económico tradicional y paradigma económico dialógico.

Los paradigmas económicos pueden diferenciarse a partir de las racionalidades, en un marco

metatéorico. Para los propósitos del programa de inclusión social hacia la gobernabilidad y

la paz, es necesario sustentarlo desde un paradigma dialógico de la Economía.

Racionalidad Conceptual: El paradigma económico tradicional tiene como objeto problema

la creación de riqueza, por lo que Aktouf (2009), señala que eso es confundir la crematística

con la Economía, pensando en Aristóteles. Si la Economía tradicional es excluyente, entonces

una Economía alternativa o dialógica centraría su objeto en la superación de la pobreza, como

satisfacción de las necesidades fundamentales de la familia. La superación de la pobreza no

es compatible con un modelo económico excluyente, así que centrarse en la pobreza como

problema a superar lleva a generar una nueva manera de pensar la Economía.

La racionalidad lógica: En el paradigma económico tradicional los factores determinantes

de la riqueza son tierra, trabajo y capital; es decir, le dan más importancia a los recursos

físicos, sobre los intangibles; esto significa que en última instancia hay una base material de

la sociedad que determina su estructura económica; sin embargo, quienes piensan que lo más

importante no son los medios de producción, fuerza de trabajo, fuerzas e instrumentos de

producción, modo de producción, etc., sino el actor económico individual, con motivaciones

egoístas, no están tan lejos de los materialistas, pues subyace un enfoque que contrapone el

individuo a la sociedad.

A diferencia de estos paradigmas están quienes piensan que lo determinante son los recursos

intangibles, como los valores, talentos, autonomía, emprendimiento, innovación,

conocimiento, organización, etc. Este paradigma señala que los factores materiales son

necesarios, pero no suficientes para entender la dinámica económica. Señalan que hay

poblaciones pobres en zonas de mucha riqueza natural, y poblaciones ricas sin muchos

recursos materiales, por tanto, los recursos no explican por sí mismos la Economía, aunque

de todas maneras las personas juegan un papel importante en ésta; así que hay una interacción

dialógica entre lo individual y lo social, lo subjetivo y lo objetivo, lo inmaterial y material en

los hechos económicos.

Racionalidad metodológica: El paradigma económico tradicional trata de demostrar que es

necesario producir o transformar, extraer, dinamizar la actividad material de la sociedad, lo

que asegura la supervivencia económica; la naturaleza y el hombre mismo son explotados

por el hombre y sin esta explotación, se cree, que es imposible sobrevivir; es un enfoque

darwinista, donde se piensa que sobreviven los más fuertes, y lo natural es el conflicto entre

actores económicos. Pero el modelo dialógico se basa en la sinergia y la adaptación, pues los

recursos materiales se agotan, y los oprimidos se rebelan, además que hay suficientes

recursos para todos los seres humanos, si se conserva un equilibrio con la naturaleza y la

sociedad; no se estimula el consumismo, más bien el disfrute de los bienes naturales y la

inclusión económica.

Racionalidad gnoseológica: El paradigma económico tradicional tiene un enfoque lineal,

explicativo; por ejemplo, el aumento de la demanda determina el crecimiento de la oferta,

entre más producción más consumo, que sin darse cuenta incurren en razonamientos

circulares que impiden ver otros factores, pues la demanda en sí misma no determina la

oferta, ni la mayor producción asegura un mayor consumo.

Pero el enfoque dialógico es sistémico-comprensivo, permite establecer una visión integral

de la Economía, por ejemplo relaciona la inclusión psicosocial, sociocultural y sociopolítica

con la Economía, por tanto las mejoras en la educación, las pautas culturales y la

participación política impactan favorablemente la Economía; pero no se incurre en la

explicación causal, dentro de un razonamiento circular, se trata de un equilibrio de factores

económicos, políticos, culturales y económicos que interactúan; cuando se ignora el impacto

de la carencia de inclusión social se genera crisis, desequilibrios, conflictos, pérdida,

rupturas, opresión, subversión, anomia, informalidad, aculturación, depresión, falta de

legitimidad, ingobernabilidad, desempleo, etc.

Racionalidad ontológica: En la economía tradicional se establece una relación entre el

mercado y el territorio, desde lo local a lo global; se piensa que lo que está “fuera” del

mercado no es de interés económico; que las cosas sirven si tienen valor en el mercado,

incluyendo a las personas. Por ejemplo, desde este enfoque, la investigación científica tiene

valor en tanto responda a intereses o necesidades del mercado, pues sería una estupidez que

una empresa funcionara a pérdidas o no tuviera rentabilidad, sin embargo no todo lo que es

rentable para una empresa lo es para el territorio y los consumidores; desde esa perspectiva,

el territorio es enajenado por el mercado; y los ríos, mares, selva, fauna, flora, comunidades

indígenas y pueblos, tienen valor si contribuyen a los intereses de los particulares; por eso

las empresas contaminan y desvían los ríos, deforestan, hacen explosiones en el subsuelo, y

tantas otras prácticas que generan daños a comunidades, a la biodiversidad y al planeta en su

conjunto, y todo se reduce a valor de cambio.

Por su parte, la Economía dialógica establece una relación entre la calidad de vida y el

territorio; el territorio no es visto como un espacio de producción y/o consumo, es un lugar

de disfrute, y lo que más importa es la calidad de vida, lo que, en varios países como Bolivia

y Ecuador, con fuerte población indígena, han llamado el buen vivir; es desde esta

perspectiva territorial de la economía, que reivindica a las comunidades, la flora, la fauna y

los recursos naturales, como contexto de la economía, lo que hace que en la economía

dialógica el desarrollo sostenible sea un referente obligado del desarrollo. No tiene sentido

saquear el planeta hoy frente a sus consecuencias para las generaciones futuras.

Racionalidad evaluativa: En el paradigma económico tradicional hay un predomino de la

productividad y competitividad sobre el bienestar de las personas. En últimas se olvidan de

las personas, pues su interés está en las cosas, y aun las personas son tratadas como cosas,

así sea irracional hacerlo; por ejemplo, se cree que financiar doctorados a adultos no es una

buena inversión, pues no se recupera la inversión, o la rentabilidad de ésta es menor que si

se financia un joven; sin embargo, puede observarse que regularmente quienes más hacen

aportes a la ciencia son los adultos, de tal manera que sería más racional invertir en ellos.

En el paradigma económico dialógico lo más importante es el bienestar de las personas,

incluye estar en armonía con el medio ambiente. El bien-estar de la mayoría es lo más

importante y la economía debe garantizarlo; en el fondo y a largo plazo la inversión en bien-

estar es rentable y no hacerlo es el peor negocio de todos. La sociedad más próspera es aquella

con mejor calidad de vida, y no la que tiene un mayor PIB.

Racionalidad práctica: La Economía tradicional privilegia el tener sobre el ser, por eso en

el centro del interés económico se encuentra la propiedad; parece que expresara que quien no

es propietario o no tiene nada, nada es. La piedad como estilo de vida no cabe en este

paradigma, no parece racional que alguien no quiera tener una casa, por ejemplo, y la vida

económica gira alrededor de las cosas, pretendiendo que éstas bastan para suplir las

necesidades; pero por ejemplo, una buena cama no garantiza el sueño, y para cubrir la

desnudez no es indispensable un vestido de marca prestigiosa, como lo diría Manfred Max

Neef (1993); pero tampoco lo inverso es correcto, pensando en Anthony de Mello, pues

requerimos de las cosas para vivir; y sí es necesario tener para ser, aunque tener no es

suficiente; hay formas de tener y estas dependen casi siempre de las formas de ser.

El paradigma económico dialógico invierte la relación, pues apunta al predominio del ser

sobre el tener; no es la propiedad sino el servicio lo que mueve la Economía,

infortunadamente en la economía tradicional pesa más la propiedad sobre el servicio, de tal

manera que son las minorías quienes más se benefician de la economía, en la lógica de que

para ganar unos deben perder otros. La Economía del servicio implica que todos ganen, y

para que ganen todos los procesos económicos deben ser sostenibles, para revertir el proceso

entrópico del empobrecimiento de la sociedad, que favorece a una élite de clase mundial.

En un marco normativo, desde la axiocracia cristiana, una economía inclusiva debe garantizar

el derecho de prosperar, que no es otra cosa que favorecer la movilidad social, no desde la

perspectiva tradicional de ver el crecimiento económico como una pirámide, sino como el

desarrollo de los talentos de la sociedad. En una Economía de servicio gran parte del valor

medido en dinero pierde sentido, pues lo que asegura el desarrollo social es el desarrollo

humano.

Racionalidad trascendente: En la Economía tradicional hay una oposición entre lo

individual y lo colectivo, y esta oposición no solo se expresa en lo teórico sino en lo práctico;

gran parte de las razones por la que el socialismo real no ha podido generar desarrollo social

ni significativo crecimiento económico es por imponerle límites al individuo, que termina de

alguna forma haciendo poco productivo el sistema económico.

El paradigma económico dialógico, por su parte, apunta a la convergencia entre lo individual

y lo colectivo, así que los intereses son recíprocos, pues su fundamento es la inclusión social.

Ni el capitalismo ni el socialismo pueden garantizar la inclusión social, pues ambos son

sistemas opresores de las personas; por lo que la axiocracia cristiana crea todos los puentes

necesarios para que el crecimiento económico vaya de la mano con el desarrollo social y

humano.

La propiedad privada no es la causa de la desigualdad social, sino la carencia de un sistema

social en la que pueda conciliarse lo individual con lo colectivo, y esto es lo que precisamente

busca la Economía dialógica, con la construcción de un Estado asociativo.

Las cuatro dimensiones de la inclusión social.

La inclusión social hace referencia a la búsqueda de estrategias para que las personas o

poblaciones que no hacen parte de una organización determinada, desde lo micro a lo macro-

sociológico, ya sea en lo inmaterial o material, puedan ingresar o participar en procesos de

desarrollo en lo psicosocial, sociocultural, sociopolítico y socioeconómico.

Si una persona es excluida, se niega o se aleja de conformar organizaciones, lo primero que

hay que analizar es el tipo, clase, naturaleza de éstas, para entender la racionalidad que

subyace en cada uno de los actores, quien excluye y quien es excluido.

- Desde una dimensión psicosocial el distanciamiento entre una persona y sus grupos de

referencia hacen evidente que existen serios conflictos, donde el excluido o marginado

sufre desarraigo u opresión. Esto no incluye la exclusión por razones morales, que es

obviamente justificada para cualquier organización, así que el excluido no podrá verse

como una víctima.

Hay dos formas generales de exclusión: La oposición y la contradicción; en la primera, la

persona o grupo se distancia del contexto de la que debe o quiere hacer parte, en la segunda

el sujeto choca con el otro, o contexto, que lo excluye o margina. Ambas formas generan

situaciones de estrés y vulnerabilidad de derechos de los actores, según el ángulo desde donde

se perciba el conflicto.

Si se limita el crecimiento y desarrollo de las personas en sus capacidades y talentos se está

frente a una situación de exclusión; pero también la persona puede marginarse frente a sus

contextos y evadir afrontar los comportamientos que le permiten la inserción en éstos, de tal

manera que se generan desigualdades entre las personas.

Si bien es un derecho del individuo que la sociedad, el Estado y la empresa garanticen el

desarrollo de sus potencialidades, también es un deber que tales actores gestionen o

promuevan su desarrollo, en el caso que las personas o grupos se encuentren marginados, en

razón de sí mismo; es un deber del Estado, garantizar la inserción de todos los miembros de

la sociedad, lo que incluye a personas con alguna discapacidad.

El desarrollo de la autonomía personal es el elemento crucial para lograr la inserción

psicosocial de los individuos; implica autorregularse, hacer respetar su dignidad, esforzarse

por el desarrollo de sus talentos, pero también no vulnerar los límites de los demás. Gran

parte de los conflictos humanos se deben a que las personas no fijan límites claros entre las

dimensiones internas y externas en sus relaciones interpersonales.

El desarrollo de la autonomía personal y la fijación de los límites personales se realizan en

todos los escenarios sociales, especialmente en la familia y el aparato escolar;

desafortunadamente esas funciones socializadoras han estado en crisis y aún el concepto de

formación integral es una palabra hueca de los proyectos educativos institucionales.

Una familia disfuncional y un aparato educativo que no forma en la autonomía personal

constituyen mecanismos generadores de conflictos en niveles más amplios de la vida social;

obviamente, también la familia y el aparato educativo sufren procesos de constricción de los

actores externos. Si bien es cierto, que las personas y las familias, son vistas muchas veces

como víctimas, no se puede desconocer que es en el seno de la familia, desde donde brotan

las víctimas y los victimarios. Fortalecer la familia y la dimensión formativa del aparato

educativo se convierte en factores protectores frente a situaciones de riesgo; por eso la

inclusión psicosocial es una estrategia para la inclusión social y condición para la paz y la

gobernabilidad.

- De otra parte, la inclusión sociocultural es un marco más amplio de relaciones de los

actores; se relaciona con características grupales, sean éstas de organizaciones formales e

informales, de comunidades o asentamientos, territorios, clase social, etnias, ideologías,

organizaciones académicas, artísticas, etc.

La inclusión sociocultural implica que varias personas o actores generan o comparten un

grupo, adquieren una identidad, construyen o aprenden un lenguaje, un código,

representaciones comunes, que les permite tener relación y un cierto grado de cohesión.

La inclusión sociocultural, implica también que hay un afuera, un entorno o contexto; éste

contexto está formado por otros grupos con el que se puede coexistir, o que representan

amenazas reales o potenciales. Coexistir con las diferencias no significa estar excluidos, por

lo que la exclusión es un acto de violencia, de contradicción; pero también hay que tener en

cuenta que la exclusión puede ser legítima por razones morales o legales, y de esto se

encargan los organismos de justicia.

La inclusión sociocultural permite que los actores puedan moverse libremente en su contexto

sin oprimir el otro, o dejarse oprimir de éste. Se requiere un aprendizaje para la inclusión. Es

necesario adquirir unas reglas de juego o normas que permitan la convivencia y supervivencia

de todos, a pesar de las diferencias.

La educación formal no necesariamente garantiza la inclusión, pues la información o el

conocimiento no significa compartir o hacer parte de alguna comunidad; muchos territorios

como espacios poblados, no son incluyentes, pues realmente no se vive en comunidad, es

decir no hay nexos orgánicos entre quienes lo conforman, sino mecánicos e instrumentales,

así que cada uno vive su vida sin importarle la de los demás. Ni siquiera los espacios virtuales

son realmente comunidades, pues pocas veces hay identidad entre sus miembros; así que lo

que hace que algo sea una comunidad es la identidad de quienes la conforman, por lo que la

identidad es el corazón de la inclusión.

En Colombia más que en cualquier parte se requiere construir tejido social, y eso no es fácil;

se necesita Pedagogía social, ya sea por medios formales e informales.

La exclusión también se aprende en diversidad de escenarios, por lo que la cohesión social

se puede valorar como el predominio de la inclusión o exclusión en un territorio. Sólo se

debe hablar de comunidad cuando prevalece la inclusión, de otra forma sería mejor llamarlo

asentamientos humanos.

Vivir juntos no implica inclusión sociocultural. No basta ser vecinos, o compartir un espacio,

como una casa, un edificio, un barrio, una ciudad o un país; se puede vivir juntos,

desconociendo o ignorando al otro, siendo indiferente, insolidario, indolente, permisivo.

La inclusión sociocultural requiere identidad, comprensión, tolerancia, respeto. La Pedagogía

social es una pedagogía de la comunicación, pedagogía de la convivencia y pedagogía de la

comprensión.

La inclusión sociocultural es una estrategia para la paz y la gobernabilidad; requiere aprender

las ventajas, beneficios o gana-gana de la cohesión social.

-. Una tercera forma de inclusión social es la sociopolítica; muchas veces es difícil detectar

cuándo o en qué condiciones una persona o grupo se encuentra o no incluido en la esfera

política; el concepto de ciudadanía, hace referencia a la pertenencia de una persona al Estado,

como organización política.

La ciudadanía implica tener derechos y deberes dentro de una organización política; sin

embargo, hay dos tipos de ciudadanía, que pudieran expresarse con los conceptos de

ciudadanía en sí y ciudadanía para sí. El ciudadano en sí, pertenece a una organización

política, pero no asume un rol autónomo frente a ésta, es más bien un espectador, pasivo,

dependiente y está representando por otros actores, a veces sin darse cuenta; el ciudadano

para sí, es una persona consciente y responsable de sus derechos y deberes con la

organización política.

La inclusión sociopolítica es una categoría de la democracia participativa y de la axiocracia

cristiana, de la misma manera que la exclusión sociopolítica está asociada a la democracia

representativa y restringida.

La conflictividad política en Colombia puede asociarse al predominio de la democracia

representativa, que en manos de un puñado de familias gobiernan desde muchas décadas atrás

y defienden sus privilegios de cualquier forma, incluso con el exterminio de los opositores,

sean estos organizaciones políticas, como la Unión Patriótica, o líderes políticos con una alto

sentido democrático.

El magnicidio, el asesinato y el genocidio son expresiones de una sociedad excluyente, no

importa de cual ideología se haga referencia, si de extrema derecha o de extrema izquierda,

y si los cometen las fuerzas armadas del Estado, o los grupos guerrilleros y paramilitares; el

uso de las armas muestran el nivel de cohesión e inclusión de una sociedad, y la

gobernabilidad, por lo que Colombia desde hace mucho tiempo presenta evidencia de ser una

sociedad excluyente, pues los conflictos se resuelven por fuera de la ley, y en últimas se

acude a la eliminación de otro.

A esta condición de la democracia representativa se le agrega la gran abstención electoral, la

compra de votos, la manipulación de los empleos públicos y la injerencia política de los

contratistas del Estado, que deja en manos de pocos la conducción de lo público; tierra de

cultivo para los actores armados, la corrupción, la impunidad y en general todas las

manifestaciones de violencia, desde la intrafamiliar, la delincuencia común, la organizada

con fines políticos, y el narcotráfico.

Teniendo en cuenta lo planteado puede inferirse que la democracia participativa es una

condición de la gobernabilidad y la paz. Mucho más si se trata de la axiocracia cristiana, pues

en ésta el manejo de lo público está soportado en los valores cristianos.

El Estado debe ser un mediador entre los ciudadanos, a través de sus instituciones (como

aparato de Estado); no un ente distante, opresor, e indiferente, en manos de unos pocos (el

poder del Estado), o contra los demás; la falta de legitimidad del Estado y su representación

como un padre indolente con sus hijos, son expresiones de lo lejos que consideran los

ciudadanos el papel que el constituyente primario tiene en el sistema político.

Hizo carrera decir, que el Estado no existe en ciertos territorios de Colombia, donde

precisamente los niveles de desarrollo social y humano están por debajo de la media nacional

y aún internacional, vacío que es llenado algunas veces por las Fuerzas Armadas y la Policía,

o por grupos de extrema derecha y extrema izquierda. El sur del Departamento de Bolívar,

por ejemplo, parece otro país, en manos de entes distintos al Estado. No en vano se habla de

republiquetas creadas por las las Farc y otros grupos delincuenciales. Incluso en las ciudades,

hay espacios demarcados por pandillas y bandas criminales que controlan el ingreso y

movilidad, y en la que la fuerza pública tiene poco o ningún control.

La ecuación de la gobernabilidad y la paz puede resumirse en esta sencilla fórmula: Entre

más débil es el Estado, más se requiere de la fuerza pública para garantizar un mínimo de

orden, lo que conlleva a un mínimo de gobernabilidad, que estimula la violencia en todas las

direcciones; es decir, el uso de los mecanismos represivos del Estado le resta gobernabilidad,

lo que genera violencia, debido a que la organización política no puede satisfacer las

necesidades de los ciudadanos.

La falta de legitimidad del Estado y la debilidad de su gobernabilidad puede entenderse como

el uso del poder sin autoridad; pero un liderazgo fuerte, se legitima más desde la autoridad

que desde el poder. El poder es necesario, pero no suficiente para la gobernabilidad, ya que

lo que realmente sustenta el gobierno es su base política y social.

Puede decirse que hay dos caminos frente al conflicto armado y social de Colombia: Las

soluciones de poder a partir de las fuerzas represivas del Estado, o bien apuntarle al

fortalecimiento socioeconómico, gobernabilidad y legitimidad política, a través de la

autoridad; un enfoque dialógico requiere integrar ambas dimensiones.

De nada sirve creer que se puede fortalecer el Estado excluyendo a la sociedad civil. En

realidad, no hay un tal fortalecimiento desde esa perspectiva, sino debilidad, ya que no se

obtiene gobernabilidad por vía de la fuerza, sin legitimidad.

-. Un cuarto componente de la inclusión social es la inclusión socioeconómica. Otro de los

mitos de la violencia es considerar que el factor fundamental que la promueve es la pobreza

y la exclusión económica; en tal sentido, se trataría de explicar el conflicto armado en

Colombia por los atropellos cometidos contra poblaciones vulnerables, como por ejemplo las

expropiaciones de tierra por vía económica y extraeconómica, que lleva al campesino a

acudir a la violencia como un mecanismo de defensa.

Esta tesis, quizá sin pretenderlo hace doblemente víctima al campesino, pues lo convierte en

protagonista del conflicto; nada más basta ver las cifras de los cambios demográficos, de un

país que pasa de rural a urbano, al mismo tiempo que acelera este proceso por el

desplazamiento forzoso, para ver cómo es el campesino quien paga los platos rotos de toda

la sociedad, que también se convierte en víctima, debido al desabastecimiento por el

abandono del campo, teniendo que incurrir el país a la importación de productos que se

producían en abundancia.

Si la pobreza rural fuese la principal explicación de la violencia también habría que comparar

si países más pobres que Colombia, con grandes desigualdades sociales y opresión de varios

actores sociales, son más violentos, medido por los índices de homicidios, masacres,

atentados, violaciones de derechos humanos, desplazamientos, daños de infraestructura, etc.

Se le puede agregar a la fórmula diversos índices como el GINI y el IDH, pero seguramente

no se pueda sustentar por sí sola la hipótesis que la violencia es directamente proporcional a

la opresión y la pobreza.

No existen razones contundentes para pensar que la exclusión socioeconómica sea por sí

misma determinante del conflicto armado; seguramente, tampoco sea suficiente que se

establezca que la causa se encuentre en una combinación entre la exclusión política y la

económica. Lo que se plantea aquí es que los cuatro tipos de exclusión están asociados a este

flagelo de la sociedad colombiana, y el común denominador se encuentra en el vacío ético y

moral de la sociedad, que genera todo tipo de corrupción.

La exclusión socioeconómica regularmente se percibe desde un nivel macro- sociológico, lo

que impide ver lo que ocurre al nivel micro, de las empresas. ¿Establecemos regularmente

conexión entre las organizaciones autocráticas y climas organizacionales tensos? Pudiera

pensarse que allí donde la empresa oprime más se estimula la generación de sindicatos y

formas de saboteos, que van de la falta de empoderamiento al hurto, entre otras expresiones

de inconformidad.

Si bien desde la perspectiva de algunos, el conflicto en la empresa se alimenta de

organizaciones cerradas y verticales, que terminan agotando el nivel de tolerancia de los

empleados, también cabe la lectura desde la perspectiva del empresario, que argumenta que

es necesario gestar la organización autocrática, pues si no es así el trabajador termina

quebrando la empresa. Es pues un círculo vicioso, que no da lugar para pensar que pudiera

existir la posibilidad de encontrar un punto común, de beneficio mutuo, o gana-gana.

En el imaginario empresarial no hay otra lógica, que si uno gana el otro pierde; y que si se

quiere acumular es necesario hacerlo por vía de la plusvalía y no del servicio, siendo que este

último es regularmente percibido como fuente de ganancia y no de beneficio conjunto; por

tanto, conceptos como empoderamiento, gerencia social, empresa social, cooperación,

economía de aglomeración, sinergia empresarial, coopetitividad, entre otros, suenan menos

que creíble. La desconfianza es una de las tantas evidencias de la exclusión y falta de

cohesión social.

Las estructuras organizacionales pueden ser vistas desde la inclinación hacia la exclusión o

la inclusión; en este sentido las organizaciones de servicio o dialógicas son las más orientadas

a la inclusión socioeconómica; regularmente los focos de atención de los otros tipos de

organizaciones no están en las personas y en los valores, sino en las tareas, los procesos, las

cosas o productos, el lucro, competidores, etc.

Por último, es necesario medir de otra manera el desarrollo, no sólo desde lo tangible, sino

intangible; en tal caso las representaciones sobre los cuatro tipos de inclusión se constituyen

en una medida del proceso mismo de avance e impacto de la transformación. El desarrollo

no sólo se percibe desde al ángulo del tener, sino del ser, así que no se reduce a la satisfacción

material, sino que incluye lo inmaterial; no son las condiciones materiales de vida las que

determinan la conciencia, como lo propuso Marx, pues de igual forma, el nivel de conciencia

determina las condiciones de vida; así que la integración dialógica entre ser y tener se

encuentra en la base para entender la paz y la gobernabilidad.

MARCO CONTEXTUAL

Desde la perspectiva del contexto del Programa que se propone hay tres referentes

conceptuales: 1) En primer lugar la idea de que el conflicto armado se alimenta de bases

sociales, que regularmente no son percibidas cuando se formulan los problemas de la

gobernabilidad y el conflicto armado; 2) teniendo en cuenta el punto anterior es necesario

construir la gobernabilidad desde la inclusión social en todas sus dimensiones, como lo

psicosocial, sociocultural, sociopolítico y socioeconómico; 3) Si al problema de la

gobernabilidad y el conflicto le subyace diversidad de escenarios sociales y actores, entonces

los alcances de un nuevo acuerdo de paz deben apuntar a la búsqueda de estrategias

inclusivas.

El fondo del conflicto armado y la gobernabilidad.

Esta propuesta no construye un marco interpretativo a partir de la guerra, por lo tanto, de las

víctimas y victimarios, ni las razones por las cuales surgen una diversidad de enfrentamientos

armados con considerables impactos en algunas regiones, y la respuesta política militar que

eso genera. Lo que se ha considerado guerra, no es otra cosa que una consecuencia de los

problemas estructurales no resueltos de la sociedad colombiana, así que nada ayuda poner el

foco de atención en los efectos, desconociendo los factores generadores de éstos, como es la

exclusión social en todas sus dimensiones.

Quizá el argumento más contundente de todos sobre la etiología de la guerra es el vacío de

Estado, allí donde emergen conflictos que han podido contenerse, como también es válido la

tesis de la corrupción política y la concentración de la riqueza, que impide que el Estado

pueda cumplir con su función de garantizar la paz y el desarrollo social.

Ese vacío de Estado no se expresa solamente en aquellos lugares donde el conflicto armado

arrecia, generando muerte y destrucción, sino que también impide ver que ni en los escenarios

de la guerra, ni en cualquier otro espacio social el Estado es una construcción política de la

sociedad con capacidad de organizarla y conducirla; por eso la gobernabilidad se percibe

como un fenómeno político, pero detrás de eso están los actores de carne y hueso que lo

legitiman o no; por eso esta propuesta tiene como soporte el problema de la exclusión social.

Quizá en el escenario urbano, de las capitales, no se perciba el conflicto armado como algo

cotidiano; sin embargo, el hecho que el habitante de la ciudad se muestra indolente frente a

lo que ocurre a sus compatriotas en las áreas rurales refuerza la debilidad del Estado al

asociarse con el conflicto desde los escenarios de masacres y violaciones de derechos

humanos en las zonas rurales y provincias. Es cierto que la presencia de población desplazada

en las ciudades afecta el imaginario social sobre el conflicto, como en la época de los

secuestros masivos en las llamadas pescas milagrosas de las carreteras, y el boleteo y vacunas

que existen o persisten en las ciudades, aún con los pequeños negocios.

La interpretación o explicación de la etiología del conflicto armado que emerge de los medios

de comunicación, el gobierno o la academia termina minando la gobernabilidad y con ello la

legitimidad del Estado, aún sin quererlo. Ni siquiera el uribismo, que logró vender a muchos

la idea de que las armas son la solución, pudo sostenerse en pie y avanzar hacia un consenso

que soportara la gobernabilidad, no porque no se les propiciara golpes a diario a la

insurgencia, sino porque por lo menos la otra mitad de la sociedad civil y actores políticos

no consiente con la idea de que el fin justifique los medios, pues la gobernabilidad sobre la

base de las armas no es compatible con la democracia.

Quizá el uribismo debe su éxito a la hipótesis de haberle hecho creer a un gran número de

colombianos que el imperio de las armas y la gobernabilidad están conectados; siendo que la

lectura inversa es también plausible, pues gobernar sobre la base de la intimidación es un

claro signo de debilidad, a menos que no se esté pensando en la democracia. Un Estado

democrático, por doctrina depende más de un consciente o inconsciente contrato social que

del imperio de las armas.

Desde la perspectiva electoral como termómetro del clima político pudiera decirse que la

contienda Santos-Uribe fue un debate sobre las apuestas de éstos sobre la paz o la guerra

como estrategia de gobernabilidad; esa poca diferencia de votación entre uno y otro dice que

hay una polarización entre los colombianos en ese tema, y que levemente hay una inclinación

hacia los que apuestan por la paz, aunque ese discurso de la paz ha sido manipulado por el

Presidente Santos, para entregarles el país a las Farc. Del resto de los colombianos, por lo

menos no se sabe qué posición tengan frente a una u otra opción de vida ciudadana.

Obviamente, la sociedad colombiana fue engañada por Santos, pues no se consigue la paz,

entregándose al enemigo; y Uribe, que parecía ser el representante de la ultraderecha, está

paradójicamente más cerca de la izquierda que lo que se pudiera imaginar, pues él traicionó

el resultado del plebiscito del 2 de octubre de 2016, que no refrendó los acuerdos de La

Habana.

Ni siquiera puede decirse que las marchas de paz puedan ser interpretadas como tales, pues

la lectura de muchos es que casi siempre es contra uno de los actores del conflicto,

regularmente de los insurgentes. Y si además es fuerte la opinión de que un dialogo de paz

no debe propiciar la impunidad, entonces se está frente a un diálogo de sordos. No pudiera

esperarse un desenlace feliz.

Desde el marco conceptual de esta propuesta se afirma que la debilidad de la sociedad civil

se correlaciona con el vació de gobernabilidad y con la debilidad del Estado. Cuando las

minorías imponen su “ley”, el Estado pierde legitimidad, y el ciudadano no cree o no está

dispuesto a hacerla valer.

Con las historias de vida y relatos de la guerra, por ejemplo, sobre algunos protagonistas del

paramilitarismo, no es posible tener claridad si se trata de un tema de delincuencia común o

de una organización político-militar, y esa misma reflexión aplica para la guerrilla. De otra

parte, así como desde hace mucho tiempo el ingreso a las fuerzas armadas se hacía como una

estrategia de las familias para paliar la pobreza, que se tipificaba con la palabra “regalarse al

ejército”, también los grupos armados por fuera de la ley se alimentan de lo mismo, por los

salarios que reciben a cambio de sus servicios, así que son ejércitos de mercenarios, y algunos

ingresan por la sed de venganza, de otros actores de conflicto, entre otros motivos; incluso

en el relato de los niños secuestrados por las Farc, algunos dicen que se les amenazó con

matar a sus familiares si no hacían parte de este grupo terrorista.

El carácter social del conflicto no se puede ignorar, pues este es el punto crítico desde donde

se construye la guerra y la paz.

Pensar en el conflicto armado como fenómeno social permite hacer una lectura más profunda

e integral de éste. Por ejemplo, la masacre de El Salado o Salao, Bolívar, en febrero del 2000,

donde los paramilitares jugaron futbol con las cabezas de los decapitados, entre otras

atrocidades cometidas con personas de todas las edades, obliga a pensar lo político, o bien

por fuera de su acostumbrado objeto de estudio, o entenderlo desde lo multidimensional de

lo social; habría que pensar sobre el tipo de familia, región, cultura, que produce personas

tan monstruosas.

Hoy están saliendo a la luz las prácticas criminales de los miembros de las Farc, entre los que

se encuentran varios de los que pretenden ser congresistas; y sus relatos corresponden a

personas que perdieron la condición humana, y a las que debería aplicarse la pena de muerte,

de llegarse a aprobar en Colombia.

El sólo hecho que la sociedad colombiana tolere que entre los candidatos a la Presidencia y

miembros del Congreso de la República haya representantes del terrorismo, es una clara

evidencia que el país muestra toda su fealdad como una sociedad altamente violenta y

corrupta.

Una vez que El Estado, e incluso las organizaciones de la sociedad civil identifica una

víctima, también la atención que ésta recibe se concibe en un marco muy reducido; por

ejemplo, lo que primero es visible en un desplazado es proporcionarle atención humanitaria,

pero no por eso logra éste adaptarse o incluirse en los nuevos contextos sociales, aún para

quienes desde hace 15 años tuvieron que abandonar de alguna forma sus lugares de

residencia; de tal manera que las víctimas permanecen indefinidamente en esa situación, y,

las poblaciones y ciudades que lo reciben alimentan una bomba de tiempo. No se trata de

negarle la atención de necesidades básicas a los desplazados y de los trastornos de estrés

postraumático, el problema tiene otras implicaciones, como las posibilidades de resiliencia,

de convivencia y construcción de tejido social, de insertarse en el mundo del trabajo y de

ejercer la ciudadanía, entre otros aspectos.

Pero el escenario y naturaleza del conflicto armado oscila entre lo local (como los hechos

señalados), a lo internacional, pues no puede separarse del tema de gobernabilidad y conflicto

armado, el de sus actores externos, como por ejemplo el papel de Venezuela, Cuba y Estados

Unidos en éste; sin embargo, no por eso la violencia política deja de ser un problema

básicamente social, pues si no fuese así la nación no pudiera decidir sobre su fin o

continuidad.

Es cierto que cualquier fenómeno social tiene una etiología diversa, que no se puede reducir

a una o más variables en relación de causalidad. Precisamente la multidimensionalidad de lo

social impide ver claramente el pasado, el presente y poco qué decir del futuro; pero la

relación de diversos factores lleva a que una propuesta de paz deba realizarse en un marco

inter y/o transdisciplinario.

Sin dejar de pensar que la concentración de la tierra, la economía de enclave, la pobreza, el

narcotráfico, los cultivos ilícitos, el neoliberalismo, la falta de pluralismo político, y hasta la

herencia española, pueden relacionarse con el conflicto armado, también entre las ruinas y el

dolor debe gestarse o fortalecerse un proyecto de nación desde su pluralidad de actores,

escenarios y alcances.

Lo que actualmente está viviendo Colombia es el derrumbe del sistema social imperante,

pero muchos insisten en creer que el sistema sigue en pie, cuando todas sus instituciones se

encuentran en escombros. Colombia ha muerto, pero de sus escombros puede nacer una

nueva, mejor o peor que la anterior.

Valga la aclaración, que un sistema social es algo distinto a la sociedad, pues la sociedad

como interacción o relación de individuos puede perdurar por siglos y milenios, con sistemas

sociales que emergen, crecen y mueren, como por ejemplo, que a partir de la conquista

española y la revolución de independencia, nacieron y murieron en un mismo territorio varios

sistemas sociales, que es lo mismo que ocurre con las familias, que no dejan de existir a pesar

del nacimiento, reproducción y muerte de sus miembros.

El actual proceso electoral puede dar origen a las siguientes situaciones: Un nuevo acuerdo

social entre la élite y sus actores, en la que caben también los carteles de la droga; armar una

versión castrochavista de sociedad, que es peor que lo que tenemos y de la primera opción;

o construir la axiocracia cristiana, como un nuevo sistema social.

La inclusión social como base de la gobernabilidad.

La paz y la libertad son ideales de la humanidad y sólo es real un mínimo de éstas, desde una

perspectiva natural, como sus opuestos, de conflicto, guerra, opresión y enajenación; estas

opciones equivalen a los frutos buenos y malos del árbol de la ciencia del bien y del mal en

el terreno político. No por eso es infructuoso construir la paz y buscar la libertad, como no

es deseable y conveniente en un plano psicológico dejarle el control del ser al “ello”, por

utilizar un concepto del psicoanálisis, pues siguiendo con la metáfora, no es posible “volver

bueno al ello”, pero no menos cierto es que se puede fortalecer el “superyó”, para tener el

“ello” bajo control, aunque la solución cristiana es la muerte del yo y el nacimiento de un

nuevo hombre.

Dicho de otra forma, los conflictos nunca van a desaparecer debajo del cielo, y lo único que

puede hacerse es mantener un mínimo de cohesión social, que desde hace mucho tiempo no

existe en Colombia.

Desde la dimensión macro social, el conflicto es tan natural como la búsqueda de la paz; en

toda sociedad existe esa dualidad y prevale alguna de éstas, pero eso no justifica la violencia

en ninguna de sus manifestaciones; el mismo Marx reconocía que el Estado tiene un papel

controlador frente a la violencia como producto de las contradicciones de clase.

Puede decirse que en Colombia estamos tocando fondo con la violencia en todos los ámbitos

de la vida social, por lo que es necesario que hoy más que nunca se promuevan estrategias

para la paz, la convivencia y vida ciudadana.

Los actores del conflicto están latentes en toda sociedad y no dejarán de existir; así que no

existe post-conflicto, sino la emergencia de un acuerdo social creciente sobre la conveniencia

de la paz.

Si no se proponen transformaciones en la sociedad civil y se visibiliza como actor de

negociación del conflicto interno, seguirá concibiéndose como víctima y espectador, de tal

manera que quienes se sientan en la mesa de negociaciones no solamente la ignoran, sino que

la engañan y mancillan. No se trata de llevar a la mesa a una ONG o representantes de

organizaciones de la sociedad civil, como portavoces de ciertos grupos reducidos o minorías

sociales, pues esto también es una forma de engaño; se trata más bien de crear las condiciones

de largo plazo para salir de los niveles intolerables de conflicto que vive la sociedad

colombiana, que lleva a pensar a muchas personas que sería mejor irse a vivir a otro país si

se tuviera la oportunidad de hacerlo. Un programa de inclusión social como estrategia para

la paz es como engendrar un nuevo ser, que debe alimentarse y crecer; o para usar una

metáfora bíblica es cambiar el traje viejo por uno nuevo; la otra opción, es resocializar a un

ser viejo y torcido, que equivale a poner remiendo de paño viejo en vestido viejo. Cuando se

habla de reconstruir o construir nación, es porque hay suficiente evidencia que hay serios

conflictos que la minan.

La nación no debe engendrarse desde la represión del Estado para mantener el orden y la

convivencia en contravía de fuerzas que la polarizan; la mejor lectura es que la nación

construye el Estado, como un ente territorial que administra los intereses comunes. El Estado

así pensado es la empresa social más amplia e inclusiva. Por eso el concepto clave, idea

fuerza o categoría central de un enfoque integrado del conflicto es la inclusión.

La inclusión en este marco no significa invitar a la mesa de negociaciones a la sociedad civil,

que por más que se quiera siempre quedaría en parte excluida de los grandes acuerdos. La

sociedad civil debería ser quien convoque, promueva o lidere un proceso de paz, no otro

invitado. Y si bien no es así, entonces hay que empoderarla, para que se convierta en el

principal actor de paz.

La inclusión es hacer consciencia de los problemas de fondo de la sociedad colombiana y a

partir de allí construir procesos de paz, cohesión social, emprendimiento social, económico,

político, cultural, educativo, científico, ambiental, etc.; generar bienestar, crear instituciones,

suprimir o modificar otras, entre otros aspectos.

El alcance de una negociación de paz es directamente proporcional a la creencia que de allí

se resuelvan los problemas del conflicto, que se agenda en una mesa de negociaciones. Para

crear un proceso de paz inclusivo, tendría que surgir de la sociedad civil, como un

movimiento social, tal como está ocurriendo hoy con los cristianos en la política; también

debe haber una propuesta clara del tipo de sociedad que se pretende construir, como lo está

haciendo el equipo de transformando a Colombia (desde hace más de un año), que quedará

consignado en un libro; y por último, debe crearse las condiciones para que haya una real

interlocución de actores en una mesa de negociación. Como puede observarse nada de eso

ocurrió con el llamado acuerdo de paz de La Habana; por eso su fracaso, cuya prueba es el

robo de los resultados del plebiscito del 2 de octubre de 2016, y otra evidencia de su fracaso

es lo que ha ocurrido en la campaña política de las Farc, en la que grupos de opositores les

gritan asesinos, tiran piedras y huevos, lo que indica que para apagar la protesta social el

Estado la judicialice y peor aún arremeta con la fuerza pública contra los manifestantes, como

ocurre en Venezuela, donde se masacra y se cometen crímenes selectivos.

El nivel de atención, confianza y entusiasmo que requiere el proceso de paz no debe ser

menor que el de los hinchas de la Selección colombiana de futbol, así este obtenga pobres

resultados. Se requiere fe, confianza, optimismo, no desesperanza e incredulidad. Si no se

cree en la conveniencia de procesos de paz, será extremadamente difícil tomar el camino

adecuado, hay que creer que se puede, para poder lo que se quiere.

Se requiere inclusión psicosocial, sociocultural, sociopolítica y socioeconómica.

Lamentablemente muchos colombianos no perciben la conexión entre las diversas

dimensiones de lo social; incluso desde el marco de las Ciencias Sociales se tiende a ignorar

tales conexiones. Esto lleva a abordar los problemas de manera reducida; por ejemplo,

cuando se quieren realizar programas y proyectos alrededor de los conflictos con los grupos

armados, no se piensa en el ciudadano común, en su cultura, en sus condiciones de vida, en

la manera como se representan el Estado y el desarrollo social, cómo trabaja, cómo se educa,

etc., así que lo que se hace es una abstracción, en la que se despoja de alma y espíritu a

algunos actores del conflicto y sólo queda el cuerpo de las víctimas, victimarios y de los

representantes de las instituciones políticas y del Estado; es decir, el conflicto se aborda en

un vacío sociológico.

Los medios de comunicación se aprovechan del terror de la guerra, convirtiéndolos en

mensajes explícitos; así que el mensaje es la muerte, la violación, el insulto, la extorsión, etc.,

reemplazando el contenido por la forma, para evitar que se llegue al fondo del asunto; y eso

genera desesperanza, y peor aún alimentan el síndrome de Estocolmo, que promueve el

Presidente Santos con el mensaje que es mejor que la sociedad colombiana se rinda ante las

Farc, que se traslade la guerra del campo a la ciudad.

No se perciben las conexiones entre el que no respeta normas de tránsito, ni las colas en los

bancos, ni los precios sugeridos en la venta de un producto, el no hacer trampas en exámenes

escolares, con otros elementos, como la impunidad, la falta de legitimidad del Estado, la poca

credibilidad de la policía nacional, o del sistema de justicia. Los medios masivos de

comunicación son expertos en editar la realidad, de tal manera que siempre se ve una realidad

a medias, una realidad construida, a veces una realidad etérea, un falso positivo, pues sólo

muestra una parte de los hechos, no los hechos en sí mismos, con sus contextos.

Se requiere una construcción social objetiva (parece redundante), de la realidad del conflicto

armado, pues el conflicto muchas veces parece que no existiera, o existe como noticia, o

problema de otros; no se trata que unos sean más o menos víctimas y las representaciones del

conflicto esté asociado a la situación o condición de cada quien; pues es obvio que no será lo

mismo para un campesino, soldado, policía, desplazado, guerrillero, y las víctimas o

población bajo dominio de los grupos guerrilleros, y paramilitares, etc., que para un obrero

de construcción, un profesor universitario, un médico de una IPS, etc. El problema es que,

aun percibiéndose, no se cree que de alguna forma se promueve o mitiga, y que se puede

hacer muchas cosas para neutralizarlo y revertirlo; así que la inclusión social y la

representación social están en el mismo ámbito del conflicto.

Quizá muchos colombianos perciban la realidad del conflicto cuando esté en la condición de

los venezolanos de hoy, y para entonces el Estado en manos de las Farc, ya habrán ganado

mucho terreno.

Que el conflicto armado nos afecta a todos es una verdad de apuño, pero separar la realidad

del conflicto con su representación no es un problema académico, es un problema socio

político, socioeconómico, psicosocial y sociocultural. Aunque sigue existiendo a pesar de

querer ignorarlo, la posición que se asume frente a este lo recrudece o debilita.

Cuando la mayoría de los colombianos sienta que es parte del conflicto en todos los ámbitos

sociales y se reconozca como actor, entonces como parte de la sociedad civil, puede hacer

algo que favorezca o promueva la gobernabilidad, que requiere la democracia y el bienestar

social.

La acidez de algunos analistas llega el punto de pensar como hipótesis que el día en que toda

la sociedad colombiana le de miedo salir a la calle y deba hacer las colas para comprar

alimentos como en Venezuela, entonces, tal vez, la gente asuma la realidad, si no es que

prefirieren escarbar de en las basuras y agolparse en las fronteras de los otros países. Mientras

tanto, la gente estará disfrutando de carnavales, campeonatos de futbol, corridas de toro,

telenovelas, conciertos de música popular, y cuanta cosa que pueda servir de narcótico

ideológico, pues ya gran parte del pueblo se ha acostumbrado a vivir de pan y circo.

El voto en blanco pudiera ser un termómetro de la indignación del país frente al caos en la

que vive; pero tampoco ha logrado ser una proporción que refleje la necesidad de un cambio

estructural o transformación de Colombia. Se llegó a una situación crítica, pero mucha gente

no siente que ha tocado fondo, así que hasta que se perciba la realidad tal cual es no hay

esperanza de cambio.

La gobernabilidad es proporcional a la inclusión social. Entre menos inclusión social en todos

los niveles señalados, menos gobernabilidad. No se puede gobernar bien si los gobernantes

y gobernados sufren de los mismos vicios que se quieren suprimir. Nadie se salva. Es toda la

sociedad la que debe convertirse en un hogar de rehabilitación, reeducación o resocialización,

para que todos sus actores puedan incluirse de nuevo en la sociedad.

La creciente participación de cristianos en la política precisamente se debe a la conciencia de

todo lo que subyace al conflicto armado, que está en el terreno de lo espiritual, de los valores,

de la familia, de la cultura, educación, etc.

La gobernabilidad no nace en La Habana, o en cualquier otro lugar; ni existe el post-conflicto,

como si se pudiera decir borrón y cuenta nueva al levantarse de la mesa de negociaciones; de

esta forma, sería un producto de marketing político o simple propaganda. También, decir

post-conflicto, es pensar con el deseo o un acto de fe; Las Farc, y los medios de comunicación

hacen de la palabra post conflicto una ficción macondiana, con el efecto populista, de engañar

a la sociedad civil, que en gran parte ignora que lo que se ha negociado no es el cese al fuego

sino la entrega del país al castrochavismo. Pretenden con la palabra postconflicto crear un

efecto Pigmalión, como una profecía que se auto-cumple. El proceso de paz con las Farc es

un falso positivo, y, como toda mentira, tarde o temprano la sociedad verá la cruda realidad,

aunque puede ser demasiado tarde para reversar todo.

ANÁLISIS SITUACIONAL

Hay diversidad de enfoques que resaltan los aspectos económicos y políticos, otros que de

alguna manera tocan el tema cultural; y en menor proporción los que hacen referencia a los

aspectos psicosociales, a menos que se trate de la literatura sobre víctimas, más que sobre

victimarios.

En esta parte se citan algunos ejemplos de tales enfoques y no con la idea de pretender ser

un sustento teórico, sino por resaltar la necesidad de articularlos.

Un ejemplo de enfoque que articula elementos culturales, políticos y económicos es el de

Eduardo Pizarro (2004), quien señalaba como causa del conflicto la cultura política de la

violencia, la debilidad del Estado, la limitada participación política y los problemas de la

explotación agraria y los recursos naturales.

Maurico Archila (2003) es otro autor que se mueve en esa línea de articulación de factores,

sobre la base de la investigación de las motivaciones de las protestas sociales en Colombia

entre 1958 a 1990; señala que el 23.9% se relacionaron con la tierra, el 16% por condiciones

laborales, el 14% por violación de acuerdos, el 11% por servicios públicos y el 8% por

derechos humanos.

Pero la naturaleza pluridimensional del conflicto es expresada explícitamente por Socorro

Ramírez (2006), cuando reconoce que el conflicto armado tiene un trasfondo de exclusiones

sociales, culturales, políticas y económicas, que deben tratarse, si se busca una paz duradera.

Vale la pena hacer el ejercicio de comparar los actos de violencia social o cotidiana, con la

que ocupa la atención del escenario político, y más que compararlas, establecer sus

correlaciones.

Teniendo en cuenta lo anterior, pudiera decirse que el conflicto armado es como un iceberg

y lo que queda descubierto no permite percibir otros factores, igual de importantes, de la

naturaleza del problema.

Desde la perspectiva de esta propuesta hay cuatro enfoques del problema que es necesario

tener en cuenta y a partir de allí construir un programa de inclusión.

La primera hipótesis, quizá la más popular, es la socioeconómica. Se asocia el conflicto

armado a diversos factores de naturaleza económica, como la tenencia y concentración de la

tierra, la pobreza de grandes territorios del país, las explotaciones mineras y el narcotráfico,

entre otros.

En el marco de los factores socioeconómicos del conflicto puede citarse a Robert Castel

(1997), quien se plantea la exclusión social como la carencia de medios para participar en la

vida económica, social, política y cultural de la sociedad, enfoque que está en la base de los

programas de transferencias monetarias y asistencia social para poblaciones vulnerables, para

la búsqueda de la reinserción e integración laboral y social.

Otro ejemplo de enfoque económico del conflicto es lo planteado por el profesor José Luis

Ramos, de la Universidad del Norte de Barranquilla (2013) en la que afirma que hay una

relación inversa entre crecimiento económico y conflicto armado, por lo que describe el

impacto que éste ha tenido en la Región Caribe colombiana.

La segunda hipótesis, más asociada a investigadores y líderes políticos, es que la violencia

es el resultado de la forma cómo se ha configurado el Estado colombiano; en esta hipótesis

se hace referencia a las constituciones y partidos políticos, el centralismo administrativo, la

emergencia de nuevas fuerzas políticas, el poder del Estado, el reordenamiento territorial.

Un ejemplo del enfoque político del conflicto armado en Colombia es la exclusión del

ciudadano de las oportunidades de desarrollo, dado la concentración de la riqueza, tal como

lo muestra el índice de Gini, de tal manera que desde la independencia de España hasta hoy

no haya sido posible construir un Estado-nación.

Otro aporte dentro de esta línea es lo plateado por Isabel Licha (2003), en la que se propone

el tránsito de la democracia representativa a la deliberativa, o la democracia participativa. Un

ejemplo, menos optimista pero no por eso evidente es el reconocimiento del fracaso de veinte

años de negociaciones con la insurgencia, lo que muestra que esta última está lejos de

desaparecer, pero también carece de la fuerza para alcanzar el poder por la vía militar

(Kurtenbach, 2005).

Debido a que la vía armada no es posible para conquistar el poder del Estado, las Farc,

intentan llegar al socialismo a través de la democracia, por lo que la paz es sólo una estrategia

para lograrlo. No abandonan las armas, pues eso es una garantía para evitar ser borrados

como actores políticos, como ya se hizo con la Unión Patriótica; no están lejos de hacerlo a

través de un gobierno de transición, con cualquiera de los candidatos de la contienda

electoral, que puede ser su ficha presidencial.

La tercera hipótesis resalta la historia con todas sus herencias e imbricaciones, de tal manera

que, desde la conquista, la colonia y la república, la conformación de la sociedad colombiana

ha estado expuesta a exterminios, esclavitud, explotación económica, dominación extranjera

y arreglos con oligarquías nacionales, discriminaciones étnicas, con conflictos no resueltos

que se superponen a nuevas dinámicas de la vida nacional.

En este marco puede ubicarse el trabajo de Historia Doble de la Costa de Orlando Fals Borda

(1981-1984), que articula la Sociología con la Historia, y con la utilización de la

Investigación Acción Participativa se constituye en un elemento práctico para lograr cambios

en lo micro y macro-sociológico, lo que desembocó en la propuesta de reordenamiento

territorial del país, que se condensó en el libro colectivo “La Insurgencia de las Provincias

(1988), en el cual también trabajó el autor de esta propuesta. El enfoque de Fals permite

avanzar de lo local a lo global, lo que posteriormente propuso como la integración de ambos

en lo glocal.

Aunque la conexión de Fals con Habermas (1999) no parezca cercana, la acción

comunicativa se constituye en un medio para la construcción de sociedades pluralistas y la

inserción de sujetos participantes, lo que conlleva a un planteamiento neofederal.

La cuarta hipótesis, quizá la menos fuerte de todas, es que la violencia tiene una naturaleza

psicosocial, Ética, moral, relacional, comunicativa; en este aspecto resaltan temas como el

vacío o fragilidad del proyecto de vida de gran parte de la población, modelos autoritarios de

comportamiento, anarquía, permisividad en las pautas de crianza, violencia intrafamiliar,

falta de formación integral de la educación, vacío ético de la sociedad, falsos modelos de

éxito personal, heteronomía personal o dejadismo. Este es un planteamiento frecuente de los

púlpitos religiosos.

El componente psicosocial se aborda regularmente en el tema del conflicto armado

relacionándolo con el stress, situación de duelo, elaboración mental de situaciones de

violencia y regularmente a los factores protectores y de riesgo, tanto personales y colectivos,

en situaciones de desplazamiento, tal como lo desarrolla Gloria Camilo, Elena Martín y

Marcela Salazar (2000), pero aún está difuso el camino de establecer las conexiones del

conflicto con la base social que lo sustenta.

Las cuatro hipótesis abren horizontes o líneas de trabajo que distancian a los investigadores;

sin embargo, lo que se busca con esta propuesta es su integración dialógica, abriendo también

una nueva lectura de la problemática de la inclusión social, en las cuatro dimensiones del

Programa, como inclusión socioecómica, sociopolítica, sociocultural y psicosocial.

Diagnóstico de la situación actual.

El proceso de paz está en crisis, pero difícilmente puede estar en mejores condiciones, pues

comenzó por lo último que debió hacerse, una mesa de negociaciones que condujera a una

paz duradera, ya que debió ser el resultado de un proceso creciente de inclusión social, que

generara el empoderamiento de actores, que les permitiera luego sentarse a negociar con

propuestas razonables.

Los muchos años de conflicto y la multidimensionalidad de éstos rebasan los problemas

planteados en La Habana; así que tarde o temprano deben emprenderse programas de

gobernabilidad, desde un nuevo enfoque de negociación, pues una cosa es que estos acuerdos

no sean válidos, y que algunos puntos no sean negociables, como los de la impunidad y la

ideología de género, entre otros aspectos, que negarse a reconocer la existencia de un actor

del conflicto armado en Colombia; así que debe continuarse las conversaciones para construir

un nuevo proceso de negociación.

No existe, ni existirá postconflicto.

Quizá no haya una contradicción más absurda para un marxista que hablar de postconflicto;

Si alguien es marxista afirma que “la violencia es la partera de la historia”, como forma de

afrontar conflictos, así que nunca podrá esperar que éste desaparezca por un acuerdo de

“paz”, mucho peor si el supuesto “postconflicto” se deriva de la violación de una decisión

soberana del pueblo colombiano, en un marco jurídico, como fue el plebiscito del 2 de

octubre del año 2016, en el que no se refrendaron los acuerdos del gobierno Santos con la

guerrilla de las Farc.

Incluso el socialismo como organización política del sistema social, está fundado en la

apología del conflicto, en tanto según ellos es imposible el cambio social sin dictadura del

proletariado, como propusieron los apóstoles del marxismo, Marx y Engels. Así, que es una

falacia populista del actual gobierno Santos y de las Farc hablar de postconflicto.

Para el materialismo histórico, mientras exista relaciones de producción en la que prevalezca

la explotación de la fuerza de trabajo, generando plusvalía, que es apropiada por un agente

económico egoísta, existirá conflicto. Sin embargo, no sirve cambiar a quien se apropie de la

plusvalía, que pase de manos del empresario miserable a un "Estado altruista", con su nueva

élite cívico-militar, para que cese el conflicto; de allí que se le llama dictadura del

proletariado al régimen en la que se suprime la propiedad privada sobre los medios de

producción.

Una consideración epistemológica del materialismo dialéctico es que la realidad existe

independientemente de que queramos o podamos conocerla, y no puede ser de otra manera

para el marxismo, pues si no fuese así entra en contradicción con su fundamento filosófico.

Así que, si existen conflictos en los intereses económicos, éstos no pueden ser ignorados, que

es la razón por la que marxistas como Louis Althusser señalaban que los aparatos ideológicos

de Estado, en manos de la burguesía, como la educación, los medios de comunicación y las

religiones, tratan de consagrar, legitimar, o reproducir ideológicamente las relaciones de

explotación capitalista, a fin de impedir la consciencia popular sobre la explotación que

realizan las élites sociales. Cualquier parecido con el papel mermelado de los medios de

comunicación, líderes religiosos y algunas universidades, que apoyan la farsa de los acuerdos

de La Habana, no es pura coincidencia.

Ni Marx, ni Althusser se equivocaban en el papel de los "aparatos ideológicos de Estado"

para impedir una consciencia política contra quienes tienen el poder del Estado. Las

ideologías tratan de suavizar la explotación y hacer que los conflictos no terminen en

confrontaciones armadas. O si existe tal confrontación ocultarla o justificarla de cualquier

forma, así sea generando mensajes contradictorios sobre la realidad. Para mucha gente en

Venezuela no pasa nada malo, y si no se puede ocultar las violaciones de derechos humanos

se acude a cualquier tipo de justificación. Aunque suene como un chiste de mal gusto, el

Presidente Maduro está clamando al Papa Francisco para que impida una intervención de

Estados Unidos frente al genocidio que está cometiendo.

Uno de los grandes logros de los mecanismos ideológicos en manos de Farc-santos es que

una parte del pueblo colombiano no sabe que ya se está viviendo en una dictadura civil, en

la que el gobierno hace lo que le da la gana, y repiten como loros que estamos en el

postconflicto.

Los comunistas, siempre justifican sus actos de violencia, como una necesidad de la historia,

ya que quienes tienen el poder no lo entregarán voluntariamente. Así sea que recluten niños

para la “guerra” y cometan genocidios, las Farc públicamente han expresado que eso hace

parte de la “dinámica de la guerra”. Pero ahora hay un “cambio de lenguaje”, pues se habla

de postconflicto, como si la sociedad colombiana haya aceptado todas las atrocidades que

han cometido, o que las Farc hayan cesado su actividad insurgente y conexión con sus

negocios ilícitos, y como si el pueblo colombiano estuviera aceptando los prevaricatos del

gobierno Santos, con la complicidad del Congreso de la República y las Cortes, y como si

los colombianos creyeran que la salvación del país es el socialismo.

Antes se esforzaban en mostrar que los grandes conflictos de la sociedad colombiana

emergen de la injusticia social, cosa que no requiere ser marxista para darle una parte de

razón, pero ahora se habla de postconflicto, borrando con una palabra la realidad de pobreza

y miseria que vive el país, la existencia de una narcodemocracia, la continuidad de

reclutamiento de niños por parte de los que llaman falsamente frentes disidentes de las Farc,

etc.

Algunos que dicen ser oposición del gobierno y las Farc, o Farcsantos, como se lee mejor,

que hablan a nombre de la democracia, del respeto a la vida y a la propiedad privada,

seguramente no se queden con los brazos cruzados cuando se les quite, lo que en gran parte

han robado a los colombianos, utilizando el poder y aparato de Estado, así que mienten

descaradamente los que hablan de postconflicto.

Esta aparente contradicción epistemológica y/o filosófica del marxismo, que quiere hacer

desaparecer por arte de magia el conflicto en Colombia, no se debe a que ignoren el

pensamiento marxista, sino a la inmoralidad de su "causa revolucionaria", que les permite

utilizar los mismos mecanismos ideológicos de persuasión que la de sus enemigos, pues de

paso, para ellos, la moral termina siendo una construcción social, que obedece a los intereses

de las oligarquías o clase dominante.

A estas inconsistencias del marxismo camaleónico, como por ejemplo la ideología de

género, que no tiene fundamento en el materialismo dialéctico, pues es una negación del

concepto objetivo de la realidad, pues el sexo es y será siempre biológico, cosa que nunca

los imaginarios de género podrán cambiar, se le está apostando por todos los medios posibles,

bajo la hipótesis santista que el colombiano es ignorante y aceptarán todas sus mentiras.

Pero quienes defienden el determinismo económico, bajo la creencia que son los conflictos

económicos los que determinan las representaciones sociales, al ver que el pueblo no

reacciona como debería ante la opresión de los ricos, obviamente antes que una desventaja

para su "causa revolucionaria" termina siendo una gran ventaja, en tanto que no se requiere

su concientización, pues basta acudir a la mentira, como arma ideológica, para manipular la

esperanza de los oprimidos, que seguramente creerán en sus promesas; que es lo que hace

todo discurso populista. Nada hay más contundente para un pobre que recibir un regalo, como

una casa, o quizá una parcela, para que decida dar la vida por eso.

En otras palabras, el mamertismo político de las Farc, sabe que la base popular de Colombia

no se moviliza por el marxismo, a pesar que casi la mitad del país vive en pobreza y miseria,

así que acude al populismo para engañarlos, como lo hacen y lo seguirán haciendo las

oligarquías que ellos supuestamente combaten. La idea que venden es que les quitarán a los

ricos para darle a los pobres, cosa que harán en su fase inicial del socialismo, pero luego le

pasarán la factura quitándole a todos, para ellos perpetuarse como nueva oligarquía

comunista, al servicio del nuevo orden mundial; no es por casualidad que personajes como

George Soros metan sus narices en Colombia.

García Márquez, tiene más mérito que Marx para describir la realidad colombiana, pues en

su realismo mágico fue que capaz de entender que en Colombia somos susceptibles de

inventarnos y creernos cualquier mentira; como, por ejemplo, la mayoría de los pobres no

creen que son pobres, muchos dicen que vivimos en democracia, cuando esto nunca ha

existido en Colombia, y que la masacre de las bananeras nunca ocurrió, etc.

En el mundo de la narcotización ideológica se trata de hacer existir las cosas repitiéndolas

hasta el cansancio, como si fuera un efecto Pigmalión; así que se espera que el colombiano

crea, contra toda realidad, que vive en el postconflicto, cuando lo que ocurre es que nunca

dejará de existir conflicto, no solamente en Colombia sino en todo país y lugar del mundo

donde haya dos seres humanos, y en esto paradójicamente marxismo y cristianismo

coinciden, aunque obviamente la explicación y solución que da cada uno a este hecho es

contraria.

No importa si el mismo Papa Francisco es quien dice que hay acuerdos de paz y postconflicto,

que cualquier católico sabrá que pensar con el deseo no cambia la realidad del conflicto, igual

o peor que antes del falso acuerdo.

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