Poemas de Tiempo y Piedra
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Poemas de Tiempo y Piedra
UROArte
El árbol alto
Me iré...; y, el terremoto en el tiempo
no temblará demasiado...
Me iré...; del lugar de donde vengo,
todos nos vamos...; siempre nos vamos...
Venimos, hacemos nuestro pequeño
papel...; y, un día, tal y como vinimos,
sin mirar hacia atrás, sin hacer ruido
apenas, nos vamos... Nada permanece...
Sólo Dios no pasa.
El color de las plegarias
Tiene ya la espalda quebrada,
y sus grietas miran más hacia el
suelo que hacia el cielo.
Caen los días sobre ella,
inmisericordes, llenándola de heridas,
arañazos y rotos.
Pálida, como niña enferma,
anciana de días, en camino hacia
la eternidad, le pone la otra
mejilla al tiempo..., con perfumes
de áloe y mirra.
Cruza el viento por el hueco de sus ojos,
silbando antiguas canciones de vientos...;
y, el frío de la noche, le clava sus
afiladas cuchillas, como lanzadas
en su costado abierto.
Sus desvaídas columnas, como árboles
de plegarias elevadas hacia lo alto,
soportan nada ya...;
sólo la bóveda celeste.
Con paredes en sus grietas...,
con huecos más grandes que sus muros...;
tan grandes, que no caben ya
en el recinto del templo...:
pequeño abandono tallado en piedra;
casa de oración bajo las estrellas.
Roto de tiempo
Pasará nunca más la primavera,
sobre su verde ayer, hoy gris de bruma.
Trayendo rotas tristezas vendrá,
de amor haciendo surcos en el camino.
Pasarán, también, sobre los prejuicios
y odios, los años cavando tumbas...;
terminando de llorar tantas mañanas,
su térrea canción de silencioso olvido.
Pasará, sobre las riquezas del mundo,
su dorado orín disolviéndose en la nada...
Malas buenas nuevas vendrán..., como
descoloridas mariposas, aleteando en malva.
Pasará, sobre la vida, colmada de días y
grietas, el tiempo...; destiñendo cuanto toca
con sus acariciadores dedos, desgastados
de tanto alisar, y sus escritos de letra muerta.
No dejes de llamar
Entran los días con dedos largos,
llevándose las horas a rastras...
¡Madre!
¡Tía, tía, abuelo, abuelo,
abuela, abuela, primo, primo...!
Todos los que descansáis de la tristeza...;
os oigo en las hojas de los árboles
que piso mientras paso, y en el roce
del tiempo cuando acaricia mi rostro
con el borde de su traje de gris nada.
Aún es triste...;
aún es larga la distancia;
aún es llanto el recuerdo,
y pesa la ausencia de los nuestros
que se fueron...
Y, a cada paso, se hace mayor
cuanto de mí va quedando lejos...
Es así como llora...,
sin dejar de llamar
a las puertas de casa...
Voy buscando entre las ruinas
de mi alma, el sitio exacto
donde se quebró la pena...;
y sólo encuentro el lugar
desde donde llora mi mirada.
Y miro..., y no veo sino nada...
¡Nada!, ¡nada!
¡Hasta cuándo, tanto!
Pasa un día, cada día...
Alguna vez fue dulcísimo
el tiempo, que hoy transcurre
amargo y suave sobre las ruinas,
haciendo de sus muros, puertas,
vallas y verjas, laminaduras.
Su roce, a las rocas convierte en polvo;
y, al polvo fino, en barniz de días.
Piedra sobre piedra,
el tiempo ha ido derribando
cabañas, castillos, palacios...;
dejando de ellos, tan sólo, una masa
informe de cascotes, adobes y cantos;
vacíos caparazones sin alma, apilados
en precario equilibrio de barro,
balanceándose cerca de la nada...
Pero no se desentiende del herido;
no pasa de largo, como un mal
samaritano, sobre aquellas estructuras
tan finamente destruidas,
con tanta delicadeza envejecidas...;
sigue trabajando sobre los muros
derruidos, cincelando con tesón
aquello que destruye...
Sigue arruinando las ruinas.
Volando con las alas cortadas Fuimos caminos cerrados, y andamos por donde no
había camino... Cruzamos, solos, las extensas estepas
del verano; y, cada noche, cerrando los ojos, matábamos
al sol invicto... Despoblamos sueños, con pueblos
florecientes..., llenos de ruinas; y, en cada sombra
y en cada ruido, encontramos bosques perdidos. Fuimos
hermanos de los rotos de pared, y de los charcos del
suelo; de las aves de corral, y de las nubes del cielo.
Supimos la lluvia, dormimos a la sombra de los pinos;
y besamos la hierba, perlada de rocío... Ardió el tiempo...,
sin prisas; consumiéndose lentamente en sus
horas. Pisamos por donde estaba prohibido pisar el
césped de los días... Aquellos días..., los pequeños
días del barro de los niños...
Hoy, con la montaña de ilusiones aplanada, como
una llanura, somos nosotros quienes ponemos letreros,
que prohíben fijar carteles y jugar a la pelota...;
inauguramos desiertos...; y, quemando todas nuestras
velas, navegamos por extraños mares, sin rumbo, sin
salir de casa...; ya no bajamos los escalones de tres en
tres, ni sabríamos a qué jugar en el patio del colegio...
Pasó el tiempo, con su desbrozadora de sueños...; y,
cuando nos dimos cuenta, se había metido ya en el
Sáhara... El polvo del camino se ha ido quedando
pegado a nuestros pasos, y empieza a pesar como una
lápida... Hoy, los pequeños días, de tiempo sin medida,
se han hecho grandes...; y, sus vuelos a ras de sueño
no cubren largas distancias.
Aún llueve sobre aquellos días...; pero los charcos
de hoy, no son como los charcos de antes...
El verde es un rincón de tiempo
Abril por la mañana.
Ya se ven los días acicalándose de verde.
Ya son de verdad las telarañas de cristal,
con las arañas tatuadas en sus centros.
Y, el sol, dora los caminos de barro, y pinta
los cielos de azulete.
El alero roto, con su antiguo
nido de golondrinas, hoy abandonado...;
el tejado abierto, las paredes ladeadas,
la puerta cerrada, la ventana enramada,
donde ascienden los colorados de rosas
y buganvillas... Nombres de esquina...;
solitarios rincones de tiempo;
retales verdes de adiós...
Se escurren los días entre tus dedos; los
intentas coger, pero sólo lo consigues
un instante... Pronto son ceniza, hojas
caídas y sin retorno de un árbol viejo.
Aún conservas en tu mano, hojas secas,
que fueron diademas de flores, pañuelos
de hierba...; tristeza irreparable..., preguntas
a un olvido...; restos de antiguas primaveras,
que creíste poder conservar niñas...;
y, hoy son marchitas.
Son hijas del tiempo. Abres tu mano...,
y al tiempo regresan.
Poco a poco, nada en nada Aún enfermo, después de tantos años...;
no curado aún de su enfermedad de
los días...; huyendo de ellos, como animal
perseguido, a velocidad de sombras de viento...
Pariendo días; y, recién nacidos, dejados a
su suerte, como carcasas de ilusiones tiradas
en el camino; exhaustas, agotadas y secas;
abandonados, como pueblos...
Muros piramantes rayan cielos...;
agrietados cielos, mortecinos, como un
campo de lirios marchitos. Tan rápido pasa
la brisa; tan pronto se rompe la tarde...
Ya viene el tiempo, a traernos su rebaja...,
haciendo de estos pueblos, labrados en
infinitos bancales; estos babeles de
montaña que buscan su trozo de cielo;
estos castillos de arena ocres y pardos,
que guardan nuestra memoria...;
estos escombros...; este abandono.
Allá los días...,
a galope, en desbandada,
jugando al escondite con la nada;
huyendo de nuestras vidas.
Se los lleva el tiempo, en su carruaje
de caballos desbocados...
Pasa un día, otro día..., y pasan años,
en interminable desfile de esperanzas
deshabitadas, donde soñar huecos...;
dejando sólo, sabores de ausencia...
Poco a poco, nada en nada.
Detrás del espejo
Pueblo viejo, de piel raída y pálida,
en las últimas horas de la tarde
apareces inmortal en las sombras.
Duerme el sueño, parado en el reflejo
de nuestros espejos ojos...
Desde esta distancia, todo duerme...,
las calles, patios, parques, fuentes,
los tiznados tejados... Todo duerme.
Vienen los paisajes del revés, dejando
su poso de ceniza...
Océanos náufragos en noche sin luna,
brisa de pequeño olvido...,
desdicha en sombras.
Pueblo viejo, de cielos difuminados
y tenues, en tu campo de niebla,
recién invierno.
Sueños de manto blanco Ya están aquí esos días trístinos, en los que se ve pasar al tiempo, curvando las espaldas
de las blancas tejas rojas, y sumando lirios...
En la caja de hacer guerras, seguirán andando
las muñecas en sus anuncios de juguete;
vendiendo aún sus cremas de manos para
piedras..., sus abarrotadas playas desiertas...,
sus diamantes de madera...
En vez de ayudarnos a buscar salidas, nos
enseñarán a pintar las paredes del laberinto...;
y, a poner al sol estatuas de hielo, para poder
verlas mejor... Y, el obeso hombrecillo colorado,
riendo sus tres palabras, bajará como ladrón
en la noche por las delgadas chimeneas,
con su saca cada año más llena de ausencias...
Ya están aquí esos días de blanco,
dejando una fina capa de tintura de paz
en las alas de nuestros pasos; un suave
barniz donde se calentarán las palabras
y los gestos; y, donde todos los ciudadanos
belicosos aquellos que, siempre andan
a la greña; aquellos, que son como hombres
para los lobos, están invitados a participar
de su hermosura...
Vienen, como todos los años, a probarse
mis andrajos..., con bolsillos en los rotos,
y agujeros con zapatos; y, a mirarse
reflejados en el brillo de mis ojos: Navidad.
En el calor de los ayeres
Ya estás en casa...
Lo que ayer eran pequeñas manchas blancas,
hoy son pequeñas manchas verdes...
Miro el presente, que abarca un guiño, y que ya no volverá... Habré de poner al día las imágenes
que duermen en mis sueños, ordenar las
viejas fotografías de mi álbum de recuerdos,
buscar las siete diferencias, soñar más lejos...
Diez años más..., diez años menos.
Tuve un sueño...
Y en él vi a los seres humanos progresando...,
con la venda en los ojos; con tanta prisa
por llegar a ningún lado, que la vida
no podía darles alcance...
Y vi los rostros del Tercero y Cuarto Jinetes...;
y, uno de ellos, el del caballo negro y la
balanza en la mano, dijo: “Seguid haciendo
cementerio..., seguid haciendo; que, allá,
cuando lleguéis, nos encontraremos...”
¿Quemar los bosques para que no se
incendien? ¿Talarlos, para hacer ataúdes?
¿Cerrar los ojos, para no ver...?
¿Verdeará el tiempo, prendiendo en cada árbol
su semilla de esperanza..., o prenderá el llanto
en cada rostro su azul de cuesta?
Sembraremos tiempo y recogeremos sueños...
Y el futuro será verde, o no será...
Alto olvido Junto a la torre, un árbol;
y, junto al árbol, la tapia...
Detrás de la tapia, cancela de la
puerta que separa la eternidad de
los días..., reposan los restos
que dieron forma a nuestras vidas;
como sueños terminados, cesando
de morir, ya para siempre.
Entra el viento lastimero por lugares
de alto riesgo de ausencia, dejando
plañidos sobre los campos sembrados
de soledades...; y, entre surco y surco,
besa un suelo de diarios de mármol,
bellamente grabados con nombres y
fechas... Toda una vida...;
dos renglones escritos.
A veces, en la lejanía, se escucha
el llorar de las huidas campanas...;
volteando, siempre inmóviles,
su apagado bronce; sin dejar de cantarle
al paisaje sus canciones para nunca;
y, anotando en nuestro cuaderno
de horas, no más respuestas.
Alto olvido que nos llama,
hoja tras hoja, siempre en voz
baja, arrastrándonos hacia
el hueco de donde salimos...;
nuestro lugar común...
El regreso a casa.
Tendedero Otoño en la terraza.
En un día de fiesta, música alegre suena desde
una ventana. Un viento suave mueve la ropa
en las cuerdas de tender. Veo a las hojas de los
árboles pintar el suelo de marrón y tonos pardos;
y, en ellos, una hilera infinita de orugas ciegas,
se va abriendo camino, como vagones de trenes de
carga; y, al poco, desaparecen, sin dejar rastro...
Me entretengo, viendo el mundo a través de
un trozo de resina de almendro...; todo adquiere
el color de los violines, y la música se tiñe de ám-
bar. Al pasar por esas calles, la mirada se desvía
hacia el alero...; agrietados cielos blanquecinos de
azul, cayendo como polvo de días de los tejados...
Tu tiempo, aquel tiempo...
Hoy, algunas casas se ven remozadas, con paredes enlucidas; y visten ropajes nuevos.
Otras, permanecen con sus deslustrados revoques y humildes balcones.
La terraza ya no existe... Cerré los ojos y se hizo tarde. Como un árbol, fue agrietándose su corte- za; y, sus viejas ramas, que, en un tiempo, tras
la lluvia, parecieron trapos verdes, puestos a secar en la brisa, recién hecha la colada; se desvane- cieron, consumidas de ausencia. Hay gente en las calles, como sombras que pasan...; como pasaron
las orugas, la ropa tendida, la terraza... ¿Dónde iban las orugas en hilera?
¿Desaparecían? No desaparecían; sólo dejaba de
mirarlas; y, al contemplar la escena en mi mente,
años después..., ya no estaban.
Ilumina La noche es una cruz partida...; y derrama sus
astillas como días líquidos, arañando mi rostro;
como una lluvia de esquirlas que barriese todo...,
dejándome sin nada.
Pero no es lluvia, no; cae de más cerca...
Quisiera poder leer en esa luciérnaga, que ilumina
los estragos del tiempo en mi piel de piedra,
palabras verdes de luminosa alegría y puro
embeleso, que no se vuelvan borrosas cuando
les caigan mis lágrimas...; y, por entre los huecos
rotos de la pizarra celeste, no ver pasar
azules sombras...
Y, a veces, tengo esa sensación arcana...,
como si todo esto ya lo hubiésemos vivido tú y yo;
en algún momento de estrellas llorosas, tú y yo;
bajo otras cuestas, ya lejanas, tú y yo;
entre campos de espigas, tú y yo.
Pero ha llegado el otoño a estos años,
alcanzando de lleno a mi mirada;
y, afectando a mi alma de derribo...
Si es llanto, si es mar, si ensueño triste
sin mañana..., yo no sé.
¿Habrá amor, amor..., cuando el roce del tiempo
nos lleve a su orilla sin distancia; lloviendo
dulce, con recuerdos de ayer para luego?
¿Habrá amor, amor...?
¿Cómo puedo aguantarlo; cómo puedo
mirar al cielo, y no creer que, esa cruz
ha salido toda de mis ojos?
¡Niña, hemos de dejar de no-vernos
en tantos lugares!