Patrick Modiano - La Hierba de Las Noches

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  • En La hierba de las noches, Modiano nos invita, como en otras de sus novelas, a unintenso viaje por un Pars espectral. La ciudad se configura como una geografa interior,hecha de capas de tiempo que se confunden y entremezclan en esa evocacin y bsquedadel tiempo perdido que hace Jean, el protagonista de la novela, escritor y tal vez lter egodel propio Modiano. Jean reconstruye en su escritura los fragmentos de su juventud, en losaos sesenta, capturados en una libreta negra; abre una brecha en el tiempo y describe suderiva por la ciudad recordada, sigue el rastro de los ausentes e intenta resolver el misteriode un pasado lleno de interrogantes. Y traza una ruta, que oscila entre el hoy y el ayer,siguiendo la pista de una turbia historia de tintes policiales en la que aparece un leitmotivdel universo modianesco, la exploracin del ptrido territorio de la Ocupacin pero tambinel recuerdo de Dannie, un viejo amor.

    Y como en las mejores novelas negras, en el corazn de la trama hay un enigma. Dannieno es quien parece ser, su identidad se desdobla y multiplica como el laberinto de espaciosque transitan los amantes. Jean la acompaar en algunas de sus desconcertantesmisiones. Porque ella, junto con los huspedes del Unic Htel, es una de los protagonistas,los personajes verdaderos de una trama compleja que el lector ir descubriendo amedida que avanza la novela. Y es entonces cuando la ficcin de Modiano revela tambinsu poder para documentar una poca, y por sus pginas vemos aparecer a los fantasmasde la turbulenta historia de la Francia poscolonial, con el asunto Ben Barka como oscurocorazn de las tinieblas. La hierba de las noches es una novela magistral, un hipnticorelato sobre los laberintos de la memoria y los pasadizos secretos de la Historia quemantiene al lector en vilo hasta la ltima pgina.

  • Patrick Modiano

    La hierba de las nochesePub r1.0

    Maki 13.10.14

  • Ttulo original: LHerbe des nuitsPatrick Modiano, 2012Traduccin: Mara Teresa Gallego UrrutiaRetoque de cubierta: Maki

    Editor digital: MakiePub base r1.1

  • Para Orson

  • Pues no lo so. A veces me sorprendo diciendo esta frase por la calle, como si oyese la voz de otro.Una voz sin matices. Nombres que me vuelven a la cabeza, algunos rostros, algunos detalles. Y nadieya con quien hablar de ellos. S que deben de quedar dos o tres testigos que estn todava vivos. Peroseguramente se les habr olvidado todo. Y, adems, uno acaba por preguntarse si hubo de verdadtestigos.

    No, no lo so. La prueba es que tengo una libreta negra repleta de notas. En esta niebla, necesitopalabras exactas y miro el diccionario. Nota: escrito breve que se hace para recordar algo. Laspginas de la libreta son una sucesin de nombres, de nmeros de telfono, de fechas de citas ytambin de textos cortos que a lo mejor tienen algo que ver con la literatura. Pero en qu categorahay que clasificarlos? Diario ntimo? Fragmentos de memoria? Y tambin cientos de anuncios porpalabras copiados de los peridicos. Perros perdidos. Pisos amueblados. Demandas y ofertas deempleo. Videntes.

    De entre todas esas notas, algunas tienen un eco mayor que otras. Sobre todo cuando nada alterael silencio. Hace mucho que no suena el telfono. Ni nadie llamar a la puerta. Deben de creer queme he muerto. Est uno solo, atento, como si quisiera captar seales en morse que un interlocutordesconocido le enva desde muy lejos. Muchas seales llegan con interferencias y por mucho queafine uno el odo se pierden para siempre. Pero hay nombres que destacan con nitidez en el silencio yen la pgina blanca

    Dannie, Paul Chastagnier, Aghamouri, Duwelz, Grard Marciano, Georges, el Unic Htel,calle de Le Montparnasse Si no recuerdo mal, en ese barrio andaba yo siempre con la guardia alta.El otro da, pas por casualidad. Not una sensacin muy rara. No la sensacin de que hubierapasado el tiempo, sino de que otro yo, un gemelo, rondaba por las inmediaciones; que no habaenvejecido y segua viviendo en los mnimos detalles, y hasta el final de los tiempos, lo que viv aqudurante una temporada muy breve.

    De qu dependa el malestar que notaba tiempo atrs? Era por esas calles a la sombra de unaestacin y de un cementerio? De repente, me parecan anodinas. Haba cambiado el color de lasfachadas. Mucho ms claras. Nada de particular. Una zona neutral. Era realmente posible que undoble que hubiera dejado yo aqu siguiera repitiendo todos y cada uno de mis antiguos gestos yrecorriendo mis antiguos itinerarios por toda la eternidad? No, aqu no quedaba ya nada de nosotros.

  • El tiempo haba arramblado con todo. El barrio era nuevo y lo haban saneado, como si lo hubieranvuelto a construir en el emplazamiento de un islote insalubre. Y aunque la mayora de los edificioseran los mismos, le daban a uno la impresin de hallarse ante un perro disecado, un perro quehubiera sido de uno y al que hubiera querido cuando estaba vivo.

    Ese domingo por la tarde, durante el paseo, intent recordar qu pona en la libreta negra, quelamentaba no llevar en el bolsillo. Horas a las que haba quedado con Dannie. El nmero de telfonodel Unic Htel. Los nombres de las personas con quienes me encontraba all. Chastagnier, Duwelz,Grard Marciano. El nmero de telfono de Aghamouri en el pabelln de Marruecos de la CiudadUniversitaria. Breves descripciones de diversas zonas de ese barrio que tena el proyecto de titularLos adentros de Montparnasse, pero, treinta aos despus, descubr que ese ttulo lo haba usadoya un tal Oser Warszawski.

    Un domingo de octubre a media tarde me llevaron, pues, mis pasos a esa zona por la que otro dade la semana habra evitado pasar. No, no se trataba de una peregrinacin de verdad. Pero losdomingos, sobre todo a media tarde y si uno est solo, abren en el tiempo algo as como una brecha.Basta con colarse por ella. Un perro disecado al que uno quiso cuando estaba vivo. Cuando estabapasando delante del edificio grande, blanco y beige sucio, el nmero 11 de la calle de Odessa ibapor la acera de enfrente, la de la derecha, not algo as como si saltase un muelle, esa clase devrtigo que le entra a uno precisamente cada vez que se abre una brecha en el tiempo. Me quedquieto con la vista clavada en las paredes del edificio que rodeaban el patinillo. All era donde PaulChastagnier aparcaba siempre el coche cuando viva en una habitacin del Unic Htel, en la calle deLe Montparnasse. Una noche, le pregunt por qu no dejaba el coche delante del hotel. Puso unasonrisa apurada y me contest, encogindose de hombros: Por precaucin.

    Un Lancia rojo. Poda llamar la atencin. Pero, entonces, si quera resultar invisible, a quin sele ocurra escoger esa marca y ese color? Luego me explic que un amigo suyo viva en eseedificio de la calle de Odessa y que le prestaba el coche a menudo. S, por eso lo dejaba aparcadoall.

    Por precaucin, deca. Yo no haba tardado en caer en la cuenta de que aquel hombre dealrededor de cuarenta aos, moreno, siempre muy atildado, con trajes grises y abrigos azul marino,no tena ninguna profesin concreta. En el Unic Htel lo oa hablar por telfono, pero la pared erademasiado gruesa para que fuera posible seguir la conversacin. Slo me llegaba la voz, seria y aveces cortante. Silencios prolongados. Al tal Chastagnier lo haba conocido en el Unic Htel almismo tiempo que a otras cuantas personas con quien haba coincidido en ese mismoestablecimiento: Grard Marciano, Duwelz, de cuyo nombre no me acuerdo Con el tiempo, sussiluetas se han vuelto borrosas y sus voces inaudibles. Paul Chastagnier destaca con mayor precisinpor los colores: pelo muy negro, abrigo azul marino, coche rojo. Supongo que pas una temporada enla crcel, como Duwelz y como Marciano. Era el de ms edad y ya ha debido de morirse. Selevantaba tarde y quedaba con la gente a cierta distancia, hacia el sur, en esas zonas interiores queestn alrededor de la antigua estacin de mercancas cuyos nombres tradicionales tambin a m meresultaban familiares: Falguire, Alleray e, incluso, algo ms all, la calle de Les Favorites Cafsdesiertos a los que me llev a veces y donde crea seguramente que nadie podra localizarlo. Nunca

  • me atrev a preguntarle si tena una prohibicin de residencia, aunque fue una idea que se me pas amenudo por la cabeza. Pero, en tal caso, por qu aparcaba el coche rojo delante de esos cafs? Nohabra sido ms prudente para l ir a pie y discretamente? Yo por entonces iba siempre andando poraquel barrio que estaban empezando a derruir, siguiendo las hileras de solares, de edificios pequeosde ventanas tapiadas y tramos de calles entre montones de escombros, como despus de unbombardeo. Y aquel coche rojo all aparcado, aquel olor a cuero, aquella mancha llamativa queresucita los recuerdos Los recuerdos? No. Aquel domingo a ltima hora de la tarde ya me estabaconvenciendo de que el tiempo no se mueve y de que si de verdad me colase por la brecha me lovolvera a encontrar todo intacto. Y, ms que cualquier otra cosa, ese coche rojo. Decid ir andandohasta la calle de Vandamme. Haba all un caf al que me haba llevado Paul Chastagnier y donde laconversacin se fue por derroteros ms personales. Not incluso que estaba a punto de hacermeconfidencias. Me propuso, con medias palabras, que trabajase para l. Le di largas. No insisti.Yo era muy joven, pero muy desconfiado. Ms adelante, volv a aquel caf con Dannie.

    Ese domingo era casi de noche cuando llegu a la avenida de Le Maine y fui siguiendo losedificios grandes y nuevos, por la acera de los pares. Formaban una fachada rectilnea. Ni una luz enlas ventanas. No, no lo haba soado. La calle de Vandamme desembocaba en la avenida ms omenos a esa altura, pero aquella tarde las fachadas eran lisas y compactas, sin el mnimo paso. Nome quedaba ms remedio que rendirme a la evidencia: la calle de Vandamme ya no exista.

    Me met por la puerta acristalada de uno de esos edificios, ms o menos en el sitio en queentrbamos en la calle de Vandamme. Luz de tubos de nen. Un corredor largo y ancho queflanqueaban tabiques acristalados, tras los que haba una sucesin de oficinas. A lo mejor quedaba untramo de la calle de Vandamme, encerrado en esa mole de edificios nuevos. Al pensarlo, me entruna risa nerviosa. Segua por el corredor de las puertas acristaladas. No vea el final y la luz de nenme haca guiar los ojos. Pens que aquel corredor transcurra, sencillamente, por el antiguo trazadode la calle de Vandamme. Cerr los ojos. El caf estaba al final de la calle, que prolongaba uncallejn sin salida que se topaba con la pared de los talleres del ferrocarril. Paul Chastagnieraparcaba el coche rojo en el callejn sin salida, delante de la pared negra. Encima del caf haba unhotel, el hotel Perceval, porque as se llamaba una calle que tambin haban borrado del mapa losedificios nuevos. Lo tena todo anotado en la libreta negra.

    En los ltimos tiempos, Dannie no se senta ya muy a gusto que digamos en el Unic como decaChastagnier y haba tomado una habitacin en el hotel Perceval. En adelante quera evitar a losdems, sin que yo supiera a quin en concreto: Chastagnier? Duwelz? Grard Marciano? Cuantoms lo pienso ahora ms me parece que empec a notarla preocupada a partir del da en que mellam la atencin la presencia de un hombre en el vestbulo y detrs del mostrador de recepcin, unhombre de quien me haba dicho Chastagnier que era el gerente del Unic Htel y cuyo apellido constaen mi libreta: Lakhdar, y tras el que viene otro apellido: Davin, este entre parntesis.

    La conoc en la cafetera de la Ciudad Universitaria, donde iba yo a menudo a buscar refugio. Vivaen una habitacin del pabelln de los Estados Unidos y me preguntaba por qu, porque no era ni

  • estudiante ni norteamericana. Despus de conocernos no se qued ya en ese pabelln por muchotiempo. Alrededor de diez das apenas. No me decido a poner entero el apellido que anot en lalibreta negra despus de nuestro primer encuentro: Dannie R., pabelln de los Estados Unidos,bulevar de Jourdan, 15. A lo mejor vuelve a ser el suyo ahora despus de tantos otros apellidosy no quiero llamar la atencin por si todava est viva en algn sitio. Y, sin embargo, si leyera eseapellido en letras de molde, a lo mejor se acordaba de que lo haba llevado en determinada poca yme daba seales de vida. Pero no, no me hago demasiadas ilusiones al respecto.

    El da en que nos conocimos, escrib Dany en la libreta. Y corrigi personalmente, con mibolgrafo, la ortografa exacta de su nombre: Dannie. Ms adelante me enter de que ese nombre,Dannie, era el ttulo del poema de un escritor a quien admiraba yo por aquel entonces y a quienvea a veces, en el bulevar de Saint-Germain, saliendo del hotel Taranne. A veces se dan curiosascoincidencias.

    La tarde del domingo en que se fue del pabelln de los Estados Unidos, me pidi que fuera abuscarla a la Ciudad Universitaria. Me estaba esperando delante de la entrada del pabelln con dosbolsas de viaje. Me dijo que haba encontrado una habitacin en un hotel de Montparnasse. Lepropuse que furamos a pie. Las dos bolsas no pesaban mucho.

    Tiramos por la avenida de Le Maine. Estaba desierta, como la otra tarde, que tambin era unatarde de domingo, a la misma hora. Era un amigo marroqu de la Ciudad Universitaria quien le habahablado de ese hotel, el amigo que me present en la cafetera cuando nos conocimos, un talAghamouri.

    Nos sentamos en un banco a la altura de la calle que va siguiendo la tapia del cementerio.Anduvo mirando en las dos bolsas para comprobar si se haba dejado algo. Luego seguimos andando.Me iba contando que Aghamouri viva en ese hotel porque uno de los dueos era marroqu. Pero,entonces, por qu haba vivido tambin en la Ciudad Universitaria? Porque era estudiante. Y ademstena otro domicilio en Pars. Y ella tambin era estudiante? Aghamouri iba a ayudarla amatricularse en la facultad de Censier. No pareca muy convencida y dijo esta ltima frase como pordecir algo. No obstante, me acuerdo de que una tarde a ltima hora la acompa en metro hasta lafacultad de Censier; haba lnea directa de Duroc a Monge. Lloviznaba, pero no nos import.Aghamouri le haba dicho que haba que ir por la calle de Monge y por fin llegamos a la meta: algoas como una explanada, o ms bien un solar rodeado de casas bajas a medio derruir. El suelo era detierra y tenamos que andar con ojo, en la penumbra, para no meternos en los charcos. Al fondo deltodo, haba un edificio moderno que seguramente estaban acabando de construir porque an tenaandamios Aghamouri nos estaba esperando en la entrada y la luz del vestbulo iluminaba su silueta.Tena una mirada menos intranquila de lo habitual, como si le diera seguridad estar delante de esafacultad de Censier pese al solar y a la lluvia. Todos esos detalles me vuelven a la memoriadesordenados, a trompicones; y a menudo se enturbia la luz. Y es algo que contrasta con las notas tanprecisas que hay en la libreta. Esas notas me resultan tiles para darles un poco de coherencia a lasimgenes que van a saltos hasta tal punto que el celuloide de la pelcula corre el riesgo de romperse.Curiosamente, otras notas referidas a unas investigaciones que haca yo por las mismas fechas acercade sucesos que no viv se remontan al siglo XIX e incluso al XVIII me parecen ms lmpidas. Y

  • los nombres que tienen que ver con esos sucesos lejanos: la baronesa Blanche, Tristan Corbire yJeanne Duval, entre otros, y tambin Marie-Anne Leroy, guillotinada el 26 de julio de 1794 a la edadde veintin aos, me suenan de forma ms cercana y familiar que los nombres de miscontemporneos.

    Ese domingo a ltima hora de la tarde, cuando llegamos al Unic Htel, Aghamouri estabaesperando a Dannie sentado en el vestbulo en compaa de Duwelz y de Grard Marciano. Fue esatarde cuando conoc a estos ltimos. Quisieron que furamos a ver el jardn que haba detrs delhotel, con dos mesas con sombrillas. La ventana de tu cuarto da a este lado, dijo Aghamouri, peroaquel detalle no pareca importarle mucho a Dannie. Duwelz. Marciano. Intento concentrarme paradarles un simulacro de realidad; busco qu podra resucitarlos, aqu, ante mis ojos, que mepermitiera, tras todo este tiempo que ha pasado, notar su presencia. Qu s yo, un aroma Duwelztena siempre mucho empeo en ir atildado: bigote rubio, corbata, traje gris, y ola a un agua detoilette cuyo nombre record muchos aos despus, porque me encontr en la habitacin de un hotelun frasco olvidado: Pino silvestre. Por unos segundos, el aroma a Pino Silvestre me trajo a lamemoria una silueta que va, de espaldas, calle de Le Montparnasse abajo, un rubio de andarespremiosos: Duwelz. Luego nada, como en esos sueos de los que no queda, al despertar, sino unreflejo impreciso que se va borrando segn transcurre el da. Grard Marciano, en cambio, eramoreno, de piel blanca y bastante bajo; siempre te clavaba la mirada, pero no te vea. Tuve ms tratocon Aghamouri, con quien qued varias veces a ltima hora de la tarde en un caf de la plaza deMonge cuando sala de clase en Censier. Siempre me quedaba con la impresin de que querahacerme alguna confidencia importante, porque, si no, no me habra hecho ir all para verme a solas ylejos de los dems. Era un caf tranquilo cuando caa la tarde, en invierno, y estbamos solos yamparados al fondo del local. Un caniche negro apoyaba la barbilla en la banqueta y nos observabaguiando los ojos. Cuando recuerdo algunos momentos de mi vida se me vienen versos a la memoriay a menudo intento recordar de quin eran. El caf de la plaza de Monge al atardecer lo relacionocon el siguiente verso: Las uas afiladas de un caniche golpeando las baldosas de la noche

    bamos a pie hasta Montparnasse. Durante esos trayectos, Aghamouri me haba desveladoalgunos detalles, muy pocos, referidos a l. Acababan de echarlo, en la Ciudad Universitaria, de suhabitacin en el pabelln de Marruecos, pero nunca supe si haba sido por motivos polticos o porotros. Viva en un piso pequeo que le haban prestado en el distrito XVI, cerca de la Casa de laRadio. Pero le gustaba ms la habitacin que tena en el Unic Htel, que haba conseguido gracias algerente, un amigo marroqu. Por qu no dejaba entonces el piso del distrito XVI? Es que ah vivemi mujer. S, estoy casado. Y me di cuenta de que no me dira nada ms. Nunca contestaba a laspreguntas, por cierto. Las confidencias que me hizo aunque pueden realmente llamarseconfidencias? me las hizo de camino, de la plaza de Monge a Montparnasse, entre prolongadossilencios, como si andar lo animase a hablar.

    Haba algo que me intrigaba. Era de verdad estudiante? Cuando le pregunt qu edad tena, mecontest: treinta aos. Luego pareci arrepentido de habrmelo dicho. Poda uno seguir siendoestudiante a los treinta aos? No me atreva a hacerle esa pregunta por temor a molestarlo. YDannie? Por qu quera ser estudiante tambin? As de sencillo era matricularse de la noche a la

  • maana en esa facultad de Censier? Cuando los miraba a los dos en el Unic Htel, la verdad era queno tenan pinta de estudiantes; y all lejos, por la zona de Monge, el edificio de la facultad, a medioconstruir al fondo de un solar, me pareca de pronto que perteneca a otra ciudad, a otro pas, a otravida. Era por Paul Chastagnier, Duwelz y Marciano y por los dems a quienes vea de refiln en laoficina de recepcin del Unic Htel? Pero nunca me encontraba a gusto en el barrio deMontparnasse. No, la verdad es que esas calles no eran muy alegres que digamos. Segn lasrecuerdo, llueve a menudo, mientras que otros barrios de Pars los veo siempre en verano cuandopienso en ellos. Me parece que Montparnasse se apag a partir del final de la guerra. Ms abajo, enel bulevar, La Coupole y Le Select tenan an cierto resplandor, pero el barrio se haba quedado sinalma. Ya no haba en l ni talento ni corazn.

    Un domingo por la tarde estaba solo con Dannie, en la parte de abajo de la calle de Odessa.Empez a llover y nos metimos en el vestbulo del cine Montparnasse. Nos sentamos al fondo.Estaban en el descanso y no sabamos qu pelcula ponan. Ese cine inmenso y destartalado me hizosentirme tan incmodo como las calles del barrio. Haba en el aire un olor a ozono, como cuando sepasa junto a una reja del metro. Entre el pblico, unos cuantos soldados de permiso. Al caer la tardetomaran los trenes de Bretaa, en direccin a Brest o a Lorient. Y en rincones apartados seocultaban parejas accidentales que no le haran ni caso a la pelcula. Durante la sesin se oiran susquejas, sus suspiros y, bajo sus cuerpos, el chirriar cada vez ms fuerte de las butacas Le pregunta Dannie si tena intencin de quedarse mucho ms en el barrio. No. No mucho. Habra preferidovivir en una habitacin amplia en el distrito XVI. Era un sitio tranquilo y annimo. Y nadie podra yalocalizarlo a uno. Por qu? Tienes que esconderte?. No, qu va. Y a ti te gusta este barrio?.

    En apariencia, haba querido zafarse y no responder a una pregunta embarazosa. Y yo qu podaresponderle? Qu ms daba que este barrio me gustase o no. Ahora me parece que estaba viviendootra vida dentro de mi vida cotidiana. O, para ser exactos, que esa otra vida iba unida a la vidadiaria, bastante gris, y le daba una fosforescencia y un misterio de los que en realidad careca. As escomo los lugares que nos resultan familiares y que volvemos a ver en sueos muchos aos despusadquieren un aspecto raro, como aquella calle de Odessa, tan mustia, y aquel cine Montparnasse queola a metro.

    Ese domingo acompa a Dannie al Unic Htel. Haba quedado con Aghamouri. Conoces a sumujer?, le pregunt. Pareci sorprenderla que yo estuviera enterado de su existencia. No, medijo. Y l no la ve casi nunca. Estn ms o menos separados. No tengo mrito alguno si reproduzcoesta frase exactamente, porque consta en la parte de abajo de una de las hojas de la libreta, debajodel nombre Aghamouri. En la misma pgina hay ms notas que no tienen nada que ver con esebarrio triste de Montparnasse, ni con Dannie, Paul Chastagnier o Aghamouri, sino que se refieren alpoeta Tristan Corbire y tambin a Jeanne Duval, la amante de Baudelaire. Haba dado con susdirecciones, ya que pone: Corbire, calle de Frochot, 10; Jeanne Duval, calle de Sauffroy, 17, hacia1878. Ms adelante, hay pginas enteras dedicadas a ellos, lo que tendera a demostrar que para mtenan mayor importancia que la mayora de los vivos con los que tuve que ver por entonces.

    Esa noche, dej a Dannie a la puerta del hotel. Vi de lejos a Aghamouri, que la estaba esperandoa pie firme en medio del vestbulo. Llevaba un abrigo beige. Eso tambin lo apunt en la libreta,

  • Aghamouri, abrigo beige. Seguramente para contar, andando el tiempo, con un punto de referencia,con la mayor cantidad posible de detalles nimios referidos a esa etapa de mi vida, breve y turbia.Conoces a su mujer? No. Y l no la ve casi nunca. Estn ms o menos separados. Frases quesorprendemos cuando nos cruzamos con dos personas que van charlando por la calle. Y nuncasabremos a qu se referan. Un tren pasa por una estacin a demasiada velocidad para que se puedaleer el nombre de la estacin en el cartel. Entonces, con la frente pegada al cristal de la ventanilla,nos fijamos en unos cuantos detalles: que se cruza un ro, que hay un pueblo con campanario, que unavaca negra est meditabunda debajo de un rbol, apartada del rebao. Albergamos la esperanza deque en la estacin siguiente leeremos un nombre y sabremos por fin en qu comarca estamos. Nuncahe vuelto a ver a ninguna de las personas cuyos nombres constan en las pginas de esta libreta negra.Su presencia fue fugitiva e incluso corra el riesgo de olvidar los nombres. Simples encuentros queno sabemos si son fruto del azar. Existe una etapa de la vida para esa situacin, una encrucijada endonde todava estamos a tiempo de dudar entre varios caminos. El tiempo de los encuentros, comopona en la tapa de un libro que encontr en los puestos de los libreros de lance de los muelles.Precisamente ese mismo domingo por la tarde en que dej a Dannie con Aghamouri, iba andando, nos por qu, por el muelle de Saint-Michel. Fui bulevar arriba, tan lgubre como Montparnasse, quizporque no haba el barullo de los das de entresemana y las fachadas estaban apagadas. En la partede ms arriba, donde desemboca la calle de Monsieur-le-Prince, pasadas las escaleras y labarandilla de hierro, una cristalera grande e iluminada, la parte trasera de un caf cuya terraza daba alas verjas del jardn de Le Luxembourg. Estaba a oscuras todo el local, menos esa vidriera tras laque solan demorarse hasta muy entrada la noche unos cuantos clientes ante una barra semicircular.Esa noche haba entre ellos dos personas a las que reconoc al pasar: Aghamouri, por el abrigobeige, de pie, y a su lado Dannie, sentada en uno de los taburetes.

    Me acerqu. Podra haber abierto la puerta acristalada y acercarme a ellos. Pero me contuvo eltemor de ser un intruso. Acaso no estuve siempre, por entonces, aparte, en la posicin deespectador, y dira incluso de ese a quien llamaba el espectador nocturno, aquel escritor del siglo XVIII que me gustaba mucho y cuyo nombre aparece en varias ocasiones, junto con algunasnotas, en las pginas de la libreta negra? Paul Chastagnier, cuando estbamos los dos por la zona deFalguire o de Les Favorites, me dijo un da: Es curioso usted escucha a la gente con muchaatencin pero est en otra parte. Detrs de la luna del caf, bajo la luz de nen excesivamentefuerte, Dannie no tena ya el pelo castao, sino rubio; y el cutis, an ms plido que de costumbre,lechoso y con pecas. Era la nica persona sentada en un taburete. Detrs de ella y de Aghamourihaba un grupo de tres o cuatro clientes, con copas en la mano. Aghamouri se inclinaba hacia ella y lehablaba al odo. La besaba en el cuello. Dannie se rea y beba un sorbo de un licor que reconoc porel color y que peda siempre que bamos a un caf: Cointreau.

    Me preguntaba si le dira al da siguiente: Ayer por la noche te vi con Aghamouri en el cafLuxembourg. An no saba qu relacin tenan exactamente. En cualquier caso, en el Unic Htel noestaban en la misma habitacin. Yo haba intentado entender qu una a aquel grupito. Aparentemente,Grard Marciano era amigo de Aghamouri haca mucho y este se lo haba presentado a Danniecuando vivan los dos en la Ciudad Universitaria. Paul Chastagnier y Marciano se llamaban de t,

  • pese a la diferencia de edad, y otro tanto suceda con Duwelz. Pero ni Chastagnier ni Duwelzconocan a Dannie antes de que se fuera a vivir al Unic Htel. Y, para terminar, Aghamouri tena unarelacin bastante estrecha con el gerente del hotel, ese que se llamaba Lakhdar, que iba cada dos dasa la oficina que estaba detrs del mostrador de recepcin. Lo acompaaba a menudo un tal Davin.Esos dos parecan conocer desde haca muchsimo a Paul Chastagnier, a Marciano y a Duwelz. Todoeso lo haba apuntado yo en la libreta negra, una tarde en que estaba esperando a Dannie, hasta ciertopunto como si estuviera haciendo un crucigrama o algn boceto, para entretenerme.

    Ms adelante, me preguntaron cosas de ellos. Recib una citacin de un tal Langlais. Estuveesperando mucho rato en un despacho de un edificio del muelle de Gesvres, a las diez de la maana.Por la ventana, vea el mercado de las flores y la fachada negra del Htel-Dieu. Una maana otoal ysoleada en los muelles. Entr en el despacho Langlais, un hombre de pelo castao y estatura media,que me pareci un tanto seco pese a los ojos saltones y azules. Ni siquiera me dio los buenos das yse puso a hacerme preguntas con cierta severidad. Creo que se le suaviz el tono cuando vio qutranquilo estaba yo y se dio cuenta de que, en realidad, no estaba implicado en el asunto. Yo me decaa m mismo que a lo mejor, en ese despacho, estaba en el lugar exacto en que se ahorc Grard deNerval. Quien bajara a los stanos de ese edificio se encontrara, al fondo de uno de ellos, un tramode la calle de La Vieille-Lanterne. No pude contestar con muchos detalles a las preguntas del talLanglais. Me citaba los nombres de Paul Chastagnier, de Grard Marciano, de Duwelz y deAghamouri y quera que le indicase qu relacin tena con ellos. Entonces fue cuando me di cuenta deque no, de que desde luego nunca haban desempeado un papel importante en mi vida. Unoscomparsas. Me acordaba de Nerval y de la calle de La Vieille-Lanterne, en la que haban construidoel edificio donde estbamos. Lo saba Langlais? Estuve a punto de preguntrselo. Durante elinterrogatorio mencion en varias ocasiones a una tal Mireille Sampierry que, por lo visto, habaandado por el Unic Htel, pero yo no la conoca. Est seguro de no haber coincidido nunca conella?. Ese nombre no me sonaba de nada. Debi de darse cuenta de que no le estaba mintiendo y noinsisti. Apunt Mireille Sampierry en la libreta esa noche y, en la parte de abajo de la mismapgina, escrib: Muelle de Gesvres, 14. Langlais. Nerval. Calle de La Vieille-Lanterne. Meextraaba que Langlais no hubiera aludido en absoluto a Dannie. Era como si no hubiera dejadorastro en sus ficheros. Como suele decirse, haba escurrido el bulto y se haba esfumado. Mejor paraella. La noche en que la pesqu con Aghamouri en la barra del caf Luxembourg, al final ya noconsegua verle la cara por la luz de nen, excesivamente blanca y fuerte. No era ya sino una manchaluminosa, sin relieve, como en una foto sobreexpuesta. Un espacio en blanco. A lo mejor se habaescabullido de las investigaciones del tal Langlais por el mismo sistema. Pero estaba equivocado. Enel segundo interrogatorio al que me someti a la semana siguiente, descubr que saba muchas cosasde ella.

    Una noche, cuando viva an en la Ciudad Universitaria, la acompa hasta la estacin de LeLuxembourg. No quera volver sola tan lejos, al pabelln de los Estados Unidos, y me pidi quefuera en el metro con ella. Cuando estbamos bajando las escaleras del andn, pas el ltimo tren.

  • Podamos ir a pie, pero la perspectiva de ir por la interminable calle de La Sant, siguiendo lasfachadas de la crcel y, luego, del hospital Saint-Anne, me oprimi el corazn. Dannie me llev hastael cruce de la calle de Monsieur-le-Prince, y acabamos delante de la misma barra semicircular y enlos mismos sitios en que estaban la otra noche ella y Aghamouri. Ella sentada en el taburete y yo depie. Estbamos muy juntos porque se apiaban en la barra muchos clientes. La luz era tan fuerte queyo tena que guiar los ojos y no podamos hablar porque haba mucho barullo alrededor. Luegotodos se fueron yendo; ya no quedaba ms que un cliente, desplomado sobre la barra, y no habaforma de saber si estaba borracho o dormido sin ms. La luz segua igual de blanca y de fuerte, perome daba la impresin de que ahora abarcaba un campo ms reducido y haba un nico foco, clavadoen nosotros. Cuando salimos al aire libre, todo estaba sumido, por contraste, en una oscuridad detoque de queda y sent el mismo alivio que una mariposa que escapase de la atraccin y la quemadurade la lmpara.

    Deban de ser las dos o las tres de la madrugada. Me dijo que a menudo perda el ltimo metroen la estacin de Le Luxembourg y que por eso tena localizado ese caf, al que llamaba el 66, elnico del barrio que no cerraba de noche. Poco despus del interrogatorio del tal Langlais, iba yoandando, muy tarde, hacia la parte alta del bulevar de Saint-Michel y vi de lejos un furgn de lapolica aparcado en la acera; tapaba la luna, demasiado iluminada, del 66. Estaban metiendodentro a los clientes. S, esa era, efectivamente, la impresin que haba tenido delante de esa barra,con Dannie. Unas mariposas deslumbradas y enviscadas en la luz, antes de una redada. Me pareceincluso que le dije la palabra redada al odo y que sonri.

    Haba por entonces, en Pars, de noche, puntos as, demasiado luminosos, que hacan las veces detrampa y que yo intentaba eludir. Cuando iba a dar a uno de ellos, rodeado de clientes raros, nobajaba la guardia e intentaba, incluso, tener localizadas las salidas de emergencia. Te crees queests en Pigalle, me dijo ella. Y me sorprendi or en sus labios la palabra Pigalle dicha concierta familiaridad. Ya en la calle, fuimos siguiendo las verjas del jardn de Le Luxembourg. Repetla palabra Pigalle y me ech a rer. Ella tambin. Todo callaba a nuestro alrededor. A travs de lasrejas nos llegaba el rumor de los rboles. La estacin de Le Luxembourg estaba cerrada y habra queesperar hasta las seis para coger el primer metro. A lo lejos, haban apagado las luces del 66.Podamos ir a pie y yo estaba dispuesto a enfrentarme con ella a la calle de La Sant, larga ysiniestra.

    De camino, bamos buscando un atajo y nos extraviamos por las callecitas que hay alrededor deLe Val-de-Grce. El silencio era an ms hondo y oamos el ruido de nuestros pasos. Me pregunt sino estaramos lejos de Pars, en una ciudad de provincias: Angers, Vendme, Saumur, nombres deciudades que yo no conoca y cuyas calles tranquilas se parecan a la calle de Le Val-de-Grce, alcabo de la que una verja grande resguardaba un jardn.

    Dannie me haba cogido del brazo. A distancia, una luz mucho menos fuerte que la del 66 en laplanta baja de un edificio.

    Un hotel. La puerta acristalada estaba abierta y la luz sala del pasillo, en medio del cual dormaun perro con la mandbula apoyada en las baldosas. Al fondo del todo, detrs del mostrador derecepcin, el vigilante nocturno, un hombre calvo, hojeaba una revista. All, en la acera, no me senta

  • ya con fuerzas para seguir adelante, pegado a la pared de la crcel y del hospital, y continuar por esacalle de La Sant cuyo final, de noche, no se vea.

    No s ya quin de los dos tir del otro. En el pasillo, pasamos por encima del perro sindespertarlo. La habitacin 5 estaba libre. Me acuerdo de ese nmero, 5, aunque a m se me olvidansiempre los nmeros de las habitaciones de hotel, el color de las paredes, los muebles y las cortinas,como si fuera preferible que mi vida de entonces se fuese borrando sobre la marcha. Sin embargo lasparedes de la habitacin 5 se me han quedado grabadas en la memoria y las cortinas tambin: papelpintado con motivos decorativos azul plido y esa clase de cortinas negras que segn supe msadelante eran de tiempos de la guerra y no dejaban que saliera ninguna luz fuera para atenerse a lasconsignas de eso que se llamaba la Defensa Pasiva.

    An ms entrada la noche, me di cuenta de que Dannie quera contarme algo, pero no se decida.Por qu la Ciudad Universitaria y el pabelln de los Estados Unidos siendo as que no era niestudiante ni norteamericana? Pero, bien pensado, los encuentros autnticos son los de dos personasque no saben nada una de otra, ni siquiera de noche en una habitacin de hotel. Hace un rato estabanun poco raros los clientes del 66, le dije. Menos mal que no hubo una redada. S, esas personasque tenamos alrededor, que hablaban demasiado alto bajo esa luz blanca, por qu haban ido aparar a aquella hora tarda al Barrio Latino, tan de provincias? Te haces demasiadas preguntas, medijo Dannie en voz baja. Un reloj daba los cuartos. El perro ladr. Volva a darme la impresin deque estaba muy lejos de Pars. Incluso me pareci or, inmediatamente antes de que empezase aamanecer, un ruido de zuecos que se alejaba. Saumur? Muchos aos despus, una tarde en queandaba por las inmediaciones de Le Val-de-Grce, intent localizar ese hotel. No haba apuntado niel nombre ni la direccin en la libreta negra, de la misma forma que evitamos escribir los detallesdemasiado ntimos de nuestra vida, por temor a que, cuando ya hayan quedado recogidos en el papel,dejen de pertenecernos.

  • En su despacho del muelle de Gesvres, el tal Langlais me pregunt: Viva en una habitacin delUnic Htel?. Pona voz distrada, como si ya supiera la respuesta y esperase de m una simpleconfirmacin: No. Iba usted mucho por el 66?. Esta vez me miraba de frente. A m meextra que dijera el 66. Hasta ese momento, crea que la nica en llamar as a ese sitio eraDannie. Yo tambin les haba puesto a veces a algunos cafs otros nombres diferentes del suyo,nombres de un Pars ms antiguo, y haba dicho: Quedamos en Tortoni, o A las nueve en LeRocher de Cancale.

    El 66? Hice como si le estuviera dando vueltas al nombre. Volva a or a Dannie decirmecon su voz sorda: Te crees que ests en Pigalle. El 66 en Pigalle? le dije al tal Langlaiscon expresin fingidamente pensativa.

    No, no Es un caf del Barrio Latino.A lo mejor no era oportuno pasarme de listo.Ah, s He debido de ir un par de vecesPor las noches?Titube antes de contestarle. Habra sido ms prudente decirle: de da, cuando todo el local

    estaba abierto y la mayora de los clientes se sentaban en la terraza, por la zona de las verjas de LeLuxembourg. De da era un caf que no se diferenciaba de los dems. Pero por qu mentir?

    S. De noche.Me acordaba del local sumido en la oscuridad a nuestro alrededor y de aquella zona estrecha

    iluminada, al fondo del todo, como un refugio clandestino, ya pasada la hora de cerrar. Y ese nombre,el 66, uno de esos nombres que circulan en voz baja, entre los iniciados.

    Iba usted solo?S. Solo.Iba mirando una hoja, encima del escritorio, donde me pareca ver una lista de nombres. Tena la

    esperanza de que no estuviera el de Dannie.Y no conoca a ninguno de los parroquianos del 66?A nadie.l segua con la vista clavada en la hoja de papel. Me habra gustado que me dijera los nombres

    de los parroquianos del 66 y que me explicase quin era toda esa gente. A lo mejor Dannie haba

  • conocido a algunos. O Aghamouri. Ni Grard Marciano, ni Duwelz, ni Paul Chastagnier parecanhabituales del 66. Pero no tena seguridad de nada.

    Debe de ser un caf de estudiantes como todos los dems del Barrio Latino dije.De da s. Pero por las noches no.Hablaba ahora con un tono seco, casi amenazador.Sabe le dije, esforzndome por ser todo lo manso y conciliador que pudiera, nunca he

    sido un parroquiano nocturno del 66.Me mir con los ojos azules y saltones y no haba nada amenazador en su mirada, una mirada

    cansada y tirando a benvola.Fuere como fuere, no est usted en la lista.Veinte aos despus, en el expediente que me lleg a las manos gracias al tal Langlais no se

    haba olvidado de m; hay centinelas as que estn apostados en todas las encrucijadas de la vida deuno estaba la lista de los parroquianos del 66 y, el primero, uno llamado Willy desGobelins. Ya la copiar cuando tenga tiempo. Y copiar tambin unas cuantas pginas de eseexpediente que completan las notas de mi libreta negra vieja y coinciden con ellas. Pas ayer, sin irms lejos, por delante del 66 para ver si esa parte del caf segua existiendo. Empuj la puertaacristalada, la misma por la que entramos Dannie y yo y tras la que me qued mirndola, sentada enla barra con Aghamouri bajo aquella luz demasiado fuerte y demasiado blanca. Me sent en la barra.Eran las cinco de la tarde y los clientes estaban en la otra parte del caf, la que da a las verjas de LeLuxembourg. El camarero pareci un poco extraado cuando le ped un Cointreau, pero lo hice enrecuerdo de Dannie. Y para beberlo a la salud de aquel Willy des Gobelins, el primero de la listay del que no saba nada.

    Siguen abriendo hasta muy tarde? le pregunt al camarero.Frunci el entrecejo. No pareca entender la pregunta. Un muchacho que rondaba los veinticinco

    aos.Cerramos todas las noches a las nueve, caballero.Este caf se llama el 66, no?Dije esas palabras con voz de ultratumba. El camarero me mir con ojos preocupados.Por qu el 66? Se llama Le Luxembourg, caballero.Me acord de la lista de los parroquianos del 66. S, la copiar cuando tenga un rato. Pero

    ayer por la tarde me volvan a la memoria algunos de los nombres de esa lista: Willy des Gobelins,Simone Langel, Orfanoudakis, el doctor Lucaszek, conocido por doctor Jean, Jacqueline Giloupey una tal Mireille Sampierry que haba nombrado Langlais la primera vez.

    Detrs de m, en el local y en la terraza, turistas y estudiantes. En la mesa ms prxima, un grupo,cuya conversacin escuchaba yo distradamente, lo formaban una serie de alumnos de la Escuela deMinas. Estaban celebrando algo, seguramente el comienzo de las vacaciones de verano. Se hacanfotos con los iPhone en la luz sin brillo y neutra del presente. Una tarde cualquiera. Y, sin embargo,era all, en ese mismo sitio, en plena noche, donde los tubos de nen me obligaban a guiar los ojos yapenas si conseguamos ornos Dannie y yo por el barullo y esas palabras perdidas para siempre quecruzaban entre s Willy des Gobelins y todas aquellas sombras que nos rodeaban.

  • Si he de fiarme de mis recuerdos, el 66 no se diferenciaba esencialmente del Unic Htel ni de losdems sitios de Pars que conoca por entonces. Por todas partes se cerna una amenaza en el aire quele daba un color particular a la vida. Y lo mismo ocurra cuando no estaba en Pars. Un da, Dannieme pidi que fuera con ella a una casa de campo. Tengo escrito en una de las pginas de la libretanegra: Casa de campo. Con Dannie. Nada ms. En la pgina anterior leo: Dannie, avenida deVictor-Hugo, edificio con dos salidas. Me cita delante de la otra salida del edificio, en la calle deLonard-de-Vinci, a las siete.

    La esper all varias veces, siempre a la misma hora y delante del mismo portal. Por entonces,haba relacionado a aquella persona a quien Dannie visitaba a menudo una palabra pasada demoda que me extra orle y la casa de campo. S, si no me falla la memoria me dijo que la casade campo era de la persona de la avenida de Victor-Hugo.

    Casa de campo con Dannie. No escrib el nombre del pueblo. Hojeando la libreta negra, tengodos sentimientos contradictorios. Como en esas pginas no hay detalles concretos, me digo que porentonces no me extraaba nada. La despreocupacin de la juventud? Pero vuelvo a leer algunasfrases, algunos nombres, algunas indicaciones y me da la impresin de que estaba enviando llamadasen morse para ms adelante. S, era como si quisiera dejar por escrito indicios que me permitieran,en un futuro remoto, aclarar lo que haba vivido mientras estaba sucediendo sin acabar de entenderlo.Llamadas en morse pulsadas al azar, presa de la mayor confusin. Y habra que esperar aos y aosantes de poder descifrarlas.

    En la pgina de la libreta en que pone en tinta negra Casa de campo con Dannie hay una listade pueblos que escrib con bolgrafo azul hace alrededor de diez aos, cuando se me meti en lacabeza localizar aquella casa de campo. Caa por las inmediaciones de Pars o ms all, por lazona de Sologne? Se me ha olvidado por qu escog esos pueblos y no otros. Creo que la forma enque sonaban los nombres me recordaba uno en que nos paramos para echar gasolina. Saint-Lger-des-Aubes, Vaucourtois, Dormelles-sur-lOrvanne, Ormoy-la-Rivire, Lorrez-le-Bocage, Chevry-en-Sereine, Boisemont, Achres-la-Fort, La Selle-en-Hermoy, Saint-Vincent-des-Bois.

    Haba comprado un mapa Michelin que an conservo y que pone esta indicacin: 150 kmalrededor de Pars. Norte-Sur. Luego, un mapa de Estado Mayor de Sologne. Me pas unas cuantastardes mirndolos, intentando recordar el recorrido que hacamos en un coche que nos haba prestadoPaul Chastagnier, no el Lancia rojo, sino un coche ms discreto, de color gris. Salamos de Pars porla puerta de Saint-Cloud, el tnel y la autopista. Por qu ese camino hacia el oeste si la casa decampo estaba al sur por la zona de Sologne?

    Algo despus, en la parte de abajo de una pgina de la libreta donde tom muchas notas sobre elpoeta Tristan Corbire, descubr que pona en letra diminuta: FEUILLEUSE y, detrs, un nmero detelfono. El nombre de ese pueblo podra haber seguido siempre invisible entre las notas de letraprieta referidas a Corbire. Feuilleuse, 437.41.10. Es verdad, una vez fui a reunirme con Dannie a lacasa de campo y me dio el nmero de telfono. Cog un auto de lnea en la puerta de Saint-Cloud. Elauto se par en una ciudad pequea. Desde un caf, llam a Dannie. Vino a buscarme en coche,

  • tambin en esta ocasin el coche gris que nos haba prestado Paul Chastagnier. La casa de campoestaba a unos veinte kilmetros. Mir a ver dnde estaba Feuilleuse: no en Sologne, sino en Eure-et-Loir.

    437.41.10. Sonaba el timbre, pero nadie coga el telfono, y me sorprendi que, despus detantos aos, todava existiera el nmero. Una noche en que marqu otra vez el 437.41.10 o unchisporroteo y voces ahogadas. A lo mejor era una de esas lneas que llevan mucho abandonadas.Esos nmeros slo los saban unos cuantos iniciados que los usaban para comunicarse de formaclandestina. Acab por distinguir una voz de mujer que repeta siempre la misma frase, cuyaspalabras no consegua entender, una llamada montona, como en un disco rayado. La voz delservicio de informacin horaria? O la voz de Dannie que me llamaba desde un tiempo diferente ydesde esa casa de campo perdida?

    Consult una gua de telfonos antigua de Eure-et-Loir que encontr en el mercadillo de viejo deSaint-Ouen, en un depsito, entre varios cientos. Slo haba diez abonados en Feuilleuse, y allestaba el nmero, efectivamente, una cifra secreta que le abra a uno Las puertas del pasado, queera el nombre de una novela policaca que escog en la biblioteca de la casa de campo y que Danniey yo lemos. Feuilleuse (E.-et-L.). Cantn de Senonches. Seora Dorme. La Barberie. 437.41.10.Quin era esa seora Dorme? Dijo alguna vez ese apellido Dannie delante de m? A lo mejor anviva. Bastaba con entrar en contacto con ella. Ella sabra qu haba sido de Dannie.

    Llam a informacin. Pregunt por el nuevo nmero de telfono de La Barberie, en Feuilleuse, enEure-et-Loir. E igual que aquel otro da en que estaba hablando con el camarero del cafLuxembourg, mi voz era una voz de ultratumba. Feuilleuse con dos eles, seor?. Colgu. Nomereca la pena. Despus de tanto tiempo, seguramente ya no vena en la gua el apellido de laseora Dorme. Por la casa deban de haber pasado varios ocupantes que le habran cambiado laapariencia tanto que no la habra reconocido. Extend en la mesa el mapa de los alrededores de Parsy me sent decepcionado al separarme del de Sologne, que me haba tenido entretenido toda unatarde. La sonoridad acariciadora de la palabra Sologne me haba hecho caer en un error. Y meacordaba tambin de los estanques que haba no muy lejos de la casa y que me recordaban esacomarca. Pero me dan igual los mapas Michelin. Para m esa casa seguir siempre en un enclaveimaginario de Sologne.

    Ayer por la noche fui recorriendo con el dedo ndice en el mapa el trayecto de Pars a Feuilleuse.Era remontar el curso del tiempo. El presente no tena ya importancia alguna, con esos das todosiguales con su luz sin brillo, una luz que debe de ser la de la vejez y en la que nos da la impresin deestar sobreviviendo. Me deca que volvera a encontrar la hilera de rboles y las cercas blancas. Elperro se me acercara despacio, recorriendo el paseo. Haba pensado a menudo que, aparte denosotros, era el nico habitante de la casa, e incluso el dueo. Cada vez que volvamos a Pars ledeca a Dannie: Tendramos que llevarnos este perro. Se colocaba delante del coche gris para vercmo nos bamos. Y despus, cuando ya nos habamos subido al coche y habamos cerrado laspuertas, se iba a la cabaa que serva para guardar la lea y donde sola dormir cuando noestbamos. Y en todas esas ocasiones yo lamentaba tener que volver a Pars. Le haba preguntado aDannie si no sera posible que esa casa nos sirviera de refugio durante un tiempo. Sera posible, me

  • dijo ella, pero no de inmediato. Me haba confundido o lo haba entendido mal, pero no habarelacin alguna entre la persona de la avenida de Victor-Hugo a quien iba ella a ver a menudo yaquella casa. La duea s, era una mujer estaba de momento en el extranjero. Me explic que lahaba conocido el ao anterior cuando andaba buscando trabajo. Pero no especificaba qu clase detrabajo. Ni Aghamouri ni esos a los que yo llamaba la banda de Montparnasse PaulChastagnier, Duwelz, Grard Marciano y otras siluetas que vea a menudo en el vestbulo del UnicHtel saban que existiera aquella casa. Mejor, dije. Ella sonri. Aparentemente estaba deacuerdo conmigo. Una noche, habamos encendido un fuego de lea y nos habamos sentado en elsof grande, delante de la chimenea, con el perro echado a nuestros pies, y me dijo que estabaarrepentida de haberle pedido prestado el coche gris a Paul Chastagnier. Y aadi incluso que noquera volver a tener nada que ver con esos golfantes. Me extra que dijera esa palabra porquesiempre hablaba de forma mesurada y se quedaba callada a menudo. Tampoco en esta ocasin tuve lacuriosidad de preguntarle qu la una exactamente a esos golfantes y por qu se haba ido a vivir alUnic Htel por influencia de Aghamouri. A decir verdad, en la tranquilidad de aquella casa, queresguardaba la hilera de rboles y las cercas blancas, ya no me apeteca hacerme preguntas.

    No obstante, una tarde volvamos de dar un paseo por el camino de Le Moulin dtrelles losnombres que pensamos que se nos han olvidado o que no decimos en voz alta por temor a parecerconmovidos se nos vienen a la memoria y la verdad es que no es tan doloroso y el perro ibadelante de nosotros bajo el sol de otoo. Acabbamos de entrar en la casa y cerrar la puerta cuandoomos el ruido de un motor. Se acercaba. Dannie me cogi de la mano y tir de m para llevarme alprimer piso. En el dormitorio, me hizo seas para que me sentara y se arrim a una de las ventanas.El motor se detuvo. Son una portezuela al cerrarse. Un ruido de pasos en la parte del paseo que erade grava. Quin es?, pregunt. No me contest. Me escurr hasta la otra ventana. Un coche grandey negro de marca americana. Me dio la impresin de que alguien segua al volante. Un timbrazo.Luego, dos. Luego, tres. Abajo ladr el perro. Dannie estaba petrificada y apretaba la cortina con unamano. Una voz de hombre: Hay alguien? Hay alguien? Me oyen?. Una voz recia, con un acentomuy leve, belga, o suizo, o el acento internacional que tienen esas personas cuya lengua materna nosabemos exactamente cul es y ni siquiera ellos lo saben. Hay alguien?.

    El perro ladraba cada vez ms. Se haba quedado en la entrada y, si la puerta estaba mal cerrada,la abrira con la pata. Cuchiche: No te parece que el tipo ese puede meterse en la casa?. Dannieme dijo que no con la cabeza. Se haba sentado en el borde de la cama, con los brazos cruzados.Tena en la cara una expresin de fastidio ms que de temor; all estaba, quieta, con la cabeza gacha.Y yo pensaba que el tipo esperara en el saln y que nos iba a resultar difcil salir de la casa para noencontrarnos con l. Pero no perda la sangre fra. Me haba visto a menudo en situaciones as,escapando de las personas a quienes conoca porque de pronto me resultaba cansado tener que hablarcon ellas. Cruzaba de acera cuando las vea acercarse o buscaba refugio en el portal de un edificiohasta que hubieran pasado. Incluso hubo una vez en que sal de una zancada por la ventana de unaplanta baja para escapar de alguien que haba venido a verme de improviso. Conoca muchosedificios con dos salidas y en la libreta negra hay una lista.

    No hubo ms timbrazos. El perro se haba callado. Por la ventana vea al hombre ir hacia el

  • coche, que estaba aparcado a la altura de la escalera de la fachada. Era moreno y bastante alto yllevaba un abrigo forrado de piel. Se inclinaba hacia la ventanilla abierta y hablaba con la personaque estaba al volante, a quien no le vea la cara. Luego se suba al coche y este se alejaba por elpaseo.

    Al caer la tarde, Dannie me dijo que vala ms no encender la luz. Corri las cortinas del saln yde la habitacin donde comamos. Nos alumbramos con una vela. Crees que van a volver?, lepregunt. Se encogi de hombros. Me dijo que seguramente seran unos amigos de la duea. Preferano tener nada que ver con ellos porque, en caso contrario, le daran la lata. De vez en cuandollamaba la atencin alguna expresin vulgar en su forma de hablar, muy cuidada. All, en lapenumbra, con las cortinas corridas, me deca a m mismo que nos habamos metido en aquella casacon fractura. Y me pareca casi normal porque estaba muy acostumbrado a vivir sin la menorsensacin de legitimidad, esa sensacin que notan quienes han tenido padres buenos y honrados ypertenecen a un ambiente social muy concreto. A la luz de la vela, nos hablbamos en voz baja paraque no se nos oyera desde fuera y a Dannie tampoco le extraaba esa situacin. Yo no saba grancosa de ella, pero estaba seguro de que tenamos ms de un punto en comn y que pertenecamos almismo mundo. Pero no habra sido capaz de aclarar cul era ese mundo.

    Estuvimos dos o tres noches sin encender la luz elctrica. Dannie me explic con mediaspalabras que en realidad no es que tuviera derecho a estar en aquella casa. Sencillamente, se habaquedado con una llave el ao anterior. Y no haba puesto al tanto a la duea de que tena laintencin de pasar alguna temporada aqu. Tendra que aclararlo con la persona que estaba al cuidadode la casa, que tambin se ocupaba del parque y a quien nos encontraramos el da menos pensado.No, la casa no estaba abandonada, como lo haba credo yo. Pasaron los das. El guardin llegabapor la maana y no le extraaba nuestra presencia. Un hombre menudo de pelo gris que llevaba unpantaln de pana y una chaqueta de caza. Dannie no le dio explicacin alguna y l no nos hizoninguna pregunta. Incluso lleg a decirnos que si necesitbamos algo, poda ir a comprrnoslo. Nosllev muchas veces, con el perro, a hacer la compra a Chteauneuf-en-Thymerais. Y tambin mscerca, a Maillebois y a Dampierre-sur-Blvy. Esos nombres los tena yo dormidos en la memoria,pero no se haban borrado. Y, de la misma forma, asom ayer un recuerdo enterrado. Unos das antesde irnos a Feuilleuse, acompa a Dannie al edificio de la avenida de Victor-Hugo. Esta vez mepidi que no la esperase del otro lado, delante del portal de la calle de Lonard-de-Vinci, sino en uncaf que haba en la plaza, algo ms all. No saba a qu hora iba a salir. La estuve esperando casiuna hora. Cuando lleg estaba muy plida. Pidi un Cointreau y se lo bebi de un trago para meterselo que ella llamaba un latigazo. Y pag las consumiciones con un billete de quinientos francos quecogi de un fajo atado con una tira de papel rojo. Ese fajo no lo tena al venir, en el metro, porqueaquella tarde nos quedaba lo justo para sacar dos billetes de segunda.

    La Barberie. Le Moulin dtrelles. La Framboisire. Vuelven las palabras, intactas, como loscuerpos de aquellos dos novios que encontraron en la montaa, atrapados en el hielo, y que llevabancientos de aos sin envejecer. La Barberie. Era el nombre de la casa cuya fachada blanca y simtricaveo an entre las hileras de rboles. Hace tres aos, en un tren, iba leyendo distradamente losanuncios de un peridico y me llamaba la atencin que eran muchos menos que en la poca en que los

  • copiaba en las pginas de la libreta negra. Ya no haba ni ofertas ni peticiones de empleo. Ni perrosperdidos. Ni videntes. Ni ninguno de esos recados que se enviaban desconocidos. Martin.Llmanos. Yvon, Juanita y yo estamos muy preocupados. Me llam la atencin un anuncio: Sevende. Casa antigua. Eure-et-Loir. En aldea entre Chteauneuf y Brezolles. Parque. Estanques.Cuadras. Tel. Agencia Paccardy. 02.07.33.71.22. Me pareci que reconoca la casa. Copi elanuncio en la parte de abajo de la ltima pgina de mi libreta negra vieja a modo de conclusin. Y,sin embargo, eso de las cuadras no me recordaba nada. Estanques s que haba, o, ms bien, charcasen que se baaba el perro cuando dbamos un paseo. La Barberie no era slo el nombre de la casa,sino el de la aldea cuyo castillo deba de ser antiguamente la casa. Alrededor, lienzos de paredmedio derruidos bajo la vegetacin, seguramente partes del edificio principal y las ruinas de unacapilla e incluso, por qu no, de unas cuadras. Una tarde en que estbamos dando un paseo con elperro gracias a l habamos descubierto las ruinas esas, nos iba guiando sucesivamente hacia ellascomo un perro trufero fuimos haciendo proyectos para rehabilitarlo todo, como si fusemos losdueos. A lo mejor Dannie no se atreva a decrmelo, pero aquella casa haba pertenecido de verdad,haca varios siglos, a sus antepasados, los seores de La Barberie. Y haca mucho que estabadeseando volver a escondidas para verla. Al menos eso era lo que me gustaba imaginar a m.

    Me dej olvidadas en La Barberie alrededor de cien pginas de un manuscrito que estabaescribiendo recurriendo a las notas tomadas en la libreta negra. O, ms bien, me dej el manuscritoen el saln donde lo escriba creyendo que bamos a volver a la semana siguiente. Pero nuncapudimos volver, as que nos dejamos all, abandonados para siempre, el perro y el manuscrito.

  • En todos estos aos he pensado en ms de una ocasin que habra podido recuperar ese manuscrito,igual que recuperamos un recuerdo, uno de esos objetos que van unidos a un determinado momentode nuestras vidas: una flor seca, un trbol de cuatro hojas. Pero ya no saba por dnde caa la casa decampo. Y me daba pereza y cierta aprensin hojear la libreta negra vieja en la que, por lo dems,tard mucho en descubrir el nombre del pueblo y el nmero de telfono, de tan diminuta como era laletra en que estaban escritos.

    Ahora ya ha dejado de darme miedo la libreta negra. Me ayuda a inclinarme sobre el pasado, yesta expresin me hace sonrer. Era el ttulo de una novela: Un hombre se inclina sobre su pasado,que encontr en la biblioteca de la casa, unos cuantos estantes de libros junto a una de las ventanasdel saln. El pasado? No, qu va, no se trata del pasado, sino de los episodios de una vida soada,intemporal, que le arranco, pgina a pgina, a la desabrida vida cotidiana para proporcionarlealgunas sombras y algunas luces. Esta tarde, estamos en el presente, llueve; las personas y las cosasestn ahogadas en la grisura y espero con impaciencia la noche, cuando todo destacar de formaclara precisamente por los contrastes de la sombra y de la luz.

    La otra noche, iba cruzando Pars en coche y me turbaban todas esas luces y esas sombras, esosmodelos de farolas de diferentes pocas que, en toda una avenida o en la esquina de una calle, medaban la impresin de estar hacindome seas. Era la misma sensacin que se nota cuando nosquedamos mucho rato mirando una ventana con luz: una sensacin de presencia y de ausencia a lavez. Detrs de los cristales, la habitacin est vaca, pero alguien se ha dejado encendida la lmpara.Para m no hubo nunca ni presente ni pasado. Todo se confunde, como en esa habitacin vaca dondeluce una lmpara todas las noches. Sueo a menudo que encuentro el manuscrito. Entro en el saln debaldosas negras y blancas y rebusco en los cajones o debajo de los estantes de libros. O unmisterioso corresponsal, cuyo nombre no consigo entender en la parte posterior del sobre detrs dela palabra remitente, me lo manda por correo. Y en el matasellos pone el ao en que bamosDannie y yo a aquella casa de campo. Pero no me extraa que el paquete haya tardado tanto en llegar.Est claro que no hay ni pasado ni presente. Por las notas de la libreta negra me acuerdo de algunosde los captulos de ese manuscrito, dedicados a la baronesa Blanche, a Marie-Anne Leroy, a quienguillotinaron el 26 de julio de 1794 a los veintin aos; al edificio Radziwill durante la Revolucin;a Jeanne Duval, a Tristan Corbire y a sus amigos, Rodolphe de Battine y Herminie Cucchiani

  • Ninguna de esas pginas se refera al siglo XX, en que viva yo. Sin embargo, si pudiera volver aleerlas, resucitaran a travs de ellas los colores exactos y el olor de las noches y de los das en quelas estuve escribiendo. Si me fo de las notas de la libreta negra, el edificio Radziwill de 1791 no sediferenciaba gran cosa del Unic Htel de la calle de Le Montparnasse: el mismo ambiente turbio. Yahora que lo pienso, no tena acaso Dannie aspectos en comn con la baronesa Blanche? Me costmucho ir siguindole los pasos a esa mujer. Le pierde uno el rastro a menudo aunque aparezca en lasMemorias de Casanova que estaba yo leyendo entonces y en algunos de los informes de losinspectores de polica de Luis XV. Y haban cambiado estos en realidad desde el siglo XVIII? Un da,Duwelz y Grard Marciano me contaron en voz baja que al Unic Htel lo vigilaba y lo protega altiempo un inspector de la brigada antivicio. Seguramente l tambin redactaba informes. Y, ms deveinte aos despus, en el expediente que me dio el tal Langlais me qued realmente sorprendidode que no se hubiera olvidado de m en todos estos aos, y l me deca sonriendo: pues claro queno, lo he ido siguiendo de lejos haba, entre los dems documentos, un informe acerca deDannie, redactado con la misma precisin que los de hace dos siglos referidos a la baronesaBlanche.

    En ltima instancia, no lamento la prdida de ese manuscrito. Si no hubiera desaparecido, creoque ahora no me apetecera ya escribir. El tiempo queda anulado y todo vuelve a empezar: comoantes, con el mismo tipo de pluma y con la misma letra, lleno pginas mientras consulto otra vez lasnotas de mi libreta negra vieja. He necesitado casi una vida entera para volver al punto de partida.

    La noche pasada volv a soar que iba a correos y me acercaba a la ventanilla con un aviso a minombre. Al presentarlo, me alargaban un paquete cuyo contenido saba de antemano: el manuscritoolvidado en La Barberie el siglo pasado. En esta ocasin s poda leer el nombre del remitente:seora Dorme. La Barberie. Feuilleuse. Eure-et-Loir. Y el matasellos era del ao 1966. En la calle,abra el paquete; era el manuscrito, efectivamente. Se me haba olvidado que por entonces usabahojas cuadriculadas de las que se van arrancando sobre la marcha de esos blocs de color naranja dela marca Rhodia. La tinta era azul florida, eso tambin se me haba olvidado. Noventa y nuevepginas, y la ltima a medio escribir. Una letra prieta, con muchas tachaduras.

    Andaba recto, con el manuscrito bien sujeto bajo el brazo. Me daba miedo perderlo. Era mediatarde y verano. Iba por la calle de La Convention en direccin a la fachada negra y las verjas delhospital Boucicaut.

    Cuando me despert, ca en la cuenta de que, en el sueo, la oficina de correos donde habarecogido el paquete era la misma a la que acompaaba a menudo a Dannie. Recoga all sucorrespondencia. Le pregunt por qu se la mandaban a lista de correos de la calle de La Convention.Me explic que haba vivido una temporada en ese barrio y que ms adelante se haba visto sindomicilio fijo.

    No reciba mucha correspondencia. Una nica carta en cada ocasin. Nos parbamos en un caf,ms abajo, en la esquina de la calle de La Convention con la avenida de Flix-Faure, enfrente mismode la boca de metro. Abra la carta y la lea delante de m. Y luego se la meta en el bolsillo delabrigo. Me dijo la primera vez que fuimos a ese caf: un pariente de provincias que me escribe.

    Pareca quejosa de no vivir ya en ese barrio. Por lo que me haba parecido entender aunque

  • Dannie se contradeca a veces y no pareca tener en realidad eso que se llama sentido de lacronologa, era el primer sitio donde haba vivido al llegar a Pars. No mucho tiempo. Unoscuantos meses. Le not enseguida cierta reticencia a decirme de qu provincia o de qu pas venaexactamente. Un da, me dijo: Cuando puse los pies en Pars, en la estacin de Lyon, y esa frasedebi de llamarme la atencin, porque la apunt en la libreta negra. Era inusual que me diera unaindicacin tan concreta en lo referido a ella. Era un atardecer en que habamos ido a buscar sucorrespondencia a la calle de La Convention mucho ms tarde de lo habitual. Cuando llegamos a laoficina de correos, ya se haba hecho de noche y era casi la hora de cerrar. Acabamos en el caf. Elcamarero, que la conoca seguramente de los tiempos en que viva en el barrio, le trajo, sin que ellase lo pidiera, una copa de Cointreau. Dannie ley la carta y se la meti en el bolsillo.

    Cuando puse los pies en Pars, en la estacin de Lyon. Y me explic que el da aquel habacogido el metro. Despus de muchos trasbordos, lleg aqu, a la estacin de Boucicaut. Y meindicaba, tras la luna del caf, la boca de metro. Por cierto que se haba equivocado en lostrasbordos y, primero, haba ido a parar a Michel-Ange-Auteuil. La dej hablar, sabedor de la formaen que se escabulla de las preguntas demasiado concretas: cambiaba de conversacin, como siestuviera pensando en otra cosa, con expresin de no haber odo a su interlocutor. Sin embargo, ledije: Aquel da no fue nadie a buscarte a la estacin de Lyon? No. Nadie. Le haban prestadoun piso pequeo, muy cerca de aqu, en la avenida de Flix-Faure. Se qued unos pocos meses. Fueantes de la Ciudad Universitaria. Agach la cabeza. Con una sola palabra, con una mirada demasiadoinsistente corra el riesgo de que se callase. Luego te ensear la casa en que viva. Me asombresa oferta y, sobre todo, la voz, tan triste, como si estuviera enfadada consigo misma por haberse idode aqu. De repente, estaba perdida en sus pensamientos. S, me daba la impresin en ese instante dealguien a quien le habra gustado mucho desandar lo andado tras darse cuenta de que haba tirado porel camino equivocado. Dannie se meti la carta en el bolsillo. En el fondo, el nico vnculo quehaba conservado con ese barrio era la lista de correos de la estafeta.

    Aquella noche fuimos andando por la calle de La Convention, en direccin al Sena. Msadelante, volvimos a ir dos o tres veces por ese mismo camino cuando ella haba quedado en laorilla derecha, en la avenida de Victor-Hugo, y esa misma tarde la haba acompaado a la oficina decorreos para que recogiera la acostumbrada carta. Al pasar, me ense la iglesia de Saint-Christophe-de-Javel a la que iba con regularidad, me dijo, a encender una vela, no porque creyese enDios, sino ms bien por supersticin. Era en los tiempos en que an llevaba poco en Pars. Por esohe sentido siempre un cario particular por esa iglesia de ladrillo e incluso en la actualidad meapetece ir y encender una vela yo tambin. Pero para qu?

    Esa noche, a orillas del Sena, no cogimos el metro en la estacin de Javel, como hacamos para ira la orilla derecha. Dimos media vuelta y subimos por la calle de La Convention. Dannie tena muchoempeo en ensearme la casa donde haba vivido. A la altura del caf, giramos en la avenida por laacera de la derecha. Cuando llegamos cerca del edificio, me dijo: Voy a ensearte el piso Sigoteniendo la llave. Seguramente era esta una visita premeditada, puesto que llevaba encima lallave. Me dijo tambin, tras haber echado una ojeada a la ventana oscura de la portera: La porterano est nunca a esta hora, pero no metas ruido en las escaleras. No encendi la luz. Se vea ms o

  • menos porque haba un vago resplandor de una luz de emergencia en la planta baja. Dannie seapoyaba en mi brazo; subamos arrimados uno a otro y yo me acordaba de una expresin que me dabarisa: A paso de lobo. Abri la puerta en la oscuridad y luego, cuando entramos, la cerr despacio.Buscaba a tientas el interruptor y una luz amarilla sali del plafn de la entrada. Me avis de queahora tenamos que hablar en voz baja y no encender ms luces. Nada ms entrar, a la derecha, lapuerta entornada de un dormitorio, que me dijo que era el suyo. Me llev pasillo adelante, a la luz dela entrada. A la izquierda, una habitacin amueblada con una mesa y un aparador. El comedor? A laderecha, el saln, a juzgar por el sof y la vitrina pequea en que haba figuritas de marfil. Comoestaban echadas las cortinas, encendi una lmpara que haba encima de un velador. Era la misma luzamarilla y velada que la del aplique. Al fondo del todo, un dormitorio con una cama grande conbarrotes de cobre y un papel pintado con motivos decorativos azul cielo. Haba unos cuantos librosapilados encima de una de las mesillas de noche. Tem de repente or cerrarse de golpe la puerta deentrada y que nos sorprendiese la persona que viviera all. Dannie abra los cajones de las mesillasde noche uno tras otro y los registraba. Sobre la marcha, iba cogiendo unos cuantos papeles que semeta en el bolsillo del abrigo. Y yo estaba a pie firme, petrificado, mirndola y a la espera delportazo. Dannie estaba abriendo una de las hojas de la puerta del armario de luna que haba enfrentede la cama, pero las baldas estaban vacas. Lo volvi a cerrar. No crees que podra llegaralguien?, le pregunt en voz baja. Se encogi de hombros. Miraba los ttulos de los libros de lamesilla de noche. Cogi uno, de tapas rojas, y se lo meti tambin en el bolsillo del abrigo. Deba deconocer a la persona que viva aqu ya que la llave del piso segua siendo la misma. Apag lalmpara de la mesilla y salimos del dormitorio. Al fondo, la luz amarilla del plafn y la lmpara delsaln, que se haba quedado encendida, acentuaban el aspecto pasado de moda de aquel pisito, con elaparador de madera oscura, las figuritas de marfil en la vitrina, las alfombras gastadas. Conoces ala gente que vive aqu?, le pregunt. No me contest. No poda tratarse de sus padres porque haballegado un da de provincias, o del extranjero, a la estacin de Lyon. Alguien que viva solo y lehaba alquilado una habitacin en su piso?

    Dannie me llevaba hacia ese cuarto de la izquierda, antes de llegar al vestbulo. No encendi laluz. Dej la puerta abierta de par en par. Se vea bastante bien gracias al plafn de la entrada. Unacama mucho ms pequea que la del cuarto del fondo y con el somier al aire. Estaban echadas lascortinas, las mismas cortinas negras del hotel al que habamos ido a parar por la zona de Le Val-de-Grce. Pegada a la pared de la izquierda, en la parte contraria a la cama, una mesa montada encaballetes y, encima, un tocadiscos metido en una funda de cuero y dos o tres discos de treinta y tresrevoluciones. Dannie quit con la manga el polvo de las fundas. Me dijo: Esprame un momento.Me sent en el somier. Cuando volvi, llevaba en la mano un capacho en el que meti el tocadiscos ylos discos. Se sent a mi lado encima del somier y pareca pensativa, como si le diera miedo dejarsealgo olvidado. Es una pena, me dijo en voz alta, que no podamos quedarnos en este cuarto.Sonri con sonrisa un tanto crispada. Su voz tena un eco raro en aquel piso vaco. Cerramos lapuerta del dormitorio al salir. Yo llevaba el capacho con el tocadiscos y los discos. Ella apag la luzdel vestbulo. Despus de abrir la puerta de entrada me dijo: Ha vuelto la portera. Tenemos quepasar delante de la portera lo ms deprisa que podamos. Me daba miedo tropezar en la penumbra

  • de las escaleras con aquel capacho en la mano. Bajaba los escalones delante de ella. Se encendi laluz; nos quedamos quietos en el descansillo del primero un momento. Son un portazo. Dannie mecuchiche que era la puerta de la portera. Seguimos bajando las escaleras con una luz fuerte quecontrastaba con la luz velada del piso. En la planta baja estaba encendida la puerta acristalada de laportera. Haba que apretar el botn para que se abriera la puerta cochera. Y si se quedababloqueada? Imposible ocultar aquel capacho, que me pareca que pesaba muchsimo y que me dabapinta de ladrn de pisos. La puerta bloqueada, la portera llamando por telfono a la polica, el cochecelular al que nos subimos Dannie y yo. S, claro, es inevitable, siempre nos sentimos culpablescuando unos padres nobles y honrados no nos han convencido, en la infancia, de nuestros legtimosderechos e incluso de nuestra clara superioridad en cualesquiera circunstancias de la vida. Dannieapret el botn y abri la puerta cochera. En la calle, yo no poda por menos de apretar el paso; yella andaba al mismo paso que yo. A lo mejor tena miedo de cruzarse con la persona que viva en elpiso.

    Al llegar a la calle de La Convention, pensaba que bamos a meternos en la boca de metro, peroDannie me llev al caf donde solamos ir despus de pasar por la lista de correos. A aquellas horas,no haba clientes. Nos sentamos en una mesa del fondo. El camarero le puso un Cointreau y yo mepreguntaba si era prudente hacernos notar aqu despus de la visita clandestina al piso. Habaescondido el capacho debajo de la mesa. Dannie se haba sacado de los bolsillos del abrigo el libroy los papeles. Ms adelante, me dijo que se alegraba de haber recuperado aquel libro que tena hacamucho y que le haban regalado de pequea. A punto haba estado de perderlo en varias ocasiones ysiempre volva a encontrarlo, igual que esos objetos fieles que no quieren separarse de nosotros. EraRupert de Hentzau de Anthony Hope, en una coleccin antigua con tapas rojas y sobadas. Entre lospapeles a los que estaba pasando revista haba unas cuantas cartas, un pasaporte viejo, unas tarjetasde visita Eran las nueve de la noche, pero el camarero y el otro hombre, que era su jefe y estaballamando por telfono detrs de la barra, parecan haberse olvidado de nuestra presencia. Noshemos dejado encendida la luz del saln, me dijo Dannie de pronto. Y, ms que preocupacin, caeren la cuenta de aquello le daba pena o aoranza, como si un gesto tan trivial como ese de volver acasa para apagar la luz le estuviera vedado. Ya saba yo que se me olvidaba algo, tendra quehaber mirado si no quedaba ropa ma en el armario empotrado de mi cuarto. Le ofrec, si me dabala llave, volver a subir al piso para apagar la luz del saln y traerle la ropa, pero a lo mejor nonecesitaba la llave, bastaba con llamar a la puerta. Si haba vuelto la persona que viva en el piso meabrira y le explicara que iba de parte de Dannie. Se lo dije como si fuera lo ms natural, con laesperanza de que me diese ms explicaciones. Haba acabado por entender que no haba que hacerlepreguntas directas. No, no, es imposible, me dijo con una voz muy tranquila. Deben de pensar queme he muerto. Que te has muerto?. S, bueno, que he desaparecido, vamos. Mesonri para atenuar la seriedad con la que haba dicho esas palabras. Le hice notar que, de todasformas, ellos se daran cuenta de que alguien haba encendido la lmpara del saln y de que sehaban llevado los papeles, el libro, el tocadiscos y los discos Se encogi de hombros. Pensarnque es un fantasma. Solt una risa breve. Tras aquella indecisin y aquella tristeza que me habanextraado en ella, pareca relajada. Es una seora mayor que me alquilaba una habitacin, me dijo.

  • Y no debi de entender que me fuera de la noche a la maana sin avisarla. Pero yo prefiero cortarpor lo sano. No me gustan las despedidas. Yo me pregunt si sera verdad o si quera tranquilizarmey evitar otras preguntas. Por qu, si se trababa de una seora mayor, haba hablado antes entercera persona del plural? Qu ms daba. La verdad es que en aquel caf no senta la necesidad dehacerle preguntas. Vale ms, en vez de estar siempre imponiendo interrogatorios a los dems,aceptarlos como son, en silencio. Y adems es posible que tuviera el presentimiento inconcreto deque me iba a hacer ms adelante esas preguntas. Efectivamente, pasados tres o cuatro aos, estabauna noche dentro de un coche en la glorieta de Mirabeau y vea cmo comenzaba, delante de m, lacalle de La Convention. Tuve la ilusin de que bastaba con salir de aquel coche y dejarloabandonado en pleno atasco y meterme a pie por la calle aquella. Por fin estara al aire libre y enestado de ingravidez. Andara con paso ligero por la acera de la derecha. Al pasar, entrara aencender una vela en la iglesia de Saint-Christophe-de-Javel. Y me vera, algo ms arriba, entre elcaf y la boca de metro. Al camarero no lo sorprendera volver a verme y, sin necesidad de pedirlenada, traera dos Cointreau y colocara las copas una enfrente de otra. Yo llamara a la puerta delpiso para recoger la ropa de Dannie. El problema era que no saba el nmero exacto de la casa y queen aquel tramo de la avenida de Flix-Faure las fachadas y los portales se parecan demasiado paraque yo pudiera reconocer cules eran los que buscaba. Esa misma noche me pareci or su voz, algoronca, decirme: Una seora mayor que me alquilaba una habitacin, y esa voz me pareca tancercana Una seora mayor. Mir la gua de calles para intentar averiguar el nmero. Me acordabade que habamos pasado delante de un hotel y de una cristalera grande detrs de la que me habasorprendido ver filas de telfonos que relucan en la penumbra. Una tarde que Dannie iba a la lista decorreos, qued conmigo en el caf y anduve un trecho por la avenida de Flix-Faure en direccin a lacasa en que habamos entrado como ladrones la otra noche. Haba padres en la acera esperando lahora de salida de un colegio de nias. La gua de calles ratificaba mis recuerdos. Los TelfonosBurgunder. El Htel Aviation: estaban antes de la casa, de eso estaba seguro. Pero y el colegio denias, en el nmero 56? Estaba antes o despus? En cualquier caso, el edificio en cuestin estabaantes del cruce de la avenida con la calle de Duranton. Quera comprobarlo in situ. Pero para qu?Todas aquellas fachadas eran parecidsimas. Una seora mayor que me alquilaba unahabitacin. En la gua s que haba, en el nmero 63, una seora Baul.

    Dannie me haba alargado el libro de tapas rojas, Rupert de Hentzau de Anthony Hope, para quelo metiera en el capacho con el tocadiscos y los discos. Le pregunt si lo haba ledo. S, la primeravez de pequea, hasta el final, sin enterarse de nada. Ms adelante, lea un captulo al azar. Erancerca de las nueve de la noche. El camarero nos dijo que el caf iba a cerrar. Nos vimos fuera, bajola lluvia. Yo llevaba el capacho y uno de los bolsillos del abrigo de Dannie abultaba mucho portodos los papeles que haba metido dentro. El metro nos hizo esperar mucho rato, y ms an en eltrasbordo de La Motte-Picquet. A esas horas, el vagn iba vaco. Dannie rebuscaba en el bolsillo yapartaba, de entre los dems papeles, lo que me pareci que eran tarjetas de visita. Como se diocuenta de que la estaba observando con cierta curiosidad, me dijo, sonriendo: Ya te lo enseartodo Ya vers No es que sea nada del otro mundo. La perspectiva de volver a su habitacinde Montparnasse no pareca entusiasmarla. Fue esa noche, en el metro, cuando aludi por primera

  • vez a la casa de campo donde podramos ir, pero yo no tena que decirles nada a los dems. Losdems eran Aghamouri y los otros con los que se trataba: Duwelz, Marciano y Chastagnier Lepregunt si Aghamouri saba que haba vivido en el piso de la avenida de Flix-Faure. Pues no, no losaba. No lo haba conocido hasta despus, en la Ciudad Universitaria. Y tampoco saba nada de laexistencia de esa casa de campo que acababa de mencionar delante de m. Una casa de campo a unoscien kilmetros de Pars, me dijo. No, ni Aghamouri ni nadie la haba acompaado nunca a la lista decorreos a recoger la correspondencia. As que soy el nico que est al tanto de tus secretos?, lepregunt. bamos por el pasillo interminable de la estacin de Montparnasse y estbamos solos en lacinta mecnica. Me cogi del brazo y me apoy la cabeza en el hombro. Espero que sepas guardarsecretos. Fuimos andando por el bulevar hasta Le Dme y luego dimos un rodeo, siguiendo la tapiadel cementerio. Dannie estaba intentando hacer tiempo para no cruzarse en el vestbulo del hotel conAghamouri y los dems. Con quien no quera encontrarse sobre todo era con Aghamouri. Yo estaba apunto de preguntarle por qu tena que darle cuenta de sus asuntos, pero me lo pens y me pareciintil. Creo que por entonces ya me haba dado cuenta de que nadie contesta nunca a las preguntas.Habra que esperar a que apaguen las luces del vestbulo para volver, le dije con un tono un tantodesenfadado. Como hicimos hace un rato para subir al piso Pero corremos el riesgo de que nosvea el vigilante nocturno. Segn nos bamos acercando al hotel, yo notaba en ella ciertaaprensin. Con tal de que no haya nadie en el vestbulo, iba pensando. Dannie acababa porcontagiarme su intranquilidad. Ya estaba oyendo a Paul Chastagnier decirme, con aquella vozmetlica suya: Pero qu lleva en ese capacho?. Dannie dud antes de entrar en la calle del hotel.Eran casi las once de la noche. Esperamos un poco ms?, me pregunt. Nos sentamos en un bancodel paseo central, en el bulevar de Edgar-Quinet. Yo haba dejado el capacho a mi lado. Menudametedura de pata habernos dejado encendida antes la luz del saln, me dijo ella. Me sorprendi quele diera tanta importancia. Pero ahora, despus de todos estos aos, entiendo mejor la tristezarepentina que le ensombreci la mirada. Yo tambin noto una sensacin muy rara cuando pienso enesas lmparas que se nos olvid apagar en sitios a los que nunca volvimos No tuvimos la culpa.En todas aquellas ocasiones tuvimos que irnos deprisa y de puntillas. Estoy seguro de que en la casade campo nos dejamos en algn sitio una lmpara encendida. Y si hubiera sido yo el nicoresponsable de ese descuido o de ese olvido? Ahora estoy convencido de que no se trataba ni deolvido ni de descuido sino que, en el momento de irnos, era yo quien encenda deliberadamente unalmpara. Quiz por supersticin, para conjurar la mala suerte y, sobre todo, para que quedase unahuella nuestra, una seal que indicase que no nos habamos ido de verdad y que volveramos un da uotro.

    Estn todos en el vestbulo, me cuchiche Dannie al odo. Haba decidido ir delante de m,cuando estbamos llegando cerca del hotel, y mirar a travs de los cristales si el vestbulo estabavaco y el paso libre. No quera que se fijasen en nosotros por culpa del capacho. A m tambin meestorbaba el capacho aquel, como si fuese la prueba de que acabbamos de cometer una mala accin,y ahora me asombro de que me estorbase. Por qu ese perpetuo sentimiento de incertidumbre y deculpabilidad? Culpable de qu exactamente? Mir a mi vez desde detrs de los cristales. Estabansentados en los sillones del vestbulo. Aghamouri en el brazo del silln en que se haba acomodado

  • Marciano; los dems, Paul Chastagnier, Duwelz y el hombre a quien llamaban sencillamenteGeorges estaban en sendos sillones, viejos y de cuero marrn. Habrase dicho que estabancelebrando un consejo de guerra. S, culpables de qu? Eso es lo que me pregunto. Por lo dems, noera esa clase de personas la que estaba en condiciones de darnos lecciones de tica. Cog a Danniedel brazo y la hice entrar en el vestbulo del hotel. El primero en vernos fue Georges, ese hombrecuya cara contrastaba con el cuerpo robusto y fornido: una cara de luna y unos ojos soadores,aunque al poco se daba uno cuenta de que la cara expresaba tanta violencia como el cuerpo. Ycuando te daba la mano notabas una repentina sensacin de fro, como si te transmitiera eso que sellama fluido glacial. Nos acercamos y o la voz metlica de Paul Chastagnier:

    Qu? Venimos de hacer la compra?Y clavaba la vista en el capacho que llevaba yo en la mano izquierda.S S Venimos de la compra dijo Dannie en un tono muy suave. Seguramente quera

    infundirse valor. Me dejaba asombrado su sangre fra porque haca un rato haba estado muypreocupada, segn nos acercbamos al hotel. El que se llamaba Georges nos miraba a los dos consu cara de luna de piel blanca, tan blanca que pareca que iba maquillado. Enarcaba las cejas con unaexpresin de curiosidad y desconfianza que yo le haba visto cada vez que estaba en presencia dealguien. A lo mejor era a l a quien le tena miedo Dannie. La primera vez que me cruc con l en elvestbulo, me lo present: Georges. l no dijo nada y se limit a enarcar las cejas. Georges: en laforma en que sonaba ese nombre haba de pronto algo inquietante y cavernoso que encajabaperfectamente con la cara. Tras salir del hotel, Dannie me dijo: Por lo visto es un tipo peligroso.Pero no me aclar por qu. Lo saba con certeza? Segn ella, era un hombre a quien Aghamourihaba conocido en Marruecos. Sonri y se encogi de hombros: Huy, sabes? Vale ms nomezclarse en ninguna de esas cosas.

    Toman algo con nosotros? propuso Paul Chastagnier.Es un poco tarde dijo Dannie con la misma voz suave.Aghamouri, que no se haba levantado del brazo del silln en que estaba Grard Marciano, nos

    miraba fijamente a los dos con ojos extraados. Me pareci que se haba puesto plido.Qu lastima que no se sumen a nosotros. Nos habran explicado qu han comprado.Y esta vez Paul Chastagnier se diriga a m. Estaba claro que el capacho lo intrigaba.Me ayuda a llevarlo a mi cuarto?Dannie se haba vuelto hacia m y me llamaba de usted de repente, indicando el capacho. Pareca

    como si los hiciera fijarse aposta en el capacho, quiz para provocarlos.La segu hasta el ascensor, pero tir por las escaleras. Suba delante de m. En el descansillo del

    primer piso, donde no podan vernos, se me acerc y me dijo al odo:Vale ms que te vayas. Si no, voy a tener problemas con Aghamouri.La acompa hasta la puerta de su habitacin. Cogi el capacho. Me dijo en voz baja, como si

    pudieran ornos:Maana a las doce en Le Chat blanc.Era un caf un poco triste de la calle de Odessa, con una sala trasera donde poda uno pasar

    inadvertido entre unos cuantos que jugaban al billar. Unos bretones con gorra de marinero.

  • Antes de cerrar la puerta, me dijo, an ms bajo:Estara bien que pudiramos ir a la casa de campo que te he dicho.Para bajar, prefer el ascensor. No quera cruzarme con ninguno de ellos por las escaleras. Sobre

    todo con Aghamouri. Tema que me hiciera preguntas y me pidiera cuentas. Una vez ms pecaba deesa falta de confianza en m mismo o de esa timidez que le haba llamado la atencin a PaulChastagnier y lo haba movido a decir un da en que bamos juntos por las calles grises de losadentros de Montparnasse: Es curioso, un chico sensible y con dotes como las suyas Por quanda siempre bajo mnimos?.

    En el vestbulo, todava estaban todos en los sillones. Por desgracia no me quedaba ms remedioque pasar por delante para salir del hotel y no me apeteca hablar con ellos. Aghamouri haba alzadola cabeza y me clavaba una mirada fra que no era la suya habitual. A lo mejor haba estado vigilandola puerta del ascensor para saber si me quedaba o no en la habitacin de Dannie. Paul Chastagnier,Duwelz y Grard Marciano estaban inclinados hacia Georges y lo escuchaban atentamente, comosi les estuviera dando instrucciones. Me escurr hacia la entrada del hotel, poniendo cara de noquerer molestar. Tema que Aghamouri fuera detrs de m. Pero no, segua sentado con los otros. Eraslo un aplazamiento, pens. Maana me pedira cuentas en lo referido a Dannie, y era algo que meagobiaba de antemano. No tena nada que decirle. Nada. Y adems nunca he sabido contestar a laspreguntas.

    Una vez en la calle, no pude por menos de observarlos desde detrs de los cristales. Y ahora,segn lo escribo, me parece que los sigo observando, de pie en la acera, como si no me hubieramovido de ese sitio. Por mucho que miro a Georges, el que Dannie me deca que era peligroso,he dejado de notar esa sensacin de intranquilidad que se adueaba de m a veces cuando mecodeaba con ellos en el vestbulo del Unic Htel. Paul Chastagnier, Duwelz y Grard Marciano seinclinan hacia Georges por toda la eternidad, preparando eso que Aghamouri llamaba susfechoras. Acabarn mal, en la crcel o en turbios arreglos de cuentas. Aghamouri, sentado en elbrazo del silln, calla y los mira con ojos intranquilos. Haba sido l quien me dijo: Tenga cuidado.Pueden llevarlo por muy malos caminos. Le aconsejo que corte radicalmente con ellos mientras esta tiempo. Esa tarde me haba citado a la salida de la universidad de Censier. Quera a toda costaque tuviramos una explicacin. Pero yo haba pensado que quera asustarme para que dejase dever a Dannie. Y, ahora, ah est, l tambin detrs del cristal por toda la eternidad, con la miradaintranquila clavada en los otros, que conspiran en voz baja. Y me entran ganas de ser yo quien le digaahora: Tenga cuidado. Yo no corra peligro alguno. Pero no tena una conciencia clara de ello porentonces. Han tenido que pasar unos cuantos aos para que caiga en la cuenta. Si no me falla lamemoria, tena, pese a todo, el vago presentimiento de que ninguno de ellos me arrastrara nunca pormalos caminos. Langlais, cuando me interrog en el muelle de Gesvres, me dijo: La verdad esque se trata usted con gente muy peculiar. Se equivocaba. A todas esas personas con las que mecruc las vea desde muy lejos. Esa noche, no s ya cunto tiempo me qued detrs del cristal delhotel, observndolos. Hubo un momento en que Aghamouri se levant y se arrim al cristal. Iba adarse cuenta de que yo estaba a pie firme en la acera, observndolos. No me mov ni un milmetro.Qu le bamos a hacer si sala a la calle y se me acercaba. Pero tena la mirada vaca y no me vea.

  • El que se llamaba Georges el ms peligroso por lo visto se levant tambin y se reuni conAghamouri, con sus andares premiosos. Estaban a pocos centmetros de m, detrs del cristal; y elotro, con su cara lunar y sus ojos duros, tampoco me vea. A lo mejor el cristal era opaco desdedentro, como las lunas sin azogue. O, sencillamente, nos separaban decenas y decenas de aos; ellosseguan inmovilizados en el pasado, en medio de ese vestbulo de hotel, y ellos y yo no vivamos yaen la misma poca.

  • En la libreta negra apuntaba muy pocas citas. Me daba miedo siempre que la persona con quien habaquedado no viniera si apuntaba de antemano la hora y la fecha del encuentro. No hay que tener tantaseguridad en el porvenir. Como deca Paul Chastagnier, viva bajo mnimos. Tena la impresin deque llevaba una vida clandestina y por eso, en esa clase de vida, uno evita dejar rastro y poner porescrito lo que tiene que hacer. Y, sin embargo, leo en medio de una de las pginas de la libreta:Martes. Aghamouri. 19:00. Censier. Esa cita no me importaba nada y no me molestaba que quedaraconstancia de ella, escrita con claridad.

    Deba de ser dos o tres das despus de la llegada a deshora al Unic Htel, cuando yo llevaba elcapacho. Me extra recibir una nota de Aghamouri en el 28 de la calle de LAude, donde tena unahabitacin alquilada. Cmo poda estar enterado de mis seas? Por Dannie? La haba llevadovarias veces a la calle de LAude, pero me parece que eso fue ms adelante. Tengo los recuerdosconfusos. Aghamouri deca en su carta: No le diga nada de esta cita a nadie. Y sobre todo no le diganada a Dannie. Que quede entre nosotros. Ya lo entender. Ese ya lo entender me intranquiliz.

    Ya haba anochecido. Lo esper paseando por el solar que haba delante del edificio nuevo de launiversidad. Aquella tarde me haba llevado la libreta negra y, para hacer tiempo, anotaba losletreros que quedaban en algunas casas y algunos almacenes que iban a derribar, al borde del solar.L