PASIÓN Y MUERTE DEL ARQUITECTO

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PASIÓN Y MUERTE DEL ARQUITECTO de ANTONIO RODRÍGUEZ-MOÑINO

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PASIÓN Y MUERTE DEL ARQUITECTO

TIEMPO APÓCRIFO DE LA

F Á B U L A D E X y Z

Mil novecientos treinta y cuatro

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PASIÓN Y MUERTE DEL ARQUITECTO

de

ANTONIO RODRÍGUEZ-MOÑINO *

(nota introductoria a cargo de José Luis Bernal)

____________________

* Texto tomado de Gálibo, Revista de Literatura. Dirección: José Luis Bernal.

Cáceres, Diputación Provincial, n.º 3 (marzo 1985), pp. 35-49.

Se agradece a los Herederos de D. Antonio Rodríguez-Moñino el permiso de

su publicación, cursado a través del profesor D. Rafael Rodríguez-Moñino.

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PRELIMINARES A PASIÓN Y MUERTE DEL

ARQUITECTO DE ANTONIO RODRÍGUEZ-MOÑINO

En 1933 Antonio Rodríguez Moñino era un joven licenciado en

derecho y filosofía y letras por la Universidad de Madrid. Contaba ya en

su haber con un denso y estimable curriculum. Es entonces, en octubre

de ese año, cuando como profesor encargado de curso de lengua y

literatura fue nombrado para desempeñar su cargo en el Instituto

“Velázquez” de Madrid, donde era catedrático de la materia Gerardo

Diego.

Tales circunstancias facilitarán la confluencia de toda una serie de

oportunas casualidades en el nacimiento de Pasión y muerte. Por un lado

don Antonio, ya desde su juventud, como anticipábamos, es un bibliófilo

vocacional; y don Gerardo, ya por entonces, era una “rara avis” editorial.

Por otro lado, debemos considerar la coincidencia de ambos en el

instituto “Velázquez”, durante unos años cruciales no sólo para nuestro

país, sino también, en mayor o menor medida, para sus propias vidas.

Moñino prestaría sus servicios en dicho instituto hasta mediados de

1935; ínterin en que fraguaría una amistad con diego, luego no

interrumpida pese a las difíciles circunstancias que se sucedieron.

“Amistad” que nos permite ahora trastocar los marbetes típicos,

aunque no gratuitos, de poeta y bibliógrafo con los que genérica e

individualmente se suele identificar a ambos.

Debemos por lo tanto corregir y enriquecer nuestra imagen de

Antonio Rodríguez Moñino a la luz de su nuevo y auténtico rostro

poético, hasta ahora a la sombra del bibliógrafo, del dimitente

académico, del afamado y erudito conferenciante, del catedrático de

Berkeley.

Se nos revela don Antonio como un poeta atrevido, empapado de la

renovación poética de “la generación del 27” e intencionalmente lúcido,

al tiempo que lógicamente rehumanizado.

Conste, sin embargo, que no venimos a descubrir nada, sino a

revelar algo puntualmente referido en la preciada selva bibliográfica del

maestro. Si recorremos atentamente su bibliografía, a la altura del año

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1942, bien arropada por otros trabajos esperables en cuanto a su

naturaleza, encontramos la siguiente ficha:

Pasión y muerte del arquitecto. Tiempo apócrifo de la

Fábula de X y Z.

Mil novecientos treinta y cuatro.

(Badajoz, Tip. de la Vda. de A. Arqueros, 1942).

Y a continuación la descripción de la edición y tirada:

“8.º. 16 págs. Tirada de 25 ejemplares numerados, en papel

de hilo. El texto se escribió en Santander, 20-25 de julio de

1934; la dedicatoria en Valencia, 1937. Son 150 versos”.

En nota a pie de página leemos algo fundamental:

“Por error de ajuste están trastocadas las páginas, cuyo orden

es este: 1 a 6, 10, 9, 8, 7, 11 al fin”.

Es pues, de nuevo en la imprenta de don Antonio Arqueros, que

recogiera tantos de sus trabajos desde el año 1926, donde se imprime

esta doble joya, bibliográfica y poética, del maestro Moñino.

Pasión y muerte es efectivamente un “raro”. Se trata de un “tiempo

apócrifo” que continúa un poema igualmente “raro” por su naturaleza y

por el carácter reducidísimo de su edición. Añadamos a esto, que la obra

de Moñino aparece sin firmar, intencionadamente encubierta, llevando

hasta el extremo su aludido carácter apócrifo. Obsérvese que en la lista

final de receptores de la edición se incluye Moñino, camuflando

conscientemente su autoría. Pero además sospechamos que la edición fue

probablemente ocultada por su autor, y sólo conocida de forma aislada y

esporádica. Es revelador en este sentido el testimonio de Gerardo Diego

en un artículo sobre el que volveremos inmediatamente. El autor de la

Fábula de X y Z no recibió en su momento un ejemplar, cuando debió ser

uno de los más lógicos destinatarios, quizá uno de los misteriosos “tres

amigos del autor”. Confiesa también Diego que la mayoría de los

supuestos receptores del poema a los que fue preguntando, tampoco lo

recibieron. Aunque pudieron influir otras consideraciones, sin lugar a

dudas “el trastrueque de páginas” fue determinante en la decisión de

Moñino de no distribuir su poema. (Obsérvese que ni el ejemplar de Juan

Manuel Rozas, utilizado para esta edición, ni el de Gerardo Diego,

descrito por él en su artículo, están numerados, si bien era una práctica

relativamente frecuente).

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Pese a todo ello, la osadía de Moñino, oculto e inédito poeta, al

prestar atención a uno de los más curiosos y representativos textos del

“27” en sus años centrales, avala su sensibilidad y perspicacia artística.

Efectivamente, hasta su accesible edición en 1943 (Madrid, Adonáis III,

junto a Poemas adrede), la Fábula de X y Z era un fruto para iniciados,

paraíso cerrado, al que tendrían acceso los más directos allegados al

autor y poco más. Sus sucesivas y parciales publicaciones, salvo quizá el

fragmento incluido en la famosa antología de 1932 (G. Diego, Poesía

española. Antología 1915-1931, Madrid, Signo), vivían en círculos

reducidos. La aparición íntegra del texto en 1930, en la rev.

Contemporáneos, fue en México. Publicándose en 1932 una

reducidísima y lujosa tirada aparte en “Alcancía” (México), edición no

venal.

Sin embargo todas estas circunstancias no bastan para ofrecernos la

justa medida de los hechos. El intento, y su fructificación, de Moñino

tenían una explicación externa inmediata: el ser respuesta – si bien la

única, original y heterodoxa – a la solicitud de Diego a sus amigos de

publicar una edición comentada, a la manera clásica, de su fábula.

(“Sugerí a algunos amigos, entre los de mi edad y entre los más

jóvenes que acababan de ser mis discípulos – dice Diego –, que se

atrevieran a un comentario estrofa a estrofa y aun verso a verso…”. G.

Diego, Versos escogidos, Madrid, Gredos, 1970, pág. 67).

Es justamente G. Diego, quien en el Homenaje a la memoria de

Moñino, hace la primera y única llamada de atención hasta ahora sobre

nuestro texto (G. Diego, “Pasión y muerte del arquitecto. Un enigma

bibliográfico”, en Homenaje a la memoria de D. Antonio Rodríguez

Moñino, Madrid, Castalia, 1975. Artículo de indispensable consulta al

que nos referíamos anteriormente).

Durante su convivencia en el Instituto “Velázquez”, Diego

comunicó a Moñino su proyecto de una edición comentada de la fábula.

De la favorable reacción de don Antonio sabemos por el mismo Diego:

“se ofreció inmediatamente – vuelvo a 1933 – a editarme el poema con

los comentarios o glosas y me animó a que los escribiese yo mismo”

(Homenaje…, pág. 226).

En el verano de 1934 Moñino escribe el poema.

Las causas desencadenantes resultan convincentes tras lo expuesto,

pero por sí solas no explican el nacimiento de Pasión y muerte. Para

haber llevado a feliz término dicho “canto paralelo” debemos reconocer

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en Moñino, como afirma Diego: “el ser poeta sensible, eufónico y

perfecto versificador, cultísimo conocedor del culteranismo y de la

poesía de aventura del siglo XX, y en especial de la creacionista”

(Homenaje…, pág. 226).

Así pues, pesa a la mayor facilidad que alberga el texto de Moñino,

respecto a la fábula de Diego – relación similar, como afirma el

santanderino, a la que guardaron un Soto o un Bocángel para con

Góngora –, hay que reconocer en el autor del tiempo apócrifo a un

verdadero poeta.

Finalmente queremos destacar cómo desde el umbral más externo:

“el ciclo fechable de su escritura e impresión”, el poema tiene una

intención nobilísima. Escrito en los últimos tiempos de la república, está

inmerso en la rehumanización poética, genéricamente llamada

“neorromanticismo”, que protagonizó aquellos años; y que

consecuentemente aflora en los versos Pasión y muerte. La dedicatoria

paralela incluso en la rima al “Brindis” de la Fábula, está fechada en

plena guerra civil, y dirigida a Gerardo Diego, simbolizando en él a

todos los poetas y poesía verdaderos “separados” por la guerra. Sus seis

versos eran una mano tendida desde la neutralidad del arte. La lista de

receptores, impresa en los difíciles años de la inmediata posguerra,

evidencia el mantenimiento de la misma actitud en don Antonio, por

encima de la reciente sangría civil (Homenaje…, pág. 225).

A la espera de un próximo artículo, que preparamos, ceñido a los

valores propiamente estéticos de la obra, hemos creído indispensable

encuadrar mínimamente esta apasionante aventura poética en cuyo gozo

les dejamos.

Reproducimos el texto de Pasión y muerte del arquitecto con la

paginación corregida, tal y como D. Antonio precisa en su Bibliografía,

y el ejemplar que manejamos atestigua. Hemos utilizado el

procedimiento de “página y renglón seguido”, que el mismo Moñino

empleara frecuentemente.

Agradecemos a Doña María Brey, viuda de Moñino, el habernos

permitido llevar a cabo este sincero homenaje, con el que inauguramos

su recuerdo en el 75 aniversario de su nacimiento. Igualmente

agradecemos a juan Manuel Rozas la cesión de su ejemplar para la

presente edición, así como sus oportunos consejos.

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A ti, poeta, en diferentes climas,

con los libros de texto más cordiales;

a ti, que alcanzas las celeste cimas

en líricas espumas verticales:

en tiempos duros – corazón en veda –

va este apócrifo fin de X y Z..

(1937)

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PASIÓN Y MUERTE DEL ARQUITECTO

Jamás paró toda función en una

ni vivir y vivir vegetativo:

hubo sollozos de laúd y luna

sin podrirse de letras el olvido;

nunca ya el arquitecto fue sereno

a salpicarse de amoroso cieno.

El recordaba su belleza clara

estrellada de nardos voladores,

con un rubí pequeño que clavara

en la fragante carne de las flores;

él recordaba su belleza sana

como canta a la luna ávida rana.

Pero también la negra artesanía

pintó con su color chillón desvío

y creo la escarpada serranía

del trópico ardoroso al polo frío;

perdonad: han tenido doses y ases

barajas, amoríos y compases.

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El raíl silencioso del olvido

funiculó su corazón ardiente

y a veces lo enterró en el doble olvido

y a veces le hizo amar un confidente,

y así fue su pasión: lánguida y fina,

larga como una mano de ursulina.

Volvió a su actividad en otra tarde

con la torre acerada y bipedita

y, al ser distribuidor del fuselaje,

siente que toda bóveda palpita

y en la torre la crítica perece,

ante la evocación que reverdece.

Joven Vitruvio en posesión de orla,

perdió el empaque y la fotografía

y se quedó sin título y sin borla

y con la cara diamantina, fría;

el arquitecto nunca sabe cuando

se irá su precisión aclimatando.

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Allí estaba en el fondo de cristales,

clara y luciente ya como un recorte

impregnado de esencias virginales,

indócil a la rueda y al soporte:

los dientes chascan y la rueda crina

y allí la imagen sigue, clara y fina.

En el relieve adquiere sus detalles:

indiferencia no, pero ternura,

el engaño es multíplice de calles

si nievan brumas de enjabonadura;

¡El recuerdo, el recuerdo persistente,

le cala las neuronas de repente!

Sacudió el interior de su ser mismo

un huracán de espantos infernales

y, colocado al borde de un abismo,

apenas proyectó combos anales

y dientes de perfil, dientes de nieve

que en sueños y en espasmos clava y bebe.

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El trípode ilusor, cíclope vivo,

al mirar el binóculo animado,

se replegó sobre sí mismo activo

y el chasis desdeñó por descuidado:

no quiso ser correcto por engaño

en el restante cerco de su daño.

Ella surgió en el biconvexo lente

ante difusa, luego ya brillante,

primero sonrosada levemente,

luego con precisión más circundante,

hasta que en nitidez y en claridades

aparecieron sus ingenuidades.

Y así la contempló: ágil y leve,

se ignora si es que siembra lozanías

o si reparte líricas de nieve

sobre el verdor de la campiña fría;

lo cierto es que él quedó, pálido y mudo,

como si le faltase todo escudo.

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Mudo en adoración, seco en asombro,

apenas revivió siglos pasados

cuando pudo extraer lírico escombro

de la asunción de olvidos recordados,

y sintió su morder intransitivo

despreciando la acción de indicativo.

Nunca jamás pensó la arquitectura

disociar el coseno (árida ciencia

unida al yo por puntos de sutura),

jamás pensó en amores su conciencia,

y menos en deliquios sonrosados

y en estremecimientos compasados.

Estático quedó, dinámico iba,

y en el cándido lino puntiagudo

tres veces sacudió la sensitiva

renovación acuosa, y así pudo

libertar de estallidos precordiales

el pecho, en opresiones siderales.

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¡Imprevisión, imprevisión!, hermana

del etíope carácter inocente,

(humaroso tizón de mejorana)

a ti te participo intermitente

la ramificación del supertacto

que poseyó ficciones en abstracto.

La barba arquitectal y bipartita

tuvo estremecimientos voladores,

se bifurcó en dos líneas infinitas

y matizó su seda de ocho flores,

(ocho pétalos rubios levantados

por gotas de sollozos increados)

Todo lo adivinó, vio al presumido

gusano poliformo de la otrora

apartar con dulzura lo impedido,

las huellas imposibles y la aurora:

todo para él sería vano intento

y todo lleno de remordimiento.

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El ojo ensombrecíase en el tubo

queriendo adivinar lo no creado;

¡concéntrica razón, amor al cubo!

¡Horrible aparición de lo insoñado!

El arquitecto ríe, ríe, ríe,

y encima de su barba se deslíe…

Del gozo al lloro, del dolor al canto

salta el dominador de lo preciso;

con el tornillo suelto ve, entretanto,

el suicidio por Eco de Narciso;

rota la mano, prende en albos linos

lampos rojos, rubíes, sardios finos.

*Sobre la arena donde el turbo espira

Dante renace en amorosa escena,

sin tumulto y sin viento gira y gira,

insospechado, lúcido, azucena,

y faústico y veloz, suspira y gime

y espada de dolor contra sí esgrime.

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*Espantos siderales estremece,

dueño y señor de estrellas y cometas,

en sueños intercósmicos se mece

y se tortura en amorosas tretas;

suspira en canto funeral, en largo

gemido atroz, insospechado, amargo.

*Ausente y ciega fluye su mirada

en playas, dunas, cráteres dormidos;

lunas en tierra blanca y apagada,

paisaje frío, cuerpos ya fingidos,

do bajas nubes y declives lentos

lloran la lejanía de los vientos.

*Vuelven turbios espejos de ceguera

y mármoles en flor, tallos en roca,

atormentando la terrible espera

de la definitiva risa loca;

aroma de vapor, espanto, grito,

ámbito y horizonte de infinito.

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¿Qué fosa paralela a su figura,

qué hambre en gusano, qué madera muerta,

qué losa, qué ciprés, qué sepultura

serán su inerte y apagado alerta?

¿Qué hombres asomarán sus agitadas,

sobre la tumba – lejos ya –, miradas?...

F I N

Santander, 20-25 de Julio de 1934

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Los veinticinco ejemplares numerados de que consta la

presente edición, han sido repartidos entre:

Dámaso Alonso

Enrique Azcoaga

Juan Manuel Blecua

José Luis Cano

Manuel Cardenal

Camilo José Cela

Rafael Ferreres

Vicente Gaos

José Juan Garcés

Gabriel García Narezo

José García Nieto

Ramón de García-Sol

Fernando González

Pedro Lorenzo

Felipe Maldonado

Rafael Morales

Manuel Muñoz Cortés

José Antonio Muñoz Rojas

Antonio Rodríguez Moñino

Luis Rosales

José María Valverde

Luis Felipe Vivanco

y tres amigos del autor.