Parresia - Revista de Espiritualidad

47
Parresia JosÉ VICENTE RODRÍGUEZ Para conocer el alma, la personalidad completa y la doctri- na de Teresa de Jesús, doctora en oración, no hay mejor cami- no que estudiarla, escucharla y hasta espiarla cuando ora, du- rante el tiempo que emplea en sus diálogos suaves, o tormento- sos, pero siempre sinceros y audaces con Dios. El título parresia teresiana se puede descomponer tranquila- mente en: Teresa de Jesús sincera y audaz con Dios y con los hombres. Vamos alma adentro de la Santa por ese derrotero apuntado, por esas navegaciones altas de su oración persona- lísima. Sinceridad y audacia son dos temas difícilmente separables en ella; son tan gemelos que no sobreviven uno sin el otro, se fertilizan mutuamente. Es tan sincera porque es tan audaz y tan audaz porque es tan sincera. A Teresa de Jesús las muchas mercedes que recibía de Dios la hacían andar de lo más aniquilada, temiendo que "como una nao que va muy demasiado de cargada se va a lo hondo", no le fuera a acaecer así (7M 3,14). Para abordar esta nave llena de tesoros, vamos a saltar a ella desde la Biblia, su libro básico y el manantial más puro de su pensamiento y de su corazón 1. Los dos cuadros bíblico y te- 1 SECUNDINO CASTRO, Ser cristiano según Santa Teresa, EDE, Madrid, 1981, p. 19. En este mismo libro se estudia ampliamente el tema: La Biblia, fuente de vida, pp. 249-264; en p. 249, nota 1, bibliografía. En las citas de los textos teresianos seguimos la edición de las Obras completas de Santa Teresa editadas por Editorial de Espiritualidad. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 40 (1981), 527-573

Transcript of Parresia - Revista de Espiritualidad

Parresia

JosÉ VICENTE RODRÍGUEZ

Para conocer el alma, la personalidad completa y la doctri­na de Teresa de Jesús, doctora en oración, no hay mejor cami­no que estudiarla, escucharla y hasta espiarla cuando ora, du­rante el tiempo que emplea en sus diálogos suaves, o tormento­sos, pero siempre sinceros y audaces con Dios.

El título parresia teresiana se puede descomponer tranquila­mente en: Teresa de Jesús sincera y audaz con Dios y con los hombres. Vamos alma adentro de la Santa por ese derrotero apuntado, por esas navegaciones altas de su oración persona­lísima.

Sinceridad y audacia son dos temas difícilmente separables en ella; son tan gemelos que no sobreviven uno sin el otro, se fertilizan mutuamente. Es tan sincera porque es tan audaz y tan audaz porque es tan sincera.

A Teresa de Jesús las muchas mercedes que recibía de Dios la hacían andar de lo más aniquilada, temiendo que "como una nao que va muy demasiado de cargada se va a lo hondo", no le fuera a acaecer así (7M 3,14).

Para abordar esta nave llena de tesoros, vamos a saltar a ella desde la Biblia, su libro básico y el manantial más puro de su pensamiento y de su corazón 1. Los dos cuadros bíblico y te-

1 SECUNDINO CASTRO, Ser cristiano según Santa Teresa, EDE, Madrid, 1981, p. 19. En este mismo libro se estudia ampliamente el tema: La Biblia, fuente de vida, pp. 249-264; en p. 249, nota 1, bibliografía. En las citas de los textos teresianos seguimos la edición de las Obras completas de Santa Teresa editadas por Editorial de Espiritualidad.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 40 (1981), 527-573

528 J. V. RODRÍGUEZ

restano que presentamos son comunes a la sinceridad y a la audacia. Dedicada una primera parte a su sinceridad para con Dios, veremos luego su audacia contra todo y contra todos, me­jor, frente a todo y frente a todos, mejor aún: en pro de todo y de todos.

CUADRO BÍBLICO

A Teresa le importaba bien poco ser o no ser de estirpe judía. Pero estaba emparentada directamente con las grandes figuras del pueblo elegido por las sendas del encuentro con Dios a 10 Abrahán, a 10 Moisés, a 10 Pedro, a 10 Juan Evangellsta, a 10 Virgen María; y todo esto por los caminos de la oración: de su oración vista desde una altura y una perspectiva particu­lar, y desde su vida que vino a ser oración permanente.

Parresía

Sinceridad para con Dios y audacia son dos manifestaciones de una actitud fundamental denominada cuasi-técnicamente en la Escritura parresía 2 (lit. = decirlo todo).

Este vocablo, usado por escritores griegos: Eurípides, De­móstenes,Platón, Aristóteles, Isócrates, etc., recurre unas 32 ve­ces en el Nuevo Testamento:

- En la Primera Carta de San Juan (2,28; 3,21; 4,17; 5,14), en algún texto de Pablo (Ef 3,12), en alguno de la Carta a los Hebreos (3,6; 10,35) significa especialmente la confianza plena, sólida, segura frente a Dios de ser escuchado en los justos de­seos y requerimientos: en la oración y en la vida. Y la consi­guiente franqueza de lenguaje con que se habla con Dios con el corazón y con los labios; la frente erguida con que se le mira, con que se trata con El; la libertad filial con que puede el cris­tiano acercarse al trono de Dios, habiéndole abierto y facilita­do el acceso Jesucristo Salvador.

Oración filial de quien se sabe hijo y cree firmemente en esa su condición o categoría; hijo en el Hijo y alentado por el Es-

2 Cfr. H. SCHLIER, arto Parresia, ThWb V, 1954, pp. 869-885. En la versión ita­liana de este Gran Léxico del N. T. de Kittel-Friedrich, Paideia, Brescia, V. IX, pp. 878-931. Cfr_ también Diccionario teológico del N. T. (L. Coenen, E. B., H. B.), ed. Slgueme, Salamanca, 1980, v. confianza, valentía, PP. 295-297.

P ARRESÍA TERESIANA 529

píritu Santo. Su parresía rezuma gozo y paz que nacen de la esperanza, del amor y de la fe inquebrantable. Quien así ora y quien así mira a Dios podrá mantener la frente alta asimismo el día del Juicio y de la venida de Cristo.

Significa también y más que nada en los Hechos de los Apóstoles (cuya penúltima palabra es precisamente parresía: 28,31) "la audacia", "la libertad", "la franqueza" con que bajo el impulso del Espíritu Santo, los apóstoles, heraldos del Evan­gelio, "anuncian el mensaje cristiano con corajuda sinceridad, gemela de la que los profetas verdaderos despliegan en el An­tiguo Testamento" 3, siendo ésta una de las características más destacadas de la predicación cristiana desde el día de Pente­costés.

Para decirlo con uno de los mejores conocedores de la Bi­blia: "La parresía es una audacia, hecha de libertad y de con­fianza, que permite presentarse sin temor ante un superior, ante perseguidores o algún interlocutor que pueda contradecir o re­prender" 4, y confianza plena entre amigos que permite y obliga a hablar con sinceridad y claridad, sin reticencias.

Modelos de parresía oracional

Como ejemplares clásicos de esta actitud franca frente a Dios sobresalen: a) Abrahán, llamado por el mismo Dios "mi amigo" (Is 41,8) y que, como tal, se atreve a interceder a brazo partido con Dios en un diálogo y regateo apasionante por los moradores de las ciudades malditas de Sodoma y Gomarra (Gn 18,23-32); b) Moisés, llamado también "amigo de Dios" (Ex 33, 11), lucha con Dios en la oración de un modo dramático, titá­nico, y lo desarma: palabras tajantes y audaces, si las hay: "¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con grande poder y mano robusta? .. Desiste del incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pue­blo. Acuérdate de tus siervos Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo, diciendo: "multiplicaré vuestra descenden­cia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he ha-

3 Sagrada Biblia, Ed. Codex (dirección Alejandro D. Macho), t. 6, 1965, p. 298. Ibid., p. 363, t. 7, voz franqueza.

4 SPICQ, Agapé, III, Paris, 1959, p. 294.

530 J. V. RODRíGUEZ

blado se la daré a vuestra descendencia, para que la posea siempre" (Ex 32,11-33).

Después de haber triturado el becerro de oro y roto las ta­blas, volvió Moisés al Señor e intercediendo una vez más por su pueblo, le dijo: "Este pueblo ha cometido un pecado graví­simo haciéndose dioses de oro. Pero ahora, o perdonas su pe­cado o me borras de tu registro" (Ex 32,31-32).

Es el ultimátum de un amigo audaz que, en nombre de otros amigos audaces: Abrahán, Isaac y J acob, y con el peso de to­dos ellos hace que Dios se arrepienta "del mal que pensaba ha­cer a su pueblo" (Ex 32,14).

e) Los Salmos menudean en este tipo de oración: de eloo•

cución franca, de lenguaje abierto, confiado e interpelante. Es un libro total de oración y tendríamos que traer aquí el Salterio entero.

d) El libro de Job es el manual de la audacia, constelado de súplicas, de preguntas, de angustias, de lamentos, de quere­llas a Dios, quien, a su vez reta y apostrofa al hombre y le cita a singular combate. Inexistente el personaje histórico en cuan­to tal, es mucho más modélico este Job bíblico como encaman­do tanta problemática humana, en concreto la de enfrentarse con Dios y hablarle audazmente; e) en los libros proféticos hay una marea oracional intensa: v. gr. Is 12,1-6; 25,1-5; 26,1-19; 37, 14-20; 38,9-20; 63,7-14; 63,15-19 (oración extraordinaria a Dios, Padre); 64,1-11). Jeremías, a pesar de las repetidas pro­hibiciones de interceder por el pueblo (7,16; 14,11), derrama su alma en esta oración:

"¡Señor, reconocemos nuestra culpa y los delitos paternos; te hemos ofendido. Por tu nombre no nos rechaces, no desprestigies tu trono glorioso, recuerda tu alianza con nosotros, no la rompas. ¿Hay entre los ídolos paganos uno que dé lluvia? ¿Sueltan solos los cielos sus chubascos? Tú, Señor, eres nuestro Dios, en ti esperamos, porque eres tú quien hace todo esto" (14,20-23).

Muerto ya se le identifica como "el profeta de Dios, que ama a sus hermanos e intercede continuamente por el pueblo y la santa ciudad" (2Mac 15,12-14). Sigue haciendo lo que hizo en vida. En la profecía de Daniel hay también un clamor ora-

P ARREsÍA TEREsIANA 531

don al amplísimo (2,20-23; 3,24,·45; 3,52-90; 9,4-19; 13,42-43). Y dejando a un lado a los demás profetas, hay que fijarse en la intercesión final d(! Habacuc (3,2-19), y el final de Miqueas, anunciando la restauración (7,16-20).

Campeones de la parresía frente a los hombres

En el mundo pagano, Sócrates es considerado como ejem­plo de parresía, de total libertad de palabra. Lo mismo pasa con Diógenes para quien "la cosa más hermosa entre los hom­bres era la parresía" = libertad de palabra 5.

Sin hablar de los profetas del A.T., en el mundo cristiano, como campeones de la parresía en la predicación y en el dar testimonio de la verdad ante los hombres y ante los tribunales han quedado: los apóstoles: Pedro, Juan, etc., antes de la ve­nida del Espíritu Santo tan acobardados y pusilánimes, San Pa­blo. etc., " ... con gran fuego de amor de Dios ... estaban los apóstoles ... ; ya aborrecida la vida y en poca estima la honra que no se les daba más, a trueco de decir una verdad y susten­tarla para gloria de Dios, perderlo todo que ganarlo todo, que a quien de veras lo tiene todo arriscado por Dios, igualmente lleva lo uno que lo otro" (V 16,8). Así, magistralmente, confi­gura Teresa la parresía de los apóstoles en la proclamación del Evangelio. Entre otras cosas habían heredado, como hemos di­cho más arriba, el coraje de los antiguos profetas. Contempo­ráneo de los apóstoles y campeón de audacia fue también Juan el Bautista (Mt 3,1-12; Me 1,2-8; Le 3,1-18; Jn 1,19-28; Mt 14,1-12; Me 6,14-29; Le 9,7-9), el protomártir Esteban (Hch 6,8-70), lo mismo que los mártires de todos los tiempos, lleva­dos a los tribunales, juzgados, condenados -o condenados sin juicio- y que por la confesión de su fe han sido: crucificados, degollados, fusilados, quemados vivos. Bastaría leer la historia del martirio de los santos Pablo Mild y compañeros para ver cómo se predica desde la cruz una vez clavados en ella, la cruz convertida en el "púlpito más honorable de todos los que hasta entonces habían ocupado".

Culminación: como modelo y arquetipo de parresía pura ante quien palidecen todos los anteriores y posteriores tenemos a Cris-

5 Recordado por H. SCHLIER, l. c., p. 872.

532 J. V. RODRÍGUEZ

to Jesús, de quien nacen y en quien confluyen todas estas fun­ciones o misiones. Ejemplo y maestro de parresía en la predi­cación y (!n la oración. ¿Citas? Los cuatro evangelios enteros. Por eso en la Carta a los Hebreos se exhorta "a los hermanos consagrados (= santos = cristianos) que compartís el llama­miento celeste, considerad (= mirad, contemplad) al apóstol ( = enviado ) y sumo sacerdote de la fe que profesamos (= de nuestra profesión de fe): JESUS" (3,1).

La parresía (= santo orgullo) no está reñida, sino todo 10 contrario, 'con la auténtica y profunda humildad y así el "Mag­nificat" de la Virgen (Lc 1,46-55) es modelo de parresía en cuanto oración y en cuanto que confiesa abiertamente, de modo humilde y positivo, las grandezas de Dios prodigadas a ella, a "la excelsa hija de Sión", echando una mirada denunciadora a poderosos, soberbios, ricos, etc.

CUADRO TERESIANO

Con esta estirpe de esforzados, de libertadores, de verdade­ros gigantes, de amigos y confidentes de Dios, de apóstoles y profetas audaces, de mujeres fuertes (Judit 9,1-14: véase su ora­ción imperiosa), entronca Teresa de Jesús. Ejemplar extraordina­rio de alma orante y dinámica, de personalidad parresiástica en plenitud.

Consciente y apreciadora de su parentesco espiritual con Cris­to contemporáneo y de sus relaciones amorosas y nupciales con El como cristiana, como religiosa y como mística da sobrada­mente la talla y el peso que le estamos atribuyendo.

La Santa, contemplada en visión terminal y lograda de su personalidad, es profeta en el sentido más sustantivo y radical de la palabra, es decir, "edifica, exhorta, consuela" (ICor 14,3), recordando a los hombres sus obligaciones y los derechos de Dios. Es apóstol, predicadora, doctora. Todo en una pieza. Y a Dios le recordará sus obligaciones y promesas y su alianza con los hombres.

Los deseos del martirio son línea y ardor continuo en su alma; siendo, por otra parte, en frase suya: "la vida del buen religioso (y del verdadero orador ( = orante) y que quiere ser

P ARRESÍA TERESIANA 523

de los allegados amigos de Dios, un largo martirio" (= largo testimonio) (C 12,2),

Handicap: Pero aquí se impone una advertencia: la mística doctora, llena de posibilidades, partió en el desempeño de algu­nas de estas funciones, no en la de ser orante, y en el logro de su personalidad con una especie de handicap o desventaja, Desven­taja, sentida y tolerada por ella de mala gana: "basta ser mujer para caérseme las alas, ¡cuánto más mujer y ruin!" (V 10,8), "En fin, mujer, y no buena, sino ruin" (V 18,4), "Una mujer­cilla tan sin poder como yo, bien entendía que no podía hacer nada" (F 2,4),

Hablando a sus monjas del buen ejemplo que han de darse mutuamente, no excusándose y sufriendo otras adversidades, asegura que "más levanta una cosa de estas a las veces el alma que diez sermones", y añade: "Pues todas habéis de procurar de ser predicadoras de obras, pues el apóstol y nuestra inhabi­lidad nos quita que lo seamos en las palabras" (CE 32,1; CV 15,1).

Suspirando por una libertad que no le era posible, dice en las Moradas VI: "se querría meter en mitad del mundo, por ver si pudiese ser parte para que un alma alabase más a Dios, y si es mujer, se aflige del atamiento que le hace su natural, porque no puede hacer esto, y ha gran envidia a los que tienen libertad para dar voces, publicando quién es este gran Dios de las Caballerías" (6,3).

Frente a estas limitaciones nativas, y añadidas en una socie­dad civil y religiosa estructurada como la que le tocó vivir a la Madre Teresa, ¿cómo se las arregló, cómo reaccionó? ¿Anulan­do o arrumbando pesimística y fatalÍsticamente su personalidad? Nada de eso, Sobrepotenciándola. Apoyándose en Dios, se cre­ció ante las dificultades y, llegada su hora, encaminó sus días y los de cuantos y cuantas la siguieron con realismo de estra­tega,

El repliegue -no deserción- que ordena en la ciudad, ciu­dadela o castillo, castillito de sus monasterios con sus hijas lo hace no por pusilanimidad o pesimismo, sino para pelear mejor y más denodadamente por Dios y con Dios en la oración y mor­tificación (e 3,5).

La petición por el bien de la Iglesia, de sus ministros, teó-

534 J. V. RODRÍGUEZ

lagos, predicadores y defendedores, etc., ha de ser de por vida, "siempre", "contina", con el cortejo de virtudes que han de si­multanear en la más pura simbiosis con la vida de oración.

La beligerancia concedida por la Santa a las orantes y con­templativas, "verdaderas oradoras" o a la oración en cuanto tal, se comprende recordando que la oración para ella es puerta, la puerta del castillo, de las meroedes de Dios, de su Reforma, etcétera, puerta, en definitiva, de todo lo bueno.

Afianzamiento de Teresa en la pal'resía

Entrando el alma de Teresa en s1 misma por esa puerta y progresando en la exploración de su castillo por un proceso de interiorización y de concentración se va autoconociendo más y mejor, mirándose en Dios.

y no hay duda de que uno de los frutos mejores del trato amistoso con 'Dios que se establece a través de la oración -la oración misma es ese trato (V 8,5)- es, justamente el conoci­miento de sí:

- positivo: conocer o reconocer beneficios, virtudes, buenas cualidades, valores, dones, mercedes de Dios recibidas, deposi­tadas en su persona, con capacidad dilatable de ese mismo su­jeto receptor, posibilidades de hacer el bien, de extender el Reino de Dios, de ser útil a la Iglesia, etc.,

- negativo: miserias, pecados, imperfecciones, defectos, con­dicionamientos, limitaciones, etc.,

- y el conocimiento de Dios: Trino y Uno, bondadoso, mi­sericordioso, comprensivo, dador de todo, grande, todopoderoso, omnipresente, fiel, amigo verdadero, estable, majestuoso, vivo y verdadero, sumo poder, suma bondad, suma verdad, LA VER­'DAD, la misma sabiduría, sin principio, sin fin, padre, hermano, señor, esposo, muy buen pagador, infinito.

Estos son algunos de los títulos o nombres que da la Santa a su Dios, siendo para ella su auténtico Dios Jesucristo el Señor.

Ya en la oración más elemental, en el abecé de la oración figuran estas bases:

-¿Quién es Dios? ~¿Con quién hablo?

P ARRESÍA TERESIANA 535

-¿Cómo he de hablarle? -y ¿ "quiénes somos los que osamos hablar con tan gran

señor?" (CE 41,3; CV 25,3).

Desde su atalaya interior

En la formación y afianzamiento de esta protagonista del diálogo con Dios, a lo que da de sí la reflexión meditativa o la consideración fundada en fe, se sobrepone de un modo insobor­nable por vías místicas 10 que para esa alma así favorecida re­sulta Dios en toda su grandeza y majestad: lejano y asequible, transcendente e inmanente; lo que es y significa para ella Cristo, su hermosura, su bondad, su amor, su fraternidad, su compañía, etcétera; en !lna palabra: Cristo "el Dios (y Hombre verdadero) con nosotros".

Al mismo tiempo como garantía de autenticidad y como tes­timonio del acercamiento de Dios al hombre, el alma se desha­ce en el conocimiento contemplativo de su nada, en la expe­riencia mística de su no ser, se uItracimenta en humildad, en fortaleza, en caridad, en celo apostólico, en desasimiento de todo lo criado, en (;:1 desprecio o menosprecio, o menor aprecio de las cosas del mundo.

A la par de este autoconocimiento y conocimiento de Dios -por las vías ascéticas y místicas señaladas- se va dando, se ha de ir dando la conformidad o encuentro de las condiciones de que habla la Santa (V 8,5-6), para que el amor sea verda­dero y dure la amistad. Sin este "condicionamiento" o aclima­tación la oración será algo puramente episódico, esporádico y superficial, no verdadero trato de amistad permanente y fértil en buenas obras: en amor, en definitiva, práctico y realista por el bien de la Iglesia, dentro de la propia vocación.

Allegada el alma a Dios, "subida en esta atalaya adonde se ven verdades" (V 21,5), calibra justamente, en el campo viven­cial e intelectual y volitivo, lo temporal y lo eterno; 101 estable y lo transitorio; 10 permanente y 10 efímero; 10 humano y lo di­vino. Fruto de estas experiencias es aquel juicio suyo: "Jamás nos acabamos de conocer, si no conocemos a Dios" (2M 1,9); y este otro: "Dios nos conoce más que nosotros mismos y nos ama" (6M 9,16). Desde esa atalaya de la contemplación (otero,

11

536 J. V. RODRÍGUEZ

dice Juan de la Cruz, expresando la misma realidad: CB 2,3; 13,10) ve el alma con claridad sorprendente la "farsa de esta vida tan mal concertada" (V 21,6); las cosas de este mundo "tan vanas que parecen ... cosa de juego de niños" (V 25,21); que este mundo es "todo mentira y falsedad" (6M 10,7); le parecen sombras las personas y todas las cosas de la tiena" (6M 11,8); le parece "basura" todo lo de acá (V 38,3). Entiende claro ser la ayuda de los hombres, de todos los seres humanos "unos pa­lillos de romero seco y que asiéndose a ellos no hay seguridad, que en habiendo algún peso de contradicciones o murmuracio­nes, se quiebran" (CC, 3. a Avila 1563, n. 1). Ve que no hay que temer la muerte y parécele "facilísima cosa para quien sirve a Dios, porque en un momento se ve el alma libre de esta cárcel y puesta en su descanso" (V 38,5).

También este ver las cosas en Dios y desde la altura de Dios, así lo ·confiesa, le ha aprovechado mucho "para conocer nuestra verdadera tierra y ver que somos acá peregrinos, y es gran cosa ver lo que hay allá y saber adónde hemos de vivir" (V 38,6).

Así a golpes y a temperaturas de Dios más que nada se ha templado ,y forjado esta espada de parresía ante Dios y ante los hombres, que es Teresa de Jesús. Por lo mismo entre sus hijas entregadas de por vida a la oración y a la penitencia por la Iglesia, ricas de santidad y distinguidas con grandes favores divinos muchas de ellas, descuella la propia Santa. Las ha reuni­do y juntado el Señor como en una eclesiola o "iglesia domés­tica". Con espíritu de solidaridad no se cansa la fundadora de recomendarles que la ayuden a cumplir sus deseos: "Lo que aho­ra os pido pidáis a Dios -y yo, aunque miserable, lo pido a su Majestad con vosotras- es que en lo que he dicho nos oiga, pues es para gloria suya y bien de su Iglesia, que aquí van mis deseos" (CE 3,6).

Cátedra de parresía

Teresa forcejea con San Pablo, o más bien con quienes en­tendían el veto del Apóstol de un modo estrecho y desorbitado, y los desborda a todos en bloque. Asistimos aquí a una pugna, a una agonía vital. Por eso no nos extraña que en Vida (27,13) diga al P. Garda de Toledo: "Dé voces vuestra Merced en decir estas verdades, pues Dios me quitó a mí esta posibilidad."

P ARRESÍA TERESIANA 537

Pero, encontrará el modo de vengarse, de compensarse, con­tándole y cantándole a Dios con la más limpia y auténtica pa­rresía lo que quisiera decir cara a cara a los hombres, a la cris­tiandad entera. Su cátedra será, pues, preferentemente, la ora­ción; su estilo el oracional; tú a tú; diálogo fuerte; de poder a poder con el mismo Dios. Desde este "castillo" se autocon­cede la beligerancia más absoluta, o mejor, se toma y explota la que Dios le da, pues a veces, confiesa, "no hay razón que baste a no me sacar de ella cuando me saca el Señor de mí, ni creo soy yo la que hablo desde esta mañana que comulgué; parece que sueño lo que veo, y no querría ver sino enfermos de este mal que estoy yo ahora. Suplico a vuestra Merced (= García de Toledo) seamos todos locos por amor de Quien por nosotros se lo llamaron" (V 16,6). De estas mañanas y jornadas ente­ras tuvo muchos años en su vida, por fortuna nuestra.

En carta de 18 de diciembre de 1576 dice al P. Gracián: " ... no querría que ninguno me oyese lo que trato con Dios ni me estorbase a estar con El a solas". Mas por dicha nuestra tenemos recogidas en un librito muchas de esas conversaciones o efusiones de la Madre Teresa. Me refiero a: "Exclamaciones o meditaciones del alma a su Dios escritas por la Madre Teresa de Jesús, en diferentes días, conforme al espíritu que le comu­nicaba nuestro Señor después de haber comulgado, año de 1569."

Ya hace años que señalábamos en Exclamaciones "su gran sentido de la franqueza o parresía frente a Dios" 6. Y puestos en otra ocasión a enumerar realidades sorprendentes frente a las cuales, positivas o negativas, el alma teresiana se sentía sacudi­da, sobrecogida, sobresaltada, etc., dábamos veinte temas bu­llentes en las Exclamaciones. El impacto dejado en ella por esas realidades da origen o hace nacer en ella: a) preguntas; b) ex­clamaciones; c) consideraciones; d) ponderaciones; e) arrepenti­mientos; f) propósitos; g) fatigas interiores; h) crispaciones; i) preocupaciones eclesia1es; k) dulces requiebros; 1) denuncias pro­féticas, etc., etc., todo ello fundido en apóstrofes o diálogos ar­dientes del alma de la santa doctora que busca interlocutores con quienes compartir y en quienes depositar tanto cargamento. Los interlocutores que encuentra serán unas veces personales, otras

6 En Obras completas, EDE, 1978, p. 118,6, Y lo repetimos en Introducción a la lectura de Santa Teresa, EDE, Madrid, 1978, p. 398.

538 J. V. RODRÍGUEZ

personificados: la propia vida (1,1,3; 3,2; 6,1; 17,4); la propia "ánima" (1,1; 6,3; 7,2-3; 15,3; 16,4; 17,5-6); los hermanos e hijos de Dios (14,3); los cristianos (10,2; 12,5; 14,2); los mor­tales (12,4); los tormentos sin fin (11,2); los bienaventurados (13,1-2,4); S!llibre albedrío (17,4) y, sobre todo, el Señor-Dios con todos los tonos o variantes que le proporciona su fe y le sugiere su corazón de mujer santa enamorada de Cristo 7.

Los 'coloquios grabados en la obrita de las Exclamaciones no son ni las únicas ni las más ardientes muestras de su parresía vivida y hablada. El orar = hablar con Dios de esta gran con­versadora nos contagia en todas sus obras. Muy cercana a las Exclamaciones habrá que poner alguna de sus poesías: Vivo sin vivir en mí; ¡Oh hermosura que excedéis!; Vuestra soy, para vos nací, lo mejor de lo mejor en este hablar parresiástico; Ayes del destierro; y, por transcribir ya un ejemplo, Coloquio de amor:

"Si el amor que me tenéis, Dios mío, es como el que os tengo; decidme: ¿en qué me detengo? o Vos, ¿en qué os detenéis? -Alma, ¿qué quieres de mí? -Dios, mío, no más que verte. -¿Y qué temes más de ti? -Lo que más temo es perderte."

Pero es tal el dialogar interior de esta mujer que, ya lo dijo muy bitm Juan XXIII, -cuando toma la pluma "transforma en tratados dE) oración incluso sus memorias, los diarios y las na­rraciones históricas; tan arraigada está en ella la idea de la pre­sencia divina y t;!l trato amistoso con el dulce Huésped del al­ma" 8.

No es tan fácil clasificar los coloquios de la Santa, como se ha hecho, por ejemplo, -con los Salmos: himnos, lamentacio­nes, cantos de acción de gracias, etc., pues su alma es todo a la vez: una fuente de alabanza, de agradecimiento, de súplica. Vibra toda ella junta; a veces abatida, a veces exaltada; siempre ella misma.

Si la clasificación no es fácil, es facilísimo, sin embargo, captar la tónica en su trato con Dios y en 10 que se exige a sí misma: es la sinceridad (= parresía) con todos los matices o

7 Introducción a la lectum, o. c., pp. 395·397. 8 Al Capítulo General OeD, 29 abril 1961: Ecclesia, n. 1036, 20 de mayo, p. 9.

P ARRESÍA TERESIANA 539

equivalentes de esta palabra: franqueza, sencillez, veracidad, in­genuidad, naturalidad, verdad, lealtad, honradez, familiaridad, confianza, desahogo, libertad, cordialidad, buena fe, lisura, cla­ridad, transparencia de corazón, etc.

Queriendo escribir un libro de ORACIONES de SAN PA­BLO, el autor ha tenido que andar transportando textos del após­tol "a una clave diferente; escribiendo sencillamente las palabras de San Pablo sobre Dios,como si fueran dirigidas a Dios" 9. En el caso de Teresa, ella misma nos lo da hecho infinidad de ve­ces, y no tenemos que andar con inflexiones o transposiciones de la persona gramatical. Habla ya directamente a Dios, sobre Dios y sobre cuanto alcanza.

"La religión por su naturaleza es una relación entre Dios y el hombre. La oración expresa con diálogo esta relación ... Amor es EL .. ; amor es nuestro mandamiento supremo. El diá­logo se hace pleno y confiado; el niño es invitado a él, y el místico en él se sacia." Así Pablo VI en Ecclesiam Suam (n. 47).

Teresa, alma de niño a lo evangélico y gran mística, no diría yo que se sacia; a lo más se apacigua, se aplaca, se "tiempla" en este diálogo.

Algunos momentos y textos de la parresía teresiana

La sinceridad para con Dios que bulle en las Exclamaciones y en las poesías ya mencionadas, bulle también en cualquiera otro dialogar suyo, siempre lleno de vivacidad. Todo nos lanza alma adentro de la Madre Teresa, pero en especial lo más es­trictamente biográfico: en lo natural y en lo sobrenatural JO.

Una palabra sobre este tono biográfico: todas las obras de la Santa son, en algún modo, autobiográficas; pero algunas lo son más abierta o más descubiertamente, más de cara al pú­blico, si queremos. Tales son, sobre todo, la Vida y las Cuentas (o Relaciones) de Conciencia. El objeto principal de la narra­ción es la autora misma. AquÍ es donde Teresa se confiesa ante sus confesores o padres espirituales y, en definitiva, ante Dios.

9 HILSDALE, PAUL, Oraciones de San Pablo, Madrid, 1966, p. 3. 10 Cuando hablo de biográfico en lo sobrenatm'al me refiero particularmente como

a una cumbre a la vida que vivía en Cristo: vida nueva, como puntualiza en V 23,1 Y V 6,9, Y pondera en 7M 2,4·8.

540 J. V. RODRÍGUEZ

Se confiesa en el doble sentido de esta palabra: proclamando las grandezas de Dios y de sus gestas salvadoras y manifestan­do los propios fallos y pecados. Esta confesión "del pecador sólo es verdadera si es proclamación de la santidad de Dios". Tal es el rumbo, por ejemplo, de Las Confesiones de San Agus­tín y tal el de las confesiones de Santa Teresa.

La Santa, refiriéndose a una primera relación que hizo y que se ha perdido, escribe: "Comencé a tratar de mi confesión general y poner por escrito todos los males y bienes, un discur­so de mi vida lo más claramente que yo entendí y supe, sin dejar nada por decir. Acuérdome que como vi después que lo escribí tantos males y casi ningún bien, que m~ dio una aflic­ción y fatiga grandísima" (V 23,15). Pero, años después, se le había pasado u olvidado esa "fatiga y aflicción" y en las pri­meras líneas de la Vida que tenemos se lamenta de que no le han dado larga licencia "para que muy por menudo y con cla­ridad dijera mis grandes pecados y ruin vida: diérame gran con­suelo. Mas no han querido, antes atádome mucho en este caso" (Prólogo, 1). Y comienza vengándose de esas "ataduras", pro­clamándose pecadora, ruin, que no halla santo de los que se convirtieron con quien consolarse, porque ellos una vez llama­dos y perdonados no le volvieron a ofender, y ella sí: tornaba a ser peor y "parece traía estudio a resistir las mercedes que su Majestad me hacía". Y, volviéndose a Dios, dice: "j Sea ben­dito por siempre, que tanto me esperó ... ; a quien siempre ala­ben todas las cosas. Amén!" (Prólogo 2).

Hay en la vida de Teresa algo singular. No es sólo su con­ciencia la que la acusa, la que la reprende, la que hace el exa­men. Es tantas veces el mismo Señor quien personalmente le recuerda los pecados o la reprende con la consiguiente pena del alma: " ... muchas las veces que (el Señor) me hacía reprensio­nes y hace cuando hago imperfecciones, que bastan a deshacer un alma; ... otras traerme a la memoria mis pecados pasados ... , que parece ya se ve el alma en el verdadero Juicio, porque le representan la verdad con conocimiento claro, que no sabe adónde se meter" (V 26,2). Más adelante, también en Vida evoca otra serie de esos repasos que le hacía el Señor, con idén­ticos resultados y con un conocimiento de su miseria mucho más profundo con "una palabra de éstas" que el que podría al­canzar en muchos días de reflexión (38,16).

P ARRESÍA TERESIANA 541

De esos repasos v revisiones de vida operados por Dios salía con aumento de humildad = verdad y con nuevos ímpetus o empujes de sinceridad. Esta era la mejor escuela de parresía y éste su Maestro e interlocutor en ese mismo clima de fran­queza. La parresía de Cristo llamaba a la parresía de Teresa, como un abismo llama a otro abismo.

Sincera en sus confesiones va haciendo resúmenes de años de vida, de situaciones difíciles de conciencia, de períodos de ingratitud, y cuenta tantas cosas acerca de lo que ella llama sus "años ruines", de contiendas con Dios y con el mundo por querer seguir al uno y al otro concertando en sí misma estos dos contrarios (dr. V 8,2; 7,17). Y ¿para qué contar todo eso? Lo mismo se había preguntado San Agustín en sus Confesiones: ¿por qué él 'era tan brutalmente sincero? La Santa a su propia pregunta responde: "para que se vea la misericordia de Dios y mi ingratitud", y también "para que se entienda el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad" (V 8,4), con alma comprometida.

El sentirse ingrata le muerde el alma, "con ser yo, dirá, de mi condición tan agradecida" (V 35,11) y, al contar sus defi­ciencias, se define "pertinaz e ingrata" (V 8,1).

En una larga oración, pura parresía ante Dios, hace una confrontación de su vida pasada desde que hizo su profesión religios'1 con gran determinación y contento, el 5 de noviem­bre de 1537 a sus veintidós años cumplidos.

Tenía que haber empleado todo su amor en Dios, como con­sagrada a El y tan favorecida por El. No lo hizo; más bien todo lo contrario. No le queda más remedio que recurrir a la mise­ricordia y que todo el mundo lo sepa:

"Que es verdad, cierto, que muchas veces me templa el sen­timiento de mis grandes culpas el contento que me da que se entienda la muchedumbre de vuestras misericordias. ¿En quién, Señor, pueden así resplandecer como en mí, que tanto he os­curecido con mis malas obras las grandes mercedes que me co­menzasteis a hacer? ¡Ay de mí, Criador mío, que si yo quiero dar disculpa, ninguna tengo! Ni tiene nadie la clllpa sino yo; Porque si os pagara algo del amor que me comenzasteis a mos­trar, no le pudiera yo emplear en nadie sino en Vos, y con esto se remediaba todo. Pues no lo merecí ni tuve tanta ventura, ¡válgame ahora, Señor, vuestra misericordia!" (V 4,3-4).

542 J. V. RODRÍGUEZ

Siempre cierra los recuentos de sus miserias con la alabanza o la bendición a Dios misericordioso con frases como estas: "¡Bendito seais Vos, Señor, que tanto me habéis sufrido! Amén" (V 2,9). "¡Sea bendito por siempre! Amén" (V 3,4). O esta ora­ción más larga: "¡Bendito seais por siempre que, aunque os dejaba yo a Vos, no me dejastes Vos a mí tan del todo que no me tornase a levantar, con darme Vos siempre la mano; y mu­chas veces, Señor, no la quería, ni quería entender cómo muchas veces me llamábais de nuevo!" (V 6,9).

M ¡seria y misericordia

En torno a estos dos temas: miseria propia y misericordia de Dios se desarrollan tantos de los coloquios de la Santa. He­cha experiencia de su miseria real, y sobre todo, sintiendo la capacidad que tenía para ser mala lo mismo que para ser buena, la angustiaba tantas veces la preocupación de no saber si per­severaría en el bien: esa incertidumbre, esa desconfianza de sí era real, no fingida.

Habida, además, visión = experiencia del más allá, no nos sorprenden confidencias como éstas con el Señor: "Mas, ¡ay Dios mío!, ¿cómo podré yo saber -cierto que no estoy apartada de Vos? ¡Oh vida mía, que has de vivir con tan poca seguridad en ·cosa tan importante! ¿Quién te deseará, pues, la ganancia que de ti se puede sacar o esperar, que es contentar en todo a Dios, está tan incierta y llena de peligros?" (E 1,3).

Esto en la primera de sus Exclamaciones. En la última, como algo que sigue martirizándola, viendo que el "yo", "su yo tere­siano" es el peligroso, habla de un modo arrebatado: "¡Oh Dios mío y mi sabiduría infinita sin medida y sin tasa y sobre todos los entendimientos angélicos y humanos! ¡ Oh amor que me amas más de lo que yo me puedo amar, ni entiendo! ... ¡Qué mise­rable es la sabiduría de los mortales e incierta su providencia (Sab 9,14); proveed Vos por la vuestra los medios necesarios para que mi alma os sirva más a vuestro gusto que al suyo; no me castiguéis en darme lo que yo quiero o deseo, si vuestro amor, que en mí viva siempre, no lo deseare" (E 17,1-3).

Esto frente a Dios y, volviéndose a sí misma, esta especie de conjuro: "¡Muera ya este yo y viva en mí otro que es más

P ARRESÍA TERESIANA 543

que yo y para mí mejor que yo, para que yo le pueda servir; El viva y me dé vida; El reine y sea yo su cautiva, que no quiere mi alma otra libertad!" (Ibid., 3). Y siempre razonadora desde el interior de las cosas, se pregunta: "¿Cómo será libre el que del Sumo estuviere ajeno?, ¿qué mayor ni más miserable cauti­verio que estar el alma suelta de la mano de su Criador?" (Ibid., 3). Y, como anhelando algo definitivo, esta bienaventuranza: "¡Dichosos los que con fuertes grillos y cadenas de los benefi­cios de la misericordia de Dios se vieren presos e inhabilitados para ser poderosos para soltarse!" (Ibid., 3). Y alegando un texto del Cantar de los Cantares, tan con genial con su tempe­ramento místico: "Fuerte es como la muerte el amor y duro como el infierno" (8,6), se enardece: "¡Oh, quién se viese ya muerto de sus manos y arrojado en este divino infierno, de donde ya no se esperase poder salir o, por mejor decir, no se temiese verse fuera!; mas, ¡ay de mí, Señor, que mientras dura esta vida mortal siempre corre peligro la eterna!" (Ibid., 3).

Y de nuevo a la intemperie, tratando de conciliar lo que pa­reoe inconciliable: "¡Oh vida enemiga de mi bien, y quién tu­viese licencia de acabarte! Súfrote porque te sufre Dios; man­téngote porque eres suya; no me seas traidora ni desagradecida. Con todo esto, ¡ay de mí, Señor, que mi destierro es largo: breve es todo tiempo para darle por vuestra eternidad; muy lar­go es un solo día y una hora para quien no sabe y teme si os ha de ofender! ¡Oh libre albedrío tan esclavo de tu libertad, si no vives enclavado con el temor y amor de quien te crió! ¡Oh, cuándo será aquel dichoso día que te has de ver ahogado en aquel mar infinito de la suma Verdad, donde ya no serás libre para pecar, ni 10 querrás ser, porque estarás seguro de toda mi­seria, naturalizado con la vida de tu Dios" (Ibid., 4).

Después de esta explosión parresiástica, si las hay, se en­tretiene en presentar qué significará esa naturalización con la vida de Dios que "es bienaventurado porque se conoce y ama y goza de sí mismo, sin ser posible otra cosa". El final, ante tanta grandeza, es la disponibilidad más plena, hecha oración: "¡Sírvate yo siempre y haz de mí lo que quisieres!" (Ibid., 5-6).

544 J. V. RODRÍGUEZ

Locura celestial

Desde esta altura de alma, atalaya de Dios, ve la importan­cia de la oración, de la vida cristiana realmente vivida por todos, percibe la angustia de quienes no aciertan a evangelizar de un modo eficaz, por exceso de cabeza tantas veces y por falta de amor, y se goza sobre manera cuando encuentra personas que, entregadas a Dios de veras, están tocadas de ese mal de amor de Dios, de esa borrachera divina, locura divina, y en ese con­texto espiritual nos regala con este paso lleno de parresía y atre­vimiento, de libertad yconfiallza ante Dios: "¡Bendito seáis por siempre, Señor; alaben os todas las cosas por siempre!" Y, des­pués de esta captación de la voluntad o benevolencia divina, ataca: "¡Quered ahora, Rey mío, suplícooslo yo, que, pues cuan­do esto escribo no estoy fuera de esta santa locura celestial por vuestra bondad y misericordia -que tan sin méritos míos me hacéis esta merced- (¿qué es lo que suplica, qué es lo que manda? Atención a las disyuntivas): "que o estén todos los que yo tratare locos de vuestro amor, o permitáis que no trate yo con nadie, u ordenad, Señor, cómo no tenga ya cuenta en cosa del mundo, o sacadme de él. No puede ya, Dios mío, esta vues­tra sierva sufrir tantos trabajos como de verse sin Vos le vienen, que -si ha de vivir- no quier.e descanso en esta vida, ni se le deis Vos" (V 16,4). El descanso que quería ya lo expresó en otro dilema famoso suyo: "¡Señor, o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí" (V 40,20).

Pidiendo cuentas a Dios

Las señaladas no son las mejores muestras de la parresía de Teresa, de su libertad sincera, imperiosa, atrevida para con Dios. Hay casos en que Le riñe, como hija, como amiga, como esposa. Cuando se le pasan esos momentos de favores especiales de Dios y se da el sentimiento de la huida, de la fuga, del escon­derse de Dios, de la hora de las tinieblas, de la noche oscura, allí está Teresa, toda diafanidad, con su querella pronta y amo­rosamente cuidada: " ... me he atrevido a quejarme de su Ma­jestad y le he dicho "¿cómo, Dios mío?, que no basta que me

P ARRESÍA TERESIANA 545

tenéis en esta miserable vida, y que por amor de Vos paso por ello, y quiero vivir adonde todo es embarazos para no gozaros, sino que he de comer, y dormir, y negociar, y tratar con todos, y todo lo paso por amor de Vos, pues bien sabéis, Señor mío, que me es tormento grandísimo, y que tan poquitos ratos como me quedan para gozar de Vos, os me escondáis? ¿Cómo se com­padece esto con vuestra misericordia? ¿Cómo lo puede sufrir el amor que me tenéis? Creo yo, Señor, que si fuera posible poderme esconder yo de Vos, como Vos de mí, que pienso y creo del amor que me tenéis que no lo sufriérais; mas os estáis Vos conmigo y veísme siempre. No se sufre esto, Señor mío; Sllplícoos miréis que se hace agravio a quien tanto os ama" (V 37,8). A continuación añade: " ... algunas veces desatina tanto el amor, que no me siento, sino que en todo mi seso doy estas quejas y todo me lo sufre el Señor. ¡Alabado sea tan gran Rey! ¡Llegáramos a los de la tierra con estos atrevimientos!" (V 37,9).

En tono de querella o reclamación da la Santa algunos ultimatums al mismo Dios. Cuando se encontraba en lo más duro la oposición a su primera fundación en San José de Avila y le mandaron que lo dejase todo, ella se enfrenta con el Señor: "Yo me fui a Dios y díjele: ¡Señor!, esta casa no es mía; por Vos se ha hecho; ahora que no hay nadie que negocie, hágalo vuestra Majestad" (V 36,17). Que en lenguaje casero se tra­duce: ahí queda eso.

La eficacia de este tipo de oración-límite es sorprendente en el ánimo de la orante: "Quedaba tan descansada y tan sin pena, como si tuviera a todo el mundo que negociara por mí; y luego tenía por seguro el negocio" (Ibid.).

En la fundación, más exactamente en el traslado a nueva casa en Salamanca, le pasó algo parecido: " ... yo os digo, hijas, que me vi harto imperfecta aquel día. Por estar ya divulgado, yo no sabía qué hacer, sino que me estaba deshaciendo, y dije a nuestro Señor, casi quejándome, que: o no me mandase en­tender en estas obras, o remediase aquella necesidad" (F 19,9).

Y ¿qué decir de una especie de huelga que hizo la Santa? La podemos llamar huelga de rodillas. Se trata de cuando se convirtió decididamente al SerlOr en la cuaresma de 1554, cuan­do contaba treinta ,y nueve años: "Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guar-

546 J. V. RODRÍGUEZ

dar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arro­jéme cabe él con grandísimo derramamiento de lágrimas, supli­cándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle ... ; es­taba ya muy desconfiada de mí y ponía toda mi confianza en Dios. Paréceme le dije entonces, que no me había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba. Creo cierto me apro­vechó, porque fui mejorando mucho desde entonces" (V 9,1-3).

Clamores a CRISTO

Sus oraciones y clamores a Cristo Jesús son sublimes, ins­piradas todas en este criterio que ella nos desvela en una página literariamente deliciosa: "Comenzóme mucho mayor amor y con­fianza (= parresía) de este Señor en viéndole, como con Quien tenía conversación tan continua. Veía que aunque era Dios, que era Hombre, que no se espanta de las flaquezas de los hombres, que entiende nuestra miserable compostura, sujeta a muchas caí­das por el primer pecado que El había venido a reparar. Puedo tratar como con amigo, aunque es Señor, porque entiendo no es como los que acá tenemos por señores, que todo el señorío ponen en autoridades postizas. Ha de haber horas de hablar y señaladas personas que los hablen... ¡Oh Rey de la gloria y Señor de todos los reyes, cómo no es vuestro reino armado de palillos, pues no tiene fin! ¡Cómo no son menester terceros para Vos! ... ¡Oh Señor mío!, ¡Oh Rey mío!, en todo se puede tratar y hablar con Vos, como quisiéremos" (V 37,6).

Amor y confianza y humanidad con este interlocutor que no se escandaliza ni se espanta de nuestras flaquezas, que es amigo y Señor sin horarios para recibir y hablar con él y que sintoniza perfectamente con nuestra alegría o nuestra tristeza (cfr. C 26,3-6).

Con este Cristo glorioso y contemporáneo de la Madre Te­resa como lo es contemporáneo nuestro, tratará ella los negocios de la Iglesia, de la conversión de los pecadores, lo mismo que los de SU santidad personal, bien segura de que no se trata nun-

P ARRESÍA TERESIANA 547

ca de santidad cerrada en y para su persona, sino también para provecho de toda la sociedad eclesial.

A los pies de Cristo, como el día de su conversión, se pone Teresa para pedirle, en un arrebato, que convierta, que salve, que resucite a los pecadores: "¡Oh Bien mío, qué presentes te­níais las culpas que he cometido contra Vos! Sean ya acabadas, Señor, sean acabadas, ,y las de todos. ¡Resucitad a estos muer­tos; sean vuestras voces, Señor, tan poderosas que, aunque no os pidan la vida, se la deis para que después, Dios mío, salgan de la profundidad de sus deleites! No os pidió Lázaro que le resucitaseis; por una mujer pecadora lo hicisteis; veisla aquí, Dios mío, muy mayor; resplandezca vuestra misericordia; yo, aunque miserable, lo pido por los que no os lo quieren pedir ... ¡ Oh du­reza de corazones humanos! ¡Ablándelos vuestra inmensa pie­dad, mi Dios!" (E 10,2-3).

Ninguno de estos arrebatos son oraciones aprendidas o pre­fabricadas. Son agua viva, fuentes de agua viva alumbrada por el Espíritu Santo, Maestro y mantenedor de la oración.

Defendiendo a Cristo ante el Padre

Donde su oración, su dialogar, su parresía alcanza la cum­bre es en la defensa que hace de Cristo. Se atreve ella a ser in­tercesora, la medianera, la "tercera", como dice, entre Cristo y el Padre Celestial.

¡El único mediador, Cristo Jesús, necesitando de la media­ción de la Madre T'eresa!

"Cuando os pidiéremos honras, no nos oigáis, Señor mío, o rentas, o dineros, o cosa que sepa a mundo. Mas para honra de vuestro Hijo, ¿por qué no nos habéis de oír, Padre eterno, a quien perdería mil honras y mil vidas por Vos? No por nos­otros, Señor, que no lo merecemos, sino por la sangre de vuestro Hijo y sus merecimientos."

Entablada así la primera parte de la petición con sus mo­tivaciones y el soporte en que se va a apoyar (honra, sangre y merecimientos del Hijo), se va acercando al corazón de la súpli­ca: "¡Oh ·Padre eterno!, mirad que no son de olvidar tantos azo­tes e injurias y tan gravísimo s tormentos!"

Habiendo refrescado la memoria a quien como Dios Padre no tiene memoria, por tenerlo todo presente, ataca con valen-

548 J. V. RODRÍGUEZ

tía: "Pues, ¡Criador mío!, ¿cómo pueden sufrir unas entrañas tan amorosas como las vuestras, que lo que se hizo con tan ar­diente amor de vuestro Hijo ,y por más contentaros a Vos, que mandasteis nos amase, sea tenido en tan poco como hoy día tienen esos herejes el Santísimo Sacramento que le quitan sus posadas deshaciendo las iglesias? ¡Si le faItara algo por hacer para contentaros! Mas todo lo hizo cumplido." Y sigue acosando y presionando: "¿No bastaba, Padre eterno, que no tuvo adonde reclinar la cabeza (Mc 7,37) mientras vivió, y siempre en tantos trabajos, sino que ahora las que tiene (posadas, casas, iglesias) para convidar sus amigos, por vernos flacos y saber que es me­nester que los que han de trabajar se sustenten de tal manjar, se las quiten? ¿Ya no había pagado bastantísimamente por el pecado de Adán? ¿Siempre que tomamos a pecar 10 ha de pagar este amantísimo Cordero?"

Después de interponer ante el Padre estas interpelaciones irrecusables, hay un cambio de tono, pero sin ceder en la pe­rentoriedad: "¡No lo permitáis, Emperador mío! ¡Apláquese ya Vuestra Majestad! ¡No miréis a los pecados nuestros, sino a que nos redimió vuestro sacratísimo Hijo, y a los merecimientos su­yos y de su Madre gloriosa y de tantos santos y mártires como han muerto por Vos!"

Como quien vuelve sobre sus pasos, después de un momento de silencio, continúa: "¡Ay dolor, Señor, y quién se ha atrevido a hacer esta petición en nombre de todas! ¡Qué mala tercera, hijas mías, para ser oídas y que echase por vosotras la petición! ¡Si ha de indignar más a este soberano Juez verme tan atrevida, y con razón y justicia! Mas mirad, Señor, que ya sois Dios de misericordia; habedla de esta pecadorcilla, gusanillo que así se os atreve. Mirad, Dios llÚO, mis deseos y las lágrimas con que esto os suplico y olvidad mis obras, por quien Vos sois, y habed lástima de tantas almas como se pierden, y favoreced vuestra Iglesia. No permitáis ya más daños en la cristiandad, Señor; dad ya luz a estas tinieblas" (C 3,7-9).

El horizonte eclesial de esta petición tan fuerte queda bien a las claras en las últimas líneas. De hecho hace la petición en nombre de todas, lo cual es ya presionar en cuanto Iglesia, se hace fuerte en los merecimientos del Hijo, en los de la Madre de la Iglesia, y de los santos y, como algo que lo abarca todo, se condensa en: "". ¡y favoreced vuestra Iglesia!".

P ARRESÍA TERESIANA 549

Lo grande de esta "pecadorcilla" y de este "gusanillo atre­vido" es que se atreverá de nuevo, ya en los capítulos finales del mismo Camino de Perfección, a intervenir en favor de Cristo.

El contexto oracional es muy parecido. El pathos, el sufri­miento interior de la Santa viene a ser el mismo: el de alguien locamente enamorada de Cristo, y fuertemente conmocionada por la excisión de la Iglesia y la alta marea de la ingratitud y de tantos y tantos pecados.

Comienza la Santa a comentar la petición del Paternóster: "El pan nuestro de cada día, dánosle hoy, Señor" y con su ur­gencia característica exhorta: "Entendamos, hermanas, por amor de Dios, esto que pide nuestro buen Maestro, que nos va la vida en no pasar de corrida por ello" ce 33,1).

En su reflexión despaciosa pone de relieve:

necesitamos palpar, no una vez, sino cada día, el amor de Cristo para estimularnos y despertarnos;

por eso determinó quedarse con nosotros en la Eucaristía;

al tratarse de algo "tan grave ,y de tanta importancia" quiso que ese pan de cada día nos "viniese de la mano del Eterno Padre";

por ser tanta la humildad "del buen Jesús, quiso como pedir licencia; porque ya sabía era amado del Padre y que se deleitaba en él";

pide esta licencia y hace esta petición sabiendo ya "la muerte que le habían de dar y las deshonras y afrentas que había de padecer". No es, pues, una petición a os­curas o sin conocimiento del futuro que le esperaba.

En este contexto, se dirige la Santa al Hijo: "Pues, ¿qué padre hubiera, Señor, que habiéndonos dado a su hijo, ¡y tal hijo, y parándole tal, quisiera consentir se quedara entre nos­otros cada día a padecer?"

y contesta ella misma: "'Por cierto, ninguno, Señor, sino el vuestro; bien sabéis a quién pedís." Y siempre en vena de reflexión y de oración: "¡Oh, válgame Dios, qué gran amor del Hijo, y qué gran amor del Padre! Aun no me espanto tanto del buen Jesús, porque como había dicho "fiat voluntas tua", habíalo de cumplir como quien es. Sí, que no es como nosotros; pues como sabe la cumple con amarnos como a sí, así andaba

550 J. V. RODRÍGUEZ

a buscar cómo cumplir con mayor cumplimiento, aunque fuese a su costa, este mandamiento."

Dicho esto en alabanza del Hijo, allá va directa con su que­ja amorosa al Padre: "Mas Vos, Padre Eterno, ¿cómo lo con­sentisteis? ¿Por qué queréis cada día ver en tan ruines manos a vuestro Hijo? Ya que una vez quisisteis lo estuviese y lo con­sentisteis, ,ya veis cómo lo pararon. ¿Cómo puede vuestra piedad cada día, cada día, verle hacer injurias? ¡Y cuántas se deben hoy hacer a este Santísimo Sacramento! ¡En qué de manos ene­migas suyas le debe de ver el Padre! ¡Qué de desacatos de estos herejes!"

La insistencia desde el momento eclesial que corría es for­tísima. Y, sin dar tregua a la querella, le apostrofa: "¡Oh Señor Eterno! ¿Cómo aceptáis tal petición? ¿Cómo 10 consentís? No miréis su amor, que a trueque de hacer cumplidamente vuestra voluntad y de hacer por nosotros, se dejará cada día hacer pe­dazos. Es vuestro de mirar, Señor mío, ya que a vuestro Hijo no se le pone cosa delante, ¿por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa? ¿Por qué calla a todo y no sabe hablar por sí, sino por nosotros? Pues, ¿no ha de haber quien hable por este amantísimo Cordero?" (C 33,3-4).

y pide licencia Teresa: "¡Dadme licencia, Señor, que hable yo, ya que vos quisisteis dejarle en nuestro poder, y os supli­que ... " (CE 59,1). Y ¿qué suplicará ahora? Que cesen tantos pecados, tantas injurias, tantas defecciones de sacerdotes. Re­suenan de nuevo los acentos: "deshechas las iglesias, perdidos tantos sacerdotes, quitados los sacramentos ... " (C 35,3), que le martillean el alma y de nuevo con su arte de poner disyunti­vas: "Pues, ¿qué es esto, mi Señor ,y mi Dios?; o dad fin al mun­do, o poned remedio en tan gravísimo s males; que no hay co­razón que lo sufra, aun de los que somos ruines. Suplícoos, Pa­dre Eterno, que no 10 sufráis ya Vos; atajad este fuego, Señor, que si queréis, podéis. Mirad que aún está en el mundo vuestro Hijo; por su acatamiento cesen cosas tan feas y abominables y sucias; por su hermosura y limpieza no merece estar en casa adonde hay cosas semejantes. No lo hagáis por nosotros, Señor, que no lo merecemos: hacedlo por vuestro Hijo" (C 35,4).

Aquí tiene un freno su parresía. No se atreve a pedir al Pa­dre que quite la Eucaristía del mundo, que el Hijo nos aban­done. No quiere ni puede pedir ese traslado, pues "ya que una

P ARRESÍA TERESIANA 551

vez nos le dio para que muriese po¡- nosotros, ya "nuestro es"; no nos le puede quitar, pues no se ha quedado sino "para ayu­darnos y animarnos y sustentarnos" (e 34,1).

i Y necesitamos tanto estas tres cosas: ayuda, ánimo y sus­tento! Si él se ausentase, todo palidecería, se desanimaría y se derrumbaría. Todo se deshumaniza y se des diviniza sin El.

El texto oracional teresiano suena aSÍ: "Pues suplicaros que no esté con nosotros, no os lo osamos pedir. ¿Qué sería de nos­otros? Que si algo os aplaca, es tener acá tal prenda. Pues algún medio ha de haber, Señor mío, póngale vuestra Majestad" (C 35,4).

En favor del Padre Eterno

A veces se dirige al Hijo en favor del Padre. Así sucede cuando ·comienza su comentario al Paternóster y se sorprende ya de entrada con las manos llenas y desea henchir también el entendimiento con la realidad de Dios Padre en el cielo, "para ocupar de manera la voluntad que no pudiese hablar palabra" (C 27,1). Pero se le desata la lengua inmediatamente: "¡Oh Hijo de Dios y Señor mío!, ¿cómo dais tanto junto a la primera palabra? .. ¿cómo nos dais f:n nombre de vuestro Padre todo lo que se puede dar, pues queréis que nos tenga por hijos, que vuestra palabra no puede faltar? Obligáisle a que la cumpla, que no es pequeña carga; pues en siendo Padre nos ha de sufrir por graves que sean las ofensas. Si nos tornamos a él, como al hijo pródigo, hanos de perdonar, hanos de consolar en nuestros trabajos, hanos de sustentar como lo ha de hacer un tal Padre, que forzado ha de ser mejor que todos los padres del mundo; porque en él no puede haber sino todo bien cumplido; y, des­pués de todo esto, hacernos participantes y herederos con Vos."

Hecha esta semblanza del Padre, de tal Padre, la interpela­ción a favor del mismo es maravillosa: "Mirad, Señor mío, que ya que Vos con el amor que nos tenéis y con vuestra humildad no se os ponga nada delante; en fin, Señor, estáis en la tierra y vestido de ella, pues tenéis nuestra naturaleza, parece tenéis causa alguna para mirar nuestro provecho; mas mirad que vues­tro Padre está en el cielo, Vos lo decís, es razón que miréis por su honra. Ya que estáis Vos ofrecido a ser deshonrado por nos-

12

552 J. V. RODRÍGUEZ

otros, dejad a vuestro Padre libre. No le obliguéis a tanto por gente tan ruin como yo, que le ha de dar tan malas gracias" (C 27,2-3).

La oración termina armonizando las cosas: "¡Oh buen Je­sús! ¡ Qué claro habéis mostrado ser una cosa con El, y que vuestra voluntad es la suya y la suya vuestra! ¡Qué confesión tan clara, Señor mío! ¡Qué cosa es el amor que nos tenéis!. .. ¡Bendito seáis por siempre, Señor mío, que tan amigo sois de dar, que no se os pone cosa delante!" (Ibid., 4).

Concluyendo: plegarias atrevidas y fuertes como las de Abra­hán, Moisés, etc., son todos estos coloquios de la Madre Teresa. Son plegarias, es diálogo impetuoso de esta amiga singularísima de Dios. Uno de los grados de amor, el séptimo, según San Juan de la Cruz (2N 20,2), "hace atrever al alma con vehemencia. Aquí el amor ni se aprovecha del juicio para esperar ni usa de consejo para se retirar, ni con vergüenza se puede enfrenar; porque el favor que ya Dios hace aquí al alma la hace atrever con vehemencia".

De esta osadía y mano que Dios le da al alma "para atre­verse a Dios con vehemencia de amor", se supo aprovechar ad­mirablemente la Madre Teresa. Por eso es tan abundante y tan patético su mundo oracional. Pocas personas habrá habido tan parresiásticas, tan libres, tan atrevidas con Dios.

No terminaríamos alegando pasos de sus escritos, flor y pri­mavera de parresía. Esa serie de plegarias teresianas, aquí re­cordadas a modo de ejemplo y de estímulo, nos la hacen ver toda entera hecha sinceridad orante: "Aquí está mi vida, aquí está mi honra y mi voluntad; todo os lo he dado, vuestra soy, disponed de mí conforme a la vuestra. Bien veo yo, mi Señor, lo poco que puedo; mas llegada a Vos, subida en esta atalaya (de la oración contemplativa) adonde se ven verdades, no os apartando de mí, todo lo podré" (V 21,5).

Al culminar su existencia terrena en Alba de Tormes no podía menos de coronarla con arrebatos parresiásticos tan ele­vados como éste: "¡Señor mío y Esposo mío! ¡Ya es llegada la hora tan deseada! ¡ Tiempo es ya que nos veamos, Amado mío y Señor mío! Ya es tiempo de caminar. ¡Vamos muy enhora-

P ARRESÍA TERESIANA 553

buena! Cúmplase vuestra voluntad. Ya es llegada la hora en que yo salga de este destierro y mi alma goce en uno de Vos, que tanto he deseado!" 11.

AUDACIA FRENTE A LOS HOMBRES

Ya en las oraciones parresiásticas de la Madre Teresa hay una valentía y audacia singular, Términos usados por ella, tales como "osar", "atreverse", "osadía", "atrevimiento", "santa osa­día", "gran atrevimiento", etc., están apuntando a ese factor de intrepidez.

Su parresía brota, es cierto, de su vida teologal, es aliento del Espíritu que la enseñaba a orar y la inspiraba fuerte y dul­cemente; pero también, en mil casos, presupone lo animoso del temperamento de la Santa, de su condición: "era menester, con­fiesa, ayudarme de todo mi ánimo, que dicen no lo tengo pe­queño, y se ha visto me le dio Dios harto más que de mujer" (V 8,7). "Por grandísimos trabajos que he tenido en esta vida no me acuerdo haberlas dicho (= palabras de aflicción), que no soy nada mujer en estas cosas, que tengo recio corazón" (CC 3,6). "En muy grandes trabajos y persecuciones y contradiccio­nes que he tenido estos meses, hame dado Dios gran ánimo; y cuando mayores, mayor, sin cansarme en padecer" (Ibid., 3).

Junto a estas confesiones autobiográficas se pueden alinear otras parecidas que irían esmaltadas de expresiones tan típicas suyas como: "animarse", "ánimas animosas", "ánima determi­nada ,y animosa", "determinarse", "grande y muy determinada determinación", etc. Pero puede suplir por todos los textos la siguiente conversación, contada por uno de los protagonistas, confesor y padre espiritual de la Santa: P. Domingo Báñez, do­minico.

11 Así recoge sus palabras María de San Francisco (Baraona); cfr. EFRÉN DE LA

M. D.·OTGER STEGGlNK, Tiempo y Vida de Santa Teresa, Madrid, 1977, 2." ed., p. 983. En nota pueden verse otras relaciones. A pesar de las variantes, el aspecto parre· siástico de aquellos momentos finales de la Santa queda siempre muy claro. Ha­blaba con Quien la iba a juzgar, como había hablado y hablado a lo largo de su vida con ese mismo Señor. Adviértase cómo en ambos casos: oración (V 8,5), muerte (CE 70,3; CV 40,8) se hace mención de «Quien tanto amamos y nos ama». El paso de la muerte es la oración definitiva aquí abajo.

554 J. V. RODRÍGUEZ

Diálogo. Personajes: Juan de Salinas, dominico; P. Báñez, dominico.

Salinas: ¿Quién es una Teresa de Jesús, que me dicen que es mucho vuestra? No hay que confiar d~ virtud de mujeres.

Báñez: Vuestra Pat~rnidad va a Toledo y la verá, y experi­mentará que es razón de tenerla en mucho.

y ~xplica ~l mismo Báñez, saliéndose del diálogo y haciendo de simple cronista: "y así fue, que estando en Toledo una Cua­resma ent~ra la comenzó a examinar, y con ser hombre que predicaba casi cada día, la iba a confesar casi todos los días e hizo d~ ella grand~s exp~riencias y después, encontrándome, este testigo en otra ocasión, le dijo":

Báñez: ¿Qué l~ par~ce a Vu~stra Paternidad de Teresa de Jesús?

Salinas (r~sponde con gran donaire); "¡Oh, habíadesme en­gañado, que decíades que ~ra mujer; a la fe no es sino hombre varón y de los muy barbados."

Y concluye Báñez su relato: "dando a entender en esto, el P. Salinas, su gran constancia ,y discreción (de la Santa) en el gobierno de su persona y de sus monjas" 12.

Era tan notoria esta cualidad de ánimo valiente y empren­dedor que el Obispo de A vila don Alvaro de Mendoza tuvo que confesar que "cuando la Madre comenzó a hacer estos monas­terios, le parecía a él que emprendía cosas tan dificultosas que entendía eran disparates, y que le deCÍa: "mire, Madre, que pa­recen locuras"; y después, como la veía salir tan bien con ellas, le dijo: "Madre, haga 10 que quisiere, que ¡voto a mi vida, nos­otros somos los locos!" 13. En la misma línea de cosas, don Al­varo solía decir: "voto a mi vida que yo no entiendo a la Ma­dre; mas créola, porque siempre se efectúa lo que comienza". Ana de Jesús, que es quien lo refiere, añade: "Y así en lo que parecía imposible, nos preguntaba el Obispo si la habíamos oído decir que se haría, y en diciéndole que sÍ, decía: pues yo lo doy por hecho" 14.

Alguien dijo con verdad que difícil es lo que se puede hacer en seguida; imposible es lo que se puede hacer, dentro de un

12 BMC 18, p. 9. 13 BMC 18, p. 307, declara Maria del Nacimiento. J4 BMC 18, p. 464.

P ARRESÍA TERESIANA 555

poco de tiempo. Teresa comenzó reduciendo lo imposible a la categoría de lo difícil y así todo le resultó hacedero.

Sobre su temperamento fuerte y animoso se volcó la gracia de Dios, aumentándole la valentía para las muchas empresas a que el Señor la destinaba en su Iglesia. Así lo reconoce ella multitud de veces, haciendo ver que para contrarrestar las ten­taciones del sentimiento o sentido de inferioridad que la asal­taban en un temperamento como el suyo lleno de antinomias, intervenía no pocas veces el Señor ;y con su iniciativa y las mer­cedes que le concedía le duplicaba o centuplicaba el valor. Par­ticularmente en la obra de renovar el Carmelo entre monjas y frailes necesitó de todos sus arrestos y de la ayuda generosa y abundante de 10 alto. Valga un texto por todos: "Si no me hu­biera nuestro Señor hecho las mercedes que me ha hecho, no me parece tuviera ánimo para las obras que se han hecho, ni fuerza para los trabajos que se han pasado y contradicciones y juicios" (CC 62).

Tribuna teresiana

Descendiendo ahora a casos concretos, podemos apuntar a algunas de las gestas de su ánimo:

1. Audacia contra Satanás: el mayor traidor y cobarde y capitán de traidores y cobardes, a quien llama humorísticamente Patillas (Cta 131: 23-X-1576 al P. Gracián, n. 10).

Comencemos con una de sus declaraciones de valor: " ... des­menuzaría los demonios sobre una verdad, de lo que tiene la Iglesia, muy pequeña" (V 25,12), es decir: hasta por la verdad más pequeña los haría polvo, papilla. ¡Qué léxico el de esta castellana! ¿Nos la figuramos desmenuzando a un diablo, a un espíritu, machacándole en el almirez?

A la par de esta declaración, una confesión de emperadora: "Quedóme un señorío contra ellos, bien dado del Señor de to­dos, que no se me da más de ellos que de moscas" (V 25,21).

Y una reflexión, ,y luego un reto: "Pues si este Señor es po­deroso, como veo que 10 es y sé que lo es y que son sus escla­vos los demonios -y de esto no hay que dudar, pues es fe­siendo yo sierva de este Señor y Rey, ¿qué mal me pueden ellos

556 J. V. RODRÍGUEZ

hacer a mí?, ¿por qué no he yo de tener fortaleza para comba­tirme con todo el infierno?

Tomaba una cruz en la mano y parecía verdaderamente dar­me Dios ánimo, que yo me vi otra en un breve tiempo, que no temiera tomarme con ellos a brazos, que me parecía fácilmente con aquella cruz los venciera a todos. Y así dije: "ahora venid todos, que siendo sierva del Señor, yo quiero ver qué me podéis hacer" (V 25,20). Y un desprecio final: " ... y ¡una higa para todos los demonios!, que ellos me temerán a mí. No entiendo estos miedos: ¡demonio, demonio!, adonde podemos decir: ¡Dios, Dios!, y hacerle temblar" (Ibid., 22).

Cómo tienta, cómo engaña, cómo se transfigura en ángel de luz, cómo quiere impedir a las almas que se den a la oración, cómo envidia a quien ama a Dios, cómo enreda el credo y la vida concreta de las personas, cómo va contra las casas de la Reforma teresiana, -contra los conventos de sus monjas y frai­les: de todo esto y de otros temas demonológicos habla abun­dantemente exhortando siempre en este sentido: unirse, vivir de Dios, asimilar la fortaleza de El, y el diablo queda liquidado y, a pesar suyo, hasta colaborará en nuestra santificación.

En uno de los textos teresianos que hay que leer muy bien para captar toda su riqueza, nos encontramos con una reflexión estupenda y sutil: viene hablando de los que comienzan camino de oración y de las dificultades que encuentran ,y de los esfuer­zos que hacen por estar con Dios, y dice: "Por esta fuerza que se hacen a querer estar en tan buena compañía (miráis que en esto a los principios no pueden más, ni después algunas veces), forzáis Vos, Señor, los demonios para que no los acometan y que cada día tengan menos fuerza contra ellos, y dáiselas a ellos para vencer" (V 8,6).

2. Audacia contra el mundo: Teresa tuvo la osadía, la va­lentía de dejarlo y le costó 10 suyo. El título del cap. 4 de Vida es ya muy significativo: "Dice cómo la ayudó el Señor para forzarse a sí misma para tomar hábito", y asegura: "cuando salí de casa de mi padre no creo será más el sentimiento cuando me muera; porque me parece -cada hueso se me apartaba por sí; que, como no había amor de Dios que quitase el amor del padre y parientes, era todo haciéndome una fuerza tan grande, que si el Señor no me ayudara, no bastaran mis consideraciones para

P ARRESÍA TERESIANA 557

ir adelante. Aquí me dio ánimo contra mí, de manera que 10 puse por obra" (V 4,1).

Pero más que a estos aspectos de la huida del mundo en fuerza de su vocación claustral, me quiero referir a otro tema, mejor quizá, a una modulación diversa del anterior. Relata la Santa su estancia en Becedas, por razones de salud quebranta­da, y dice: " ... con no haber en este tiempo veinte años (tenía ya 22 ó 23) me parece traía el mundo debajo de los pies; y así me acuerdo que había lástima a los que le seguían, aunque fuese en cosas lícitas" (V 4,7).

Interesa este "tener el mundo debajo de los pies" para pre­dicar y proclamar valientemente el evangelio: con franqueza, con libertad, con parresía como los apóstoles. Justamente se que­ja la Santa de que hasta los predicadores van ordenando sus sermones para no descontentar (aquí al margen del autógrafo teresiano, cap. 16 de Vida, escribió el P. Báñez: legant praedi­catores! = léanlo los predicadores). "Buena intención tendrán, y la obra lo será; mas así se enmiendan pocos. Mas, ¿cómo no son muchos los que por los sermones dejan los vicios públicos? ¿Sabe que me parece? Porque tienen mucho seso los que los predican. No están sin él, con el gran fuego de amor de Dios, como lo estaban los apóstoles y así calienta poco esta llama; no digo yo sea tanta como ellos tenían, mas querría que fuese más de lo que veo ... ; ¡oh gran libertad tener por cautiverio ha­ber de vivir y tratar conforme a las leyes del mundo!, que como ésta se alcance del señor, no hay esclavo que no arrisque todo por rescatarse y tornar a su tierra" (V 16,7). Ya al final del capítulo dice al P. García de Toledo: "Rompa vuestra Merced esto que he dicho, si le pareciere, y tómelo por carta para sí y perdóneme, que he estado muy atrevida" (Ibid., 9).

"Defendedores", "predicadores" de estos que tengan el mun­do debajo de los pies, y que sepan decir las verdades a la gente, al mundo, es lo que ella desea ardientemente, y que haya cada vez más de estos hombres de oración y de trato con Dios (e 3,2-7).

"Son malas de sufrir las verdades" y el mundo se agravia cuando se le dicen (Me 7,6). Lo peor es que no haya quien se atreva a decírselas con libertad, con parresía evangélica.

Trazando la semblanza de estos capitanes esforzados que "han de ser los que esfuercen la gente flaca y pongan ánimos

558 J. V. RODRÍGUEZ

a los pequeños", pregunta: "¿pensáis, hijas mías, que es me­nester poco para tratar con el mundo y vivir en el mundo y tra­tar negocios del mundo y hacerse ... a la conversación del mundo y ser en lo interior extraños del mundo ,y enemigos del mundo y estar como quien está en destierro, y, en fin, no ser hombres, sino ángeles? Porque a no ser esto así, ni merecen nombre de capitanes, ni permita el Señor salgan de sus celdas, que más daño harán que provecho; porque no es ahora tiempo de ver imperfecciones en los que han de enseñar. Y si en 10 interior no están fortalecidos en entender 10 mucho que va en tenerlo todo debajo de los pies y estar desasidos de las cosas que se acaban y asidos a las eternas, por mucho que lo quieran encu~ brlr, han de dar señal. Pues, ¿con quién lo ha sino con el mun­do?" (C 3,3-4).

Desde su apartamiento del mundo, ella y sus monjas luchan y luchan con Dios para que a los predicadores y teólogos, a los religiosos "los tenga el Señor de su mano para que puedan li­brarse de tantos peligros como hay en el mundo y tapar los oídos en este peligroso mar del canto de las sirenas" (C 3,5).

La batalla contra el mundo la libró la Madre Teresa en su persona y adiestrando particularmente a sus hijas y predicando a los predicadores para que fuesen audaces con la audacia de los hombres libres.

Así, ellas desde su retiro y ellos desde su acción dentro del mundo vivirán la audacia de no ser del mundo.

3. ¿Audacia contra los luteranos? Ante todo le dan gran­dísima pena los luteranos (= calvinistas) que se pierden (V 32, 63, y afirma resuelta: "En cosas de la fe me hallo, a mi pare­cer, con muy mayor fortaleza. Paréceme a mí que contra todos los luteranos me pondría yo sola a hacerles entender su yerro" (CC 3,8). Con humildad confiesa: "Parecíame yo tan mala que cuantos males y herejías se habían levantado me parecía era por mis pecados" (V 30,8). ¿Esta confesión es humildad falsa o ver­dadera, según su apreciación? (cfr. V 30,8-9). Lo cierto es que aquella situación eclesial la afligía y casi siempre que pensaba en ella le parecía que sólo eso era "trabajo de sentir" (CC 1,25).

Su audacia contra la escisión dentro de la Iglesia de su . tiempo consistió más que nada en acometer la renovación de

su Orden en monjas y frailes que combatiesen las batallas del

PARRESÍA TERESIANA 559

Señor, plenamente consciente de que tan grandes males no se podían atajar con fuerzas humanas ni con ,ejércitos (cfr. e 3,1-2).

Audacia en deseos, en pensamientos, en palabras, en obras y audacia parresiástica en su oración, que en este caso puede ser calificada, desde nuestro mundo, de oración ecuménica en pro de la unidad: "¡Atajad este fuego, Señor, que si queréis, podéis! ... ¡Oh mi Dios, quién pudiera importunaros mucho, y haberos servido mucho para poderos pedir tan grande merced en pago de mis s,ervicios, pues no dejáis ninguno sin paga! Mas no lo he hecho, Señor; antes por ventura soy yo la que os he enojado de manera que por mis pecados vengan tantos males." Mujer de fe, sabe hacerse las preguntas definitivas y encontrar las últimas respuestas: "Pues, ¿qué he de hacer, Criador mío, sino presentaros este Pan sacratísimo, y aunque nos le disteis, tornárosle a dar y suplicaros, por los méritos de vuestro Hijo, me hagáis esta merced, pues por tantas partes lo tiene mere­cido?" Y, como rompiéndose el alma con Dios, suplica impe­riosamente: "Ya, Señor, ya haced que se sosiegue este mar; no ande siempre en tanta tempestad esta nave de la Iglesia, y sál­vanos, Señor mío, que perecemos" (e 35,4-5).

En este contexto de audacia particular frente a los herma­nos separados hemos querido engastar esta oración teresiana, sacándola de la primera parte de nuestro estudio. La mejor au­dacia, sin duda, en este <caso era la de orar por la Iglesia y su unidad.

4. Audacia en "decir verdades". En torno a esta libertad en hablar claro y franco se pueden agrupar algunas de las preo­cupaciones que la Santa manifiesta con santa audacia.

Una de las experiencias místicas más altas que ella tuvo se refiere a la Verdad = Dios. La verdad que se le dio a enten­der "es en sí misma verdad, y es sin principio ni fin, ,y todas las demás verdades dependen de esta verdad, como todos los demás amores de este amor, y todas las demás grandezas de esta grandeza" (V 40,4: léanse también los números anteriores).

No es extraño, pues, que en Vida proclame una bienaventu­ranza que rima perfectamente con su alma hambrienta de vera­cidad, de verdad, y aborrecedora de la mentira (V 28,4; 40,4). El macarismo suena así: "¡Bienaventurada alma que la trae el Señor a entender verdades!" (V 21,1).

560 J. V. RODRÍGUEZ

De las verdades entendidas en la oración (F 10,13) y/o al­canzadas por su gran talento será mensajera esta "Teresa de la gran cabeza", como la llamó el P. Pedro Fernández, dominico 15

Verdades para el Rey y para la Corte

Inmediatamente después de la bienaventuranza enunciada se suelta en una exclamación que ya nos hace ver la importancia de lo que va a gritar: "¡Oh, qué estado éste para los reyes! ¡Cómo les valdría mucho más procurarle, que no gran señorío! ¡Qué rectitud habría en el reino! ¡Qué de males se excusarían y habrían excusado! Aquí (en el último grado de oración) no se teme perder vida ni honra por amor de Dios. i Qué gran bien éste para quien está más obligado a mirar la honra del Señor que todos los que son menos, pues han de ser los reyes a quien sigan!" (V 21,1).

Parece clara y directa la alusión a la corte ;y a la persona de Felipe n, a quien, por otra parte, tanto veneraba y reveren­ciaba y quería que se le encomendase tanto en sus monasterios.

Como la Madre es una de esas personas que tenía el mun­do debajo de los pies, no temía decir las verdades. Y se desfoga con Dios con la fuerza y el ímpetu de su parresía: "¡Oh Señor!, si me dierais estado para decir a voces esto, no me creyeran, como hacen a muchos que lo saben decir de otra suerte que yo; mas al menos satisficiérame yo" (V 21,2). Emprende una espe­cie de autocrítica o autopropósitos: "Paréceme que tuviera en poco la vida por dar a entender una sola verdad de éstas; no sé después lo que hiciera, que no hay que fiar de mÍ. Con ser la que soy, me dan grandes ímpetus por decir esto a los que mandan, que me deshacen. De que no puedo más, tórnome a Vos, Señor mío, a pediros remedio para todo." Se le ocurre un remedio originalísimo y entrañable: "Bien sabéis Vos -aten­ción al gesto de generosidad- que muy de buena gana me des­posería yo de las mercedes que me habéis hecho, con quedar en estado que no os ofendiese (ésta es la única condición que pone)

15 BMC 19, p. 495, declara Isabel de Santo Domingo. El P. Fernández habla pre­guntado a Isabel, Priora de Pastrana, cómo era la Madre Teresa, cómo tenía que tratarla. Ella le respondió: (mo tenía que cuidar de buscar otro modo para tratar con ella que solamente la verdad, porque era mujer amicísima de ella y muy de­vota de tratarla en todo tiempo y con todas las personas!! (lbid., p. 495).

P ARRESÍA TERESIANA 561

y que se las daría a los reyes; porque sé que sería imposible con­sentir cosas que ahora se consienten, ni dejar de haber grandí­simos bienes" (Ibid., 2). Ese "bien sabéis Vos" con que inicia la confidencia hace ver que no se trata de una oración repen­tina en la que se le ocurrió esta renuncia, sino que es algo que 10 tiene madurado en el alma y 10 ha tratado más de una vez con Dios, con Jesucristo, "Rey de la gloria" 16.

Su último grito oracional por los reyes: "¡Oh Dios mío! Dad­les a entender a lo que están obligados!" (Ibid., 3). Un poco más abajo, como si hubiera hecho alguna travesura, pero con ánimo de volver a ella, dice a García de Toledo: "Mucho me atrevo. Rómpalo vuestra Merced si mal le parece, y crea se 10 diría mejor en presencia, si pudiese, o pensase me han de creer, porque los encomiendo a Dios mucho y querría que aprovecha­se" (Ibid., 4).

En la Corte viene a decir en otra parte, no hay gente, no hay personas (que sean los privados de los reyes) que "tengan el mundo debajo de los pies, porque éstos hablan verdades que no temen ni deben; no son para palacio, que allí no se deben usar, sino ,callar 10 que mal les parece, que aun pensarlo no deben osar por no ser desfavorecidos" (V 37,6).

Teresa, teniendo desde su juventud el mundo debajo de los pies (V 4,7), no sólo pensó tantas verdades, sino que se las dijo a su confesor y a Dios y le envió un mensaje al Rey. Habiendo entendido en la oración que le dijese al Rey Felipe n que se acordase de Saú1 Ca quien Dios quitó el reino para dárselo a David), la Santa se resistía a decírselo. Sus confesores le man­daron 10 hiciese, cumpliendo esta voluntad divina. Obedeció y, desde entonces el Rey la estimó en mucho y le enviaba a decir que le encomendase mucho a Dios, y se escribieron muchas ve­ces el uno al otro, con mucha llaneza y ella le llamaba "mi ami­go el Rey" 17. De las ,cuatro cartas teresianas que se conservan dirigidas a Felipe n, dos de ellas son otros tantos recursos apre­miantes al Rey para que se sepa la verdad en el caso del Padre Gracián (Cta del 13-IX-1577), y para que triunfen la verdad y la justicia en el caso de San Juan de la Cruz, encarcelado (Cta del 4-XH-1577).

16 Como textos más significativos sobre Cristo, el único Rey de verdad, y con quien y de quien habla magnificamente; cfr. V 37,6; 6M 9,5, etc.

17 BMC 19, p. 583; declara Petronila Bautista.

562 J. V. RODRÍGUEZ

Más verdades para los predicadores

Conjuntando la idea anterior de predicar con "garra" sobre­natural ,y la de decir verdades a "reyes y señores y al pueblo", se atreve a lanzar en sus Meditaciones sobre los Cantares la ima­gen siguiente: "Predica uno un sermón con intento de aprovechar las almas; mas no está tan desasido de provechos humanos que no lleva alguna pretensión de contentar, o por ganar honra o crédito, o que si está puesto a llevar alguna canonjía por pre­dicar bien. Así son otras cosas que hacen en provecho de los prójimos, muchas y con buena intención; mas con mucho aviso de no perder por ellas ni descontentar. Temen la persecución; quieren tener gratos los reyes y señores y el pueblo; van con la discreción que el mundo tanto honra" (MC 7,4).

Frente a estos más o menos pusilánimes o interesados (in­teresa les, dirá en alguna ocasión con un bonito adjetivo: E 13,2) se yerguen los auténticos hombres de Dios y mensajeros del Evangelio a carta cabal. Estos, "por contentar más a Dios, se olvidan a sí por ellos (= por sus prójimos), y pierden las vidas en la demanda, como hicieron muchos mártires, y envueltas sus palabras en este tan subido amor de Dios, emborrachados de aquel vino celestial, no se acuerdan; y si se acuerdan, no se les da nada descontentar a los hombres. Estos tales aprovechan mu­cho" (MC 7,5). Mirar sólo "al servir y contentar al Señor" com­porta entregarse al apostolado y a servir, por lo mismo, a las almas ,y a "decirles las verdades" (Ibid., 5).

La palabra de Teresa se muestra aquí clarificadora y dis­cernidora del menester de la predicación.

Es la Santa amiga de esa terminología de "embriaguez", "emborrachar", "borrachez", etc., que lleva a un cierto desati­no, "glorioso desatino", "celestial desatino", "celestial locura" para hablar atrevidamente con Dios y denunciar los males de los hombres. En Vida habla de un concierto "entre los cinco que al presente nos amamos en Cristo" (16,7) para desengañarse "unos a otros, y decir en lo que podríamos enmendarnos y con­tentar más a Dios". Y denuncia, ya queda dicho más arriba, la excesiva cordura, el "mucho seso" de los predicadores. No están borrachos, no están tomados del vino del amor de Dios

P ARRESÍA TERESIANA 563

y por eso hacen poco, son poco atrevidos; se muerden la lengua para que no se la corten.

Verdades a los detentores de riquezas

La audacia ebria que tiene la Santa en aconsejar a quien ella ve que lo necesita, la lanza, aunque sea desde las páginas de sus libros, y la mete en un tema tan candente y tan de actua­lidad para nuestro mundo, como puede ser la propiedad de las riquezas acumuladas sin productividad o despilfarradas en gas­tos inútiles.

Quiere tratar de la paz verdadera, pero antes reflexiona so­bre "nueve maneras de falsa paz, que ofrecen al alma el mundo, la carne y el demonio" (MC, c. 2: título). Para comenzar el desarrollo del tema, hablando con sus hijas, las conjura: "¡Dios os libre de muchas maneras de paz que tienen los mundanos; nunca Dios nos la deje probar, que es para guerra perpetua" (MC 2,1). Uno de los dominios de esa falsa paz son las rique­zas: "¡Oh, con riquezas! Que si tienen bien lo que han menester y muchos dineros en el arca, como se guarden de hacer pecados graves, todo les parece está hecho." Y, como quien entra en la conciencia de esos ricos, va dejando a la intemperie sus gestos y comportamiento: "Gózanse de lo que tienen; dan una limos­na de cuando en cuando; no miran que aquellos bienes no son suyos, sino que se los dio el Señor como a mayordomos suyos para que partan a los pobres, y que le han de dar estrecha cuen­ta del tiempo que lo tienen sobrado en el ar'ca, suspendido y en­tretenido a los pobres, si ellos están padeciendo" (Ibid., 8).

Algo más adelante insiste: cualquier rico de éstos ha de dar estrecha cuenta: "y ¡cuán estrecha! Si lo entendiere no comería con tanto contento ni se daría a gastar lo que tiene en cosas impertinentes y de vanidad" (Ibid., 10).

El rico pide cuentas a su mayordomo. Dios se las pedirá a él, ya que, como ha dicho, las riquezas se le han entregado como a mayordomo d~ Dios para los pobres que vienen a ser los due­ños y destinatarios. Los desvelos y sobresaltos, y "mientras más hacienda, más", de los mayordomos de los ricachones han de ser los de estos mayordomos de Dios (Ibid., 9).

La exhortación a sus hijas, que se ven libres de la falsa paz de las riquezas, es que procuren "siempre ir adelante en lo que

564 J. V. RODRÍGUEZ

ahora hacéis en no poseer nada en particular ninguna, que sin cuidado comemos lo que nos envía el Señor, y, como lo tiene su Majestad que no nos falte nada, no tenemos que dar cuenta de 10 que nos sobra. Su Majestad tiene cuenta que no sea cosa que nos le ponga de repartirlo... Siempre procurad servir a su Majestad de manera que no comáis lo que es de los pobres, sin servirlo; aunque mal se puede servir el sosiego y descanso que os da el Señor en no tener cuenta de dar cuenta de riquezas" (Ibid., 9-10).

La alusión reiterada a los pobres es muy significativa y de­nunciadora, y desde la realidad auténtica de la vida religiosa y pobre de sus hijas queda su enseñanza como un paradigma para conseguir y disfrutar la mejor paz.

Lo de la mayordomía de los ricos que han de tener cuenta especialmente de ese dinero o bienes sobrados, suspendidos, en­tretenidos a los pobres que lo están necesitando es un golpe de audacia cristiana y de intuición radical de la Santa. Dos meses después de haber declarado Doctora a Teresa de Jesús, Pablo VI hablando a la Conferencia de la F AO y repitiendo palabras de la Populorum Progressio volvió a decir: "todo despilfarro pú­blico o privado es intolerable ante las necesidades del mundo actual" 18. Las necesidades siguen y se acrecientan y también el despilfarro y lo intolerable del mundo. A eSOs tres vocablos teresianos: sobrado, suspendido, entretenido hay que añadir este otro: despilfarrado.

La cuestión sigue siendo la misma ya comprobada por la Santa: " ... porque decir a un regalado y rico que es la volun­tad de Dios que tenga cuenta con moderar su plato para que coman otros siquiera pan, que mueren de hambre, sacará mil razones para no entender esto sino a su propósito" (C 33,1).

! i

Verdades a quienes dicen que no hace falta oración

Al corriente de las polémicas en torno a la oración mental y metida de lleno en ellas arguye sin miedo: "¿Qué es esto, cris­tianos; entendéis os?" (CV 22,2). "Que querría dar voces y dis­putar -con ser la que soy- con los que dicen que no es me-

18 16 de noviembre de 1970: Ecclesia, n. 1519, 28 noviembre, p. 9.

P ARRESÍA TERESIANA 565

nester oración mental" (CE 37,2). "Cierto que pienso (CE = entiendo) que no entendéis, y así queréis desatinemos todos;

- ni sabéis cuál es oración mental, - ni cómo se ha de vezar la vocal, - ni qué es contemplación; porque si 10 supieseis, no condena-ríais por un cabo 10 que alabáis por otro" (CV 22,2).

Contra quienes aseguraban que camino de oración era cami­no de peligro no se da tregua en deshacer el equívoco, la false·· dad, demostrando la autenticidad de la verdadera oración que es la auténtica seguridad y garantía del camino. Trata de quitar miedos inútiles, impuestos.

Merece la pena detenerse a escuchar cómo desmantela las posiciones de los contrarios: "Ningún caso hagáis de los miedos que os pusieren ni de los peligros que os pintaren. ¡Donosa cosa es que quiera ,yo ir por un camino adonde hay tantos ladrones, sin peligros, y a ganar un gran tesoro! Pues ¡donoso anda el mundo para que os le dejen tomar en paz!" (CE 36,1). Si no hay que hacer caso de miedos inútiles, "digo que importa mucho y el todo ... una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella (= a la fuente de agua viva):

- venga 10 que viniere, - suceda 10 que sucediere, - trabaje 10 que se trabajare, - murmure quien murmurare, - siquiera llegue allá, - siquiera me muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, - siquiera se hunda el mundo.

Como muchas veces acaece con decir:

- hay peligro, - fulana por aquÍ se perdió, - el otro se engañó, - el otro que rezaba cayó, - dañan la virtud, - no es para mujeres, que les vienen ilusiones, - mejor será que hilen, - no han menester estas delicadeces, - basta el Paternóster y Avemaría" (CE 35,2).

566 J. V. RODRÍGUEZ

y sigue martillando: "Quien os dijere que éste (= camino de oración) es peligro, tenedle a él por el mismo peligro, y huid de él, y no se os olvide, porque por ventura habréis menester este consejo. Peligro será no tener humildad y otras virtudes; mas camino de oración camino de peligro, ¡nunca Dios tal quie­ra! El demonio parece ha inventado estos miedos" (CE 36,3). Y amonesta con rigor: "Estos que toman este amparo para li­brarse, se guarden; pmque huyen del bien para librarse del mal. Nunca tan mala invención he visto; bien parece del demonio" (CV 21,8).

Verdades sobre la Humanidad de Cristo

Muestra su audacia también en defender contra algunos teó­logos y letrados y escritores la función exacta de la Humanidad de Cristo en los caminos de la oración ,y contemplación.

El tema ha sido ya muy estudiado, y reestudiado últimamen­te 19; por lo mismo baste haberlo mencionado aquí, remitiendo más que nada a los textos teresianos más dedicados a la cues­tión: Vida, c. 22; 6M, c. 7, en cuyo título ya bulle el ardor que pone en la exposición: "Dice cuán grande yerro es no ejerci­tarse, por muy espirituales que sean, en traer presente la Hu­manidad de nuestro Señor y Salvador Jesucristo y su Sacratísi­ma Pasión y vida, y en su gloriosa Madre y santos. Es de mucho provecho." El capítulo de Vida: 22, ya desde su título es igual­mente claro y decidido: "En que trata cuán seguro camino es para los -contemplativos no levantar el espíritu a cosas altas si el Señor no le levanta, y cómo ha de ser el medio para la más subida contemplación la Humanidad de Cristo. Dice de un en­gaño en que ella estuvo un tiempo. Es muy provechoso este ca­pítulo."

El capítulo, además de palabra de escarmentada y enseñada, es una continua efusión parresiástica de su alma en la presen­cia de Cristo. Es tantas veces su modo de decir verdades: "¡Oh Señor de mi alma y Bien mío, Jesucristo crucificado!. .. ¿Es po­sible, Señor mío, que cupo en mi pensamiento ni una hora, que Vos me habíais de impedir para mayor bien? ¿De dónde me vivieron a mí todos los bienes sino de Vos?" (n. 3-4).

19 SECUNDINO CASTRO, O. C., p. 104ss.

P ARRESÍA TERESIANA 567

"¡Bienaventurado quien de verdad Le amare y siempre Le trajere cabe sí!" (Ibid., 7).

Verdades al P. General de la Orden

Audacia dulce y enérgica la de Teresa al escribir al P. Ge­neral de la Orden, Juan Bautista Rubeo (Rossi), explicarle su proceder ,y el de sus carmelitas descalzos y emplazarle ante el tribunal de Dios. Al final de la carta del 18 de junio de 1575, después de haber detallado el proceder recto de los descalzos (aunque a veces con imprudencias) le dice: "Encomiéndelo vues­tra señoría a su Majestad, y como verdadero padre olvide lo pasado y mire vuestra señoría que es siervo de la Virgen y que ella se enojará de que vuestra señoría desampare a los que con su sudor quieren aumentar su Orden." En otra carta escrita en enero-febrero d~ 1576 aboga particularmente por Gracián y Am­brosio Mariano, y lo hace porque ellos le han pedido que haga de "medianera" entre ellos ,y el P. General. Los llama "hijos verdaderos de vuestra señoría, y en 10 sustancial osaré decir que ninguno de los que mucho dicen que son les hace ventaja". Ya en cartas anteriores, hoy perdidas, ha intercedido por ellos; lo hace en ésta de nuevo: " ... y así se lo suplico ahora, por amor de nuestro Señor, que me haga vuestra señoría esta merced y me dé algún crédito, pues no hay por qué ;yo trate sino toda verdad, dejado que tendría por ofensa de Dios no la decir, y a Padre que yo tanto quiero, aunque no fuera ir contra Dios, lo tuviera por gran traición y maldad" (n. 2).

Sin arredarse un punto, con la frente muy alta, le dice: "Cuando estema>,> delante de su acatamiento (= en la presencia de Dios) verá vuestra señoría lo que debe a su hija verdadera Teresa de Jesús" (n. 3). Y continúa: "Esto sólo me consuela en estas cosas; porque bien entiendo debe haber quien diga al contrario; y así, {!n todo lo que yo puedo lo entienden todos y entenderán mientras viviere, digo los que están sin pasión" (n. 3).

Sin temblarle el pulso, sigue puntualizando: "Mas mire vues­tra señoría que es de los hijos errar y de los padres perdonar y no mirar a sus faltas. Por amor de nuestro Señor suplico a vues­tra señoría m~ haga esta merced. Mire que para muchas cosas conviene, que quizá no las entiende vuestra señoría allá como

13

568 J. V. RODRÍGUEZ

yo que estoy acá; y que, aunque las mujeres no somos buenas para consejo, que alguna vez acertamos" (n. 8).

Convencida del valor de las palabras habladas y escritas, y no se ha quedado corta, sabe también muy bien que le ha de valer más ~l silencio en la oración, mejor, el dialogar con Dios, y así se lo manifiesta abiertamente al mismo P. General: "Mu­chas más cosas quisiera decir en este caso, más paréceme q\le hará más al caso suplicar a nuestro Señor dé a entender a vues­tra señoría lo que esto conviene, porque de mis palabras ha días que vuestra señoría no le hace. Bien segura estoy que, si en ellas yerro, que no yerra mi voluntad" (n. 9).

No hay persona más dara y diáfana que la libre y fuerte en la humildad ,yen la verdad: "Dios lo remedie todo, y a vues­tra Paternidad nos guarde muchos años ... ; se habrá de quedar mi descanso para aquella eternidad que no tiene fin, adonde verá vuestra señoría lo que me debe" (n. 17).

En una tercera carta = memorial "de tres cosas bien im­portantes" para informar al P. General preparado por la Santa en octubre de 1578, la primera de estas tres cosas se centra en: "si fuese posible, persuadirle (alP. General) a que no tenga por verdad lo que le han dicho de Teresa de Jesús, porque verdade­ramente nunca ha hecho cosa que no sea de muy obediente hija. Esto es toda verdad, y contra ella no se hallará otra cosa. Y que, pues sabe que ella no trataría mentira por cosa de la tierra, y conoce lo que suelen hacer personas apasionadas y que no la suelen tratar (pues lo ha visto por sí) que dé lugar a ser infor­mado y a que, pues es pastor, no condene sin justicia y sin oír las partes" (n. 2). Cuando la Santa redactaba este memorial ya el P. General había muerto el 4 de septiembre de aquel mis­mo año 1578. Desde la otra ladera veía "lo que debía a Teresa de Jesús", que, al enterarse de la muerte del Padre Rubeo, se pasó un día entero llora que te llora "sin poder hacer otra cosa" (Cta. 251 del 15 de octubre de 1578 a Gracián).

Así era esta mujer: modelo de audacia en cantar las ver­dades, de delicadeza y entereza al mismo tiempo y sobre todo de amor a la verdad. Es lo que se descubre en toda esta corres­pondencia con la más alta jerarquía de la Orden. Nada de pu­silanimidad en una persona tan sensible.

PARRESÍA TERESIANA 569

Verdades a obispos, autoridades civiles, etc.

En su tarea reformadora y fundacional tuvo Teresa que vér­selas no sólo con el P. General de la Orden, sino con otros mu­chos personajes: obispos, clérigos, frailes y monjas, arrieros, mercaderes, grandes señoras, etc.

Como modelo en este cantar verdades de que venimos ha­blando, escogemos algunos casos de altos prelados eclesiásticos y autoridades civiles.

¡Cómo sabía ella vencer las resistencias más tenaces! Tratando de la fundación de Palencia, envió a su P. Gracián

desde Valladolid para que obtuviese el debido permiso del Co­rregidor palentino. Este no quería concederlo. Teresa escribe a Gracián para que insista y pida la fundación en nombre de Te­resa de Jesús. Allá va Gracián todo docilidad; y 10 cuenta así: "Díjele muy sinceramente que la Madre Teresa de Jesús le ro­gaba que hiciese talcosa. Respondióme con mucha cólera: Vaya, Padre, y hágase luego eso que piden, que la Madre Teresa de Jesús debe traer en el seno alguna Provisión del Consejo Real de Dios, con que, aunque no queramos, hemos de hacer todo lo que ella quiera" 20. Al fin se hizo lo que ella quería y el Co­rregidor se aplacó "y con muy buena gracia entendió en aque­llo y en todo 10 que la Madre hubo menester" 21.

Si lo que se pedía en su nombre surtía efecto como en este caso, ¿qué decir de cuando intervenía ella personalmente, cara a cara?

En Toledo el Gobernador eclesiástico no quiere darle la li­cencia para establecer el monasterio. Más de dos meses tratando unos y otros de convencerlo. No se consigue nada. Cada día peor. Teresa se va cansando. Un buen día pasa aviso a don Gómez Tello Girón, que así se llamaba. Le ruega que vaya a la iglesia vecina a su casa, pues quiere hablar con él. Allá va don Tello. Teresa recuerda así la entrevista habida el cuarto domingo de Pascua: "Como me ví con él, díjele que era recia cosa que hu­viese mujeres que querían vivir en tanto rigor y perfección y encerramiento, y que los que no pasaban nada de esto, sino que

20 GRACIÁN, Scholias y addiciones, fol. 50v., en El Monte Carmelo, 68 (1960), pp. 138-139.

21 Ibid.

570 J. V. RODRÍGUEZ

se estaban en regalos, quisiesen estorbar obras de tanto servicio de nuestro Señor. Estas y otras hartas cosas le dije con una de­terminación grande que me daba el Señor. De manera le movió el corazón que antes que me quitase de con él me dio la licen­cia" (8 mayo 1569: F 15,5).

En Sevilla el Arzobispo se cierra en banda y no quiere tam­poco dar la licencia para la nueva fundación. No valen ruegos de gente influyente. Un día se le ocurre al Arzobispo ir a ver a la Madre y ella, ni corta ni perezosa le manifestó "el agravio que nos hacía. En fin, me dijo que fuese lo que quisiese y como lo quisiese; y desde ahí adelante siempre nos hacía merced en todo 10 que se nos ofrecía y favor" (F 24,20). Se lo ganó de tal manera que asistió ·en persona a la inauguración solemne del con­vento y al final se puso de rodillas ante ella y le pidió la bendi­ción. La Santa sonrió, sin duda, .y escribe a una de sus monjas: "Mire qué sentiría cuando viese un tan gran prelado arrodillado delante de esta pobre mujercilla, sin quererse levantar hasta que le echase la bendición en presencia de todas las religiones y co­fradías de Sevilla" (Cta. del 15 junio 1576 a Ana de Jesús).

En Burgos ~l Arzobispo, que se resistió un par de veces aun ante la petición personal de la Santa, terminará concediéndole la licencia para la fundación. Al día siguiente de la inauguración oficial del monasterio fue el propio Arzobispo a dar el hábito a una novicia. Y durante el sermón en público "con muchas lá­grimas se culpó de no haber dado licencia antes a aquella santa, como quien había estado ciego en dilatársela, alabando su reli­gión y pidiendo perdón de 10 que les había hecho padecer" 22.

Con Felipe Sega, Nuncio de Su Santidad, no se llegó a en­trevistar la Madre Teresa, pero pienso que no le hubiese aho­rrado un par de verdades bien dichas cuando se atrevió a. emitir este juicio sobre él: "Murió un Nuncio santo (Ormaneto), que favorecía mucho la virtud, y, así, estimaba los Descalzos. Vino otro (Sega) que parecía le había enviado Dios para ejercitamos en padecer. Era algo deudo d~l Papa, y debe ser siervo de Dios" (F 28,3). Sega fue quien tachó a la Santa de "fémina inquieta y andariega" y ella buen palmetazo que le sacudió.

No alargamos más esta galería y todo lo que significa "can­tar verdades" y proclamarlas se puede coronar con esta ponde­ración tan suya: "¡Gran cosa es la verdad!" (Cta del 21 diciem-

22 BMe 2, p. 328: declaración de Teresita, sobrina de la Santa.

P ARRESÍA TERESIANA 571

bre 1579 al P. Doria) y con aquella sentencia definitiva en un caso enojoso, digno de haberlo examinado al detalle aquí: "En fin, la verdad padece, mas no perece" (Cta 3 mayo 1579 a las monjas de Sevilla).

Concluyendo: lo que hemos querido sugerir con estas pagI­nas, muy limitadas para un tema tan inmenso, es una lectura interpretativa del alma de Santa Teresa a base de su parresía. Asegurábamos al principio que el camino de la parresía era de lo más indicado para explorarla, para adentrarse en la persona­lidad tan matizada y tan rica de la Santa. Algo así como escu­chiu los coloquios de Cristo con el Padre que nos acerca mucho a su modo de ser hombre.

La Santa misma reconoce que, al escribir de su mano las Exclamaciones, pretendía dejar constancia de esos momentos de su vida para luego, en días de bajas tensiones, de pusilanimidad, confrontarse con ellas, encontrar sU propia imagen y conocerse mejor a sí misma (E 17,2).

De toda su literatura panesiástica, sinceridad con Dios y audacia con los hombres, surge espontánea la figura auténtica de Teresa: dulce y apasionada, imperiosa e insinuante, enamo­rada de todo 10 bueno, loca por la verdad de cada día y de cada momento, de cada persona y aferrada a La VERDAD = Dios, enamoradísima de Cristo Jesús, leona en defenderlo, siem­pre en ascuas, siempre en pie de guerra, siempre en son de paz, comprensiva, humanísima, loca perdida por la Iglesia y sus pro­blemas, transparencia del Espíritu Santo que oraba y actuaba en ella y le llenaba, tantas veces, la cabeza y el corazón de ce­lestiales desatinos ,y atrevimientos. Algo de esto veo yo en la Madre Teresa leyendo y auscultando sus conversaciones pane­siásticas.

Lo dicho en el cuadro bíblico inicial es, en mi intención, ya una clave para interpretar el alma de Teresa y su universo mis­terioso. El parentesco sobrenatUral de la Madre con esos per­sonajes bíblicos, sobre todo con los grandes orantes 23 es un ele­mento de esa teología bíblico-teresiana imprescindible para el discernimiento de los valores de esta mujer.

23 Abraham, Jacob, Moisés, David (de quien era muy devota: V 16,3), la Virgen Maria, etc. Será útil y sugestivo, para vistlumbrar aspectos teresianos, ver: JAC­QUES LoEW, En la Escuela de los grandes orantes, Madrid, 1976.

&

572 J. V. RODRÍGUEZ

El lenguaje oracional de la Escritura, aunque haya sido re­creado y refundido por la Madre en una intususcepción fortísi­ma, ahí está vibrando siempre (cfr. Exclamaciones: 1,2; 2,2; 4,2; 5,1-2; 7,1,3; 8,3; 10,1; 14,1; 15,3; 16,2-3; 17,6 (totalmente bí­blico),

y si atendiéramos a las tres modalidades principales de la oración bíblica: súplica (tefillah), acción de gracias (todah) y ala­banza (tehillah) encontraríamos a la Santa tan embebida de ellas que no lo puede estar más 24,

A Teresa la Biblia "le sirv,c de contraste, pues acude a ella como al canon, que representa la medida de la verdad" 25 y so­bre la Biblia quiso que fuese juzgado y discernido su espíritu por quienes tenían el poder Y' la obligación de hacerlo. Mi idea es que desde el área oracional' bíblica podemos aquilatar, mucho más que desde otras posiciones, nuestras exploraciones teresia­nas.

La familiaridad con los interlocutores preferidos: Dios, Je­sucristo, nos la hace ver naturalizada y entrañada en lo erístico ~ divino (E 17,4-5). Ya dejamos dicho cuántas cosas descubría ella desde la atalaya de su Dios y Señor. Su sentido y su actitud constante de asombrarse y de maravillarse del misterio de Dios y de los secretos encerrados "en cada cosita que Dios crió ... , aunque sea una hormiguita" (C 38,6) encontraban un vehículo apropiado para expresarse en su lenguaje parresiástico mucho mejor que en tantos discursos mentales 26.

El desgarrón de la Iglesia en sus días aparece constantemen­te en sus oraciones y también por aquí, siempre a través de su parresía, podemos medir los grados de perfección y la alta ten­sión de su espíritu eclesial.

La renovación de la vida religiosa emprendida por ella es, lo hemos apuntado, el mayor acto de audacia en una mujer de su siglo por el bien de la Iglesia. Cuando oye: Espera un poco, hija, y verás grandes cosas (F 1,8), se nos antoja un Abraham,

24 A. GoNZÁLEZ NÚÑEz, La oración de la Biblia para el hombre de hoy, Madrid, 1977, p. 35.

25 SECUNDINO CASTRO, O. c., p. 250. 26 En Introducción a la lectura de Santa Teresa, p. 393, dejamos dicho, aunque

muy de corrida, cómo el gran sentido de la admiración y la gran capacidad de maravillarse de que disfrutaba la Santa están pautando las Exclamaciones y, con· sigulentemente, todas sus páginas parresiásticas. Es un tema éste del asombro, ad­miración, maravilla, etc., tan teresiano a lo largo de toda su vida y escritos que bien estudiado en sí mismo y combinado con el de la parresia nos hará progresar en el conocimiento de Teresa de Jesús.

PARRESÍA TERESIANA 573

u otro de los patriarcas recibiendo las mejores promesas de fu­turo para la Iglesia por medio de su Orden.

Para quien ande buscando modelos de identificación en cuan­to a denuncia y contestación, desde dentro de la Iglesia 'Y con amor profundísimo hacia ella, puede fijarse en las relaciones de la Madre Teresa con las jerarquías de la Iglesia y de la Orden. Teresa enseña cómo hay que ser audaz y respetuoso; carismá­tico y obediente; denunciador del mal y promotor del bien, etc., y tan obligatorio es una cosa como otra: audacia y respeto, etc.

En este punto la parresía teresiana es aliada incondicional de la libertad, que nace del amor ardiente y apasionado.

Los ejemplos que hemos dado de parresía para con Dios y de audacia frente a los hombres son una mínima, muy mínima parte de lo que se encuentra en sus escritos 'Y de lo que acon­teció en su vida. Aunque hemos tratado de distinguir los textos que se refieren a la sinceridad para con Dios de los que intere­san más de lleno a la audacia para 'con los hombres no 10 hemos logrado siempre; y un par de veces, al menos, hemos hecho la excepción adrede.

Teresa de Jesús tenía entregada y ofrendada su vida en las manos de Dios así: "Veisme aquí, Señor: si es necesario vivir para haceros algún servicio, no rehuso todos cuantos trabajos en la tierra me puedan venir, como decía vuestro amador San Martín. Mas, ¡ay dolor de mí, Señor mío: que él tenía obras y yo tengo solas palabras, que no valgo para más; valgan mis deseos, Dios mío, delante de vuestro divino acatamiento, y no miréis a mi poco merecer! Merezcamos todos amaros, Señor; ya que se ha de vivir, vÍvase para Vos; acábense ya los deseos e intereses nuestros" (E 15,2-3, cfr. V 21,5).

Con el regusto de esta oración, que fue al mismo tiempo iti­nerario y programa de vida para Teresa de Jesús, despedimos el tema, comprobando una vez más que su auténtico estilo ora­cional: la parresía es uno de los rasgos más sobresalientes de la fisonomía teresiana.