Palabras en el bosque
-
Upload
sanchez-lucia -
Category
Documents
-
view
249 -
download
8
description
Transcript of Palabras en el bosque
Pala
bras
en
el
Bos
que
Dibujos de JAVIER MARISCAL
47
JESÚ
SM
AR
CH
AM
AL
O/
MA
RIO
ME
RL
INO
Palabras en el BosqueDiálogo de Lobos y Preposiciones
JESÚS MARCHAMALO / MARIO MERLINO
CUADERNOS DE MANGANA 47
1pTecDsepdpe(((
Mario Merlino es licenciado enFilología Hispánica. Ha coordinadotalleres de escritura para profesores,estudiantes, escritores entusiastas y pere-zosos. Ha colaborado durante variosaños en Acción Educativa y en varioscentros de profesores. Traductor litera-rio, obtuvo el Premio Nacional deTraducción en 2004. Ha publicadolibros didácticos, ensayos y los poema-rios Missa pedestris, Libaciones yotras voces y Arte Cisoria. Creador delgrupo Ache de Acción Poética, inter-viene en recitales y performances a par-tir de textos propios y ajenos.
Palabras en el BosqueDiálogo de Lobos y Preposiciones
Palabras en el BosqueDiálogo de Lobos y Preposiciones
Jesú
s M
arch
amal
o
CUADERNOS DE MANGANA 47
CENTRO DE PROFESORES DE CUENCA
Mario
Merlin
o
Dibujos de Javier Mariscal
© Jesús Marchamalo / Mario Merlino.
© de los dibujos: Javier Mariscal
© Centro de Profesores de CuencaPlaza del Carmen, 416001 CUENCATel.: 969 231 218 - [email protected] - http://www.cepcuenca.com
Impresión: Eurográficas, s.l.l.C/ Colón, 27 16002 CUENCA. Tel.: 969 230 556 - Fax: 969 236 136 - [email protected]
ISBN: 978-84-95964-44-1
D.L.: CU-031-2008
Cuadernos de Mangana es una colección de textos pertenecientes a distintos autores que han participa-do en cursos de este Centro de Profesores.
Palabras en el Bosque corresponde a la intervención de Jesús Marchamalo y Mario Merlino en el curso La novela española de nuestro tiempo (X) de abril de 2008.
“le puse por nombre silva porque en las selvas y
bosques están las plantas y árboles sin orden ni regla”
(Pedro Mexía, Silva de varia lección)
a federico martín nebras, ese duende que supo llevarnos al
bosque y dejar que nos perdiéramos
a noni benegas, con quien pergeñamos bosquemas a voz
en cuello y a caricia verbal limpia
a isabel sánchez, por el placer de leer
y provocar diciendo “que os lean”
13
Pala
bras
en
el B
osqu
e
A
No sé de dónde viene la palabra “bosque”. Tampoco lo dice el Diccionario, ese territorio de definiciones y etimologías y parentescos a veces inesperados. En el Diccionario se dice que la palabra tiene un origen incierto. Se dice, también, que “bosque” es un lugar poblado de árboles y matas. Eso se dice.
Siempre me ha provocado curiosidad saber cómo los académicos se ponen de acuerdo en las definiciones de las palabras. Porque hay palabras fáciles y palabras difíciles. Supongo que todo el mundo estará de acuerdo en que blanco es blanco, y sombra es sombra.
Pero también hay veces que la cosa se complica. “Fornitura”, por ejemplo, es conjunto de piezas de repues-to de un reloj. ¿A quién se le puede ocurrir una cosa así? Hay más: “empeque”, “gualdrapa”, “sacasillas”, “cane-sú”…
Cuentan que Azorín, cuando le nombraron aca-démico, propuso tres palabras: agavillar, montón de
Jesú
s M
arch
amal
o /
Mar
io M
erlin
o
14
gavillas; robadizo, camino malo; morredero, puerto o portillín.
El caso es que, como los académicos le dijeron que no, se enfadó y dejó de ir a los plenos, los jueves por la tarde. Decía que le coincidían con la hora de la cena, y que a su edad había que ser muy riguroso con los horarios.
“Boscaje”, volviendo otra vez al Diccionario, es un bosque de corta extensión, y “boscoso”, que tiene bosques. También existe “emboscar”, qué bonita, con-vertirse, hacerse bosque.
Son curiosas, desde luego, las palabras. Por ejem-plo, al bosque artificial y de recreo que hay en los jar-dines, se le llama “bosquete”, mientras que “bosquejo”, que perfectamente podría ser un bosque artificial y de recreo, define, en pintura, el apunte, el dibujo rápido, el bosquejo, como su propio nombre indica.
“Bosque” significa también abundancia desorde-nada de algo; es confusión, lío, madeja… Hay muchos bosques: el bosque encantado, el del espejo, el del len-guaje, el bosque de las palabras. Y, dentro de éste últi-
15
Pala
bras
en
el B
osqu
emo, pequeños bosquetes (¿o eran bosquejos?): el de los adjetivos, el de los adverbios o, por qué no, el bosquete de las preposiciones.
Hay que tener cuidado, amigo Merlino, porque ocu-rre a menudo que los árboles no dejan ver el bosque.
Jesú
s M
arch
amal
o /
Mar
io M
erlin
o
16
Antela maraña de las palabras escritas, entreverándose
con los árboles, los insectos que suben por la corteza de los árboles, midiendo la altura de los árboles, esos versos copa arriba, inventando a los dioses en una oración que diga yo soy vuestra hoja, yo soy vuestra raíz, yo soy la savia que fluye y os escribe mensajes apasionados a la hora de la siesta, saliendo de la sombra que cubre el universo entero, estipulando cadencias, tecleando, tecleando en esas máquinas, esos pianos de escribir prehistóricos, en un homenaje, una veneración sin nombre todavía, cuando los garabatos se reúnen y no saben muy bien qué dicen ni qué quieren decir, ante todo ante vosotros, los árboles, los dioses, los primeros palotes que pretenden ser letras, la c con la a, ca, la s con la a sa, ca-sa, la casa está en el bosque, ante todo está en el bosque, ante la luz que se filtra y aún no anuncia nada, ante la perplejidad, ante los caminos que se bifurcan, que se bifurcan no, que se multiplican, sin
17
Pala
bras
en
el B
osqu
esaber cuál es el rumbo verdadero, porque no hay rumbo verdadero, porque la verdad no se verifica mientras no empiece a moverme, mientras me preparo para el viaje observando, mientras me despojo y me desnudo dis-puesto a entrar en el laberinto del bosque, sin salir de la linde todavía, como quien espera el beso que habrá de trastornar la escritura, cuerpo presente, ante la muche-dumbre de los árboles, expectante, ante
Jesú
s M
arch
amal
o /
Mar
io M
erlin
o
18
BajoEl bosque es un lugar lleno de sonidos. Hay que
fijarse, claro. La gente que vivimos en las ciudades tene-mos el oído no exactamente atrofiado pero sí de algún modo adormecido, domesticado, temeroso…
Por eso en el bosque tenemos la falsa impresión de que todo es silencio. Pero. En el bosque suenan los pasos sobre la hojarasca; las ramas; el viento en hojas; suenan los cantos de los pájaros y todo lo demás: silbi-dos, trinos, zumbidos, graznidos, aullidos… El cuco en los cerezos, ¿son cerezos?
Leo en el bosque un cuento de Chéjov. Es la his-toria de una joven a la que sólo le quedan cincuenta rublos. Recuerda entonces a un dentista que conoció en una fiesta, con el que intimó brevemente y a quien no ha vuelto a ver. Y decide visitarlo para pedirle dinero.
Pero. Al final, en la consulta, le vence la vergüen-za. Y acaba contándole que en realidad le duele una muela.
19
Pala
bras
en
el B
osqu
eHay un momento en que los sonidos se cuelan en el libro: un chirrido lejano, un trueno… y contagian por completo la historia.
La consulta del dentista no vuelve a ser igual por-que se ha llenado con los sonidos del bosque.
Pero tampoco el bosque vuelve a ser el mismo, porque del libro escapa el sabor acre de la anestesia. El apuro de la protagonista, las lágrimas rodando por sus mejillas…
El bosque también queda fatalmente contagiado por la historia. Y hay un momento en que la realidad del bosque y la realidad el libro se confunden. Y ya no se sabe realmente lo que es bosque, y lo que es libro.
El cuento de Chejov termina con la chica cami-nando hacia su casa. Está llorando, y escupe sangre. Porque al final le han sacado la muela, y el dentista le ha cobrado cincuenta rublos.
¿Sabes, por cierto, que Chéjov se construyó una caseta en el jardín de su casa donde escribía?
Cada mañana salía apoyado en su bastón como un príncipe, y se encerraba allí a escribir.
Jesú
s M
arch
amal
o /
Mar
io M
erlin
o
20
Murió en un hotel en Badenweiler, en la Selva Negra. Le acompañaban el médico que le atendía y Olga, su mujer. A punto de expirar, el doctor llamó al servicio de habitaciones y pidió una botella de cham-pán. Sirvieron tres copas y brindaron entre ellos, casi en silencio.
Chéjov apenas mojó los labios. Y casi en un susu-rro dijo: ¡Cuánto tiempo hacía que no bebía champán! Fueron sus últimas palabras. Se echó de lado en la cama, y al rato murió.
21
Pala
bras
en
el B
osqu
e
Cabeel bosque sigo siempre al borde, quiero escribir el
bosque y lo guardo, como el poeta chino Wang Wei, del siglo X. Su magnífica traductora, Pilar González España, cuenta que el gobierno quiso compensar la dedicación del poeta a la poesía y le ofreció un puesto en la admi-nistración del estado. Él, ajeno a cualquier tentación burocrática, se propuso como guardabosques, con lo que preservó su soledad (en esta calle, en esta calle existe un bosque, que se llama, que se llama soledad) y dialogó complacido con los árboles.
Cabe el bosque, reconozco y admiro cada uno de los árboles. Entro y miro. Leo, sin decidirme a escribir toda-vía, las cortezas, la forma de las hojas, entreveo los ojos de los animales más vivarachos, de los que se ocultan recelosos, de aquellos que me miran, como el axolotl de Cortázar, y me hacen perder mis señas de identidad.
Cabe el bosque soy un árbol más que aún no ha encontrado sus raíces
25
Pala
bras
en
el B
osqu
e
ConDivertida la historia del poeta guardabosques.
Cuando era niño recuerdo que había en algunos
parques de Madrid unas garitas minúsculas para los
guardas.
No eran guardias, sino guardas.
Llevaban una chaqueta de color pardo, un som-
brero, y una cincha de cuero negro que les cruzaba el
pecho, y en la que brillaba una enorme chapa de bronce
dorado.
En los pantalones, grises, dos listas rojas, cosidas.
Mi hermano y yo les veíamos pasear bajo los árbo-
les, a media tarde, marciales como húsares.
Yo siempre les imaginaba matando lobos, y abrién-
doles la tripa después para sacar algún cordero despista-
do o alguna abuelita digerida sin masticar.
Otra imagen de infancia es la del basurero del pin-
cho, por los parques.
Jesú
s M
arch
amal
o /
Mar
io M
erlin
o
26
Caminaba por la hierba con una bolsa al hombro, oscura como la del hombre del saco.
Y llevaba un bastón metálico acabado en una punta afilada con el que ensartaba los papeles, las hojas, los envoltorios de caramelos…
Siempre me pregunté qué llevaría en esa bolsa. ¿Sólo papeles?
He estado leyendo a Stevenson, un librito en que habla de la lectura como de un tesoro.
Cuenta que quien escribe entierra un cofre. Y que el lector después lo desentierra.
Pero. Ocurre la mayor parte de las veces que el lec-tor desentierra un tesoro distinto, un tesoro enterrado en otro sitio.
Los mismos libros no cuentan nunca las mismas cosas, porque los lectores buscamos tesoros diferentes: unos oro o piedras preciosas, otros incienso, o mirra…. Como reyes, ya sabéis.
27
Pala
bras
en
el B
osqu
e
Contracontra el bosque, contra la maraña, esa especie
virulenta, y descubro que escribir irrita, que los mons-truos de mi imaginación no se ponen de acuerdo, que los árboles me amenazan, que no sé si son ellos o soy yo, que un árbol me habla y me asusto, que los bicharracos se me suben a la cabeza, que se ríen, que de golpe el bosque es una carretera, el tráfico es vertiginoso, y cir-cula la publicidad de un coche completamente cubier-to de frondas, y siento que el bosque me arrebata de nuevo, que la carretera es un engaño de los sentidos, y emprendo el camino convertido en caperucita, deseosa de encontrar al lobo porque no quiero, como dice Ana María Matute, ser una “caperucita imbécil”, quiero que el lobo me temple o me coma, quiero sumergirme en el bosque más hondo de su estómago, quiero grabar un mensaje en la boca del lobo con mis uñas, con mis dientes, con la fuerza que aún me sostiene y después, después, nutrido al fin de sus jugos gástricos, de los res-
Jesú
s M
arch
amal
o /
Mar
io M
erlin
o
28
tos de las otras carnes consumidas pueda mirar tal vez sin ojos lo que queda fuera desde la película traslúcida del lobo comido y descomido
29
Pala
bras
en
el B
osqu
e
DeMe gusta John Berger. He estado leyendo su último
libro, cuyo título no recuerdo (es el privilegio de los desmemoriados). Cuenta que en Lisboa hay una torre a la que sube un ascensor; la torre de Santa Justa. El ascensor de Santa Justa no lleva a ninguna parte.
Simplemente sube hasta lo alto de la torre, y vuel-ve a bajar. Lo realmente chocante es que el ascensor depende de la Empresa Municipal de Transporte que se encarga de mantenerlo y explotarlo.
De modo que para montar en el ascensor no se compra una entrada, sino un billete.
Seguramente se trate del viaje más insólito que pueda hacerse en una ciudad.
“Leer –dice Berger– es igual” Un viaje que al final nos deja en el mismo sitio, como el ascensor de Santa Justa.
Pero qué fantástica la ciudad vista desde la torre. No me comas, Merlino. Anda, no me comas.
Jesú
s M
arch
amal
o /
Mar
io M
erlin
o
30
Desdelos entresijos por donde aún puedo moverme a mis
anchas y hasta romper la pared de piel y pelos que me separa del bosque, de nuevo al acecho, desde siempre al acecho, y darme cuenta en realidad de que nunca he salido del bosque, que el bosque es este espacio singular que me permite estar dentro y fuera al mismo tiempo, que, como diría Félix Grande, el bosque mide siglos de longitud y que todo se embosquece de repente: la fatiga de mis músculos, la deliberada ceguera de mis ojos, mi avance a tientas, mi no saber sabiendo, enredado yo mismo con las plantas, absurdo guardabosques que no mira y sólo sueña descubriendo en el boscaje figuras familiares, el espectro de mi madre que se disipa cuando intento abrazarla, los vapores de un amigo ebrio que se disuelven en el aire, porque todo lo sólido se desvanece en el aire, porque todo en el bosque es el bosque que imagino y que se extiende
31
Pala
bras
en
el B
osqu
e
EnHay dos tipos de libros: los que se leen en casa y los
que se sacan a la calle. Los libros callejeros siempre acaban con las páginas
dobladas, y las cubiertas sucias. Se guardan en los bol-sos, en las mochilas… Montan en metro o en autobús, y se abandonan sobre las barras de los bares a la hora del café.
Hay mucha gente que forra los libros para que no se estropeen. Los libros forrados me recuerdan el colegio.
Cada año, al empezar el curso, había en casa un festín de tijeras y pliegos de papel de color azul. El papel se doblaba adaptándolo a la forma del libro; se cortaban después las esquinas, y las solapas se pegaban con celo.
Los libros para leer en la calle suelen acabar lle-nos de cosas: billetes de metro, entradas de cine o de museos, fotografías, folletos de exposiciones, pequeños papeles con números de teléfonos, o citas…
Jesú
s M
arch
amal
o /
Mar
io M
erlin
o
32
Los libros son como cajas. Guardan en su interior
las huellas de los lectores que fuimos.
Hace poco tuve ocasión de ver los libros de Cortázar.
Muchos guardaban papeles en su interior: páginas de
periódicos, un par de dibujos, un boletín marítimo, el
resguardo de una maleta… Me contaron también que
habían aparecido algunos billetes de banco.
Borges también guardaba el dinero en los libros.
Y Lampedusa, el autor de El Gatopardo. Contaba en
broma a sus amigos que los libros eran su mayor tesoro.
Lampedusa leía mucho en la calle. Pasaba gran parte de
la mañana leyendo en una confitería, mientras desayu-
naba durante horas y horas.
También leía fuera de casa Baroja. Paseaba mucho
por el Retiro, recogiendo castañas en otoño, siempre
con la boina calada y, a veces, con los zapatos atados
con una cuerda.
Parece que a Azorín le gustaba leer en el metro.
Iba andando con un abrigo largo, bastón y sombrero.
Como una estatua de sí mismo.
33
Pala
bras
en
el B
osqu
eGuillén, los últimos años de su vida, en Málaga, decía que leía en un Matisse. Eso decía.
Preparó un rincón de lectura junto a una ventana desde la que se veía el mar y el horizonte, como en un Matisse.
37
Pala
bras
en
el B
osqu
e
EntreJesús Marchamalo y yo mientras conversamos y
hay relámpagos que anuncian tormenta e iluminan el bosque que formamos, entreverados, como si Jesús y yo fuéramos mutuos entremeses, yo te como a ti, Jesús, tú me comes a mí, porque el habla es la jugosa pasta que cada uno entrega de sí mismo y si te absorbo apren-do, si me absorbes supongo que aprendes, abrámonos de orejas, que de nuestras orejas salgan plantas, otras frondas, que nuestra boca aspire el olor que despiden o les atribuyo a las bellotas del bosque, que todas las ramas se pongan a crecer, que nuestra piel sea líber, esa película como decían los latinos entre la corteza y la madera del árbol, esa parte del cilindro central de las plantas angiospermas dicotiledóneas, que está forma-da principalmente por hacecillos o paquetes de vasos cribosos, las cribas por donde desciende la savia, y que entonces el bosque sea el libro, el líber libérrimo que aún no está escrito, o que no para de escribirse, que se
Jesú
s M
arch
amal
o /
Mar
io M
erlin
o
38
escribe a sí mismo absorbiendo, que se deleita con la leche que brindan las tetas del lenguaje, las tetas que nunca habrán de secarse mientras conversemos, en un diálogo más indefinido que el pretérito, abierto a todas las voces, o en un juego de monólogos paralelos que se juntan, las paralelas a veces se juntan, las paralelas a veces se juntan, o la carta que me envías, o la carta que yo te envío, entreverados, nosotros entremeses, entre tú y yo, como las tacitas de té que en otros tiempos se les regalaba a las parejas y que llevaban escrito un tú y un yo intercambiables, tacitas que ahora son cuencos de madera que hemos labrado en el bosque
39
Pala
bras
en
el B
osqu
e
HaciaEl bosque cambia constantemente de apariencia: es
un lugar melancólico; a veces, a veces misterioso. Llueve y el bosque se vuelve frío y desapacible. Escampa y la bruma lo inunda.
Es acogedor cuando las sombras se dibujan en el suelo, en verano. Es frondoso y fresco en primavera.
Pero también amenazante, de noche.Ocurre, en el bosque, que gusta perderse, a veces.
Y otras, en absoluto. No sé si alguna vez Borges leyó en un bosque. No
me pega, pero no se sabe. Borges llevó durante años un pañuelo perfumado
en el bolsillo de la americana. Se lo preparaba cada día su tata que no le dejaba salir a la calle sin él.
Una vez escribió un texto contra Perón, o dijo algo; y Perón, el pecho lleno de medallas y entorchados, lo mandó de inspector al departamento de pollos y galli-nas. Los dictadores nunca ahorran en mezquindades.
Jesú
s M
arch
amal
o /
Mar
io M
erlin
o
40
Me cuesta imaginarlo allí, vestido con su traje, su pañuelo perfumado y sus zapatos oscuros, brillantes como topacios, pisando la paja y las cagadas.
Cuando se quedó ciego tenía un grupo de lectores que leían para él en voz alta aquellos pasajes que quería volver a escuchar.
Sin embargo, seguía tocando los libros, los cogía de las estanterías, los abría y acariciaba con las manos el tacto áspero del papel. Las huellas apenas perceptibles de la letra impresa…
Otro truco consistió en aprenderse poemas com-pletos de memoria, que podía recitar de corrido. Así podía leer donde le viniera en gana: en un tren, durante una conferencia, en el bosque, por qué no…
Entrecerraba los ojos para que los demás pensaran que se había dormido, que se había quedado ligeramen-te traspuesto. Y leía de memoria.
41
Pala
bras
en
el B
osqu
e
Hastahasta decir basta, bebamos savia hasta decir basta...
¿Y tú me lo preguntas? ¿Me preguntas si la savia nos hace sabios? ¿No te acuerdas de Platón hablando de la capilaridad de la sabiduría? Hemos bebido savia, hemos bebido agua, hemos bebido leche de las tetas del lenguaje. Pero los higos también tienen leche. Y en este bosque sin duda hay cabrahígos, venga, Jesús, vamos a cabrahigar. Te lo explico copiando la defini-ción del diccionario: vamos a “colgar sartas de higos silvestres o cabrahígos en las ramas de las higueras”, porque así los higos de la higuera se fecundarán mejor y “serán más sazonados y dulces”. Con las palabras pasa lo mismo que con los higos. Los dogones ya lo sabían. Hablaban de palabras secas y palabras húmedas. Sólo hay humedad en las palabras cuando fecundan. Esto es la leche. La savia es la leche de los árboles que es la leche del lenguaje que es la leche, ahora me acuerdo, a la que se refería José Lezama Lima cuando hablaba del
Jesú
s M
arch
amal
o /
Mar
io M
erlin
o
42
logos espermatikós. El lenguaje/la lengua es el ser más
hermafrodita que conozco: tiene tetas, tiene verga, tiene
vulva, tiene ano: anus mundi, anima mundi. Hay que
refugiarse alguna vez en el bosque, hay que saber entrar
en el culo del mundo
43
Pala
bras
en
el B
osqu
e
ParaUno se sienta a la sombra de un árbol en el bosque.
Las piernas extendidas, la espalda apoyada. Sujeta el libro sobre los muslos.
Pero. La corteza es dura y áspera, y se te clava en los omoplatos.
Uno se tumba boca abajo en el bosque; los codos apoyados en el suelo. El libro sujeto entre las manos.
Pero. Se te clavan las piedras en las costillas. Y te pinchan las agujas secas de los pinos.
Uno se sienta con las piernas cruzadas, en el bos-que. La espalda erguida, el libro sobre el regazo.
Pero. Te suben las hormigas por las piernas. Por fin uno consigue tumbarse cómodo a leer, en
el bosque, a la sombra, recostado en el suelo sobre una manta. El libro abierto, sujeto con una mano.
Pero. Te quedas dormido.
47
Pala
bras
en
el B
osqu
e
Pormoverse por el bosque, abrazar los troncos de los
árboles con los pies descalzos, sentir que el árbol vibra contigo, sentir que la tierra se mueve y te impulsa, hacer el amor con el bosque, con los árboles del bosque, con las hierbas, con el ramojo, reanudar el coito entre Afrodita y Hermes, amor y mensaje, Hermes y Afrodita, pala-bra y espuma, cada árbol un amante inesperado, cada encuentro una metamorfosis, cada corazón grabado en la corteza de los árboles un enigma, una ecuación nunca resuelta, obra abierta, X ama a Y, y con minúscula un suspiro (x ama a y), y que en X (o en Y, o en Y) quepan todos los leales amadores de este mundo, todas las mag-dalenas, todas las santas en éxtasis, todos los personajes que en la escritura del mundo han sido, el gran bosque del mundo, el bosco de las delicias, juan de la cruz liado con maría zambrano liado con juan gelman liado con hadewicj de amberes liado con john donne, donne-moita langue, los hombres enredaderas, las mujeres aromas
Jesú
s M
arch
amal
o /
Mar
io M
erlin
o
48
SegúnDespués de la lluvia, en el bosque, hay un rato en
que las hojas continúan goteando. Y es el momento de
leer poesía. Por ejemplo Salinas: “No, no dejes cerradas
las puertas de la noche, del viento, del relámpago, la de
lo nunca visto”.
O Verlaine: “El otoño prestaba nuevas alas al torno,
en un aire impreciso”.
O Virgilio Piñera: “La maldita circunstancia del
agua por todas partes me obliga a sentarme en la mesa
del café”.
Una novela acaba cuando uno acaba de leer el libro,
un poema nunca. Puede leerse una y otra vez y jamás
termina de entenderse del todo, o de entenderse siem-
pre y cada una de las veces.
Recuerdo que leí hace tiempo una historia. La
historia de un país en la frontera de Irán que se llama
Tayikistán.
49
Pala
bras
en
el B
osqu
eLos tayicos, descendientes de los persas, han sufrido
durante décadas una ley que les imponía el ruso como
idioma: los periódicos, los libros, las instancias oficiales.
Todo se imprimía en ruso.
Pero los niños aprendían clandestinamente el idio-
ma de sus tatarabuelos, el persa, en los libros antiguos
que tenían en casa. Y los libros antiguos estaban escritos
en verso.
De modo que en Tayikistán, un lugar perdido entre
valles y estibaciones remotas, los jóvenes hablan el anti-
guo persa de los poetas. El persa de las metáforas, de la
métrica, de las imágenes iluminadas….
Raya lo imaginario el que exista un lugar en el
mundo donde los niños aprendan las palabras utilizan-
do el lenguaje de los poetas. El de Miguel Hernández:
“Hay un constante estío de ceniza parar curtir la luna de
la era”. El de Pepe Hierro; “He aprendido a no recordar.
Me asomo cada día al azogue del lago, el agua –como
la piedra o el oxígeno– no tiene acá o allá, recuerdos o
proyectos”.
Jesú
s M
arch
amal
o /
Mar
io M
erlin
o
50
El de Wislawa Szymborska, húmedo como las palabras de los dogones: “Recuerdo muy bien ese miedo infantil. Evitaba los charcos tras la lluvia, sobre todo los recientes. Alguno podría no tener fondo, aunque se pareciera a los otros”.
51
Pala
bras
en
el B
osqu
e
Sinsin que falte samuel beckett escribiendo su breve
relato sin y en ese momento asome el claro del bosque, el remanso que sucede a la orgía, el lugar donde todo vuelve a empezar, el kilómetro cero, “quimera la aurora que disipa las quimeras”, y las ganas de escribir reposen, sin prisa y sin pausa, mientras la forma árbol se abre, se enarbola, y un árbol sea múltiple, refleje todos los árboles del mundo, boscosamente, y boca a boca, la poesía será hecha por todos, el conde de Lautréamont se aparezca en el claro, desbarate la sintaxis, baraje las formas, barrunte otro idioma en el idioma, y un aluvión de palabras
Jesú
s M
arch
amal
o /
Mar
io M
erlin
o
52
SoCatalina de Rusia, gran lectora. Harta de las cons-
piraciones palaciegas, de las mentiras y las medias ver-dades de sus ministros, decidió ver con sus propios ojos cómo vivían sus súbditos.
Así que ordenó que le organizaran viajes en los que recorría millas y millas de carreteras, viajando en un coche de caballos.
Uno de los oficiales de su séquito era el conde Potiomkin que, además, se acostaba con ella. Con otros oficiales y aristócratas, Potiomkin se encargaba de orga-nizar los viajes, decidía los itinerarios, buscaba los sitios para dormir y, lo que era más importante, fabricaba la ficción que viviría la emperatriz.
Porque, a los lados de los caminos por los que pasaba la comitiva, se construían, semanas antes, pue-blos, graneros y silos de cartón y madera. Se pintaban minúsculas casas, que a lo lejos parecían ciudades, y se quemaban rastrojos para que pareciera que las fábricas
53
Pala
bras
en
el B
osqu
etrabajaban a pleno rendimiento. Así, la emperatriz, mirando por la ventana de su carruaje, siempre vivió en un país de ficción, de cuento, con sus pueblos falsos, y sus falsos súbditos, y sus falsas cosechas y fábricas.
En la Rusia de Catalina se puso de moda tener bibliotecas. Pero los nobles no compraban libros. Un comerciante, en Moscú, se hizo rico encuadernando sobrantes de papel.
Entonces las bibliotecas eran imaginarias. Hoy los imaginarios son los bosques.
Jesú
s M
arch
amal
o /
Mar
io M
erlin
o
54
Sobrey un aluvión de palabras en emboscada caiga sobre
mí, caiga sobre jesús marchamalo, caiga sobre vosotros y haya que desandar el camino, haya que perderse una vez más en el bosque para elegir la sombra, el lugar ameno donde todo vuelve a empezar, donde la escritura se hace laberinto, tauromaquia, donde el minotauro nos ofrece la hermosa figura monstruosa de lo desconocido, esa figura que no mataremos nunca porque la muerte es mentira y las palabras sobreviven las palabras sobreviven las palabras sobreviven metidas en un sobre que, aun-que minúsculo, contiene el bosquema que buscábamos, la unidad del bosque en poema. Sobre el sobre, el sello de un país que aún no ha sido descubierto
55
Pala
bras
en
el B
osqu
e
TrasMario, ¿cómo estás? Soy Marchamalo acabo de
escuchar en el contestador un mensaje de Federico, no sé si ha hablado contigo. Ha pensado que hablemos del bosque. Tú de escribir en el bosque, y yo de leer en el bosque.
Una especie de diálogo, o monólogo a dos voces, una suerte de epistolario cruzado más bien.
¡Ah!, me decía también que si se nos ocurría, hicié-ramos un juego con las preposiciones: ante el bosque, en el bosque, desde el bosque… Podemos repartirlas, si te parece, te quedas una mitad y yo la otra.
Ya me dirás que puede escribirse de TRAS el bos-que.
Llámame. Un abrazo.
LA PRESENTE EDICIÓN DE
PALABRAS EN EL BOSQUE
DIÁLOGO DE LOBOS Y PREPOSICIONES
CUADERNO DE MANGANA Nº 47,
SE ACABÓ DE IMPRIMIR EN CUENCA,
EL 4 DE ABRIL DE DOS MIL OCHO,
FESTIVIDAD DE SAN DIÓGENES.
LA EDICIÓN CONSTA DE 500 EJEMPLARES.
ET VALETE.
CUADERNOS DE MANGANA
Nº1 La casa del lector Nº2 La inteligencia lingüísticaGustavo Martín Garzo José Antonio Marina
Nº3 Hablar bien Nº4 Las condiciones de felicidad o el lenguaje como virtud Belén Gopegui Juan Luis Conde
Nº5 La literatura del silencio Nº6 Narraciones e ideasManuel Longares Álvaro Pombo
Nº7 ¿Otro camino para la novela? Nº8 Regreso al tapiz que se disparaJosé María Guelbenzu en muchas direcciones
Enrique Vila-Matas
Nº9 Las formas de la novela Nº10 Del ponerse en escenaen la democracia Miguel Sánchez-OstizJordi Gracia
Nº11 Literatura, lectura, crítica literaria Nº12 Lo que guardan las musas:y medios de comunicación literatura y filosofíaÁngel Basanta María Fernanda Santiago Bolaños
Nº13 Narrativa en el exilio Nº14 La narrativa gallegaen lengua gallega en el fin del milenioXesús Alonso Montero Dolores Vilavedra
Nº15 Nosotros dos Nº16 Ensayos, dietarios, relatos Manuel Rivas en el telar: la novela a noticia
José-Carlos Mainer
Nº17 Sobre la traducción Nº18 Encuentro en CuencaPilar del Río José Luis Sampedro
José Saramago
Nº19 Memorias de la Escuela Nº20 El espacio literario en el tiempo AA.VV. de las autonomías
Ignacio Soldevila
Nº21 Memoria, ficción Nº22 El peso de la memoria en las letras José Manuel Caballero Bonald portuguesas contemporáneas Isabel Soler
Nº23 Literatura e Identidade/ Nº24 El año que nevó en Valencia Identidad y Literatura Rafael Chirbes João de Melo Nº25 El periodismo literario Nº26 Tendencias actuales del léxico hispano Mesa redonda Humberto López Morales
Nº27 Euskal kontagintza gaur/ Nº28 Lo que antes era exacto La narrativa vasca hoy Anjel Lertxundi Jon Kortazar Nº29 Tocar los libros Nº30 Narrativa y Posmodernidad Jesús Marchamalo José María Pozuelo Yvancos Nº31 Literatura escrita por mujeres Nº32 Matemáticas y Literatura Paula Izquierdo Joaquín Leguina
Nº33 Defensa de la fantasía Nº34 Lo que son las cosas Espido Freire Luis Eduardo Aute
Nº35 98 y 27: dos generaciones Nº36 Hubo un animal arco-iris ante el cine que despedía un aliento multicolor Vicente Molina Foix Fernando Arrabal
Nº37 A propósito de mi narrativa Nº38 El color del Quijote Antonio Colinas ¿Qué pintan los profesores? V Exposición colectiva
Nº39 El artículo literario. Nº40 La novela española hacia el nuevo De Francisco Ayala a Javier Cercas milenio: algunas impresiones Fernando Valls Marta Sanz
Nº 41 Segundo año triunfal Nº 42 Del cuento literario Ignacio Martínez de Pisón Juan Pedro Aparicio José María Merino
Nº 43 Entre la memoria y la invención Nº 44 Escribir de lo que nos pasa. La Lorenzo Silva escritura diarística Juan Cruz Andrés Trapiello
Nº 45 Historia, novela y memoria o el Nº 46 Vigencia de lo fantástico camarote de los hermanos Marx en el imaginario moderno Alfons Cervera Pilar Pedraza
Nº 47 Palabras en el Bosque Diálogo de Palabras y Preposiciones Jesús Marchamalo Mario Merlino