P. Joseba Segura. PRIMERA PARTE ESPERANZA CRISTIANA Y ESPERANZAS DEL MUNDO (1-31)

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PRIMERA PARTE

ESPERANZA CRISTIANA YESPERANZAS DEL MUNDO

(1-31)

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Introducción (1)

La salvación no es algo que nos ha ocurrido y ya está. La salvación se nos ofrece como esperanza fiable que nos ayuda a vivir.

Esta esperanza ilumina el presente y nos permite avanzar hacia el futuro, seguros de la meta y, por esa razón, capaces de afrontar las dificultades del camino.

Pero, ¿qué clase de esperanza es capaz de producir este efecto, capaz realmente de salvarnos? ¿De qué certeza se trata?

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La fe es esperanza (2)• Esperanza es una palabra central en la Biblia. En

muchos pasajes fe y esperanza parecen intercambiables.

• “No os aflijáis como hombres sin esperanza” (1Ts 4,13). No conocemos los detalles de nuestro futuro pero sabemos algo importante, cierto, que nos permite sobrellevar el presente. Para los creyentes la puerta oscura del futuro se ha abierto de par en par.

• Eso sí: quien tiene esta esperanza, vive de una manera nueva.

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Una esperanza que cambia la vida (3)

• El único modo de alcanzar esta esperanza es buscar y conocer al Dios verdadero (Ef 2,12).

• Para nosotros, acostumbrados a vivir en esta esperanza, puede que esta noticia ya no nos sorprenda. Pero para los que descubren la fe, como por Josefina Bakhita, la esperanza en Cristo transforma radicalmente la vida.

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La esperanza de la Iglesia primitiva (4)

• La experiencia de Bakhita fue la de muchas personas, esclavos o maltratados en el mundo antiguo que conocieron el cristianismo.

• Jesús no traía un mensaje revolucionario sino una propuesta radical: el encuentro con el Dios vivo.

• Pero su propuesta tiene consecuencias en las relaciones sociales como se refleja en la carta de Pablo a Filemón, al recomendarle que acoja a Onésimo, su antiguo esclavo, como hermano. Así la sociedad cambia desde dentro incluso si las estructuras sociales son las mismas.

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Esperanza para los pobres y para todo ser humano (5)

• El cristianismo fue un mensaje liberador para esclavos y oprimidos pero también hubo conversiones en las clases cultas y acomodadas.

• La esperanza cristiana libera del determinismo cósmico y de la creencia de que todo está regido por las leyes de la materia. La vida no es producto de un destino cerrado o de una simple casualidad: en última instancia hay un sentido, una voluntad personal, un Espíritu que en Jesús se ha revelado como amor.

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Cristo, filósofo y pastor (6)• En la imaginería de los sarcófagos antiguos, Cristo se

representa como filósofo y como pastor.• En aquel tiempo el filósofo no era el intelectual sino el

maestro que enseñaba el arte de vivir y morir rectamente. Así Cristo era percibido y representado como el filósofo por excelencia, que conocía el camino verdadero. Un camino que lleva más allá de la muerte.

• Lo mismo puede decirse de la imagen de pastor. El pastor verdadero es aquel capaz de acompañar por sendas oscuras (Sal 22), incluso de atravesar el valle de la muerte. Tener la convicción de que Cristo es ese filósofo y ese pastor, es la nueva esperanza que se extiende con rapidez en el mundo antiguo.

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La fe, substancia de lo que se espera (Hb 11,1) (7)

• Este texto nos dice que por la fe, de manera incipiente, ya están realmente presentes en nosotros las realidades que esperamos.

• La realidad substancial de la fe genera una certeza: lo que todavía no vemos, está sin embargo en camino y ya podemos percibirlo.

• Es importante subrayarlo: la fe no es una disposición subjetiva que espera lo que ha de venir. La fe nos aporta ya algo, concreto y significativo, de aquello que esperamos. El hecho de que ese futuro existe, cambia nuestro presente.

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Una fe que genera libertad (8)

• Donde está viva la substancia de la fe, queda relativizada lo que la mayoría considera verdaderamente substancial, es decir, la seguridad económica (Hb 10, 34).

• La fe otorga a la vida una base nueva. La fe crea libertad. Y esa libertad está en la base de la aceptación de las grandes renuncias, incluso del martirio. Libertad de quienes dejan todo por amor a Cristo y para transmitir a Cristo.

• La vida de esos testigos reflejan que la fe es realmente “substancia” y fundamento de una esperanza sólida.

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Perseverancia y valentía (9)

• El creyente sabe esperar, soportando pacientemente las pruebas, hasta alcanzar la plenitud de la promesa (Hb 10,36). Puede perseverar con fidelidad porque su existencia se basa en la certeza de una esperanza.

• Esa certeza hace que, en una situación arriesgada, en vez de retraernos con miedo, podamos defender lo que es verdadero y justo (Hb 10,39).

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¿Qué es la vida eterna? (10)

• La forma clásica de acogida al rito del Bautismo pregunta a los padres: ¿Qué pedís a la Iglesia? La fe. Y ¿qué da la fe? La vida eterna.

• Pero, ¿qué es vivir eternamente? A muchos hoy esta propuesta les produce rechazo. Vivir sin fin les parece aburrido e incluso insoportable.

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Confusos, seguimos buscando (11)

• Sufrimos cierto grado de contradicción: por un lado no queremos morir; por otro tampoco queremos seguir existiendo ilimitadamente y además la tierra no lo soportaría.

• Dice San Agustín: nos gustaría vivir la vida en plenitud; aspiramos y pedimos en la oración constantemente la felicidad para nosotros y para nuestros seres queridos. Aunque no sabemos lo que deseamos, lo que nos conviene (Rm 8, 26), estamos convencidos de que debe existir algo diferente, algo hacia lo que nos sentimos impulsados.

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Eternidad intemporal (12)• Esta realidad desconocida a la que aspiramos es, al

mismo tiempo, causa de impulsos positivos y destructivos, motivo de esperanza y desesperación.

• Desde esta experiencia ambivalente, la expresión “vida eterna”, entendida como prolongación sin fin de la vida que conocemos, no resulta una perspectiva atractiva.

• Pero la intemporalidad de Dios no es una sucesión ilimitada del tiempo que conocemos sino la experiencia prolongada de un momento de plenitud. Jesús lo expresa así: “volveré a veros, se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría” (Jn 16,22).

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Esperanza individualista (13)

• Este saber que no sabe, esta esperanza que busca concretarse, ha sido representada de maneras diversas a lo largo de la historia.

• Algunas de esas representaciones han sido acusadas de individualismo, de ser una búsqueda de salvación eterna exclusivamente privada que abandona el mundo a su miseria.

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Esperanza comunitaria (14)

• En la teología de los Padres la salvación es siempre comunitaria. El pecado es destrucción de la unidad del género humano; por eso la redención refleja de manera sacramental y real, el restablecimiento de esa unidad.

• La vida verdadera hacia la que buscamos reorientarnos siempre de nuevo, solo puede realizarse dentro de un “nosotros.” El aislamiento en el “yo” es incompatible con la experiencia de la alegría de Dios y con Dios mismo.

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Esperanza y mundo presente (15)• La búsqueda de la vida plena, va más allá del mundo

presente pero tiene también que ver con la edificación de este mundo.

• Incluso los monasterios medievales tenían conciencia clara de sus responsabilidades en el mundo. Bernardo lo expresa así: aunque el monasterio no puede restablecer el Paraíso, se esfuerza, cultivando la espiritualidad y el trabajo, en preparar el nuevo Paraíso, talando los árboles de la soberbia y extirpando las malas hierbas que hacen inservible el terreno.

• Hoy lo comprobamos una vez más: allí donde las almas crecen salvajes, no es posible una organización justa y humana del mundo.

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La esperanza cristiana se transforma: la fe en el progreso (16-17)

• En el siglo XVII, con Francis Bacon, la ciencia moderna promete al hombre una nueva forma de redención: el restablecimiento del dominio sobre la creación, la vuelta al paraíso perdido.

• Así la redención ya no se espera de la fe. En esta clave la fe es “fe en el progreso.” Los constantes y visibles adelantos que genera la tecnología, parecen confirmar y alimentar esta confianza.

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Progreso en razón y libertad (18)• La idea de “progreso” se vincula a dos categorías centrales:

“razón” (progreso como creciente dominio de la razón) y “libertad” (progreso que nos permite superar todas las dependencias).

• En un primer momento las condiciones políticas de este “reino humano” de razón y libertad aparecen poco definidas. Se considera que la bondad intrínseca de estas ideas garantiza el logro de una comunidad humana perfecta.

• Pero es clara la potencialidad revolucionaria de este modo de pensar: cuestiona los vínculos de la fe y de la Iglesia, así como los ordenamientos estatales de la época.

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La revolución francesa (19)• La revolución francesa es el intento de instaurar en un

ordenamiento político el ideal de esa fe en el progreso de la razón y la libertad.

• Kant lo interpreta así: el Reino de Dios del que había hablado Jesús, se redefine y se concreta. La fe eclesiástica es reemplazada por la fe en la razón.

• Más adelante Kant expresará un temor: la substitución de la fe cristiana por otra secular podría resultar en un régimen “fundado presumiblemente en el miedo y el egoísmo” que, tras un breve periodo de tiempo evolucione en una perspectiva moral hacia “un final perverso de todas las cosas.”

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La revolución proletaria (20)• Pero el “progreso” presentó pronto otra cara: la tecnología

y la industrialización crearon rupturas sociales y un enorme colectivo de pobres.

• Engels y Marx anuncian la necesidad de una nueva revolución, esta vez proletaria, que iba a suponer el paso definitivo en la historia de la salvación, la etapa final de lo que Kant había denominado la llegada del Reino de Dios.

• Así la verdad del más allá (ahora irrelevante) se convierte en la verdad del más acá, la crítica del cielo en crítica de la tierra, la batalla contra la teología en batalla política.

• Ahora el progreso no se espera automáticamente de la ciencia sino de la política, de un ordenamiento social científicamente construido.

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El error de Marx (21)

• Marx indicó con exactitud cómo promover la revolución pero no nos dijo nada sobre qué se debía hacer después. Suponía que acabando con el capitalismo llegaría una “nueva Jerusalén” en la que desaparecerían todas las contradicciones y tensiones históricas.

• Tras este error se esconde otro más de fondo: Marx olvidó que el ser humano es siempre ser humano, no tomó en cuenta su libertad. Creyó que transformando las condiciones económicas todo quedaba solucionado. El error de fondo de Marx es su materialismo.

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La ambigüedad del progreso técnico (22)

• El cristianismo tiene que repensar su esperanza para saber lo que puede y lo que no puede ofrecer al mundo.

• La idea de progreso, ya lo anunció Adorno, se ha manifestado enormemente ambigua: el progreso puede ponerse al servicio del bien o abrir terribles posibilidades para el mal.

• Si el progreso técnico no conlleva una correspondiente formación ética, un crecimiento interior del ser humano (Ef3,16; 2Cor4,16), se convierte en una amenaza para el mundo.

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Un “Reino de Dios” sin Dios (23)• De igual modo, una razón y una libertad sin Dios,

pierden su orientación y su sentido auténticos.• La razón del poder y del hacer necesita apertura a la

fuerza salvadora de la fe, que le permite discernir el bien del mal.

• La libertad, sin dirección, se convierte en una amenaza para si misma y para la creación.

• Dicho de modo sencillo y directo: el hombre necesita de Dios. Sin él se queda sin esperanza. La búsqueda de un “Reino de Dios” secular, es decir sin Dios, desemboca en el “final perverso de todas las cosas” al que se refirió Kant.

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Progreso moral y libertad humana (24a)

• En el ámbito científico y tecnológico es posible un progreso acumulativo y creciente pero en el ámbito de la conciencia ética y la decisión moral, esa posibilidad no existe porque la libertad del ser humano es siempre nueva y tiene que tomar sus decisiones.

• La libertad humana presupone que cada ser humano, cada generación, tiene un nuevo inicio. Cierto que ellas pueden construir a partir del tesoro moral acumulado en la humanidad pero también pueden rechazarlo.

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Progreso moral y libertad humana (24b)

(Textos de la encíclica citados literalmente por su interés)a. El recto estado de las cosas humanas, el bienestar moral del mundo, nunca

puede garantizarse solamente a través de estructuras, por muy válidas que éstas sean. Dichas estructuras no sólo son importantes, sino necesarias; sin embargo, no pueden ni deben dejar al margen la libertad del hombre. Incluso las mejores estructuras funcionan únicamente cuando en una comunidad existen unas convicciones vivas capaces de motivar a los hombres para una adhesión libre al ordenamiento comunitario. La libertad necesita una convicción; una convicción no existe por sí misma, sino que ha de ser conquistada comunitariamente siempre de nuevo.

b. Puesto que el hombre sigue siendo siempre libre y su libertad es también siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado. Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana. La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez. La libre adhesión al bien nunca existe simplemente por sí misma. Si hubiera estructuras que establecieran de manera definitiva una determinada –buena– condición del mundo, se negaría la libertad del hombre, y por eso, a fin de cuentas, en modo alguno serían estructuras buenas.

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Ampliar el horizonte de la esperanza cristiana (25)

• Cada nueva generación puede y debe hacer su contribución para establecer ordenamientos justos y convincentes en la estructura social. Pero esa búsqueda será siempre lenta, fatigosa e inacabada.

• El cristianismo, acomplejado ante los avances científicos, ha concentrado gran parte de sus esfuerzos en el individuo y la salvación personal. De este modo ha reducido el horizonte de su esperanza y limitado su responsabilidad ante el mundo.

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Solo el amor incondicional redime al ser humano (26)

• La ciencia no salva. El hombre es redimido por el amor. Nuestra propia experiencia confirma esta convicción fundamental. Pero el amor humano es frágil y el ser humano necesita amor incondicional, esa certeza de que “ni muerte, ni vida, ni ángeles ni principados, ni presente ni futuro… podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm8,38-39).

• Solo la certeza absoluta de este amor absoluto puede redimir al ser humano, a todo ser humano, en cualquier situación y condición.

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Esperar la vida en plenitud (27) • Desde la experiencia de la fe podemos decir que

quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, está sin esperanza (Ef2,12).

• Quien ha sido tocado por el amor que nos ama “hasta el extremo” (Jn13,1) empieza a entender lo que es la esperanza cristiana y a entender que “la vida eterna” es, sencillamente, vida en plenitud (Jn10,10).

• Y esa vida no es vida para sí sino vida en relación con quien no muere, con quien es la fuente de la Vida y el Amor.

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En comunión con Jesús (28)

• La comunión con Jesús nos impide caer en un planteamiento individualista de salvación y nos hace participar de su “ser para todos.”

• Esta comunión con Jesús resulta en una inmediata responsabilidad por el otro: búsqueda de la justicia, bondad en las relaciones humanas, libertad interior respecto a bienes materiales. Vivir para Cristo (2Cor5,15) significa dejarse moldear en su “ser-para.”

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La esperanza de Agustín (29)Agustín, a pesar de la situación límite del africa romana en

la que le tocó vivir, quiso transmitir esperanza participando con todas sus fuerzas, a pesar de su carácter introvertido, en la gestión de la vida pública.

(Nota: este número no va a quedar como el más inspirado de la Encíclica. Especialmente la última frase que dice: “Gracias a su esperanza, Agustín se dedicó a la gente sencilla y a su ciudad; renunció a su nobleza espiritual y predicó y actuó de manera sencilla para la gente sencilla”??? Uno tiene la sensación de que Benedicto se identifica con Agustín, en su “carácter introvertido” y en una “nobleza espiritual” a la que toca renunciar para asumir responsabilidades eclesiales.)

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Resumen de lo dicho hasta aquí(30-31)

(Nota: Estos dos números quieren ser un resumen sencillo de las principales ideas desarrolladas en esta primera parte que hemos titulado, “Esperanza cristiana y esperanzas del mundo.” Por esa razón se recogen a continuación en su literalidad.)

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(30)30. Resumamos lo que hasta ahora ha aflorado en el desarrollo de nuestras reflexiones. A lo largo de su

existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida. A veces puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida. Sin embargo, cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Es evidente que sólo puede contentarse con algo infinito, algo que será siempre más de lo que nunca podrá alcanzar. En este sentido, la época moderna ha desarrollado la esperanza de la instauración de un mundo perfecto que parecía poder lograrse gracias a los conocimientos de la ciencia y a una política fundada científicamente. Así, la esperanza bíblica del reino de Dios ha sido reemplazada por la esperanza del reino del hombre, por la esperanza de un mundo mejor que sería el verdadero « reino de Dios ». Esta esperanza parecía ser finalmente la esperanza grande y realista, la que el hombre necesita. Ésta sería capaz de movilizar –por algún tiempo– todas las energías del hombre; este gran objetivo parecía merecer todo tipo de esfuerzos. Pero a lo largo del tiempo se vio claramente que esta esperanza se va alejando cada vez más. Ante todo se tomó conciencia de que ésta era quizás una esperanza para los hombres del mañana, pero no una esperanza para mí. Y aunque el « para todos » forme parte de la gran esperanza –no puedo ciertamente llegar a ser feliz contra o sin los otros–, es verdad que una esperanza que no se refiera a mí personalmente, ni siquiera es una verdadera esperanza. También resultó evidente que ésta era una esperanza contra la libertad, porque la situación de las realidades humanas depende en cada generación de la libre decisión de los hombres que pertenecen a ella. Si, debido a las condiciones y a las estructuras, se les privara de esta libertad, el mundo, a fin de cuentas, no sería bueno, porque un mundo sin libertad no sería en absoluto un mundo bueno. Así, aunque sea necesario un empeño constante para mejorar el mundo, el mundo mejor del mañana no puede ser el contenido propio y suficiente de nuestra esperanza. A este propósito se plantea siempre la pregunta: ¿Cuándo es « mejor » el mundo? ¿Qué es lo que lo hace bueno? ¿Según qué criterio se puede valorar si es bueno? ¿Y por qué vías se puede alcanzar esta « bondad »?

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(31)31. Más aún: nosotros necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas–, que día a día nos

mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es « realmente » vida. Trataremos de concretar más esta idea en la última parte, fijando nuestra atención en algunos « lugares » de aprendizaje y ejercicio práctico de la esperanza.

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SEGUNDA PARTELUGARES DE APRENDIZAJE Y EJERCICIO DE LA

ESPERANZA

La oración (32-34)El actuar y el sufrir (35-40)

El juicio (41-48)

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La oración, escuela de esperanza(32-34)

• Cuando nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Si no puedo hablar con nadie, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si nadie puede ayudarme, El puede ayudarme. Quien reza no está totalmente solo.

• Agustín ilustra de forma bella la relación entre oración y esperanza. Define la oración como un ejercicio de deseo. El hombre ha sido creado para ser colmado por Dios mismo. Pero su corazón es demasiado pequeño. Necesita ser ensanchado. Dios, retardando su don, ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y así la hace capaz de su don.” Agustín entiende así a San Pablo que dice estar lanzado a lo que está delante (Flp3,13).

• La oración verdadera supone purificación del vinagre interior y de su sabor, produce una apertura que recibe el don de Dios y resulta en apertura a los demás. La oración enseña a purificar deseos y esperanzas de las mentiras con las que nos engañamos a nosotros mismos.

• La oración debe ser personal pero también ha de estar iluminada por las grandes oraciones de la Iglesia y de los santos. De este modo nos hacemos capaces de Dios y de servir a los hombres. Así nos hacemos capaces de la gran esperanza y nos hacemos ministros de esperanzas para los demás.

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El actuar: escuela de esperanza (35)

• Toda actuación seria y recta es esperanza en acto.• Pero para que los esfuerzos cotidianos no nos cansen o no

se conviertan en fanatismo, estos deben ser iluminados por la luz de una esperanza más grande. Una esperanza que no se acaba cuando mi debilidad física o las limitaciones de la situación histórica que me toca vivir nos dejan sin otras esperanzas.

• Con nuestras fuerzas no construimos Reino de Dios sino reinos del hombre. Aquel es don y nunca es merecido. Pero nuestro esfuerzo merece la pena como trabajo para abrir al mundo a Dios. Y esto siempre tiene sentido, incluso cuando en apariencia las fuerzas hostiles son mucho más poderosas que las nuestras.

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Sufrimiento: escuela de esperanza (36)

• El sufrimiento es parte de la experiencia humana. Resulta de nuestra finitud y de la gran cantidad de culpas acumuladas en la historia.

• Se debe luchar contra el sufrimiento pero, por ser reflejo de nuestra limitación y de la fuerza del mal, nunca vamos a extirparlo por completo. Además en las últimas décadas ha aumentado el sufrimiento de inocentes y las dolencias psíquicas.

• Nuestra esperanza incluye una salvación, don de Dios, que “quita el pecado del mundo” y nos libera del sufrimiento. Esta esperanza nos da valor para ponernos de parte del bien. Pero es esperanza y aún no es realización plena. En esta existencia “el poder de la culpa permanece como una presencia terrible, incluso para el futuro.”

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Sufrimiento: camino de crecimiento humano y cristiano(37)

• La obsesión por evitar el sufrimiento y huir del dolor, lejos de ayudar al hombre, le hace daño.

• La tribulación ayuda a madurar y adquiere pleno sentido en la unión con Cristo, que sufrió con amor infinito.

• En algunos casos, como el del mártir vietnamita Pablo Le-Bao-Thin, la experiencia del infierno acompañado por Cristo que descendió a los infiernos, sin dejar de ser sufrimiento, se convierte en canto de alabanza.

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Actitud ante el sufrimiento: medida de humanidad (38)

• La grandeza ética de una sociedad se expresa en su capacidad de compadecerse ante el sufrimiento.

• Pero una sociedad no aceptará y sostendrá a los que sufren si sus miembros no lo hacen. Y éstos no lo harán si no ven en el sufrimiento un sentido, un camino de maduración. Cuando el sufrimiento es vivido junto a otros, queda traspasado por la luz del amor y adquiere así un sentido nuevo.

• La defensa del bien, de la verdad y de la justicia conlleva en muchas situaciones una dosis de sufrimiento. Si el único valor es mi bienestar, si nadie quiere arriesgar nada por defender lo justo, nuestra vida se convierte en una gran mentira.

• Además el amor verdadero es fuente de sufrimiento porque exige renuncias de mi yo, en las que me dejo modelar y aprendo a madurar. De otro modo no es amor sino egoísmo disfrazado.

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Sentido cristiano del sufrimiento(39)

• Así pues sufrir (1) con los otros (2) por defender la verdad y la justicia (3) para aprender a amar realmente, son experiencias esenciales cuya pérdida destruiría al mismo ser humano.

• El cristianismo ha demostrado históricamente su capacidad de dar sentido a estos modos de sufrir decisivos para la humanidad. La compasión de Dios manifestada en la vida y en la muerte de Cristo entra en cada sufrimiento como “con-solatio”, como consuelo del amor cercano de Dios que hace surgir la estrella de la esperanza.

• Para superar pruebas menores son suficientes los gestos y las esperanzas menores. Pero las grandes pruebas requieren de la certeza verdadera que da la fe y de la gran esperanza que solo Dios puede dar.

• Necesitamos testigos mártires, ejemplos de entrega total, que nos recuerden diariamente una verdad esencial: la humanidad lo es plenamente en la medida en que el ser humano demuestra capacidad de sufrir por amor a la verdad. Y para poder aceptar y entender ese sufrimiento es necesario estar llenos de la gran esperanza.

Page 42: P. Joseba Segura. PRIMERA PARTE ESPERANZA CRISTIANA Y ESPERANZAS DEL MUNDO (1-31)

“Ofrecer” los propios sufrimientos (40)

• La espiritualidad tradicional animaba a los creyentes a “ofrecer” contrariedades y sufrimientos personales, dándoles así un sentido religioso.

• Ese “ofrecer” era un modo de conectar sus dificultades con el gran tesoro de compasión que necesita el género humano, de integrarlas en el gran océano de “compasión” de Cristo.

• Superando algunas exageraciones e incluso ciertas prácticas malsanas, tal vez en estas formas tradicionales de espiritualidad haya un sentido valioso que merezca la pena recuperar.

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Juicio: lugar de aprendizaje y ejercicio de esperanza (41)

• El credo concluye con estas palabras sobre Cristo: “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos.”

• Desde los primeros tiempos la perspectiva del juicio ha influido en los cristianos:1. Como llamada a la conciencia para ordenar su

vida presente.2. Como esperanza en la justicia de Dios.

Page 44: P. Joseba Segura. PRIMERA PARTE ESPERANZA CRISTIANA Y ESPERANZAS DEL MUNDO (1-31)

Una justicia imposible (42)• En la época moderna la idea cristiana del juicio final se ha

debilitado y se ha visto transformada en algo diferente.• Se dice: un mundo con tanta injusticia no puede ser la obra de un

Dios bueno. La búsqueda moral de una sociedad justa lleva a cuestionar a Dios. Y ya que no hay un Dios que cree justicia, el mismo ser humano está llamado a restablecerla.

• Si la protesta contra Dios es comprensible, la pretensión de que la humanidad pueda y deba hacer lo que ningún Dios hace o puede hacer, es presuntuosa e intrínsecamente falsa. No por casualidad de esta premisa se han derivado las más grandes crueldades y violaciones de la justicia.

• Un mundo condenado a crear justicia por sí mismo es un mundo sin esperanza. Nadie ni nada responde al sufrimiento de los siglos. Nadie ni nada asegura contra el cinismo del poder que se oculta tras diversos revestimientos ideológicos.

Page 45: P. Joseba Segura. PRIMERA PARTE ESPERANZA CRISTIANA Y ESPERANZAS DEL MUNDO (1-31)

Juicio final como justicia plena (43)• Hablar de Dios requiere siempre cautela. Pero desconfiar de las imágenes

divinas no significa renunciar a conocer o decir nada sobre Dios. Porque Él mismo se ha dado una “imagen” en Cristo.

• Nuestra confianza en la justicia divina se asienta en la vida, muerte y resurrección de Cristo: Dios sabe crear justicia de un modo que nosotros no somos capaces de comprender del todo pero que, sin embargo, podemos intuir en la fe.

• La fe en el juicio final es ante todo esperanza en el triunfo definitivo de la justicia: “estoy convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte a favor de la vida eterna.” La búsqueda de la plenitud que aquí no alcanzamos y de la inmortalidad del amor que esperamos, son dos motivos importantes para creer en la vida eterna. Pero la necesidad del retorno de Cristo llega a ser plenamente convincente sólo desde la convicción de que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra.

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Juicio final: esperanza, responsabilidad y gracia (44)

• Así pues el juicio final, más que producir terror, es la imagen decisiva de la esperanza. Eso sí, al mismo tiempo exige responsabilidad.

• Dios es justicia y crea justicia. Pero en su justicia hay también gracia. Ambas –justicia y gracia- han de ser vistas en una relación equilibrada. La gracia no excluye la justicia. No es un cepillo que borra todo, desdibujando lo que cada cual ha hecho en la tierra.

• En la parábola del rico Epulón (Lc16,19-31) Jesús nos presenta la imagen de un alma que ha cavado ella misma un foso infranqueable entre sí y el pobre: el foso de su cerrazón, el foso del olvido del otro y de la incapacidad para amar.

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La vida entera ante el juez (45-46)• Tras la muerte, la vida del ser humano está toda ella ante el Juez.

Su opción puede tener distintas formas:– Puede haberse destruido totalmente el deseo de verdad y la

disponibilidad para el amor.– Puede haber personas purísimas, completamente abiertas al prójimo

que se han dejado impregnar completamente por Dios.– La mayoría estaremos entre estos dos extremos: serán personas

abiertas a la verdad en su ser íntimo pero con mucha suciedad acumulada en una vida con muchas decisiones que recubren esa pureza.

• San Pablo (1Cor3,12-15) nos dice que los cristianos construimos sobre Jesucristo, cimiento común, casas de mayor o menor calidad. Esas construcciones serán probadas a fuego en el juicio. Algunas resistirán y otras sufrirán daño.

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Juicio final: encuentro de fuego con Cristo (47)

• Algunos teólogos recientes opinan que ese fuego que arde y salva no es sino Cristo, juez y salvador. Ante su mirada las máscaras caen al suelo y la falsedad se desvanece. En este encuentro purificador está la salvación. No es posible calcular con nuestras medidas la duración de este arder purificador con el Hijo, de ese tiempo de paso a la comunión con Dios en el cuerpo de Cristo.

• Así se entiende mejor la relación “justicia-gracia”: nuestro modo de vivir no es irrelevante pero nuestra inmundicia no nos ensucia eternamente, al menos si permanecemos orientados a Cristo que con su pasión y cruz ya ha quemado esa suciedad. Si este encuentro fuera solamente gracia, lo terrenal sería irrelevante. Si fuera solo justicia, el juicio sería motivo de temor. Esperamos nuestra salvación “con temor y temblor” (Fil2,12). Pero la realidad de la gracia nos permite encaminarnos con confianza al encuentro con el juez, que también es nuestro abogado (1Jn2,1).

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Rezar por los difuntos (48)• La tradición cristiana ha defendido siempre que el amor llega más allá de la

muerte, que es posible un recíproco dar y recibir a ambos lados de lo que para muchos es una barrera infranqueable, que por la Eucaristía, la oración y la limosna las almas de los difuntos pueden tener consuelo y alivio.

• Ahora bien, si el purgatorio es una experiencia de purificación en el fuego que es Cristo, ¿cómo puede intervenir un tercero, por mucho que sea cercano?

• Nadie vive solo, ninguno peca solo, nadie se salva solo. Mi vida entra en la de los demás, tanto en el bien como en el mal. Por eso la intercesión por otra persona tiene sentido incluso después de la muerte. En el entramado del ser mi gratitud, mi oración puede significar parte de su purificación.

• Así se aclara otro aspecto de la esperanza cristiana: nuestra esperanza es siempre y esencialmente esperanza para los otros. Solo así será también esperanza para mí. El cristiano no debe preguntar solo por su propia salvación. El camino más pleno de la salvación personal es siempre este: ¿qué puedo hacer para que otros se salven, para que también para ellos surja la estrella de la esperanza?

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María, estrella de la esperanza (49)

• La vida es un viaje a través de un borrascoso mar. ¿Quién mejor que María, la “estrella del mar” para orientar esa travesía?

• Invoquemos confianza a la que con su “sí” abrió en el mundo una esperanza que no defrauda, un sí que inauguró un reino distinto al esperado pero que iniciado en la encarnación de Cristo ya nunca tendrá fin.

• María, madre de Dios y madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. “Stella maris”, brilla sobre nosotros y guía nuestro camino.