Oraculo 24
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ISSN 1909 2865 2011 n
Maestros de la Caricatura
ISSN 1909 2865 / 2011 No.24
José María López (1939)
Política y dibujo se fundieron en Pepón
Armando Buitrago (1936)Timoteo, genio del lápiz y de los silencios
Jairo Barragán (1949)
Naide o el discreto encanto de la sátira
30
¡Qué maestros estos maestros!
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Antonio Caballero (1945)El eterno opositor a todas las causas
Medio siglo derasguños certeros y afi lados
Héctor Osuna (1938)
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17
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23
3
La situación colombiana desde hace un siglo, y quizá más, tiene muchas
cosas de caricatura: políticos torcidos, realidades deformadas, solu-
ciones que son una burla a los problemas, y decisiones que son todo
un chiste. Tal vez por eso, Colombia es un país de grandes caricaturistas, de
verdaderos maestros del ofi cio.
Y es que expresar en un simple dibujo toda la carga de un aconteci-
miento, que siempre es fruto de un proceso histórico con todas sus aris-
tas, sus complejidades, sus antecedentes, eso es un arte mayor. Lo que un
reportero intenta revelar o denunciar en dos cuartillas, un caricaturista de
los buenos lo despacha en cuatro trazos. Y además le encima el humor, con
lo cual la realidad, sin dejar de ser horrible, se logra asimilar con el paliativo
de ese derecho al sarcasmo, a la ironía, que debería entrar en las garantías
ciudadanas de cualquier constitución.
La antología que entregamos ahora de 13 maestros colombianos del
dibujo y el humor es una forma humilde de decirles a ellos cuánto agrade-
cemos lo que han hecho, desde Ricardo Rendón fl agelando a la ‘godarria’
que se dejó quitar Panamá y silenció las matanzas bananeras, hasta Vladdo
fustigando a quienes dejaron escapar a Pilar Hurtado a Panamá, o silenciaron
las masacres paramilitares.
Los caricaturistas saben que trabajan sobre una desventaja: la coyuntura
solo la entienden los contemporáneos en todos sus pormenores. Dibujar
coyunturas es saber que un mensaje no tiene la vigencia eterna de lo escrito,
y que una generación más adelante no se entenderá del todo quiénes eran,
qué decían y qué querían decir esos seres atrapados en una viñeta. Una
excelente caricatura no le apuesta a la perpetuidad, sino a la contundencia
del momento. Por eso fue enorme Rendón, y lo fue Chapete y lo es Osuna.
La lista de estos trece maestros, restringida y a veces injusta como sue-
len ser las antologías, es en un plano más ampliado un gran homenaje a la
caricatura colombiana. Gracias a la maestra Beatriz González por sus luces,
a Álvaro Montoya por su sabiduría, y a Rubén Darío Bustos (Rubens) por su
modestia y espíritu de colaboración.
Sergio Ocampo Madrid. / Editor.
EditorialEn este número ê
El arte mayor de vivir y morir en pocos trazosRicardo Rendón (1894-1931)
El misterio de un hombre que pintaba geometrías
Jorge Franklin (1910-?) El otro hombre que murió antes de tiempo
Hernán Merino (1922-1973)
Hernando Turriago (1923 – 1997)El azote del dictador
Carlos Mario Gallego (1959)Mico es Tola, pero también es Maruja
25 27
Diego Herrera (1961)
De Mesitas del Colegio para el mundo
Vladimir Flores (1963)Vladdo, una manía que se volvió semanal e imprescindible
Julio César González (1969)
Matador, la caricatura para burlar al poder
Redacción: Arriba de izquierda a derecha, Diana Salazar, Marcela Peña, Eduardo Bonces, Diana Nova, David Osorio, Andrea Melo, Daniel Guerrero, Luis Fernando Ardila,
Catalina Luna, Sergio Ocampo (Editor) y Juan Fernando Quiroga. Abajo de derecha a izquierda, Daniel Vásquez, Diego Ospina, Catalina Sánchez, Orlando Valencia (Director
gráfi co), Cielo Adriana Fierro, Viviana Triana, Juliana Izquierdo, Paula Fuentes, Marvi Suárez y Willinton Viuche.
Consejo Editorial: Luz Amalia Camacho, Rosabel Sánchez , Victoria González
Impresion: Departamento de Publicaciones Universidad Externado De Colombia
Las opiniones expresadas por los autores no corresponden necesariamente a las de la Universidad
Revista Oráculo es una publicación de los estudiantes del Énfasis de Periodismo
4 5
Esa mañana, como todas, el café La Gran Vía
estaba atestado de botellas de aguardien-
te y cerveza a medio tomar. El negocio,
ubicado en la carrera séptima entre calles 17 y
18, era uno de los más populares de Bogotá. Él
entró, saludó a don Manuel, el dueño, pidió una
cerveza y un cigarrillo. Sobre una de las mesas
esmaltadas del reservado hizo una caricatura
de sí mismo y escribió en la charola “suplico
que no me lleven a casa”. Luego levantó su Colt
calibre 25 y se disparó en la cabeza. Era 28 de
octubre de 1931 y todo el café se estremeció
con el estruendo. Cuando los curiosos fueron a
ver descubrieron que Ricardo Rendón, el mejor
caricaturista colombiano de la época, agonizaba
sobre un charco de su propia sangre. Hacía cua-
tro meses había cumplido 37 años.
Por la pluma de Rendón pasaron más
de 400 personalidades de la vida nacional,
entre ellos Pedro Nel Ospina, Miguel Aba-
día Méndez, el general Alfredo Vásquez
Cobo y Guillermo León Valencia. “Colom-
bia”, la “Democracia”, la “Res-pública”, la
“Constitución” y los “Jinetes del Apoca-
lipsis” fueron algunos de los personajes
que creó para narrar los problemas del
país. Dibujó a Jorge Eliécer Gaitán infl ado
como un globo por Fidel Cano, al clero in-
deciso entre dos candidatos conservado-
res y a El Tiempo y El Espectador como un
par de chulos esperando la muerte del Parti-
do Republicano. Como dice Álvaro Montoya,
periodista especializado en caricatura, fue un
insobornable.
Una tarde, cuando Rendón tenía 6 o 7 años
y aún vivía en su natal Rionegro (Antioquia) se
encerró en su cuarto sin razón aparente. Sus pa-
dres intentaban abrir. “Nada. Él no salía. No se
supo bien cómo entraron. Allí estaba, embadur-
nado de carbón. Dibujos de mujeres y hombres
llenaban las paredes hasta donde daba la estatu-
ra del niño. Eran los campesinos que veía por la
ventana el día de mercado”, escribe María Teresa
Ronderos en su libro 5 en humor.
Años después, su padre don Ricardo tras-
ladó a la familia a Medellín. El joven Rendón re-
cibió clases de dibujo con el maestro Francisco
A. Cano, quien afi rmaba: “Rendón es único y for-
midable. Es un maestro de la composición que
haría honor a cualquier Escuela de Bellas Artes
en la cátedra”, según cita Miguel Escobar Calle
en su texto Ricardo Rendón: El Humor hecho sátira.
Y, efectivamente, Cano llamó a Rendón en 1923
para que asumiera las clases de dibujo y pers-
pectiva en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá,
labor que desempeñó hasta 1926.
León de Greiff, Félix Mejía Arango, Libar-
do Parra Toro y Fernando González no solo
compartieron el honor o la desgracia de ha-
ber sido caricaturizados por Rendón, sino que
además participaron con él en las acaloradas
discusiones de Los Pánidas. Este fue un grupo
de jóvenes con aspiraciones literarias y poé-
ticas que publicaron en la revista del mismo
nombre. Uno de los primeros trabajos
profesionales de Rendón fue ilustrarla.
“La revista nació en homenaje
a Gabriel Uribe Márquez, uno de los
hermanos de los líderes socialistas
de la década del veinte, quien se ha-
bía suicidado en Londres en 1914. Su
muerte inició un ciclo de suicidios que
distinguió en buena medida a esta ge-
neración”, dice Gilberto Loaiza Cano
en el prólogo de Nueva antología de Luis
Tejada. Cuatro de los trece panidas se
quitaron la vida: Ricardo Rendón, José
Gaviria Toro, Teodomiro Isaza y Carlos Loza-
no y Lozano. Así nació la leyenda de que entre
ellos había un pacto de muerte.
Pese a las muchas noches de bohemia y
camaradería que vivió junto a ellos, parece que
ninguno llegó a conocer a fondo a Rendón. “Du-
rante cinco años lo traté, lo vi siempre pálido,
parco de palabras, enamorado, y nunca habló de
su arte ni de sí mismo”, escribió Fernando Gon-
zález en su texto Ricardo Rendón.
Defi nitivamente entre ellos y Rendón
siempre existió una distancia. “No se sabía
cuándo se había ido ni hacia dónde; nos miraba
con sus ojos penetrantes y sólo mucho tiempo
después comenzábamos a extrañar su ausencia,
a echar de menos su silencio”, escribió Alberto
Lleras en sus Memorias. “Yo, en su mesa, a su
lado, cuando nos sorprendió más de una alba
pueril o dramática en largos paseos sin hablar,
en confraternidad aparente de cuerpos, siem-
pre me sentí abrumado y perplejo, tanteando en
su conciencia con preguntas que traicionaban
siempre mi deseo de excavar en su alma remo-
ta”, recordó Lleras en el discurso que pronun-
ció frente a la tumba del caricaturista.
Rendón ilustró La Semana, cartilla literaria
de El Espectador, y diseñó el indio de cigarrillos
Pielroja. Era un reconocido dibujante cuando lle-
gó a Bogotá en 1918. Ese mismo año, la revista
Cultura auspició una exposición de sus obras so-
bre la que Luis Tejada, cronista de la época, opi-
nó: “Sorprende ver la ironía sana, riente con que
el artista sabe tratar los asuntos”
Tejada sería uno de los allegados de Ren-
dón en Bogotá, así como Alberto Lleras, Felipe
Lleras y Luis Vidales, con quienes hacía parte
de un grupo intelectual conocido como Los
Nuevos. Con ellos agotaba noches y botellas
enteras en cafés como el Riviere o La Gran Vía.
Hablaban de política y de literatura hasta el
amanecer en una ciudad donde el clero toda-
vía hacía proselitismo desde el púlpito. “Enton-
ces estas gentes tan alertas a lo que pasaba en
el mundo estaban en una soledad provinciana
muy nociva, muy envenenada porque no tenías
más que tus amigos”, dice Juan Gustavo Cobo
Borda, poeta colombiano.
Cuenta María Teresa Ronderos en su libro
que el carácter hosco y taciturno de Rendón se
debe quizás a su historia con Clarisa. Cuando el
joven dibujante aún vivía en Medellín la conoció
y se enamoró locamente. Quiso casarse pero
los padres de la muchacha se opusieron. Cuando
Clarisa quedó embarazada Rendón creyó que
ahora sí podrían vivir juntos y estaba dichoso.
En cambio los padres decidieron enclaustrarla y
ponerla a trabajar. La joven se debilitó y murió.
Desde entonces Ricardo Rendón mantenía un
eterno luto y siempre vestía de negro.
Rendón siempre fue simpatizante de los
liberales y desconfi aba de los Estados Unidos,
representados por él en la fi gura del Tío Sam.
Aun así defendió las ideas del Partido Republica-
no desde las páginas de La República, de Alfonso
Villegas, entre 1921 y 1923.
Con su paso a El Tiempo, en marzo de
1928, Rendón se convirtió en el primer cari-
caturista profesional del país. “Lo que pasa es
que Rendón era un protegido de Eduardo San-
tos. Él le dio un sueldo como caricaturista de El
Tiempo. Nadie se lo soñaba en ese momento”,
cuenta Cobo Borda. Trabajaba con exclusividad
para el diario y ganaba 1.200 pesos mensuales
en un momento en que el billete de más alta
denominación era el de 5 pesos. Santos se con-
virtió en el mecenas de Rendón y El Tiempo
publicó dos álbumes con sus caricaturas que
resultaron ser un fracaso comercial.
Ganaba más que el presidente y nunca
tuvo una casa propia, aunque la quiso. Derro-
chaba su dinero en los cafetines mientras se
emborrachaba a punta de cerveza y aguar-
diente casi todos los días, pero guardaba lo
sufi ciente para pagar el arriendo. “Vivía con los
papás y los mantenía. Fue buen hijo –comenta
Álvaro Montoya–; tal vez por eso escribió ´su-
plico que no me lleven a casa´”. El nombre de
su vivienda era La Gioconda y estaba ubicada
en la calle 18 con carrera quinta.
“Yo creo que el genio de Rendón es preci-
samente como una especie de agilidad punzante
para aislar los dos o tres rasgos que permitan
abarcar toda una generación”, cuenta Cobo
Borda. “Los plantea desde una perspectiva muy
moderna con pocas líneas pero cada línea muy
expresiva. No se fi ja en nada accesorio sino que
se fi ja en lo esencial. Entonces despoja; más que
pintar lo que hace es despojar”, comenta Borda.
Despojaba a los gobernantes de ese halo
de majestuosidad. Le mostraba a la gente que
en realidad el rey estaba desnudo y lo hacía
con la impunidad propia del loco del pueblo.
Todos se reían, y tal vez por eso el maestro
Rendón solía decir: “el aguijón siempre viene
forrado de miel”.
En los últimos días de su vida Rendón pu-
blicaba poco. Después del regreso de los libera-
les a la Presidencia en 1930 con Enrique Olaya
Herrera, parecía que a Rendón se le agotaba el
tema. “Le pasó lo peor que le puede pasar a un
caricaturista: ganó, es decir se acabó la hegemo-
nía conservadora”, cuenta Álvaro Montoya.
Luego del estruendo que “sonó como un
vidrio roto”, según narró El Tiempo al día siguien-
te, Rendón fue trasladado a la casa del doctor
Manuel V. Peña. Allí murió a las 6:20 minutos de
la tarde, 7 horas después de haberse disparado
con el revólver número 94.163. Al día siguiente,
El Tiempo publicó extensas notas sobre el falle-
cimiento, pésames de diferentes personalidades
y un dibujo hecho durante su agonía por el di-
bujante Serrano. Esa misma semana publicó un
boceto de Rendón sin terminar. El entierro fue
multitudinario.
El arte mayor de vivir y morir en pocos trazos
Crítico ácido de la política, gran fi sonomista, bohemio, es el gran pionero del humor gráfi co. ¿Qué hubiera pasado con la caricatura colombiana si Ricardo Rendón hubiera vivido 30 años más?Por: Marcela Peña y Eduardo Bonces
Ricardo Rendón (1894-1931)
Estuvo condenado a muerte por el franquismo. Se salvó y volvió al país para revolucionar la caricatura con sus cubos y prismas, y se fue en el 48 a EE.UU para desconectarse casi del todo de Colombia. Si sigue vivo, anda por los 101 años.Por: Paula Andrea Fuentes Baena y Xochilt Juliana Izquierdo Acosta
Jorge Franklin (1910-?)
Imág
enes
Rev
ista
Sem
ana
(194
6 a
1961
)
STALIN El amo detrás de la cortina
1.“GANDHI ...Símbolo eterno”, 2. “LUIS
CANO Sesenta años de Espectador”, 3.
“PROFESOR BELISARIO LUIS WILCHES
Cifras astronómicas y un espíritu alegre”,
y, 4.“SALVADOR DALÍ Jugando a ser un
genio, se llega a serlo”.
6 7
El misterio de un hombre que pintaba geometrías
“−¿Su nombre?
−Jorge Franklin.
−¿Edad?
−Veintisiete años.
−¿Ofi cio?
−Dibujante.
Cuando dije dibujante [el comisario] levan-
tó la vista y me miró con un gesto de desprecio.
Sostuve su mirada sin inmutarme.
−¿Conque dibujante, eh? –dijo recalcando
sus palabras.
−Sí señor. DiBUJaNtE –contesté del mismo
modo”.
El anterior diálogo hace parte del interro-
gatorio que el comisario de una jefatura
de policía de Barcelona le realizó al cari-
caturista colombiano Jorge Franklin en épocas
en que el franquismo se imponía del todo en
España. Era 1939 y el generalísimo Francisco
Franco había derrotado a los republicanos en la
Guerra Civil, para dar comienzo a una dictadura
que duraría 36 años. El triste relato de la instau-
ración del franquismo quedará consignado por
el caricaturista seis años después en la Revista de
América bajo el nombre de El Documento Huma-
no. En esas memorias reposa el citado interro-
gatorio, como abrelatas de la vida en conserva
que el régimen le tenía preparada. Sin saberlo,
Jorge Franklin era, desde ese momento, un con-
denado a muerte.
Franklin nació en Bogotá en octubre de
1910. Hijo de William W. Franklin y María Jose-
fa Cárdenas, mostró su vocación por las artes
desde muy pequeño en las aulas del Colegio
San Bartolomé. Cuenta un artículo, publicado
en 1947 en la revista Semana, que sus dibujos
desde el primer momento desencadenaron las
risas de sus compañeros por estar invadidos de
cubos y demás fi guras geométricas que abier-
tamente chocaban con una todavía establecida
herencia del arte renacentista. Este mismo fenó-
meno sería descrito en 2011, por el estudioso
en caricatura Álvaro Montoya, como una “revo-
lución al arte fi sionómico”.
En 1929 sus dibujos le abrieron las puertas
de la revista Universidad, entonces dirigida por el
historiador, político y ensayista Germán Arcinie-
gas. Éste describió el trabajo de Franklin, en un
artículo de bienvenida al nuevo dibujante, como
un talento innato a la captación del movimiento,
a la capacidad de congelar en el trazo rasgos
y gestos inherentes a cada persona retratada.
“Franklin –rezaba el artículo– posee el don de
dar una cantidad geométrica a la expresión,
convertir una nariz en un prisma, y reducir una
boca a un cubo”.
Según Carmen Ortega, autora del Diccio-
nario de artistas en Colombia, ese mismo año
Franklin dibujó para El Espectador en una serie
titulada Los presidenciables. Meses después, via-
jó a España en donde estudió dibujo, pintura y
escultura. En los años siguientes, y an-
tes de caer preso, dejó su marca
en las revistas Fragua y Umbral de
Valencia, en los murales que realizó
para películas en exhibición en Ma-
drid y en la publicación que fi nalmen-
te lo llevó a las cárceles de Barcelona:
Solidaridad Obrera. Era ésta la revista de
la Confederación Nacional del Trabajo en
donde Franklin apoyó abiertamente la lu-
cha republicana, dándoles una excusa a los
nacionalistas para apresarlo. Su delito: ridi-
culizar al generalísimo a través de sus dibujos.
Franklin se convirtió así en testigo de
las bases de una dictadura que amenazaba con
erradicar cualquier vestigio de dignidad huma-
na en aquellos que consideraba seres peligro-
sos o inferiores. Era el triunfo del fascismo. En
su Documento Humano, Franklin cuenta cómo
fue trasladado dos veces de prisión, no a cár-
celes convencionales sino a viejas bodegas que
hacían las veces de calabozos. Allí convivió en
celdas, destinadas a no más de quince perso-
nas, con cerca de 700 hombres. Una diminu-
ta claraboya en el techo era la única luz que
recibían, mientras que el baño era una letrina
hedionda ubicada en la esquina de la habita-
ción. Eran tantos, que no era posible acostar-
se o sentarse para descansar, por lo que solo
podían estar de pie uno muy cerca del otro. El
hacinamiento y la falta de ventilación hicieron
proliferar las enfermedades y las plagas. Piojos
y sarna empezaron a expandirse y fi nalmen-
te él cayó enfermo. La sarna invadió la parte
inferior de su cuerpo y los pies se le infecta-
ron, hasta el punto de no poder caminar por
el dolor. Solo en ese momento, sus guardias
permitieron que un médico lo revisara.
Pese a que su salud era cada vez más débil,
Franklin esperaba ansioso el encuentro con el
cónsul de Colombia, Eduardo Guzmán Esponda,
pues uno de sus guardias lo había contactado
refi riéndole su caso.
Aunque su pesadilla en España concluiría
gracias a la intervención del cónsul, Franklin
nunca pudo olvidar esos terribles momentos.
Sus pocos consuelos eran las conversaciones
nocturnas, y a susurros, que mantenía con sus
compañeros de celda, y las ilustraciones que
desde un inicio pudo realizar en una pequeña
libreta de papel.
En 1941 Franklin regresó a Colombia, se
casó con Graciela Pachón Padilla y tuvo dos hi-
jos: Jorge y Billy. En los años siguientes su talento
se refl ejó en diversas publicaciones: las revistas
Crítica, Sábado, El Liberal, Comandos y el periódico
El Tiempo. En 1946 entró a trabajar en la revista
Semana, de Alberto Lleras Camargo. Allí hizo de
los principales personajes de la escena socio-
política, elaboradas fi guras geométricas. Políti-
cos del momento, nacionales e internacionales,
se convirtieron en los rostros que quedaron
plasmados para siempre en sus portadas duran-
te el periodo 1946-1961.
El entonces presidente Mariano Ospina
Pérez, el líder liberal Jorge Eliecer Gaitán, el
profesor y director del Observatorio de Geofí-
sica Belisario Ruiz Wilches, la reina Isabel de
Inglaterra, el dirigente conservador Laureano
Gómez, el líder de la Unión Soviética José Stalin,
el periodista Enrique Santos Castillo, el poeta
Juan Lozano y Lozano, y el comandante de la
revolución cubana Fidel Castro, fueron algu-
nos de los que Franklin recreó con su pluma.
La portada de Fidel Castro, sin embargo, tiene
especial importancia puesto que fue ésta, en
1961, la responsable de que la revista cerrara,
para permanecer fuera de circulación durante
los siguientes 20 años, según cuenta Semana en
su página web.
En 1948, según Carmen Ortega, viajó a Es-
tados Unidos y desde ese momento se radicó
en diversos domicilios y en distintas ciudades,
desde donde serían cada vez más escasos los
contactos con su país natal.
Aunque su recorrido fue amplio y su arte
innovador, actualmente solo unos pocos reco-
nocen su nombre entre los grandes maestros
colombianos de la caricatura. Próximo a cum-
plirse los 101 años de su nacimiento, nadie
sabe de su paradero ni si continúa vivo o ya
está muerto. Los detalles de su existencia en
los últimos cuarenta años, compilados por sus
familiares, se perdieron cuando se extravió el
sobre enviado a Colombia con destino a Beatriz
González, una de las más reconocidas maestras
de la pintura y el humor gráfi co, y quien en 2009
hizo la curaduría de la exposición “La caricatura
en Colombia a partir de la independencia”. La
historia de Jorge Franklin termina rodeada de
misterio, como corresponde a las grandes le-
yendas de cualquier arte.
maba Michín. Fue el segundo de los doce hijos
del matrimonio de David Merino y Celia Puerta.
Todo estaba dado para que fuera pintor: antes
de los 12 años ya se entrenaba en acuarela y
grabado; antes de la mayoría de edad iba muy
avanzado en la escuela de Bellas Artes de Me-
8 9
Cuando tenía 15, y sin terminar el bachille-
rato, Hernán Merino se atrevió a pedirle
una cita al rector de la Escuela de Bellas
Artes de Manizales. La intención era pedirle un
cupo en la institución porque quería ser pintor.
Su hermano Javier acababa de ser admitido y él
no podía quedarse atrás. Luego de porfiar un
rato, de insistirle que era muy joven todavía, que
debía esperar, el rector (quizá para quitárselo
de encima) le puso una prueba de la cual depen-
dería o no su ingreso.
“Pínteme unos zapatos y si le quedan bien,
ya veremos…”, dijo el hombre.
El resultado fue tan sorprendente que Me-
rino no solo entró a la academia sin terminar el
bachillerato, sino que el rector terminó enmar-
cando el cuadro y colgándolo en su oficina. La
anécdota la refiere su hija Gloria Merino, pro-
fesora de la Universidad Nacional y la persona
que mejor guarda el legado de su padre para la
caricatura colombiana.
Hernán Merino nació el 16 de agosto de
1922 en la calle Palau, en el centro de Bogotá, a
media cuadra del parque Santander. Creció en
Manizales, donde a los 9 años ya estaba publi-
cando sus dibujos para una revista que se lla-
El otro hombre que murió antes de tiempo
Su vida estaba dispuesta para la pintura, pero la violencia lo arrojó a la caricatura. Fue maestro de Fernando Botero, contertulio de Pedro Nel Gómez, y el socio de Chapete contra el dictador.Por Willington Viuche
dellín, adonde se trasladó la familia, y su padre lo
estimulaba todo el tiempo para que no cesara
en su sueño de ser artista.
Sin embargo, esa pasión terminó muriendo
una tarde de 1952. Gloria, su hija, inclusive pue-
de dar la fecha exacta porque corresponde a
un suceso de la historia colombiana. Fue el 6 de
septiembre de 1952, cuando una turba enfureci-
da incendió El Tiempo y luego hizo lo mismo con
El Espectador, ambos sobre la avenida Jiménez.
En el edificio del último diario, tenía Merino su
oficina y un salón lleno de pinturas a punto de
exhibir en una galería de Bogotá. Todo se que-
mó. A partir de esa tarde, Merino no volvió a
pintar y se dedicó exclusivamente al dibujo.
Maestro de maestrosVolviendo a sus primeros tiempos como
pintor, estando ya en Medellín le ofrecieron ser
profesor de dibujo en las universidades Boli-
variana y de Antioquia. Tenía apenas 17 años y
todos sus alumnos eran mayores que él. Uno de
ellos se llamaba Fernando Botero y aún faltaba
mucho para que empezara a pintar los gordos
que le darían fama mundial.
Su entrada al periodismo también tiene fe-
cha exacta y se produjo antes de cumplir los 17
años, para seguir con esa línea de precocidad y
anticipación que será un sello en su vida. En el
libro Hernán Merino, escrito por Claudia Men-
doza y Beatriz González y publicado en 1987
por el Banco de la Republica, se cuenta cómo en
1938 el joven dibujante ganó mucho renombre
luego de hacer un boceto de la declamadora
argentina Bertha Singerman. El primer diario en
pedirle un trabajo fue El Colombiano.
Doce pesos mensuales se ganaba Merino
por trabajar en la Litografía Arango de Medellín,
un sueldo excepcional que lo eximía de rebuscar
otras labores para completar los gastos del mes.
Antes de los 20 años conoció al muralista Pedro
Nel Ospina y terminó departiendo con la crema
y nata de la intelectualidad paisa como miembro
del Grupo de los seis, junto a Ospina, a Rodrigo
Arenas Betancourt, al futuro presidente Belisario
Betancur, y a los poetas Carlos Castro Saavedra,
Octavio Gamboa y Jorge Montoya.
En 1946 decidió trasladarse a Bogotá,
donde empezó a laborar en dibujo publicita-
rio, pero al poco tiempo fue llamado por Al-
berto Lleras para trabajar en Semana y luego
considerarse como el periodo clásico, es Me-
rino quien inaugura la caricatura moderna “con
volumen, con el sistema de sombreado, y con
un sistema de plantillas de trama llamado craftin
para fondos y sombras”.
Este modelo desarrollado por el artista
constituyó el cambio más significativo en la
historia del género en Colombia visto desde
la técnica. Así consta en el libro de Beatriz
González La caricatura en Colombia a partir de
la independencia.
Algo que llama mucho la atención a Glo-
ria Merino, su hija, es que las caricaturas de su
padre siguen teniendo plena vigencia hoy, por la
técnica, por el efecto especial que consigue en-
tre el emisor y el observador, pero sobre todo
porque el país no parece haber cambiado mu-
cho. “Los temas que retrataba mi papá eran la
inseguridad en la ciudad, las obras que se termi-
nan a las carreras, las inundaciones, la pobreza”,
dice ella mientras aferra el libro que sobre su
padre editó el Banco de la República.
Los últimos cinco años de su vida, Merino
entró a trabajar exclusivamente para El Tiempo.
A finales de 1972 se ganó una beca para viajar
a Estados Unidos como caricaturista, pero en
enero de 1973 le descubrieron un cáncer. Si-
guiendo esa constante que mostró a lo largo de
su vida de enfrentar las cosas siempre de mane-
ra prematura, el 9 de marzo murió rodeado de
su familia. Tenía 51 años.
Hernán Merino (1922-1973)
en El Espectador. Luego del incendio de sus
pinturas por la turba conservadora, se fue a
Nueva York, se ubicó como dibujante en Sa-
turday Review y en Catholic Digest y también
publicó algunas tiras cómicas. A los dos años
regresó con el lápiz más afilado que nunca y
lo dirigió en contra de la naciente dictadu-
ra de Rojas Pinilla. Fue el tiempo en que se
acercó a Chapete, con quien terminó creando
un personaje legendario para la caricatura co-
lombiana: José María, un campesino agobiado
por la violencia y la incertidumbre. En el café
Automático protagonizó grandes tertulias
con Chapete, Klim y Pepón. Y también con
Chapete y Enrique Carrizosa hizo El lápiz má-
gico, un extraño noticiero de televisión en el
que ellos pintaban la actualidad y Gloria Va-
lencia de Castaño la comentaba.
En esa época conoció a Leonor Lozano,
con quien se casó y tuvo dos hijos, Fernando
Alonso y Gloria Elena.
Cuenta la revista Credencial en su edición
número 10 que Merino también ilustró los es-
critos y poemas de sus amigos Rogelio Echava-
rría, Manuel Mejía Vallejo y Eddy Torres, entre
otros. Además caricaturizó a Gabriel García
Márquez en 1967 cuando el escritor publicó
Cien años de soledad.
Según el investigador Miguel Escobar, lue-
go de la influencia arrolladora de Rendón en la
caricatura de las primeras décadas, que puede
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Hernando Turriago (1923 – 1997)
El azote del dictador
Bogotano raizal, liberal al extremo, fue el caricaturista que estu-vo en la cárcel varias veces porque sus dibujos no le gustaban a Gustavo Rojas Pinilla.Por: Catalina Luna y Juan Mattos
“Ayer dejó de existir en Bogotá, a la edad
de 76 años (sic), Hernando Turriago Ria-
ño, el conocido caricaturista Chapete. Sus
exequias se efectuarán hoy en la iglesia San Luis
Beltrán, del Polo Club, diagonal 86A No. 31-60”.
Es la información que publicó El Tiempo el
21 de junio de 1997 para referir la muerte de
uno de los caricaturistas más importantes del
siglo XX en el país, y el más emblemático de
los que padecieron, por cuenta de sus dibujos,
la persecución de la única dictadura colombiana
en cien años, la de Gustavo Rojas Pinilla.
El tiempo, el cronológico, se ha dado a la
tarea de hacerlo olvidar y lo ha conseguido. La
misma suerte ha corrido ́ José Dolores´, el cam-
pesino hecho a lápiz por él, en creación a cuatro
manos con Hernán Merino (otro caricaturista
enorme), que se dolía de su situación de mise-
ria y desencanto desde las páginas de El Tiempo
para dejar constancia de las intensas preocupa-
ciones sociales de un país que se hundía en la
violencia política.
´José Dolores´ llevó varias veces a la cár-
cel a Chapete, pero también le significó ganar el
premio Mergenthaler, en 1956, por su oposición
frontal a la dictadura de Rojas Pinilla y la lucha
por la libertad de expresión.
Para cuando nació Chapete en Bogotá,
en 1923, hacía tres años se había estrenado
el expresionismo alemán con El Gabinete del
Doctor Caligari, y hacía uno se había publica-
do el Ulises, de Joyce, descubierto la tumba de
Tutankamón en Egipto, y fundado la URSS. Los
conservadores llevaban casi cuatro décadas
en el poder en Colombia, sin responsabilida-
des por la pérdida de Panamá ni los miles de
muertos de la Guerra de los Mil días.
Como buen bogotano, Hernando Turriago
estudió en el Gimnasio Moderno, aunque antes
pasó por el Liceo de la Salle. Fue en sus épo-
cas de gimnasiano cuando se ganó el apodo de
Chapete, un sobrenombre puesto por su gran
parecido con el inseparable amigo del Pinocho
de las tiras cómicas, a quien probablemente na-
die conozca pues hizo parte de una serie de
publicaciones de 1917 a la que el ilustrador Bar-
tolozzi llamó Pinocho y Chapete.
Posteriormente, en la desaparecida Acade-
mia Ramírez estudió pintura. Allí inventó El Tá-
bano, un impreso en el que caricaturizaba a los
maestros y a sus propios compañeros. En 1938,
cuando finalizó el colegio, decidió ingresar a la
Escuela de Bellas Artes de Bogotá donde estu-
dió Dibujo y Caricatura Aplicada a la Publicidad.
A partir de ese momento tomaría el rumbo que
lo marcaría toda su vida.
Para 1944, y por invitación de Enrique
Santos Montejo, el célebre Calibán, Hernan-
do Turriago vio por primera vez publicada
una caricatura suya en el periódico El Tiempo,
donde colaboró hasta 1988, año en el que no
volvió a dibujar.
En septiembre de 1947 le propuso ma-
trimonio a Blanca Posada con quien pasaría
el resto de sus días y tendría once hijos. Ese
mismo año se trasladó a Estados Unidos don-
de trabajó hasta 1950 para compañías como
la Quality Art Novelty, una firma alemana de
películas en dibujos animados, y para el depar-
tamento visual de la ONU.
Aparte de José Dolores, dos personajes
son los más recordados de Chapete: uno es un
huevo que caminaba, se movía, opinaba sobre
las vicisitudes que pasaba el país y su capital.
Para los habitantes de la Bogotá de 1950, cuan-
do Turriago volvió de Estados Unidos, fue muy
extraño empezar a encontrarse a un huevo en
todas las caricaturas que dibujaba. Un huevo
que de huevo solo tenía la forma: tenía boca,
ojos, manos, piernas y lo más importante era
que tomaba posición frente a las situaciones del
país y a las dificultades cotidianas de la vida. Es
memorable una publicación de 1966 cuando un
invierno muy fuerte azotó Bogotá y se vio al
huevo sin nombre en medio de la inundación
como un damnificado más. Al final es salvado
por un barril flotante.
Fue a partir de 1953, con el golpe de
Rojas Pinilla, cuando empezó el momento
estelar de Chapete con el inicio de la fuer-
te censura a la prensa. Ahí nació el segundo
personaje, Gurropín, que es una deformación
del general Rojas Pinilla para mostrar la mez-
quindad de su régimen.
Turriago era un cachaco cabal y como tal
hacía girar su vida alrededor de la emblemática
avenida Jiménez. Allí, en la esquina suroriental
de la séptima, estaban las instalaciones de El
Tiempo, donde trabajaba. Dos cuadras más arri-
ba, en la quinta, se alzaba el sitio donde pasaba
horas y horas al día: el café Automático, en el
edificio Parque Santander. Ya casi nadie recuerda
que este café albergó a los poetas, a los inte-
lectuales, a los académicos más importantes del
país por varias décadas y se constituyó en un
lugar trascendental para la cultura colombiana.
Ahora, en su lugar, hay un restaurante llamado
Glück, cuyo dueño, Fernando Lozano, no tiene
ni idea de las glorias que albergó ese recinto
cincuenta años atrás.
Justamente en ese café, Chapete tomaba
tinto con su muy cercano amigo Hernán Meri-
no, otro caricaturista enorme. Seguramente, en
más de una mesa y al calor de un trago, estos
dos gigantes del humor gráfico decidieron, en-
tre risas, a quién le iban a clavar los dardos de
sus dibujos en la siguiente edición.
Fue con Merino y con Enrique Carrizosa
que Chapete se convirtió sin sospecharlo en
uno de los pioneros en Colombia de una in-
vención que habría de cambiarlo todo. En 1954
el país estrenaba la televisión, y Gloria Valencia
de Castaño se iniciaba en ella con un programa
llamado Lápiz mágico, que vio la luz el 3 de sep-
tiembre de ese año, y en el cual los tres caricatu-
ristas dibujaban sobre los sucesos políticos más
importantes de la semana, y la presentadora los
comentaba de un modo crítico. Siendo la TV un
juguete traído por Rojas Pinilla, era obvio que el
programa no durara mucho tiempo al aire.
Hoy es probable que el fantasma de Chape-
te siga rondando estos sitios, si es cierto aquello
de que los espíritus se mueven por los lugares
en los que vivieron. Si es así, debe ser doloroso
constatar que nadie se acuerda de él.
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Cuando en julio de 1986 el papa Juan
Pablo II visitó Colombia, fue recibido
por el presidente Belisario Betancur
en la Casa de Nariño. En un corto recorri-
do por la sede presidencial, el mandatario
le mostró el cuadro de una monja gorda, de
Fernando Botero, que el Pontífi ce se quedó
mirando interesado.
“Tengo varias quejas de esa religiosa, su
santidad –le dijo Betancur al Papa–. En la no-
che, se sale del cuadro y se va a visitar redac-
ciones de periódicos y luego me mete en líos”.
No es claro si Juan Pablo prometió to-
mar cartas en el asunto, pero ahí se enteró
con seguridad de que el caricaturista más im-
portante de Colombia en el último siglo se
llamaba Héctor Osuna, y que dibujaba a una
monja llamada sor Palacio, la cual en un prin-
cipio miraba las cosas desde el sitio donde
estaba colgada y cuestionaba las acciones del
gobierno, pero en los últimos años del man-
dato Betancur la religiosa se salió del cuadro
y se convirtió en la crítica más despiadada del
jefe de Estado.
Esta anécdota la refi ere el ex presidente
Betancur en una columna de El Espectador pu-
blicada el 7 de marzo de 2009, cuando Osuna
cumplió cincuenta años de haber publicado
su primera caricatura, en El Siglo. Ese día, el
Medio siglo de rasguños certeros y afi lados
Héctor Osuna (1938)
Osuna es una leyenda viva del periodismo y el hombre con más años de vigencia entre los periodistas colombianos. Huraño, difícil, quizá misántropo, nadie le compite el título de maestro de maestros en la caricatura de los últimos cien años.
país le rindió un homenaje a este hombre tan
católico como el Papa, y quizá más conser-
vador que él; considerado además como el
último laureanista de Colombia, pues con el
paso de los años su admiración por el ex pre-
sidente Gómez no ha parado de crecer. Así lo
revelan amigos suyos tan cercanos como el
periodista Álvaro Montoya.
No es fácil entender cómo un personaje
absolutamente libérrimo, que no matiza sus
dardos cuando tiene que cuestionar hasta
a cardenales y papas, que ha satirizado con
la misma mordacidad y espíritu crítico a 13
gobiernos de distintas pelambres, es un irres-
tricto seguidor de “El hombre tempestad”, el
ex presidente que con el paso de los años se
convirtió en sinónimo de represión política y
violencia de Estado.
Esa parece ser apenas una de las contra-
dicciones del gran maestro Héctor Osuna,
quizás el líder de opinión con mayor vigen-
cia en Colombia desde los años del Frente
Nacional, pero al mismo tiempo uno de los
hombres más tímidos y menos dados al pro-
tagonismo. La timidez de Osuna queda plena-
mente retratada en el libro Cinco en humor,
de María Teresa Ronderos. Ahora bien, su
carácter huraño y hosco es casi tan legenda-
rio como sus caricaturas. La pintora Beatriz
González, quien hace dos años sirvió de cu-
radora de una retrospectiva de la caricatura
colombiana desde la independencia, cuenta
que jamás pudo hablar con él pues el maestro
se negó de modo reiterado a recibirla. “Infor-
tunadamente a Osuna lo rebasan los odios”,
dice ella.
Inclusive, para esta edición de Oráculo
se hicieron trece intentos telefónicos, pero
nunca fue posible contactarlo. Tampoco ac-
cedió a responder un cuestionario que se le
hizo llegar con su amigo Álvaro Montoya a su
fi nca en Cajicá.
Por fortuna, es abundante la información
que existe sobre él, ya que puede conside-
rarse el caricaturista sobre quien más libros,
columnas y tesis se han escrito, pero además
al que más han celebrado y también refutado
desde columnas y hasta desde caricaturas.
Unos rasgos y unos rasguños Por esos textos se sabe que nació en
Medellín en 1938, en un hogar muy conser-
vador y que el infl ujo artístico le vino por
directa consanguinidad ya que su padre, Vi-
cente Osuna, era tipógrafo y escultor, y su
madre, Tulia Gil, era pintora. Desde muy pe-
queño comenzó a esbozar caballos y a di-
bujarlos, lo cual le dejó una línea precisa y
fl uida que lo convirtió en el gran retratista
que es, y que deja traslucir en los políticos
que dibuja, cuyos rasgos, gestos y hasta acti-
tudes no dejan dudas sobre los personajes a
quienes está caricaturizando. “Uno reconoce
el personaje que Osuna quiere mostrar así
lo pinte de espaldas”, afi rma Lisandro Duque
en columna publicada en El Espectador el 9
de marzo del 2009.
El origen de Sor Palacio, la monja que
mantenía asustado al presidente Be-
tancur, parece provenir di-
rectamente de sus años de
primaria en el colegio La
Presentación, de Medellín,
donde detallaba y dibuja-
ba minuciosamente los
atuendos y comporta-
mientos de las monjas que
regentaban el claustro.
El bachillerato lo hizo en Bogotá, en San
Bartolomé La Merced, donde también esbo-
zó algunos bosquejos para la Revista Bartoli-
na, y donde decidió que quería ser cura. A
los 15 años entonces optó por ingresar a la
Casa del Noviciado de la Compañía de Jesús,
en Santa Rosa de Viterbo (Boyacá). Por razo-
nes nunca explicadas, a los cuatro años colgó
los hábitos, o más bien nunca se los puso
porque todavía le faltaba mucho tiempo para
la ordenación. El camino escogido fue el De-
recho, pero a mitad de la ruta también se
arrepintió, y optó por emplearse en algún
medio de comunicación.
Al diario El Siglo llegó en 1959, en los ini-
cios del Frente Nacional. Era el destino natu-
ral trabajar allí pues era la casa de Laureano
Gómez. Sin embargo, desde muy pronto se dio
cuenta de que las cosas no serían fáciles pues
sus jefes le ´colgaban´ las caricaturas cuando
intuían que no iban a gustarle al gobierno de
Alberto Lleras Camargo. Fue allí donde publi-
có su primer trabajo, éste sí con el aplauso de
sus superiores, pues en él sugería que el ex
dictador Gustavo Rojas Pinilla quería ponerse
de ruana el Senado de la República.
Como paradoja del destino, o como fi el
refl ejo de las contradicciones de Osuna, y
ante los rifi rrafes frecuentes con los editores
de El Siglo, Osuna terminó en el periódico li-
beral por antonomasia: El Espectador, tras un
paso muy fugas por el diario El Occidente,
de Cali. Era 1960, y allí comenzó uno
de los binomios más famosos del pe-
riodismo colombiano, el de Osuna y
El Espectador.
En esta casa reinó con su sección de Ras-
gos y rasguños por los siguientes cincuenta
años, hasta hoy, y con un par de paréntesis no
muy largos, uno del 72 al 74, cuando fue a Es-
paña a estudiar arte, y otro en 1997, cuando
el diario de la familia Cano pasó a manos de
Julio Mario Santodomingo, y el caricaturista
presintió que no se sentiría a gusto con los
nuevos patrones. Así lo revela su gran amigo
Vladdo, quien no tiene problema en recono-
cer que Osuna es el más grande en toda la
historia del humor gráfi co del país.
“Cuando yo ocupé el espacio de Osuna
en El Espectador, en la tercera página del pri-
mer cuadernillo, intenté hacer algo muy dife-
rente porque nunca podría emular al creador
de Rasgos y rasguños”, cuenta Vladimir Flores,
o sea Vladdo.
Por: Cielo Fierro y Viviana Triana
Alvaro Gomez, Gabriel Garcia , amigos de Osuna,
se conocieron en el Periódico El Siglo. Monja Sor Palacio
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De niño, la política lo privaba de estar con su padre, y el tío que lo cuidaba le contaba historias dibujadas para enseñarlo a pintar. Hace años él hizo lo mismo en un programa de Tv que se llamaba Minimonos. Por Marvi Suárez y Diana Salazar
Entre José María López Prieto, Pepón, y el
maestro Héctor Osuna hay una buena
cantidad de similitudes que los han acer-
cado a lo largo de los años hasta hacer cuajar
una amistad que ya va para las bodas de oro.
Uno y otro son ‘godos’ de partido y de convic-
ción; nacieron con un año de diferencia; llevan
vigentes más de medio siglo en el humor gráfico
colombiano; ambos arrancaron en El Siglo, y se
fueron al poco tiempo por la tendencia de ese
diario a meter mano en los contenidos de los
dibujos, y se juntaron en El Espectador.
“Osuna y Pepón tienen mucho terreno
recorrido, mucha historia dibujada; ellos han
escrito algunas de las mejores páginas del
humor ilustrado en el país y son dos de los
mejores en América Latina”, dice el periodista
Jorge Consuegra.
José María nació en Popayán en 1939, en
el quinto lugar de siete hermanos, tres mujeres
y tres hombres. Se casó hace 47 años con Hu-
guette Soulier, tiene tres hijas y un nieto de 3
años llamado Maximiliano.
La política y el dibujo definieron su vida
desde muy temprano en una extraña mez-
cla que tenía que producir un caricaturista en
consecuencia. Don Arcesio López, político y
fundador del periódico conservador payanés
La Razón, viajaba mucho a Bogotá por razones
de trabajo. El poeta Carlos López, tío de Pepón,
era el encargado de cuidarlo a él y a los otros
hermanos. Y lo hacía contando historias que di-
bujaba en un tablero.
A José María lo picó primero la política. A
los 16 años, en compañía de unos amigos del
colegio, creó un periódico clandestino llamado
La Cucarde. El nombre era una variación de la
cucarda, escarapela que distinguía el ejército
franquista español.
Bolonio fue el nombre con el que publicó
su primera caricatura en La Cucarde, y surgió
de su terrible afición a unos dulces payaneses
llamados bolitos.
En 1957 los López se fueron a vivir a Por-
tugal pues el gobierno asignó a don Arcesio en
esa embajada. A los 19 años, José María empezó
a estudiar arquitectura en la Escuela de Artes
de Lisboa, pero tres años después se dio cuen-
ta de que lo suyo no era dibujar planos sino
personajes. Para 1960, José María se fue a vivir
a Madrid y durante ese año logró publicar en
José María López (1939)
Política y dibujo se fundieron en Pepón
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Fue en el diario de los Cano donde Héc-
tor Osuna incursionó en el mundo de las
columnas de opinión. Por consejo del propio
Guillermo Cano, y como tribuna para respon-
der a los ataques por cuenta de los políticos y
empresarios que se sentían agraviados ante sus
caricaturas, nació la columna de Lorenzo Ma-
drigal, el Osuna combativo no con el lápiz sino
con la pluma, que subiste también hasta hoy.
Osuna, de frenteSon demasiadas las caricaturas memo-
rables de este hombre en tantos años y por
eso es muy difícil escoger alguna en particular,
aunque de eso se han encargado cinco anto-
logías hasta la fecha. La más famosa, tal vez, es
Osuna de frente, publicada por Oveja negra en
1983. En su prólogo, el recién laureado con el
Nobel Gabriel García Márquez decía hablando
de Osuna: “Es la historia vista de espaldas, con
las miserias cotidianas de sus costuras, como
nos ha sido servida semana tras semana duran-
te más de 20 años con el desayuno dominical,
y con un sabor tan propio y un condimento
tan variado que ya empezamos a preguntar-
nos cómo serían mis domingos si no existiera
Osuna”. Pero si es difícil ubicar, por exceso,
unas pocas caricaturas suyas excepcionales, es
muy fácil recordar los personajes creados por
él a lo largo de cinco décadas, que se encarga-
ban de simbolizar algún rasgo particularmente
repelente o hasta escandaloso del gobierno
de turno. Así, Lara, la perra dálmata, ejempli-
ficó el carácter aristocrático y excluyente del
mandato de López; los caballos, la represión
militar del de Turbay; sor Palacio, el populismo
parroquial de Betancur; el elefante Rubiancho,
los dineros del cartel de Cali en la campaña
presidencial de Samper. En el 98 volvió la mon-
ja de Botero a Casa de Nariño con la llegada
de Andrés Pastrana al poder y revivió sor Pa-
lacio, pero ahora bajo el nombre de Sor Alice
of the Saints, una monja pro gringa. Revivió en
la revista Semana, donde Osuna se refugió por
cuatro años, luego de la venta de El Espectador
a Santodomingo. Y a lo largo de las décadas, y al
lado de los anteriores, emergió Lilín, el hijo fic-
ticio de Osuna haciendo sesudos análisis desde
la inocencia y preguntas difíciles, de niño.
En 2001, el maestro volvió a su casa de
siempre. La periodista María Teresa Ronderos
recuerda cómo fue el propio Felipe López,
propietario de Semana, quien recomendó el
regreso del maestro a ese diario. “El medio na-
tural de Osuna es El Espectador”, afirmó López
en su momento.
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No es fácil determinar cuál es el mayor
talento de Armando Buitrago (Ugo Bar-
ti o Timoteo en el mundo de la carica-
tura), si su dibujo preciso y fino acompañado
de un humor aun más fino, o su capacidad para
llevar más de cinco décadas en un anonimato
total, que puede rayar casi en la leyenda, esto
es, en ese espacio en el que más de uno podría
dudar de que él exista.
No hay una sola foto suya en ningún ar-
chivo de los medios donde ha trabajado. Así lo
confirman en El Nuevo Siglo, El Tiempo, Portafolio,
El Espectador. No tiene celular, y en el teléfono
de su casa nadie contesta jamás. Lo único que
se ha logrado saber de él, por la Registraduría,
es que nació en 1936. “Y que tiene una hermana,
que es como verlo a él pero con pelo largo”,
dice Álvaro Montoya, periodista y una de las bi-
blias del humor gráfico en Colombia.
“Es tan profunda su convicción en pasar
desapercibido –continúa Montoya– que su
costumbre en El Siglo era dejar las caricaturas
de Timoteo en la oficina de Rafael Bermúdez,
el jefe de redacción, e irse de inmediato sin
saludar a nadie. En 1978 se ganó un Simón
Bolívar y en el periódico lo esperábamos para
festejárselo. Ese día dejó la caricatura en la re-
cepción y no entró”.
Lo más asombroso es que la mayoría de su
generación, con Antonio Caballero de primero,
y de la camada posterior de dibujantes, encabe-
zada por Vladdo, lo considera uno de los más
grandes, y tal vez el mejor fisonomista de todos.
“Para caricatura de personajes, no hay quién
le ponga la pata y sin embargo los editores de
páginas de opinión lo ignoran… cuando yo me
gane la lotería fundaré una revista solo para que
Ugo Barti la diagrame y la ilustre”, asegura Car-
los Mario Gallego, Mico, quien también es la Tola,
de Tola y Maruja.
Elkin Obregón, caricaturista político antio-
queño, tampoco escatima elogios sobre él: “A
mi modo de ver, Barti es el verdadero precur-
sor del actual desarrollo de la caricatura co-
lombiana. Él nos enseñó que el dibujo podía ser
desdibujo. Él, consciente o inconscientemente,
recordó que existían un Steinberg, un Chúmez,
un Wolinsky. Y también que el contenido de un
cartoon exige una visión personal, una síntesis,
un llamado a la inteligencia...”.
Por su parte, en el libro Las letras y el ta-
lante, editado por la Biblioteca Pública Piloto
de Medellín en 1983, Álvaro Gómez Hurtado
fue más lejos para asegurar que Armando Bui-
trago era sin duda el mejor caricaturista de
“habla” hispana.
El motivo para entrecomillar la palabra
´habla´ era jugar con la otra característica que
los conocidos le endilgan a Buitrago: el silencio
casi total. Es un hombre que habla lo mínimo o
menos. El propio Gómez –cuentan en El nuevo
Siglo– aseguraba que sostenía “conversaciones
inalámbricas con Timoteo”. “Cuando conversa-
mos, el único que habla soy yo”, decía.
También conocido por el seudónimo de Ugo Barti, es considerado por sus pares como el mejor fisonomista de todos, y como el gran prófugo de la fama.Por David Osorio y Sergio Ocampo Madrid
Armando Buitrago (1936)
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la revista El Codorniz algunas creaciones, que le
dieron reconocimiento. Fue allí donde usó por
primera vez el apelativo de Pepón debido a que
un amigo cada vez que lo veía le tarareaba una
canción que se llamaba Pepón el Zapatero.
En un bar en Madrid conoció a uno de sus
ídolos: Antonio Mingote, de quien se hizo ami-
go y aprendió técnicas de dibujo como el mo-
vimiento en los trazos y el uso de los espacios
al momento de retratar personajes. Desde
entonces dejó a un lado las líneas cuadradas
que solía usar y al año siguiente se devolvió
a Colombia con la certeza de lo que quería
hacer el resto de su vida.
Un poco forzado por su padre, regresó a la
arquitectura, y en el primer mes de carrera de-
cidió llevar una caricatura a El Siglo. El director
del diario, Arturo Abella, la recibió y le aconsejó
cambiarle algunas cosas. Al día siguiente salió
publicada. Pepón volvió con otra y le ofrecieron
seguir colaborando, pero con la condición de
dibujar y decir lo que le ordenara Abella. Eso
lo molestó y jamás volvió por allí. Es por esto
que las dos caricaturas de El Siglo no las cuenta
como las primeras de su carrera.
Y es que a pesar de su fuerte conservatis-
mo, Pepón siempre ha sido independiente
y libre para criticar hasta a sus amigos.
“Nunca ha sido un gran dibujante, pues
a veces le toca ponerles rótulos a sus
personajes para identificarlos, pero
eso lo subsana con el alto sentido del humor
–así lo recuerda Eduardo Arias, compañero
suyo en El Tiempo a finales del siglo xx–. Aparte
de su amabilidad y sencillez le daba palo por
igual a gobierno y oposición,
algo raro en la caricatura
partidista de hace 40 años”.
En el 63 llegó a El Espec-
tador, y olvidó la arquitectura para siempre.
Uno de los primeros trabajos que hizo se ti-
tuló “Ayer, hoy y mañana”, una mini historieta
que constaba de tres recuadros en los que
se desarrollaban temas del momento. Allí se
encontró con Osuna.
Tras siete años de trabajo, decidió irse con
sus lápices para El Tiempo, donde compartió
con humoristas gráficos como Chapete, Me-
rino y Aldor, y donde todavía trabaja. De esos
tiempos, Pepón extraña “el apetito de crítica y
de análisis político”. Para él, en la caricatura ac-
tual falta disciplina e impera la ligereza, la igno-
rancia sobre los contextos y el pasado y pre-
sente de los personajes. “La caricatura política
ha perdido fuerza y no tiene transcendencia”,
dice. De este mal momento rescata a Vladdo, a
quien considera un gran talento.
En 1971, Pepón se dejó seducir por la te-
levisión y sin renunciar a El Tiempo ni al dibujo,
se volvió conductor de Vea Colombia, revista del
sábado, que se emitía de 4 a 7 de la noche. Allí
dibujaba algún suceso político de la semana, y
alternaba comentarios con una joven presenta-
dora de nariz respingada que muchos años des-
pués escribiría un libro y se confesaría amante
de Pablo Escobar. Era Virginia Vallejo.
Su segundo proyecto en la tv fue Minimo-
nos con Pepón, en 1974. Ahí le enseñó a dibujar
a los niños, al igual que su tío lo hizo con él. Se
emitía los sábados de 4 a 5 pm. y lo secunda-
ba una niña pecosísima y rubia que se llamaba
Yady Gonzalez. Minimonos se acabó tres años
después debido a que José María López llegó
un minuto tarde a la cita de presentación de
proyectos y entrega de licitaciones.
En los ochenta se fue del país, amenazado
por unas caricaturas sobre narcotráfico. El go-
bierno de Belisario Betancur le ofreció un con-
sulado en Brasil y se quedó nueve años. Nunca
paró de dibujar ni de publicar en El Tiempo, pero
en secreto y con otro seudónimo: Ponpeyo, que
significa Yo Pepón al revés. El cambio de nom-
bre se lo sugirió Hernando Santos, director del
diario, para sortear la incompatibilidad de ser
funcionario público y periodista activo.
“Nací para los lápices y el humor, no para
la diplomacia”, dice hoy José María, quien se
declara satisfecho de las más de cincuenta mil
caricaturas producidas a la fecha y publicadas
en El Tiempo, Cromos, El Espectador, The Co-
lombian Post, Pent House, entre otros. A los 72
años sigue produciendo de modo regular y así
va a ser hasta que el pulso de la mano y la luz
de los ojos se lo permitan.
Timoteo, genio del lápiz y de los silencios
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o Antonio Caballero (1945)
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Antonio Caballero Holguín es un traidor
a la patria y es probable que su padre,
el ilustre Eduardo Caballero Calderón,
se sintiera orgulloso de eso. Corría 1952, cuando
el entonces presidente de la República, Laureano
Gómez, a través de su ministro delegatario, Ro-
berto Urdaneta, presentó una propuesta de re-
forma constitucional que convertía en traición a
la patria cualquier tipo de oposición al gobierno.
“Soy traidor por la cabeza de mi padre y
por el corazón de mi madre –escribió Eduardo
Caballero en respuesta a la intención dictatorial
de la reforma del 52–. Soy un traidor por los
cuatro costados, por las cuatro ramas de mis
abuelos… Y va tan adelante y tan lejos este es-
píritu traidor que me hierve en la sangre, que
mi único deseo es que mis hijos sean traidores
como ya lo es y se declara de antemano su pa-
dre, y como lo fueron sus abuelos y esa taifa
de traidores que entregaron su inteligencia, su
corazón, su fortuna y su sangre a esa traición
imperdonable que es el amor a la libertad…”.
Para muchos, su hijo Antonio ha cumplido a
cabalidad con el deseo de su padre. Álvaro Mon-
toya Gómez, periodista, caricaturista y amigo de
Antonio, lo resume así: “Todo lo que hace Anto-
nio Caballero es original. Vive en contravía. Siem-
pre está en oposición y no hace nada inocente”.
Lo irónico, o burlón de la vida, es que las
primeras caricaturas de Antonio Caballero ha-
yan aparecido en El Siglo (hoy El Nuevo Siglo),
diario fundado por Laureano Gómez como voz
de la oposición durante la república liberal.
Por entonces, a mediados de los años se-
senta, la directora de Vanguardia, la sección lite-
raria y juvenil del rotativo, era María Mercedes
Carranza, quien había estudiado Filosofía y Le-
tras en Bogotá y Madrid. Ella, nacida el mismo
año que Antonio, 1945, tenía con él varias si-
militudes: sus padres, ambos llamados Eduardo,
eran literatos, fueron agregados culturales de
la embajada colombiana en España y, por ende,
ambos vivieron parte de su juventud en Madrid,
lo cual les permitió empaparse de un trasfondo
cultural único, mitad colombiano, mitad español.
Esto todavía se pone de manifi esto en las co-
lumnas de Caballero en las que narra exquisita-
mente las masacres de toros que tanto le gus-
tan y que aparecen publicadas en sus columnas
de El Tiempo, en Colombia, y 6 Toros 6, en España.
A pesar de tener muchas cosas en común con
María Mercedes, sus destinos siguieron caminos
muy distintos. Ella desde la poesía, que ofi -
ció hasta 2003, cuando decidió quitarse
la vida, y él desde el periodismo, pero
básicamente desde el ´oposicionismo´
a una clase dirigente que en su concepto es la
gran responsable de la pobreza y el atraso co-
lombianos. Así lo deja claro en el ensayo que
escribió para el libro ¿En qué momento se jodió
Colombia?, publicado por Oveja negra en 1990.
Veintiocho años antes, Antonio culminó
Ciencias Políticas en París, y desde 1966 hasta
principios de los setenta, dibujó para El Siglo y
El Tiempo. Daniel Samper Pizano denomina ese
lapso como “la época negra del distinguido ar-
tista”, cuando sus primeros monos recreaban
a una poco agraciada mecanógrafa con arre-
batos de ninfómana, que bien pudo ser la ins-
piración de la Aleida de Vladdo, y a un enano
que se sacaba cualquier porquería de la boca
y “se asemejaba de manera casi irritante al
entonces presidente Carlos Lleras Restrepo”.
Después llegaría a la revista Alternativa, que
en palabras del propio Caballero, pretendía ser
“la voz de toda la izquierda democrática” du-
rante el lúgubre período del Frente Nacional.
Las páginas de esta publicación, cuya vida
duró entre 1974 y 1980, fueron habitadas
El eterno opositor a todas las causas
Emparentado con el poder y las élites por todos los costados, este hombre, sin embargo, es el azote más punzante de la dirigencia colombiana.Por David Osorio
La única entrevista que se conoce en la
cual habla Ugo Barti (su otro seudónimo, el cual
armó con un anagrama de su apellido) apareció
en la Enciclopedia del humor, una publicación de
1975 fi nanciada por la Lotería de la Cruz Roja.
Allí ante la primera pregunta, Buitrago contes-
taba: “Nací en Cali, y todo lo demás está por
hacer…”. Y allí terminaba la entrevista.
Jorge Restrepo, encargado de las Lecturas
Dominicales de El Tiempo, asegura que “es difícil
encontrar alguien más tímido, reservado y taci-
turno que Timoteo. Era poco amigo de sentarse
a hablar; él hacía su ofi cio y punto”.
Al igual que Caballero, y Osuna y Pepón,
Ugo Barti se dio a conocer por el diario El Siglo.
La forma como surgió su otro seudónimo, Ti-
moteo, está totalmente conectada con ese ro-
tativo conservador y con Álvaro Gómez. Para
1964, El Siglo era un medio absolutamente polí-
tico (y lo sigue siendo, pero ahora bajo el rótulo
de El Nuevo Siglo). Algo que pocos conocen es
que Gómez también garabateaba caricaturas, y
las fi rmaba como Timoteo. En 1965, la candida-
tura liberal estaba casi defi nida a favor de Car-
los Lleras, a quien Gómez no veía con buenos
ojos pues prefería a Alfonso López en la presi-
dencia. Luego de varias caricaturas en contra,
hechas por Timoteo (Gómez, no Buitrago), Ál-
varo decidió meterse de lleno en política activa
para frenar a Lleras. Buitrago siguió publicando
como Timoteo y se quedó con el seudónimo
para siempre.
Sin embargo, a diferencia de Osuna, Pepón
y Caballero, cuya presencia en El Siglo fue corta
o mínima, Buitrago se quedó 25 años. Este es,
sin duda, un hecho excepcional porque con-
trario a los dos primeros, ‘godos’ convencidos,
Ugo Barti es un hombre de izquierda, e incluso
anarquista, en el más puro y formal concepto
fi losófi co de la anarquía. Vale la pena anotar que
en junio del 2009, él y otras personalidades y
miembros del Polo Democrático fi rmaron una
carta abierta en la que defendían la labor de
oposición del senador Jorge Enrique Robledo,
cuyo nombre resultó vinculado a los computa-
dores de Raúl Reyes.
Aparte de El Siglo, también publicó humor
gráfi co en Cromos en la década de los años
sesenta, fue diagramador en El Tiempo en los
setenta, colaboró en el Magazín Dominical de
El Espectador, y fi rmó como Kozko en unos
cuantos números de una revista llamada Hoy
por Hoy, dirigida por Diana Turbay. Actualmente
aparece en Portafolio.
Uno de los tópicos más importantes en la
vida de Barti es ser el creador de “Clubman”,
que nació en 1964, fue la sensación de las Lec-
turas Dominicales de El Tiempo, y que sin duda
es el precursor del “Monólogo”, de Antonio
Caballero, que se publica hoy en Semana. Según
Carlos Alberto Villegas, profesor de la Univer-
sidad Javeriana, “Clubman”, armado de un vaso
(quizá de whisky) que refl exiona entre irónico y
atónito sobre la actualidad nacional “fue uno de
los primeros personajes caricatográfi cos apa-
recidos en el periodismo colombiano. Tanto su
grafi smo nervioso e innovador que transgrede
lo fi gurativo, como los parlamentos que bucean
en honduras fi losófi cas, literarias y estéticas, lo
hacen un personaje caricatográfi co para verda-
deros gourmets”.
En Refl exioneMONOS, libro del Fondo Edi-
torial Cerec, publicado en 1986 como home-
naje a los 20 años de caricaturas de Antonio
Caballero, Barti aceptaría que comparte con
éste la mirada aguda y ácida, la apatía y la re-
pugnancia que le produce constatar muchas de
las mezquindades de la situación nacional, ante
cuyo horror los cuestionamientos, a través de
la caricatura, se quedan cortos. “La corrupción
es la materia de que está hecha la Colombia de
pesadilla…”, escribe Barti.
La otra faceta determinante de Barti es
su inclinación por el cine, más exactamente la
crítica de cine. Junto con Héctor Valencia, Car-
los Álvarez y el político quindiano Jaime Lope-
ra –quien adquirió gran reconocimiento por su
libro de autoayuda La Culpa es de la Vaca– fundó
la revista Guiones en 1960. “Ugo Barti y Héc-
tor Valencia –cuenta Orlando Mora, un cinéfi lo
colombiano– encabezan la publicación, la cual
logró con sus siete números iniciales sembrar
alguna inquietud en los jóvenes que por esa
época llegábamos deslumbrados al cine”.
Lopera lamenta hasta hoy que Barti se
haya quedado en el humor gráfi co y haya de-
jado el cine un poco de lado: “Me parece que
la faceta principal de Armando fue la de ser el
primer crítico de cine en Colombia desde El
Espectador, pero después derivó a la caricatura
y allí se quedó”.
¿La crítica de cine o el humor gráfi co, qué
preferirá Buitago? Imposible saberlo porque
tendría que decirlo él, y para ello habría que
encontrarlo, y acto seguido hacerlo hablar. Y
evidentemente él prefi ere decir cosas solo en
sus dibujos y en sus trabajos. Hay un último epi-
sodio que retrata esto perfectamente: en 1983,
cuando se lanzó el libro Osuna de frente, él cola-
boró en la diagramación del Magazín Dominical
de El Espectador que registró la salida de ese
libro. Osuna había escogido varias caricaturas
de personajes para que fueran incluidas, y una
de ellas era la de Ugo Barti. Pues bien, como él
era el diagramador, y sin consultar con Osuna,
decidió excluirse. Ese, aparte de la cédula de
ciudadanía, puede haber sido el único registro
gráfi co de que Barti existe.
La caricatura tiene un sin fi n de posibilida-
des, es humor visual, es la transgresión de
la realidad con tintes grotescos o satíri-
cos, es la ridiculización de lo público e incluso es
periodismo. Pero para Jairo Barragán, más cono-
cido como Naide, la caricatura es la posibilidad
de asestar un puño en el debate diario. No hay
nombre o fama que valga cuando una ilustración
logra su cometido, y es Jairo con sus líneas y cír-
culos uno de los pocos que han conseguido que
un dibujo pase de lo ridículo a lo refl exivo, de la
ironía a una crítica mordaz. Naide es un amante
de la sátira, esposo de la subversión de cánones
y viudo de las mañas y las infl uencias.
Desde pequeño se interesó por el dibujo,
por la magia de la narrativa visual y los tintes
de la burla. Daniel Samper, en el prólogo del
libro Lo que Naide se imagina, una compilación
de las obras del caricaturista, escribe: “la noche
en que Ibagué lo recibió en un anónimo pabe-
llón de maternidad, no alcanzó a pensar que
ese bebé color marrón, con bigotico incipiente
(ya lo tenía) y estrepitosos reclamos lácteos,
iba a ser uno de los más imaginativos humo-
ristas gráfi cos que conociera Colombia en el
último tercio del tercer decenio de la segunda
mitad del siglo xx”. A pesar de que varios cole-
gas coincidan con estos elogios, Naide solo ríe
modestamente pues considera que son exce-
sos de sus amigos y conocidos.
Jairo Barragán Arias nació en la capital del
Ha sido más un humorista gráfi co que un caricaturista y así es reconocido en todo el hemisferio. Historia del fabuloso salto de El Espacio al New York Times.
Tolima el 24 de junio de 1949. Posteriormen-
te se mudó junto a sus padres, Julio y Sofía, y
sus doce hermanos a Flandes, a orillas del río
Magdalena, donde vivían sus abuelos. En este
lugar estudió primaria en el Colegio America-
no, y más que un pasatiempo acogió el dibujo
como juego, cómplice y amigo. Luego viajó a
Girardot para hacer su bachillerato, y en 1965,
cuando cursaba quinto año, comenzó a cola-
borar en periódicos locales como el Vocero
de Girardot, en el que publicó algunos dibujos.
Poco después, su familia, que ya constaba de
catorce hermanos, los últimos dos adoptados,
decidió trasladarse a tierras más frías. Daniel
Samper lo retrata así: “venía a la capital cuando
aún no era nadie”.
Jairo Barragán llegó a Bogotá en 1967,
vivió en Fontibón y cuando recuerda su vida
allí dice que “fue un lugar hermoso de infancia
y adolescencia”; salía varios días junto a sus
amigos a caminar hasta Mosquera; para él
era una perfecta combinación entre el cam-
po y la ciudad. Acabó su bachillerato en el
Colegio Académico e intentó ingresar a la
Academia de Bellas Artes de la Universi-
dad Nacional pero no tuvo éxito. Aquello
lo impulsó a ser autodidacta y a aprender
en el camino. En 1984 Naide se estre-
nó en la revista Diners donde gozó de
libertad para exponer su estilo. Carlos
Lemos Simmonds, colaborador de esta
publicación, vio su trabajo y lo persuadió para
que ingresara al diario vespertino El Espacio, en
el que tendría una columna llamada, “Entre la
Romana y el Pasaje”. También trabajó en la Re-
vista Alternativa, “una publicación que trató de
darles voz a todos los grupos de la izquierda
colombiana sin diferenciar entre unos y otros,
sin tomar partido, aun cuando se tomara parti-
do al hacer eso, pero era una revista abierta”,
cuenta Antonio Caballero. Fue allí donde Jairo
Jairo Barragán (1949)
Por Diana Nova y Andrea Melo
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Naide o el discreto encanto de la sátira
por el Señor Agente, un policía hecho por Ca-
ballero, y por los retratos políticos de Macondo,
agudas radiografías de lo que se urdía en las al-
tas esferas de una república bananera. Mientras
que el agente no tenía un trazo que lo defi niera
claramente, sino apenas unos esbozos de su fi -
gura de autoridad, a los ´patricios´ colombianos
los retrataba con una exactitud envidiable. Fue
en Alternativa en donde hizo sus mejores carica-
turas fi sionómicas. Víctimas de ello fueron Álva-
ro Gómez Hurtado, Alberto Santofi mio Botero,
Alfonso López Michelsen, Julio César Turbay
Ayala, el cura guerrillero Camilo Torres y Carlos
Lleras Restrepo, entre otros.
En 1985 se trasteó para la Revista Sema-
na, nacida de las cenizas de la publicación ho-
mónima que había concebido Alberto Lleras
Camargo y que había cerrado en 1961. La de
mediados de los ochenta había sido creada por
Felipe López, hijo de López Michelsen y pri-
mo de Antonio Caballero. Fue ahí en donde
nacieron sus últimos monos, los del Monólo-
go Nacional, que hasta hoy se publican cada
ocho días: el político –siempre clientelista–, la
mujer acomodada, el hombre del club, la po-
bre mujer que pasa difi cultades económicas
y el guerrillero (que a veces es un miembro
del “glorioso” Ejército Nacional y desde hace
unos años también ha servido como refl ejo
de un paramilitar), todos ellos carentes de la
precisión fi sionómica de Caballero, algo que ha
sido completamente intencional.
El libro Refl exioné-MONOS de 1986 fue una
publicación para celebrar los 20 años de carica-
turas de Antonio Caballero. En él, participaron
fi guras nacionales y entre las defi niciones que
aparecen sobre el periodista está la de “incré-
dulo irreparable”, acuñada por Gabriel García
Márquez; o la de un “educado mental y arte-
sanal”, de Armando Buitrago, mejor conocido
como Timoteo (seudónimo que originalmente
usaba Álvaro Gómez) pero también como Ugo
Barti, caricaturista de El Siglo y El Tiempo. Este
último además fue el precursor de los cartones
del clubman, que más adelante retomaría Ca-
ballero.
Antonio también ha sido descrito como un
“hombre anatematizado por la sensatez hirien-
te de sus razones”, como afi rma Osuna. En pa-
labras del mismo Antonio Caballero: “El humor
es un vicio solitario. Los humoristas son pájaros
solitarios. No patos de bandada, sino aves de
presa, que para volar alto tienen que volar a so-
las, por su cuenta. No hay humor posible sin
independencia, y es por eso que el humor ofi cial
no existe. Sería una imposible contradicción en-
tre los términos”.
El último proyecto de Caballero, liderado
por Antonio Von Hildebrand, es el documen-
tal Pablo’s Hippos, del 2010 y para la BBC de
Londres, que recrea los últimos treinta años del
país en la absurda guerra contra las drogas y su
corolario más evidente: el saldo de muerte, des-
trucción, corrupción e inestabilidad. La cinta se
centra en el relato de un hipopótamo macho
alfa llamado Pablo (en alusión a Pablo Esco-
bar) que recuenta estos treinta años. Caballe-
ro se entusiasmó tanto con el proyecto que
no solo se hizo cargo de las ilustraciones sino
que también se involucró en los diálogos del
largometraje, e hizo “un guión con la fi nura y
acidez características de su pluma”, asegura
Hildebrand.
comenzó a quitarse las telarañas más neutrales
de su pensamiento para implementar un lengua-
je más político.
Naide considera que su mentor, más que su
maestro, fue el uruguayo Luis Blanco, “Blanqui-
to”, como lo invoca con cariño. Este caricaturis-
ta político vino a Colombia en 1977 con un pro-
yecto editorial que se llamó La enciclopedia del
humor latinoamericano, que buscaba recopilar al-
gunas obras de caricaturistas, y se encontró con
los “monachos” de Naide por lo que lo escogió
para trabajar en ese compilado. Fue allí donde,
según Jairo, encontró su rumbo e imprimió un
estilo. Además esta exposición puso el humor
en un estatus que terminaría por detonar toda
una generación de nuevos caricaturistas.
Naide hace parte de una generación am-
plia y compleja, con rangos de edades que van
desde los 73 años de Héctor Osuna hasta los
52 de Mico, y en la que caen también Antonio
Caballero, Obregón y Hugo Barti. Sin duda una
camada de grandes ilustradores que en 1970,
en ejercicio de su labor, sintieron la censura y
las continuas modificaciones a sus obras por
cuenta de editores y jefes, por lo que se re-
unieron para buscar la agremiación. Después
de varios tires y aflojes la soga que los apreta-
ba se aflojó ligeramente y pudieron continuar
con la caricatura como pintura burlesca de la
realidad y sin cortapisas.
“La caricatura tiene esa posibilidad del hu-
mor de poner al alcance la burla, esa sátira que
le fascina a cualquiera, y aunque no provoca
un cambio, sí deja un precedente”, afirma Jai-
ro, quien cree que es una forma de expresarse
con menos miedo y temor ante las problemá-
ticas de la política y la sociedad. Naide siente
gran admiración por los trabajos de Antonio
Caballero y Pepón pero tiende a apreciar más
la obra del segundo con quien trabajó ya que
tenía tintes más periodísticos que los de Caba-
llero que era un poco más intelectual y artís-
tico. Ponto, Mico y Yayo, con quienes también
ha colaborado, son caricaturistas que Naide
estima no solo por su estilo y calidad sino por
la labor periodística y la influencia de estos
personajes en su propia obra.
Álvaro Montoya, experto en caricatura y
amigo del ilustrador, lo denomina “el mejor hu-
morista gráfico del país”. Fue acogido en múlti-
ples exposiciones, como en el Museo de Char-
tres y en la Casa de la Cultura Pablo Neruda que
se realizaron en Francia, o en la exposición de
la galería Ollantay, en Nueva York. Naide marcó
una importante brecha no solo por su técnica
sino también por oxigenar los ya estrechos cá-
nones de esta herramienta de expresión.
Jairo Barragán no solo se ha destacado
por su crítica política sino también por su ex-
ploración del humor gráfico. Publicó su libro Lo
que Naide se imagina en 1997 donde compiló
muchas de sus ilustraciones y dibujos que tie-
nen el sello de su humor negro aplicado a la
actualidad. En esta publicación colaboró Daniel
Samper, quien es un amigo muy cercano y a
quien ilustró en muchas de sus columnas. Jairo
dice que la portada de su libro era horrible, y
agradece que se haya perdido la única copia de
la que disponía, en un incendio en su casa de
Estados Unidos, en 2001. Otra muestra de su
personalidad, de la indiferencia por su obra, sin
caer en la socarrona modestia, sino que refle-
ja gran sencillez a pesar de sus innumerables
exposiciones y publicaciones. Actualmente pu-
blica en El Malpensante y en el New York Times
desde Nueva York, lugar donde lleva viviendo
más de 25 años.
Jairo, con su voz tranquila, amigable y bur-
lona a sus 61 años, no tiene ningún reparo en
hablar sobre la caricatura del país. Tal vez los
únicos silencios o carcajadas prolongadas que
se le escuchan son cuando se habla acerca de
él, por ejemplo de sus reconocimientos como
el premio de periodismo Simón Bolívar que
ganó en 1980. “Yo lo que hago es volar a toda
hora; nadie se imagina que a Naide no le gus-
tan las fechas, recordar su edad, sus obras o la
cantidad de publicaciones en las que trabajó.
Por otro lado le gusta Escalona, el recuerdo
de los trigales y las vacas del Mondoñedo de
su infancia, la animación y Joan Manuel Serrat.
Su pelo enmarañado y totalmente negro
es fuente de burla para sus amigos que lo fro-
tan con servilleta buscando rastros de tinte
por su apariencia más cuarentona que sexage-
naria y esa risa que engaña por su espontanei-
dad, pues parece más la de un joven dibujante
que la de un hombre que es un consagrado
maestro del humor gráfico en el hemisferio.
Carlos Mario Gallego Arango es un an-
tioqueño de Yolombó, nacido en 1959.
Desde que estaba muy pequeño, en la
letrina de su casa se sentaba a leer los pedazos
de periódico que después serían su papel hi-
giénico. Así fue como conoció a Velezefe, ca-
ricaturista del diario El Colombiano, además
de Benitín y Eneas.
“En ese tiempo los inodoros eran unos
huecos con sentadero y nos limpiábamos con
periódico, en mi caso El Colombiano –reme-
mora–. Yo prefería las tiras cómicas, y mien-
tras hacía mis necesidades las leía. Me gustaba
mucho El reyecito”.
Gallego ha sido especialista en fundar medios que se quiebran a las pocas semanas. Su humor es político, pero con la perspectiva de abajo, desde los desposeídos, de esos que no tienen nada. Por Diego Andrés Ospina Abril
Carlos Mario Gallego es más conocido
como Mico, y su principal campo de acción es
El Espectador, donde publica desde 1986. Tuvo
sus primeros contactos con la caricatura en la
clase de Trigonometría, cuando estudiaba en el
Liceo Aurelio Mejía, en su pueblo. Ahí, para ma-
tar el tedio, dibujaba a sus profesores y compa-
ñeros. “Yo pintaba desde niño en la escuela La
pajita, de Yolombó –cuenta él–. Mis cuadernos
escolares eran tan bonitos (la letra, los dibujos)
que los maestros me pedían a fin de año que
se los regalara. En bachillerato hacía caricaturas
de mis compañeros y profesores. Estudiando
periodismo en la Universidad de Antioquia, fun-
daron El Mundo y mis amigos me animaron a
llevar mis dibujos. Me contrataron de inmediato.
Eso sí, a veces el director, Darío Arizmendi, me
colgaba una que otra caricatura, pero no por
censura, sino por mala”.
Cuando ingresó a la universidad en 1978, se
vio influido por los dibujantes más importantes
del momento como Ugo Barti, Elkin Obregón,
Osuna, entre otros. Gallego recuerda mucho
que al principio había una gran fiebre entre los
estudiantes por dibujar y todo se colgaba en
una cartelera que terminó quemada después de
que empezaron a aparecer allí burlas e injurias
de unos contra otros. Tan efímero como la car-
telera fue el periódico Lo que no mata engorda,
fundado por él, y del cual solo alcanzó a salir el
primer número.
En 1985, ya terminando su carrera uni-
versitaria, Gallego creó un grupo de caricatura
en torno de la revista Frivolidad, del cual hacían
parte Sergio Valencia, Guillermo Cardona, Es-
teban París, Bernardo Cardona, Harold Truji-
llo (Chócolo), y Fernando Mora. Aunque de la
publicación solo salieron cinco ediciones, Ga-
llego continuó su trabajo de exploración en el
universo de la caricatura y creó el grupo Frivo-
lidad, con Sergio Valencia y Bernardo Cardona.
De allí surgió una de las parejas más famosas del
humor colombiano: Tola y Maruja. Veintiún años
después, él sigue siendo Tola. Maruja, en cambio,
ha tenido dos intérpretes, con lo cual, en la rea-
lidad, Mico es Tola y Maruja.
Imág
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Carlos Mario Gallego (1959)
Mico es Tola, perotambién es Maruja
dernillos de ‘cuentos’ estaban colgados sobre
cuerdas, como las de secar ropa. En cuanto te-
nía 25 o 50 centavos, los invertía en sesiones
intensivas de lectura de historietas de vaqueros,
del Zorro, del Tío Rico, entre otras. Yo estaba
Es tal vez el dibujante colombiano con más proyección internacio-nal. Su fi rma se ha paseado desde Cromos hasta Selecciones del Reader´s Digest, y de El Espacio al Washington Post.Por Luis Fernando Ardila y Catalina Sánchez Montoya
absolutamente fascinado por la narración en
imágenes y por los dibujos humorísticos. Por
esa misma época me cayó en las manos una
revista con unos dibujos del humorista gráfi co
francés Mose. Fue una especie de revelación.
Otra manera de ver y de pensar. Quedé marca-
do para siempre”.
Yayo es un hombre de aspecto sencillo y
sensible, nacido en 1961 en Mesitas, y radicado
en Canadá desde 1987. Conocido más en el es-
cenario internacional que en el nacional debido a
que su público es principalmente de habla anglo-
francesa, sus trazos, cargados de temas cotidia-
nos pero en escenarios surrealistas, evidencian
su diversidad de intereses, como afi rma el pintor
Ómar Rayo en un libro dedicado a él y que lleva
por título Humor Gráfi co: Diego Herrera, Yayo.
Una distinción clave que hace el libro sobre
este dibujante es que “a pesar de hacer parte de
la historia de la ´caricatografía´ colombiana, casi
siempre enfática en asuntos socio-políticos, Yayo
pocas veces tomó esa ruta y se fue consolidando
como profesional con manifestaciones artísticas
mucho más universales. Los colores fuertes no
son indispensables ni concurrentes en su trabajo
y sus líneas son fi nas y simples a la vista”.
El otro recuerdo antiguo que guarda Yayo
sobre sus inicios en el mundo del humor gráfi co
es a los 12 años cuando empezó a venderles
dibujos a sus compañeros de clase en el Cole-
gio Mayor de San Bartolomé, por unos cuantos
centavos, y ya con el sueño de poder seguir ha-
ciéndolo el resto de su vida.
Con el paso del tiempo, decidió estudiar
publicidad en la Universidad Jorge Tadeo Lo-
El recuerdo más antiguo que tiene Diego
Herrera, Yayo en el mundo de la caricatu-
ra, sobre su pasión por el dibujo es el de
las ´cuenterías´ de los barrios donde vivía, pri-
mero Ciudad Bolívar y luego Venecia, en Bogotá,
adonde él iba a alquilar revistas de vaqueros, de
Mickey Mouse y el Pato Donald.
Tenía 8 años, llevaba uno de haber llegado
con su familia desde Mesitas del Colegio (Cun-
dinamarca) y la plata en la casa escaseaba, con
lo cual la única manera de satisfacer esa fuerte
atracción por las tiras cómicas era pagando unos
centavos para que se las prestaran un rato.
“A falta de bibliotecas públicas que tuvie-
sen libros o revistas de historietas, me convertí
en un cliente asiduo de algunos de estos nego-
cios (comúnmente llamados cuenterías) donde
se alquilaban e intercambiaban historietas –re-
fi ere él con su voz gruesa y sosegada–. Los cua- Imág
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Él mismo reconoce que su primera cari-
catura en El Mundo, que fue además la primera
en un medio masivo de comunicación, era muy
simplona. “El día del lanzamiento yo hice una ca-
ricatura –refi ere él–; hubo caos y la edición salió
tarde a la calle. El dibujo era de un recién nacido
(el periódico) y el médico que lo sostenía en la
mano decía: ‘Todo gran periódico necesita cesá-
rea … Darío Arizmendi la publicó en portada.
Era una bobada, pero oportuna”.
Cuando en 1992 se ganó el Premio Nacio-
nal de Caricatura Simón Bolívar, se dio cuen-
ta de dos cosas: la primera que el humor que
realmente cala entre la gente es el político, que
es además en el que se siente más cómodo tra-
bajando. “No hay un país más politiquero que
Colombia”, dice.
La segunda certeza que le trajo el premio
fue lo montañero que era Mico, o sea él. “Por
supuesto haber ganado el premio fue una mara-
villa porque nunca había estado en un coctel en
que repartieran camarones –relata–. Me hospe-
daron en el hotel Tequendama y me bañé por
primera vez en una tina. Entre otras cosas ya va
siendo hora de que me lo vuelvan a dar”.
Carlos Mario está casado y tiene dos hijos:
Jasua, de 24 años, y Juan María, de 16. “Juan María
nunca ve lo que publico, y Jasua lo ve obligado,
porque maneja la web de Tola y Maruja... De
todos modos ambos opinan que lo hago bien.
Opinión no muy creíble viniendo de quienes
dependen económicamente de uno”.
Gallego no solo se dedica a “mamar gallo”:
también es un gran conocedor de la caricatura
colombiana. “La caricatura es un medio muy
poderoso de comunicación… Se dice que una
caricatura vale más que un editorial, aunque
gana más el editorialista –afi rma–. Como parte
del periodismo de opinión me parece que los
estudiantes de periodismo deberían cultivar
este bello género, aunque es muy mal pagado.
Se cuenta que Ricardo Rendón, el gran cari-
caturista de los años veinte, ganaba lo mismo
que un congresista… Claro que los congresis-
tas siempre se han rebuscado un dinero extra
por fuera”.
En el prólogo de su libro Lo Mejorcito de
Mico hace una revisión minuciosa de su relación
con otros caricaturistas y cómo lo han infl uido.
Y termina con la siguiente frase: “Como viste,
ocioso lector, sé pocón pocón de caricatura…
pero me defi endo en chisme”.
Al preguntarle por quiénes son sus amigos,
dentro y fuera de la caricatura, responde hacién-
dose el serio: “Si menciono algún amigo los otros
se sienten; lo mismo pasaría con mis enemigos.
En general, los caricaturistas somos buena gen-
te y cuando nos juntamos hablamos de nuestro
trabajo, que por supuesto es hablar de la actuali-
dad y chismosear y pasarla chévere. El problema
es al momento de pagar la cuenta porque todos
somos unos vaciados, pues los periódicos son
como los hombres: pagan mal…”.
Para la pintora Beatriz González, que es
considerada por muchos como la gran biblia
del humor gráfi co colombiano, Mico es el ca-
ricaturista ideal, el gran dibujante. “Me pare-
ce hoy en día el mejor caricaturista que hay;
pienso que el dibujo y la astucia son fruto de
una superación –dice ella–. Gallego maneja una
parte intelectual que se ve refl ejada en lo que
para mí es la defi nición de caricatura: la mez-
cla entre el arte y la comunicación. Lo que me
gusta de él es que es políticamente incorrecto;
o sea toma cosas de la miseria que defi nen a
Colombia como es. Inclusive, con esta línea te-
mática que tiene le gana a Caballero, porque
éste estratifi ca un poco. Mico puede ser a ve-
ces como Garzón, o a veces como un escritor
humorístico, pero lo que más me gusta es que
imprime en sus dibujos lo más profundo de los
estratos bajos colombianos”.
Actualmente Mico escribe la columna
dominical de Tola y Maruja en El Espectador y
dibuja una caricatura semanal. También actua-
liza la página web de Tola y Maruja, escribe el
libreto de “este par de viejas chismosas” en el
programa El radar, de Caracol, y mantiene la
cuenta de Twitter de ellas.
“Sueño con aprovechar la página web www.
tolaymaruja.com para hacer algo que me encan-
taría: crónica, reportaje y entrevistas. Por ejemplo
me encantaría ir a Irak o Afganistán y asistir a los
espectáculos de humor y escribir sobre eso”.
Diego Herrera (1961)
De Mesitas del Colegio para el mundo
zano, dibujo publicitario en el Sena y un poco
de bellas artes en la Universidad Nacional y,
finalmente, una vez se introdujo por completo
en este mundo de las líneas y los pigmentos
pálidos, Yayo comenzó su labor oficial de ca-
ricaturista, desde 1983 a 1987, en periódicos
colombianos como El Tiempo y El Espectador. Al
igual que casi todos sus colegas, sus dibujos se
enfocaron, inicialmente, hacia la crítica política
del país. Al preguntarle qué anécdotas recuer-
da de su experiencia trabajando para estos dos
diarios, Yayo responde: “Los mejores momen-
tos en El Tiempo y en El Espectador los pasé al
lado de miembros del sexo opuesto. Pero los
detalles hacen parte de los archivos secretos
del Vaticano”.
Es evidente que su humor, en dibujos o en
frases, logra desatar más de una sonrisa y de
captar más de un simpatizante. Daniel Samper
Pizano, quien lo conoció en El Tiempo, lo recuer-
da con aprecio. “Me gusta mucho el humor de
Yayo, su línea descomplicada y clásica y su capa-
cidad imaginativa”, dice.
En 1983, cuando los dibujos ya hacían parte
de su labor diaria, decidió emprender un viaje
como mochilero en el que se fue a buscar a
sus ídolos, Fontanarrosa, Naranjo y Palomo, en
Argentina y México. En ese mismo año, además,
recibió el Premio Nacional de Caricatura Al Día.
Y en 1985 le fue otorgado el Simón Bolívar en la
categoría caricatura.
Ha sido partícipe de más de 11 muestras
artísticas y recibido alrededor de 13 condeco-
raciones, en Colombia y en el mundo, algunas
tan importantes como la medalla de plata en la
viii Muestra Internacional del Dibujo Humo-
rístico (Acora-Italia), el Grand Prix Bienal
Internacional de la Caricatura (Yugosla-
via) o el Prix du Graphisme (Anglet, Francia).
Y no solo eso. También se convirtió en co-
laborador de las revistas Diners (ilustrando los
artículos de Daniel Samper Pizano), Educación y
cultura, Mofeta de Bogotá, Witty World y en los pe-
riódicos El Tiempo, El Espectador, El Espacio, The
Quill (Inglaterra), Croc (España), Tchiize (Francia),
entre otros. Sus trabajos más recientes están
presentes en L’actualité (donde tiene un espacio
de humor gráfico especial), en Selecciones del
Reader’s Digest, The Wall Street Journal, The Chi-
cago Tribune, The Philadelphia Enquirer, The Was-
hington Post y en Cromos. Diego Herrera, Yayo, es
probablemente el caricaturista colombiano con
más proyección internacional.
Hay una fecha en la historia personal de
Yayo que significó un punto de quiebre para él.
Es el 17 de diciembre de 1986, cuando las balas
asesinas de Pablo Escobar acabaron con la vida
de Guillermo Cano, director de El Espectador.
Con su muerte, el periodismo cambió, al igual
que Yayo, quien se dio cuenta de que no quería
permanecer hundido en líneas que solo se dedi-
caran a criticar a los políticos y a la mentira. Ese
día se dio cuenta de que la caricatura no nece-
sariamente tiene que documentar la miseria y la
locura, que tanto lo deprimían, sino que además
podía mostrar cosas bonitas.
“Los humanos también somos capaces
de mostrar cosas bellas, amorosas y humorís-
ticas”, asegura en un documental hecho por
la revista L’actualité Multimédia. Eso fue lo que
hizo a partir de 1986, y lo que sigue haciendo
hoy a sus 50 años.
En 1987, Yayo se fue a Canadá para que-
darse. Tenía 26 años y unos cuantos ahorros
obtenidos a punta de lápiz y de trazos. Allí de-
cidió comenzar una nueva vida y un nuevo en-
foque para su caricatu-
ra. Ilustrar libros
para niños se
conv i r t i ó
en uno de
sus grandes placeres, pues para él “es interesan-
te ver el mundo a través de los niños, a través
de objetos hermosos y de la imaginación”. Yayo,
con su pluma fiel a la belleza y a la espiritualidad,
no pretende imitar aquello que ve a diario, sino
que apunta a lo efímero, exquisito e ilusorio.
“Cada mañana, muy temprano, exactamen-
te a las 4:15, un hada con una nariz en forma de
pimiento verde, me golpea en la cabeza con su
varita mágica, me hace desaparecer 4 pelos y
me sopla en la oreja izquierda una idea para un
dibujo. La consecuencia principal de esta rutina
es una evidente ausencia capilar en la superficie
superior craneal y una barba blanqueada por la
neblina de las madrugadas –cuenta él con en-
tusiasmo–. Aparte de materializar los sueños
de las hadas en forma de dibujos, distribuyo mi
tiempo en periodos de actividad Zen, repartir
besos, lecturas, escribir, lavar los platos, saludar
al gato del vecino, lavarme los dientes, caminar
o correr un mínimo de 30 minutos diarios, son-
reír cada 16 segundos y hacer ejercicios de le-
vantamiento de ánimo cada 59 minutos”.
Con una veintena de publicaciones en las
que ha participado como ilustrador para libros
de niños, ha hecho que pequeños de todo el
mundo, pero fundamentalmente de Canadá,
se sientan atraídos por los colores básicos y
característicos en sus dibujos y por su línea
divertida y escueta.
Algunos de los textos más recientes ilus-
trados por él son: I am the book, The hug, The
King who barked, Keeper of soles, L’oiseau de pas-
sage. También ha publicado 8 libros de caricatu-
ras. Humoro Sapiens se llama el último.
Diego Herrera, Yayo, que está casado con
Talleen, una artista de grabados, y tiene un hijo
de 14 años llamado Pablo, divierte no solo con
sus dibujos, sino también con sus palabras y ase-
gura, cuando se le pregunta por el número total
de caricaturas que ha hecho en su vida, que “son
más de 1’349.999, según el censo más reciente
de la Asociación de Gnomos Traviesos”.
“Es un dato –continúa– que la cia, Scotland
Yard y los ssmc (Servicios Secretos de Mesitas
del Colegio) están verificando activamente. De
todas maneras es una cifra que varía depen-
diendo de los ciclos lunares. El dato exacto se
sitúa probablemente en algún lugar entre 9.895
y 2´199.967”.
Es el más reconocido, de lejos, de la última camada de caricaturistas de los noventa hacia acá. Y es el único que ha logrado hacer de su nombre toda una marca.Por Daniel Guerrero
La caricatura de su vida empezó en Arme-
nia, dos días antes de que el niño Dios
llegara en el diciembre de 1963. Allí fue
bautizado como Diego Ignacio Flórez Flórez.
Cuatro meses después, su madre, en honor
a Lenin, lo rebautizó como Vladimir. Con ese
nombre se le conoce en la cédula, los bancos
y la visa de Estados Unidos. Desde su llegada
al diario La República en 1986, él se rebautizó
nuevamente como Vladdo.
Desde sus primeros meses de vida tuvo
que apartarse de su familia. Tras la separación
de sus padres, la mamá decidió unirse a otro
hombre, y enviar a Diego Ignacio a vivir con sus
padrinos, Eduardo y Lucrecia, el primero, tierno
pero severo, de la filosofía de que “si a uno le
cascan es por su bien”, y ella sometida y dedi-
cada a la casa. El billete era escaso por eso tuvo
que vocear el diario El Espacio, negociar hierro
viejo, vender las empanadas que hacía Lucrecia,
e incluso ser sacristán de la parroquia cerca al
Parque Cafetero en Armenia. Imág
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Vladimir Flórez (1963)
Vladdo, una manía que se volvió semanal e imprescindible
Su madre vivía en la misma ciudad con Car-
los Ernesto, hermano de Vladdo. A pesar de eso
no se veían con mucha frecuencia. De vez en
cuando aparecía con ropa y juguetes. A los 12
años se lo llevó a vivir con ella, pero solo por
un año porque después lo mandó a Bogotá, con
sus tías abuelas que ya cuidaban a Luz Myriam y
Alfonso, sus otros dos hermanos.
Desde el colegio Inem de Kennedy sus
trazos dejaban ver que detrás de las gafas
había un talentoso caricaturista. En 1986 el
diario La República le dio a Vladdo la oportu-
nidad de publicar sus caricaturas. Allí estuvo
durante un año dando sus primeras pincela-
das de talento. Fue por ese trabajo que dio el
salto a El Tiempo.
Llegó con una expectativa enorme, pero la
dicha le duró poco. El desencanto se dio
por una caricatura suya en la que un per-
sonaje leía un titular de prensa que decía:
“Amenazadas las playas de Cartagena”.
El hombre reaccionaba diciendo: “ni que
fueran jueces”. Sin embargo, Hernando
Santos, el director, sin previo aviso o con-
sulta, le cambió el texto y lo que salió
fue: “Hasta dónde se mete el M-19”. De
inmediato y por consejo de Osuna, su
padrino en la caricatura, le hizo el recla-
mo a Santos.
El viejo director admitió recti-
fi car pero con la condición de que
Vladdo no volviera a publicar en su
diario. “Toda la vida con ganas de ver
mis caricaturas en El Tiempo, para que me sal-
gan con esto”, pensó luego de aceptar el reto
de Santos.
Myriam Bautista, periodista de Semana
se enteró del episodio, y lo llamó para que su
caso saliera publicado en la siguiente edición.
Ese fue su primer contacto con la revista que
lo acogería de 1994 hasta hoy. Desde su salida
de El Tiempo, Vladdo anduvo por varios impre-
sos. El Siglo, El Espectador y El diario del Otún
contaron con él hasta 1990. Después publicó
en Diners, Credencial y en El País, de Cali, antes
de aceptar la exclusividad de Semana.
Esa revista no era del todo ajena para él
pues ya había publicado allí una caricatura, en
1990. Esa vez, el acuerdo para la Asamblea
Constituyente entre Álvaro Gómez y Antonio
Navarro lo inspiró para representarlos como
dos alegres compadres, a pesar de que dos
años atrás el conservador había estado secues-
trado 53 días por el M-19. En Semana también
había hecho algunos trabajos de diagramación.
Además de caricaturista Vladdo es un recono-
cido diseñador gráfi co que ha hecho portadas
y reportajes para Gatopardo, Soho, Poder, Loft o
diarios tan reconocidos como El Espectador, El
Universo, de Guayaquil, o el Diario de las Améri-
cas, en Miami. Desde el 2000 y hasta el 2004 fue
el director creativo de la revista Poder. Vladdo,
el diseñador, recibió en 1994 el premio a la
excelencia de la Society for News Design por un
trabajo hecho para la sección económica de El
País, de Cali.
En la vitrina de sus galardones, hay además
tres premios nacionales de periodismo Simón
Bolívar (96, 98 y 2003). Y la Sociedad Interame-
ricana de Prensa (siP) le otorgó en el 2002 el
premio a la excelencia por sus caricaturas.
El primero de marzo de 1994 se da el de-
but ofi cial de Vladimir Flórez en Semana. Felipe
López, el dueño de la revista, le había dicho un
par de meses atrás, cuando trabajaba en El País,
de Cali, que le gustaría que hiciera parte de su
equipo. Esa fue la excusa perfecta para salir de
Cali, una ciudad en la que nunca se sintió cómo-
do. Felipe le sugirió a manera de “imposición”
el nombre de Vladdomanía para el espacio que
empezaría a tener desde la edición 617.
Durante su primer año, y mientras Samper
luchaba contra las acusaciones que lo vincula-
ban con el cartel de Cali, Jacquin Strouss, la pri-
mera dama, intentaba que Vladdo viera en ella
una mujer mucho mejor de la que él dibujaba
a menudo. Por esa razón, lo citó en su ofi cina.
Tras el encuentro Vladdo le dio la razón: no era
como él la dibujaba, era mucho peor.
Saliendo del despacho de Jacquin, se en-
contró en un pasillo de palacio con Nohra
Correa, jefa de prensa de Samper, quien lo
invitó a ver el cambio de guardia en la plaza
de armas. A Vladdo le gustan las paradas mili-
tares y accedió. Allí llegó el Presidente Sam-
per con quien tuvo un breve saludo. Lo que
no sospechaba era que este simple episodio
le iba a signifi car un momento amargo una
semana después, cuando El Tiempo publicó,
en la sección de chismes, la foto de Vladdo
con Samper, lo cual sugería el acercamiento
del mandatario con uno de sus críticos más
caracterizados. Pero lo realmente molesto
era que el crédito de la imagen decía “ar-
chivo particular”,
como si el propio
Vladdo hubiera
sido el interesado
en que la foto se
publicara. Después
se enteró quién era
el fotógrafo y al pre-
guntarle por qué no
había puesto su cré-
dito, le respondió: “la
orden de los jefes era
joder a Vladdo”.
Contra todos los
pronósticos periodísti-
cos, Samper terminó su gobierno en el tiem-
po estipulado. Vino después Pastrana y sus ti-
nos y desatinos; por supuesto la Vladdomanía
no le rebajó una sola. En 2002 Álvaro Uribe
asumió la presidencia y ese fue el detonan-
te para que de la pluma de Vladimir Flórez
brotara un “antiuribista pura raza”, como él
mismo se denomina.
Sin embargo no todo en la caricatura de
Vladdo es político. Es coautor de Sofía, su hija
de 11 años. Pero además de ella existe Alei-
da, otra mujer que convive con Vladdo y sus
sátiras. Esta mujer es un proyecto que tenía
desde que se inició como caricaturista, pues
quería tener un personaje que lo identifi cara
ante su público, pero que no hablara de as-
pectos coyunturales.
Aleida nació en Guayaquil, en 1997. Por
esos días asesoraba en temas gráfi cos al diario
El Universo de esa ciudad. Como le quedaba
tanto tiempo libre, y conocía poca gente de-
cidió retomar un proyecto que tuvo poster-
gado varios años. Al momento de crearla tenía
claras dos cosas. La primera, que tenía que
ser una mujer y, la segunda, que no quería un
nombre común pero tampoco estridente. Sin
pensarlo mucho recordó que cerca a su casa
en Armenia había un salón de belleza que se
llamaba como su dueña, Aleida.
En el bar de su hotel en Guayaquil, mien-
tras se tomaba algo, esbozó unos trazos que le
gustaron; solo le hacía falta ponerle los labios.
“Como nunca supe qué tipo de labios hacer-
le, y sin ellos no me disgustaba, decidí dejarla
desbocada”. El debut de Aleida fue en su página
web, ella aparecía en un sofá y decía: “Esto de
ser positiva en la vida es muy chévere… hasta
cuando uno se hace la prueba del sida”.
¿Por qué Vladdo sí entiende a las mujeres?
La respuesta no parece fácil, pero podría ser que
mientras sus amigos jugaban fútbol en el Inem
de Kennedy, él prefería escuchar hablar a sus 16
compañeras sobre cosas de mujeres. “¡Así supe
que 34B no es una dirección y que un cólico no
signifi ca una indigestión!”.
Si Vladdo no deja político con cabeza,
Aleida hace lo propio con los hombres. Esta
mujer vive rodeada de desamores, mal sexo
y humillaciones de los hombres que ella cri-
tica y “descuera” ante las demás mujeres. Su
tristeza se relaciona con el gusto de su crea-
dor por el tango, música llena de nostalgias y
tristezas. Pero el tango también tiene cosas
buenas: le permitió a Vladdo darse cuenta
de que existe un Enrique Santos bueno, por
supuesto no el director del periódico que
lo censuró al inicio de su carrera, sino el
enorme compositor argentino Enrique San-
tos Discépolo, con quien comparte que “El
mundo fue y será un porquería, ya lo sé, en
el 506 y en el 2000 también”.
El gobierno Uribe y el diario El Tiempo
fueron los inspiradores principales del perió-
dico de Vladdo. Un pasquín, llamado así para
evitar que sus opositores lo tildaran de esa
forma, ofrece a sus lectores una visión crítica y
dicha le duró poco. El desencanto se dio
por una caricatura suya en la que un per-
sonaje leía un titular de prensa que decía:
“Amenazadas las playas de Cartagena”.
El hombre reaccionaba diciendo: “ni que
fueran jueces”. Sin embargo, Hernando
Santos, el director, sin previo aviso o con-
sulta, le cambió el texto y lo que salió
fue: “Hasta dónde se mete el M-19”. De
era que el crédito de la imagen decía “ar-
chivo particular”,
Vladdo hubiera
sido el interesado
en que la foto se
publicara. Después
se enteró quién era
el fotógrafo y al pre-
guntarle por qué no
había puesto su cré-
dito, le respondió: “la
orden de los jefes era
joder a Vladdo”.
pronósticos periodísti-
profundamente subjetiva y parcializada de los
gobernantes de turno. Un pasquín ya completa
más de 50 ediciones y toma fuerza entre los
detractores del gobierno.
Este cuyabro de 47 años, admirador de
Osuna, ha logrado marcar un hito en la his-
toria de la caricatura en Colombia. Lo mejor,
según él, es que disfruta su trabajo, y no hay
nada mejor que recibir plata por hacer lo que
a uno le gusta. Mientras llega el día en que
Aleida por fi n lo mantenga sigue trabajando
en Semana, de donde no quisiera moverse
nunca, porque para Vladdo es lo más parecido
a un restaurante de carretera: “Ambiente fa-
miliar atendido por su dueño”.
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Desde muy niño, Julio César González
aprendió que la caricatura era la me-
jor forma de oponerse al poder, o al
menos de burlarse de él. Por esa vía empezó
a caricaturizar a sus padres, tíos y cualquier
fi gura de autoridad que se le cruzara en el
camino. Obviamente, sus profesores fueron
siempre un blanco favorito de esta lucha so-
terrada contra la autoridad.
Hay un episodio que Julio César no olvi-
da de ese tiempo. Fue en cuarto o quinto de
primaria cuando le dio por pintar a aquellos
maestros que exigían más de la cuentas, para
que los compañeros de curso se rieran. “En
esa época –cuenta él– éramos muy respetuo-
sos con los profesores, pero mi director de
grupo, Luis Fernando Parra, era muy gordo
y aparte de todo muy ´cuchilla´; entonces,
le hice una caricatura y todos se la rotaron
de puesto en puesto. Fue carcajada general.
Cuando Parra la vio rompió a llorar delante
de todos”.
Este pereirano, nacido en 1969, y más
conocido en el mundo del dibujo como Mata-
dor, no tiene reparos en aceptar que cuando
niño era medio maloso. Maloso y medio, para
ser más exactos. Él mismo refi ere cómo cuan-
do tenía 3 años nació su hermano Diego, y
eso le produjo un tremendo ataque de celos.
“Por eso no tuve problema en vaciarle una
botella de alcohol en los ojos cuando estaba
en su cuna, lo que le produjo ceguera por más
de 3 días”.
Su primer contacto con la caricatura lo
tuvo en la zapatería paterna. “Mi papá –cuenta
él– cortaba el cuero de los zapatos en una
mesa alta y el sobrante caía en la parte de
abajo; entonces, yo cogía los retazos de cuero
y empezaba a rayar ahí; hacía mamarrachos”.
A los 7 años se dio cuenta de que quería ser
caricaturista porque vio un libro de los mejo-
res humoristas de Latinoamérica. En la parte
de atrás había una reseña de Roberto Fonta-
narrosa en la cual decía que había estudiado
publicidad y que era caricaturista. Ahí ya no
tuvo dudas: sería como Fontanarrosa.
El primer problema era poderse graduar.
Después de recorrer por 6 colegios y termi-
nar expulsado de todos, fi nalmente en 1987
terminó su bachillerato en el Cooperativo de
Pereira, que era el único sitio donde recibían
a todos los alumnos vagos desechados por el
resto de escuelas.
A los 6 meses de ser bachiller trabajó
en la agencia de publicidad Floops, junto a
su hermano Diego. Ahí adquirió la costum-
bre de hacerle una caricatura a cada nuevo
empleado, lo cual generaba mucha risa entre
los compañeros. “Ese Julio César, ¡era malo!
–cuenta Diego–. Una vez llegó una pelada
nueva al trabajo, y era tan fea que cuando le
hicieron la caricatura, jamás volvió”.
Su pasión por el dibujo fue el motivo por
el que decidió estudiar publicidad en la Uni-
versidad Católica de Manizales. Después de
cuatro semestres de parranda, excesos, malas
notas y mucho tiempo perdido, lo expulsaron
y regresó a Pereira. “Me echaron –afi rma hoy
en un examen de conciencia– porque no ha-
cía sino beber y salir con viejas. Era un com-
pleto tarado; mi mamá y mi papá con tanto
esfuerzo tratando de pagarme una buena uni-
versidad y yo… cagándola”.
Hasta ahí le llegó el apoyo de los papás.
Entonces, decidió trabajar con su primo ma-
nejando un taxi. “Era un taxi gastado y viejo,
modelo sesenta y pico. Yo tenía una novia que
se llamaba Ivonne y como se acercaba el día
del amor y la amistad yo quería plata para sa-
carla, pero ese carrito me trajo fue dolores
de cabeza. Una vez se prendió el motor, se
incendió el ´berraco y casi que no lo apago”.
Llevaba cinco meses de taxista y eso le pare-
ció una señal del cielo de que la cosa no era
por ahí. Entonces decidió que iba a intentar
de nuevo con el dibujo.
La Fundación Universitaria del Área
Andina fue la institución donde culminó sus
estudios profesionales. Los buenos trazos y
los contenidos de sus caricaturas permitieron
que un vecino del barrio se fi jara en su ta-
lento. “Gustavo Colorado, quien era nuestro
vecino y un escritor muy reconocido de la re-
gión, impulsó a Julio César a seguir dibujando,
a pesar de que mi papá le decía que dejara de
dibujar maricadas”, asegura Diego.
Colorado conocía al director de El Fuete,
un periódico pereirano. En 1989 publicó su
primera caricatura, que aún hoy, después de
haber pintado otras miles, sigue siendo la que
más le gusta y recuerda. “Era un pájaro car-
pintero que picoteaba la Cruz Roja”, cuenta
Julio César. Ese fue su manifi esto personal en
contra del poder. Como la Cruz Roja era in-
tocable decidió ponerla en entredicho con el
simple picoteo de un ave. “Aun las más altas
y prestigiosas instituciones pueden ser cari-
caturizadas y criticadas”, dice. La picoteada
gustó y le abrió las puertas de otros medios
escritos, como La Tarde y El Diario del Otún.
Pero aún todo era muy local.
El “nerd” de su hermano tenía la llave de su éxitoDiego González, que casi queda ciego en
la cuna por cuenta de los celos de Julio César,
terminó siendo su álter ego. “Era una vaina
muy rara –dice Matador– todos mis herma-
nos han sido más inteligentes y responsables
que yo, pero jamás pensé que Diego admirara
mi trabajo”.
Fue Diego, a quien en el colegio le decían
el nerd, quien lo convenció de que le entregara
algunas caricaturas para mostrárselas a un co-
nocido suyo llamado Daniel Samper Pizano. “Yo
nunca me imaginé –dice Matador- que mis dibu-
jos le iban a gustar tanto a Daniel; él me llamó
para ofrecerme la realización de la portada de
su libro Viagra, chats y otras pendejadas del siglo
XXI; casi me muero de la emoción”.
Ovidio González, el padre del caricaturista,
acepta que al principio ca-
talogaba los trabajos de su hijo como “babosa-
das inútiles”. Hoy es el primero en admirarlos
y en gozarse cada cosa que sale en El Tiempo,
Cromos, Semana y Soho. Hoy puede ser el ca-
ricaturista que publica en mayor diversidad de
medios nacionales.
A pesar de que sus dibujos son controver-
siales, crudos y atacan de frente al poder, jamás
lo han censurado ni lo han amenazado. “Lo que
sí hacen es putearme en mi blog –asegura él–.
Hace unos años tuve problemas con la iglesia
católica por hacer una caricatura sobre los cu-
ras pedófi los; me escribieron que era el diablo y
que dejara de publicar esas cosas”.
Para Matador hay personajes fáciles y di-
fíciles de caracterizar. Los fáciles son los que
en la vida real parecen caricaturas, como Hugo
Chávez o Piedad Córdoba. No duda en respon-
der que el que más aprecia es el ex presidente
Álvaro Uribe. “Me encanta porque me dio apar-
tamento nuevo, como da tanta papaya siempre
me va bien con Uribe; yo hasta me encariñé con
el mamarracho”, asegura.
A Julio César le gusta reírse, así sea de sí
mismo. Por eso en 2004 publicó su libro Humor
Matador y en la reseña escribió que había sido
nominado como uno de los caricaturistas más
sexys del mundo, según la revista People.
Y de pronto se cree el cuento de que es
sexy, y por eso aceptó posar desnudo para la re-
vista Cambio, en 2007. “¡Me da hasta pena hablar
de eso! Me llamaron y me dijeron que había una
sección en la revista para que saliera empelota.
Yo que soy bien feo acepté de una… para mo-
rirme de la risa. Eso sí, para cada foto me tocó
tomarme media botella de ron. Al fi nal no salí
tan mal, metí la barriguita y estuvo…”.
Imág
enes
: Cor
tesí
a Ju
lio C
ésar
Gon
zále
z (
Mat
ador
)
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Detrás de la canción más emblemática de Los fabulosos cadillacs, un colombiano en un país lleno de violencia y desigualdades encontró el seudónimo con el que le gusta clavar estocadas a los poderosos.Por Daniel Vásquez Jiménez
Julio César González (1969)
Matador, la caricatura para burlar al poder