Ofrenda a La Tormenta - Dolores Redondo

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    Ofrenda a la

    tormentaDolores Redondo

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    Ofrendaa la tormenta

    DoloresRedondo

    Ediciones DestinoColeccin ncora y Delfn

    Volumen 1310

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    Dolores Redondo Meira, 2014www.doloresredondomeira.com

    Publicado de acuerdo con Pontas Literary & Film Agency

    Editorial Planeta, S. A. (2014)

    Ediciones Destino es un sello de Editorial Planeta, S.A.

    Diagonal, 662-664. 08034 Barcelona

    www.edestino.es

    www.planetadelibros.com

    Primera edicin: noviembre de 2014

    ISBN: 978-84-233-4868-8

    Depsito legal: B. 22.313-2014

    Impreso por Cayfosa

    Impreso en Espaa-Printed in Spain

    El papel utilizado para la impresin de este libro es cien por cienlibre de cloro y est clasicado como papel ecolgico.

    No se permite la reproduccin total o parcial de este libro,ni su incorporacin a un sistema informtico, ni su transmisinen cualquier forma o por cualquier medio, sea ste electrnico,mecnico, por fotocopia, por grabacin u otros mtodos,sin el permiso previo y por escrito del editor. La infraccinde los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contrala propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Cdigo Penal).Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de Derechos Reprogrcos)si necesita fotocopiar o escanear algn fragmento de esta obra.Puede contactar con CEDRO a travs de la web www.conlicencia.como por telfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

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    Sobre el aparador, una lmpara iluminaba la estancia conuna clida luz rosada que adquira otros matices de coloral filtrarse a travs de los delicados dibujos de hadas quedecoraban la tulipa. Desde la estantera, toda una colec-

    cin de animalitos de peluche observaba con ojos brillan-tes al intruso, que, en silencio, estudiaba el gesto quieto delbeb dormido. Escuch atento el rumor del televisor en-cendido en la habitacin contigua y la estentrea respira-cin de la mujer que dorma en el sof, iluminada por laluz fra proveniente de la pantalla. Pase la mirada por eldormitorio estudiando cada detalle, embelesado en el mo-

    mento, como si as pudiera apropiarse y guardar parasiempre aquel instante convirtindolo en un tesoro en elque recrearse eternamente. Con una mezcla de avidez yserenidad grab en su mente el suave dibujo del papelpintado, las fotos enmarcadas y la bolsa de viaje que con-tena los paales y la ropita de la pequea, y detuvo los

    ojos en la cuna. Una sensacin cercana a la borrachera in-vadi su cuerpo y la nusea amenaz en la boca del es-tmago. La nia dorma boca arriba enfundada en un pi-jama aterciopelado y cubierta hasta la cintura por unedredn de florecillas que el intruso retir para poder ver-la entera. El beb suspir en sueos, de entre sus labiosrosados resbal un hilillo de baba que dibuj un rastro

    hmedo en la mejilla. Las manitas gordezuelas, abiertas a

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    los lados de la cabeza, temblaron levemente antes de que-dar de nuevo inmviles. El intruso suspir contagiado porla nia y una oleada de ternura le embarg durante uninstante, apenas un segundo, suficiente para hacerle sentirbien. Tom el mueco de peluche que haba permanecidosentado a los pies de la cuna como un guardin silenciosoy casi percibi el cuidado con el que alguien lo haba colo-cado all. Era un oso polar de pelo blanco, pequeos ojos

    negros y prominente barriga. Un lazo rojo, incongruente,envolva su cuello y le colgaba hasta las patas traseras.Pas dulcemente la mano por la cabeza del mueco apre-ciando su suavidad, se lo llev al rostro y hundi la narizen el pelo de su barriga para aspirar el dulce aroma dejuguete nuevo y caro.

    Not cmo el corazn se le aceleraba al tiempo que la

    piel se perlaba de agua comenzando a transpirar copiosa-mente. Enfadado de pronto, apart con furia el osito de sucara y con gesto decidido lo situ sobre la nariz y la bocadel beb. Luego simplemente presion.

    Las manitas se agitaron elevndose hacia el cielo, unode los deditos de la nia lleg a rozar la mueca del intru-so y un instante despus pareci que caa en un sueo pro-fundo y reparador mientras todos sus msculos se relaja-ban y las estrellas de mar de sus manos volvan a reposarsobre las sbanas.

    El intruso retir el mueco y observ la carita de lania. No evidenciaba sufrimiento alguno, excepto unaleve rojez que haba aparecido en la frente justo entre los

    ojos, probablemente causada por la naricilla del oso. Nohaba ya luz en su rostro y la sensacin de estar ante unreceptculo vaco se acrecent al llevarse de nuevo el mu-eco a la cara para aspirar el aroma infantil, ahora enri-quecido por el aliento de un alma. El perfume fue tan ricoy dulce que los ojos se le llenaron de lgrimas. Suspiragradecido, arregl el lazo del osito y volvi a depositarlo

    en su lugar, a los pies de la cuna.

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    La urgencia le atenaz de pronto como si hubiera to-mado conciencia de lo mucho que se haba entretenido.Slo se volvi una vez. La luz de la lamparita arranc pia-dosa el brillo a los once pares de ojos de los otros animali-tos de peluche que, desde la estantera, le miraban horro-rizados.

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    Amaia llevaba veinte minutos observando la casa desdeel coche. Con el motor parado, el vaho que se formabaen los cristales, unido a la lluvia que caa afuera, contri-bua a desdibujar los perfiles de la fachada de postigos

    oscuros.Un coche pequeo se detuvo frente a la puerta y de lbaj un chico que abri un paraguas a la vez que se incli-naba hacia el salpicadero del vehculo para coger un cua-derno, que consult brevemente antes de arrojarlo de nue-vo al interior. Fue a la parte trasera del coche, abri elmaletero, sac de all un paquete plano y se dirigi a la

    entrada de la casa.Amaia lo alcanz justo cuando tocaba el timbre.Perdone, quin es usted?Servicios sociales, le traemos todos los das la comi-

    da y la cena respondi haciendo un gesto hacia la ban-deja plastificada que llevaba en la mano. l no puede

    salirynotieneanadiequesehagacargoexplic.Esusted un familiar? pregunt esperanzado.No respondi ella. Polica Foral.Ah dijo l perdiendo todo inters.El joven volvi a llamar y, acercndose al dintel de la

    puerta, grit:Seor Yez, soy Mikel, de servicios sociales, se

    acuerda? Vengo a traerle la comida.

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    La puerta se abri antes de que terminase de hablar.El rostro enjuto y ceniciento de Yez apareci anteellos.

    Claro que me acuerdo, no estoy senil... Y por qudemonios grita tanto? Tampoco estoy sordo contestmalhumorado.

    Claro que no, seor Yez dijo el chico sonrien-do mientras empujaba la puerta y rebasaba al hombre.

    Amaia busc su placa para mostrrsela.No hace falta dijo l tras reconocerla y apartn-dose un poco para franquearle el paso.

    Yez vesta pantalones de pana y un grueso jerseysobre el que se haba puesto una bata de felpa de un colorque Amaia no pudo identificar con la escasa luz que secolaba por los postigos entornados, y que era la nica de la

    casa. Ella lo sigui por el pasillo hacia la cocina, donde unfluorescente parpade varias veces antes de encendersedefinitivamente.

    Pero, seor Yez! dijo el chico demasiadoalto. Ayer no se tom la cena! Frente al frigorficoabierto sacaba y colocaba paquetes de comida envueltosen plstico transparente. Ya sabe que tendr que apun-tarloenmiinforme.Siluegoelmdicolerie,amnomediga nada. Su tono era el que usara para hablar con unnio pequeo.

    Apntalo donde quieras farfull Yez.No le ha gustado la merluza en salsa? Sin espe-

    rar a que contestase continu: Para hoy le dejo garban-

    zos con carne, yogur y, para cenar, tortilla y sopa; de pos-tre, bizcocho. Se dio la vuelta y coloc en la mismabandeja los envoltorios de comida sin tocar, se agach bajoel fregadero, anud la pequea bolsa de basura que slopareca contener un par de embalajes y se dirigi a la sali-da, para detenerse en la entrada junto al hombre, al quehabl de nuevo demasiado alto: Bueno, seor Yez, ya

    est todo, que aproveche y hasta maana.

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    Hizo un gesto con la cabeza a Amaia y sali. Yezesper a or la puerta de la entrada antes de hablar.

    Qu le ha parecido? Y hoy se ha entretenido, nor-malmente no tarda ni veinte segundos, est deseando salirpor la puerta desde que entra dijo apagando la luz ydejando a Amaia casi a oscuras mientras se diriga a lasalita. Esta casa le pone los pelos de punta, y no se loreprocho, es como entrar en un cementerio.

    El sof tapizado de terciopelo marrn estaba parcial-mente cubierto por una sbana, dos gruesas mantas y unaalmohada. Amaia supuso que dorma all, que de hechogran parte de su vida transcurra en aquel sof. Se veanmigas sobre las mantas y una mancha reseca y anaranjadaparecida al huevo. El hombre se sent apoyndose en laalmohada y Amaia le observ con detenimiento. Haba

    transcurrido un mes desde que lo vio en comisara, puesdebido a su edad permaneca en arresto domiciliario a laespera de juicio. Estaba ms delgado, y el gesto duro ydesconfiado de su rostro se haba afilado hasta darle unaspecto de asceta loco. El cabello segua corto y se habaafeitado, pero bajo la bata y el jersey asomaba la chaquetadel pijama; Amaia se pregunt cunto tiempo hara quelo llevaba puesto. Haca mucho fro en la casa, reconocila sensacin del lugar en que no ha habido calefaccin du-rante das. Frente al sof, una chimenea apagada y un te-levisor bastante nuevo y sin volumen que competa y ga-naba en tamao a sta, y arrojaba sobre la estancia suglida luz azul.

    Puedo abrir los portillos? pregunt Amaia diri-gindose a la ventana.Haga lo que quiera, pero antes de irse djelos como

    estaban.Ella asinti, abri las hojas de madera y empuj las

    contraventanas para dejar pasar la escasa luz de Baztn.Se volvi hacia l y vio que centraba toda su atencin en el

    televisor.

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    Seor Yez.El hombre estaba concentrado en la pantalla como si

    ella no estuviera all.Seor Yez...La mir distrado y un poco molesto.Querra... dijo haciendo un gesto hacia el pasi-

    llo ... querra echar un vistazo.Vaya, vaya respondi l haciendo un gesto con la

    mano. Mire lo que quiera, slo le pido que no revuelva,cuando se fueron los policas lo dejaron todo patas arribay me cost mucho trabajo volver a dejarlo todo como es-taba.

    Claro...Espero que sea tan considerada como el polica que

    vino ayer.

    Ayer vino un polica? Se sorprendi.S, un polica muy amable, hasta me hizo un cafcon leche antes de irse.

    La casa tena una sola planta, y adems de la cocina y lasalita haba tres dormitorios y un cuarto de bao bastantegrande. Amaia abri los armariosy revis los estantes, don-de aparecieron productos para el afeitado, rollos de papelhiginico y algunos medicamentos. En el primer dormi-torio dominaba una cama de matrimonio en la que pare-ca no haber dormido nadie desde haca mucho tiempo,cubierta con una colcha floreada a juego con las cortinas,

    que se vean decoloradas donde les haba dado el sol du-rante aos. Sobre el tocador y las mesillas, unos tapetes deganchillo contribuan a aumentar el efecto de viaje en eltiempo. Una habitacin decorada con primor en los aossetenta, seguramente por la esposa de Yez, y que elhombre haba mantenido intacta. Los jarrones con floresde plstico de colores imposibles le produjeron a Amaia la

    sensacin de irrealidad de las reproducciones de estancias

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    que podan verse en los museos etnogrficos, tan fras einhspitas como tumbas.

    El segundo dormitorio estaba vaco, con la excepcinde una vieja mquina de coser situada bajo la ventana yun cesto de mimbre a su lado. Lo recordaba perfecta-mente del informe del registro. Aun as lo destap parapoder ver los retales de tela, entre los que reconoci unaversin ms colorida y brillante de las cortinas del pri-

    mer dormitorio. El tercer cuarto era el del nio, as lohaban llamado en el registro porque exactamente esoera: la habitacin de un chaval de diez o doce aos. Lacama individual, cubierta por una pulcra colcha blanca.En las estanteras, algunos libros de una coleccin infan-til que ella misma recordaba haber ledo y juguetes, casitodos de construccin, barcos, aviones y una coleccin de

    coches de metal colocados en batera y sin una mota depolvo. Detrs de la puerta, un pster de un modelo clsi-co de Ferrari, y en el escritorio, viejos libros de texto y unfajo de cromos de ftbol sujetos con una banda elstica.Los tom en la mano y vio que la goma que los cea es-taba seca y cuarteada y se haba soldado al cartn desco-lorido de los cromos para siempre. Los dej en su sitiomientras comparaba mentalmente el recuerdo del pisode Berasategui, en Pamplona, con aquel cuarto helado.Haba en la casa dos estancias ms, un pequeo lavaderoy una leera bien aprovisionada, en la que Yez habahabilitado una zona para guardar sus herramientas delcampo y un par de cajones de madera abiertos en los que

    se vean patatas y cebollas. En un rincn, junto a la puer-ta que daba al exterior, haba una caldera de gas que per-maneca apagada.

    Tom una silla de la mesa del comedor y la coloc en-tre el hombre y el televisor.

    Quiero hacerle unas preguntas.El hombre cogi el mando a distancia que reposaba a

    su lado y apag el televisor. La mir en silencio, esperando

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    con aquel gesto suyo entre la furia y la amargura que hizoque Amaia lo catalogase como impredecible desde la pri-mera vez que lo vio.

    Hbleme de su hijo.El hombre se encogi de hombros.Cmo era su relacin con l?Es un buen hijo contest demasiado rpido, y

    haca todo lo que se poda esperar de un buen hijo.

    Como qu?Esta vez tuvo que pensarlo.Bueno,medabadinero,aveceshacacompras,traa

    comida, esas cosas...No es sa la informacin que tengo, se dice en el

    pueblo que tras la muerte de su esposa mand al chico aestudiar al extranjero, y que durante aos no se le volvi a

    ver por aqu.Estaba estudiando, estudiaba mucho, hizo dos ca-rreras y un mster, es uno de los psiquiatras ms impor-tantes de su clnica...

    Cundo comenz a venir con ms asiduidad?No s, quiz hace un ao.Alguna vez trajo algo ms que comida, algo que

    guardase aqu o que quiz le pidiera que guardase en otrolugar?

    No.Est seguro?S.He visto la casa dijo ella mirando alrededor.

    Est muy limpia.Tengo que mantenerla as.Comprendo, la mantiene as para su hijo.No, la mantengo as para mi mujer. Est todo como

    cuando ella se fue... Contrajo el rostro en una muecaentre el dolor y el asco, y permaneci as unos segundossin emitir sonido alguno. Amaia supo que lloraba cuando

    vio las lgrimas resbalar por sus mejillas.

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    Es lo nico que he podido hacer, todo lo dems, lohe hecho mal.

    La mirada del hombre saltaba errtica de un objeto aotro, como si buscase una respuesta escondida entre losadornos descoloridos que reposaban sobre las repisas y lasmesitas, hasta que se detuvo en los ojos de Amaia. Tomel borde de la manta y tir de ella hasta cubrirse el rostro;la mantuvo as dos segundos y despus la apart con furia,

    como si con el gesto se penalizase por haberse permitido ladebilidad de llorar ante ella. Amaia casi estuvo segura deque all terminaba aquella conversacin, pero el hombrelevant la almohada en la que se apoyaba y de debajo ex-trajo una fotografa enmarcada que mir embelesado an-tes de tendrsela. El gesto del hombre la transport a unao antes, a otro saln en el que un padre desolado le ha-

    ba tendido el retrato de su hija asesinada, que haba man-tenido preservado bajo un cojn similar. No haba vuelto aver al padre de Anne Arbizu, pero el recuerdo de su dolorrevivido en aquel otro hombre la golpe con fuerza mien-tras pensaba cmo el duelo era capaz de hermanar en losgestos a dos hombres tan distintos.

    Una joven de no ms de veinticinco aos le sonri des-de el portarretratos. La mir unos segundos antes dedevolvrselo al hombre.

    Yo pensaba que tenamos la felicidad asegurada,sabe? Una mujer joven, guapa, buena... Pero cuando elnio naci ella comenz a estar rara, se puso triste, ya nosonrea, no quera ni coger al nio en brazos, deca que

    no estaba preparada para quererlo, que notaba que l larechazaba, y yo no supe ayudarla. Le deca: eso son ton-teras, cmo no te va a querer, y ella se pona an mstriste. Siempre triste. Pero aun as mantena la casa comouna patena, cocinaba cada da. Sin embargo, no sonrea,no cosa, en su tiempo libre slo dorma, cerraba los pos-tigos como yo hago ahora y dorma... Recuerdo lo orgu-

    llosos que nos sentimos cuando compramos esta casa,

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    ella la puso tan bonita: la pintamos, colocamos macetascon flores... Las cosas nos iban bien, cre que nada cam-biara. Pero una casa no es un hogar, y sta se convirtien su tumba..., y ahora me toca a m, arresto domiciliariolo llaman. Dice el abogado que cuando salga el juicio medejarn cumplir la condena aqu, as que esta casa sertambin mi tumba. Cada noche me quedo en este lugarsin conseguir dormir y sintiendo la sangre de mi esposa

    bajo mi cabeza.Amaia mir el sof con atencin. Su aspecto no con-cordaba con el resto de la decoracin.

    Es el mismo, lo mand al tapicero porque estabacubierto de su sangre y le puso esta tela porque ya no fa-bricaban la del sof, es lo nico que est cambiado. Perocuando me tumbo aqu puedo oler la sangre que hay bajo

    el tapizado.Hace fro dijo Amaia, disimulando el estremeci-miento que recorri su espalda.

    l se encogi de hombros.Por qu no enciende la caldera?No funciona desde la noche en que se fue la luz.Ha pasado ms de un mes desde aquella noche.

    Ha estado todo este tiempo sin calefaccin?l no contest.Y los de servicios sociales?Slo dejo entrar al de la bandeja, ya les dije el pri-

    mer da que si vienen por aqu les recibir a hachazos.Tambin tiene la chimenea, por qu no la encien-

    de? Por qu pasa fro?No merezco ms.Ella se levant, fue hasta la leera y regres trayendo

    un cesto lleno de lea y peridicos viejos; se agach frentea la chimenea y removi la ceniza vieja para acomodar lostroncos. Cogi las cerillas que estaban sobre la repisa yencendi el fuego. Regres a su asiento. La mirada del

    hombre estaba fija en las llamas.

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    La habitacin de su hijo tambin est muy bienconservada. Me cuesta creer que un hombre como l dur-miese ah.

    Nolohaca,avecesvenaacomer,avecessequeda-ba a cenar, pero nunca dorma aqu. Se iba y regresaba porla maana temprano, me dijo que prefera un hotel.

    Amaia no lo crea, ya lo haban comprobado, no cons-taba que se hubiera alojado en ningn hotel, hostal o casa

    rural del valle.Est seguro?Creo que s, ya se lo dije a los policas, no puedo

    afirmarlo al cien por cien, no tengo tan buena memoriacomo le hago creer al de servicios sociales, a veces se meolvidan las cosas.

    Amaia sac su mvil, que haba sentido antes vibrar

    en su bolsillo, y al hacerlo vio que haba varias llamadasperdidas. Busc una foto, toc la pantalla para aumentarlay, evitando mirarla, se la mostr al hombre.

    Vino con esta mujer?Su madre.La conoce?, la vio esa noche?No la vi esa noche, pero conozco a su madre de toda

    la vida; est un poco ms mayor, pero no ha cambiado tanto.Pinselobien,hadichoquenotienebuenamemoria.A veces olvido cenar, a veces ceno dos veces porque

    no recuerdo si ya he cenado, pero no olvido quin viene ami casa. Y su madre jams ha puesto los pies aqu.

    Apag la pantalla y desliz el telfono en el bolsillo de

    su abrigo. Coloc la silla en su sitio y entorn de nuevo lospostigos antes de salir. En cuanto estuvo sentada en el co-che, marc un nmero en el mvil, que segua vibrandoinsistentemente. Un hombre respondi al otro lado reci-tando el nombre de la empresa.

    S,esparaquemandenaalguienaponerenmarchauna caldera que est parada desde la ltima gran tormen-

    ta. Despus dio la direccin de Yez.