OFICIO DE LECTURA LECCIONARIO BIENAL … · Armémonos con las armas de la justicia No os escribo,...

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OFICIO DE LECTURA LECCIONARIO BIENAL BÍBLICO-PATRÍSTICO DE LA LITURGIA DE LAS HORAS TIEMPO ORDINARIO SEMANAS 10-18 AÑO PAR http://www.mercaba.org/HORAS%20BIENAL/CARTEL%20TIEMPO%20ORDINARIO.htm

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OFICIO DE LECTURA

LECCIONARIO BIENAL BÍBLICO-PATRÍSTICO

DE LA LITURGIA DE LAS HORAS

TIEMPO ORDINARIO

SEMANAS 10-18

AÑO PAR

http://www.mercaba.org/HORAS%20BIENAL/CARTEL%20TIEMPO%20ORDINARIO.htm

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DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 1, 1-11

Saludo. Acción de gracias

SEGUNDA LECTURA

Comienza la carta de san Policarpo de Esmirna a los Filipenses (Caps 1, 1-2,3: Funk 1, 267-269)

Estáis salvados por gracia

Policarpo y los presbíteros que están con él, a la Iglesia de Dios que vive como forastera en Filipos: Que la misericordia y la paz, de parte de Dios todopoderoso y de Jesucristo, nuestro salvador, os sean dadas con toda plenitud.

Sobremanera me he alegrado con vosotros, en nuestro Señor Jesucristo, al enterarme de que recibisteis a quienes son imágenes vivientes de la verdadera caridad y de que asististeis, como era conveniente, a quienes estaban cargados de cadenas dignas de los santos, verdaderas diademas de quienes han sido escogidos por nuestro Dios y Señor. Me he alegrado también al ver cómo la raíz vigorosa de vuestra fe, celebrada desde tiempos antiguos, persevera hasta el día de hoy y produce abundantes frutos en nuestro Señor Jesucristo, quien, por nuestros pecados, quiso salir al encuentro de la muerte, y Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte. No lo veis, y creéis en él con un gozo inefable y transfigurado, gozo que muchos desean alcanzar, sabiendo como saben que estáis salvados por su gracia, y no se debe a las obras, sino a la voluntad de Dios en Cristo Jesús.

Por eso, estad interiormente preparados y servid al Señor con temor y con verdad, abandonando la vana palabrería y los errores del vulgo y creyendo en aquel que resucitó a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos y le dio gloria, colocándolo a su derecha; a él le fueron sometidas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, y a él obedecen todos cuantos tienen vida, pues él ha de venir como juez de vivos y muertos, y Dios pedirá cuenta de su sangre a quienes no quieren creer en él.

Aquel que lo resucitó de entre los muertos nos resucitará también a nosotros, si cumplimos su voluntad y caminamos según sus mandatos, amando lo que él amó y absteniéndonos de toda injusticia, de todo fraude, del amor al dinero, de la maldición y de los falsos testimonios, no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, ni golpe por golpe, ni maldición por maldición, sino recordando más bien aquellas palabras del Señor, que nos enseña: No juzguéis, y no os juzgarán; perdonad, y seréis perdonados; compadeced, y seréis compadecidos. La medida que uséis la usarán con vosotros. Y: Dichosos los pobres y los perseguidos, porque de ellos es el reino de Dios.

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LUNES X DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Filipenses 1, 12-26

Pablo juzga su obra

SEGUNDA LECTURA

San Policarpo de Esmirna, Carta a los Filipenses (Caps 3 1-5, 2: Funk 1, 269-273)

Armémonos con las armas de la justicia

No os escribo, hermanos, estas cosas referentes a la justicia, por propia iniciativa, sino que lo hago porque vosotros mismos me habéis incitado a ello. Porque ni yo ni persona alguna semejante a mí puede competir con la sabiduría del bienaventurado y glorioso apóstol Pablo, el cual, viviendo entre vosotros y hablando cara a cara con los hombres que vivían en aquel entonces en vuestra Iglesia, enseñó con exactitud y con fuerza la palabra de verdad y, después de su partida, os escribió una carta, que, si estudiáis con atención, os edificará en aquella fe, madre de todos nosotros, que va seguida de la esperanza y precedida del amor a Dios, a Cristo y al prójimo. El que permanece en estas virtudes cumple los mandamientos de la justicia, porque quien posee la caridad está muy lejos de todo pecado.

La codicia es la raíz de todos los males. Sabiendo, pues, que sin nada vinimos al mundo y sin nada nos iremos de él, armémonos con las armas de la justicia e instruyámonos primero a nosotros mismos a caminar según los mandamientos del Señor. Enseñad también a vuestras esposas a caminar en la fe que les fue dada, en la caridad y en la castidad; que aprendan a ser fieles y cariñosas con sus maridos, a amar castamente a todos y a educar a sus hijos en el temor de Dios. Que las viudas sean prudentes en la fe del Señor y que oren sin cesar por todos, apartándose de toda calumnia, maledicencia, falso testimonio, amor al dinero, y alejándose de todo mal. Que piensen que ellas son como el altar de Dios y que el Señor lo escudriña todo, pues nada se le oculta de nuestros pensamientos, ni de nuestros sentimientos, ni de los secretos más íntimos de nuestro corazón.

Y ya que sabemos que con Dios no se juega, nuestro deber es caminar de una manera digna de sus mandamientos y de su voluntad. De manera semejante, que los diáconos sean irreprochables ante la santidad de Dios, como ministros que son del Señor y de Cristo, no de los hombres: que no sean calumniadores ni dobles en sus palabras ni amantes del dinero, sino castos en todo, compasivos, caminando conforme a la verdad del Señor, que quiso ser el servidor de todos. Si le somos agradables en esta vida, recibiremos, como premio, la vida futura, tal como nos lo ha prometido el Señor al decirnos que nos resucitará de entre los muertos y que, si nuestra conducta es digna de él y conservamos la fe, reinaremos también con él.

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MARTES X DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Filipenses 1, 27-2, 11

LECTURA

San Policarpo de Esmirna, Carta a los Filipenses (Caps 6, 1-8, 2: Funk 1, 273-275)

Cristo nos ha dejado un ejemplo en su propia persona

Que los presbíteros tengan entrañas de misericordia y se muestren compasivos para con todos, tratando de traer al buen camino a los que se han extraviado; que visiten a los enfermos, que no descuiden a las viudas, a los huérfanos y a los pobres, antes bien, que procuren el bien ante Dios y ante los hombres; que se abstengan de toda ira, de toda acepción de personas, de todo juicio injusto; que vivan alejados del amor al dinero, que no se precipiten creyendo fácilmente que los otros han obrado mal, que no sean severos en sus juicios, teniendo presente que todos estamos inclinados al pecado.

Si, pues, pedimos al Señor que perdone nuestras ofensas, también nosotros debemos perdonar a los que nos ofenden, ya que todos estamos bajo la mirada de nuestro Dios y Señor, y todos compareceremos ante el tribunal de Dios, y cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo. Sirvámosle, por tanto, con temor y con gran respeto, según nos mandaron tanto el mismo Señor como los apóstoles, que nos predicaron el Evangelio, y los profetas, quienes de antemano nos anunciaron la venida de nuestro Señor; busquemos con celo el bien, evitemos los escándalos, apartémonos de los falsos hermanos y de aquellos que llevan hipócritamente el nombre del Señor y arrastran a los insensatos al error.

Todo el que no reconoce que Jesucristo vino en la carne es del Anticristo, y el que no confiesa el testimonio de la cruz procede del diablo, y el que interpreta falsamente las sentencias del Señor según sus propias concupiscencias y afirma que no hay resurrección ni juicio, ese tal es el primogénito de Satanás. Por consiguiente, abandonemos los vanos discursos y falsas doctrinas que muchos sustentan y volvamos a las enseñanzas que nos fueron transmitidas desde el principio; seamos sobrios para entregarnos a la oración, perseveremos constantes en los ayunos y supliquemos con ruegos al Dios que todo lo ve, a fin de que no nos deje caer en la tentación, porque, como dijo el Señor, el espíritu es decidido, pero la carne es débil.

Mantengámonos, pues, firmemente adheridos a nuestra esperanza y a Jesucristo, prenda de nuestra justicia; él, cargado con nuestros pecados, subió al leño, y no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca, y por nosotros, para que vivamos en él, lo soportó todo. Seamos imitadores de su paciencia y, si por causa de su nombre tenemos que sufrir, glorifiquémoslo; ya que éste fue el ejemplo que nos dejó en su propia persona, y esto es lo que nosotros hemos creído.

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MIÉRCOLES X DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Filipenses 2, 12-30

Seguid actuando vuestra salvación

SEGUNDA LECTURA

San Policarpo de Esmirna, Carta a los Filipenses (Caps 9, 1-11, 4: Funk 1, 275-279)

Andemos en la fe y en la justicia

Os exhorto a todos a que obedezcáis a la palabra de la justicia y a que perseveréis en la paciencia; con vuestros propios ojos, en efecto, habéis contemplado una paciencia admirable no sólo en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sino también en muchos otros que eran de vuestra comunidad, en el mismo Pablo y en los otros apóstoles; imitadlos, persuadidos de que todos ellos no corrieron en vano, sino que anduvieron en la fe y en la justicia y ahora están en el lugar que merecieron, cerca del Señor, con el cual padecieron. Porque ellos no amaron este mundo presente, sino a aquel que por nosotros murió y a quien Dios, también por nosotros, resucitó.

Permaneced, pues, en estos sentimientos y seguid el ejemplo del Señor, firmes e inquebrantables en la fe, amando a los hermanos, queriéndoos unos a otros, unidos en la verdad, estando atentos unos al bien de los otros con la dulzura del Señor, no despreciando a nadie. Cuando podáis hacer bien a alguien, no os echéis atrás, porque la limosna libra de la muerte. Someteos unos a otros y procurad que vuestra conducta entre los gentiles sea buena; así verán con sus propios ojos que os portáis honradamente; entonces os podrán alabar y el nombre del Señor no será blasfemado a causa de vosotros. Porque, ¡ay de aquel por cuya causa ultrajan el nombre del Señor! Enseñad a todos la sobriedad y vivid también vosotros según ella. Me hacontristado sobremanera el caso de Valente, que había sido durante un tiempo presbítero de vuestra Iglesia, y que ahora vive totalmente ajeno al ministerio que se le había confiado. Os exhorto también a que os abstengáis del amor al dinero y a que seáis castos y veraces. Apartaos de todo mal. El que no es capaz de gobernarse a sí mismo en estas cosas ¿cómo podrá enseñarlas a los demás? Quien no se abstiene de la avaricia se verá mancillado también por la idolatría y será contado entre los paganos que desconocen el juicio del Señor. ¿Habéis olvidado que los santos juzgarán el universo, como dice san Pablo?

No es que nada de esto haya observado y oído decir de vosotros, entre quienes trabajó el bienaventurado apóstol Pablo, quien os cita al principio de su carta. De vosotros, en efecto, se gloría ante todas las Iglesias, que entonces eran las únicas que conocían a Dios, mientras que nosotros todavía no lo habíamos conocido.

Por ello, me he apenado mucho a causa de Valente y de su esposa; ¡ojalá el Señor les inspire un verdadero arrepentimiento! Con ellos debéis comportaros moderadamente: no los tratéis como a enemigos, al contrario, llamadlos de nuevo, como miembros sufrientes y extraviados, para salvar así el cuerpo entero de todos vosotros. Haciendo esto, os iréis edificando vosotros mismos.

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JUEVES X DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Filipenses 3, 1-16

El ejemplo de Pablo

SEGUNDA LECTURA

San Policarpo de Esmirna, Carta a los Filipenses (Caps. 12 1-14: Funk 1, 279-283)

Que Jesucristo os haga crecer en la fe y en la verdad

Estoy seguro de que estáis bien instruidos en las sagradas Escrituras y de que nada de ellas se os oculta; a mí, en cambio, no me ha sido concedida esta gracia. Según lo quese dice en estas mismas Escrituras, si os indignáis, no lleguéis a pecar: que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo. Dichoso quien lo recuerde; yo creo que vosotros lo hacéis así.

Que Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, y el mismo Jesucristo, pontífice eterno e Hijo de Dios, os hagan crecer en la fe y en la verdad con toda dulzura y sin ira alguna, en paciencia y en longanimidad, en tolerancia y castidad; que él os dé parte en la herencia de los santos, y, con vosotros, a nosotros, así como a todos aquellos que están bajo el cielo y han de creer en nuestro Señor Jesucristo y en su Padre que lo resucitó de entre los muertos.

Orad por todos los santos. Orad también por los reyes, por los que ejercen autoridad, por los príncipes y por los que os persiguen y os odian, y por los enemigos de la cruz; así vuestro fruto será manifiesto a todos, y vosotros seréis perfectos en él.

Me escribisteis, tanto vosotros como Ignacio, pidiéndome que, si alguien va a Siria, lleve aquellas cartas que yo mismo os escribí; lo haré, ya sea yo personalmente, ya por medio de un legado, cuando encuentre una ocasión favorable.

Como me lo habéis pedido, os enviamos las cartas de Ignacio, tanto las que nos escribió a nosotros como las otras suyas que teníamos en nuestro poder; os las mandamos juntamente con esta carta, y podréis sin duda sacar de ellas gran provecho, pues están llenas de fe, de paciencia y de toda edificación en lo que se refiere a nuestro Señor. Comunicadnos, por vuestra parte, todo cuanto sepáis de cierto sobre Ignacio y sus compañeros.

Os he escrito estas cosas por medio de Crescente, a quien siempre os recomendé y a quien ahora os recomiendo de nuevo. Entre nosotros se comporta de una manera irreprochable, y lo mismo, espero, hará entre vosotros. Os recomiendo también a su hermana para cuando venga a vosotros.

Estad firmes en el Señor Jesucristo, y que su gracia esté con todos los vuestros. Amén.

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VIERNES X DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Filipenses 3, 17-4, 9

Manteneos así en el Señor

SEGUNDA LECTURA

Comienza la carta de san Ignacio de Antioquía a los Magnesios (Caps 1, 1-5,2: Funk 1, 191-195)

Es necesario no sólo llamarse cristianos, sino serlo en realidad

Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la Iglesia de Magnesia del Meandro, a la bendecida en la gracia de Dios Padre por Jesucristo, nuestro Salvador: mi saludo en él y mis votos por su más grande alegría en Dios Padre y en Jesucristo.

Después de enterarme del orden perfecto de vuestra caridad según Dios, me he determinado, con regocijo mío, a tener en la fe en Jesucristo esta conversación con vosotros. Habiéndose dignado el Señor honrarme con un nombre en extremo glorioso, voy entonando en estas cadenas que llevo por doquier un himno de alabanza a las Iglesias, a las que deseo la unión con la carne y el espíritu de Jesucristo, que es nuestra vida para siempre, una unión en la fe y en la caridad, a la que nada puede preferirse, y la unión con Jesús y con el Padre; en él resistimos y logramos escapar de toda malignidad del príncipe de este mundo, y así alcanzaremos a Dios.

Tuve la suerte de veros a todos vosotros en la persona de Damas, vuestro obispo, digno de Dios, y en la persona de vuestros dignos presbíteros Baso y Apolonio, así como del diácono Soción, consiervo mío, de cuya compañía ojalá me fuera dado gozar, pues se somete a su obispo como a la gracia de Dios, y al colegio de los presbíteros como a la ley de Jesucristo.

Es necesario que no tengáis en menos la poca edad de vuestro obispo, sino que, mirando en él el poder de Dios Padre, le tributéis toda reverencia. Así he sabido que vuestros santos presbíteros no menosprecian su juvenil condición, que salta a la vista, sino que, como prudentes en Dios, le son obedientes, o por mejor decir, no a él, sino al Padre de Jesucristo, que es el obispo o supervisor de todos. Así pues, para honor de aquel que nos ha amado, es conveniente obedecer sin ningún género de fingimiento, porque no es a este o a aquel obispo que vemos a quien se trataría de engañar, sino que el engaño iría dirigido contra el obispo invisible, es decir, en este caso, ya no es contra un hombre mortal, sino contra Dios, a quien aun lo escondido está patente.

Es, pues, necesario no sólo llamarse cristianos, sino serlo en realidad; pues hay algunos que reconocen ciertamente al obispo su título de vigilante o supervisor, pero luego lo hacen todo a sus espaldas. Los tales no me parece a mí que tengan buena conciencia, pues no están firmemente reunidos con la grey, conforme al mandamiento.

Ahora bien, las cosas están tocando a su término, y se nos proponen juntamente estas dos cosas: la muerte y la vida, y cada uno irá a su propio lugar. Es como si se tratara de dos monedas, una de Dios y otra del mundo, que llevan cada una grabado su propio cuño: los incrédulos, el de este mundo, y los que han permanecido fieles por la caridad, el

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cuño de Dios Padre, grabado por Jesucristo. Y si no estamos dispuestos a morir por él, para imitar su pasión, tampoco tendremos su vida en nosotros.

SÁBADO X DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Filipenses 4, 10-23

Generosidad de los filipenses con Pablo

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Magnesios (Caps 6 1-9, 2: Funk 1,195-199)

Una sola oración y una sola esperanza en la caridad y en la santa alegría

Como en las personas de vuestra comunidad, que tuve la suerte de ver, os contemplé en la fe a todos vosotros y a todos cobré amor, yo os exhorto a que pongáis empeño por hacerlo todo en la concordia de Dios, bajo la presidencia del obispo, que ocupa el lugar de Dios; y de los presbíteros, que representan al colegio de los apóstoles; desempeñando los diáconos, para mí muy queridos, el ejercicio que les ha sido confiado del ministerio de Jesucristo, el cual estaba junto al Padre antes de los siglos y se manifestó en estos últimos tiempos.

Así pues, todos, conformándoos al proceder de Dios, respetaos mutuamente, y nadie mire a su prójimo bajo un punto de vista meramente humano, sino amaos unos a otros en Jesucristo en todo momento. Que nada haya en vosotros que pueda dividiros, antes bien, formad un solo cuerpo con vuestro obispo y con los que os presiden, para que seáis modelo y ejemplo de inmortalidad.

Por consiguiente, a la manera que el Señor nada hizo sin contar con su Padre, ya que formaba una sola cosa con él —nada, digo, ni por sí mismo ni por sus apóstoles—, así también vosotros nada hagáis sin contar con vuestro obispo y con los presbíteros, ni tratéis de colorear como laudable algo que hagáis separadamente, sino que, reunidos en común, haya una sola oración, una sola esperanza en la caridad y en la santa alegría, ya que uno solo es Jesucristo, mejor que el cual nada existe. Corred todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre, que en un solo Padre estuvo y a él solo ha vuelto.

No os dejéis engañar por doctrinas extrañas ni por cuentos viejos que no sirven para nada. Porque, si hasta el presente seguimos viviendo según la ley judaica, confesamos no haber recibido la gracia. En efecto, los santos profetas vivieron según Jesucristo. Por eso justamente fueron perseguidos, inspirados que fueron por su gracia para convencer plenamente a los incrédulos de que hay un solo Dios, el cual se habría de manifestar a sí mismo por medio de Jesucristo, su Hijo, que es su Palabra que procedió del silencio, y que en todo agradó a aquel que lo había enviado.

Ahora bien, si los que se habían criado en el antiguo orden de cosas vinieron a una nueva esperanza, no guardando ya el sábado, sino considerando el domingo como el principio de su vida, pues en ese día amaneció también nuestra vida gracias al Señor y a su muerte, ¿cómo podremos nosotros vivir sin aquel a quien los mismos profetas, discípulos

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suyos ya en espíritu, esperaban como a su maestro? Y, por eso, el mismo a quien justamente esperaban, una vez llegado, los resucitó de entre los muertos.

DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 44, 21—45, 3

Ciro libera a Israel

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Magnesios (Caps 10, 1—15: Funk 1, 199-203)

Tenéis a Cristo en vosotros

No permita Dios que permanezcamos insensibles ante la bondad de Cristo. Si él imitara nuestro modo ordinario de actuar, ya podríamos darnos por perdidos. Así pues, ya que nos hemos hecho discípulos suyos, aprendamos a vivir conforme al cristianismo. Pues el que se acoge a otro nombre distinto del suyo no es de Dios. Arrojad, pues, de vosotros la mala levadura, vieja ya y agriada, y transformaos en la nueva, que es Jesucristo. Impregnaos de la sal de Cristo, a fin de que nadie se corrompa entre vosotros, pues por vuestro olor seréis calificados.

Todo esto, queridos hermanos, no os lo escribo porque haya sabido que hay entre vosotros quienes se comporten mal, sino que, como el menor de entre vosotros, quiero montar guardia en favor vuestro, no sea que piquéis en el anzuelo de la vana especulación, sino que tengáis plena certidumbre del nacimiento, pasión y resurrección del Señor, acontecida bajo el gobierno de Poncio Pilato, cosas todas cumplidas verdadera e indudablemente por Jesucristo, esperanza nuestra, de la que no permita Dios que ninguno de vosotros se aparte.

¡Ojalá se me concediera gozar de vosotros en todo, si yo fuera digno de ello! Porque, si es cierto que estoy encadenado, sin embargo, no puedo compararme con uno solo de vosotros, que estáis sueltos. Sé que no os hincháis con mi alabanza, pues tenéis dentro de vosotros a Jesucristo. Y más bien sé que, cuando os alabo, os avergonzáis, como está escrito: El justo se acusa a sí mismo.

Poned, pues, todo vuestro empeño en afianzaros en la doctrina del Señor y de los apóstoles, a fin de que todo cuanto emprendáis tenga buen fin, así en la carne como en el espíritu, en la fe y en la caridad, en el Hijo, en el Padre y en el Espíritu Santo, en el principio y en el fin, unidos a vuestro dignísimo obispo, a la espiritual corona tan dignamente formada por vuestro colegio de presbíteros, y a vuestros diáconos, tan gratos a Dios. Someteos a vuestro obispo, y también mutuamente unos a otros, así como Jesucristo está sometido, según la carne, a su Padre, y los apóstoles a Cristo y al Padre y al Espíritu, a fin de que entre vosotros haya unidad tanto corporal como espiritual.

Como sé que estáis llenos de Dios, sólo brevemente os he exhortado. Acordaos de mí en vuestras oraciones, para que logre alcanzar a Dios, y acordaos también de la Iglesia de Siria, de la que no soy digno de llamarme miembro. Necesito de vuestras plegarias a

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Dios y de vuestra caridad, para que la Iglesia de Siria sea refrigerada con el rocío divino, por medio de vuestra Iglesia.

Os saludan los efesios desde Esmirna, de donde os escribo, los cuales están aquí presentes para gloria de Dios y que, juntamente con Policarpo, obispo de Esmirna, han procurado atenderme y darme gusto en todo. Igualmente os saludan todas las demás Iglesias en honor de Jesucristo. Os envío mi despedida, a vosotros que vivís unidos a Dios y que estáis en posesión de un espíritu inseparable, que es Jesucristo.

LUNES XI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Esdras 1, 1-8; 2, 68—3, 8

La vuelta del destierro. Restauración del culto

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Homilías sobre el profeta Ezequiel (Lib 2, Hom 1, 5: CCL 142, 210-212)

La Jerusalén celestial está fundada como ciudad

Jerusalén está fundada como ciudad. Se expresa de este modo para demostrar que todo lo dicho se refiere no a un edificio corporal, sino a la construcción de la ciudad espiritual. Y como aquella interna visión de paz está formada de la reunión de los ciudadanos santos, la Jerusalén celestial está fundada como ciudad. La cual, sin embargo, mientras en esta tierra de peregrinación es flagelada y tundida con las tribulaciones, sus piedras van cada día siendo talladas a escuadra.

Y esa misma ciudad, es decir, la santa Iglesia destinada a reinar en el cielo, de momento se fatiga en la tierra. A sus ciudadanos les dice Pedro: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción. Y Pablo añade: Sois campo de Dios, sois edificio de Dios. Pero conviene tener en cuenta que esta ciudad posee ya aquí en la tierra su propio edificio: el comportamiento de los santos. Ahora bien, en un edificio una piedra sostiene a la otra, pues van colocadas una sobre otra, y la que sostiene a una es a su vez sostenida por otra. Exactamente ocurre en la santa Iglesia: cada cual es sostén del otro y sustentado por el otro. Pues los que están cercanos se sostienen recíprocamente, para que gracias a ellos se vaya levantando el edificio de la caridad. A este propósito nos advierte san Pablo: Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que con eso cumpliréis la ley de Cristo. Y subrayando la eficacia de esta ley, añade: Amar es cumplir la ley entera.

Por tanto, si yo me negara a aceptaros tal cuales sois y vosotros rehusarais aceptarme tal cual yo soy, ¿cómo puede levantarse entre nosotros el edificio de la caridad? En un edificio —ya lo hemos dicho— la piedra que sostiene es a su vez, sostenida, pues así como yo soporto ahora el carácter de quienes todavía son novatos en la práctica del bien, así también a mí me soportaron los que me precedieron en el temor del Señor, y me sostuvieron para que a mi vez, después de haber sido sustentado, aprendiera a sustentar a los demás. Y ellos mismos fueron a su vez sustentados por sus antepasados.

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En cambio, las piedras que se colocan en la cima y en el remate del edificio son ciertamente' sustentadas por las anteriores, pero ellas no sostienen a otras, ya que quienes nazcan en los últimos tiempos de la Iglesia, esto es, hacia el fin del mundo, son efectivamente tolerados por sus mayores a fin de que su conducta sea positivamente meritoria, pero al no ser seguidos de otros que por su medio debieran progresar, no soportan sobre ellos piedra alguna de este edificio de la fe. De momento, pues, ellos son sostenidos por nosotros, mientras nosotros somos sostenidos por otros. Pero todo el peso del edificio recae sobre el cimiento, ya que nuestro Redentor es el único que carga con las limitaciones de todos. De él dice Pablo: Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. El cimiento sostiene las piedras sin ser sostenido por ellas, porque nuestro Redentor soporta todas nuestras deficiencias, mientras que en él no existe mal alguno que debiera ser soportado. Sólo el que sustenta toda la construcción de la santa Iglesia es capaz de cargar con nuestras deficiencias y pecados. El dice, por boca del profeta, de los que todavía viven perversamente: Se me han vuelto una carga que no soporto más.

Y no es que el Señor se canse de soportar, él, cuyo divino poder ninguna fatiga puede afectar, sino que, utilizando un lenguaje humano, llama trabajo a la paciencia que tiene con nosotros.

MARTES XI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Esdras 4, 1-5. 24-5, 5

Oposición a la construcción del templo

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 126 (2-3: CCL 40, 1857-1859)

Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles

Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles. El Señor es, por tanto, quien construye la casa,es el Señor Jesucristo quien construye su propia casa. Muchos son los que trabajan en la construcción, pero, si él no construye, en vano se cansan los albañiles. ¿Quiénes son los que trabajan en esta construcción? Todos los que predican la palabra de Dios en la Iglesia, los dispensadores de los misterios de Dios. Todos nos esforzamos, todos trabajamos, todos construimos ahora; y también antes de nosotros se esforzaron, trabajaron, construyeron otros; pero, si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles.

Por esto, los apóstoles, y más en concreto Pablo, al ver que algunos se desmoronaban, dice: Respetáis ciertos días, meses, estaciones y años; me hacéis temer que mis fatigas por vosotros hayan sido inútiles. Como sabía que él mismo era interiormente edificado por el Señor, se lamentaba por aquéllos, temiendo haber trabajado inútilmente. Por tanto, nosotros os hablamos desde el exterior, pero es él quien edifica desde dentro. Nosotros podemos saber cómo escucháis, pero cómo pensáis sólo puede saberlo aquel que ve vuestros pensamientos. Es él quien edifica, quien amonesta, quien amedrenta, quien abre el entendimiento, quien os conduce a la fe; aunque nosotros cooperamos también como operarios; pero, si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles.

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Y la casa de Dios es la misma ciudad. Pues la casa de Dios es el pueblo de Dios, ya que la casa de Dios es el templo de Dios. Y ¿qué es lo que dice el Apóstol? El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros. Todos los fieles son la casa de Dios. Y no sólo los fieles presentes, sino también los que nos precedieron y ya han muerto, y todos los que vendrán después y que aún deben nacer a las realidades humanas hasta el fin del mundo: fieles innumerables congregados formando una sola realidad, pero cuyo número es conocido por Dios, según dice el Apóstol: El Señor conoce a los suyos. Aquellos granos que de momento gimen entre la paja, están destinados a formar un único montón, cuando al final de los tiempos la parva haya sido aventada. Así pues, toda la multitud de los santos fieles, que están a la espera de ser transformados de hombres en ángeles de Dios y ser colocados a la par con los ángeles, ángeles que ya no son peregrinos, pero que aguardan a que nosotros regresemos de nuestra peregrinación: todos juntos constituyen la única casa de Dios, una sola ciudad. Esa ciudad es Jerusalén. Posee centinelas: lo mismo que tiene albañiles que se afanan en su construcción, así también posee centinelas. A los centinelas se refiere el Apóstol cuando dice: Me temo que, igual que la serpiente sedujo a Eva con su astucia, se pervierta vuestro modo de pensar y abandone la entrega y fidelidad a Cristo. Vigilaba el Apóstol, era guardián, vigilaba en la medida de sus posibilidades sobre aquellos a cuyo frente estaba. Lo mismo hacen los obispos. Pues si están colocados en un lugar más eminente es para que sobrevelen y en cierto modo protejan al pueblo.

Y de este puesto eminente habrá que dar peligrosa cuenta, a menos que ocupemos dicho puesto con aquel talante que nos sitúa por la humildad a vuestros pies, y oremos por vosotros para que os guarde aquel que conoce vuestros pensamientos. Nosotros podemos veros entrar y salir, pero hasta tal punto desconocemos lo que pensáis en vuestros corazones, que ni siquiera podemos ver lo que hacéis en vuestras casas. ¿Que cómo entonces ejercemos nuestro oficio de centinelas? Como hombres: en la medida de nuestras posibilidades, en la medida en que nos es dado. Nos esforzamos en nuestra misión de guardianes, pero nuestro esfuerzo sería en vano si no os guardara aquel que ve vuestros pensamientos. Os guarda cuando estáis despiertos y os guarda cuando dormís. El, en efecto, durmió una sola vez, en la cruz; pero resucitó y no vuelve a dormir. Sed Israel, porque no duerme ni reposa el guardián de Israel. ¡Animo, hermanos! Si deseamos escondernos a la sombra de las alas de Dios, seamos Israel. Nosotros velamos sobre vosotros como exigencia de nuestro oficio, pero deseamos ser custodiados juntamente con vosotros. Ante vosotros desempeñamos algo así como el oficio de pastores, pero respecto de aquel Pastor somosovejas igual que vosotros. Desde esta cátedra os hablamos como maestros; pero somos condiscípulos vuestros en esta escuela bajo aquel único Maestro.

MIÉRCOLES XI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Ageo 1, 1—2, 10

Exhortación a la reconstrucción del templo. Gloria del templo futuro

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Ageo (14: PG 71. 1047 1050)

Es grande mi nombre entre las naciones

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La venida de nuestro Salvador en el tiempo fue como la edificación de un templo sobremanera glorioso; este templo, si se compara con el antiguo, es tanto más excelente y preclaro cuanto el culto evangélico, de Cristo aventaja al culto de la ley o cuanto la realidad sobrepasa a sus figuras.

Con referencia a ello, creo que puede también afirmarse lo siguiente: El templo antiguo era uno solo, estaba edificado en un solo lugar, y sólo un pueblo podía ofrecer en él sus sacrificios. En cambio, cuando el Unigénito se hizo semejante a nosotros, como el Señor es Dios: él nos ilumina, según dice la Escritura, la tierra se llenó de templos santos y de adoradores innumerables, que veneran sin cesar al Señor del universo con sus sacrificios espirituales y sus oraciones. Esto es, según mi opinión, lo que anunció Malaquías en nombre de Dios, cuando dijo: Yo soy el Gran Rey —dice el Señor—, y mi nombre es respetado en las naciones; en todo lugar ofrecerán incienso a mi nombre, una ofrenda pura.

En verdad, la gloria del nuevo templo, es decir, de la Iglesia, es mucho mayor que la del antiguo. Quienes se desviven y trabajan solícitamente en su edificación obtendrán, como premio del Salvador y don del cielo, al mismo Cristo, que es la paz de todos, por quien podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu así lo declara el mismo Señor, cuando dice: En este sitio daré la paz a cuantos trabajen en la edificación de mi templo. De manera parecida, dice también Cristo en otro lugar: Mi paz os doy. Y Pablo, por su parte, explica en qué consiste esta paz que se da a los que aman, cuando dice: La paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. También oraba en este mismo sentido el sabio profeta Isaías, cuando decía: Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú. Enriquecidos con la paz de Cristo, fácilmente conservaremos la vida del alma y podremos encaminar nuestra voluntad a la consecución de una vida virtuosa.

Por tanto, podemos decir que se promete la paz a todos los que se consagran a la edificación de este templo, ya sea que su trabajo consista en edificar la Iglesia en el oficio de catequistas de los sagrados misterios, es decir, colocados al fren

te de la casa de Dios como mistagogos, ya sea que se entreguen a la santificación de sus propias almas, para que resulten piedras vivas y espirituales en la construcción del templo santo, morada de Dios por el Espíritu. Todos estos esfuerzos lograrán, sin duda, su finalidad, y quienes actúen de esta forma alcanzarán sin dificultad la salvación de su alma.

JUEVES XI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Ageo 2, 11-24

Bendiciones futuras. Promesas hechas a Zorobabel

SEGUNDA LECTURA

San Fulgencio de Ruspe, Tratado contra Fabiano (Cap 28, 16-19: CCL 91A, 813-814)

La participación del cuerpo y sangre de Cristo nos santifica

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Cuando ofrecemos nuestro sacrificio, realizamos aquello mismo que nos mandó el Salvador; así nos lo atestigua el Apóstol, al decir: El Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía». Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Nuestro sacrificio, por tanto, se ofrece para proclamar la muerte del Señor y para reavivar, con esta conmemoración, la memoria de aquel que por nosotros entregó su propia vida. Ha sido el mismo Señor quien ha dicho: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Y, porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y nosotros sepamos vivir crucificados para el mundo; así, imitando la muerte de nuestro Señor, como Cristo murió al pecado de una vez para siempre, y su vivir es un vivir para Dios, también nosotros andemos en una vida nueva, y, llenos de caridad, muertos para el pecado, vivamos para Dios.

El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado, y la participación del cuerpo y sangre de Cristo, cuando comemos el pan y bebemos el cáliz, nos lo recuerda, insinuándonos, con ello, que también nosotros debemos morir al mundo y tener nuestra vida escondida con la de Cristo en Dios, crucificando nuestra carne con sus concupiscencias y pecados.

Debemos decir, pues, que todos los fieles que aman a Dios y a su prójimo, aunque no lleguen a beber el cáliz de una muerte corporal, deben beber, sin embargo, el cáliz del amor del Señor, embriagados con el cual, mortificarán sus miembros en la tierra y, revestidos de nuestro Señor Jesucristo, no se entregarán ya a los deseos y placeres de la carne ni vivirán dedicados a los bienes visibles, sino a los invisibles. De este modo, beberán el cáliz del Señor y alimentarán con él la caridad, sin la cual, aunque haya quien entregue su propio cuerpo a las llamas, de nada le aprovechará. En cambio, cuando poseemos el don de esta caridad, llegamos a convertirnos realmente en aquello mismo que sacramentalmente celebramos en nuestro sacrificio.

VIERNES XI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Zacarías 1, 1-2, 4

Visión sobre la reconstrucción de Jerusalén

SEGUNDA LECTURA

San Columbano, Instrucción 12, sobre la compunción (2-3 Opera, Dublín 1957, pp. 112-114)

Luz perenne en el templo del Pontífice eterno

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¡Cuán dichosos son los criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentra en vela! Feliz aquella vigilia en la cual se espera al mismo Dios y Creador del universo, que todo lo llena y todo lo supera.

¡Ojalá se dignara el Señor despertarme del sueño de mi desidia, a mí, que, aun siendo vil, soy su siervo! Ojalá me inflamara en el deseo de su amor inconmesurable y me encendiera con el fuego de su divina caridad!; resplandeciente con ella, brillaría más que los astros, y todo mi interior ardería continuamente con este divino fuego.

¡Ojalá mis méritos fueran tan abundantes que mi lámpara ardiera sin cesar, durante la noche, en el templo de mi Señor e iluminara a cuantos penetran en la casa de mi Dios! Concédeme, Señor, te lo suplico en nombre de Jesucristo, tu Hijo y mi Dios, un amor que nunca mengüe, para que con él brille siempre mi lámpara y no se apague nunca, y sus llamas sean para mí fuego ardiente y para los demás luz brillante.

Señor Jesucristo, dulcísimo Salvador nuestro, dígnate encender tú mismo nuestras lámparas, para que brillen sin cesar en tu templo y de ti, que eres la luz perenne, reciban ellas la luz indeficiente con la cual se ilumine nuestra oscuridad, y se alejen de nosotros las tinieblas del mundo.

Te ruego, Jesús mío, que enciendas tan intensamente mi lámpara con tu resplandor que, a la luz de una claridad tan intensa, pueda contemplar el santo de los santos que está en el interior de aquel gran templo, en el cual tú, Pontífice eterno de los bienes eternos, has penetrado; que allí, Señor, te contemple continuamente y pueda así desearte, amarte y quererte solamente a ti, para que mi lámpara, en tu presencia, esté siempre luciente y ardiente.

Te pido, Salvador amantísimo, que te manifiestes a nosotros, que llamamos a tu puerta, para que, conociéndote, te amemos sólo a ti y únicamente a ti; que seas tú nuestro único deseo, que día y noche meditemos sólo en ti, y en ti únicamente pensemos. Alumbra en nosotros un amor inmenso hacia ti, cual corresponde a la caridad con la que Dios debe ser amado y querido; que esta nuestra dilección hacia ti invada todo nuestro interior y nos penetre totalmente, y hasta tal punto inunde todos nuestros sentimientos, que nada podamos ya amar fuera de ti, el único eterno. Así, por muchas que sean las aguas de la tierra y del firmamento, nunca llegarán a extinguir en nosotros la caridad, según aquello que dice la Escritura: Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor.

Que esto llegue a realizarse, al menos parcialmente, por don tuyo, Señor Jesucristo, a quien pertenece la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

SÁBADO XI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 2, 5-17

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 146 (4-5.6: CCL 40, 2124-2125.2126)

El Señor mandó que todo se hiciese en paz y concordia

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El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de Israel. Ved al Señor reconstruyendo Jerusalén, reuniendo a los deportados de su pueblo. Porque pueblo es Jerusalén y pueblo es Israel. Existe una Jerusalén eterna en los cielos, en la que también los ángeles son ciudadanos. Todos los ciudadanos de aquella ciudad gozan de la visión de Dios en aquella ciudad grande, espaciosa, celeste; para ellos el espectáculo es Dios mismo.

En cuanto a nosotros, vivimos desterrados de aquella ciudad: expulsados por el pecado para que no permaneciéramos en ella, y gimiendo bajo la carga de la mortalidad para que no volviéramos a ella. Fijóse Dios en nuestro destierro, y él, que reconstruye Jerusalén, restauró la parte derrumbada. ¿Que cómo la restauró? Reuniendo a los deportados de Israel. En efecto, cayó una parte y se convirtió en peregrina: Dios la miró con misericordia y salió en busca de quienes no le buscaban. ¿Cómo los buscó? ¿A quién envió a nuestro cautiverio? Envió al Redentor, según lo que dice el Apóstol: La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

Envió, pues, a nuestro cautiverio a su Hijo como Redentor. Lleva contigo, le dice, la alforja, y mete en ella el precio de los cautivos. Y efectivamente, se revistió de la mortalidad de la carne, en la que estaba la sangre, cuya efusión nos redimió. Con aquella sangre reunió a los deportados de Israel. Y si un día él reunió a los dispersos, ¿qué solicitud no deberemos desplegar ahora para que se congreguen los dispersos? Y si los dispersos fueron reunidos para que, de mano del artífice, entraran a formar parte del edificio, ¿cómo no deberán ser recogidos quienes, por impaciencia, cayeron en mano del artífice? El Señor reconstruye Jerusalén. A éste es a quien alabamos, a éste es a quien debemos alabar durante toda nuestra vida. El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de Israel.

¿Cómo los reúne? ¿Qué hace para reunirlos? Él sana los corazones destrozados. Fíjate cómo se reúne a los deportados de Israel para sanar a los de corazón destrozado. Sana, pues, a los de corazón humillado, sana a los que confiesan las propias culpas, sana a quienes en sí mismos se castigan juzgándose con severidad, con el fin de hacerse capaces de experimentar su misericordia. A estos tales los sana; pero la total recuperación de la salud sólo se efectúa una vez que se haya superado la mortalidad, cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad; cuando ya ninguna debilidad de la carne nos incitará, no ya al consentimiento, pero es que ni siquiera a la sugestión de la carne. El cuerpo, ciertamente —dice el Apóstol—, está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros. Esta es la garantía que ha recibido nuestro espíritu, a fin de que comencemos a servir a Dios en la fe, y, por la fe, seamos denominados justos, ya que el justo vive de fe.

Y todo lo que de momento lucha contra nosotros y nos opone resistencia es un producto derivado de la mortalidad de la carne. Vivificará —dice— también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros Para esto nos dio las arras, para obligarse a cumplir lo prometido. Porque, ¿qué puede hacer ahora en esta vida, cuando todavía somos confesores y aún no posesores? ¿Qué hará en esta vida? ¿Cómo se realizará la curación? Él sana los corazones destrozados Pero la total recuperación de la salud no se efectuará hasta el momento que dijimos. Y ahora, ¿qué? Venda las heridas. Que es como si dijera: el que sana los corazones destrozados, cuya total recuperación no se efectuará hasta la resurrección de los justos, de momento venda las heridas.

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DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 3, 1—4, 14

Promesa al príncipe Zorobabel y al sumo sacerdote Josué

SEGUNDA LECTURA

San Máximo Confesor, Cuestiones a Talasio (63: PG 90, 667-670)

La luz que alumbra a todo hombre

La lámpara colocada sobre el candelero, de la que habla la Escritura, es nuestro Señor Jesucristo, luz verdadera del Padre, que, viniendo a este mundo, alumbra a todo hombre; al tomar nuestra carne, el Señor se ha convertido en lámpara y por esto es llamado «luz», es decir, Sabiduría y Palabra del Padre y de su misma naturaleza. Como tal es proclamado en la Iglesia por la fe y por la piedad de los fieles. Glorificado y manifestado ante las naciones por su vida santa y por la observancia de los mandamientos, alumbra a todos los que están en la casa (es decir, en este mundo), tal como lo afirma en cierto lugar esta misma Palabra de Dios: No se enciende una lámpara para meterla debajo el celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Se llama a sí mismo claramente lámpara, como quiera que, siendo Dios por naturaleza, quiso hacerse hombre por una dignación de su amor.

Según mi parecer, también el gran David se refiere a esto cuando, hablando del Señor, dice: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Con razón, pues, la Escritura llama lámpara a nuestro Dios y Salvador, ya que él nos libra de las tinieblas de la ignorancia y del mal.

El, en efecto, al disipar, a semejanza de una lámpara, la oscuridad de nuestra ignorancia y las tinieblas de nuestro pecado, ha venido a ser como un camino de salvación para todos los hombres: con la fuerza que comunica y con el conocimiento que otorga, el Señor conduce hacia el Padre a quienes con él quieren avanzar por el camino de la justicia y seguir la senda de los mandatos divinos. En cuanto al candelero, hay que decir que significa la santa Iglesia, lacual, con su predicación, hace que la palabra luminosa de Dios brille e ilumine a los hombres del mundo entero, como si fueran los moradores de la casa, y sean llevados de este modo al conocimiento de Dios con los fulgores de la verdad.

La palabra de Dios no puede, en modo alguno, quedar oculta bajo el celemín; al contrario, debe ser colocada en lo más alto de la Iglesia, como el mejor de sus adornos. Si la palabra quedara disimulada bajo la letra de la ley, como bajo un celemín, dejaría de iluminar con su luz eterna a los hombres. Escondida bajo el celemín, la palabra ya no sería fuente de contemplación espiritual para los que desean librarse de la seducción de los sentidos, que, con su engaño, nos inclinan a captar solamente las cosas pasajeras y materiales; puesta, en cambio, sobre el candelero de la Iglesia, es decir, interpretada por el culto en espíritu y verdad, la palabra de Dios ilumina a todos los hombres.

La letra, en efecto, si no se interpreta según su sentido espiritual, no tiene más valor que el sensible y está limitada a lo que significan materialmente sus palabras, sin que el alma llegue a comprender el sentido de lo que está escrito.

No coloquemos, pues, bajo el celemín, con nuestros pensamientos racionales, la lámpara encendida (es decir, la palabra que ilumina la inteligencia), a fin de que no se nos pueda culpar de haber colocado bajo la materialidad de la letra la fuerza incomprensible de la sabiduría; coloquémosla, más bien, sobre el candelero (es decir, sobre la interpretación que le da la Iglesia), en lo más elevado de la genuina contemplación; así iluminará a todos los hombres con los fulgores de la revelación divina.

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LUNES XII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 8, 1-17.20-23

Promesa de salvación para Sión

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 26 sobre el evangelio de san Juan (4-6: CCL 36, 261-263)

Yo salvaré a mi pueblo

Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre. No vayas a creer que eres atraído contra tu voluntad; el alma es atraída también por el amor. Ni debemos temer el reproche que, en razón de estas palabras evangélicas de la Escritura, pudieran hacernos algunos hombres, los cuales, fijándose sólo en la materialidad de las palabras, están muy ajenos al verdadero sentido de las cosas divinas. En efecto, tal vez nos dirán: «¿Cómo puedo creer libremente si soy atraído?» Y yo les respondo: «Me parece poco decir que somos atraídos libremente; hay que decir que somos atraídos incluso con placer».

¿Qué significa ser atraídos con placer? Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón. Existe un apetito en el alma al que este pan del cielo le sabe dulcísimo. Por otra parte, si el poeta pudo decir: «Cada cual va en pos de su apetito», no por necesidad, sino por placer, no por obligación, sino por gusto, ¿no podremos decir nosotros, con mayor razón, que el hombre se siente atraído por Cristo, si sabemos que el deleite del hombre es la verdad, la justicia, la vida sin fin, y todo esto es Cristo?

¿Acaso tendrán los sentidos su deleite y dejará de tenerlos el alma? Si el alma no tuviera sus deleites, ¿cómo podría decirse: Los humanos se acogen a la sombra de tus alas; se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias, porque en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz?

Preséntame un corazón amante, y comprenderá lo que digo. Preséntame un corazón inflamado en deseos, un corazón hambriento, un corazón que, sintiéndose solo y desterrado en este mundo, esté sediento y suspire por las fuentes de la patria eterna, preséntame un tal corazón, y asentirá en lo que digo. Si, por el contrario, hablo a un corazón frío, éste nada sabe, nada comprende de lo que estoy diciendo.

Muestra una rama verde a una oveja, y verás cómo atraes a la oveja; enséñale nueces a un niño, y verás cómo lo atraes también, y viene corriendo hacia el lugar a donde es atraído; es atraído por el amor, es atraído sin que se violente su cuerpo, es atraído por aquello que desea. Si, pues, estos objetos, que no son más que deleites y aficiones terrenas, atraen, por su simple contemplación, a los que tales cosas aman, porque es cierto que «cada cual va en pos de su apetito», ¿no va a atraernos Cristo revelado por el Padre? ¿Qué otra cosa desea nuestra alma con más vehemencia que la verdad? ¿De qué otra cosa el hombre está más hambriento? Y ¿para qué desea tener sano el paladar de la inteligencia sino para descubrir y juzgar lo que es verdadero, para comer y beber la sabiduría, la justicia, la verdad y la eternidad?

«Dichosos, por tanto —dice—, los que tienen hambre' y sed de la justicia —entiende, aquí en la tierra—, porque —allí, en el cielo— ellos quedarán saciados. Les doy ya lo que aman, les doy ya lo que desean; después verán aquello en lo que creyeron aun sin haberlo visto; comerán y se saciarán de aquellos bienes de los que estuvieron hambrientos y sedientos. ¿Dónde? En la resurrección de los muertos, porque yo los resucitaré en el último día».

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MARTES XII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Esdras 6,1-5.14-22

Construcción del templo y celebración de la Pascua

SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Tratado 43 sobre el ayuno cuaresmal (1.2.3.4: CCL 138A, 252.253.254.255)

Somos templo del Dios vivo

Amadísimos, la doctrina apostólica nos amonesta a que, despojándonos de la vieja condición, con sus obras nos renovemos de día en día con un estilo de vida santa. Porque si somos templo de Dios y el Espíritu Santo es el huésped de nuestras almas, según dice el Apóstol: Vosotros sois templo de Dios vivo, hemos de trabajar con gran esmero para que la morada de nuestro corazón no sea indigna de tan gran huésped.

Y así como en las viviendas humanas se provee con encomiable diligencia la inmediata restauración de lo que la infiltración de humedades, la furia de las tormentas o el paso de los años ha deteriorado, de igual forma debemos ejercer una asidua vigilancia para que nada desordenado, nada impuro se infiltre en nuestras almas.

Y si bien es verdad que nuestro edificio no puede subsistir sin la ayuda de su artífice, y nuestra construcción es incapaz de mantenerse incólume sin la previa protección de su Creador, sin embargo, siendo nosotros piedras racionales y material vivo, la mano de nuestro autor nos ha estructurado de modo tal, que el mismo ser que es restaurado colabora con su propio constructor. Por tanto, que la sumisión humana no se sustraiga a la gracia divina nirenuncie a aquel bien sin el cual no puede ser buena. Y si, en la práctica de los mandamientos, hallare algo que le es personalmente imposible o muy difícil, que no se encierre en sí misma, sino recurra al que impone el precepto, pues lo impone precisamente para suscitar el deseo y prestar el correspondiente auxilio, como dice el profeta: Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará. ¿O es que hay alguien tan insolente y soberbio que se tiene por tan inmaculado o inmune hasta el punto de no necesitar ya de renovación alguna? Una tal persuasión va totalmente descaminada, y encanece, en una insostenible presunción, todo el que se cree inmune de cualquier caída ante los asaltos de la tentación en la presente vida.

Pues aun cuando no hay corazón creyente que ponga en duda que ninguna región ni momento alguno escapa a la divina providencia, y que el éxito de los negocios seculares no depende del poder de las estrellas, que es nulo, sino que todo está regulado por la voluntad infinitamente justa y clemente del Rey soberano, pues como está escrito: Las sendas del Señor son misericordia y lealtad, sin embargo, cuando algunas cosas no suceden a la medida de nuestros deseos y cuando, debido a un error del juicio humano, la causa del inicuo recibe una solución más satisfactoria que la del justo, es realmente difícil y casi inevitable que tales eventos desorienten incluso a los espíritus fuertes, induciéndolos a una murmuración de crítica culpable. Hasta tal punto, que el mismo excelentísimo profeta David confiesa haberse sentido peligrosamente turbado por tales incongruencias. Por consiguiente, ya que son pocos los que poseen una tan sólida fortaleza que les ponga al abrigo de cualquier perturbación provocada por semejantes discriminaciones, y puesto que no sólo la adversidad, sino incluso la prosperidad corrompe a muchos fieles, es menester que despleguemos una diligente solicitud en curar las heridas de que está plagada la humana fragilidad.

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MIÉRCOLES XII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Esdras 7, 6-28

Misión del sacerdote Esdras

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Carta sobre la virginidad (Cap 24: PG 46, 414-416)

Tú que has sido crucificado juntamente con Cristo, ofrécete a Dios como sacerdote sin tacha

Puestos los ojos en aquel que es perfecto, con ánimo valeroso y confiado emprende esta magnifica navegación sobre la nave de la templanza, pilotada por Cristo e impulsada por el soplo del Espíritu Santo.

Si es ya cosa grave cometer un solo pecado, y si precisamente por ello juzgas más seguro no arriesgarte a una meta tan sublime, ¿cuánto más grave no será hacer del pecado la ocupación de la propia existencia, y vivir absolutamente alejado del ideal de una vida pura? ¿Cómo es posible que quien vive inmerso en la vida terrena y está satisfecho con su pecado, escuche la voz de Cristo crucificado, muerto al pecado, que le invita a seguirle llevando a cuestas la cruz cual trofeo arrancado al enemigo, si no se ha dignado morir al mundo ni mortificar su carne? ¿Cómo puedes obedecer a Pablo, que te exhorta con estas palabras: Presenta tu cuerpo como hostia viva, santa, agradable a Dios, tú que tienes al mundo por modelo, tú que, ni transformado por un cambio de mentalidad ni decidido a caminar por esta nueva vida, te empeñas en seguir los postulados del hombre viejo?

¿Cómo puedes ejercer el sacerdocio de Dios tú que has sido ungido precisamente para ofrecer dones a Dios? Porque el don que debes ofrecer no ha de ser un don totalmente ajeno a ti, tomado, como sustitución, de entre los bienes de que estás rodeado, sino que ha de ser un don realmente tuyo, es decir, tu hombre interior, que ha de ser cual cordero inocente y sin defecto, sin mancha alguna ni imperfección. ¿Cómo podrás ofrecer a Dios estas mismas cosas, tú que no observas la ley que prohíbe que el impuro ejerza las funciones sagradas? Y si deseas que Dios se te manifieste, ¿por qué no escuchas a Moisés, que ordenó al pueblo abstenerse de las relaciones conyugales si quería contemplar el rostro de Dios?

Si estas cosas se te antojan baladíes: estar crucificado junto con Cristo, presentarte a ti mismo como hostia para Dios, convertirte en sacerdote del Altísimo y ser considerado digno de aquel grandioso resplandor de Dios, ¿qué cosas más sublimes podremos recomendarte si incluso las realidades que de ellas se seguirían van a parecerte deleznables? Del estar crucificado junto con Cristo se sigue la participación en su vida, en su gloria y en su reino; y del hecho de presentarse a Dios como oblación se consigue la conmutación de la naturaleza y dignidad humana por la angélica.

Ahora bien, el que es recibido por aquel que es el verdadero sacrificio y se une al sumo príncipe de los sacerdotes queda, por eso mismo, constituido sacerdote para siempre y la muerte no le impide permanecer indefinidamente. Por su parte, el fruto de aquel que se considera digno de ver a Dios no puede ser otro que éste: que se le considere digno de ver a Dios. Esta es la meta suprema de la esperanza, ésta es la plenitud de todo deseo, éste es el fin y la síntesis de toda gracia y promesa divina y de aquellos bienes inefables, que ni la inteligencia ni los sentidos son capaces de percibir.

Esto es lo que ardientemente deseó Moisés, esto es lo que anhelaron muchos profetas, esto es lo que ansiaron ver los reyes: pero únicamente son considerados dignos los limpios de corazón, que por eso mismo se les considera y son dichosos, porque ellos verán a Dios. Deseamos que tú te conviertas en uno de éstos, que, crucificado junto con Cristo, te ofrezcas a Dios como sacerdote

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sin tacha; que, convertido en sacrificio puro de castidad mediante una total y pura integridad, te prepares, con su ayuda, a la venida del Señor, para que también tú puedas contemplar, con corazón limpio, a Dios, según la promesa del mismo Dios y Salvador nuestro Jesucristo, con quien sea dada la gloria al Dios todopoderoso, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

JUEVES XII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Esdras 9, 1-9.15—10, 5

Disolución de los matrimonios prohibidos por la ley

SEGUNDA LECTURA

De una homilía antigua (Hom 6, 1-3: PG 34, 518-519)

Sobre el fundamento de la oración

Los que se acercan a Dios deben orar en gran quietud, paz y tranquilidad, sin acudir a gritos ineptos o confusos, sino dirigiéndose al Señor con la intención del corazón y la sobriedad del pensamiento.

Pues no es conveniente que el siervo de Dios viva en semejante estado de agitación, sino en la más completa tranquilidad y sabiduría, como dice el profeta: En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras.

Leemos que en los días de Moisés y de Elías, mientras que, en las apariciones con que fueron favorecidos, la majestad del Señor se hacía preceder de gran aparato de trompetas y de diversos prodigios, sin embargo, la misma venida del Señor se daba a conocer y se manifestaba en la paz, la tranquilidad y la quietud. Después —dice— se oyó una brisa tenue, y en ella estaba el Señor. De donde es lícito concluir que el descanso del Señor está en la paz y en la tranquilidad.

El cimiento que colocare el hombre y los comienzos con que comenzare permanecerán en él hasta el fin. Si comenzare a rezar con voz demasiado elevada y quejumbrosa, mantendrá idéntica costumbre hasta el final. Aunque, como quiera que el Señor está lleno de humanidad, sucederá que incluso a éste tal le prestará su auxilio. Es más, será la gracia misma la que lo mantendrá hasta el final en su manera de hacer, si bien es fácil de comprender que este modo de rezar es propio de los ignorantes ya que, amén del fastidio que produce en los demás, ellos mismos acusan turbación mientras oran.

Ahora bien, el verdadero fundamento de la oración es éste: vigilar los propios pensamientos y rezar con mucha tranquilidad y paz, de suerte que los demás no sufran escándalo de ningún tipo. Así pues, el que habiendo obtenido la gracia de Dios y la perfección, continuare hasta el final orando en la tranquilidad, será de gran edificación para muchos, porque Dios no quiere desorden, sino paz. En cambio, los que rezan a voz en grito se asemejan a los charlatanes y no pueden rezar en cualquier parte, ni en las iglesias, ni en las plazas; a lo sumo en lugares solitarios, donde se despachan a su gusto.

Por el contrario, los que rezan en la tranquilidad, edifican a todos donde quiera que oren. Debe el hombre emplear todas sus energías en controlar sus pensamientos y cortar por lo sano toda ocasión de imaginaciones peligrosas; debe concentrarse en Dios, sin abandonarse al capricho de los pensamientos, sino recoger estos pensamientos dispersos un poco por todas partes, sometiéndolos a una labor de discernimiento, distinguiendo los buenos y los malos. Es, pues,

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necesaria una gran dosis de diligente atención del espíritu, para saber distinguir las sugestiones externas provocadas por el poder del adversario.

VIERNES XII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Nehemías 1, 1—2, 8

Nehemías es enviado por el rey a Judea

SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 5 sobre la Ascensión del Señor (Opera omnia, Edit Cister. t. 5, 149-150)

Esperamos la celestial consolación

Con una grandeza de ánimo realmente digna de encomio, el pequeño rebaño, privado de la estimulante presencia del Pastor, pero sin dudar lo más mínimo de que él se cuidaba de ellos con paternal solicitud, llamaba a las puertas del cielo con devotas súplicas, en la seguridad de que las oraciones de los justos penetrarían en él, y de que el Señor no desoiría las súplicas de los pobres o de que no retornarían sin el acompañamiento de copiosas bendiciones. E insistían con paciente perseverancia, según el dicho del profeta: Si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse.

Con razón, pues, el oído de Dios escuchó la disposición de su corazón y no frustró la esperanza de quienes se mostraron magnánimos, longánimes y unánimes. Estas virtudes son testimonio irrecusable de fe, esperanza y caridad. En efecto, es evidente que la esperanza genera la longanimidad y la caridad da origen a la unanimidad. Pero ¿es igualmente cierto que la fe hace al hombre magnánimo? Sí, por cierto, y sólo ella. Pues todo aquello de lo que uno blasona, sin la fe como fundamento, no se apoya en aquella sólida grandeza de alma, sino sobre una cierta ventosa afectación o inane presunción. ¿Quieres escuchar a un hombre magnánimo? Dice: Todo lo puedo en aquel que me con forta.

Imitemos, hermanos, esta triple preparación si deseamos obtener la medida rebosante del Espíritu. Y si bien a cada uno —excepto a Cristo— se le ha dado el Espíritu con medida, sin embargo da la impresión de que el cúmulo de la medida rebosante excede en cierto modo la medida.

La magnanimidad se hizo patente en nuestra conversión; sea igualmente evidente la longanimidad en la consumación y la unanimidad en nuestro tenor de vida. Aquella celestial Jerusalén desea ser instaurada con almas de este temple, a quienes no falte ni la grandeza de la fe en asumir el yugo de Cristo, ni la longanimidad de la esperanza en el perseverar, ni la cohesión de la caridad, que es el ceñidor de la unidad consumada.

SABADO XII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Nehemías 2, 9-20

Nehemías prepara la reconstrucción de las murallas de Jerusalén

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SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Miqueas (Cap 3, 35-36; 37; 40; 41: PG 71, 689-692; 694; 702-703; 705)

Llama al Monte Sión «madre de los primogénitos»; en ella estaremos juntamente con Cristo

Mirad, yo coloco en Sión una piedra probada, angular, preciosa: quien crea en ella no quedará defraudado. Y si bien los arquitectos de Sión desecharon esta piedra probada y preciosa, sin embargo es ahora la piedra angular. Efectivamente, Cristo reinó sobre gentiles y circuncisos, a quienes, además, transformó en un hombre nuevo, haciendo las paces por su cruz y formando con ellos como un solo ángulo por la concordia del Espíritu. Pues está escrito: En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo.

Y como quiera que mediante la santidad y la fe se conformaron plenamente con esta suma y preciosísima piedra angular, es correcto e imbuido de sabiduría lo que escribió san Pedro: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, para ser templo santo, morada de Dios, por el Espíritu.

Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor. En estas mismas palabras aparece ya con toda claridad la profecía que pronunciaba la constitución de la Iglesia con gente procedente del paganismo. Eliminado el Israel según la carne, habiendo cesado los sacrificios legales, suprimido el sacerdocio levítico, reducido a cenizas aquel famosísimo templo y destruida Jerusalén, Cristo fundó la Iglesia de la gentilidad y, como quien dice, al final de los tiempos, es decir, al final de este mundo, en ese momento se hizo uno de nosotros. Así pues, llama «monte» a la Iglesia, que es la casa de Dios vivo. Es realmente encumbrada, porque en ella no hay absolutamente nada bajo o vil, sino que el conocimiento de las verdades divinas la eleva a alturas sublimes. Por su parte, la vida misma de los que son justificados en Cristo y santificados por el Espíritu está construida a gran altura.

A nosotros nos interesa Cristo y hemos de considerar sus oráculos como el camino recto. En su compañía andaremos el camino no tan sólo en el mundo presente y en el pasado, sino sobre todo en el futuro. Es doctrina segura: los que ahora padecen juntos, caminarán siempre juntos, juntos serán glorificados, juntos reinarán. Interesa con especial apremio Cristo a todos aquellos que nada aman tanto como a Cristo, a los que dan esquinazo a las hueras distracciones del mundo, buscan con particular ahínco la justicia y lo que a él pueda agradarle, y miran de sobresalir en la virtud. Tenemos de esto un modelo en san Pablo, quien escribe: Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

Insiste nuevamente el profeta en que Israel no puede abandonar toda esperanza. Es verdad que fue castigado y rechazado o arrojado por su gravísima impiedad, como enemigo de Dios, como execrable y profano adorador de los ídolos, como culpable de no pocos homicidios. Dieron muerte a los profetas y, para colmo, colgaron de la cruz al mismo salvador y libertador universal. Y aun así, en atención a los padres, un resto consiguió la misericordia y la salvación, convirtiéndose en un gran pueblo.

En efecto, interpretar como pueblo numerosísimo la multitud de los justificados en Cristo, es legítimo y totalmente justo. Su verdadera nobleza, aquella que puede granjearle la admiración, reside en los bienes del alma y en la rectitud de corazón, es decir, en la santificación, la esperanza en Cristo, una fe genuina de admirable poder,una estupenda paciencia, ser el reino de Cristo en persona y adherirse a él como a único' maestro. Pues uno es nuestro Maestro: Cristo. Llama «monte de Sión» a la Jerusalén celestial, madre de los primogénitos, donde estaremos en compañía de Cristo.

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DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Nehemías 3, 33—4, 17

Construcción de las murallas de Jerusalén

SEGUNDA LECTURA

Beato Guerrico de Igny, Sermón 3 sobre la Resurrección del Señor (3.5: SC 202,250-252.256-258)

Velad, para que os ilumine la luz de la mañana

Velad, hermanos, orando incesantemente, velad y comportaos circunspectamente, teniendo especialmente en cuenta que ya ha amanecido la mañana del día sin ocaso después que la luz eterna ha retornado de los infiernos más serena y favorable para nosotros y la aurora nos ha regalado un nuevo sol. Realmente ya es hora de espabilarse, porque la noche está avanzada, el día se echa encima. Velad —repito--, para que os ilumine la luz de la mañana, es decir, Cristo, cuyo origen está dispuesto desde antiguo, preparado para renovar frecuentemente el misterio de su matinal resurrección en beneficio de quienes velan por él. Entonces sí, entonces cantarás con el corazón rebosante de júbilo: El Señor es Dios: él nos ilumina. Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo; esto es, cuando haya dejado brillar para ti la luz que tiene escondida entre sus manos, diciendo a quien es amigo suyo que ella es su lote y que le es posible acceder a ella.

¿Hasta cuándo dormirás, holgazán?, ¿cuándo sacudirás el sueño? Un rato duermes, un rato das cabezadas, un rato cruzas los brazos y descansas, y mientras tú duermes, sin que tú te apercibas, Cristo resucitará del sepulcro y, al pasar su gloria, no merecerás ver ni siquiera sus espaldas. Entonces, movido por una tardía penitencia, llorarás y dirás con los impíos: Sí, nosotros nos salimos del camino de la verdad, no nos iluminaba la luz de la justicia, para nosotros no salía el sol.

En cambio, para vosotros, que honráis mi nombre — dice— os iluminará un sol de justicia, y el que procede con justicia, contemplarán sus ojos a un rey en su esplendor. Cierto que aquí se trata de la felicidad de la vida futura, pero, en cierta medida y a título gratuito, se nos concede asimismo para solaz de la vida presente, como lo prueba con meridiana claridad la resurrección de Cristo.

Resucite, pues, y reviva el espíritu de cada uno de nosotros tanto a una vigilante oración como a una actuación eficaz, para que, mediante una renovada y vívida energía, dé muestras de haber nuevamente participado en la resurrección de Cristo. Ahora bien, el primer indicio del hombre que vuelve a la vida es su actuación esforzada y diligente, pero su perfecta resurrección —en cuanto le es posible a este moribundo cuerpo— se produce cuando abre los ojos a la contemplación. Sin embargo, la inteligencia no se hace acreedora a esta gracia, si antes no ensancha el afecto con frecuentes suspiros y ardientes deseos, para hacerse capaz de una tan grande majestad.

Recabamos el provecho de la resurrección cuando, por la oración, se dilata el afecto; y conseguimos su perfección cuando el entendimiento es iluminado en orden a la contemplación. Esforzaos, pues, hermanos míos, en resucitar más y más, escalando estos grados de las virtudes y progresando en una vida gradualmente más santa, a fin de

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que —como dice el Apóstol— podáis llegar un día a la resurrección de Cristo de entre los muertos, él que vive y reina por todos los siglos. Amén.

LUNES XIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Nehemías 5, 1-19

Nehemías libera al pueblo de la opresión de los ricos

SEGUNDA LECTURA

De una antigua homilía del siglo V (Hom 33: PG 34, 741-743)

Conviene orar y hacer votos a Dios continua y atentamente

Debemos orar, pero no de una manera mecánica, ni por el gusto de enhebrar palabras, ni por la costumbre de guardar silencio o de ponerse de rodillas, sino con sobriedad, esperando a Dios con el espíritu recogido, cuando él decidiese hacerse presente y visitar al alma a través de sus facultades externas y por conducto de los órganos de los sentidos; de esta forma, tanto cuando convenga orar en silencio, como cuando haya que rezar en voz alta o incluso a gritos, la mente estará fija en Dios. Pues lo mismo que cuando el cuerpo realiza un trabajo cualquiera, todo él se concentra en la obra que se trae entre manos y todos sus miembros se ayudan unos a otros, así también el alma debe consagrarse toda ella a la petición y al amor del Señor, de modo que ni se entretenga en bagatelas o se deje distraer por las preocupaciones, sino que toda su esperanza y su expectación estén colocadas en Cristo.

De este modo seremos iluminados por aquel que enseña el método correcto de la oración de petición y sugiere una oración pura y espiritual, digna de Dios, y la adoración que se hace en espíritu y verdad. Y lo mismo que el mercader de profesión no se contenta con una sola fuente de ingresos, sino que especula sobre todos los medios a su alcance para aumentar y acumular ganancias, empleando su habilidad y su ingenio ya en uno ya en otro negocio; y pasando de uno a otro método, da de lado los mercados improductivos por otros más rentables: así también nosotros debemos adornar nuestra alma acudiendo a los más variados artificios, a fin de poder ganarnos la suprema y ' auténtica ganancia, es decir, Dios, que nos enseñe a orar en verdad. Con esta condición, Dios descansará en la buena intención del alma, haciendo de ella el trono de su gloria, poniendo en ella su asiento y descansando en ella.

Y así como una casa, mientras su dueño está presente abunda en ornato, belleza y decoro, así también el alma que alberga a su Dios y en la que Dios permanece, está colmada de belleza y decoro, ya que tiene como guía y huésped al Señor con todo el cortejo de sus espirituales tesoros. Y cuando el Señor viere que el alma vive recogida en la medida de sus posibilidades, que incesantemente busca a Dios, que le espera día y noche y que clama a él, de acuerdo con su mandato de orar constantemente en cualquier negocio, el Señor —de acuerdo con su promesa— le hará Justicia y, purificada de toda su malicia, se la elegirá como esposa sin mancha y sin reproche.

Por lo demás, si crees que esta doctrina es verdadera, como realmente lo es, examínate a ti mismo y mira si tu alma ha logrado realmente esa luz que la guíe, la verdadera

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comida y bebida, que es el Señor. En caso negativo, busca día y noche hasta conseguirlo. Por ejemplo, cuando mires al sol, pregúntate por el verdadero sol: pues, palabra de honor, eres ciego. Al ver la luz, mira a ver si tu alma ha logrado ya la luz buena y verdadera. Porque todas las cosas visibles son sombra de las auténticas realidades que interesan al alma. En efecto, al margen del hombre perceptible existe otro hombre interior, y otros ojos que Satanás cegó y otros oídos que taponó. Y Jesús vino precisamente para devolver la salud a este hombre interior. A él la gloria y el dominio con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos. Amén.

MARTES XIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Nehemías 8, 1-18

Lectura de la ley

SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Alejandría, El pedagogo (Lib 1, cap 7: PG 8, 315-318)

Yo soy vuestro preceptor

Con razón el Logos es llamado pedagogo, pues a nosotros, niños, nos conduce a la salvación. Por eso ha dicho clarísimamente de sí mismo por boca del profeta Oseas: Yo soy vuestro preceptor. Pedagogía es, el culto divino, comprensivo de una educación en el servicio de Dios, de una introducción al conocimiento de la verdad y de una buena formación que conduce al cielo.

La palabra pedagogía es polivalente: está la pedagogía del que es conducido y enseñado y la del que conduce y enseña; pedagogía es, en tercer lugar, la misma formación recibida y, en cuarto lugar, las materias objeto del aprendizaje, por ejemplo, los mandamientos. Existe la pedagogía según Dios, que es la señalización del recto camino hacia la verdad, en orden a la contemplación de Dios, así como la indicación de una conducta santa que tiene como meta la eterna perseverancia. Como el general conduce a su ejército velando por la seguridad de sus soldados, y como el piloto maneja el timón de la nave atento a la salvación de los pasajeros, así también el pedagogo conduce a los niños a un tenor de vida saludable, en aras de su solicitud por nosotros. Y, en general, todo cuanto razonablemente pudiéramos pedir a Dios, lo obtendremos si obedecemos al pedagogo.

Ahora bien, así como no siempre el piloto se deja llevar por la marea, sino que a veces, poniendo proa a la tempestad, resiste a todas las borrascas, así tampoco el pedagogo expone al pequeño a los vientos que soplan en nuestro mundo, ni menos le abandona a merced de ellos, cual bajel, para que se estrelle entregándose a una vida bestial y licenciosa; al contrario, sólo cuando el ánimo del muchacho es impulsado a lo alto por el espíritu de verdad, empuña fuertemente el timón del niño —me estoy refiriendo a sus oídos—, y no lo suelta hasta haberle conducido, sano y salvo, al puerto celestial. Porque si lo que los hombres califican de costumbres patrias es de escasa duración, la formación recibida de Dios es una adquisición que permanece para siempre.

Nuestro pedagogo es el Dios santo, Jesús, el Logos que conduce a la humanidad entera; el mismo Dios, que ama a los hombres, es el pedagogo. De él habla el Espíritu Santo en

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un pasaje del Cántico: Lo encontró en una tierra desierta, en una soledad poblada de aullidos; lo rodeó cuidando de él; lo guardó como a las niñas de sus ojos. Como el águila incita a su nidada, revolando sobre los polluelos, así extendió sus alas, los tomó y los llevó sobre sus plumas. El Señor solo los condujo, no hubo dioses extraños con él. Aquí la Escritura nos presenta, según creo, al pedagogo, indicándonos cuál es su misión. Nuevamente se presenta a sí mismo como pedagogo, cuando se expresa así hablando en primera persona: Yo soy el Señor Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto.

MIÉRCOLES XIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Nehemías 9, 1-2.5-21

Liturgia penitencial. Oración de Esdras

SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre la unidad de la Iglesia católica (12-14: CCL 3, 257-259)

Cristo nos dio la paz y nos mandó que tuviéramos un solo corazón y una sola alma

Cuando el Señor recomendó a sus discípulos la unanimidad y la paz, les dijo: Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos, demostrando que se concede mucho no a la multitud, sino a la unanimidad de los suplicantes. Si dos de vosotros —dice— se ponen de acuerdo: pone como primera condición la unanimidad; antes había hablado de la paz y de la concordia y nos insistió en que leal y firmemente hagamos lo posible por ponernos de acuerdo.

Y ¿cómo puede estar de acuerdo con el hermano quien no lo está con el cuerpo de la misma Iglesia ni con toda la fraternidad? ¿Cómo pueden dos o tres reunirse en el nombre de Cristo, si consta que están separados de Cristo y de su evangelio? Pues no somos nosotros, sino ellos los que se han separado de nosotros. Y cuando poco después nacieron herejías y cismas y, al erigirse en conventículos diversos, abandonaron el principio y origen de la verdad.

El Señor habla de su Iglesia y habla a los que están en la Iglesia diciendo que si ellos estuvieran de acuerdo, si —según lo que él encargó y advirtió— reunidos, aunque sólo fueran dos o tres, orasen unánimemente, aunque —repito— sólo fueran dos o tres, podrían impetrar de la majestad de Dios lo que pidieren. Donde dos o tres están reunidos en mi nombre —dice—, allí estoy yo en medio de ellos. Es decir, afirmó que estaría con los sencillos y pacíficos, con los que temen a Dios y observan sus preceptos, aunque sólo fueran dos o tres, como estuvo con los tres jóvenes en el horno encendido. Y como eran sencillos para con Dios y permanecían unidos entre sí, metió dentro un viento húmedo que silbaba, y el fuego no les atormentó. Como asistió a los dos apóstoles encerrados en la cárcel porque eran sencillos y vivían en perfecta armonía: él, abiertas las puertas de la prisión, les mandó a la plaza pública para que transmitiesen al pueblo la palabra que fielmente predicaban. Por tanto, cuando en su predicación afirma y dice: Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos, no separó a los hombres de la Iglesia, él que instituyó y creó la Iglesia, sino que echándoles en cara a los pérfidos su discordia y recomendando oralmente la paz a los fieles, quiso demostrar que

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él está más bien con dos o tres que rezan con una sola alma, que con muchos disidentes; que puede conseguirse más con la oración concorde de unos pocos, que con la discorde de una multitud.

Por lo cual, cuando fijó las normas que deben presidir la oración, añadió estas palabras: Y cuando estéis de pie orando, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas. Y al que va a presentar su ofrenda con la discordia en el corazón lo aparta del altar y le ordena que vaya primero a reconciliarse con su hermano, y entonces, ya en paz, que vuelva a presentar a Dios su ofrenda.

Cristo nos dio la paz, nos mandó que tuviéramos un solo corazón y una sola alma, y nos encargó que mantuviéramos incorruptos e inviolados los vínculos de la dilección y de la caridad.

JUEVES XIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Nehemías 9, 22-37

Oración de Esdras (sigue)

SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Alejandría, Los tapices (Lib 7, cap 7: PG 9, 450-451.458-459)

Hemos de honrar a Dios durante toda la vida

Se nos manda adorar y honrar al que estamos convencidos ser el Logos, el Salvador y el jefe y, por su medio, al Padre. Y no solamente hemos de hacerlo en determinados días, sino continuamente, durante toda la vida y de las más variadas formas.

En realidad, la raza escogida, justificada por el precepto, dice: Siete veces al día te alabo. No es, pues, en un lugar determinado, ni en un templo escogido, ni en ciertas fiestas o en días fijos, sino que durante toda la vida y en todas partes, el verdadero «gnóstico» —viva solo o en una comunidad que comparte su fe— honra a Dios, esto es, le da gracias por el conocimiento, vector de su vida.

Si ya la presencia de un hombre virtuoso, observante y respetuoso, no deja de conformar e influir beneficiosamente en aquel con quien convive, ¿cómo no se hará normalmente cada día mejor en todo: acciones, palabras y sentimientos, el que está continuamente en la presencia de Dios por el conocimiento, el estilo de vida y la acción de gracias? Tal es el que está persuadido de que Dios está en todas partes, sin estar circunscrito a lugares estables y determinados.

Viviendo, pues, toda nuestra vida como un día de fiesta, en la firme persuasión de que la omnipotencia divina llena el universo, lo alabamos cuando cultivamos los campos, navegamos al son de himnos, y en cualquier circunstancia de la vida nos comportamos paralelamente. El auténtico «gnóstico» vive íntimamente unido a Dios, y en todas las cosas hace gala de gravedad e hilaridad; gravedad por su constante atención a Dios, hilaridad por cuanto los dones de Dios los considera como bienes humanos.

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Y aun cuando se nos den los bienes sin pedirlos, no por eso es superflua la oración de petición. La misma acción de gracias y la petición de cuanto puede colaborar a la conversión del prójimo son ya acciones típicas del «gnóstico». Con idéntica finalidad oró el mismo Señor, dando gracias por haber llevado a feliz término su ministerio, rogando que cuantos más mejor consiguiesen la sabiduría, y así los que se salvan den gloria a Dios por saberse salvados, y el que es el único bueno y el único salvador sea reconocido mediante el Hijo, por los siglos infinitos. Por otra parte, la misma fe por la que uno cree que ha de recibir lo que pide es una forma de petición, ínsita en el ánimo del «gnóstico».

Además, si la oración es una ocasión de conversar con Dios, no hemos de dejar pasar ni una sola ocasión de acceder a Dios. Ciertamente que la santidad del «gnóstico» en sintonía con la divina providencia, mediante una espontánea confesión, es una prueba fehaciente del perfecto don de Dios. La solicitud de la providencia, la santidad del «gnóstico» y la recíproca benevolencia del amigo de Dios son realidades interdependientes.

Dios no hace el bien por necesidad, sino que libremente otorga sus favores a quienes espontáneamente se convierten. La providencia que nos viene de lo alto no es en manera alguna servil, como si actuara en un proceso ascendente de peor a mejor, sino que las continuas actuaciones de la providencia se ejercen teniendo en cuentanuestra humana debilidad, como lo hace el pastor con sus ovejas, el rey con sus súbditos, y nosotros con nuestros superiores, que gobiernan a quienes les fueron encomendados, de acuerdo con las órdenes recibidas de Dios. Por tanto, son siervos y adoradores de Dios cuantos le prestan un acatamiento y le rinden un culto obsequioso y verdaderamente regio. Lo cual se realiza mediante una mentalidad recta y mediante el conocimiento.

VIERNES XIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Nehemías 12, 27-47

Inauguración de las murallas de Jerusalén

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 47 (16-17: PL 14, 1152-1153)

Él mismo fundó su Iglesia

Oh Dios, hemos recibido tu misericordia en medio de tu templo. Si el Hijo de Dios es llamado templo, lo es en elsentido en que él mismo dijo de su cuerpo: destruid este templo y en tres días lo levantaré. Templo de Dios es realmente el cuerpo de Cristo, en el que se llevó a cabo la purificación de nuestros pecados. Templo de Dios es realmente aquella carne, en la que no pudo haber contagio alguno de pecado, antes bien ella fue la víctima sacrificada por el pecado de todo el mundo.

Templo de Dios fue realmente aquella carne, en que refulgía la imagen de Dios y en la que la plenitud de la divinidad habitaba corporalmente, ya que el mismo Cristo es esa plenitud. Por tanto, a él se le dice: Oh Dios, hemos recibido tu misericordia en medio de tu templo. Y ¿qué significa esto sino aquello que dijo: En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis, esto es, está en medio de vosotros y vosotros no lo veis? Si por el

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contrario se refiere al Padre, ¿qué significa: en medio de tu templo, sino que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo?

En este templo, pues, hemos recibido —dice— tu misericordia, esto es, a la Palabra que se hizo carne y acampó entre nosotros. Pues del mismo modo que Cristo es la redención, es también la misericordia. Porque, ¿cabe mayor misericordia que ofrecerse como víctima por nuestros delitos para lavar con su sangre al mundo, cuyo pecado de ningún otro modo hubiese sido posible abolir?

En efecto, si hablando de los santos, dijo el Apóstol: Vosotros sois el templo de Dios, y el Espíritu Santo habita en vosotros, con cuánta mayor razón no podré llamar templo de Dios a la humanidad del Señor Jesús, del que leemos que estuvo siempre lleno del Espíritu Santo, como él mismo lo atestigua, diciendo: Yo he sentido que una fuerza ha salido de mí, cuya fuerza sanaba las acerbas heridas de todos.

Lo que dijo de haber él recibido, junto con el pueblo, la misericordia de Dios en medio de su templo, puede entenderse también en el sentido de que él mismo fundó su Iglesia y la propagó para siempre; de que él mismo, junto con su Hijo unigénito, confirió realmente esta gracia a su pueblo, a la vez que le presentaba como constructor, diciendo: edificará una ciudad. Ciudad que, dilatada por todo el orbe de la tierra, hizo que la tierra se llenara de su alabanza y de su nombre. Pues si está escrito: La tierra está llena de su alabanza, lo está también: Se le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre», de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios padre.

SÁBADO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 59, 1-15

Liturgia penitencial

SEGUNDA LECTURA

Selección de las Sentencias de los Padres y de los relatos de Juan Mosco y otros autores (Patericon 196: CSCO, Scriptores Aethiopici, t. 54, 118-121)

Haz penitencia y vuelve al Señor

Haz penitencia y vuelve al temor del Señor, tu Dios; esfuérzate en practicar el ayuno, la oración, la súplica y las lágrimas. Dame ocasión de hacer tu panegírico y haré que lleguen hasta tu Dios tus buenas obras, el suave olor de tus ayunos, de tus limosnas, de tu oración, de tu misericordia para con los pobres, a fin de que mi rostro rebose de gozo con mis hermanos los ángeles, y descienda sobre ti el Espíritu Santo, e inmediatamente serás contado con los justos y los buenos, que el día de la retribución escucharán una palabra de gozo.

Vuelve al Señor, oh alma, por la penitencia, pues te aproxima a Dios y Dios es bueno. ¿Qué es la penitencia? Apartarse del pecado, renunciar al deseo y abandonar la conducta anterior; aceptar una norma de vida a base de frecuentes ayunos, asidua oración, servicio diligente, todo ello acompañado de lágrimas noche y día.

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Practica el amor a los pobres: Dios lo prefiere al sacrificio que sube a su presencia; huye de las delicias del cuerpo y atiende, en cambio, con solicitud a tu alma; purifica tus manchas a fin de que gustes qué bueno es el Señor: entonces descenderá sobre ti su luz, y quedarás a salvo de la tentación del enemigo, pues el Señor prometió acoger a quienes acuden a él, haciéndoles el don de su misericordia.

Escucha con atención: no frecuentes las reuniones mundanas, ni te des a la excesiva comida y bebida, no sea que pierdas lo que el Señor prometió a los buenos y justos. Y de esta forma, oh alma, con las limosnas que hicieres ahora se irá edificando tu morada y con el óleo de la misericordia arderá tu lámpara en el reino de los cielos. Da fe a a palabra que el Señor pronunció en el evangelio: Yo soy manso y humilde y mi carga es ligera; venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. ¡Oh pobre alma! Muchos son tus pecados, pero su misericordia es más grande que los pecados de todo el mundo. Acércate a su perdón y a su misericordia y hará brillar sobre ti su Espíritu. Ahoga en lágrimas tus pecados y descenderá sobre ti el bien.

Mira, acabo de exponerte con claridad todas las cosas y te he indicado el camino de la vida, que es la penitencia. Ella te ayudará a acercarte al Señor y te dará a gustar el manjar del paraíso. Arropa a los pobres con tu manto y protégelos del rigor del invierno; llena su estómago y multiplica tus ayunos.

Haz penitencia y vuelve al Señor, y acógete a su infinita misericordia, pues que se la prometió a cuantos le invocan. Oh alma, mira que nuestro Señor ha dicho: Nadie conoce su hora. Date prisa en alcanzar la salvación, presenta tu ofrenda y, en la palestra del hacer cotidiano, adquiere la paciencia, la humildad, el silencio de la lengua, la pureza, el amor a los pobres, y habrás cosechado la justicia. Si esto hicieres, los bienes lloverán sobre ti. Y a nuestro Señor Jesucristo, Hijo del Señor, la magnificencia y el honor por los siglos de los siglos. Amén.

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de los Proverbios 1, 1-7.20-33

Exhortación a elegir la sabiduría

SEGUNDA LECTURA

San Efrén de Nísibe, Comentario sobre el Diatésaron (Cap 1, 18-19: SC 121, 52-53)

La palabra de Dios, fuente inagotable de vida

¿Quién hay capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrara su reflexión.

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La palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y manó de todos lados una bebida espiritual. Comieron —dice el Apóstol— el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual.

Aquel, pues, que llegue a alcanzar alguna parte del tesoro de esta palabra no crea que en ella se halla solamente lo que él ha hallado, sino que ha de pensar que, de las muchas cosas que hay en ella, esto es lo único que ha podido alcanzar. Ni por el hecho de que esta sola parte ha podido llegar a ser entendida por él, tenga esta palabra por pobre y estéril y la desprecie, sino que, considerando que no puede abarcarla toda, dé gracias por la riqueza que encierra. Alégrate por lo que has alcanzado, sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente. La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer la fuente, porque, si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo beber de ella; en cambio, si al saciarse tu sed se secara también la fuente, tu victoria sería en perjuicio tuyo.

Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia. Lo que, por tu debilidad, no puedes recibir en un determinado momento lo podrás recibir en otra ocasión, si perseveras. Ni te esfuerces avaramente por tomar de un solo sorbo lo que no puede ser sorbido de una vez, ni desistas por pereza de lo que puedes ir tomando poco a poco.

LUNES XIV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de los Proverbios 3,1-20

Cómo encontrar sabiduría

SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 15 sobre diversas materias (PL 184, 577 579)

Hay que buscar la sabiduría

Trabajemos para tener el manjar que no se consume: trabajemos en la obra de nuestra salvación. Trabajemos en la viña del Señor, para hacernos merecedores del denario cotidiano. Trabajemos para obtener la sabiduría, ya que ella afirma: Los que trabajan para alcanzarme no pecarán. El campo es el mundo —nos dice aquel que es la Verdad—; cavemos en este campo; en él se halla escondido un tesoro que debemos desenterrar. Tal es la sabiduría, que ha de ser extraída de lo oculto. Todos la buscamos, todos la deseamos.

Si queréis preguntar —dice la Escritura—, preguntad, convertíos, venid. ¿Te preguntas de dónde te has de convertir? Refrena tus deseos, hallamos también escrito. Pero, si en mis deseos no encuentro la sabiduría —dices—, dónde la hallaré? Pues mi alma la desea con vehemencia, y no me contento con hallarla, si es que llego a hallarla, sino que echo en mi regazo una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. Y esto con razón.

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Porque, dichoso el que encuentra sabiduría, el que alcanza inteligencia. Búscala, pues, mientras puede ser encontrada; invócala, mientras está cerca.

¿Quieres saber cuán cerca está? La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón; sólo a condición de que la busques con un corazón sincero. Así es como encontrarás la sabiduría en tu corazón, y tu boca estará llena de inteligencia, pero vigila que esta abundancia de tu boca no se derrame a manera de vómito.

Si has hallado la sabiduría, has hallado la miel; procura no comerla con exceso, no sea que, harto de ella, la vomites. Come de manera que siempre quedes con hambre. Porque dice la misma sabiduría: El que me come tendrá más hambre. No tengas en mucho lo que has alcanzado; no te consideres harto, no sea que vomites y pierdas así lo que pensabas poseer, por haber dejado de buscar antes de tiempo. Pues no hay que desistir en esta búsqueda y llamada de la sabiduría, mientras pueda ser hallada, mientras esté cerca. De lo contrario, como la miel daña —según dice el Sabio— a los que comen de ella en demasía, así el que se mete a escudriñar la majestad será oprimido por su gloria.

Del mismo modo que es dichoso el que encuentra sabiduría, así también es dichoso, o mejor, más dichoso aún, el hombre que piensa en la sabiduría; esto seguramente se refiere a la abundancia de que hemos hablado antes.

En estas tres cosas se conocerá que tu boca está llena en abundancia de sabiduría o de prudencia: si confiesas de palabra tu propia iniquidad, si de tu boca sale la acción de gracias y la alabanza y si de ella salen también palabras de edificación. En efecto, por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación. Y además, lo primero que hace el justo al hablar es acusarse a sí mismo: y así, lo que debe hacer en segundo lugar es ensalzar a Dios, y en tercer lugar (si a tanto llega la abundancia de su sabiduría) edificar al prójimo.

MARTES XIV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de los Proverbios 8, 1-5.12-26

Alabanza de la sabiduría eterna

SEGUNDA LECTURA

San Atanasio de Alejandría, Sermón '2 contra los arrianos (78.81-82: PG 26, 311.319)

El conocimiento del Padre por medio de la Sabiduría creadora y hecha carne

La Sabiduría unigénita y personal de Dios es creadora y hacedora de todas las cosas. Todo —dice, en efecto, el salmo— lo hiciste con sabiduría, y también: La tierra está llena de tus criaturas. Pues, para que las cosas creadas no sólo existieran, sino que también existieran debidamente, quiso Dios acomodarse a ellas por su Sabiduría, imprimiendo en todas ellas en conjunto y en cada una en particular cierta similitud e imagen de sí mismo, con lo cual se hiciese patente que las cosas creadas están embellecidas con la Sabiduría y que las obras de Dios son dignas de él.

Porque, del mismo modo que nuestra palabra es imagen de la Palabra, que es el Hijo de Dios, así también la sabiduría creada es también imagen de esta misma Palabra, que se

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identifica con la Sabiduría; y así, por nuestra facultad de saber y entender, nos hacemos idóneos para recibir la Sabiduría creadora y, mediante ella, podemos conocer a su Padre. Pues, quien posee al Hijo —dice la Escritura—posee también al Padre, y también: El que me recibe, recibe al que me ha enviado. Por tanto, ya que existe en nosotros y en todos una participación creada de esta Sabiduría, con toda razón la verdadera y creadora Sabiduría se atribuye las propiedades de los seres, que tienen en sí una participación de la misma, cuando dice: El Señor me creó al comienzo de sus obras.

Mas, como en la sabiduría de Dios, según antes hemos explicado, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación para salvar a los creyentes. Porque Dios no quiso ya ser conocido, como en tiempos anteriores, a través de la imagen y sombra de la sabiduría existente en las cosas creadas, sino que quiso que la auténtica Sabiduría tomara carne, se hiciera hombre y padeciese la muerte de cruz, para que, en adelante, todos los creyentes pudieran salvarse por la fe en ella.

Se trata, en efecto, de la misma Sabiduría de Dios, que antes, por su imagen impresa en las cosas creadas (razón por la cual se dice de ella que es creada), se daba a conocer a sí misma y, por medio de ella, daba a conocer a su Padre. Pero después, esta misma Sabiduría, que es también la Palabra, se hizo carne, como dice san Juan, y, habiendo destruido la muerte y liberado nuestra raza, se reveló con más claridad a sí misma y, a través de sí misma, reveló al Padre; de ahí aquellas palabras suyas: Haz que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.

De este modo, toda la tierra está llena de su conocimiento. En efecto, uno solo es el conocimiento del Padre a través del Hijo, y del Hijo por el Padre; uno solo es el gozo del Padre y el deleite del Hijo en el Padre, según aquellas palabras: Yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia.

MIÉRCOLES XIV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de los Proverbios 9, 1-18

La sabiduría y la locura

SEGUNDA LECTURA

Procopio de Gaza, Comentario sobre el libro de los Proverbios (Cap 9: PG 87, 1,1299-1303)

La sabiduría de Dios nos mezcló su vino y puso su mesa

La Sabiduría se ha construido su casa. La Potencia personal de Dios Padre se preparó como casa propia todo el universo, en el que habita por su poder, y también lo preparó para aquel que fue creado a imagen y semejanza de Dios y que consta de una naturaleza en parte visible y en parte invisible.

Plantó siete columnas. Al hombre creado de nuevo en Cristo, para que crea en él y observe sus mandamientos, le ha dado los siete dones del Espíritu Santo; con ellos, estimulada la virtud por el conocimiento y recíprocamente manifestado el conocimiento

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por la virtud, el hombre espiritual llega a su plenitud, afianzado en la perfección de la fe por la participación de los bienes espirituales.

Y así, la natural nobleza del espíritu humano queda elevada por el don de fortaleza, que nos predispone a buscar con fervor y a desear los designios divinos, según los cuales ha sido hecho todo; por el don de consejo, que nos da discernimiento para distinguir entre los falsos y los verdaderos designios de Dios, increados e inmortales, y nos hace meditarlos y profesarlos de palabra al darnos la capacidad de percibirlos; y por el don de entendimiento, que nos ayuda a someternos de buen grado a los verdaderos designios de Dios y no a los falsos.

Ha mezclado el vino en la copa y puesto la mesa. Y en el hombre que hemos dicho, en el cual se hallan mezclados como en una copa lo espiritual y lo corporal, la Potencia personal de Dios juntó a la ciencia natural de las cosas el conocimiento de ella como creadora de todo; y este conocimiento es como un vino que embriaga con las cosas que atañen a Dios. De este modo, alimentando a las almas en la virtud por sí misma, que es el pan celestial, y embriagándolas y deleitándolas con su instrucción, dispone todo esto a manera de alimentos destinados al banquete espiritual, para todos los que desean participar del mismo.

Ha despachado a sus criados para que anuncien el banquete. Envió a los apóstoles, siervos de Dios, encargados de la proclamación evangélica, la cual, por proceder del Espíritu, es superior a la ley escrita y natural, e invita a todos a que acudan a aquel en el cual, como en una copa, por el misterio de la encarnación, tuvo lugar una mezcla admirable de la naturaleza divina y humana, unidas en una sola persona, aunque sin confundirse entre sí. Y clama por boca de ellos: «Los faltos de juicio, que vengan a mí. El insensato, que piensa en su interior que no hay Dios, renunciando a su impiedad, acérquese a mí por la fe, y sepa que yo soy el Creador y Señor de todas las cosas».

Y dice: Quiero hablar a los faltos de juicio: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado. Y, tanto a los faltos de obras de fe como a los que tienen el deseo de una vida más perfecta, dice: «Venid, comed mi cuerpo, que es el pan que os alimenta y fortalece; bebed mi sangre, que es el vino de la doctrina celestial que os deleita y os diviniza; porque he mezclado de manera admirable mi sangre con la divinidad, para vuestra salvación».

JUEVES XIV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de los Proverbios 10, 6-32

Sentencias diversas

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 36 (65-66: CSEL 64, 123-125)

Abre tu boca a la palabra de Dios

En todo momento, tu corazón y tu boca deben meditar la sabiduría, y tu lengua proclamar la justicia, siempre debes llevar en el corazón la ley de tu Dios. Por esto, te dice la Escritura: Hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado.

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Hablemos, pues, del Señor Jesús, porque él es la sabiduría, él es la palabra, y Palabra de Dios.

Porque también está escrito: Abre tu boca a la palabra de Dios. Por él anhela quien repite sus palabras y las medita en su interior. Hablemos siempre de él. Si hablamos de sabiduría, él es la sabiduría; si de virtud, él es la virtud; si de justicia, él es la justicia; si de paz, él es la paz; si de la verdad, de la vida, de la redención, él es todo esto.

Está escrito: Abre tu boca a la palabra de Dios. Tú ábrela, que él habla. En este sentido dijo el salmista: Voy a escuchar lo que dice el Señor, y el mismo Hijo de Dios dice: Abre tu boca que te la llene. Pero no todos pueden percibir la sabiduría en toda su perfección, como Salomón o Daniel; a todos, sin embargo, se les infunde, según su capacidad, el espíritu de sabiduría, con tal de que tengan fe. Si crees, posees el espíritu de sabiduría.

Por esto, medita y habla siempre las cosas de Dios, estando en casa. Por la palabra casa podemos entender la iglesia o, también, nuestro interior, de modo que hablemos en nuestro interior con nosotros mismos. Habla con prudencia, para evitar el pecado, no sea que caigas por tu mucho hablar. Habla en tu interior contigo mismo como quien juzga. Habla cuando vayas de camino, para que nunca dejes de hacerlo. Hablas por el camino si hablas en Cristo, porque Cristo es el camino. Por el camino, háblate a ti mismo, habla a Cristo. Atiende cómo tienes que hablarle: Quiero —dice-- que los hombres recen en cualquier lugar alzando las manos limpias de iras y divisiones. Habla, oh hombre, cuando te acuestes, no sea que te sorprenda el sueño de la muerte. Atiende cómo debes hablar al acostarte: No daré sueño a mis ojos, ni reposo a mis párpados, hasta que encuentre un lugar para el Señor, una morada para el Fuerte de Jacob.

Cuando te levantes, habla también de él, y cumplirás así lo que se te manda. Fíjate cómo te despierta Cristo. Tu alma dice: Oigo a mi amado que llama, y Cristo responde: Abreme, amada mía. Ahora ve cómo despiertas tú a Cristo. El alma dice: ¡Muchachas de Jerusalén, os conjuro que no vayáis a molestar, que no despertéis al amor! El amor es Cristo.

VIERNES XIV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de los Proverbios 15, 8-9.16-17.25-26.29.33; 16, 1-9; 17, 5

El hombre ante Dios

SEGUNDA LECTURA

Selección de las Sentencias de los Padres y de los relatos de Juan Mosco y otros autores (Patericon 142b: CSCO, Scriptores Aethiopici, t. 54, 62-64)

Considérate pecador si quieres llegar a ser justo

Dijo el sabio: El que oculta su crimen no prosperará, el que lo confiesa y se enmienda será compadecido. Soporta la iniquidad y el mundo lo tendrá por ignominia. El corazón del Señor se fija en los soberbios para humillarlos. La humildad es objeto de una misericordia eterna.

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Hazte pequeño en todo quehacer humano y te exaltará sobre los príncipes del mundo; sea modesto tu talante ante cualquier hombre, y adelántate a saludarlos como a personas importantes. Quien se cree superior por su sabiduría, será considerado pequeño ante los hombres, aunque sea realmente sabio y docto, y es sabio sólo para sí mismo por sus descubrimientos. Dichoso quien se presta para cualquier trabajo, pues será exaltado sobre todos.

El que por el Señor se humilla y ante el Señor se empequeñece, da gloria al Señor; el que por el Señor padecehambre y sed, lo colmará de bienes; el que por el Señor reparte consuelo, lo vestirá de ornamentos gloriosos; el que es pobre y se aflige por el Señor, Dios lo consolará con aquellas verdaderas riquezas.

Desprecia tu vida a causa del Señor, para que tu fama se difunda —sin tú saberlo— por todos los días de tu vida. Considérate pecador si quieres llegar a ser justo. Sé humilde en tu propia sabiduría y no te jactes de tu saber. Frecuenta el trato de los buenos para, por su medio, acercarte al Señor. Cultiva la compañía de los humildes para que aprendas su modo de vivir.

Conviene que el monje tenga el corazón siempre preparado para cualquier obra celestial y que jamás dé cabida a la tristeza en sus pensamientos. Quien siembra entre espinas nunca llegará a cosechar: ya se pierde su alma con ese su afán de sobresalir, de acumular y con toda clase de malas obras. Los ojos del Señor se fijan en los humildes. La oración del humilde pasa directamente de la boca al oído. El espíritu de servicio y la humildad hacen al hombre Dios en la tierra. La fe y la misericordia pronto florecen en sabiduría.

Dichosos los que, por amor del Señor, se sumergen en las tribulaciones, sin ira ni tristeza: al desaparecer éstas, inmediatamente consiguen la salvación, acogidos al puerto de la Divinidad y se dirigen a la casa de Dios por el camino de las buenas obras, donde descansan de sus fatigas y gozan del fruto de su esperanza. Los que corren en alas de la esperanza no se sienten acobardados por las tribulaciones del camino ni desisten de la búsqueda. Y cuando finalmente salen del mar, contemplan y alaban al Señor que los ha salvado de la perdición y de una multitud de dificultades que ellos desconocían, pues nunca pensaron en hacer una exhibición.

Mejor es morir por el Señor que vivir en la ignominia y en la impotencia. Piensa siempre en lo que sucederá después de la muerte, y nunca en tu alma tendrá cabida la debilidad. Opta por hacer el bien según el Señor, y accederás a él. No te dejes seducir por el doble de corazón y sigue tu camino confiando en la gracia del Señor, no sea que te esfuerces en vano. Abriga en tu corazón la firme seguridad de que el Señor es misericordioso y que otorgará su gracia a los que lo buscan, y no en la medida de nuestras obras, sino según la medida de nuestro amor y de nuestra fe, como dice la Escritura: Que se cumpla lo que has creído.

SÁBADO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de los Proverbios 31, 10-31

Elogio de la mujer hacendosa

San Elredo de Rievaulx, Sermón en la Epifanía (Edit C.H. Talbot, SSOC, I, 1952, 40-41)

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Sobre el pueblo bien dispuesto que se prepara para el Señor

Veamos cuál es el proceso para la celebración de unas bodas. Supongamos que uno quiere casarse con una mujer digna. Elige una entre muchas, envía emisarios que la informen de sus proyectos nupciales, que alaben su hermosura, ponderen sus riquezas, se hagan lenguas de su sabiduría. De esta forma, la doncella se enamora del pretendiente. El amor excita el deseo, el deseo provoca el encuentro, el encuentro predispone al consentimiento, y finalmente se celebra el banquete nupcial. Se prepara una gran variedad de manjares y bebidas, se matan animales, y se pone a disposición de los comensales un copioso surtido de cosas deliciosas.

Pues bien, alcemos los ojos y pasemos de lo corporal a lo espiritual. Dios, el Hijo de Dios subsistente en el seno del Padre, desde su morada observó a todos los habitantes de la tierra, y descubrió una entre muchas, e inmediatamente quedó prendado de su belleza. ¿De quién se trata? Lo diré de modo que lo entendáis. Se trata de aquella santa sociedad a la que él eligió antes de crear el mundo y la predestinó a ser llamada, justificada, glorificada. ¿Cómo la ve? No como nosotros, para quienes el pasado es un enigma, el futuro una incógnita y para quienes apenas si son claras las realidades que caen bajo el campo de nuestra observación. El ve con claridad toda aquella santa sociedad desde el primero al último de los elegidos. Y no los ve uno después del otro, ni uno ahora y luego otro, sino que de una vez, siempre y de idéntico modo abarca a toda aquella sociedad de suyo negra, pero blanca por obra suya; hermosa de suyo, prostituida a los demonios, preparada por obra suya para el dulcísimo abrazo. Esta es la que eligió, ésta a la que amó, y no por interés personal, sino para lavarla de su inmundicia, para sanar sus enfermedades, liberarla de la esclavitud, para, en su miseria, hacerla feliz uniéndola a sí.

Ahora bien, como esto no podía realizarlo a menos que la amada correspondiera libremente al amor del amante, envió mensajeros que lo anunciaran, alabaran su hermosura, ponderasen su sabiduría y se hiciesen lenguas de su poder y de sus riquezas. Tuvo ciertamente mensajeros, a quienes reveló sus secretos, mostrándoles, en una luz inefable, el misterio de su encarnación, lo profundo de la elección, lo ancho de la vocación, lo alto de las promesas y lo largo de la expectación. Así pues, lo que ellos aprendieron por revelación —como personas capaces de abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo—, esto es lo que ellos enseñaron a los demás. Pues, aun cuando la sociedad dichosa de todos los elegidos sea una sola, según lo dicho: Una sola es mi paloma, no obstante se llaman mensajeros del Salvador aquellos que, inspirados por él, anunciaron su venida.

Pero veamos ya cómo estos mensajeros inflaman a la esposa elegida en el amor del Señor. Dirigiéndose a ella, le dice el santo Moisés: Dios os suscitará un profeta como yo; a él le escucharéis en todo cuanto os dijere. Como yo, dice. Para aquellos tiempos, era ésta una gran alabanza. ¿Qué fiel de aquel tiempo no se inflamaría en amor a Cristo, sabiendo que sería semejante a Moisés? Tampoco Jeremías silenció sus alabanzas, pues dijo: Este es nuestro Dios y no hay otro fuera de él. Así que, hermanos, basten estos testimonios de las Escrituras, pues con estas poquísimas palabras puede muy bien el alma de esta elegidaencenderse en ansias de su amor. El amor excitó el deseo, el deseo espiritual mereció el encuentro con el amado y de esta forma, con la fe como intermediario, se produjo el mutuo consentimiento: y fíjate, ya se está preparando el banquete nupcial.

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DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Job 1, 1-22

Job, privado de sus bienes

SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía sobre el paralítico bajado por el techo (PG 51, 62-63)

Un certísimo ejemplo de paciencia

No sólo del nuevo, sino también del antiguo Testamento podemos sacar ejemplos estimulantes. En efecto, cuando oyes que Job después de la pérdida de su fortuna, después de la muerte de sus rebaños, perdió no uno ni dos ni tres, sino a todos sus numerosos hijos en la flor de la edad, después de tanta presencia de ánimo, aun cuando fueras el más débil de todos, fácilmente podrás consolarte y reanimarte.

Pues tú al menos, oh hombre que me escuchas, pudiste asistir a tu hijo enfermo, le viste postrado en el lecho, escuchaste sus últimas palabras y estuviste presente cuando exhaló su último aliento, le cerraste los ojos y la boca; en cambio él ni estuvo presente cuando sus hijos exhalaron el postrer aliento, ni los vio cuando expiraban. Bien al contrario, todos fueron sepultados en una sola tumba entre las paredes de su propia casa. Y no obstante, después de tantas y tan graves calamidades no lloró, ni se impacientó. Y ¿qué es lo que dijo? El Señor me lo quitó; como al Señor le plugo así ha sucedido: bendito sea el nombre del Señor por los siglos.

Eso mismo hemos de repetir nosotros en cualquier contratiempo que nos sobreviniere, tanto si se trata de un quebranto en la fortuna, o de una enfermedad corporal, de un ultraje, de una calumnia u otra cualquier desgracia humana, repitamos: El Señor me lo dio, el Señor me lo Quitó como al Señor le plugo así ha sucedido: bendito sea el nombre del Señor por los siglos.

Si nos penetramos de esta verdad, jamás sufriremos detrimento alguno, aun cuando tengamos que soportar desgracias sin cuento: dichas palabras te acarrearán más ganancias que pérdidas, más bienes que males, pues Dios se te mostrará propicio y destruirás la tiranía del enemigo. En efecto, apenas la lengua ha pronunciado tales palabras, inmediatamente el diablo se bate en retirada: y al retirarse él, se disipan asimismo las nubes de la tristeza y, con ella, al punto se ponen en fuga los pensamientos que nos afligen. De esta forma, además de los bienes de esta vida, conseguirás todos los que nos están reservados en el cielo. Tienes de ello un ciertísimo ejemplo en Job y en los apóstoles, quienes, habiendo despreciado por Dios los males de este mundo, consiguieron los bienes eternos.

Sigamos, pues, su ejemplo, y en todas las cosas que nos acaecieren demos gracias al buen Dios, de modo que vivamos sin percances la presente vida y disfrutemos de los bienes futuros, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder siempre, ahora y por la eternidad, y por los siglos de los siglos. Amén.

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LUNES XV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 2, 1-13

Job, herido con llagas malignas, es visitado por sus amigos

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job (Lib 3, 15-16: PL 75, 606-608)

Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?

El apóstol Pablo, considerando en sí mismo las riquezas de la sabiduría interior y viendo al mismo tiempo que en lo exterior no es más que un cuerpo corruptible, dice: Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro. En el bienaventurado Job, la vasija de barro experimenta exteriormente las desgarraduras de sus úlceras, pero el tesoro interior permanece intacto. En lo exterior crujen sus heridas, pero del tesoro de sabiduría que nace sin cesar en su interior emanan estas palabras llenas de santas enseñanzas: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? Entendiendo por bienes los dones de Dios, tanto temporales como eternos, y por males las calamidades presentes, acerca de las cuales dice el Señor por boca del profeta: Yo soy el Señor, y no hay otro; artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia.

Artífice de la luz, creador de las tinieblas, porque, cuando por las calamidades exteriores son creadas las tinieblas del sufrimiento, en lo interior se enciende la luz del conocimiento espiritual. Autor de la paz, creador de la desgracia, porque precisamente entonces se nos devuelve la paz con Dios, cuando las cosas creadas, que son buenas en sí, pero que no siempre son rectamente deseadas, se nos convierten en calamidades y causa de desgracia. Por el pecado perdemos la unión con Dios; es justo, por tanto, que volvamos a la paz con él a través de las calamidades; de este modo, cuando cualquier cosa creada, buena en sí misma, se nos convierte en causa de sufrimiento, ello nos sirve de corrección, para que volvamos humildemente al autor de la paz.

Pero, en estas palabras de Job, con las que responde a las imprecaciones de su esposa, debemos considerar principalmente lo llenas que están de buen sentido. Dice, en efecto: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? Es un gran consuelo en medio de la tribulación acordarnos, cuando llega la adversidad, de los dones recibidos de nuestro Creador. Si acude en seguida a nuestra mente el recuerdo reconfortante de los dones divinos, no nos dejaremos doblegar por el dolor. Por esto, dice la Escritura: En el día dichoso no te olvides de la desgracia, en el día desgraciado no te olvides de la dicha.

En efecto, aquel que en el tiempo de los favores se olvida del temor de la calamidad cae en la arrogancia por su actual satisfacción. Y el que en el tiempo de la calamidad no se consuela con el recuerdo de los favores recibidos es llevado a la más completa desesperación por su estado mental.

Hay que juntar, pues, lo uno y lo otro, para que se apoyen mutuamente; así, el recuerdo de los favores templará el sufrimiento de la calamidad, y la previsión y temor de la calamidad moderará la alegría de los favores. Por esto, aquel santo varón, en medio de los sufrimientos causados por sus calamidades, calmaba su mente angustiada por tantas

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heridas con el recuerdo de los favores pasados, diciendo: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?

MARTES XV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 3, 1-16

Lamentaciones de Job

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 10,1,1—2, 2; 5,7: CSEL 33, 226-227.230-231)

A ti, Señor, me manifiesto tal como soy

Conózcate a ti, Conocedor mío, conózcate a ti como tú me conoces. Fuerza de mi alma, entra en ella y ajústala a ti, para que la tengas y poseas sin mancha ni arruga. Esta es mi esperanza, por eso hablo; y en esta esperanza me gozo cuando rectamente me gozo. Las demás cosas de esta vida tanto menos se han de llorar cuanto más se las llora, y tanto más se han de deplorar cuanto menos se las deplora. He aquí que amaste la verdad, porque el que realiza la verdad se acerca a la luz. Yo quiero obrar según ella, delante de ti por esta mi confesión, y delante de muchos testigos por este mi escrito.

Y ciertamente, Señor, a cuyos ojos está siempre desnudo el abismo de la conciencia humana, ¿qué podría haber oculto en mí, aunque yo no te lo quisiera confesar? Lo que haría sería esconderte a ti de mí, no a mí de ti. Pero ahora, que mi gemido es un testimonio de que tengo desagrado de mí, tú brillas y me llenas de contento, y eres amado y deseado por mí, hasta el punto de llegar a avergonzarme y desecharme a mí mismo y de elegirte sólo a ti, de manera que en adelante no podré ya complacerme si no es en ti, ni podré serte grato si no es por ti.

Comoquiera, pues, que yo sea, Señor, manifiesto estoy ante ti. También he dicho ya el fruto que produce en mí esta confesión, porque no la hago con palabras y voces de carne, sino con palabras del alma y clamor de la mente, que son las que tus oídos conocen. Porque, cuando soy malo, confesarte a ti no es otra cosa que tomar disgusto de mí; y cuando soy bueno, confesarte a ti no es otra cosa que no atribuirme eso a mí, porque tú, Señor, bendices al justo; pero antes de ello haces justo al impío. Así, pues, mi confesión en tu presencia, Dios mío, es a la vez callada y clamorosa: callada en cuanto que se hace sin ruido de palabras, pero clamorosa en cuanto al clamor con que clama el afecto.

Tú eres, Señor, el que me juzgas; porque, aunque ninguno de los hombres conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él, con todo, hay algo en el hombre que ignora aun el mismo espíritu que habita dentro de él; pero tú, Señor, conoces todas sus cosas, porque tú lo has hecho. También yo, aunque en tu presencia me desprecie y me tenga por tierra y ceniza, sé algo de ti que ignoro de mí.

Ciertamente ahora te vemos confusamente en un espejo, aún no cara a cara; y así, mientras peregrino fuera de ti, me siento más presente a mí mismo que a ti; y sé que no puedo de ningún modo violar el misterio que te envuelve; en cambio, ignoro a qué tentaciones podré yo resistir y a cuáles no podré, estando solamente mi esperanza en

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que eres fiel y no permitirás que seamos tentados más de lo que podamos soportar, antes con la tentación das también el éxito, para que podamos resistir.

Confiese, pues, yo lo que sé de mí; confiese también lo que de mí ignoro; porque lo que sé de mí lo sé porque tú me iluminas, y lo que de mí ignoro no lo sabré hasta tanto que mis tinieblas se conviertan en mediodía ante tu presencia.

MIÉRCOLES XV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 4, 1-21

Discurso de Elifaz

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 10, 43, 68-70: CSEL 33, 278-280)

Cristo murió por todos

Señor, el verdadero mediador que por tu secreta misericordia revelaste a los humildes, y lo enviaste para que con su ejemplo aprendiesen la misma humildad, ese mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, apareció en una condición que lo situaba entre los pecadores mortales y el Justo inmortal: pues era mortal en cuanto hombre, y era justo en cuanto Dios. Y así, puesto que la justicia origina la vida y la paz, por medio de esa justicia que le es propia en cuanto que es Dios destruyó la muerte de los impíos al justificarlos, esa muerte que se dignó tener en común con ellos.

¡Oh, cómo nos amaste, Padre bueno, que no perdonaste a tu Hijo único, sino que lo entregaste por nosotros, que éramos impíos! ¡Cómo nos amaste a nosotros, por quienes tu Hijo no hizo alarde de ser igual a ti, al contrario, se rebajó hasta someterse a una muerte de cruz! Siendo como era el único libre entre los muertos, tuvo poder para entregar su vida y tuvo poder para recuperarla. Por nosotros se hizo ante ti vencedor y víctima: vencedor, precisamente por ser víctima; por nosotros se hizo ante ti sacerdote y sacrificio: sacerdote, precisamente del sacrificio que fue él mismo. Siendo tu Hijo, se hizo nuestro servidor, y nos transformó, para ti, de esclavos en hijos.

Con razón tengo puesta en él la firme esperanza de que sanarás todas mis dolencias por medio de él, que está sentado a tu diestra y que intercede por nosotros; de otro modo desesperaría. Porque muchas y grandes son mis dolencias; sí, son muchas y grandes, aunque más grande es tu medicina. De no haberse tu Verbo hecho carne y habitado entre nosotros, hubiéramos podido juzgarlo apartado de la naturaleza humana y desesperar de nosotros.

Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mis miserias, había meditado en mi corazón y decidido huir a la soledad; mas tú me lo prohibiste y me tranquilizaste, diciendo: Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos.

He aquí, Señor, que ya arrojo en ti mi cuidado, a fin de que viva y pueda contemplar las maravillas de tu voluntad. Tú conoces mi ignorancia y mi flaqueza: enséñame y sáname. Tu Hijo único, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y del conocer, me

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redimió con su sangre. No me opriman los insolentes; que yo tengo en cuenta mi rescate, y lo como y lo bebo y lo distribuyo y, aunque pobre, deseo saciarme de él en compañía de aquellos que comen de él y son saciados por él. Y alabarán al Señor los que lo buscan.

JUEVES XV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 5, 1-27

No rechaces la corrección del Señor

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 11, 1, 1-2, 3: CSEL 33, 283-285)

Señor, Dios mío, atiende a mi súplica

Señor, ¿es que siendo tuya la eternidad ignoras acaso lo que te digo o ves en el tiempo lo que se hace en el tiempo? ¿Por qué entonces te cuento estas cosas? No ciertamente para que te enteres de mí, sino porque al narrarlas, potencio mi afecto y el de cuantos esto leyeren hacia ti, de modo que todos exclamemos: Grande es el Señor, y muy digno de alabanza. Lo he dicho y lo repetiré: lo hago por amor de tu amor.

Porque también oramos, y, no obstante, la Verdad dice: Vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que se lo pidáis. Por tanto, al confesarte nuestras miserias y tus misericordias para con nosotros te manifestamos nuestro afecto, para que, llevando a cabo la obra que en nosotros comenzaste, nos libres definitivamente, de suerte que dejemos de ser miserables en nosotros y seamos felices en ti, ya que nos has llamado para que seamos pobres en el espíritu y sufridos y llorosos y sedientos de la justicia y misericordiosos y limpios de corazón y artífices de la paz. Mira, te he contado muchas cosas, las que pude y quise, porque fuiste tú primero el que quisiste que te alabara a ti, Señor, porque eres bueno, y porque es eterna tu misericordia.

Pero, ¿cuándo seré capaz de enunciar con la lengua de mi pluma todas tus exhortaciones, todas tus amenazas, consuelos y providencias, mediante las cuales me condujiste a predicar tu palabra y a administrar tu sacramento en favor de tu pueblo? Y en el supuesto de que fuera capaz de enunciar todo esto por su orden, cada minuto es para mí un tesoro. Y ya hace tiempo que ardo en deseos de meditar tu ley y de confesarte en ella mi ciencia y mi impericia, las primicias de tu iluminación y las reliquias de mis tinieblas hasta que la debilidad sea absorbida por la fortaleza. Y no quiero que se me vayan en otras ocupaciones las horas que me dejan libres las necesidades del cuerpo, la atención al alma y la ayuda que debemos a los hombres y la que no les debemos y, sin embargo, les prestamos.

Señor, Dios mío, atiende a mi súplica, y que tu misericordia escuche mi deseo, un deseo que no sólo me quema a mí, sino que quiere ser útil a la caridad fraterna: y que así es, tú mismo lo lees en mi corazón. Que yo pueda ofrecerte en sacrificio el servicio de mi inteligencia y de mi lengua, y dame tú lo que yo pueda ofrecerte. Pues yo soy un pobre desamparado y tú rico con los que te invocan, y asumes con firmeza el cuidado de nosotros. Circuncida mis labios, interiores y exteriores, de toda temeridad y de toda mentira. Sean tus Escrituras mis castas delicias: ni yo me engañe en ellas ni con ellas

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induzca a otros a engaño. Hazme caso, Señor, y ten piedad de mí; Señor, Dios mío, luz de los ciegos y fortaleza de los débiles y, en un segundo tiempo, luz de los que ven y energía de los fuertes, atiende a mi alma y escucha a quien te grita desde lo hondo.

VIERNES XV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del Libro de Job 6, 1-30

Respuesta de Job, afligido y abandonado de Dios

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre el evangelio de san Mateo (Lib 11, 6: PG 13, 919-923)

¡Ánimo, soy yo!

Si en alguna ocasión llegáramos a caer en el escollo de las tentaciones, acordémonos de que Jesús nos apremió a subir a la barca de la prueba, queriendo que le adelantáramos a la otra orilla. Pues es imposible que quienes no hubieren soportado las tentaciones de las olas y del viento contrario, lleguen a la otra orilla. Así pues, cuando nos viéramos cercados por un sinfín de dificultades y, mediante un moderado esfuerzo hubiéramos logrado en cierto modo esquivarlas, pensemos que nuestra barca se encuentra en mar abierto, sacudida por las olas, que quisieran vernos naufragar en la fe o en otra virtud cualquiera. Pero cuando viéramos que es el espíritu del mal el que arremete contra nosotros, entonces hemos de concluir que el viento nos es contrario.

Ahora bien, cuando soportando el viento contrario hubieran transcurrido las tres vigilias de la noche, esto es, de las tinieblas que acompañan a la tentación, luchando denodadamente según la medida de nuestras fuerzas, procurando escapar al naufragio de la fe, entonces abrigamos la esperanza de que se acercará a nosotros el Hijo de Dios, al filo de la cuarta vigilia, cuando la noche está avanzada y el día se echa encima, para calmar nuestro agitado mar caminando sobre él.

Y cuando viéramos aparecérsenos el Verbo, quizá nos asustemos antes de caer en la cuenta de que estamos en presencia del Salvador; y, pensando ser un fantasma, gritaremos muertos de miedo. Pero él nos dirá en seguida: ¡Animo, soy yo, no tengáis miedo! Y si entre nosotros se hallare otro Pedro, más fuertemente conmovido por las palabras de aliento del Señor, ese Pedro en camino hacia una perfección que todavía no ha alcanzado, bajando de la barca —como huyendo de la tentación que lo acosaba—en un primer momento anduvo queriendo acercarse a Jesús sobre las aguas; pero siendo insuficiente todavía su fe y zarandeado por la duda, sentirá la fuerza del viento, le entrará miedo y empezará a hundirse. Pero no se hundirá, porque a gritos se dirigirá a Jesús, suplicándole:

Señor, sálvame. E inmediatamente, también a este Pedro que le suplica diciendo: Señor, sálvame, el Verbo le tenderá la mano, socorrerá a este hombre, agarrándolo en el preciso momento en que comenzaba a hundirse, y echándole en cara su poca fe y el haber dudado. No obstante, observa que no le dijo: Incrédulo, sino: Hombre de poca fe, y que añadió: ¿Por qué has dudado?, como uno que si bien teniendo un poco de fe, vacila y no se comporta de modo contrario.

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Momentos después, tanto Jesús como Pedro subieron a la barca y amainó el viento. Los de la barca, dándose cuenta de qué peligros habían sido salvados, lo adoraron diciendo: Realmente eres Hijo de Dios.

SÁBADO XV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 7, 1-21

Job se queja ante Dios de la tristeza de la vida

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 10, 26, 37—29, 40: CSEL 33, 255-256)

Toda mi esperanza está puesta en tu gran misericordia

Señor, ¿dónde te hallé para conocerte —porque ciertamente no estabas en mi memoria antes que te conociese—, dónde te hallé, pues, para conocerte, sino en ti mismo, lo cual estaba muy por encima de mis fuerzas? Pero esto fue independientemente de todo lugar, pues nos apartamos y nos acercamos, y, no obstante, esto se lleva a cabo sin importar el lugar. ¡Oh Verdad!, tú presides en todas partes a todos los que te consultan y, a un mismo tiempo, respondes a todos los que te interrogan sobre las cosas más diversas.

Tú respondes claramente, pero no todos te escuchan con claridad. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren. Optimo servidor tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera cuanto a querer aquello que de ti escuchare.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será realmente viva, llena toda de ti. Tú, al que llenas de ti, lo elevas, mas, como yo aún no me he llenado de ti, soy todavía para mí mismo una carga. Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis tristezas, dignas de ser aplaudidas, y no sé de qué parte está la victoria.

¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Contienden también mis tristezas malas con mis gozos buenos, y no sé a quién se ha de inclinar el triunfo. ¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Yo no te oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo estoy enfermo; tú eres misericordioso, y yo soy miserable.

¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo un servicio? ¿Quién hay que guste de las molestias y trabajos? Tú mandas tolerarlos, no amarlos. Nadie ama lo que tolera, aunque ame el tolerarlo. Porque, aunque goce en tolerarlo, más quisiera, sin embargo, que no hubiese que tolerar. En las cosas adversas deseo las prósperas, en las cosas

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prósperas temo las adversas. ¿Qué lugar intermedio hay entre estas cosas, en el que la vida humana no sea una lucha? ¡Ay de las prosperidades del mundo, pues están continuamente amenazadas por el temor de que sobrevenga la adversidad y se esfume la alegría! ¡Ay de las adversidades del mundo, una, dos y tres veces, pues están continuamente aguijoneadas por el deseo de la prosperidad, siendo dura la misma adversidad y poniendo en peligro la paciencia! ¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo sin interrupción un servicio?

Pero toda mi esperanza estriba sólo en tu muy grande misericordia.

DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 11,1-20

Sofar expone la doctrina tradicional

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job (Lib 10, 7-8.10: PL 75. 922.925-926)

La ley del Señor abarca muchos aspectos

La ley de Dios, de que se habla en este lugar, debe entenderse que es la caridad, por la cual podemos siempre leer en nuestro interior cuáles son los preceptos de vida que hemos de practicar. Acerca de esta ley, dice aquel que es la misma Verdad: Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros. Acerca de ella dice san Pablo: Amar es cumplir la ley entera. Y también: Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que con eso cumpliréis la ley de Cristo. Lo que mejor define la ley de Cristo es la caridad, y esta caridad la practicamos de verdad cuando toleramos por amor las cargas de los hermanos.

Pero esta ley abarca muchos aspectos, porque la caridad celosa y solícita incluye los actos de todas las virtudes. Lo que empieza por sólo dos preceptos se extiende a innumerables facetas.

Esta multiplicidad de aspectos de la ley es enumerada adecuadamente por Pablo, cuando dice: El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es ambicioso ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.

El amor es paciente, porque tolera con ecuanimidad los males que se le infligen. Es afable porque devuelve generosamente bien por mal. No tiene envidia, porque, al no desear nada de este mundo, ignora lo que es la envidia por los éxitos terrenos. No presume, porque desea ansiosamente el premio de la retribución espiritual, y por esto no se vanagloría de los bienes exteriores. No se engríe, porque tiene por único objetivo el amor de Dios y del prójimo, y por esto ignora todo lo que se aparta del recto camino.

No es ambicioso, porque, dedicado con ardor a su provecho interior, no siente deseo alguno de las cosas ajenas y exteriores. No es egoísta, porque considera como ajenas

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todas las cosas que posee aquí de modo transitorio, ya quesólo reconoce como propio aquello que ha de perdurar junto con él. No se irrita, porque, aunque sufra injurias, no se incita a sí mismo a la venganza, pues espera un premio muy superior a sus sufrimientos. No lleva cuentas del mal, porque, afincada su mente en el amor de la pureza, arrancando de raíz toda clase de odio, su alma está libre de toda maquinación malsana.

No se alegra de la injusticia, porque, anheloso únicamente del amor para con todos, no se alegra ni de la perdición de sus mismos contrarios. Goza con la verdad, porque, amando a los demás como a sí mismo, al observar en los otros la rectitud, se alegra como si se tratara de su propio provecho. Vemos, pues, cómo esta ley de Dios abarca muchos aspectos.

LUNES XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 12, 1-25

Dios está por encima de toda sabiduría humana

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job (Lih 10, 47-48: PL 75, 946-947)

El testigo interior

El que es el hazmerreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios, y éste lo escuchará. Muchas veces nuestra débil alma, cuando recibe por sus buenas acciones el halago de los aplausos humanos, se desvía hacia los goces exteriores, posponiendo las apetencias espirituales, y se complace, con un abandono total, en las alabanzas que le llegan de fuera, encontrando así mayor placer en ser llamada dichosa que en serlo realmente. Y así, embelesada por las alabanzas que escucha, abandona lo que había comenzado. Y aquello que había de serle un motivo de alabanza en Dios se le convierte en causa de separación de él.

Otras veces, por el contrario, la voluntad se mantiene firme en el bien obrar, y, sin embargo, sufre el ataque de las burlas de los hombres; hace cosas admirables, y recibe a cambio desprecios; de este modo, pudiendo salir fuera de sí misma por las alabanzas, al ser rechazada por la afrenta, vuelve a su interior, y allí se afinca más sólidamente en Dios, al no encontrar descanso fuera. Entonces pone toda su esperanza en el Creador y, frente al ataque de las burlas, implora solamente la ayuda del testigo interior; así, el alma afligida, rechazada por el favor de los hombres, se acerca más a Dios; se refugia totalmente en la oración, y las dificultades que halla en lo exterior hacen que se dedique con más pureza a penetrar las cosas del espíritu.

Con razón, pues, se afirma aquí: El que es el hazmerreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios, y éste lo escuchará, porque los malvados, al reprobar a los buenos, demuestran con éllo cuál es el testigo que buscan de sus actos. En cambio, el alma del hombre recto, al buscar en la oración el remedio a sus heridas, se hace tanto más acreedora a ser escuchada por Dios cuanto más rechazada se ve de la aprobación de los hombres.

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Hay que notar, empero, cuán acertadamente se añaden aquellas palabras: Como lo soy yo; porque hay algunos que son oprimidos por las burlas de los hombres y, sin embargo, no por eso Dios los escucha. Pues, cuando la burla tiene por objeto alguna acción culpable, entonces no es ciertamente ninguna fuente de mérito.

El hombre honrado y cabal es el hazmerreír. Lo propio de la sabiduría de este mundo es ocultar con artificios lo que siente el corazón, velar con las palabras lo que uno piensa, presentar lo falso como verdadero, y lo verdadero como falso.

La sabiduría de los hombres honrados, por el contrario, consiste en evitar la ostentación y el fingimiento, en manifestar con las palabras su interior, en amar lo verdadero tal cual es, en evitar lo falso, en hacer el bien gratuitamente, en tolerar el mal de buena gana, antes que hacerlo; en no quererse vengar de las injurias, en tener como ganancia los ultrajes sufridos por causa de la justicia. Pero esta

honradez es el hazmerreír, porque los sabios de este mundo consideran una tontería la virtud de la integridad. Ellos tienen por una necedad el obrar con rectitud, y la sabiduría según la carne juzga una insensatez toda obra conforme a la verdad.

MARTES XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 13, 13-14, 6

Job apela al juicio de Dios

SEGUNDA LECTURA

San Zenón de Verona, Tratado 15 (2: PL 11, 441-443)

Job era figura de Cristo

Job, en cuanto nos es dado a entender, hermanos muy amados, era figura de Cristo. Tratemos de penetrar en la verdad mediante la comparación entre ambos. Job fue declarado justo por Dios. Cristo es la misma justicia, de cuya fuente beben todos los bienaventurados; de él, en efecto, se ha dicho: Los iluminará un sol de justicia. Job fue llamado veraz. Pero la única verdad auténtica es el Señor, el cual dice en el Evangelio: Yo soy el camino y la verdad.

Job era rico. Pero, ¿quién hay más rico que el Señor? Todos los ricos son siervos suyos, a él pertenece todo el orbe y toda la naturaleza, como afirma el salmo: Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes. El diablo tentó tres veces a Job. De manera semejante, como nos explican los Evangelios, intentó por tres veces tentar al Señor. Job perdió sus bienes. También el Señor, por amor a nosotros, se privó de sus bienes celestiales y se hizo pobre, para enriquecernos a nosotros. El diablo, enfurecido, mató a los hijos de Job. Con parecido furor, el pueblo farisaico mató a los profetas, hijos del Señor. Job se vio manchado por la lepra. También el Señor, al asumir carne humana, se vio manchado por la sordidez de los pecados de todo el género humano.

La mujer de Job quería inducirlo al pecado. También la sinagoga quería inducir al Señor a seguir las tradiciones corrompidas de los ancianos. Job fue insultado por sus amigos. También el Señor fue insultado por sus sacerdotes, los que debían darle culto. Job

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estaba sentado en un estercolero lleno de gusanos. También el Señor habitó en un verdadero estercolero, esto es, en el cieno de este mundo y en medio de hombres agitados como gusanos por multitud de crímenes y pasiones.

Job recobró la salud y la fortuna. También el Señor, al resucitar, otorgó a los que creen en él no sólo la salud, sino la inmortalidad, y recobró el dominio de toda la naturaleza, como él mismo atestigua cuando dice: Todo me lo ha entregado mi Padre. Job engendró nuevos hijos en sustitución de los anteriores. También el Señor engendró a los santos apóstoles como hijos suyos, después de los profetas. Job, lleno de felicidad, descansó por fin en paz. Y el Señor permanece bendito para siempre, antes del tiempo y en el tiempo, y por los siglos de los siglos.

MIÉRCOLES XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 18, 1-21

La luz del impío se apagará

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 11, 2, 3-3, 5: CSEL 33, 282-284)

Mira, tu voz es mi gozo

Tuyo es el día, tuya es la noche: a una indicación tuya vuelan los instantes. Concédeme, pues, tiempo para meditar las profundidades de tu ley y no des con la puerta en las narices a quienes se acercan a llamar a ella. Pues no en vano quisiste que se escribieran los misteriosos secretos de tantas páginas. ¿O es que estos bosques no tienen sus ciervos que en ellos se refugien y recojan, trisquen y pazcan, descansen y rumien?

Oh Señor, perfeccióname y revélamelos. Mira, tu voz es mi gozo, tu voz vale más que todos los placeres juntos. Dame lo que amo: pues amo, e incluso esto es don tuyo. No dejes abandonados tus dones ni desprecies tu hierba sedienta. Te contaré todo lo que descubriere en tus libros, para proclamar tu alabanza, abrevarme en ti y considerar las maravillas de tu ley, desde el principio en que creaste el cielo y la tierra, hasta el reino de tu ciudad santa, que, contigo, será perdurable.

Señor, ten piedad de mí y escucha mi deseo. Pues pienso que no es un deseo terreno: porque no ambiciono oro, ni plata, ni piedras o vestidos suntuosos, ni honores, ni cargos o deleites carnales, ni tampoco lo necesario para el cuerpo y para la presente vida de nuestra peregrinación, cosas todas que se darán por añadidura a todo el que busque el reino de Dios y su justicia.

Fijate, Dios mío, cuál es el origen de mi deseo. Me contaron los insolentes cosas placenteras, pero no según tu voluntad, Señor. He aquí el origen de mi deseo. Fíjate, Padre, mira, ve y aprueba, y sea grato ante el acatamiento de tu misericordia que yo halle gracia ante ti, para que me sean abiertos, al llamar yo, los íntimos secretos de tus palabras. Te lo suplico por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, el hombre de tu diestra, el hijo del hombre, a quien confirmaste como mediador tuyo y nuestro, por medio del cual nos buscaste cuando no te buscábamos, y nos buscaste para que te buscáramos, tu Palabra por la cual hiciste todas las cosas y, entre ellas, también a mí; tu Unigénito, por

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medio del cual llamaste a la adopción al pueblo de los creyentes, y, en él, también a mí: te lo suplico por aquel, que se sienta a tu derecha e intercede ante ti por nosotros, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer. Esos tesoros son los que yo busco en tus libros. Moisés escribió de él: lo dijo el mismo Cristo, lo dijo la Verdad.

Pueda yo escuchar y comprender cómo al principio creaste el cielo y la tierra. Lo escribió Moisés: lo escribió y se fue; marchó de aquí: de ti a ti, pues que ahora no está ante mí. Pues de estar, lo agarraría y le pediría conjurándolo por ti, que me explicara estas cosas, y yo prestaría la atención de mis oídos corporales a los sonidos que brotasen de su boca. Claro que si hablase en hebreo, en vano pulsaría a las puertas de mis sentidos ni de ello mi inteligencia sacaría provecho alguno; en cambio, si me hablara en latín, sabría lo que decía. Pero no pudiendo preguntarle a él, te ruego a ti, oh Verdad, de la que estando lleno él, dijo cosas verdaderas. Te ruego, Dios mío, te ruego, que perdones mis pecados; y tú que concediste a aquel siervo tuyo decir estas cosas, concédeme también a mí poder comprenderlas.

JUEVES XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 19,1-29

Job, desesperado, renace a la esperanza

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 13, 1, 1—2, 3 CSEL 33, 344-347)

Me llamaste para que te invocara

Te invoco, Dios mío, misericordia mía, que me creaste y no te olvidaste del que se olvidó de ti. Te invoco en bien de mi alma, a la que tú preparas para acogerte con el deseo mismo que tú le inspiras. Ahora no abandones al que te invoca, tú que antes de que te invocase me preveniste con un insistente crescendo de los más variados reclamos, para que te oyera de lejos y me convirtiera y me llamaste para que te invocara.

Porque tú, Señor, borraste todos mis méritos malos, para no tener que retribuir las obras de mis manos, con las que te fallé, y previniste todos mis méritos buenos para poder retribuir las obras de tus manos, con las que me hiciste. Porque antes de que yo existiera, existías tú; yo no existía, para que me pudieras otorgar el don de la existencia: y he aquí que, no obstante, existo gracias a tu bondad que previno todo esto que me hiciste y de donde me hiciste. Porque ni tú tenías necesidad de mí, ni yo era un bien tal con el que pudieras ser ayudado, Señor mío y Dios mío. Ni quieres que yo te sirva como si estuvieras fatigado de trabajar, o como si tu poder sufriera merma de no contar con mi ayuda. Ni eres como la tierra, que si no se la cultiva permanece inculta: si he de servirte y darte culto es para recibir el bien de ti, que me das el ser precisamente para colmarme de bienes.

En efecto: de la plenitud de tu bondad subsiste toda criatura, para que el bien —que a ti no podía serte de provecho ni, procediendo de ti, serte igual, y que, sin embargo, podía ser hecho por ti— no faltase. Porque, ¿qué pudieron merecer de ti el cielo y la tierra que tú creaste al principio? Que me digan los méritos que hicieron ante ti tanto la naturaleza espiritual como la corporal, que tú creaste en tu sabiduría, para que de ellas pendieran

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todas las cosas —si bien esbozadas e informes—, cada cual en su género, espiritual o corpóreo, que van a la deriva y en una lejanísima desemejanza tuya. Y aunque lo espiritual informe sea superior a un cuerpo formado, y un cuerpo formado sea preferible a la nada absoluta, todas, como en embrión, dependían de tu Palabra; y sin ella que habría de reconducirlas a tu unidad, no habrían podido ser formadas para ser totalmente buenas y ni siquiera recibir la existencia de ti, único y sumo Bien. ¿Qué pudieron merecer de ti para ser siquiera informes, cuando ni aun esto serían si no fuera por ti?

¿Qué pudo merecer de ti la materia corpórea para existir, aunque opaca y desordenada, ella que ni siquiera sería esto si tú no la hubieras creado? Por tanto, al no existir, mal podía hacer méritos ante ti para llegar a la existencia. O ¿qué pudo merecer de ti la incipiente criatura espiritual para que, aunque tenebrosa, tuviera una existencia fluctuante semejante al abismo, desemejante de ti, si la acción de tu Palabra no la hubiera reconvertido al mismo elemento primordial del que había sido formada, e, iluminada por ella, se transformase en luz, luz que sin ser exactamente igual a ti, es sin embargo conforme a la Forma igual a ti?

Para el espíritu creado lo bueno es estar siempre junto a ti, para no perder, alejándose de ti, la luz conquistada por su conversión a ti, por miedo de recaer en una vida semejante al abismo tenebroso. En otro tiempo, también nosotros —que en cuanto al alma, somos criaturas espirituales—, cuando te volvimos las espaldas, a ti que eres nuestra luz, fuimos efectivamente en esta vida tinieblas, y aún ahora nos debatimos entre los restos de nuestra oscuridad, hasta que seamos, en tu Unigénito, justicia como las altas cordilleras: ya que antes fuimos como tus sentencias: un océano inmenso.

VIERNES XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 22, 1-30

Elifaz exhorta a Job a reconciliarse con Dios

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 13, 21, 31—22, 32: CSEL 33, 369-371)

Tu palabra, oh Dios, es fuente de vida eterna

Tu palabra, oh Dios, es fuente de vida eterna y no pasa: por esa razón, en tu palabra se nos disuade aquel alejamiento de ti, cuando se nos dice: No os ajustéis a este mundo, a fin de que la tierra produzca —regada por la fuente de la vida— el alma viviente, en tu palabra, que por medio de tus evangelistas es vehículo del alma, imitando a los imitadores de tu Cristo.

Porque he aquí, Señor, Dios nuestro y nuestro creador, que cuando fueren apartados del amor del mundo aquellos afectos con los cuales moríamos viviendo mal, y comenzare a ser alma viviente viviendo bien y se cumpliere tu palabra proclamada por boca de tu Apóstol: No os ajustéis a este mundo, se seguirá también lo que inmediatamente añadiste diciendo: Sino transformaos por la renovación de la mente, no ya según la especie, es decir, imitando a los que nos han precedido, ni según el autorizado ejemplo de un hombre superior.

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Pues no dijiste: «Hágase el hombre según su especie», sino: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, para que conozcamos cuál es tu voluntad. Por eso aquel ministro tuyo, que engendró hijos por el evangelio, para que no fueran siempre como niños, teniendo que alimentarlos con leche y llevarlos en brazos como una nodriza, les decía: Transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto. Por lo cual no dices: «Hágase el hombre», sino: Hagamos; ni dices: «Según su especie», sino: A nuestra imagen y semejanza. Porque, el hombre, renovado en la mente y capaz de contemplar y comprender tu verdad, no tiene necesidad de aprendizaje humano para imitar su especie, sino que, teniéndote a ti por guía, él mismo llega a discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto; y le enseñas —pues ya es capaz— a ver la trinidad en la unidad y la unidad en la trinidad. Por eso, después de haber dicho en plural: Hagamos al hombre, continúa en singular: Y creó Dios al hombre; y habiendo dicho en plural: A nuestra imagen, concluye en singular: A imagen de Dios. Y así el hombre se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo y, hecho espiritual, tiene un criterio para juzgar todo lo que haya de juzgarse, mientras él no está sujeto al juicio de nadie.

SÁBADO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job

Job responde que los impíos quedan impunes

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 13, 35, 50—38, 53: CSEL 33, 386-388)

Señor, nos lo has dado todo: la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin ocaso

Señor Dios, danos la paz. Tú que nos lo has dado todo, danos la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin ocaso. Pues todo este hermosísimo orden de cosas muy buenas, cumplida su misión, deberá desaparecer: por eso en ellas pasó una mañana, pasó una tarde.

Pero el día séptimo no tiene ni tarde ni ocaso, porque tú lo santificaste para que durase eternamente, de modo que así como tú —después de tus obras maravillosas realizadas sin cansarte— descansaste el séptimo día, así la voz de tu libro nos advierte que también nosotros —después de nuestras obras, también muy buenas por tu gracia— descansaremos en ti el sábado de la vida eterna.

Pues incluso entonces descansarás en nosotros, lo mismo que ahora actúas en nosotros, y así tu descanso será entonces nuestro descanso, como estas obras nuestras son tuyas. Tú, Señor, actúas siempre y siempre descansas, ni ves en el tiempo, ni te mueves en el tiempo, ni descansas en el tiempo; y, sin embargo, eres tú el autor de las visiones temporales, del tiempo mismo y del descanso en el tiempo.

Así pues, nosotros vemos estas cosas que has hecho porque existen; en cambio tú, porque las ves, existen. Nosotros las vemos externamente porque existen, e internamente porque son buenas; tú, en cambio, las viste hechas en el mismo instante en que viste que debían ser hechas. En un tiempo, nosotros nos sentimos impulsados a

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obrar el bien, después de que nuestro corazón concibió de tu Espíritu; anteriormente nos sentíamos impulsados a obrar el mal, abandonándote a ti; tú, en cambio, único Dios bueno, nunca dejaste de hacer el bien. Es verdad que hay algunas obras nuestras que, gracias a ti, son buenas, pero no sempiternas: después de ellas esperamos descansar en tu infinita santidad. Tú, en cambio, como eres el bien que no necesita de otro bien, estás siempre en tu descanso, porque tú eres tu propio descanso.

¿Y qué hombre es capaz de hacer comprender esto a otro hombre?, ¿o un ángel a otro ángel?, ¿o qué ángel a un hombre? A ti hay que pedirlo, en ti hay que buscarlo, a ti hay que acudir: así, así se recibirá, así se encontrará, así se nos abrirá.

DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 28, 1-28

Sólo Dios es sabio

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 1,1,1—2, 2; 5, 5: CSEL 33, 1-5)

Nuestro corazón no halla sosiego hasta que descanse en ti

Grande eres, Señor, y muy digno de alabanza; eres grande y poderoso, tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre, parte de tu creación, desea alabarte; el hombre, que arrastra consigo su condición mortal, la convicción de su pecado y la convicción de que tú resistes a los soberbios. Y, con todo, el hombre, parte de tu creación, desea alabarte. De ti proviene esta atracción a tu alabanza, porque nos has hecho para ti, y nuestro corazón no halla sosiego hasta que descansa en ti.

Haz, Señor, que llegue a saber y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, qué es antes, conocerte o invocarte. Pero, ¿quién podrá invocarte sin conocerte? Pues el que te desconoce se expone a invocar una cosa por otra. ¿Será más bien que hay que invocarte para conocerte? Pero, ¿cómo van a invocar a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo van a creer sin alguien que proclame?

Alabarán al Señor los que lo buscan. Porque los que lo buscan lo encuentran y, al encontrarlo, lo alaban. Haz, Señor, que te busque invocándote, y que te invoque creyendo en ti, ya que nos has sido predicado. Te invoca, Señor, mi fe, la que tú me has dado, la que tú me has inspirado por tu Hijo hecho hombre, por el ministerio de tu predicador.

Y ¿cómo invocaré a mi Dios, a mi Dios y Señor? Porque, al invocarlo, lo llamo para que yenga a mí. Y ¿a qué lugar de mi persona puede venir mi Dios? ¿A qué parte de mi ser puede venir el Dios que ha hecho el cielo y la tierra? ¿Es que hay algo en mí, Señor, Dios mío, capaz de abarcarte? ¿Es que pueden abarcarte el cielo y la tierra que tú hiciste, y en los cuales me hiciste a mí? O ¿por ventura el hecho de que todo lo que existe no existiría sin ti hace que todo lo que existe pueda abarcarte?

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¿Cómo, pues, yo, que efectivamente existo, pido que vengas a mí, si, por el hecho de existir, ya estás en mí? Porque yo no estoy ya en el abismo y, sin embargo, tú estás también allí. Pues, si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. Por tanto, Dios mío, yo no existiría, no existiría en absoluto, si tú no estuvieras en mí. O ¿será más acertado decir que yo no existiría si no estuviera en ti, origen, guía y meta del universo? También esto, Señor, es verdad. ¿A dónde invocarte que vengas, si estoy en ti? ¿Desde dónde puedes venir a mí? ¿A dónde puedo ir fuera del cielo y de la tierra, para que desde ellos venga a mí el Señor, que ha dicho: No lleno yo el cielo y la tierra?

¿Quién me dará que pueda descansar en ti? ¿Quién me dará que vengas a mi corazón y lo embriagues con tu presencia, para que olvide mis males y te abrace a ti, mi único bien? ¿Quién eres tú para mí? Sé condescendiente conmigo, y permite que te hable. ¿Qué soy yo para ti, que me mandas amarte y que, si no lo hago, te enojas conmigo y me amenazas con ingentes infortunios? ¿No es ya suficiente infortunio el hecho de no amarte?

¡Ay de mí! Dime, Señor, Dios mío, por tu misericordia, qué eres tú para mí. Di a mi alma: «Yo soy tu victoria». Díselo de manera que lo oiga. Mira, Señor: los oídos de mi corazón están ante ti; ábrelos y di a mi alma: «Yo soy tu victoria». Correré tras estas palabras tuyas y me aferraré a ti. No me escondas tu rostro: muera yo, para que no muera, y pueda así contemplarlo.

LUNES XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 29, 1-10; 30, 1.9-23

Job lamenta su desgracia

SEGUNDA LECTURA

San Doroteo de Gaza, Instrucción 7, sobre la acusación de sí mismo (1-2: PG 88, 1695-1699)

La causa de toda perturbación consiste en que nadie se acusa a sí mismo

Tratemos de averiguar, hermanos, cuál es el motivo principal de un hecho que acontece con frecuencia, a saber, que a veces uno escucha una palabra desagradable y se comporta como si no la hubiera oído, sin sentirse molesto, y en cambio, otras veces, así que la oye, se siente turbado y afligido. ¿Cuál, me pregunto, es la causa de esta diversa reacción? ¿Hay una o varias explicaciones? Yo distingo diversas causas y explicaciones y sobre todo una, que es origen de todas las otras, como ha dicho alguien: «Muchas veces esto proviene del estado de ánimo en que se halla cada uno».

En efecto, quien está fortalecido por la oración o la meditación tolerará fácilmente, sin perder la calma, a un hermano que lo insulta. Otras veces soportará con paciencia a su hermano, porque se trata de alguien a quien profesa gran afecto. A veces también por desprecio, porque tiene en nada al que quiere perturbarlo y no se digna tomarlo en consideración, como si se tratara del más despreciable de los hombres, ni se digna responderle palabra, ni mencionar a los demás sus maldiciones e injurias.

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De ahí proviene, como he dicho, el que uno no se turbe ni se aflija, si desprecia y tiene en nada lo que dicen. En cambio, la turbación o aflicción por las palabras de un hermano proviene de una mala disposición momentánea o del odio hacia el hermano. También pueden aducirse otras causas. Pero, si examinamos atentamente la cuestión, veremos que la causa de toda perturbación consiste en que nadie se acusa a sí mismo.

De ahí deriva toda molestia y aflicción, de ahí deriva el que nunca hallemos descanso; y ello no debe extrañarnos, ya que los santos nos enseñan que esta acusación de sí mismo es el único camino que nos puede llevar a la paz. Que esto es verdad, lo hemos comprobado en múltiples ocasiones; y nosotros, con todo, esperamos con anhelo hallar el descanso, a pesar de nuestra desidia, o pensamos andar por el camino recto, a pesar de nuestras repetidas impaciencias y de nuestra resistencia en acusarnos a nosotros mismos.

Así son las cosas. Por más virtudes que posea un hombre, aunque sean innumerables, si se aparta de este camino, nunca hallará el reposo, sino que estará siempre afligido o afligirá a los demás, perdiendo así el mérito de todas sus fatigas.

MARTES XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 31, 1-8.13-23.35-37

Justicia de Job en su vida pasada

SEGUNDA LECTURA

San Doroteo de Gaza, Instrucción 7, sobre la acusación de sí mismo (2-3: PG 88, 1699)

La falsa paz de espíritu

El que se acusa a sí mismo acepta con alegría toda clase de molestias, daños, ultrajes, ignominias y otra aflicción cualquiera que haya de soportar, pues se considera merecedor de todo ello, y en modo alguno pierde la paz. Nada hay más apacible que un hombre de ese temple.

Pero quizá alguien me objetará: «Si un hermano me aflige, y yo, examinándome a mí mismo, no encuentro que le haya dado ocasión alguna, ¿por qué tengo que acusarme?»

En realidad, el que se examina con diligencia y con temor de Dios nunca se hallará del todo inocente, y se dará cuenta de que ha dado alguna ocasión, ya sea de obra, de palabra o con el pensamiento. Y, si en nada de esto se halla culpable, seguro que en otro tiempo habrá sido motivo de aflicción para aquel hermano, por la misma o por diferente causa; o quizá habrá causado molestia a algún otro hermano. Por esto, sufre ahora en justa compensación, o también por otros pecados que haya podido cometer en muchas otras ocasiones.

Otro preguntará por qué deba acusarse si, estando sentado con toda paz y tranquilidad, viene un hermano y lo molesta con alguna palabra desagradable o ignominiosa y, sintiéndose incapaz de aguantarla, cree que tiene razón en alterarse y enfadarse con su hermano; porque, si éste no hubiese venido a molestarlo, él no hubiera pecado.

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Este modo de pensar es, en verdad, ridículo y carente de toda razón. En efecto, no es que al decirle aquella palabra haya puesto en él la pasión de la ira, sino que más bien ha puesto al descubierto la pasión de que se hallaba aquejado; con ello le ha proporcionado ocasión de enmendarse, si quiere. Este tal es semejante a un trigo nítido y brillante que, al ser roto, pone al descubierto la suciedad que contenía.

Así también el que está sentado en paz y tranquilidad, según cree, esconde, sin embargo, en su interior una pasión que él no ve. Viene el hermano, le dice alguna palabra molesta y, al momento, aquél echa fuera todo el pus y la suciedad escondidos en su interior. Por lo cual, si quiere alcanzar misericordia, mire de enmendarse, purifíquese, procure perfeccionarse, y verá que, más que atribuirle una injuria, lo que tenía que haber hecho era dar gracias a aquel hermano, ya que le ha sido motivo de tan gran provecho. Y, en lo sucesivo, estas pruebas no le causarán tanta aflicción, sino que, cuanto más se vaya perfeccionando, más leves le parecerán. Pues el alma, cuanto más avanza en la perfección, tanto más fuerte y valerosa se vuelve en orden a soportar las penalidades que le puedan sobrevenir.

MIÉRCOLES XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 32, 1-6; 33,1-22

Disertación de Elihú sobre el misterio de Dios

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job (Lib 23, 23-24: PL 76, 265-266)

La verdadera enseñanza evita la arrogancia

Escucha mis palabras, Job, presta oído a mi discurso. Esta es la característica propia de la manera de enseñar de los arrogantes, que no saben inculcar sus enseñanzas con humildad ni comunicar rectamente las cosas rectas que saben. En su manera de hablar se pone de manifiesto que ellos, al enseñar, se consideran como situados en el lugar más elevado, y miran a los que reciben su enseñanza como si estuvieran muy por debajo de ellos, y se dignan hablarles no en plan de consejo, sino como quien pretende imponerles su dominio.

A estos tales les dice, con razón, el Señor, por boca del profeta: Vosotros los habéis dominado con crueldad y violencia. Con crueldad y con violencia dominan, en efecto, aquellos que, en vez de corregir a sus súbditos razonando reposadamente con ellos, se apresuran a doblegarlos rudamente con su autoridad.

Por el contrario, la verdadera enseñanza evita con su reflexión este vicio de la arrogancia, con tanto más interés cuanto que su intención consiste precisamente en herir con los dardos de sus palabras a aquel que es el maestro de la arrogancia. Procura, en efecto, no ir a obtener, con una manera arrogante de comportarse, el resultado contrario, es decir: predicar a aquel a quien quiere atacar, con santas enseñanzas, en el corazón de sus oyentes. Y, así, seesfuerza por enseñar de palabra y de obra la humildad, madre y maestra de todas las virtudes, de manera que la explica a los discípulos de la verdad con las acciones, más que con las palabras.

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De ahí que Pablo, hablando a los tesalonicenses, como olvidándose de la autoridad que tenía por su condición de apóstol, les dice: Os tratamos con delicadeza. Y, en el mismo sentido, el apóstol Pedro, cuando dice: Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere, enseña que hay que guardar en ello el modo debido, añadiendo: Pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia.

Y, cuando Pablo dice a su discípulo: De esto tienes que hablar, animando y reprendiendo con autoridad, no es su intención inculcarle un dominio basado en el poder, sino una autoridad basada en la conducta. En efecto, la manera de enseñar algo con autoridad es practicarlo antes de enseñarlo, ya que la enseñanza pierde toda garantía cuando la conciencia contradice las palabras. Por tanto, lo que le aconseja no es un modo de hablar arrogante y altanero, sino la confianza que infunde una buena conducta. Por esto, hallamos escrito también acerca del Señor: Les enseñaba con autoridad,y no como los escribas y fariseos. El, en efecto, de un modo único y singular, hablaba con autoridad, en el sentido verdadero de la palabra, ya que nunca cometió mal alguno por debilidad. El tuvo por el poder de su divinidad aquello que nos comunicó a nosotros por la inocencia de su humanidad.

JUEVES XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 38, 1-30

Dios confunde a Job

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job (Lib 29, 2-4: PL 76, 478-480)

La Iglesia se asoma como el alba

Con razón se designa con el nombre de amanecer o alba a toda la Iglesia de los elegidos, ya que el amanecer o alba es el paso de las tinieblas a la luz. La Iglesia, en efecto, es conducida de la noche de la incredulidad a la luz de la fe, y así, a imitación del alba, después de las tinieblas se abre al esplendor diurno de la claridad celestial Por esto, dice acertadamente el Cantar de los cantares ¿Quién es esta que se asoma como el alba? Efectivamente, la santa Iglesia, por su deseo del don de la vida celestial, es llamada alba, porque, al tiempo que va desechando las tinieblas del pecado, se va iluminando con la luz de la justicia.

Pero, además, si consideramos la naturaleza del amanecer o alba, hallaremos un pensamiento más sutil. El alba o amanecer anuncian que la noche ya ha pasado, pero no muestran todavía la íntegra claridad del día, sino que, por ser la transición entre la noche y el día, tienen algo de tinieblas y de luz al mismo tiempo. Por esto, los que en esta vida vamos en seguimiento de la verdad somos como el alba o amanecer, porque en parte obramos ya según la luz, pero en parte conservamos también restos de tinieblas. Se dice a Dios, por boca del salmista: Ningún hombre vivo es inocente frente a ti. Y también está escrito: Todos faltamos a menudo.

Por esto, Pablo, cuando dice: La noche está avanzada no añade: «El día ha llegado», sino: El día se echa encima. Al decir, por tanto, que, después de la noche, el día se echa

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encima, no que ya ha llegado, enseña claramente que nos hallamos todavía en el alba, en el tiempo que media entre las tinieblas y el sol.

La santa Iglesia de los elegidos será pleno día cuando no tenga ya mezcla alguna de la sombra del pecado. Será pleno día cuando esté perfectamente iluminada con la fuerza de la luz interior. Por esto, con razón, la Escritura nos enseña el carácter transitorio de esta alba, cuando dice: Has señalado su puesto a la aurora, pues aquel a quien se le ha de asignar su puesto tiene que pasar de un sitio a otro. Y este puesto de la aurora no puede ser otro que la perfecta claridad de la visión eterna. Cuando haya sido conducida a esta perfecta claridad, ya no quedará en ella ningún rastro de tinieblas de la noche transcurrida. Este anhelo de la aurora por llegar a su lugar propio viene expresado por el salmo que dice: Mi alma tiene sed del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? También Pablo manifiesta la prisa de la aurora por llegar al lugar que ella reconoce como suyo, cuando dice que desea morir para estar con Cristo. Y también: Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir.

VIERNES XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 40, 1-14; 42, 1-6

Job se somete a la majestad divina

SEGUNDA LECTURA

Balduino de Cantorbery, Tratado 6 (PL 204, 466-467)

El Señor discierne los pensamientos y sentimientos del corazón

El Señor conoce, sin duda alguna, todos los pensamientos y sentimientos de nuestro corazón; en cuanto a nosotros, sólo podemos discernirlos en la medida en que el Señor nos lo concede. En efecto, el espíritu que está dentro del hombre no conoce todo lo que hay en el hombre, y en cuanto a sus pensamientos, voluntarios o no, no siempre juzga rectamente. Y aunque los tiene ante los ojos de su mente, tiene la vista interior demasiado nublada para poder discernirlos con precisión.

Sucede, en efecto, muchas veces, que nuestro propio criterio, u otra persona, o el tentador nos hacen ver como bueno lo que Dios no juzga como tal. Hay algunas cosas que tienen una falsa apariencia de virtud, o también de vicio, que engañan a los ojos del corazón y vienen a ser como una impostura que embota la agudeza de la mente, hasta hacerle ver lo malo como bueno y viceversa; ello forma parte de nuestra miseria e ignorancia, muy lamentable y muy temible.

Está escrito: Hay caminos que parecen derechos, pero van a parar a la muerte. Para evitar este peligro, nos advierte san Juan: Examinad si los espíritus vienen de Dios. Pero, ¿quién será capaz de examinar si los espíritus vienen de Dios, si Dios no le da el discernimiento de espíritus, con el que pueda examinar con agudeza y rectitud sus pensamientos, afectos e intenciones? Este discernimiento es la madre de todas las virtudes, y a todos es necesario, ya sea para la dirección espiritual de los demás, ya sea para corregir y ordenar la propia vida.

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La decisión en el obrar es recta cuando se rige por el beneplácito divino, la intención es buena cuando tiende a Dios sin doblez. De este modo, todo el cuerpo de nuestra vida y de cada una de nuestras acciones será luminoso, si nuestro ojo está sano. Y el ojo sano es ojo y está sano cuando ve con claridad lo que hay que hacer y cuando, con recta intención, hace con sencillez lo que no hay que hacer con doblez. La recta decisión es incompatible con el error; la buena intención excluye la ficción. En esto consiste el verdadero discernimiento: en la unión de la recta decisión y de la buena intención.

Todo, por consiguiente, debemos hacerlo guiados por la luz del discernimiento, pensando que obramos en Dios ante su presencia.

SÁBADO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 42, 7-17

Dios rehabilita a Job ante sus adversarios

SEGUNDA LECTURA

Santo Tomás de Aquino, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Cap 14, lec. 2)

El camino para llegar a la vida verdadera

Cristo en persona es el camino, por esto dice: Yo soy el camino. Lo cual tiene una explicación muy verdadera, ya que por medio de él podemos acercarnos al Padre.

Mas, como este camino no dista de su término, sino que está unido a él, añade: Y la verdad, y la vida; y, así, él mismo es a la vez el camino y su término. Es el camino según su humanidad, el término según su divinidad. En este sentido, en cuanto hombre, dice: Yo soy el camino; en cuanto Dios, añade: Y la verdad, y la vida, dos expresiones que indican adecuadamente el término de este camino.

Efectivamente, el término de este camino es la satisfacción del deseo humano, y el hombre desea principalmente dos cosas: en primer lugar, el conocimiento de la verdad, lo cual es algo específico suyo; en segundo lugar, la prolongación de su existencia, lo cual le es común con los demás seres. Ahora bien, Cristo es el camino para llegar al conocimiento de la verdad, con todo y que él mismo en persona es la verdad: Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad. Cristo es asimismo el camino para llegar a la vida, con todo y que él mismo en persona es la vida: Me enseñarás el sendero de la vida.

Por esto, el evangelista identifica el término de este camino con las nociones de verdad y vida, que ya antes ha aplicado a Cristo. En primer lugar, afirma que él es la vida, al decir que en la Palabra había vida; en segundo lugar, afirma que es la verdad, cuando dice que era la luz de los hombres, ya que luz y verdad significan lo mismo.

Si buscas, pues, por dónde has de ir, acoge en ti a Cristo, porque él es el camino: Este es el camino, camina por él. Y san Agustín dice: «Camina a través del hombre y llegarás a Dios». Es mejor andar por el camino, aunque sea cojeando, que caminar rápidamente fuera de camino. Porque el que va cojeando por el camino, aunque adelante poco, se va acercando al término; pero el que anda fuera del camino, cuanto más corre, tanto más se va alejando del término.

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Si buscas a dónde has de ir, adhiérete a Cristo, porque él es la verdad a la que deseamos llegar: Mi paladar repasa la verdad. Si buscas dónde has de quedarte, adhiérete a Cristo, porque él es la vida: Quien me alcanza alcanza la vida y goza del favor del Señor.

Adhiérete, pues, a Cristo, si quieres vivir seguro; es imposible que te desvíes, porque él es el camino. Por esto, los que a él se adhieren no van descaminados, sino que van por el camino recto. Tampoco pueden verse engañados, ya que él es la verdad y enseña la verdad completa, pues dice: Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Tampoco puedenverse decepcionados, ya que él es la vida y dador de vida, tal como dice: Yo he venido para que'tengan vida y la tengan abundante.

DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Libro del profeta Abdías 1-21

Vaticinio contra Edom

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Comienza el discurso sobre el bautismo (PG 415-418.419)

Venid a curaros los que os sentís enfermos

Mirad, el buen dispensador de todas las cosas, que renueva los años y gobierna los tiempos, ha hecho nacer el día santo en que solemos invitar a los huéspedes a la adopción de hijos, a los necesitados a la participación de la gracia, y a la purificación de los pecados a quienes se hallan manchados por la sordidez de los pecados. Esta es aquella antigua predicación que tuvo lugar poco antes de que el Salvador hiciera su aparición: Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. Y aunque yo no soy ni Juan ni David, sin embargo la bajeza del siervo no desvirtúa la ley del Señor. Pues si nosotros obedecemos las disposiciones emanadas de los que promulgan las leyes, no lo hacemos por reverencia hacia ellos, sino que nos sometemos a lo establecido por temor al poder del legislador. Viene la amnistía real condonando la pena a dos tipos de penados: la liberación a los encarcelados y la cancelación de la deuda a los deudores. Por eso también yo puedo ofrecer una adecuada medicina a estas dos categorías de personas, y confiadamente prometo que si se empeñan, recibirán la ayuda.

Y para que nadie piense que la medicina es demasiado cara, voy a señalar la medicación que ha de aplicarse a los enfermos. Pues a unos les prometo la salud por el agua y el baño, y mediante unas pocas lágrimas, hago desaparecer de los otros la enfermedad. Basta esta simple medicación y el don de Dios para que se produzca un resultado tan maravilloso: ser liberado de las llagas rebeldes, infligidas por la mordedura de la serpiente, sin necesidad de cauterios ni de bisturí. Venid, pues, a curaros los que os sentís enfermos: no descuidéis de hacerlo. Pues cuando una enfermedad es rebelde y crónica, nada puede contra ella ni el arte de curar. Pobres y necesitados, apresuraos: venid a recibir los dones del Rey; ovejas, acudid a ser marcadas con la señal de la cruz, que es salud y remedio contra los males. Dadme vuestros nombres, para que yo los

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imprima en libros sensibles y los escriba con tinta, y Dios los grabará en losas imperecederas, escribiéndolos —como antiguamente la ley hebrea— con su propio dedo.

Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Lavaos, apartad de mí vuestros pecados. Estas palabras hace ya mucho tiempo que fueron escritas pero su valor no se ha desvirtuado, sino que sigue en vigor y crece de día en día. Salid de la cárcel, os lo ruego. Aborreced los tenebrosos antros del vicio. Huid del diablo, guardián cruel de quienes están encadenados, que se alimenta de la desgracia de los pecadores y especula con ella.

Porque, del mismo modo que Dios se alegra con nuestras obras justas, así el autor del pecado se goza con nuestros delitos. Despójate del hombre viejo como de un vestido sucio, signo de infamia y deshonor, confeccionado con la muchedumbre de los pecados y entretejido con el miserable paño de la iniquidad. Recibe a cambio el vestido de la incorrupción, que Cristo te ofrece desempaquetado y extendido; no rechaces el don, para que el donante no se dé por ofendido. Durante mucho tiempo te has revolcado en el fango, corre a mi Jordán: Juan es el que llama, pero es Cristo quien te exhorta. El río de la gracia fluye por doquier: no tiene sus fuentes en Palestina ni desemboca en el vecino mar, sino que, bordeando la redondez de la tierra, entra en el paraíso y, a través de un recorrido inverso al de los cuatro ríos que allí nacen, introduce en el paraíso aguas mucho más preciosas que las que de allí se exportan. Pues tiene como riquísima fuente a Cristo, y, partiendo de él, inunda el mundo entero. Este río es dulce y potable, sin índice alguno de desagradable salobridad. Se convierte en dulce con la venida del Espíritu, como la fuente de Mará por el contacto con el madero.

LUNES XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Joel 1, 1.13—2, 11

El día del Señor está para venir

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Discurso sobre el bautismo (PG 46 420-422.426)

Abre tu alma a una educación esmerada

Imita a Josué, hijo de Nun: lleva el evangelio como él llevó el arca; abandona el desierto, o sea, el pecado; pasa el Jordán; date prisa a entrar en la escuela de la vida, regentada por Cristo, a la tierra que produce frutos portadores de alegría, a la tierra que, de acuerdo con la promesa, mana leche y miel. Arrasa a Jericó, es decir, las inveteradas costumbres, y no la dejes fortificada. Suelta de tu vida el cuervo voraz. Da tiempo a la paloma para que vuelva a ti, aquella paloma que el primer Jesús hizo simbólicamente bajar del cielo: inmune al engaño, mansísima y fecundísima. Esta paloma, si hallare un hombre purificado, bien probado y pulido como la plata, gustosamente habita en él, e, incubando el alma como se incuban los huevos, concibe y le da muchos hijos.

Estos hijos son las buenas acciones y las conversaciones honestas, la fe, la piedad, la justicia, la templanza, la castidad, la pureza. Estos son los hijos del Espíritu y nuestras posesiones. Abre tu alma como un libro y permítenos imprimir en él una educación

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esmerada, para que no sigas balbuciendo como los niños ni tengas una mentalidad infantil. Me avergonzaría de ti si, habiendo ya encanecido, hubieras de salir fuera con los catecúmenos cual niño inmaduro, incapaz de guardar un secreto cuando haya que desvelar un misterio. Únete al pueblo místico y aprende los discursos arcanos. Repite con nosotros lo que los serafines de seis alas dicen, cantando con los cristianos perfectos. Apetece el alimento que refocila el alma; gusta la bebida que alegra el corazón; ama el misterio que, de modo imperceptible, hace rejuvenecer a los ancianos.

Imita el ardiente deseo del eunuco etíope. Este, después de haber recogido y hecho sentar en la carroza junto a él a Felipe, enviado por el Espíritu, no se dio cuenta, durante el camino, de que no sólo leía, sino que aprendía la sabiduría de Isaías. Le tomó gusto a la interpretación, como le toma gusto el cachorro a la sangre del cordero degollado, ladró furiosamente a Felipe, hasta que fue conducido a la caza perfecta de la profecía que traía entre manos; y, sin diferirlo un momento, recibió el solicitado bautismo, sin esperar llegar a la posada, ni a una ciudad o pueblo, o a un lugar santificado, juzgando correctamente que cualquier agua es apta para el bautismo, a condición de que tenga fe el que lo recibe y esté presente la bendición del sacerdote que lo santifica.

Recibid el don de Cristo, puesto que quien recibe este sublime e incomparable beneficio, con gozo es agregado al número de los que reciben la adopción de hijos; y por este cambio a mejor, todos los conocidos y familiares reciben un inmenso placer y una gran alegría.

MARTES XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Joel 2, 12-27

Convertíos de todo corazón

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Discurso sobre el bautismo (PG 46, 427-430)

Amad los trofeos y las coronas que Dios tiene preparados para sus atletas

Todos los santos arrostraron los peligros, movidos por su confianza en Dios y la libre confesión de su fe, y ofrecieron su cuerpo a quienes querían desgarrarlo y martirizarlo de mil maneras, pero ninguna dificultad logró doblegarlos o disuadirlos, en la esperanza de conseguir como premio de su sangre y de sus preclaras gestas el honor del reino de los cielos.

Por él aceptó Abrahán la orden de sacrificar a su hijo; Moisés hubo de bandearse entre las asperezas y dificultades del desierto, Elías llevó en la soledad una vida dura; y todos los profetas rodaron por el mundo vestidos con pieles de oveja y de cabra, oprimidos, maltratados. Por él y a causa del evangelio, los evangelistas fueron infamados y los mártires lucharon contra los tormentos de los tiranos.

Y todo el que es realmente hombre racional e imagen de Dios y se ha familiarizado con las realidades sublimes y celestiales, no quiere estar, ni ser resucitado junto con los hombres que vuelven a la vida, a menos de ser considerado digno de ser alabado por Dios y recibir los honores tributados al siervo bueno.

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Con este propósito, también David hace suya la sed de la cierva para expresar lo vehemente de su deseo de Dios; ansía ver el rostro de Dios, para gozarse con unos abrazos que caen bajo el dominio de la inteligencia. Y Pablo desea ser despojado del cuerpo, como de un vestido pesado e incómodo, para estar con Cristo: ambos a dos no piensan sino en el gozo bienaventurado e indefectible. De no existir este amor, todo lo demás no pasa de ser —como muy bien dice el Predicador— vaciedad sin sentido.

Por tanto, cristianos, que compartís el mismo llamamiento, huid de este modo de pensar, digno de ladrones y maleantes, y no consideréis una suerte escapar del suplicio; amad más bien los trofeos y las coronas que Dios tiene preparados para los atletas de la justicia; anhelad sinceramente el bautismo, recibid el talento y cuidad de que no quede improductivo: de esta forma —como quiere la parábola— se os dará autoridad sobre diez ciudades. Pues quien, habiendo sido sepultado al recibir el bautismo, esconde su talento en tierra, oirá ciertamente lo que se le dijo al empleado negligente y holgazán. Quien recientemente ha sido iluminado y su modo de obrar no es consecuente con su fe, es como si hubiera cometido un delito.

Estuvo cautivo, reo de innumerables crímenes, vivió bajo el régimen del miedo al juicio y del terror al día de la cuenta. De repente, la benevolencia del rey abrió la cárcel, dejó en libertad a los malhechores. Alabado sea quien concedió la amnistía, el que, con su generosa bondad, conservó la vida a quienes no esperaban vivir. Que este tal tome conciencia de sí mismo y viva en la humildad: que no se gloríe, como si hubiera realizado una gran proeza, por el hecho de haber sido liberado de las cadenas. Porque elperdón de los crímenes es exponente de la misericordia del que lo ha concedido, no signo de la presunta rectitud del perdonado.

MIÉRCOLES XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Joel 2, 28-3, 8

El juicio final

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Discurso sobre el bautismo (PG 46, 430-432)

Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo

El que ha recibido el baño del segundo nacimiento es como un recluta recientemente enrolado en los cuadros del ejército, pero que todavía no ha llevado a cabo hazaña alguna ni nada digno de un aguerrido soldado. Pues lo mismo que el recluta no se considera un hombre fuerte por el mero hecho de haberse ceñido el cinturón y vestido la clámide, ni se presenta confiadamente al rey hablándole como un familiar, ni le pide recompensas reservadas para quienes trabajaron y se portaron valerosamente; así tampoco tú, no pienses que, por haber conseguido la gracia, vas a poder vivir con los justos y compartir con ellos la herencia si antes no soportas muchos peligros por la fe, si no has declarado la guerra a la carne y, con ella, no hubieras resistido con valentía al diablo y a todas las saetas de los espíritus malignos.

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Más aún, echemos mano, si os parece, de las mismas palabras del Señor, que serán pronunciadas en el juicio universal, y que aclara lo que venimos diciendo: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. ¿Por qué razón? No porque os habéis revestido de incorruptibilidad, ni porque habéis lavado vuestros pecados, sino porque os habéis conducido correctamente en el área de la caridad. Y sigue a continuación el catálogo de los que fueron alimentados, saciada su sed, vestidos. Y con razón juzga así el Juez que no puede equivocarse. De hecho, la gracia es un don del Señor. Ahora bien, el que es honrado, lo es justamente por el comportamiento de la propia vida.

En cambio, nadie pide una recompensa por la gracia recibida, sino que más bien se convierte en deudor. Por lo cual, cuando fuéremos iluminados por el bautismo, debemos estar agradecidos a nuestro bienhechor. Y nuestra gratitud para con Dios consiste en practicar la misericordia con nuestros consiervos, en procurar nuestra salvación y en ejercitarnos en la virtud.

Abandonad, pues, vuestra inconsistente opinión, vosotros los que retrasáis el bautismo hasta la hora de la muerte, en la convicción de que la fe requiere a su hermana, la esperanza, o sea, la conducta que nace de la caridad de la vida. De ella nos haremos dignos por la voluntad y ayuda de Dios, a quien le es debida la adoración ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

JUEVES XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Joel 3, 9-21

Después del juicio, la felicidad eterna

SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 7 sobre el salmo 90 (1.3.5.6.12: Opera omnia, edit Cister. t. 4, 1966, 412-416. 421)

Vivimos en la esperanza

Vivimos, hermanos, en la esperanza y no nos desanimamos en la prueba presente, pues vivimos a la espera de los gozos indefectibles. Y esta nuestra espera no es vana ni incierta, apoyada como está en las promesas de la eterna verdad. Además, la comprobación de los dones presentes afianza la espera de los futuros, y la eficacia de la gracia presente hace en alto grado creíble la felicidad de la gloria prometida, que indudablemente ha de seguirle. En efecto, el Señor de los ejércitos, él es el Rey de la gloria.

Por lo cual, la piedad ha de sostener varonilmente en este siglo la confrontación, y habrá de padecer con ánimo sereno cualquier persecución. ¿Cómo no va a tolerarlo todo la piedad, ella que es útil para todo, y que tiene en su haber la promesa de la vida presente y de la futura? Resista esforzadamente al impugnador, pues el propugnador asistirá incansable al que resiste, ni faltará al que triunfa el liberalísimo remunerador. Su verdad te rodeará como un escudo.

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Glorificad, pues, amadísimos, y llevad entretanto a Cristo en vuestro cuerpo, carga deleitable, peso suave, equipaje saludable, aun cuando a veces pueda antojársenos pesado, aun cuando en ocasiones golpee el costado y flagele al que se muestra recalcitrante, aun cuando alguna vez dome su brío con freno y brida y lo frene para colmo de felicidad. Escuchad, y escuchad en la alegría de vuestro corazón, lo que parece pertenecer a la promesa de la vida futura y es objeto de vuestra esperanza. Donde está vuestro tesoro, allí esté vuestro corazón.

Escuche, pues, el que, con el pensamiento y la avidez, se acerca ya al puerto de salvación; el que habiendo lanzado ante sí, cual áncora, su esperanza, parece haberse firmemente aferrado a aquella tierra envidiable, aguardando todos los días que dura su servicio a que le llegue el relevo. Este es sin ningún género de duda el principal y más seguro acercamiento al puerto; este tipo de vida, en que os desenvolvéis, es una preparación para la partida, es decir, para la llamada de Dios.

Esta, finalmente, es la gracia y la misericordia de Dios para con sus siervos y la visitación para sus santos: que como desentendiéndose de momento de su izquierda, centre toda su solícita protección sobre la derecha. Es lo que el profeta testifica de sí mismo: Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. ¡Ojalá estés, oh buen Jesús, siempre a mi derecha! ¡Ojalá me agarres la mano derecha! Pues sé y estoy cierto de ello que no me dañará ninguna adversidad, si no me domina ninguna maldad.

VIERNES XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Malaquías 1, 1-14; 2, 13-16

Vaticinio contra los sacerdotes negligentes y contra el repudio

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios (Lib 10, 6: CCL 47, 278-279)

En todo lugar ofrecerán incienso a mi nombre y una ofrenda pura

Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa sociedad, es decir, toda obra relacionada con aquel supremo bien, mediante el cual llegamos a la verdadera felicidad. Por ello, incluso la misma misericordia que nos mueve a socorrer al hermano, si no se hace por Dios, no puede llamarse sacrificio. Porque, aun siendo el hombre quien hace o quien ofrece el sacrificio, éste, sin embargo, es una acción divina, como nos lo indica la misma palabra con la cual llamaban los antiguos latinos a esta acción. Por ello puede afirmarse que incluso el hombre es verdadero sacrificio cuando está consagrado a Dios por el bautismo y está dedicado al Señor, ya que entonces muere al mundo y vive para Dios. Esto, en efecto, forma parte de aquella misericordia que cada cual debe tener para consigo mismo, según está escrito: Ten compasión de tu alma agradando a Dios.

Si, pues, las obras de misericordia para con nosotros mismos o para con el prójimo, cuando están referidas a Dios, son verdadero sacrificio, y, por otra parte, sólo son obras de misericordia aquellas que se hacen con el fin de librarnos de nuestra miseria y hacernos felices (cosa que no se obtiene sino por medio de aquel bien, del cual se ha dicho: Para mí lo bueno es estar junto a Dios), resulta claro que toda la ciudad redimida,

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es decir, la congregación o asamblea de los santos, debe ser ofrecida a Dios como un sacrificio universal por mediación de aquel sacerdote que se entregó a sí mismo por nosotros, tomando la condición de esclavo, para que nosotros llegáramos a ser cuerpo de tan sublime cabeza. Ofreció esta forma de esclavo y bajo ella se entregó a sí mismo, porque sólo según ella pudo ser mediador, sacerdote y sacrificio.

Por esto, nos exhorta el Apóstol a que ofrezcamos nuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable, y a que no nos conformemos con este siglo, sino que nos reformemos en la novedad de nuestro espíritu. Y para probar cuál es la voluntad de Dios y cuál el bien y el beneplácito y la perfección, ya que todo este sacrificio somos nosotros, dice: Por la gracia de Dios que me ha sido dada os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviene, sino estimaos moderadamente, según la medida de la fe que Dios otorgó a cada uno. Pues así como nuestro cuerpo, en unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros. Los dones que poseemos son diferentes, según la gracia que se nos ha dado.

Este es el sacrificio de los cristianos: la reunión de muchos, que formamos un solo cuerpo en Cristo. Este misterio es celebrado también por la Iglesia en el sacramento del altar, del todo familiar a los fieles, donde se muestra que la Iglesia, en la misma oblación que hace, se ofrece a sí misma.

SÁBADO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Malaquías 3, 1-24: Vg 3, 1—4, 6

El día del Señor

SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II (40.45)

Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último

La compenetración de la ciudad terrestre con la ciudad celeste sólo es perceptible por la fe: más aún, es el misterio permanente de la historia humana, que, hasta el día de la plena revelación de la gloria de los hijos de Dios, seguirá perturbada por el pecado.

La Iglesia, persiguiendo la finalidad salvífica que es propia de ella, no sólo comunica al hombre la participación en la vida divina, sino que también difunde, de alguna manera, sobre el mundo entero la luz que irradia esta vida divina, principalmente sanando y elevando la dignidad de la persona humana, afianzando la cohesión de la sociedad y procurando a la actividad cotidiana del hombre un sentido más profundo, al impregnarla de una significación más elevada. Así la Iglesia, por cada uno de sus miembros y por toda su comunidad, cree poder contribuir ampliamente a humanizar cada vez más la familia humana y toda su historia.

Tanto si ayuda al mundo como si recibe ayuda de él, la Iglesia no tiene más que una sola finalidad: que venga el reino de Dios y que se establezca la salvación de todo el género

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humano. Por otra parte, todo el bien que el pueblo de Dios, durante su peregrinación terrena, puede procurar a la familia humana procede del hecho de que la Iglesia es el sacramento universal de la salvación, manifestando y actualizando, al mismo tiempo, el misterio del amor de Dios hacia el hombre.

Pues el Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó, a fin de salvar, siendo él mismo hombre perfecto, a todos los hombres y para hacer que todas las cosas tuviesen a él por cabeza. El Señor es el término de la historia humana, el punto hacia el cual convergen los deseos

de la historia y de la civilización, el centro del género humano, el gozo de todos los corazones y la plena satisfacción de todos sus deseos. El es aquel a quien el Padre resucitó de entre los muertos, ensalzó e hizo sentar a su derecha, constituyéndolo juez de los vivos y de los muertos. Vivificados y congregados en su Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de la historia humana, que corresponde plenamente a su designio de amor: Recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.

El mismo Señor ha dicho: Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno su propio trabajo. Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin.