OBITUARIO # 20

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Obituario - Nº20 - Fernando Pessoa

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Fernando Pessoa

1888-1935

Elena López

LA INVOCACIÓN

Primero llegó Soares. Rua dos Douradores no quedaba lejos del lugar de reunión, una de esas casas de comida en las que, sobre un establecimiento con aires de taberna decente, se levanta un entresuelo con el aspecto pesado y doméstico de restaurante de ciudad sin tren.

Frente a la puerta, formada por dos enormes tablones de madera desvencijada que ya habían girado demasiado sobre sus goznes, Soares consultó su reloj de bolsillo, faltaban aún veinte minutos para que dieran las diez y, aunque en realidad le apetecía estar solo un rato más, la fría y húmeda brisa que provenía del puerto no invitaba a esperar en mitad de la calle. Mientras encendía, ladeando ligeramente la cabeza hacia el lado izquierdo, el último cigarrillo de un paquete que había comprado hacía sólo un par de horas, Soares recorrió con la mirada las gastadas líneas de la Crux Ansata dibujada en el frontispicio. La tarea le llevó más de un minuto —era evidente que Almada se había recreado hasta en los detalles más nimios—, momento tras el cual lanzó hacia arriba el humo de la primera calada, que ocultó la cruz de su vista unos instantes, y con el alma tan cansada como sus ojos traspasó el umbral que conducía al Equinox.

Al ser domingo, el local estaba atestado de gente. Sin embargo, la luz seguía siendo agradable, suave, aterciopelada, manteniendo a la estancia sumida en esa acogedora penumbra que invitaba al recogimiento y que tanto espoleaba el pensamiento de Soares. Inmersos en un trajín de vasos, cuentas, platos, fracasos y deseos de una vida mejor —o de otra vida, al menos—, los camareros se movían entre las mesas arrastrados por una corriente a la que sólo ellos parecían sensibles.

Todavía en el rellano de entrada, ligeramente elevado con respecto al comedor principal, Soares respiró profundamente y sus pulmones se llenaron con la intensa mezcla de tabaco, aguardiente, col y patata que flotaba en el ambiente. Tras la barra, Sá-Carneiro, -

el propietario del local, leía a través de unas gafas de fina montura dorada un delgado volumen de poemas titulado El guardador de rebaños. Atisbando la presencia de Soares con el rabillo del ojo, apenas levantó la vista del libro para indicarle con un gesto de la cabeza que podía pasar al entresuelo, donde, bañado por la luz tenue y oscilante de una solitaria vela, había dispuesto un reservado con una gran mesa redonda en el centro y sillas a su alrededor. Soares levantó casi de manera imperceptible el ala de su sombrero a modo de saludo y, mientras descendía por el corto tramo de escalera que lo separaba del entresuelo, comenzó a sentir curiosidad por ver quiénes acudirían a la llamada.

No necesitó pedir el primer trago de aguardiente. Todavía se hallaba enfrascado deshaciéndose del sombrero y del abrigo cuando uno de los camareros dejó sobre la mesa un vaso vacío y una botella llena. Soares cerró entonces los ojos para ver con mayor claridad y bebió como si fuese su último día sobre la tierra. Luego, con el aguardiente aún quemándole en la garganta, miró a través del fondo del vaso y del caos primigenio vio emerger a dos figuras turbias. El doctor Reis marchaba delante y Caeiro le seguía de cerca. Fuera, las campanas del Convento do Carmo repicaron con fuerza en mitad de la noche silenciando las conversaciones del comedor. Daban las diez, De Campos comenzaba a retrasarse y no perdería la jugada —lo sabía con un saber tan cierto como carente de fundamento— si apostaba en ese mismo instante a que el capitán Thiebaut, Chevalier de Pas y el Barón de Teive no acudirían a la reunión.

* * * Eran exactamente las diez y veintidós minutos cuando

Baphomet, fundador y Mago Supremo de la Astrum Argentum, apareció en el Equinox. Era alto y traía consigo una capa infinita de niebla londinense. Sin detenerse ni un instante, ni preguntar a nadie por su situación, atravesó el local y descendió hasta llegar a la -

mesa ocupada por Soares, Reis, Caeiro y De Campos (que se había incorporado al grupo tan sólo unos minutos antes), cubriendo a su paso a los comensales con el etéreo ropaje hasta hacerlos desaparecer completamente bajo la espesura.

—Sabéis que no es muy dado a las efemérides —anunció Baphomet a los presentes con voz profunda, y flotando por encima de sus cabezas fue a colocarse en uno de los sitios libres que quedaban en torno a la mesa, ahora repleta de vasos y botellas.

Los cuatro bebedores quedaron sobrecogidos ante el sugestivo poder de seducción que ejercía la presencia de Baphomet. La enormidad de su cuerpo sólo podía adivinarse más allá de la niebla que lo envolvía, quedando únicamente visible de manera clara una cabeza redonda carente por completo de cabello, atravesada por dos ojos semejantes a diminutos agujeros negros y rematada a ambos lados por unas orejas ligeramente puntiagudas de las que sobresalían rayos y pelos.

—Es imposible comunicarse con él. Sólo queremos saber si está bien —alcanzó de repente a decir Caeiro, saliendo del estado semi-hipnótico en el que se encontraba y haciendo amago de llenar uno de los vasos para el recién llegado.

—Su corazón no pertenece a nadie. Ahora mismo está paseando por Boca do Inferno. ¿Queréis seguir adelante con la invocación? —inquirió Baphomet, al tiempo que declinaba el ofrecimiento con una blanca mano que cortó la capa de niebla en dos mitades.

—Thelema —susurraron al unísono los cuatro invocadores. —Thelema —repitió el Gran Mago, y tomando de las manos a

Soares y Reis, sentados a su derecha y a su izquierda, respectivamente, invitó a los congregados a completar el círculo.

22 son los pétalos de la Rosa Suprema, 22 las claves de la SagradaCruz. Por su infinito poder los aquí reunidos te invocan hoy,

¡oh,Fernando! Abraza tu Símbolo, te lo pedimos, y manifiéstate ante nosotros. -

Con el eco de la fórmula invocatoria aún resonando en la fantasmagórica estancia, Soares se percató de que la oscilación de la llama se había detenido completamente.

Ahora la vela colocada por Sá-Carneiro no parecía sino una reproducción barata destinada a decorar alguna mesa de mal gusto. Un poco más tardaron en comprobar cómo la vela había comenzado a flotar en el aire a escasos centímetros de sus rostros.

Comenzando y terminando por el Gran Baphomet, la vela fue dibujando círculos en el aire alrededor de las cabezas de los congregados, uniendo a su vez estos a través de líneas invisibles que sólo podían ser rastreadas gracias al contraste que proporcionaba la niebla.

Completado el ritual, la vela de llama inmóvil descendió de nuevo al centro de la mesa recuperando su estado original. Las campanas del Convento do Carmo anunciaron con estruendo la medianoche.

—El tiempo se ha precipitado para cumplir vuestra voluntad. El espacio se ha plegado para cumplir vuestro deseo —concluyó el Mago Supremo de Astrum Argentum.

Ha venido a presencia aquel al que invocasteis. ¡Contempladle de nuevo!

La enorme mano blanca de Baphomet señaló en dirección al tramo (oculto) de escaleras, rasgando una vez más la tela flotante. Como si se tratasen de meros juguetes de titiritero, las cabezas de Reis, Soares, De Campos y Caeiro se giraron en perfecta coreografía para contemplar justo a tiempo cómo, de entre la espesura, surgía una figura menuda que a todos les resultaba familiar.

Ataviado con sombrero y abrigo oscuros, Pessoa se acercó hasta la mesa dando pasos rápidos y cortos. A pesar de la escasa visibilidad se movía a través de la niebla con una intuición ciega. Ya junto a los invocadores se desprendió con parsimonia del sombrero y del abrigo y ocupó una de las sillas. Luego, utilizando la vela a modo de encendedor improvisado, se encendió un cigarrillo, dio una larga calada y lo dejó reposar en la comisura derecha de su -

boca. —Demasiadas sillas —habló por fin, dirigiendo su mirada a los

sitios libres que quedaban, y su voz sonó como si acabaran de arrancar el motor de un viejo tranvía retirado de la circulación mucho tiempo atrás—.

—Somos muchos, Fernando… aunque algunos han faltado a la cita —apuntó el doctor Reis.

—Entonces será mejor que traigáis más aguardiente —propuso el invocado, agitando en el aire una botella vacía. Y, por cierto, Crowley, he detectado otro error de cálculo en una de las cartas astrales de The Confessions y me gustaría aprovechar la ocasión para señalártelo.

Dos universos enteros estallaron en el interior de los agujeros negros de Baphomet, pero Pessoa no se dejó impresionar y, sacando del bolsillo de su abrigo un ejemplar del libro escrito por el mago, se ajustó las gafas de montura redonda y comenzó a pasar las páginas con gesto ceremonial.

Antonio Ullén

TÚ, CUÁNTOS OTROS Ahora que vemos que se va es cuando lo vemos por vez primera. Ha sido el día el feliz trabajo de la luz y acabada la jornada vuelve a su casa. Se ha esforzado desde la mañana a la última hora en tenderse en el aire como ropa de los hechos, con la pulcra gramática del deporte deslumbrado que practica el mundo para decirse a sí mismo. La colada se ha secado. Un hombre la ha recogido, cantando mientras lo hacía, y por eso algún niño brincaba cerca. En sus manos las sábanas estaban limpias y arrugadas como otras manos limpias. En este momento, sobre la cama deshecha, duerme. La muerte es un color pobre que no conoce porque le quedó por imaginar cuando lo imaginó todo. Entrando por la claraboya se acuesta en él un claro de madrugada. Sueña que él es la luz, y dice: yo soy la última vez que me voy a ver. Un eco reclama: yo soy otros. Un gallo canta: tú y cuantos eres tú.

Jesús Castro

EL SUEÑO DE PESSOA Todo era absurdo, como un luto. La vida se oprimía por las circunstancias, un lazo estrangulaba un cuello y unas manos cortaban el aire. El futuro era el álbum de un niño que murió, no había dioses ni siervos y amar era una pena que sentir. Todo era absurdo, como un luto. La lumbre del hogar que nunca tuve chispeaba entre cenizas anaranjadas. La ilusión del alma era un oscuro esperpento que aún hoy golpea y arrastra con una violencia súbita e inútil. Todo era absurdo como un luto, como un catálogo de monstruos, de fotografiadas palabras, sonámbulas, inútiles, aisladas y perfectas. Lo demás era cielo, oscuro arcilloso y desnudo cielo. Todo era absurdo, como un luto que de negro viste el cuerpo y de lágrimas mella los ojos cansados tiñendo los rostro amarillos de sucia lividez, que pretenden expulsar las emociones con pañuelos rasgados, al igual que el aire hace con las nubes.

Todo era absurdo, como un luto. El olor de la historia que no posees y sin embargo sientes, haces propia, la nostalgia de los pasos la ciudad perdida en el camino el peso del agua sobre tu vientre y dentro nada. Todo era absurdo, como un luto, y creyendo escuchar sus versos despertó entramado con la luz de la rendija de la puerta o la ventana. Con el pesar del afecto ajeno envuelto entre sus grises sábanas, y dándose cuenta de nuevo De que todo era absurdo. Absurdo, como un luto.

Jorge Ortiz Robla

Henar Bengale

HETERÓNIMOS

—Fernando, ayer te vi con otra. —Imposible, estuve todo el día en casa escribiendo. —No me mientas, eras tú, aunque vestías de forma distinta,

como más mundano. Supongo que ibas disfrazado para que no te descubriera ninguna amiga mía.

—Que no era yo. No salí de casa, estuve finiquitando la novela. —Eras tú, deja de mentir. Mira, te saqué una foto con el móvil.

Dime que este hombre no eres tú en el Café Central, junto a una rubia.

—Ah, vale, esto lo explica todo. No soy yo, sino uno de mis heterónimos.

—¿Qué? —Es Alfredo de la Bahía, un vividor. No tiene trabajo conocido,

se dedica a sablear a los amigos y a ser invitado por hermosas mujeres.

—No entiendo nada, ¿es un gemelo tuyo? Tenéis apellidos distintos.

—No es un gemelo mío, es un heterónimo, ya te lo he dicho. —¿Y eso qué es? —Otra identidad. Una identidad literaria distinta. —Nunca me habías dicho que tenías doble personalidad,

Fernando. —No es doble personalidad, es tener un heterónimo. Y no

tengo sólo uno, sino trescientos treinta y tres. —¿Trescientos? —Trescientos treinta y tres. Todos con características definidas

y vidas complejas. —Pero yo no quiero salir con tanta gente. —¡Cariño, qué cosas tienes! En nuestra relación sólo estamos

tú y yo.

Gabriel Noguera

PESSOA EN EL ESPEJO Desde el fondo sombrío la pregunta lo mira sin querer darse cuenta en el espejo. Mira al blanco exacto de sus ojos desde su fondo oscuro e inagotable. La pregunta golpea su reflejo quebrado y él responde lanzándose palabras como piedras: Quizá ahora la efigie de todos esos hombres en el espejo roto de tu vida sea quien te devuelva al hombre que eres.

Daniel García Florindo

PESSOA Y CLARA Y si mi nombre le bastara a tu apellido de frontera, y fuera tu nuca mi alcance y la esperanza cayendo madura. Haríamos del «Ir» una danza de presa, jugando con mi miedo convenciéndole de ti, venciendo. Y si él me leyera con tu boca de hogar escribiría su nombre para mirarte a la cara, para calentar mis manos las manos de casa, de ventanas estrechas y luces anchas.

Lara Lomas

Añeta Martin

MUNDO HERMOSO «Seré siempre el que esperó a que le abrieran la puerta, junto a un muro sin puerta».

Fernando Pessoa

I Y un día el disparo fue certero: la bala hizo nido dentro de mi pecho. II El mundo es demasiado hermoso para soportar la inmundicia que desprendo. La decadencia de mis manos que no saben obrar más que batallas perdidas. El silencio: soy la furia contenida, incapaz de expresar amor o dolor, por partes iguales. Las noches azules, carentes de perfumes o mugre, por ejemplo. Suciedad de cuerpos que se destrozan y arman de nuevo, bajo techos húmedos y suelos polvorientos. Ventanas abiertas en los cielos de otros, bendiciendo esa entrega arrojando estrellas a sus ojos. Y qué vacío mi firmamento de este lado, por comparar apenas. No queda otra opción más que la muerte dulce. Tal vez una canción que arañe el recuerdo distante a la belleza que nunca tuve o que tímidamente, insinué en breves ocasiones. Quizás cerrar los párpados y rezar por un poco de luces entre tanto mar y horas.

Crista Smith

VOX ULTERIOR

¨I know not what tomorrow will bring¨

Alexander Search se escribe cartas a sí mismo. Se aísla intimando con su esencia en infinitas voces ficticias y se va de vacaciones en el König con sus cartas arrugadas. Ofelia, papirusa detesta a Álvaro, que es todos y es nadie; y hay un ángel en mi mesa de voces y visiones imposibles de explicar. En un sinfín de voces sinuosas imploto en Águila Real, en un traje hecho de ceniza se dispersan las nubes en las olas —disolución—. La voz ulterior sigue nubosa y queda un hombre y muchas vidas —hielo que quema—, muchos fantasmas.

En la casa del espíritu, encerrado oigo voces en cosas que no son voces; abatido y extático, me siento muy dentro saliendo fuera de mí mismo. Navegar es necesario. Si el tren se desvía y pierde el andén de la conciencia ficticia, siguiendo el camino del desasosiego llega a la identidad y la verdad, esa verdad que es dolor, el dolor fingido que es el que más duele. Y al fin del viaje, cuando llegue la injusticia del mundo y se pertenezca a otro de dentro no queda más que clamar por los fantasmas y los amigos inventados.

Diego Mercado Villarroel

Rebeca Tizón

FERNANDO PESSOA: LOCURA, LITERATURA, HETERÓNIMOS

Fernando Pessoa empezó desde muy pronto a sentir dentro de sí voces y tendencias dispersas, que pueden ser apenas virtuales y benignas o pueden llevar a estados psicopáticos graves. En la posdata de una carta enviada al también poeta portugués Mário de Sá-Carneiro, le diagnostica su estado mental, «una histeroneurastenia profunda»

1. En un manuscrito fechado

alrededor de 1915 escribiría lo siguiente:

«No sé quién soy, qué alma tengo. Cuando hablo con sinceridad, no sé con qué sinceridad hablo. Soy variadamente otro que un yo que no sé si existe (si es esos otros). Siento creencias que no tengo. Me arroban ansias que repudio. Mi perpetua atención sobre mí perpetuamente me denuncia traiciones del alma a un carácter que quizás no tenga, ni ella cree que tengo. Me siento múltiple. Soy como un cuarto con innumerables espejos fantásticos que dislocan reflejos falsos, una única anterior realidad que no está en ninguno y está en todos. Como el panteísta se siente árbol, y hasta su flor, yo me siento varios seres. Me siento vivir vidas ajenas, en mí incompletamente, como si mi ser participase de todos los hombres, incompletamente en cada [uno], mediante una suma de no-yos sintetizados en un yo postizo»

2.

Pessoa «no dudaba en hablar de sí mismo como de un caso. Verdaderamente no sabía bien cuál, pero eso no le impedía tener sus convicciones, establecer su diagnóstico en términos psiquiátricos, incluso redactar, en 1907, a la edad de diecinueve años, la falsa carta de un supuesto psiquiatra que se interrogaba, a propósito de él, pues se sentía, se sabía, al borde de la locura, aspirado por el hospital psiquiátrico que evoca a menudo, pero al que nunca fue. Sin embargo, él también distinguía su caso del poeta, pero sutilmente, pues la poesía misma le parecía resultar de algo como un diagnóstico. Un diagnóstico de otro tipo, por supuesto, no el del psiquiatra, sino el del poeta crítico. [...] Tanto en un caso como otro, del escritor como persona o de su escritura, lanzó sin embargo puentes que enraizaban en lo uno y en lo otro, cuando en realidad se trataba de él mismo. [...] La colección de -

personalidades que inventó y de las que es vecino, plantea desde siempre tanto al lector como a los críticos una cuestión acuciante»

3. Pessoa podría sufrir, lo que en psicología se suele

denominar complejos afectivos, es decir, cuando el individuo consigue realizar escisiones del “yo” en cuatro o cinco personalidades diferentes. El psiquiatra Jung señala a Pierre Janet y a Morton-Prince como los que descubrieron las extensas posibilidades que tiene la conciencia de escindirse. Estas parcelas existen, relativamente independientes unas al lado de otras, y pueden en todo momento alterarse mutuamente, es decir, que cada una de ellas posee un alto grado de autonomía.

Pero Pessoa, siempre lúcido, dio también él mismo una explicación psicológica para la heteronimia que no está lejos de las conclusiones de Janet, Morton-Prince y Jung, y que está recogida en las cartas que escribe a Adolfo Casais Monteiro:

Paso ahora a responder a su pregunta sobre la génesis de mis heterónimos. Voy a ver si consigo responderle de manera completa. Empiezo por la parte psiquiátrica. El origen de mis heterónimos es el profundo trazo de histeria que hay en mí. No sé si soy simplemente histérico, si soy, más propiamente, un histeroneurasténico. Me inclino hacia esta segunda hipótesis porque se dan en mí fenómenos de abulia que la histeria propiamente dicha no encuadra en el registro de sus síntomas. Sea como fuere, el origen mental de mis heterónimos reside en mi tendencia orgánica y constante a la despersonalización y a la simulación. Estos fenómenos afortunadamente para mí y para los demás se han mentalizado en mí; quiero decir que no se manifiestan en mi vida práctica, exterior y de contacto con los demás; hacen explosión hacia dentro y los vivo a solas conmigo. Si yo fuese una mujer —en la mujer los fenómenos histéricos se manifiestan en ataques y cosas parecidas—, cada poema de Álvaro de Campos (lo más histéricamente histérico de mí) sería una alarma en el vecindario. Pero soy un hombre, y en los hombres, la histeria asume principalmente aspectos mentales; así, todo termina en silencio y poesía… Esto explica, tan bien que mal, el origen orgánico de mi heteronismo

4.

No faltan opiniones como la que recoge Crespo de Jacinto do

Prado Coelho, para quien «la idea pessoana de los heterónimos, aunque singular, no es enteramente nueva, pues «Kierkegaard, ejemplo clásico de heteronimia, se desdobló en varios autores -

por la necesidad, afirmó, de mantenerse imparcial, impasible, ante el desarrollo de su pensamiento dialéctico». Y el mismo Kierkegaard dijo que su relación con la obra heterónima era más débil que la del novelista con sus personajes, pues su papel se reducía al de secretario de varias entidades. Pessoa, en cambio, comparó a sus heterónimos con los personajes de Shakespeare, lo que le permitía mantener una relación bastante más estrecha con ellos»

5.

Pero Pessoa «no es simplemente un mitómano que crea interlocutores imaginarios, tampoco solamente un dramaturgo, aunque se reconozca la inspiración del dramaturgo; [...] produce sobre todo obras originales, estilos diferentes, con los que los autores toman cuerpo y presencia para él. [...] La puesta en plural heteronímica, [...], engendra un curioso efecto de puesta en suspenso de la aserción. Hablar de voz está aquí justificado, pues los textos de Pessoa hablan. Hablan en una cacofonía de voces cruzadas»

6.

Siendo el más complejo de los heterónimos, Pessoa es al mismo tiempo el más patente y el más oculto, el más exterior y el más secreto. Es el paciente de una experiencia fundamental: la del dolor y el misterio de existir, sin el auxilio de un «yo» constituido. Así, la poesía de los heterónimos, representó para Pessoa, una catarsis de tendencias no expresadas por su personalidad social, una purificación de emociones, deseos e ideas, lo que era propiamente la finalidad de su «drama en gente»: Me he multiplicado, para sentirme; Para sentirme, he necesitado sentirlo todo, Me he trasbordado, no he hecho más que extravasarme, Me he desnudado, me he entregado, Y hay en cada rincón de mi alma un altar a un dios diferente.

Debajo de esta relación entre lo uno, lo diverso y lo disperso, subyace la cuestión de la identidad, que se convierte aquí en leitmotiv.

Probablemente esta división interior habría aniquilado a Pessoa si no hubiese conseguido expresarla y sublimarla a través de la invención, pero a la vez, sembrada de autenticidad, de los heterónimos, en una vida entregada sin reservas a la literatura, sintiendo al mismo tiempo sobre ella el peso de la locura. 1 SÁ-CARNEIRO, Mario de, Cartas Escolhidas. Introdução, apéndice documental e

notas de António Cuadros, II volume, Europa-América, D.L., 1992 en la que Pessoa escribe: «Poucas vezes tenho tão completamente escrito o meu psiquismo, com todas as suas atitudes sentimentais e intelectuais, com toda a sua histero-neurastenia fundamental, com todas aquelas intersecções e esquinas na consciência de si-próprio que dele são tão características...Você acha-me razão, não é verdades?» 2 La traducción la recoge Ángel Crespo en La vida plural de Fernando Pessoa,

Barcelona, Seix Barral, 1988, p.123. 3 SOLER, Colette, “Pessoa, la esfinge”, Clínica y Pensamiento, nº 1 , 2002, pp.33-34.

4 El texto en español aparece en La vida plural de Fernando Pessoa, pp. 125-126.

5 La vida plural de Fernando Pessoa, p.125. 6 “Pessoa, la esfinge”, pp. 35-41.

Salvador Rodríguez Arana

LA HIDRA

Mis vecinos lo podrán tachar de majadería tantas veces como les apetezca, pero solicitar una orden de alejamiento contra ti mismo por no haberte lavado las manos después de mear no deja de ser un simple ejercicio de integridad. Una declaración de intenciones para con la humildad. Y que conste que las sonrisas burlonas y las miradas raras en los descansillos y soportales me importan un pimiento. Las habladurías me preocupan ahora lo mismo que me preocuparon de niño cuando delaté a Vladimir, mi amigo ruso imaginario, ante el departamento de inmigración. Los comentarios despectivos me quitan el sueño en la misma medida que me lo quitaron en la adolescencia, cuando me denuncié por acoso tras haberle preguntado la hora a mi profesora de matemáticas cuatro veces en un mismo semestre.

Esto es así. El ego es un monstruo al que le crecen siete cabezas por aplauso, y creedme, hay tinieblas que es mejor desterrar antes de que les dé por empadronarse. Uno empieza siendo un poco permisivo consigo mismo y termina encargándose autorretratos al óleo y estatuas de mármol en pose heroica. Mucho ojo con tolerarte ciertas minucias o acabarás en un sótano planeando sojuzgar media Europa. Lo más sensato que puedes hacer para mantenerte modesto y llano es criticarte hasta el absurdo ante la más mínima falla. Ponerte a parir antes de que lo hagan los vecinos. Y todo sea dicho, para decapitar a ciertos bichos no hay guillotina más precisa que una demanda judicial.

Xavi Lázaro

Lola Marín

¿Por qué morimos? Quizás por no soñar bastante…

ÁLVARO VOLADOR PESSOA DEMONIO

Fingir la muerte en heterónimos es disipar en la mirada de la bestia sonriente en la casa XII la cúpula de Lilith en el semen de Plutón. Él les habla a los otros yo en las mortificaciones de un Fausto primero, que se abalanza hacia la Nada gritando: ¡Sea yo el Destructor! ¡Sea yo el Dios ira!

Entonces si la vida se tambaleara en el falo de un fantasma sería una muerte del otro. Y allí, escupiendo los pulmones permanece Alberto, infinito como la sombra de una Salomé aullante en la cabeza de un santo que creaba dioses en los desiertos. Alberto príncipe desdoblado en un trono mortal ¿Quién soy? ¿Seré ellos, o ellos serán yo? Pensar es mi maldición. El poeta se ahorca con su propia mentira de media luna. No hay días para ellos. Mi muerte me pertenece ¿Los asesinaré a ellos o ellos me asesinarán?

Cuento las casas astrales de mis ojos multiplicados en Géminis. Fue un número más o un número menos. Aleister me guía con su mirada perdida en Isis. Mi carta me dice todo y a la vez nada. Pásame las gafas, quiero ver la muerte como un sueño distante en los labios de una sirena

En mi alma se desagua un mañana que no traerá nada.

Irán Infante

No soy nada. Nunca seré nada.

No puedo querer ser nada. Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Álvaro de Campos

Soñé que mi rostro era un tapiz en el que habían bordado mil caras diferentes. Soñé que mi falda ondeaba al viento como si fuera la bandera de mi cuerpo y los patriotas se ponían firmes a mi paso. Soñé que era otra mi voz y que ya no dudaba.

Aurora Munt

Álvaro Campos Suárez

BELEZA Vincent pintaba bajo la luna de las calles, yo escribo junto al flexo de oficina. Dos sombras distintas en busca de la misma luz.

(F. de P.)

Paloma P.

SI ME PREGUNTAS

O fado é o cansaço da alma forte.

Fernando Pessoa

Puedo traducir saudade, explicar su significado con las palabras perfectas, ordenarlas frente a tus ojos, serena… Contar, incluso, que la siento con la mirada brillante de quien mira, sin parpadear, las llamas de una hoguera, como si hubiese paseado Lisboa de una mano que ya no encuentro entre los dedos. Puedo tenerla y no me basta para convencerte de que es mía esta tristeza. Por eso canto, porque no sé fingir la lágrima que resbala por la boca abierta y encendida en rojos, porque hay verdad en la voz rota que se apoya en la guitarra para levantarse, y va del estómago a la garganta, poderosa y frágil a la vez, como una flor que se deshoja, temblando, bajo el foco de la luna antigua. El fado no se traduce, es el idioma de la piel que sangra… y todas se arañan, se quiebran y se estremecen por igual. Si me preguntas qué es saudade, no puedo contártelo, sólo puedo cantar para que lo entiendas.

Mar López Algaba

ODAS SIN AUTOR

«Lidia, somos sólo nuestros»

«Ella a sí se basta, nada desea

salvo el orgullo de ver siempre claro hasta dejar de ver»

Odas de Ricardo Reis

Escenario Abandona el escenario, Virginia, y deja al autor desvanecerse. Extíngase el Hado que cubre a los Dioses con fatalidad de personajes trágicos. Arde serena en mitad de la nada, donde no surgen más palabras y place el albur. Démonos entidad, sé hoguera en la gran noche y las criaturas acudirán. Yo seré su raza. El autor, Hado funesto, seguirá tu ejemplo, romperá el hilo que rompas, y el escenario será memoria vacío de personajes. Seamos Dioses. Génesis Hasta que nos cruzamos, Virginia, no éramos. Mi alma nació cuando naciste dentro de mi alma. Fue tarde.

Carta La palabra carece de suerte: no hay demostraciones que hallar en el discurso. No reúne signos de providencia que entregar al que en vilo persigue por amor, ni al perseguido. No reúne la palabra una clave de méritos que rechazar. El verbo se reduce a una impostura que sólo alberga verdad cuando conecta el tiempo con el silencio y se esconde en mi interior. Prao Hasta que nos cruzamos, Virginia, no éramos. Estuvimos como un prado manso merced a las caricias de la brisa o la tempestad esperando el alma. Hombres te consumieron de aconteceres donde el poeta persevera y se perpetúa. Dirige mis pasos, ah, la eternidad sin mesura enlentece la curación de mis heridas, mi llegada al mundo. Fue tarde. Paradoja Nada se espera si no se ama. Entonces es cuando la oportunidad se acerca. Siendo, no esperando: mientras la emoción contengas la expectativa distancia el amor que restamos.

Mirada Sé sola, Virginia, llénate de mundo en el apogeo de tu mirada alejando a las personas que puedan cegarla. Inmóvil permanece, que el mundo se moverá. Dará el camino sostener la mirada. Existe una distancia donde todo se enfoca. Ofrenda La mansedumbre del hombre al olfato salvaje maldigo con fe sacerdotal. Líbrame, oración, de la añoranza con su olor. Aceptad la ofrenda, fuerzas de los sentidos, sacrificaré las líneas necesarias y el favor de los Hados. Traedla de vuelta. Dejadla conmigo unos instantes, lo que dura un hombre. Que no exista escapatoria, Hados concupiscentes. Sólo un camino, acaso inexorable, habéis de condenar: la salvación no nos une. Impedid Dioses tan distados como cuando desconocidos.

Huella Forma en acto, el espíritu libre contempla sin superficies. Tú vives, al contrario, encadenada al éxito de la materia sobre el silencio y la nada. No te admires de mi huella en su levedad no pisa la tierra que eres. Es mi fuerza un ardid que no sirve una superficie contra la que chocar. Considera mi vaguedad un desafío al sentido común que te comulga. ¿Cómo hallarás sin contacto evidencia de una fuerza que no consiente ser palpada? Sin superficie para tocarte, mujer telúrica, sólo puedo hacerte flotar. Celo El celo se diluye con el desamor. No amemos, la infidelidad por instinto esquiva. No necesites gustarle al mundo por temor o riesgo sino por el placer mero de negarte a él. Ningún pecado o pena cabe en pensamientos o acciones movidas por un corazón vacío si no bárbaro.

Ingravidez En la ingravidez de un espíritu contemplativo nunca te suspendas: es mi reverso a tu nervio. Como a las madrugadas libres oponte a la indefinición. Eres carne y necesidad. Al incendio atrae tu huida la masa del astro con el estruendo del rasgo que ignaros compartís: la combustión en que se consume te pulveriza. Hete en el camino del fuego para chocar y refulgir. Brusquedad Hay Dios en el hombre que ama contra tu intermitencia. No creas mortal a un Dios, no lo es: réplica de ti es tu complemento, voluble e infinito. Un Dios que no muere espera su designio. Se revuelve contra él. Sacude sin contemplaciones por exigencia de su naturaleza, en un desbocamiento de voluntad. Nunca mendiga, pues es un Dios. Nada urge el tiempo efímero. Sangra tu ausencia con lapso humano. Así le verán, con tus ojos más desatentos. Pero es un Dios, no va a mirarse con víctimas. Los ojos se clavará con su designio. Espera sin horas firme en la acción que te decida a mirar.

Contra ¿Para qué palabras en la boca haciendo de la distancia medida de la muerte que tus labios interponen? Sé, ruego, sé contra mí. Sacrifiquemos las palabras. Seremos unos instantes entrega pura, línea que no quiebra. Entrega Virginia, somos sólo nuestros. No nos llevaremos del otro pureza alguna en este ejercicio avanzado de amor: sólo hay entrega parcial en el combate. No un arma, puedo ser quien quiera excepto contigo. Tenemos que desaparecer, Virginia. Como todo antes. Como todo lo que vendrá.

Artevic Holgueras Galán

«No hay normas. Todos los hombres son excepciones a una regla que no existe».

Fernando Pessoa

COLABORADORES

Henar Bengale – Álvaro Campos Suárez – Jesús Castro –

Daniel García Florindo – Artevic Holgueras Galán – Irán

Infante – Xavi Lázaro – Lara Lomas – Elena López – Mar

López Algaba – Lola Marín – Añeta Martin – Diego

Mercado Villarroel – Aurora Munt – Gabriel Noguera –

Jorge Ortiz Robla – Paloma P. – Salvador Rodríguez Arana –

Crista Smith – Rebeca Tizón Rey – Antonio Ullén

DIRECCIÓN DISEÑO Y PORTADA

Sonia Marpez Sonia Marpez

Gabriel Noguera

Obituario N.20 – Fernando Pessoa

Publicado el 30 de noviembre de 2014

obituariomag.blogspot.com