Noticias del presente - Università Ca' Foscari Venezia

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Dottorato di ricerca in Studi Iberici e Anglo-americani Scuola di dottorato in Lingue, Culture e Società Ciclo XXIV (A.A. 2010 - 2011) Noticias del presente El caso de tres narradores mexicanos SETTORE SCIENTIFICO DISCIPLINARE DI AFFERENZA: L-LIN/06 Tesi di dottorato di Paolo Sanguinetti, matricola 955573 Coordinatore del Dottorato Tutore del dottorando Prof.ssa Enrica Villari Prof.ssa Elide Pittarello

Transcript of Noticias del presente - Università Ca' Foscari Venezia

Dottorato di ricerca in Studi Iberici e Anglo-americani Scuola di dottorato in Lingue, Culture e Società Ciclo XXIV (A.A. 2010 - 2011)

Noticias del presente El caso de tres narradores mexicanos

SETTORE SCIENTIFICO DISCIPLINARE DI AFFERENZA: L-LIN/06 Tesi di dottorato di Paolo Sanguinetti, matricola 955573 Coordinatore del Dottorato Tutore del dottorando Prof.ssa Enrica Villari Prof.ssa Elide Pittarello

Este trabajo de investigación fue realizado con el apoyo de la Secretaría de Relaciones

Exteriores del Gobierno de México y del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios

(CELL) de El Colegio de México.

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ÍNDICE

I Noticias del presente ..................................................................... 3

1.1 Introducción ........................................................................................ 3

1.2 El presente y la historia ...................................................................... 9

1.3 La historia como narración ............................................................... 19

1.4 En defensa del presente: experiencia e historia

en Ricœur y Benjamin ...................................................................... 30

II La locura de la historia: Noticias del imperio

de Fernando del Paso .................................................................. 50

2.1 Introducción ...................................................................................... 50

2.2 Hacia Noticias del Imperio: notas sobre

la novela histórica en América Latina .............................................. 52

2.3 La novela como Archivo .................................................................. 61

2.4 Aquiles y la tortuga .......................................................................... 64

2.5 Un nuevo lenguaje para la historia ........................................................74

III Historia de una investigación:

El desfile del amor de Sergio Pitol .............................................. 88

3.1 Introducción ..........................................................................................88

3.2 Un historiador frente a la memoria .......................................................89

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3.3 El lugar del crimen: el edificio Minerva como Archivo .......................97

3.4 El fracaso de un paradigma: El desfile del amor

y la afasía del historiador ....................................................................110

IV La puesta en escena de la historia:

Los puentes de Königsberg de David Toscana ......................... 119

4.1 Introducción .......................................................................................119

4.2 Espacios y tiempos: Los puentes de Königsberg

como novela heterotópica....................................................................122

4.3 El afán por historiar .............................................................................137

4.4 El gran teatro de la historia .................................................................142

V Conclusiones .............................................................................. 154

Bibliografía ........................................................................................ 161

Agradecimientos ................................................................................ 172

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I Noticias del presente

1.1 Introducción

En los últimos cincuenta años, la explosión de la literatura de base histórica en

América Latina ha puesto en evidencia el problema de la representación de los

diferentes pasados, tanto de la sociedad como del individuo, en el Continente.

La re-escritura de la historia por medio de la novela recupera los interrogantes

identitarios de un pueblo para darles una nueva respuesta y se configura como

uno de los medios privilegiados para el conocimiento de la realidad.

Para acercarse al estudio del pasado desde esta perspectiva es necesario

dejar de lado las pretensiones científicas de la historiografía europea propias del

siglo XIX y las preocupaciones positivistas sobre las modalidades de

representación de lo pretérito que pretendían aproximar tanto epistemológica

como metodológicamente el discurso histórico al de las ciencias naturales. Una

revisión radical de la idea de historiografía se dio en los años 60 y 70 del siglo

XX, cuando los aportes de las teorías estructuralistas, la denuncia foucaultiana

de la arbitrariedad de los discursos científicos y los cambios, o derrumbes, de

los paradigmas epistemológicos occidentales volvieron borrosa la distinción

entre el discurso ficcional y el testimonial, distinción que se construyó sobre la

base de la presunción de una diferencia ontológica entre sus respectivos

referentes, imaginarios o reales.

La crítica pos-estructuralista al discurso histórico, basada en la conciencia

de que la realidad nunca puede ser representada de forma coherente en su

totalidad, rompe con la concepción aristotélica de una verdad histórica anclada

en la convicción de que se puede representar el pasado de forma objetiva y

lineal. Las diferencias entre diversas interpretaciones históricas sobre un mismo

conjunto de datos no se pueden resolver recurriendo a “los hechos” porque éstos

no surgen de los acontecimientos, sino de las estructuras epistemológicas que a

su vez han dominado una cierta época y que han determinado el objeto y el

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sujeto de la investigación científica. De aquí procede la conciencia de la

relatividad de cada relato histórico, puesto que éste está condicionado por el

lenguaje escogido que delimita lo que es posible decir sobre el objeto de

estudio: la coherencia y la significación que el historiador pretende dar a los

acontecimientos a través de un relato histórico organizado según el principio

causa/efecto están puestas en tela de juicio por ser invariablemente afectadas

por el marco ideológico de quien relata.

La textualidad que ha dado vida a la conciencia latinoamericana y que a la vez

ha recibido de ésta su legitimación como narración nacional ha sido desde

siempre una operación de cruce e hibridación de géneros, lenguajes, realidad y

proyecciones oníricas (González Echevarría 1999). La ficción literaria resulta

ser, en América Latina en particular, imprescindible instrumento en la

reconstrucción del pasado colectivo. Una cita de Saúl Sosnowski nos puede

ayudar a esbozar los trazos de la búsqueda de la identidad nacional y cultural

que la literatura latinoamericana ha desarrollado por medio de una inextricable

conmistión de historia y ficción, de real e imaginario:

El cruce de historia y ficción, así como la disolución de fronteras

genéricas, aparece en las letras americanas desde que la conciencia

europea comenzó a incorporar un mundo que sólo cabría en su

imaginación mediante alusiones literarias. Es posible rastrear esta seña de

identidad americana a lo largo de cinco siglos de interrogantes sobre el

sentido de ser en estas tierras: desde las crónicas de la conquista y mucho

después a través del Facundo (1845) de Sarmiento, por ejemplo, hasta

alcanzar la lectura contemporánea de una historia tan explícita como la

transmutación del Dr. Francia en Yo el Supremo, o el devenir sutilmente

hilvanado de los centenarios Buendía. Historia y ficción se proponen en

estos casos como medios de conocimiento que se articulan en diferentes

niveles; sirven para desentrañar leyes, para adjudicarle algún sentido a los

orígenes y en última instancia, para responder a la incertidumbre del

futuro. (Sosnowski 1996: 9)

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La historia puede ser considerada una narración, si desplazamos el foco

de nuestra atención a las estrategias retóricas presentes en el discurso histórico.

Además la necesidad de representar narrativamente la historia (White 1973,

1978 y 1987) permitió considerar ésta como algo producido –construido– desde

un contexto social y cultural determinado, aparentándola a la novela en tanto

ambas tienen como médium y fuente comunes la escritura y el principio de

narratividad.

La crítica a la historiografía tradicional de tipo histórico-genético obrada

por la corriente francesa de la Nouvelle Histoire (Le Goff 1978-1988) a partir de

los años 70 y más radicalmente por las teorías posmodernas en el momento

actual redefine la historia como un proceso interdisciplinar y trans-discursivo

que crea el pasado, en vez de descubrirlo e investigarlo gracias a la evidencia de

los documentos, poniendo al mismo tiempo al descubierto los procesos

ideológicos y culturales de diferente origen involucrados en el acto de organizar

el conocimiento de los acontecimientos pasados y las relaciones que existen

entre éste y las diferentes semánticas de la temporalidad y con los regímenes de

historicidad que lo informan.

No se pretende aquí negar el valor cognitivo del discurso historiográfico,

sino poner de relieve cómo la ficción literaria de base histórica, en tanto forma

de investigación o mode of cognition (Foley 1986) en el ámbito del cambio

epistemológico que ha caracterizado las ciencias a finales del Siglo XX,

proporciona al lector informaciones sobre el referente, sobre el sujeto de

enunciación y sobre el contexto desde el cual se produce esta enunciación.

Escribe al respecto Giorgio Agamben:

Ogni concezione della storia è sempre data insieme con una certa

esperienza del tempo che è implicita in essa, che la condiziona e che si

tratta appunto di portare alla luce. Parimenti ogni cultura è innanzitutto

una certa esperienza del tempo e una nuova cultura non è possibile senza il

mutamento di questa esperienza. (Agamben 2001: 95)

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En el marco de los debates actuales sobre la novela y su relación con el

conocimiento histórico, tanto globales como específicamente latinoamericanos,

examinar la novela histórica significa revelar cómo ésta

[…] se puede concebir como un espacio discursivo ficcional en el que se

articulan lecturas y reescrituras presentes del texto de la historia. Cada

novela traza una imagen o visión no sólo de un acontecimiento pretérito

concreto, sino también de la historia y del discurso histórico y su relación

con el presente. (Perkowska 2008: 37)

En este sentido, la novela histórica latinoamericana de los últimos 30 años

se diferencia de la novela histórica tradicional precisamente porque “escenifica

las condiciones generativas de la mimesis, de la representación de la historia y

de su poder discursivo de conocimiento (Erkenntnis) como suplemento del

discurso historiográfico” (De Toro 2007: 76). En esta novela histñrica, además,

la memoria como forma privilegiada –aunque, como veremos, no por eso la más

definitiva- de relacionarse con la historia desde el presente, trabaja en estrecha

correlación con la historiografía en tanto ambas proponen re-construcciones del

pasado que, de forma diferente, contribuyen a la formación de un Archivo de

referencia (González Echevarría 1999) para la construcción de la identidad en

sujetos colectivos como los pueblos latinoamericanos en general y del mexicano

en particular.

Es muy útil hacer referencia al marco teórico proporcionado por la

semiótica de Yuri Lotman que interpreta la cultura como un espacio donde

coexisten muchos sistemas de significación en mutua relación y en el cual un

sistema de significación aislado no puede constituir una cultura porque la

condición mínima es que exista por lo menos una pareja de sistemas

relacionados entre sí (Lotman 1996, 1998, 1999 y 2001). La semiótica de la

cultura puede ayudar a introducir en el análisis también el concepto de

transversalidad tal como lo interpreta René Ceballos retomando las teorías de

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Wolfgang Welsch (Welsch 1996) sobre la razón transversal y que subyace a la

creación de un tipo de novelas que son el producto de

[…] una combinaciñn de semiñtica de tipos discursivos dispares que no se

leen como un abanico o catálogo discursivo, sino como una conexión

rizomática equitativa que no borra ni soslaya sus puntos de enlazamiento,

que no contiene un origen primigenio (arché) y en la que tampoco se

encuentra de ninguna forma un final definitivo y absoluto. (Ceballos 2007:

138)

A la luz de los presupuestos teóricos antes mencionados, el análisis que

aquí se propone versará sobre el problema de las diferentes estrategias, tanto

textuales como temáticas, de representación de la emergencia del pasado en un

momento de crisis del tiempo – que se da a partir de los años 80 del siglo XX

con la caída del muro de Berlín y que sigue hasta nuestros días– en que se asiste

al agotamiento del régimen de historicidad de la modernidad, esencialmente

futurista, y al establecimiento de un nuevo régimen de tipo presentista. Un

régimen de historicidad, término acuñado por el historiador francés François

Hartog:

[…] n‟a d‟ailleurs jamais été une entité métaphysique, descendue du ciel et

de portée universelle. Il n‟est que l‟expression d‟un ordre dominant du

temps. Tissé de différents régimes de temporalité, il est, pour finir, une

façon de traduire et d‟ordonner des expériences du temps – de manière

d‟articuler passé, présent et futur – et de leur donner sens. (Hartog 2003:

118)

No se hará, entonces, referencia al concepto de régimen como proposición

de una nueva teoría de la historia, con pretensiones universales y totalizadoras,

sino como una tentativa de formular un dispositivo útil para descifrar los

aspectos semánticos de la temporalidad –es decir los modos en que en cada

presente ha puesto en relación el pasado con el futuro- que varían según las

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diferentes sociedades y sobre todo según los diferentes momentos históricos y

culturales. En tanto instrumento heurístico, el régimen de historicidad

[…] aidant à mieux appréhender, non le temps, tous les temps ou le tout du

temps, mais principalement des moments de crise du temps, ici et là,

quand viennent, justement, à perdre de leur évidence les articulations du

passé, du présent et du futur. (Hartog 2003: 27)

La posición privilegiada del presente, de alguna forma, ha sido detectada

desde hace tiempo por muchos pensadores en América Latina. Un tópico

persistente de la reflexión en este continente ha sido precisamente la historia

como presente,

[…] ya que la llamen el presente sumergido (Pedro Henríquez Ureña), el

presente fluido (Macedonio Fernández), el presente constante (Julio

Cortázar), el pasado como presente oculto, perpetuo presente en rotación,

el presente enterrado (Octavio Paz), o en fin, el presente continuo (Carlos

Fuentes). (Hazaiová 2001: 67).

El objetivo será entonces investigar cómo en la producción literaria de

base histórica se pueden detectar los caracteres peculiares de una época en la

cual un presente inquieto debe encarar la ruptura que él mismo ha

incesantemente provocado entre el espacio de experiencia y el horizonte de

expectativas (Hartog 2003: 216-218) y tratar de encontrar una solución a los

interrogantes acerca de las posibilidades y modalidades de representación del

tiempo y de la historia que surgen de esta ruptura

El campo de este análisis serán tres novelas mexicanas de base histórica:

Noticias del Imperio (1987) de Fernando Del Paso, El desfile del amor (1984)

de Sergio Pitol y Los puentes de Königsberg (2009) de David Toscana. Se

analizarán las tres obras como lugares de enunciación de una nueva re-

conceptualización de la articulación de pasado, presente y futuro, es decir de

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una nueva manera de relacionarse con el tiempo que pone en tela de juicio la

noción tradicional tanto de la historia como de la narración ficcional,

favoreciendo la dimensión del presente. Las características sobresalientes de las

novelas que serán objetos de nuestro análisis son entre otras: el cuestionamiento

de la historia como modelo teleológico, la ruptura del orden diegético por medio

de la superposición de los diferentes tiempos y voces narrativas, la

transversalidad, es decir la relación de interdependencia entre el discurso

histórico y el literario en el ámbito de una constante interrogación del texto

sobre sí mismo y sobre el acto de su propia creación en relación con otros

textos. Desde un punto de vista temático, se hará hincapié en la persistencia

estática de la historia en el presente y del presente en la historia como estado

revelador de una fisura o crisis del tiempo y la posibilidad de relacionarse con el

tiempo tomando como categorías de referencia lo simultáneo, lo anacrónico y lo

instantáneo, tales como han sido formuladas en las reflexiones de pensadores

como Walter Benjamin y Paul Ricœur.

1.2 El presente y la historia

Al enfrentarse al texto historiográfico, los teóricos de área pos-estructuralista

han hecho hincapié en los aspectos retórico-formales de la representación

histórica para re-afirmar su fundamental “narratividad” y falta de inocencia con

respecto a las posibles implicaciones políticas e ideológicas. Desde Michel

Foucault (1966, 1969, 1971, 1994) en adelante, el objetivo ha sido poner al

descubierto la “historicidad de la historia”, es decir re-colocar la historia en la

episteme a la que pertenece. La historia y las demás ciencias no serían el

resultado de las acciones conscientes de los hombres, sino el producto de las

estructuras epistemológicas que a su vez han dominado una cierta época y de las

prácticas discursivas que creando, seleccionando y organizando las nociones y

las experiencias que los hombres tienen de la realidad regulan la distinción entre

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falso y verdadero y deciden lo que debe ser aceptado o rechazado en cada

ámbito científico. Estas organizaciones del conocimiento inter-actúan entre

ellas, cada episteme siendo el punto de cristalización del pensamiento en una

época determinada, y son estrictamente conectadas con las relaciones de poder.

Los conceptos de sujeto, locura o sexualidad son construcciones discursivas

elaboradas por el poder en un determinado momento histórico para disciplinar y

controlar la sociedad en sus aspectos económicos y productivos. Las ciencias

modernas serían entonces a la vez el producto y la fuente de un poder que

selecciona, distingue y cataloga. Bajo esta condición la ciencia podría reducirse

a una serie de “autocitas” de sus enunciados en el ámbito de un discurso de

segundo nivel que los legitima (Foucault 1971).

Por lo que se refiere al discurso histórico, este tipo de acercamiento

embiste directamente los fundamentos ontológicos de la historiografía del siglo

XIX de tipo reconstructivista. Por un lado cuestiona la idea de un sujeto

cognoscente universal y autónomo capaz de investigar un pasado accesible por

medio de la cotización y estudio de la evidencia; por otro lado, recusa la

existencia de estructuras históricas profundas y relativamente estables, es decir

se pone en tela de juicio el referente mismo del discurso histórico de la

modernidad (Muslow 1997: 57-75), el evento singular que desvanece en una

continuidad ideal cuya justificación se puede encontrar sólo en una totalidad

sobrehistórica (Foucault 1994).

En la sociedad post-industrial que se ha impuesto a partir de los años 50

ya no se puede lograr una representación unitaria del mundo, ni re-conducir sus

partes y múltiples facetas a un proyecto único. Tomando como punto de partida

las teorías de Wittgenstein sobre el lenguaje, Jean-Fraçois Lyotard afirma que la

percepción del mundo y del sujeto que esta condición engendra es fragmentaria

e irregular, dominada por la imposibilidad de hallar un elemento “eterno e

inmutable” que sirva de principio base y que legitime las pretensiones de

infalibilidad de la ciencia:

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Al desuso del dispositivo metanarrativo de legitimación corresponde

especialmente la crisis de la filosofía metafísica. La función narrativa [...]

se dispersa en nubes de elementos lingüísticos narrativos cada uno de ellos

vehiculando consigo valencias pragmáticas sui generis. Cada uno de

nosotros vive en la encrucijada de muchas de ellas. No formamos

combinaciones lingüísticas necesariamente estables, y las propiedades de

las que formamos no son necesariamente comunicables. (Lyotard 1979:

10)

La posmodernidad tal como la define Lyotard se caracteriza entonces por

la incredulidad hacia los metarrelatos, y la condición posmoderna designa el

estado de la cultura después de las transformaciones que han afectado las reglas

del juego de la ciencia, de la literatura y de las artes a partir del siglo XX. En la

época actual el diseño progresivo de la historia ha perdido legitimación

alterando profundamente la relación entre pasado, presente y futuro. Todo es

aplastado en la simultaneidad de un presente despojado de sentido histórico:

Que todo se represente una y otra vez, que en cierto sentido nada

desaparezca por completo impide seguir pensando en el pasado de la

misma manera que antaño. Este pasado sin pátina, sin aura, termina siendo

no un pasado-pasado (esto es abandonado, superado) sino una modalidad,

apenas levemente anacrónica, del presente. Pero al mismo tiempo la

masiva incorporación del pasado al presente está provocando también que

cambie nuestra experiencia de este último. (Cruz 2005: 164)

La colonización del pasado por el presente a la que refiere Manuel Cruz

en esta cita pone de relieve cómo en una sociedad dominada por los abusos de

la memoria (Todorov 2000) se ha establecido un nuevo tipo de nexo, o mejor de

ruptura, entre el “espacio de experiencia” y el “horizonte de expectativa”, las

dos categorías metahistóricas formuladas por Reinhart Koselleck.

En su obra Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos

(1993: 335 ss.) publicada por primera vez en 1979, Koselleck concibe el

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“espacio de experiencia” (Erfahrungsraum) y el “horizonte de expectativas”

(Erwartunghorizont) como dos categorías útiles para dar forma y posibilidad al

sentido histórico del tiempo. En el espacio de la experiencia se sedimentan de

forma desordenada acontecimientos pretéritos que pueden ser recordados y

elaborados tanto por el individuo como por las instituciones y generaciones. No

se trata de un pasado inmóvil, puesto que puede modificarse al descubrir nuevos

datos o al cambiar las perspectivas sobre algún acontecimiento. Es un pasado-

presente (gegenwärtige Vergangenheit), según las palabras de Koselleck. El

horizonte de expectativa, en cambio, atañe al futuro hecho presente

(vergegenwärtigte Zukunft): radica en el hoy y se proyecta hacia lo que todavía

no es. A pesar de actuarse ambas en el presente y desenvolverse en dos

direcciones que parecen contrarias, la experiencia y la expectativa no son

categorías simétricas que puedan referirse estadísticamente la una a la otra.

Constituyen una diferencia temporal en el hoy, entrelazando cada una el pasado

y el futuro de manera desigual. Los espacios de experiencia y los horizontes de

expectativas son modos de ser desemejantes en cuya tensión se vertebran los

diferentes regímenes de historicidad y, por lo tanto, los diferentes modos en una

sociedad se relaciona con y produce su propia historia.

El advenimiento de la modernidad y de su concepto de progreso es un

ejemplo de ruptura y re-definición del régimen de historicidad. Hasta el Siglo

XVIII la forma de coordinación entre experiencia y expectativa se había basado

en el topos de la Historia magistra vitae que parecía apelar a un continuum

entre pasado, presente y futuro: el pasado elaborado en el espacio de

experiencia proporcionaba todos los instrumentos para orientarse en el presente

y dirigir el futuro. En este sentido, la simetría entre pasado y futuro era casi

perfecta.

Con el término “modernidad” se define ese conjunto de cambios sociales,

culturales, económicos y políticos que tuvieron sus raíces más profundas en la

revolución humanística del Renacimiento y que se desarrollaron hasta la

revolución industrial del Siglo XIX. Tal vez el ejemplo más concreto de la

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modernidad occidental sea el proyecto de emancipación humana formulado por

la Ilustración en el siglo XVIII. Este proyecto pretendía comprender y

transformar el mundo a través de la construcción de una ciencia objetiva, de la

lucha contra la superstición y el oscurantismo, de la formulación de una moral y

derechos universales. La razón ilustrada no sólo era un concepto, sino tabi´n

una fuerza capaz de penetrar la realidad y transformarla.

La historia se convirtió entonces en un proceso gradual de desarrollo de

estructuras y formas racionales de organización social que se pueden ordenar e

investigar según un criterio temporal:

La teoría de la perspectiva histórica legitima el cambio histórico del

conocimiento, asignándole al orden cronológico una función

creadora de conocimiento. Las verdades históricas se convirtieron en

verdades reflexivas en virtud de su temporalización. (Koselleck

1993: 321)

Los responsables del desarrollo histórico son los seres humanos que,

gracias a los instrumentos proporcionados por la razón y la ciencia, logran

transformar la realidad siguiendo una trayectoria que conduce inevitablemente

al mejoramiento de las condiciones humanas. El hombre, dotado del

instrumento de la razón, es ahora el sujeto de la epistemología histórica, los

logros culturales del hombre siendo el objeto y la objetividad del resultado el

único propósito1.

La condición dominante de la temporalidad moderna es la del movimiento

perpetuo hacia el perfeccionamiento en que el presente es concebido sólo como

momento de transición. La idea de que el futuro será distinto del pasado e

indudablemente mejor ha llegado a convertirse en la regla que rige toda

1 En palabras de Leopold von Ranke (1795-1886) considerado el fundador de la concepción

moderna de historia, la nueva forma de hacer historia debe sobre todo abandonar la función

clásica y renacentista de enjuiciar el pasado para instruir el presente, limitándose a mostrar lo

que de hecho ocurriñ “wie es eigentlich gewesen”. El historiador debe aspirar a convertirse en

un “testigo co-presencial” de los acontecimientos por medio del acceso directo, la investigaciñn y la comparación de cuantos más materiales documentales posibles (von Ranke 1984: 34)

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actividad humana. La visión del tiempo propia de la modernidad no sería otra

cosa que una “laicizzazione del tempo cristiano rettilineo e irreversibile, che

viene però scisso da ogni idea di una fine e svuotato di ogni altro senso che non

sia quello di un processo strutturato secondo il prima e il poi” (Agamben 2001:

101).

La abertura hacia el futuro y la retórica del progreso que caracterizaron la

estructura temporal de la modernidad han significado un desequilibrio cada vez

mayor entre la experiencia y la expectativa:

Finalmente, se abre el abismo entre la experiencia precedente y la

expectativa venidera, crece la diferencia entre pasado y futuro, de manera

que el tiempo en que se vive se experimenta como ruptura, como tiempo

de transición en el que una y otra vez aparece algo nuevo e inesperado. La

novedad aumenta en el campo de sentido del tiempo y tanto más porque

antes de la tecnificación de la comunicación e información, la aceleración

había llegado a ser una experiencia específica del tiempo. (Koselleck

1993: 321)

Esta oscilación acabó por desvalorizar el pasado como modelo ejemplar a

favor de una sobreproducción de expectativas tanto en el plano político, con las

grandes escatologías revolucionarias o los proyectos de reforma de la sociedad,

como en el plano artístico con el surgimiento de las vanguardias estéticas, lo

que finalmente resultó en un régimen de historicidad febrilmente futurista en el

cual el tiempo sufre una aceleración aparentemente imparable hacia el horizonte

de expectativa (Hartog 2003: 146 ss.).

La caída de las grandes metanarrativas modernas, un verdadero

desmoronamiento que Lyotard puso en la base del sentir posmoderno, ha

conllevado no sñlo la imposibilidad de hallar un elemento “eterno e inmutable”

que fundamente la autolegitimación de los discursos científicos, sino también

una honda crisis del tiempo que ha determinado el paso de un régimen de

historicidad futurista a uno presentista o, más modestamente, instauró una

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nueva articulación del tiempo y una nueva forma de hacer historia dominadas

por la categoría del presente.

El estrechamiento o subversión del horizonte de expectativas, las rupturas

y redefiniciones de los vínculos modernos entre presente, pasado y futuro, el

debilitamiento de la conciencia histórica de la modernidad, el gravamen ante

nuestra sensibilidad de lo praesens con toda su urgencia, inminencia e

incertidumbre2. Éstos serían los caracteres del régimen presentista en que

nuestra sociedad se encuentra: “Le présent est devenu l‟horizon. Sans futur et

sans passé, il génère, au jour le jour, le passé et le futur dont il a, jour après jour,

besoin et valorise l‟immédiat” (Hartog 2003: 126).

La percepción fragmentada de la realidad engendra una memoria en la

cual los planos temporales se aplastan y se confunden. El riesgo de este quiebre

perceptivo es la aniquilación del sentido activo del tiempo en tanto articulación

entre el espacio de experiencia y el horizonte de expectativa:

Cette mémoire opère sur fond d‟un rapport au passé où l‟emporte la

discontinuité. Le passé n‟est plus „de plain-pied‟. Aussi, sommes-nous

allés „d‟une histoire qui se cherchait dans le continu d‟une mémoire à une

mémoire qui se projette dans le discontinu d‟une histoire‟. (Hartog 2003:

138)

Es decir, “hemos pasado de una historia que se construía sobre un espacio

de experiencia que se ampliaba o se transmitía de generación en generación a

una memoria que se construye con fragmentos de esta experiencia, trozos

rescatados y rearmados desde el presente” (Rabotnikof 2007: 69). No siempre, a

pesar de los esfuerzos de quien está involucrado en el proceso de

rememoración, la reconstrucción de estos fragmentos puede representar una

forma viable de investigar el pasado. 2 “Praesens, faisait remarquer le linguiste Émile Benveniste, signifie étymologiquement „ce qui

est à l‟avant de moi‟, donc „imminent, urgent‟, „sans délai‟, selon le sens de la préposition

latine prae. Le présent est l‟imminent: le corps penché en avant du coureur au moment de

s‟élancer” (Hartog 2003: 121)

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Muchas veces este pasado queda reducido a imágenes y simulacros

nostálgicos. La ruptura de la temporalidad en la sociedad postindustrial puede

conllevar un estado de amnesia histórica en que la historia no se puede

representar ni como proceso, ni como ciencia, ni como narración sino como

algo fragmentado en objetos de consumo que sirven para satisfacer la

“nostalgia” del pasado que de este modo queda limitado a sensaciones e

imágenes estereotipadas. Ésta es la posición de algunos críticos literarios como

Fredric Jameson (Jameson 1991). La salida de este estado de debilidad del

sentido histórico tampoco se puede dar con la vuelta al historicismo como

metodología de análisis de la realidad. La falta de profundidad, tanto histórica

como espacial, que caracteriza la época del capitalismo tardío y la incapacidad

del sujeto de distanciarse del presente y percibirlo como historia, es decir

percibir su diferencia con respecto al pasado y a las proyecciones futuras,

impiden que un evento se pueda colocar en el marco de una trama histórica y

por lo tanto convertirse en referente. Al perder el sentido de la historia, ésta se

reduce a un juego de clichés y citas. En el mundo posmoderno “we seem

condemned to seek the historical past through our own pop images and

stereotypes about the past, which itself remains forever out of reach” (Jameson

1991: 40).

Desde el punto de vista sociológico, el efecto inmediato de la

preponderancia del presente en nuestra percepción del tiempo, señala Jörn

Rüsen, es la pérdida de representaciones históricas que guíen las acciones en el

marco de una orientación cultural en la praxis social.

Con la dislocación del presente fuera de los horizontes de la modernidad y

de sus determinaciones de dirección temporal, se extingue también la

fuerza de orientación de un pensamiento histórico que veía en una

determinación de dirección comprehensiva de las transformaciones

temporales del hombre y de su mundo, que abarcaba el pasado el presente

y el futuro, una unidad de determinación fundamental de las intenciones

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que guían la acción y una (auto)comunicaciones constructoras de

identidad. (Rüsen 2000: 430)

La disolución en el presente del proceso histórico marca el paso de la

historia a la poshistoria. El pensamiento de la poshistoria, huelga decirlo, está

íntimamente conectado con el discurso de la posmodernidad y su fundamental

desengaño hacia las metanarrativas modernas tales como progreso, desarrollo,

evolución y confianza en las fuerzas impulsoras, tanto subjetivas como

colectivas, de los cambios históricos. El filósofo italiano Remo Bodei ha

resumido de esta forma el estado de la cuestión:

La caduta di senso storico dipende dal fatto che si è perduto di vista

qualsiasi processo unitario della storia sotto la guida di un ben individuato

protagonista […] Lo sviluppo storico, anche nelle sue teorizzazioni ha

sempre camminato sulle gambe dei macrosoggetti (Dio, la Provvidenza, lo

Stato-Nazione, il Popolo, la Classe). Ora questi hanno perso il monopolio

della conduzione sensata degli accadimenti, e si ritrovano, al massimo,

quali comprimari di una trama senza canovaccio. (Bodei 1997: 76 y 79)

Esta profunda transformación de la experiencia y percepción del tiempo

afecta a los diferentes conceptos implicados en el conocimiento histórico: la

historia como proceso objetivo por un lado y por el otro la historicidad como la

forma –individual y colectiva– de ser conscientes de formar parte de este

proceso. Gianni Vattimo, en uno de los primeros libros italianos dedicados al

fenómeno emergente de la posmodernidad, reconoce enseguida la estricta

correlación entre ésta y el fin de la historia como proyecto uniformador y

homogeneizador del pasado:

Quel che caratterizza la fine della storia nell'esperienza post-moderna è

che, mentre nella teoria la nozione di storicità si fa sempre più

problematica, nella pratica storiografica e nella sua autoconsapevolezza

metodologica l'idea di una storia come processo unitario si dissolve, e

- 18 -

nell‟esistenza concreta si instaurano condizioni effettive che le

conferiscono una sorta di immobilità realmente non-storica. (Vattimo

1985: 15-16)

Esta nueva concepción de la historia no puede sino perjudicar también la

experiencia vivida del tiempo. La historia contemporánea es “la storia di

quell‟epoca in cui tutto tende ad appiattirsi sul piano della contemporaneità e

della simultaneità; producendo anche così una de-storicizzazione

dell‟esperienza” (Vattimo 1985: 18).

Por un lado, la actitud emotiva que caracteriza la experiencia histórica

contemporánea está marcada por un sentido de vaciamiento de la carga

simbólica del futuro. Por otro lado, la pérdida de una estructura originaria,

reconocible e investigable, del conocimiento implica también la pérdida de la

finalidad, del telos, del proceso histórico que queda así abierto al infinito. Desde

una perspectiva deconstructivista, la naturaleza inestable y dinámica del proceso

de significación histórica, es decir la forma en que los individuos expresan su

propia experiencia del tiempo, se debe leer en el cuadro de un juego intertextual

de significados. Rechazando la dominaciñn del „logocentrismo‟. La producción

de significados no se deja enjaular en una estructura de pensamiento o en un

lenguaje, sino que re-envía, deja huellas y se mueve sin parar en las orillas de la

escritura.

La idea derrideana de la escritura como repetición y diseminación de

traces engendra una interpretación de la temporalidad que rechaza la tradicional

visión linear y teleológica. Como el sentido de un texto, el sentido del proceso

histórico es continuamente desplazado, diferido, nunca se deja aferrar sino que

se disemina en todas las fisuras de la construcción logocéntrica que le ha sido

impuesta (Derrida 1972). Escribe al respecto Alfonso de Toro:

El „logocentrismo‟, y con ello la categoría „origen‟ y la posibilidad de una

producción de significado son reformuladas a favor de una diseminación

de la significación y con ello de una historia siempre en camino que va

- 19 -

constituyéndose continuamente en un acto de translación ad libitum. Esto

conlleva a una deslimitación de las fuentes y a una ampliación y

enriquecimiento de los materiales que sirven de punto de arranque para la

interpretación. El principio de la „altaridad‟, del „escribir entre medio‟, „de

una escritura de la diferancia‟ se establece como principio de construcciñn

como alternativa a una discursividad histórica teleológica, unilateral,

causal y cronológica. (de Toro 2007: 75)

La historia en el pensamiento de Derrida podría ser entendida como “la

progressiva cancellazione della storicità come storia di un senso” (Vattimo

2005: 91). La historia se convertiría en un proceso de desenvolvimiento que no

tiene una finalidad establecida, sino que disfruta de lo múltiplo, lo intempestivo

y lo anacrónico, basándose no en la idea tradicional de simultaneidad propia de

la metafísica occidental, idea que mantiene el presente como única modalidad

de pensar la temporalidad, sino en una relación continua entre lo actual y lo

inactual en el anacronismo de la sincronía.

1.3 La historia como narración

La interpretación de la historiografía como combinación textual de un discurso

narrativo ha llevado a subrayar los aspectos retóricos de los relatos históricos

que habían sido menospreciados por los historiadores tradicionales. El lenguaje,

en tanto poder figurativo de la conciencia humana, llega a desempeñar un papel

constitutivo tanto del contenido empírico de la historia como de los conceptos y

categorías utilizados por los historiadores para ordenar y explicar sus datos

(Muslow 1997: 104). Para explicar este concepto, podemos también hacer

referencia a lo que escribiñ Roland Barthes en “Le discours de l‟histoire (1967):

Dans le discours historique de notre civilisation, le processus de

signification vise toujours à „remplir‟ le sens de l‟Histoire: l‟historien est

celui qui rassemble moins des faits que des signifiants et les relate, c‟est-à-

- 20 -

dire les organise aux fins d‟établir un sens positif et de combler le vide de

la pure série. […] le discours historique est essentiellement élaboration

idéologique, ou, pour être plus précis, imaginaire, s‟il est vrai que

l‟imaginaire est le langage par lequel l‟énonçant d‟un discours (entité

purement linguistique) „remplit‟ le sujet de l‟énonciation (entité

psychologique ou idéologique) […]. Le fait n‟a jamais qu‟une existence

linguistique (comme terme d‟un discours), et cependant tout se passe

comme si cette existence n‟était que la „copie‟ pure et simple d‟une autre

existence, située dans un champ extra-structural, le „réel‟ (Barthes 1994:

425)

En Metahistory (White: 1973) y en una colección de ensayos The Content

of the Form (White: 1987), el filósofo e historiador Hayden White interpreta y

desarrolla aquel cambio de perspectiva epistemológica que ha sido conocido

como linguistic turn (giro lingüístico) y lo aplica al estudio de los discursos

historiográficos. Para White la relación entre discurso narrativo y

representación histórica

[…] llega a ser problemática para la teoría histórica a partir de la

comprensión de que la narrativa no es meramente una forma discursiva

neutra que pueda o no utilizarse para representar los acontecimientos

reales en su calidad de procesos de desarrollo; es más bien una forma

discursiva que supone determinadas opciones ontológicas y

epistemológicas con implicaciones ideológicas e incluso específicamente

políticas. (White 1992: 11)

White afirma que, pues la historia es –como la literatura– una estructura

verbal, el historiador utiliza técnicas de representación de tipo retórico y formal

en lo que puede definirse como un análisis de la estructura profunda de la

imaginación histórica. Estas estrategias pueden ser detectadas al analizar el

relato histórico como un texto aplicando los instrumentos de las teorizaciones

de origen estructuralista y posestructuralista que aspiran al descubrimiento y

- 21 -

catalogación de estructuras textuales universales y pre-existentes al

conocimiento científico en cada época. En este sentido la ficcionalidad de la

historia resulta de su prefiguración o pre-estructuración (De Toro 2007: 84).

En la perspectiva de White, los relatos históricos son estructuras verbales

en forma de discurso narrativo en prosa creadas en el marco de contextos

culturales con determinado propósitos e intenciones: son el resultado de un

emplotment que re-elabora los datos cronológicos para colocarlos en la trama de

una narración –plotting–. Estas tramas no existen en la realidad, sino que están

creadas por el punto de vista del historiador que las impone a través de la

selección y elaboración de los acontecimientos. Los emplotments, precisa

White, son estructuras narrativas profundas que son compartidas por el

historiador y su público en virtud de su pertenencia a una cultura común y que

el historiador utiliza a partir de su propia ideología o inclinación moral. El

lenguaje entonces ya no es un mero instrumento que sirve para expresar la

verdad del proceso histórico, no es neutral ni transparente.

White no niega que el acto de escribir la historia, es decir de tramar, es un

acto de conocimiento. Sin embargo éste no es el resultado de una investigación

empírica, sino de una elección epistemológica y estética del historiador que

puede prescindir sólo en parte de su marco ideológico. La pretensión de escribir

la versiñn unívoca de la realidad pasada, “lo que de verdad ha pasado”, queda

así despojada de valor. Puede haber muchas versiones puesto que el resultado

de cada investigación histórica depende de factores que abarcan tanto las

elecciones de orden diegético relativas al plotting por parte del historiador como

del contexto en que se produce y recibe esta versión: más que representación de

la realidad histórica, el relato histórico es el reflejo de una idea de esta realidad

(White 1973: 1-43)

La cercanía de las conclusiones a las que llega White con las teorizaciones

de Roland Barthes parece aquí evidente. Barthes fue entre los primeros que

denunció los posibles usos políticos del discurso histórico. La historia que,

- 22 -

desde Leopold von Ranke en adelante, sólo debe expresar lo real llega a creer

que puede prescindir

du terme fondamental des structures imaginaires, qui est le signifié.

Comme tout discours à prétention „réaliste‟, celui de l‟histoire ne croit

ainsi connaître qu‟un schéma sémantique à deux termes, le référent et le

signifiant; la onconfusion (illusoire) du référent et du signifié définit, on le

sait, les discours surréférentiels. On peut dire que le discours historique est

un discours performatif truqué, dans lequel le constatif (le descriptif)

apparent n‟est en fait que le signifiant de l‟acte de parole comme acte

d‟autorité. (Barthes 1994: 425-426)

En el discurso histórico, que se quiere objetivo a través el contacto directo

-no mediado- del historiador a las fuentes, lo real “N‟est jamais qu‟un signifié

informulé, abrité derrière la toute-puissance apparente du référent.”. Sin

embargo hay que señalar que no por eso Barthes quiere renunciar a la

posibilidad del conocimiento histórico. Para evitar la manipulación que él

define como „effet de réel’, Barthes advoca a una forma estructural de hacer

historia mucho más parecida las que serán las propuestas de los exponentes de

la Nouvelle Histoire:

L‟effacement (sinon la disparition) de la narration dans la science

historique actuelle, qui cherche à parler des structures plus que des

chronologies, implique bien plus qu‟un simple changement d‟école: une

véritable transformation idéologique: la narration historique meurt parce

que le signe de l‟Histoire est désormais moins le réel que l‟intelligible.

(Barthes 1994: 427)

Linda Hutcheon cabe entre los teóricos que han visto en lo posmoderno, y

en particular en los presupuestos del linguistic turn, la posibilidad de un uso

positivo, hasta político, de sus recursos tanto teóricos como formales:

- 23 -

[…] the post-modern initial concern is to de-naturalize some of the

dominant features of our way of life; to point out that those entities that we

unthinkingly experience as „natural‟ (they might even include capitalism,

patriarchy, liberal humanism) are in fact „cultural‟. (Hutcheon 1989: 2)

La literatura posmoderna establece una relación entre el escritor y el lector

dentro de un contexto político, social e intertextual. La literatura en época

posmoderna puede ir más allá de la reflexión sobre el estatuto metaficcional del

texto y puede transformar el acto de narrar en acto político e histórico:

“Posmodernism works to „de-doxify‟ our cultural representations and their

undeniable political import” (Hutcheon 1989: 3).

Este “de-doxifying impulse” se hace manifiesto en las obras que la autora

cataloga como historiographic metafiction, es decir aquellas novelas –

altamente autoreflexivas- que al proponer interrogaciones sobre la naturaleza de

la representación historiográfica, o sea de lo que pensamos saber sobre el

pasado, cuestionan la naturaleza de lo que llamamos conocimiento histórico. En

oposición a la historiografía que re-conceptualiza la cultura en términos de

discursos colectivos, los textos posmodernos: “consistently use and abuse actual

historical documents and documentation in such a way as to stress both the

discursive nature of those representations of the past and the narrativized form

in which we read them” (Hutcheon 1989: 87).

Hutcheon hace a menudo referencia a las ideas de White sobre la escritura

de la historia, y en este sentido se pone entre los críticos que rechazan la idea de

objetividad de la historiografía y su separación de la ficción denunciando sus

construcciones ideológicas y el carácter ficcional de sus estructuras narrativas:

Historians are readers of fragmentary documents and, like readers of

fiction, they fill in the gaps and create ordering structures which may

further been disrupted by new textual inconsistencies that will force the

formation of new totalizing patterns. (Hutcheon 1989: 87)

- 24 -

La narrativa del historiador no está construida sobre la realidad, sino sobre

significantes que la acción misma del historiador transforma en significación.

“What historiografical metafiction suggests” concluye Hutcheon, “is a

recognition of a central responsability of the historian and the novelist alike:

their responsability as makers of meaning through representation” (Hutcheon

1989: 60).

En la obra de Hutcheon más que en otros críticos está presente la

convicción de que las técnicas de la literatura posmoderna, y en particular las

usadas en la historiographical metafiction que juega con las verdades, las

mentiras y las omisiones de los “historical records”, tienen una fuerte

capacidad de demolición de los discursos culturales:

In challenging the seamless quality of the history fiction (or world/art)

joint implied by realist narrative, postmodern fiction does not however

disconnect itself from history or the world. It foregrounds and thus

contests the conventionality and unacknowledged ideology of that

assumption and ask the readers to question the processes by which we

represent our selves and our world to ourselves and to become aware of

the means by which we make sense of and construct order out of

experience in our particular culture. (Hutcheon 1989: 55)

Algunas de las técnicas peculiares de este tipo de posmodernismo son la

ironía y la parodia. Pero mientras que para Frederic Jameson, la parodia –

entendida como imitación vacía de los rasgos superficiales del pasado,

despojada de su relación con la realidad– era el síntoma de nuestra pérdida de

relación con el pasado y de la nostalgia que esta pérdida provoca en el hombre

(Jameson 1991: 16-21 y 366-373), para Hutcheon la parodia sirve para “de-

doxify” las creencias y las ideología poniendo en evidencia las contradicciones

políticas e ideológicas del mundo en que vivimos. A través de estos artificios,

los autores posmodernos crean textos double coded. En el capítulo titulado de

modo significativo “The politics of parody”, Hutcheon escribe:

- 25 -

[…] this parodic reprise of the past of art is not nostalgic, it is always

critical. It is also not a-historical or de-historicizing; it does not wrest past

art from its original historical context and re-assemble it into some sort of

presentist spectacle. Instead through a double process of installing and

ironizing, parody signals how present representations come from past ones

and what ideological consequences derive from both continuity and

difference. [...] Parody is doubly coded in political terms: it both

legitimizes and subverts that which parodizes. (Hutcheon 1989: 93 ss.)

La intertextualidad re-escribe el pasado en un nuevo contexto, lo recrea en

el presente. Inevitablemente en los textos posmodernos domina la presencia del

pasado. La parodia, los juegos de citas, la re-escritura son los instrumentos

clave para la acción demoledora y contradictoria del posmodernismo. La ironía

sirve para afirmar algo y a la vez ponerlo “entre comillas”, sirve para incorporar

y desafiar la historia y el pasado:

The effect is to highlight, or “highlight,” and to subvert, or “subvert,” and

the mode is therefore a “knowing” and an ironic –or even “ironic”– one.

Postmodernism‟s distinctive character lies in this kind of wholesale

“nudging” commitment to doubleness, or duplicity. In many ways it is an

even-handed process because postmodernism ultimately manages to install

and reinforce as much as undermine and subvert the conventions and

presuppositions it appears to challenge. (Hutcheon 1989: 94)

Las ideas de White y Hutcheon ayudan a colocar el relato histórico en el

marco de la concepción posmoderna que interpreta la realidad como una red de

textos interconectados que requieren de una experiencia interpretativa (Derrida

1998: 148). El peligro de semejante acercamiento a la historia sería una hibridación

de disciplinas cuyo resultado es la literatura histórica o la historia dramatizada.

Pero no se trata de negar el pasado, es decir el referente del discurso histórico, sino

de cuestionar la posibilidad de describirlo y recuperarlo de forma objetiva e

- 26 -

independiente. No obstante el compromiso político que Hutcheon reconoce en las

obras que caben en la historiographical metafiction, queda sin solucionar el

problema de la identidad de quién enuncia estas nuevas versiones de los relatos

históricos a partir de qué tipo de experiencia e interpretación del tiempo.

En ámbito historiográfico, las teorizaciones de White han sido acogidas de

forma ambivalente. Por un lado, como por ejemplo en Paul Ricœur que

afrontaremos más adelante, se ha reconocido que la narración posibilita la

inteligibilidad de un acontecimiento que se convierte en histórico al ser incluido

en un sistema textual. El semiólogo Jorge Lozano escribe:

En la narración es donde los acontecimientos se seleccionan, y por tanto,

se incluyen, se excluyen, se silencian y donde adquieren su significación.

Así, por ejemplo, la significación temporal la adquiere en su incorporación

en el eje sintagmático del discurso, estableciéndose serie de

acontecimientos, recubrimientos en estructuras y en todo caso,

sometiéndose a la ley del relato. También la explicación y comprensión se

establece en la inteligencia sintagmática del discurso y finalmente, en su

puesta en discurso […] lo que nos lleva al segundo aspecto de

inteligibilidad considerado, esto es, al de su reconocimiento. (Lozano

1987: 173-174)

Por otro lado los críticos interesados en el estudio de la historia como

disciplinas que mantiene fuertes raíces en la realidad se han opuesto al énfasis

en la narratividad planteada por el linguistic turn. Las aplicaciones extremas de

las teorías narrativistas pueden llevar, según sus opositores, a la identificación

completa de la investigación histórica con la narratividad en detrimento de su

capacidad objetiva de análisis. La actividad de investigación del historiador

debe mantener con la narración una relación puramente funcional, mientras que

las estrategias epistemolñgicas deben fundándose en llamado “paradigma

indiciario” y en la importancia de los documentos y los testimonios, para llevar

a cabo, si no la reconstrucción histórica, por lo menos un “experimento

historiográfico”. Ésta es la posiciñn defendida, entre otros, por Carlo Ginzburg:

- 27 -

Per molti storici, la nozione di prova è fuori moda: come quella di verità, a

cui è legata da un vincolo storico (quindi non necessario) molto forte. Si

analizzano le fonti (scritte, figurate ecc.) in quanto testimonianze di

“rappresentazioni” sociali: ma al tempo stesso si respinge, come

un‟imperdonabile ingenuità positivistica, la possibilità di analizzare i

rapporti che intercorrono tra queste testimonianze e le realtà da esse

designate o rappresentate […] Sappiamo bene che ogni testimonianza è

costruita secondo un determinato codice: attingere la realtà storica (o la

realtà) in presa diretta è per definizione impossibile. Ma inferire da ciò

l‟inconoscibilità della realtà significa cadere in una forma di scetticismo

pigramente radicale che è al tempo stesso insostenibile dal punto di vista

esistenziale e contraddittorio dal punto di vista logico […] Per me, come

per altri, le nozioni di „prova‟ e „verità‟ sono invece parti costitutive del

mestiere dello storico. (Ginzburg, 1991: 18-20).

Una excesiva atención en los aspectos retóricos y diegéticos en una disciplina

científica delataría la persistencia de elementos proto-científicos que, al

equiparar la historia con el arte, llevan a un “exceso de estética” (Zagorin 1990:

201-209). El acercamiento narrativista y decostructivista, en fin, con su

constante diferimiento del significado, aparentaría la pérdida de importancia, o

hasta la completa obliteración, del referente y, por consiguiente, de la realidad

misma, con graves consecuencias éticas si, por ejemplo, el objeto de estudio es

un evento traumático como el Holocausto (Friedländer 1991: 32)

Por otra parte, esta nueva manera de entender la narración de la historia

produce un conocimiento de lo pretérito que implica antes que nada un acto de

interpretación. En la época posmoderna domina la idea del split subject, un

sujeto irremediablemente fragmentado y esquizofrénico. Seguramente esta idea

ha llevado a la exaltación de la multiplicidad y de lo heterogéneo en oposición a

los principios de exclusión y jerarquía que caracteriza el pensamiento

occidental. Por otro lado, el proceso de demolición del sujeto como autor

- 28 -

incorpora y anula el problema de la búsqueda de identidad que la periferia debe

enfrentar al liberarse del dominio político y cultural del centro.

Al comentar las “Tesis de filosofía de la historia” de Walter Benjamin

acerca de la historia de los vencedores, sobre las cuales volveremos más

adelante, es decir el modelo moderno y occidental de historia, Vattimo escribe:

[...] solo dal punto di vista di questi [los vencedores] il processo storico

appare come un corso unitario, dotato di consequenzialità e razionalità; i

vinti non possono vederlo così, anche e sopratutto perché le loro vicende e

le loro lotte sono espunte violentemente dalla memoria collettiva; chi

gestisce la storia sono i vincitori che conservano solo ciò che si fanno di

essa per legittimare il proprio potere. Nel radicalizzarsi di queste

consapevolezze, anche l'idea che, al di sotto delle diverse immagini della

storia e dei diversi ritmi temporali che le caratterizzano, ci sia un 'tempo'

unitario, forte (che sarebbe poi quello della classe non-classe, il

proletariato portatore della vera essenza umana), professata da Ernest

Bloch, ha finito per apparire un'ultima illusione metafisica. (Vattimo 1985:

17)

En esta percepción renovada del tiempo, a la lectura cuidadosa de las

fuentes y de los datos propia de la ciencia se acompaña la capacidad

imaginativa y el carácter relativista de la literatura que lleva consigo la

posibilidad de re-afirmar verdades que habían sido ocultadas o puestas en zonas

de sombra:

Es posible proponer en [este] marco una idea de verdad histórica, ya no

absoluta y estabilizada (en el sentido derrideano de “estabilizaciñn”) sino

provisional, situada y sujeta a la confrontación con otras verdades,

producidas en procesos similares; una verdad que desconfía de la

correspondencia y del reflejo, una verdad que no es punto de llegada, sino

vector de búsqueda. (Perkowska 2008: 75)

- 29 -

Lo que se quiere decir es que tanto la historia como la ficción pueden

apoyarse en la narratividad sin tener que renunciar a la refencialidad. La

narración apunta ficticiamente a modalidades de ser nuevas, aunque los

acontecimientos narrados no han acontecido o no van a acontecer. La

interrelación historia-ficción obliga a replantear el problema de la referencia en

términos de redescripción, en cuanto la narración propone modalidades no

comunes de la experiencia temporal, pero no por esto ajenas a ella. La creación

literaria/histórica re-elabora la realidad para brindarle un sentido. Discutiendo

las tesis de White sobre la interrelación historia/literatura, Fernando Ainsa

escribe:

En efecto historia y ficciñn son relatos que pretenden “reconstruir” y

“organizar” la realidad a partir de componentes pre-textuales

(acontecimientos reflejados en documentos y otras fuentes históricas) a

través de un discurso dotado de sentido [...]. El discurso narrativo

resultante está dirigido a un receptor que espera que el pacto de la verdad

(historia) o de lo posible y verosímil (ficción) se cumpla en el marco del

corpus textual. Pero más allá del espacio común del relato, de los

mecanismos de construcción discursiva compartidos y de la estructura

significante narrativa en que se traducen en algunos casos es la literatura

que mejor sintetiza, cuando no configura, la historia de un pueblo. (Ainsa

1997: 112)

Según Ainsa en el caso de Latinoamérica la novela histórica en el marco

de la posmodernidad es el lugar donde mejor se puede llevar a cabo esta

recuperación

[…] donde se vertebran con mayor eficacia los grande principios

identitarios americanos o se coagulan mejor las denuncias sobre „las

versiones oficiales‟ de la historiografía, ya que en la libertad que da la

creación se llenan los vacíos y silencios o se pone en evidencia la falsedad

de un discurso. (Ainsa 1997: 113)

- 30 -

Esta descomposición logra ser más que un reflejo de la realidad.

Aprovechando los espacios que la deconstrucción occidental ha abierto en los

textos, es posible convertir la fragmentación en dispositivo revolucionario, en el

motor del cambio y la renovación como una lúcida estrategia que, abriendo de

par en par el texto a múltiples interpretaciones, despierta al lector y lo

compromete en la creación de nuevos horizontes a través de un proceso de

producción y lectura de tipo rizomático (Deleuze, Guattari, 1980). El texto,

histórico o ficcional, como proceso rizomático, muestra su sentido sólo al ser

interpretado. Su sentido no puede representarse como una superficie plana u

homogénea, sino un cuerpo cuya extensión es encrespado por distintas líneas de

fuga que se originan sin un centro, afectándose recíprocamente sin importar su

relativa posición en la estructura (Deleuze, Guattari, 1980 11-13). En este

espacio coexisten múltiples, aunque no infinitos, mundos posibles y diferentes

que son susceptibles de ser interpretados sin que esta tentativa de comprensión

sofoque y anule su intrínseca heterogeneidad.

1.4 En defensa del presente: experiencia e historia en Ricœur y

Benjamin

Le temps est devenu à ce point l’ordinaire de l’historien qu’il l’a naturalisé ou

instrumentalisé. Il est impensé, non pas parce qu’il serait impensabile, mais

parce que qu’on ne le pense pas ou, plus simplement, qu’on n’y pense pas

-François Hartog-

1.4.1 Las problemáticas esbozadas en el párrafo anterior llevan a una reflexión

crítica sobre la posibilidad y las modalidades de la representación de la realidad

y la historia por parte del sujeto y en general plantean interrogativos acerca del

- 31 -

tipo de temporalidad en que estamos viviendo y sobre todo acerca del modo de

interpretarla de parte de quienes en este mundo viven y actúan. Podemos

arrancar de la definición formulada por el sociólogo Norbert Elias:

Die Begriffe Vergangenheit, Gegenwart und Zukunft hingegen bringen di

Beziehung einer erlebenden Person (oder Persongruppe) zu einer

Wandlungsfolge zum Ausdruck. Nur in Bezug auf einen Menschen, der

ihn erlebt, nimmt ein bestimmter Augenblick in einem kontinuierlichen

Strom den Charakter einer Gegen wart an, gegenüber anderen mit dem

Charakter einer Vergangenheit oder einer Zukunft. Als Symbole erlebter

Zeiteinheiten repräsentieren diese drei Ausdrücke nicht nur –wie Jahr oder

Ursache und Wirkung eine Abfolge, sondern außerdem die gleichzeitige

Präsenz der drei Zeiteinheiten in der menschlichen Erfahrung. Man

Könnte sagen, dass Vergangenheit, Gegenwart und Zukunft, obgleich drei

verschiedene Worte, einen einzigen Begriff bilden (Elias 1989: 47-48)

Ya Walter Benjamin en el ensayo “Der Erzähler. Betrachtungen zum

Werk Nikolai Leskows” (1936) puso en evidencia la fundamental relaciñn de

interdependencia entre la experiencia, la narración y la historiografía: la pérdida

del sentido histórico es la consecuencia de la caída de la experiencia vivida

como referente de la narración. El fundamento de la narración en su forma

original se encuentra, según Benjamin, en la posibilidad de intercambiar

experiencias. El narrador recoge lo que narra desde la experiencia, propia o

ajena, y lo convierte en la experiencia de quienes escuchan su relato. Al

adueñarse del relato, el público oyente lo pone en relación con las múltiples

narraciones ya existentes. El resultado es una narración que llega a formar parte

del acervo de narraciones colectivas y comparte con éstas las características de

oralidad y mutabilidad en un proceso de interrelación y dependencia entre las

diferentes capas de múltiples narraciones y re-narraciones que cada individuo

lleva consigo en cuanto ubicado en una comunidad en continua y necesaria

relación con otros individuos. La narración, si la mantenemos como acto

artesanal de comunicación, tiene sobre todo un valor social:

- 32 -

Sie legt es nicht darauf an, das pure „an sich„ der Sache zu überliefern wie

eine Information oder ein Rapport. Sie senkt die Sache in das Leben des

Berichtenden ein, um sie wieder aus ihm hervorzuholen. So haftet an der

Erzählung die Spur des Erzählenden wie die Spur der Töpferhand an der

Tonschale. (Benjamin 1991: 447)

La experiencia que anda de boca en boca es la fuente a la cual todos los

narradores han recorrido y entre los narradores, los más grandes son aquellos

cuya escritura “sich am wenigsten von der Rede der vielen namenlosen Erzähler

abhet” (Benjamin 1991: 440). El ocaso de la narración, sigue Benjamin,

coincide con el surgimiento de la novela -la forma narrativa literaria- y la

difusión de la prensa a comienzos de la modernidad. El lugar de nacimiento de

la novela es el individuo aislado y escribir una novela significa, sobre todo y

paradójicamente, exacerbar la imposibilidad de la representación de la vida

humana como experiencia objetiva y compartida, puesto que la novela “aus

mündlicher Tradition wecer kommt noch in sie eingeht” (Benjamin, 1991, 443)

Para Benjamin, cada análisis de la forma épica, es decir narrativa, debe

dedicarse para Benjamin al estudio de su relación con aquella historiografía

producto del Historismus decimonónico, que según el autor hay que rechazar

rotundamente. La historia épica, es decir el resultado del acercamiento

historicista, es el punto de indiferencia creativa de todas las formas narrativas:

“Dann würde die geschriebene Geschichte sich zu den epischen Formen

verhalten wie das weiße Licht zu den Spektralfarben.” (Benjamin, 1991: 451).

La historia épica anhela a ser conocimiento en la forma más límpida: su

objetivo es rebasar las quiebras subjetivas de la experiencia e imponer la ilusión

de una Weltgeschichte explicada no desde el punto de vista plural de las

diferentes culturas, sino desde el punto de vista unitario y absoluto de los

vencedores: “Der Historiker ist gehalten, die Vorfälle, mit denen er es zu tun

hat, auf die eine oder andere Art zu erklären; er kann sich unter keinen

- 33 -

Umständen damit begnügen, sie als Musterstücke des Weltlaufs herzuzeigen ”

(Benjamin 1991: 451).

El objeto de la escritura de la historia criticada por Benjamin es la historia

o, más exactamente, el conocimiento de la historia misma (Stierle 2000: 475).

En la relación referencial con un conocimiento reside la diferencia esencial de

la historia épica con la narración de ficción, cuyo tema, visto

fenomenológicamente, es la experiencia misma:

la escritura de la historia está orientada a un conocimiento histórico, ello

no hace que se desarrolle en la representación de este conocimiento. En

cuanto que la historiografía es una forma de narración, se encuentra

también ella bajo formas de observación de la experiencia. En la

historiografía, el conocimiento y la experiencia están entretejidos. La

relación entre ambos es el verdadero problema de la representación

historiográfica. (Stierle 2000: 475)

La crítica de Benjamin apunta precisamente a la pérdida de importancia de

la relación del hombre con la experiencia vivida y a la consiguiente

imposibilidad de expresar históricamente esta experiencia. Mientras que la

narraciñn „artesanal‟ es la manera más fiel de expresar la experiencia, la historia

es la forma del conocimiento y de la transmisión de la información: la

representación de un factum en la cual el acontecimiento y la explicación

coinciden y que no requiere de ningún acto interpretativo. “Die Information hat

ihren Lohn mit dem Augenblick dahin, in dem sie neu war. Sie lebt nur in

diesem Augenblick, sie muß sich gänzlich an ihn ausliefern und ohne Zeit zu

verlieren sich ihm erklären.” (Benjamin 1991: 445). Esta concepción utilitarista

de la información y del evento, denunciada por Benjamin en los años 30 del

siglo pasado, anticipa de algún modo la omnipresencia del presente en nuestra

época que, llevando a una forma de “cronofagia” (Paolucci 2003), convulsiona

nuestra percepción del tiempo y nuestra actitud frente a lo histórico. Con

- 34 -

respecto a este fenómeno peculiar que podríamos calificar de canibalismo del

tiempo, François Hartog, por ejemplo, escribe:

Le présent, au moment même où il se fait, désire se regarder déjà

historique, comme déjà passé. Il se retourne en qulque sorte sur lui-même

pour anticiper le renard qu‟on portera sur lui, quand il sera complètement

passé avat même d‟être encore pleinement advenu comme présent (Hartog

2003: 127).

El sentido histórico tropieza porque la memoria se hipertrofia asentándose

prepotentemente en todas las temporalidades: la inflación de los recuerdos y la

desenfrenada entrega de todo al pasado llevan a un cortocircuito de la

temporalidad histórica. La consunción y el bloqueo de la historia que resultan

de la hipertrofia de la memoria se manifiestan bajo la forma del déjà vu (Virno

2003: 52). El Historiker, el historiador burgués que persigue un tipo de

conocimiento casi contemplativo, de alguna forma reifica el pasado y lo inserta

en una totalidad linear acaba por producir y justificar el presente bajo la

paradójica forma de un futuro anterior. Esta paradoja es una historia

kantianamente a priori que se puede argumentar en cuanto: “lorsque celui qui

fait de prédictions réalise et organise lui-même les événements qu‟il a annoncés

à l‟avance” (Hartog 2003: 127).

Para Benjamin el objeto de la profecía histórica no es la información que

brota de la contingencia del presente, sino un futuro inmanente a la historia

misma, que se puede percibir sólo si nuestra mirada se mantiene firmemente

anclada en un presente lleno y preñado de significado, que debe guardarse como

lugar para la praxis política a la que queda encomendada la responsabilidad de

realizar el futuro del pasado por medio del acto revolucionario (Benjamin 1997:

84-85).

La época moderna, ya lo hemos visto en la segunda consideración

intempestiva de Nietzsche (1874), es caracterizada por la atrofia de la

experiencia vivida a favor de un exceso, una superabundancia, de memoria que

- 35 -

finalmente produce una parálisis de la acción histórica (Nietzsche 1977: 8). En

la obra de Proust, señala Benjamin, asistimos a la tentativa de producir

artificialmente, en las condiciones sociales de la modernidad, la experiencia

entendida no tanto como emergencia de acontecimientos aislados acumulados

como datos en la memoria individual, sino como hecho perteneciente a la

tradición, en el ámbito colectivo como en la esfera privada, que se presenta al

sujeto en el momento de la mémoire involuntaire: “Wo Erfahrung im strikten

Sinn obwaltet, treten im Gedächtnis gewisse Inhalte der individuellen

Vergangenheit mit solchen der kollektiven in Konjuktion” (Benjamin 1991:

611). La alegoría en la poesía de Baudelaire, por otro lado, delata en la

museificación de la experiencia pasada, llevada a cabo por medio de la creación

de las correspondances como “fechas del recuerdo”, la melancñlica disociaciñn

del hombre moderno con la verdadera experiencia histórica (Benjamin 1991,

637-644).

El materialismo histórico, la perspectiva revolucionaria sobre el pasado

que Benjamin opone al Historismus burgués, nace de una experiencia del

presente que no es una Erlebnis que separa el mundo interior del exterior. En

vez de suprimir el presente de la subjetividad que encara la historia a favor de

un pasado autónomo, que en último análisis forja y justifica el presente sin

ponerlo en duda, el materialismo histórico nace del deseo del sujeto presente

por comprenderse a sí mismo tanto como al mundo como objeto histórico. La

historia no es la historia como pensamiento, sino la historia de la experiencia

como entidad material, tanto individual como social. La experiencia del

presente está implicada directamente en la reconstrucción de la experiencia

pasada. El materialista histórico

sprengt die Epoche aus der dinghaften „geschichtlichen Kontinuität„

heraus, so auch das Leben aus der Epoche, so das Werk aus dem

Lebenswerk. Doch der Ertrag dieser Konstruktion ist der, daß im Werk das

Lebenswerk, im Lebenswerk die Epoche und in der Epoche der

Geschichtsverlauf aufbewahrt ist und aufgehoben (Benjamin 1991: 468)

- 36 -

De esta forma, entre el acontecimiento y su apropiación historiográfica se

pueden encontrar instancias transmisoras de historias anteriores:

El historiador busca „la historia‟ en el paso por historias, pero si aísla él

mismo los hechos y los enriquece con otros nuevos se le presenta de nuevo

la tarea de la configuración narrativa y de nuevo la historia de convierte en

una historia. (Stierle 2000: 475-476)

El Historismus representa una imagen eterna del pasado, mientras que el

materialismo histórico valora como referencia una experiencia peculiar e

individual (eine jeweilige Erfahrung) de eso que hay que considerar en su

unicidad. La historia, entonces, puede ser explicada como la síntesis de la

experiencia de lo vivido que necesita de la actividad del narrador para ser

transformada en prosa y adquirir así su inteligibilidad. “Geschichtliches

Verstehen faßt der historische Materialismus als ein nachleben des

Verstandenen auf, dessen Pulse bis in due Gegenwart spürbar sind“ (Benjamin,

1991: 468). No hay experiencia del tiempo sin narración y lo que toda narración

narra no es otra que una experiencia temporal.

El análisis del paso de los acontecimientos a la narración que de éstos se

puede construir a través de una „articulaciñn de lo heterogéneo‟ constituye el

punto de arranque de la reflexión sobre la experiencia humana de la

temporalidad que a lo largo de casi treinta aðos llevñ a cabo Paul Ricœur, cuyo

resultados son los tres volúmenes de Temps et récit (1983-85) y el más reciente

La mémoire, l’histoire, l’oubli (2000).

El afán del autor por demostrar cómo las construcciones textuales del

historiador pueden ser reconstrucciones que nos devuelven tanto al presente

como al pasado está subordinadas al objetivo de poner en evidencia cómo la

refiguración del tiempo por medio del relato lleva a cabo la reinscripción del

tiempo vivido en el tiempo cósmico, rebasando la aporía frente a la cual se ha

estancado todo acercamiento anterior de tipo fenomenológico que, por haber

- 37 -

escindido el tiempo cosmológico y el tiempo humano, tuvo que rendirse a la

supuesta inescrutabilidad del tiempo. De esta forma se puede resolver el

problema de la realidad del pasado y el de la verdad de los relatos que refiguran

el tiempo, porque también el relato de ficción cumple, al igual que la historia, la

función de refigurar el tiempo y, por lo tanto, de mediar entre tiempo vivido y

tiempo objetivo.

Ricœur afirma que para asegurar a la historia las condiciones de

inteligibilidad es preciso aceptar una condición de interdependencia entre ésta y

la narración. La historia está ligada a la comprensión narrativa por una relación

indirecta de derivación puesto que nada puede ser considerado acontecimiento o

suceso si no se inserta en una mise en intrigue. El tiempo del relato y el tiempo

de la acción proporcionan el apoyo para el desenvolverse del tiempo histórico.

Sin embargo el autor no quiere defender una visión de la historia como

disciplina ambigua, un híbrido estéril entre literatura y ciencia. El autor afirma

que su tesis respecto al tiempo histórico, de hecho, se mantiene igualmente

distante de las dos concepciones contrapuestas:

celle qui conluirait du recul de l‟histoire narrative à la négation de tout lien

entre histoire et récit et ferait du temps historique une construction sans

appui dans le temps du récit et dans le temps de l‟action, et celle qui

établirait l‟espèce au genre et une continuité directement lisible entre le

temps de l‟action et le temps historique. Ma thèse repose sur l‟assertion

d‟un lien indirect de dérivation par lequel le savoir historique procède de

la compréhension narrative sans rien perdre de son ambition scientifique.

(Ricœur 1983: 134)

La referencia a un pasado real debe hacerse en términos de re-figuración,

es decir, en clave hermenéutica. En primer lugar, Ricœur localiza un nexo entre

la acción vivida en el pasado, es decir la historia, y el presente. En secundo

lugar, se tiene que conseguir un enlace entre el presente, el pasado y las

posibilidades del futuro. Este vínculo se da en el relato de ficción: en la mímesis

- 38 -

de la narración (que se ubica en el presente) se ubica el terreno común en que la

historia (el pasado) se puede articular con el relato de ficción (el futuro). En la

mimesis, el mundo del lector como tiempo subjetivo se encuentra con el mundo

objetivo del texto.

Uno de los aportes más importantes de la historiografía al estudio del

tiempo, sigue Ricœur, es haber tomado como principios ordenadores de esta

ciencia el tiempo calendario, la continuidad entre las generaciones, que sirve de

base a la memoria, y la búsqueda e investigación de los documentos, es decir la

huella histórica. El calendario se convierte en el medio que pone en relación el

tiempo humano con el tiempo cósmico. Al asimilar dos distintas modalidades

de temporalidad, el tiempo calendario permite la creaciñn de un “tiempo

tercero”, el tiempo propiamente histñrico:

Le temps calendaire est le premier pont jeté par la pratique historienne

entre le temps vécu et le temps cosmique. Il constitue une création qui en

relève exclusivement d‟aucune des deux perspectives sur le temps: s‟il

participe de l‟une et de l‟autre, son institution constitue l’invention d’un

tiers-temps. (Ricœur 1985: 151)

El tiempo histórico ayuda a humanizar el tiempo cósmico y sirve para re-

inscribir en éste el tiempo de la narración. Sin embargo, todavía no se puede

producir el paso de la simple configuración del tiempo a su re-figuración: por

ser rígido, uniforme, jerarquizado, linear y subordinado al tiempo calendario, el

tiempo histórico occidental no puede dar cuenta de manera exhaustiva de las

diferentes experiencia temporales del hombre, es decir del tiempo humano. El

análisis de Miss Dalloway de Virginia Woolf, de La montaña encantada de

Thomas Mann y de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, que Ricœur

propone en el segundo volumen de Temps et récit, demuestra cómo la re-

figuración del tiempo por medio de la ficción lleva a cabo la re-inscripción del

tiempo vivido en el tiempo cósmico de forma más cabal puesto que la

representación humana de la temporalidad que surge de estas novelas es mucho

- 39 -

más rica de informaciones sobre la experiencia del tiempo que cualquier

ejemplo de discurso histórico al poder contar con mayores y más libres recursos

(Ricœur 1984: 150-225).

El análisis de la experiencia ficticia del tiempo, ayuda a plantear la existencia

de un mundo del texto y un mundo de vida del lector, complemento del anterior.

Sin embargo, sigue Ricouer, el problema de la re-figuración del tiempo por medio

de la narración sólo se puede solucionar cuando nos encontremos en condiciones

de entretejer los objetivos referenciales respectivos de la narración histórica y de la

de ficciñn (Ricœur 1984: 233).

En el tercer volumen de la obra, el autor se dedica de forma más detenida

al análisis de la relación entre historia y narración. Esta relación se define ya

como un cruce (entrecroisement) en el que historia y ficción se sirven

mutuamente de sus distintas intencionalidades para conseguir la re-figuración

del tiempo, poniendo de relieve su dúplice carácter: el de la fictionalisation de

l’histoire y el de la historicisation de la fiction (Ricœur 1985: 264-279):

Par entrecroisement de l‟histoire et de la fiction, nous entendons la

structure fondamentale, tant ontologique qu‟épistémologique, en virtue de

laquelle l‟histoire et la fiction ne concrétisent chacune leur intentionalité

respective qu‟en empruntant à l‟intentionnalité de l‟autre. (Ricœur 1985:

265)

Ricœur desarrolla definitivamente la idea según la cual el tiempo objetivo

se convierte en tiempo humano gracias a la mediación de su articulación

narrativa. A su vez, el relato adquiere su significación específica gracias a la

función de re-integración narrativa de la experiencia temporal:

[...] l‟entrecroisement entre histoire et la fiction dans la refiguration du

temps repose, en dernière analyse, sur cet empiétement réciproque, le

moment quasi historique de la fiction changeant de place avec le moment

quasi fictif de l‟histoire. De cet entrecroisement, de cet empiétement

réciproque, de cet échange de places, procède ce qu‟il est convenu

- 40 -

d‟appeler le temps humain, où se conjugent la représentance du passé par

l‟histoire et les variations imaginatives de la fiction, sur l‟arrière-plan des

apories de la phénomenologie du temps. (Ricœur 1985: 278)

El cruce entre historia y ficción en su función de re-figuración del tiempo,

por ejemplo, permite la recuperación de la experiencia humana de la memoria y

de la imaginación que no obedece necesariamente a un orden linear. Al

encontrarse el mundo del texto con el del lector se verifica el paso de la

configuración narrativa a la re-figuración del tiempo por medio del relato. En

este encuentro hermenéutico, que se da en el presente, lo escrito cobra su

significado. Se introduce así la posibilidad de una lectura hermenéutica de la

historia que involucra en el proceso de significación los eventos históricos, los

que relatan estos eventos y los lectores mismos de estos relatos. Ricœur

entiende la necesidad de rebasar la idea comúnmente compartida de que la

lectura hermenéutica se pueda plantear sólo frente a los textos literarios. Somos

lectores y beneficiarios de las potencialidades de un texto histórico en la misma

medida en que somos lectores de una novela:

Toute graphie, dont l‟historiographie, relève d‟une théorie élargie de la

lecture. Il en résulte que l‟opération d‟enveloppement mutuel évoquée à

l‟instant a son siège dans la lecture. En ce sens, les analyses de

l‟entrecroisement de l‟histoire et de la fiction [...] relèvent d‟une théorie

élargie de la réception, dont l‟acte de lecture est le moment

phénoménologique. C‟est dans une telle théorie élargie de la lecture que le

renversement se fait, de la divergence à la convergence, entre le récit

historique et le récit de fiction. (Ricœur 1985: 265)

Sin la narratividad el conocimiento histórico no sería posible porque

faltaría la simbolisation del tiempo, es decir la conversión del tiempo objetivo

en tiempo humano gracias al cruce entre informe histórico y relato de ficción.

- 41 -

La simbolizaciñn libera el tiempo que de esta forma se puede “abrir” en toda su

potencialidad:

L‟interprétation que je propose ici du caractère „quasi historique‟ de la

fiction recoupe évidemment celle que je propose du caractère „quasi fictif‟

du passé historique. S‟il est vrai qu‟une des fonctions de la fiction, mêlée à

l‟histoire, est de libérer rétrospectivement certaines possibilités non

effectuées du passé historique, c‟est à la faveur de son caractère quasi

historique que la fiction elle-même peut exercer après coup sa fonction

libératrice. Le quasi-passé de la fiction devient ainsi le détecteur de

possibles enfouis dans le passé effectif. Ce qui „aurait pu avoir lieu‟ – le

vraisemblable selon Aristote – recouvre à la fois les potentialités du passé

„réel‟ et les possibles „irréels‟ de la pure fiction. (Ricœur 1985: 278)

En el cruce de la representación del pasado por medio de la historia y las

variaciones imaginativas de la ficción se pueden rebasar, aunque no es posible

resolverlas teóricamente, las aporías del tiempo y reconstruir una unidad plural

de la temporalidad en una dialéctica continua entre pasado presente y futuro:

[...] la temporalité ne se laisse pas dire dans le discours direct d‟une

phénoménologie, mais requiert la médiation du discours indirect de la

narration. [...] Sous forme schématique, notre hypothèse de travail revient

ainsi à tenir le récit pour le gardien du temps, dans la mesure où il ne serait

de temps pensé que raconté. (Ricœur 1985: 349)

El relato de ficción se convierte en el celador del tiempo y de su

dimensiñn íntima y humana. Para Ricœur no es posible “pensar” el tiempo, si el

resultado de esta actividad se agota en un ámbito especulativo. Más bien se

debe vivir el tiempo a través de una “médiation ouverte, inachevée, imparfaite,

à savoir un réseau de perspectives croisées entre l‟attente du futur, la réception

du passé, le vecu du présent, sans Aufhebung dans une totalité où la raison de

- 42 -

l‟histoire et son effectivité coïncideraient” (Ricœur 1985: 349). En esta

perspectiva, el presente adquiere

[…] sa position terminale dans le jeu des perspectives croisées: rien ne dit

que le présent se réduise à la présence. Pourquoi, dans le transit du future

au passé, le présent ne serait-il pas le temps de l‟initiative, c‟est-à-dire le

temps où le poids de l‟histoire déjà faite est déposé, suspendu, interrompu,

et où le rêve de l‟histoire encore à faire est transposé en décision

responsable? (Ricœur 1985: 300-301)

En este sentido, hay que reencontrar la dialéctica del pasado y del futuro y

su intercambio en el presente, lo cual significa la posibilidad de tener noticia

unificada de lo que está fuera de sí, como son los tres momentos temporales. El

presente es el lugar activo donde el pasado se entrecruza con su perspectiva,

sólo admite una interpretación dinámica, ligada al mundo de la vida y de la

acción. Exponer/narrar la historia e interpretarla se vuelven así actos

complementarios necesarios para llegar al conocimiento del pasado. La mise en

intrigue imita y permite las distintas maneras de vivir el tiempo subjetivo y se

esfuerza por recapacitar la unidad plural de la temporalidad distinguiendo la

continuidad de la diferencia entre pasado y futuro para un presente contingente

y abierto. Por medio de la interpretación, que compromete el lector en la

creación del significado, se puede llegar a un reconocimiento y re-interpretación

de lo vivido tanto individual como colectivo. En el entrecruzamiento de historia

y ficción, es decir en el texto entendido como articulación de lo heterogéneo,

del lector encuentra su identidad narrativa:

L‟histoire racontée dit le qui de l‟action. L‟identité du qui n‟est donc elle-

même qu‟une identité narrative. Sans le secours de la narration, le

problème de l‟identité personnelle est en effet voué à une antinomie sans

solution: ou bien l‟on pose un sujet identique à lui même dans la diversité

de ses états, ou bien l‟on tient, à la suite de Hume et Nietzsche, que ce

sujet identique n‟est qu‟une illusion substantialiste […] Le dilemme

- 43 -

disparaît si, à l‟identité comprise au sens d‟un même (idem), on substitue

l‟identité comprise au sens d‟un soi-même (ipse) n‟est autre que la

différence entre une identité substantielle ou formelle et l‟identité narrative

(Ricœur 1985: 355)

Se trata de una identidad eminentemente práctica, resultado de un continuo

proceso de reflexión, en que el sujeto, que puede ser tanto un individuo como

una comunidad, es al mismo tiempo escritor y lector de su propia vida, de los

textos y de la cultura: “l‟histoire d‟une vie ne cesse d‟être refigurée par toutes

les histoires véridiques ou fictives qu‟un sujet raconte sur lui-même. Cette

refiguration fait de la vie elle-même un tissu d‟histoires racontées” (Ricœur

1985: 356).

En tal sentido, aparece evidente la denuncia por parte de Ricœur del

fracaso relativo de todo pensamiento y reconstrucción histórica que procede de

una abstracción del pasado. De la misma manera, si prescindimos del futuro en

una actitud de pura retrospección, llegamos de facto a la ruptura de cada vínculo

significativo con el presente. Para Ricœur la condición histórica en la que se

encuentra el hombre es la condición de toda la serie de discursos que se han

practicado sobre la historia en general, en la vida cotidiana y en la historia como

ciencia. Retomando la definición de Elias, las expresiones de presente, del

pasado y del futuro, en tanto simbolizaciones de los periodos vividos por parte

de una comunidad o un individuo, no representan sólo una continuación

ritmada, sino también una presencia simultánea de estas tres dimensiones, que

al final se concretan en un mismo concepto. La tarea de la hermenéutica del ser

histórico consiste, entonces, en reubicar la paseidad en perspectiva respecto a la

futuridad del futuro y a la presencia del presente (Ricœur 2000: 428-451).

1.4.2 Introduciendo un estudio sobre el concepto de historia de Walter

Benjamin, Hanna Arendt escribiñ: “En cuanto el pasado se ha transmitido como

tradición, posee autoridad; en cuanto la autoridad se presenta a sí misma

- 44 -

históricamente, se convierte en tradición” (Arendt 2003: 50). Una crisis del

tiempo, podemos volver aquí a François Hartog, es una condición que se

experimenta cuando se pone en tela de juicio el orden del tiempo en que se vive

hasta que resulta imposible entretejer la dimensión del presente con la del

pasado y el futuro de la forma a la que estábamos acostumbrados y que

constituía la base de nuestra tradición y de su implícita continuidad (Hartog,

2003: 43). Frente al ocaso de la época de las grandes cronosofías y de los

discursos de la historia que formulaban periodizaciones que fuesen capaces de

dominar la relación entre las distintas temporalidades (Pomian 1984), no nos

quedan que los regímenes de historicidad para, menos presuntuosamente, tratar

de interpretar los signos del pasado y los síntomas de un nuevo espíritu del

tiempo (Hartog 2003: 22-23).

El presente totalizador que el actual régimen de historicidad ha impuesto,

con el definitivo desfase de la articulación entre las temporalidades y la ruptura

de la tensión entre experiencia y la expectativa, ha sancionado la

preponderancia de la contingencia. Sin embargo, si por una parte no podemos

prescindir de esta primacía, por otra parte tampoco tenemos que rendirnos

frente a ella y aceptarla como condición estéril. El reto consiste en buscar una

nueva tradición de referencia para el conocimiento y el actuar histórico del

hombre y de una sociedad sin tener necesariamente que “inventarla”

(Hobsbawm 1983).

La elaboraciñn del pasado presupone, sobre todo, “la realizaciñn de un

lugar vacío que obtiene su valencia sólo a través del comprehensivo todo de la

historia hasta el momento actual de su narraciñn historiográfica” (Stierle 2000:

476). Este acto de realización comprende en sí las potencialidades del futuro.

Todo hecho pretérito, todo documento, toda huella que se hayan conservado en

el archivo histórico adquieren su significado, su rescate, para usar la

terminología de Benjamin según el cual el pasado contiene en sí un índice de

temporalidad que lo remite a la redención, a través de la actividad presente del

historiador: “Sotto la cenere del passato, dell‟arcaico, del mito, si conserva e si

- 45 -

nasconde la brace del futuro” (Bodei 1982: 165). En la mimesis ricœuriana se

permite la presencia simultánea de la experiencia humana y de las dimensiones

temporales del pasado, del presente y del futuro en tanto simbolización del

tiempo vivido a condición de que sobrepasemos una concepción consecuencial

del tiempo. Recordar el presente, es decir considerar el “ahora” como un

“entonces”, significa considerar el pasado como potencia. Este pasado (no

cronolñgico, indefinido, formal) permite “tomar en el evento en curso tanto al

acto como a la potencia, tanto a la ejecución determinada como a la facultad

genérica”, constituyéndose así como una vía de acceso privilegiada a la

historicidad de la experiencia (Virno 2003: 66-67).

Sólo en el presente, escribe Benjamin, el acontecimiento pasado cobra su

historicidad: “Das wahre Bild der Vergangehait huscht vorbei. Nur als Bild, das

auf Nimmerwiedersehen im Augenblick seiner Erkennbarkeit eben aufblitzt, ist

die Vergangenheit festzuhalten“ (Benjamin 1997: 25-26). En el concepto de wie

es eigentlich gewesen ist, el historicismo del siglo XIX postulaba una imagen

rígida e inmutable del pasado que se concretiza en un tiempo que para Benjamin

es el monumento de una conciencia histórica momificada en un recuerdo

improductivo (Andenken) que el materialista histórico, en su doble función de

historiador y hacedor de historia, tiene que dejar atrás. En el Andenken la

conciencia histórica del hombre se inhibe hasta desaparecer. La historia del

Historiker procede por medio de la adición, proporcionando y catalogando una

masa de hechos. El hombre, en una condición de creciente autoenajenación hace

el inventario de su propio pasado como de un estorbo pasivo (Szondi 1982: 23).

Lo que se produce es el “patrimonio cultural” al que no se puede mirar sin

horror, por ser cada documento a la vez una muestra de cultura y barbarie. La

imagen monolítica e irrevocable que de eso se origina, perteneciente a la

constelación simbólica de una temporalidad omnicomprensiva e irreversible,

pone al descubierto su propia debilidad icástica cada vez que el contexto

presente no logra reconocerse en ella. Eso engendra en el hombre un terror

insuperable al olvido y su actividad histórica se reduce a crear las condiciones

- 46 -

para su auto-conmemoración. Su relación con el tiempo se convierte así en una

acumulaciñn de “reliquias laicas” (Bodei 1982: 169), a través el proceso

intrínsecamente presentista de la patrimonización que, obsesionado por archivar

el presente, nos hostiga a “préparer, dès aujourd‟hui, le musée de demain et

réunir les archives d‟aujourd‟hui comme si c‟était déjà hier, pris que nous

sommes entre amésie et volonté de ne rien oublier” (Hartog 2003: 201).

Al contrario, si seguimos la lección de Benjamin, se debe hace actuar en el

presente la experiencia de la historia como experiencia originaria y así hacer

„estallar‟ el orden del tiempo (Benjamin 1991: 469). Los actos revolucionarios

del hombre marcan abruptamente el fin de una época y el comienzo de otra. Son

las brechas entre diferentes temporalidades, entre diferentes tradiciones que se

balancean entre la continuidad y la ruptura:

Benjamin stabilisce una parentela di passato remoto e di futuro

messianico, di arcaico e di novissimum. L‟arcaico, il dimenticato, è

imprigionato in noi. È sempre presente immutato, irrigidito, nel singolo en

ella collettività. Uno choc, la rottura di una tradizione lo fanno risorgere,

lo riportano alla luce. (Bodei, 1982: 166-167)

La Revolución Francesa quebró el continuum histórico para llevar a la luz

un momento del pasado – el modelo de la antigüedad romana- y así

reactualizarlo en la condición anacrónica de la cita (Zitation) que extrae del fluir

continuo de la historia un pasado cargado de actualidad. Tal como la moda que

resucita la actualidad del pasado citando en una vestimenta algunos de sus

elementos, la Revoluciñn de 1789 “eine mit Jetztzeit geladene Vergangeheit,

die er aus dem Kontinuum der Geschichte heraussprengte” (Benjamin 1997: 44-

45), substituyendo al continuum de la historia lo discontinuo del pasado. El gran

mérito de Benjamin, señala Hanna Arendt, fue haber descubierto que en nuestra

época la transmisibilidad del pasado “ha sido reemplazada por su posibilidad de

ser citado y que en lugar de su autoridad se había erigido un extraño poder para

- 47 -

adaptarse de modo fragmentario al presente, privándolo así de la paz mental, la

estúpida paz de la complacencia” (Arendt 2009: 50)

Cada presente queda así determinado por las imágenes de lo pretérito que

se presentan sincrónicamente y con inevitable urgencia. Dividir y ordenar

históricamente el pasado significa adueñarse de un recuerdo tal como éste

relampaguea en un instante de peligro. (Benjamin 1997: 26). El peligro, para

Benjamin, es sobre todo el peligro de no estar en condición de recordar, o de

poder recordar sólo a través la mediación de la elaboración del pasado, la

tradición linear y coherente que obliga a recordar, obrada por parte de las clases

opresoras. El presente puede conocer históricamente el pasado sólo por medio

de un recuerdo (Erinnerung) derivado de la recuperación de la experiencia,

recuerdo que se manifiesta bajo la forma de una imagen fugaz y efímera:

Il presente non si determina in Benjamin attraverso la finzione di un punto

che scorre lungo una retta infinita,bensì attraverso la sincronia e la

simultaneità delle immagini, che si decifrano mediante rimandi reciproci,

che formano un orizzonte di senso o una costellazione. Vi è un “indice

storico” delle immagini, che dice che esse giungono ad essere leggibili

insieme solo in un periodo determinato. (Bodei 1982: 168)

El estado de peligro y de crisis, que se ha convertido en el estado

permanente de la historia, requiere de una nueva re-conceptualización del

tiempo. La historia y el tiempo en Benjamin coliman en una idea de presente en

donde la verdad de la representación se juega en la inestabilidad del instante. El

instante es una pausa del pensamiento en que, según la cita de Karl Kraus que

Benjamin antepone a la tesis XIV, la meta se identifica con el origen en el orden

dialéctico entre arcaico y tensión mesiánica.

Consciente de que para el hombre contemporáneo ya no es posible aceptar

una idea de historia fundada en la concepción de un tiempo homogéneo y

progresivo pero vacío, concepción devastadora que llevó al surgimiento y

consolidación del fascismo, Benjamin plantea la idea de un tiempo actual

- 48 -

(Jetztzeit), pleno de aquel ahora en que el pasado re-afima su con-

temporaneidad potencial con un futuro que lo comprende y completa. En la

imagen del pasado que pasa súbitamente se encuentran, entonces, las astillas de

todos los tiempos. Escribe Fabrizio Desideri:

L‟immagine del passato semplicemente non “sta”; non è irrevocabile se

non per quel presente che non l‟afferra. La necessità del factum può essere

sciolta alla luce di quanto in esso è inteso come un paradossale „non

ancora‟ nella sua attualità. (Desideri 2007: 334)

En otras palabras, el hombre debe fundamentar su reflexión histórica y, por

consiguiente, su praxis política, en un concepto de presente que no es momento

de paso, sino que se mantiene, en cada momento y por un instante, inmóvil en

equilibrio en el umbral del tiempo. Se trata de mirar al pasado para encender en

éste la chispa de la esperanza. En el tiempo del Jetzt, que como tiempo

mesiánico resume en una grandiosa abreviación la historia entera de la

humanidad, coincide exactamente con la parte que la historia de la humanidad

ocupa en el universo: el porvenir implícito en el pasado encuentra su lugar en el

presente. El historicismo se conforma con establecer nexos de causa-efecto

entre los diversos momentos de la historia. Pero, recuerda Benjamin, ningún

hecho es histórico por ser causa. La puntiforme Jetztzeit benjaminiana implica

la creación de una mónada, el objeto histórico por excelencia, que al contraer la

extensión temporal y la simultaneidad de las imágenes en un único punto es

capaz de concretar el entero curso de los eventos de la historia en un instante,

conservando la posibilidad de hacer „deflagrar‟ las acciones revolucionarias. Es

en este momento de ruptura y suspensión del continuum del tiempo que el

historiador escribe la historia, que puede remplazar la tradición de los opresores

con las de los oprimidos (Benjamin 1997: 50-52), con tal de que sepa poner en

relación la constelación en la que ha entrado su propia época con una época

anterior determinada (Benjamin 1997: 56).

- 49 -

La Jetztzeit es constitutivamente un tiempo discrónico: lleva en si la

anticipación y el retraso. Sólo podemos captarlo y adueñarnos de él si nos

sometemos a que siempre es o “demasiado temprano” o “demasiado tarde”. El

historiador, como el poeta Osip Mandel‟štam en el ensayo “Che cos‟è il

contemporaneo” de Giorgio Agamben, es al mismo tiempo la fractura que

impide al tiempo recomponerse y la sangre que debe sanar esta herida. Los que

son contemporáneos a su propia época están condenados a “essere puntuali a un

appuntamento che si può solo mancare” (Agamben 2009: 25). El historiador,

entonces, debe interpretar el presente como Jetztzeit. Su actividad no toma lugar

en la continuidad de la historia burguesa, sino en la suspensión del kairós en la

que están dispersos los fragmentos del tiempo. El desafío frente al cual se

encuentra consiste en construir la unidad de una tradición sobre las fracturas de

la historia. El historiador debe conseguir en estas quiebras una nueva colocación

para el desenvolverse de la articulación de las experiencias de lo arcaico y los

horizontes de las esperanzas. De este modo, la investigación histórica apunta a

la recuperación discontinua de un futuro olvidado pero conservado activamente

en el pasado.

- 50 -

II La locura de la historia: Noticias del imperio de Fernando

del Paso

El historiador es precisamente el

mago que recupera los actos,

sufrimientos, sacrificios de los

muertos y les otorga un sitio en la

memoria universal de la historia

Roland Barthes

2.1 Introducción

Publicada en 19873, Noticias del imperio de Fernando del Paso se presenta

como un ejemplo cabal de novela-archivo. En ella se resumen todas las

características de la novela transversalhistórica (Ceballos 2005, de Toro 2006)4.

La narración de la intervención francesa en México (1862-1867) que llevó a la

constitución del Segundo Imperio bajo el mando de Maximiliano de Habsburgo,

a través de los soliloquios de la esposa de éste, Carlota, nos da la posibilidad de

reflexionar sobre prácticas y formas narrativas del pasado y sobre su función

desmitificadora del discurso histórico. La estructura en contrapunteo de la

novela -los capítulos pares relatan la versión de la historia desde la perspectiva

de los diferentes protagonistas, mientras que los nones se articulan únicamente

en el monñlogo de Carlota y lucen en epígrafe el cronotopo „Castillo de

Bouchout, 1927‟-, la acumulación de voces y perspectivas y la superabundancia

3 Para las citas textuales se hace aquí referencia a la edición de 2008 por la editorial Verticales

de Bolsillo, Barcelona, España.

4 Cabe aquí mencionar las cuatro características principales de esta tipología de novela:

transversalidad, hibridez, autorreferencialidad y metadiscursividad (Ceballos 2005: 135-251).

Sobre estas características, en particular la transversalidad, se volverá más detenidamente en los apartados sucesivos.

- 51 -

de fuentes y datos historiográficos obligan tanto al narrador como al lector a que

lleve a cabo una clasificación y una selección que al final requieren un esfuerzo

abrumador. La locura de la historia, como la define el autor, lleva a la

relatividad, o transversalidad entre los discursos, de cada escritura que quiera

dar cuenta de los acontecimientos pasados.

El problema de la escritura y de la memoria estructura toda la obra: la

memoria trasnochada de Carlota se convierte en el instrumento para recrear y

revivir el tiempo ya considerado como única dimensión de la realidad. En ella

se funden el pasado individual y el colectivo. Su locura le proporciona una

perspectiva extrañada, esencialmente marginal y deconstruyente con respecto al

discurso histórico occidental. Es justamente en el personaje de Carlota que Del

Paso encuentra la clave para descifrar los enigmas y encarar las aporías de la

historia. Ella es una de aquellas „figuras oraculares‟ que, como escribe Roberto

González Echevarría, “son vínculos con el pasado y depñsitos de

conocimientos, como archivos vivientes” (González Echevarría 1999: 249). El

delirio de Carlota ofrece la posibilidad de investigar la realidad sobreponiendo

pasado, presente y futuro. En su incansable memoria, el Segundo Imperio, un

episodio de por sí efímero y anacrónico en la historia de México, sobrevive en

el presente de su locura senil a través de una narración torrencial y desmedida.

Tomando como punto de arranque la teoría sobre la novela

latinoamericana como Archivo, tal como ha sido formulada por González

Echevarría, este capítulo tratará de individuar en la novela Noticias del imperio

una teoría historiográfica específica, fundamentada en la singularidad y

autonomía de los aportes latinoamericanos en relación con el discurso

historiográfico occidental.

Se tratará de poner en evidencia cómo la inefabilidad del pasado, la

exuberancia y el uso metaficcional de datos y fuentes documentales e

historiográficas -el mismo Del Paso ha declarado que para juntar el material

necesario para esta novela tardó más de diez años (Del Paso 1987: 37)- y por

último la desintegración de la historia en una miríada de microhistorias

- 52 -

subjetivas y contradictorias son prácticas y estrategias que, si bien al parecer

pintan el monumental fresco de una época, en realidad denuncian la

imposibilidad de la construcción de un discurso histórico de molde occidental.

Entre estas estrategias enfocaremos principalmente en el soliloquio de la locura

de Carlota, interpretado como el medio formal privilegiado para investigar una

nueva forma de concebir el tiempo en la que dominan la perspectiva del

presente y su afán por la edificación de archivos memoriales.

2.2 Hacia Noticias del Imperio: notas sobre la novela histórica en

América Latina

En América Latina, afirma González Echevarría, la literatura y la historia como

géneros están vinculadas desde el nacimiento mismo del continente en las

conciencias europeas. Por un lado, la historia latinoamericana ha tenido la

pretensión de ser la única historia nueva. Por otro lado la novela, en muchas

ocasiones, se ha definido como la primera forma literaria moderna (González

Echevarría 1999: 29). La novedad del continente latinoamericano frente a los

europeos que allí llegaron y se asentaron explica la obsesión por los mitos de

los orígenes que caracteriza la reflexión latinoamericana. Obsesión que se

manifestó, sobre todo en el siglo XIX, también en una forma de hacer historia,

convirtiendo esta disciplina en un almacén de “relatos fundacionales” al que la

literatura acude con frecuencia. En la tentativa de alcanzar una verdadera

emancipación social y política, la literatura posibilita la individuación de las

fases evolutivas y de los progresos materiales de una nación. Obrando sobre

estas condiciones, la literatura se convierte en el instrumento más adecuado para

registrar los cambios y volver efectivo y tangible el progreso de formación

nacional. En este clima cultural, no se ve la literatura como una experiencia

puramente estética, sino como un producto didáctico con fines históricos y

políticos. En la literatura, las naciones en formaciñn depositan: “un conjunto de

- 53 -

valores, determinados con anticipación, en los que ideológicamente se

concretaba y realizaba la esencia de lo nacional, produciendo el efecto

imaginario de una requerida particularidad” (González Stephan 1987: 159-160).

La fascinación de la literatura latinoamericana por la historia del

continente es el resultado de un perpetuo retorno hacia la investigación y

reelaboración de estos mitos fundacionales: “La historia latinoamericana es a la

narrativa latinoamericana lo que los temas épicos a la literatura española: una

constante cuyo modo de apariciñn puede variar, pero que rara vez está ausente”

(González Echevarría 1999: 30). El autor se preocupa por destacar cómo el

desarrollo de la narrativa latinoamericana, a partir de formas literarias

anteriores, ha estado vinculado a los cambios de las estructuras sociales

hegemónicas y a los discursos encargados de legitimarlas: la cualidad mimética

del texto novelesco no se ejerce en relación con una realidad dada, sino en

relación con un discurso subyacente que ya ha reflejado la realidad. La base de

la propuesta teórica de González Echevarría se puede resumir en la idea según

la cual la novela generalmente ha asumido la forma del “documento”, al que

se le ha otorgado la capacidad de vehicular la „verdad –es decir, el poder-

en momentos determinados de la historia. La novela, o lo que se ha

llamado novela, imita tales documentos para así poner de manifiesto el

convencionalismo de éstos, su sujeción a estrategias de engendramiento

textual similares a las que gobiernan el texto literario. (González

Echevarría 1999: 32)

Los discursos hegemónicos que a lo largo de los siglos han garantizado a

la novela su “veracidad” han sido el de la retñrica legal, el de la ciencia

positivista y, durante casi todo el siglo XX, el de la antropología. Hoy en día, la

extraordinaria vigencia de la novela histórica en América Latina manifiesta la

predominancia del discurso histórico. La Conquista, la Colonia, la

Independencia, las guerras civiles y las revoluciones son los mitos

fundacionales vehiculados por la historia y representan el contenido de un

- 54 -

enorme archivo que el novelista puede utilizar como fuente de recursos para la

definiciñn de su propia cultura: “La novela atesora el saber. Como el del

Archivo ese saber es el del origen, es decir, del vínculo de su propia escritura

con el poder que lo hace posible, por consiguiente, con la posibilidad misma de

conocimiento” (González Echevarría 1999: 62). En tanto acervos de

conocimiento, las ficciones del archivo son acumulaciones atávicas de lo

establecido.

En las llamadas foundational narratives, recuerda Homi Bhabha

refiriéndose a aquellas obras que usan la escritura para expresar el desarrollo de

una conciencia nacional, el lenguaje tiene una doble función. Por un lado

describe los orígenes de las tradiciones culturales de una comunidad, por otro

lado pone estas tradiciones en una dimensión de negociación,de crítica y de

cruce cultural con otras identidades que pueden encontrarse tanto fuera como

dentro de los confines geográficos de esta comunidad imaginada, por ejemplo

incorporando los elementos culturales indígenas (Bhabha 1990: 1-7). La idea de

nación, por ejemplo, no surge autogenerándose de la esencia intrínseca de un

pueblo, no es expresión y desarrollo del Volk romántico como teorizaban los

románticos, sino más bien está producida “narrativamente”. Como cualquier

otro sistema de significación cultural o forma de representación social, la nación

se hace al intentar definirse. La búsqueda de una narrativa nacional muestra el

carácter doble del proceso de definición de la identidad. Emerge el aspecto

performativo de la literatura fundacional: al representar una nación por medio

de la ficción narrativa, se crean al mismo tiempo las condiciones para una

revisión y crítica de los discursos nacionalistas oficiales5.

3

“We then have a contested conceptual territory where the nation's people must be thought in

double-time; the people are the historical 'objects' of a nationalist pedagogy, giving the

discourse an authority that is based on the pre-given or constituted historical origin in the past;

the people are also the 'subjects' of a process of signification that must erase any prior or

originary presence of the nation-people to demonstrate the prodigious, living principles of the

People as contemporaneity: as that sign of the present through which national life is redeemed

and iterated as a reproductive process. The scraps, patches and rags of daily life must be

repeatedly turned into the signs of a coherent national culture, while the very act of the

narrative performance interpellates a growing circle of national subjects. In the production of the nation as narration there is a split between the continuist, accumulative temporality of the

- 55 -

La doble función pedagógica y performativa ha caracterizado la creación

artística y la actividad de los ensayistas e historiadores, es decir la textualidad,

en toda América Latina en diferentes épocas. Los romances latinoamericanos

del Siglo XIX, por ejemplo, proponían historias de amantes procedentes de

realidades culturales, sociales, económicas y raciales muy diferentes dentro de

la misma nación. El elemento que une estas novelas es la voluntad de la clase

hegemónica burguesa y criolla de representar mediante una historia de amor la

coherencia y el amalgama capaces de sobrepasar las diferencias entre las

regiones, las razas o los partidos políticos dentro de una misma nación, cuya

identidad se encontraba todavía en desarrollo (Sommer 1990: 71-98)

De este modo, la novela histórica tradicional puede observarse, junto con

el establecerse de una historiografía nacional, como un metarrelato de

legitimación que anula las idiosincrasias presentes en cada cultura a favor de un

proyecto hegemónico cuyas bases epistemológicas son de molde europeo. La

novela histórica más reciente, al contrario, y es el caso de Noticias del Imperio,

intenta volver a leer y escribir el pasado precisamente para negar y destruir este

metarrelato. Seymour Menton (Menton 1993: 35) cataloga bajo la categoría de

novelas históricas románticas obras como Jinoténcatl (1826), anónimo, La hija

del judío (1848-1850) del mexicano Justo Sierra, La novia del hereje (1845-

1850) del argentino Vicente Fidel López, Ingermina (1844) del colombiano

Juan José Nieto y Guatimozín (1846) de Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Además de divertir al público, Menton adjunta que la finalidad de la mayoría de

estas obras fue contribuir a la formación de una conciencia nacional

familiarizando a los lectores con los personajes del pasado, y respaldar la causa

de los liberales en oposición a los conservadores, quienes se identificaban con

las estructuras políticas, económicas y culturales del dominio colonial. Muchas

pedagogical, and the repetitious, recursive strategy of the performative. It is through this

process of splitting that the conceptual ambivalence of modern society becomes the site of

writing the nation.”

Homi Bhabha, “DissemiNation: time, narrative and the margins of the modern nation” en

Bhabha 1990: 297.

- 56 -

de estas novelas, por lo tanto, se inspiraron no sólo en el Romanticismo europeo

y en particular en el paradigma representado por Walter Scott, sino también en

las crónicas de los conquistadores y en casos limitados al legado de las

literaturas precolombinas. Durante el modernismo hispano-americano (1882-

1915), la novela histórica deja de lado las finalidades pedagógicas que la habían

caracterizado y se ddedica de lleno a la búsqueda de estéticas alternativas al

realismo positivista y burgués por un lado y por otro lado al costumbrismo

pintoresco. La corriente cultural del neo-criollismo que domina de 1915 a 1945,

se limita a una actitud descriptiva y mimética hacia el pasado. El ambiente

histórico sirve como telón de fondo para los protagonistas de la ficción y la

búsqueda de representación de una identidad nacional se desarrolla mediante la

síntesis de las distintas regiones geográficas y de los distintos grupos étnicos y

sociales de un país. Pertenecen a este periodo, por ejemplo, las obras de Rómulo

Gallegos en Venezuela, Ciro Alegría en el Perú, Miguel Ángel Asturias en

Guatemala. A finales de los años 40 produce un cambio radical. En 1949, se

publica El reino de este mundo de Alejo Carpentier, para Menton la primera

verdadera nueva novela histórica, aunque el propio crítico fija como fecha de

nacimiento oficial de este género el año 1979. Menton propone un esquema

para la definición de las diferencias entre la novela histórica tradicional y la

nueva novela histórica. Dichas diferencias se pueden resumir en seis rasgos

fundamentales:

1. La reproducción de la realidad histórica sirve para la presentación de ideas

filosóficas y posiciones epistemológicas entre las cuales destacan la

imposibilidad de conocer el pasado, el carácter cíclico -y ya no linear- de la

historia que se refleja en la narración misma y en la forma de desenvolvimiento

de la trama.

2. La distorsión del relato historiográfico por parte del autor mediante

interpolaciones, omisiones y anacronismos.

3. La ficcionalización de los personajes históricos, como por ejemplo Cristóbal

Colón, Moctezuma, Felipe II o Bolívar. Mientras que la novela histórica

- 57 -

tradicional escogía a sus protagonistas entre la gente común, es decir las

personas que no tienen historia, los nuevos novelistas juegan con los retratos

oficiales de los personajes históricos para proponer una nueva lectura. Abundan

también novelas autobiográficas apócrifas, como El arpa y la sombra (1979) de

Alejo Carpentier.

4. La metaficción, que se funda en las reflexiones de Borges, y que se expresa

frecuentemente por medio de intervenciones del autor en primera persona

comentando el proceso de creación.

5. La intertextualidad, con la re-interpretación o introducción en una novela de

personajes de otras novelas o la re-escritura de otro texto que así se convierte en

“palimpsesto”.

6. Los conceptos bajtinianos de lo dialógico y lo carnavalesco. Desde un

punto de vista lingüístico, la parodia, la heteroglosia y el pastiche de estilos

desempeñan un papel muy importante (Menton 1993: 42-46).

En el libro de ensayos Valiente mundo nuevo, Carlos Fuentes nota cómo

la vocación histórica de la nueva novela latinoamericana tal como Menton la

señaló implica la reflexión sobre el pasado como un signo de narrativa para el

futuro. “En esta tendencia central que Menton atribuye a nuestra novela” dice

Fuentes “yo veo la afirmaciñn del poder de la ficciñn para decir algo que pocos

historiadores son capaces de formular: el pasado no se ha concluido; el pasado

tiene que ser re-inventado a cada momento para que no se nos fosilice en las

manos” (Fuentes 1990: 23-24). Sin embargo, para entender el sentido de la

nueva novela histórica son aún más importantes estas líneas de Fuentes, que

adquieren una resonancia notable si las leemos junto a las reflexiones de Paul

Ricoer: “Imaginar el pasado. Recordar el futuro. Un escritor conjuga los

tiempos y las tensiones de la vida humana con medios verbales” (Fuentes: 1990:

24)

Fernando Ainsa (Ainsa 2000: 678-688) comparte el esquema propuesto

por Menton y hace hincapié en el carácter polifónico y la pluralidad de registros

y estilos de la nueva novela histórica. En ella conviven, en el mismo plano y

- 58 -

hasta de forma contradictoria, la idea romántica de la novela como forjadora y

legitimadora de la nacionalidad, la crónica fiel de la realidad histórica como la

concebían los positivistas, y la afirmación de una nueva estética (modelo

modernista). Para Ainsa es fundamental la capacidad que tiene la nueva novela

histñrica para eliminar la “distancia épica” de los acontecimientos histñricos y

favorecer el diálogo entre el lector y el pasado y la libre asimilación -o

deconstrucción- de la historia por parte de los que viven en el presente, quienes

por fin se encuentran liberados del peso de los mitos institucionalizados. Este

diálogo entre presente y pasado se da por medio de una mezcla o interferencia

entre el tiempo narrativo – que es a menudo un presente histórico- y el pasado o

el futuro que se destacan con la ayuda de anacronismos intencionales.

A comienzos del Siglo XX, al afán por moldear el porvenir recurriendo

al pasado, como lo hacía la novela histórica romántica y la realista, se substituye

la preocupación por el presente. Las novelas influidas por las tesis modernistas,

más que suscitar una consciencia nacional o respaldar un plan político y social

liberal, buscan alternativas a las derivas costumbristas, a los dogmas del

naturalismo positivista y al materialismo burgués y, en el caso de México, a las

turbulencias revolucionarias. El fin principal de estas novelas fue la re-creación

fidedigna a la vez que embellecida de ciertas épocas del pasado, a veces, cabe

decir, en plan de escapismo, pero sin dejar de lado los problemas

contemporáneos: la lucha entre la civilización urbana y la barbarie rural, la

explotación socioeconómica y el racismo (Menton 1993: 37).

A finales de los años cuarenta, en la percepción de la realidad entran en

juego conceptos como el subconsciente y la conciencia individual, lo que

refuerza el proceso, en aquel entonces en acto, de subjetivación de la historia.

También en América en los mismos años se empieza a poner en discusión el

estatuto ontológico del discurso historiográfico como forma de conocimiento: la

historia no tiene un orden connatural ni una estructura coherente. Es el

historiador él que tiene la tarea de construir el orden y la causalidad de los

acontecimientos. Se llega así a poner en tela de juicio la supuesta imparcialidad

- 59 -

y objetividad de la actividad historiográfica y sus pretensiones teleológicas

(Pons 1996: 99).

La literatura histórica reciente parece obsesionada más por preguntas de

tipo epistemológico: ¿cómo podemos hoy llegar a conocer el pasado? Dichas

inquietudes forman parte de una búsqueda epistemológica más amplia que

ponen en tela de juicio las relaciones entre la realidad y la ficción en el discurso

literario:

¿Puede la literatura ser otra cosa que autorreferencial, dada la actual duda

epistemológicamente radical y los modos en los que esta duda afecta el

status de la representación?, ¿se puede decir que la literatura es una

"representación de la realidad" cuando la propia realidad resulta estar

enteramente tornasolada de ficción?, ¿en qué sentido se diferencia la

construcción de la realidad de la mera posibilidad? (Calinescu 1991: 289)

Noticias del Imperio, por ejemplo, es un texto cargado de dichas

cuestiones. Abordándolas abierta o implícitamente, la novela da forma a estas

inquietudes mediante una serie de prácticas textuales que apuntan no ya a una

macrohistoria (oficial y eurocéntrica), sino a múltiples microhistorias que

habían sido relegadas del discurso de lo moderno, elaborando un abanico de

significaciones en el que se hace patente un nuevo proyecto histórico-fictivo

(Espino Barahona 2000).

“Propongo” escribe Fernando Del Paso “que no dejemos a unos cuantos

historiadores independientes la tarea de contar la historia de nuestras

enfermedades” (Del Paso 1982: 49). Las nuevas novelas históricas sirven para

narrar la historia no como exaltación de un renacimiento cultural, sino para

poner al descubierto la “resurrecciñn de las crisis iniciales de la historia que

siguen regresando” (Borsò 2001: 135) La historia es una ficción escrita para

ocultar estas crisis de la historia. Tomando en cuenta el carácter ambiguo e

indeterminado de cualquier identidad, la re-activación de los momentos de crisis

histórica implica la aceptación de la diversidad y de lo heterogéneo,

- 60 -

permitiendo de este modo la creación de otras narraciones y otras identidades.

El intento literario de re-escribir la historia se justifica por la voluntad de

conocer, exorcizar e incorporar una realidad que siempre se ha rechazado y

percibido como ajena, debido a las violencias, las traiciones y los incestos que

desde la Conquista han caracterizado la historia de América Latina. Una

realidad que en el caso de México se manifiesta en la emergencia y la posterior

„institucionalizaciñn‟ del mestizaje, reafirmando de este modo la idea de la

literatura como acto cognitivo y performativo a la vez.

La característica dominante de la narrativa de Del Paso atañe a la modalidad en

la que la realidad histñrica de México le sirve como “pre-texto” para su

producción literaria (Kason Poulson 1999: 262). Del Paso afirma explícitamente

que la misión del novelista latinoamericano es “asaltar la historia oficial” (Del

Paso 1982: 49). En Noticias del Imperio, el escritor encuentra su “pre-texto” en

la intervención francesa a mediados del siglo XIX, en la que Napoleón III trató

de establecer una monarquía católica en México con el intento de oponerse a las

presiones del vecino norteamericano. La corona de este efímero imperio fue

ofrecida a Maximiliano de Habsburgo y a su mujer Carlota. Menos de cuatro

años más tarde, el 19 de junio de 1867, en el Cerro de las Campanas en

Querétaro, Maximiliano acabó fusilado por las fuerzas republicanas al mando

de Benito Juárez. Al elegir un capítulo inexplicablemente olvidado de la historia

mexicana, el autor acepta abiertamente la doble tarea de novelista e historiador.

A él le toca, de alguna forma reinvindicar las figuras de Maximiliano y Carlota

como protagonistas no sólo de una empresa imperialista europea, sino también,

y legítimamente, de uno de los actos fundacionales de la nación mexicana

(Thies 2000, Borsò 2001 y 2006).

- 61 -

2.3 La novela como Archivo

En primera instancia, la imagen del Archivo remite a un ejercicio de selección y

exclusión de elementos, es decir pone énfasis en su aspecto proscriptivo. El

Archivo es, en las palabras de Foucault: “la loi de ce qui peut être dit, le

système qui régit l‟apparition des énoncés comme événements singuliers”. El

acto de elegir, seccionar y seleccionar los fragmentos de realidad, excluyendo

unos y conservando otros- actividad que el historiador, por ejemplo, conoce

bien- si por un lado tiene el anhelo, imposible de llevarse a cabo, de definir la

totalidad de una cultura, por el otro asegura la existencia de múltiples discursos.

Mais l‟archive, c‟est aussi ce qui fait que toutes ces choses dites ne

s‟ammassent pas indéfiniment dans une multitude amorphe, ne

s‟inscrivent pas non plus dans une linéarité sans rupture […] L‟archive,

cést n‟est pas ce qui sauvegarde, malgré sa fuite immédiate, l‟événement

de l‟énoncé et conserve, pour les mémoires futures, son état civil d‟évadé;

c‟est ce qui, à racine même de l‟énoncé-événement, et dans le corps où il

se donne, définit d‟entrée de jeu le système de son énoncabilité. (Foucault

1969: 170)

La metáfora del Archivo, entonces, no remite a un depósito donde se

conservan los rasgos de las cosas ya dichas, ni a un amontonarse indistinto de

enunciados reducidos en cenizas que esperan la actividad del historiador para

cobrar sentido. El archivo es una práctica que

n‟a pas la lourdeur de la tradition; et elle ne constitue pas la bibliothèque

sans temps ni lieu de toutes le bibliothèques; mais elle n‟est pas non plus

l‟oubli accueillant qui ouvre à toute parole nouvelle le champ d‟exercice

de sa liberté; entre la tradition et l‟oubli, elle fait apparaître les règles

d‟une practique qui permet aux énoncés à la fois de subsister et de se

modifier régulièrement. C‟est le système de son fonctionnement. (Foucault

1969: 171)

- 62 -

Si la aplicamos a los estudios literarios, la metáfora del archivo manifiesta su

capacidad subversiva:

La narrativa en general, la novela en particular, pueden ser la manera en la

que se conserva el estado fugitivo del enunciado, un Contra-archivo para

lo efímero y lo marginal. La novela otorga a la negatividad del Archivo la

forma de ser fantasmagórica que representa únicamente, sobre todo en el

periodo moderno, el poder mismo del Archivo para diferenciar. (González

Echevarría 1999: 63)

En tanto mito moderno, el Archivo ya no es un almacén de verdades

unívocas y definitivas, sino un conjunto de datos, documentos, huecos y

monumentos de variada naturaleza que tienen la potencialidad, una vez

elaborados por la literatura, para formar el Contra-archivo dotado de un poder

para vaciar formas narrativas previas:

de las que toma textos más bien que continuidades discursivas; el poder,

en resumen, para poner en tela de juicio el conocimiento recibido y sus

coágulos ideolñgicos […] Al soltar los arcanos, al abrir con fuerza la caja-

fuerte, la novela-Archivo libera una procesión fantasmagórica de figuras

de negación, habitantes de fisuras y cuarteadura que rondan el convenio de

escritura y la ley. (González Echevarría 1999: 64-65).

En otras palabras, es sobre todo a través de la reescritura, la parodia y la

demistificación de los mitos identitarios institucionalizados y de los textos del

canon nacional, los cuales de este modo se convierten en palimpsestos de la

creación literaria, que la nueva novela histórica latinoamericana se aleja de la

novela histñrica tradicional y ejerce su mayor fascinaciñn e innovaciñn. “El

Archivo como mito es moderno porque es múltiple, relativista e incluso hace

explícitos el relativismo y el pluralismo como cualidades inherentes de la

literatura”. La heterogeneidad de las fuentes, lenguas y culturas representa la

- 63 -

esencia de la negatividad fundadora del Archivo, de su ser “una subversiñn, o

una sub-versiñn de la fábula maestra” (González Echevarría 1999: 240). Lo que

está en la base de este nuevo proceso es la diferente manera en que la narrativa

histórica opera alrededor del evento histórico. Éste

no se maneja como un objeto o un sujeto, sino como el producto de un

proceso cultural textualizado. […] A través de sus procesos narrativos,

estas novelas logran que la referencia histórica no sea únicamente relativa

al pasado sino que el presente sea igualmente aludido, principalmente por

incluir conscientemente observaciones con atingencia a la cotidianeidad.

De igual forma, estas novelas alcanzan una hibridación del discurso

científico histórico en tanto expresan claramente que el texto es el lugar de

la representación de la Historia, de la(s) verdade(s). (Ceballos 2007: 147)

René Ceballos define “transversalidad” como la posibilidad de la razñn

de entrelazar

distintas prácticas discursivas (discursos literarios y científicos) sin

uniformar ni igualar su heterogeneidad y pluralidad, sino permitiéndoles

deslizarse en un tercer espacio para crear un nuevo campo operativo. Este

campo epistemológico renuncia a estructuras estáticas jerarquizantes

adquiriendo así un carácter nómada con cuya ayuda se negocian las

diferencias sin aplacarlas o suprimirlas: se trata de un punto crucial entre

diferentes estrategias de pensamiento. (Ceballos 2007: 139)

La tarea más importante de la nueva narrativa de base histórica, más que

tratar de rectificar con nuevos documentos, pruebas y testimonios fidedignos la

representación de los hechos, consiste en poner en tela de juicio los

presupuestos epistemológicos de dicha representación y proponer una nueva

teoría del conocimiento que tenga en cuenta el carácter de la heterogeneidad –o

la transversalidad- subversiva de la cultura del Archivo latinoamericano.

- 64 -

2.4 Aquiles y la tortuga

En Noticias del imperio la reflexión metanarrativa sobre la posibilidad del

conocimiento histórico, es decir sobre la cuestión básica de la relación entre

historiografía e invención literaria, cobra la forma del contrapunteo entre los

capítulos pares y los capítulos dispares. Los primeros contienen la información

histórica presentada de forma tendencialmente cronológica teniendo en cuenta

las diferentes versiones tales como nos llegan de los sinnúmeros de

documentos, estudios, cartas y testimonios que Del Paso escudriñó para la

redacción de la novela. Los capítulos nones en cambio se componen únicamente

del monólogo delirante de Carlota de Bélgica, la cual se hundió en la locura al

enterarse de la muerte de su esposo en 1867. El tiempo se refiere a los últimos

momentos de su vida en el Castillo de Bouchout en el año 1927.

La arquitectura de Noticias del imperio se estructura alrededor de este

eje, en un tercer espacio en que lo “histñricamente comprobable” de los

capítulos pares se yuxtapone a lo “simbñlicamente verdadero” del soliloquio de

Carlota. Como puente entre los narradores de la Historia y los de la ficción,

interviene también en la novela un “autor dramatizado”, que expresa las

opiniones de Del Paso y que habla, comenta y glosa en primera persona sin

actuar en los acontecimientos narrados. La locura de la Emperatriz representa la

problematización de la autoridad en la reconstrucción del pasado, los

procedimientos y finalmente la „verdad‟ de esta reconstrucción (Clark/González

1994: 735). En este sentido, la novela de Del Paso retoma el topos literario de la

locura como excedencia del sujeto que, al desbordar las demarcaciones de las

convenciones del orden compartido, denuncia la inconsistencia de dichas

convenciones. La locura de Carlota debilita los cimientos epistemológicos del

orden del discurso histórico, obligándonos a encarar sus límites por medio de un

proceso de construcción y de-construcción de la subjetividad y de su mundo.

El primer capítulo, es decir el primer monólogo de Carlota, se abre con

el epígrafe “La imaginaciñn, la loca de la casa”. Esta frase, atribuida al filñsofo

- 65 -

francés Malebranche, sugiere una asimilación entre la invención y la locura. A

lo largo del texto Carlota, al reivindicar en múltiples ocasiones su locura se

pone a sí misma en esta condición. Toda la novela se basa en la aparente

paradoja de que lo exacto de la imaginación al que Del Paso se apela brota de

una condición de enfermedad mental en la que el sujeto no deja de poner en

duda toda la realidad, pasada y presente, aceptando como único interlocutor a su

difunto esposo Maximiliano:

Si supieras, Max, qué terror me dio la primera vez, cuando vi todas esas

páginas en blanco, cuando me di cuenta que si no encontraba mis

recuerdos tendría que inventarlos. […] Cuando me di cuenta que no sabría

en cuál tiempo verbal contarlos, porque estoy tan confundida que a veces

no sé si fui de verdad María Carlota de Bélgica, si soy aún Emperatriz de

Américas. (Del Paso, 2008: 27-28)

Carlota no nos cuenta otra versión de los hechos, no pretende

aleccionarnos sobre los acontecimientos que la vieron involucrada ni

investigarlos exhaustivamente. Está de alguna forma obligada a encararse a la

historia: “Hoy ha venido el mensajero a traerme noticias del Imperio. Vino

cargado de recuerdos y de sueðos” (12). El libro con las páginas en blanco y el

frasco con tinta roja que el mensajero le ha traído para que escribiera su vida le

causan angustia: “Si supieras, Max, qué terror me dio la primera vez, cuando vi

todas esas páginas en blanco, cuando me di cuenta que si no encontraba mis

recuerdos tendría que inventarlos” (26).

Puesto que en su locura no le queda más remedio que conformarse con

todo lo que le han dejado, es decir con su imaginación (311), a Carlota la labor

del historiador, aunque sea sólo de su propia vida, de entrada le da miedo.

Carlota es consciente de que posee un grado limitado de fiabilidad en el juicio

entre lo falso y lo verdadero: “Y porque estoy tan confundida que a veces no sé

dónde termina la verdad de mi sueðos y comienzan las mentiras de mi vida”

- 66 -

(28). Desde luego, recuerda Foucault, no hay, en el loco, una frontera entre la

verdad y la mentira (Foucault 1954: 56).

El mismo escaso grado de plausibilidad lo tienen, desde luego, otras voces

narrativas que intervienen en los capítulos pares, los que se suponen ser más

respetuosos de la praxis historiográfica. Este caos ocasiona otra problemática en

cuanto al significado del testimonio en reconstrucción histórica (Clark/González

1994: 734). En el apartado titulado “Camarñn, camarñn”, por ejemplo, un

anónimo soldado mexicano cuenta detalladamente la historia del enfrentamiento

entre la Legión Extranjera francesa y el ejército mexicano que tuvo lugar cerca

de la Hacienda Camarón en Veracruz. Para ganarse la vida este individuo anda

de pueblo en pueblo vendiendo como una reliquia la mano de madera del

Capitán D‟Anjou, protagonista de la batalla:

Y si les dicen, y si les cuentan por allí que he vendido más de una vez la

mano del Capitán D'Anjou, es que es verdad, pero es mentira […] Pero

ésta es la auténtica mano de la Batalla de Camarón, la auténtica mano de

madera del Capitán D'Anjou (Del Paso, 2008: 335).

Las evidentes contradicciones y mentiras de estas últimas declaraciones

debilitan la veracidad del relato anterior. Carlota nos dice que a las eventuales

mentiras de la historia ella no puede sino contraponer sus mentiras personales.

Los temas de la mentira y de la historia como engaño se convierten en el hilo

conductor de la memoria alucinada de Carlota:

Tengo en el pecho, clavado un sueño. El sueño es una mentira, con tal de

parecerse a todo, se vuelve un río, y es tan anchurosa la mentira que se

derrama en los ámbitos más lozanos del viento y en las promesas más

ociosas del musgo. […] Si quieres, Maximiliano, conocer la mentira,

contémplate en el espejo de mis sueños, y la verás de cuerpo entero (Del

Paso 2008: 622).

- 67 -

La parodia, como la ironía, “nega ciñ che simultaneamente afferma, gioca

a mosca cieca con le stesse intenzioni dell‟enunciato” (Mildonian 1997: 13). En

efecto, lo que distingue una parodia de una imitación mimética es la relación

dialéctica que la parodia establece con su modelo. Al estar sólo parcialmente

superpuesto por la copia, el modelo propone una nueva relación, un nuevo

sentido. A lo largo de Noticias del Imperio, la aparente paradoja se vuelve

parodia en el sentido etimológico de parà oidé, o canto paralelo, yuxtapuesto al

que se refiere. “En vez de hacer a un lado la historia” afirma el narrador

dramatizado en del capítulo XXII,

Hay que colocarla al lado de la invención, de la alegoría, e incluso al lado,

también de la fantasía desbocada…Sin temor de que esa autenticidad

histórica, o lo que a nuestro criterio sea tal autenticidad, no garantice

ninguna eficacia poética que, como le advertimos nosotros al lector –le

advierto yo- no garantizaría, a su vez, autenticidad alguna que no fuera la

simbólica (Del Paso 2008: 992)

“La parodia”, escribe Fernando Ainsa, “supone, por lo tanto, un

„comentario crítico‟ sobre lo peculiar de una textualidad asumida” (Ainsa 2003:

105-106)6. Carlota, figura de negación y desconfianza, se da cuenta de que la

6 Uno de los muchos ejemplos de copia paródica que se pueden encontrar en la novela es el

apartado titulado “Ceremonial para el fusilamiento de un Emperador”, donde se describe, en el

estilo de los prontuarios de etiqueta cortesana, las modalidades de la ejecución de Maximiliano

por las tropas mexicanas:

“Capítulo único

Sección primera: “Del lugar y la hora de la ejecución”

[…] Sección Segunda:

“De los procedimientos en los preparativos”

El día de la ejecución, el Ayuda de Cámara del Emperador despertará a éste a las cinco de la

manana.

El Ayuda de Cámara se retirará a fin de permitir que el Emperador haga sus abluciones

matinales.

[…]

Todos usarán casaca y calzón corto de terciopelo negro, medias de seda blanca, zapatilla de charol negro.

- 68 -

posición inevitablemente inconforme, marginal, que le proporciona su locura, le

otorga el privilegio de construir un discurso que no se opone del todo a lo

histórico, pero que sí es alternativo a éste: “el privilegio de los sueðos y de los

locos [de] inventar si quiero un castillo de palabras, tan ligeras como el aire en

el que flotan” (Del Paso 2008: 175). Es la literatura, ahora, la loca de la casa

que tiene la facultad de perturbar el orden del castillo historiográfico:

Escribir así, de un hilo, juntando todas las palabras, era hacer nacer un río

que ondulaba en las emes, giraba sobre sí mismo en las oes, zigzagueaba

entre las zetas. Escribirlo todo, en una sola línea sin pausa y sin espacios,

era vivir al mismo tiempo que escribía. Hay que separar las palabras que

me decían: como si fuera posible separar cada instante de mi vida, cada

gota de esa infancia entre las caricias de mi madre y las lilas de Laeken

(490)

A la insania de la memoria de la anciana Carlota -a la que, a pesar de

todo, no le falta una base de datos histñricos „duros‟, registrados y verificables-

le toca la tarea de poner en tela de juicio la cordura de la historia, de yuxtaponer

una ficción imaginativa altamente poética y literaria al discurso historiográfico,

[…]

El Emperador usará el uniforme de gran gala de General en Jefe del Ejército Imperial

Mexicano destinado a las grandes Ceremonias de Luto Nacional.

[…]

De frente al Emperador, o sea de cara también al Palacio Imperial, a su izquierda y en orden

sucesivo: los condecorados con las Ordenes y Medealla del Imperio. Los presidentes del los

Tribunales de Primera Instancia, Correccional, y Mercantil con su personal. El Alcalde

municipal y regidores. El Prefecto Departamental y el Consejo de Departamento.

En el centro, y dando la cara al Palacio Imperial: El primer Secretario de Ceremonias. Unos

pasos atrás el Oficial de la Guardia Palatina de Servicio. El Chamberlán de Servicio. Los

Ayudantes de Campo de Servicio. El Oficial de Ordenes de Servicio.

El pelotón de fusilamiento.

El dibujante y el escribano de la Corte, que se encargaran de registrar, para la historia, los

detalles de los procedimientos”

[…]

Los soldados del pelotón usarán uniforme de gala negro con cinturón y banda cruzada de color

blanco.

Sus guantes serán negros, a excepción de los guantes del oficial que comande al pelotón, que

serán blancos. Todos tendrán la misma estatura.” (Del Paso 2008: 1003-1005)

- 69 -

“la fiesta delirante de la historia” (Del Paso 2008: 172), que según ella

menosprecia la importancia de la pareja imperial en los sucesos del Segundo

Imperio mexicano, ese “grotesco melodrama de sombría grandeza”.

En el capítulo XXII, el más explícitamente metahistoriográfico, el „autor

dramatizado‟ interviene abiertamente en el debate alrededor de la relación entre

historia e invención literaria que las desbordantes páginas de la novela desatan.

Mientras que Borges privilegiaba lo “simbñlicamente verdadero” (Del Paso

2008: 991), compartiendo parcialmente la posición de Gyorgy Luckacs según la

cual es un prejuicio de la modernidad suponer que la autenticidad histórica de

un hecho puede garantizar su eficacia literaria, el autor-narrador de Noticias del

Imperio se niega rotundamente a eludir, o menospreciar, los resultados de la

actividad historiográfica (Del Paso 2008: 991-992). La cantidad de fuentes

(documentos oficiales, biografías, pregones, corridos populares, periódicos,

poemas, etc) y de estudios historiográficos sobre el Segundo Imperio

consultados por el narrador y que el lector puede detectar en el texto gracias

también a citas explicitas, es inagotable y delata una detenida y concienzuda

labor de investigación. Dicha labor toma en cuenta también aquellos aspectos

de la narración del pasado que durante mucho tiempo se han considerados

marginales (la historia de la cotidianeidad, de las mentalidades y de los mitos),

es decir los „nuevos objetos‟ de la investigaciñn histñrica a los que se refieren

los teóricos de la Nouvelle Histoire (Clark/González 1994, Borsò 2001, Ibsen

2006). Lo que llama la atención en la labor de exposición del material histórico

en la novela de Del Paso es el deseo bajtiniano por

dialogizar el texto con la yuxtaposición de materiales de distintas fuentes

sin homogeneizarlos […] En Noticias, Del Paso hace alarde de la

heteroglosía. Baraja una multitud de tonos, niveles de discurso y texturas

de textualidad para hacer resaltar la polivalencia de fuentes y perspectivas

que compiten en el campo histórico (Bruce Novoa 1990: 427).

- 70 -

Fernando Del Paso, por su parte, confiesa haber leído, investigado y

catalogado durante años documentos históricos relativos al periodo del imperio

de Maximiliano en bibliotecas de diferentes países, antes de echarse a escribir la

novela. La redacción de Noticias del Imperio se estableció enseguida como

una especie de carrera entre la imaginación y la documentación en la cual

la documentación siempre tendrá el papel de la tortuga y la imaginación el

de Aquiles; teóricamente Aquiles nunca va a llegar antes que la tortuga,

pero en la práctica llega (Del Paso 1986: 32)

A la imposibilidad de una única y verdadera “Historia Universal”,

imposibilidad que se expresa en la ausencia de un historiador-narrador unitario

que garantice una perspectiva única y „científicamente‟ histñrica sobre los

hechos, el autor de Noticias del Imperio contrapone una pluralidad de historias

más deseable y finalmente más humana. Esta historias no sólo son particulares

sino también cambiantes, según las perspectivas de tiempo y espacio desde las

que son „escritas‟, sin tener que temer un inapelable “Juicio de la Historia” (Del

Paso 2008: 986). Retomando a González Echevarría, podemos incluir a Noticias

del imperio entre las ficciones del Archivo que

tratan también sobre la acumulación de conocimiento y sobre la forma en

que el conocimiento se organiza como cultura. […] La organizaciñn del

Archivo desafía la clasificación convencional porque la clasificación está

en discusión, pero no abandona esta función básica del Archivo para

generar una masa incipiente, heteroglósica (González Echevarría 1999:

241).

Del Paso no condena la historia como disciplina, sino que denuncia la

rigidez de la interpretación del pasado como proceso linear y cronológico que,

en último análisis, favorece la concepción del desarrollo histórico como sistema

cerrado e ideológico al servicio de los que están en el poder y en detrimento de

los que quedan en los márgenes. Carlota misma, pone de relieve Sebastian

- 71 -

Thies, es una de las muchas víctimas del “monumentalisierenden

Geschichteschreibung” que redujo los protagonistas del Segundo Imperio a

elementos teatrales altamente estereotipados (Thies 2000: 217). Ya Walter

Benjamin había hecho hincapié en la necesidad de recuperar los fragmentos, los

desechos de la historia (die Abfälle der Geschichte) para proporcionar una

imagen discreta que sea alternativa, o hasta contraria, a las verdades

intemporales de la representación institucionalizada de la historia, una

abstracción que obedece a la ideología del progreso lineal. La historia como la

entiende Del Paso, “un inmenso cúmulo de detalles” (Del Paso 1987: 37) se

somete más bien a una concepción desjerarquizada de una realidad. La historia

debe ser simultánea y múltiple, producto de una heterogeneidad cultural, y

textual, que no puede ser reducida a mecanismos políticos o económicos. “Si la

realidad se ha vuelto plurívoca”, declaró Carlos Fuentes en su ensayo Cervantes

o la crítica de la lectura,

la literatura la reflejará sólo en la medida en que obligue a la propia

realidad a someterse a lecturas divergentes y a visiones desde perspectivas

variables. Pues precisamente en nombre de la polivalencia de lo real, la

literatura crea lo real, añade lo real, deja de ser correspondencia verbal de

verdades inconmovibles o anteriores a ella. (Fuentes 1976: 93)

Además, las peculiaridades de la historia mexicana obligaron a Del Paso a

tratar de convencer al lector de la veracidad de ciertos acontecimientos relatados

en la novela, hasta tal punto que la yuxtaposición de la historia a la imaginación

del delirio de Carlota se convirtió en una operación forzosa para evitar que

Noticias del Imperio acabara siendo un enésimo libro de historia:

La realidad supera una vez más a la fantasía. El cúmulo de anécdotas

superrealistas, esa pertinaz mala suerte que acompañó a los actores de la

aventura imperial mexicana, el volumen de historias desopilantes, me

obligó a poner la historia junto a la imaginación. Quise convencer al lector

- 72 -

de que todo lo que digo que ocurrió fue cierto. Que a Maximiliano le

quedó corto el ataúd, que le pusieron los ojos negros de santa Úrsula, que

Carlota metió los dedos de su mano en el chocolate del Papa. Entrañaba el

riesgo de escribir un libro de historia y no una novela. […] Esto fue lo que

me llevó a la necesidad de escribir una novela en contrapunto, alternando,

el largo monólogo de Carlota con los otros capítulos. La imaginación

terminó ocupando una porción menor que la esperada, algo así como una

tercera parte. Mi opinión sobre el drama de México, de Francia, de

Maximiliano y Carlota está ahí. Desde la altura de 1927, casi 100 años

después de que nacieran los actores del drama. Está relatado desde el

castillo de Bouchout (Del Paso 1987: 37)

Este tipo de tratamiento de la historia hace de Noticias del Imperio no

sñlo una novela “de acumulaciñn”, sino una obra ejemplarmente polifñnica,

frente a la cual el lector está invitado a contribuir activamente, escogiendo y

seleccionando lo que más le llame la atención en aquel momento de la historia

de México: “Todo se lo dejo, para que ustedes hagan lo que quieran: una

historia, un cuento, la crónica de un 19 de junio del 67, una novela, da lo

mismo: una canciñn, un corrido” (Del Paso 2008: 983).

La ficción y la historia no son discursos incompatibles. Pueden por lo

menos convivir en el mismo texto, enriqueciendo sus matices, a condición de

que se acepte tanto las peculiaridades y posibilidades de cada ámbito, como el

alto grado de relatividad y complejidad de cada discurso que se puede construir

sobre la historia. No se trata entonces únicamente de desmitificar la historia (y

los historiadores) y de autentificar la ficción (y los novelistas), sino de buscar

una relación simbiótica entre las dos dimensiones:

En lo que respecta a la actuación individual, a la responsabilidad política y

ética de Maximiliano y Carlota, la imposibilidad de una historia universal,

que a su vez impide un juicio también universal, no ha evitado, desde

luego, -porque de eso están hechas las historia particulares – la

proliferación de juicios personales. Pero, como también por aquellos

- 73 -

novelistas y dramaturgos que han cedido a la fascinación de la historia

(Del Paso 2008: 986)

En primer análisis, Del Paso encuentra la solución al enfrentamiento de

los discursos justamente en una “coexistencia dialñgica” (Borsò 2001: 125) que

intenta conciliar “todo lo verdadero que pueda tener la historia con lo exacto

que pueda tener la invenciñn” (992). Del Paso lleva a cabo la investigaciñn de la

historia mexicana por medio de un amalgama de escrituras y documentos muy

variados, a los que añade la invención del delirio de Carlota. El resultado es una

obra que padece de la fuerza centrífuga de las llamadas falsas novelas, o

novelas digresivas. La hibridación de los géneros o, como arguye Alexis

Grohmann, la errancia genérica, lleva inevitablemente a una resistencia contra

la categorización y contextualización de tales obras (Grohman 2011: 21-29). La

escritura errabunda (digresiva) desenmascara la naturaleza convencional y

artificial de los géneros literarios, poniendo así en tela de juicio las distinciones

epistemológicas sobre las que dependen tales clasificaciones. La historiografía

tiene la ambición de incorporar la realidad en el texto escrito, operación que,

bien sabemos, es, en sentido estricto, imposible. En tanto a la representación de

los hechos pasados, la evidencia de lo real garantizada por una mayor soltura

narrativa, basada en el rechazo al sistema de los géneros y al uso desenfadado

de las digresiones y desviaciones, parece lo más cercano a la representación de

la realidad por medio de la escritura. En otras palabras, la escritura errabunda

“parece ser mucho más natural y reflejar de manera más fidedigna que una

escritura no digresiva y disciplinada nuestra percepción de lo real, la vida o la

realidad empírica” (Grohmann, 2011: 27), produciendo una forma extrema de

realismo, realismo rampante, como lo define Grohmann, o hasta salvaje como

en el caso de Noticias del Imperio.

- 74 -

2.5 Un nuevo lenguaje para la historia

Los soliloquios de Carlota proporcionan los medios para el desarrollo de una

práctica historiográfica alternativa y original fundamentada en la dialéctica

entre memoria e invención propia del Archivo latinoamericano:

Porque yo soy una memoria viva y temblorosa, una memoria incendiada,

vuelta llamas, que se alimenta y se abrasa a sí misma […] Porque yo no

soy nada si no invento mis recuerdos, porque tú no serás nadie,

Maximiliano, si no te inventan mis sueños (Del Paso 2008: 1016).

Al miedo que se destaca a comienzos de la escritura se contrapone una

narración ahora ya desenfrenada y apremiante. Para expresar la reivindicación

obsesiva de la subjetividad como fuente de un discurso alternativo y la

reclamación del derecho a la imaginación y a la invención de inmensos castillos

de palabras, el lenguaje del discurso de Carlota recurre a una gran cantidad de

estrategias retóricas.

El lenguaje de Carlota ha sido definido “poético” (Sáenz 1994: 172),

“alucinado” (Fell 1997: 118) “oracular” (González Echevarría 1999: 249),

“omnipotente” (Quiriarte 1997: 128). Entre lo recursos que caracterizan el

soliloquio de la Emperatriz destacan la reiteración, las enumeraciones y los

paralelismos, como por ejemplo la simetría casi perfecta entre el primer y el

último capítulo. Se trata de una escritura muy trabajada, puesto que, como

declara el „autor dramatizado‟, tiene que comunicarnos los procesos dinámicos

de una:

locura inacabable y magnífica, un delirio expresado en todos los tiempos

verbales del pasado y del futuro y de los tiempos improbables y posibles

para darle, para crear por ella y para ella el Imperio que fue, el Imperio que

será, el Imperio que pudo haber sido, el Imperio que es. (Del Paso 2008:

997)

- 75 -

Para llevar a cabo tamaña tarea, fiel a la concepción de la historia como

“cúmulo de detalles”, Del Paso recurre frecuentemente al polisíndeton,

sintomático de una voluntad narrativa totalizadora (Sáenz 1994) y típico de la

escritura digresiva, cuya marca estilística distintiva es el uso extenso de

recursos retóricos con efectos dilatorios:

Entonces, Maximiliano, cuando yo era el pequeño ángel, la sílfide de

Laeken y jugaba a deslizarme por el barandal de las escaleras de madera

del palacio, y jugaba a estarme quieta para la eternidad en los jardines,

mientras mi hermano el Conde de Flandes se paraba de cabeza y me hacía

muecas para hacerme reír y mi hermano el Duque de Brabante inventaba

ciudades imaginarias y me contaba la historia de los naufragios célebres,

entonces, cuando mi padre me había invitado ya a cenar por primera vez

con él y me coronó con rosas y me llenó de regalos, y yo iba cada año a

Inglaterra a visitar a mi abuela María Amelia que vivía en Claremont, ¿te

acuerdas de ella, Max, que nos dijo que no fuéramos a México porque allí

nos iban a asesinar?, y una de esas veces en el Castillo de Windsor conocí

a mi prima Victoria y mi primo el Príncipe Albert. (Del Paso 2008: 15-

16)7

La memoria de Carlota, “Emperatriz del Olvido y la Mentira” es

discontinua y oscila entre las dimensiones temporales del pasado, del presente y

7 Alexis Grohmann describe así el estilo de las escrituras errabundas, entre las cuales cabe el

delirio de Carlota: “frases largas y divagatorias de relaciñn sintáctica, tanto (híper)paratáctica

como (híper)hipotáctica. En el caso de la parataxis, se produce la a veces hipertrofiada

yuxtaposición –el asíndeton es el modo retórico por excelencia del estilo digresivo, o

coordinación de series de elementos enumerados, encadenados sin relación jerárquica entre

ellos, frutos en apariencia espontáneos del pensamiento y de la tendencia coleccionista del

narrador […], a diferencia de la hipotaxis que cede a una mayor elaboraciñn y complejidad al

alargarse el discurso mediante la subordinación de oraciones a una principal de la que

dependen semántica y sintácticamente: No es infrecuente el estilo hiperhipotáctico tampoco,

con considerables oraciones subordinadas o interpoladas que efectúan suspensiones semánticas,

sintácticas y temporales. Asimismo están presentes esquemas iterativos […] y pasajes

conjeturales o hipotéticos, elaborados a bases de adverbios de duda, expresiones de

probabilidad o de la transición verbal del condicional de indicativo e imperfecto de subjuntivo

al presente” (Grohmann 2011: 36)

- 76 -

del futuro, por medio de isotopías constitutivas y la concatenación destrucción-

renacimiento (Fell 1997: 118). El manejo libre de los tiempos, tantos históricos

como narrativos, se materializa en el marco de discontinuidades y

correspondencias. Carlota enloquece en 1866 y, ya de vuelta en Europa, su

familia la encierra en diferentes castillos de Bélgica. Muere en 1927, sesenta

años después del fusilamiento de su marido. La ficción permite imaginar que

durante los años de su encierro, el aislamiento no fuese tan grande como para

impedirle llevar cuenta del fluir del progreso. Sin embargo, cuando Carlota

describe un acontecimiento hace alusión a muchos tiempos y espacios que no

están necesariamente relacionados con lo que se propone revelarnos (Corral

Peña 1997: 117)

¿Verdad, Maximiliano que nadie te contó que inventaron las aspirinas y la

máquina de escribir? Con las aspirinas se me alivian las espantosas

jaquecas que me dan cada vez que me acuerdo de México. Con la máquina

le voy a hacer una carta muy larga al General Escobedo para que te deje

salir de Querétaro, y voy a escribir un poema sobre tu viaje a Sevilla el día

en que almorzaste junto al Guadalquivir en un bosquecillo de limoneros

cargados de frutos de oro. Y también inventaron, ¿verdad que no te lo dijo

nadie?, un aparato mágico para ver los huesos y las vísceras de las

personas vivas y tomarles fotografías, y para ver si te tragaste algo que te

pueda hacer daño: tienes que saber que tu madre Sofía se tragó el anillo

que le enviaste con el Doctor Basch, y a la pobre se le derritió en el

estómago y la abrasó las entrañas. (Del Paso 2008: 375-376)

Nathalie Sagnes escribe al respecto: “El mecanismo del discurso de

Carlota no es más que el de su memoria y su locura creadora. Carlota se

considera ante todo como un punto que no está anclado ni en el espacio ni en el

tiempo sino que se desplaza sobre el hilo de la historia” (Sagnes 1992: 213).

Superponiendo los acontecimientos y las perspectivas temporales y espaciales

produce una “simultaneidad no simultánea” que hace entrar en crisis el

mimetismo del discurso histórico (Rincón 1995, de Toro 2006: 90):

- 77 -

los escuché, no pude evitarlo, y cuando dijeron tu nombre y Sara

Bernhardt le prestó a Luis Napoleón el diamante en forma de lágrima que

le regaló Víctor Hugo para que Luis Napoleón fingiera llorar por ti, ya no

pude más, porque tú bien sabes lo hipócritas que son todos ellos; primero

llorará Luis Napoleón por no haberse llevado a Sedán el relicario de

zafiros con un trozo de la verdadera cruz que el Califa Arún Al-Rashid le

regaló a Carlomagno y que le hubiera asegurado el triunfo, me dijo, y se

quejó de dolores espantosos en la vejiga y de orinar piedras redondas y

sanguinolentas como las perlas rosadas que había allí, en la Exposición, en

el Pabellón de Las Bermudas, que llorarte a ti, Maximiliano. [...] Por eso, y

para evitarles las lágrimas de cocodrilo que hubieran fingido derramar por

ti, les dije que tú estabas allí, que no era cierto lo que decían y que sí, les

repito, tú estabas allí en el pabellón de México y ya te verían después, si

me acompañaban todos, pero primero le pedí a Enriqueta que me comprara

unos papeles de fantasía de Guesnú para envolver los regalos de Navidad

de los niños pobres de Trieste, y yo misma compré un cargamento de

fusiles Howitzer para el arsenal del Molino del Rey, y le di los buenos días

al Príncipe de Orange y con él y con el Príncipe de Gales y la Princesa

Murat y con Paulina Bonaparte y mi cuñada Enriqueta nos fuimos a beber

cócteles al pabellón americano, porque habrás de saber que inventaron el

mint-julep, Maximiliano, inventaron el sherry-cobbler y el brandy-smash y

luego se nos juntaron Luis Napoleón y Eugenia y todos tomamos cócteles

y más que nadie Enriqueta que bebió un mint-julep tras otro hasta que se

emborrachó. Yo no quería decirle a Enriqueta que allí estaba el duquesito

de Brabante, su hijo, empapado y temblando de frío por haberse caído, el

bobo, en un estanque. Yo no quería recordarle a la pobre que en unos

cuantos días el duquesito se iba a morir de pulmonía. Yo no quería decirle

a Eugenia que si se fijaba bien en el uniforme de Lulú, vería que estaba

erizado de lanzas de azagaya, y que si el príncipe le contaba que con ése su

uniforme de cadete de Woolwich se había hecho cada vez más amigo de

Alfonso Doce con su uniforme de cadete de Sandhurst, iba a notar que su

aliento olía ya a vísceras podridas. Pero eso sí, les advertí a los dos: nada

- 78 -

de venirme con mentiras y contarme que Maximiliano esto y Maximiliano

lo otro. Maximiliano está aquí, ¿me oyen? Maximiliano está aquí, vivo, en

la Exposición Internacional de París. (Del Paso 2008: 177-179)

Carlota, nota Elizabeth Corral Peña, suspende la continuidad (temporal,

sintáctica y temática) y emplea el verbo “recordar” para referirse a un hecho que

todavía no ha tenido lugar en el momento de la situación relatada (en el caso de

la cita anterior, la visita a la Exposición Universal de París en 1867). De la

misma forma da cuenta de la vida del príncipe francés y de las ocurrencias de su

muerte, aun cuando ésta no ocurriría sino en 1879 (Corral Peña 1997: 117).

Carlota no llega a proponer ninguna utopía histórica que no sea la de

revivir el pasado en un presente borgesianamente eterno. Ella vive encerrada en

un castillo. Su cabeza, o mejor dicho su pensamiento, es “un palacio tan grande

como el universo, con puertas y ventanas que se abren a toda la historia y todos

los paisajes” (Del Paso 2008: 555). Es un presente que no es un instante

abstracto y genérico en un fluir homogéneo del tiempo, sino la instancia

generadora de todos los tiempos. Entre otras cosas el presente se conierte en el

punto donde se encuentran los distintos registros de la eternidad:

¿Cómo explicarle a nuestro maestro de español, que además se murió hace

tantos años, cómo decirle que de nada sirve que me hable de

conjugaciones y tiempos verbales porque yo no fui la Emperatriz de

México, yo no seré Carlota Amelia, yo no sería la Reina de América sino

que soy todo, todo el tiempo, un presente eterno sin fin y sin principio, la

memoria viva de un siglo congelada en un instante? (Del Paso 2008: 554-

555)

La postura de Carlota frente a la historia es parecida a la que surge de la

versión del Quijote de Pierre Menard, el protagonista del cuento de Borges. La

historia, la memoria en el caso de Carlota, es la madre de la realidad:

“Cervantes no define la historia como una indagación de la realidad, sino como

- 79 -

su origen. La verdad histórica para él no es lo que sucedió, es lo que juzgamos

que sucediñ.” (Borges 1996: 62). Llama la atención, en los monólogos de

Carlota, la repetición obsesiva del pronombre “yo”, como si el sujeto, a través

de la reivindicación de una individualidad, buscase un apoyo para asegurar su

propia presencia. De hecho, la novela misma empieza con una de estas

enumeraciones, que se repetirán regularmente a lo largo de todo el texto,

brindando, por medio de digresiones y proliferaciones de datos, un tipo de

información basada en la simultaneidad de tiempos y espacios:

Yo soy María Carlota de Bélgica, Emperatriz de México y de América. Yo

soy María Carlota Amelia, prima de la Reina de Inglaterra, Gran Maestre

de la Cruz de San Carlos y Virreina de las provincias del Lombardovéneto

acogidas por la piedad y la clemencia austriacas bajo las alas del águila

bicéfala de la Casa de Habsburgo. Yo soy María Carlota Amelia Victoria,

hija de Leopoldo Príncipe de Sajonia-Coburgo y Rey de Bélgica, a quien

llamaban el Néstor de los Gobernantes y que me sentaba en sus piernas,

acariciaba mis cabellos castaños y me decía que yo era la pequeña sílfide

del Palacio de Laeken. Yo soy María Carlota Amelia Victoria Clementina,

hija de Luisa María de Orleáns, la reina santa de los ojos azules y la nariz

borbona que murió de consunción y de tristeza por el exilio y la muerte de

Luis Felipe, mi abuelo, que cuando todavía era Rey de Francia me llenaba

el regazo de castañas y la cara de besos en los Jardines de las Tullerías. Yo

soy María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, sobrina del

Príncipe Joinville y prima del Conde de París, hermana del Duque de

Brabante que fue Rey de Bélgica y conquistador del Congo y hermana del

Conde de Flandes […]. (Del Paso 2008: 11)8

8 Escribe Robin Fiddian: “As far as ideological implications are concerned, Carlota‟s madness

places a question mark over the category of the sovereign subject, which she literally

personifies. Throughout her monologue, she insists on her status as princess and empress. Her

dominant position in the structure of the narrative, and her insistent use of the first –person

form of the verb, are the outward signs of a subjectivity that is self-assured and in command.

Yet the contradictions and instability that typify Carlota‟s discourse point directly to a rift in

the consciousness and beyond that, to fissures in the ideology of the subject.” (Fiddian 2000:

117)

- 80 -

La subjetividad, afirma Émile Benveniste, tiene un fundamento

lingüístico. La subjetividad a la que se refiere el lingüista es la capacidad del

hablante para imponerse como „sujeto‟ en el momento del ejercicio del

lenguaje: es, en suma, “L‟unité psychique qui transcende la totalité des

experiences vécues qu‟elle assemble, et qui assure la permanence de la

conscience” (Benveniste 1966: 260). El „yo‟ no se refiere a un concepto o a un

individuo, sino al acto del discurso único en el que se pronuncia y designa el

hablante de este discurso. Es decir, el sujeto puede ser identificado sólo en la

situación presente de un determinado discurso. Estas reflexiones tienen

implicaciones en la expresión de la temporalidad:

Il est aisé de voir que le domaine de la subjectivité s‟agrandit encore et

doit s‟annexer l‟expression de la temporalité. Quel que soit le type de

langue, on constate partout une certaine organisation linguistique de la

notion de temps. Il importe peu que cette notion se marque dans la flexion

d‟un verbe ou par des mots d‟autres classes. […] Une langue distingue

toujours des „temps‟; que ce soit un passé et un futur, séparés par un

„présent‟, comme en français; ou un présent-passé opposé à un futur, ou un

présent-futur distingué d‟un passé, comme dans diverses langues

amérindiennes, ces distinctions pouvant à leur tour dépendre de variations

d‟aspect, etc. Mais toujours la ligne de partage est une référence

temporelle au „présent‟. Or ce „présent‟ à son tour n‟a comme référence

temporelle qu‟une donnée linguistique: la coïncidence de l‟événement

décrit avec l‟instance de discours qui le décrit ( Benveniste 1966: 262)

Es a partir de aquí que, según Benveniste, la subjetividad puede tener una

referencia solamente „actual‟:

Le repère temporel du présent ne peut être qu‟intérieur au discours. Le

Dictionaire général définit le „présent‟ comme “le temps du verbe qui

exprime le temps où l‟on est”. Mais prenons-y garde, il n‟y a pas d‟autre

- 81 -

critère ni d‟autre expression pour indiquer “le temps où l‟on est” que de le

prendre comme “le temps où l‟on parle”. C‟est là le moment éternellement

„présent‟, quoique ne se rapportant jamais aux mêmes événements d‟une

chronologie “objective”, parce qu‟il est déterminé pour chaque locuteur

par chacune des instances de discours qui s‟y rapporte. (Benveniste 1966:

263)

Se puede decir que el acto de enunciación posibilita la presencia del sujeto

a sí mismo y frente al mundo y engendra la temporalidad, la cual mantiene

como elemento referencial la dimensión del presente. El sujeto no tiene otro

modo de vivir el tiempo que el de realizarlo, por medio de la irrupción del

discurso en el mundo, o sea diciendo “Yo, ahora” (Agamben 1998: 113). Frente

a lo indecible de los traumas del pasado, escribe Vittoria Borsò:

hace falta una historia „otra‟, escrita por las contradicciones y la

desconexión entre la realidad y el habla; una historia escrita desde un lugar

vacío (heterótipo), inexistente en el sistema del lenguaje; El lenguaje del

archivo es el lenguaje de una subjetividad que se expresa sin encontrar el

lenguaje de su propia identidad. (Borsò 2006: 80)

Carlota se entrega, en sus interminables soliloquios, a la tarea de

conseguir las pruebas de una existencia que se manifiesta únicamente en el acto

presente de una “memoria desbocada” que la lleva a mencionar también títulos

inexistentes, imposibles, y anacrñnicos: “Yo soy Carlota Amelia de México,

Emperatriz de México y de América, Marquesa de las Islas Marías, Reina de la

Patagonia, Princesa de Teotihuacán […] Yo soy Carlota Amelia de Bélgica,

Baronesa del Olvido y de la Espuma, Reina de la Nada, Emperatriz del Viento”

(Del Paso 2008: 108-109). Citando otra vez a Giorgio Agamben podríamos

decir que su locura, en tanto condición extrema, expresa:

la fine di ogni possibilità di una temporalità originaria, cioè della

fondazione temporale di una situazione nello spazio, di un Da. In esso

- 82 -

l‟irreparabilità del passato prende la forma di un‟imminenza assoluta […]

anticipazione e successione si appiattiscono parodicamente l‟uno sull‟altra

(Agamben 1998: 119)

El concepto de autor, escribe Foucault, es sobre todo un dispositivo

organizativo que nos permite tanto agrupar algunos textos bajo el mismo

membrete como proporcionar en virtud de éste una determinada manera de

analizar dichos materiales. La subjetividad del autor es, antes que nada, una

construcción funcional a los presupuestos epistemológicos de un determinado

discurso, un principio gracias al cual se delimita, se excluye y se selecciona. La

“función-autor” no se refiere simplemente a un individuo singular, sino que

presupone una variedad de posiciones que diferentes “yoes” pueden ocupar

dependiendo de los diferentes sistemas de poder en el marco de los cuales se

han plasmado:

Décrire une formulation en tant qu‟énoncé ne consiste pas à analyser les

rapports entre l‟auteur et ce qu‟il a dit (ou voulu dire, ou dit sans vouloir),

mais à déterminer quelle est la position que peut et doit occuper tout

individu pour en être le sujet. (Foucault 1969: 126).

Esto significa que ya no es posible pensar en el lenguaje como vehículo de

un significado, de una verdad de la que un determinado sujeto es custodio y

responsable. Todos los discursos, cualquiera que sea el tratamiento que les

imponga, se desarrollarían en el anonimato del murmullo (Foucault 1994: 812).

Quedan entonces abiertas las preguntas sobre cómo se manifiestan estos

discursos, sobre cuáles son sus modos de existencias y los lugares reservados

para posibles sujetos. Carlota, un sujeto de-subjetivizado por su insania mental,

puede representar un discurso en su tener lugar en el presente de la enunciación.

Ella decidió quedarse

- 83 -

en un sueño con los ojos abiertos. En un denso claroscuro poblado de

fantasmas que me hablan todo el tiempo, que me murmuran al oído o que

me gritan, cuando quiero hacerme la ciega y la sorda, que esos ojos que los

ven no son los míos, ni míos los oídos que los escuchan, ni mía la voz que

los impreca o que les suplica que me dejen tranquila, que me dejen sola,

que ya no quiero soñar, que ya no quiero ser otra que no sea yo misma.

Sólo que es tarde. Y si te digo que es tarde, Maximiliano, no quiero decir

con eso que sesenta años es mucho tiempo: porque el día en que elegí

escapar de México y de Miramar, de Bouchout, de tu muerte y de mi vida,

ese día no existió jamás: no fue hace sesenta años, ni hace un instante. Es

desde siempre que yo soy todas las voces (Del Paso 2008: 174)

La palabra noticia, en el título de la novela, “supone un mensaje cuya

transmisiñn, tributaria del mensajero, puede ser precaria” (Plâa, 1997: 141). El

que quiera conocer otra versión de la historia del Segundo Imperio mexicano

debe hacer referencia a la supuesta precariedad de la escritura-rememoración de

Carlota y a la inestabilidad de toda instancia narrativa que impregna la obra.

Desde el principio de la novela, la perspectiva paralela y anacrónica que le

otorga la locura – en realidad una forma alternativa de la cordura histórica- la

convierte en el personaje-archivo en que se coagulan los tiempos y los espacios.

Quién, dime, quién que esté vivo lo recuerda, quién sino yo, que hace

sesenta años te dije adiós a la sombra de los naranjos perfumados de

Ayotla y te dejé para siempre solo, […] Sñlo la historia y yo, Maximiliano,

que estamos vivas y locas. Pero a mí se me está acabando la vida. (Del

Paso 2008: 24)

La novela, por lo tanto, empieza con la identificación de Carlota con la

historia de su tiempo y con la necesidad inaplazable de narrarla, urgencia que se

volverá cada vez más apremiante a lo largo de la novela. Si por un lado el

delirio de Carlota pone al descubierto los huecos del discurso histórico, por otro

lado se propone come dispositivo de cohesión entre los fragmentos, ruinas y

- 84 -

residuos de pasado que forman la constelación de imágenes que relampaguean

en un instante, la constelación a la que Walter Benjamin se refería en sus Tesis

como el verdadero objeto de la investigaciñn historiográfica. “Carlota es la

historiadora del Imperio” escribe Vicente Quiriarte “no se conforma con ser

protagonista: sus ojos son los ojos de la Historia; con ellos adivina, profetiza y

testimonia hasta lo que aparentemente no ha mirado” (Quiriarte, 1997: 130).

La escritura histórica de Carlota procede por medio de una “proliferaciñn

prodigiosa” (Corral Peða, 1997: 219) que parece aspirar a lo ilimitado y sirve de

contrapunto poético a los vacíos y contradicciones de la historia. El desarrollo

desencadenante del discurso de Carlota es de tipo rizomático: parece no tener

un centro o un punto de partida –el “fundamento-raíz” que está en la base de la

epistemología occidental (Deleuze/Guattari 1980: 25), sino únicamente líneas

de fuga y desviaciones laterales que apuntan, sin lograrlo nunca, a agotar

completamente un tema. Las desmedidas prolijidades y letanías

autorreferenciales del soliloquio de una princesa y emperatriz que vivió durante

un siglo entero remiten -según Robin Fiddian- a la vacuidad y el anacronismo

de la empresa imperial impulsada por los sueños europeos de dominación

(Fiddian 2000: 119). Sin embargo, hay que poner de relieve cómo el lenguaje de

Carlota sea sobre todo un lenguaje emotivo. La narración historiográfica que

Carlota lleva a cabo, muchas veces dejando de lado la coherencia conceptual,

goza de la riqueza de matices de una escritura basada en las tumultuosas

pasiones que acecharon su existencia, sin que eso perjudique la validez de su

obra de historiadora9. Al mantenerse con la memoria, siempre por un instante,

en el umbral del tiempo, la voz de Carlota da cabida simultáneamente a todas

las voces y los testimonios, tanto de los acontecimientos mexicanos como de la

historia universal. De este modo la Emperatriz se convierte en una constelación

9 Escribe Remo Bodei: “Nulla impedisce tuttavia di pensare le “passioni” (emozioni,

sentimenti, desideri) quali stati che non si aggiungono dall‟esterno a un grado zero della

coscienza indifferente, per intorbidarla e confonderla, ma che sono costitutivi della tonalità di

qualsiasi altro modo di essere psichico e persino di ogni orientamento cognitivo. Perché non

concepirle dunque come forme di comunicazione „accentuata‟, linguaggi mimati o atti

espressivi che elaborano e trasmettono, nello stesso tempo, messaggi settorialmente orientati, modulati, articolati e graduabili nella direzione e nell‟intensità?” (Bodei 1991: 10)

- 85 -

de diferentes registros temporales y perspectivas, es decir en la experiencia

originaria, y más humana, de la historia en la que el presente encuentra el

pasado:

Diles Maximiliano, que yo tengo México a mis pies. Diles que lo tengo en

las manos, porque cada día lo invento, Maximiliano, y los invento también

a todos. Les doy y les quito la vida. Los visto y los desvisto. Los entierro y

los destierro. Les quito el alma y les presto mi aliento. Les quito su risa y

les doy mis lágrimas. Vivo y muero por ellos. Yo soy Napoleón Tercero

vestido de Madame Pompadour. Yo soy Benito Juárez disfrazado de

toreador. Yo soy Juana la Loca que piensa que es Carlota Corday (Del

Paso 2008: 1026-1027)

“A través del flujo intemporal de la locura” seðala Vicente Quiriarte

“Carlota recupera –y nosotros con ella- la realidad eternamente en fuga”

(Quiriarte, 1997: 133). La locura, se podría decir, le permite a la emperatriz

sobrevivir a todos los protagonistas de su historia, y sobre todo a Benito Juárez,

el héroe triunfante del Pantheón mexicano, cuya misión fue fundar una Nación

en los principios de la razón ilustrada y que ahora se encuentra aniquilado –

objetivado- en los monumentos que sus compatriotas le dedicaron, víctima de la

“historia de bronce”, es decir, de una historia incorruptible de hazañas gloriosas

y hombres ejemplares, producto de un acercamiento a la historia de tipo

cronológico y oficialista (González y González 2007: 53-74):

Me manda decir que está muerto desde hace cincuenta años, que ya no es

presidente ni licenciado, que ya no es indio ni es nada, que es un

monumento en la Alameda de la ciudad de México y una estatua en cada

pueblo de la República, el nombre de cien avenidas y de mil calles en mil

aldeas, el nombre de una ciudad, el nombre de una dalia, me manda decir

que es un montón de polvo en el panteón del Santo que lleva tu nombre.

(Del Paso 2008: 616).

- 86 -

En el primer de sus monólogos, la insania de Carlota inventa un mensajero

sin cara, pero omnipresente, que al entregarle papel, pluma y tinta, la conecta al

mundo y la obliga a redactar su versión de la historia, poniendo por escrito el

flujo de su desmedida memoria: “Hoy ha venido un mensajero a traerme

noticias del Imperio” (Del Paso 2008: 26). Museos y bibliotecas, escribe

Foucault, son lugares en los que el tiempo no cesa de amontonarse y de

encaramarse sobre sí mismo. En el siglo XVII, hasta fines del XIX incluso, los

museos y las bibliotecas eran la expresión de una elección. En cambio, la idea

de acumularlo todo, la idea de constituir una especie de archivo general, es

propia de nuestra modernidad (Foucault 1984: 47). Carlota, señala Corral Peña,

maneja con desparpajo la producción de páginas escritas antes, durante y

después del Segundo Imperio, sean ellos los diarios de Maximiliano, las

correspondencias con personajes como Bazaine, Santa Anna, Leopoldo I, hasta

los discursos oficiales y los menús de los banquetes de corte (Corral Pena, ibíd.:

198). Todos los textos que Carlota menciona existen realmente. De esta forma

la Emperatriz se convierte en el Archivo de su tiempo, que gracias a su

longevidad llega a abarcar casi todo el siglo XIX y los primeros 27 años del

Siglo XX.

Carlota, desde luego, asume todas las funciones del narrador -ideológica,

testimonial, comunicativa, metanarrativa y narrativa- (Genette 1972: 141 ss) y

las comparte, a lo largo de los capítulos de la novela, con una infinidad de otras

instancias narrativas, todas igualmente no fiables. Sin embargo, su posición

privilegiada y dominante en la narración de los hechos históricos se confirma en

el apartado que cierra la novela. El capítulo lleva también la epígrafe “Castillo

de Bouchout, 1927” y, en un paralelismo casi perfecto, resume los monólogos

anteriores, haciendo también una última referencia al proceso de

“mexicanizaciñn” de la emperatriz, especialmente con respecto a una muerte

que ya parece inminente

Hoy vino el mensajero y me trajo un ramo de flores de cempoalxóchitl.

Me trajo, como nahual, al perro que acompañó a Quetzalcóatl en su viaje

- 87 -

por el Mictlál. Me trajo una vajilla de barro negro de Oaxaca, la capa de

plumas rojas de Bélgica, el penacho y el escudo del Emperador

Moctezuma. (Del Paso 2008: 1035)

El cambio de los tiempos verbales es significativo. La elección del

pretérito en vez del presente perfecto, como en el primer capítulo, marca un

punto final del esfuerzo narrativo de Carlota antes de su disolución en el más

allá mexicano. Un punto final que posiblemente sea simplemente una pausa, en

la espera de que el flujo de la narraciñn reanude bajo otras formas: “hoy vino el

mensajero a traerme noticias del Imperio, y me dijo que Carlos Lindeberg está

cruzando el Atlántico en un pájaro de acero para llevarme de regreso a México”

(1036), gracias al infinito abastecimiento de informaciones garantizado por la

acumulación del Archivo.

- 88 -

III El desfile del amor: historia de una investigación

3.1 Introducción

Con la novela El desfile del amor (1984)10, Sergio Pitol, escritor que por

intereses y formación representa un caso anómalo en el panorama de las letras

mexicanas, gana en 1984 el Premio Herralde. El desfile es el relato de una

investigación policiaca fracasada en que las máscaras de los protagonistas se

alternan en el telón de fondo del México de los años 40. Es el primer retablo de

la que se ha dado a conocer como la trilogía carnavalesca (en el sentido

bajtiniano del término) de la cual forman parte Domar a la divina garza (1988)

y La vida conyugal (1991).

Estamos en México D.F. en el año 1973. El asesinato de un joven

austriaco, Erich María Pistauer, acontecido el 14 de noviembre de 1942 durante

una fiesta en casa de la galerista Delfina Uribe, en el edificio Minerva de la

Colonia Roma en la Ciudad de México, despierta el interés del historiador

Miguel Del Solar, profesor mexicano que se ha radicado desde hace unos siete

años en Inglaterra y que ahora se encuentra de paso en la capital. En el intento

de encontrar las relaciones de aquel crimen con la política del país en los años

de la Segunda Guerra Mundial, su investigación lo lleva a interrogar a los que

fueron testigos del acontecimiento o que fueron de alguna manera involucrados

en éste. La atención del historiador enfoca sobre todo a los inquilinos del

Minerva, en que convivían artistas y diplomáticos extranjeros, burgueses

decaídos, nuevos ricos, revolucionarios e intelectuales de entreguerras. A través

de la narración de Pitol asistimos al desfile grotesco, carnavalesco, de los

protagonistas y de sus vidas recogidas en doce entrevistas. Por medio de estos

testimonios, Miguel Del Solar, como sugiere su apellido, trata de aclarar, de

10

La edición que se ha utilizado es la de Biblioteca Era de 2007. Las citas textuales corresponden a las páginas de esta edición.

- 89 -

arrojar luz sobre ese accidental y casi despreciable fragmento del pasado. Sin

embargo, como en Noticias del Imperio de Fernando del Paso, de cada diálogo

y relato surge una versión que en vez de esclarecer los hechos los enmaraña aún

más. De una manera más evidente respeto a la novela de del Paso, las voces

narradoras de El desfile del amor se encuentran en un complejo juego dialógico

en que los rasgos psicológicos del individuo proporcionan la posibilidad de

reconstruir el entorno social e histórico de la acción. En este sentido el sistema

de relaciones entre los actores de un episodio de crónica aparentemente

irrelevante se vuelve fundamental para la reconstrucción de la sociedad

mexicana de los años 40.

3.2 Un historiador frente a la memoria

En la novela El desfile del amor, el lugar del crimen, el edificio Minerva,

desempeña el papel del Archivo dentro y alrededor del cual se conservan,

maduran y chocan entre sí las memorias encontradas de los protagonistas. La

estructura de la novela depende en gran medida de la configuración literaria de

este espacio crucial. En tanto lieu de mémoire (Thies 2004: 247), el edificio

Minerva, alegoría de una etapa histórica en que México hace su ingreso en el

gran escenario del mundo, representa un trozo de historia arrancado del

continuo movimiento de la historia misma y entregado al presente,

convirtiéndose en el pivote de una nueva epistemología histórica11.

La narración empieza en una tarde de enero de 1973. Un hombre en la

calle observa la extravagancia arquitectónica de un edificio de ladrillo rojo con

11

“L‟épistémologie déployée dans le Lieux tout à la fois pose, revendique même la centralité

du présent (qui est au départ et à l‟arrivée), et la contourne ou croit y échapper. De quelle

façon? En faisant justement du passage due passé dans le présent, de sa reprise sélective, qui

caractérise le fonctionnement de la mémoire, le point de départ de son opération

historiographique: convertir la mémoire, moins comme contenu que comme forme, en mode de

questionnement historique et d‟écriture de l‟histoire” (Hartog 2003: 158)

- 90 -

cuatro insólitos torreones en la esquina. Por su estilo ecléctico, entre el

neogótico y el Art Decó, el edificio no entona con el entorno del barrio de casas

construidas según la moda de inicio siglo en Burdeos o Biarritz. Bien mirado,

este original caserón ni siquiera corresponde al resto de la ciudad (Pitol 2007:

9). El edificio de arquitectura tan extraña y anacrónica, señala el narrador, se

encuentra en el corazón de la colonia Roma, una región de la Ciudad de México

que fue sometida a un rápido desarrollo durante el Porfiriato, atrayendo la

burguesía mexicana y las inversiones extranjeras, para luego decaer frente a la

explosión demográfica y urbanística de la capital. La mirada del hombre se

detiene en la ruina en que se ha convertido el edificio, que en sí mismo

representa el inicio y el final de una época espléndida:

algo triste y sucio en ese rumbo que hasta hacía poco lograba sostener aún

cierto alardes de elegancia, de antigua clase poderosa, maltratada pero no

vencida […] El hombre empujó la puerta de metal, caminó hasta el patio

central, levantó la mirada y recorrió con ella el espectáculo escuálido que

ofrecía el interior de aquella construcciñn al borde de la ruina […] Su

parte interna [no] era coherente con el gótico falso de la fachada, con las

mansardas, las ventanas en ojo de buey y los cuatro torreones. La mirada

del hombre recorrió los corredores que circundaban cada planta del

edificio, los oasis creados irregularmente por conjuntos de macetas y botes

de hojadelata de distintas formas y tamaños donde crecen palmas, lirios,

rosales, buganvilias. Esa disposición rompe la monotonía del cemento,

crea un juego asimétrico a fin de cuentas armonioso y recuerda el interior

de las vecindades humildes de la ciudad. (Pitol 2007: 9-10)

El narrador tarda un poco en decirnos algo sobre el visitante del edificio.

En las primeras páginas, la narración y la descripción se entretejen en un juego

de cambios de perspectivas que se mantendrá constante en toda la novela, así

como los continuos saltos en la focalización que oscila entre la objetividad del

narrador, que nos informa sobre el desarrollo del barrio en relación al tejido

urbano de la Ciudad de México, y la reacción íntima del protagonista, para

- 91 -

quien el edificio no se ajusta a sus recuerdos: “„En las jardineras crecían palmas

de tallos espigados‟ se dijo. Se preguntñ si la memoria no le estaría tendiendo

una celada” (Pitol 2007: 10). El primer protagonista de la novela es, no cabe

duda, el edificio Minerva. Sin embargo se va esbozando enseguida un paralelo

evidente entre el lugar y el personaje que encontramos de pie frente a él. Al

igual que el edificio, que representa una bizarría en el escenario de la metrópolis

mexicana, algo por lo menos excéntrico con su aire espectral y su “aspecto de

ilustración de novela de Dickens que desprendía de sus balcones, muros y

torres” (Pitol 2007: 16), el hombre presenta un aspecto exótico, de extranjero:

“pantalones de franela gruesa, café oscuro, y una chaqueta de tweed, del mismo

color, ligeramente jaspeada. La corbata es de lana tejida, ocre” (Pitol 2007: 10).

Este hombre es Miguel Del Solar, mexicano, doctor en historia y profesor de

historia latinoamericana en la Universidad de Bristol, en Inglaterra. Su

presencia, su forma de moverse en aquel espacio insólito y el estilo de su atavío,

que delata la influencia de su país de adopción, resultan completamente

naturales con respecto al edificio, “a tono con las altas y sucias paredes de

ladrillo rojizo, semejantes a muchos muros y pñrticos londinenses” (Pitol 2007:

10).

La historia de Miguel Del Solar se hace más detallada. Empezamos a

conocer algo de su vida a través de un retrato-diálogo que un narrador externo

estructura a través de una narración-descripción en tercera persona. Del Solar se

convierte así en el interlocutor implícito, y despiadadamente objetivado, de la

primera de las entrevistas que componen la novela. Sigamos brevemente el

cuento del historiador y las razones que lo han llevado al patio de este edificio.

Del Solar se encuentra en la capital mexicana durante un año sabático

para recoger material para un proyecto de investigación. Acaba de entregar a

una editorial especializada las pruebas corregidas de su último libro El año 14,

una crónica de los acontecimientos ocurridos en la ciudad de México desde la

salida de Victoriano Huerta hasta la llegada de Venustiano Carranza. Ahora,

- 92 -

parado frente al edificio que en la actualidad se ve tan diferente de cómo él se

acuerda, desconfía de su propia memoria. Ésta le trae un flujo

de ecos de conversaciones que insisten en la elegancia, en el prestigio de

aquel inmueble, en su interior Art Decó diseñado en 1914 por uno de los

arquitectos más prestigiosos de aquel tiempo. Lo que en esos momentos

ven sus ojos son los muros a punto de tronar, de desvencijarse. (Pitol

2007: 10)

El objeto del nuevo estudio al cual Del Solar ha empezado a dedicarse

desde hace poco será el año 1942. En plena segunda guerra mundial y tras de la

expropiación petrolera declarada por Lázaro Cárdenas en 1938, México, un país

“lleno aún de resabios provincianos”, llevaba poco tiempo asomado a la política

internacional en la tentativa de rebasar su posición periférica respecto a los

acontecimientos mundiales. Hacía unos meses, en Inglaterra, Del Solar había

descubierto la correspondencia entre el administrador de una empresa petrolera

inglesa de la Huasteca y su central en Londres, durante los conflictos petroleros

que desembocaron en la privatización y la consiguiente ruptura de relaciones

entre Inglaterra y México (Pitol 2007: 11). El historiador se entregó con celo a

esta nueva pesquisa sobre “la acciñn de las empresas petroleras contra México,

el estallido de la segunda guerra mundial, la participación del país en la causa

aliada”, es decir “las relaciones difíciles que cuya reanudaciñn hizo posible la

guerra”. Lo que quería perfilar es “la crñnica de la vida en el país, donde los

acontecimientos, por su selección, por la manera de agruparse, se explicaran

solos” (Pitol 2007: 98). Del Solar se encuentra ahora en el patio de aquel

caserón de la Ciudad de México porque en el año 1942, en aquel sitio, tuvo

lugar un asesinato que llevaba en sí potencialidades seductoras para un

investigador como él. Esclarecer el misterio que hasta la fecha rodea esos

hechos criminales representa el móvil de la actividad de Del Solar.

Al llegar a México, recibió un nuevo impulso para seguir su

investigación cuando una condiscípula suya le hizo llegar un legajo de la

- 93 -

Secretaría de Gobernación referente a las actividades más o menos clandestinas

de ciertos agentes alemanes activos en México en el mismo periodo. El

“perfume amargo” de misterio que emanaba de esas escuetas fichas biográficas

llevaba consigo mil posibilidades nuevas para un historiador que estuviera

interesado en ampliar el ámbito de la investigación y en estudiar la situación

mexicana en relación a lo que estaba pasando entonces en el mundo, y no sólo

respecto a los países a quienes pertenecían las empresas expropiadas. De alguna

manera, estas fichas, recreaban “la atmñsfera de ciertas películas, de ciertas

novelas, que uno estaba acostumbrado a situar en Estambul, en Lisboa, en

Atenas o Shangai, pero jamás en México” (Pitol 2007:12). El estudio y la

catalogación de las cincuentas páginas fotocopiadas contenidas en el legajo de

la Secretaría de Gobernación representan el primer paso de una investigación

que, como veremos, se desenvolverá a lo largo de una doble vertiente: la

pesquisa histórica por un lado y la encuesta policial por el otro. Del Solar sabe

que estas fichas sinópticas, casi completamente carentes de comentarios

marginales, aparentemente desprovistas de interés y comunicadas sólo de modo

tangencial con alguna arista de la que se considera la historia verdadera (Pitol

2007:14), podrían ser la clave para penetrar un complejo sistema de referencias.

Como historiador, Del Solar ha aprendido que lo único cierto es que no hay

punto que, en determinado momento, no sea propicio a las más jugosas

revelaciones, cada pequeña astilla de información o cada imagen cobraría en

algún momento su significado en un cuadro más extenso y complejo

Existía la posibilidad de que los nombres incluidos en la lista y la serie de

datos que los acompañaba, por el momento neutros, una vez que

comenzaran a ligarse con otros, con las personas e instituciones

correspondientes, se dilataran, se expandieran e introdujeran al

investigador en campos más amplios, algunos de verdadera significación

(Pitol 2007:13)

- 94 -

La sorpresa no tarda en llegar: en los dos renglones finales de la

“pequeða crñnica” contenida en ese “pobre y somero expediente policiaco”

(Pitol 2007:14), Del Solar encuentra la mención a la balacera acaecida hace

treinta años en el edificio Minerva donde él, que en aquel entonces tenía diez

años, vivía con su familia. En los documentos del legajo, se indicaba que el

atentado estaba posiblemente ligado a un ajuste de cuentas entre agentes

alemanes y sus secuaces locales. Los hechos, tales como se consignan en el acta

judicial de la Procuraduría, son los siguientes:

El ciudadano Erich María Pistauer, austriaco […] había sido asesinado por

proyectiles disparados con arma de fuego. El acta describía la trayectoria

que siguieron las balas (y su número de calibre) en el cuerpo del occiso,

quien poco antes de los disparos había salido del edificio llamado

Minerva, situado en la esquina de las calles de Orizaba y Durango, en la

colonia Roma. El occiso había visitado al matrimonio Díaz Zepeda,

inquilinos del mencionado inmueble. Al salir en evidente estado de

ebriedad, intentó abordar un automóvil detenido frente al portón del

edificio, confundiéndolo posiblemente con un taxi, y dio señales de

violencia al impedirle el conductor subir a su vehículo. Ante la insistencia

del agresor, el conductor había disparado desde el interior del automóvil

(Pitol 2007: 60)

Una de las razones que impulsan al historiador a profundizar la

investigación es precisamente el sentimiento de que en este acontecimiento se

entrecruzan la historia personal, que se fundamenta en la memoria de un niño,

con la historia colectiva. Miguel Del Solar “siente una necesidad casi física de

conocer las circunstancias y los pormenores de ese crimen relacionado con el

edificio Minerva. Considera que lo toca muy de cerca” (Pitol 2007: 24). La

relación entre la actividad de investigar la historia y la intimidad del

protagonista se manifiesta en primer lugar en las memorias desatadas por la

visión de los muros podridos del Minerva al comienzo de la novela: “Su

- 95 -

estancia en aquel lugar aparece, se pierde y vuelve a surgir en sus recuerdos

como enmarcada por un escenario palaciego” (Pitol 2007: 10). En aquel edificio

el protagonista vivió algunos meses en casa de su tía Eduviges, representante de

la antigua clase acomodada del México pre-revolucionario vinculada con el

Porfiriato y sus estructuras de poder. Era, la tía Eduviges, una mujer amargada

que no dejaba de lamentar el declino de su familia en contraste con la aparición

de los nuevos ricos durante los años posteriores a la fase armada de la

Revoluciñn. “El hecho de alimentarse en una fuente que siempre confundiñ las

tribulaciones familiares con los desastres del país” reflexiona Del Solar “definiñ

su vocación posterior, su empeðo en estudiar historia contra la opiniñn familiar”

(Pitol 2007: 23).

Lo privado y lo familiar confirmarán la persistencia del pasado, bajo la

forma distintiva del anacronismo, en la manera de vestirse de la tía Eduviges

descrita en ocasión de la primera visita de Del Solar, en el capítulo II. Se

establece, en aquella circunstancia, otra afinidad entre el edificio Minerva y sus

antiguos moradores. Eduviges es otro “monumento” en que se resumen la tres

coordinadas históricas en las cuales se desliza la novela: 1914, 1942, y 1973:

Ya entonces se había iniciado el proceso de expansión su cuerpo, el cual

dada su estatura, llegó a adquirir formas auténticamente monumentales

[…] Mantenía su manera anacrñnica y enteramente personal de vestir. […]

La misma ropa con que la había visto de niðo […] El tipo de vestuario

anunciado en las revistas y periódicos de 1914 que acababa de revisar

(Pitol 2007: 28)

El paralelo entre Eduviges y el Minerva sigue con la descripción del

estado de ruina y descuido al que se había abandonado la mujer: “Le sorprendiñ

el aspecto acentuado de desorden, la falta de pulcritud de su persona: el

maquillaje mal puesto, las uñas descuidadas, el pelo desmadejado, al parecer tan

sucio como el de la marta que llevaba al cuello” (Pitol 2007: 28). La misma

aspiración al anacronismo, a la reconstrucción nostálgica de una época tan

- 96 -

característica de nuestro presente, la encontramos en el capítulo “Anfitriona

perfecta” (Pitol 2007: 41-58). El espacio palaciego y escenográfico de la

residencia de San Ángel, en la cual la acomodada galerista Delfina Uribe recibe

al historiador en el presente de 1973, es una cita del departamento del Edificio

Minerva donde, treinta años atrás, se dio la fiesta fatal.

Del Solar se paseó largo rato frente a los cuadros. De la pared pendía un

gran Tamayo: una figura humana, compuesta por discos sobrepuestos de

un rojo relampagueante […] En las demás paredes, muy separados unos de

otros, pudo ver los demás cuadros: un autorretrato de juventud de Frida

Kahlo; una naturaleza muerta de Lazo; un Julio Escobedo firmado el año

1937 […] En una de las salas pequeðas, un tr´mulo dibujo de Matisse,

frente a una calavera color cera de Soriano Todo en la casa, la arquitectura,

los muebles y su disposición, los cuadros constituían un muestrario de

excelencia de los años treinta y comienzos de los cuarenta. La casa de

Delfina se obstinaba en detener el tiempo en los momentos en que se

inauguró su galería, cuando él, a los diez años, la veía pasar a toda prisa

enfundada en unos vestidos de organdí blanco con lunares azules. (Pitol

2007: 42-43) 12

La escena inicial de la novela, cuando Del Solar entra al edificio Minerva

por las puertas de metal deteniéndose en el patio interior para examinar esa viva

imagen de deterioro, marca el ingreso, o la vuelta, del protagonista al mundo

olvidado de su infancia, con todas las mistificaciones y vacilaciones que esta

rememoración conlleva: “¡Él había vivido en esta casa en el momento de ocurrir

12

Giorgio Agamben, retomando la Tesis XIV de Walter Benjamin sobre el concepto de

historia, da cuenta de la temporalidad contemporánea en una de sus manifestaciones peculiares,

es decir, justamente el anacronismo de la moda: “Ma la temporalità della moda ha un altro

carattere che la apparenta alla contemporaneità. Nel gesto stesso in cui il suo presente divide il

tempo secondo un “non più” e un “non ancora” essa istituisce con questi “altri tempi” –

certamente con il passato e, forse, anche con il futuro- una relazione particolare. Essa può cioè

“citare” e, in questo modo, riattualizzare qualunque momento del passato. […] Essa può

mettere in relazione ciò che ha inesorabilmente diviso, richiamare, ri-evocare e rivitalizzare ciò

che pure aveva dichiarato morto” (Agamben 2009: 28).

- 97 -

tales hechos! Tendría entonces diez años. Una edad en que es posible entender

todo, o casi todo… Y, por supuesto, recordaba muchas cosas… ¡Pero de qué

absurda, desmadejada e incoherente manera!” (Pitol 2007: 15). Además, la

incursión en la microhistoria del asesinato del joven Pistauer proporciona al

historiador Del Solar la posibilidad de sentirse actor en un escenario más

amplio, de formar parte de la Historia, en la que, hasta entonces, había estado

ausente:

A menudo se quejaba por no haber tenido la suerte de presenciar ningún

acontecimiento importante, uno de esos cataclismos políticos y sociales

que sirvieron a grandes cronistas de la antigüedad de hilo conductor para

desovillar la madeja de la historia. En aquel desvencijado edificio de

ladrillo rojo se hallaba el germen de un hecho histórico (por más que su

significación, en caso de tener alguna, fuese minúscula), el único que lo

había rozado en la vida: el salir de un joven austriaco, Erich María

Pistauer, al salir de una fiesta. (Pitol 2007: 59)

Se trata ahora de establecer los lazos entre este germen, este fragmento

mínimo de historia que, aunque casi inapreciable, necesita una reconstrucción,

con el flujo más ancho de los grandes acontecimientos. Desde luego, encarando

el torrente de recuerdos y de palabras pronunciadas treinta años atrás que la

visita al edificio ha soltado (Pitol 2007: 10), Del Solar es consciente de que

quedan: “miles de elementos por rescatar, precisar, jerarquizar en ese periodo”

(Pitol 2007: 101). Cree que “tal vez no fuera imposible saber qué había

ocurrido. Pero a los pocos días pudo advertir que fácil tampoco lo era” (Pitol

2007: 59-60).

- 98 -

3.3 El lugar del crimen: el edificio Minerva como Archivo

El hallazgo del legajo de la Secretaría de Gobernación permite a Del Solar

encontrar un eje en torno al cual desarrollar su proyecto de investigación: el

Minerva y sus inquilinos. Por su posición a comienzos de la novela y gracias a

su extensa descripción, el espacio del Minerva asume la función de

conservaciñn y reactivaciñn de la memoria, es decir la funciñn de “centro

generador de significaciñn” de lo narrado (Hurtado 2005: 92). Desde el punto

de vista del análisis literario, Mieke Bal ha hecho hincapié en el lugar

privilegiado que la descripción debería ocupar en el universo novelesco. La

descripción no es ya una simple pausa en la narración sino, gracias a sus

potencialidades “explosivas”, el motor de la narraciñn misma:

L‟enumerazione degli elementi che formulano, modellano, inventano un

soggetto unitario naufraga lasciando l‟oggetto in frantumi […] Invece di

un meccanismo che produca stabilità, in modo che l‟oggetto esista

all‟interno del mondo narrativo, e la descrizione sia il riepilogo o la

riformulazione di un elemento preesistente ad essa, abbiamo elementi che

rinviano ad altre realtà ontologiche (Bal 2002: 222)

La obsesión de Del Solar será la de hurgar en el espacio del Minerva, de

aire sombrío y de arquitectura ambigua y la de hacer revivir en la memoria de

sus antiguos moradores los hechos ocurridos. Las descripciones del edificio

regresan con extraordinaria constancia en todas las entrevistas realizadas por

Del Solar. El edificio Minerva ocupa el lugar dominante en el capítulo I. Allí el

historiador acude para interrogar al administrador y, dos veces más para

entrevistarse con Pedro Balmorán. En el capítulo VIII, Ruth, la esposa del

pintor Julio Escobedo, lo describe como un “edificio de prestigio”, aunque “de

cristal”, por la promiscuidad garantizada por sus amplios patios y pasillos (Pitol

2007: 145). Las descripciones no interrumpen el fluir de la narración. Por el

contrario, detienen el tiempo para darnos la posibilidad de enfocar su intrínseca

- 99 -

heterogeneidad, a través del filtro de la memoria del “legado familiar” de Del

Solar (Pitol 2007: 16).

El Minerva como lieu de mémoire coagula en sí los tres momentos

históricos que delimitan el binario sobre el cual fluye el vaivén de la narración:

el año 1973, cuando Del Solar empieza su investigación. El año 1942, la época

en que tuvieron lugar los hechos objeto de esta investigación y en la cual el

protagonista vivió en el Minerva. Y, finalmente, el año 1914, al que el

historiador dedicó su libro anterior y que marca la conclusión de la construcción

del edificio y el remate del diseño de su interior. El inmueble concretiza la

experiencia temporal de los protagonistas, funciona de coordinada espacio-

temporal permitiendo al historiador Del Solar estructurar el tiempo de su

investigación en las memorias de los entrevistados. Si, como dice Ricœur

componer una historia es, desde el punto de vista temporal, extraer una

configuraciñn de una sucesiñn (Ricœur, 1993: 66), el Minerva no es sólo el

escenario teatral -su patio con sus puertas y corredores funciona como un

verdadero dispositivo escenográfico-, sino también el motor de la intriga

narrativa. En tanto síntesis de lo heterogéneo, el edificio nos muestra la historia

relatada, presentando un aspecto temporal que no se reduce a la sucesión de

incidentes sino que se caracteriza por la integración, culminación y una

conclusión, en la cual el protagonista acabará atrapado en la paranoia y

sospecha que emanan de los ambientes del edificio.

La génesis de la novela remonta al año 1983, cuando Sergio Pitol se

encontraba en Praga, en calidad de embajador de la República Mexicana.

Desempeñando esta función fue invitado a la inauguración de una exposición

para celebrar el nacimiento de Egon Erwin Kisch, un conocido cronista y

fotógrafo checo de entreguerras. Allí, según cuenta el escritor en la colección de

ensayos y escritos personales El arte de la fuga, se dio el primer encuentro con

la imagen del edificio Minerva y del mundo que iba a habitarlo y rodearlo:

Al acercarme a un panel la fotografía de una casa me resultó familiar.

Claro, era una casa de la colonia Roma, situada no lejos de la Plaza Río de

- 100 -

Janeiro. Al lado había fotos de la época, Diego Rivera, José Clemente

Orozco, Carlos Chávez, Pablo Neruda, Dolores del Rìo; pero al lado de

ellos, una fauna internacional variopinta: Buster Keaton, la maravillosa

Paulette Goddard, Orson Welles, el príncipe Drohojowski, el embajador

soviético, Louis Jouvet, Jules Romains, Anna Seghers y muchos rostros

más. […] Actores, escritores, dirigentes comunistas, condesas y princesas,

intelectuales mexicano, luminarias de Hollywood (Pitol, 2006: 186).

En los años treinta y cuarenta coinciden en la Ciudad de México personas

de muy distinta extracción y procedencia. Llegan los Trotszky y sus seguidores,

los exiliados de la república española con gran confusión de matices

ideológicas, los derechistas ligados a los intereses alemanes, aristócratas

europeos, antiguos porfirianos de regreso de Francia. Siendo uno de los teatros

periféricos de la Segunda Guerra Mundial, México atrae también intelectuales y

escritores de toda Europa que contribuyen a acelerar la transformación de la

capital: “la corriente de escritores, pensadores, científicos que llegñ desde

distintos lugares de Europa a partir de 1939 y se mantuvo hasta finales de la

guerra produjo una especie de renacimiento en varios campos de la vida

mexicana” (Pitol 2007: 79). El año 1942, en las intenciones del historiador Del

Solar, marca una fecha clave en la definición de la vocación de un país como

México:

La declaración de guerra al Eje, el papel de México en la esfera

internacional, el cosmopolitismo súbito de la capital, la reconciliación

nacional de todos los sectores. Vuelve Calles. Se decreta una amnistía para

los delahuertistas. Regresan los porfirianos desde París. Llega, además, un

aluvión de exiliados europeos que representan todas la tendencias, desde

los trotszkistas, los comunistas alemanes, financieros judíos de Holanda y

Dinamarca, revolucionarios y aventureros de mil partes (Pitol 1984: 100)13

13

Véase, para esta y demás referencias al D.F. como “ciudad real”, la entrevista de Federico

Campbell a Sergio Pitol, en que el novelista se vale de una enumeración prácticamente inalterada: en Proceso, n° 486, Febrero 1986: 52-53.

- 101 -

Toda esta variedad humana contribuye a transformar la ciudad en un

escenario cosmopolita. En El desfile del amor, el espacio de la capital en 1942

se sintetiza en el edificio Minerva, que se convierte en la representación en

miniatura del macrocosmos del Distrito Federal (Benmiloud 2006: 22). En

1973, cuando Del Solar ingresa en el edificio Minerva por primera vez después

de treinta años, el estado del inmueble y la pérdida de prestigio del barrio no

permiten imaginar la elegancia de la construcciñn “de sus interiores, la

excelente madera de sus pisos y puertas, la amplitud de los salones, la altura de

los techos”. El edificio, recuerda el historiador, fue construido “con el propñsito

de ofrecer un alojamiento de calidad al personal de las embajadas y legaciones

extranjeras” (Pitol 2007: 16). En aquellos años vivía en el inmueble toda clase

de gente, “pintores, periodistas, una dama boxeadora, escritores, bastantes

extranjeros”. Del Solar mismo se acuerda de aquellos inquilinos exñticos,

saludándose pausadamente en idiomas incomprensibles, “inquilinos de la alta”

(Pitol 2007: 72), desde luego. Un mundo de matices muy contrastados a quienes

la guerra reunió en México y donde no era fácil precisar quién era quién (Pitol

2007: 100). “Puedo imaginarme” declara Sergio Pitol en El arte de la fuga “la

cantidad de confusiones que esa divina pléyade habrá provocado en una ciudad

entonces tan provinciana como debió ser el México de aquellos años. Una

continua comedia de errores” (Pitol 2006: 186).

Esta promiscuidad de culturas molesta a la prensa derechista que no tarda

en calificar el Minerva como la “una nueva peligrosísima Babel, poblada por

extranjeros de la peor calaña. Semitas surgidos de las cloacas más turbias de

Lituania y el Mar Negro lo habían convertido en su teatro de operaciones” (Pitol

2007: 20). La imagen del Minerva como entablado sobre el cual se representa la

comedia de la sociedad capitalina regresa hasta en los insultos de los peores

antisemitas como Arnulfo Briones, hermano de Eduviges y padrastro del

asesinado Pistauer: “Una Babel. En toda la ciudad pasñ lo mismo. Gente que no

sabía uno bien de dónde había salido. Llegaban de todos los confines de Europa,

- 102 -

hasta de Turquía, como un judío armenio, el riquísimo Androgan, procedente de

Estambul, a quien toda la ciudad le hacía caravanas” (Pitol 2007: 207).

Junto a artistas, militares, políticos, cineastas, cantantes, también

conviven en aquel inmueble los herederos de la nueva clase dirigente del país,

como Delfina Uribe, codeándose con la “parte derrotada” personificada por

Eduviges Briones en una rivalidad que no acaba de ocultar un proceso de

desdoblamiento y geminación (Benmiloud 2007: 215). Proceso que también,

tiene su referencia espacial en la dislocación de las moradas en el Minerva:

“Vivíamos en los dos mejores departamentos del Minerva, una al lado de la

otra” (Pitol 2007:121).

A la idea del edificio como laberinto cosmopolita se agrega la de cruce

ideológico y social, convirtiendo el edificio en el escenario reducido de los

conflictos en acto en aquel momento en México y en el mundo:

en [el Minerva] se habían alojado refugiados de distintas nacionalidades,

corrientes y matices. Además de los extranjeros, en aquel edificio

convivían, hacia los años cuarenta, familiares de revolucionarios

mexicanos con gente ligada a la reacción más extrema. (Pitol 2007: 75)

Eduviges Briones resume por última vez la atmosfera del Minerva y de la

Ciudad de México con palabras que no ahorran referencias malignas a los

Uribe:

En el Minerva vivían refugiados alemanes, españoles, húngaros,

holandeses, qué sé yo, de otros muchos lugares Pero también vivía gente

mexicana; alguna de la mejor como los García Baños [...]. También vivía

allí gente salida de la revolución como Delfina Uribe, quien derrochaba

dinero con una ostentación abominable. (Pitol 2007: 207-208)

La Ciudad de México en 1942 es, finalmente, también el lugar donde los

Aliados y los países del Eje conducen sus maniobras para incluir el país

- 103 -

latinoamericano bajo su esfera de influencia. Como en las novelas de espionaje,

el móvil de un crimen aparentemente fortuito se confunde en un crisol de

lenguas e ideologías y se pierde en los más recónditos intereses políticos

internacionales. De la mezcla de tantas corrientes políticas, tendencias

culturales y artísticas, y distintas nacionalidades sólo puede brotar un desorden

abominable, una acumulación de confusiones y equivocaciones que contribuirán

a embrollar aún más las circunstancias del asesinato de Erich María Pistauer.

Es en el departamento de Delfina Uribe, refinada galerista, donde se tiene

la fiesta que precede el crimen. De la misma forma en que el D.F. y el Minerva

son los cruces de todas las nacionalidades y tendencias políticas, el

departamento de Delfina es el lugar de encuentro de una fauna variada y

exñtica: “Igual que los platillos servidos esa noche, los invitados nacionales y

los extranjeros parecían coexistir de la manera más tersa” (Pitol 2007: 19). A

comienzos de su investigación, Miguel Del Solar no olvida consultar la prensa

de la época:

En la primera página de un periódico aparecía con grandes titulares la

noticia: „Crimen cometido en casa de la hija de Luis Uribe‟, y se remitía al

lector a dos secciones interiores, a la página de sociales y a la nota roja

[…] Delfina Uribe celebraba la apertura de su galería y la exposiciñn de

Escobedo con que la había inaugurado la semana anterior. (Pitol 2007: 18)

De los artículos de crónica social emerge una imagen de aquella fiesta

como representación tangible de la variedad cultural, social y lingüística de lo

que era la Ciudad de México en aquel entonces, sin excluir las llamadas

gubernamentales a la paz social y a la reconciliación:

Comentaba el ambiente cosmopolita que súbitamente floreció en algunos

de los salones de la ciudad donde „para el espíritu refinado, una reuniñn

como la de Delfina Uribe constituía una auténtica efemérides, la entrada a

un espacio privilegiado donde se podían escuchar y practicar todas las

- 104 -

lenguas‟. La nota era un canto a la armonía. De haber sido cronista

político, su autora hubiese hecho alusión a la consigna de unidad nacional

que estaba a la orden del día. Políticos y artistas convivían en esa reunión

en una paz perfecta; damas y caballeros descendientes de las antiguas

familias se mezclaban y departían sin recelo con quienes sólo ahora en

fechas muy recientes ¡ayer como quien dice! habían ascendido la escala

social. (Pitol 2007:18-19)

Las ocurrencias de este crimen ejercen una fascinación cada vez mayor

sobre el historiador Miguel Del Solar: la fiesta de Delfina Uribe representa una

alegoría de la sociedad y la política mexicana del 1942, la lista de sus invitados

siendo “un revelador documento de época” (Pitol 2007: 18). Desde luego, a

aquel lugar acudiñ la flor y nata de la Ciudad de México de la época: “Una

ciudad pequeña donde, por lo mismo, sus individualidades sobresalían con

mayor nitidez. La relaciones familiares de Delfina y su talento personal le

permitían sin demasiados esfuerzos reunir a todo México” (Pitol 2007: 18).

Reunir al México de aquellos años significaba sobretodo ser capaces de

acaudillar un desfile de máscaras, de personajes montados, de tipos, como lo

admite Delfina: “me codeaba con los intelectuales y artistas del momento, con

la gente que había vuelto del exilio y también con los nobles europeos, falsos o

auténticos, que comenzaron a pulular por la ciudad a medida que se fue

extendiendo la guerra en Europa” (Pitol 2007: 123). Investigar y aclarar el

asesinato de Pistauer pondría a Del Solar en condiciones de “entender muchas

de las tensiones políticas de México: el ocaso de ciertas viejas guardias, la

integraciñn de otras nuevas”. En otras palabras “percibir el acre aroma de la

época” (Pitol 2007: 59).

Sin embargo, hasta las versiones de los periódicos sobre lo ocurrido

resultan contradictorias. En la página dedicada a la crónica criminal del mismo

periódico en que se pintaban la armonía y aristocrática distinción de la fiesta de

Delfina se calificaba el evento de reunión tenebrosa, un complot dispuesto por

- 105 -

un cerebro criminal que tuvo como saldo un alemán asesinato y dos mexicanos

hospitalizados en peligro de vida:

Las secciones de los periódicos dedicadas a la nota roja eran virulenta y

escandalosamente amarillistas. [...]. Durante los diez días posteriores todos

los diarios aludieron a los motivos pasionales y políticos del crimen.[…]

Se decía que la pelea había empezado en el departamento [de Delfina], que

los hermanos Uribe habían corrido a los alborotadores y que al llegar a la

calle se habían producido los disparos. Otro periodista comentaba algunos

rumores circulantes: el esfuerzo de realizar desde arriba una artificiosa

unidad nacional había resultado un fracaso. Desde un principio se habían

advertido fisuras que terminarían en grietas profundas. (Pitol 2007: 20).

Como en un juego de cajas chinas, el macrocosmos de México está

contenido en el edificio Minerva y el microcosmos del edificio Minerva cabe,

con todas sus peligrosas contradicciones, en el departamento de los Uribe, hijos

de un cacique que se había enriquecido con las especulaciones que siguieron la

fase armada de la Revoluciñn. En aquel departamento, declara Del Solar: “Se

manifestaron, al parecer, en toda su crueldad, las contradicciones que me

interesa estudiar. Esa noche coincidieron una serie de tendencias que al

extremarse ya no lograron coexistir. Eso hizo estallar el marco que las

constreðía” (Pitol 2007: 114). A la misma certidumbre llega Delfina Uribe en su

segunda entrevista:

se habría podido pensar que aquello era una alegoría de la reconciliación

del país. En esos días, con motivo de la guerra, se hablaba mucho de

unidad nacional; la noche de marras, mi casa parecía la sede de su

realización. ¡Meras apariencias! No ha habido fiesta más desastrosa. (Pitol

2007: 123-124)

En la Ciudad de México de 1942 se perciben todas las contradicciones e

incongruencias de un país que, a pesar de sus refinadas ambiciones

- 106 -

cosmopolitas, no logra deshacerse de la barbarie latinoamericana y todavía sufre

el complejo de inferioridad de la periferia en relación al centro euro-

norteamericano:

Los ricos de Guadalajara, los viejos, no dejaban de alentar a los peones

para que siguieran cortándoles las orejas a los maestros rurales; en cambio

sus hijos, cuando venían a México, se iban al mundano „Casanova‟ con la

esperanza de ver al rey Karol bailar con la Lupescu. (Pitol 2007: 100-101)

Los aspectos detectivescos, el final suspendido, la involucración emotiva

en los hechos revelada desde la primera visita al edificio Minerva de-construyen

el papel del historiador en tanto interprete del significado de la historia. Los

lados oscuros de la dinámica de los hechos son y permanecerán innumerables.

La memoria de los diferentes personajes se vuelve el único principio regulador,

engañosamente autorreferencial, del texto que Del Solar se propone escribir. En

cierto sentido toda la novela se puede leer como un esfuerzo por sacar a la

memoria lo sucedido:

Del Solar estaba convencido de que si […] algunos de los interesados

hicieran un esfuerzo por recordar, por trenzar de manera inteligente un

acontecimiento con otro, podría saberse qué había ocurrido, quién había

ordenado esas muertes y por qué motivo […] un esfuerzo mínimo,

recordar, atar cabos, desechar soluciones fáciles: la verdad se acabaría

imponiendo. (Pitol 2007: 181)

El historiador se propone ordenar toda la información para colmar los

vacíos dejados por este acopio de recuerdos: “había que acumular información y

luego descartar personajes, situaciones; comenzar a clasificar, volver a

conversar con los mismos informantes y conducir la conversación hacia los

puntos aún oscuros” (Pitol 2007: 147). Del Solar, en suma, a comienzos de su

investigación, procede según la modalidad de su profesión de historiador en lo

- 107 -

que él mismo reconoce ser una “una parodia de una investigaciñn policiaca”

(Pitol 2007: 127).

El detective Del Solar recoge las entrevistas o -si queremos utilizar la

terminología de la novela policial- las once deposiciones, en las casas de sus

interlocutores, por la mayoría ahora ubicadas en los nuevos barrios finos de la

capital, después de la pérdida de prestigio la Colonia Roma, como San Ángel y

Coyoacán y hasta en Cuernavaca. Los frecuentes regresos del protagonista al

Minerva, donde se encuentra con el administrador del edificio y con Pedro

Balmorán, periodistilla de poca monta, librero y escritor fracasado y paranoico

que también resultó herido en la balacera, representan una forma de archivar las

informaciones en los estantes establecidos. Los principales entrevistados son la

tía Eduviges Briones (capítulos II y XI), Delfina Uribe (capítulos VII y XII), el

ya mencionado administrador del Minerva (capítulo IV), Emma Werfel,

académica e hija de la eminente hispanista alemana Ida Werfel en compañía de

la cual atendió de joven a la fiesta fatal (capítulo V), Balmorán (capítulos VI y

X), el pintor Julio Escobedo y su mujer Ruth (capítulo VIII) y Derny Goenaga

(IX), pariente de Arnulfo Briones.

En el presente de 1973, el investigador Del Solar emprenderá la escritura

del libro sobre el 1942 recogiendo los relatos acerca de aquella fatídica noche

que sus interlocutores explicarán de las más diversas formas. Para Eduviges, por

ejemplo, el incidente se originó de una perversa conspiración urdida por sus

enemigos los Uribe y el escritor Balmorán con el intento de perjudicar a su

hermano Arnulfo, cuya reputación estaba ya comprometida por las presiones

políticas del nuevo régimen. Para la galerista Delfina, el asesinato del joven

austriaco fue, sin duda, un crimen político. Pero no excluye, al final que se

pueda tatar también de una trágica casualidad. Emma Werfel, a la que se debe

una detallada descripción de la fiesta, afirma que el asesinato fue la

consecuencia de una serie de malentendidos y confusiones que se dieron entre

los invitados a la fiesta. Pedro Balmorán, finalmente, atribuye lo que, según la

autoridad no fue más que un incidente callejero, a las triquiñuelas de las mafias

- 108 -

literarias. Éstas además de obstaculizar su éxito intelectual, querían eliminarlo a

causa de un estudio que estaba llevando a cabo sobre las memorias de un

cantante castrado mexicano del siglo XIX.

La fisionomía arquitectónica del edificio Minerva permite la creación de

un espacio ideal para el acopio y la conservación de trazas testimoniales. Está

provisto de un sistema de corredores en torno a un amplio patio interior. Lo

pisos están ocupados por departamentos de diferentes medidas, cada uno con

buenos salones, amplios comedores y largos pasillos que comunicaban a un

sinfín de dormitorios, estudios y cuartos de servicio. Este diseño, señala el

narrador, era muy poco usual en la época de la construcción del edificio y lo

hacía diferente de cualquier otro edificio contemporáneo o posterior (Pitol

2007: 16). Remite más bien a las arquitecturas coloniales, a las antiguas

mansiones virreinales de la época en que la Ciudad de México, capital de la

colonia más grande y rica del imperio espaðol, se conquistñ el título de “Ciudad

de los Palacios”. Remite, en suma, a un tiempo en que, como nos recuerda

González Echevarría, se empezó a poner orden en la proliferación descontrolada

de leyes concernientes las tierras del Nuevo Mundo, almacenando aquella

diseminación paroxística de la documentos legales que caracterizó la expansión

española en América en proyecciones arquitectónicas del Estado, como el

Archivo de Simancas y, en el siglo XVIII, el Archivo de Indias en Sevilla

(González Echevarría 2000: 84-85). El edificio Minerva es también un

monumento y como tal está ligado a la capacidad, más o menos voluntaria, de

una sociedad de perpetuar una memoria colectiva y de remitirse a testimonios y

a documentos que son sólo en mínima parte documentos escritos (Le Goff

1991: 22).

Este edificio, que tan de cerca se parece a la biblioteca de Borges, es

también el proscenio ideal para el ejercicio del enredo, la simulación y la

intriga. “Desde las ventanas interiores los inquilinos podían enterarse de la clase

de visitas que recibían los vecinos. Eso, en un México como el de los años

cuarenta, lleno aún de resabios provincianos, debiñ tener muchos atractivos”

- 109 -

(Pitol 2007: 16). La atmósfera de ambigüedad que desprende de su estructura,

creando para sus moradores condiciones „panñpticas‟ propicias para la

maduración de cada clase de paranoia, permea desde el principio al final toda la

narraciñn: “Un edificio precioso de cinco o seis pisos con un patio central. Para

entrar a cualquier departamento había que recorrer los corredores que rodeaban

el patio. Una casa de cristal” (Pitol 2007: 145). El Minerva se convierte

entonces en un dispositivo de control. Como el Panopticon descrito por

Foucault, el edificio Minerva determina la inserción y la disposición de los

cuerpos en el espacio, la distribución de los individuos en relación recíproca, la

organización jerárquica y la ubicación de los centros y canales de poder: “los

departamentos de la planta baja no podían considerarse buenos; eran oscuros y

pequeños. Los del primer piso, donde [Del Solar] vivió con sus parientes eran

en cambio palaciegos” (Pitol 2007: 16). Un caso ejemplar es la rivalidad

aristocrática entre Delfina Uribe, la “nueva rica”, y Eduviges Briones, la

heredera de las antiguas familias. Las dos, en los tiempos del Minerva, vivían

en pisos iguales, una al lado de la otra, mientras que ahora la mirada despiadada

de Eduviges convierte la ya mencionada, y lujosa, casa de la galerista en San

Ángel en “una especie de mausoleo” (Pitol 2007: 114). La esposa del pintor

Escobedo da cuenta del clima de paranoia que aquel edificio fue capaz de

engendrar en la época de su mayor esplendor y relata la historia de una amiga

suya, una húngara de nombre Ruth Kerves, que formaba parte de la comunidad

de extranjeros viviendo en el Minerva en aquellos años:

como buena parte de los refugiados integraba una red natural de vasos

comunicantes. Estaba enterada de mil cosas, de quién debía cuidarse,

quién podía perjudicarla, quién ampararla en un caso desesperado. Vivía la

pobre en al pavor […] En principio pensé que Ruth Kerves veía visiones;

luego fui advirtiendo que era cierto, algo extrano pasaba en ese edificio.

(Pitol 2007: 146)

- 110 -

Las repetidas descripciones del edificio Minerva, espacio omnipresente y

en cuyo entorno gravita todo el relato, y las versiones encontradas de los ecos

por boca de los diferentes entrevistados contribuyen a desestabilizar el

equilibrio de una mirada ya de por sí precaria, frustrando el esfuerzo conciliador

-ordenador, se podría decir- del historiador. Del Solar se esmera, como sugiere

su apellido, por alumbrar el misterio de los asesinatos del Minerva. Sin

embargo, esta tentativa de esclarecimiento sólo logra poner a la luz un

sinnúmero de ocultamientos, zonas de sombras, alusiones y reticencias. Todo

nos invita a imaginar al microcosmos de Minerva como un mundo lleno de

encuentros y desencuentros a lo largo de sus pasillos, de rumores y acechanzas,

de simulaciones y equivocaciones.

3.4 El fracaso de un paradigma: El desfile del amor y la afasía del

historiador

Las contradicciones en que se basa la fascinación de esta novela no se

encuentran únicamente en los relatos discordantes sobre las circunstancias del

asesinato de Pistauer, sino también en las diferencias entre los lenguajes, las

clases sociales y las visiones del mundo que cada personaje encarna. Este

proceso, dice Jacques Lacan en el Seminario 9, se desarrolla por medio de la

identificación de la consciencia de los personajes con un imago ficticia, una

ilusión que pertenece en efecto a la esfera de la otredad. El espejo es el "Otro"

con el que los personajes se relacionan. La subjetividad es relacional puesto que

es el resultado de una interacción con lo que está fuera de nosotros y que nos

refleja, sea ello otra persona o las instituciones sociales a las que los diferentes

personajes pertenecen. Se puede decir, utilizando otra vez las metáforas de la

casa y de los cuartos, que el otro nos habita y no hay una barrera o un limes

preciso donde el Otro se pueda distinguir, separar, de nosotros. El contexto

histñrico que Pitol quiere dibujar está hecho por un “amplio espectro de

matices” (Pitol 2007: 98) que se puede expresar sólo a través de la tematización

- 111 -

de una estructura de personajes basada en la multiplicación y correlación de las

diferencias tanto sociales como culturales. En este sentido, las ideas de máscara,

disfraz y engaño desempeñan un papel fundamental. El conflicto entre el ser y

parecer presente en la novela se ejemplifica en las palabras de Ida Werfel que,

al comentar las comedias de enredo del Siglo de Oro español, afirma:

En Tirso de Molina la confusión llega al delirio. Tome cualquiera de sus

obras, La huerta de Juan Fernández, por ejemplo. Nadie sabe con quién

habla. Los personajes se presentan con nombres falsos y biografías

ficticias ante otros personajes con las mismas características, es decir que

tampoco son quienes afirman ser. Comienza un juego desorbitado de

disfraces. Fingen ante terceros ser otros personajes que no corresponden ni

a su personalidad ni a la fingida con que acabábamos de conocerlos (Pitol

2007: 95)

Desde el punto de vista de los géneros literarios El desfile del amor se

ubicaría entonces en un espacio compartido por la novela policiaca, la novela

histórica y la novela de la memoria sin lograr, desde luego, caber

completamente en ningún de estos géneros. Como detective Del Solar fracasa

rotundamente, puesto que nunca se llegará a revelar el misterio de la muerte de

Pistauer. Más que un detective, Del Solar es el pretexto que los diferentes

personajes utilizan hasta el cansacio para soltar toda clase de fantasías,

acusaciones y odios recíprocos. Como subraya Fabienne Bradu, el asesinato del

austriaco es una mera casualidad:

lo que importa aquí es lo que pasó antes del crimen, la conjunción de

circunstancias personalísimas, y eventualmente, lo que a partir de ahí se

fue desencadenando como la supuesta confirmación de todo lo anterior

[…] Todos están más bien empecinados en transformar esta misteriosa

muerte en la explicación clarividente de sus vidas de eternos perseguidos.

(Bradu 1985: 42)

- 112 -

Es decir, la que parece la primera preocupación de Pitol es sobre todo

dibujar a través de las memorias las frustraciones de la burguesía mexicana en

su afán por situarse en el centro de la historia –social, política y artística- de su

propio país. Un extraño paralelo se establece así entre los esfuerzos de los

personajes de El defile del amor por ocupar el centro de esta historia sin centro

y la ilusión de Miguel Del Solar por sacar a México de los márgenes de la

historia de la segunda guerra mundial (Bradu: 1985: 42). La reconstrucción de

las ocurrencias de la muerte de Pistauer quedará sin una solución definitiva:

“Cada quién, como en los dramas de Pirandello o en Rashomon, tiene su propia

versiñn de los hechos” declara Derny uno de los personajes. (Pitol 2007: 174).

La suma de las perspectivas no arroja luz a la verdad, sino la quiebra o

refacción de la realidad en cristales poliédricos, en laberintos de espejos (García

Posada 1994: 166).

Miguel Del Solar no logra descubrir los lazos entre el crimen del Minerva

y la macrohistoria del aðo 1942 porque no puede ser otra cosa que “el oído de

todos” (Bradu, 1984: 42). El protagonista había expresado esta sospecha ya en

las primeras páginas de la novela cuando, al pensar en su libro sobre el año

1914, declara con amargura que su trabajo

podía haber sido realizado por cualquier amanuense poseedor de una

mínima instrucción sobre la técnica de evaluar y seleccionar la

información dispersa en cartas, documentos públicos y privados, y la

prensa de una época determinada. (Pitol 2007:11)

Podríamos decir entonces, usando una definición que Roland Barthes

propone en el ensayo “La mort de l‟auteur”, que Del Solar sñlo puede ser un

“escribiente” (scripteur) que nace simultáneamente con el acto de la escritura o,

en este caso, del acto de la escucha. La novela –o la crónica histórica en el caso

de Del Solar- queda entonces libre de cualquier autoridad externa que determine

trascendentalmente su significado. Tampoco es posible leer y estudiar los

- 113 -

textos, los testimonios y las entrevistas de forma sistemática, puesto que, si falta

una conciencia ideal capaz de ordenar y clasificar los documentos, su sentido

queda indeterminado. Del Solar ha sabido muchas cosas, ha acumulado

información, evidencias y datos en cantidad. Sin embargo, el significado se le

escapa. La verdad del Archivo, recuerda González Echevarría en referencia a

Foucault, es que no contiene ninguna verdad, sino sólo una dispersión de lo que

somos y hacemos (González Echevarría, 2000: 68). Caminando rumbo a casa

tras la última entrevista con Delfina, el historiador “tuvo la seguridad de que

hacía poco, poseía todos los datos que permitían resolver el enigma del

Minerva. La conversación con Delfina venía a corroborar esa convicción. Pero

su mirada no lograba penetrar un velo” (Pitol 2007: 230).

El método filológico, que consiste en el análisis de un texto, en primer

lugar de forma autónoma y luego a través de la crítica de las fuentes y de las

relaciones con el contexto, permitiría al historiador averiguar la autenticidad de

un documento y la verdad o la falsedad de su contenido. La idea de la

cientificidad de la historia se fundamenta precisamente en esos presupuestos. El

filósofo de la historia Dominick LaCapra resume y comenta así este tipo de

acercamiento a la investigación histórica, sobre todo en relación a la actividad

de la escritura, es decir a la producción de significado:

A documentary or self-sufficient research model […] generally does

involve the following features, which add further dimensions to a

predominantly, if not exclusively, referential or constative use of language

that conveys truth claims based on evidence: (1) a strict separation or

binary opposition between subject and object; (2) a tendency to conflate

objectivity with objectivism or the objectification of the other which is

addressed only in the form of referential statements, direct quotation, and

summaries or paraphrases; (3) an identification of historical understanding

with causal explanation or with the fullest possible contextualization of the

other (possibly in the form of thick description or narration); (4) a denial

of transference or the problem of the implication of the observer in the

- 114 -

object of observation; (5) an exclusion or downplaying of a dialogic

relation to the other recognized as having a voice or perspective that may

question the observer or even place him or her in question by generating

problems about his or her assumptions, affective investments, and values.

In general, one might say that a self-sufficient research paradigm and, in

even more pronounced form, its positivistic extreme confine

historiography to constative or referential statements involving truth

claims made by an observer about a sharply differentiated object of

research. (LaCapra 2001: 4-5)

El método elegido por Del Solar, científico por lo menos en las

intenciones, se basa en este paradigma. Sin embargo, si por un lado hace posible

el acopio y la lectura de datos, por el otro no lleva a una interpretación unívoca

y menos a una explicación que parezca sólidamente fundamentada, sino más

bien a una “mascarada plena de malentendidos” (Hurtado 2005: 101). Después

de su segunda entrevista con Delfina, Del Solar busca un poco de descanso en la

lectura de la novela Our Mutual Friend. Sin embargo, completamente

sumergido en su investigación, no puede dejar de de fijarse en que

lo mismo ocurría en la novela de Dickens. La misma suplantación de

personalidades, los nombres falsos, las biografías ficticias. Recuerda la

primera vez que comió en casa de Defina; habló ella de su libro en torno a

la escisión de personalidad en la novela victoriana. Es decir, el

ocultamiento, la máscara la confusión de la verdadera identidad. ¿Por qué

surgía siempre esa nota? ¿Hacia dónde apuntaba? ¿Quién simulaba ser

quien era? (Pitol 2007: 136)

El historiador no puede hacer más que tomar nota de la irreducible

ambigüedad de la realidad. Más que por un libro de historia, la narración del

pasado puede ser expresada mejor por obras de ficción que den cuenta de esta

ineludible vaguedad. Dice a este propósito Jacques Le Goff:

- 115 -

La intervención del historiador que escoge el documento, extrayéndolo del

montón de datos del pasado, prefiriéndolo a otros, atribuyéndole un valor

de testimonio que depende al menos en parte de la propia posición en la

sociedad de su época y de su organización mental, se injerta sobre una

condiciñn inicial que es incluso menos „neutra‟ que su intervenciñn. El

documento no es inocuo. Es el resultado ante todo de un montaje,

consciente o inconsciente, de la historia, de la época, de la sociedad que lo

han producido, pero también de las épocas ulteriores. […] En definitiva no

existe un documento-verdad. Corresponde al historiador no hacerse el

ingenuo (Le Goff 1991: 238)

Esto es precisamente lo que Del Solar no logra hacer, puesto que ha

quedado atrapado en el laberinto de los sucesos, donde la historia se cuenta una

y otra vez, sin posibilidad de encontrar una salida. El “pecado original” de Del

Solar reside en no haber mantenido la justa distancia de los testimonios. Las

pruebas testimoniales y la memoria individual de los protagonistas son

elementos necesarios, pero no suficientes para la comprensión histórica. Ambas

están determinadas por una mezcla demasiado humana de intereses personales,

olvidos, censuras, miedos, remordimientos y rencores. Todas éstas son pasiones

que constituyen el inevitable punto de partida para cada historiador de la

contemporaneidad. Pero, de acuerdo con los paradigmas de una investigación

científica, no pueden ser el punto de llegada. El historiador no puede ceñirse a

recoger e inventariar los testimonios de los sobrevivientes, sino que debe ser

capaz de criticarlos. La actividad de Del Solar, en cambio, no pudo ir más allá

de mezclar y yuxtaponer diferentes pedazos de narraciones ya existentes.

Narraciones hechas con un lenguaje que deja de ser un vidrio transparente a

través del cual se pueden los hechos y se opaca, convirtiéndiose en otro

problema más. Bajo estas condiciones, que se revelan inevitables, no se puede

llegar a la solución del misterio, a determinar las razones y los responsables del

asesinato de Pistauer y ni siquiera a esclarecer las numerosas contradicciones en

los documentos oficiales, que no coinciden siquiera en el número exacto de las

- 116 -

víctimas del crimen. Pero sobre todo no se puede extraer e insertar la

significación de este acontecimiento en un contexto histórico más amplio,

solucionando la respuesta a los interrogantes sobre las reverberaciones políticas

del asunto, porque, en resumidas cuentas, la literatura es un metalenguaje

originado de un diccionario potencialmente infinito e irremediablemente

contradictorio. La causalidad que puso en las manos de Del Solar el legajo de

documentos de la Secretaría de Gobernación, parece lo único cierto en todo este

asunto. Concluyendo parece ser que “las estupideces del azar” (Pitol 2007: 135)

son la única razón del asesinato. Al final de la novela, Del Solar está a punto

abandonar la investigación del año 1942 siguiendo estas líneas, que ahora le

parecen secundarias y dotadas de una peligrosa fuerza centrífuga que, además

de minar la cientificidad de su trabajo, no dejan de perturbarlo:

No estaba ya convencido de elegir 1942. […]Tendría que decidirse en los

próximos días, y en caso de optar por ese año comenzar de inmediato a

consultar las fuentes objetivas, a preparar sus fichas, a entrevistarse con

los funcionarios de la época. Fijaría un índice básico […] Había que

olvidarse del divertimento de nota roja con que se había estado

entreteniendo y de los crímenes confusos del Minerva que, debía confesar,

lo perturbaban demasiado. (Pitol 2007: 230)

Incapaz de solucionar el misterio, de encontrar el móvil del delito y

destilar de todos los testimonios escuchados algún dato revelador, en la última

escena, ambigua y tragicómica, el detective Del Solar pasa a formar parte del

problema. Acaba de dejar la casa de Delfina Uribe y camina por la ciudad. Está

aturdido y desconcertado. La visión de ejemplares recién impresos de su libro

El año 1914 en los estantes de una librería parece dar alivio a sus titubeos. El

hecho de que su libro estuviera allí implicaba cambios, entre otros el de sentirse

liberado. Eso era, al fin y al cabo, un resultado por fin palpable e unívoco de sus

capacidades como investigador: “La presencia de 1914 en las vitrinas, mesas y

mostradores de la librería era el mejor exorcismo para desvanecer todos aquello

- 117 -

ángulos enfermizos, vergonzosos casi, de su eventual proyecto. En unos días se

pondría a trabajar en serio” (Pitol 2007: 230).

Sin embargo, esta sensación de salud recobrada, después de estar en

contacto con un mundo tan abigarrado de intrigas maniáticas, no dura mucho.

Es de noche, Del Solar camina solo por una calle secundaria, estrecha y oscura.

Un coche se le adelanta lentamente, casi rozándolo, y se detiene a unos cuantos

metros delante de él. La placa está rota, ilegible. Cuando el coche empieza a

retroceder con lentitud, Del Solar queda paralizado por la consciencia de su

propia soledad. Piensa que ha llegado el final y sólo espera que el castigo por

haberse metido en aquel asunto sea rápido e indoloro. El hombre en el interior

del coche baja la ventanilla revelando una cara tosca, de boxeador, y pregunta

por la calle de Santuario. Del Solar, ya totalmente a merced del terror, con la

boca abierta de par en par, sólo acierta a emitir sonidos ininteligibles,

acompañados por muecas y gestos absurdos. “…¡un pinche sordomudo!”

sentencia con fastidio el hombre desde el interior del coche, acelerando sin más

detrás de la esquina. El protagonista, todavía preso del pánico, se echa a correr,

desandando el camino hacia la librería a la que había entrado unos minutos

antes. Allí, “jadeante, sudoroso amedrantado” se apoya sobre el mostrador, no

lejos del sitio donde las columnas de su libro 1914 atraían las miradas del los

transeúntes.

Las entrevistas de Del Solar ponen al descubierto las recriminaciones,

frustraciones, rencores y chismes que cada personaje abriga. La práctica de la

historia como pesquisa, tal como surge de la estructura dialógica de esta novela,

se condensa en un final abierto que de hecho despoja el historiador Miguel Del

Solar de su papel de investigador para convertirlo en un simple receptáculo de

testimonios, incapaz de conciliar la emotividad constitutiva de cada testimonio

memorial con la factualidad histórica. Del acontecimiento del asesinato del

joven austriaco se despliega un discurso metahistórico y metanovelesco que

pone al descubierto el problema de la construcción y la virtualidad de la historia

a partir de la relación entre los testimonios sobre un mismo acontecimiento de

- 118 -

crónica y entre los hechos y las representaciones psicológicas y memoriales de

los personajes.

- 119 -

IV La puesta en escena de la historia: Los puentes de

Königsberg de David Toscana

Nous sommes à l’époque du simultané, nous sommes à l’époque de la

juxtaposition, à l’époque du proche et du lointain, du côte à côte, du dispersé

-Michel Foucault-

4.1 Introducción

En Los puentes de Königsberg (2009)14 David Toscana15 propone una reflexión

en forma de novela sobre los límites entre la imaginación y la doxa,

privilegiando el aspecto paradójico de las cosas. Como en sus novelas

anteriores, entre las cuales destacan Duelo por Miguel Pruneda (2002), El

último lector (2005) y El ejército iluminado (2006), el autor encara el relato de

hechos históricos manteniendo los pies firmes en el territorio de la irrealidad; y

siempre con la intención de mostrar lo imposible como reflejo de lo humano, en

el marco de una estética que él mismo ha venido definiendo como “realismo

desquiciado”16. También en esta novela, Toscana sigue fiel a la obsesión por el

lugar de origen que hasta hoy ha caracterizado su obra, escogiendo a sus

14

Toscana, David, Los puentes de Königsberg, Alfaguara, México, 2009.

15

David Toscana es miembro de la generaciñn de escritores llamados de la “Narrativa del

Norte”, donde tanbién se incluye a Cristina Rivera Garza, Patricia Laurent Kullick, Luis

Humberto Crosthwaite, Élmer Mendoza, Hugo Valdés, Juan José Rodríguez, César López

Cuadras, Federico Campbell, Felipe Montes y Daniel Sada. Estos escritores, en realidad

bastantes heterogéneo entre sí, se pueden reunir bajo un único membrete gracias a distintas

características comunes: nacieron en el Norte de México, tienen entre 40 y 50 años de edad,

viven y trabajan en sus lugares de origen, tienen un número significativo de trabajos

literarios reconocidos en el ámbito nacional e internacional y, finalmente, abordan

tópicos similares que aluden directamente a los problemas de esa región del país (Méndez

2008: 23-25).

16

Véase , por ejemplo, la entrevista aparecida en El Clarín el 14 diciembre 2002 en ocasión de

la publicación en Argentina de la novela Duelo por Miguel Pruneda (2002) y disponible en la

red: http://edant.clarin.com/suplementos/cultura/2002/12/14/u-00801.htm

- 120 -

protagonistas entre la gente del norte de México, acostumbrada a vivir en la

frontera de un mundo en apariencia absurdo:

Con una ironía mordaz y una visión que incorpora el humor negro y el filo

corrosivo de lo grotesco para criticar la vida, la sociedad y la cultura

mexicanas, Toscana crea mundos muchas veces alegóricos que construyen

una mirada muy personal sobre la condición del ser humano. En esta

mirada, los paralelismos temporales, es decir, la superposición del pasado

histórico y el presente demasiado real, le sirven al escritor regiomontano

para cavar hondo en la micro y la macro historia mexicana. El eje

geográfico del norte de México es un elemento fundamental en su obra, ya

sea el espacio urbano de Monterrey o los espacios, a veces itinerantes, de

los pueblos rurales. (Brescia/Bennet 2002: 251)

El lugar de la novela es la ciudad de Monterrey, México, durante los

últimos meses de la Segunda Guerra Mundial. Unos años atrás, en 1938, en el

Colegio de Santa María, se habían extraviado seis niñas que, según parece,

cayeron a la Presa de la Boca, cercana a la ciudad, durante un recorrido en

autobús en compañía de dos monjas de la escuela. Nadie ha vuelto a tener

noticias de ellas, de no ser por las pesquisas que aparecieron durante meses en

el periódico local El Porvenir. La novela se abre con la descripción del canto de

estas niðas muertas, “un coro luminoso” en el cual se sobreponen diferentes

voces. La exhortaciñn de un narrador indefinido, “Escuchemos la canciñn de las

niðas muertas” (Toscana 2009: 11), introduce al lector en un universo alucinado

que, desde lo inmediato, no parece obedecer a las reglas de la veracidad, ni

compartir nuestra temporalidad.

El escenario cambia de repente y nos encontramos en una noche del año

1944. La guerra que en aquel entonces está conmoviendo el mundo, queda para

Monterrey algo alejado y no logra interesar a sus habitantes: “Hay juegos que

debemos tomar en serio, como el póquer, ahí hay dinero de por medio. ¿Pero la

guerra? Es un chiste” (Toscana 2009: 12). Durante un apagón debido al peligro,

- 121 -

en realidad remoto, de los bombardeos de las fuerzas del Eje, tres borrachos

locales, Floro, Blasco y el Polaco rinden homenaje a las jovencitas extraviadas,

improvisando una historia alrededor de ellas y de las circunstancias de su

desaparición. Este cuento va tomando la forma de una dramatización: el lugar

de la actuación es un pequeño canal cavado por los obreros del drenaje en el

medio de una plaza. Seis objetos sirven para representar a las actuantes: son seis

botellas de distintos licores que, en la puesta en escena dirigida por Floro,

cobran los nombres y las identidades de las seis niñas extraviadas. La

teatralidad, como condición compartida tanto por la historia como por la

ficción, será uno de los temas dominantes de la novela. Con las palabras

“Vamos, niðas, a un mundo prodigioso” (Toscana 2009: 25), Floro, en su

función de director/inventor, concluye su introducción y se prepara a escenificar

el cuento.

En la novela coexisten diferentes líneas narrativas que se desenvuelven

compartiendo el mismo contexto y los mismos protagonistas. A medida que los

tres borrachos ponen en escena la ficción de las niñas muertas, se va delineando

otra narración. Es el relato de Königsberg, la capital de la Prusia Oriental,

narrado por la mexicana Andrea, una maestra de matemáticas, a través de

leyendas y anécdotas que recorren la historia de la antigua ciudad en el Mar

Báltico hasta llegar a los últimos dramáticos momentos de la segunda guerra

mundial: Königsberg, todavía llena de civiles, es arrasada por los bombardeos

aliados y sitiada por el Ejército Rojo, mientras que el ejército alemán está

retirándose hacia Berlín. Tomando como objeto de su reflexión los avatares de

la historia de la ciudad prusiana, la novela propone, metafíccionalmente, una

revisión de la historia como proceso de construcción y narración del pasado.

En este capítulo se tratará de analizar cómo la preocupación

metahistoriógrafica que está en la base de la novela de Toscana – es decir, cómo

relatar los acontecimientos históricos dando cuenta de las contradicciones de la

realidad- se desenvuelve a lo largo de dos vertientes discursivas. Por un lado, la

transmisión del saber se da por medio de una dramatización, es decir por medio

- 122 -

de la puesta en escena de los hechos narrados, que pueden ser reales o

inventados. Por el otro, los hechos pretéritos sufren una “puesta en discurso”

historiográfica por medio de la narración de la maestra Andrea y de la memoria

del estudiante Gortari. Ambas modalidades de transmisión del pasado implican

la apropiación por parte de los protagonistas de una historia ajena. En Los

puentes de Königsberg la historia de la caída de la ciudad alemana se

fundamenta en la aceptación de la ubicuidad y la simultaneidad como

dimensiones espacio-temporales a través de la hibridación de los espacios y de

los contextos narrativos. Lo que ocurre en Königsberg ocurre en Monterrey, con

distintos intérpretes pero con los mismos escenarios, gracias a la narración -y a

la impostura- de los protagonistas. El significante toponímico conecta las dos

ciudades. En la ficciñn de la novela, los dos “montes del rey,” llegan a

sobreponerse a través de procesos analógicos, cada una siendo la proyección de

la otra: los habitantes de la Monterrey mexicana toman parte en la defensa de la

Königsberg prusiana contra el avance de los soldados rusos. La coincidencia

toponímica entre la ciudad europea y la del norte de México le sirve a Toscana

para unir en la ficción dos espacios que, siendo realidades distintas, se

condensan en la cotidianidad de la vida de los protagonistas en la región del

norte de México.

4.2 Espacios y tiempos: Los puentes de Königsberg como novela

heterotópica

Un chico de nombre Gortari, alumno de una escuela en Monterrey, narra en

primera persona el tramo de la novela que tiene como escenario la ciudad

prusiana de Königsberg. La maestra Andrea, obsesionada por esa ciudad y por

las vicisitudes de la guerra, propone a sus alumnos el conocido problema de

topografía matemática sobre los siete puentes de Königsberg. El río Préguel,

resultado de la confluencia de dos ríos, atraviesa la ciudad formando en el

medio dos islas. “La primera era rectangular y la segunda, a la derecha, un

- 123 -

óvalo. A su vez, esta segunda isla se enlazaba mediante otros dos puentes con

las márgenes superior e inferior del río” (Toscana 2009: 35). Durante los siglos,

cuenta la leyenda, entre los habitantes de Königsberg se hizo popular el

pasatiempo de pasear por los puentes con el intento de averiguar si era posible

cruzarlos pasando sólo una vez por cada uno de ellos. El problema, sigue

explicando Andrea, fue analizado a principios del siglo XVIII por el

matemático suizo Leonhard Euler, quien llegó a la conclusión de que semejante

trayecto es matemáticamente imposible: hay que pisar al menos dos veces uno

de los puentes (Toscana 2009: 38).

El narrador, enamorado de su maestra, nos dice que ésta pronuncia el

nombre de la ciudad de los siete puentes con sonidos anormales: “esa palabra no

salía de su boca en nuestra lengua” (Toscana 2009: 38). Durante sus clases de

matemáticas, además, la maestra sumerge a sus alumnos en un mundo de

visiones. Se hace de inmediato hincapié en una característica descomunal de

Andrea, que la pone en una posición diferente con respecto a los demás

personajes:

Königsberg, continuó la maestra Andrea, es una de las ciudades más bellas

del mundo. Muy distinta a esta pocilga. Se sabe que allá vivió uno de los

más sabios filósofos de la historia; también nació un escritor tan

maravilloso que hizo hablar a un gato y nombró a los que no tenían

nombre; en aquella ciudad los literatos armaron una tormenta, se enamoró

el más intenso de los compositores románticos y un matemático hizo

teología con el álgebra.

No se dirigía a nosotros, sino a la ventana. Apoyó la frente en el

cristal y proyectó sus ojos hacia el oriente. El viento acarreaba las nubes

en dirección contraria.

Señaló varios puntos a izquierda y derecha. Pongan atención. Por

aquí corre el río Préguel, al fondo vemos la catedral y más allá se percibe

la cúpula de la sinagoga. ¿No les llega el olor del mercado de pescado? Y

vean cómo la torre del castillo corta el horizonte. (Toscana 2009: 39)

- 124 -

Desde el principio, la característica que llama la atención en Andrea es el

hecho de ser una figura de enlace. Ella es un sujeto nómada que pertenece de

alguna forma a diferentes tiempos y espacios. O, mejor dicho, pertenece a un

tercer espacio entre los continentes. En este sentido es una perfecta figura

heterotópica (Borsò, 2004a). La maestra utiliza el acertijo para involucrar a

Gortari en la guerra en acto en Europa, de la que México percibe sólo ecos

lejanos. Le enseña al alumno la importancia que tienen los puentes para la

defensa de una ciudad, introduciendo diversos paralelismos entre Königsberg y

Monterrey, aunque ésta tenga sólo un puente, el San Luisito, y su río Santa

Catarina no es “más que una grieta por donde a veces pasa el agua”:

Puentes con cientos de años. Indestructibles.

Su historia debía ser muy distinta a la de nuestro puente, el San Luisito,

que se desmoronaba en cada temporada de huracanes y había que

reconstruirlo una vez tras otra.

[…] ¿En qué podría parecerse Königsberg a Monterrey? Allá las

soluciones requerían lógica, números, trabajo; acá hacía falta imaginar,

soñar o beber mucho alcohol. (Toscana 2009: 36-37)

Se establece de esta forma el primer nexo entre las dos ciudades. No se

trata, como hemos visto, de un nexo lógico o históricamente fundado. En el

desierto mexicano de Toscana, las operaciones intelectuales se emprenden a

partir de una aparente ausencia de cordura. Es necesaria la imaginación o, por lo

menos, una forma diferente de lógica. Como diría otro escritor norteño, Daniel

Sada: “en el norte, a diferencia del sur, no hay paisaje: todo se aðora, hay que

imaginarlo todo”17.

A medida que avanza en la historia, el lector se da cuenta de que los

nombres de las calles y plazas de Monterrey, escritos en español, se van

substituyendo por palabras alemanas. El quiosco de la plaza Zaragoza se

17

Apud Rodríguez Lozano 2002: 133.

- 125 -

convierte no sólo en uno de los escenarios más emblemáticos de la ciudad

regiomontana, sino en la Walter-Simon-Platz, centro neurálgico de la fortaleza

prusiana sitiada. La cantina Lontananza, el pequeño expendio de alcohol

frecuentado por los protagonistas, se transforma en el Blutgericht, un Kneipe en

los bastiones del castillo levantado por la orden teutónica allá por el siglo XIII.

La Plaza Hidalgo, donde se da el encuentro entre la maestra Andrea y su

alumno, ya queda rebautizada con el nombre de Kaiser-Wilhelm-Platz, con

sorprendente naturaleza: “Al día siguiente, la maestra me llamó. Te veo en la

Kaiser-Wilhelm-Platz, me dijo, a las seis en punto. Creo que tú le llames la

Plaza Hidalgo” (Toscana 2009: 54). El joven Gortari, a su vez, integra a Floro, a

Blasco y al polaco en su fascinación creciente por la ciudad prusiana. De esta

forma, las dos tramas de la novela –la puesta en escena de la desaparición de las

niñas y la desquiciada defensa de Königsberg- empiezan a entrelazarse.

La novela Los puentes de Königsberg no juega sólo con la toponimia, sino

también con el tratamiento del tiempo. En la plaza Hidalgo/Kaiser-Wilhelm-

Platz arranca la narración de Andrea, en su tentativa de convencer a sus

conciudadanos para que defiendan la ciudad Königsberg-Monterrey de los

ataques soviéticos. La preocupación de la maestra Andrea es impedir que la

guerra convierta a la ciudad de Königsberg en algo que quede “en el pasado”

(Toscana 2009: 39). Llama la atención el manejo temporal en la novela: aunque

la acción principal se sitúa en 1945, tanto los personajes como las escenas

transitan con igual soltura en el tiempo y en el espacio. Un periódico, que lleva

el feliz nombre de El Porvenir, convertido en arma para matar moscas en la

cantina Lontananza-Blutgericht, nos da la primera coordenada espacio-temporal

e introduce el escenario mundial en el microcosmos de la plaza Zaragoza:

La primera página es una cuadrícula con más de veinte notas. Destacan la

presión de México para recuperar el Chamizal, el suicidio de otro general

nazi, la muerte del presidente filipino, la lucha en las calles de Pisa, que

Pemex adquirió algunas locomotoras y que hay 250 mil mexicanos

- 126 -

peleando en Europa y Asia bajo la bandera estadounidense. (Toscana

2009: 30)

En el universo altamente ficcional de Toscana, lo primero que hay que

hacer, para salvar a una ciudad, es contar sus historias. Además de deslizarse y

sobreponerse geográficamente, de pronto las acciones se trasladan a un tiempo

remoto: “[Andrea] caminñ rumbo a la plaza Zaragoza y yo la secundé. Tomñ a

la derecha y siguió de frente hasta que llegamos al puente San Luisito. Desde

arriba, nuestras sombras se alargaban hacia el oriente por el cauce de tierra”

(Toscana 2009: 55). Desde el puente San Luisito, la maestra Andrea empieza a

narrar de las legendarias Crónicas prusianas, relativas a hechos y leyendas que

remontan hasta el siglo XIII y a la fundación de Königsberg, y a la guerra que la

ciudad, plaza fuerte de los Caballeros Teutónicos, llevó a cabo contra los

lituanos y los polacos en 1410:

El puente Krämer, Andrea se apoyó en la baranda, el primero de los siete,

aquí está desde 1286, cuando la tierra era todavía plana y Dante todavía no

bajaba al infierno. Conecta la ciudad antigua, la Altstadt, con la Isla de

Kneiphof. Por aquellos tiempos, una partida de valientes marchó con los

caballeros teutónicos río arriba para pelear una batalla decisiva contra un

ejército pagano de oriente que venía acercándose a la ciudad (Toscana

2009: 55)

O, al contrario, los hechos narrados dan un salto hacia un futuro próximo,

en el año 1968, que es el tiempo desde el cual Gortari realmente nos cuenta su

relato mencionando a lo largo de la novela la muerte de algunos de su

protagonistas, como la de Floro, muerto por los excesos del alcohol en 1949

(Toscana 2009: 178), o la de la maestra en 1958:

Andrea habría de morir en 1958.

Al acariciarme en ese salón de clases, primero los cabellos, luego las

mejillas, le quedaban siete años de vida. Y la sensación del tacto de sus

- 127 -

manos habría de volver con precisión una tarde de 1968, cuando visité su

tumba. Sólo la sensación volvería, pues ya no pude imaginarla joven y

sñlida. […] Andrea moriría tan sola que su cuerpo sería descubierto por un

vecino que percibió el mal olor de la pequeña casa. La hallaron en su cama

con un libro sobre el pecho (Toscana 2009: 40-41)

El resultado de esta operación de manipulación temporal y de saltos

cronológicos es un tiempo mítico, que aspira a un presente eterno en el que los

hechos relatados quedan, de alguna forma, fuera de la cronología. El punto de

llegada en todas estas historias es siempre la Ciudad de Monterrey. Un proceso

circular nos hace regresar cada vez al puente de San Luisito. Después del largo

recorrido por la historia de la guerra contra los polacos en 1410, Andrea y

Gortari vuelven a la realidad, muy poco épica, de Monterrey: “El viento soplñ y

levantó una nube de polvo en el río Santa Catarina. Abajo no estaban las aguas

del Préguel, sino una cuadrilla de obreros que trabajaba con palas y picos y

maquinaria pesada” (Toscana 2009: 57). El San Luisito, un puente que, nos dice

Gortari, logra existir con dificultad, cada año se desmorona y cada año hay que

reconstruirlo (Toscana 2009: 39), tendrá la tarea de representar cada vez uno de

los siete puentes de Königsberg.

Andrea cita siempre a Gortari en el puente de Luisito que a cada ocasión

cobra el nombre de uno de los siete puentes y en su compañía empieza a

deambular por la historia de la ciudad prusiana, mientras que avanza el proceso

de identificación de Monterrey con Königsberg.

Te veo en el Grüne Brücke, decía [Andrea], el Puente Verde, a las cinco.

No tuve duda de que debía encontrarla en el mismo puente que la vez

anterior llamó el Krämer (Toscana 2009: 97).

Al día siguiente, volvió a darme un papel en la escuela, ahora me citaba en

el Holz-Bücke. Hoy veremos si tienes madera. La frase cuando viene de

una mujer, no deja opción (Toscana 2009: 110)

- 128 -

Cruzamos la Lindestrasse tomados de la mano hacia el Honig-Brücke justo

frente a la sinagoga (Toscana 2009: 114)

Vi pasar a las ochos intactas por el Schmieden-Brücke. Se detuvieron a la

mitad y se asomaron por la baranda. El Préguel acarreaba trozos de hielo

(Toscana 2009: 125)

Andrea me agarró los cabellos. Ernst, toma tu Panzerfaust y vamos al

Hohe Brücke. Allí esperaremos los bolcheviques (Toscana 2009: 182)

Durante cada parada en el multiforme puente de San Luisito, Andrea

relata una historia o una leyenda que tiene como escenario uno de los puentes

de Königsberg: en el Krämer Brücke, Andrea narra el cuento de la bella Aurora

y de la bruja Babka que remonta a los tiempos de la fundación de la ciudad

(Toscana 2009: 55-58); en el Grüne Brücke la historia de Karminia von

Wandenfels, de Butterbergstrasse número diez, a la que un desconocido, en

1812, envía regularmente cartas, a pesar de que la mujer se había suicidado seis

años antes tirándose al rio Préguel desde ese mismo puente (Toscana 2009: 99-

102); desde el Holz Brücke, la maestra y Gortari toman parte a la destrucción de

la sinagoga de Königsberg (Toscana 2009: 111-113); en una visión, Gortari

afirma reconocer a las dos monjas y las seis niñas extraviadas en el Schmiede-

Brücke (Toscana 2009: 125). En el Honig Brücke, Andrea cuenta hechos de la

guerra de los teutones contra los ejércitos polacos y lituanos e introduce la

historia de Lucas David y de la joven Nicole (Toscana 2009: 115-121), hasta

llegar a los días en que la acción principal toma lugar y los defensores de la

ciudad se atrincheran con las últimas fuerzas en el Hohe Brücke, escenario de la

ominosa leyenda de Frau Ludmila (Toscana 2009: 183-184). Se plantea aquí la

proposición de un mundo construido sobre los signos de la simultaneidad o de

la circularidad, de la fusión y complementariedad de imaginación y realidad y

por la síntesis de lo fantástico con lo verosímil.

En la novela de Toscana, la asunción de la contrafactualidad como

característica de todos los hechos, aunque inútil para reparar los desaguisados

- 129 -

de la guerra en acto en Europa, evidencia la calidad de reiterabilidad de los

acontecimientos en un continuo proceso de ida y vuelta, y termina por hacer

factible y admisible la identidad de tiempos y lugares. La atmósfera

aparentemente paradójica que domina la narración de la historia de la batalla de

Königsberg es el producto de la elección de un procedimiento mental

específico: la analogía. Giorgio Agamben, al comentar el trabajo del filósofo de

la ciencia Enzo Melandri, hace hincapié en la resistencia que la analogía opone

a la aceptación pasiva del principio de oposiciones binaria que subyace a la

lógica occidental. La analogía, según las posiciones que Melandri expuso en la

obra La linea e il circolo. Studio logico-filosofico sull’analogia (Melandri:

2004), se plantea como la posibilidad de una desviación lateral, es decir de una

alternativa a la disyuntiva a vinculante “o A o B”. Con respecto a las dicotomías

lógicas (por ejemplo universal/particular) la analogía se presenta como el

tertium datur: no es simplemente una síntesis hegeliana de las oposiciones, sino

que las convierte en

un campo di forza percorso da tensioni polari in cui, proprio come avviene

in un campo elettromagnetico, esse perdono la loro identità sostanziale.

Ma in che senso e in che modo si dà qui il terzo? Certamente non come un

termine omogeneo ai primi due, la cui identità potrebbe a sua volta essere

definita da una logica binaria. È solo dal punto di vista della dicotomia che

l‟analogo (o il paradigma) può apparire come il tertium comparationis. Il

terzo analogico si attesta attraverso la deintentificazione e la

neutralizzazione dei primi due, che diventano ora indiscernibili. (Agamben

2008: 21-22).

En la novela de Toscana, por ejemplo, desde el mismo puente al que cada

vez se confiere la identidad de obras que son parecidas a él, aunque distantes en

el tiempo y en el espacio, los lectores podemos ser espectadores de los actos

heroicos de los defensores, admirar el fuego de los bombardeos de los Lancaster

británicos y de los tanques soviéticos, apreciar la belleza de los antiguos

- 130 -

castillos teutónicos y de las aulas de la prestigiosa universidad donde Kant

formuló su sistema filosófico. Al mismo tiempo que observamos a sus

personajes emborrachándose, cortejando torpemente a mujeres en las tiendas de

abarrotes, leyendo ávidamente noticias de una guerra lejana, actuando u

organizando carnavalescas peleas de boxeo en el quiosco de la Plaza Zaragoza

de Monterrey a fin de evocar las antiguas batallas entre los germanos y los

polacos-lituanos. Todas son situaciones que podrían parecer demenciales en su

perfecto paralelismo:

Floro mandó hacer unos volantes y los repartió entre los obreros de

las fábricas. Este martes 3 de abril a las 21 horas, en el quiosco de Plaza

Zaragoza, se enfrentarán Max Schmeling y Antoni Czortek, en un duelo

pactado a quince asaltos donde se jugará el honor de las naciones germana

y polaca. Cooperación, veinte centavos.

Lasch mandó hacer unos volantes y los distribuyó en la zona

industrial de Kosse. Este martes 3 de abril a las 21 horas, en la Walter-

Simon-Platz, nuestro campeón Max Schmeling noqueará en pocos asaltos

a un boxeador polaco de nombre Antoni Czortek, honrando así a la nación

germana. Cooperación, diez peniques (Toscana 2009: 151)

Gracias a la oscilación y superimposición de escenarios, nombres y

acontecimientos, las diversas tramas se entrelazan, involucrando a los

protagonistas en una imaginaria, aunque remotamente real, guerra de los nazis

contra el Ejército Rojo en defensa de su ciudad natal, Königsberg-Monterrey.

Este nuevo espacio es el tertium datur analógico en que es imposible discernir

entre los dos espacios originarios a través de una bipartición, es decir,

distinguiendo la historia y los espacios de Königsberg de los de Monterrey, so

pena de chocarse con lo indecible de la historia y de sus contradicciones.

- 131 -

A través de la analogía, la novela Los puentes de Königsberg propone

una representación literaria de la heterotopía focaultiana18. Los puentes

epónimos no sirven para conectar orillas lejanas, sino para facilitar la

yuxtaposición en un solo lugar real de múltiples espacios y de múltiples

emplazamientos que son en sí mismos incompatibles. Además, recuerda

Foucault, las heterotopías están, la mayoría de las veces, asociadas a cortes del

tiempo; es decir que operan sobre lo que él define, simétricamente,

heterocronías. Toda heterotopía presupone y exige una heterocronía en la

medida en que el tiempo es una categoría fundamental del espacio, guardando

una relación simbiótica entre sí. En los espacios heterotópicos, pasado y futuro

se correlacionan con el presente influyéndose entre ellos, análogamente a como

sucede entre las dos ciudades Königsberg y Monterrey en la novela de Toscana.

Hay que poner de relieve que el estilo de Toscana es casi minimalista al

describir los ambientes de Monterrey (casas, teatros, parques, cantinas y

tiendas). Se limita a nombrar los espacios, de tal manera que la ciudad mexicana

sirve como palimpsesto para la definición, imaginaria, de la topografía de la

ciudad prusiana. Los nombres españoles de las calles y de las plazas se

mencionan pocas veces y la desbordante imaginación de Andrea trastorna

rápidamente la ubicación y denominación de los lugares urbanos de Monterrey

conforme a la planta de la ciudad prusiana. La superimposición de Königsberg

sobre Monterrey procede gradualmente “Avanzamos dos cuadras por Morelos,

viramos a la izquierda en Schmiedestrasse e ingresamos al patio del castillo”

(Toscana 2009: 128), hasta llegar a omitir por completo las referencias a

espacios mexicanos: “Dejamos el puente y caminamos por Lutherstrasse; luego

subimos por Mittelanger hasta Rossgärter Markt, donde convergían cinco calles.

Allí entramos en el Palast-Café” (Toscana 2009: 117-118).

Las descripciones, en cambio, se vuelven detalladas cuando se trata de

recrear espacios europeos y escenas de destrucción de la guerra:

18

Hacemos aquí referencia a las reflexiones que Michel Foucault expuso en la conferencia “De

espaces autres” dictada en el Cercle d'études architecturales el 14 de marzo de 1967 y publicada en Architecture, Mouvement, Continuité, n°5, octubre 1984: 46-49.

- 132 -

El centro de la ciudad, una aglomeración de paredes sin techo; un humo

estancado como neblina. La gente se preguntaba si había que apagar los

incendios o dejar que el enorme crematorio acabara por hacer su función.

Algunos niños revisaban cuanto papeles hallaran sin quemar por si se

trataba de boletas de racionamiento. Recorrimos Domstrasse entre

escombros para ver la catedral sin techumbre y el campanario sin su

remate. El altar semejaba un horno de pan, y ahora había que pensar que a

Cristo lo ejecutaron en la hoguera. Atrás, el edificio de la vieja universidad

tenía sus muros casi intactos, pero no había tejado ni cristales ni ventanas

de madera y el segundo piso se había desplomado sobre el primero

(Toscana 2009: 133)

Las descripciones son escasas en todo caso y no buscan proporcionar una

imagen exhaustiva del escenario de los acontecimientos. La narración de

Toscana se mantiene lejos de lo directamente reconocible. Es fragmentaria e

incoherente. Prefiere proponer imágenes que contribuyen a la atmósfera de

indeterminación predominante en la novela y que condensan acciones y

escenarios en pocas líneas. Los capítulos de la novela son breves, a veces no

exceden el párrafo. El flujo de la narración avanza por medio de descripciones

que no son articuladas explícitamente entre sí, muchas veces se reducen a

escuetas frases nominales:

Los soldados de la Wehrmacht se congregaron en Lutherstrasse y de ahí

desfilaron hacia Sacheim. En la esquina con Bärenstrasse dejaron sus

rifles, pistolas y demás armas. Formaron pilas tan altas que las mujeres se

preguntaban si de verdad ya no había nada que hacer. Los vencidos

caminaron entre un muro de rusos […].

El desfile tomó hacia el este por Tapiauer Strasse, rumbo a tierras

soviéticas. Hacia el hambre, el frío y los gulag.

Stalin los quiere.

- 133 -

La ciudad se fue quedando sin sus hombres.

La sonrisa de los soviéticos se volvía cada vez más turbia

Cientos de miles de ellos.

Pesadumbre en Königsberg

Que no llegue la noche, por favor

Pero anocheció.

Aullido de mujeres.

Llanto de niños

Alegría de los brutos.

Silencio de Lasch

Hocicos babeantes

Noche de suicidios

Nunca la ciudad gritó tanto

Los ancianos agacharon la cabeza; y no eran hombres (Toscana

2009: 196)

La narración de Toscana avanza por reticencias y omisiones. En este

sentido, la elección estética del autor obedece a la necesidad de enuclear los

hechos substrayéndolos de la gran masa del Archivo histórico. La

fragmentación y las alusiones inferenciales no son sólo una forma posmoderna

de representación de lo real, sino también una lúcida estrategia que abriendo de

par en par el texto despierta al lector y lo involucra en la actividad

interpretativa. El procedimiento analógico por medio del cual Monterrey se

sobrepone a Königberg requiere de esta indeterminación y de estas elipsis.

Una exposición de los acontecimientos que obedezca a una lógica lineal,

la cual se presupone fundada en la coherencia de los elementos, en vez de llevar

a la exhaustividad y a la exactitud de un conocimiento ofrecido al beneficiario,

quien puede de esta forma disfrutarlo pasivamente, acaba en contradicciones.

En cambio, la analogía, retomando el concepto de Melandri y Agamben, nunca

es fijada clara y unívocamente, se la puede entender dentro del conjunto del

texto sñlo “operativamente”. También, como en el caso de la prosa de Toscana,

por medio de una deliberada substracción de la información que provoque al

- 134 -

lector desorientándolo y lo lleve a obrar activamente en el texto para rellenar

sus vacíos, sus espacios blancos, evitando así una dirección predeterminada a

esta labor. La predeterminación es una característica de las construcciones

lógicas que se quieren rechazar en favor de un movimiento centrífugo que se

ajuste mejor a la estética del realismo desquiciado propuesta por el autor.

Existe una relación entre la naturaleza heterotópica y heterocrónica del

mundo de Toscana y la fragmentariedad de su narración. La forma de la

historicidad contemporánea, reducida a un flujo indeterminado de imágenes,

impide la construcción del sentido de la duración cronológica a través de una

específica relación entre presente y pasado. La falta de este sentido no nos

permite relacionarnos con la temporalidad de un acontecimiento o una imagen o

pensarlos en su contexto de producción y comprenderlos en su historicidad

distintiva, es decir en la combinación de un tiempo, lugar geográfico y ámbito

cultural específicos (Didi-Huberman, 2007: 21-52). En este peculiar régimen de

historicidad, caracterizado por el achatamiento de la temporalidad y la ruptura

de la delicada articulación en el presente entre espacio de la experiencia y el

horizonte de la expectativa, no se puede hacer una historia siguiendo

simplemente el modo de la crónica lineal, del relato cronológico. Quien quiera

escribir, y conocer, la historia debe aceptar la fragmentación del continuum

cronológico en imágenes despedazadas y aparentemente desarticuladas con

todas las omisiones que llevan consigo. En una entrevista publicada en 2002,

David Toscana ha declarado:

En México siempre ha habido interés por la historia porque tenemos

muchas, o nos cuestionamos mucho lo que somos; ¿por qué?

Cuestionamos la historia „oficial‟ y la novela tiene una capacidad para

revelar verdades que la misma historia no revela. Eso es en cuanto al

pasado. En cuanto al presente, siempre hay una necesidad de hacer algo de

crítica sobre tus tiempos. Crítica que no solamente señale cosas que te

podrán disgustar de tu realidad, sino que revele todo ese mundo que está

detrás de ti en el que está apoyado tu realidad. Una lectura siempre tiene

- 135 -

más lecturas de fondo; están las palabras que te dicen, pero están todas las

que se tienen que ir descubriendo. Creo que eso es lo que hace la literatura

interesante porque las historias que se cuentan no son tan interesantes

como las que no se cuentan y que se van descubriendo (Brescia/Bennet

2002: 360)

La relación entre las imágenes y la temporalidad se vuelve de esta forma

fundamental. Una sola imagen, afirma Didi-Huberman, reúne en sí misma

varios tiempos heterogéneos, de manera que para hacer una historia de las

imágenes hay que crear un archivo que no puede organizarse como un puro y

simple relato o crónica. Foucault había remarcado la naturaleza ambigua del

archivo, como algo construido y censurado, que no está desprovisto de vacíos y

huecos. La clasificación que fundamenta el archivo presupone en sí una

interpretación. Frente a tales condiciones, el archivo del historiador, concluye

Didi-Hubermann, lejos de ser objetivo debe ser el resultado de una forma de

montaje interpretativo. Es decir, requiere una actividad hermenéutica. Ya

Walter Benjamin puso de relieve cómo el índice histórico de las imágenes no

nos dice tan sólo su pertenencia a un tiempo bien concreto; nos dice, sobre todo,

que tan sólo en un tiempo bien concreto llegan a ser legibles. Todo presente se

concreta por las imágenes que le son sincrónicas y todo “ahora” es el “ahora” de

una concreta cognoscibilidad. Ahí, en ese ahora, la verdad aparece en tensión,

hasta estallar. Los fragmentos son, en términos benjaminianos, la dialéctica en

posición de arresto y el espacio-tiempo de Los puentes de Königsberg, un

territorio donde se da el encuentro de tiempos discontinuos y continentes

diferentes en instantes aparentemente desconectados, es el de la dialéctica

benjaminiana. Esto es decir, un espacio,

at the interstices is infused with that Benjaminian temporality of the

present which makes graphic a moment of transition, not merely the

continuum of history; it is a strange stillness that defines the present in

- 136 -

which the very writing of historical transformation becomes uncannily

visible” (Bhabha 1994: 224)

La heterotopia, nos recuerda Foucault, empieza a funcionar plenamente

cuando los hombres se encuentran en una especie de ruptura absoluta con su

tiempo tradicional, rupturas que, como hemos visto, se hacen explícitas en el

texto a través de bruscas prolepsis y analepis. En algunos de estos saltos

cronológicos, el lector encuentra a Gortari en el cementerio de la ciudad de

Monterrey. En el año 1958 el narrador visita la tumba de la maestra fallecida y

le resume los acontecimientos que tuvieron lugar en su Königsberg a

consecuencia de la derrota alemana:

Robé flores de un sepulcro contiguo y las coloqué sobre el de Andrea […]

Mandaron destruir las ruinas del castillo, le anuncié, lo llenaron con cargas

de dinamita. Hace trece años que se dio la victoria soviética, ya expulsaron

el último de los germanos. […]

Los soviéticos se habían reunido en torno al castillo igual que en un

espectáculo ecuestre de cosacos. Llevaron a las familias a escuchar las

veintiuna detonaciones y ver cómo se desplomaban los muros que habían

resistido siglos y guerras. (Toscana 2009: 233)

El cementerio constituye otro lugar altamente heterotópico. En él se

manifiesta esa extraña heterocronía que es, para un individuo, la pérdida de la

vida y la entrada en una cuasi eternidad, donde no deja de disolverse y de

borrarse. La novela se abre con la mención de la historia de las seis niñas

muertas en una atmósfera onírica en que el tiempo queda suspendido. Es la

temporalidad de la muerte, que sirve para preparar el tiempo heterogéneo de la

narraciñn: “Se alza una voz de niða. Está cantando. Es una voz suave que no

muestra ni alegría ni tristeza, pero sí la violencia de quien quiere que el alma

estalle. No canta palabras, sino un gemido melodioso” (Toscana 2009: 11). El

tiempo heterocrónico por excelencia es el tiempo anterior a la muerte, que

favorece tanto a la rememoración, como así también a la mutua penetración de

- 137 -

los tiempos, “el momento emblemático del Aleph de Borges, en que los tiempos

se encuentran desfilando frente a la memoria” (Borsò 2006: 62). Las últimas

páginas de la novela se cierran con la enésima reconstrucción de la desaparición

y muerte de las seis niñas y de las dos monjas que las acompañaban. Otra vez

los tiempos, los lugares y los personajes viven en la atmósfera suspendida que

la muerte garantiza:

El autobús es una pieza de chatarra; rechina echa humo blanco por el

motor y negro por el mofle, tiene abolladuras y rotos algunos cristales.

[…] No son madres, son hijas.

Que un día salieron de casa para no volver.

Por tortillas o al cine o a la escuela.

Son niñas muertas.

Con uniforme y calcetas blancas.

Cantan y beben y celebrán que un día alguien se las robó.

[…] Y el polaco sigue siendo el conductor.

[…] Huyen de Königsberg y su vehículo danza sobre el hielo de la

Frishes Haff sin que ningún avión soviético lo detecte. Nunca sus ruedas

pisan una mina. Jamás se enfrentan a la artillería enemiga.

Junto a la carretera, el Ejército Rojo les ondea un adiós.

[El polaco] ahora conduce una nave sideral.

Recorre el universo.

Lleva a las niñas perdidas.

A la más bonitas.

Adonde nunca nadie las va a encontrar. (Toscana 2009: 241-242)

4.3 El afán por historiar

En cada encuentro con el estudiante Gortari en el Puente San Luisito, la maestra

Andrea cuenta un episodio histórico o legendario del pasado de Königsberg. La

- 138 -

tarea de Andrea es la de “narrativizar” (narrativize) (White 1981: 1-23) los

hechos históricos, es decir impone a la realidad la forma de un relato que

presenta caracteres diferentes de la mera secuencia cronológica. La experiencia

de la vida no tiene necesariamente la forma de ese tipo de cuento, a menos que

le otorguermos esta forma leyendo nuestra vida como el objeto de historias. Si,

como afirma el filñsofo de la historia Louis Mink, “narrative form in history, as

in fiction, is an artifice, the product of individual imagination” (Mink 1978:

145), es posibile admitir que

The significance of the past is determinate only by virtue of our own

disciplined imagination. Insofar as the significance of past occurrences is

understandable only as they are locatable in the ensemble of

interrelationships that can be grasped only in the construction of narrative

form, it is we who make the past determinate in that respect. If the past is

not an untold story but can be made intelligible only as the subject of

stories we tell, it is our responsibility to get on with it. (Mink 1978: 148)

De esta forma la narración histórica revela un mundo en que la realidad

adquiere un significado, cuya integridad y plenitud sólo podemos imaginar,

pero nunca comprobar. La narrativización obrada por la escritura histórica, por

lo tanto, surgiría de un impulso psicológico que obedece a nuestro afán por ver

el mundo explicado con la cohesión propia de un relato. Frente a la inminente

destrucción de la ciudad, la maestra se esmera por construir y transmitir a

Gortari un archivo memorial de Königsberg que sea comparable con la obra de

historiografía conocida como Crónicas prusianas. En el siglo XVI, el duque

Alberto de Prusia le pidió al historiador Lucas David que escribiera la historia

de Königsberg a partir de su fundación. El historiador no logró completar la

obra y el último tomo que llegó a redactar antes de morir termina en el año

1410, con el relato de los eventos que preceden la Batalla de Grunwald (15 de

julio 1410). Ésta terminó con la derrota de la armada teutona liderada por Ulrich

von Jungingen contra las fuerzas de Ladislao Jaguelón, el rey de Polonia y de

- 139 -

Vitautas el Grande, Duque de Lituania, y marcó la caída de la ciudad de

Königsberg.

Bajo la noche tinta por el fuego de la sinagoga, recargada en la baranda de

Honig-Brücke, Andrea comenzó a narrar. Allá por el siglo XVI la ciudad

tenía algunos trescientos años acumulando historia, y sin embargo nadie la

había descrito con celo y verdad. Los eventos podía perderse en la

desmemoria, los documentos en un incendio y la evidencia en las

leyendas. El duque Alberto […] decidiñ que era hora de abrillantar los

cerebros de la gente y recompilar la verdadera historia del pueblo

prusiano, alejarla de tanta falsedad, ignorancia y complacencia [...] y

reclutó al más sabio de los historiadores a la mano, un tal Lucas David.

Dame la verdad, exigió el duque, y quiero que la verdad sea grandiosa

(Toscana 2009: 115)

Para llevar a cabo sus crónicas y aclarar las circunstancias que llevaron a

la derrota de Königsberg, Lucas David “recorriñ Prusia entera y parte del Reino

de Polonia, consultó cientos de documentos en conventos castillos y palacios y

en la propia universidad de Königsberg, sin encontrar algo que desmintiera los

hechos. […] se encerrñ días y noches durante aðos entre libros y documentos en

su recinto en la universidad” (Toscana 2009: 116).

Redimir la verdad, objetivo tanto de Lucas David como de la pareja

compuesta por Andrea y Gortari, en el universo de Toscana, significa sobre

todo redimir la invención. Para hacer eso, Andrea recurre a la leyenda que tiene

como protagonista a una mujer de nombre Nicole. Una tarde oscura del invierno

nórdico, cuenta Andrea, Lucas David asomado a la ventana, se detiene mirando

una muchacha cruzando el Holz-Brücke. Es una joven de unos 23 años. Su

relación con el anciano historiador tiene que ver sólo con los libros. Él los

extrae clandestinamente de la biblioteca y ella se los lleva a casa escondidos en

un saco (116). La redacción de las Crónicas contada por Andrea es también el

- 140 -

cuento de cómo la historia se debe y se puede cambiar a través de la

imaginación:

En estas fechas, Lucas David tenía ochenta años y cada vez que tosía por

las noches comprendía que las crónicas se le iban de las manos, y cada

ocasión que su pluma llegaba de nuevo al 15 de julio de 1410, los

teutónicos volvían a ser derrotados, y su líder, Ulrich von Jungingen, era

nuevamente traspasado por las lanzas enemigas de burdo hierro oxidado.

Lucas David sólo podía cambiar el número de las hordas enemigas y acaso

probar algunos sinónimos. Una vez cambió cincuenta mil por dos

millones. Otra vez cambiñ bizarro por valeroso. […] Lucas David pensñ

en Nicole, en su silueta cruzando el Holz-Brücke, y supo que la crónica

debía cambiar no en algún detalle o precisión, sino de raíz (Toscana 2009:

117)

Unos años más tarde, sigue contando Andrea, algunos académicos de la

universidad de Königsberg, hurgaron en los papeles del historiador difunto y

encontraron las Crónicas prusianas. Alabaron la buena escritura y la fidelidad a

los documentos: “Era una obra maestra de historiografía moderna y los

académicos no pudieron sino sentirse orgulloso de haber tenido Lucas David

ente sus colegas” (Toscana 2009: 118). Hasta que llegaron a los capítulos

relativos al año 1410. Ante la inminencia de la muerte, el historiador Lucas

David decidió, por razones desconocidas, alterar deliberadamente la historia de

la guerra de los Caballeros Teutones de Königsberg contra los lituanos y los

polacos: en vez de la historia de la batalla de Grunwald, los académicos

hallaron el relato de una mujer de nombre Nicole que, con una lanza y sin

armadura, reta un campeón del ejército adversario en un duelo para decidir

singularmente la suerte de la ciudad. “Delirios de ancianos”, dijeron los

académicos y, concluye Andrea, “echaron las Crónicas prusianas en un arcón y

ahí quedarían durante muchos aðos” (Toscana 2009: 119).

En la novela Los puentes de Königsberg, nos encontramos frente a una

manipulación descarada del pasado y a un juego temerario con la historia.

- 141 -

Como afirma Noé Jitrik, en la nueva novela histórica, "la verdad puede ser más

plena por la intervención de la mentira, o más densa; en cambio, la verdad que

no pasa por esa prueba puede aparecer como más superficial, o fragmentaria, o

sin fundamento" (Jitrik 1986: 18). La topografía alterada de la ciudad de

Monterrey, la atmósfera de imprecisión y la temporalidad suspendida tienen la

función de permitir la narración de la historia en su oscilar entre leyenda y

relato documentado, disfrutando al mismo tiempo de distintas temporalidades.

En Los Puentes de Königsberg no hay solución de continuidad entre los

distintos niveles del relato: las leyendas populares, las invenciones de Toscana y

el relato histórico supuestamente verídico y documentado se presentan en el

mismo plano. En el año 1583, sigue la narración de Andrea, el año de la muerte

de Lucas David, la joven Nicole cruza el Holz-Brücke con un libro bajo el

brazo. Cuatro borrachos, que en la alucinación del alcohol declaran ser nada

menos que el rey Ladislao Jaguelón y el Duque Vitautas el Grande, la detienen,

la violan y la asesinan:

Nicole murió en 1583, a manos de gente que creyó matarla en 1410, ahí

sobre un puente que hoy no es de madera sino levadizo de hierro […] y de

aquel puente viejo sólo sobrevivió una placa con un texto tomado de las

crónicas de Lucas David: Nicole se mantuvo firme y valiente en el Holz-

Brücke, y los polacos y lituanos hubieron de volver a sus casas y

Königsberg se salvó y fue grande y Ulrich von Jungingen la desposó y la

hizo su mujer ese mismo día del señor del 15 de julio de 1410 (Toscana

2009: 120).

Los puentes de Königsberg manifiesta la voluntad de encerrar en un lugar

todos los tiempos, todas las épocas y todas las formas. En la base de la novela

está la idea de constituir un lugar de todos los tiempos que esté fuera del

tiempo, e inaccesible a su mordida, el proyecto de organizar así una suerte de

acumulación perpetua e indefinida de los tiempos, en un lugar aparentemente

inamovible en que todo lo ilógico es posible y frente al cual el lector debe

- 142 -

apelarse a una suspensión de la credulidad más radical que nunca. Escribe

Vittoria Borsó:

Lo heterogéneo de la historia fue relacionado por Kant con lo „sublime‟ en

el sentido de que deja fallecer la razón. Tomando en cuenta lo sublime de

la historia, las novelas finiseculares inventan „espacios híbridos‟ que

descomponen las formas de las narraciones históricas basadas en los

territorios definidos a través de oposiciones de identidad y alteridad.

(Borsò, 2006: 62)

La característica que acomuna a los personajes de esta novela, todos

cargando una lógica personal definitivamente fuera del común, es la necesidad

de inventar historias para ellos mismos e identificarse en ellas, actuando como

autores, directores de teatro y actores de estas dramatizaciones, librándose así

de la situación marginal de la realidad geográfica, cultural y social a la que

pertenecen. En suma, Toscana parece decir que las identidades, tanto de

individuos como de colectividades, son de naturaleza narrativa. Podemos hacer

aquí referencia al concepto ricoeriano de identidad narrativa, es decir de la

aprehensión de la vida en forma de relato y a las consecuencias éticas de este

proceso, concepto que el pensador francés introdujo al final de su obra Temps et

récit y que profundizará en su trabajo Soi-même comme un autre. La literatura,

afirmó el filósofo francés, permite la experiencia humana del tiempo. La

identidad narrativa que se origina del círculo hermenéutico de la lectura se

desenvuelve conforme a la estructura temporal dinámica que surge de la

composición propia de la intriga del relato. Es por eso que el sujeto de la acción

aparece como el lector y el escritor de su propia vida. El actor -en el doble

sentido de agente y de intérprete- actúa en el mundo y en el marco de un

contexto dado, pero al mismo tiempo, el sentido de su propia acción sólo le es

accesible a través de la lectura de su historia. Es posible ver aquí el aspecto

circular, a la vez pasivo y activo, de esta comprensión. En el mismo acto que

uno se comprende a sí mismo a través de la narración, se construye. De esta

- 143 -

forma, la mediación narrativa, sin dispersarse en una sucesión incoherente de

acontecimientos, permite, a su vez, que sea posible reescribir a lo largo de la

vida diferentes tramas de una existencia (Ricœur: 1990).

Toscana, escribe Nora Guzmán, contextualiza a sus personajes en un

Monterrey cuyo decorado no garantiza el éxito. No hay muchas alternativas

para el ciudadano común, que así se pierde en una existencia sin sentido en

cantinas sucias y en escenarios de degradación humana (Guzmán 2006: 220).

Conscientes de que su condición –por ser mexicanos- habría de ser “inferior” a

cualquier otra, los personajes se lanzan al juego colectivo de la imaginación que

les permite, quijotescamente, actuar con una ética que su rol anterior les

prohíbe. La historia mexicana, nota Geney Beltrán Félix, se muestra a menudo

como una historia farsesca, de opereta, que engendra una sensación de

compartido ridículo por la ausencia de héroes y la abundancia de pícaros y

presidentes de uñas largas, que al final de la tragedia de la guerra en Europa dan

discursos sñlo “para no quedarse callados”: “Esto habría dado origen a la

reflexión mexicanista de las novelas de Toscana, en las que Lo Falso de Nuestra

Historia da pie a un esfuerzo por reescribirla” (Beltrán Félix 2009: 79).

4.4 El gran teatro de la historia

En Los puentes de Königsberg, la emancipación cultural se da por medio de la

invención y de la puesta en escena dramática de esta invención. El tema del

teatro, constante en toda la narración, explicita la idea que subyace a la novela:

la posibilidad que se suceda, sobre el rectángulo de un escenario, toda una serie

de lugares que son extraños los unos a los otros y que los protagonistas puedan

deambular ficticiamente por los distintos espacios y las distintas temporalidades

sin problema alguno. Las historias que se ponen en escena conservan y

reivindican los aspectos irrazonables y contradictorios de la realidad.

- 144 -

La especificidad del teatro, escribe Osolsobe, consiste en la posibilidad de

representar su propio objeto, en este caso la comunicación humana, justamente

por medio de la comunicación humana misma: en el teatro la comunicación

entre los personajes está representada a través de la comunicación de los actores

(Osolsobe 1980: 427). En su performatividad, el teatro se convierte así en el arte

y el prototipo de toda actividad de comunicaciñn. “El teatro” dice Floro a

comienzos de la novela,

más que de palabras, está hecho de lenguaje corporal. […] El teatro tiene

sus tiempo; uno no ha de andar ni muy lento ni muy rápido, el modo de

caminar debe ser elocuente, la manera de acomodar el cuerpo, si se va

erguido o encorvado, el vaivén de los brazos, la tensión de los músculos, la

expresiñn del rostro, el ancho de la zancada […] No puedo ser un cartero

que anda por allí, he de ser el cartero, la carta, debo ser la tensión, angustia

y alegría de los espectadores (Toscana 2009: 21)

El problema de la comunicación del conocimiento histórico, es decir de su

enunciación, se presenta enseguida como performance actoral. Junto a Andrea,

el más singular de los protagonistas es el borracho Floro, un actor aficionado

que mezcla diversas tramas y personajes durante las representaciones en que

actúa como figurante y que por esto está regularmente echado del escenario.

Como en el caso de la pieza Carta para Lady Waller, en que tiene que figurar

como cartero y pronunciar una sola línea. Sin embargo, negándose a semejante

limitación, empieza a declamar un monólogo de El rey lombardo (Toscana

2009: 66-67). De una conversación entre Gortari y el director de El porvenir se

aprende, a comienzos de la novela que Floro tuvo una larga y exitosa carrera

como actor profesional al lado de aquella Rebeca Doissant que ahora interpreta

Lady Waller, hasta que su estrella fue decayendo por causa del alcohol

(Toscana 2009: 52). Floro reivindica ese talento para el histrionismo, como

cuando declara poder ser en el mismo tiempo “rey y cartero y bachiller y

donjuán y amante celoso y estrangulador de prostitutas y alcalde de Zalamea y

- 145 -

muchas cosas más” (Toscana 2009: 139). No respetar el papel que le ha sido

asignado le parece ser no sólo un derecho sino una necesidad:

el teatro acabará por morir si los carteros entregan cartas y los reyes

gobiernan y los enamorados se enamoran y los guerreros pelean y las

mujeres sueñan. Yo le di al teatro un cartero con corona y un rey que

entrega cartas (Toscana 2009: 80).

La devoción de Floro al teatro es total. Hasta en su tumba no aparece su

nombre, sino el de los diferentes personajes que logró interpretar en vida:

En su lápida no aparece su nombre; tiene otro epitafio.

Aquí yacen el bachiller de Salamanca, Macbeth, Pedro Crespo, el rey

lombardo, el amante disoluto, Tartufo, el tío Vania, el caballero de

Olmedo, Boris Godunovm el conde de Egmont el príncipe enamorado,

Ricardo III, Cassio, el cardenal Monteri, Podkolesin, Bruto, Torvald

Helmer, el duque de Alba, Edipo, Karl Moor, el general Otto Lasch y un

cartero sin importancia (Toscana 2009: 178-179)

La misma Königsberg arrasada por los bombardeos se vuelve, hacia el

final de la novela, escenario de una obra teatral, Butterbergstrasse número diez,

cuyo protagonista es invariablemente el proteiforme Floro que en esta ocasión

trae puesta una bata de baño que es gabardina de general y en una

adaptación del pasado fue el capote de un empleadillo de San Petersburgo;

lleva también corona de ocho puntas, antorcha de bachiller y un morral

con las cartas para Aurora y Lady Waller (Toscana 2009: 217).

Ataviado de esta forma, Floro dará un largo recorrido por las calles de la

ciudad de Königsberg cubiertas de escombros, poniendo en escena, en medio de

los edificios destrozados por los bombardeos, lo que a primera vista parece un

largo delirio directo al “querido público muerto”, en el cual es a su vez el

- 146 -

general Lasch, el rey lombardo y el cartero de lady Waller para acabar

finalmente en el Blutgericht con sus amigos borrachos y Andrea y Gortari: “los

cinco se abrazan y alguno de ellos enreda la cabellera de otro. ¿Ahora qué

sigue? ¿Alguien tiene por ahí un libreto?” (Toscana 2009: 217-222).

En la mente de los protagonistas la coincidencia entre realidad e

imaginación es completa. En nombre de la intercambiabilidad de los personajes,

de los lugares y de los que actúan, están convencidos de que tienen la capacidad

y la libertad de intervenir y modificar el curso de los eventos ficticios en una

obra teatral: “Lady Waller no recibiñ su carta, así es que a esta hora debe

haberse envenenado” (Toscana 2009: 68). De la misma forma están

convencidos de que las acciones que representan en el escenario de Königsberg-

Monterrey pueden ser cruciales en la defensa militar de la ciudad contra la

invasión rusa. El actor es intérprete y enunciador de un texto o de una acción.

Sin embargo, al mismo tiempo, es alguien que está significado por el texto, en

tanto es el resultado de una metódica e integral construcción a partir de una

lectura dada y que, de la misma forma, gracias a sus capacidades, a cada

interpretación logra otorgar un significado diferente al texto mismo (Pavis

1998: 51). Así, aunque Floro es el único que ensaya el papel de un actor “real”,

los demás compañeros del grupo que se reúnen en la cantina Lontananza se van

integrando al oficio también llegan a desempeñar papeles importantes en la

guerra emprendida contra el Ejército Rojo desde la ciudad de Monterrey, cada

uno actuando como personaje de una representación dramática. Floro, Blasco, el

Polaco, Andrea y Gortari, inmersos en su propia realidad, preparan la defensa

de Königsberg. Gortari asume la identidad del soldado Ernst Tiburzy, el Polaco

se convertirá en el boxeador judío Antoni Czortek luchando en el ring de

Königsberg-Monterrey contra un contrincante alemán, mientras que Floro hace

lo propio del actor con la identidad del general Otto Lasch, ambos a las órdenes

del Führer. La investidura, otra vez, está a cargo de Andrea:

Ella se sentó frente a la mesa y le dio a Floro una bofetada. General

Otto Lasch, los bolcheviques han sitiado la ciudad. Aquí nuestro

- 147 -

amigo Tiburzy del Volkssturm pudo destruir cinco tanques

soviéticos, aunque eso es una insignificante fracción del armamento

del enemigo. Se corre el rumor de que vienen por cientos de miles,

que Stalin quiere hacernos trizas porque somos el símbolo de la

grandeza prusiana. General Lasch, ¿qué vamos a hacer? (Toscana

2009: 138-139)

A través del ejercicio de modificar e inventar por sí mismos sus historias,

los personajes crean otras muy distintas, y no sólo eso, sino también las

representan en el escenario en su ciudad. Estas escenas pueden tener lugar tanto

la zanja para tubería excavada en la plaza donde los tres borrachos se

encuentran y que su trastornada imaginación convierte temprano en una

trinchera militar, sea el escenario real del teatro de la ciudad de Monterrey

donde se estrena la obra Carta para Lady Waller, como también en el quiosco

del parque donde Floro dará sus últimas actuaciones para las familias que

pasean los domingos por el parque:

Sobre el quiosco, Floro camina en círculos, con las manos en la espalda y

la cabeza agachada; así camina quien quiere mostrar indecisión. Se detiene

y alza la mirada. En la plaza, los paseantes van y vienen. Unas cuantas

personas se hallan inmóviles en torno al quiosco, en silencio expectante:

su público. Es domingo, el mejor día para actuar, pues la gente sale a la

calle con algunas monedas.

¡El cardenal!, grita uno de los asiduos.

El amante desquiciado, solicita una mujer.

El borracho empedernido, pide un borracho (Toscana 2009: 189)

La reconstrucción y la puesta en escena de la historia de las seis niñas

muertas – tomada de una noticia de crónica de pocos años antes- dan a Floro,

Blasco y el Polaco la posibilidad de ejercer al máximo grado la libertad de

inventar y de comunicar los acontecimientos pasados en un acto, el teatral, que

- 148 -

es intrínsecamente presente. “Soy el director y escritor, soy los actores. Se hace

lo que yo digo. Si quiero cantar, se canta” (Toscana 2009: 48) declara Floro a

sus compañeros, repartiendo los papeles: las niñas serán interpretadas por

botellas de diferentes licores, el Polaco actuará como chofer, Blasco y Floro

como los empistolados que secuestran el bus y sus pasajeros para conducirlos a

la Presa de la Boca (Toscana 2009: 47-50).

Introduciendo con tanta prepotencia el elemento teatral, Toscana pone de

relieve no sólo la naturaleza ficcional de la narración historiográfica, sino

también la necesidad, para conocer y comunicar un acontecimiento pasado, de

tener en cuenta la dimensión totalizadora del presente. El “tiempo teatral”,

señala Pavis, es un tiempo presente continuo. En él se funden el hic et nunc del

tiempo escénico, es decir el tiempo évènementiel de la representación a la que

asiste el espectador en su propio contexto temporal, y la ilusión del tiempo

dramático, que hace creer que algo ha pasado o está pasando o pasará en el

mundo posible, “el mundo prodigioso” (Toscana 2009: 25), de la ficción. Y sólo

a través la actuación, que esla inserción del hombre en el ahora, diría

Benveniste, es posible la representación teatral (Pavis 1998: 476-484). Al

ensayar repetidas veces el secuestro, cambiando los escenarios y las

circunstancias, investigando personalmente los lugares de los hechos (la escuela

que las niñas frecuentaban y las calles a sus alrededores) y hasta involucrando

en estas representaciones cuatro madres angustiadas y un verdadero bus escolar,

los tres borrachos ponen en escena un ritual que al ser repetido se vuelve

terapéutico (Toscana 2009: 152-157).

La multiplicidad connatural a la puesta en escena teatral, con sus distintas

instancias narrativas e interferencias temporales, afecta al tiempo de la novela

entendido como presente histórico de la narración, permitiendo subrayar los

distintos puntos de vistas temporales: pasado presente y futuro conviven en

discurso caracterizado por anacronismos deliberados en los cuales el pasado y el

futuro tienen la posibilidad de habitar el presente. El objeto de la reflexión

metahistoriográfica de la novela Los puentes de Königsberg es la crítica, común

- 149 -

a la mayor parte de la ficción histórica reciente, a la historiografía como relato

unívoco que reduce la pluralidad y lo indefinido de las historias a unas

narraciones delimitadas. La historia siempre se desvía en varias historias,

imaginarias o reales, verosímiles o increíbles, que la vuelven infinita, como

llega a sugerir la maestra Andrea al referirse a la Crónicas prusianas: “Pero no

hay historia completa y ninguna historia termina. La de Lucas David no terminó

cuando lo hallaron muerto entre el montón de papeles que formaban su

manuscrito” (Toscana 2009: 117). La dramatización de la historia ejerce la

capacidad de abolir el tiempo monumental y cronológico para restablecer, a

través de la multiplicidad de las posibilidades narrativas, la eventualidad de que

cada “verdad” histñrica enunciada por cada una de la instancias de la narración

pueda estar transmitida simultáneamente a las demás.

La imposibilidad de resolver, científica o empíricamente, el problema de

los siete puentes parece sugerir que tampoco el problema de la escritura y la

narración de la historia pueda pretender una soluciñn aristotélicamente “lñgica”,

por causa de la Grundaporie específica de pensamiento histñrico: “il quale deve

render ragione dell‟individuale, pur sapendo di non poterlo mai identificare,

dato che non è „presente‟” (Melandri 2004: 40). En Los puentes de Königsberg

la escritura de la historia puede ser sólo el desvarío de mentes alteradas que,

recorriendo distintos planos espaciales y temporales, proceden a través de

desviaciones analógicas, acercando lo que queda lejos y volviendo presente lo

que es pretérito:

Me acercaron un vaso […] Sentí alegría y tristeza al mismo tiempo y

descubrí que al igual que Blasco y el polaco podía pasarme largo rato

observando la pared, esa pared que antes me parecía blanca y grasosa, y

ahora era un enorme papel en blanco e igualmente grasoso, sobre el que

uno podía escribir cualquier frase. Y escribí que Nicole había tomado su

espada y esperó con paciencia a que el ejército lituano y polaco enviara al

más valiente de sus guerreros. Pero así, bebido, no recordaba el nombre de

los reyes o príncipes o lo que fueran. […]

- 150 -

La mejor frase en esa pared decía: Corre el río, corren los lituanos y la

sangre.

Nada especial.

Y sin embargo me parecía el mejor texto jamás escrito, porque era la

historia de una ciudad que se salvaba.

Esa noche podía ser Lucas David.

Y si seguía bebiendo, podía ser Kant.

Y con un trago más, me volvería el más valeroso de los soldados (Toscana

2009: 145-146)

La historia, entonces, ya no es investigación, sino pura invención llevada a

cabo en los territorios liminales de la borrachera, de la insania y finalmente de

la muerte. Nos advierte el narrador Gortari, cuya hermana Marisol se había

extraviado hacía unos aðos: cada „pesquisa‟, cada indagaciñn que se hace de

algo para averiguar la realidad de algo o sus circunstancias, es un recurso inútil

y desesperado (Toscana 2009: 26). Es lo que les ocurre a estos personajes,

quienes, desde la sinrazón, encuentran varias historias para interpretarlas a lo

largo de su vida, y no dejan de hacerlo ni siquiera cuando se topan con su propia

muerte:

Immanuel Kant murió en 1804 y aún continuamos pensando con su

cabeza. La tumba de Kant. La tumba de Gortari. La tumba de Andrea. La

de Floro. La de Tiburzy. Cientos de miles de tumbas. Dicen que

Königsberg y no es Königsberg […] El acertijo que Euler resolvió en

papel, ahora lo despejaron con dinamita (Toscana 2009: 211)

Los personajes de Toscana, sigue Beltrán Félix, se apropian de una

historia ajena -la de Königsberg y de sus siete puentes, la de las seis niñas, la

del cartero de Lady Waller- poniéndose en el centro de un proceso de relación y

negociación entre identidad y alteridad que se lleva a cabo en un espacio

desterritorializado, un espacio otro, caracterizado por un presente dinámico que

condensa en si todos los tiempos. Los hechos sucedieron antes y en otro sitio; lo

- 151 -

que se cuenta ahora es su repetición paródica: una performance con utilería

desvencijada. Los protagonistas desquiciados de Los puentes de Königsberg

“experimentan vergüenza de su Monterrey filisteo y sin-historia y, apropiándose

de la tragedia coeva de la prusiana Königsberg dan cumplimiento a su

aspiración de víctimas: en su documentada locura, Königsberg no es real pero sí

necesaria” (Beltrán Félix 2009: 79). El desquiciamiento, en este caso la

asunción continuada de otra identidad– se vuelve el rasgo de caracteres que sin

este escapismo “se verían exentos de robustos porqués en su existencia. Es la

obtención (o no sé si el rescate) de un devenir alterno, tal vez no auténtico pero

sí más satisfactorio” (Beltrán Félix 2009: 79).

La ambición de Andrea y Gortari es completar las Crónicas prusianas,

escribiendo, e inventando, los capítulos que faltan, hasta llegar a los últimos

años de la Segunda Guerra Mundial. El objetivo es el mismo: rescatar la historia

de la ciudad y hacerla relucir como una “verdad radiosa”. Para hacer eso, el

historiador Lucas David se hizo culpable de una violenta traición de los

verdaderos contenidos de la historia, al inventar el cuento de la solitaria heroína

Nicole que enfrenta los mejores caballeros de las armadas adversarias. De la

misma manera, Andrea y Gortari han llevado a cabo la tarea de rescatar las

Crónicas prusianas del olvido y terminarlas tratando de salvar la ciudad de

Königsberg de la ignominia de la derrota, obedeciendo de este modo al mandato

del Duque Alberto, sólo el espacio heterocrónico del cementerio, que es él de la

invención y de la muerte. Frente a la tumba de su maestra, el estudiante Gortari

le susurra:

soy Lucas David. Acabo de terminar la misión de mi vida. Esta mañana

puse punto final a las Crónicas prusianas, y de acuerdo con los deseos del

duque Alberto, muestran la grandeza de nuestro pueblo. Königsberg fue

sitiada durante meses por los ejércitos bolcheviques al mando del general

Vasilesvski. Habíamos perdido la esperanza, el general Lasch estaba a

punto de darse por vencido, cuando alguien invocó tu nombre. Y eso bastó

para que todos nos impregnáramos de aquel impulso heroico que le dio

- 152 -

gloria a nuestras armas en 1410. Ellos cantaban su Katiusha, su Kalinka;

nosotros entonamos el himno teutón, en cómo resucitamos cinco siglos

antes y en cómo podíamos resucitar ese 9 de abril 1945.

El general Lasch se había retirado a emborracharse en el Blutgericht, pero

Ernst Tiburzy convocó en Paradeplatz a miles de voluntarios y salimos a

romper las filas soviéticas […]

Königsberg invencible. Königsberg viva y nuestra. Esa es la historia,

ninguna otra; y punto final y la firma de Lucas David (Toscana 2009: 233-

234)

Por eso no puede sorprender el desdén y la frustración con que un

narrador, probablemente el mismo Gortari, hacia el final de la obra, cuando la

guerra en Europa ya ha terminado y la imaginaria Königsberg de los

protagonistas, convertida en Kaliningrado, ya no existe, cuando sus calles ya

tienen nombres rusos, nos da cuenta de la imposibilidad de cambiar la historia

de su ciudad y, en general, de convertir la historia de México, la que conocemos

nosotros los lectores, una historia periférica y chabacana, en algo trascendente

Ahí está Monterrey, sigue donde estaba hace muchos años, con el mismo

nombre y el mismo idioma y el mismo puente. ¿Y para qué? ¿Para

engendrar obreros? ¿Humo en las chimeneas? ¿Por qué Monterrey habría

de vivir y Königsberg tenía que morir? ¿De qué sirven seis chiquillas y

tres borrachos y un río que no lleva agua? Allí está Monterrey, pequeña,

insignificante aunque su población se multiplique (Toscana 2009: 226)

Lo que importa es, al fin y al cabo, inventar y contar: “el episodio allí

está, existe y tiene más fuerza que todos los vivos y muertos de Grunwald

porque hubo quien lo imaginó y quien lo escribió. Las masas nunca cambian la

historia; eso es tarea de un hombre sñlo” (Toscana 2009: 121). Las continuas

puestas en escena del relato de las niñas por parte de los tres borrachos señalan

la posibilidad para los individuos de multiplicar los “centros” desde los cuales

es posible narrar la historia, proponiendo versiones alternativas al monologismo

- 153 -

del discurso histórico. Desde el presente insatisfactorio, el mundo violento del

norte de México, periferia de la periferia, marcado por una crisis permanente de

valores e identidades –pensemos en la actualidad de los asesinatos y

desapariciones de mujeres en Ciudad Juárez- la invención otorga a los

protagonistas de la novela la autoridad y la legitimidad de disentir con las

previas representaciones del pasado.

De esta forma también pueden sobrepasar el anonimato de su presente.

Al asumir nuevas identidades y al apropiarse de una historia ajena que cuenta

con pasajes de valentía y ardor ideal, los patéticos personajes regiomontanos se

reivindican y sus vidas grises y prosaicas se vuelven merecedoras de

mencionarse en los libros de historia.

- 154 -

V Conclusiones

La Storia, come la locomotiva,

è un’invenzione dell’Ottocento

Alberto Moravia

La investigación que se ha conducido en este trabajo ha enfocado en el estatuto

del discurso y en la natura del texto de tres novelas que, si por un lado están

fundamentadas en lo fáctico del pasado, por el otro no pueden caber en el canon

de la novela histórica tradicional. El objetivo ha sido poner de relieve, por

medio del análisis de las estrategias temáticas y de la observación de las

estructuras narratológicas y de los idiolectos estilísticos, el alcance

epistemológico de esta obras narrativas en el marco de las reflexiones actuales

sobre las problemáticas de la relación con el pasado. Hemos hecho hincapié

sobretodo en la problemática de la escritura y reescritura de la historia.

El análisis de las tres novelas ha permitido relevar cómo, hasta en la

escritura de ficción, la modalidad dominante en la relación con lo histórico,

tanto personal como colectivo, depende de la dimensión y de las peculiaridades

del presente. En el régimen de historicidad en que vivimos, el pasado se inclina

a sedimentarse en estructuras semi-cristalizadas. En tal sentido, la “presencia

pretérita” de hechos histñricos bosqueja los contornos de un “presente

paradñjico, un presente que no deja de exhumar y „redescubrir‟ el pasado”

(Lipovetsky 2006: 90). Esta dimensión de la temporalidad se caracteriza por la

inestable coexistencia entre el impulso hacia la reconstrucción crítica del pasado

–en particular de la relación dinámica entre documentos, memoria e historia- y

la pretensión de una recuperación integral de la memoria, que se convierte en la

única evidencia sobre la cual construir el discurso histórico. La persistencia del

pasado en el presente, que deja lo pretérito aflorar a la superficie de nuestra

percepciñn convirtiéndolo todo en algo “inminente”, se manifiesta, por ejemplo,

bajo la forma del tiempo suspendido y ondulatorio de la locura, o en la renacida

- 155 -

urgencia de un hecho de crónica que despierta la memoria de los distintos

testimonios, o en fin en la intrínseca irrepetibilidad de una performance teatral.

En las tres novelas que se han escogido, la historiografía y la literatura

de ficción comparten también una arquitectura ideal, expresión del proceso que

los historiadores llaman “monumentalizaciñn del pasado”. Dicha arquitectura es

la del Archivo. La obsesión contemporánea por la memoria puede ser la

contracara del pánico ancestral al olvido. La meta de esta compulsión por

archivar y categorizarlo todo parece ser una forma de “recuerdo total” que

conlleva el riesgo de una museificación del mundo. Andreas Huyssen se

pregunta:

¿Es la fantasía de un encargado de archivo llevada al grado de delirio? ¿o

acaso hay otro elemento en juego en ese deseo de traer todos estos

diversos pasados hacia el presente? ¿Un elemento específico de la

estructuración de la memoria y de la temporalidad en nuestros días que no

se experimentaba de la misma manera en épocas pasadas? (Huyssen 2002:

20)

En la ficción literaria, el Archivo, tal como lo define González

Echevarría, tiene características positivas. No se debe entender únicamente

como un surtido linear y ordenado de documentos, sino también, y sobre todo,

como colección de vacíos y desviaciones lógicas que encuentran en la forma

literaria, despojada de cualquier atadura, mayor libertad y más posibilidades

expresivas. Abandonando el miedo al olvido, el Archivo puede servir de

contrapeso para el ritmo cada vez más acelerado de los cambios o como un sitio

para preservar el espacio y el tiempo en nuestra contemporaneidad.

La hibridación entre historiografía y novela (Perkowska 2008) permite

una exploración más amplia y una reflexión desenfadada acerca de las

estrategias de representación del pasado, de la memoria y de las formas de

organización textual de los corpus documentales y testimoniales. En tal sentido,

- 156 -

en el régimen de historicidad actual en que predomina la dimensión del

presente, la búsqueda de la forma de representación más adecuada para los

hechos históricos habría sido reemplazada por la supuesta diseminación

semiñtica posmoderna, que obliga el observador a encarar “la brecha

constitutiva que media entre la realidad y su representación en el lenguaje o en

la imagen” (Huyssen 2002: 26). En ámbito historiográfico, esta fisura

constitutiva entre realidad y escritura, en un mundo achatado en el presente, ha

desplazado el foco de atención cada vez más hacia las cuestiones epistémicas

relacionadas con la organización de pruebas y documentos en una trama

narrativa de tipo abiertamente novelesco. Dominick LaCapra, entre otros, ha

sostenido que

narratives in fiction may also involve truth claims on a structural or

general level by providing insight into phenomena such as slavery or the

Holocaust, by offering a reading of a process or period, or by giving at

least a plausible feel for the experience and emotion which may be

difficult to arrive at through restricted documentary methods (LaCapra

2001: 13)

Contra la ingenuidad del neo-positivismo y contra los peligros de un

radicalismo sociológico-documentario indiferente a la reflexiones

hermenéuticas que la subjetividad occidental ha emprendido en las últimas

décadas -baste con mencionar el trabajo de Paul Ricœur)- historiadores como

Carlo Ginzburg (Ginzburg 2000)19 han propuesto dejar de ignorar, en el proceso

de investigación, las tensiones entre narración y documentación, con el fin de

colmar la distancia que separa la reflexión metodológica por un lado y la

19

Il mio scopo è esattamente opposto: battere gli scettici sul loro stesso terreno, mostrando

attraverso un esempio estremo le implicazioni cognitive delle scelte narrative (comprese quelle

della narrazione di finzione). Contro l‟idea rudimentale che i modelli narrativi intervengano nel

lavoro storiografico solo alla fine, per organizzare il materiale raccolto, cerco di mostrare che

essi agiscono invece in ogni stadio de la ricerca, creando divieti e possibilità” (Ginzburg 2000: 14)

- 157 -

práctica historiográfica, con sus implicaciones narrativas, y sobretodo humanas,

por el otro. Recientemente el historiador Miguel Gotor ha declarado:

Bisogna partire dalla consapevolezza [della soggettività umana] per

riflettere anche in ambito storiografico e non solo letterario sulla fecondità

di una sorta di „realismo isterico‟ caratterizzato dal gusto per il dettaglio

(Dio è nel particolare), dalla digressione che rivela il problema quanto più

sembra allontanarsi dal suo oggetto e dalla fluvialità della trama che serve

a proteggere con i suoi argini la sempre fragile e spesso tragica

complessità della verità storica come ricerca. (Gotor 2012: 40).

El discurso historiográfico no es, per se, una disciplina de representación

de los sentimientos y de las percepciones subjetivas y no puede abandonarse a

derivas sentimentales que invalidarían todo resultado de la investigación. Pero

debe ser capaz de tener en cuenta la emotividad constitutiva de la experiencia

humana de lo que llamamos realidad, en este caso los acontecimientos

históricos, para luego ponerla en la red de relaciones entre discursos diferentes

que constituye nuestro mundo.

La cuestión de la investigación de la realidad y de su representabilidad a

través de la escritura se convierte entonces en el pivote de la reflexión que

hemos propuesto en este trabajo. La resignificación de la historia debe darse en

un territorio a parte, que transciende no sólo las fronteras discursivas entre

historiografía y ficción, sino también los límites genéricos de lo que se ha

llamado novela histórica. Este proceso implica la renuncia a las pretensiones de

autenticidad y de “naturalismo” que están asociadas a este género literario, y

requiere la búsqueda de estrategias y artificios narrativos que den cuenta de la

mezcla de temporalidades que conforma nuestro presente. La aspiración de

Carlota a abarcar la totalidad de la historia del Segundo Imperio en la novela de

Del Paso, la frustrada investigación histórica del protagonista de El desfile del

amor y, finalmente, la red de interconexión entre los tiempos y los continentes

en Los puentes de Königsberg, en que una maestra mexicana se echa a la tarea

- 158 -

de completar la crónica de la ciudad prusiana emprendida quinientos años antes

por el historiador Lucas David, delatan la tendencia de nuestro presente hacia la

catalogación del pasado en enormes almacenes enciclopédicos, que

garantizarían la representación totalizadora y homogénea del mundo.

Semejante representación es, strictu sensu, imposible y al final resulta en

obras a menudo fragmentarias y desprovistas de aquella uniformidad que

durante siglos se ha creído necesaria para dar cuenta de la realidad. La versiones

y contraversiones de los hechos y la manía persecutoria de los informantes en El

desfile del amor, por ejemplo, se reproducen, por un proceso de inversión, en la

ambición paranoica del historiador Del Solar a saberlo todo, a colmar los vacíos

para reconstruir una totalidad, pese a que: “hay cosas que por más vueltas que

se les dé son reacias a dejarse descifrar” (Pitol 2007: 152).

La representación de la historia, y la descifración de la realidad a la que

ésta anhela, se hacen posibles precisamente si se tiene en cuenta la coherencia

de la fragmentariedad de lo real (Grohmann 2011: 265. El agnosticismo con

respecto al conocimiento histórico que está en la base de las tres novelas se

manifiesta en una escritura que privilegia la digresión y las desviaciones

lógicas, las reticencias y las elipses. La falta de confianza en la capacidad

cognitiva del discurso historiográfico se expresa, en las novelas, a través de

diferentes procedimientos. La acumulación paralizadora de detalles y

documentos en el caso de Noticias del Imperio, el fracaso del método

documental-inductivo (del cotejo de diferentes versiones se llega a la verdad) en

El desfile del amor y, en fin la tentativa de narrar historias a través de su puesta

en escena teatral, es decir a través de una forma de comunicaciñn “pura” como

la dramaturgia, en Los puentes de Königberg, remiten a la necesidad de

humanizar el tiempo histórico mediante la recuperación de la experiencia

subjetiva.

Las tres novelas que hemos tomado en cuenta manifiestan la

imposibilidad de reproducir la realidad de forma objetiva, pero sí reflejan las

diferentes modalidades través de las cuales los hombres se relacionan, es decir

- 159 -

adquieren la experiencia, con su proprio entorno y con la ineludible persistencia

del pasado que aflora en cada rincón del presente. Carlota de Bélgica, el edificio

Minerva y la ciudad imaginaria de Königsberg-Monterrey resumen en sí no sólo

diferentes temporalidades, sino también diferentes espacios. Las tres novelas

son, en ese sentido, sintomáticas de las presiones a las cuales las coordenadas de

tiempo y espacio que estructuran nuestras vidas fueron sometidas a medida que

se aproximaba el fin del siglo XX y, por ende, el fin del milenio. El espacio y el

tiempo son categorías fundamentales de la experiencia humana, pero lejos de

ser inmutables, están sujetas en gran medida a los cambios históricos.

La mirada que las tres novelas echan al tiempo histórico tiene una

extensión que abarca el pasado, el presente y el futuro. El presente no es sólo el

punto de partida para la reescritura del pasado, sino que está también inscrito en

las historias narradas. Al recordar, revivir y reinventar el pasado, los

protagonistas de las novelas concentran sus esfuerzos en el intento de

asegurarse alguna forma de continuidad en el tiempo, de proveer alguna

extensión de espacio vivido dentro de la cual puedan moverse y actuar.

Reivendicar el presente, también como modo verbal de la narración, es una

manera para significar el carácter abierto e inconcluso de los procesos históricos

y la importancia de la percepción individual de la temporalidad, en contraste

con la des-historización de la experiencia y la disolución de la historicidad

proclamadas por las teorías posmodernas.

Las tendencias digresivas, los movimientos centrífugos, los saltos lógicos,

los incansables procesos que engendran analogías y asociaciones son

características intrínsecas de la forma del pensamiento humano (Fabietti 1999,

Rossi 2001). La exposición de lo pasado a través de la subjetividad de la

experiencia, es decir el relato de los avatares irregulares de una mente

individual en su esfuerzo por hacer inteligible su historia, como en el caso de la

Carlota delpasiana, permiten una lógica sui generis que está en mayor armonía

con el entramado de mundo y la multiplicidad de parentescos, las enredadas y

complejas relaciones que vinculan los sucesos históricos y las personas.

- 160 -

En este sentido, las novelas que dan cuenta de este particular acercamiento

al mundo, a través de diferentes tácticas textuales y elecciones temáticas que

hacen estallar la uniformidad del pasado –por ejemplo, rechazando la unidad,

subvirtiendo el orden cronológico de los sucesos, resistiendo a la idea del

narrador como garantía última de significación- son más fieles a la verdad que

cualquier texto de historia con ambiciones científicas o “realistas”.

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Agradecimientos

Estaré en permanente deuda con Fernando Del Paso y Sergio Pitol por la

amabilidad y por la amistad con las cuales me recibieron en su casa.

Quiero expresar mi gratitud a la Profesora Elide Pittarello de la Università Ca‟

Foscari (Venecia), a la Profesora Luz Elena Gutiérrez de Velasco de El Colegio

de México y a las profesoras Elizabeth Corral Peña y Teresa Díaz de la

Universidad Veracruzana.

Gracias a Juliane, que quiso compartirlo conmigo.