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4-Rojas. Mesa Temática: 4 Estudios culturales. Literaturas poscoloniales. Título: Ideas de la tradición española en la república de Colombia a fines del siglo XIX. Autoría: Sara Milena Rojas González. Pertenencia Institucional: Universidad Simón Bolívar. Sartenejas, Caracas. Venezuela. Correo: [email protected] NOTA DE AUTORIZACIÓN. El presente artículo se encuentra en el proceso de aceptación por parte del registro nacional de derecho de autor, registro regulado por la Dirección Nacional de Derecho de Autor del Ministerio de Interior y de Justicia de Colombia. Por lo anterior debo informar que el presente solo se puede publicar bajo mi nombre y autoría. En tanto, yo Sara Milena Rojas González identificada con cédula N° 33.379.075 de Tunja, Colombia, AUTORIZO la publicación del presente en cualquiera de los formatos que el Comité Académico y organizador del II Congreso de Estudios Poscoloniales y las III Jornadas de Feminismo Descolonial, “Genealogías críticas de la Colonialidad” defina.

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4-Rojas.

Mesa Temática: 4 Estudios culturales. Literaturas poscoloniales.

Título: Ideas de la tradición española en la república de Colombia a fines del siglo XIX.

Autoría: Sara Milena Rojas González.

Pertenencia Institucional: Universidad Simón Bolívar. Sartenejas, Caracas. Venezuela.

Correo: [email protected]

NOTA DE AUTORIZACIÓN.

El presente artículo se encuentra en el proceso de aceptación por parte del registro nacional

de derecho de autor, registro regulado por la Dirección Nacional de Derecho de Autor del

Ministerio de Interior y de Justicia de Colombia. Por lo anterior debo informar que el

presente solo se puede publicar bajo mi nombre y autoría. En tanto, yo Sara Milena Rojas

González identificada con cédula N° 33.379.075 de Tunja, Colombia, AUTORIZO la

publicación del presente en cualquiera de los formatos que el Comité Académico y

organizador del II Congreso de Estudios Poscoloniales y las III Jornadas de Feminismo

Descolonial, “Genealogías críticas de la Colonialidad” defina.

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Ideas de la tradición española en la república de Colombia a fines del siglo XIX.

Jaime Jaramillo Uribe, nacido en 1917, en Abejorral Antioquia contribuyó al desarrollo de

la historia en Colombia. Dentro de sus aportes se encuentra la historia de las ideas. En su

libro “El pensamiento colombiano en el siglo XIX”1 Jaramillo hizo un recorrido histórico de

las ideas, y ellas tuvieron su primera manifestación en Colombia gracias a la publicación de

dicho texto. Simultáneo fundó el Departamento de Historia en la Universidad Nacional

entre 1963 y 1964. La creación de tal departamento sirvió para formar a los nuevos

historiadores colombianos que contribuyeron al nacimiento del proyecto de la Nueva

Historia de Colombia, donde se encuentra una ruptura en la forma de hacer historia. Tal

proyecto modificó el significado de hacer historia.

Entre la década del setenta y el ochenta Jaramillo Uribe fue también director de la revista

Razón y Fábula de la Universidad de los Andes, y director científico del Manual de

Historia de Colombia, publicado por Colcultura en 1980. Pero es en su libro “El

pensamiento colombiano en el siglo XIX” donde se encuentra un recorrido por las

transformaciones políticas del pensamiento colombiano y donde se incrustan sus

acepciones e investigaciones sobre las características de la tradición española que

acompañó a Colombia en este siglo. A la vez, se enfoca allí un acercamiento crítico al

pensamiento de Miguel Antonio Caro Tobar, personaje determinante en la política de corte

conservadora en el país y principal representante de la tradición española en Colombia. En

el texto, Jaramillo Uribe permite al lector apropiarse de una concepción clara con respecto a

la tradición que influyó en los conservadores de la época, y para el caso de su mayor

representante, cómo esta tradición española lo llevó a no pensar en ruptura o separación con

España en vista que ella hacía parte del proceso social de Colombia y no era una tradición

que se podía eliminar con la independencia. En ella encontró Caro una fundamentación

para la elaboración teórica de sus ideas, que le permitió ser representante del pensamiento

conservador.

La tradición española: La vida noble, militar y religiosa de España.

Jaime Jaramillo Uribe en el capítulo “la evaluación de la herencia española y el problema

de la orientación espiritual” la primera parte de su libro “El pensamiento colombiano en el

siglo XIX”, permite recorrer el camino de algunas características de la tradición española

Jaime Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo XIX (Bogotá: Temis, 1964)

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dejada por la colonia, ya para el siglo XIX en Colombia. Lo hace por medio de la

interpretación crítica que desarrollaron algunos peninsulares como Saavedra fajardo,

Jerónimo Feijoo, Gaspar Melchor de Jovellanos, Juan de Solórzano, Manuel García

Morente, entre otros, a la decadencia española que comenzó según Jaramillo, con el fin de

la formación del imperio español y su descenso en el plano del poder político universal. Esa

decadencia española tuvo ecos en Colombia e Hispanoamérica. Esto provocó en el

pensamiento colombiano una autocrítica de su tradición española. Personajes colombianos

como José María Samper y José Eusebio Caro respondieron con su respectiva crítica a la

decadencia española, pero personajes como Miguel Antonio Caro respondieron con su

respectiva defensa, simultánea, a una propuesta para recuperar esa tradición. Esos ecos de

la decadencia española provocaron en las generaciones colombianas de los movimientos

libertadores que se independizaron, la toma de conciencia de su propia situación histórica y

la reflexión sobre su destino. Para estas generaciones la historia y su curso eran evidentes,

por ejemplo, la industria se veía desarrollada en otras naciones y se veía necesaria tanto en

España como en América. Ese análisis o interpretación crítica de España se dio en todos sus

campos, comenzando por su organización económica, que evidenció las características de

la España que no reconoció ni aceptó los valores de la vida burguesa que se habían

desarrollado en algunas naciones del continente europeo que eran principalmente el

comercio y la industria. Pero fue el eco de la decadencia española descrita por peninsulares,

el que permitió a Colombia identificar las características dejadas por la tradición española:

la España de vida noble con un representante en el caballero cristiano español sin

preocupación por el comercio; la España con aires de grandeza y arrogancia por su

colonización americana y la España en oposición a relaciones de la vida burguesa y, por

tanto, con mala organización económica.

Dentro de la España de vida noble estaba la descripción del caballero cristiano, ese

personaje ejemplifica la caballerosidad y la cristianidad que se concretan en una

personalidad señorial. El caballero cristiano es el icono de los peninsulares, el símbolo o la

imagen de lo que el español quería ser, de su estilo o de la misma hispanidad, es decir, es el

estilo de toda una nación. Ese caballero prefería pasear por sus tierras en un día de sol, y se

opuso así al hombre burgués que se organizó en una nación sola e independiente y creó

riqueza aprovechando sus medios de producción. El caballero no aceptó ni aprovechó su

situación geográfica, no quiso organizarse sólo y desligarse del papa. Su educación era

militar o religiosa y esta evitó lo técnico y científico, lo que no le permitió a España

convertirse en nación dirigente. Para oprimir todo cambio usaron la inquisición. El

caballero no tuvo racionalismo económico, en cambio se dedicó a un acercamiento al

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mundo espiritual y religioso. España representó el extremo de la protesta dentro del

continente europeo para no cambiar su vida noble, ella estaba acostumbrada al ocio, no al

trabajo. El oro fue el culpable de la crisis agrícola y económica de España, ella no trabajó

sus tierras pero tampoco aprovechó la riqueza de las indias para convertirse en un país rico.

Según Jaramillo Uribe, estas características del caballero cristiano que describió Manuel

García Morente culminaron en el hombre no económico sino militar.

La crisis de España retratada por los peninsulares involucró también la oposición al ethos

del trabajo, España no logró asimilar ese ethos que radicaba en el intercambio masivo y la

movilidad de los países costeros, el intercambio de dinero y cultura. Antes del

desplazamiento hacia América, España si tenía interiormente agricultura y economía, los

moros se ocuparon de la primera y los judíos se ocuparon de los bancos y los negocios. Cita

Jaramillo Uribe a Feijoo, quien escribió algunos testimonios de historiadores antiguos que

hablaban de la militancia de España y sus armas, pero no de virtudes económicas y políticas

como otras naciones; en él se puede encontrar la descripción de la miseria del agro español.

La vida noble Española termina con la crítica en el campo manufacturero que hacen

Fernando de la Torre y Américo Castro, la vida peninsular estaba llena de clases

improductivas y llena de paniaguados; estas características fuertes llevaban a evitar el ethos

del trabajo junto al ethos industrial y comercial. Sus haciendas estaban llenas de siervos y

mayordomos, estos últimos al acomodarse con su trabajo, sostuvieron al patrón y

justificaron el servilismo. Según Jaramillo Uribe, Miguel de Unamuno y Ortega y Gasset

han hecho notar el sentimiento rural de la vida en la cultura española y Gaspar Melchor de

Jovellanos la importancia que la tierra tuvo para la vida nobiliaria española. La posesión de

la tierra tiene un sentido vital y no económico, por lo tanto, la crisis de España se debe a

esta forma de tomar la tierra, como algo que daba prestigio en vez de, pensarla como un

medio de producción y ganancia. El hombre militar con armas en oposición al hombre

económico contribuyó a que España se mantuviera sin virtudes económicas y políticas

propias. Los peninsulares tenían preocupaciones más inmediatas como la honra y el honor o

el mantener la mentalidad del espíritu cristiano occidental.

A pesar del reconocimiento de algunas características de la tradición española dejadas por

el periodo colonial, ni España ni América lograron realizar reformas favorables, por

ejemplo, agrarias, además, faltaban muchas de las virtudes y formas de vida que han hecho

posible el poder económico en otras naciones. Jaramillo Uribe hace énfasis en la necesidad

de conocer la cultura y la historia de la colonización en América del sur y del norte para

poder fundar un orden en cualquier campo como el político o el económico. La vida noble

española permite encontrar relaciones sociales dentro de una hacienda, una casa grande, en

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la que predomina la encomienda y sobre todo el patronato (el sostener un patrón),

relaciones muy difícil de abolir debido a la fuerza con la que se han manifestado.

José Miguel Caso González en la introducción al capítulo de “Feijoo” 2 , explica las

descripciones que hace Jaramillo Uribe de la tradición española, y lo hace detallando la

obra de Feijoo. Benito Jerónimo Feijoo se dirigió al vulgo que aceptaba sin murmuración

todo lo que se le dijera. En él se encuentra una crítica a la tradición española, por lo que se

le acusó con la inquisición de no ser ortodoxo. Él negó el principio de autoridad y se

propuso desengañar a España. Feijoo repudiaba a las clases, sobre todo la noble. Se

preocupó por los menos favorecidos, por los campesinos, y por la igualdad de condiciones

en los hombres. En él se ve un ataque a la ciencia especulativa, al estatus social, las

creencias ridículas, los métodos de estudio, las costumbres inaceptables, la rutina y la

irracionalidad. En Feijoo se encuentra una afirmación sobre la miseria espiritual del siglo

XVIII español y sobre la oscuridad de la ciencia en España. Según Gregorio Marañón3,

Feijoo acusó el corto alcance de los profesores y la gran preocupación de España contra

toda novedad. España creyó que todo el nuevo conocimiento que traían los filósofos eran

puras curiosidades inútiles. El celo del papa Pío predominaba contra algunas doctrinas que

perjudicaran la religión. España vivía una envidia personal y nacional. Su crítica se basó en

la preocupación por la España sumida en el error y su pensamiento se encaminó a proponer

la ciencia española que tanto hacía falta. Feijoo permitió inferir a sus comentaristas la

presencia de hechiceros o magos que predecían horóscopos, que provocaban en el

pensamiento de las personas el rumor y la superstición, y que creaban entes idolatras de

milagros. Feijoo denunció a la España que no se vinculó al movimiento enciclopedista

mundial. Según Marañón, su crítica contribuyó al desarrollo del ensayo español, por

ejemplo; pero también contribuyó a abrir en las mentes españolas los horizontes de la

cultura europea. Feijoo es llamado ilustrado, él vivió la época de crisis española que

provocó una nueva mentalidad.

Francisco Rico (Dir.), Historia y critica de la Literatura Española. Vol. 4. Tomo 1. Ilustración y

Neoclasicismo (Barcelona: Ed. Critica, 1983) 67-81.

Rico 81-83.

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En el acercamiento que José Miguel Caso González hace a la obra de Jovellanos, se accede

también a una descripción de las tradiciones españolas. Su labor, diferente a la de Feijoo, se

encaminó directo a la crítica del poder constitutivo, a éste habló y se enfrentó. Jovellanos

planteó problemas socioeconómicos. Sus medios fueron la poesía y el teatro, en este último

evidenció el drama burgués, y describió a los delincuentes y la justicia con respecto a estos.

En Jovellanos como en otros críticos de España se ve el intento de conocer la realidad

nacional directamente, él quiso razones históricas de la realidad; por eso la crítico. En él

también se encuentra una preocupación por las condiciones de los campesinos. Jovellanos

describió una España sin educación científica y técnica, sin progreso económico y con una

necesidad de formación humanística. España tenía que rechazar el método memorístico en

caso que llegara el estudio humanístico. Ella necesitaba usar la razón, pensar, y pensarse.

Jovellanos tenía un programa educativo a largo plazo. En el siglo XVIII España no estaba

acostumbrada a escribir diarios y menos a publicarlos. Jovellanos fue una excepción en esto.

Según Joaquín Arce, en el capítulo “la sensibilidad política de Jovellanos”4, a fines del

siglo XVIII se comienza a hablar de sensibilidad y ella se extiende a todas las esferas de la

vida y el arte, por ejemplo, describe el desorden sexual de las señoras de la nobleza.

Jovellanos es satírico, y encontró como causa de estos desordenes, el lujo excesivo y las

modas que venían de Francia e Inglaterra que agotaban la miseria del capital español.

España tenía malas costumbres, compraba lo más caro y gastaba en festines las dotes de

una infanta. Sus costumbres mostraban un cuadro desolador de la alta sociedad. Los nobles

malgastaban sus riquezas reunidas con afán por sus abuelos, traficaban constantemente con

su honor, no cuidaban aquello que les daba prestigio, es decir, sus pertenencias y ahorros.

Ellos traficaban hasta con la belleza y la convertían así, en indigna, negaban el valor de las

cosas, negaban el ingenio y la inteligencia. Jovellanos mostró el dolor que le produjo la

corrupción de la clase noble a la que pertenecía y necesitaba social y políticamente. Ella se

hizo indigna del respeto de los ciudadanos. Había un noble aplebeyado y un noble

afrancesado y degenerado. El primero tenía escudos gravados en el portón de su casa, pero

dentro de esta todo era viejo y ruinoso: él era casi analfabeto, no había viajado y no conocía

accidentes mínimos geográficos, no había leído ni el catecismo del padre Astete, sólo sabía

de toros y cómicas, su sociedad estaba llena de “cocheros y lacayos, dueños, fregonas y

amigos perenes”5; el noble aplebeyado era inculto. A este se le oponía el noble perfumado

Rico 380-384.

Rico 386.

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y lindo, el que había viajado y estudiado en Francia en la famosa escuela militar, de allí

trajo fe y vicios como de andar de burdel en burdel. En las mañanas, se arreglaba y recibía

visitas, luego almorzaba acompañado, para después pasear por el jardín, luego iba al teatro,

participaba de la tertulia y por fin iba al “garito” (casa de juego ilegal y de mala reputación).

Pobres nobles estaban dirigidos por sus placeres, el deseo los llevó a perder salud, bienes y

dinero. Los vicios le provocaron en su vida íntima impotencia sexual y enfermedad.

Jovellanos se aterrorizó con esa nobleza de España que en su trono pretendía fiar su defensa.

La solución de Jovellanos también fue satírica, pensó que quizá faltó apoyo de las leyes

para corregir estos desvíos de siglo.

Iris M. Zabala6 encontró en la poesía de Jovellanos, el reclamo por la cultura práctica en

España, esa cultura era fuente de felicidad, pues todo lo que tuviera sentido utilitario

serviría para el bien del pueblo. Según Zabala, el siglo XVIII comenzó con una filosofía

que aspiraba al cambio social. Claro que ese cambio era muy acusado, pues era el

surgimiento de la burguesía en España, pero esta era una minoría. El burgués español se

despojó de caracteres religiosos, ya no le importaba la muerte, sino, el aquí y el ahora. Le

repugnaba la guerra, tenía sentimiento nacional, confiaba en su propia clase y protestaba en

contra del mal gobierno y de las clases privilegiadas que explotaban. El burgués es el nuevo

elemento del siglo XVIII español, él amenazó el antiguo orden, veló por reformas para el

futuro que formarían el liberalismo. Ese ideal burgués floreció entre los nobles y ambos

formaron reformas económicas para acabar con el feudalismo. Jovellanos en su poesía

denunció a la nobleza por su falta de utilidad, condenó la guerra y la ambición del

conquistador, el honor militar y la farsa sangrienta del guerrero. Filosóficamente la

tradición española del XVIII es débil, pero en materia de cambio social no tuvo límites.

Para que España se reformara era necesaria una sociedad culta y refinada, en la que

primaran los espectáculos públicos y los lugares de reunión. Se necesitaba humanidades,

discusión, amantes de la música, de los libros y el arte en general. Esas modificaciones

crearían una pequeña corte en la que aparecería la tertulia aristocrática, pero era necesario

un comienzo para el cambio. Esas tertulias estimulaban la creación dramática mediante

concursos y lecturas públicas, era la oportunidad para hacer comedias, por ejemplo. La obra

Rico 391-393.

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de Jovellanos nació y se desarrolló en estos espacios. También describió en sus obras el

drama sentimental que vivían las personas a causa de la injusticia de las leyes españolas. Él

cuestionó la manera general de entender la justicia, la mostró como incoherente con el

deber. Él acusó la discrepancia entre los principios de la sociedad y las leyes que se supone

son las que encarnan estos principios.

En general España tenía dos clases, los hidalgos que eran propios de la clase media, ellos

trataban de hacer negocios internacionales, trataban de comerciar al por mayor y trataban

de organizar bien el dinero, pero esta clase también fue una minoría pues no logró convertir

a España en industrial y trabajadora. Los otros eran los de profesiones tradicionalmente

reservadas al “don”, de origen noble; es decir, los que estaban en el ejército, los que se

dedicaban a la medicina, los que estaban en la Iglesia, en las universidades, en los

ministerios y se encargaban de leyes o los que eran secretarios de distintos consejos. Según

Niguel Glendiniig en el capítulo “el libro, la imprenta y los lectores”7 en España las

publicaciones de libros de historia, geografía, en fin, de educación eran casi nulas. Las

publicaciones de los clásicos griegos disminuyeron en el siglo anterior a Miguel Antonio

Caro a un 1%, en oposición a las de religión que se sostenían en superioridad a todas. Había

mala calidad del libro, se imprimía en provincias y en las ciudades natales pero el comercio

de libros no estaba bien organizado. Al parecer solo el 30% de la población de España era

lectora, el otro 70% no sabía leer ni escribir.

Según Gonzalo Anes en “Coyuntura económica e ilustración”8 la España en crisis de la

que se había desmembrado Colombia y América, tuvo un aumento de la población rural

durante el siglo XVIII, esta provocó demanda de tierra y originó el incremento de su renta.

Los nobles y el clero querían siempre más ingresos y necesitaban un libre comercio. Estos

se convirtieron en burgueses en la medida en que se adueñaron de un medio de producción

importante, la tierra. Esa burguesía se organizó y tuvo que cambiar el régimen señorial y

sus estructuras. Para ese cambio veló por suprimir organizaciones gremiales y el pago de

derechos señoriales, intentó cambiar la forma de tributación en la recaudación de impuestos

y en el empleo de los ingresos de la hacienda y modificó las leyes de comercio con las

Rico 44-48.

Rico 49-58.

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Indias. Los campesinos no tenían mucho poder de compra, por eso no desarrollaron

producción manufacturera; y por ello no existían bases para un mercado nacional. La

circulación monetaria era restringida a los grupos más poderosos. Los campesinos sólo la

obtenían por préstamo. La propiedad territorial amortizada y vinculada fuera del comercio

y de la circulación, encadenada a la perpetua posesión de ciertos cuerpos y familias que

excluyeron para siempre a todos los demás individuos del derecho de aspirar a ella, frenaba

el desarrollo de la agricultura. Esa estructura de la propiedad territorial, esa amortización y

ese recrudecimiento del régimen señorial fueron la causa de esa decadencia española y, por

tanto, de su crisis. Lastimosamente las estructuras agrarias frenaron el desarrollo. España

no ahorró para financiar su industrialización, en cambio, la ganancia de sus ventas y

retribuciones las volvían a invertir en la adquisición de tierras o en los productos de

importación. Ya para el siglo XIX el ciclo vicioso se repitió y las ganancias las volvieron a

invertir en tierras que luego aparecieron con la desamortización de bienes de manos

muertas.

Vista la instrucción pública como el origen de la prosperidad social y como el lugar donde

nacen otras fuentes de prosperidad, se puede decir, que la cultura que se adquiere allí es la

fuente de la felicidad personal y de la prosperidad pública. Jovellanos se acercó mucho a

este ideal al querer la felicidad para España, y propuso, por ejemplo, la geografía como

medio útil para conocer el mundo en vez de usarla sólo para estrategias militares y de

conquista. También creyó que ese debía ser el fin del dibujo y la escritura. Estas críticas a

la España tradicional no tenían una finalidad destructiva, sino al contrario, dentro de ellas

se encontraban propuestas para superar la crisis. Se tenía que aprender otras lenguas para

provocar una concordia humana. Sólo la cultura podía desarrollar la razón, ese sería el

mayor beneficio para España si dejaba ingresar la cultura en su nación. Sólo ella podría

transformar al ignorante o miserable en lo que este debía y podía ser. Tal crisis era buena,

en la medida en que provocaba pensar en hacer una nueva España y dentro de esta novedad,

era pertinente plantearse problemas ya viejos en Europa, como cuestionar el cristianismo.

La expulsión de los Jesuitas contribuiría a esta última propuesta.

La oposición más seria y tajante a estos historiadores críticos de la decadencia en España se

ejemplifica en Jaime Balmes (1810-1848) y Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912)

ambos escritores apologéticos de España y sus tradiciones. Según Jaramillo Uribe, Balmes

y Menéndez y Pelayo fueron la influencia más severa para Miguel Antonio Caro en tanto se

convirtieron en sus referentes para hacer la defensa de la tradición española. Caro también

se opuso a tan dura crítica a España y a un anhelado cambio de orden de cosas en Colombia.

En el primero Caro encontró la crítica al positivismo, y en el segundo, la defensa de España.

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Balmes junto a José Donoso Cortez, y el Marqués de Valdegamas representan la España

tradicional, ortodoxa y católica. Balmes atacó el romanticismo español por socialista e

inmoral y pidió a la literatura volver a la sencilla senda del deber. Estos autores atacaron

toda novedad y cambio y configuraron así el pensamiento conservador español. Por su parte,

Menéndez Pelayo defendió ese pensamiento conservador, en sus obras mantiene un fondo

religioso y patriótico. Sus ideas aspiran a demostrar la contribución de España a la ciencia y

a la filosofía. Menéndez quiso subrayar cómo en el fondo del pensamiento español latía la

ortodoxia. Ambos autores se convirtieron así, ya para fines del XIX y comienzos del XX,

en la oposición a la crítica, a la discusión y el enjuiciamiento de la tradición española.

“El Criterio” 9 de Balmes era una obra muy conocida entre los conservadores católicos de

Hispanoamérica y Colombia durante el siglo XIX. Su contenido plantea los principios

básicos del razonamiento basado en la fe y el conocimiento. Esta obra sustenta el

compromiso de preservar la tradición filosófica española, es decir, la filosofía medieval,

frente al renovado predominio del pensamiento modernista europeo. Balmes dijo a América

como pensar. Su texto reúne un conjunto de reglas para pensar bien, para conocer y

enseñar la verdad, para atender los actos del entendimiento, juzgar la existencia, juzgar la

conducta del hombre, juzgar la divulgación del conocimiento, para estudiar, leer, investigar,

conocer la historia, conocer la naturaleza y, finalmente, para percibir todo bien.

Para Balmes, sólo conociendo que hay un Dios se puede conocer la verdad. Dios distribuye

a los hombres las facultades en diferentes grados, les comunica un instinto precioso y les da

principios de posibilidad. Dios hace todo, por tanto, los misterios de la fe como el dogma

de la trinidad y la encarnación son posibles. Lo único imposible es lo que está fuera de las

leyes de la naturaleza que Dios ha establecido. En los milagros de Jesucristo no hay leyes

ocultas, sino milagros normales. Dios dice lo que debe ser imposible moralmente o

naturalmente o por sentido común, él da todo. La causalidad de los hechos o su relación,

causa o efecto, tienen la mano bondadosa de la providencia, sólo ella corrige el

entendimiento. La relación de las cosas aunque parezca algo instintivo es la aplicación de

un principio grabado en el alma; “donde hay orden, hay combinación, hay causa que ordene

y convine”10. Los actos malos del juicio están en contra de la caridad, por tanto, tomarlos Jaime Balmes, El criterio. 8 ed. (México: Porrúa, 1987).

Balmes 25.

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como garantía de aciertos es un acto irracional. Hay reglas para juzgar la conducta de los

hombres, por ejemplo, no confiar en él cuando su virtud esté a prueba; conocer todo lo

posible de su carácter y moralidad. Las personas tienen cierta autoridad y esta es necesaria,

pero es preciso no fiarse de ella, pues para engañar sólo es necesaria la mala fe. Según

Balmes, la libertad de imprenta y periódicos no garantiza la circulación de la verdad. Los

periódicos no lo dicen todo, sus escritos son intencionales y los autores siempre se guardan

cosas, su única utilidad es de documento histórico. Es necesario conocer la historia, ella

obliga a no mentir. Balmes da sus reglas para estudiar la historia. Conocer los medios que

tuvo el escritor para hacerla; tratar de constatar la verdad de su retrato; leer historiadores

contemporáneos recomendados por su imparcialidad; leer y conocer la vida del historiador;

no leer anónimos y no leer publicaciones de desconocidos.

En las reglas para conocer la naturaleza, las propiedades y las relaciones de los seres; la

división de los seres en naturales y morales se apoya en que Dios creó el universo y todo

cuanto hay en él. Dios somete todo a leyes constantes y necesarias, así ordena la naturaleza,

y su estudio se llama filosofía natural. Dios le dio al hombre razón y libertad, pero sujeto a

leyes, ese es su orden moral; el hombre que creó Dios en sociedad ha dado origen a

acontecimientos, ese es su orden social. Dios puede actuar hasta en contra de sus propias

leyes y así crea realidades superiores a las naturales y sociales, esa es la filosofía religiosa.

Por tanto, si existe algo sólo la filosofía religiosa lo puede juzgar, ella se ocupa de la

naturaleza, de las propiedades y de las relaciones de los seres. Pero para conocer, según

Balmes, hay que tener prudencia científica, esta radica, primero, en no insistir en la verdad

de la naturaleza, ella es difícil y no se puede conocer “seamos, pues, diligentes en investigar,

pero muy mesurados en definir. Si no llevamos estas cualidades a un alto grado de

escrupulosidad, nos acontecerá con frecuencia el sustituir a la realidad las combinaciones

de nuestra mente.”11 Segundo, renunciar a la crítica y el pensamiento profundo de las cosas

[…] muchas hay cuya mejor resolución es manifestar que para nosotros son

insolubles... El conocimiento de la imposibilidad de resolver es muchas veces más

bien histórico y experimental que científico; es decir, que un hombre instruido y

experimentado conoce que una solución es imposible, o que raya en ella a causa de

su extrema dificultad, no porque pueda demostrarlo, sino porque la historia de los

Balmes 46-47.

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esfuerzos que han hecho otros, y quizá de los propios, le manifiesta la impotencia

del entendimiento humano con relación al objeto.12

Tercero, aceptar que hay cosas insolubles. Negar que haya cosas que no se pueden conocer

sería para Balmes aceptar el sensualismo.

En tanto las reflexiones sobre religión, Balmes las asegura como el sentimiento más íntimo

del hombre y la tradición de la humanidad; el destino y la ciencia dependen de la religión.

Sólo la religión que baja del cielo es la verdadera y ella supone la existencia de Dios. Él la

reveló al hombre y la ha inscrito en el fondo de su alma, por tanto, la religión no puede ser

invención del hombre. En la religión hay dogmas, Dios exige esta resignación a ver sus

secretos por medio de enigmas y sombras, por eso él exige la fe. El hombre tiene que creer,

pues, de lo contrario, ninguna verdad podría subsistir. El hombre tiene que aceptar el poco

alcance del entendimiento. Tiene que creer con fe en lo que no comprende. Lo único que se

recoge en la filosofía es la convicción de la ignorancia y debilidad del hombre. Sólo el

catecismo hace llegar desde la infancia al punto más culminante que señala la sabiduría

humana o la ciencia. La religión católica ofrece cuanta garantía de verdad puede desear un

hombre, por tanto, con la historia en la mano se puede asegurar que en los tiempos, los

hombres más eminentes han sido religiosos. El criterio es, en efecto, el medio para conocer

la verdad de todo y en todo. El entendimiento se debe someter a la verdad, la voluntad a la

moral, y las pasiones se deben someter al entendimiento, sólo así todo hombre dirigido por

la religión es completo. Miguel Antonio Caro se apropió de las ideas de Balmes, y creó su

discurso basado en la idea de la revelación y la ley divina.

El profesor Rafael Gutiérrez Girardot por su parte, en el capítulo “El punto de partida” de

su libro “La formación del intelectual hispanoamericano en el siglo XIX” 13 de 1989

sostiene que la tradición española de la colonia no dejó a Hispanoamérica una tradición de

la formación de la vida literaria, siquiera lejanamente a la europea y hasta la peninsular.

Balmes 47.

Rafael Gutiérrez Girardot, “Punto de partida”, La formación del intelectual hispanoamericano en el

siglo XIX (University of Mariland at College Park, 1989-1990)

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Faltó para ello la discusión crítica, faltó la asimilación de la tradición griega y latina,

faltaron las heterodoxias, faltó el humanismo. Los rudimentos de “vida literaria”

correspondieron no solamente a la “sociedad nueva” sino tuvieron su causa en el

doble fervor de la corona, es decir, mantener la pureza de la fe e impedir el ascenso

de los criollos. Las instituciones educativas y las fundaciones de universidades

encontraron su límite en el mantenimiento de la pureza de la fe, garantizada ya por

el hecho de que esas instituciones estaban en manos de órdenes religiosas.14

En “Temas y Problemas de una Historia Social de la Literatura Hispanoamericana”15

Rafael Gutiérrez Girardot registra los planteamientos de Jaime Jaramillo Uribe. La

modernidad no llegó a España, ella en oposición a esta que creaba intelectuales y

humanistas, creó teólogos, los mismos que llegarían a Hispanoamérica como misioneros.

Ellos señalaron un fuerte principio de autoridad, que en Hispanoamérica se mostró en el

modelo hacendario, en el que imperó un patrón y un siervo. La sociedad española de la

colonia era pobre y tenía afán de liberarse de esa pobreza; la historiografía, por su parte,

deja ver un ascenso social de los colonos y no de los criollos del nuevo mundo. Los colonos

traían principios aristocráticos y su época dejó ver la sociedad que iba a ser católica en

Hispanoamérica. Sólo hasta la época de las nuevas repúblicas estos principios estuvieron en

enjuiciamiento y se pensó en su disolución. Desde la colonia había fuerte legislación

española, por ejemplo, sobre diferentes licencias que tenían que pedir antes de la

publicación de un libro. Las leyes de indias prohibían escribir acerca del tema inmediato, es

decir, de las mismas indias, provocando un vacío intelectual. Así, los colonos inculcaron

una imposibilidad de crear tradición propia y de creer en sí mismo. La colonia y la corona

española lucharon contra la difusión de obras de autores europeos modernos. Sostuvieron

las políticas del Índex y más adelante para el caso colombiano, con la encarnación de la

tradición española en Miguel Antonio Caro mantuvieron las políticas del Syllabus y de la

encíclica Quanta Cura. A pesar de las prohibiciones, al verse el hombre aficionado a las

letras imposibilitado a acceder a su propio nuevo mundo y acceder a lo que la colonia

regulaba como distribución de libros; este logró gracias a algunos ecos, acceder así, aunque

Gutiérrez 14-16.

Rafael Gutiérrez Girardot, Temas y Problemas de un Historia Social de la Literatura

Hispanoamericana (Bogotá: Cave Canen, 1989).

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de manera defectuosa, a Europa. Esto le permitió liberase de las leyes de su propia colonia.

Con la llegada de la imprenta, el hombre hispanoamericano pudo mostrarse, escribir y

publicar sus ideas.

Según Gutiérrez Girardot, Andrés Bello superó la mentalidad irracional de la colonia, él

quería que América Latina fuera unida y no con casos como el de España, aislada y

contrareformista. Occidente compartía sin España el hecho de reconocer que las

instituciones religiosas no podían ser las determinantes en la vida. En Colombia se dio este

reconocimiento sólo en la independencia, pues algunas décadas después, Miguel Antonio

Caro, contrareformista como España, permitió nuevamente a las instituciones religiosas

determinar y regular la vida social de la nación. Él veló porque las relaciones Estado-Iglesia

se establecieran; lo que en efecto se logró a fines de siglo XIX y se fortaleció gracias a la

constitución de 1886 y al Concordato con la Santa Sede en 1887 y 1892. Las costumbres de

Hispanoamérica y Colombia evidenciaron el proceso de resistencia a la modernidad,

producto de la colonia. Estas costumbres fueron retratadas por la literatura

hispanoamericana y tienen que volverse reflexión histórica. Como consecuencia de la

colonia se deprimieron los estudios superiores, la ciencia pura y el conocimiento, por lo

tanto, hubo una voluntad de no crear ciencia y de no discutir. Sí la literatura

hispanoamericana tuvo una asimilación tardía o temprana de esta tradición española, se

debió a la acción de esa misma tradición: el ejército junto a la iglesia católica desterraron la

minerva y sofocaron toda posibilidad de teoría coherente y sustancial.

En “Modernismo supuestos históricos y culturales” 16 Rafael Gutiérrez Girardot denunció

una contradicción de esa tradición española. Ella luchó contra la introducción del

positivismo en España e Hispanoamérica, contra la filosofía sensualista y utilitarista. Pero

no se percató de que el positivismo al apoyarse en el progreso de la ciencia y en un amor a

todos, tenía supuestos del pensamiento católico, es decir, deseos misericordiosos del bien y

el amor, de ley moral y de deber, con un interés privado: fortalecer la conciencia nacional.

Curiosamente esos principios y ese fortalecimiento de la conciencia nacional del

positivismo, se expresaron también con el gobierno de la Regeneración en Colombia. Allí

el gobierno se identificó con el pueblo y con la nación al llamarla “sagrada”. La

regeneración sostuvo sus “símbolos”, celebró ritos y cultos y creó normas tacitas como, el

Rafael Gutiérrez Girardot, Modernismo supuestos históricos y culturales (Colombia: Fondo de

Cultura Económica-filial, 1983).

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amor a la patria, todo por la patria y el sacrificio en el altar de la patria. Estas normas eran

la divulgación de la tradición española y su vocabulario de misa y de práctica religiosa. Por

tanto, se sacralizó a la nación y a la patria. Así los españoles y los que defendieron su

tradición en América eran sin darse cuenta positivistas, ellos también querían el

fortalecimiento de la conciencia nacional por medio de la tradición.

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