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LAS CORTES DEL SIGLO XIX La historia de las Constituciones españolas c realmente, por escribir, si es que el tema ha=de ser arrollado con amplitud bastante para establecer su na- tural relación con el desenvolvimiento de toda la vida política del país, no sólo en su ordenación jurídica, sino también, y de modo' muy atento, en el alcance real de vigencia y practica de esos Códigos fundamentales. Nueve fueron nuestras Constituciones en el siglo xix, y no siete, como dijo Macías Picavea —profesor muy típicamente "98"-—, para justificar su comparación de- nigratoria: "... como los .pecados capitales". Pero hizo mal la cuenta/ porque si incluyó en el cómputo ía Cons- titución no promulgada de 1856, de igual suerte debió proceder con la de 1873, que tampoco pasó del conato, y no tenía por qué olvidar la de 1808 o de Bayona, aun- que de origen extranjero, -llamada a regir en- España, si no lo hubiese impedido el levantamiento nacional contra Napoleón. Comoquiera que sea., implicadas en el'proceso histórico del régimen constitucional se ha- llan las Cortes, tan consustancializadas con aquél, bajo el numen patente de ía Revolución francesa, como des-

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LAS CORTES DEL SIGLO XIX

La historia de las Constituciones españolas crealmente, por escribir, si es que el tema ha=de serarrollado con amplitud bastante para establecer su na-tural relación con el desenvolvimiento de toda la vidapolítica del país, no sólo en su ordenación jurídica, sinotambién, y de modo' muy atento, en el alcance real de

vigencia y practica de esos Códigos fundamentales.Nueve fueron nuestras Constituciones en el siglo xix,y no siete, como dijo Macías Picavea —profesor muytípicamente "98"-—, para justificar su comparación de-nigratoria: "... como los .pecados capitales". Pero hizomal la cuenta/ porque si incluyó en el cómputo ía Cons-titución no promulgada de 1856, de igual suerte debióproceder con la de 1873, que tampoco pasó del conato,y no tenía por qué olvidar la de 1808 o de Bayona, aun-que de origen extranjero, -llamada a regir en- España,si no lo hubiese impedido el levantamiento nacionalcontra Napoleón. Comoquiera que sea., implicadas enel'proceso histórico del régimen constitucional se ha-llan las Cortes, tan consustancializadas con aquél, bajoel numen patente de ía Revolución francesa, como des-

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M. FERNÁNDEZ ALMAGRO

viadas —y precisamente por eso— de la genuina tra-dición de España.

No por cosa sabida dejaremos de recordar _que laConstitución de 1812, o de Cádiz, definió las Cortescomo "la reunión de todos los Diputados que represen-tan la Nación", y que alzó el nuevo sistema sobre labase del sufragio, concedido a "todos los ciudadanosavecindados y residentes en el territorio de la parro-quia respectiva", pasando luego este sufragio por el se-gundo y tercer grado de las Jvintas de partido y de pro-vincia, respectivamente, hasta quedar elegido un "dipu-tado de Cortes", "por cada setenta mil almas de la po-blación". Se acentuaba de este modo la dislocaciónmarcada por Ja Carta de Bayona, que quiso guardar,al menos, la apariencia de los antiguos Estamentos,,articulando tres: el del Clero5 el de la Nobleza y el delPueblo, y dejando aparte un Senado sui generis. Aun-

• que reaparecieron los Estamentos, reducidos a dos ¡—elde Proceres y el de Procuradores del Reino—, en elEstatuto Real de 1834, las Constituciones ulterioresse decidieron, con variantes, y en tesis general, por larepresentación inorgánica, atómica de puro individual,que es característica del sistema parlamentario, si biencupiese la atenuación, procurada por el resorte bica-meral, de un Senado' con determinadas representacio-.nes corporativas, de clase o a título histórico. El Con-greso y el Senado, titulares con iguales facultades, de"la potestad.de hacer las leyes con el Rey", se conju-gan en las Constituciones de 1845, 1856, 1869 J z%7&-Pero el diputado —producto específico del nuevo régi-men-—• debe en todo caso su nacimiento a la elección,cualquiera que sea el procedimiento adoptado, y es aquien, por razones de hecho, y aun por la lógica del

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LAS CORTES DEL SIGLO XIX Y LA PHÁCTICA ELECTORAL

sistema mismo, corresponde lá primacía en la realidadpolítica.

La soberanía atribuida a la nación o al pueblo esprincipio que —directamente- enunciado u objeto deadecuada presunción— informa las Cortes todas delrégimen constitucional. Lo proclama, dogmáticamente,el artículo 3.0 de la Constitución de 1812: "La sobera-nía reside esencialmente en la-nación, y por lo mismopertenece a ésta, exclusivamente, el derecho de esta-blecer sus leyes fundamentales." Afirmación que pasas

como un supuesto previo, a encabezar la Constituciónde 1837, y con palabras casi literalmente tomadas de lafórmula que hubo de fijarse en Cádiz,, a las Constitu-ciones de 1856 y 1869. Las de 1845 J 187o callan aeste propósito; pero el criterio doctrinario que lasalienta dijérase que prejuzga el reconocimiento de lasoberanía nacional, siquiera sea mitigada o comparti-da por el Rey; nunca negada a fondo por elemento al-guno que no se considerase —el tradicionalismos verbi-gratia—• al margen y hasta en contra, explícitamente,y con todas sus consecuencias, del orden establecido.

Claro es que concepto semejante de la soberaníacomo el ya apuntado, lleva, con lógica tremenda, alprocedimiento que la Democracia consagra, en efecto,como esencialmente suyo: el sufragio llamado "uni-versal", que presupone esta atribución: "un hombre,un voto". Del sufragio universal estaba encinta laConstitución' de 1812, pero el alumbramiento no seefectuó hasta la Constitución ele 1869, en virtud delclima propicio que venían formando los partidos ven-cedores en Aicolea. La Revolución de Septiembre par-teó el sufragio universal; pero el "restringid?.5',, hastaentonces aplicado a la representación en las Coates, ha-

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los fraudes y violencias que laemisión del sufragio lleva consigo e impone a sus fun-ciones conexas. El sufragio universal hizo más per-ceptible aún tales y mayores desmanes, emparejandola falsedad del principio con la falsificación de sus rea-lizaciones. Por un lado, iba la ley/tratando en vanode atar cabos, de prevenir anomalías y de sancionartransgresiones. Por otro, iba la costumbre, sorteandola norma, burlándola, infrigiéndola, descubieita o so-lapadamente, con la asistencia de innumerables compli-cidades y encubrimientos, al servicio del mismo Poder,que había jurado fidelidad al sistema. La contradic-ción de la teoría y de la práctica era inútilmente expli-cada por tratadistas que aducían razones como las quehallamos, por ejemplo, en Azcárate: primero, "desco-nocimiento de • la verdadera naturaleza de los princi-.pios y de sus lógicas consecuencias"; y, luego, "faltade buena'voluntad para, adoptar aquéllos y llevar acabo éstas". Pero cabe perfectamente sospechar. que •-cuando un principio no puede ser vivido sin falsificar-le previamente, es que carece de toda verdad intrínse- 'ca, y que media una relación necesaria entre.una doc-trina y su aplicación delictuosa o impura.

La ingerencia de los Gobiernos en la maquinaría.. que la ley entregaba al libre juego de los electores/ re-presentaba un arte, nada sencillo ni limpio, qye tarda-ría, algún tiempo en madurar. La calidad del elector,determinada por ia contribución que pagase, renta quepercibiera, cargo que desempeñara o profesión queejerciese, motivó en la época del sufragio restringido,según leyes electorales de 1837, de 1846 o de 1.865, (lue-la acción corruptora del dinero no hallase, para ope-rar, el campo vastísimo que le reservaba el sufcagio

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universal. Pero, en cambió, la coacción oficial ofrecíala enorme ventaja facilitada por Censos de. extensiónmuy reducida y gentes cuyo talón vulnerable no seríadesconocido por los representantes locales del Poder.Lo que ocurría es. que los partidoss o más concreta-mente, las clientelas de cada oligarca en el distrito, nosiempre se dejaban intervenir desde Madrid, dadas las•formas autóctonas, en cierto modo, que revestía el ca-ciquismo en tiempos y lugares' de nada fáciles comuni-caciones, y así no era insólito, ni mucho menos, que elcandidato ministerial resultase derrotado e incluso queel Gobierno no obtuviese la apetecida mayoría. • •

"Desde que.empezó a regir la ley de los moderados,en 1845, hasta la Revolución de 1868 —escribe D. An-drés Borrego, el primero, en orden al tiempo, de loscronistas electorales-—•, establecióse el sistema de lascandidaturas .oficiales, a las que daba .armas poderosas-la centralización coetánea de aquella ley. Estableciósey prevaleció -la costumbre1 de buscar los candidatos elapoyo de los ministros, en vez de captarse la confianzade los electores, y para mejor lograr aquel apoyo, losmás diestros se presentaban al Gobierno, dándosecomo dueños de grandes influencias en sus distritos,al paso que en éstos se hacían pasar como prepotentesen Madrid, lo que les era tanto más fácil hacer creer,cuanto que el favor ministerial les ponía en el caso dedar a sus hechuras los empleos de la localidad." Este-sistema de las "candidaturas oficiales", granó, defini-tivamente, en él "encasillado", que ya ni siquiera ha-bría de menester contar con tm mínimun de buena dis-posición por parte del distrito, puesto- que en Goberna-ción se creó la graciosa especie del "cunero", candida-to sin filiación conocida en el pueblo cuya representa-

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clon le era conferida; expósito, en lenguaje figurado;acogido al favor oficial, por lo que el recurso fue em-pleado en ocasiones para conceder un acta a personasde abstracto prestigio nacional, que de otra suerte nohabrían podido llegar a las Cortes.

Documenta no poco el conocimiento de la prácticaelectoral, por lo que hace a la época isabelina, esta pá-gina, entre otras, del citado D. Andrés Borrego, enLas Elecciones: "Falsear las listas, incluir en ellas alos muertos, y también'a los vivos sin derecho a figu-rar en ellas; hacer que• apareciesen como votantes losque jamás se presentaron en los Colegios; leer los es-crutadores otros nombres que los es'critos en Jas pape-letas que sacaban de las urnas; anular indebidamenteios votos de Secciones enteras para cambiar el resulta-de de los escrutinios, han sido pecados veniales en nopocas de las actas aprobadas por mayorías de partido.En la época en que más legalidad hubo y menos frau-des se cometieron, rigiendo la ley de 1837, se establecióla cómoda costumbre de procurar ganar las Mesas atodo trance, dejar correr la votación sin tropiezos, ha-cer los escrutinios pro forma, reservándose el Presiden-te y los escrutadores que habían vencido en la constitu-ción de las Mesas, llevar las actas en blanco a la cabezadel distrito, para allí, en unión con sus correligionariosde los demás distritos, llenar las actas según lo exigiera•el preconvenido propósito' de que ios candidatos delpartido apareciesen con mayoría, aunque no la hubie-sen obtenido. Elección hubo, como la de Tí jola, en 1846,en la que para impedir que viniesen a votar los electorescontrarios, se les alejó, situando en la plaza del pueblo, -y a la puerta del Colegio, un pedrero, dispuesto a haceífuego sobre los contrarios, si se obtinaban en no ceder.

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LAS CORTES DEL SIGLO XIX Y LA PRÁCTICA F.LECTORAL

Otro medio, frecuentemente usado para ganar las Me-sas, era el de hacer entrar por una puerta falsa, antes

' de la hora señalada para dar principio a la constituciónde aquéllas,- a los electores amigos, en suficiente nú-mero para llenar .el local, de suerte que al sonar la horay abrirse las puertas, no hubiese sitio para los que nohabían tomado parte en el complot. Siendo únicamenteuna hora el tiempo señalado para votar las Mesas, losocupantes del salón estaban seguros de que no podríallegar el turno de votar a los contrarios, y el milagroquedaba hecho y- consumado."

Larga es la cita precedente, pero hemos preferidohacerla en atención a su condensada fuerza expresiva,puesto que reúne muestras o ejemplos de picardías, fal-

, sedades y violencias que hallarnos distribuidas en mul-titud de .casos, o reiteradas en grado enojoso, si acudi-mos al examen directo de las actas, cuya discusión re-fleja el correspondiente Diario de las Sesiones del Con-greso de los Diputados, o si, más auténticamente, bus-camos fuente de información en ios expedientes elec-torales mismos. Tan concordante es el testimonio adu-

- cido con los otros medios de prueba, que los malos usosallí descritos aparecen en las demás versiones de larealidad electoral que pudiéramos traer a cuento, inclu-so las de carácter literario, que tienen su valor cuando,

. como en Don O pando o unas elecciones, de D. SerafínEstébanez Calderón, proceden de una pluma que hizosus Musas de la observación yia experiencia, habiendosido el autor, además, diputado a'Cortes y jefe políticode dos o tres provincias. En Don O pando o unas eleccio-

- nes, presta la sátira literaria funciones de reveladorsocial y nos presenta, más o menos transfigurados, tiposy costumbres del electoralismo al uso-. La sombra que,

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burlescamente, proyecta "en esas páginas una circular-de las1 qtíe solía expedir, llegada la oportunidad, todoMinistro de la Gobernación a los Gobernadores civiles,descubre la suma de artificios a que se recurría en eltrance electoral, sin escrúpulos de ninguna índole, y enotro pasaje nos ayuda el autor a dar con. la clave de las

.consabidas simulaciones, al decir: "al pueblo lo que sele pide es que haga como que tiene gusto y voluntad, yque no la tenga". No digamos nada de la fuerza corro-boratoria que asiste a la tradición que por entonces na-cía;, en punto a fraudes y atropellos, más allá del Códi-go penal, y que ha llegado hasta nosotros, acrecida acada lucha electoral, y de tal manera autorizada, que nola recusan ni los complicados en el sistema: antes bien,"la ilustran con sus recuerdos y confesiones. Son aque-llas, en fin, elecciones'del estilo a que se refería DonosoCortes, cuando confesaba que "era menester -apartar

' los ojos con horror y el estómago con asco". • 'Dos Ministros de la Gobernación, bajo la presiden-

cia del general Narváez, D. Luís José Sartorius —luegoconde de San Luis—, en 1847, y D. Gandido Nocedal,nueve años después, tantearon el camino por- el que ha-bía de internarse, resueltamente, D. José de PosadaHerrera, coordinador, sistematizador, unificador, delas corruptelas y corrupciones decórales, que hasta en-tonces andaban un tanto abandonadas, sin .visión de lamentira en su conjunto, a la iniciativa de Gobernado-res, Alcaldes y candidatos, naturalmente apegados a stiinterés local. Posada Herrera,. Ministro de ía Goberna-ción en el segundo Gobierno ele la Unión Liberal, pre-sidido por el general O'DonneH, dirigió las eleccionesgenerales celebradas en noviembre de 1858, y obtuvo eléxito de sus más picarescas artes en la tarea —írnpro-

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• LAS CORTES DEL SIttLO XIX Y LA PRÁCTICA ELECTORAL

ba, al parecer— de suministrar tina cuantiosa•al partido recieiitenieiite formado —ello es sabido— conprogresistas de la derecha y moderados de la izquier-da. Huidiza figura la de Posada, Herrera, de sinuosoy ya casi borrado perfil: inteligente en grado sumo, es-céptico hasta el hielo del espíritu; ladino,o descarado,

• según las circunstancias; capaz de inventar un alza-miento -carlista para salir de difícil situación en un de-bate de las Cortes; agudo dialéctico, también, que, en-carándo-se un día con el sentido antisocial del liberalis-mo clásico, .acertó a preguntar: "¿ Qué pedazo de pandais al pueblo., con los derechos individuales ?"; conoce-dor de la Administración pública en cuanto realidadcorpórea del Estado, y de loa hombres, con sus .flaquezasy apetitos, en grado bastante, para extraer de la una yde los otros el rendimiento útil que astutamente preten-día. La felina destreza de Posada Herrera se conociópor sus resultados, más .que por los medios que empleasepara ganar las elecciones; pero aunque, rehuyó, en loposible, todo escándalo, las reclamaciones a que dio lu-gar la rectificación del Censo, renovado,- fuera de plazo,en su cincuenta por ciento; la cesantía o nombramientode funcionarios; él movimiento de Alcaldes'; la renova-ción de los Consejos de'provincia-—Diputaciones pro-vinciales—3 etc., son motivos que autorizan a reputar in-verosímil o innecesaria la pregunta atribuida al Presi-dente del Consejó, general O'Donnell,- dirigiéndose a suMinistro de la Gobernación: "—¿Qué ha hecho ustedpara sacar de las urnas tanto diputado adicto ?" A lo. quecontestó, según cuentan, Posada Herrera: "—Yo soycristiano viejo y pongo mucho cuidado en que mi manoizquierda no. sepa lo que hace mi mano derecha..."

Por extraordinaria que fuese la habilidad del "Gran

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Elector" —como llamó Olózaga a Posada Herrera, lle-vado de su gusto por el énfasis y la ironía—•, no fuetanta —ni lo podía ser, en definitiva—• que impidieraenterarse de los excesos perpetrados a quienes los su-frieran, ni que los sucios fondos agitados por los muñi-dores, aflorasen en la discusión de las actas y en la pren-sa de oposición. La. "influencia moral", cuyo ejerciciohabía recomendado Posada Herrera, en la circular derigor, a los Gobernadores civiles, fue objeto, por partede éstos, de la interpretación sobremanera laxa que con-venía al Ministro y a los ministeriales. Para tener su-jetos, e instruidos, en todo instante, a los Gobernadores—que ya habían asumido, por cierto, las facultades, enotro tiempo separadas, de los Jefes políticos y de les In-tendentes—, Posada Herrera acertó a utilizar las ven-tajas del recién implantado servicio telegráfico oficial,con cuyos hilos fueron .cosidas dichas autoridades a lavoluntad suprema del Gobierno, para que no prevalecie-sen otros patrones, en -la confección electoral, que elfijado en la Puerta del Sol. La mayoría de la Unión Li- •beral fue copiosa. A las minorías, se les asignó una re-presentación exigua, la indispensable en relación con eljuego que se aparentaba. "El partido democrático —re-fiere García Ruiz en sus Historias— no pudo mandarmás que un solo diputado, Rivcro; y si Posada Herre-ra consintió que fuese elegido/ debióse al asesinato deun tal Frú, jefe de la democracia de Sagunto, "crimenque llenó de indignación a todo el país y acobardó al Mi-nistro, al extremo de dejar libre la elección, para quefuese elegido el amigo de la víctima".

La nota dominante, en verdad, fue la coacción ofi-cial, de acuerdo con el mecanismo que Posada Herrerahabía montado, desde su despacho hasta el último guar-

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LAS COKTKS BEL SIGLO XIX Y LA PRÁCTICA ELECTORAL

día municipal, pasando por Gobernadores, Delegados,,Alcaldes y Secretarios. Posada Herrera perfeccionó loque ya estaba en las costumbres políticas, y nada nuevo,verdaderamente, ensució las actas sobre que recayeron,con preferencia, los debates del Congreso: Madrid, (dis-tritos de Barquillo y Lavapiés), Zafra, Corufia, Bada-joz, Puerto de Santa María, Puente Caldeias, Berja,Llerena, Puente'del Arzobispo, en una de cuyas seccio-nes los electores, según protesta unida al expediente,"llevaban pintados en el rostro los. caracteres y señalesmás comprobantes del miedo pánico que les dominaba";Zamora, donde, por lo visto y" alegado, la ingerencia yla presión gubernativas llegaron a extremos documen-talmente puntualizados así:

"Primero: Haber sido llamados al Gobierno de pro-vincia y a la Administración de Hacienda pública mu-chos alcaldes, secretarios e individuos de Ayuntamiento,no comoquiera para recomendarles una candidatura de-terminada, sino para hacerles, tanto en una dependen-cia como en otra, terminantes promesas de despachar-les favorablemente algunos expedientes, y de eximirlesde responsabilidades que les resultaban en otros, al mis-

' mo tiempo que se solicitaban sus votos para la candida-tura del Gobierno.

Segundo: Haberse abusado de varias maneras quedetalladamente y en concreto se señalan en la solicitude información, de varios actos administrativos, comofueron, entre otros, una visita del papel sellado, giradaa varios pueblos del distrito durante el mes próxima-mente anterior a la elección, y la petición, durante elmismo período, de las cuentas atrasadas de Propiosdesde 1839, a unos en el termino de ocho días, a otrosen ei de tres, y a todos bajo la multa de 500 reales.

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Tercero: Haber recorrido varios empleados de Mon-tes muchos pueblos-del distrito, cohibiendo la voluntadde los electores.

Cuarto: Haber sido preso por' agentes del Go-bierno de provincia, la víspera de la elección, una per-sona influyente, que pocos días antes había sido llama-da a dicho Gobierno y se había negado a las exigenciasque le había hecho un oficial del mismo, para que vo-tase la. candidatura oficial, con la amenaza de que enotro caso se le quitaría la subdelegación que desempe-ñaba; y haber sido detenido en el mismo Gobierno deprovincia durante la votación del primer "día, el apode-rado-general del candidato vencido.

• Quinto: Haber sido obligados material y violenta-mente a ir al Gobierno de provincia varios electoresque se dirigían a votar, por salvaguardias armados desables, a pesar de la resitencia que aquéllos opusieronen distintos puntos de las calles más céntricas de ia ca-pital, llegándose a causar un escándalo, que presencióuna población de 40.000 almas, y habiendo estado apunto de causarse un tumulto."

Planteado el duelo de los partidos en esas condicio-nes, no las habrían de mejorar ni Posada Herrera, quevolvió a Gobernación en 1865, n^ González Bravo,hombre de pasiones desmandadas, nada dispuesto afrenarlas con escrúpulos de tipo legalista; el cual for-zó, en las elecciones de 1866, todos los resortes que leproporcionaban la ley, la costumbre contra lege-nt, el USÍ)vicioso y su propia Minerva, a fin de amañar unas Cor-tes que serían, por cierto, las últimas de Isabel II; ries-go con el que se contaba; de ahí el afán por eludirlo,apuntalando el trono con una mayoría parlamentaria

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que lo defendiera contra ataques que venían de niu~dios lados, bajo inspiración patente de la Masonería.

En tanto, y dada la electricidad que cargaba la at-°niósfera de tiempos como aquéllos, notoriamente pre-revolucionarios, el programa de los partidos conjuradospara derruir la monarquía de Isabel II, extremaba suspostulados, y el del sufragio'universal aparecía ya enpriíner término de manifiestos, arengas y mensajes.Con ló que, después de todo, se recogía el espíritu de1812, razón de cuanto con posterioridad venía aconte-ciendo. Abundaban,- sin embargo, en el progresismo,quienes resistían a apurar la lógica de sus ideas, detal manera enlazadas, que, partiendo 'de la soberaníanacional, 110 podían por menos de dar, como conclusión;,en el sufragio universal. No lo aceptaban, de buen gra-do, en efecto, aquellos progresistas que temían que de"la pistola puesta en las manos de una niña" —símil deCarlos Rubio—, saliese el tiro por la culata, e inclusono faltaban los que admitían la posibilidad de que elvoto de la mayoría'de los españoles concediese el triun-fo a, la Monarquía tradicional, en no pequeña parte 'delterritorio.

El General "Prini y Nicolás María Rivera —cadacuál por su lado— no vacilaron en izar, a todo evento,la bandera del sufragio universal. Prim. consiguió lle-var al Manifiesto que la Junta Revolucionaria de Cá-diz suscribiera y fechara el 19 de septiembre de. 1868,la promesa de que aquel procedimiento sería la piedraangular del nuevo régimen, como ya lo riabía ofrecidoél misino en su alocución de la víspera, y un' año an-tes, con ocasión de la intentona de agosto. "Queremos—dice el Manifiesto de la Junta de Cádiz—- que un Go-

• Memo Provisional, que represente todas las fuerzs vi-

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•vas del país, asegure el orden en tanto que el sufragiouniversal echa los cimientos de nuestra regeneraciónsocial y política." Para más obligar a cumplir los rei-terados compromisos de la" Revolución de Septiembre,Nicolás María Rivero, alma de la Junta Superior Re-volucionaria de Madrid, se apresuró a insertar en laGaceta una "Declaración de derechos" en que el sufra-gio universal encabezaba una serie a este tenor: "Li-bertad de cultos, libertad de enseñanza, libertad dereunión y asociación pacífica, libertad de imprenta sinlegislación especial, juicio por Jurados en materia cri-minal..." No pasó un mes.sin que apareciese en la Ga-ceta — número del 9 de noviembre— el Decreto por elque se establecía el sufragio universal. El preámbulo-dejaba inequívocamente sentada la doctrina: "'Cuandola soberanía nacional es la única fuente de donde se hande derivar todos los poderes y todas las instituciones deun país, el asegurar la libertad más absoluta del sufra-gio universal, que es su legítima'expresión y su con-secuencia indeclinable, constituye el deber más alto yde más inflexible resposabilidad para los Gobiernos que,brotando de esa misma soberanía en los primeros ins-tantes de la revolución, son los depositarios de la volun-tad nacional..." Por su propio peso, caía el artículo i.°•—-"Son electores todos los espafíoles mayores de vein-ticinco años, inscritos en el padrón de vecindad"—, cuyaaplicación equivaldría, correlativamente, al máximo fal-seamiento de la voluntad nacional que se invocaba. Eseartículo se reproduce, apenas modificado, en la ley de26 de junio de 1890, que rigió el sufragio universal ensu segunda época, y asimismo en la de 8 de agosto de1907. que introduce -en aquélla modificaciones varias.

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LAS COKTES DEL SIGLO XIX Y LA PRÁCTICA ELECTORAL

. Surgieron, por tanto, las grandes masas electorales;con ellas, nuevas formas de coacción y soborno.

Probablemente, la mecánica y pueril alegría de esasprimeras jornadas a que se entrega el pueblo —dandoa este último vocablo la acepción peculiar de los regí-menes de -"opinión pública"-—•, cuando se consideratriunfante, no hizo preciso,'en las elecciones a CortesConstituyentes de • 1..869 •—-las primeras del sufragiouniversal—•, que la sugestión corruptora del poder tras-pasara el límite de lo ya experimentado en casos análo-gos, que era suficiente, con la venalidad de tinos y elretraimiento de otros, para asegurar el triunfo de loscandidatos impuestos por el Gobierno Provisional. Noestá demás traer a cuento una anécdota referida por donIldefonso Antonio Bermejo en su Historia de la Inte-rinidad y Guerra Civil de España, que ayuda a formaridea de la conciencia manifestada por los grupos quellenaban las calles con sus vivas, mueras y alborotos:"¡Abajo los Borbolles!, gritaba desaforadamente unciudadano en la Puerta del Sol, y preguntóle un compa-ñero que conocía a fondo al gritador: —Y ¿ quiénes sonlos Borbones...? Y respondió el que gritaba: •—Losguardias civiles..." Pero no cabe desconocer que Espa-ña, cierta parte de España,, la burguesa e intelectual so-bre todo, pasaba poi: ün auge 'de ilusión que no podíapor menos de influir en la lucha electoral. Eran gentesque creían en la realización para siempre del mito ofus-cante de la Libertad, y su fe era explotada por las or-ganizaciones de que disponía el caciquismo de la épocaisabelina, llamado a subsistir eii el nuevo período y auna consolidarse más tarde: organizaciones provincialesy municipales que se ofrecían a los Gobiernos en canjede provechos y servicios. El ministro de la Gobernación

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que hizo las Cortes-Constituyentes, D. Práxedes MateoSagasta, utilizó la maquinaria ya montada por progre-sistas, demócratas y unionistas, para obtener previstosresultados. La oposición, por varias razones,-no habíapresentado grandes batallas, y como los partidos in-tegrantes de la mayoría tenían interés en-no reñir pre-maturamente, la discusión de actas no dio lugar sino avulgares escaramuzas. Pero, así y todo, para* mayor eirrecusable fuerza de la acusación, se levantó, contrala política electoral del Gobierno, en los mismos esca-ños revolucionarios, el famoso D. José María Orense,marqués de Albaida: famoso por la antinomia de suGrandeza de España y su demagogia.

."Yo no diré si él viaje que hicieron a Madrid mu-chos Gobernadores —declaró Orense-—• tenía por obje-to darles una lección de cómo debían conducirse en laselecciones; yo no sé lo que lia pasado,' ni me importa.Lo que sé positivamente es que .en las elecciones hantenido la mayor influencia los Gobernadores; que don-de un Gobernador civil era progresista, las eleccioneshan sido progresistas; que donde el Gobernador .civilera unionista, han triunfado los unionistas; que dondeha sido de otra especie, las elecciones lian sido el.vivoretrato de las ideas del Gobernador..." Adujo el.orador"la larguísima serie de abusos, coacciones, amaños, tro-pelías, arbitrariedades, falsedades, fraudes y alteracio-nes coiiietivdos en muchos de los colegios electorales'*3 deValíadolid,. por ser ésta el acta que le importaba, perode igual .manera podía haberse expresado el viejo fe-deral respecto a la lacha en Tortosa. Segovia, Barcelo-na, Santander, Cuenca y tantos distritos más, entreííroSj apaleamientos y detenciones. Sagasta se justifi-có con más habilidad que razón, contraatacando en tina

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forma que redondea el juicio histórico de tales eleccio-nes: "El señor'Orense ha culpado al Gobierno —afir-maba Sagasta— de haber repartido destinos y creden-ciales -con el objeto de influir en la elección. ,No; elGobierno no .ha dado nada con motivo -de la cuestiónelectoral. ¡Ojalá pudiera yo decir lo mismo' respectode algunos de los amigos del señor Orense I Es verdadque no han dado destinos ni credenciales; pero, en cam-bio, han dado otra cosa de que no podían disponer, puesque'han ofrecido la-repartición de bienes y tierras queno son suyas..." He aquí otra.consecuencia del accesode las masas al sufragio. El Censo,-al ensancharse, ofre-ció un costado nuevo a' la presión del interés. Se traba-jaba en miserables condiciones, y ni siquiera la ilustra-ción podía0 entretener el hambre de quienes pudieranmejorar un tanto su situación, porque el setenta y cin-co por ciento de los españoles no sabía leer ni escri-bir. Lo que no hiciese el dinero, tocando al hombre en elpunto sensible de sus necesidades insatisfechas, lo ha-ría, en alguna zona predispuesta, la alucinación, la qui-mera dei reparto... Por donde quiera que -se mirase, elsufragio universal cargaba las urnas de explosivos. Yaunque argumentos de esta/y aquella índole fueroncontrastados en el debate a que diera lugar, en su mo-mento, el artículo IÓ del proyecto de Constitución, suenunciado quedó así: "Ningún español que se halle enel pleno goce de sus derechos civiles podrá ser privadodel derecho de votar en las elecciones de senadores,diputados a Cortes, diputados provinciales y conce-jales."-

Con el sufragio universal irrumpió.en el mercadode la política una imponente masa, por cuya apropia-ción iban los partidos a exacerbar su pugna. La coyun-

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tura electoral les daría repetidas ocasiones de competen-cia en la captación de prosélitos y dientes, ya que en iosdos años que sólo duró el reinado de Don Amadeo I,hubo nada menos que tres llamamientos a las urnas, decarácter general o legislativo: dos de aquéllos en 1872,sin otra distancia entre sí que la de marzo a agosto.Porque el reflejo del voto comicial en la distribuciónde las fuerzas parlamentarias, ocasionaba crisis queúnicamente se podían remediar con sendas disolucionesde' Cortes y subsiguiente convocatoria de otras. Cuentael conde de Romanones, biógrafo de Don Amadeo, queéste rogó al entonces jefe de su Gobierno la- mayorpureza en las elecciones. "—Esté V. M. tranquilo, lecontestó Sagasta; serán todo lo puras que puedan serloen España..." Puso el político' en estas palabras un iró-nico sobreentendido, puesto que el sistema y los hom-

• bres que lo servían, no aceptaban una aplicación más. sincera que la ya tradicional, y si en el falseamientode las elecciones cabía apreciar grados, España alcan-zaba hacía1 esos años "el triste privilegio" —palabras deAzcárate, en El régimen parlamentario en- la práctica—de formar con Hungría "los dos países en que la inmo-ralidad de electores y candidatos es mayor", así comoPortugal y también España constituyen la otra pareja"en que el poder ejecutivo interviene más de un modoilegal y abusivo en las elecciones". El conde de Roma-nones asegura que esas elecciones de marzo de 1872 nofueron peores que otras: "No se extremaron los mediosde defensa •—agrega-—; sólo se le corrió un tanto lamano al Gobierno en algunos escrutinios que produje-ron escándalo". La verdad es que el escándalo, no poracostumbrado menos significativo, se extendió a otroshechos relacionados con fases electorales anteriores al

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escrutinio, y que la discusión de actas en el Congresodeparó el conocimiento general de espectáculos comoéste que presentó El Ferrol, según versión del diputadoPérez Costales: "El día antes de la elección apareció laciudad como un campamento militar; repartiéronse alos buques de dotación en el puerto, sacos de metrallay municiones; se redoblaron las guardias, proponiéndo-

' se el Gobierno por estos medios llevar el terror a loscolegios electorales. Los marineros iban con un con-tramaestre a la cabeza, con la candidatura oficial en lamano, dada por el contramaestre, que asomaba por elbolsillo, para intimidarles, el correspondiente y podero-so rebenque. De diez en diez hombres iba un cabo, y alllegar al colegio, se les hacía enseñar la candidatura, yal que la llevaba de Beránger, se la rompían..." De losdocumentos relativos al distrito de Priego, resultó quevotaron en un colegio cien electores más que los que •figuraban en el Censo; cinco muertos y un condenado agarrote, pendiente dé ejecución; ejemplo concordantecon otros que pudieran extraerse de distintos expedien-tes. Formas semejantes de coacción y fraude revistió lalucha, si es que no agravadas, en Ecija, Córdoba y va-rios distritos más.

El rebajamiento que se imponía a las fuerzas arma-das, por convertirlas en instrumento de este o aquelcandidato; la complicación de jueces o magistrados enlas operaciones del escrutinio; la arbitrariedad guber-nativa en sus múltiples aspectos; el viejo soborno por elfavor prestado o prometido, y la descarada compra devotos en metálico; las dificultades de toda índole im-puestas a la libre emisión del sufragio, desde la nega-ción de la "cédula talonaria" hasta la coacción de obra;la falsificación o duplicidad de actas...; todas estas fí-

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guras, en. fin, y más, de la Irregularidad y delincuen-cia electorales,. en renovado desfile, hicieron decir aCastelar, en una reunión de su. minoría: "Si en Ma-rruecos se estableciera el sufragio universal, no se ve-rían las coacciones que se han visto en España en estaselecciones, ni las católas del Rif las sufrirían, ni ha-bría Sultán que hubiera' mandado lo que ei Si*. Sagas-ta..." No se concibe fácilmente cómo quien así diag-nosticaba el mal, se empeñase, en contagiar de él a laMonarquía, pactando años después la disolución de supartido, á cambio de-tina nueva ley del sufragio univer-sal, quizá por creer que los hombres —"justos y bené-ficos", como el doceañísmo los soñó— no tardarían enllegar a hacerse dignos de tina investidura cuya false-dad de principio Castelar no supo percibir. Sería "curio-so contrastar, con el sufragio-universal por piedra de to-que, el carácter-de Castelar, en la irisada nube de suelocuencia, y el de Sagasta, que harto supo manipularlos derechos que él mismo llamara, "inaguantables". •Por cierto que en estas Cortes de 1872 a que estamosaludiendo, se planteó el escandaloso asunto de la trans-ferencia de dos millones de reales.de la Caja de Ultra-mar al Ministerio de la Gobernación,. "para gastos se-cretos" de dicho departamento; para gastos electora-les, puntualizó la malicia. No se comprobó la sospecha,pero'ya- era significativo que la especie pareciese, porlo menos, verosímil, en cuanto descubría el peso con queel factor económico gravitaba sobre las elecciones. Elsufragio universal, sobre no sanearlas, las había enca-recido. Ese procedimiento tenia, sin duda, "fastuosasexigencias", como 110 tardaría en decir Navarro Ro-drigo ante las elecciones de Ledesma, en 1876.

Ni la ley ni la práctica electorales sufrieron mu-

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danza notable en la República de 1873. Fue preciso quesobreviniera la Resturación, para que el sufragio uni-versal desapareciese, por tinos años, al menos. Las pri-meras elecciones generales —enero de 1876— del reina-do de Alfonso XII, se efectuaron todavía con arregloal -sistema democrático que había establecido la Revo-lución de Septiembre, y de acuerdo con las mismas dis-posiciones bajo las cuales se verificaron las elecciones• de las últimas Cortes de Amadeo I. Dirigiendo las pri-meras del nuevo reinado, ganó Romero Robledo, desde

Posada' Herrera, sólo que el asturiano "Gran Elector",más ladino, disimulaba mejor que Romero Robledo, an-daluz de francas y enterizas pasiones; talento, dichosea de pas.o, tan al natural, que repugnaba la letra im-

casa no había, por lo que se cuenta, un solo libro, ni seguardaba apenas tina carta. Es curioso notar que esteCongreso de 1876 eligió Presidente a Posada Herrera,que en su discurso posesorio hizo esta declaración:"Tengo mis'motivos para no desear volver los ojos a lopasado, y si alguna vez he cometido algún error en esta

• clase de cuestiones (electorales) —que sin duda lo ha-bré cometido—, sirva esta confesión que hago en estemomento, de castigo y de expiación..."

Aún coleaba -en el Norte la guerra carlista, pero losotros partidos de oposición más o menos violenta —re-trajéranSe o no, por esa vez, de los comicios—, se mos-traban inclinados a aceptar la "lucha legal" que el Go-bierno les brindara, como consecuencia traída por elhecho dirimente de Sagunto, que cerró el azaroso pe-ríodo abierto por la Revolución de Septiembre, sin q«e

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se vislumbrasen posibilidades de éxito a nuevas cons-piraciones y pronunciamientos. De todos los antiguoscombatientes se iba apoderando un cansancio que faci-litarla enormemente las maniobras electorales del Go-bierno, en campo donde éste no hallarla fuertes ni me-tódicas resistencias, porque el desánimo general lle-gaba hasta el simple hecho de emitir el voto, y donde los

ieres locales y personales -—esto es, caciquiles— seponían a consolidar posiciones, antes dispuestos a

pactar con los hombres -de Madrid que a presentarlesbatalla, sarro casos muy concretos. La fuerza conser-' vadera —por su peculiar estructura-—• del caciquismo,directamente relacionado con la "constitución interna"de España, fue aprovechada por Romero Robledo —Mi-nistro bajo la presidencia de Cánovas-—, para estabili-zar la situación, fuera de la cual no había medio de

r, evidentemente, el centro de gravedad que equi-;, por entonces, a España y a los españoles. Tie-

ne sentido la conocida anécdota por la cual se atribuyeuna intencionada respuesta a Campoamor, cuando al-guien le preguntó por dónde había salido diputado aCortes: "—Por... Romero Robledo", contestó. RomeroRobledo, efectivamente), manufacturó una "representa-ción'nacional" a la medida, acreditando un extraordi-nario virtuosismo en el uso de todos los instrumentoselectorales, y haciendo culminar, para máxima eficaciadel "encasillado", ño pocas veces en peligro, el expedi-tivo procedimiento del pucherazo; vuelco del puchero en-tuna, en favor de un solo candidato. Así se procedió, enlos Colegios donde la necesidad se dejo sentir, y es cla-ro epe hojeando los expedientes, dictámenes de la Co-misión de Actas y correspondiente discusión en el Sa-lón de Sesiones, se comprueba que no se omitió nada

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del repertorio consabido, al que más bien, se le incre-mentó, por lo que respecta' a las operaciones preparato-rias •—formación de listas y constitución de mesas-—,como por lo tocante a la elección misma: desde la figu-ra que el Código penal delineaba, hasta el ardid pica-resco que se reía en las tertulias.

La (captación del voto popular —aparte las- formaselementales de la compra directa, en metálico y uno auno— suscitó otras de varia naturaleza, a que puedeservir de muestra, entre muchas, un caso dado en Por-cuna —distrito de Martos—, referente a una carreteracuyas obras estaban paralizadas. "Pero llega la vísperade la elecciones —según el diputado D. Luis de Rute,que sostuvo la protesta en el debate oportuno—, y seobliga al contratista-a que emprenda los trabajos, y sele hace pagar los jornales a treinta y seis reales, cuandose estaban pagando a cuatro en todas partes, y se pro- •mete a los trabajadores que las obras van a durar dosmeses, amenazándoles con que si no votan al candidatoministerial, serían echados... Las obras, en vez de con-tinuar dos meses, se suspendieron a los dos días despuésde empezada la elección, pero antes habían votado 512braceros, los cuales son-llevados, arrastrados, cohibi-dos por la fuerza, a los Colegios electorales, por' briga-das que presidían el alcalde, los tenientes y los conceja-les todos del Ayuntamiento." Igualmente se atestiguóque en la capitalidad del distrito, liabía. reunido el Jefeeconómico de la provincia a los estanqueros, "obligán-doles, bajo pena de cesantía, a votar las candidaturasoficiales y a llevar cada uno cien electores con idénticofin". En parecida línea cíe coacción por el interés, se in-serta el caso de Cuenca de Campos —distrito de Villa-lón—, donde el alcalde expuso a los vecinos "la necesi-

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dad imperiosa en que estaban de votar ia candidaturaministerial, porque se le había ofrecido moratoria enel pago de contribuciones atrasadas, hasta la condona-ción, si por su docilidad se hacían acreedores a semejan-te beneficio". Por resolverse un expediente de la CajaGeneral de Depósitos, en vísperas de elecciones, a favordel Ayuntamiento de Almendralejo, recibió este Mu-nicipio la .persuasiva lluvia de 32.000 duros1. En otros

. pueblos, la distribución de votos se pudo hacer sin re-currir al dinero, ni a la violencia, sino tranquila y sen-cillamente, como en el Puerto de San Vicente —distritode Oropesa—, donde el alcalde hizo decir por pregón, ala puerta de la iglesia, que el alguacil y "él habían acor-dado "repartir el Censo'entre los dos candidatos,--porpartes iguales". Otro alcalde, éste'de Villanueva de.laCondesa.—distrito de Villalón-—:, ante la resistencia de

• algunos electores, se descara y dice: "—Yo tengo bas-,tante estómago para dar y quitar votos, y se hará lo quejo quiera..." Todo alcalde, -desde luego, podía hacer loque se le antojase, si le respaldaba el Gobernador civil,y a éste, el Ministro de la Gobernación. De esta suertese llegaba a escrutinios como el de Benaoján •—distri-to de Ronda—: "Se. volcaron-las urnas, .se recogieronlas papeletas sin contarlas y sin leer los nombres, • ydespués de esta sencillísima operación, se dijo: "Resul-tado del escrutinio de hoy", dando a continuación nom-bres y cifras. Con unas u- otras señales, el mal se 'acu-sa en Torrelaguna y en Barcelona, én Pastrana y enUbeda, en Madrid y en Castuera...

Los liberales-conservadores —con su.arrastre deunionistas y moderados— no tansigían con que el su-fragio universal continuase en vigor. Romero Robledo

lo había combatido., fogosamente, en las Cortes

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XAS CORTES DEL SIGLO XIX Y LA PRÁCTICA ELECTORAL

Constituyentes de 1869. Pero, sobre todo, Cánovas te-nia fijados puntos de'vista que le obligaban a soste-nerse en ellos, y desarrollarlos en la Gaceta. Todos re-cordaban, sin esperar su estampación en la serie de Pro-blemas contemporáneos, los. conceptos que, con admi-rable lucidez, vertiera Cánovas desde la tribuna delAteneo de Madrid cinco años antes. "El tal dogma dela igualdad —dijo entonces— no es dogma, sino sofis-ma y error notorio. A mí5 nada de esto me encuentra encontradicción, pues que tengo a la igualdad por anti-humana, irracional y absurda, y a la desigualdad porde derecho natural. Imparcialmente considero, sin em-bargo, a la democracia .comunista, socialista, anarquis-ta, por cosa, aunque falsa, grave, formal; mas la de-mocracia individualista, en- cambio, me parece sólo undelirio ridículo. El sufragio universal y el comunismoo socialismo, significan para mí una misma cosa, condistintos nombres. El sufragio universal y la propiedadson antitéticos, y no vivirán juntos, porque no es posi-ble, macho tiempo. El individualismo democrático quepretende juntar y hacer compatibles ambas cosas, cien-tífica y prácticamente quedará bien- pronto desacredi--tado." Y poco después, en la misma disertación: "Elsufragio universal será siempre- una farsa, un engañoa las muchedumbres, llevado a cabo por la malicia o la•violencia de los menos, de los privilegiados de la heren-cia y el capital, con el nombre de clases directoras; oserá, en estado libre, y obrando con plena independen-cia y conciencia,, comunismo fatal e irreductible. Escó-jase, pues, entre la falsificación permanente'del sufra-gio universal o su supresión, si no se quiere tener queelegir entre su existencia y la desaparición de la pro-piedad y el capital; por lo menos, del heredado y trans-

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misible. Lo que hay es que del propio modo que la pro-piedad se democratiza, haciéndola asequible a todos porvirtud del trabajo y el ahorro, el poder se puede de-mocratizar legítimamente, haciéndolo accesible, en máso en menos parte también, a todo el que sea propieta-rio. Cabría, por consecuencia, admitir dos grados en lademocracia para ascender desdé la miseria a la partici-pación en el poder o la soberanía: la propiedad, el pri-mero; el segundo, el derecho electoral..."

Las circunstancias le habían hecho conocer a Cá-• novas, desde muy dentro; el primer extremo de la dis-yuntiva que estableciera en función del sufragio uni-versal: o falsificarlo o suprimirlo. Un Gobierno desu presidencia lo había falsificado en las elecciones ge-nerales de 1876. Tocó luego la experiencia de la se-gunda solución que en el discurso del Ateneo había for-mulado expresamente: prescindir del sufragio univer-sal, sustituyéndolo por el restringido, en virtud de la"ciencia real y única de la política", que, a juicio deCánovas, es lo que se apoda "doctrinarismo". En efecto,por ley de 20 de julio de 1877 se restablece la de 18 dejulio de 1865, c o n algunas modificaciones, como la deincorporar la división de distritos fijada por una leyde 1871, y la de de reducir las cuotas exigidas ai elec-tor, por contribución territorial o subsidio industrial.Una Comisión de Senadores, Diputados y funcionariosredactaría un anteproyecto de ley electoral, y el 28 dediciembre de 1878, hubo de ser promulgada la nuevaley, en cuyo artículo 14 se estatuía lo siguiente: "Sólotendrán derecho a-votar en las elecciones de Diputadosa Cortes los -que estuviesen inscritos como electores enlas listas del Censo electoral vigente al tiempo de ha-cerse la elección". Quiénes tienen ese derecho a ser ins-

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LAS CORTES DEL SIGLO .XIX Y LA PRÁCTICA ELECTORAL

erutos en las listas del Censo, lo fija el artículo 15 conestas palabras:- "Todo español de edad de veinticincoaños cumplidos, que sea contribuyente, dentro o fueradel mismo distrito, por la cuota mínima para el Tesorode 25 pesetas anuales de contribución territorial o de50 pesetas por subsidio industrial". La condición deelector es extendida por el artículo 19 hasta alcanzar acuantos ocupen determinados cargos o ejerzan las pro-fesiones que al efecto se detallan. -

Merced a la ley de 1877, se atenuaban las consecuen-cias de la fórmula "un hombre, un voto". Pero los de-fectos que le eran cong"énitos.'no podían en modo al-guno ser'evitados, y en cuanto a los adventicios, única-mente cabía un tratamiento' severo, aplicado por unavoluntad tan sana coriio firme. La liigienización electo-ral precisaba un clima político que verdaderamente noexistía. Lo que pudiera hacerse en este sentido, lo in-tentó D. Francisco Silvela —de muy.singular preocu-pación, como- hombre de pensamiento y letras, por lascuestiones- éticas-—•, cuando hubo de dirigir las eleccio-nes de 1879, por ser Ministro de.la Gobernación, en elGobierno que presidía en general Martínez Campos.De ahí que el ritual Mensaje de la Corona tratase deítema con un calor y una insistencia que no acusabanen tanto grado otros textos oficiales, en circunstanciasanálogas: "Mi Gobierno —leemos— ha prestado espe-cial atención a la escrupulosa práctica de las grandestransacciones que se llevaron a cabo por las últimasCortes para lograr completa libertad y sinceridad "en laexpresión del voto público; y esta obra patriótica, quepor igual importa a todos ios partidos, porque • es cues-tión de dignidad para el ciudadano, de confianza y-se-guridad para los Poderes y de honra para el país, se

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AUsIAGSO

completará, por vuestra parte, con el imparcial y se-vero juicio de las actas según las disposiciones regla-mentarias, reformadas también en lo que al Congre-so se refiere..." Sí algo se obtuvo, la vuelta al Ministe-

por su-mano, las elecciones generales de-1884, marcó'sensible retroceso. Surgieron, entonces las Cortes quecalificó Sagasta de "deshonradas antes que nacidas",despreocupándose de los dicterios que merecieron lasque dirigió su Gobierno en 1881. Pero los acusadoresy los acusados permutaban su lenguaje, según les sor-

_ prendía la coyuntura en el banco azul o en los escañosde la oposición. Maura, diputado novel, alternando enel* juego parlamentario, no resistió, a la tentación depreguntar, al ser discutida el acta de Orense: "¿Esque se pretende que los dos partidos, abran unacuenta corriente de delitos y de infamias, y no se dis-.cutan más que los saldos, de suerte que de las atroci-dades que haya cometido uno dedos partidos, se hagacarta abierta, para que el otro las cometa, y se empiece'a contar cuando excedan las del otro... ?"

A lo que se vio, Romero Robledo hizo tabla rasadel mapa electoral de España, y plantó donde quiso ypudo —pudiendo mucho, pues nadie le fue a la m a n ó -la banderita del triunfo ministerial. En 237, según lacuenta del diputado D. Ángel Allendesalazar, se cifróel número de los "cuneros" victoriosos, e igualmentepodían ser sometidos a estadística todos y cada uno' delos hechos que integraron la contienda —suspensionesde Ayuntamientos, detenciones- arbitrarias, falsedadesen determinados documentos, actos' de violencia, con ,efusión de sangre o sin ella, etc.'—, si interesara, a losefectos de este artículo, reforzar, cuantitativamente, la

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LAS COSTES DEL SIGLO XIX Y LA PSÁCTICA ELECTORAL

observación sobremanera cierta de una repereseiitacióanacional apócrifa. El argumento de D. José María Ce-lleruelo al" impugnar las actas de Granada, pudo apli-carse a multitud de casos: "Se 'ha falsificado la juntadel Censo; ésta lia falsificado los interventores; el al-calde falsificó las presidencias de las mesas, y las mesas,después de estas tres gravísimas falsificaciones, falsi-ficaron el resultado de la elección..." Pero nadie pusoen duda la existencia de los males denunciados, y deotros por el mismo orden. La defensa por parte de- laComisión de Actas, solía ser formularias y hasta seprodujo en autores y beneficiarios de algunos fraudes"el alarde de cierta satisfacción", qué D. Germán Ca-ntazo hubo de advertir en el Gobierno y en la mayoríacon ocasión de discutirse el acta de Nava del Rey. Bienentendido que las apariencias de legalidad mostradaspor la lucha mantenida en este o aquel distrito, podrido.en su entraña, había techo decir a D. Alberto Bosch, enlas Cortes anteriores, que "las actas limpias son lasmás graves...". ' • '

Ya se habían incorporado los liberales, plenamente,a la legalidad constitucional, mediante el acceso al Po-der, en 1881, de Sagasta, lo cual quería decir que elespíritu de la Revolución de Septiembre se aprestabaa informar la legislación complementaria del Códigofundamental de 1876. El tema, por tanto, del sufragiouniversal tenía que avanzar de nuevo al primer planode la pública especulación, y avanzó, sin tardanza, perono sin dificultades, creadas por la contraposición depareceres en el seno de la propia mayoría. Sagasta semanifestó refractario a la "universalización del sufra-gio", que el viejo Posada Herrera —su sucesor en laJefatura del Gobierno— lievó3 por el contrario, en una

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I I . FERNÁNDEZ AX.11AGHO

de sus oscuras veleidades al' Mensaje de la Corona conque se abrió la nueva legislatura —1883—, en térmi-nos de explícito compromiso que alcanzaba nada menosque a la revisión constitucional. Dos diputados sagasti-.nos presentaron un voto particular a la contestación que

saje, y en el debate correspondiente, a más de otras in-tervenciones, en pr.o o en contra, Cánovas insistió en su.conocida doctrina: "Como el sufragio universal, en lafoma determinada que algunos le entienden •—-dijo eljefe liberal-conservador—, es anticientífico y antina-cional, yo no me comprometería a respetarle ni un ins-tante siquiera, fuera de aquel a que el respeto de la le-galidad me obligara..."

Con todos el sufragio universal •—más que larvadoya, en la ley de 29 de agosto de 1882— finé, no muchomás tarde, prenda de inteligencia entre Sagasta y Cá-novas, una vez sobrevenido el fallecimiento del Rey5

determinando la necesidad, por interés dinástico, debuscar la compensación a las incertidiimbres y peligrosde la Regencia en un ensanchamiento hacia la izquier-

•da de la base sobre que la Monarquía se sustentaba.No fue otro el sentido del llamado "Pacto del Pardo" yde la obra legislativa que realizaron las primeras Cor-tes —1886 a 1890— de la Regencia ejercida por DoñaMaría Cristina de Austria: leyes de Asociaciones, delJurado y Electoral, que venía a proclamar de nuevo elprincipio del sufragio universal. Tales eran las condi-ciones cayo cumplimiento aguardaba Castelar para di-solver su partido, el republicano-posibilista, • y dar porcerrado el período constituyente. De la sumergida opo-sición conservadora a esa nueva ley del sufragio uni-

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LAS CORTES DEL SIGLO XIX Y LA PRACTICA ELECTORAL

versal —26 de junio de 1890—, sólo quedó flotando ungran discurso de D. Alejandro Pidal y Mon.

La concesión le resultó a Cánovas tanto más peno-sa cuanto que a él le correspondió, en la rotación delos partidos, convocar y presidir, a la caída de Sagasta,las primeras elecciones generales 'a que debía ser, apli-cado el restablecido procedimiento democrático. DonFrancisco Silvela, Ministro' de la Gobernación en esecaso, se dispuso a poner de su parte cuantas condicio-nes de pulcritud y respeto pudiera exigir, en principio,la "sinceridad electoral", siempre invocada y nunca ser-vida... En su BL O. circular a los Gobernadores civilesde 7 de julio de 1891, 'Silvela recalcó la trascendenciadel paso que se daba, a título de legalidad llamada a sercumplida. Había, que realizar, afirmo, "un leal ensayode lo existente", añadiendo: "La responsabilidad en lasvergüenzas electorales que vienen manchando tan lar-go y variado período de nuestra Historia contemporá-nea, sería mayor al inaugurarse un régimen nuevo yuna alteración fundamental en el voto público; claroes que ningún sistema dará frutos sanos si el país, lospartidos y las clases sociales no le prestan calurosa-mente su concurso; en este punto, fuera ambicioso pro-pósito fundar inmediata esperanza de regenración cum-plida ; pero queda libre de sospecha el Gobierno, esfor-zándose lealmente en ayudar a esa obra, sin la cualpermanecerá siempre incompleto, y como en perpetuaconstrucción, el régimen constitucional de nuestro país."Era natural que un gobernante honesto cuidase de apli-car limpiamente una ley. Pero el sufragio universal,abandonado a la libre concurrrencia de partidos y clien-telas,, hubiese producido una situación típicamente caó-tica, y, sólo falseándolo adrede, podía mantenerse una

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cierta apariencia de Gobierno. Silvela, por mucho quepersonalmente Ic • repugnase, tuvo, en definitiva, queusar los resortes puestos en sus manos por práctica in-veterada, y, en todo caso, lo que él no hiciese, lo 'ha-rían las organizaciones locales y los candidatos mismos,por el interés que en ello les iba. Testimonios como eique a continuación se transcribe, respecto a las actasde Castellón, deja ver que la máquina electoral fun-cionó como siempre: "El delegado del Gobernadorreúne al Ayuntamiento y alecciona al alcalde: —Usted, •que va a presidir la mesa electoral, lo que tiene quehacer es escamotear las candidaturas de oposición, y,en su lugar, meter en la urna las ministeriales; usted loque tiene que hacer es volcar ei puchero, si fuera ne-cesario para dar el triunfo al candidato ministerial; y,en último término, sí ninguno de estos resortes y me-dios son bastantes para conseguirlo, válgase usted detodo género de recursos, en la inteligencia de que detrásde usted estoy yo como delegado del Gobernador, ydetrás de mí está el Gobernador de la" provincia y elGobierno mismo." El resultado, en fin, fue que el Go-bierno obtuvo la mayoría de que había menester.

En 271 diputados se cifró la mayoría alcanzada porei Gobierno Cánovas-Sírvela, en esas elecciones gene-rales de 1891 a que nos acabamos de referir. En lasCortes siguientes —de divisa liberal, naturalmente—>la mayoría adicta al Gobierno, en el Congreso, es de 274»En las de -1896 —conservadoras de nuevo—, de 309.En las de 1898 —liberales, otra vez—, de 284...'Lasimulación de estas mayorías —que corresponden ensus alternatitivas al previsto turno de los partidos, conobligado reflejo en el movimiento pendular del traído yllevado Censo—, se hace más patente aún en las Cortes

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.LAS CORTES DEL SIGLO XIX Y LA PRÁCTICA ELECTORAL

que coincidieron con el doloroso trance de la guerra deCuba, por darse la sangrienta ironía de que triunfarael encasillado de Madrid sobre un país en pleno levan-tamiento armado.

Quedando al descubierto, con el desastre1898, la corrupción e insuficiencia de toda unaca, era lógico que el saneamiento de la práctica electo-ral suministrase'a los acusadores y críticos del régi-men imperante, uno de sus más expresivos y fácilesarbitrios. La revisión, no ya del procedimiento, sino delprincipio colectivo misino, apunta entre las solucionesa que Joaquín Costa adscribe sus- frenéticas propagan-das de Fin de siglo, ya busquemos los textos en los qutdefinen el fracasado movimiento de las Cámaras deComercio, Liga de Productores y Unión Nacional, oen la Memoria e informes de múltiple procedencia quela completan, Oligarquía y Caciquismo como la formaactual de Gobierno en España: urgencia y modo decambiarla, objeto de pública discusión, en el Ateneo deMadrid. La cuestión, se _hace tópica, pero existen quie-nes tratan de abordarla, para resolverla, con la Gacetaal alcance de la mano. Aludimos a Silveia, disidente deCánovas, y a Maura, que con Gamazo se separó de Sa-gasta: llamados a encontrarse en una, política .de cornil-'nes afanes, que concedía marcada preferencia a la re-

- forma de la Administración provincial y local; comomedio' de llegar al' "descuaje del caciquismo". Bajo elsigno de Silveia, Presidente del Consejo, y: de Maura,Ministro de la Gobernación, se celebraron las eleccio-'nes generales .de 1903, en que al Cuerpo electoral le fuedado gozar de cierta libertad de movimientos, por lomenos, en las grandes circunscripciones, triunfando enellas, íntegramente, las" candidaturas de la recién naci-

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M. FEENÁNDEZ ALMAGRO

da Unión Republicana. Por razones que nada aclaratanto como el decisivo factor de un carácter dado alanálisis y al desdén, Silvela se retiró de la política ac-tiva. Maura, más joven y de robusta fe, continuó enla lucha, y en su segunda etapa de Jefe de Gobierno dic-tó la ley electoral de 8 de agosto de 1907. Creyente to-davía en el sufragio universal, Maura confirma en elartículo primero la canonización del consabido princi-pio : "Son electores para diputados a Cortes y conceja1

les todos los españoles varones, mayores de veinticincoaños, que se hallen en el pleno goce de sus derechosciviles y sean vecinos de un Municipio en el que cuentendos afios ai menos de residencia." Pero, la ley Maura,quiso atacar el mal en' sus efectos, dejando intacta lacausa: promovió la asistencia ciudadana, siempre re-misa u hostil, con el voto obligatorio; intentó evitar lu-chas formularias o inútiles, en virtud del artículo 29,-que hubo de crear otras formas de descrédito; enco-mendó la formación del Censo electoral al InstitutoGeográfico y Estadístico; hizo constituir automática-menté las Mesas electorales, y sometió' el examen delas actas al juicio del Tribunal Supermo. Pero ésta yaes otra Historia, o, mejor dicho, otro capítulo de la.misma Historia, que, evidentemente, está por escribir:la Historia de la realidad constitucional" de España.

MELCHOR FERNÁNDEZ ALMAGRO.

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