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El ABC delN E O L I B E R A L I S M O

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EL ABC DEL NEOLIBERALISMO 2

editores: Nicole Darat y Hugo Sir

asociación communes

Edición: Asociación communesRevisión de textos: Hugo Herrera y Claudio GuerreroDiseño y diagramación: Aracelli Salinas Vargas

ISBN: 978-956-9830-06-8

Permitimos la reproducción completa o parcial de este libro sin fines de lucro, para uso privado o colectivo, en cualquier medio impreso o electrónico, con el debido reconocimiento de la autoría y fuente de los textos, y sin alterarlos. Este permiso corresponde a la licencia de Creative Commons BY-NC-ND.

Viña del Mar, agosto de 2018

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Ni c o l e Da r at y Hu g o Si r

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El ABC delN E O L I B E R A L I S M O

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Índice

Prólogo 9

Riesgo. Débora Ávila y Sergio García García 17

opoRtunidades. María Stegmayer 33

neo-management. Luca Paltrinieri 51

empRendimiento. raúl rodríguez freire 73

evaluación. Isabelle Bruno 93

cRédito. Felipe González 127

vulneRabilidad. Alejandra González Celis 153

sindicato. Daniela Marzi Muñoz 171

multicultuRalismo. André Menard 193

inclusión. María Galindo 217

lista de autoRes 241

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Prólogo

or qué es necesario hacer un ABC del neo-liBer Alismo ? ¿Por qué es necesario continuar haciendo el ABC del neoliberalismo? La pri-mera pregunta la intentamos responder en el

primer volumen de esta serie, donde la editora afirmaba que el ABC “emerge a partir de la necesidad de revisar los térmi-nos y las nociones que conforman la gramática de la racio-nalidad neoliberal y que se han ido incorporando de manera dosificada en el lenguaje y en las prácticas cotidianas.”1

A partir de allí, dos supuestos básicos motivan este segun-do libro-ofensiva. Primero, una constatación que hoy no cesa de aparecer, desde los mapas trazados por diversas izquierdas en múltiples territorios: que el neoliberalismo no es solo un cierto conjunto de reglas y prácticas macro

1 Mary Luz Estupiñán (Ed.). El ABC del Neoliberalismo, Viña del Mar, Chile, Communes, 2016.

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y microeconómicas, sino que es una forma de racionali-dad, una verdadera “razón-mundo” que, como tal, tiene su propia gramática, su propio lenguaje. Razón-del-mundo e imposición material, prácticas discursivas y no discursivas que pretenden atravesar y componer todas nuestras posi-bles relaciones, ensamblando nuestras vidas a semejanza del mundo del capital, es decir, como valores a maximizar. Movilizando con ello la implacable lógica de la competencia que, desde las más íntimas esferas afectivas, hasta las más complejas instituciones estatales, funciona como motor de la racionalidad que nos obliga a pensarnos como una mercan-cía más entre todo convertido en mercancía.

Y entonces, ¿cómo seremos capaces de pensarnos de otro modo si solo disponemos de su lenguaje¸ únicamente del sentido que, aquellos que pretenden la acumulación infinita, les dan a las palabras? ¿Cómo atacar, cómo transformar? Segunda constatación fundamental: que, si el lenguaje neo-liberal lo quiere permear todo, no puede pensarse separado de las formas de vida que estimula o prohíbe y, por tanto, si deseamos, si la izquierda desea otra vida posible, otro mun-do, entonces, la descomposición implacable de este lenguaje y del mundo que encierra, es parte fundamental de la elabo-ración colectiva de otra política, como otra forma de vivir.

Ahora bien, el ABC del neoliberalismo es un libro y, por ello, nos encontramos de frente con sus potencialidades y limi-taciones. Será aquí necesaria, entonces, una consideración de método: evitar acomodarnos en aquello que la feminista

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chilena Julieta Kirkwood denominaba “fantasía de la rea-lización por invocación”. Esta trampa, refiere a la creencia común en la izquierda de que, por plantear con claridad un problema, éste ya ha sido resuelto. Problema igualmente generalizado tanto ayer como hoy en medio del feminismo y de las izquierdas.

Sin embargo, este libro también busca ser una ofensiva, en tanto entregaría pistas cartográficas, para la proliferación de otros urgentes y apropiados mapas de nuestro presente. Y como cualquiera que haya tomado un mapa sabe: hay que cuidarse de la simplificación excesiva que, por tanto, hiciera al mapa falsear el territorio al punto de inmovilizarnos. Así, por ejemplo, frente a la omnipresente cuestión antropológica de nuestros días que es la subjetivación neoliberal, es claro que tal constatación no puede ni discursiva ni prácticamente su-plantar la necesaria organización para resistir sus lógicas, or-ganización que, por lo demás, se encuentra ya en movimien-to. El ABC ii busca, por ello, participar de este agenciamiento que insiste en oponerse al descarnado neoliberalismo, que actualmente expone con claridad su violencia constitutiva. La propia existencia de este libro podría considerarse una práctica de desujeción, a condición de no olvidar que ais-lado, sin prácticas organizativas, sin estrategias, se trataría solo de un parpadeo en el insomnio de la racionalidad que nos impone (no tan) sutilmente el neoliberalismo.

Para las mayorías trabajadoras precarias, el neoliberalis-mo procede infiltrándose en las prácticas cotidianas con

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violencias de diversas intensidades, desde la más sutil e im-perceptible seducción de la publicidad infinita, hasta la más descarnada violencia de los estados convertidos en brazos armados del capital global, narco incluido. Y orquestando aquellas intensidades, encontramos los imperativos de la competencia, el consumo y el endeudamiento que, suce-diéndose en el tiempo como una rueda incesante, van mol-deando nuestros proyectos de vida, generando una ilusión de consentimiento y libertad en un marco de opciones su-puestamente variadas y multicolores, que darían vida a una sociedad de oportunidades, la cual se erige, no obstante, so-bre el trasfondo sangriento de su instalación y mantención.

Quienes van quedando atrás, quienes no son capaces de aprovechar estas oportunidades, esta fortuna maquiaveliana tan esquiva a veces, son identificados como perdedores y rezagadas. Si en el lenguaje liberal quienes no acataban el contrato social eran irracionales, en el contexto del contrato neoliberal, quienes fracasan son vistos como personas que no se han esforzado lo suficiente, y así, pueden convertirse en resentidas si eligen resistir su designación, o perdedores, si persisten infructuosamente en entrar en la competencia. Es una sociedad donde el riesgo no tan solo se ha rutini-zado, sino que incluso es alabado, estamos constantemente empujadas a ir más allá de nosotras mismas –parafraseando a Laval y Dardot– bajo una presión que ya no es exclusiva de los brokers de la bolsa, sino que es la condición de este nuevo contrato. El cual ya no nos promete sacarnos del estado de inseguridad de la guerra de todos contra todos, sino que

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tiende a prolongarla al infinito, definiendo sus marcos y, con ello, posibilitando la acumulación crecientemente privativa de la riqueza colectivamente producida.

Y es que en su cara amable la sociedad de las oportunidades parece ser la expresión inequívoca de la igualdad moderna, ya que como sus portavoces no se cansan de repetir, nuestra cuna ya no nos determinaría, sino únicamente nuestro méri-to. La promesa de la movilidad social parece no tener límite en una sociedad donde todo puede transarse en el mercado, donde no habría privilegios asociados al apellido, a la casta, a la clase. El crédito ha democratizado el consumo de toda clase de bienes, desde los paquetes turísticos, a la educación universitaria. Es, precisamente, el truco que el neoliberalis-mo en su versión progresista ha puesto en juego, la alquimia que transforma las demandas de justicia en peticiones de inclusión. Dejando todo intacto, las políticas neoliberales buscarán flexibilizar las reglas para que el sistema incluya a aquellos sujetos que dejaba fuera, por ejemplo, flexibili-zar políticas de créditos para incluir a quienes resultaban demasiado “riesgosas” para la banca. Incluir mujeres en los directorios de empresas, para seguir haciendo exactamente lo mismo que sus colegas varones, con la venia de los ín-dices de ONU mujeres, o en el Congreso para que legislen dentro de los límites de la Constitución vigente; hacer ac-cesible la educación superior mediante el endeudamiento, profundizando y naturalizando la deuda como fuente de la acumulación; dar becas a miembros de pueblos originarios para que se enfrenten luego al racismo en las selecciones de

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empleo y tengan que “blanquearse” si buscan ascender en la escala social.

La cara menos amable es, como decían los estoicos, para quienes se resisten. Para quienes eligen no competir, para quienes ponen el cuerpo a las políticas de reajuste, de depre-dación medioambiental, de precarización laboral. Cuando se trata de proteger el orden económico y la distribución del poder que hace posible la homeostasis neoliberal, la sutileza y el lenguaje que buscan seducir, desaparecen. Las muertes de Berta Cáceres en Honduras, Macarena Valdés en Chile o Santiago Maldonado en Argentina, están ahí para re-cordarnos que hay formas de vida que no pueden tener una oportunidad en el horizonte neoliberal.

Mejorar nuestras formas de mapear, de delimitar al adversa-rio, al enemigo, y así planificar nuestras tácticas, elaboran-do nuevas inclinaciones estratégicas, tiene como requisito, como ya lo insinuamos, la posibilidad de hablar un lenguaje distinto a aquel que nos ha colonizado. Solo así podremos pensar más allá de los límites que nos han dibujado. La ta-rea de este libro es, en ese sentido, negativa en cuanto se propone señalar los límites que mediante el lenguaje nos ha impuesto el neoliberalismo, pero también pretende ser po-sitiva en cuanto los textos aquí reunidos esbozan y sugieren estrategias de organización y resistencia.

Podemos entender la gramática del neoliberalismo como una forma de seducción que busca someternos voluntariamente

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a la lógica del capitalismo, es por eso que cada uno de los conceptos que hemos puesto en este volumen se presentan desde una cierta inocuidad en los discursos cotidianos, es precisamente en dicha inocuidad que reside el peligro de dejarlos pasar inadvertidos, de ver conquistas donde hay espejismos. El libro no pretende ser una develación de la ver-dad oculta a los no iniciados desde una pretendida atalaya intelectual, sino la expresión del trabajo de crítica y cons-trucción colectiva de quienes lo vienen elaborando por años desde la investigación y la militancia, urdiendo prácticas de resistencia y creación.

Un libro-ofensiva, una vez más, como caja de herramien-tas, puesta a disposición y en conjunción con los proyectos colectivos que buscan generar prácticas a contrapelo de las lógicas neoliberales. Es por eso que hemos invitado a activis-tas y académicas y a quienes se mueven sinuosamente entre ambos espacios, a escribir textos breves, sin pretensiones academicistas, haciendo ya de la escritura una práctica de resistencia al ensimismamiento de las lógicas universitarias. Por supuesto, todo intento corre el peligro de su fracaso, pero eso habrán de juzgarlo quienes lo lean.

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Riesgo

Débora ÁvilaSergio García García

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ecorrer la distancia que une dos puntos lejanos a través de la fragilidad de un alambre no es cualquier cosa. Calcular en cada paso la posición exacta en la que colocar

el pie, haciendo que su curvatura se torne una con la de la cuerda, requiere de mucha práctica y entrenamiento. El ob-jetivo es el siguiente paso, y luego otro. Imposible anticipar. El equilibrio es puro presente. El funambulista contiene la respiración, avanza varios pasos seguidos con firmeza, frena el ritmo si el alambre tiembla demasiado. Desde el otro lado, la gente observa con estupor, mientras con cada movimiento él libra una batalla por seguir adelante.

De un tiempo a esta parte, la cuerda floja que desde siempre identificó el virtuoso hacer de los equilibristas, se ha conver-tido en metáfora que define la vida de cualquiera. El riesgo, ingrediente mágico que cubría de emoción el espectáculo, es ahora compañero inseparable de todas y cada uno de no-sotros. Riesgos ambientales, riesgo escolar, zonas de riesgo

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para su seguridad, deportes de riesgo, riesgo de enferme-dades coronarias, prácticas sexuales de riesgo, riesgos en la navegación en internet, embarazo de riesgo, prima de ries-go, riesgo energético, riesgo neurológico, colectivo en riesgo de exclusión, conductas adolescentes de riesgo, prevención de riesgos laborales, riesgo de contagio, factores de riesgo de obesidad, mujeres en situación de riesgo, riesgo financie-ro, bioriesgo, riesgo de insolvencia, factores de riesgo en la depresión, conductas alimenticias de riesgo, las migraciones como factor de riesgo, mapa de riesgos urbanos, emprender y asumir los riesgos... Todos seremos catalogados en algún momento de nuestra vida como colectivo en riesgo; directa o indirectamente, todas viviremos la amenaza de alguna si-tuación de riesgo. En poco tiempo, el riesgo se ha convertido en una palabra omnipresente allá por donde vamos.

Sin embargo, su significado dista mucho de ser el mismo en cualquier circunstancia, cuerpo o lugar. Así, mientras que muchos de estos riesgos toman una forma difusa, que activa nuestras alarmas pero pocas veces se vuelve presente, otros riesgos son hirientemente concretos. El paro, los trabajos insultantemente precarios, las amenazas de desahucio, la imposibilidad de llegar a fin de mes, las colas en la parro-quia, servicios sociales sin servicios, el abandono (o mejor, la expulsión) escolar, las tensiones dentro de casa, la cale-facción que no se puede encender y un etcétera demasiado largo de desigualdades convierten a cada vez más personas en auténticos acróbatas en la cuerda floja. El día a día impo-ne equilibrios imposibles para no caerse de una vida hecha

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alambre. Muy lejos de estos quiebres, allá en los mundos de la economía y la empresa, el riesgo adquiere otras tonalida-des: tiñe de vítores y alabanzas a aquellos emprendedores que, pertrechados con las armas del esfuerzo, el trabajo constante y la fe en uno mismo, son capaces de desafiarlo. Todo en los mercados entraña algún tipo de riesgo: hacerle frente y no doblegarse ante él es el secreto del éxito.

Vivir en riesgo. Potencia o amenaza: traspié obligado del perdedor o movimiento virtuoso de los triunfadores. En uno u otro caso, concepto omnipresente que obliga a pregun-tarse, con urgencia, en qué momento y por qué el riesgo desplazó del tablero a la protección, las garantías o los de-rechos sociales. La respuesta, como no, viene de la mano de ese modo de gobierno al que llamamos neoliberalismo. Esta racionalidad hegemónica, que organiza la sociedad para el mercado y a la manera del mercado, otorga en su hacer un lugar privilegiado a la idea de riesgo: tanto, que no resulta en absoluto arriesgado afirmar que el neoliberalismo es, precisamente, un gobierno desde el riesgo. Veamos cómo.

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Cara A: los grandes éxitos Tal y como nos enseñó el filósofo Michel Foucault1, cuando hablamos de un modo de gobierno, hablamos en realidad de una acción que implica, por un lado, gobernar (a otros), pero que, a la par, supone también gobernarse (a uno mis-mo). Esto es, el neoliberalismo, entendido como el modo de gobierno hegemónico en nuestros días, no son solo aquellas directrices, normativas, leyes, instituciones, centros finan-cieros o grandes empresas donde se concentra el poder y se toman las principales decisiones para lograr una sociedad modelada por y para el mercado. Desbordando todo esto, el neoliberalismo se inscribe también en nuestras vidas, en la intimidad de nuestros cuerpos: y es que gobernar es, también, conducir(se) a uno mismo. Implica generar un campo de posibles, esto es, unas referencias desde las cuales definimos nuestro mundo; un marco que promueva unas maneras de actuar y obture otras, que incite por medio de la seducción determinados comportamientos, a la par que sancione otros, ya sea porque los castigue, los imposibilite, los descalifique, o los vuelva directamente inimaginables.

Muchos de estos posibles se escriben en clave de riesgo. Allá por donde vamos un mantra se nos repite constantemente:

1 Michel Foucault, Seguridad, territorio, población. Curso en el Collège de France. 1977-1978. (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2004). Véase también: Michel Foucault, El Nacimiento de la Biopolí-tica. Curso en el Collège de France. 1978-1979 (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2006).

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en esta vida, solo triunfan aquellos que son capaces de asumir riesgos. Se nos invita a creer en nosotras mismas, a imaginarnos como una especie de superhéroes (lo del equi-librista, pensándolo mejor, se queda corto) cuyos únicos límites son los que una misma se impone. Con esfuerzo, positividad, trabajo, y mucho afán de superación, nada se nos resistirá. Los riesgos que entraña el camino, se nos dice, no deberían ser más que un acicate para seguir adelante. Así es el tipo de sujeto que necesita el neoliberalismo. Y así es como suena la música que escuchamos por doquier (en las escuelas, entre los amigos, en los centros de trabajo, en la televisión...). Tal y como nos explican los pensadores franceses Christian Laval y Pierre Dardot2, en su relectu-ra de la obra de Michel Foucault, si la sociedad neoliberal debe organizarse bajo la forma del mercado, las personas, consecuentemente, debemos comportarnos como si fuéra-mos cada una pequeñas empresas. Al igual que en los mer-cados las empresas compiten entre sí, en la vida cotidiana los sujetos deben comportarse como si fueran una entidad que compite y que debe obtener las más altas cotas de rea-lización personal, exponiéndose a constantes riesgos. Solo de esta forma se logran los grandes éxitos. Y esos cantos de sirena son los que acaban movilizando nuestra voluntad: al fin y al cabo, ¿quién no va a asumir ciertos riesgos si la recompensa es convertirse en todo un triunfador?

2 Christian Laval y Pierre Dardot, La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal. (Barcelona: Gedisa, 2013).

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Sin embargo, estas loas del riesgo ocultan muchas otras co-sas, probablemente no tan relucientes. La primera, es que al igual que uno cosecha éxitos si supera con determinación los riesgos, también debe asumir enteramente la responsabi-lidad de sus fracasos si la cosa se tuerce. Las pequeñas em-presas que encarnamos son nuestra responsabilidad, como decía aquella fórmula matrimonial, en lo bueno y lo malo. Si un negocio que emprendemos fracasa, si una jugada en busca de un ascenso se frustra, si aquella hipoteca que fir-mamos años atrás ahora resulta impagable, nada ni nadie estará ahí para protegernos. Amortiguar la caída y volver a levantarse es enteramente cosa nuestra, y allá cada cual cómo se las apañe.

La segunda cuestión silenciada, es que el riesgo no es igual para todos, y mientras que unos arriesgando en su día a día solo pueden aspirar a sobrevivir (si la trabajadora social no les pilla en ese pequeño engaño, o la policía en esos inevi-tables trapicheos), otros alcanzarán altas cotas de poder si saben mover bien sus fichas (y la inversión resulta un éxito, o la idea encuentra suficientes promotores para lanzarse al mercado). Y es que, cuando no se parte de la misma posición social, lo que está en juego es bien diferente. De igual modo, la caída tampoco es la misma: los primeros, desprovistos de cualquier forma de protección social, probablemente desaparecerán en el abismo; los segundos, por el contrario, cuentan con una sólida red (económica, de contactos, de co-nocimientos, etc.) que paliará el golpe: precisamente la mis-ma red desde la que tomaron impulso para sus arriesgadas

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empresas. Estructuras sociales de desigualdad invisibiliza-das por el neoliberalismo desmienten el carácter supuesta-mente igualitario de la experiencia riesgosa.

Pero quizá, la más importante de todas esas cosas ocultas, es la que soslaya el hecho de que hay muchas formas de triun-far en la vida. Una, claro, es aquella a la que nos invita el neoliberalismo: vencer en un mundo de luchadores, lanzarse a ese juego de la competencia sin trastabillar por los riesgos que puedan asaltarnos, e imponerse al resto de competi-dores. Rivalizar sin miedo, uno consigo mismo y respecto de otros, porque eso, la lucha por la superación y de cada cual por lo suyo, es lo que genera bienestar general. Ese es el marco de posibles que nos brinda el neoliberalismo. Pero, ¿y si nos atreviéramos a pensar lo imposible? ¿Y si el éxito no dependiera de asumir riesgos individuales para destacar por encima del otro? ¿Y si el triunfo fuera precisamente no destacar? ¿Y si la victoria consistiera en diluirse entre nues-tra gente, convertirse en un don nadie, que camina codo con codo junto al otro, compañero y no rival?

Cara B: los relegados

Ahora comprendemos mejor cómo el riesgo se convierte en un dispositivo de gobierno de las conductas: la cultura del riesgo transforma en deseable y liberador lo que en otros contextos históricos se habría considerado una locura o, todo lo más, mala fortuna. Pero el riesgo, además, tiene otro uso

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fundamental en la gestión de la sociedad (ese gobierno sobre los otros). Para que esta sociedad –que en su funcionamien-to óptimo debe asemejarse al mercado– no se desvíe de su misión, se hace necesario el control sobre todo aquello que pueda desestabilizar su orden. Dicho de otro modo, nuestro ordenamiento social (que necesita de la multiplicación de las desigualdades y una progresiva desaparición de cualquier tipo de protección social en aras de garantizar en la vida cotidiana la misma competencia que rige en los mercados) provoca un aumento de la pobreza y de las amenazas de inestabilidad social: lugares y gentes relegadas, que se go-biernan, precisamente, a través del cálculo y la contención del “riesgo” que suponen para el conjunto de la sociedad.

Esta forma de gobierno implica un cambio con respecto a las formas de control de los desequilibrios sociales propias del Estado del Bienestar. Ahí, éstos eran compensados desde un intento de reequilibrio que buscaba redistribución de rentas y los sistemas de protección social (impuestos para costear proporcionalmente una sanidad o una educación para todos, subsidios y prestaciones por desempleo, jubi-lación...). Esta opción es impensable dentro de una lógica neoliberal que necesita de la competencia en lugar de la igualación social.

El gobierno desde el riesgo supone también un cambio con respecto a otras formas del pasado, donde la inestabilidad social se combatía únicamente mediante la represión más dura cuando ésta hacía su aparición (en forma de motín,

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sublevación, delincuencia...) poniendo en peligro la estabi-lidad social. Ahí, el ejército o la policía eran los únicos que tenían algo que decir para restablecer la “paz”.

La gestión neoliberal recupera las formas de antaño (que, centradas en la contención del desorden, evitaban pregun-tarse por sus orígenes), pero sin renunciar al intento de anticipación que habían introducido las lógicas del Estado de Bienestar. Y lo hace precisamente gracias a la noción de riesgo. Si bien un peligro (ese motín que estalla o ese delin-cuente que roba) encarna una situación concreta que supone un ataque o desafío al resto del conjunto social, el riesgo no necesita de ese poso de concreción para asentarse. La idea de riesgo no remite a un sujeto o a un hecho concreto, sino a un conjunto de factores abstractos que son susceptibles de generar algún tipo de amenaza. Este desplazamiento de la idea de peligro a la idea de riesgo, como nos enseñó el sociólogo Robert Castel3, tiene una gran trascendencia en términos de gobierno: para afrontar un problema, no es ne-cesaria una actuación directa sobre él cuando ya ha dado la cara en forma de peligro. Por el contrario, puede prevenirse actuando sobre aquellos factores que entrañan el riesgo de desencadenar dicho problema: antes de que el delincuente actúe, calcular estadísticamente qué barrios, grupos socia-les, tipos de sujetos tienen mayor probabilidad de conver-

3 Robert Castel, “De la peligrosidad al riesgo”, en Materiales de Sociología Crítica, Charles Wright Mills, et al. (Madrid: La Piqueta, 1986), 219-243.

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tirse en delincuentes y vigilar las plazas que frecuentan, sus redes sociales, sus prácticas cotidianas... para mantenerlos bajo control.

Así, a la hora de establecer los mecanismos para el cálculo del riesgo se hace precisa la diferenciación de la población y los territorios en categorías y la intervención distintiva con dichas categorías, según el mayor o menor riesgo que entrañen. Se construyen estadísticamente, pero también discursivamente, franjas de población (migrantes, jóvenes, parados...), tipologías de espacios (guetos, barriadas, des-campados, plazas....) o situaciones (fiestas, concentraciones, trapicheos...) de riesgo, aquellos donde hay más probabilida-des de “desviación” y amenaza. Y se los somete a vigilancia para, en caso de que pasen a significar un peligro, intervenir eficazmente en forma de contención que prevenga su exten-sión. Ya no se trata, entonces, de evitar el mal, el desorden, sino de caracterizarlo, estimarlo, calcular a qué franjas de población o territorios afecta y mantenerlo dentro de unos límites aceptables.

Hablar de riesgo como forma de gobierno de “los relega-dos”, implica hablar de prevención más que de represión. La idea de prevención fue una de las características que dio sen-tido a toda una rama de profesiones de intervención sobre lo social en su origen (salud pública, trabajo social, educación, etc.). Aunque se renunciaba a enfrentarse directamente a las estructuras sociales que estaban en la raíz de la relegación, se perseguía afectar a las causas de los problemas sociales

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(pobreza, falta de escolarización, de acceso a la sanidad, etc.). Pero en su funcionamiento neoliberal, la idea de prevención se resignifica y se banaliza: ya no se persigue transformar los factores sociales causantes de la inestabilidad –lo cual siempre implicaría cierta redistribución de los recursos y poder–, sino contener aquellas situaciones, espacios y sujetos potencialmente disruptivos en forma de pobreza, violencia o protestas visibles.

Este modo de gestión no forma parte de un plan, sino que es el resultado de hacer frente a las necesidades de estabilidad mínima en un régimen social basado en la inseguridad. Al final resulta más fácil, eficiente y, sobre todo, políticamente coherente, actuar sobre los riesgos que encarnan determina-dos territorios o franjas de población que sobre la estructura de desigualdades sociales que los genera.

Los efectos de este modo de gobierno sobre el riesgo resul-tan paradójicos: al tiempo que producen cierta sensación de seguridad, se convierten en una fábrica de nuevas inseguri-dades, tanto por la doble relegación que generan (espacios y grupos de población, ya de por sí relegados, sometidos ahora al acoso policial, etc.) como por la autoproducción de inse-guridad que implica poner la (in)seguridad en el centro de las agendas (pues, cuanto más se habla de medidas para ga-rantizar la seguridad, más sensación de inseguridad se nos genera). Al final, sujetos, situaciones y espacios marcados por el riesgo, son condenados a encarnar los miedos y con-flictos de una sociedad que ha optado por la competencia,

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la desigualdad y la inseguridad como forma de funciona-miento. Y la lógica de contención del riesgo –efectuada por policías, pero también por medios de comunicación, profe-sionales y ciudadanos– se convierte en el doble, la Cara B, de una sociedad que anima a la ciudadanía, precisamente, a asumir riesgos4.

Coda

Todo gobierno tiene un exceso (lo que se le escapa). Ese ex-ceso (lo ingobernable) marca sus límites: ahí, en ese punto, es donde nace la política. Para encontrarla, dejamos al equi-librista en su cuerda floja y dirigimos la mirada a esa red que le sostendrá en caso de caída. Redes que se tejen unas veces desde el cariño, otras desde el amor más sincero, a veces desde el interés compartido o el compromiso político, pero también desde la necesaria convivencia en situaciones difíciles... Apoyos que se movilizan una y otra vez, sin pedir nada a cambio. Alianzas que, otras veces, sin embargo, ge-neran deudas que pagar y obligaciones que cumplir. Redes, en definitiva, de ayuda mutua, que vuelven vivibles las vidas más invivibles, y desafían con fuerza y orgullo el mandato social del individualismo, la competencia y la guerra entre

4 Para mayor discusión ver, Débora Ávila y Marta Malo, “Manos invisibles. De la lógica neoliberal de lo social”, Trabajo Social Hoy 59 (2010): 137-171. Véase también: Débora Ávila y Sergio García, Enclaves de riesgo. Gobierno neoliberal, desigualdad y control social (Madrid: Traficantes de sueños, 2015). [N. de E.]

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pobres. Redes, en definitiva, que anteponen la confianza en el otro de al lado, a la vida amenazada por el riesgo difuso.

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Oportunidades

María Stegmayer

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i atendemos a las reconfiguraciones ideoló-gicas y dispositivos de subjetivación producidos bajo el capitalismo neoliberal contemporáneo ve-remos que red, conectividad, equipo, talento, motivación,

oportunidades y comunidad son todos significantes que lejos de oponerse al individualismo, articulan entre sí un nuevo mandato de competencia y esfuerzo individual por el cual las instancias colectivas de solidaridad social resultan des-alojadas. Si la existencia de estas últimas presupone sujetos en posiciones desiguales y asimetrías estructurales a revertir, este discurso se asume igualitario solo en su propuesta de subsanar la desigualdad de oportunidades para que todos aquellos que se esfuercen lo suficiente accedan a una feli-cidad que se identifica exclusivamente con el triunfo del mérito personal1. La desigualdad de oportunidades entre los

1 Ver François Dubet, Repensar la justicia social. Contra el mito de la igualdad de oportunidades (Buenos Aires: Siglo XXI, 2011). Tal como explica Dubet, poner el foco en el mérito individual no consigue

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individuos –independientemente de su posición social estruc-tural– representaría el único mal social a erradicar en tanto asociado, precisamente, a la existencia distorsiva de obstá-culos y límites que dividen artificiosamente, se nos dirá, “la comunidad natural de los emprendedores que somos”. En esa idea se constituiría eventualmente el modelo de justicia acorde a esta retórica que, en ruptura con la tradición demo-crática e igualitaria que aspira a reemplazar, explotando su léxico y refuncionalizando algunas de sus nociones, coloca este concepto –igualdad de oportunidades– bajo una nueva óptica, en un nuevo escenario y según nuevos requerimien-tos sistémicos (tanto laborales, afectivos como ideológicos).

En esta nueva fase de acumulación y gestión del capital, y con miras a consolidar la mutación subjetiva que le corresponde, se torna imperativo desactivar entonces en un plano ideoló-gico y en los modos de concebir al sujeto, no solo posiciones críticas anti-liberales sino también una serie de presupuestos

disminuir las desigualdades sociales. Para este autor, por el con-trario, el principio de igualdad de oportunidades por sobre la rei-vindicación de una igualdad de posiciones, ha transformado ne-gativamente las sociedades actuales volviéndolas más desiguales, violentas y poco solidarias”. Para un seguimiento detallado de este debate ver también François Dubet Por qué preferimos la desigualdad (aunque digamos lo contrario) (Buenos Aires: Siglo XXI, 2015); Nancy Fraser y Axel Honneth, ¿Redistribución o reconocimiento? Un debate po-lítico-filosófico (Madrid: Morata y Fundación Paideia-Galiza, 2006); Jürgen Habermas “Equal Treatment of Cultures and the Limits of Postmodern Liberalism”, The Journal of Political Philosophy, Vol. 13, N° 1 (2005): 1-28.

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liberal-ilustrados que, en disonancia con la configuración subjetiva en ciernes, podrían comportar un cierto carácter subversivo al nivel de la subjetividad. Me refiero a que para realizarse con total eficacia, paradójicamente, el tan citado individualismo como marca inequívoca de lo neoliberal, pre-cisa para funcionar despojarse activamente de aquellos rasgos que, a lo largo de toda una tradición de pensamiento (cuyas lí-neas de fuerza delinearan enfáticamente, por ejemplo, Spino-za y Kant), nos permiten reconocer en la noción de individuo no solo una categoría ideológica sino también una instancia desde la cual podría desplegarse un movimiento crítico capaz de alentar reivindicaciones auténticamente democráticas que la actual apelación a la “igualdad de oportunidades” –en su inmerecida resonancia progresista– amenaza más bien con clausurar. En el espacio que recorta esta tradición de la modernidad ilustrada, indisociable de un pliegue o filo crí-tico-reflexivo la autonomía subjetiva no se resolvería en la auto-responsabilización y en la atomización individual sino en un movimiento siempre recomenzado y nunca plenamente transparente de auto-interrogación (sobre sí, sobre el mundo, sobre los otros) en un marco de mediaciones complejas, mu-tuas dependencias y afectaciones. La autonomía, desde esta perspectiva crítica, no sería un cierre del sujeto sobre sí, ni un punto de partida necesario o garantizado desde el cual lo social emergería como agregación de mónadas plenas e independientes, sino la necesaria apertura a una dimensión relacional, constitutiva y problemática, capaz de sostener las preguntas por la igualdad y la “vida buena” en un espacio a la vez ético y político en el cual la interrogación en torno a

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qué hace de “mi vida” una vida “vivible” –aún si se formula en el campo del sujeto– se vuelve inseparable de una proble-matización de las condiciones sociales, económicas y políticas que, en un contexto de creciente desigualdad y precarización de la existencia hacen que ciertas vidas, en los términos de Judith Butler, “cuenten como vidas” y otras se vuelvan “des-echables” sin mayor consideración2. Por el contrario, en la inflexión neoconservadora y neoautoritaria del neoliberalis-mo que buscamos caracterizar aquí, ya no se trata del con-cepto de individuo (en su esbozada complejidad ético-política) sino de una apelación circunscripta a la persona o, mejor, a la personalidad. Esa dimensión plástica y flexible capaz de oficiar el relevo exitoso de lo que Richard Sennett denomi-nara un carácter. En sus palabras, es contra este último que el orden laboral neoliberal demanda: “un yo maleable, un collage de fragmentos que no cesa de devenir, siempre abierto a nuevas experiencias; éstas son precisamente las condiciones psicológicas apropiadas para la experiencia de trabajo a corto plazo, las instituciones flexibles y el riesgo constante”3. Es en este nuevo marco que la igualdad de oportunidades se cons-tituye como significante clave de una retórica cuya inflexión neo-conservadora, post-crítica y post-democrática se hace

2 Ver Judith Butler, Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la asamblea (Buenos Aires: Paidós, 2017); y también su anterior Vida precaria. El poder del duelo y la violencia (Buenos Aires: Paidós, 2006).

3 Ver Richard Sennett, La corrosión del carácter. Las consecuencias persona-les del trabajo bajo el nuevo capitalismo (Barcelona: Anagrama, 2000), 141.

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necesario interrogar. Es decir, que si la igualdad de oportu-nidades entre las personas puede ser invocada una y otra vez como receta infalible para “salir de la pobreza” o “alcanzar el bienestar” solo puede serlo en tanto resulta vaciada de su potencial democrático-reivindicativo, es decir, desacoplada de procesos abiertos y democráticos de subjetivación política en los cuales un concepto crítico de individualidad ética ha-bría jugado, y podría jugar aún, un rol fundamental4. Aislado de cualquier pugna conflictiva por la conquista de nuevos derechos, el concepto de persona al que apela esta retórica es mentado solo en cuanto ya desinscripto del campo a la vez subjetivo y ético-político en el cual la apelación a la dimensión relacional, conflictiva, dependiente y vulnerable del sí mismo y de los otros, pudiera entramarse y transformarse junto a otras reivindicaciones democráticas en el marco de lo que Arendt llamara un “derecho a tener derechos5.

4 No es casual que en la omnipotencia emprendedora estimulada por el paradigma del coaching que nutre el imaginario del ¡Sí se pue-de!, se instituye una feroz condena de la movilización política y so-cial. Este modelo se jacta de prescindir del requerimiento de gran-des sujetos colectivos en el espacio público. Presupone la existencia en red y la interconexión pero entre sujetos atomizados, sin pre-sencia callejera masiva ni mucho menos, organizaciones colectivas (sindicatos, asociaciones gremiales, centros de estudiantes). Ambas –manifestaciones callejeras y organización colectiva– constituyen incluso, en el caso del neoliberalismo de Macri en Argentina, fi-guras paradigmáticas del acechante pasado populista a conjurar.

5 Para una discusión más extensa de estos tópicos. Ver Judith But-ler Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad (Buenos Aires: Amorrortu, 2009).

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La promesa de que habrá oportunidades para todos los que demuestren activamente merecerlas significa aquí que, a la vez que se condenan ciertas inequidades o mejor, distorsiones a la hora de la competencia, se constata no solo la insuperabili-dad sino la justicia de la desigualdad. En este marco, medidas de discriminación positiva como la instauración de cuotas para minorías “en desventaja” o la promesa de recompensas al mérito para quienes se “destaquen” en condiciones adver-sas, estarán destinadas exclusivamente a subsanar lo que se considera como un simple desnivel en el punto de partida con miras a una contienda pretendidamente transparente. Des-alentando con énfasis toda puja redistributiva, la voluntad explícita del discurso de las oportunidades no será reducir la desigualdad social sino “disminuir la pobreza”, lo cual se condice con un programa económico orientado a desmon-tar el entramado de controles, regulaciones e intervenciones estatales que habrían sustentado el denominado Estado de Bienestar y con él una ampliación sustantiva de la igualdad vía la institución de derechos sociales6. Mientras la igualdad

6 No se trata de que el Estado no cumpla un rol activo pero lo que debe resaltarse es que su función no sería achicar la brecha social sino exclusivamente, y como único horizonte de su acción, garan-tizar ciertas condiciones “ideales” de competencia igualitaria entre los individuos. Tal como es presentado por Dubet, el objetivo de las políticas de Estado de acuerdo con este modelo neoliberal de justicia social, no sería reducir la desigualdad entre clases, sino ofrecerle a todos los individuos las mismas posibilidades para ocupar posicio-nes desiguales (según principios meritocráticos): la desigualdad que habría que combatir sería únicamente la que opone obstáculos para una competencia igualitaria, y no la que resulta de esa competencia.

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de posiciones entiende que deben limitarse los privilegios de algunos para destinar recursos públicos a acortar la brecha desigualitaria, la igualdad de oportunidades desanda este camino en su propuesta de avanzar regresando al reino pre-político de las diferencias naturales en el cual, puesto que todos somos distintos y poseemos capacidades diversas, es natural y por eso justo que unos pocos obtengan grandes beneficios (ya que no se trata de imponer límites sino de qui-tar obstáculos) y otros muchos apenas sobrevivan (acusando recibo de sus propias limitaciones). Retomando el planteo de Dubet, estamos frente a un principio de justicia que indivi-dualiza a los actores y pone a todos en competencia no para construir una sociedad más igualitaria –instaurando límites con vistas a la redistribución del ingreso y la riqueza social-mente producida– sino pregonando iguales oportunidades para todos en un escenario ideológico en el que se pretende que cualquier límite político (a la ganancia desmedida, a la concentración del capital, etc.) debe experimentarse como un freno al despliegue de la propia capacidad de “crecer y progresar”. Así, asegurará esta retórica neo-naturalista, lo fundamental es garantizar, en la medida de lo posible, una línea de partida equivalente para todos los que elijan (porque se trata de una elección libre) lanzarse a la carrera. El lugar social a ocupar dependerá, entonces, del esfuerzo de cada cual, de su singular desempeño, astucia y talento para descubrir, invertir y aprovechar las oportunidades que se presenten, así como de calcular, prevenir y hacerse res-ponsable de los riesgos y obstáculos que imponga el camino de la autorrealización. Así, las desigualdades, exclusiones y

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violencias que se produzcan en este marco “ideal” de libre elección y deportiva competencia por las oportunidades se-rán, decíamos, no solo legítimas sino también deseables. Así planteada, la comunidad de “emprendedores” –en reem-plazo de una anticuada y fría noción de sociedad surcada por antagonismos, conflictiva y compleja– se nos aparece sin límite y sin borde; sus predicados son antropológicos y se desentienden de las múltiples mediaciones y dependencias que nos constituyen como sujetos para engancharse a una fuerte apelación a la singularidad de cada uno pero como algo dado y garantizado desde el vamos, y no como aquello que, en todo caso, una política tendría que contribuir a producir contra la lógica equivalencial dominante. De modo que por-que “está en nuestra naturaleza emprender” y podríamos hacerlo “sin fricciones” –de no darse artificiosas regula-ciones políticas–, las exclusiones que produce este modelo de comunidad imaginaria emergen necesariamente como auto-exclusiones o fracasos individuales. Así, el “¡Todo es posible juntos!” (siempre que se trate de emprender, podría-mos agregar) y el “¡En todo estás vos!”, en los que se replica esta interpelación en el caso de la Argentina reciente7, dice también que los que no “pertenecen” a este ilusorio todo no lo hacen porque –dictamina el mismo discurso en su per-fil punitivo– eligieron no participar, retirándose del juego o malgastando sus oportunidades. De allí que despierten

7 Ambos slogans fueron instalados en diversas campañas políticas por el PRO y la Alianza Cambiemos que, liderada por el presiden-te Mauricio Macri, hoy gobierna en Argentina.

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menos la caridad cristiana que la furia del castigo en un esquema argumental en el cual la ansiedad punitiva y la supuesta plenitud de la ausencia de límites, para todos los que quieran darse a sí mismos la oportunidad de emprender, cambiar y reconvertirse, resultan caras inescindibles de una mis-ma interpelación.

No puede ignorarse que esta nueva entronización de la om-nipotencia de cada cual que agita la figura contemporánea del emprendedor hunde sus raíces tanto en el discurso del “Hágalo usted mismo” como en el mito estadounidense del Self-made man, ambos inescindibles del ascenso y consolida-ción del capitalismo en las sociedades modernas. Si estos ideologemas –como enfatiza expresamente el mito fundante de la nación norteamericana– se asientan a su vez sobre la certeza de “vivir en la tierra de las oportunidades”, aque-llos que consiguen aprovecharlas y sobrevivir, reza tam-bién el mito, lo hacen en función de una serie de atributos subjetivos: perseverancia, arrojo, determinación, trabajo incansable, todos ellos presentes en la épica del conquista-dor audaz, el pionero, el héroe solitario o el adelantado en terra incógnita que, siguiendo la periodización de Boltanski y Chiappelo, podríamos identificar como figuras centrales de un primer espíritu del capitalismo8. Si se trataba allí de una

8 Ver Luc Boltanski y Ève Chiapello, El nuevo espíritu del capitalismo (Madrid: Akal, 2002). Para los autores “el espíritu del capitalismo es, precisamente, este conjunto de creencias asociadas al orden capitalista que contribuyen a justificar dicho orden y a mante-ner, legitimándolos, los modos de acción y las disposiciones que

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promesa de liberación que fuera acometida, ante todo, como emancipación de la propiedad comunal de la tierra, de los vínculos de dependencia personal y de las formas locales y pre-modernas de solidaridad colectiva, esta épica solitaria e inaugural –que avanzó al pulso de la generalización del trabajo asalariado y el modo de vida burgués– se vio trans-formada en el breve interregno que Boltanski y Chiapello identifican con un segundo espíritu del capitalismo, vigente entre los años 30 y 60 del siglo pasado, “a través de un ideal que podríamos calificar de cívico, en la medida en que hace hincapié en la solidaridad institucional, la socialización de la producción, de la distribución y del consumo, así como en la colaboración entre las grandes firmas y del Estado en una perspectiva de justicia social”9.

son coherentes con él. Estas justificaciones –ya sean generales o prácticas, locales o globales, expresadas en términos de virtud o en términos de justicia– posibilitan el cumplimiento de tareas más o menos penosas y, de forma más general, la adhesión a un estilo de vida favorable al orden capitalista. Podemos hablar en este caso, de ideología dominante con la condición de que enunciemos a ver en ella un simple subterfugio de los dominantes para asegurarse el consentimiento de los dominados y de que reconozcamos que la mayoría de las partes implicadas, tanto los fuertes como los débi-les, se apoyan en los mismos esquemas para representarse el fun-cionamiento, las ventajas y las servidumbres del orden en el cual se encuentran inmersos (Boltanski y Chiapello, El nuevo espíritu del capitalismo, p. 13)”.

9 Boltanski y Chiapello, El nuevo espíritu del capitalismo, 58.

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Será en un tercer espíritu del capitalismo que algunos com-ponentes presentes en las retóricas del primero adquieran una nueva e inusitada centralidad transformados y refuncionali-zados a la luz de una perspectiva en la cual, volviendo ahora a nuestro significante, solo habrá oportunidades para quienes se animen a protagonizar desde sí mismos un cambio radical e inexorable. Ahora bien, a diferencia del primer espíritu, este cambio apunta menos a colonizar un mundo que nos espera “allá afuera” –una tierra virgen a anexar– que a dejarse atra-vesar por una mutación que empieza en el interior y apunta al centro de la subjetividad. En este sentido, puede percibirse otro énfasis con respecto a la concepción moderna del ideal del progreso y su clásica teleología. Como señala Vanina Pa-palini en su trabajo dedicado al discurso de la autoayuda10, que nutre fuertemente este nuevo imperativo de autotransfor-mación de la persona, el cambio actual se presenta como un “estar abierto a la contingencia” más que como promesa de un futuro mejor. La promesa existe, sin duda, pero el acen-to está puesto en que el cambio es bueno en sí mismo, porque brinda otras posibilidades de realización personal. El cambio ha adquirido un matiz más subjetivo, advierte la autora, en tanto se predica su bondad para la persona y para el desarro-llo de sus capacidades. Con la premisa de evitar la rutina y el inmovilismo será este nuevo ideal de cambio lo que mantiene al sujeto en acción y en alerta constantes, adquiriendo el va-lor de un desafío a partir del cual el sujeto se “motiva” y se

10 Vanina Papalini, Garantías de felicidad. Estudio sobre los libros de au-toayuda (Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2015).

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“prueba”11. A la vez, este cambio se presenta como inexorable. El cambio –nos invita a reconocer este discurso– es la ley de la vida (el cambio sencillamente “sucede” y no hay responsables ni posibilidad de reclamo) y a ella es preciso adaptarse. Lo mejor que puede hacerse es, cuanto antes y sin lamentarse, tratar de encontrar una nueva forma de subsistir. Es mejor no preguntarse por las causas ni detenerse a reflexionar sino avanzar. Rápida reacción, olfato para las oportunidades, in-tuición para avizorar nuevos recursos, enumera Papalini, se corresponden con el valor de una noción de cambio que em-puja a salir del estado de equilibrio (derechos y seguridades conquistadas en una historia previa, individual y colectiva a la que es necesario sobreponerse) para progresar. La noción básica es que el yo todo lo puede. Puede y puede solo, desde sí mismo, con sus propios recursos. El punto de partida de la autoafirmación es un doble convencimiento: que nadie ven-drá en auxilio del que sufre y que se tiene la fortaleza para resolver la situación12.

11 Ver Avital Ronell, Pulsión de prueba (Buenos Aires: Interzona, 2008). Avital Ronell ha postulado una creciente pulsión de prueba en el centro de los dispositivos modernos y contemporáneos de subje-tivación. La puesta en relieve de esta pulsión no excluye la parado-ja: la pulsión de prueba es la experiencia central de la modernidad y, a la vez, la máxima expresión de su crisis. Su análisis es clave en una deconstrucción de su impacto sobre la subjetividad en tanto esta combina la asignación del saber (el problema epistemológico de la verdad y una plétora de clasificaciones y jerarquías) con el ejercicio de la violencia.

12 El largo párrafo precedente se nutre y parafrasea libremente distintos fragmentos del lúcido análisis que Vanina Papalini le de-

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Ambas premisas son indisociables del discurso de la equidad de oportunidades que buscamos caracterizar en los párrafos precedentes en el contexto de una gramática neoliberal que prescinde, a la vez, de la idea de individuo tal como fuera concebida en toda una zona de la tradición moderna. Según la igualdad de oportunidades, el principio de igualdad no debe buscar su concreción en la reivindicación de derechos, es decir, en aquel movimiento que en su referencia (ideológi-ca) a lo universal, no dejaba de inscribir también una tensión crítica en el interior del sujeto, anudando la realización de la dignidad individual a una noción de bien común o inte-rés general. Apelando no ya al individuo sino a la persona, este discurso no solo abandona sino que se constituye en “la negación palpable de toda búsqueda por el establecimiento de criterios igualitarios que regulen y organicen el sistema social”13. Así, el neoliberalismo se fundamenta en una “tesis de la incompatibilidad” entre el interés personal y el interés social, que asume en sus versiones más extremas la forma de un verdadero antagonismo: la búsqueda de un ‘supuesto’ bienestar social contradice el impulso competitivo necesario

dica al género de autoayuda en su libro Garantías de felicidad. Estudio sobre los libros de autoayuda (Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2015) ya citado en este trabajo.

13 Pablo Gentili, “Retórica de la desigualdad. Los fundamentos doctrinarios de la reforma educativa neoliberal”. (Tesis de docto-rado, Universidad de Buenos Aires, 1998), 55. Ver también Pablo Gentili, “El Consenso de Washington y la crisis de la educación en América Latina” en Álvarez-Uría, Fernando et al. (comps.) Neolibe-ralismo versus democracia (Madrid: La Piqueta, 1998).

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para la maximización de las oportunidades14. Lo peligrosa-mente antidemocrático de este discurso no residiría enton-ces, según esta hipótesis de lectura, solo allí donde excluye y traza límites, sino también –y tal vez de un modo más preocupante aún– donde genera una retórica que al invocar una igualdad vacía inmuniza a los sujetos frente a la expe-riencia de las exclusiones producidas. En otros términos, la supuesta disponibilidad de las oportunidades para todos los sujetos –como reforzamiento de un imaginario falsamente “igualador” en un plano meramente formal y opuesto, por ello, a la reivindicación igualitaria consustancial a una de-mocracia sustantiva– oculta y promueve al mismo tiempo las exclusiones que se producen en los márgenes de la socie-dad de oportunidades. En efecto, este discurso puede permi-tirse grados inesperados de xenofobia, autoritarismo y natu-ralización de la desigualdad porque y en tanto envuelve a los límites en una atmósfera de irrealidad, como si provinieran de un relato fantástico que imagina adversarios donde solo hay co-equipers; que imagina dominantes y dominados donde solo hay astutos emprendedores que no precisan que nadie los esclarezca porque “todos nos damos cuenta de todo” e intentamos maximizar nuestras chances, potenciando nues-tros enlaces en un mundo plano y sin baches, interconecta-do en su esencia. A la inversa, se podría sospechar que un slogan como “Todo es posible juntos” precisamente porque se ha vuelto pura repetición vacía, incapaz de alojar límites y diferencias políticas sobre el sentido de la democracia, es

14 Ibídem, p. 57.

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que puede reproducir infinitamente límites, exclusiones y violencias sin que ello comprometa –de allí que hablemos de inmunización– la autopercepción de los sujetos como miembros de una comunidad democrática.

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Neomanagement (new management)1

Luca Paltrinieri

1 Texto enviado en francés por el autor, traducido para Communes por Hugo Sir.

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on el término “neomanagement” o nuevA ge-renCiA se designa una transformación de los modos de organización de la empresa y de los mé-todos de gestión del trabajo que se desarrolla, en

Europa y Estados Unidos, desde inicios de la década de los 80’. Si bien es apropiado distinguir la historia del managament de la del capitalismo, las transformaciones del régimen de pro-ducción tienen consecuencias estructurales sobre los modos de gobernanza de las empresas y sobre la organización de la producción. Conviene, entonces, partir de la nueva racionali-dad política y económica neoliberal de los años 80’, en la cual Ronald Reagan y Margaret Thatcher son las figuras tutelares, para enseguida describir las nuevas técnicas gerenciales y los nuevos modos de subjetivación que suscitan.

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Neoliberalismo y transformación del trabajo

Mucho más que una simple versión posmoderna del lais-sez-faire liberal, caracterizada por la radicalización de la economía de mercado y la restricción del rol del Estado; el neoliberalismo representa una nueva articulación guberna-mental entre las esferas de la economía y la política2. La “cri-sis del petróleo” de mitad de los años 70’ marca, al mismo tiempo, el fin de un largo período de crecimiento económico, aquel del ciclo de luchas en torno al trabajo y la educación abierto por el mayo del 68’ francés y el colapso del pacto socialdemócrata que, sobre todo en los países europeos, hizo del trabajo una condición para la integración social y una fuente de redistribución de riquezas en la sociedad. Parale-lamente, con la globalización, que tiene como consecuencias la fragmentación de las redes de producción a lo largo del mundo y la internacionalización de la cadena de valor, se disminuye la participación de la industria y de los empleos industriales en Europa y Estados Unidos: en la medida que la producción y el ensamblaje se transfieren a países con menor costo en la mano de obra, las empresas occidentales se reorientan hacia actividades de mayor valor agregado,

2 Cf. M. Foucault, Naissance de la biopolitique. Cours au Collège de Fran-ce, 1978-1979 (Paris: Gallimard-Seuil, 2004); P. Dardot, C. Laval, La nouvelle raison du monde. Essai sur la société néolibérale (Paris: La Dé-couverte, 2009).

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tanto previas a la producción misma (R&D3, concepción, di-seño…), como posteriores (transporte, logística, marketing). El crecimiento de una forma de economía post-industrial cada vez más desligada de toda esfera productiva material, lejos de borrar la instancia estatal, transforma el propio con-cepto de soberanía: del Estado soberano sobre una nación y un territorio económico, sede de corporaciones productivas, a una nueva forma de regulación soberana al servicio de los intereses de multinacionales que han deslocalizado la producción y, a menudo, no mantienen sobre el territorio nacional nada más que los servicios de I+D y marketing4.

Si la instancia gubernamental es, de ahora en más, forzada a construir los ensambles normativos (leyes, códigos, normas) que reglan los flujos de la actividad mercantil y financiera en la nueva cadena de creación de valor, la gran empresa multinacional emerge, cada vez más, como un actor no so-lamente económico, sino que explícitamente político, capaz de acción normativa sobre su entorno e influencia respecto de las políticas de redistribución, en una escena internacio-nal caracterizada por la financiarización y la mayor com-petencia de potencias económicas emergentes. Es entonces la propia configuración de los poderes de la empresa, la

3 Siglas en inglés para Investigación y Desarrollo (Research & De-velopment). En adelante se usará I+D, por ser la denominación más común en castellano.

4 William Davies, The Limits of Neoliberalism. Authority, Sovereignity and the Logic of Competition (London: Sage, 2014).

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gobernanza, la que sufre un cambio mayor. Mientras que la teoría liberal distinguía el interior productivo de la empresa del exterior de mercado, las nuevas teorías de la gobernanza neoliberal (teorías de la agencia5) difuminan la frontera en-tre cooperación organizacional y competencia comercial6. La gobernanza de la empresa neoliberal se inspira, así, en la competencia de mercado: en lugar de tender a la inte-gración vertical de los diferentes estados de la producción y distribución, enfrenta la unidades de producción entre sí para mejorar los rendimientos7.

Este nuevo paisaje económico-político comporta una serie de consecuencias, tanto para el trabajo (labour), es decir, la naturaleza de las actividades productivas, como para el em-pleo (employement), es decir, el marco jurídico de la relación capital-trabajo. En principio, en el nuevo contexto de pro-ducción y competencia mundializadas, las ventajas compe-titivas de las empresas aparecen crecientemente ligadas a la creación de nuevas dinámicas de conocimiento y aprendiza-je, permitiendo a la vez influenciar la evolución del mercado por la innovación y adaptar a los trabajadores a las rápidas

5 M. Jensen & W. Meckling, “Theory of the Firm: Managerial Behaviour, Agency Cost and Ownership Structure”, Journal of Fi-nancial Economics 3, no. 4 (1976): 305-360.

6 G. A. Davis, The Vanishing American Corporation. Navigating the Ha-zards of a New Economy (NY: Berret-Koheler Publishers, 2016).

7 M. Aoki, "Horizontal vs Vertical Information Structure of the Firm." American Economic Review, LXXVI (1986): 971-83.

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transformaciones del propio mercado. El conocimiento, en sus diversas declinaciones (saber hacer, saber ser, saber cam-biar8), se convierten, así, en el recurso primordial de una economía cada vez más fundada en la inversión inmaterial en capital humano, es decir, en las aptitudes, talentos, cuali-ficaciones y experiencias acumuladas por los trabajadores9. Para la teoría del capital humano, el valor de la empresa se mide por competencias que, sin ser separables del individuo trabajador, son referencias y calculadas como assets10 de la empresa, los cuales deben ser constantemente valorizados (por la experiencia y la formación continua): la evaluación de los activos intangibles deviene de este modo un capítulo cen-tral de la evaluación financiera de la empresa.

A partir del triunfo de las teorías del Capital Humano en el mundo de la empresa, presenciamos el paso del paradigma de las relaciones humanas, que buscaba aumentar la partici-pación de los asalariados en los procesos de producción, a aquel de los recursos humanos, donde lo que se busca es

8 El autor juega aquí con las declinaciones en francés, "savoir fai-re" relacionada con la experiencia, "savoir être" que corresponde a la idea de habilidades interpersonales, y a "savoir devenir" vincula-da con la noción de adaptabilidad (NdT).

9 Gary S. Becker, A Treatise on the Family (Harvard: Harvard Uni-versity Press, 1981) y Gary S. Becker, Human Capital. A Theoretical and Empirical Analysis with Special Reference to Education (Chicago: Uni-versity of Chicago Press, 1975).

10 Palabra en inglés para “activos”, cuando se refiere a operacio-nes comerciales.

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estimular la actividad autónoma de los individuos y conver-tirlos en buenos gerentes de su propio capital humano. Así, el managament busca, por una parte, descubrir y explicitar los “conocimientos tácitos”, es decir, el saber que los traba-jadores implícitamente movilizan durante su actividad (sobre todo las competencias relacionales, emocionales y sociales movilizadas y desarrolladas en los nuevos modos de orga-nización del trabajo: “por proyecto” y en equipo). Y, por otra, favorecer los procesos de aprendizaje y, más particu-larmente, las “meta-competencias” (capacidades reflexivas, creativas y transformativas, responsabilidad y toma de ries-go), permitiendo la adaptación continua de los trabajadores a los cambiantes medioambientes laborales. En este sentido, el concepto de recurso humano, excede la distinción entre espa-cio doméstico y espacio profesional –dado que el “capital humano” se valoriza literalmente todo el tiempo, aun fuera del trabajo y sobre todo gracias a las nuevas tecnologías de la información11.

Por otra parte, el desarrollo de un mercado de trabajo cada vez más volátil, en el que se espera que el individuo manten-ga su "empleabilidad", exige cada vez más competencias de adaptación y aprendizaje, toma de riesgos y de decisiones autónomas. La emergencia de una economía de servicios, en paralelo al desmantelamiento de las protecciones sociales

11 Claude Diebault et. al., Education, Knowledge and Economic Growth. France and Germany in the Ninteenth and Twentieth Century (Frankfurt am Main: Peter Lang, 2003).

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por el Estado neoliberal, está en el origen de la flexibilización del mercado del trabajo y de la precarización de las trayectorias profesionales. El modelo de la carrera al interior de una sola organización o empresa parece superado: la trayectoria pro-fesional de las personas toma ahora la forma de una sucesión híbrida de proyectos limitados en el tiempo, dependiente de redes discontinuas. Así, la realidad vivida hoy en día por una gran cantidad de trabajadores, es la de la transición continua entre espacios anteriormente separados (desempleo, forma-ción, empleo, trabajo independiente, familia, jubilación) y de la pluriactividad (mini empleos, micro empresas, crowdwor-k)12. La experiencia de trabajo se encuentra, además, cada vez más desconectada del empleo salarial, marco tradicional del intercambio entre seguridad y subordinación. Entre el empleo, alrededor y fuera de éste, ha nacido una “zona gris” de trabajo, donde emergen las nuevas figuras del trabajador: el auto-empresario francés, el para-subordinado italiano, el free-lance americano, el empleado a cero horas inglés13, etc.

El aumento de las plataformas digitales de servicios se apoya sobre esta dinámica y la refuerza, aumentando la porosidad de la frontera entre trabajo y no trabajo: para un webmaster, un investigador o un pequeño emprendedor, el trabajo ya

12 Alain Supiot, Au de-là de l'emploi (Paris: Flammarion, 2011).

13 Se trata de un empleado que no tiene horas definidas en el con-trato, aunque cuenta parcialmente con los beneficios de la relación salarial. Es una forma de contrato a tiempo parcial, específicamen-te de sustitución (N. del T.).

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no tiene horarios ni lugar. Las figuras de “sujeto social en aprendizaje”, “gestor de sus competencias”, “responsable de sus aprendizajes”, “empresario de sí mismo”, son el síntoma de esta concatenación de efectos y consecuencias: degrada-ción de protecciones sociales y desregulación del mercado del trabajo, precarización consecuente de las trayectorias profesionales, importancia estratégica del aprendizaje en la vida adulta y refuerzo de las dinámicas de responsabiliza-ción y autonomización de los trabajadores.

Las nuevas técnicas gerenciales

La crisis del modelo de managament taylorista-fordista, crea-da y pensada a partir de la fábrica, deriva de este complejo escenario. La alternativa que se presenta en principio, a comienzos de los años 80, es el toyotismo formalizado por el ingenierio Ohno, fundado a la vez sobre el principio de la lean production y del just in time (la flexibilidad absoluta de la producción adaptada a la demanda, sin mantener stock), la total quality management (el mejoramiento continuo de toda la cadena productiva, teniendo por objetivo el “defecto cero”) y, sobre todo, la implicación activa del empleado en el proce-so de producción que debe, literalmente, romper, quebrar el antagonismo obrero. Se trata de construir una subjetividad del trabajador que coincida íntegramente con el universo de la empresa, con el fin de movilizar completamente su fuerza de trabajo, sus capacidades intelectuales y su creatividad14.

14 Massimiliano Nicoli, Risorse umane (Roma: Ediesse, 2015).

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El agente debe, de aquí en más, tener suficiente autonomía para estar directamente implicado en el mejoramiento con-tinuo de su capital humano. Estas ideas son perfectamente adaptables a la nueva sociedad de servicios donde los traba-jadores deben ser responsables de sus carreras profesionales, estructurando sus discursos de acuerdo a los principales gurús del managament: Peter Drucker, Bob Aubrey, Tom Peters entre otros, todos los cuales harán hincapié en la ne-cesidad de dar más autonomía a los colaboradores siempre y cuando ellos hayan integrado suficientemente bien el prin-cipio de la “gestión de sí” (management de soi), es decir, hayan aprendido a “administrar su vida como una empresa”15.

En efecto, el neomanagement es, en primer lugar, un discur-so crítico del taylorismo: cuando allí buscaban privar a los obreros de sus saberes para integrarlos en los procesos prescritos y adaptar a los humanos a las cadencias de la ma-quinaria industrial16, el neomanagement insiste, precisamente, en la autonomía y la responsabilización de los trabajadores, invocando su espíritu de iniciativa, o mejor, de empresa. No se trata de privar a los trabajadores de sus conocimientos, sino de hacerlos más competentes, de capacitarlos y, ge-neralmente, de darles mayor margen de decisión. En este sentido, el neomanagement se presenta como un nuevo huma-

15 Ulrich Brökling, The Entrepreneurial Self. Fabricating a New Type of Subject (London: Sage, 2016).

16 Harry Braverman, Labor and Monopoly Capital: The Degradation of Work in the Twentieth Century (New York: NYU Press, 1974).

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nismo, es decir, como un discurso crítico de las condiciones inhumanas de trabajo en la empresa taylorista y, más aún, de las relaciones jerárquicas “verticales” típicas de la gran empresa. Su idea es aquel de la “ciudad por proyectos”, modelo del mundo conexionista y fluido de la empresa que signa la disolución de la forma orgánica, de la jerarquía, en beneficio de un espacio reticular, que es así el de la flexibili-dad y la intercambiabilidad infinita17.

En segundo lugar, en tanto el management taylorista se funda-ba en espacios y tiempos compartidos (la fábrica como lugar del disciplinamiento productivo opuesto al exterior como lugar del consumo, el tiempo de trabajo v/s el tiempo de la “libertad” fuera del trabajo), en las técnicas de incitación del neomanagement, es el sujeto en sí mismo quien está llama-do a transformarse en todas partes y todo el tiempo en un “gestor de sí mismo”: es decir, que está llamado a conocerse, controlarse, organizarse para poder ser más eficiente en su trabajo, pero también, y sobre todo, en su vida. En tanto los individuos continúan acumulando su propio capital humano a lo largo de la vida, es necesario que se hagan responsables de sus actividades mentales y psíquicas, que aprendan a op-timizarse continuamente. Así, si los manuales de management definían cuatro dominios de la “gestión estratégica de recursos humanos” –la gestión del comportamiento, de la motivación, de las competencias, de las oportunidades– esta repartición

17 Luc Boltanski y Éve Chiapello, Le nouvel esprit du capitalisme (Pa-ris: La Découverte, 1999).

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puede tranquilamente ser aplicada a la “gestión de sí”: hay que aprender a organizarse, a autoevaluarse continuamente, a fijarse objetivos, a cuidar el tono de voz y el comportamien-to, a trabajar su red18. Esta tendencia a la autoevaluación continua expresa la autovalorización del capital humano individual, a través de la competencia entre los agentes, al modo de las empresas financiarizadas, expuestas a una eva-luación permanente de su valor según los periplos de la bolsa.

En tercer lugar, esta “gestión de sí”, a partir de los años 80’, se inspira más y más en las prácticas deportivas y psíqui-cas y, en este sentido, es posible decir que el cuerpo está realmente en el centro del neomanagement. Es el modelo por excelencia de lo que se debe aprender a cuidar. A partir de los años 90’, el concepto de “inteligencia emocional”, sugiere que no es posible superar o “dominar” sus emociones por la racionalidad, sino que se precisa de un conocimiento res-pecto a su dosificación inteligente y el reconocimiento de su función en los comportamientos humanos. Esta explosión del management o gestión de las emociones, se explica por el declive del modelo gestionario racional y de su postulado de base: el actor racional. Y esto no se encuentra solamente en el management, sino que también en la explicación económica (por ejemplo en la neuroeconomía19). Afirmar que hay que

18 Marcela Zangaro, Subjetividad y trabajo. Una lectura foucaltiana del management (Buenos Aires: Herramienta Ediciones, 2011).

19 Arlie Hochslchild, The Managed Heart. Commercialization of Hu-man Feelings (Oakland: University of California Press, 1983).

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tomar consciencia de sus propias emociones y de las de los otros y, que es necesario aprender a regularlas para ser efi-ciente, significa que la “gestión de sí” deviene una gestión de los cuerpos que demanda atención de forma permanente, no tanto desde dentro, sino que más precisamente de la manera en la que nos comportamos y aparecemos “exteriormente”, específicamente delante de un “cliente”20.

La propia empresa se convierte, en el curso de los años 90, en el lugar de desarrollo personal de los asalariados, donde toda una serie de prácticas de sí, son promovidas y experi-mentadas21. El neomanagement representa, desde este punto de vista, una extensión del campo de lo gestionable [managéable] al dominio de los deseos y afectos, que devienen los objetos de un management que se muestra más “humano”, “delegativo”, incluso “terapéutico”. Virtualmente desaparece la delimita-ción entre aquello que los trabajadores son y aquello que se compromete en el trabajo, sus deseos, sus emociones. La re-lación de trabajo en sí no es más reductible a un intercambio en término de salario y de tiempo, sino que implica también lealtad, obligaciones, aprendizaje, adhesión a los valores de la empresa frente a la posibilidad de “realizarse” completamen-te mediante el trabajo y obtener reconocimiento de los otros.

20 Arlie Hochslchild, The Managed Heart. Commercialization of Hu-man Feelings (Oakland: University of California Press, 1983).

21 Valérie Brunel, Les Managers de l’âme. Le développement personnel en entreprise, nouvelle pratique de pouvoir? (Paris: La Découverte, coll. La Découverte/Poche, 2008).

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Todas estas transformaciones son, a menudo, resumidas por un término: empoderamiento. Término que el management recu-peró de movimientos de emancipación radical y que debe-ría indicar un proceso de adquisición de una capacidad de actuar cada vez más grande por parte de los trabajadores22. En la línea de los trabajos del economista Amartya Sen, las aproximaciones más innovadoras en formación profesional, buscan ahora desarrollar el “poder de actuar” de los acto-res, es decir, no solo su capital de formación y competencias, sino que también las habilidades (capabilities) para utilizarlas en situación, gracias a una autonomía mayor. Por otra parte, se hace visible en las prácticas neogerenciales más recien-tes una tendencia profunda al relajamiento de las prácticas jerárquicas, con una puesta en escena de prácticas “colabo-rativas” o, incluso, “cooperativas”, por las cuales se busca entregar una mayor autonomía operacional u operativa a los trabajadores23.

Ahora bien, es precisamente el postulado de la coinciden-cia entre el empowerment24 del neomanagement y la autonomía efectiva, lo que está en el centro de la crítica para una serie

22 Marie-Hélène Baqué y Carole Biewener, L’Empowerment, une pratique émancipatrice? (Paris: La Découverte, 2013).

23 Cf. Brian M. Carney e Isaac Getz, Freedom Inc. How Corporate Liberation Unleashes Employee Potential and Business Performances (New York: Somme Valley House, 2016); Frédéric Laloux, Reinventing Or-ganizations (Tennessee, EU: Lightning Source, 2014).

24 Inglés y cursivas en el original.

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de investigadores. Así, Mats Alvesson y Hugh Willmott, los fundadores de los actuales Critical Management Studies, muestran que el empowerment del humanismo neogeren-cial aún es comprendido como una “emancipación por lo alto”, proceso pasivo de liberación promovido por gerentes (managers) iluminados, muy a menudo ejemplificado por la mitología del súper-leader, que “muestra la vía” a los followers que se conducen ellos mismos, gracias a su capacidad para actuar25. Más recientemente, Danièle Linhart ha sostenido que la actual focalización sobre la dimensión propiamente humana de los asalariados, expresada por la valorización de las famosas “competencias transversales” o soft skills [ha-bilidades blandas], prolonga el taylorismo en la medida en que conduce a subestimar la profesionalidad de los trabajadores y a eliminarlos de la organización del trabajo26. La Stupidity Based Theory of Organizations de Alvesson y Spicer27, mues-tra que en una sociedad del conocimiento, el objeto de las organizaciones no es solamente ni siempre transferir más competencias hacia los asalariados, sino también organizar una cierta “estupidez” funcional, que permite reducir la an-siedad y hacer a la gente ciega a los asuntos que importan.

25 Mats Alvesson y Hugh Willmott, Making Sense of Management. A Critical Introduction (London: Sage, 2004).

26 Danièle Linhart, La Comédie humaine du travail. De la déshumani-sation taylorienne à la sur-humanisation managériale (Paris: Erès, 2015).

27 Mats Alvesson y André Spicer, “A Stupidity-Based Theory of Organizations”, Journal of Management Studies 49, no. 7 (2012): 1194-1220.

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Por otra parte, no solamente es evidente que el empodera-miento emancipador prometido por el neomanagement coexiste con los modos de gestión autoritaria, sino que además, se acompaña de una obsesión por la evaluación cifrada, que somete a los trabajadores a un conjunto de constricciones paradojales: “¡sea más autónomo, pero hágame un reporte cada hora!”28. En fin, los trabajos recientes sobre el síndrome de agotamiento profesional apuntan a la ambigüedad del traba-jo de gestión de las emociones que es muy frecuentemente exceso de trabajo no reconocido como tal, poniendo en riesgo la salud mental o psíquica, a menudo hasta el burnout29. Si la libertad y la autonomía prometidas por el neomanagement, son concedidas a condición de un trabajo permanente sobre sí, ¿podría entonces afirmarse que el neomanagement representa una ruptura radical? ¿No se trataría finalmen-te de una continuación del taylorismo por otros medios? El neomanagement buscaría, así, obtener una disponibilidad permanente y una inversión sobre sí ilimitada, en el mismo momento en que las políticas neoliberales desmantelan las protecciones sociales y fragmentan la carrera profesional: el resultado es un individuo que debe perfeccionarse sin cesar si quiere seguir siendo “empleable”30.

28 Vincent de Gaujelac et Fabienne Hannique, Le Capitalisme para-doxant. Un système qui rend fou (Paris: Seuil, 2015).

29 Christophe Dejours, Souffrance en France: la banalisation de l'injustice sociale (Paris: Points, 2014).

30 Vincent de Gaujelac, La Société malade de la gestión (Paris: Seuil, 2005); Marie-Anne Dujarier, L’Idéal au travail (Paris: PUF, 2006).

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Neomanagement y subjetividad

El análisis de las técnicas neogerenciales muestra que la transición neoliberal no es solamente un efecto de las trans-formaciones posfordistas en la esfera económica “restrin-gida”, comercial o financiera, sino la expresión de un giro antropológico en el cual la principal forma de creación de valor es la producción de sí como “individuo-empresa y, por tanto, como trabajador ‘productivo’ [performant]”31. Uno podría entonces ahora responder a la pregunta sobre qué es lo “nuevo” del neomanagement considerando las transforma-ciones de la relación entre sujeción [l’assujettissement] –en-tendida como “producción” del sujeto por los mecanismos disciplinares que le constituyen de punta a cabo– y la subjeti-vación, entendida como el proceso por el cual el individuo se constituye a sí mismo en sujeto de su acción por un trabajo de auto-exploración, de auto-modelaje y de expresión.

En el marco de la racionalidad taylorista, la organización de la cooperación en el espacio de trabajo requiere la sumisión de los individuos a finalidades que no coinciden inmediata-mente con su interés. Así, el contrato salarial sanciona una relación jerárquica de subordinación entre los dadores de órdenes (la patronal y la gerencia) y los asalariados. Que la relación de trabajo sea pensada a partir de la subordinación y de la dependencia, mantiene la separación de espacios

31 André Gorz, “La personne devient une entreprise. Note sur le travail de production de soi”, Revue du MAUSS, 18 (2001): 61-66.

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entre las esferas productivas, reproductivas y de consumo: el individuo vive y trabaja en un mundo de espacios compar-timentados: interior/exterior de la casa, mercado y trabajo, espacio libre de consumo y espacio de trabajo subordinado, etc. La racionalidad liberal es así una racionalidad de la se-paración, del reparto de espacios distintivos de sujeción y de subjetivación.

En el sistema capitalista de la libre empresa, cada sujeto tie-ne al mismo tiempo la experiencia de la subordinación en el marco de las relaciones del trabajo productivo o reproducti-vo y la experiencia de la “libertad” en tanto que consumidor en el mercado.

En cambio, las nuevas formas de gerencia de recursos hu-manos van, precisamente, en el sentido de una des-segmen-tación de los espacios, previamente separados de la produc-ción y del mercado, de las vidas profesionales y personales. Al introducir en el reino de la subordinación el principio de elección típico de la subjetivación de mercado, la tecnología neogerencial no es solamente otro medio más para aumen-tar el rendimiento de la empresa: ella deviene, para el sujeto, en una ocasión y una promesa de “realización” totalmente mediada por un “trabajo sobre sí” y por hacer del trabajo mismo una experiencia satisfactoria donde el individuo se juega el sentido de su existencia. Así, mediante los disposi-tivos neogerenciales, el individuo se realiza o se “subjetiva” por el mismo mecanismo que lo hace productivo y que, por consecuencia –en el antiguo sistema liberal– suponía su

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sujeción: la transferencia de modos de gestión de la empresa hacia el individuo no se vive bajo la forma de la autoimpo-sición, de la autocensura ni menos como “renuncia a sí mis-mo”. Este argumento es una consecuencia lógica de la teoría del capital humano, por la cual el trabajador se convierte él mismo en un gerente de los servicios concernientes a su capital, que busca valorizar al invertirlo. Todo aquello que entre en el perímetro de la posesión de “sí”, es susceptible de devenir capital de inversión, productor de réditos a futuro: su educación (capital humano), sus relaciones familiares o sociales (capital social), su propia vivienda (capital inmobi-liario o de ahorro)32. En estas condiciones donde el “sí” no representa ya más que un portafolio de competencias y de bienes que los agentes intentan valorizar sobre un mercado, las fronteras ya lábiles entre sujeción y subjetivación, pare-cen estallar.

Por esta misma razón, el sujeto del neomanagement no es tampoco, como uno podría pensar, el sujeto de la “servi-dumbre voluntaria”, animado por una suerte de voluntad de obedecer: la gubernamentalidad neogerencial se separa del taylorismo en la misma medida en que ella no opera más con los términos clásicos de obediencia y desobediencia, sino en términos de grados de felicidad y de realización de sí, como si la propia estructura de la subjetividad hubiera sido íntimamente modificada por las transformaciones del

32 Gerald F. Davis, Managed by Markets. How Finance Re-Shaped Ame-rica (Oxford: OUP, 2009) pp. 154-190, p. 236.

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Neomanagement (new managament) · 71

trabajo y de la gerencia, al punto de volver insignificante la alternativa libertad/dominación.

Si el modelo actual de gestión de competencias no parece sino reproducir el imperativo productivista del taylorismo, haciendo de la vida misma el principal terreno de explota-ción, es esta nueva forma de subjetividad lo que debe ser dis-tribuida para imaginar otras formas de gobierno del trabajo. Dos pistas parecen viables. Primero, la actual indistinción entre esfera profesional y esfera privada significa que caye-ron los muros de la fábrica o de la empresa que separaban el espacio disciplinar del trabajo del espacio público y, por consecuencia, emerge en la relación de trabajo propiamente tal, una serie de nuevas exigencias de democratización de las relaciones profesionales. Desde que la distinción entre trabajador y ciudadano no importa más, una política de lo “común” aplicada al trabajo debería estar particularmente atenta a estas nuevas expectativas típicas de la esfera pú-blica, para rechazar las relaciones jerárquicas tradicionales que caracterizaban el espacio disciplinario del trabajo33. En segundo lugar, se podría proponer, colectivamente, la estra-tegia de “comunalización” de los esfuerzos (o inversiones) individuales en el trabajo (cooperativas de actividad y de empleo, cooperativas de producción, etc.) que permitirían crear nuevas redes de seguridad para el “empresario de sí”34.

33 Isabelle Ferreras, Critique politique du travail. Travailler à l’heure des services (Paris: Presses de Sciences Po, 2007).

34 Marie-Christine Bureau y Antonella Corsani, “Les coopérati-

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En cualquier caso, es evidente que la solución a las paradojas de la nueva gerencia no es el retorno a la relación salarial clásica y al modelo “liberal” de subjetividad, sino la inven-ción de nuevas formas de gobierno del trabajo alternativas al neoliberalismo.

ves d’activité et d’emploi: pratiques d’innovation institutionnelle”, Revue Française de Socio-Economie, 15 (2015): 213-231.

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Emprendimiento

raúl rodríguez freire

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“La empresa es antes que nada la realización de un em-prendedor: de alguien que emprende, que innova, que hace lo que no se espera de él, que aporta pues alguna cosa a la sociedad. Sin empresario innovador una sociedad se escle-rotiza y declina. Además, una empresa es una institución en el sentido sociológico, la mejor institución que los hom-bres han creado hasta hoy para cooperar, para realizar lo que no habrían podido hacer de permanecer aislados [...]. Despertar a la sociedad, devolverle su tono, supone ante todo liberar el espíritu de empresa”.1

Esta cita es parte de la rimbombante crítica a una agónica burocracia que Michel Croizer realizaba a fines de los años setenta, promocionan-do, a la vez, la forma que la debería reemplazar:

la empresa, forma que representa un renovado modelo de civilización, ad hoc a los tiempos postindustriales: el empren-dimiento desbloquea una sociedad gastada y permite salir de la crisis de la democracia, problemáticas que, para Crozier, también anidaban en los revolucionarios deseos sesentayo-chistas. De ahí que el acontecimiento llamado mayo francés no habría consistido en “una situación revolucionaria, en el sentido marxista, sino más bien en una profunda crisis que fue revelada [unfolded] de forma revolucionaria, y el mensaje

1 Michel Crozier, No se cambia la sociedad por decreto (Madrid: Institu-to Nacional de Administración Pública, 1984 [1979]), 192.

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que esta arrojó quería decir algo”.2 Adelantándose a Mil-ton Friedman, Crozier apuntaba a que prácticamente “en todo occidente la libertad de elegir de los individuos se ha incrementado tremendamente”3, no así las condiciones para su realización. Por ello la revuelta juvenil representaba “un punto decisivo principal”4. No hay que ser un gran lector para comprender que el mensaje que portaba la revolución no era el mismo mensaje que comprendió Crozier, que es, de alguna manera, el que ha terminado primando, como veremos lue-go. Relevante para nosotros es que este sociólogo intentaba dirigir a la sociedad postindustrial, pues concuerda aquí con Daniel Bell, hacia su empresarización, quería reemplazar al Estado por las empresas y alcanzar así la tan ansiada “liber-tad”, una libertad restringida al marco capitalista.

2. A inicios de los noventa, Crozier señala que lamenta-blemente la sociedad seguía bloqueada, pero en Chile, una "revolución silenciosa" cuajada desde los años setenta cumplía su sueño, y nos hablaba de una emergente, aunque ingratamente desapercibida “sociedad de las opciones”. El personero del Consejo Económico y Social de Chile para 1988, señaló que, de mantenerse la estabilidad política, i.e.

2 Michel Crozier, The stalled society (New York: Viking Press, 1973), 128.

3 Michel Crozier, “Western Europe”, Michel Crozier, Samuel P. Huntington y Joji Watanuki, The Crisis of Democracy (New York: New York University Press), 11-57, 25.

4 ibídem, 26.

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la dictadura, Chile sería un país completamente libre y desa-rrollado para el año 2000, similar a la California que cobija a Silicon Valley: “la riqueza potencial que posee y la calidad de sus profesionales harán de este país, una nación líder en la exportación de uva, la incorporación de tecnología a la agricultura y la fabricación de programas computaciona-les”5. Pero no solo toda esta maravilla, dado que también tendríamos veloces sistemas de transporte que conectarían a todo Chile, y la descentralización habría sido casi completa, dado que la importancia de Santiago habría disminuido de manera considerable. Definitivamente estábamos más cerca de Australia que de nuestros vecinos Perú y Bolivia.

3. Sería iluso creer que Joaquín Lavín vivía en el mundo de Bilz y Pap. Lo suyo era una retórica neoliberal exhibitista di-rigida a la mantención de la dictadura, y es desde esta óptica que se lo ha criticado. Sin embargo, podemos rastrear en su panfleto titulado La revolución silenciosa el advenimiento de la sociedad futura, la que los neoliberales llamaban la socie-dad del capitalismo popular, aquella donde “la difusión de la propiedad privada de los medios de producción del país”6 comenzaba no a desbloquear, como pregonaba Crozier, sino a desmantelar lo que incluso en Chile podríamos llamar so-ciedad fordista, con el débil sistema de seguridad estatal que le acompañaba. El capitalismo popular fue el complemento

5 Joaquín Lavín citado en La Nación, 13/01/1988, 5.

6 Mario Valenzuela Silva, “Reprivatizacion y capitalismo popular en Chile”, Estudios Públicos 33 (1989): 175-217, cita en 175.

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de la privatización de la sociedad y la emprezarización de sí que, gracias a la ley General de Universidad de 1981, comenzaban a instalar una antropología neoliberal: el ca-pital humano7. El capital humano es literalmente la trans-formación del ser humano en un emprendedor, cuestión que se logró al transformar el consumo en un ámbito de la producción. Gracias a la teoría del rational choice, se pensó el trabajo no como un proceso, sino como una actividad que, cuando entra en acción, obtiene utilidades; se reintrodujo el trabajo (intelectual y material) en el análisis económico, y lo desdoblaron en una renta y en un capital, de manera que un sueldo ya no es un salario sino la renta de un capital, y un capital es lo que permitirá recibir ingresos a futuro, un capital que se pone en juego a la hora de entrar al mercado laboral o al comercio, y que no solo tiene que ver con el sa-ber, sino también con la idoneidad que se tiene para invertir el propio capital, con las competencias y habilidades, o con los talentos, pues el capital humano bien puede ser la voz de María Callas, la destreza danzarina de Michael Jackson, la psicología de Pilar Sordo, el conocimiento de la obra de Platón o el manejo de la teoría cuántica. Todo depende de la empresa que quiera ser uno.

4. El capitalismo popular, por su parte, es la difusión de la empresa privada entre distintos sectores de la población, es decir, cuando los trabajadores de una empresa compran

7 rodríguez freire, “Capital humano”, Mary Luz Estupiñán, El abc del neoliberalismo, vol. 1 (Viña del Mar: communes, 2016), 101-123.

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acciones de la misma y se transforman así también en sus propietarios. Esto comenzó gracias a la privatización de las empresas públicas (las AFP, pero también con algunos bancos), las que si bien teóricamente pertenecían a todos los chilenos, no lo eran fácticamente. Ahora, gracias a José Piñera, lo son de todos los interesados en ser accionistas de sus propios fondos. En el exitoso balance del capitalismo po-pular que el economista Mario Valenzuela hacía a fines de los ochenta, se señalaba sin tapujos que la meta era “incor-porar a todos los individuos en la generación de riqueza de las empresas y así lograr una mayor identificación con ésta y compromiso con el resultado operacional mismo”8. En otras palabras, la meta era quitar el antagonismo histórico que fundaba la relación entre trabajadores y capitalistas, y así asegurarse el desbloqueo a la valorización del capital. Para ello, sobre todo los más jóvenes, el centro de esta economía política, recibieron importantes créditos CORFO, lo que lo-gró que a tres años de implementada la medida, casi tres millones de trabajadores fueran también empresarios. En una nota al pie, Valenzuela señala: “De acuerdo a cifras de la Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras, a diciembre de 1987, del total de los accionistas populares de los bancos de Chile y de Santiago, casi un 40% tiene menos de 35 años y un 64% menos de 45. Ello significaría que la juventud tiene gran interés en cimentar la capitalización de

8 Valenzuela Silva, “Reprivatizacion y capitalismo popular en Chile”, 198-199.

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las empresas del país”9. De ahí la alegría de Lavín cuando afirmaba que: “En los últimos dos años, el desarrollo de la mentalidad empresarial entre los jóvenes ha sido sorpren-dente, dando lugar a congresos de nuevos empresarios, concursos de proyectos de nuevas Empresas [Lavín escribe aquí con mayúscula, tal como se escribe Estado], desarrollo de fondos de capital de riesgo, y de diversas otras iniciati-vas. A consecuencia de esta valoración creciente del rol del empresario, muchos de ellos son hoy invitados frecuentes a programas de televisión, o mantienen columnas en los dia-rios [como Fuguet, Gumucio y un largo etcétera], mientras algunos se han atrevido, incluso, a comenzar a aparecer en su propia publicidad. Es el caso de Fabrizio Levera, quien al estilo de Iacocca, publicita sus productos personalmente, amparado en la música de Gigi, el amoroso”10. De manera que la revolución que se fraguaba durante la dictadura se escon-día tras las cifras de televisores comprados y malls construi-dos, pues consistía en la transformación del trabajador en emprendedor. Un sujeto que, como Fabrizio Levera, debe convertirse en su propia marca, lo que hace del ego y del nombre instancias centrales para la venta de uno mismo. De ahí el uso exponencial de plataformas como Facebook, Academia.edu, Twitter o Instagram, que nos permiten pu-blicitarnos de mejor manera.

9 Valenzuela Silva, “Reprivatizacion y capitalismo popular en Chile”, 185.

10 Joaquín Lavín, Chile, revolución silenciosa (Santiago: Zig-Zag, 1987), 20-21.

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5. Una de las reseñas del libro de Lavín, ejemplarmente titulada “Revolución silenciosa que favorece al pueblo”, tiene una ilustración que plasma nítidamente nuestro esce-nario: se trata de una imagen que imita a la estatua de la libertad de Nueva York, pero en su mano derecha no porta una antorcha, sino un libro, cuyo título es bastante claro: La declaración de principios del gobierno de Chile11. Nuestro escenario, entonces y como diría Parra, es el de una enorme libertad inmóvil, una libertad esculpida a partir de las leyes que la dictadura (con Jaime Guzmán a la cabeza) y la transición fueron perfeccionando hasta nuestros días. Se trata de una libertad producida y gobernada por sus leyes y administrada luego por las “reformas” concertacionistas, un modelo ges-tionario de “autonomía empresarial” que Sebastián Piñera profundizó al hacer del emprendimiento prácticamente una política de Estado (ofreciéndose él mismo como modelo). Para ello, la precarización, de marginal, pasó a devenir la norma, pues el ser empresarios de sí le resultó al capitalis-mo más productivo que el confinamiento. De manera que la revolución silenciosa se ha convertido en una vociferan-te práctica de gobierno neoliberal que condena al pueblo a vivir la forma liberal de la libertad. Una política crítica, por tanto, tiene que romper con el liberalismo, tiene que ser realista y pedir, una vez más, lo imposible, pues es lo único que podría llevarnos hacia un mundo donde la libertad no sea una estatua.

11 Sin nombre, “Revolución silenciosa que favorece al pueblo”, Negro en el Blanco 21 (1988): 8-10.

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6. Una vez que el modelo civilizatorio de la empresa ha colonizado lo social, el discurso del emprendimiento se ha transformado en el trending topic más aclamado y difundido de políticos, empresarios, burócratas (que no han desaparecido) académicos y científicos, hasta el punto de encontrarnos con estupideces que nos hablan de Platón o Nietzsche como gran-des emprendedores, los forjadores de nuestras actuales condi-ciones de empresarización12. Durante el siglo XIX, la opinión y consejo de Andrés Bello contó para varios presidentes y mi-nistros, de la misma manera que hoy es Pilar Sordo, empren-dedora de emprendedoras, la que asesora a los Ministerios de Educación e Interior. Si Platón pudo haber sido el primer emprendedor, ya nada sorprende en los defensores del capita-lismo neoliberal, tanto en su versión popular como humano, pues hoy ambos se dan la mano para producir y gestionar nuestra libertad. Esa que nos permite surfear por el mercado laboral, siguiendo el fluir de nuestros cambiantes deseos. Así nos lo dicen Flores y Gray, cuando nos hablan del ocaso de las carreras universitarias: “En lugar de comprometerse de por vida con una profesión, vocación o forma de trabajo, la gente wired simplemente se deja llevar por cualquiera de sus varios talentos o inspiraciones […] En el caso ideal, puede pasar siete años de su vida adulta como ingeniero, después estu-diar administración de empresas y convertirse en consultor

12 Fernando Flores y John Gray, “El espíritu emprendedor y la vida Wired: el Trabajo en el ocaso de las carreras”, Trabajo pre-sentado al V Seminario Internacional, Políticas de Educación Superior: ¿Tiempo de innovar?, del Consejo Superior de Educación, Santiago de Chile, 4-6 de octubre de 2000, 11.

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durante otros siete años, más tarde comprar una vendimia y dedicar de lleno su atención a ésta, y así sucesivamente”13. Veamos si la señora Virginia Pérez, que produce mermeladas en Peñaflor, puede aspirar a una vida wired.

7. De manera que, “en el caso ideal”, tenemos la libertad de cambiar de profesión así como se cambia de estilo o de moda, he ahí las ventajas de la vida wired, interconectada y mutante como el ciberespacio. De ahí el énfasis de la OCDE y el Banco Mundial por acortar las carreras universitarias, cuya duración debe estar en sintonía con las nuevas formas de vida ideales. La universidad, por tanto, debe gestionar y educar, es decir, socializar este modelo. Debe enseñar que el saber es un bien de consumo, que la deuda es la pedago-gía que dicta que el capitalismo neoliberal es nuestro único mundo posible, y que la libertad es la capacidad de elegir una profesión que responda a “nuestros” momentáneos deseos. Pero en países como Chile, es decir, en países aspi-rantes al “primer mundo”, no todos pueden formar parte del stock de capital humano, ni menos comprar acciones de la empresa donde trabajas, por lo general a honorarios. Los trabajos de hoy, cuando existen, son precarios y mal paga-dos, lo que lleva a que millones de personas vivan sobreen-deudadas, por lo que se trabaja solo para reproducir la vida de otro. Como advirtió recientemente Marco Kremerman, “hoy en Chile el 80 por ciento de los mayores de 18 años está endeudado, 11 millones 300 mil personas, de los cuales

13 ibídem., 12. Énfasis agregado.

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cuatro millones ni siquiera pueden pagar lo que deben, con un promedio de seis documentos impagos, que se desglosa principalmente en tiendas comerciales, crédito estudiantil y crédito hipotecario”14. Así las cosas, el único compromiso que puede establecerse no es con uno, sino con el capital.

8. Bajo su primer mandato, Piñera señaló que el 2012 sería “el año del emprendimiento”. El 30 de marzo de aquel en-tonces, en el centro de Extensión de la UC se graduaron 470 emprendedores del programa Emprendimiento Local de la CORFO. Las palabras de motivación del Ministro de Eco-nomía de la época, Pablo Longueira, fueron las siguientes: “Quisiera felicitar a todos los presentes y a través de ustedes, a todos los chilenos que se atreven a soñar y a emprender cambiando su destino. Para este gobierno y para nuestro mi-nisterio, transformar a Chile en un país de emprendedores, es lo que nos permitirá producir la movilidad social que nos permitirá cumplir la meta de alcanzar el desarrollo para el 2018”15. En la página del Ministerio de Economía, de donde hemos tomado las palabras, también leemos sobre un exi-toso caso de emprendimiento: “En representación de todos

14 Marco Kremerman, citado en Radio Universidad de Chile 30/06/2017. Fecha de acceso 5 de julio de 2017 http://radio.uchile.cl/2017/06/30/desde-este-sabado-primero-de-julio-el-sueldo-minimo-sube-6-mil-pesos/

15 Pablo Longueira citado en web del Ministerio de Economía de Chi-le, fecha de acceso 05 de julio de 2017 http://www.economia.gob.cl/2012/03/30/ministro-longueira-participa-en-graduacion-de-470-beneficiarios-de-programa-de-emprendimiento-local.htm

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ellos, la emprendedora de Peñaflor Virginia Pérez, contó su propio testimonio y agradeció el apoyo recibido. Ella es una microempresaria que comenzó a elaborar mermeladas y productos caseros luego de que su esposo quedó cesante, con lo cual pudo sacar adelante a sus tres hijos”. Aquí vemos claramente que el emprendimiento local es la gran estrate-gia de promover el autoempleo, pues la Sra. Virginia dará trabajo, no importa si precario y flexibilizado, a su esposo, hijos, vecinos, etc. Da lo mismo si para ello el tiempo de descanso es subsumido por el tiempo del emprendimiento, y si las mermeladas no dan resultado, pues cambia de rubro, a las viñas por ejemplo, o se instala con un taller de ropa que le entregue productos a Benetton, y se transforma en una de las miles de PYMES alrededor del mundo que tejen los chalecos de los United Colors.

9. Lo que hace la ficción del emprendimiento entonces es transformar en pequeños capitalistas a quienes no pudie-ron comprar una educación, o bien, capitalizar el saber de aquellos que sí lo hicieron, pero que no tienen trabajo. En otras palabras, esto tiene que ver con la política de capital humano, porque este no se relaciona únicamente con el sa-ber, sino con los talentos y habilidades para gestionar una empresa privada, como Fabrizio Levera hace más de veinte años. Incluso se podría decir que la noción de emprendi-miento lleva a que uno mismo se trate como una empresa privada, mientras todo aquel que nos rodea se transforma en nuestro competidor, en nuestro enemigo, lo cual da cuen-ta de la locura del mundo que día a día sostenemos.

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El término emprendimiento se lo debemos a Joseph Schum-peter, que lo vinculó a la idea de innovación y riesgo16 ha-ciendo de él el motor de la producción, de manera similar a cómo hoy se hace del capital humano (concepto del cual no debe ser separado) la base del “desarrollo endógeno” pro-puesta de Paul M. Romer, desde junio de 2016 Economista en Jefe y Vicepresidente Senior del Banco Mundial. Para Schumpeter, el emprendedor no es solo quien de manera independiente se dedica a los negocios, también lo pueden ser dependientes o empleados de una compañía, lo que hace que su concepto no incluya a gerentes o industriales. Lo que caracterizaría entonces a la figura del emprendedor es la iniciativa, la autoridad y la previsión con que una persona puede desarrollar un negocio, ya sea de mermeladas o una compañía aérea, pues Sebastián Piñera también se define como un emprendedor. Pero la propuesta de Schumpeter no tuvo mayor relevancia en el momento en que publicó sus textos, de manera que llama la atención que hoy sea un término que circula y se lo promueva en todos lados, desde el vecindario al gobierno de turno, pasando por la universi-dad, que busca que cada estudiante/cliente se transforme en un emprendedor.

10. No sorprende que el discurso del emprendimiento pro-lifere precisamente cuando la crisis del trabajo comienza a extenderse a todo el orbe, exaltando la personalidad flexible

16 Joseph Schumpeter, Teorías del desenvolvimiento económico, Trad. J. Prados Arrarte, México: Fondo de Cultura Económica, 1957.

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requerida por un capitalismo agónico que, para vivir unos años más, se lanza hacia adelante como si estuviera maneja-do por un piloto automático sin dirección. El informe sobre el empleo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de 2012 da cuenta de cómo en Chile (y Colombia, que tiene como modelo a Chile) ha venido aumentando la tasa de ocupación, pero no gracias al trabajo, sino al eufemis-mo llamado “autoempleo”: “Hasta septiembre de 2011, los trabajadores por cuenta propia crecieron en Chile a una tasa de 8.4%, en contraste con el 4.8% que registraron los asalariados […] Esto reflejaría que la creación de empleo no respondió tan marcadamente a una dinámica de la deman-da laboral asalariada y muchos trabajadores recurrieron a la generación de ingresos laborales de manera independiente e iniciaron actividades por cuenta propia”17. En este sentido, el informe de la OIT señala que la reducción del empleo por cuenta propia es uno de los principales desafíos que afron-ta el subcontinente, y que incluso las Naciones Unidas lo han asumido como una de las dificultades a las que atacar para reducir el hambre y la pobreza. Se trata de la meta 1B fijada por la llamada Cumbre para el Desarrollo del Milenio18: “Lograr empleo pleno y productivo, y trabajo decente para todos, incluyendo mujeres y jóvenes”. Nuestro

17 OIT, Panorama Laboral 2011, América Latina y el Caribe (Lima: OIT / Oficina Regional para América Latina y el Caribe, 2012), 34.

18 (N. de E.) La Cumbre del Milenio se llevó a cabo entre 6 y el 8 de septiembre del 2000 en la sede de Naciones Unidas en Nueva York.

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país es la excepción a esta tendencia precisamente debido a las políticas del emprendimiento local, que no es sino una forma encubierta del autoempleo, es decir, de trabajos fle-xibilizados y precarizados. Así lo señala la OIT, cuando se refiere al empleo informal: “El empleo informal incluye a los siguientes tipos de empleos: trabajadores por cuenta propia dueños de sus propias empresas del sector informal, emplea-dores dueños de sus propias empresas del sector informal, trabajadores familiares auxiliares, miembros de cooperati-vas de productores informales, asalariados que tienen em-pleos informales en empresas del sector formal, informal o en hogares; y trabajadores por cuenta propia que producen bienes exclusivamente para el propio uso final de su hogar, si dicha producción constituye una aportación importante al consumo total del hogar”19.

11. Como vemos, se trata de una forma encubierta de gestión y producción del capital humano, escondida bajo la forma del emprendimiento que promueve el capitalismo contemporáneo. Si para la OIT en el empleo informal “hay muy poco o ninguna distinción entre el trabajo y el capital como factores de producción”20, es porque la lógica del em-presario de sí está colonizando no solo los cuerpos y mentes de aquellos que compran una educación, sino también de aquellos que por distintas razones no pudieron, pero que, aun así, deben ser introducidos al interior de esta lógica

19 ibídem, 100.

20 ibídem, 99.

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gubernamental. Lo más llamativo de esta situación es que el discurso del emprendimiento ha calado profundamente en la sociedad contemporánea, incentivándoselo, cuando no deseándolo, desde el mundo universitario de pre y post-grado, hasta los sectores sociales más pobres del país. De manera que el emprendedor es la figura central a través de la cual se gestiona la “autonomía” y la “libertad”, es la forma que anula el trabajo y nos hace ignorantes de nuestro propio sometimiento. “Supone”, como señaló el crítico alemán Ro-bert Kurz, “el cambio constante entre trabajo dependiente y ‘autónomo’. Los límites entre trabajadores asalariados y empresarios se difuminan, pero también esto en detrimento de los afectados. En el curso de este outsourcing surgen cada vez más autónomos aparentes, es decir, pseudoempresarios sin organización empresarial propia, sin capital financiero propio, sin empleados y sin la famosa ‘libertad de empre-sa’, porque dependen de un único contratante: la empresa para la que trabajaban antes, la mayoría de las veces, que de esa manera se ahorra la seguridad social y, en vez de por el horario del convenio, sólo paga trabajos concretos en cada caso, con ‘honorarios’ muy por debajo del sueldo anterior”21.

12. En su famoso “Capítulo sexto (inédito)”, Marx señala del trabajo por cuenta propia lo siguiente: “El trabajador in-dependiente (selfemploying labourer), a modo de ejemplo, es su propio asalariado, sus propios medios de producción se le enfrentan

21 Robert Kurz, “La persona flexible”, Grupo Krisis, Manifiesto contra el trabajo (Barcelona, Virus, 2002), 78.

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en su imaginación como capital. En su condición de capitalista de sí mismo, se auto-emplea como asalariado. Semejantes anomalías ofrecen campo propicio a las monsergas en tor-no al trabajo productivo y el improductivo”22. Marx, quien como nadie, antes y después de él, ha estudiado con máxima rigurosidad el desarrollo del capitalismo, veía como una pa-radoja el que un trabajador fuese su propio empresario, de manera que si hoy se resalta el lado “emprendedor” de quien trabaja por cuenta propia, es solo a costa de obliterar la no-ción de trabajo y articular, así, la solidaridad empresarial que supuestamente puede darse, por ejemplo, entre quien diseña páginas web desde su casa o teje chalecos para un mercado artesanal y, para dar un ejemplo desconocido, Se-bastián Piñera. Pero esta solidaridad no existe, como prue-ban las estadísticas del endeudamiento publicadas por la Fundación Sol. Lo que hace el discurso del emprendimiento es explotar de manera indirecta a un trabajador avergonza-do de su condición. La crisis del trabajo se da precisamente proletarizando a una población a la que los estudios univer-sitarios no le sirven más que para naturalizar (aprehender) una vida regida por el crédito y el consumo. Una vida cada vez más marcada por la precarización radical: “Historiado-res licenciados trabajando en fábricas de galletas, profesoras de instituto lo intentan como niñeras, abogados sobrantes que comercializan objetos de arte indios. Mucha gente con formación intelectual se sigue moviendo pasados los treinta o cuarenta años en condiciones de vida casi estudiantiles o

22 Marx, El capital. Libro I, Capítulo sexto (inédito), p. 82.

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fluctúan en sus actividades entre trabajillos de repartidores, periodismo circunstancial e intentos artísticos no remunera-dos. La pregunta por la posición social y la profesión resulta cada vez más incómoda”23. Una política radical debiera transformar esa incomodidad no en una lucha por recu-perar un Estado que satisfaga lo que nunca se ha recibido. Una política radical debe trabajar por acabar con el trabajo como forma de vida, pero para eso, creo, no es el emprende-dor, sino el obrero el que se debe levantar, haciendo del ocio y el tiempo que se nos expropia el anhelo de cualquier vida que merezca ser vivida.

23 Kurz, “La persona flexible”, 74-75.

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Evaluación

La investigación científica en la criba del benchmarking

Pequeña historia de una tecnología de gobierno1

Isabelle Bruno

1 (N.de E.) Republicamos aquí una versión resumida de la tra-ducción de este texto, publicada previamente en Evaluación, gestión y riesgo, ed. raúl rodríguez freire (Santiago : Facultad de Ciencias Sociales. Universidad Central de Chile, 2014 pp.135-162)

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in duda usted ya oyó hablar de BenChmAr-king?2, en todo caso, si usted no ha escuchado nunca esta palabra, seguramente ha estado confrontado con el asunto, al menos de una

forma indirecta. El benchmarking aparece regularmente en los titulares de la prensa a través de listas el ranking de los hospitales, de los liceos, de las regiones, de las universida-des –como el famoso ranking de Shanghái– y hasta se ha visto el de los ministros. Bajo títulos que repercuten, como “campeones” y “últimos de la clase”, aparecen en la portada de los diarios y en los kioscos de cada esquina. Nadie escapa. Trátese de organizaciones públicas o privadas, de indivi-duos o de territorios, todos son evaluados por las tablas de

2 Este artículo es fruto de una presentación oral, razón por la cual se conserva su estilo. Fue presentado en una mesa redonda anual, que tuvo lugar el 31 de mayo de 2008 y que fue organizada por la Sociedad de Historia Moderna y Contemporánea de Francia. Agradezco, por tanto, la invitación a reflexionar sobre la “fiebre de la evaluación”, sus orígenes y sus consecuencias para la universidad.

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indicadores numéricos que “deben” evaluar los desempeños [performances], no en lo absoluto ni en el tiempo, sino siempre en relación a los “otros” –los pares que, desde este punto de vista, son sobre todo competidores y no homólogos o iguales. La clasificación jerárquica es así el acto a través del cual se mide la amplitud de la competitividad, esto es, la capacidad de mostrar el mejor puntaje –al menos uno mejor que el de los otros– en una competición que no existía antes del ranking, ya que ésta es parametrada según los criterios de la clasificación en sí misma. La información que resulta de esta comparación es destinada a un público de inversio-nistas y de consumidores, que buscan “sitios atractivos” y “servicios de calidad”: ella debe ayudarlos a maximizar la utilidad identificando la mejor oferta de salud, educación o de políticas ministeriales, lo que en este último caso limita con lo absurdo. Pero el sin sentido de estos rankings, que comparan cosas incomparables y se dirigen al homo oeconomi-cus, no es destacado: su razón de ser se impone con la fuerza de la evidencia, solamente los criterios retenidos resultan de vez en cuando controversiales.

Esta mediatización del benchmarking a través del juego de los rankings es solamente la parte visible del iceberg. Si nos su-mergimos en sus gélidas aguas, descubriremos que es sobre todo un instrumento de auto-evaluación y de ayuda a la de-cisión concebido por la ciencia managerial preocupada por la racionalización organizacional. En cuanto al benchmarking, este se encuentra en boga en el mundo empresarial desde los

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años 90; se le consagró manuales3, revistas especializadas4, institutos, clubes, asociaciones5, etc. Según una encuesta llevada a cabo por el gabinete del consejo estratégico de Bain & Company, realizada a 6323 empresas en 40 países, el benchmarking fue clasificado en segundo lugar del “ranking de instrumentos más utilizados entre 2002 y 2003” (precisa-mente después de la planificación estratégica). Junto al dow-sizing, el outsourcing o el reengineering, compone la “coraza del buen manager”6: tantos anglicismos dejan una sensación de escepticismo, aunque la moda promete no tenerlos mañana. A primera vista, el benchmarking evoca un artilugio mana-gerial, cuya denominación tiende a banalizarse desde hace una década, pero su significación y su modo operacional no dejan de ser enigmáticos.

3 Citemos, entre otros, a Jacques Gautron Le guide du benchmarking (Paris: Les éditions d’organisation, 2003)

4 Ver, por ejemplo, la revista trimestral Benchmarking: an International Journal, publicada desde 1994 por Emerald (Bingley, Reino Unido).

5 En Francia, podemos ilustrar esta vivacidad asociativa con el Benchmarking Club de Paris, que reúne a unas sesenta grandes empresas y alimenta una base de datos sobre las “mejores prác-ticas” observadas en diferentes sectores. A otra escala y en otro registro, la asociación de los felices parangonneurs en Angers propone poner el benchmarking al servicio de organismos preocupados por mejorar la seguridad interior, así como también la motivación del personal (sitio Internet: <http://www.parangonneurs.org>).

6 cf. Pascale-Marie Deschamps “La panoplie du bon manager”. Enjeux. Les Echos, 191 (2003): 86-88.

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¿Qué es entonces el benchmarking? Los franceses lo traducen generalmente como “calibración de los desempeños” o “eva-luación comparativa”; los quebequenses prefieren hablar de “comparación”. Sin embargo, sea cual sea la denominación empleada, se trata de identificar una referencia o parangón. En otras palabras, consiste en un modelo con el cual alguien debe compararse a fin de reducir la diferencia de desempeño que le separa de él. La proliferación actual de sus usos, ya sea en la vida privada o en la administración pública, tiende a inscribirlo en el sentido común como una necesidad impres-cindible, como la respuesta a la supuesta necesidad universal e imperativa de competitividad. La comunidad universitaria no está exenta, ella ve esta descabellada técnica propagarse para coordinar y evaluar las actividades tanto de investi-gación como de formación. Es esta doble evidencia – de la competitividad como exigencia universal y del benchmarking como medio políticamente neutro de satisfacción– la que me propongo interrogar aquí, presentando los resultados de una investigación llevada a cabo entre 2001 y 2006, en el marco de una tesis doctoral en Ciencias Políticas7. Antes de exponer de qué manera el benchmarking se transformó en la pieza maestra del dispositivo de Lisboa*, que preside al

7 cf. Isabelle Bruno “Déchiffrer ‘l’Europe compétitive’. Etude du benchmarking comme technique de coordination intergouvernemen-tale dans le cadre de la stratégie de Lisbonne”, Tesis doctoral Insti-tuto de Estudios Políticos de París, 2005)

* El Tratado de Lisboa, firmado por los representantes de todos los estados miembros de la Unión Europea en 2007 en la capital por-

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establecimiento de un “espacio europeo del conocimiento”, un desvío genealógico nos ayudará a comprender la raciona-lidad que ha puesto en marcha esta nueva forma de gobernar las políticas científicas.

Genealogía de una técnica que se pretende neutra y universal

Optar por una perspectiva genealógica, significa conside-rar la historicidad, la contingencia y la singularidad de las prácticas, en contraposición a una perspectiva positivista o utilitarista. En nuestro caso, se trata de rastrear el camino del benchmarking desde la industria japonesa hasta la estrate-gia europea de Lisboa, pasando por Rank Xerox y la OCDE, con el fin de restituir la lógica constitutiva de su ejercicio más allá de la diversidad de usos que recubre. De manera que nuestro propósito no implica partir de sus orígenes his-tóricos más profundos o de una relación de causalidad entre las teorías del management y la invención de esta técnica, sino más bien de distanciarnos, por una parte, de la necesidad y la neutralidad que le son asociadas y, por otra, de la evi-dencia de su finalidad, es decir, del hecho admitido de que toda organización humana tiene por objetivo la competiti-vidad. Bajo esta perspectiva es instructivo examinar cómo la disciplina del management atribuye a este saber hacer un

tuguesa, es el dispositivo que sustituyó a la fallida Constitución eu-ropea. Este tratado le permite a la UE tener personalidad jurídica y así poder firmar acuerdos internacionales a nivel comunitario [e.].

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estatus de cientificidad, y de esta forma, una pretensión de universalidad. Voy pues a intentar identificar los presupues-tos, las ideas implícitas, el trabajo de contextualización; en otras palabras, la racionalidad que le confiere la fuerza de la evidencia encerrándola en una caja negra indiscutible.

Entendámonos: al describir la genealogía del benchmarking, no busco responder a la pregunta sobre su “novedad”. Es evidente que su principio comparativo depende del sentido común, que la fijación de objetivos cifrados no tiene nada de inédito y que la competición de autoridades públicas a través de indicadores estadísticos ya tiene precedentes.

Tomemos un ejemplo. En su libro sobre la historia de la razón estadística, Alain Desrosières estudia el caso de la General Register Office (GRO) –la oficina británica encargada de administrar la ley de pobres de 1834–, que ha desarro-llado una técnica de emulación prefigurando el benchmar-king, mucho antes del toyotismo y del New Public Management (NPM). En el marco del movimiento de salud pública que se desarrolla en el siglo XIX en el Reino Unido, el GRO jugó “un rol esencial en los debates sobre el diagnóstico y el tra-tamiento del problema que obsesionó a la sociedad inglesa durante todo el siglo, el de la angustia [détresse] asociada a la industrialización y a la urbanización anárquicas”. ¿Cómo? “publicando y comparando las tasas de la mortalidad infan-til en las grandes ciudades industriales”. Para esto, unificó los datos estadísticos relativos a la morbilidad y a la miseria social, con lo cual creó “un espacio de comparación y de

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competición entre las ciudades”. El GRO incluso avivó esta “competición nacional sobre las tasas de mortalidad”: en los años 1850, se calculó la tasa media de los distritos más sanos para asignarlos como el objetivo de todos los otros. Al promedio nacional tradicionalmente usado como referen-cia, el GRO substituyó “un óptimo más ambicioso” como un objetivo que se debe alcanzar8. De esta forma podríamos señalar que él construyó un benchmarking. ¿Por qué entonces no extender la analogía y hablar de benchmarking también en este caso?

La respuesta no se refiere a un problema de anacronismo, sino a una cuestión de disposición [agencement]. Si se reduce el benchmarking a operaciones estadísticas de centralización, de armonización y de comparación de datos, entonces se puede decir que el GRO es uno de sus precursores, pero habría mu-chos otros, inclusive más precoces. No obstante, si deseamos mostrar la singularidad del benchmarking tal como fue conce-bido por el management de empresa y tal como es practicado hoy en día –sobre todo en el marco de la estrategia europea de Lisboa (2000-2010)–, entonces hay que considerarlo como un dispositivo de coordinación que combina un saber-hacer de conmensuración, es decir, de puesta en equivalencia y, como tal, de diferenciación posible, con una ingeniería managerial que actualiza a la competición como un princi-pio de asociación y a la competitividad como el fin de toda

8 Alain Desrosières, La politique des grands nombres: histoire de la raison statistique (Paris: La découverte, 2000), pp. 205-206

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organización. El ejercicio del benchmarking emerge como un dispositivo coextensivo a la exigencia de competitividad. Es, por tanto, su co-construcción la que debe ser considerada: la fuerza de los discursos políticos que diagnostican una caren-cia en la competitividad internacional y prescriben el bench-marking como remedio, tienen las pruebas numéricas que jus-tifican sus enunciados. Sin embargo la producción de estas pruebas participa de un proceso de benchmarking que consiste precisamente en calcular los diferenciales de desempeño, lo cual acontece al convertir en cifras la amplitud competitiva. En lugar de desacoplar las prácticas discursivas y materiales, las herramientas de cuantificación y de decisión, la ciencia de la gestión y la acción política –en resumen, el saber y el poder– lo relevante es estudiar la tecnología de gobierno que ellas componen. Dicho de otra forma, hay que rechazar el postulado dominante según el cual el benchmarking sería neutro, un simple medio de coordinación útil y eficaz sean cuales sean sus fines. Su lógica competitiva impone una misma gramática de análisis y de acción a todas las formas de organización humana. Rastrear la genealogía ayuda a descifrar los efectos de codificación y de prescripción produ-cidos por su práctica, es decir, la manera como informa a sus practicantes –sobre todo los gobernantes– sobre lo que hay que saber y lo que hay que hacer.

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“Quien quiera mejorar debe medirse, quien quiera ser el mejor debe compararse”

He aquí resumida en una fórmula proverbial toda la filo-sofía del benchmarking. La tomo prestada de Robert Camp, quien hizo de ella su divisa y quien es considerado en la literatura de gestión el inventor del benchmarking; jefe de proyectos en el departamento de logística de Rank Xerox, Camp dirigió el primer programa de benchmarking lanza-do en Estados Unidos en 1979, y supo sacar provecho de esta experiencia convirtiéndose él mismo en su teórico. Se volvió célebre en la comunidad internacional del management rela-tando su experiencia en revistas especializadas y, de manera menos confidencial, en una obra exitosa publicada en 1989. El renombre de Camp no se debe a su creatividad, ya que su precepto –“analizar para responder mejor”– fue direc-tamente inspirado por el movimiento Kaizen, una corriente japonesa que tiene como ambición cumplir una verdadera “revolución cultural” en la gestión de las empresas, substi-tuyendo el productivismo y el mimetismo por el principio de “mejoramiento continuo”. Literalmente, kai-zen significa “cambio bueno” y designa el esfuerzo del “progreso perma-nente” exigido por el término maestro de “calidad total”. El instigador del movimiento Kaizen, Masaaki Imai, ve en este “arte de gestionar con sentido común” la clave de la competitividad de la cual su país viene haciendo gala desde la posguerra, una clave de la cual él reveló la combinación

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a los gerentes [managers] occidentales en un best-seller9 que antecede por tres años al libro de Camp.

Las afinidades son numerosas entre el “milagro económi-co” de Japón y la success story de Rank Xerox, que se vol-vió un caso clásico de estudio en los manuales de gestión. Confrontados a la “embestida nipona”, particularmente ofensiva en sus áreas de actividad, las estrategias de Xerox contraatacaron aplicando la táctica adversa. La prensa hizo eco de esta “guerra económica” adoptando un estilo marcial. Un artículo que apareció en el New York Times del 7 de noviembre de 1985 se titulaba triunfalmente: “Xerox halts japanese march”. Fue por medio de una filial común con Fuji que Xerox se inició en el saber-hacer de sus com-petidores japoneses. Cuando Camp lanza su programa de calibración [étalonnage] del aparato productivo, no está in-ventando nada: importa conceptos y herramientas forjadas en otros lugares. Sin embargo, para hacer que el bechmarking sea adoptado por las altas esferas de su firma, y luego por el conjunto de sus colegas estadounidenses, Camp debió reinventarlo, adaptarlo a su contexto nacional, traducirlo en términos manageriales de una metodología esquematizada en 10 etapas (ver el documento n°1). Y en un medio adepto a las buzzwords, como lo es el de los managers, no fue el menor

9 cf. Masaaki Imai, The Key of Japan’s Competitive Success (New York: Random House, 1986).El año de aparición de esta obra en Estados Unidos es también el año de la creación, por el mismo autor, de un “Instituto Kaizen”, donde inscribió su marca antes de extenderla en forma de red en los tres continentes de la Triada.

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de sus trucos el volver a bautizar la técnica con el fin de popularizarla lo que más se pueda, reivindicando al mismo tiempo legítimamente su paternidad. No obstante, la etimo-logía de la palabra tomada del lenguaje de los informáticos no nos explica en nada su genealogía. Es preciso retornar a la experimentación del dispositivo de gestión en el Japón de la posguerra, y preguntarse cómo se distingue el modelo de gestión enarbolado por el Kaizen de la “dirección científica de las empresas” desarrollado por Taylor10.

Documento 1: “Pasos en el proceso de Benchmarking”

..............................................................................................Planeamiento

1. Identificar qué se va a someter a benchmarking2. Identificar compañías comparables3. Determinar el método para la recopilación de datos y recopilar los datos

análisis 4. Determinar la brecha de desempeño actual5. Proyectar los niveles de desempeño futuros

integración

6. Comunicar los hallazgos de benchmarking y obtener aceptación7. Establecer metas funcionales8. Desarrollar planes de acción

10 Frederick Winslow Taylor, La direction scientifique des entreprises. (Paris: Dunod, 1965). Existe traducción al castellano: Management científico trad. Alicia Arrufat (Barcelona: Oikos-tau, 1970)

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acción

9. Implementar acciones específicas y supervisar el progreso

10. Clasificar los benchmarks

maDurez

• Posición de liderazgo obtenida• Prácticas totalmente integradas en procesos (Fuente : Camp 1989.)

..............................................................................................

La respuesta no reside, evidentemente, en el exotismo de una filosofía oriental, sino en el imperativo de calidad que carac-teriza al toyotismo, es decir, el sistema de producción propio de la industria del automóvil japonesa, de la cual Toyota fue precursora en desmarcarse de su rival Ford y el fordismo. Más precisamente, es conveniente hablar de “ohnismo”, según el nombre del ingeniero que desarrolló este paradig-ma industrial en los años 50: Taiichi Ohno, promovido a director de las industrias Toyota, y luego reconocido como el teórico del toyotismo gracias a su obra El espíritu Toyota11. En un sentido, es verdad que centralizando y analizando las informaciones relativas a los rendimientos de las industrias Toyota, Ohno no hizo otra cosa que prolongar el esfuerzo taylorista de racionalización y de estandarización de los mé-todos de producción. Pero introduciendo la palabra clave

11 Taiichi Ohno, L’espirit Toyota (Paris: Masson, 1989). Existe tra-ducción al castellano: El sistema de producción Toyota : Más allá de la produción a gran escala trad. SAX Traductors (Barcelona: Gestión [1993] 2000)

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“calidad”, entendida como una calidad relativa evaluada por comparación con lo que se hace mejor, quiso despren-derse de la lógica productivista que regía la organización taylorista. ¿Cómo? Desplazando la instancia de control. La orden del jefe deja lugar a la demanda [commande] del cliente, y es a través de este enroque [truchement] que el principio de competencia ingresa en la organización productiva. Toda la cadena de fabricación es así expuesta a las demandas del mercado y a su disciplina competitiva. Dicho de otra ma-nera, el “espíritu Toyota” debería animar cada gesto, cada operador –desde la mano de obra al jefe de servicio–, cada unidad, cada departamento, con el objetivo de una “calidad total”. Para esto, el ohnismo aplana la estructura jerárquica, sistematizando, por ejemplo, el trabajo en equipo en el seno de “círculos de calidad”. Pero no concierne simplemente al nivel individual y la microeconomía de la empresa. Consi-derando que los estrechos lazos que unen a los miembros de los keiretsu* y que sus conglomerados forman la trama

* El keiretsu es un término japonés cuya traducción literal es “ges-tión sin cabeza”. En el campo empresarial, keiretsu se refiere a un sistema de empresas cuya articulación permite, por un lado, tomar participaciones pequeñas de manera recíproca y, por otro, en tanto resultado del movimiento anterior, tener una relación comercial cercana, puesto que la estrecha colaboración transforma a los in-volucrados en proveedores y colaboradores mutuos. Su estructura operacional simula la de una red o telaraña, al ser varias empre-sas las que se articulan para la elaboración final de un producto. Durante la última década del siglo pasado, logró gran notoriedad mundial al derribar la barrera existente entre compradores y pro-veedores [e.].

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del tejido económico japonés, es que el “espíritu Toyota” es transmitido al conjunto del sector industrial, si es que no a la sociedad en su conjunto.

Cooperación + competición = “coopetición”

En una obra que lleva por título una recomendación fun-damental de Ohno, “pensar al revés”, el economista Benja-min Coriat mostró de qué manera el ohnismo rompió, no solo con “la herencia venida de Occidente”, sino también con la famosa regla de oro: “copiar permite ganar” puesta en práctica por el reverse engineering, que consiste en desmon-tar los productos vendidos por los competidores con el fin de imitarlos. Toda su originalidad se debe a que sobrepasó la contradicción teórica instaurada entre las relaciones de competencia y las relaciones de colaboración: este método de organización consiste, según Coriat, de una “prudente dosificación de cooperación y de competencia”12. Si las fir-mas japonesas lograron adoptar un “nuevo sendero de com-petitividad industrial”, fue abandonando el razonamiento autorreferencial del taylorismo, para adoptar una lógica di-ferencial que exige “abrirse a las mejores prácticas posibles”. He ahí la “revolución cultural” de la cual el benchmarking será

12 Benjamin Coriat, Penser à l’envers Travail et organisation dans l’en-treprise japonaise. (Paris: Christian Bourgois, 1991) p. 124. Existe tra-ducción al castellano: Pensar al revés: trabajo y organización en la empre-sa japonesa. Trad. Rosa Ana Domínguez (México D.F : Siglo XXI, 1992).

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el estandarte: transformar la “cultura de empresa” mediante un procedimiento comparativo que “implique ser lo suficien-temente modesto para admitir que otros son mejores en un área particular, y lo suficientemente inteligente para intentar aprender cómo alcanzarlo e incluso cómo sobrepasarlo”13

Este tipo de afirmaciones ilustra perfectamente la edifi-cante ambición del management. Desde los inicios del siglo XX, esta disciplina proyecta su voluntad de “hacer ciencia” sobre todas las formas de organización, puesto que todas deberían buscar la óptima eficacia de sus actividades. Pos-tula un “isomorfismo funcional entre la gestión privada y la gestión pública”, al tener ambas los mismos problemas que resolver14 Y la principal vocación del management científico es aportar soluciones a estos problemas de coordinación. No obstante, y es lo que he intentado mostrar con el oh-nismo, el benchmarking pone en práctica un método original de “colaboración competitiva”. Los gerentes hablan de “coopetición”, una palabra compuesta de la contracción entre “cooperación” y “competición”15. Este neologismo es

13 Jean Brilman, Les meilleures pratiques de management. (Paris: Les éditions d’organisation, 2003)

14 Franck Cochoy, Une histoire de marketing: discipliner l’économie du marché. (Paris: La découverte, 1999) p. 211.

15 Adam Brandenburger y Barry Nalebuff, Co-opetition: A revolutionary mindset that combines competition and co-operation (New York: Currency Doubleday, 1998). Existe traducción al castellano: Coo-petencia (Barcelona: Grupo Editorial Norma, 1996)

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utilizado para designar la estructura organizacional por la cual el benchmarking reúne los principios de cooperación y de competición. Para comprender esta rareza, hay que tener presente dos presupuestos subyacentes al benchmarking, y que le pueden parecer contra-intuitivos a quienes no comparten el sentido común de los gerentes, o a quienes no le sean fami-liares estos aforismos. El primero es la idea según la cual una organización no puede ser competitiva si no está expuesta a la competencia, y para ello debe integrarse a la compe-tencia mundial. El segundo puede ser presentado como un silogismo: la ciencia económica nos enseña que el mercado competitivo es el dispositivo de coordinación más eficiente; ahora bien, las organizaciones necesitan una coordinación eficiente para ser competitivas en el mercado; es la ciencia managerial entonces la que debe establecer las condiciones de una competición interna a la organización, a través de la puesta en marcha de un sistema de información que con-fronte la eficiencia de sus miembros. El proceso del benchmar-king concretiza de esta forma un dispositivo de coordinación que vuelve operacional el principio de competencia como principio de organización.

Del TQM al NPM

Desde la analogía postulada entre la administración de un Estado y la gestión de una empresa, el benchmarking en tanto remedio managerial trasciende la división público-privado para transformarse en una panacea política, un principio

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universal de organización social. De tal forma es que se ins-cribe en el movimiento del New Public Management (NPM). Sin entrar en los detalles de esta corriente, que nace en “los labo-ratorios de ideas neoliberales de los años 1970” y encuentra su poder de convocatoria en el mito de la modernidad ges-tionaria16, la acción política por medio de la cual pretende “reinventar el gobierno”17 no puede ser eludida. Los “nuevos gestionadores públicos” ejercen un poder de convicción y de atracción en todos los escalafones de los aparatos esta-tales. Ciertamente, su agenda reformista y su ambición de derrocar la frontera supuestamente inquebrantable –aun-que siempre haya sido porosa– entre las esferas públicas y privadas, entre terrenos políticos y económicos, tampoco es inédita. Estos tipos se inscriben en la prolongación de una tradición administrativa que nunca se prohibió recurrir a la “racionalidad calculadora” y a las técnicas mercantiles para administrar el reputado espacio soberano del Estado18. Sin

16 François-Xavier Merrien (1999). “La nouvelle gestion publi-que: un concept mythique”. Lien social et politiques –RIAC, 41(1999): 95-103.

17 Según el título de una obra célebre en Estados Unidos, a la que la administración Clinton-Gore se referirá para reformar la gestión pública. Cf. David Osborne y Ted Gaebler. Reinvinting Governement (Reading, Md: Addison-Wesley Publishing Company, 1992).

18 Sobre el “decisivo rol jugado por el desarrollo del comercio, hacia fines de la edad media, en la transformación de las formas de pensar” y de las prácticas políticas, ver Michel Senellart. Les arts de gouverner: du régimen médiéval au concept de gouvernement. (Paris: Seuil, 1995). Sobre la máxima “administration is business” y los otros

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embargo, sería reduccionista negar toda especificidad a los cambios etiquetados como “NPM”, y delimitar su envergadu-ra a un efecto colateral del “consenso de Washington”, que desde las años 80, preside el giro neoliberal adoptado por todos los países industrializados19. La mutación más radical implica, al mismo tiempo, las maneras de pensar y de ac-tuar que caracterizan a las prácticas gubernamentales. Los promotores del NPM vehiculan no solo el ideal de un “Estado estratega”, que se volvió dominante durante los años 9020, sino también a la ingeniería administrativa, que contiene la caja de herramientas que le permitió a sus agentes realizarlo. Vuelven operacional una forma managerial de gobernar a distancia y la sistematizan en un régimen singular de guber-namentalidad, conocido fundamentalmente bajo el nombre de gobernanza.

Con la “buena gobernanza” como caballo de batalla, y el benchmarking como arma predilecta, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) hace de punta de lanza [tête de pont] de la “nueva gestión pública”

préstamos del NPM a “la gestión científica”, así como a la “ideolo-gía del mercado”, ver Suleiman 2003.

19 Yves Dezalay y Bryant Garth, “Le ‘Washington consensus’ : contribution à une sociologie de l’hégémonie du néolibéralisme”. Actes de la recherche en sciences sociales, 121-122 (1998): 3-23.

20 Phlippe Bezes, “Le modèle de ‘l’État-stratège’: genèse d’une forme organisationnelle dans l’administration”. Sociologie du travail, 47 (2005): 431-450.

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en todos los países miembros21. Desde 1990, la Dirección de gobernanza pública y desarrollo territorial se apoya en su red PUMA (PUblic MAnagement) para difundir sus principios de acción bajo el sello de una experticia legítima. A través de la publicación de datos comparativos y su examen colegial en comité, familiariza a los altos funcionarios con la clasifi-cación de los desempeños como pilar de una “gestión cen-trada en los resultados”. A partir de 1994, un estudio expone claramente la “revolución cultural” de la cual este proceso sería el fermento, haciendo pasar a la administración “desde una cultura de aplicación de reglas a una cultura del desem-peño”22. En 1996 la reunión de participantes de la subred PUMA dedicada a la gestión de desempeños (Performance Ma-nagement Network) dio lugar a un informe de las prácticas del benchmarking en el sector público23.

21 Jean-Michel Saussois “Partir d’une ‘commande’: analyser l’ac-tion diffusionniste de l’OCDE dans ses pratiques de benchmarking et de propagation sur les nouvelles pratiques en matière de mana-gement public”. Contribución al VII Congreso de la AFSP, Lille (2002).

22 OCDE (1994). “La gestion des performances dans l’administra-tion: mesure des performances et gestion axée sur les résultats”. Études hors série sur la gestion publique, n° 3, París (1994)

23 OCDE “Benchmarking, evaluation and strategic management in the public sector”. Papers presented at the 1996 Meeting of the Performance Management Network of the OECD’s Public Mana-gement Service, OCDE/GD (97) 50, París (1996).

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El mismo año y con el mismo espíritu, la Comisión Europea organizó, en colaboración con la Mesa Redonda Europea de Industriales (ERT) –club elitista que reúne a unos 40 capitanes de las empresas más poderosas de Europa–, un seminario sobre “el benchmarking para los políticos respon-sables: hacia la competitividad, el crecimiento y la creación de empleos”24. Ella, por cierto, no se contenta con promo-verlo únicamente entre las empresas europeas, dado que su fin es el de confirmar su aptitud para conquistar cuotas de mercado a nivel mundial25. Bajo la influencia de la OCDE, entonces, apunta a los gobernantes nacionales como blanco privilegiado. En un documento de trabajo de 1997, titulado “Benchmarking: puesta en marcha de un instrumento desti-nado a los actores económicos y a las autoridades públicas”, les anima a utilizar esta técnica de gestión para administrar eficazmente a su población y a su territorio26. Para ello, un “grupo de alto nivel dedicado al benchmarking” fue creado por la DGIII (Industria) con la intención de acreditar sus ventajas. En el informe que entregó a la Comisión en 1999, propone una calibración sistemática de las “condiciones generales”

24 Preparado por el grupo de trabajo “competitividad” del ERT, este seminario reunió en Bruselas a más de 80 representantes de los Estados miembros, instituciones comunitarias y personeros del sector industrial; cf. ERT 1996.

25 European Commission, Benchmarking the Competitiveness of Euro-pean Industry. COM (96) 463, (Bruselas, 1996)

26 European Commission, Benchmarking: Implementation of an Instru-ment Available to Economic Actors and Public Authorities, COM (97) 153/2, (Bruselas, 1997)

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de la actividad económica, con el fin de que los Estados miembros las hagan más atractivas para los inversionistas y los trabajadores calificados27. Aunque ya Jacques Santer, en ese entonces presidente de la Comisión, pudo exclamar “we are old benchmarkers now!”28.

La estrategia de Lisboa 2000-2010, o cómo doblegar los gobernantes a la disciplina de la competitividad

El Consejo Europeo reunido en Lisboa en Marzo del año 2000, dio la razón al presidente de la Comisión Europea* Jacques Santer. En esta ocasión, los jefes de Estado y de go-bierno, consagraron la práctica del benchmarking como una técnica de coordinación intergubernamental, con el objeti-vo de dotar a la Unión de los medios para poder realizar “un nuevo objetivo estratégico para la próxima década: convertirse en la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, capaz de crecer econó-micamente de manera durable con más y mejores empleos

27 High Level Group on Benchmarking, First report by the high level group on benchmarking. Benchmarking Papers, n° 2. (1999)

28 Citado en Keith Richardson, “Big business and the european agenda”. Working Paper in Contemporary European Studies, 35, (2000) University of Sussex, Sussex European Institute. 26

* La Comisión Europea es el órgano ejecutivo de la Unión Euro-pea [e.]

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y con mayor cohesión social”29. En sus conclusiones, este objetivo se concretizó en un programa decenal de dos partes, apuntando, por un lado, a “preparar la transición hacia una economía competitiva, dinámica y basada en el conocimiento”; y, por otro, a “modernizar el modelo social europeo mediante la inversión en capital humano y la cons-titución de un Estado activo de bienestar” (cf. documento 2).

Documento 2: La estrategia de Lisboa

..............................................................................................Conclusiones de la presidencia

Consejo Europeo de Lisboa23 y 24 de marzo de 2000

EMPLEO, REFORMA ECONÓMICA Y COHESIÓN SOCIAL

• Un objetivo estr atégico par a la próxima década

El nuevo retoFuerzas y debilidades de la UniónEl camino que debe seguirse

• prepar ación del paso a Una economía competitiva, dinámica y basada en el conocimiento

Una sociedad de la información para todosCreación de una zona europea de investigación e innovaciónCreación de una zona europea de investigación e innovaciónReformas económicas para el logro de un mercado interior plenamente operativoMercados financieros eficaces e integradosCoordinación de las políticas macroeconómicas: saneamiento presupuestario, calidad y sostenibilidad de las finanzas públicas

29 Consejo Europeo de Lisboa, Conclusiones de la presidencia (2000) §5

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• modernización del modelo social eUropeo mediante la inversión en capital hUmano y la constitUción de Un estado activo de bienestar

Educación y formación para la vida y el trabajo en la sociedad del conocimientoMás y mejores empleos para Europa: desarrollo de una política activa de empleoModernización de la protección socialPromover la integración social

• pUesta en pr áctica de las decisiones: Un plantea-miento más coherente y sistemático Mejora de los procesos existentesPuesta en práctica de un nuevo método abierto de coordinaciónMovilizar los medios necesarios

..............................................................................................

La estrategia de Lisboa se proyecta entonces de manera global y pragmática: global en la medida que ella concier-ne tanto a las políticas de empresa, empleo e investigación, como a la reforma de los sistemas nacionales de pensiones, salud o innovación; pragmática puesto que abandona el mé-todo comunitario tradicional, consistente en la producción del derecho que hace funcionar el “triángulo institucional”, según el cual la Comisión propone, mientras el Consejo de ministros dispone en colaboración –cada vez más estrecha (mediante un procedimiento de “codecisión”)– con el Par-lamento europeo. Este método de construcción europea a través del derecho se mostró ciertamente útil para integrar las economías nacionales a un Mercado único, pero resulta

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inapropiado para transformar a la Unión en una organiza-ción competitiva a nivel mundial.

Para un nuevo objetivo, un nuevo método

Por primera vez, los problemas de investigación, educación e innovación son planteados en la escena europea. Forman el “triangulo del conocimiento” y este es la base sobre la cual la estrategia de Lisboa se propone edificar una “Europa competitiva”. Este proyecto se inscribe en un contexto doble-mente motivador. Por un lado, lo que se llama “marea rosa” estalló sobre Europa en octubre de 1995, fecha en la que el partido socialista portugués, dirigido por Antonio Guterres, accede al poder. Esta victoria es seguida en abril de 1996 por la del “Olivo”, la coalición italiana de demócratas de izquierda formada alrededor de Romano Prodi. En mayo de 1997, el New Labour de Tony Blair accede al poder que hasta entonces había estado en manos de los conservadores por 18 años. Al mes siguiente, al otro lado del canal de la Mancha, las elecciones legislativas anticipadas de Francia le dan la ventaja a la Izquierda Plural [gauche plurielle], que llevan a Lionel Jospin a la cabeza de un gobierno de co-habi-tación. En septiembre de 1998, el social-demócrata Gerhard Schröder vence a Helmut Kohl, canciller demócrata cris-tiano desde hace 16 años… En total, 11 países miembros, de un total de 15, son gobernados por una centro-izquierda cuando Portugal asume la presidencia de la Unión en enero de 2000. Su primer ministro António Manuel de Oliveira

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Guterres puede, desde aquel momento, tomar ventaja de una relación de poder bastante más propicia para los acuer-dos políticos ya que también se encuentra a la cabeza de la Internacional Socialista, donde juega el rol de “hombre de síntesis”. Con el fin de remediar los conflictos y bloqueos inherentes a la cooperación interestatal, fuera del consen-so sobre el mercado único, desea reconciliar lo social y lo económico hibridando la herencia progresista de la social democracia con los aportes liberales de “la tercera vía”.

Por otro lado, el clima económico también ofrece las condi-ciones favorables para tal compromiso. A las promesas de la “marea rosa” se agregan las de un “nuevo milenio”, portador de una “nueva economía”, mientras los Estados Unidos ofre-cía su escaparate al Viejo Continente. El advenimiento de las nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunica-ción (TIC) y la euforia de Internet nutren entonces la creencia frenética –aunque ampliamente compartida– en una era de crecimiento ilimitado, fundada sobre lo “inmaterial” y el capital humano, garantizando la vuelta al pleno empleo. Frente a esta coyuntura política y económica, la presiden-cia portuguesa ambiciona con llevar la obra europea hacia áreas no mercantiles. Con el fin de aguzar el voluntarismo de los gobiernos y de organizar sus acciones según un plan lógico, con un objetivo común, los convence de recurrir a las soluciones manageriales, que ofrecen instrumentos más flexibles que el derecho. Aconsejada por Bernard Brunhes, cuyo gabinete de consultores es especialista en el despliegue operacional de políticas públicas y el acompañamiento de

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reformas en las empresas y en los organismos públicos, se propone “modernizar” la forma de hacer Europa, sistema-tizando el método experimentado en el marco de la “estra-tegia europea para el empleo” lanzada en 1997. Aquí reside toda la originalidad de la estrategia de Lisboa: la puesta en marcha que inaugura (ver documento n° 3) crea un dispo-sitivo de coordinación intergubernamental, supuestamente abierto a todos los actores de la “sociedad civil” y bautizado, por tanto, como Método Abierto de Coordinación (MAC en la jerga europea).

Documento 3: El método abierto de coordinación

..............................................................................................Conclusiones de la presidencia

Consejo Europeo de Lisboa23 y 24 de marzo de 2000 [extracto]

pUesta en pr áctica de las decisiones: Un plantea-miento más coherente y sistemático

La puesta en práctica del objetivo estratégico se verá facilitada por la aplicación de un nuevo método abierto de coordinación como manera de extender las prácticas idóneas y alcanzar una mayor convergencia en torno a los principales objetivos de la UE. Este método, destinado a facilitar la configuración progresiva de las políticas de los Estados miembros, supone:

• establecer directrices para la Unión combinadas con calendarios específicos para lograr los objetivos que establezcan a corto, medio y largo plazo;

• establecer, cuando proceda, indicadores y puntos de referencia cuantitativos y cualitativos cotejados con los mejores

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que existan y adaptados a las necesidades de los distintos Estados miembros y sectores como método de comparación de las prácticas idóneas;

• plasmar estas directrices europeas en medidas de política nacional y regional, estableciendo objetivos específicos y dando los pasos adecuados, sin perder de vista las diferencias nacionales y regionales;

• organizar periódicamente controles y evaluaciones entre homólogos como procesos de aprendizaje mutuo (§ 37).

..............................................................................................

Con el benchmarking como pieza maestra, el dispositivo del MAC funciona a través de la incitación, la emulación entre pares y la vigilancia multilateral y sin ningún recurso a la restricción legal. A través de la valorización de los desem-peños nacionales, su cuantificación y la publicación de su clasificación, compromete a los Estados a una “colabora-ción competitiva” (“coopetición”). Esta forma de estimular la acción gubernamental por medio de una estimulación competitiva está directamente inspirada por la gestión de empresas. Encontramos en las operaciones constitutivas de la MAC (ver documento N°3) las cuatro etapas que consti-tuyen el procedimiento iterativo del benchmarking, tal como fue formalizado por Camp (ver documento N°1): “planifi-cación” (línea directiva, calendario, objetivos); “análisis” (indicadores, criterios de evaluación, mejores prácticas); “integración” (traducción a nivel nacional y regional, adap-tación-adopción); “acción” (seguimiento periódico, examen de pares, aprendizajes). La singularidad de este método se

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basa en que está desligado de cualquier formalismo jurídico, y es lo que le da su fuerza. Puramente incitativa, depende de la buena voluntad de los Estados, no tanto para adherir a una intensión proyectada como para equiparse efectiva-mente con los instrumentos gestionarios y estadísticos preco-nizados. Equipados de esta manera, los gobiernos estatales tienden a alinearse a la “conducta económica del empresa-rio moderno” que actúa “conforme a un plan, con vistas a un fin y teniendo como base el cálculo”30. Observando las prescripciones materiales del MAC, se pliegan a la disciplina pragmática de una gestión basada en objetivos, que incluye una obligación de resultados. La estrategia de Lisboa con-templa así la continuación de la construcción europea, pero mediante otros medios –medios que no son ni diplomáticos ni jurídicos, sino de gestión y disciplinarios. Dicho de otra forma, los nuevos campos sobre los cuales actúa la Unión, bajo la bandera del MAC, ya no son objeto de una integra-ción a través del derecho, sino de una europeización a través de las cifras.

Cuando unirse es competir: la “disciplina in-definida” de una carrera intergubernamental

El benchmarking no podría ser confundido con las armas coer-citivas pertenecientes al arsenal del Estado soberano. No

30 Werner Sombart, Le bourgeois. Contribution à l’histoire morale et inte-llectuelle de l’homme économique moderne. (París: Payot, 1966) 145

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deja de ser, por tanto, una poderosa técnica de gobierno que consiste a actualizar la “disciplina indefinida” de la competi-tividad. ¿Por qué indefinida? Porque la norma de competiti-vidad es endógena a la carrera sin fin en la que el benchmarking libera a sus practicantes. El benchmark –es decir, el objetivo que asigna como referencia– es idealmente fugitivo: es fijado no para ser logrado sino sobrepasado, y dejar así el lugar a los nuevos ejemplares que van a la cabeza. De hecho es inaccesible. Presentar la competitividad como un objetivo a alcanzar por medio de una calibración de desempeños, que consiste precisamente en calcular las diferencias, es objeti-var una distancia que la operación misma de su “reducción” reproduce indefinidamente. Tomo prestada la expresión de “disciplinas indefinidas” a Michel Foucault, quien la emplea en otro contexto para designar “un procedimiento que fuera a la vez la medida permanente de una desviación respecto de una norma inaccesible y el movimiento asintótico que obliga a coincidir con ella en el infinito”31.

Mediatizando las relaciones intergubernamentales por medio del benchmarking, el MAC somete así a los dirigentes políticos a una gubernamentalización que desborda las fronteras estatales. Esta gubernamentalidad que se aplica a los gobernantes mismos, no es por tanto supra-estatal: es no estatal. No obra de manera soberana, sino que se contenta con actuar en el entorno del “juego económico”, dejando a

31 Michel Foucault, Vigilar y castigar (Buenos Aires: Siglo XXI 2002) 230

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los jugadores tan libres como sea posible, pero disciplinando la acción gubernamental. Realiza en esto el programa del neoliberalismo que proyecta “una sociedad en la que haya una optimización de los sistemas de diferencia, […] en la que haya una acción no sobre los participantes, sino sobre las reglas del juego, y, para terminar, en la que haya una intervención que no sea del tipo de la sujeción interna de los individuos, sino de tipo ambiental”32. Esta manera de gober-nar, aparentemente apolítica ya que aparece adornada con los atuendos de la objetividad (científica) y de la neutralidad (técnica), tiene un nombre: la gobernanza. Más allá –o más bien de este lado– de la Unión Europea, no concierne sola-mente a las empresas sino todas las organizaciones huma-nas. Lejos de ser una excepción, las universidades y los la-boratorios de investigación son uno de los primeros sectores afectados por este enorme proceso de transformación social.

***

Concluyamos con una cuestión que no deja de ser presen-tada con respecto a la estrategia de Lisboa y de su instru-mento estrella, el benchmarking: ¿Cuál es su verdadera efica-cia? Todos los informes –producidos por la Comisión, por autoridades nacionales o grupos de expertos de reputación independiente, sindicatos o jefes de empresas– concuerdan

32 Michel Foucault, El nacimiento de la biopolítica (Buenos Aires: FCE, 2007) 302-303

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en la constatación de insatisfacción, presentando como pruebas las diferencias de desempeños que se profundizan entre la Unión Europea y sus contrincantes mundiales33. Si confrontamos efectivamente los objetivos presentados y los resultados obtenidos, no se puede concluir un fracaso. El ejemplo del benchmark del “3%”, fijado por el Consejo Eu-ropeo de Barcelona en 2002, con el objetivo de aumentar las inversiones públicas y sobre todo las privadas en I+D al nivel de los países con mayor desempeño, es sorprendente. Lejos de estar en camino de alcanzar tal objetivo de aquí al 2010, el promedio de los Gastos Interiores de Investigación y Desarrollo (GIID) en el Producto Interno Bruto (PIB) pasó, según las cifras de Eurostat, de 1,92% en 2000 a 1,91% en 2006 en los 15 países de la Unión, y cae a 1,84 si se considera a los 27 miembros34.

33 Citemos el informe Relever le défi solicitado por la Comisión a un grupo “de alto nivel”, presidido por Wim Kok, encargado de exa-minar la estrategia de Lisboa a la mitad de su periodo. El informe fue publicado en noviembre de 2004, en él se presentaban resulta-dos insatisfactorios en términos de competitividad y preconizaba una reorientación hacia el crecimiento y el empleo, asimilando las finalidades sociales y medioambientales a la búsqueda de “ventajas competitivas”; cf. Conseil Européenne, “Relever le défi: La straté-gie de Lisbonne pour la croissance et l’emploi”. Rapport du groupe de haut niveau présidé par M.Wim Kok (2004).

34 El ratio DIRD/PIB es el indicador comúnmente utilizado para medir la intensidad de investigación y desarrollo. La DIRD de un país incluye el conjunto de las inversiones (de administraciones pú-blicas y empresas) realizadas en el territorio nacional. Los datos de Eurostat son accesible en línea en su sitio web: http ://epp.eurostat.ec.europa.eu.

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No obstante, por más decepcionantes que sean los balances que se han realizado, el problema jamás se liquida. Las reco-mendaciones emitidas a partir de estas evaluaciones negati-vas no acusan nunca la ineficacia del dispositivo: en lugar de concluir en la insolvencia de los ciclos del benchmarking, estos afirman, por el contrario, la necesidad de continuarlos racio-nalizándolos cada vez más, es decir, reduciendo las listas de indicadores utilizados y reorientando los objetivos en torno a las prioridades económicas, en detrimento de los objetivos sociales o medioambientales. Si “esto no funciona, no será a causa de un problema técnico, sino de una falta de voluntad política. Los ejercicios de benchmarking se orientan a la man-tención de una presión constante sobre los gobiernos, con el fin de que estos intensifiquen sus esfuerzos en la dirección del sentido convenido. Estos ejercicios se acompañan de dis-cursos movilizadores que utilizan el registro de la urgencia de los plazos, de la carrera contra el tiempo, de la recta final. Tomando en cuenta los dispositivos de evaluación compara-tiva que se propagan en las administraciones públicas y en las instituciones sociales, se puede considerar el benchmarking completamente. Esto no quiere decir que vuelva a todas las instituciones en instituciones competitivas, sino que inscribe las formas de pensar y de hacer que extienden hacia las áreas no mercantiles la “disciplina indefinida” de la competitividad. Sean cuales sean los resultados registrados, instala las condi-ciones de posibilidad de una búsqueda del desempeño y de un espíritu de competitividad propios de la gubernamentalidad neoliberal.

tradUcción de diego Fernández varas

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CréditoA propósito de deuda

y neoliberalismo en Chile

Felipe González

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Crédito · 129

l crédito, concebido en sus múltiples formas –tarjetas de crédito, bonos de gobierno, hipoteca-rios y educacionales, etc. – es sin duda una de las instituciones más importantes del capitalismo con-

temporáneo. El crédito es, por decirlo de alguna manera, la base sobre la cual descansa gran parte de las instituciones que definen el neoliberalismo: la austeridad fiscal y la privatización de los servicios públicos; la auto-regulación de la conducta; el disciplinamiento del trabajo y las familias; o la acumulación de poder en el 1% más rico, entre otros.

Considerando que el crédito es una de las instituciones más antiguas, la pregunta entonces es qué lo hace distintivo hoy en día y cuál es su rol en la organización socio-económica de las sociedades capitalistas en los últimos cuarenta años. Lo primero entonces es situarlo institucional e históricamente.

Del latin credere (confianza), el crédito designa la práctica de entregar algo en función de una promesa de devolución en

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el futuro. El reverso de esta operación es la deuda que se crea mediante el acto de dar crédito. Las relaciones de deuda/crédito son relaciones constitutivas de toda sociedad huma-na, y presentes en múltiples ámbitos, tales como la lealtad que se debe a una amiga, el respeto debido a los padres, la vida que se debe a un dios, la obligación de representar que un político debe a sus votantes, o el dinero adeudado a un banco comercial. Estas relaciones se expresan en distintas “monedas”, tales como la lealtad, el respeto, la devoción o el dinero.

En sociedades contemporáneas, el crédito/deuda se cuan-tifica en términos monetarios y está organizado en formas comerciales. De hecho, el crédito/deuda es también una práctica comercial de larga data, presente tanto en el mun-do antiguo de los grandes imperios, como en la era moderna capitalista, y tanto en el sector rural como en el urbano1. Tal como lo conocemos hoy en día, sin embargo, el crédito/deuda se presenta en múltiples y complejos formatos, y con ciertas particularidades históricas. La primera es que el cré-dito/deuda se origina con el objetivo primordial de producir ganancias para el que presta dinero. Esta ganancia se deno-mina “interés”, y su cálculo se hizo posible tanto por la exis-tencia de unidades de “dinero” que permitieran cuantificar los pagos, así como por un sistema numérico decimal que posibilitó realizar cálculos más complejos (como el famoso

1 Bruce G. Carruthers and Laura Ariovich, Money and Credit: A Sociological Approach (Cambridge, Polity Press, 2010).

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interés compuesto). La consolidación del crédito como insti-tución económica fue el producto de una lenta transforma-ción, pues el cobro de interés ha sido una institución histó-ricamente vilipendiada, que comenzó a legitimarse desde la revolución comercial del siglo XII en Europa. Primero los griegos lo habían considerado una práctica abusiva, puesto que el dinero en sí sería infértil. Y prontamente esta doc-trina fue profundizada por el cristianismo, que condenó duramente el cobro de interés, así como las actividades de los mercaderes en general2.

Como reconocería el famoso economista austriaco Joseph Schumpeter, con el advenimiento de la sociedad industrial el sistema financiero liderado por grandes bancos se convir-tió en el motor de la economía. Permite o impide la inver-sión por parte de las empresas (y con ello la generación de empleo); hace posible el aumento del gasto público por parte de los gobiernos (y potencialmente da curso a la inflación); y fomenta la expansión del consumo de los hogares y el ciclo económico (con la contracara del sobre-endeudamiento). Esta consolidación de la institución del crédito fue posible gracias a una revolución en las prácticas financieras, ampa-radas en técnicas de manejo de riesgo, la creación de mer-cados bursátiles y la des-regulación moral y legal del cobro de interés. A su vez, esta transformación se erigió sobre una

2 Benjamin Nelson, The Idea of Usury: From Tribal Brotherhood to Universal Otherhood (Chicago, University of Chicago Press, 1969); Jacques Le Goff, La edad media y el dinero: ensayo de antropología histórica (Madrid, Akal, 2012).

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infra-estructura social que permitió otorgar predictibilidad y hacer valer los contratos, tales como las instituciones que regulan el cobro excesivo de interés, sistemas de información que registran el comportamiento financiero de los deudores y leyes que establecen sanciones para quienes no cumplan sus contratos.

El crédito, los mercados y la clase asociada al poder fi-nanciero han tenido un rol preponderante en la economía capitalista, experimentando periodos de expansión y con-tracción. Para algunos, el crédito y las finanzas se han cons-tituido en los ejes fundamentales de las economías políticas de manera cíclica desde el Renacimiento, ascendiendo una vez que el sector productivo entra en crisis y desplazando los centros de poder desde el capital industrial al financiero (y vice-versa)3. Puesto en perspectiva de largo plazo, la ex-pansión contemporánea del crédito se situaría en un ciclo histórico que se ha venido a denominar “financiarización”. La financiarización de la economía y la sociedad y sus múlti-ples expresiones es el proceso que nos permite entender el rol del crédito en la actualidad.

3 Giovanni Arrighi, The Long Twentieth Century: Money, Power, and the Origins of Our Times (London, Verso, 2010).

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Financiarización, crédito y neoliberalismo

La “financiarización” de la economía y la sociedad es con-sustancial a la institucionalización y al funcionamiento del neoliberalismo. Financiarización es un término que han acuñado numerosos académicos y comentaristas para re-ferirse a un conjunto de patrones interrelacionados: es una palabra conveniente para cambios estructurales más o me-nos discretos que han ocurrido en las economías contem-poráneas. En una citada definición, Gerald Epstein define la financiarización como un proceso global caracterizado por el creciente rol de los motivos, mercados, actores e instituciones financieras en la operación de las economías domésticas e internacionales4. En este sentido, la financia-rización se refiere a hechos interrelacionados que operan en distintos niveles. La lista siguiente resume algunos de estos aspectos.

· La des-regulación de los mercados financieros y el desman-telamiento del Estado de bienestar que siguieron a los arre-glos institucionales de corte keynesianos en la posguerra5.

4 Gerald A. Epstein, “Introduction”, Financialization and the World Economy (Northampton, Edward Elgar, 2005), 3.

5 Wolfgang Streeck, Buying Time: The Delayed Crisis of Democratic Ca-pitalism (London, Verso, 2014).

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· Las innovaciones tecnológicas y las nuevas técnicas de manejo de riesgo que permitieron expandir el crédito a los sectores de ingresos medios y bajos6.

· La transformación en el modo gerencial de las empresas, que en vez de expandir el sector productivo y generar em-pleos, buscan satisfacer el rendimiento financiero ante los ojos de los accionistas7.

· Una revolución en la banca comercial, que en lugar de buscar financiar empresas (que ahora levantan capital en la bolsa), se orientan a prestarle dinero a los hogares8.

· Nuevas tendencias en los patrones de consumo de los ho-gares, que exhiben una creciente dependencia del crédito para llevar a cabo sus vidas cotidianas9.

6 Ismail Erturk et al., “General Introduction: Financialization, Coupon Pool and Conjuncture”, en Financialization at Work: Key Texts and Commentary, Ismail Erturk, Julie Froud, Sukhdev Johal, Adam Leaver y Karel Williams (London, Routledge, 2008), 1-43.

7 Neil Fligstein y Taekjin Shin, “Shareholder Value and the Trans-formation of the U.S. Economy, 1984-2001”, Sociological Forum 22, no. 4 (2007): 299-424.

8 Costas Lapavitsas, “Theorizing Financialization”, Work, Employ-ment & Society 25, no. 4 (2011): 611-626.

9 Christian E. Weller, “Need or Want: What Explains the Run-up in Consumer Debt?”, Journal of Economic Issues 41, no. 2 (2007): 583-591.

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· El hecho de que la vida cotidiana y la cultura se han ido amoldando al uso de instrumentos financieros de todo tipo, entre otros10.

En cada uno de estos aspectos, la financiarización se ha constituido en uno de los pilares del desarrollo neoliberal, de sus modos de funcionamiento y consecuencias. A grandes rasgos, el rol del crédito y la deuda en el neoliberalismo pue-de entenderse desde al menos cuatro sistemas de relaciones: el capitalismo y los mercados; el Estado y los ciudadanos; las empresas, la economía y los trabajadores; y la cultura.

Crisis de acumulación y capital financiero

En términos macro-históricos, distintas teorías han apunta-do a una directa conexión entre la expansión del crédito y el capital financiero, y la institucionalización del neolibera-lismo. En pocas palabras, una diversidad de autores ha con-fluido en señalar que la era del neoliberalismo se caracteriza por una ralentización de la generación de ganancias, lo cual conduce al capital a moverse hacia la especulación financie-ra y el crédito como fuentes de ingresos y acumulación.

10 Paul Langley, The Everyday Life of Global Finance: Saving and Bo-rrowing in Anglo-America (Oxford, Oxford University Press, 2010).

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Esta idea fue desarrollada por intelectuales marxistas en los años setenta, quienes apuntaron que la expansión del crédito ha sido un pre-requisito para la expansión de la producción y los servicios en un contexto de “crisis de acumulación”11. Para algunos, esta crisis se produce debi-do a la creciente tendencia de monopolización de las cor-poraciones multinacionales, por lo que la financiarización representa una etapa de maduración del sistema capitalista en la que sus contradicciones se hacen manifiestas12. Según esta narrativa, el producto generado por la expansión de los grandes monopolios no es absorbido en igual medida por la economía, resultando en un estancamiento general. Este estancamiento fue parcialmente resuelto mediante el gasto estatal en las décadas previas a los ochenta, pero con las políticas de austeridad fiscal y des-regulación, el capital se liberó de restricciones institucionales y se re-orientó a ac-tividades financieras más que productivas, alimentando la especulación y recurrentes burbujas.

En este contexto, la financiarización refuerza la lógica de sumisión del sector público al privado característica del neo-liberalismo, donde el Estado se convierte a sí mismo para sa-tisfacer ante todo las necesidades del capital financiero. Esto ha sido patente en las distintas crisis financieras ocurridas

11 John B. Foster, “The Financialization of Capitalism”, Monthly Review 58, no. 11 (2007): 1-12; Paul M. Sweezy, The Triumph of Fi-nancial Capital 46, no. 2 (1994): 1-11.

12 Ibid.

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en los ochenta en Latinoamérica y, más recientemente, en la crisis de la deuda soberana en Europa. Así, por ejemplo, en la crisis de la deuda de los países latinoamericanos, los planes de rescate y re-estructuración de la deuda propuestos por el Fondo Monetario Internacional se llevaron a cabo bajo fuertes presiones para recortar el Estado y abrir las fronteras del comercio. Más recientemente, la crisis soberana en Euro-pa se ha constituido en un mecanismo mediante el cual los acreedores y las organizaciones internacionales han impues-to políticas de austeridad fiscal y recorte del gasto público en países del sur del continente. En ambos casos, el rol del Estado se reduce no a la conducción de la economía ni a pro-cesar las demandas del sistema democrático, sino más bien a consolidar las finanzas públicas para obtener la venia de los acreedores internacionales, un fenómeno que Wolfgang Streeck ha denominado el “Estado de consolidación”13.

Finalmente, otra conexión entre financiarización y neo-liberalismo basada en la idea de “crisis de acumulación” sostiene que la expansión del crédito está relacionada con lo que se ha venido a denominar la “paradoja neoliberal”: pues a medida que se abren las fronteras del comercio in-ternacional las tasas de ganancias (o la tasa de ganancia) van disminuyendo, empujando a las empresas a buscar ganancia en los mercados financieros14. En esta línea se ha

13 Wolfgang Streeck, The Rise of the European Consolidation State (MPIfG Discussion Paper, 15/1, 2015).

14 James Crotty, “The Neoliberal Paradox: He Impact of Des-

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argumentado también que el libre-mercado ha sido el motor de la financiarización de economías importantes como la estadounidense, particularmente con la consolidación de grandes competidores en los mercados internacionales, tales como lo fueron Japón o Alemania en las décadas que suce-dieron a la posguerra.

En este contexto generalizado de financiarización, el crédito ha sido un motor de la institucionalización del neolibera-lismo en lo que refiere a la relación entre el Estado y los ciudadanos, la relación entre las empresas y los trabajadores, y la cultura misma. Estas expresiones de la financiarización toman lugar a nivel macro, meso y micro social, como vere-mos a continuación.

El crédito como sustituto del gasto social

Asociado al proceso global de financiarización de la eco-nomía antes descrito, el crédito ha sido concebido no solo como un ingrediente esencial del neoliberalismo, sino tam-bién como una precondición de su existencia. Para entender esto es preciso mirar a la economía política del capitalismo.

tructive Product Market Competition and ‘Modern’ Financial Markets on Nonfinancial Corporation Performance in the Neoli-beral Era”, en Financialization and the World Economy, ed. Gerald A. Epstein (Cheltenham, Edward Elgar, 2005), 77-110.

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Como han apuntado los economistas políticos, existe una sistemática relación entre altos niveles de endeudamiento de los hogares (créditos de consumo, vivienda y educación) y la reducción en el gasto social15. Contrario a las narrativas con-vencionales que sitúan el endeudamiento como el reflejo de los deseos y preferencias de las personas, los economistas po-líticos han apuntado una compleja relación de sinergias entre el desmantelamiento del Estado de bienestar, la estagnación de los salarios y la deuda de los hogares. En concreto, esta idea sugiere que en un contexto de salarios reales que se han mantenido estables (estagnados), en conjunto con un aumen-to en el costo de la vida por la privatización de los servicios básicos, los hogares se han visto presionados para utilizar múltiples fuentes de crédito para solventar sus gastos16. Así, por ejemplo, la deuda en tarjetas de crédito aumenta no por una fiebre consumista, sino porque los hogares hacen frente a urgencias económicas nacidas de la flexibilidad laboral y escasa seguridad social, o bien, de emergencias médicas que deben ser cubiertas con sus ingresos. Algo similar ocurre con los créditos educacionales, que han reemplazado el gasto del Estado en materia de educación terciaria y han transferido

15 Basak Kus, “Credit, Consumption, and Debt: Comparative Perspectives”, International Journal of Comparative Sociology 54, no. 3 (2013): 183-186.

16 Johnna Montgomerie, “Giving Credit Where It Is Due: Public Policy and Household Indebtedness in Anglo-America”, Policy and Society 25, no. 3 (2006): 109-142; Johnna Montgomerie, “The Pur-suit of (Past) Happiness? Middle-Class Indebtedness and American Financialization”, New Political Economy 14, no. 1 (2009): 1-24.

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la responsabilidad a los estudiantes y sus familias. Este pro-ceso, conocido como “privatización del riesgo”17, supone entonces que el crédito ha venido a reemplazar la “red de protección” social que había supuesto el Estado de Bienestar en gran parte de las democracias capitalistas desarrolladas. Con ello, el “consumo” que guía la expansión del crédito no es conspicuo, sino que refleja el intento de los hogares por mantener sus estilos de vida en un contexto hostil.

De este modo, el crédito juega un rol fundamental en las de-mocracias capitalistas por cuanto desactiva –al menos tem-poralmente– el problema de la estagnación de salarios y la privatización de bienes públicos. Esta lógica se va reforzan-do por la acción estatal, en la medida en que los gobiernos se ven incentivados a des-regular las tasas de interés para que así los acreedores pueden prestar dinero a los sectores más riesgosos y tradicionalmente excluidos del sistema financie-ro. De esta manera, la expansión del crédito facilitada por la des-regulación e innovaciones tecnológicas hacen menos salientes recortes en el gasto fiscal, la flexibilidad laboral, la falta de protección y la desigualdad18.

17 Jacob S. Hacker, “Privatizing Risk without Privatizing the Wel-fare State: The Hidden Politics of Social Policy Retrenchment in the United States”, American Political Science Review 98, no. 2 (2004): 243-260.

18 Colin Crouch, The Strange Non-Death of Neoliberalism (Cambrid-ge, Polity Press, 2011).

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Esta narrativa está en gran medida basada en los casos de países desarrollados, especialmente en economías de libre mercado que siguen el modelo anglo-americano. Para otros países en desarrollo, sin embargo, la financiarización y el neoliberalismo alcanzan una configuración similar, pero con matices distintos. Uno de los más importantes ha sido el hecho de que el crédito ha sido no solo un reemplazo o un equivalente funcional al gasto social y los salarios, sino que también ha ayudado a construir mercados que antes no exis-tían. Esto ya había ocurrido a inicios del siglo XX en países como Estados Unidos, Francia o Japón, donde productores utilizaron créditos para poder vender sus productos como electrodomésticos o autos19. Pero en Latinoamérica este pro-ceso se ha llevado a cabo en contextos de mayor desigual-dad, pobreza y un marcado énfasis en políticas neoliberales. En este escenario, Brasil y Chile son casos emblemáticos en los que el crédito ha servido como una herramienta para expandir el consumo de emergentes clases medias, en lu-gar de reemplazar el gasto social. Como muestra Lavinas para el caso de Brasil, el modelo de desarrollismo social que siguió el Partido de los Trabajadores durante el boom de 2003-2016 estuvo fuertemente marcado por la extensión de crédito a los sectores de bajos ingresos, de manera tal que

19 Jan Logemann, “Americanization through Credit? Consumer Credit in Germany, 1860s-1960s”, Business History Review 85, no. 3 (2011): 529-550; Andrew Gordon, “Credit in a Nation of Savers: The Growth of Consumer Borrowing in Japan”, en The Development of Consumer Credit in Global Perspective: Business, Regulation and Culture, ed. Jan Logemann (New York, Palgrave Macmillan, 2012), 63-84.

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jugó un papel fundamental –aunque no reconocido– en la transición hacia una sociedad de consumo. A este proceso contribuyeron las políticas subsidiarias, las cuales sirvieron como colaterales para asegurar el acceso al sector finan-ciero20. En Chile, por otro lado, la creación de mercados educacionales, de vivienda y de consumo fue a la par con el desarrollo de herramientas financieras que sirvieron como verdaderos subsidios a la demanda de bienes y servicios. Allí las tarjetas de crédito de casas comerciales han servido como una expansión permanente del ingreso de hogares medios y bajos, mientras que los créditos de vivienda y educacionales han permitido expandir la cobertura de estos servicios bá-sicos privatizados. De este modo, el crédito permite hacer menos evidente los altos niveles de desigualdad de ingresos, alcanzando en parte la ilusión de la igualdad de consumo21. Así visto, el crédito no solo permite a los hogares alcanzar estándares de consumo socialmente definidos, sino que es también una condición de posibilidad del funcionamiento y expansión de múltiples mercados.

En general, como fenómeno global de expansión de las fron-teras de la acumulación del capital, la financiarización se

20 Lena Lavinas, “How Social Developmentalism Reframed So-cial Policy in Brazil”, New Political Economy 22, no. 6 (2017): 628-644.

21 Felipe González, Privatized Keynesianism or Conspicuous Consump-tion? Status Anxiety and the Financialization of Consumption in Chile (Köln: Max-Planck-Institut für Gesellschaftsforschung, Discussion Paper 17/3, 2017).

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caracteriza por el hecho de que se ha enfocado principal-mente en lo que se ha denominado la “base de la pirámide”, es decir, los sectores sociales antes excluidos del sistema fi-nanciero. Como mencionamos anteriormente, esto ha sido facilitado por las des-regulaciones financieras, pero también por la implementación de nuevas técnicas de manejo de riesgo que han permitido convertir a individuos pobres en sujetos de crédito22. En casos como los “micro-créditos” que promueven el emprendimiento de personas con bajos recur-sos, se ha financiarizado la pobreza como resultado de polí-ticas públicas impulsadas por organismos internacionales y ONGs. Esto opera de la mano de narrativas propias del neo-liberalismo, tales como la exaltación del emprendimiento, la competencia y la innovación, que dan un sustento moral y discursivo a la expansión de las finanzas. Como han apun-tado observadores críticos, las micro-finanzas han financia-rizado la pobreza al convertirla en un problema financiero y en la base de nuevas relaciones de apropiación entre po-derosos acreedores e individuos en condición de pobreza23.

22 José Ossandón, “Sowing Consumers in the Garden of Mass Retailing in Chile”, Consumption Markets & Culture 17, no. 5 (2013): 429-447.

23 Philip Mader, The Political Economy of Microfinance: Financializing Poverty, Studies in the Political Economy of Public Policy (Houndmills, Pal-grave Macmillan, 2015).

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La financiarización de la empresa y la desigualdad

Otro espacio de transformaciones de las relaciones econó-micas y sociales afectadas por la expansión del crédito y las lógicas financieras ha sido la empresa, núcleo central del sistema capitalista. Esta transformación ocurrió no tan-to en el régimen de acumulación como en las estructuras organizacionales de aquellas corporaciones que conven-cionalmente no habían sido financieras. Conocido como el shareholder value o “valor del accionista”, esta aproximación a la financiarización se refiere al modo en que los principios organizacionales contenidos en teorías económicas modifi-caron la conducta de las corporaciones, de manera tal que orientaron sus actividades hacia el sector financiero24.

La teoría del “valor del accionista” se constituyó en la dis-ciplina económica como una solución al problema de la separación de la propiedad y el control de esta en grandes compañías. Teóricos de la “agencia” como Michael Jensen y Eugene Fama apuntaron en la teoría del “valor del ac-cionista” que el principal objetivo de una empresa no debía ser el crear valor para beneficiar a la totalidad de los impli-cados o stakeholders (dueños, trabajadores, la sociedad, etc.),

24 Greta R. Krippner, Capitalizing on Crisis: The Political Origins of the Rise of Finance (Cambridge, Mass., Harvard University Press, 2011).

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sino exclusivamente a los accionistas25. La razón es que, a diferencia de los trabajadores o gerentes que tienen incen-tivos para mejorar sus salarios, no existen incentivos para maximizar el retorno de la inversión de los accionistas. La solución entonces fue unificar el control y la propiedad a partir de las compensaciones de ejecutivos que dependen de los retornos que estos generen a los accionistas.

Una vez que las empresas adoptaron este paradigma en los ochenta, se pusieron en marcha una serie de prácticas tales como la introducción de medidas de rendimiento, reportes de corto plazo y altas compensaciones ejecutivas. Esto ha tenido profundas consecuencias en las organizaciones y la manera en que estas buscan generar ganancias. Puesto bajo el paradigma del “valor del accionista”, las corporaciones se orientaron a los mercados financieros como principal meca-nismo para obtener ganancias a corto plazo, por lo que el valor de la acción sería el indicador más importante del ren-dimiento. Con esto la economía productiva, la generación de empleos y la inversión en capital se han visto mermadas, dando paso a espirales de especulación financiera, diversi-ficación de las inversiones de los grandes conglomerados y una exacerbación de la desigualdad salarial. Como indica Van der Zwan, “Lo que separa a las corporaciones finan-cieras de sus predecesores de la era industrial, es que las

25 Engelbert Stockhammer, “Financialisation and the Slowdown of Accumulation”, Cambridge Journal of Economics 28, no. 5 (2004): 719-741.

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ganancias financieras de sus operaciones no se reinvierten en las instalaciones productivas de las empresas, sino que son distribuidas a los accionistas a través del pago de divi-dendos u opciones de compra de acciones”26.

Este paradigma no solo ha tenido un gran impacto en la financiarización de las empresas, que ahora buscan hacer ganancias en mercados financieros, sino también en la dis-tribución de la riqueza. Esto porque uno de los beneficiarios más importantes ha sido la clase ejecutiva, que se ha be-neficiado de cuantiosos bonos y oportunidades de comprar acciones a precios más convenientes (todo esto incluso en tiempos de crisis, donde las compensaciones alcanzaron sumas moralmente reprochables). Como muestra la biblio-grafía, los ejecutivos de alto nivel han visto un incremento sostenido de sus salarios desde la década de los ochenta, ganando ingresos que llegan a ser cientos de veces más altos que los ingresos de los trabajadores promedio. Más aun, este enriquecimiento ha sido alcanzado al costo de las pérdidas de empleos y recortes que afectan a los trabajadores, con-tribuyendo a la dualización de las economías. En parte, el aumento de los niveles de desigualdad en el mundo –que vuelven a las figuras de la primera guerra mundial– se deben a una nueva distribución entre los trabajadores de menor ca-lificación y los “nuevos asalariados ricos” representados por

26 Natascha van der Zwan, “Making Sense of Financialization”, Socio-Economic Review 12, no. 1 (2014): 99-129, cita en 108. Traduc-ción propia.

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los altos ejecutivos del sector financiero27. Con ello, el poder financiero –a veces llamado la clase rentista–, de paso, sigue fortaleciéndose vis a vis el debilitamiento de los Estados na-cionales y la capacidad de control democrático.

La financiarización de la cultura y la vida cotidiana

Finalmente, la expansión del crédito ha tenido una ascen-dencia indudable en la vida cotidiana de las personas y en la cultura misma. En este plano, la financiarización de la vida cotidiana ocurre a través de distintos canales, tanto a nivel discursivo como en términos prácticos.

Discursivamente, la expansión del crédito se ha ampara-do sobre una narrativa moralizante que exalta el rol de la responsabilidad individual y el imperativo de capitalizar la vida, invertir, y pagar de vuelta lo adeudado. Este discurso, conocido como la “democratización de las finanzas”, gene-ra sinergias positivas o afinidades electivas –como diría Max Weber– con otros discursos propios del neoliberalismo, tales como el emprendimiento o el uso racional de los recursos

27 Gérard Duménil y Dominique Lévy, “Financialization, Neo-liberalism and Income Inequality in the USA”, en Financialization at Work: Key Texts and Commentary, Ismail Erturk, Julie Froud, Sukh-dev Johal, Adam Leaver y Karel Williams (New York, Routledge, 2008), 223-37.

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del hogar28. Básicamente, consiste en la promesa de que los hogares pueden participar de los beneficios del capitalismo y sus múltiples instrumentos de inversión, siempre y cuando aprendan a comportarse de manera racional y responsable. De este modo, la financiarización es promovida por gobier-nos, así como también por incontables libros de auto-ayuda financiera o sobre cómo conseguir riquezas mediante un uso racional de los instrumentos a mano: seguros de vida y salud, fondos de pensiones, créditos de consumo, fondos mu-tuos, ahorros, y un sinfín de otros mecanismos de inversión. De este modo, los hogares pobres y no pobres son invitados a mirar su unidad doméstica como una inversión, constituida por activos y pasivos, flujos de dinero e inversiones similares a los de cualquier empresa capitalista. Se habla de “pro-mesa” de la “democratización de las finanzas” porque este proceso no necesariamente ha tenido los efectos esperados, tales como la reducción de la pobreza, sino que en muchos casos ha favorecido procesos de “expropiación financiera” por parte de poderosos acreedores hacia los más pobres29.

En términos prácticos, se habla de la financiarización de la vida cotidiana porque la “democratización de las finanzas”

28 Ismail Erturk et al., “The Democratization of Finance? Pro-mises, Outcomes and Conditions”, Review of International Political Economy 14, no. 4 (2007): 553-575.

29 Philip Mader, The Political Economy of Microfinance: Financializing Poverty, Studies in the Political Economy of Public Policy (Houndmills, Pal-grave Macmillan, 2015).

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tiene efectos concretos sobre la vida de las personas. Una vez que los instrumentos financieros entran en la unidad doméstica, ocurre un doble proceso de domesticación30. Por un lado, los hogares aprenden –o no– a utilizar los crédi-tos e instrumentos financieros de modo que estos les sirven como expansión de sus salarios. En el proceso, las personas adoptan marcos de calculabilidad, horizontes temporales y hábitos que son propios del mundo de las finanzas31. Así, se dice que mediante la domesticación del crédito se termina por conectar dos mundos que tradicionalmente aparecían separados, las altas finanzas de Wall Street –por ponerlo en términos generales– y las bajas finanzas de los hogares de menores ingresos. El cambio cultural ocurre entonces por-que hay una suerte de “efecto derrame”, mediante el cual las personas adoptan actitudes propias de aquellos que trabajan en los mercados financieros: la utilización instrumental de los scorings o puntajes de crédito para obtener mejores ta-sas de interés o beneficios; el malabarismo entre tarjetas de crédito; la búsqueda de nuevos acreedores para consolidar antiguas deudas con mejores tasas de interés; o la compra de libros de auto-ayuda financiera, entre muchas otras bien documentadas.

30 Léna Pellandini-Simányi, Ferenc Hammer, y Zsuzsanna Var-gha, “The Financialization of Everyday Life or the Domestication of Finance?”, Cultural Studies 29, no. 5-6 (2015): 733-759.

31 Magdalena Villareal, “Sacando cuentas: prácticas financieras y marcos de calculabilidad en el México rural”, Revista Crítica en Desarrollo, no. 2 (2008): 131-149.

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Por otro lado, la domesticación del crédito –y financiera en general– ocurre no solo en el seno del hogar, sino que fluye desde las empresas y los gobiernos hacia los ciudadanos. Las empresas, por ejemplo, buscan predecir el comportamiento financiero de las personas y hogares, clasificándolas según su riesgo y modificando así sus oportunidades de conseguir mejores beneficios, tasa de interés o incluso trabajo. Tam-bién buscan controlar su conducta, incentivando el pago de las deudas con un cuidadoso manejo de las relaciones in-terpersonales en algunos casos32, o bien, mediante agresivas técnicas de recolección financiera. En el caso de los gobier-nos, se crean incontables políticas públicas que apuntan a “educar” a la población en términos financieros, intentando modificar su conducta a imagen y semejanza de una clase me-dia imaginaria que es financieramente responsable. Con ello, buscan modificar la forma en que las personas entienden sus propios recursos y su sentido de responsabilidad individual. En gran medida, la domesticación opera como lo que los estudiosos de la gubernamentalidad neoliberal denominan “gobierno a distancia”, por cuanto el mero uso del crédito y de instrumentos financieros obliga a las personas a interna-lizar mecanismos de auto-control que terminan modificando su propia subjetividad.

En definitiva, el crédito y la deuda, tal como la conocemos en sus múltiples expresiones, dispositivos y discursos, es un

32 Joe Deville, Lived Economies of Default: Consumer Credit, Debt Collec-tion, and the Capture of Affect (New York, Routledge, 2015).

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Crédito · 151

ingrediente esencial de las transformaciones institucionales que ha encarnado el neoliberalismo. Y ello tanto en lo que respecta al sistema capitalista en su totalidad, como a la relación entre el Estado con los ciudadanos, las empresas y la cultura misma. A diferencia de las teorías económicas que conciben el crédito como un instrumento meramente financiero, técnicamente endosado y moralmente neutro, otras ciencias sociales como la antropología, la economía política y la sociología han mostrado que el crédito/deuda encarna relaciones sociales concretas. Estas relaciones, a su vez, se encuentran en el seno de transformaciones políticas, sociales y culturales que tienden a ser oscurecidas por los discursos imperantes sobre el crédito. Para romper con este cerco ideológico, empero, es preciso dar crédito al crédito.

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Vulnerabilidad

Alejandra González Celis

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l 21 de mayo del año 2002 el ex presidente chileno Ricardo Lagos finalizaba su cuenta pú-blica anunciando la creación del programa Chile Solidario que se haría cargo de la superación de la

pobreza de 200.000 familias. Uno de los pilares del programa y que todos conocerían más tarde como el Programa Puente consistía en la figura de un profesional, denominado Apoyo Familiar, que acudía a la casa de las familias a conectarla con la red social existente, que en palabras de Lagos, desconocían:

Los chilenos y chilenas están fuera del sistema de protección, no saben de subsidios únicos, no saben de subsidios a las cuentas de agua potable, no saben de pensiones asistenciales, no saben de becas de reten-ción, no saben de programas de salud, no saben de cursos de capacitación1.

1 Discurso presidencial 21 de mayo 2002.

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En julio de ese año yo iniciaba mi práctica profesional como trabajadora social y como parte de mis tareas se me enco-mendó trabajar como apoyo familiar a cargo de 3 de esas familias. El Programa Puente se transformó prontamente en un programa estrella del gobierno y para mí en un tema de tesis. ¿Qué diferenciaba a este programa de otros?

Precisamente la noción de vulnerabilidad a partir de la cual se fundó y que diríamos casi marca un antes y un después para los discursos presidenciales y la política social. Es in-teresante. Haga usted el ejercicio de mirar los discursos de Lagos de los años 2002 y 2003. Ni una mención hay a la noción de vulnerabilidad ni a la de vulnerables en el 2002, pero en el 2003, cuando ya el programa estaba siendo im-plementado aparece mencionado dos veces y precisamente en el apartado que se titula “Hay otro Chile que está sur-giendo”, allí Lagos declara: “Un Chile […] que protege a sus hijos más vulnerables”. El 2004 vuelve a aparecer dos veces presentándonos un país “donde todos nos sentimos más libres, y donde los más vulnerables se sienten más pro-tegidos”. Desde ahí aparece en cada uno de los discursos presidenciales (incluido Piñera). Interesante porque hasta antes de ese uso, en términos de política social se hablaba de pobres y de pobreza. Y los que no eran pobres, bueno, no lo eran y ya. De hecho, era insistente la apelación entre los cientistas sociales que la noción de pobreza, entendida solo en base a su variable ingreso, invisibilizaba una serie de problemáticas que aparecían a la hora de intentar superar

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la complejidad de lo que significa vivir en pobreza2. Era ne-cesario medir de otra forma, conceptualizar de otra forma, los trabajos de Amartya Sen3 y su revisión desde Rawls co-menzaban a tener eco y desde allí se cuestionaba al Estado. Y esto es muy importante: la palabra vulnerabilidad ins-talaba una forma de comprensión que parecía oponerse a ese binarismo pobre/no pobre abriendo un arco que incluía a los pobres de ingreso y muchos otros. ¿Quiénes? ¿Quiénes son los vulnerables? Y lo más relevante para pensar: ¿quién indica quién es o no vulnerable? ¿Cuán vulnerable es usted? ¿Qué efectos ha tenido este uso desde el Estado en nuestras formas de comprensión y actuación social?

Revisar el uso y abuso de la noción de vulnerabilidad nos permite entender que su aparición está indisolublemente li-gada a las formas de distinción y proposición sobre la protec-ción que se puede ejercer sobre ese que se comprende como vulnerable. En este sentido, noción conceptual, medición y política social se presentan como un triángulo que delimita

2 Puede observarse en ello el protagonismo que tuvo el discurso de la Fundación para la Superación de la Pobreza y la documentación que fue elaborando. Consultar http://www.superacionpobreza.cl/nosotros/

3 Véanse los siguientes textos de Amartya Sen: Choice, Welfare and Measurement. (Oxford: Blackwell, 1982); Resources, Values and Develo-pment. (Oxford: Basil Blackwell, 1985) Commodities and Capabilities. (Amsterdam: North-Holland, 1987) The Standard of Living. (Cambri-dge: Cambridge University Press,1993) The Quality of Life. (Oxford: Clarendon Press, 1993) Traducción de R. Reyes, en Nussbaum y Sen (eds.) La calidad de vida. (México: FCE, 2002), entre otros.

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las posibilidades e imposibilidades de acción del Estado con-certacionista (y de la Nueva Mayoría) y que a mi modo de ver, nunca ha puesto en cuestión la idea funesta de que hay algo en uno (las personas, los territorios, las familias, las unidades de intervención social) que se encuentra en falta, que debe ser protegido especialmente ya que hay otros (los fuertes, los completos, los normales) que no necesitan nada. La focalización es muy buena amiga de la vulnerabilidad en oposición a la idea de universalización. Las prestaciones diferenciadas versus los derechos sociales.

Uno de los giros más importantes que hace la dictadura chilena es la instalación de la focalización como mecanismo que permita seleccionar a beneficiarios de las políticas so-ciales. Hasta antes de la dictadura cívico-militar la política social tenía un carácter universalista de subsidio a la oferta. Claramente no alcanzamos a tener un Estado de bienestar propiamente tal con políticas universales que permitieran garantizar derechos para todos, pero el camino estaba orientado hacia esos fines y las bases de ello pueden rastrear-se en tiempos anteriores al gobierno de Salvador Allende. La dictadura desmantela ese Estado en crecimiento, dismi-nuye el gasto fiscal y propone instrumentos que permiten identificar con claridad quiénes deben ser los beneficiarios de los escasos programas y prestaciones sociales que ofrece.

El año 1979 surge la Ficha CAS (Caracterización Socioe-conómica) como un instrumento que permitía identificar pobres. Los trabajadores sociales la conocimos bien, y la

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vimos operar en el contexto de una municipalización de los servicios sociales. Eran los departamentos de estratificación los encargados de aplicarla y a contar del puntaje obtenido se podía optar a beneficios sociales (subsidios de vivienda, subsidio único familiar, por nombrar los más emblemáticos de los escasos subsidios existentes). La familia que iba a ser encuestada se preparaba para este proceso. No se sabía cuándo iban a venir, la visita era siempre sorpresa ya que se sabe que los pobres mienten4. A partir de ese momento se vivía en preparación para ello, había que esconder los bienes que se tenían, parecer realmente pobre: los vecinos avisaban, la vecina de atrás recibía algún electrodoméstico a través de la pandereta para ser ocultado. Los pobres no sabían qué era lo que la famosa ficha medía, por lo tanto tendían a ocultar lo que alguien había dicho que podía ser mal visto. Es cierto en parte lo que decía Lagos, los pobres no sabían, no sabían cómo eran medidos y eso entregaba un poder especial a la ficha.

El año 1987 aparece una segunda versión de la CAS llamada ahora CAS-2 que incorporó otras variables y que se centró en la familia y en la vivienda. A esa medición siguió la del año

4 Este es parte de uno de los efectos de la focalización: es necesa-rio que existan mecanismos que logren pesquisar aquellos que son merecedores de aquellos que no lo son. Recursos materiales y sim-bólicos son utilizados en lograr esta diferenciación. Como si una masa de mentirosos quisiera estar de madrugada en los atiborrados e indignos servicios sociales mintiendo para conseguir prestaciones residuales.

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2007 que se presentaba como una nueva forma de medir, llamada Ficha Familia:

La principal modificación tiene que ver con el enfo-que utilizado para caracterizar a las familias según su nivel de vulnerabilidad socioeconómica, entendida como el riesgo de estar en pobreza. Ello incluye tanto a los hogares efectivamente pobres como aquellos que tienen una alta probabilidad de empobrecerse en el futuro. En tal sentido, la vulnerabilidad es un concep-to dinámico y más amplio que la noción de carencias asociadas a pobreza que consideraba la Ficha CAS5.

Aparece entonces con plena fuerza esta noción de vulnera-bilidad totalmente relacionada con otra noción: riesgo. Se es más vulnerable cuanto menos se puedan enfrentar los riesgos. La vulnerabilidad implica no tener las capacida-des suficientes para poder enfrentar los riesgos de manera satisfactoria. No ser lo suficientemente fuerte. Mideplan el año 2002 conceptualiza vulnerabilidad como un “proceso multidimensional que confluye en el riesgo o probabilidad del individuo, hogar o comunidad de ser herido, lesionado o dañado ante cambios o permanencia de situaciones externas y/o internas”6.

5 Rodrigo Herrera, Osvaldo Larrañaga y Amanda Telias PNUD, “La ficha de protección social”, fecha de acceso 3 de mayo 2017, http://www.cl.undp.org/content/dam/chile/docs/pobreza/undp_cl_pobreza_texto15.pdf

6 MIDEPLAN “Síntesis de los principales enfoques, métodos y es-

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Efectivamente lo que el Estado Chileno hizo, a partir del go-bierno de Lagos, y que han profundizado los dos gobiernos de Bachelet, incluido el gobierno de Piñera, es asumir que hay riesgos sociales que deben ser enfrentados por nosotros y donde el Estado puede colaborar, previniendo, mitigando o superando el impacto del riesgo principal. Esos riesgos afectan a personas, familias y grupos sociales. El Estado entonces, genera una especie de paraguas protector especia-lizado que es denominado Protección Social y no Bienestar Social. Una traducción a pie juntillas de lo dictaminado por el Banco Mundial el año 2000 en un documento clásico y a esta altura extremadamente honesto, titulado “Manejo Social del Riesgo: Un nuevo marco conceptual para la Pro-tección Social y más allá” de Holzmann y Jorgensen7. Aún más: los impactos que estas formas de concebirnos tienen precisamente en el tipo de relaciones sociales que somos capaces de articular y desde allí el tipo de Estado que po-demos imaginar.

trategias para la superación de la pobreza”. Documento de Traba-jo. Departamento de Evaluación Social. División Social. Ministe-rio de Planificación y Cooperación. Gobierno de Chile. Octubre, 2002, p. 32 http://repositoriodigitalonemi.cl/web/bitstream/handle/2012/928/SERIE_POLITICAS_SOCIALES.jpg?sequence=1

7 Holzmann, R. and S. Jorgensen (2000). “Social Risk Mana-gement: A Conceptual Framework for Social Protection and Beyond”. Social Protection Discussion Paper 0006. The World Bank: Washington, D.C. https://www.unicef.org/socialpolicy/files/So-cial_Risk_Management.pdf

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Hay riesgos y el rol del Estado es proveer a las personas, familias y comunidades de capacidades o de una estructura de oportunidades8 que les permita enfrentar de buena forma esos riesgos. El riesgo no se discute. Lo que se interviene, es a las personas, sus capacidades, porque tal como indicaba el discurso de Lagos del 2002, las personas no saben cómo enfrentar estos riesgos. La lógica que hay detrás es la misma de los riesgos naturales que no pueden evadirse. En Chile lo sabemos muy bien, somos un país de terremotos, el Caribe es una zona de ciclones y así. Esos riesgos no se van a acabar, pero lo que sí puede hacer el banco es medir cómo cada uno de los países hace frente a ese riesgo, cómo se repone, cómo minimiza la destrucción que conllevan, cuánto sabe respecto a cómo enfrentarlos.

Así lo afirma el recientemente creado Ministerio de Desa-rrollo Social cuando conceptualiza la protección social:

Como intervenciones públicas para (i) asistir a per-sonas, hogares y comunidades a mejorar su manejo del riesgo y (ii) proporcionar apoyo a quienes se encuentran en la extrema pobreza (…) el concepto generalmente se relaciona con el enfoque de Manejo

8 Así le denomina Mideplan el año 2005 en el documento: Com-ponentes Centrales de un Sistema de Protección Social Sustentable: El Nuevo Escenario Social en Chile, donde además manifiesta una posición crítica respecto a los modelos de bienestar social. http://www.ministeriodesarrollosocial.gob.cl/admin/docdescargas/centrodoc/centrodoc_241.pdf

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Social del Riesgo (MSR), entendido como el abordaje, de situaciones ya sean naturales o provocados por el ser humano, que pueden afectar a las personas consti-tuyéndose en un riesgo y dejándolas más vulnerables para la solución de las mismas9.

Detrás de esto, claramente está la mirada de inversionista del Banco Mundial y sus economistas quienes han estado continuamente preocupados por el destino de las inversio-nes. No podrían mirar otra cosa ya que ese es su punto de vista. No podríamos pedirle otra cosa al Banco Mundial. Los análisis de riesgo en ello son esenciales. No es posible invertir cuando no está asegurado un retorno rentable de lo invertido. Pero lo que sí podemos hacer es cuestionar al mundo político que ha tomado esa semántica, traduciéndola textualmente para riesgos que no tienen nada de naturales: pobreza, desigualdad, violencia entre otros que parecen atacar a poblaciones particulares: niños, mujeres, adultos mayores, jóvenes, mapuches. ¿Quiénes son los no vulnera-bles entonces?

La traducción hacia la política social deviene entonces en esto que conocemos y que hemos naturalizado profunda-mente como vulnerabilidad, ya que de esta forma evitamos el ejercicio lógico de preguntarnos por los orígenes de los riesgos, su existencia o su reproducción.

9 Ministerio de desarrollo social, pp.18 -19, fecha de acceso 3 mayo de 2017 http://www.crececontigo.gob.cl/acerca-de-chcc/que-es/

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Se instala entonces un tipo de relación social que podríamos caracterizar como la lógica de amenazantes y amenazados. Protegemos a unos porque hay otros que los amenazan, la amenaza proviene desde alguna parte, por eso es necesario proteger. No tenemos un sistema que permita ejercer de-rechos sino que protege unos pocos de algunos, siempre y cuando hagan lo que se necesita que tengan que hacer10. Lo que se instala es la búsqueda de la protección de unos por sobre otros, la protección de grupos, comunidades o perso-nas cuya vulnerabilidad justifique la inversión de manera de permitir que el gasto fiscal deje de ser eso, gasto fiscal y se convierta en inversión social. Ese es el argumento que triunfa. Y así la vulnerabilidad va adecuándose en función de las lógicas que se pretende instalar.

La ficha de protección social del año 2007 es nuevamente reemplazada el año 2016, ahora bajo el segundo gobierno de Michelle Bachelet y pasa a denominarse Registro Social de Hogares. Registramos, catastramos, clasificamos de modo de distribuir las prestaciones. De hecho, la contingente demanda que los estudiantes chilenos han realizado por la

10 No vamos a detenernos mayormente en esta lógica de recom-pensas, pero claramente en Latinoamérica hemos visto incremen-tada el diseño de políticas sociales que tienen a su base la entrega de transferencias condicionadas a ciertos comportamientos de sus usuarios. El programa Bolsa Familia, en el caso brasileño. El pro-grama Chile Solidario, el programa Oportunidades en México tienen a su base la idea que los usuarios deben cumplir con ciertos comportamientos, tareas o metas para mantener su permanencia y conseguir las transferencias ofertadas.

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gratuidad universal en educación superior ha sido respon-dida permanentemente por el gobierno, con la idea de que los recursos son escasos y que por ende debe potenciarse la entrega de ellos hacia aquellos que presenten mayores vul-nerabilidades, entendidas por cierto, como su participación en los primeros quintiles de ingreso. Ellos han sido los me-recedores. La lógica incrementalista que ha prometido este gobierno en términos de gratuidad ha instalado la idea que comenzaremos por los vulnerables. Así lo expresaba Bache-let el 2016 en su discurso presidencial del 21 de mayo:

Avanzando en nuestro compromiso de alcanzar la gratuidad para el 70% de los estudiantes más vulne-rables de Chile al fin de mi período, a partir del 2016 aseguraremos que el 60% más vulnerable que asista a Centros de Formación Técnica, Institutos Profesio-nales acreditados y sin fines de lucro, o a universida-des del Consejo de Rectores, accedan a la gratuidad completa y efectiva

Especialmente demostrativa de esta lógica de amenazados y amenazantes ha sido el argumento con que la derecha chi-lena ha respondido a esta demanda por educación superior gratuita, usando por cierto la misma lógica de vulnerabili-dad, respecto a que sería más importante invertir en infan-cia o en pensiones que en gratuidad en educación superior. Así lo señaló Piñera el 17 de julio del 2017, al salir de una reunión con su grupo de economistas:

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Este camino de permanente irresponsabilidad fiscal es absolutamente insostenible y sólo conduce a una grave crisis de la economía chilena, que perjudicará gravemente a la clase media y los sectores más vul-nerables (…) El gobierno ha impulsado un aumento del 50% al 60% de la gratuidad en la Educación Su-perior. Este incremento tiene un costo adicional de U$ 333 millones y dejaría sin recursos, y por primera vez con holguras negativas, al próximo gobierno para hacerse cargo de los graves problemas de la infancia y adolescencia y de las bajas pensiones de nuestros adultos mayores11

Y tiene razón Piñera, porque ha sido el propio gobierno, desde su Ministerio de Desarrollo Social, quien ha instalado y reiterado la idea de que la inversión en primera infancia es fundamental. De hecho el primer gobierno de Bachelet fue reconocido por la creación del Sistema Chile Crece Con-tigo, como un programa focalizado en los niños entre 0 y 4 años, que resultan especialmente vulnerables y donde la inversión estatal reditúa considerablemente:

La inversión en primera infancia y la intervención temprana presenta una alta tasa de retorno y es es-tratégica para el desarrollo del país: La evidencia que

11 Diario La Tercera, 17 de julio 2017 disponible en http://www.latercera.com/noticia/pinera-propone-redestinar-recursos-la-gratuidad-mejorar-sename-pensiones/

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se ha documentado desde la ciencia económica para dar cuenta de la relevancia de la inversión en primera infancia y de su alta tasa de rentabilidad, es ya un consenso la tasa de retorno de esa inversión inicial es significativamente más alta que la realizada en otros momentos de la vida12.

La noción de vulnerabilidad sirve para propósitos diversos tal como hemos visto. Permite clasificar, permite focalizar, permite posicionar decisiones de inversión política incluso desde discursos que parecieran ser antagonistas. Y también permite que el Estado controle, intervenga y entre a las ca-sas y a los territorios de lo que se define como vulnerable. Como aquello que puede sufrir algún tipo de riesgo.

En Chile esta noción aparece como transversal a una serie de programas sociales. Por ejemplo el Programa Habilidades para la Vida13, diseñado y ejecutado por la Junta de Auxilio Escolar y Becas (JUNAEB) dependiente del Ministerio de Edu-cación, tiene por objetivo aumentar el bienestar psicosocial y el éxito en el desempeño escolar (asistencia, permanencia y rendimiento académico) de los/las estudiantes del país

12 Ministerio de desarrollo social, 26, fecha de acceso 3 mayo de 2017, http://www.crececontigo.gob.cl/acerca-de-chcc/que-es/

13 Podrá el lector detenerse en el nombre artificioso de este tipo de programas instalados en territorios cruzados por la pobreza, el narcotráfico, el consumo de sustancias. No importan los contextos, el programa ofrece un tipo de prestación que les permitirán a esos estudiantes habilitarse para la vida, no importan dónde esta sea.

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mediante una intervención de salud mental escolar en las co-munidades educativas, y que a largo plazo, elevaría la calidad de vida, las competencias personales y disminuiría daños en salud en la población14. Para ello se concentra en Estableci-mientos Educacionales Municipales o Particulares Subven-cionados, con altos índices de vulnerabilidad socioeconómica y psicosocial. La intervención incorpora acciones de detección y prevención del riesgo. Trabaja a partir de un diagnóstico que detecta “riesgo psicosocial” a través de dos instrumentos cuantitativos: el primero denominado “TOCA-R”, para medir los factores de desobediencia/agresión, conducta tímida, déficit cognitivo, problemas de concentración, inmadurez emocional e hiperactividad. El segundo instrumento se deno-mina “PSC”, el cual se aplica a padres para medir conductas emocionales desadaptativas. Es decir los riesgos le pertene-cen a los miembros de esas comunidades educativas. Ni una palabra respecto al segmentado sistema educacional chileno, ni una palabra respecto a que esas escuelas son producidas en territorios de tremendas desigualdades. Ni una palabra respecto a la necesidad de generar un sistema educacional integrado e igualitario. Solo necesitamos psicólogos que nos enseñen cómo vivir en contextos de riesgo. Entra el Estado a esas casas, a esas escuelas a ofrecer este tipo de solución, ins-talando entonces una demarcación culpabilizante sobre estas poblaciones que no tendrían habilidades para la vida.

14 JUNAEB, “Orientaciones técnicas y administrativas para la pre-sentación de proyectos de continuidad Programa Habilidades para la Vida I, periodo 2017 – 2018” (2015)

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La esfera de lo político ha incorporado la noción de vul-nerabilidad y la devuelve a las personas, comunidades y territorios convertida en verdad. Así podemos observarlo en el discurso de nuestras autoridades, en los textos de nuestras políticas sociales y, lo que es peor, en las acciones y metodo-logías que implementan quienes intervienen directamente con estas poblaciones: psicólogos, trabajadores sociales, profesionales del área. Quien es declarado vulnerable ve mermada su potencia de acción, quién es vulnerabilizado aparece como incompetente, como menor, como alguien que requiere de una ortopedia que lo habilite. La semán-tica tiene aquí un poder especial porque es acompañada de prácticas materiales de clasificación y entrega de presta-ciones que profundiza el diferencial de poder entre quienes son hábiles y quienes no lo son. El desafío entonces implica desmontar estos argumentos y mostrar las vulneraciones existentes. Porque no son vulnerables nuestros ciudadanos, son vulnerados sus derechos y en ese sentido es imperioso identificar los culpables de esa vulneración.

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Sindicato Una figura contra

Daniela Marzi Muñoz

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a organización sindical tiene enemigos en todos los frentes, lo que se debe a su posición de figura “contracultural” insertos en el neolibe-ralismo, pero portador de la paradoja que es ser

una figura que nace con el capitalismo, no se entiende sin él.

Su signo de tensión respecto al sistema capitalista y con-traria al neoliberalismo se reconoce al constatar que uno de sus fundamentos se encuentra en el principio no muy explorado de la solidaridad, en clara relación a la igualdad, y con un contenido radical en torno a la libertad: existe ante todo y como fin más alto redistribuir el poder en la sociedad, racionalizando el poder del empleador1. En una forma ordenada y lógica ese rasgo tuvo como respuesta en Chile el despliegue de diseños legales antisindicales y, so-bre todo, una cultura social “antisindical”, salvo el período

1 José Luis Ugarte, Derecho del Trabajo: invención, teoría y crítica (San-tiago, Legalpublishing), pp. 31 y siguientes.

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1964-1973, previo al Golpe cívico militar2, que corresponde a una fase que en términos políticos, económicos y sociales asumió la causa de los trabajadores como central en la di-rección política de los gobiernos y que llegó a su máxima expresión con la Unidad Popular3.

Tal característica se refleja cada vez que se entroniza a la empresa como la figura central de la sociedad porque es la dadora de empleo y eso la transforma en su gran motor. Esta jerarquización de importancia social tiene como co-rrelato que

Al tradicional enmascaramiento del sometimiento que procura el contrato se suma, aún con mayor

2 Ver Fundación Sol, Sindicatos y negociación colectiva. Panorama esta-dístico nacional y evidencia comparada (Santiago, Fundación Sol), p.6.

3 Claramente descrito en Peter Winn, Tejedores de la revolución. Los trabajadores de Yarur y la vía chilena al socialismo, (Santiago: LOM), 31 y siguientes. Un capítulo aparte en este proceso y todo un ámbito de estudio lo constituye la Reforma Agraria, proceso de dignifi-cación de las condiciones de vida de los trabajadores del campo y que tuvo en términos normativo-laborales su punto más alto la incorporación de la negociación colectiva ramal por medio de la Ley N°17.074 de 1968. Es este amplio y profundo alcance el que explica también la brutal represalia que la dictadura ejecutó en el campo, considerando que no había un enemigo real allí en térmi-nos de fuerza. Acerca de este proceso completo se dedicó en forma reciente el número especial de Le Monde Diplomatique, Reforma Agra-ria, en particular sobre la ley N°17.074 de 1968, José Luis Ugarte, “Una pequeña y poderosa luz en el camino (Editorial Aún creemos en los sueños, 2017), pp. 57 y siguientes.

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intensidad, el empleo y su escasez. Se trata de un ar-gumento con efectos devastadores en la relación de trabajo y en la relación de ciudadanía. La realización efectiva del empleo alcanza tal dimensión en las as-piraciones sociales, determina de tal forma los com-portamientos individuales y colectivos que acaba, y aquí reside la superación del contrato como fórmula de ocultamiento del poder, por hacer deseable la rela-ción de sometimiento. El anhelo de trabajo, la necesi-dad de vivir, hacen pasar a segundo plano las formas en las que el trabajo se canaliza, incluso cuando éste deja de ser portador de ciudadanía4.

La cultura neoliberal es antisindical, además, ya que pro-pende a individualizar los conflictos de la existencia, trans-formándolos en problemas de capacidad e incapacidad personal5. Como explicaremos, el hecho sindical es un ins-trumento que responde a la idea contraria, tal como seña-lara Arendt, “El poder humano corresponde a la condición de pluralidad, para empezar”6. Y sólo si se acumula poder

4 Joaquín Pérez, “La senda roja: notas sobre emancipación y De-recho del Trabajo, en especial la II república española”, en Modelos de Derecho del Trabajo y cultura de los juristas, coord. Antonio Pedro Baylos Grau. (Albacete: Bomarzo, 2013), 153.

5 Sobre el punto ver Hugo Sir, “Esfuerzo”, en El ABC del neolibera-lismo, ed. Mary Luz Estupiñán (Viña del Mar: Communes, 2016), pp.127-145

6 Hannah Arendt, La condición humana, (Barcelona: Paidós, 2005 [1958]), p. 227.

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se está en condiciones de probar formas autónomas y demo-cráticas de resolver los propios conflictos. De esta forma –la lucha conjunta–, es que se supera la soledad, para algunos la mayor razón de sufrimiento en el trabajo: la certeza de que ante la injusticia nadie actuará con uno7.

¿Qué se puede referir en concreto acerca del trabajo en Chi-le hoy? El 29 de diciembre de 2014 se presentó el proyecto de Reforma al Derecho Colectivo con el cual se promovería y fortalecería el sindicalismo, y, en consecuencia, con el que se daría fin al Plan Laboral de la dictadura8, redactado por José Piñera en 1979. A partir de ese momento se comenzó a confirmar la sospecha que la herencia de la dictadura en esta materia –que es la relacionada de manera más directa con las posibilidades de limitación y racionalización del derecho de propiedad–, no sería posible por una razón dramática: en la clase política chilena se había producido el fenómeno que en su momento Pasolini llamó “aculturación”9, es decir, la absorción de los valores de un grupo por parte de otro, en este caso, la que ha experimentado la llamada centroiz-quierda –representada por la Nueva Mayoría–, respecto al

7 Simone Weil, La condición obrera (Madrid: Trotta, 2014[1951]), p. 260.

8 Decretos leyes N°s 2756 y 2.758, de 1979.

9 Sobre el significado de este término como el gran triunfo del capitalismo por la homogeneización social y cultural que ha pro-ducido sin distinciones entre izquierda y derecha política ver Pier Paolo Pasolini, Scritti corsari (Garzanti, 2015 [1975]), pp. 5 y ss.

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sector hoy denominado “Chile Vamos”, correspondiente a la derecha política. Este no es un hecho menor desde que sa-bemos que el neoliberalismo “opera por medio de la cultura [y ésta se] produce por cambios en los estilos de vida, en las prácticas cotidianas, en los comportamientos’”10.

Desde el inicio de la dictadura los sindicatos perdieron el poder de proteger el estándar de vida y las condiciones labo-rales de sus miembros. Los militares hicieron una purga de sus líderes y activistas, y reemplazaron la democracia por la gerontocracia al prohibir las elecciones sindicales y nombrar a los trabajadores de más edad para que se hicieran cargo de los sindicatos, que se vieron reducidos a asociaciones de ayuda mutua y de asistencia para funerales, revirtiendo no solo el enorme aumento de poder que los obreros habían ad-quirido durante la revolución, sino también las ‘conquistas’ de décadas de lucha11.

Ese hecho se vuelve casi trivial ante la masacre de dirigen-tes sindicales, trabajadores que fueron entregados por sus propias empresas y que nunca han recibido una sanción por esa participación en delitos de lesa humanidad. Ese vacío, que es un desfondamiento moral de la sociedad, reverbe-ra cada cierto tiempo, como cuando se hace presente que, ante el escándalo de la opinión pública por la colusión de

10 Mary Luz Estupiñán, presentación a El ABC del neoliberalismo, (Viña del Mar: Communes, 2016) 9-26, pp. 11 y 12.

11 Peter Winn, La revolución chilena (Santiago:LOM, 2013), p.130.

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la papelera CMPC en el caso del papel higiénico en 2015, se debiera recordar la colusión del Estado con la Papelera para matar a sus propios trabajadores y enterrarlos con su propia cal, como sucedió en los crímenes de Laja12. No sólo ha ha-bido ausencia de sanción jurídica sino, y quizá de modo más demoledor, ausencia de sanción social.

El vacío que dicha purga produjo nunca fue colmado. No solo por lo que la muerte en sí misma significa, sino porque las víctimas de la dictadura quedaron cercadas en fotos blanco y negro, sin jamás ser reivindicadas en sus papeles de líderes

12 Ver Javier Rebolledo “Los crímenes de Laja y la Papelera: preguntas para Eliodoro Matte”, http://www.elmostrador.cl/no-ticias/opinion/2015/11/06/los-crimenes-de-laja-y-la-papelera-preguntas-para-eliodoro-matte/?php%20bloginfo(%27url%27);%20?%3E/cultura. El desfondamiento moral tiene diversas ma-nifestaciones muy concretas en los institucional, como el que la misma secretaria del tribunal que escondió la denuncia por los trabajadores de Laja, Rosa Egnem, fuese nombrada en 2009 mi-nistra de la Corte Suprema en la sala laboral, en los años en que esta sala fue persistentemente criticada por sus fallos contra los tra-bajadores, cuestión que cambia recién en el año 2014, en que se produjo un cambio en su integración y verificándose un cambio en cerca de setenta criterios en menos de un año. Si bien escon-der una denuncia en dictadura es un acto humano comprensible aunque éticamente reprochable, la crítica es que pese a eso se pre-mie al funcionario llevándolo a la cúpula del Poder Judicial. Ver Macarena Segovia “Rosa Egnem: la Ministra de la Corte Supre-ma salpicada por el caso Masacre de Laja que fue nombrada por Bachelet, http://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2015/08/20/rosa-egnem-la-ministra-de-la-corte-suprema-salpicada-por-el-ca-so-masacre-de-laja-que-fue-nombrada-por-bachelet/. Visitados el 2 de junio de 2017.

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y lideresas sociales en el ámbito de las tomas, cordones indus-triales, partidos políticos, etc. Lo que vino después fue una cla-se política que empezó a compartir una ideología en torno al Sindicato, lo que explica que se haya cuidado la conservación del modelo de relaciones sindicales del Plan Laboral en sus lí-neas centrales, durante todos los gobiernos de la posdictadura.

Para algunos autores el Plan Laboral debe ser encuadrado en cada uno los decretos leyes que regularon y precariza-ron el trabajo durante la dictadura13. Diferimos de tal idea porque olvida las propias palabras del redactor del Plan Laboral, muy consciente de dónde se juega la médula de un sistema laboral, que es en la regulación del poder colectivo.

La otra rama del derecho laboral corresponde al derecho colectivo del trabajo y es esta el área que el Plan Laboral iba a cubrir. El Plan Laboral no tiene nada que ver con el derecho individual del trabajo. El Plan Laboral es en realidad única y exclusivamente un plan sindical y si no lo bautizamos así fue porque nos pareció que las dos palabras no sonaban bien. Era mucho más hermoso el título de Plan Laboral14.

13 Que es la postura, por ejemplo, de Irene Rojas, El Derecho del Trabajo en Chile. Su formación histórica y el control de la autonomía colectiva”, (Santiago: Legalpublishing, 2016), al incluir sobre todo el decreto ley 2200 de 1978, que regula las relaciones individulaes del trabajo.

14 José Piñera, La revolución laboral en Chile, (Santiago: ZigZag, 1990), p. 23.

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¿Cuáles son los cimientos de ese Plan? Negociación colectiva de empresa, huelga que no paraliza, pluralismo sindical o que en una misma empresa coexistan varias organizaciones con un número reducido de trabajadores, cuyo objetivo –lo-grado– fue “producir la mayor desconcentración de poder económico y social jamás ocurrida en Chile15.

El Plan de José Piñera fue probado por la historia, ya que es en esta materia donde se ha mantenido prácticamente incólume el sistema con las bases que dejó la dictadura. Es que el Plan Laboral no es una reforma más entre otra de las siete Modernizaciones de la dictadura: es la más relevante para el neoliberalismo, ya que permite controlar un poder derivado de la propiedad y de la libertad de iniciativa eco-nómica, además de ser un instrumento de redistribución de la riqueza en la sociedad.

El texto que sigue abordará algunos de los elementos más significativos de la nueva legislación sindical –Ley 20940 de 2016– y algunos de los hitos de la tramitación de este proyecto. Todos ellos tienen en común estar dirigidos a blo-quear la autonomía colectiva como forma real de poder.

15 Ideas de José Piñera citadas por Manuel Gárate, La revolución capitalista de Chile (1973-2003), (Santiago: Ediciones Alberto Hur-tado, 2012).

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Asimilación del Modelo del Plan Laboral y retrocesos propios de la nueva legislación

La ley hace suya la deformidad de la normativa híper re-gulada del Plan Laboral. Cientos de normas fueron susti-tuidas por un número equivalente de preceptos nuevos, conservando con ello los rasgos de patológica heteronomía en las relaciones entre sindicatos y empleadores, esto es, un intenso intervencionismo estatal principalmente por medio de la ley, pero también a través de la Inspección del Trabajo y los Tribunales, que adquieren una importancia central en el sistema ya que cumplen una función de garantía de los derechos que las organizaciones sindicales en Chile no están en condiciones de realizar en forma preferente por sí mis-mas. Esta procedimentalización del sistema de relaciones colectivas chileno, desde hace años viene siendo objeto de crítica por parte de la doctrina16 (aunque es un rasgo per-manente del sistema de relaciones sindicales chileno, lo que significa, en otras palabras, que Chile nunca ha tenido un sistema basado en la autonomía de las relaciones colectivas y

16 Sobre esta crítica se puede consultar, entre otros Irene Rojas, “Las reformas laborales al modelo normativo de negociación co-lectiva del Plan Laboral”, Revista Ius et Praxis, 13, no. 2, (2007), 195-221; Sergio Gamonal Derecho Colectivo del Trabajo (Santiago: Lexis Nexis, 2007, [2002]), pp. 229 y ss.; y Eduardo Caamaño y José Ugarte Cataldo, Negociación Colectiva y Libertad Sindical. Un enfoque crítico (Santiago: Legal Publishing, 2008), pp. 2 y 3.

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no hay una gran tradición a la cual acudir, salvo el ya citado período político 1964-1973)17.

La copiosidad normativa de la reforma de 2016, por otra parte, induce a la falsa impresión de que se está realizando una transformación mayor, cuestión que se ha vuelto carac-terística de las reformas de 1990 en adelante18, en circuns-tancias que no se modifican, como explicaremos, aspectos estructurales, además de obstruir el ejercicio de los derechos fundamentales de libertad sindical.

La negativa inamovible del Gobierno a debatir sobre la negociación colectiva por rama.

El presidente de la República tiene la iniciativa exclusiva sobre la materia de negociación colectiva, según el artículo 65 Nº5 de la Constitución. A esta norma se aferró el go-bierno para negarse a discutir las cerca de ciento cincuenta

17 Ver Al parecer es Camú, Estudio crítico de la huelga en Chile, (San-tiago: Editorial Jurídica), 1964, pp. 11 y siguientes. Este autor criti-caba las numerosas reglas que los trabajadores debían seguir sobre todo para poder declarar la huelga, sin que se hiciera distinción de acuerdo con la importancia de la regla incumplida, pudiendo la inobservancia de cualquiera de ellas producir la ilegalidad del ejercicio del derecho de huelga.

18 Irene Rojas, El Derecho del Trabajo en Chile. Su formación histórica y el control de la autonomía colectiva”, (Santiago: Legal Publishing, 2016).

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indicaciones presentadas en la Cámara de Diputados, entre ellas, la planteada por el diputado Boric19 sobre negociación por rama, al haber sido todas éstas declaradas inconstitu-cionales. Esa inconstitucionalidad es una mera defensa del modelo, ya que la Constitución de 1980 no prohíbe niveles de negociación, sino que sólo asegura la negociación colec-tiva de empresa, en su artículo 19 N°16, por lo que incor-porar en la ley otros niveles distintos es una decisión libre para el ejecutivo.

Las dimensiones de esta “clausura al debate” respecto a la negociación colectiva ramal o de industria, deben medirse con lo que ésta es: cada sector productivo negocia un con-trato que se aplicará a todos los trabajadores que se desen-vuelvan en ese ámbito, sin exclusión, ya que no exige estar afiliado a un sindicato determinado para ser alcanzado por los efectos del contrato colectivo sino trabajar en el ámbito que regula el contrato colectivo respectivo.

Para lograr este acuerdo los sindicatos y los empleadores de la rama eligen a sus representantes y fijan sus bases de ne-gociación. De esta forma se llega a pisos mínimos para cada ámbito específico. Así, el contrato colectivo funciona como una ley de salario mínimo por sector, y, por lo mismo, dota-do de la flexibilidad que este tipo de leyes no tiene, ya que, por ejemplo, un contador del sector minería probablemente

19 Gabriel Boric Font, exdirigente estudiantil. Diputado del Movi-miento Autonomista por la Región de Magallanes.

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tendrá un piso salarial más alto en su contrato colectivo de aplicación que el contador que trabaje en hostelería, porque los sectores tienen diferencias en su capacidad económica para pagar remuneraciones o dar otro tipo de condiciones de trabajo. En Chile, este nivel de negociación existió por medio de la Ley de sindicalización campesina del año 1967, dentro de un proceso general e inédito de dignificación de las condiciones de vida de los trabajadores y trabajadoras del campo. Este proceso de dignificación explica la desco-munal represalia en contra del campesinado por parte de la Dictadura: más bien un imborrable escarmiento, que una forma de contrarrestar una real fuerza enemiga. La reforma sindical de 2016 mantiene a dichos trabajadores sin fuero ni derecho de huelga en su negociación, ni obligación alguna para el empleador de negociar.

Como es evidente, este sistema implica potentes efectos de distribución de la riqueza y exige poner en acción procesos negociadores al interior de cada parte negociadora para unificar planteamientos. A su vez, los agentes sociales em-presarial y sindical, negociarán entre sí desde las posturas que han definido. Todo lo anterior es entendido como pro-cesos virtuosos para las democracias ya que, en otras pala-bras, significa que el Estado le entrega la capacidad de darse su propia norma a agentes sociales relevantes, como son los que intervienen en el ámbito de las relaciones de trabajo en economías capitalistas.

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Un aspecto central de la negociación ramal es la forma en que el fenómeno sindical llega a todos los trabajadores y trabajadoras ya que todas las empresas deben respetar los pisos del contrato colectivo de su sector, lo que redunda en que el factor costo de mano de obra deja de ser un elemento de competencia entre las empresas puesto que todas deben partir del mismo piso.

Al margen de esta rápida lista de beneficios sociales de la negociación colectiva por rama que nuestro sistema después de la reforma 2016 seguirá desconociendo, la opción del re-dactor de la reforma de mantener la negociación colectiva en la empresa trae consigo mantenerse en contradicción con lo establecido por el Convenio OIT Nº98 en su artículo 420, ya que no modificó las normas en orden a permitir y garantizar que los agentes sociales sean quienes libremente determinen el nivel de la negociación colectiva que quieren llevar a cabo, abriéndose a la negociación colectiva ramal y a cualquier otro nivel que las partes consideren ajustado a sus necesidades y capacidad negociadora21. Por el contrario,

20 “Art. 4: Deberán adoptarse medidas adecuadas a las condicio-nes nacionales, cuando ello sea necesario, para estimular y fomen-tar entre los empleadores y las organizaciones de empleadores, por una parte, y las organizaciones de trabajadores, por otra, el pleno desarrollo y uso de procedimientos de negociación voluntaria, con objeto de reglamentar, por medio de contratos colectivos, las con-diciones de empleo”.

21 Sergio Gamonal, Derecho Colectivo del Trabajo (Santiago: Lexis-Nexis, 2007), pp. 45 y ss.

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mantuvo a la negociación colectiva en el nivel de la empre-sa –el más irrelevante por ser aquél en que se negocia con menos poder por parte de los trabajadores–, tal como lo dispusiera el Plan Laboral de 1979.

El debate ideológico del sindicato en la pequeña empresa

La reforma laboral aumentó los quórums de constitución de las organizaciones sindicales en las empresas de cincuenta o menos trabajadores. Antes de la reforma un sindicato podía constituirse con ocho trabajadores: de acuerdo con el nuevo inciso tercero del artículo 227 del Código del Trabajo, po-drán crearse organizaciones con ocho trabajadores siempre que representen al 50% de los trabajadores de la empresa. Esta innovación que hace más difícil crear las organizacio-nes principales de nuestro sistema –sindicatos de empresa–no era parte del proyecto original, sino que fue la propuesta de la llamada “Bancada Propyme”22, con el objetivo decla-rado de liberar del sindicato a las pequeñas empresas. Este intento es ideológicamente coherente con la negativa a la negociación por rama, puesto que ésta es el gran instrumen-to en los sistemas extranjeros para hacer llegar los efectos de la negociación colectiva a las realidades productivas de menores dimensiones.

22 De carácter políticamente transversal, integrada por Eugenio Tuma (PPD), Andrés Zaldívar (DC), Jorge Pizarro (DC), Ignacio Walker (DC), Andrés Allamand (RN) y Hernán Larraín (UDI).

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No obstante, si uno hurga un poco más, descubre que el discurso de liberar a la pequeña empresa del sindicato es ideológico en la peor forma: en el de ser un mensaje vacío de pura antisindicalidad. Esto es así ya que el aumento del quó-rum no es una medida concreta para un problema presente en forma importante en la realidad sindical chilena, sindica-tos de ocho personas o poco más, enquistados en pequeñas empresas. Si se revisan las cifras sobre el tamaño promedio del sindicato en Chile, tenemos que éste es “de 88 trabajado-res, lo que se reitera respecto de los diversos tipos de sindi-cato”23, lo cual es completamente razonable desde el punto de vista de quienes se organizan, ya que sindicatos de pocas personas no tienen ninguna capacidad de acción sindical y hace carente de sentido, en consecuencia, organizarse. Así, lo anterior es una manifestación más del discurso contra el sindicato desplegado durante la tramitación de la reforma de la bancada ProPyme –políticamente transversal–, el que cristalizado en dificultar el poder crear una organización representa sólo eso: antisindicalidad.

El hito traicionado: la prohibición absoluta del reemplazo en la huelga

Existía la idea, antes de conocer la letra del proyecto que, finalmente y habiendo sido prometido en el programa de

23 Irene Rojas, El Derecho del Trabajo en Chile. Su formación histórica y el control de la autonomía colectiva (Santiago: Legal Publishing, 2016), p. 96.

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Patricio Aylwin en 198924, se prohibiría el reemplazo en la huelga. De ser así, éste se erigiría como un hito incuestiona-ble, ya que el sindicato accedería al ejercicio eficaz de su dere-cho de huelga, lo que potenciaría su capacidad reivindicativa.

Sin embargo, el proyecto desdibujó inmediatamente esa prohibición con la incorporación de los servicios mínimos para evitar el daño actual e irreparable en la propiedad de la empresa (art.359 del Código del Trabajo). Esta creación del legislador chileno es un contrasentido con lo que el dere-cho de huelga es, “toda acción colectiva de los trabajadores que busca alterar el proceso productivo, incluyendo tanto la suspensión total y concertada del trabajo, como cualquier conducta disruptiva de ese proceso, y cuya finalidad puede ser, salvo restricciones normativas expresas, cualquiera que fijen los trabajadores, incluyendo objetivos económicos ge-nerales o puramente políticos”25, y, muy importante, siendo el daño como forma de presión, su contenido central26. Esto que suena revulsivo “derecho al daño”, es una cuestión de estricta lógica, si la huelga actúa por presión vía amenaza de daño, esa posibilidad de daño debe ser real, de lo contrario, la amenaza se desintegra.

24 Citado por José Luis Ugarte, “El trabajo en la Constitución

chilena”, La Constitución chilena (LOM, 2015), pp. 125 y 126.

25 José Luis Ugarte, Huelga y Derecho (Santiago: Legal Publishing, 2016), p. 45.

26 Idem.

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La figura de los servicios mínimos que crea la reforma de 2016 en el nuevo artículo 359 del Código del Trabajo indica:

la comisión negociadora sindical estará obligada a proveer el personal estrictamente necesario para proteger los bienes corporales e instalaciones de la empresa y prevenir accidentes, así como garantizar la prestación de servicios de utilidad pública, la aten-ción de necesidades básicas de la población incluidas las relacionadas con la vida, la seguridad o la salud de las personas, y para garantizar la prevención de daños ambientales o sanitarios.

El nudo central de esta norma siempre estuvo en la creación de servicios mínimos en favor de la propiedad, que significa al mismo tiempo un contrasentido con respecto a la huelga –la de tener capacidad de dañar la producción– y ahora no con reemplazantes externos sino con la acción del propio Sindicato huelguista, que ahora es obligado a proveer los reemplazantes, de acuerdo con un procedimiento que la ley fija. Este procedimiento tiene un enorme potencial de judicialización27.

La acción de judicializar significa “llevar por vía judicial un asunto que podría conducirse por otra vía, generalmente

27 Como explicamos en Daniela Marzi, “Observaciones sobre la judicialización de las relaciones colectivas: en las antípodas de la autonomía”, Revista Laboral y de la Seguridad Social 4, no. 2 (2016): 41-64.

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política”28. Las relaciones sindicales tienen sentido si es que son autónomas y, como se explicara hace cerca de cien años

nadie puede negar las ventajas de la autonomía. El Estado es aligerado de su carga. La formación jurídi-ca se hace más móvil y flexible. El camino a recorrer entre la necesidad y la regulación jurídica deviene más corto. No se requiere ya ese rodeo en torno al Estado que permite crear también normas. Con ese camino directo se aumenta la capacidad de expresión del Derecho. Penetra más íntimamente en las rela-ciones humano-vitales que se captan, menos en sus formas abstractas, que en su concreta diversidad. Por eso debe ser perfeccionado el Derecho del Trabajo autónomo: tiene que ocupar un primer rango en la futura legislación laboral29.

Es en este contexto que hablamos de judicialización pro-movida por el legislador que prometía modernizar y forta-lecer las relaciones sindicales. Al no haberse optado por la autonomía, el aumento de intervención de los Tribunales sólo suma a esta patológica procedimentalización, hetero-nomía y falta de dinamismo a que ya se ha hecho mención

28 Primera acepción de la RAE.

29 Hugo Sinzheimer, “El perfeccionamiento del Derecho del Tra-bajo”, en Crisis económica y Derecho del Trabajo. Cinco estudios sobre la pro-blemática humana y conceptual del Derecho del Trabajo (Santiago: Servicio de Publicaciones Ministerio del Trabajo y Seguridad Social, 1948).

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en este texto, siendo el de la judicialización un tema exten-so dentro de la reforma Laboral30. Eso mantiene el objetivo central del Plan Laboral: trabajadores carentes de poder económico, político y social. Y en contraposición a la idea original: el Derecho a través de lo colectivo superó la típica búsqueda de instrumentos de resolución de controversias individuales, y creó una técnica de gobierno efectivo de los vínculos sociales, permitiendo un eficaz choque de poderes31. Es por esto que el resultado de la negociación colectiva producía “Derecho social” y en este ámbito di-cha denominación tiene un significado muy preciso. El contrato colectivo o de tarifa de Sinzheimer representaba una mutación jurídica mayor: se veía en él una delegación de funciones legislativas del Estado en favor de las organi-zaciones de trabajadores, modificando profundamente su

30 Podemos mencionar en esta lista, vinculados al derecho de huelga: determinación de empresas excluidas del derecho de huel-ga (artículos 362 y 402 del Código del Trabajo); lock out o cierre patronal (artículo 354 del Código del Trabajo); orden de reanuda-ción de faenas (artículo 363 del Código del Trabajo); derecho de información artículo 319 del (Código del Trabajo); impugnación de la nómina de trabajadores con derecho a negociar (artículo 339 del Código del Trabajo), a lo que se agrega naturalmente el ré-gimen de prácticas antisindicales, para cuyo análisis y crítica nos remitimos a César Toledo, Reforma al Derecho Colectivo del Trabajo, “Análisis crítico de la sanción de las prácticas antisindicales en la Ley Nº 20.940 (Santiago: Thomson Reuters, 2016), pp.135 y ss.

31 Luca Nogler, “La scienza giuridica italiana tra il 1901 e il 1960 e Hugo Sinzheimer” Giornale di diritto del lavoro e di relazioni industriali, 4 (2001): 539-556.

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capacidad de participación en la vida política, económica y social de un país32.

El proyecto en juego era y es decididamente político, posee técnicas jurídicas de aplicación, y requiere una clase política capaz de representar intereses distintos a los de su propia sobrevivencia. Se trata de que, por medio de la negociación colectiva, como dijera el primer laboralista alemán –y dipu-tado socialista– en los primeros años del siglo XX, el Estado de delegue la función legislativa en las asociaciones de tra-bajadores y sus contrapartes empresariales en relación con la producción de las reglas por las que regirán sus relaciones mutuas, produciendo con ello un efecto democratizador en la sociedad que no ha tenido parangón en la historia.

32 Hugo Sinzheimer “Sobre algunas cuestiones fundamentales del Derecho del convenio colectivo”, La lucha por el nuevo Derecho del Trabajo (Valparaíso: Edeval, 2017 [1917]).

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André Menard

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I

ace un par de años asistí a un conversato-rio sobre política indígena en Chile. Hacia el final de la reunión surgió una discusión en torno a la perversidad del sistema de in-

demnizaciones monetarias con que actualmente se tiende a compensar la serie de “impactos” (es el término técnico) sociales, culturales y ambientales que proyectos industriales tienen sobre las comunidades indígenas. Fue en ese contexto que uno de los asistentes, un intelectual mapuche conocido por sus reflexiones en torno a los proyectos de autonomía política, y caracterizado por una posición alejada, sino crí-tica, de las modalidades cosmovisionales y espirituales de enunciación indígena, lanzó la siguiente pregunta al público: “Que levante la mano el que crea en Dios”. Tras un lapso de tiempo breve, pero incómodo, una joven del público levantó la mano tímidamente. Entonces el intelectual mapuche sacó de su bolsillo un billete de cinco mil pesos y le dijo: “te com-pro tu Dios”.

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El objetivo de la performance era muy claro: llamar la aten-ción sobre la violencia que tanto el modelo de explotación neoliberal, así como el modelo de gestión multicultural de las diferencias étnicas, ejerce sobre la dimensión en princi-pio intransable e invaluable de lo espiritual. Cuestión po-lémica que determina la tensión no solo política, sino que directamente lógica, que atraviesa, por ejemplo, a la actual razón patrimonial, por la cual se busca inscribir en un plano de conmensurabilidad (las listas patrimoniales) ciertas parti-cularidades culturales consideradas valiosas justamente por ser únicas e inconmensurables. O en otras palabras, consiste en darle a aquello que por definición tiene valor por su in-conmensurable intraductibilidad (algo como su inigualable valor de uso), lo culturalmente diverso, un valor traducible dentro del plano universal y conmensurable de una “diversi-dad cultural” globalmente cuantificable (dotándolo de valor de cambio).

Ahora bien, se me podrá objetar que tanto el reconocimien-to de esta dimensión espiritual como objeto de protección en los instrumentos jurídicos dedicados al resguardo de derechos de pueblos indígenas, así como los procesos de patrimonialización, han constituido herramientas valiosas a la hora de defender derechos e intereses de pueblos o comu-nidades indígenas enfrentados a proyectos de intervención política o económica en sus territorios (como por ejemplo el caso del proyecto minero Pascualama que fue detenido gracias a estos instrumentos legales). Y sin embargo, me gustaría detenerme en una idea ya explorada por diversos

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autores1, a saber, que esta comprensión espiritual de los de-rechos y de la política indígena en el contexto multicultural, más que representar un obstáculo o una barrera a la lógica neoliberal, le es, en cierta medida, complementaria.

II Pero antes de ir a explorar estas formas en que lo espiritual indígena se articula actualmente con un modelo neoliberal, cabe oponerlas a las formas que tomó el liberalismo indí-gena, y más específicamente mapuche, en los años veinte del siglo pasado. Pienso en el presidente de la Sociedad Caupolicán Defensora de la Araucanía y posteriormente diputado mapuche Manuel Manquilef, quien militaba en el Partido Liberal Democrático y llegó al Congreso el año 1926, el mismo año en que propuso una ley de división de las comunidades mapuche. El objeto de esta ley era lograr la división de los terrenos comunitarios e inajenables que el Estado chileno asignara a los mapuche tras la conquista militar de su territorio a fines del siglo XIX, para de esta manera otorgarles títulos de propiedad individual. Cohe-rente en su liberalismo, Manquilef escribía once años antes:

1 Ver por ejemplo Charles Hale, “Neoliberal multiculturalism: The remaking of cultural rights and racial dominance in Cen-tral America”, PoLar 28 no.1 (2005): 10-28 O para el caso chileno Guillauma Boccara y Patricia Ayala, “Patrimonializar al indígena. Imaginación del multiculturalismo neoliberal en Chile”, Cahiers des Amériques Latines 67 no. 2, (2011): 207-228.

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“Esperamos que el Gobierno cambie de rumbos y que de una vez mate a los indios y los coloque en situación de vivir como los demás ciudadanos”2. Pero esta “muerte” del indio no era la, en ese entonces, prevista “extinción de una raza primitiva”. Se trataba de la muerte del indio pre-liberal, de un indio conservador o más bien de un indio conservado en una condición legal a ojos de Manquilef nefasta: la propie-dad comunitaria y la imposibilidad de enajenarla, ya que en definitiva lo condenaba a un estado de atraso y de pobreza. Manquilef, el liberal, anhelaba un horizonte de igualdad cívica respecto de la sociedad chilena, la que se basaba en un común acceso a la propiedad y al mercado.

Pero Manquilef, que aún no es neoliberal, considera que las bondades de un ingreso a la propiedad y al mercado, no son inmediatas ni automáticas, pues está consciente que un buen desempeño en el mercado requiere del manejo de ciertos códigos mínimos, es decir de educación y más es-pecíficamente de alfabetización. Pero lo interesante es que Manquilef plantea que condicionar el ingreso al mercado según el nivel educacional del interesado, puede funcionar como una motivación justamente para que los mapuche se instruyan. Manquilef habla de un “estímulo cultural”:

… es decir, mediante este proyecto podrán tener libre disposición sobre sus bienes solo los indios civilizados:

2 Manuel Manquilef, Las Tierras de Arauco (Temuco: Imprenta Mo-dernista, 1915), 37.

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los semi civilizados dispondrán de sus bienes en con-formidad a la ley de menores de edad y los analfabe-tos seguirán bajo el imperio de las leyes prohibitivas que rigen hasta hoy desde 18663.

Nótese el sentido de “cultural” en esta demanda: no se tra-ta aún del sentido antropológico de “cultura”, es decir ese sentido de raigambre romántica y que considera que todo grupo humano posee una cultura, es decir un conjunto (o sistema) particular de valores, creencias, instrumentos, ins-tituciones… No, este sentido no va a volverse corriente en los discursos políticos sobre y de los mapuche (o de otros pueblos indígenas) antes de la década de los ochenta. Se trata por el contrario del sentido humanista de cultura: la Cultura con c mayúscula, es decir la cultura como capital de erudición acumulable y fuente de distinción (como en la expresión “de-muestre su cultura, no escupa dentro de la piscina”). Y esta dimensión de acumulabilidad y de distinción es quizás lo que subyace al postulado de un concepto como el de “capital humano”, pero lo interesante es que en el caso de Manquilef la educación no es entendida como una inversión, sino como una condición pre-mercantil para acceder a la eventual inversión en bienes mercantiles, especialmente en el de la tierra. Así, en lugar de postular el ingreso al mercado como condición de acceso a la educación, Manquilef está plan-teando que, para hacer ingreso al mercado, es necesario el acceso a una educación, que sin ser exclusivamente estatal,

3 El Diario Austral, 11/9/26.

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sí asegure la transmisión de ese conjunto más bien universal de contenidos que constituyen la Cultura con mayúscula y la civilización como proceso. Y de paso lo mapuche pasa a funcionar como un suplemento identitario o un patrimonio de autenticidad, pero estrictamente confinado al ámbito pri-vado, es decir, excluido de toda normativa pública.

III

Una postura como la de Manuel Manquilef era posible y co-herente con un modelo aún clásico de la soberanía moderna, uno en el que los derechos dependían de un contrato entre individuo y Estado. Pero tras la Segunda Guerra Mundial, y el consecuente recelo hacia el principio de una autonomía jurídica absoluta de los Estados, se crea la ONU, y se pro-clama la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Se dibuja entonces cierto debilitamiento formal de dicha autonomía jurídica de los estados soberanos, abriéndose la puerta a la serie de tratados internacionales por los que éstos se irán comprometiendo ante la comunidad internacional a salvaguardar derechos de sujetos colectivos al interior de sus territorios4. De esta forma se crean las bases para que en las últimas décadas del siglo XX cristalice la figura de los pueblos indígenas como categoría jurídico política a nivel internacional.

4 James Anaya, Los pueblos indígenas en el Derecho Internacional (Ma-drid: Trotta, 2004), 84.

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Lo que me interesa notar tras el surgimiento de esta cate-goría global –la de los pueblos indígenas- es por un lado la correlación entre ese debilitamiento formal del principio de soberanía estatal moderno y el desarrollo de las corrientes neoliberales que en los mismos años entablan su crítica al intervencionismo estatal en lo que consideran el libre desen-volvimiento del mercado. Y por otro lado, el debilitamiento paralelo de la idea evolucionista de Cultura con mayúscula como contenido educacional o civilizatorio universal de los proyectos modernizadores, debilitamiento a su vez corre-lativo del surgimiento de la noción de diversidad cultural como una forma de patrimonio o incluso de capital global a ser fomentado por las instituciones e instrumentos jurídicos internacionales ya señalados, más específicamente el Con-venio 169 de la OIT de 1989, la Convención de la UNESCO para la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones culturales de 2005 o la Declaración sobre Dere-chos Humanos de Pueblos Indígenas adoptada por la ONU en 2007.

Ahora bien, la arqueología de los principios que informan muchos de estos tratados recientes se puede encontrar en los textos antropológicos de la posguerra, escritos en el contexto de la campaña de desracialización de los discursos científicos y políticos entablada por la UNESCO. Pienso más específica-mente en un librito publicado por Lévi-Strauss el año 1952, Raza e Historia, en el que monta justamente una crítica a las interpretaciones racistas y evolucionistas de las diferencias humanas, oponiéndoles una puesta en valor (veremos que la

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expresión no es anodina) de la diversidad cultural entendida como un recurso imprescindible para toda idea de progre-so. De esta forma procedía por un lado a relativizar la idea unívoca y eurocéntricamente definida de progreso diciendo que este “nunca es más que el máximo de progreso en un sentido predeterminado por el gusto de cada uno”5; postu-lado que en cierta forma ilustra el desmontaje de la noción humanista de Cultura, como un conjunto universalmente reconocido de contenidos culturales, y un intento de oficia-lización de la noción antropológica de cultura, la que en su relativismo permite valorarla más allá de sus contenidos específicos dando pie mediante la categoría de diversidad cultural a una valoración cuantitativa de la misma. Es decir, ante la ausencia de un patrón culturalmente universal de evaluación del valor de los rasgos culturales, se valorará la proliferación cuantificable de diferencias, esto es, de diver-sidad de las culturas. Valoración necesariamente abstracta, pues al despojarse de referentes cualitativos absolutos (como son los que propugna un ideal humanista de lo culto), solo le cabe apoyarse en el valor cuantificable de un “óptimo de diversidad”. De hecho Lévi-Strauss más que negar la noción de progreso en cierta forma la trata de hacer más universal al distinguirla del despliegue de un contenido cultural es-pecífico, y explicarla por el contrario como el producto de un equilibrio virtuoso entre mímesis y diferenciación: “Uno termina preguntándose si, habida cuenta de sus relaciones mutuas, las sociedades humanas no se definen por cierto

5 Claude Lévi-Strauss, Race et Histoire (París: Denoël, 1987), 68.

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óptimo de diversidad más allá del cual no pueden ir, pero bajo el cual tampoco pueden descender sin peligro”6.

Y aquí me gustaría proceder a una comparación, algo forza-da, entre la filosofía de Lévi-Strauss y la de su contemporá-neo Frederich Von Hayek. Digo algo forzada pues tanto por sus objetos de reflexión, por sus aparatos teóricos, como por sus posiciones políticas, es difícil plantear una identificación llana entre ambos autores. Sin embargo, se pueden recono-cer al menos dos actitudes que en cierta forma comparten. La primera que tiene que ver quizás con la época o incluso con cierta sintonía generacional, dice relación con una vi-sión –inspirada quizás por el surgimiento en esos años de la cibernética– del fenómeno social como un epifenómeno supraindividual, movido por reglas y lógicas que exceden las de una conciencia y una razón individual. Ahora bien, mientras Lévi-Strauss las explora en producciones colectivas como los sistemas de parentesco o los mitos, Hayek las iden-tificará eminentemente en la figura del mercado.

Y en relación a este último, es posible identificar como se-gundo punto de familiaridad, una común herencia liberal, en la medida en que ambos sostienen una concepción inter-cambiaria de la sociedad y la cultura. Recordemos que para Lévi-Strauss la cultura nace con el intercambio (la ley del incesto como obligación de intercambiar mujeres). Mientras que por su lado Hayek habla de la catalexis como ese orden

6 Ibídem, p. 15.

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espontáneo que nace de la interacción del conjunto de las economías individuales, y que en griego no solo significaría intercambio sino que también “admitir dentro de la comu-nidad” y “volver amigo al enemigo”7, fórmula muy semejan-te a la de Lévi-Strauss cuando escribe que “los intercambios comerciales representan guerras potenciales pacíficamente resueltas, y las guerras son la consecuencia de transacciones desafortunadas”8.

El intercambio entonces aparece como un mecanismo ge-nético supraindividual, por el cual sociedades y culturas emergerán como entidades provistas de lógicas irreductibles a los intentos más o menos voluntaristas de someterlas a con-tenidos culturales o políticos predeterminados, y basados en criterios que no consideren la autonomía de estos órdenes supraindividuales respecto de las consideraciones emanadas de puntos de vista anteriores o inferiores a este nivel autóno-mo de la interacción colectiva. Y claro, la diferencia es que mientras Hayek criticará desde esta perspectiva el proyecto socialista como la proyección de criterios antropomórficos o antropocéntricos en la evaluación y el manejo de fenómenos provistos de una racionalidad propia, y en ese punto análo-ga a la de los fenómenos naturales, Lévi-Strauss monta una

7 Frederich Hayek, Law, Legislation and Liberty vol. 2 (Londres: Routledge, 1988), 108.

8 Citado por Pierre Clastres, Arqueología de la violencia: la guerra en las sociedades primitivas (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2004),34.

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crítica a la pretensión de orientar las diferentes expresiones culturales a los criterios de una de ellas, la eurocéntrica, empobreciendo de esta forma la condiciones del progreso humano como el libre juego de los intercambios entre gru-pos humanos, pero un intercambio –y aquí se dibuja una diferencia entre ambos autores– cuyas condiciones deben ser resguardadas para neutralizar la tendencia entrópica a la pérdida de diversidad y a la homogeneización cultural producida por las condiciones de la globalización que instala el despliegue de la modernidad colonial europea desde el siglo XVI.

Pero al revisar las políticas desarrolladas por la ONU y la UNESCO desde fines del siglo pasado hasta el presente, con el fin de resguardar esta diversidad cultural amenazada, constatamos que pese a implicar eventuales limitaciones al libre desenvolvimiento de los mercados internacionales, instalando por ejemplo obstáculos jurídicos a la explota-ción de ciertos recursos en ciertos territorios indígenas, no pueden relevar el valor de esta diversidad cultural en un código que no sea el del modelo mercantil de asegurar una libre circulación, en este caso, de ideas y rasgos o “bienes” culturales diversos. Así, por ejemplo, si bien en documentos como la Convención sobre la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales9 se reconoce que “los procesos de

9 UNESCO, “Convención sobre la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones culturales” (París: 2005), fecha de acceso 30 de marzo de 2018.

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mundialización facilitados por la evolución rápida de las tecnologías de la información” constituyen un “desafío para la diversidad cultural”10 (Preámbulo), su objetivo es el de ga-rantizar “la presencia e interacción equitativa de las diversas culturas y la posibilidad de generar expresiones comparti-das”11 Y si bien se advierte (por ejemplo en el art. 8 de la Declaración Universal de la unesCo sobre la Diversidad Cultural del 2001) que los “bienes y servicios culturales (…) no deben ser considerados mercancías o bienes de mercado como los de-más”, las resoluciones adoptadas parecen buscar justamente el generar las condiciones de difusión en un espacio de cir-culación muy parecido al de un mercado parejo y trasparen-te, y cuando hablamos de mercado lo hacemos notando el hincapié que se hace desde un comienzo en el también muy liberal principio de la libre elección individual. De hecho, el artículo 3 de dicha declaración, titulado “La diversidad cultural, factor de desarrollo” se inicia con la siguiente frase: “la diversidad cultural amplía las posibilidades de elección que se brindan a todos”12.

Lo interesante es que esta transformación de la cultura en un recurso, se basa en la reivindicación de las culturas

10 UNESCO, “Convención”, Preámbulo.

11 Ver ibídem, Def. n°8.

12 UNESCO, “Declaración Universal de la UNESCO sobre la Di-versidad Cultural” (París: 2001) http://portal.unesco.org/es/ev.php-URL_ID=13179&URL_DO=-DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

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particulares como culturas de pleno derecho, es decir como culturas instaladas en un mismo plano de legitimidad que la de la Cultura occidental y con mayúscula, pero como vimos, al hacer esto se evacúa la referencia a un parámetro univer-sal para medirlas en términos de contenido, y de esta forma solo resta la dimensión cuantitativa de una mayor o menor diversidad de culturas como criterio político para su fomento (o para el fomento de un espacio más parejo de circulación de sus rasgos). Y de esta forma, más que a una anulación de la noción humanista y colonial de la Cultura con mayúscula como única forma de medición de un capital cultural, lo que se termina haciendo es integrar a las culturas con minúscula (las que por lo demás solo pueden expresarse bajo la forma parcial y metonímica de unos rasgos o bienes culturales) a esta forma globalizada y poscolonial de la Cultura con mayúscula. La Cultura funciona entonces como una acu-mulación de culturas, y tiende a la forma de un mercado de bienes culturales ante los que se enfrentará un consumidor abstracto, hipostasiado en la figura de la humanidad como sujeto trascendental de las diferencias culturales.

En este marco la cultura ha sido codificada en términos pa-trimoniales, y así, en una forma de recurso que bien puede ser entendido en términos de unas ventajas comparativas con la que naciones y poblaciones específicas pueden entrar en competencia. No es otro el sentido con que por ejem-plo Joaquín Lavín, cuando era ministro del Ministerio de Desarrollo Social, y tras conocer la experiencia del Estado neozelandés con los maoríes, hablaba de la necesidad de

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“mapuchizar a los chilenos”, es decir de “transformar eso en parte de la riqueza de Chile”13.

Así vemos cómo a la figura de la humanidad como consumi-dor universal de diversidad cultural le deberá corresponder la figura correlativa de la humanidad como ofertante de esta diversidad, es decir a la humanidad como espacio de oferta y de demanda de diversidad cultural. Y en este mar-co se puede comprender que la diversidad cultural puede integrar ese nuevo tipo de capital que se instaló en el pro-grama neoliberal en las mismas décadas en que comienzan a firmarse las convenciones que vinieron a salvaguardar los derechos colectivos de los pueblos indígenas. Estoy pensan-do en la figura del capital humano, capital que como bien nos recuerda Raúl Rodríguez, tiene la particularidad “de ser inseparable de quien lo porte”14, y que tiene que ver con el capital educacional con que los actores entran en com-petencia en un mercado laboral. La cuestión es que, en un régimen multicultural, los contenidos de dicho capital de-ben adaptarse a la incorporación de la diversidad cultural como parte de sus activos. En cierta forma se fomenta una práctica de puesta en valor de esa ventaja comparativa que consiste en contar con un “cuánto” de diversidad cultural, el mismo que Lavín promovía a nivel nacional, pero esta vez a nivel individual. Recordemos que Manquilef también

13 La Tercera 2/8/2012.

14 Raúl Rodríguez, “Capital humano”, en Mary Luz Estupiñán (ed.) El abc del neoliberalismo (Viña del Mar: Communes, 2016), 108.

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consideraba la diferencia cultural (pero que en esos años se entendía en términos de diferencia racial) como un suple-mento identitario y privado, pero que la razón multicultural en su articulación con una tecnología neoliberal ha devuelto al ámbito público como una forma del capital en general, y del capital humano en particular.

Hay que tener presente que la posibilidad de esta transfigu-ración del suplemento identitario racial en capital humano culturalmente valorizado, depende justamente de la revoca-ción del paradigma racialista que organizó las diferencias humanas antes de la segunda guerra mundial, por las políti-cas anti-racialistas que como vimos implementó la ONU y el pensamiento antropológico a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Y aquí Lévi-Strauss vuelve a señalar un mo-mento fundacional en esta racionalidad, cuando planteaba en los años cincuenta la llegada de un humanismo al fin democrático, uno que se desmarca del humanismo aristo-crático que reconoció como humanidad a las culturas de la antigüedad, como del humanismo burgués que reconoció como humanidad y civilización a las culturas orientales. Este tercer humanismo, sería según él, uno efectivamente democrático no solo por preocuparse de las producciones de sociedades materialmente más modestas, es decir de aquellas culturas dedicadas a formas “perecederas del mo-numento”, formas inmateriales como sistemas de parentesco o sistemas míticos, sino que también por ser producciones compartidas por todos los miembros de un grupo y no solo

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por algunos individuos.15 Lévi-Strauss sentaba así las bases de lo que más tarde conoceríamos como patrimonio in-tangible, patrimonio asociado a sociedades supuestamente ajenas al registro material de sus producciones intelectua-les, las famosas sociedades de tradición oral. El problema es que al desbancar la jerarquización biológica de las razas que codificaba al cuerpo racializado como índice de esa in-traductibilidad entre los grupos humanos, y así refutar una jerarquización evolutiva de las culturas mediante la reivin-dicación de las formas inmateriales de civilización, en cierta forma dejaba entrar por la ventana el intraducible corporal que antes vehiculó la raza, pues la única manera de acceder legítimamente a esos contenidos culturales intangibles y co-lectivos, es mediante la presencia corporal de un individuo que los encarne y los comunique (algo muy parecido a la figura etnográfica del informante). Y de esta forma la idea de un capital de diversidad cultural termina constituyendo algo muy cercano a ese “capital inseparable de quien lo por-te” que define al capital humano.

IV

Podemos volver aquí al episodio con que comienza este ar-tículo, y a la idea de dios o de lo espiritual como la única forma de nombrar aquello que no es susceptible de entrar en

15 Claude Lévi-Strauss, “Les trois humanismes”, en Anthropologie structurale deux (París: Plon, 1996), 319-322.

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el intercambio mercantil. Una respuesta posible tiene que ver justamente con el hecho de que el intraducible político que indicaba la raza fue desmaterializado hacia esas formas intangibles del patrimonio y la cultura. El problema es que como vimos la valoración multicultural de las diversas cul-turas carece de un referente cultural que permita instalar criterios positivos de su valor, y esto toma la forma abstracta de una cantidad de diversidad cultural (análoga a la de la biodiversidad) por resguardar. De esta forma podemos de-cir que, si antes el intraducible de la diversidad humana se encarnaba en la irreductible materialidad de una raza, la razón culturalista no hizo más (ni menos) que traducir ese intraducible material en los términos igualmente intraduci-bles de lo espiritual, otro nombre con que la traducción se nombra a sí misma. De ahí la omnipresencia de lo espiritual en los instrumentos dedicados a la salvaguarda de los dere-chos de pueblos indígenas, como suplemento a criterios más traducibles como son los derechos económicos, jurídicos, educacionales, históricos o incluso religiosos. Todo ocu-rre como si lo espiritual fuera el nombre con que la razón multicultural nombra el espacio de traducción universal, la universal cambiabilidad de los bienes culturales en su devenir valores de cambio cultural. Y en algo resuena aquí la idea hayekiana del mercado como una metatradición, en la que viene a competir un acervo de tradiciones16.

16 “El mercado tiene una vocación universal a ir más allá de sí mismo, hasta convertirse en la metatradición que engloba tradicio-nes variadas aunque necesariamente adaptadas a las realidades de la competencia mercantil (de la misma manera, si se quiere, que la

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Slavoj Žižek plantea que los actuales fundamentalismos étnicos y religiosos lejos de responder a un movimiento de regresión pre-moderna, corresponderían a la culminación de un proceso propiamente posmoderno de emancipación radical de la “Cosa étnica” respecto de las formas modernas de la articulación de lo particular en las formas de universalismo que pretendía en-carnar el Estado-nación, así como de las determinaciones eco-nómicas y de clase que cruzan las lógicas del antagonismo polí-tico17. Se podría decir que desde su perspectiva la “Cosa étnica” deviene un fetiche en el sentido marxiano del término, debido a la obliteración que opera respecto de sus condiciones históricas (económicas y políticas) de producción (o enunciación). Y agre-ga este autor que en el contexto del capitalismo global, en el que se experimentaría una forma de (neo)colonialismo corpo-rativo supranacional, y por lo tanto vacío de contenidos nacio-nales y culturales específicos (correlativo del común “post-co-lonialismo” de Lévi-Strauss como de Hayek), se desarrolla el multiculturalismo como “un racismo que vacía su posición de todo contenido positivo (…) [pero que] mantiene esta posi-ción como un privilegiado punto de vista vacío de universalidad”18.

concepción norteamericana contemporánea del multiculturalismo hace coexistir culturas muy diversas, sometidas, sin embargo, a la condición de que acepten el principio mismo de esta coexistencia)” (Jean- Pierre Dupuy, El sacrificio y la envidia. El liberalismo frente a la justicia social (Barcelona: Gedisa, 1998), 277).

17 Jameson, Fredric y Žižek, Slavoj, Estudios Culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo (Buenos Aires: Paidos, 1998), 137-188.

18 Slavoj Žižek, “Multiculturalism or the cultural logic of multi-national capitalism”, New Left Review 225 (1997): 28-51, 44.

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Sin embargo, en el caso de los pueblos indígenas la “Cosa étnica” y el valor patrimonial de su diversidad, aparecen jus-tamente en oposición al carácter negativo de los fundamen-talismos, y lo hacen remitiendo a la dimensión espiritual, que en su carácter suplementario y vacío parece funcionar como la contracara de ese “punto de vista vacío de universa-lidad”. Lo espiritual aparecería entonces como el fetiche de este postulado de universalidad multicultural, en la medida en que, y de forma análoga al fetichismo fundamentalista de la particularidad, suspende la pregunta por las condiciones históricas, los antagonismos políticos y las determinaciones económicas de su producción (o de su enunciación).

De esta forma se podría decir que mediante esta instalación de la espiritualidad indígena como significante vacío de la diversidad cultural, la modernidad tardía intenta mediar entre la distancia que separaba el carácter siempre universal y por lo tanto occidental del Espíritu en singular, y el carác-ter exotizante de los espíritus en plural. En otras palabras, la espiritualidad indígena funciona como el dispositivo o el su-plemento por el cual esa otra expresión del Espíritu, a saber, la Cultura en su sentido humanista y con mayúscula, puede capitalizar la multiplicidad de espíritus con minúscula, es decir, la irreductible diversidad de culturas en su sentido an-tropológico. El “punto de vista vacío de universalidad” pasa de la Historia con mayúscula (y por lo tanto de Occidente), como sujeto trascendental de la acumulación evolucionista de bienes culturales, a la Humanidad con mayúscula como sujeto trascendental de una acumulación espacial de bienes

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culturales codificados por la puesta en valor de la diversidad cultural, y esto mediante el establecimiento de la categoría espiritual como común medida del valor.

Desde esta perspectiva marxiana se podría decir que en el caso de los fundamentalismos la Cosa étnica aparece como un fetiche, es decir como un ente autónomo que puede ac-tuar y entrar en conflicto al modo de una guerra de religio-nes, culturas o civilizaciones, como si fueran ellas mismas las que entraran en contacto, y no los actores y redes sociales concretas que las enuncian en contextos históricos, políticos y económicos específicos. Mientras que en el caso de los pueblos indígenas su especificidad cultural es fetichizada a través de su universal participación en lo espiritual como va-lor de cambio de la diversidad cultural, como patrimonio de la Humanidad global y por lo tanto como fetiche abstracto de la universalidad. En ambos casos la operación fetichista realiza una deshistorización de las condiciones específicas de producción de estos enunciados de etnicidad.

En este marco no deja de ser significativo que el año 2001, el mismo año en que el gobierno de Ricardo Lagos publicaba el Informe de Verdad Histórica y Nuevo Trato, con que se inten-taba dar un referente histórico, pero también culturalista, a las condiciones de una política indígena en Chile, fuera el año en que se aplicaba por primera vez la Ley Antite-rrorirista a dos comuneros mapuche, y que además la Casa de Moneda lanzara una nueva moneda de cien pesos, una en que figura una mujer mapuche ataviada con sus joyas

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e indumentaria típica. En cierta forma la moneda de cien pesos está señalando una suerte de capitalización nacional de ese capital global y abstracto de diversidad cultural que la razón multicultural busca resguardar. Se podría decir que con esta moneda Chile reconoce en los mapuche su propio capital de diversidad cultural, es decir, su propio capital de espiritualidad intransable. ¿Y qué mejor forma de resguar-dar algo, una etnia, un espacio ceremonial o un dios, sino es amalgamándolo con aquello que encarna la pura transabi-lidad? La pregunta que persiste es hasta cuándo seguiremos pensando que la única forma de sustraer bienes, personas, territorios, etc., del mercado es volverlos cosas espirituales…

En los años veinte, Carl Schmitt decía que todos los concep-tos de la teoría moderna del Estado eran conceptos teológi-cos secularizados19. ¿No será que tras el proceso colonial y su actual reformulación multicultural a la teoría política de los pueblos indígenas le ocurrió el fenómeno inverso?

19 Carl Schmitt, Teología política (Madrid: Taurus, 2009), 37.

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Inclusión

Manifiesto de Sedición Feministao Manifiesto Feminista de Sedición1

María Galindo

1 Este texto fue presentado en forma de conferencia en el Parlamen-to de los cuerpos, organizado por Paul Preciado en la Documenta 14, tuvo dos versiones similares pero diferentes; una para Kassel en Alemania y otra para Atenas en Grecia. Puedes ver la versión audio-visual de esta conferencia en: http://www.documenta14.de/en/calendar/19046/manifiesto-de-sedicion-feminista [nota de la autora].

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Mujeres Creando

orque no podemos hablar y seguir hablando de los horrores del neoliberalismo, sin hablar de propuestas concretas de contestación. Porque no podemos quedarnos en la denuncia, porque hemos

hablado mucho de neoliberalismo y corremos el riesgo de simplemente repetirnos les presento este texto que tiene la

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osadía de ser una teoría de la subversión política feminista en 7 pasos.

En otras palabras me planto frente al neoliberalismo para preguntarme y responderme ¿por dónde luchar?, ¿cómo abrir camino?, ¿cuáles son las grietas de intervención sub-versiva que veo?, ¿cómo aprovecharlas, cómo transitarlas, cómo identificarlas para seguir construyendo esperanza?

No son ideas que salen desde la academia, sino que salen desde un cuerpo colectivo, desde un movimiento. Es impor-tante decir que los movimientos son lugares de construcción de conocimiento, no son únicamente lugares de acción y experiencia que necesitan que un académico venga a legiti-marlos. Esto hay que repetirlo hasta el cansancio, para que no nos resignemos a la traducción aséptica académica de nuestros quehaceres y para que todo lo que hagamos seamos capaces de convertirlo en propuesta, pensamiento y teoría.

Esta teoría de la subversión feminista que planteo nace en las entrañas de las reflexiones feministas, pero constituye un aporte que puede remover por fuera de las fronteras del feminismo, eso es lo fascinante. Puede ser aplicada al eco-logismo como a la lucha de los y las discapacitadas, puede servir de instrumento de crítica a los indianismos y a los indigenismos como también puede servir para enfrentar las lógicas y dinámicas desde el poder estatal sobre cualquier sujeto en lucha. No tiene la pretensión de ser universal, pero sí la fuerza y la capacidad de trascender las fronteras del

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feminismo como campo de lucha. Lo que está en juego es la esperanza social, la vida de todos y todas, el futuro y el presente también.

Entre paréntesis

Empiezo con algunas posibles formas de definir Mujeres Creando, el movimiento al que pertenezco hace 25 años.

Mujeres creando podría ser definido como una guerrilla urbana feminista anarquista sediciosa y no violenta.

Puede ser definido como un movimiento feminista anarquis-ta autónomo de los partidos políticos, las iglesias, el estado, los partidos y las oenegés.

Puede ser definido como un espacio de construcción de alianzas insólitas y prohibidas que se sintetiza en la

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capacidad de construir un espacio común de indias, putas y lesbianas juntas, revueltas, hermanadas.

Puede ser definido como una fábrica de producción de justi-cia concreta y tangible.

Puede ser definido como un referente de creatividad, intran-sigencia, rebeldía y locura para toda la sociedad.

Puede ser definido como un taller abierto experimental de pensamiento y acción que comulga trabajo manual, trabajo intelectual y trabajo creativo como tres partes indisolubles de un mismo proceso. Puede ser definido como el movimiento gestor y constructor de la propuesta de despatriarcalización como propuesta al-ternativa a la gran corriente de inclusión y asimilacionismo en el que han caído gran parte de los feminismos a escala mundial. Puede ser definido como el movimiento gestor de la tesis de la despatriarcalización como una tesis de intervención de la gran corriente política de la descolonización que evita nuevamente la necesidad de interpretar la matriz colonial como una matriz patriarcal.

Y podría continuar llenando páginas y páginas de sintéticas definiciones de nosotras; puñado de locas, de rebeldes, de desempleadas, de agoreras, de tercas, de desadaptadas que

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hemos decidido construir colectividad y movimiento como la única forma de existir y transcender, como la única forma de transformar y subvertir el orden patriarcal.

Paso 1: Punto de partida de este tiempo: No hay vanguardia, no hay sujeto revolucionario por excelencia.

La desaparición y la disolución del proletariado marca un quiebre muy importante en las posibilidades de organiza-ción. El proletariado se consideró universal, las feministas dijimos hasta el cansancio que no era universal, pero más allá de su condición de no universal y de sus propias preten-siones universalistas, el proletariado tenía la capacidad de cohesionar, articular y dinamizar muchas luchas importan-tes. La crisis y disolución del proletariado producida por el neoliberalismo deja ese espacio social vacío, hueco, deja una sensación inevitable de carencia, queda el léxico proletario, pero no hay proletariado.

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La idea de sustituir la vanguardia proletaria por otra van-guardia, resulta un esfuerzo parche e inútil.

Proponemos por tanto asumir el vacío de vanguardia, no hay ni existe vanguardia revolucionaria, pero también y al mismo tiempo proponemos superar la idea de vanguardia revolucionaria.

Al interior del imaginario de la lucha proletaria se gestó una especie de “Salvador” protagonista y héroe de la historia. Un salvador masculino por excelencia, caudillista, militaris-ta, heroico y fundado en la figura del guerrero. Ese salvador que ha perdido la credibilidad, es un salvador que está solo, que está abandonado y que no halla su lugar porque ha per-dido ese lugar que tenía. Es por tanto otro rasgo de nuestro tiempo la muerte política de los Che Guevaras, la muerte de su sentido político. La muerte del guerrillero no en la batalla, sino en el descrédito. La nulidad e inutilidad de su campo de batalla y de su heroísmo.

Lo que nos interesa es el desafío que marca este vacío, esta ausencia de vanguardia, esta ausencia de sujeto aglutinador de luchas. No hay vanguardia ideológica, no hay vanguar-dia militar, ni política y esto es muy importante.

Lo interesante es que esto que parece ser un momento de derrota marcado por la orfandad que deja el héroe, noso-tras nos atrevemos a leerlo como desafío, interpretamos el vacío de vanguardia, la ausencia de caudillo redentor y la

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disolución del proletariado como marcas de nuestro tiempo de lucha que constituyen un desafío radical para reinven-tarlo todo.

Hoy podemos afirmar como punto de partida que: Ningún acto heroico como lucha social nos sirve.El acto heroico salvador ha perdido sentido y valor.El acto de inmolación y martirio han perdido sentido también.

Estamos muriendo y siendo asesinadas en la lucha pero estos no son actos de martirio, son muertes anónimas sin espectacularidad, sin luto, sin un grupo de Madres de Pla-za de Mayo que haga una lista de nombres de torturados y desaparecidos. No son muertes de mártires porque no hay recuento de víctimas, ni de sus sueños, ni de sus nombres, ni de los lugares que ocupaban en sus respectivas sociedades, son muertes que están marcadas por la insignificancia, el anonimato y el acto simplemente sacrificial. El neolibera-lismo por tanto tiene fosas comunes de víctimas sepultadas desde una forma de violencia que no da margen más que para el sacrificio.

Esto nos conduce a la responsabilidad de marcar formas de lucha no violenta, donde no estemos exaltando la muerte sino la vida, formas de lucha placenteras que puedan ser escenarios de felicidad también.

Formas de lucha donde no hay por qué agotarse en eternos y agotadores debates que especulen sobre una perspectiva

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ideológica singular y totalizante, sino que sea posible pen-sar en una multiplicidad y en una complejidad ideológica y también, por supuesto, en una complejidad organizativa, siempre abierta y siempre incompleta.

Paso 2: ¿Qué está pasando a escala mundial con la democracia liberal representativa?

Podemos afirmar que esa democracia liberal representativa está agonizando, que está prácticamente muerta. Podemos decir que quienes nos representan nos sustituyen, nos suplan-tan, nos utilizan. La democracia liberal representativa es un aparato de simulación y su decantamiento como aparato de simulación tiene escala planetaria: en sociedades tan lejanas como puede ser Grecia o México la formalidad de un apara-to llamado “democrático” no basta ni al sentido común para calificar dichos regímenes como democráticos. En escalas diferentes está pasando lo mismo en un sinnúmero de países.

Las rutinas llamadas democráticas del voto, las elecciones y la constitución de representación popular parlamentaria están completamente desgastadas y las voces sociales no tie-nen acceso a ser escuchadas, tomadas en serio, a formular propuestas o señalar problemas.

¿Pero qué significa esto para un maricón, para una india, para una desempleada que están en el lugar del completo

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anonimato sin acceso a la opinión, a la palabra, al reclamo, ni a la propuesta? ¿Qué puede significar eso para quien está en un hospital público en la puerta sin acceso a la atención médica, para quien tiene que huir para subsistir o para quien está frente a la justicia sin instrumentos para defenderse? ¿Qué significa eso para la madre de una hija asesinada por la violencia machista? Parece que no significara nada y que la agonía de la democracia liberal representativa estuviera muy lejos de sus preocupaciones y tensiones cotidianas.

En Chile puede Piñera sustituir a Bachelet o en Argentina Macri a Kirchner pero, ¿qué significa realmente ese juego pendular para nosotros y nosotras y nuestras vidas y sueños?

A mi modo de ver significan tres elementos centrales:Estamos frente al final, al eclipse del discurso de derechos con el que el neoliberalismo nos ha tenido jugando a todos los movimientos.

El neoliberalismo está dispuesto a darnos de forma retó-rica todos los derechos que se nos ocurra por separado y de manera perversa. Al mismo tiempo ese mismo aparato estatal neoliberal está dispuesto a quitarnos todos esos mis-mos derechos que nos dieron de forma retórica y cuando les conviene. Eso supone estar atrapados en una suerte de ma-nipulación política de los movimientos, una especie de jaula invisible. La política de derechos es una jaula invisible que nos inmoviliza y nos confunde. Las mujeres lo sabemos muy bien porque hemos visto cómo, por ejemplo, en Argentina o

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Bolivia se ha aprobado antes una ley de identidad de género o de matrimonio igualitario y que los mismos regímenes no han estado dispuestos a despenalizar el aborto. Aislando a las mujeres del núcleo de alianzas políticas con el universo marica por ejemplo.

Desde el sentido común hablarnos de derechos y hablar de derechos parece ser un acto positivo, sin embargo, es un acto rutinario que nos estanca y nos encamina en un círcu-lo vicioso que no nos permite acceder a una interpretación más compleja de las opresiones sociales y la conexión entre opresiones que es imprescindible para comprender la lucha de forma más profunda que la jornada por la conquista de un derecho.

Es también el final del discurso y paradigma de la igualdad. Esta tesis de largo aliento de la igualdad que nace con la revolución francesa. La tesis de la igualdad es una lápida de mármol y nada más. Es el fin del discurso de la igualdad que es en última instancia el único soporte de la democracia liberal. No solo la igualdad hombre-mujer, sino las otras igualdades sociales; la igualdad ante la ley, la igualdad de derechos entre los seres humanos en un mundo dominado por múltiples formas de jerarquía y dominación. El discurso de la igualdad ha funcionado como un espejismo, como una trampa. El fin del discurso de igualdad nos permite refor-mular nuestros discursos y nos exige afilar los argumentos para abrir otros debates y otros campos semánticos de lucha que no sea la lucha por, ni desde derechos. La caída, el fin

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del discurso de igualdad, nos abre el fin de la retórica de la igualdad y de su efecto narcotizante.

Tenemos también que entender que el discurso de derechos ha sido el origen de una suerte de fragmentación identita-ria, es el origen de la introducción de los guiones oficiales funcionales al sistema dentro los movimientos, el discurso de derechos es el que nos ha frenado en la capacidad de construir interpretaciones más complejas de las formas de opresión simultánea que vivimos.

Paso 3: Ya sabemos y eso no está en discusión, que necesitamos construir horizontes anti capitalistas, anti patriarcales, animalistas, anti racistas, anti coloniales, ecologistas. Etc. etc.

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Es una larga complejidad la que necesitamos y queremos. Pero al mismo tiempo esa aspiración muchas veces se queda en un enunciado políticamente correcto y nada más.

Nos toca preguntarnos cómo se hace esa política que que-remos, cómo se la teje, cómo se la concreta. En qué horno se puede cocinar esa complejidad que es una complejidad imprescindible que no estamos ya dispuestos a poner en discusión. O hacemos una política anticapitalista o acepta-mos la muerte, o hacemos una política despatriarcalizadora o aceptamos la muerte, o hacemos una política animalista ecologista o aceptamos la muerte, y así sucesivamente.

Lo que yo propongo, lo que nosotras proponemos, es que eso es solo posible a través del sujeto político, solo el sujeto políti-co real puede hacer esa operación ideológica de conectar ra-cismo con capitalismo, patriarcado con régimen sexual, etc.

¿Cómo es ese sujeto si no hay vanguardia, si el proletariado no pudo hacerlo?

Nosotras planteamos la construcción de un sujeto meta-fórico complejo que lo llamamos indias, putas y lesbianas juntas, revueltas y hermanadas. Es metafórico porque es convocante. Es metafórico porque se instala a partir de los lugares que funcionan como símbolos complejos en el que caben todas aquellas y aquellos que se sienten convocados desde la insubordinación y la desobediencia, desde la rabia y las ganas de luchar.

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Lo interesante de este sujeto metafórico es la complejidad, la heterogeneidad, pero sobretodo la construcción de alianzas que están prohibidas y que son insólitas. Que están prohibi-das, que son inaceptables y que son indigestas.

Aquí es importante ir a un ejemplo concreto. Cuando pen-samos donde está el neoliberalismo inmediatamente pen-samos en el ajuste estructural o el control de las materias primas en manos de transnacionales supraestatales, pero pocas veces pensamos en las formas como el neoliberalismo pasó por nuestros movimientos para domesticarlos.

Nuestros movimientos pasaron por una domesticación neo-liberal. Nos entrenó en organizarnos de forma homogénea en torno de identidades implicando cada una de estas identi-dades sujetarnos a un denominador común y bajo una lógica de pares: maricón con maricón, campesino con campesino. Es esa lógica la que un sujeto complejo es capaz de romper, ¿para construir qué? Para construir un lugar subversivo.

¿Qué es lo subversivo?

El vínculo, la relación entre lo que está prohibido es lo subversivo. Nuestros movimientos por ausencia de esos vínculos se han convertido rápidamente en espacios de-masiado homogéneos, demasiado repetitivos y es eso lo que yo invito a romper. Romper los límites identitarios en los que nos hemos encerrado a partir justamente del dis-curso de derechos comprendidos de forma fragmentaria.

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Fragmentación de los sujetos que hace nuestra política predecible y funcional.

Fragmentación de derechos que hace nuestra política una política meramente reactiva, donde no tenemos estrategias para tomar la iniciativa, por eso siempre estamos solo re-accionando. Secuestrados en una dinámica de demanda/concesión que no nos permite ir ni ver más allá.

Fragmentación de los movimientos que nos impide realmen-te acceder a una política y una comprensión compleja de la trama de opresiones. El problema no es lo que vamos a reclamar, sino lo que estamos construyendo.

Me gustaría plantear algunos elementos de cómo se hace: ir más allá del discurso de la víctima: el discurso de la víctima no es un discurso subversivo. El discurso de la víctima es muy conservador, muy cómodo y muy repetitivo.

Puede incluso revertirse contra la víctima y convertirse en un discurso muy reaccionario; es por ejemplo lo que nos está pasando a las mujeres en todo el continente en América Lati-na con la violencia machista. Esto lo digo porque la violencia machista se está convirtiendo en un tema policiaco judicial.

Hay que ir más allá del discurso de la víctima y más allá del testimonio porque la víctima solo puede dar testimonio de su dolor. Una vez, dos veces y repetirse hasta la anestesia total de su dolor. Lo que no puede es hablar por fuera de

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ese guión de víctima y es ese guión el que hay que romper. ¿Cuándo puede la víctima hablar por fuera de su guión de victima?, cuando deja de ser víctima, cuando trasciende su propia victimización.

Es cuando nosotras hablamos de la palabra en primera per-sona.

No a nombre del pueblo, no a nombre de los pobres, no a nombre de las mujeres, no a nombre de las mujeres en pros-titución. La palabra en primera persona es políticamente subversiva y potente.

El lugar de la primera persona es un lugar simplemente im-prescindible y vital para la lucha social. Cuando hablas en primera persona, la primera en ser puesta en cuestión eres tú misma, por eso dejas de ser victima, y dejas de repetir el testimonio de tu dolor. Despiertas de la anestesia.

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Paso 4: ¿cuál es el papel de la ideología?

En este tiempo neoliberal de largo aliento, la ideología pare-ce ser lo más inservible que tienes en la cartera. No puedes botar tu cepillo de dientes pero puedes botar la ideología porque parece ser simplemente inútil, es cargosa, es pesada y no nos va a llevar a ninguna parte.

Hay un proceso muy fuerte de desideologización de nuestros movimientos justamente ligado al discurso de derechos que ha sido asumido muy fácilmente sin preguntarnos más allá. Creo que es importante por tanto repensar el lugar que tiene o debería tener la ideología en un tiempo y una lucha en contexto neoliberal.

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Deberíamos entender la ideología como un componente de construcción colectiva de ideas que nos cohesionan, que nos permiten establecer conceptualmente nuestras relaciones. Es importante entender que la ideología no es algo que está terminado y que simplemente hay que entender para repetir. Si el feminismo fuese una ideología para entender y repetir da flojera y es como para tirarlo a la basura. Pero si la ideología es un conjunto de ideas colectivas que están siem-pre sin acabar, entonces sí vale la pena como construcción colectiva y como lugar común donde aportar y enriquecerte al mismo tiempo.

Hay que hacer una crítica a la ideología en lo que fue la izquierda latinoamericana y es el hecho de que en Latinoa-mérica la ideología se convirtió en un paraguas para decir que somos los revolucionarios de la historia, pero no se de-sarrolló nunca un camino para concretar la ideología. Por ejemplo a la pregunta con qué se come el feminismo, la res-puesta tradicional sería no, el feminismo no se come es algo que hay que saber, que está lejos de tu vida y que hay que leer miles de libros para entenderlo. Nosotras planteamos la necesidad fundamental de traducir la ideología en lo que llamamos política concreta. En pocas palabras queremos un feminismo que se pueda comer y que se pueda tocar, que tenga un lugar en la vida cotidiana y que parta también de la vida cotidiana como fuente. Brevemente, entender que el quehacer ideológico no es exclusivamente discursivo, sino práctico. Somos una especie de laboratorio de producción de un feminismo concreto que se puede tocar, que se puede

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comer, que se puede disfrutar, que se puede ver, que se cons-truye en los hechos y la realidad de muchas mujeres.

Producir justicia feminista, producir economía feminista, producir solidaridad feminista.

No trabajamos solo sobre las utopías sino también sobre las urgencias, por lo tanto, para nosotras el papel de la ideología es convertirse en política concreta.

Paso 5: ¿dónde podemos actuar? ¿Cuál es el lugar que podemos tener para todo esto?

Ese lugar es la calle. La calle es un afuera radical. La calle es un afuera de la institución. Afuera de la institución arte. Afuera de la institución parlamento. Afuera de la institución academia. Es un afuera grande, desafiante, importante, his-tórico y que nos está permitiendo confluir.

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Por poner el ejemplo de lo que estamos haciendo las mujeres con la calle. En todo el continente estamos convirtiendo la calle en un medio de subsistencia, de confluencia, levantan-do ciudades efímeras paralelas donde se convive bajo otros parámetros distintos donde convertimos la calle en: “mi casa sin marido y en mi trabajo sin patrones”. Pero la calle es también el escenario de las grandes luchas históricas de los pueblos. La calle es el lugar de confluencia de esas luchas. La calle marca el color y la poesía de nuestra lucha, la calle marca la estética y la ética de las luchas. La calle es el lugar donde tomar la palabra y poner el cuerpo.

La calle marca los ritmos de la lucha. La calle es un afuera repleto de expectativas, tiene una boca voraz, una sed de justicia que imaginamos y soñamos. La institución no puede satisfacer las expectativas de felicidad, de hambre, de fiesta que habitan la calle. La institución marca un sentimiento de incapacidad pero al mismo tiempo de frustración y de insatisfacción. Cuando hablamos con la gente en la calle y le preguntamos qué quiere, esa gente no necesita filósofos, artistas, ni medios de comunicación para saber lo que quiere y esa gente de la calle, esa gente de a pie quiere todo. Eso es muy seductor y muy desafiante. Es muy intenso y muy esperanzador, por eso es posible encontrar en la calle gente que hace la siesta, gente que se monta medios de subsistencia hipercreativos, gente imposible de ser disciplinada por insti-tución educativa o laboral alguna.

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Paso 6: no queremos derechos, queremos revolución.

No queremos migajas, queremos revolución.

Yo veo algunos problemas en esta revolución que queremos. Creo que todavía somos herederos y herederas del concep-to marxista-leninista de revolución. Es un concepto que te plantea la revolución como algo lejano e inalcanzable. Es un concepto que te plantea la revolución como el acto heroico de matar al enemigo para tomar el Estado en nombre de un tercero. Tenemos que ser capaces de revisar, replantear, lavar, teñir, tejer, cocinar otra manera de entender la revolu-ción. Entre resignarnos al chantaje neoliberal y no sucumbir a un concepto arcaico, caduco, heroico y patriarcal de revo-lución, tenemos el desafío de construir, de concebir nuestra propia revolución desde otra visión.

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Inclusión · 239

Quiero cerrar con un artículo imaginario de constitución del parlamento de los cuerpos que es donde estas ideas fue-ron verbalmente expresadas.

PARLAMENTO DE LOS CUERPOS

Articulo único

Queda constituido el parlamento de los cuerpos como una “no-institución” instalada en la calle, el parlamento de los cuerpos es la calle como un afuera radical desde donde se puede modificar y hacer historia.

La intención es abrir un espacio de confluencia de luchas dis-pares y desconectadas para romper el cerco conceptual en el que inevitablemente resbalamos. La idea entonces es darnos la oportunidad para intercambiar claves de subversión del orden establecido para que nuestras luchas sean menos an-gustiosas, más divertidas, más efectivas y menos lentas.

El único sentido de este parlamento es el de generar el desor-den mundial en múltiples sentidos al mismo tiempo.

En este parlamento no se legisla, no se concede ni expropia derechos, ni se construye o patrimonializa representación política de nadie.

En este parlamento se respira, se conspira y se transpira.

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Sobre autores · 241

Sobre los autores

Sergio garcía. Doctor en Antropología Social y profesor de Sociología y de Trabajo Social. En sus investigaciones ha abordado la producción del dispositivo securitario y la gestión de la seguridad, así como las lógicas de funciona-miento de la intervención social. Como miembro de las Brigadas Vecinales de Observación de DDHH y participante en el Grupo de Periferias del Observatorio Metropolitano de Madrid, en los últimos años ha venido participando en distintos proyectos de investigación militante. Junto a Dé-bora Ávila coordinaron el libro “Enclaves de riesgo. Gobierno neoliberal, desigualdad y control social” (2015).

Débora Ávila. Profesora e investigadora militante en torno a políticas sociales neoliberales. Forma parte de experimen-tos políticos como la red metropolitana Ferrocarril Clan-destino, Yo Sí Sanidad Universal o La Escuela de Afuera. Es miembro del Observatorio Metropolitano y, desde hace años, trabaja con Marta Malo en una investigación multi-forme sobre la gubernamentalidad neoliberal de lo social

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denominada «Manos Invisibles» (www. manosinvisibles.net). Desde 2011 colabora en la plataforma Carabanche-leando, la cual busca analizar en clave colectiva y anclada en un territorio, el barrio de Carabanchel. Junto a Sergio García coordinaron el libro “Enclaves de riesgo. Gobierno neoli-beral, desigualdad y control social” (2015).

María StegMayer. Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Su tesis de doctorado se ti-tuló “Zonas de inquietud. Poder, violencia y memoria en la literatura argentina contemporánea (1995-2010)”. Es docente de las carreras de Sociología (UBA) y Diseño Grá-fico (UBA). Fue becaria doctoral y posdoctoral del CONICET. Actualmente, es investigadora del Instituto Gino Germani (FSOC-UBA) donde prosigue las líneas de trabajo de su tesis doctoral en un corpus ampliado de literatura argentina y latinoamericana contemporánea. Es autora de numerosos artículos publicados en revistas académicas nacionales e in-ternacionales. Temas de investigación: Literatura argentina y latinoamericana, análisis cultural, postestructuralismo y teoría crítica.

luca Paltrinieri. Investigador del Centre de recherche et in-novation en pédagogie de Paris, miembro permanente del labo-ratorio Théories du politique CRESPPA, Universidad Paris-8 Saint-Denis y CNRS, director del programa “Una genealogía política de la empresa” del Collège Internationale de Philosophie. Luca se ha ocupado mayormente de la indagación desde la filosofía contemporánea, profundizando la obra de Michel

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Sobre autores · 243

Foucault y la epistemología histórica, en particular desde Bachelard, Canguilhem, Daston y Hacking. Desde su tesis de magíster, profundiza el análisis del concepto de población, estudiando su historia, las prácticas sabias, las acciones gu-bernamentales y las representaciones que originó en Europa entre el siglo XVII y el siglo XIX, principalmente a través de las políticas demográficas. Estos análisis lo condujeron a interesarse en las problemáticas de la educación, de la pe-dagogía y del management desde un punto de vista filosófico.

raúl roDríguez freire. Profesor de la Pontificia Uni-versidad Católica de Valparaíso. Investiga sobre narrativa latinoamericana contemporánea, crítica y teoría literaria y transformaciones universitarias. Entre sus publicaciones, se encuentran las co-ediciones de Descampado. Ensayos sobre las contiendas universitarias (2012) y Crítica literaria y teoría cultural en América Latina. Para una antología del siglo XX (2015, 2018 se-gunda edición) y Sin retorno. Variaciones sobre archivo y narrativa en Latinoamérica (2015). Su último trabajo es la edición de La querella de la educación pública. El debate Domeyko-Varas, 1843-1843 (2016). Actualmente se encuentra terminando el libro Ficciones del capital. Literatura y finanzas en la academia.

iSabelle bruno. Doctora en Ciencia Política con especia-lización en relaciones internacionales (IEP Paris, 2006). Es profesora titular de ciencia política en la facultad de cien-cias jurídiccas, políticas y sociales (Derecho y Salud) de la Universidad de Lille 2. Sus áreas de investigación son: so-ciología de las elites, sociología de los territorios, sociología

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de la cuantificación y de las tecnologías manageriales de gobierno: indicadores estadísticos, dispositivos de gestión para objetivos y técnicas de evaluación comparativa (bench-marking), transformación de la administración estatal, new public management y gubernamentalidad (neo) liberal.

feliPe gonzÁlez lóPez. Licenciado en Sociología y sociólogo por la Universidad Alberto Hurtado. Doctor en Ciencias Sociales por Max Planck Institute for the Study of Societies, Universität zu Köln (Alemania). Doctoral Fellow entre 2011-2015 en Max Planck Institute für Gesellschafts-forschung (Alemania). En 2014 fue Visiting Student en el departamento de Sociología de University of California de San Diego (EE.UU).Sus líneas de investigación son: Econo-mía Política del Capitalismo, Sociología Económica, Teoría Social e Investigación Social Aplicada, con énfasis en los estudios sobre procesos de endeudamiento. Actualmente trabaja en los siguientes proyectos de investigación: “Go-verning through debts: governmentality and the financiali-zation of Chilean households”, proyecto de post-doctorado; “Re-embedding the Economy: Relational Work and the Pragmatics of De-commodification of Higher Education in Chile”; “La construcción social de la crisis de legitimidad política: emergencia y circulación de marcos interpretativos en los medios de comunicación, conocimiento experto y sátira política”, proyecto Capital Semilla de la Universidad Central de Chile cuyo investigador principal es el prof. dr. Marco Moreno.

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Sobre autores · 245

alejanDra gonzÁlez celiS. Es poeta y trabajadora so-cial, Magister en Trabajo Social PUC, Dra © en Ciencias Sociales Universidad de Chile. Miembro del colectivo Com-munes y de la Red de investigación interdisciplinaria sobre el protagonismo y los derechos humanos de las infancias latinoamericanas. Se desempeña como acádemica en la escuela de Trabajo Social de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Se ha especializado en el ámbito de la intervención social en infancia, desde una posición crítica que implica cuestionar el rol del Estado en la constitución de los sujetos sociales, publicando diversos artículos en este campo como: El desafío de una ciudadanía crítica en la infancia Chilena (2016); Infancia, dictadura y resistencia: hijos e hijas de la iz-quierda chilena (1973-1989) en coautoría con P. Castillo (2015); Trabajo social y enfoque de derechos: una crítica contrahegemónica a la ideología de la ciudadanía liberal (2014). Además es autora del poemario: La enfermedad del dolor (2002), Jauría (2017) y Una niña muerta está siempre viva (2017).

Daniela Marzi. Es profesora de Derecho del Trabajo Universidad de Valparaíso, Doctora en Derecho por la Uni-versidad Autónoma de Madrid, Magister en Derecho del Trabajo por la Universidad de Bolonia, integrante Centro de Estudios Interdisciplinarios en Teoría Social y Subjetivi-dad (CEI-TESYS), traductora italiano español. Tiene diversas publicaciones en el área sindical “Observaciones sobre la ju-dicialización de las relaciones colectivas: en las antípodas de la autonomía”, "Servicios mínimos y reemplazo en la huelga en el proyecto de Reforma al Derecho Colectivo: el sendero

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de un legislador sin convicción”. En materias de género “Mujer, Trabajo y Reforma al Derecho Sindical. Una con-fluencia necesaria”, El Estado y las mujeres. El complejo camino hacia una necesaria transformación de las Instituciones, editorial RIL, 2018; “Perspectiva de género, cuota en las directivas y nuevos objetos de negociación: un camino lento hacia el poder”, Reforma al Derecho Colectivo del Trabajo, Thomson Re-uters, entre otras.

anDré MenarD. Antropólogo de la Universidad de Chile, posee un Doctorado en Sociología de la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, Francia. Se desempeña como académico del Departamento de Antropología de la Uni-versidad de Chile desde el 2007. Es desde 2002, miembro fundador del Laboratorio de Desclasificación Comparada (LDC), organismo interdisciplinario dedicado a la ubicación, difusión y análisis de material documental ignorado, ocul-tado o de difícil acceso. En este marco ha participado en la publicación de los dos primeros volúmenes de los Anales de Desclasificación, órgano oficial del LDC. Así como en la organización de dos coloquios convocados por el LDC. Actualmente se desempeña como director de un volumen en preparación titulado “El Animal Pornográfico”. Sus princi-pales áreas de estudio abarcan cuestiones relacionadas con la historia y la política en la sociedad mapuche, el tema de la escritura en la conformación de los sujetos históricos y más recientemente los problemas relacionados con el cuerpo comprendido como campo de significaciones políticas. De ahí la focalización en tópicos que vinculan la pornografía

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con la antropología, centrándose especialmente en la noción de raza como categoría científica y política. Actualmente desarrolla el proyecto de investigación “La noción de raza en el discurso político mapuche y sobre lo mapuche en el siglo XX”, proyecto post-doctoral financiado por Fondecyt.

María galinDo neDer Es activista, militante anarcofeminista, psicóloga y comu-nicadora, cofundadora del colectivo Mujeres Creando en 1992, el cual sigue liderando. Actualmente co dirige: Radio Deseo, emisora radial con alcance en las ciudades de La Paz y El Alto. Por sus controvertidas acciones, a menudo catalogadas como "arte performativo" o "happenings", ha sido detenida en varias ocasiones por la policía boliviana. Entre los temas que ha trabajado están la despatriarcalización en el contexto del proceso constituyente boliviano y el feminici-dio como crimen de Estado.

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