Nemirovsky Irene Nieve de Otono Rtf

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La anciana Tatiana Ivanovna ha dedicado toda su vida a servir a sus señores, los Karin, a quienes ha visto nacer y crecer en la mansión de Sujarevo, en las inmediaciones de Moscú. Cuando la familia se ve obligada a huir por la Revolución de Octubre, la fiel criada termina por reunirse con ellos en París, donde, a pesar de que los Karin han perdido su posición social y su fortuna, continúa a su servicio en el modesto apartamento en que residen. Supervivientes de un mundo perdido, los Karin y su sirvienta necesitarán olvidar para salir adelante, pero la vieja Tatiana nunca deja de soñar con su tierra natal, ni de sufrir para adaptarse a la vida en un lugar donde las primeras nieves no llegan hasta pasado el otoño. Al igual que su admirado Chéjov, Irène Némirovsky tiene un talento especial para observar y captar los detalles más reveladores de la intimidad de sus personajes. El lector llegará al final de este relato con la sensación de haber realizado un intenso viaje emocional.

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Literatura

Transcript of Nemirovsky Irene Nieve de Otono Rtf

  • La anciana Tatiana Ivanovna ha dedicado toda su vida a servir a sus seores, los

    Karin, a quienes ha visto nacer y crecer en la mansin de Sujarevo, en las inmediaciones de

    Mosc. Cuando la familia se ve obligada a huir por la Revolucin de Octubre, la fiel criada

    termina por reunirse con ellos en Pars, donde, a pesar de que los Karin han perdido su

    posicin social y su fortuna, contina a su servicio en el modesto apartamento en que

    residen. Supervivientes de un mundo perdido, los Karin y su sirvienta necesitarn olvidar

    para salir adelante, pero la vieja Tatiana nunca deja de soar con su tierra natal, ni de sufrir

    para adaptarse a la vida en un lugar donde las primeras nieves no llegan hasta pasado el

    otoo.

    Al igual que su admirado Chjov, Irne Nmirovsky tiene un talento especial para

    observar y captar los detalles ms reveladores de la intimidad de sus personajes. El lector

    llegar al final de este relato con la sensacin de haber realizado un intenso viaje

    emocional.

  • Irne Nmirovsky

    Nieve en otoo

  • Ttulo original: Les Mouches dautomne

    Irne Nmirovsky, 1931

    Traduccin: Jos Antonio Soriano Marco

  • 1

    Bueno, Yuroska, adis dijo asintiendo con la cabeza, como antao.

    Cudate mucho, hijo. Cmo pasaba el tiempo De nio, cuando se marchaba al instituto

    de Mosc, en otoo, suba a despedirse de ella en aquella misma habitacin. De eso haca

    diez, doce aos. Mir su uniforme de oficial con una mezcla de asombro y triste orgullo.

    Ay, mi pequeo Yuroska! Parece que fue ayer

    Call e hizo un gesto con la mano. Llevaba cincuenta y un aos con la familia Karin.

    Haba sido el aya de Nikoli Alexndrovich, el padre de Yuri, y criado a sus hermanos y

    hermanas y tambin a los hijos de Nikoli An se acordaba de Alexandr Kirilvich,

    muerto en 1877, en la guerra contra Turqua, haca treinta y nueve aos. Y ahora les haba

    llegado el turno de marchar al frente a los pequeos, Kiril y Yuri Suspir y le hizo la

    seal de la cruz en la frente.

    Ve, hijo, Dios te proteger.

    Pues claro, querida aya.

    Yuri sonri con expresin burlona y resignada. Tena una cara redonda y sonrosada,

    como un campesino. No se pareca a los dems Karin. Le cogi las manos, pequeas,

    speras como la corteza de un rbol y casi negras, e hizo ademn de llevrselas a los labios.

    Ests loco? exclam la anciana, sonrojndose y apartndolas de golpe. Ni

    que fuera una hermosa damisela! Anda, Yuroska, vete, baja An estn bailando.

    Adis, ninechka Tatiana Ivanovna se despidi Yuri con voz apagada, teida

    de irona y flema. Te traer un chal de seda de Berln, si es que llegamos, lo que me

    sorprendera. Mientras tanto, te mandar una pieza de tela de Mosc para el nuevo ao.

    Tatiana se esforz por sonrer, frunciendo an ms los labios, que seguan siendo

    finos, aunque ahora estaban apretados y hundidos, como comprimidos por las viejas

    mandbulas. Era una anciana de setenta aos, aspecto frgil, escasa estatura y rostro

    inteligente y risueo. En ocasiones, su mirada todava era penetrante, aunque en otros

    momentos se vea cansada y serena.

    T prometes mucho, y tu hermano igual respondi negando con la cabeza.

    Pero all os olvidaris de nosotros. En fin, quiera Dios que al menos esto termine pronto y

    volvis los dos. Se acabar pronto esta maldicin?

    Claro. Pronto y mal.

  • No bromees con eso lo amonest ella con viveza. Todo est en manos de

    Dios. Se apart y se agach delante de la maleta abierta. Puedes decirles a Piotr y

    Platoska que suban a recoger las cosas cuando quieran. Todo est listo. Las mantas y las

    pellizas estn abajo. Cundo os vais? Es medianoche.

    Con que estemos en Mosc por la maana es suficiente. El tren sale a las once.

    Tatiana suspir y neg con la cabeza con el gesto de costumbre.

    Ay, Seor, qu navidades tan tristes!

    Abajo, alguien tocaba al piano un rpido y alegre vals. Se oan los pies de los

    bailarines deslizndose por el viejo suelo de madera y el tintineo de las espuelas.

    Adis, ninechka, me voy abajo anunci Yuri haciendo un gesto con la mano.

    Ve, corazn.

    La anciana se qued sola y empez a doblar la ropa.

    Las botas murmuraba. Las prendas del viejo equipo an pueden servir

    en campaa. No me dejo nada? Las pellizas estn abajo Treinta y nueve aos antes,

    cuando se haba marchado Alexandr Kirilvich, tambin le haba empaquetado los

    uniformes. Lo recordaba perfectamente. Dios mo Agafia, la vieja doncella, todava

    estaba en este mundo. Entonces, tambin ella era joven. Cerr los ojos, suspir hondo y se

    levant pesadamente. Me gustara saber dnde se han metido esos znganos de Petia y

    Platoska gru. Que Dios me perdone. Hoy estn todos borrachos.

    Recogi el mantn del suelo, se cubri la cabeza y la boca, y baj. Las habitaciones

    de los chicos estaban en la parte antigua de la casa, un hermoso edificio de noble

    arquitectura, con un gran frontn griego adornado de columnas. El parque se extenda hasta

    Sujarevo, el pueblo vecino. Tatiana Ivanovna no haba abandonado la propiedad en

    cincuenta y un aos. Slo ella conoca todos los armarios, los stanos y las oscuras

    habitaciones cerradas de la planta baja, antiguas salas suntuosas por las que haban

    desfilado generaciones.

    Cruz el saln con bro.

    Qu, Tatiana Ivanovna, se van tus nios? pregunt Kiril riendo al verla.

    La anciana frunci el cejo sonriendo al mismo tiempo.

    T ve, que no te har dao vivir con algunas privaciones, Kiriluska!

    ste y su hermana Lul tenan la belleza, los ojos relucientes y el aire cruel y

    dichoso de los Karin de antao. Lul estaba bailando con su primo pequeo, Chernichev,

  • un estudiante de instituto de quince aos. Ella, por su parte, haba cumplido diecisis el da

    anterior. Estaba radiante, con las mejillas rojas, encendidas por el baile, y las gruesas

    trenzas recogidas alrededor de la pequea cabeza, como una corona negra.

    El tiempo, el tiempo se dijo la anciana. Ay, Dios mo! No te das cuenta de

    cmo pasa, y un da ves que los nios son ms altos que t Ahora Luliska ya es una

    jovencita. Dios mo, si parece que fue ayer cuando yo le deca a su padre: No llores,

    Kolinka, todo pasa, corazn mo. Y ahora, mira, ya es un hombre maduro.

    Aquel hombre estaba frente a ella, con su esposa, Yelena Vaslievna.

    Ya, Taniushka? Estn listos los caballos? murmur al verla, sobresaltado.

    S, ya es hora, Nikoli Alexndrovich. Voy a ordenar que lleven las maletas al

    trineo.

    l baj la cabeza y se mordi levemente los finos y plidos labios.

    Ya, Dios mo? Bueno, qu se le va a hacer. Ve, ve! Y, volvindose hacia su

    mujer, sonri dbilmente y con la cansada y serena voz de siempre dijo: Children will

    grow, and old people will fret Verdad, Nelly? Vamos, querida, creo que la hora ha

    llegado.

    Se miraron sin decir nada. Ella volvi a subirse el chal negro de encaje alrededor del

    largo y grcil cuello, el nico atractivo de su juventud que permaneca intacto, junto con

    sus ojos verdes, relucientes como el agua.

    Voy contigo, Tatiana.

    Para qu? Slo coger fro dijo la anciana, encogindose de hombros.

    Da igual respondi Yelena Vaslievna con impaciencia.

    La vieja niera la sigui en silencio. Cruzaron la pequea galera desierta. Antao,

    cuando Yelena an era la condesa Eletzkaia y en las noches de verano acuda a reunirse con

    Nikoli Karin en el pabelln, al fondo del parque, era por aquella diminuta puerta por

    donde entraban en la casa cuando todos los dems dorman. Y era all donde, por la

    maana, a veces encontraba a la vieja Tatiana. An crea estar vindola retirarse a su paso,

    santigundose. Pareca algo antiguo y lejano, como un sueo extrao. Al morir Eletzki se

    haba casado con Karin. Al principio, la hostilidad de Tatiana Ivanovna la haba irritado y

    apenado a menudo. Era joven. Ahora era diferente. A veces espiaba las miradas de la

    anciana, sus reacciones de rechazo y pudor, con una especie de irnica y triste satisfaccin,

    como si todava fuera la adltera, la pecadora que corra a las citas bajo los viejos tilos. Al

    menos le quedaba eso de su juventud.

    No te olvidas de nada? le pregunt.

  • Claro que no, Yelena Vaslievna.

    Nieva mucho. Pide que pongan ms mantas en el trineo.

    Descuide.

    Empujaron la puerta de la terraza, que se abri con dificultad chirriando sobre el

    manto nevado. Un olor a abetos helados y humo lejano colmaba el glido aire nocturno.

    Tatiana Ivanovna se anud el mantn al cuello y ech a correr hacia el trineo. Todava

    estaba fuerte y gil, como cuando Kiril y Yuri eran nios y los buscaba por el parque al

    atardecer. Yelena Vaslievna cerr los ojos y, por unos instantes, volvi a ver a sus dos

    hijos mayores, sus caras, sus juegos infantiles Kiril, su preferido, era tan guapo, tan

    feliz Tema por l ms que por Yuri. Los quera a los dos con locura, pero Kiril Ah,

    no estaba bien pensar as! Dios mo, protgelos, slvalos, concdenos envejecer rodeados

    de nuestros hijos. Escchame, Seor!. Como deca la anciana niera, todo estaba en las

    manos de Dios.

    La vieja volvi a subir la escalera de la terraza sacudindose los copos del mantn.

    Regresaron al saln. El piano haba enmudecido. En el centro de la estancia, los

    jvenes hablaban a media voz.

    Ha llegado el momento, hijos anunci Yelena Vaslievna.

    Est bien, mam, enseguida respondi Kiril, hacindole un gesto con la

    mano. La ltima copa, caballeros

    Brindaron por el zar, la familia imperial, los aliados y la derrota de Alemania. Tras

    cada brindis arrojaban las copas al suelo, y los criados recogan los cristales en silencio.

    Los dems sirvientes esperaban en la galera. Cuando los oficiales pasaron ante ellos, todos

    repitieron al unsono, como una montona cantinela aprendida de memoria:

    Bueno, pues adis, Kiril Nikolaivich Adis, Yuri Nikolaivich

    El viejo cocinero Antipas, siempre borracho y siempre triste, fue el nico que,

    ladeando la gran cabeza gris y con voz vibrante y ronca, aadi maquinalmente:

    Que Dios los conserve con buena salud.

    Los tiempos han cambiado murmur Tatiana Ivanovna. Antao, cuando se

    marchaban los barin[1]

    Los tiempos han cambiado. Y los hombres tambin.

    Y sigui a Kiril y Yuri hasta la terraza. Nevaba copiosamente. Los criados alzaron

    los faroles, que iluminaron las estatuas que haba al comienzo del sendero, dos Belonas

    cubiertas de nieve y reluciente hielo, y el viejo parque, blanco e inmvil. La anciana hizo la

    seal de la cruz sobre el trineo y el camino por ltima vez. Los jvenes la llamaron y le

  • presentaron riendo las mejillas, que, azotadas por el viento nocturno, les ardan.

    Bueno, adis! Cudate, vieja Taniushka. Volveremos, no te preocupes.

    El cochero cogi las riendas, solt una especie de chillido, un silbido agudo y

    extrao, y los caballos se pusieron en marcha.

    Uno de los criados dej el farol en el suelo y bostez.

    Se queda aqu, abuela?

    Ella no respondi. La dejaron sola. Tatiana Ivanovna vio apagarse una tras otra las

    luces de la terraza y del vestbulo.

    En la casa, Nikoli Alexndrovich y sus invitados haban vuelto a sentarse alrededor

    de la mesa de la cena. El anfitrin cogi maquinalmente la botella de champn que le

    ofreca un criado.

    No beben? murmur con esfuerzo. Hay que beber.

    Y llen las copas que le tendan con precaucin. Las manos le temblaban un poco.

    Un hombre grueso con el bigote teido, el general Siedov, se acerc a l y le susurr:

    No se preocupe, amigo mo. He hablado con su alteza. Cuidar de ellos, est

    tranquilo.

    Nikoli Alexndrovich se encogi ligeramente de hombros. l tambin haba ido a

    San Petersburgo. Haba obtenido cartas y audiencias, incluso haba hablado con el Gran

    Duque. Como si ste pudiera parar las balas, la disentera Cuando los hijos crecen, slo

    puedes cruzarte de brazos y dejar que la vida proceda. Pero a fe que sigues preocupndote,

    bregando, discurriendo Estoy hacindome viejo pens de pronto. Viejo y cobarde.

    La guerra? Acaso a los veinte aos habra soado con un destino ms hermoso, Dios

    mo?.

    Gracias, Mijal Mijailvich dijo en voz alta. Qu se le va a hacer Se las

    arreglarn, como todos. Que Dios nos conceda la victoria.

    Dios lo oiga! asinti con fervor el viejo general.

    Los dems, los jvenes, que haban estado en el frente, guardaban silencio. Uno de

    ellos abri con gesto maquinal el piano y toc unas notas.

    Bailad, hijos los anim el anfitrin. Luego se sent ante la mesa de bridge y le

    hizo una sea a su mujer. Deberas irte a descansar, Nelly. Mira qu plida ests.

    T tambin respondi ella a media voz.

  • Se apretaron las manos en silencio. Yelena Vaslievna abandon la sala, mientras el

    viejo Karin coga las cartas y empezaba a jugar, toqueteando con aire ausente la arandela

    del candelero de plata.

  • 2

    Durante unos instantes, Tatiana Ivanovna sigui escuchando el tintineo de los

    cascabeles, cada vez ms lejano. Van deprisa, se dijo. De pie en medio del sendero, se

    sujetaba el mantn alrededor de la cara con ambas manos. Fina y leve, la nieve se le meta

    en los ojos como polvo. Haba salido la luna, y las profundas huellas del trineo en el manto

    blanco destacaban con un brillo azulado. De pronto, el viento cambi de direccin y, al

    instante, empez a nevar con fuerza. El dbil cascabeleo haba cesado; en el silencio, el

    crujido de los abetos helados pareca el sordo gemido de un esfuerzo humano.

    La anciana regres a la casa a paso lento. Pensaba en Kiril y Yuri con una especie de

    dolorosa estupefaccin. La guerra Imaginaba vagamente un campo de batalla, caballos al

    galope, obuses que estallaban como vainas maduras. Como en una imagen vista en

    dnde? Sin duda, en un libro escolar que los nios haban coloreado. Pero qu nios?

    stos o Nikoli Alexndrovich y sus hermanos? A veces, cuando se senta cansada, como

    aquella noche, su memoria los confunda. Un largo sueo borroso No despertara con el

    llanto de Kolinka en la vieja habitacin, como antao?

    Cincuenta y un aos En esa poca, tambin ella tena marido, y un hijo. Pero

    ambos haban muerto. Haca tanto tiempo que a veces le costaba recordar sus caras. S, todo

    pasaba, todo estaba en manos de Dios.

    Subi al dormitorio del pequeo Andri, el hijo menor de los Karin, que estaba a su

    cuidado. An dorma con ella en la gran habitacin de la esquina, que haba sido la de

    Nikoli Alexndrovich y despus la de sus hermanos y hermanas. Todos haban muerto o

    estaban lejos. Resultaba demasiado grande y de techos muy altos para los escasos muebles

    que ahora contena, su cama y la camita de Andri, con cortinas blancas y un pequeo

    icono antiguo colgado entre los barrotes del cabecero. Un bal lleno de juguetes, un

    pequeo pupitre antiguo de madera blanca, que los cuarenta aos transcurridos haban

    recubierto de una ptina agrisada, como una laca Cuatro ventanas desnudas, el viejo

    entarimado rojizo. Durante el da, el aire y la luz lo inundaban todo. Pero cuando llegaba la

    noche, con su extrao silencio, Tatiana Ivanovna se deca: Ya es hora de que vengan

    otros.

    Encendi una vela, que ilumin dbilmente el techo, pintado con ngeles de cara

    redonda y burlona, cubri la llama con un cono de cartn y se acerc a Andri. Dorma

    profundamente, con la dorada cabeza hundida en la almohada. Le toc la frente y las

    manitas, abiertas sobre la sbana, y se sent a su cabecera, en el sitio de costumbre. Por la

    noche se pasaba horas enteras as, medio dormida, amodorrada al calor de la estufa,

    tejiendo y pensando en el pasado y en el da en que Kiril y Yuri se casaran y sus hijos

    dormiran all. Andri no tardara en irse, pues a los seis aos los nios se mudaban al piso

  • inferior, con los preceptores y las gobernantas. Pero la vieja habitacin nunca haba

    permanecido vaca mucho tiempo. Kiril? Yuri? O quiz Lul? Mir la vela, que se

    consuma en el silencio con un fuerte y montono chisporroteo, y movi suavemente la

    mano, como si meciera una cuna.

    Si Dios quiere, an ver unos cuantos murmur. Llamaron a la puerta. La

    anciana se levant. Eres t, Nikoli Alexndrovich? pregunt en voz baja.

    S, ninechka.

    Ve con cuidado, no despiertes al nio

    El hombre entr. Ella cogi una silla y la acerc a la estufa con cuidado.

    Ests cansado? Quieres un poco de t? Enseguida caliento el agua

    No, deja. No quiero nada respondi l, detenindola con un gesto.

    La anciana recogi la labor, que se le haba cado al suelo, volvi a sentarse y sigui

    moviendo las brillantes agujas con rapidez.

    Haca mucho tiempo que no venas a vernos

    Por toda respuesta, el hombre acerc las manos a la ronroneante estufa.

    Tienes fro, Nikoli Alexndrovich?

    l cruz los brazos sobre el pecho con un leve escalofro.

    Ya has vuelto a enfriarte? exclam la anciana como cuando era pequeo.

    Claro que no, mi vieja ninechka. Tatiana neg con la cabeza descontenta, pero

    no dijo nada. El hombre mir la cama del nio. Duerme?

    S. Quieres verlo?

    Se levant, cogi la vela y se acerc a l. Nikoli Alexndrovich no se movi. La

    anciana se inclin y acto seguido le puso la mano en el hombro.

    Nikoli Kolinka

    Djame murmur l.

    Ella se apart en silencio.

    Era mejor callar. Sin embargo, ante quin poda llorar libremente si no era ante

  • ella? Porque la pobre Yelena Vaslievna Ms vala callar. Retrocedi poco a poco hacia

    la oscuridad y murmur:

    Espera. Preparar t. Nos entonar a los dos.

    Cuando volvi, Nikoli Alexndrovich pareca ms calmado. Con un movimiento

    mecnico accionaba la maneta de la estufa, de la que caa la cascarilla con un leve ruido de

    arena.

    Mira, Tatiana Cuntas veces te he dicho que mandes tapar estos agujeros?

    Mira, mira dijo, sealando una cucaracha que corra por el entarimado. Salen de ah.

    Te parece higinico para la habitacin de los nios?

    Sabes muy bien que es seal de prosperidad respondi ella, encogindose de

    hombros. A Dios gracias, aqu siempre las hubo, y aqu te has criado t y otros antes de

    ti. Le puso en las manos una taza y removi el t con la cucharilla. Bbetelo mientras

    est caliente. Tienes bastante azcar?

    l no respondi. Con expresin cansada y ausente bebi un sorbo y, de pronto, se

    levant.

    Bien Buenas noches. Que reparen la estufa, me oyes?

    Como quieras.

    Almbrame.

    La anciana cogi la vela, lo acompa hasta la puerta y baj delante de l los tres

    peldaos del umbral, cuyos rojizos ladrillos bailaban medio sueltos y vencidos hacia un

    lado, como hundidos por un peso.

    Ve con cuidado. Ya te vas a dormir?

    Dormir? Estoy triste, Tatiana, tengo el alma triste

    Dios cuidar de ellos, Nikoli Alexndrovich. Se muere en la cama. Dios protege

    al cristiano en medio de las balas.

    Lo s, lo s

    Hay que confiar en Dios.

    Lo s repiti l. Pero no es slo eso

    Entonces, qu, barin?

  • Todo va mal, Tatiana. T no puedes comprenderlo. La anciana asinti con la

    cabeza. Ayer tambin se llevaron a mi sobrino nieto, el hijo de mi sobrina de Sujarevo, a

    esta maldita guerra. Es el nico hombre de la familia, puesto que al mayor lo mataron en

    Pentecosts. Slo quedan una mujer y una nia pequea, de la edad de nuestro Andri

    Cmo van a cultivar los campos? Nadie se libra de la desgracia.

    S, son malos tiempos. Quiera Dios

    Bien la interrumpi l. Buenas noches, Tatiana.

    Buenas noches, Nikoli Alexndrovich.

    La anciana esper inmvil a que cruzara el saln, atenta al crujido del entarimado

    bajo sus pies. Luego abri la pequea trampilla practicada en la ventana. Una rfaga helada

    le azot el rostro, agitndole el mantn y los revueltos mechones de su cabello. Cerr los

    ojos y sonri. Haba nacido en una lejana propiedad de los Karin, al norte de Rusia, y para

    ella nunca soplaba demasiado viento ni haba demasiado hielo.

    En mi tierra, en primavera rompamos el hielo con los pies desnudos, y an sera

    capaz de hacerlo, sola decir.

    Cerr la trampilla. Los silbidos del viento se acallaron. Ya no se oa ms que el

    tenue ruido del yeso al desprenderse de las viejas paredes con un susurro de reloj de arena,

    y el sordo y profundo crujido de la madera antigua, roda por las ratas.

    Tatiana Ivanovna volvi a su habitacin, rez largo rato y se desvisti. Era tarde.

    Apag la vela, suspir y, rompiendo el silencio, dijo varias veces:

    Dios mo, Dios mo

    Y se durmi.

  • 3

    Tras cerrar las puertas de la casa vaca, Tatiana Ivanovna subi al pequeo mirador

    construido en el tejado. Era una tranquila noche de mayo, suave y ya clida. Sujarevo arda:

    las llamas se vean con nitidez y se oan gritos lejanos, trados por el viento.

    Los Karin haban huido en enero de 1918, cinco meses antes, y desde entonces la

    anciana haba divisado todos los das en el horizonte pueblos incendiados, que se apagaban

    y volvan a arder, a medida que pasaban del dominio de los rojos al de los blancos, y de

    nuevo al de los rojos. Pero el incendio nunca haba estado tan cerca como aquella noche: el

    resplandor iluminaba el parque abandonado de tal modo que podan verse hasta las lilas del

    sendero principal, que haban florecido el da anterior. Engaados por la claridad, los

    pjaros volaban como en pleno da. Los perros aullaban. Luego, el viento cambi de

    direccin y se llev el fragor del fuego y su olor. El viejo parque volvi a quedar a oscuras

    y en silencio, y el aroma de las lilas inund el aire.

    La anciana esper unos instantes y, con un suspiro, baj de nuevo. Se haban

    retirado las alfombras y cortinas de las habitaciones. Las ventanas estaban condenadas con

    tablas y aseguradas con barras de hierro. Haba guardado la plata en los stanos, en el fondo

    de los bales, y enterrado la valiosa porcelana en la parte antigua del huerto, que se hallaba

    abandonado. Algunos campesinos, convencidos de que toda aquella riqueza acabara en sus

    manos, la haban ayudado. La gente ya no se preocupaba del prjimo ms que para

    apoderarse de sus bienes. As que no diran nada a los comisarios de Mosc. Ms tarde, ya

    se vera Adems, sin ellos no habra podido hacerlo. Estaba sola; los criados se haban

    ido haca tiempo. El cocinero Antipas, el ltimo en dejarla, se haba quedado con ella hasta

    marzo, cuando haba muerto. El hombre tena la llave de la bodega, y no necesitaba ms.

    Deberas beber, Tatiana le deca. El vino quita todas las penas. Mira, estamos

    solos, abandonados como perros, pero no me importa. Mientras tenga vino, todo me da

    igual.

    Pero a ella nunca le haba gustado beber. Una noche, durante una de las ltimas

    tormentas de marzo, mientras estaban sentados en la cocina, Antipas haba empezado a

    divagar, a recordar la poca en que fue soldado.

    Los jvenes no son tan tontos, con su revolucin Ahora es la suya Bastante

    nos han chupado la sangre esos malditos cerdos, esos sucios barin.

    Ella no replic. Para qu? El cocinero amenaz con prender fuego a la casa, vender

    las joyas y los iconos escondidos. Luego sigui disparatando un rato y de repente solt una

    especie de aullido quejumbroso:

  • Alexandr Kirilvich! Por qu nos dejaste, barin?

    De su boca brot una ola de vmitos, sangre negra y alcohol. Tras una larga agona,

    haba fallecido al amanecer.

    Tatiana Ivanovna asegur las puertas del saln con las cadenas de hierro y sali a la

    terraza por la portezuela disimulada de la galera. Las estatuas seguan encerradas en sus

    cajas de tablas. Las haban metido en ellas en septiembre de 1916 y all se haban quedado.

    La anciana mir la casa. La nieve derretida haba ennegrecido el delicado amarillo de la

    piedra; bajo las hojas de acanto, el estuco se desconchaba y dejaba al descubierto manchas

    blancuzcas, como marcas de bala. El viento haba roto algunos cristales del invernadero de

    los naranjos.

    Si Nikoli Alexndrovich viera esto

    Ech a andar por el sendero, pero a los pocos pasos se detuvo, llevndose una mano

    al corazn. Ante ella haba una figura humana. Por unos instantes, mir aquel rostro plido

    y extenuado bajo la gorra militar sin reconocerlo.

    Eres t? pregunt al fin. Eres t, Yuroska

    Claro respondi l con una expresin extraamente indecisa y fra. Podras

    esconderme esta noche?

    No te apures dijo ella, como antao.

    Entraron en la casa y se dirigieron a la cocina desierta. La anciana encendi una vela

    y le ilumin el rostro.

    Cmo has cambiado, Dios mo! Ests enfermo?

    Tuve el tifus respondi Yuri con voz apagada, ronca y carrasposa. Estuve

    moribundo, y bien cerca de aqu, en Temnaya Pero no me atreva a hacrtelo saber. Me

    hallo bajo amenaza de arresto y pena de muerte concluy en el mismo tono montono y

    fro. Tengo sed

    La anciana le sirvi agua y se arrodill para desatar los trapos sucios y

    ensangrentados que le envolvan los pies.

    He andado mucho murmur l.

    Por qu has venido? le pregunt ella, alzando la cabeza. Aqu los

    campesinos estn locos.

    Bah! Es igual en todas partes Cuando sal de la crcel, mis padres se haban

    marchado a Odesa. Adnde poda ir? La gente va y viene, unos hacia el norte, otros hacia

  • el sur Se encogi de hombros. Es igual en todas partes repiti con indiferencia.

    Estuviste en la crcel? murmur la anciana juntando las manos, en un gesto de

    asombro y dolor.

    Seis meses.

    Por qu?

    Slo el diablo lo sabe. Se interrumpi y se qued inmvil. Sal de Mosc

    prosigui con esfuerzo. Un da, sub a un tren ambulancia, y los enfermeros me

    escondieron. An tena dinero Viaj con ellos diez das. Luego camin. Pero haba

    cogido el tifus. Me desplom en un campo, cerca de Temnaya. Me recogieron unos

    campesinos. Me qued con ellos un tiempo, pero al final, como se acercaban los rojos, les

    entr miedo y tuve que marcharme.

    Dnde est Kiril?

    Lo encarcelaron conmigo. Pero consigui escapar y reunirse con nuestros padres

    en Odesa. Cuando todava estaba en la crcel, lograron hacerme llegar una carta. Al salir,

    haca tres semanas que se haban ido. Nunca he tenido suerte, mi querida ninechka

    aadi sonriendo con irnica resignacin. Ni siquiera en la crcel: Kiril estaba en la

    celda con una preciosidad, una actriz francesa, y yo con un viejo judo. Se ech a rer,

    pero call como sorprendido de su propia risa, sorda y rota. Entonces apoy la cara en la

    mano y murmur: Me alegro mucho de estar en casa, ninechka

    Y se qued dormido.

    Durmi varias horas mientras la anciana, sentada frente a l, lo miraba sin moverse,

    dejando que las lgrimas resbalaran silenciosamente por su vieja y plida cara. Luego lo

    despert, lo hizo subir a la habitacin de los nios y lo ayud a acostarse. Deliraba un poco

    y tocaba ahora el espacio entre los barrotes de la camita de Andri, donde haba estado el

    pequeo icono, ahora el calendario que colgaba de la pared, adornado con un retrato en

    color del zar, como en su infancia.

    No lo entiendo, no lo entiendo repeta, sealando con el ndice la hoja, con

    fecha del 18 de mayo de 1918.

    Al cabo de un rato, mir sonriendo la persiana, que se balanceaba con suavidad, el

    parque, los rboles iluminados por la luna, y el sitio junto a la ventana en que el viejo

    entarimado formaba una pequea depresin. La tenue claridad se rebalsaba en ella y se

    mova, oscilaba como una mancha de leche. Cuntas veces, mientras su hermano dorma, se

    haba levantado para quedarse all, sentado en el suelo, escuchando el acorden del

    cochero, las risas ahogadas de las sirvientas El perfume de la lilas era muy intenso, como

    esa noche. Yuri inclin la cabeza y de forma instintiva trat de percibir en el silencio el

    quejumbroso sonido del acorden. Pero slo se oa un dbil y suave rugido, por momentos.

  • Se incorpor en la cama y le toc el hombro a la anciana, sentada junto a l en la penumbra.

    Qu es eso?

    No lo s. Se oye desde ayer. Truenos, una tormenta de mayo, quiz.

    Eso? rezong Yuri, y de pronto se ech a rer mirndola fijamente con los ojos

    dilatados, que la fiebre aclaraba y haca arder con una especie de dura luz. Son caones,

    querida ninechka! Ya deca yo Era demasiado bonito Murmur unas frases

    confusas, entrecortadas por carcajadas, y luego aadi con voz ms clara: Morir

    tranquilo en esta cama, estoy cansado

    Por la maana, la fiebre le haba bajado. Quiso levantarse, salir al parque, respirar el

    aire tibio y puro de la primavera, como antao Eso era lo nico que no haba cambiado.

    El jardn abandonado, lleno de malas hierbas, tena un aspecto lamentable y triste. Entr en

    el pequeo pabelln, se tumb boca arriba en el suelo y empez a jugar distradamente con

    los pedazos de cristal pintado, mirando la casa a travs de ellos. En la crcel, mientras

    esperaba a que lo ejecutaran en cualquier momento, una noche haba visto la casa en

    sueos, como la vea ahora, desde las ventanas del pabelln, pero abierta y con las terrazas

    llenas de flores. En su sueo, oa incluso a las torcaces que se paseaban por el tejado. Se

    haba despertado con un sobresalto y haba pensado: Maana me matan, seguro. Slo se

    puede recordar as justo antes de morir.

    La muerte No lo asustaba. Pero abandonar el mundo en medio del caos de aquella

    revolucin, olvidado por todos, abandonado Qu absurdo, todo Bueno, todava no

    estaba muerto. Quin saba Puede que se salvara. La casa Crea que no volvera a

    verla, y all estaba. Y tambin aquellos cristales pintados, que el viento siempre rompa y

    con los que jugaba de nio, imaginndose las colinas de Italia, seguramente porque eran del

    rojo violceo de la sangre y el vino tinto. Tatiana Ivanovna entraba y le anunciaba: Tu

    madre te llama, corazn.

    Tatiana Ivanovna entr con un plato de patatas y pan.

    Cmo te las arreglas para comer? le pregunt Yuri.

    A mi edad, una no necesita mucho. Siempre he tenido patatas, y a veces en el

    pueblo hay pan. No me ha faltado de nada. Se arrodill junto a l y le dio de comer y

    beber como si estuviera demasiado dbil para llevarse los alimentos a la boca. Yuri y

    si te fueras ahora? l frunci el cejo y la mir sin responder. Podras ir andando hasta

    la casa de mi sobrino. l no te har dao. Si tienes dinero, te ayudar a conseguir caballos y

    podrs llegar a Odesa. Est lejos?

    Tres, cuatro das en tren, en poca normal. Ahora slo Dios lo sabe.

    Qu otra cosa puedes hacer? Dios te ayudara. Podras reunirte con tus padres y

    darles esto. No he querido confirselo a nadie confes la anciana, ensendole el

  • dobladillo de la falda. Son los diamantes del collar grande de tu madre; antes de irse me

    dijo que los escondiera. No pudieron llevarse nada; se marcharon la noche en que los rojos

    tomaron Temnaya, pues teman que los detuvieran. Cmo viven ahora?

    Mal, sin duda respondi Yuri, y se encogi de hombros con cansancio.

    Bueno, maana veremos. Pero no te ilusiones; es igual en todas partes. Y aqu al menos los

    campesinos me conocen. Nunca les he hecho nada

    Quin puede saber lo que tienen en el alma esos desgraciados? gru la

    anciana.

    Maana, maana repiti Yuri cerrando los ojos. Maana veremos. Aqu se

    est tan bien, Dios mo

    As transcurri el da. Al anochecer, Yuri volvi a la casa. El crepsculo fue tan

    puro y tranquilo como el da anterior. Dio un rodeo y pas junto al estanque. Los arbustos

    que lo circundaban se haban deshojado en otoo, y an estaba cubierto de una espesa capa

    de hojas secas atrapadas bajo el hielo. Las lilas caan en forma de llovizna; en algunos

    puntos, se vea apenas el agua negra, que reluca dbilmente.

    Entr y volvi a subir a la habitacin infantil. Tatiana Ivanovna haba puesto la mesa

    delante de la ventana abierta. Yuri reconoci uno de los mantelitos de tela fina que se

    empleaban cuando los nios coman en su habitacin, durante las breves enfermedades, y el

    viejo tenedor, el cuchillo de plata sobredorada, el deslustrado cubilete

    Come y bebe, corazn. Te he subido una botella de la bodega. Y antes te

    encantaban las patatas asadas en las ascuas

    Desde entonces, he perdido el gusto respondi Yuri riendo. Pero gracias de

    todas formas, mi vieja ninechka.

    Caa la noche. Yuri encendi una vela y la coloc en un extremo de la mesa. La

    llama, recta y transparente, arda en la serena oscuridad.

    Ninechka murmur al cabo de unos instantes. Por qu no te fuiste con

    mis padres?

    Alguien tena que quedarse para cuidar la casa.

    T crees? dijo l con una especie de irnica melancola. Y para quin,

    Dios mo? Un silencio. No te gustara reunirte con ellos? le pregunt al fin.

    Ir si me llaman. Encontrara el camino. Jams he sido torpe ni tonta, gracias a

    Dios. Pero qu sera de esta casa? La anciana se interrumpi y, bajando la voz, dijo:

    Escucha! Abajo estaban llamando. Ambos se levantaron de un brinco. Escndete,

    Yuri! Escndete, por amor de Dios!

  • l se acerc a la ventana y mir fuera con precaucin. Haba salido la luna.

    Reconoci al hombre, inmvil en mitad del sendero.

    Yuri Nikolaivich! Soy yo, Ignat! grit el otro, tras retroceder unos pasos.

    Se trataba de un joven cochero que se haba criado en el hogar de los Karin. De

    pequeo, Yuri y l jugaban juntos. l era quien cantaba en el parque las noches de verano

    acompandose del acorden. Qu diablos, si ste quiere hacerme algo se dijo Yuri,

    al cuerno con todo, y yo el primero.

    Sube, muchacho! grit, asomndose a la ventana.

    No puedo, la puerta est atrancada.

    Baja a abrirle, Taniushka. Est solo.

    Pero qu has hecho, desgraciado? le susurr la anciana.

    Lo que tenga que ser, ser contest Yuri, haciendo un gesto de hasto con la

    mano. Adems, me haba visto. Anda, baja a abrirle.

    Muda y temblorosa, la anciana permaneca inmvil. Yuri avanz hacia la puerta,

    pero entonces ella lo detuvo; de repente la sangre le haba vuelto a las mejillas.

    Qu haces? No eres t quien ha de bajar a abrirle al cochero. Espera aqu.

    l se encogi de hombros y volvi a sentarse. Cuando la anciana reapareci seguida

    por Ignat, se levant y se acerc a ellos.

    Buenas noches. Me alegro de volver a verte.

    Lo mismo digo, Yuri Nikolaivich respondi sonriendo el joven, que tena un

    rostro agradable, redondo y sonrosado.

    T no has pasado hambre, eh?

    Dios me ha ayudado, barin.

    An tocas el acorden?

    A veces.

    Espero volver a orte. Me quedar algn tiempo Ignat no respondi; segua

    sonriente, enseando los dientes, grandes y brillantes. Quieres beber algo? Srvele vino,

    Tatiana.

  • La anciana obedeci refunfuando. El joven bebi.

    A su salud, Yuri Nikolaivich!

    Se quedaron callados. Tatiana Ivanovna avanz unos pasos.

    Bueno, ahora vete. El joven barin est cansado.

    Aun as, tiene que acompaarme al pueblo, Yuri Nikolaivich

    Vaya! Por qu? murmur Yuri bajando instintivamente la voz. Por qu,

    muchacho?

    Debe hacerlo.

    De pronto, la anciana hizo amago de abalanzarse sobre l, y Yuri advirti en su

    rostro habitualmente plido y tranquilo una fugaz expresin tan extraa y salvaje que se

    estremeci.

    No te metas dijo casi con desesperacin. Calla, te lo suplico. No pasa nada

    Ah, maldito hijo de perra! gritaba la vieja aya con las nudosas manos como

    garras, sin escucharlo. Crees que no leo en tu mirada lo que piensas? Y quin eres t

    para darle rdenes a tu seor?

    El joven se volvi hacia ella con expresin demudada y la observ con ojos

    centelleantes. Luego pareci calmarse.

    Cllate, abuela respondi en tono glacial. En el pueblo hay gente que desea

    ver a Yuri Nikolaivich, eso es todo.

    Sabes al menos qu quieren de m? pregunt Yuri, que de pronto se senta

    cansado, con un nico y profundo deseo en el alma: tumbarse y dormir mucho tiempo.

    Hablar sobre el reparto del vino. Hemos recibido rdenes de Mosc.

    Vaya! As que se trata de eso Te ha gustado mi vino De todas formas,

    habras podido esperar hasta maana, no te parece?

    Avanz hacia la puerta, seguido por Ignat. Se detuvo en el umbral. El cochero

    pareci dudar un instante, pero de repente, con el mismo gesto con que en otros tiempos

    coga el ltigo, se llev la mano al cinturn, sac la pistola y dispar dos veces. El primer

    tiro alcanz entre los omplatos a Yuri, que solt una especie de grito de asombro

    acompaado de un gemido. La segunda bala le penetr en la nuca y lo mat en el acto.

  • 4

    Transcurrido un mes desde la muerte de Yuri, un primo de los Karin, un anciano

    medio muerto de hambre y cansancio que iba de Odesa a Mosc en busca de su mujer,

    desaparecida durante los bombardeos de abril, pernoct en la casa y le dio noticias y la

    direccin de Nikoli Alexndrovich y los suyos a Tatiana Ivanovna. Estaban bien de salud,

    pero vivan miserablemente.

    Si pudieras encontrar a un hombre de confianza coment el anciano,

    titubeante para llevarles lo que dejaron aqu

    Tatiana parti hacia Odesa con las joyas ocultas en el dobladillo de la falda. Durante

    tres meses camin sin descanso, como en su juventud, cuando iba en peregrinacin a Kiev,

    aunque a veces suba a alguno de los trenes llenos de gente famlica que empezaban a

    dirigirse al sur. Un da de septiembre, lleg a casa de sus seores. Los Karin jams

    olvidaran el instante en que abrieron la puerta y la vieron, apurada pero serena, con el

    hatillo al hombro y los diamantes golpendole las cansadas piernas; tampoco olvidaran su

    plido rostro, que pareca haberse quedado exange, ni su voz al anunciarles la muerte de

    Yuri.

    Vivan en el barrio del puerto, en una habitacin oscura, con sacos de patatas

    colgados de las ventanas para amortiguar el impacto de las balas. Yelena Vaslievna estaba

    acostada en un jergn extendido en el suelo y Lul y Andri jugaban a las cartas a la luz del

    infiernillo, donde se consuman tres trozos de carbn. Haba empezado el fro, y el viento

    penetraba por los cristales rotos. Kiril dorma en un rincn y Nikoli Alexndrovich haba

    iniciado la que iba a ser la principal ocupacin de su vida: pasear de una pared a otra con

    las manos enlazadas a la espalda, pensando en lo que nunca volvera.

    Por qu lo mataron? pregunt Lul mientras las lgrimas le resbalaban por la

    cara, cambiada, envejecida. Por qu, Dios mo, por qu?

    Teman que hubiera vuelto para reclamar las tierras. Pero decan que Yuri siempre

    haba sido un buen barin y que haba que ahorrarle el sufrimiento de un juicio y una

    ejecucin, que era mejor matarlo as

    Cobardes! Cerdos! grit Kiril de pronto. Dispararle por la espalda!

    Malditos campesinos! No os azotamos lo bastante en su da! aadi, blandiendo el

    puo ante la anciana casi con odio. Lo oyes? Lo oyes?

    Lo oigo respondi Tatiana Ivanovna. Pero de qu sirve lamentar que haya

    muerto as o de otra manera? Dios lo acogi en su seno, aun sin los sacramentos; lo vi en la

  • paz de su rostro. Que l nos conceda a todos una muerte tan serena. No se dio cuenta de

    nada, no sufri.

    Bah, no lo entiendes!

    Es mejor as insisti la anciana.

    Fue la ltima vez que pronunci el nombre de Yuri. Sus viejos labios parecan

    haberse cerrado para l de manera definitiva. Cuando los dems lo mencionaban, no

    responda; muda y hiertica, miraba el vaco con una especie de glacial desesperacin.

    El invierno fue extremadamente duro. Apenas tenan comida y ropa. Lo nico que

    de vez en cuando les permita conseguir algo de dinero eran las joyas llevadas por Tatiana

    Ivanovna. Odesa arda; la nieve caa lentamente e iba cubriendo las calcinadas vigas de las

    casas destruidas, los cadveres de la gente y los caballos despedazados. En otros momentos,

    la ciudad cambiaba; llegaban partidas de carne, fruta, caviar slo Dios saba cmo.

    Cesaban los caonazos y la vida, precaria y embriagadora, recuperaba el pulso.

    Embriagadora eso nicamente lo sentan Kiril y Lul. El recuerdo de ciertas noches, de

    paseos en barca con amigos de su edad, el sabor de los besos, el olor de la brisa que al

    amanecer alborotaba las olas del Mar Negro, jams se borraran de su memoria.

    Pas el largo invierno, y el verano, y el siguiente invierno, durante el que la

    hambruna fue tal que enterraban a los recin nacidos a montones, en sacos viejos. Los

    Karin sobrevivieron. En mayo consiguieron sacar pasaje en el ltimo barco francs que

    abandonaba Odesa, llegar a Constantinopla y luego a Marsella.

    El 28 de mayo de 1920 pusieron pie en el puerto marsells. En Constantinopla

    haban vendido las ltimas joyas, y todava les quedaba algo de dinero, que por una vieja

    costumbre llevaban cosido a los cinturones. Iban vestidos con andrajos y tenan un aspecto

    extrao, msero, hosco, atemorizador. Con todo, los nios parecan alegres; rean con una

    especie de sombra ligereza que haca que los adultos acusaran an ms su propio

    cansancio.

    Un olor a flores y pimienta colmaba el lmpido aire de mayo. La gente caminaba sin

    prisas, se paraba en los escaparates, rea y alzaba la voz; las luces, la msica de los cafs,

    todo se les antojaba un extrao sueo.

    Mientras Nikoli Alexndrovich reservaba las habitaciones en el hotel, los nios y

    Tatiana Ivanovna se quedaron unos instantes en la calle. Con el plido rostro levantado y

    los ojos cerrados, Lul aspiraba el aire perfumado del atardecer. Las grandes farolas

    elctricas conferan a la calle una luz difusa y azulada. Las mimosas agitaban sus delgadas

    ramas. Pasaron unos marineros, que miraron riendo a la joven inmvil. Uno de ellos le

    lanz una ramita florecida.

    Qu pas tan bonito, tan encantador murmur ella, echndose a rer. Es un

    sueo, ninechka Mira

  • Pero la anciana, sentada en un banco, con la blanca cabeza envuelta en su mantn y

    las manos cruzadas sobre las rodillas, pareca dormitar. Sin embargo, la joven repar en que

    tena los ojos abiertos y miraba fijamente al frente.

    Qu te pasa, ninechka? le dijo tocndole el hombro.

    Sobresaltada, Tatiana se levant. En ese momento, Nikoli Alexndrovich les hizo

    seas desde la puerta del hotel.

    Entraron y cruzaron lentamente el vestbulo, notando que las miradas se clavaban en

    sus espaldas con curiosidad. Las gruesas alfombras, a las que ya no estaban acostumbrados,

    parecan pegrseles a la suela de los zapatos como engrudo. En el restaurante tocaba una

    orquesta. Se detuvieron unos instantes para escuchar aquella msica de jazz, que oan por

    primera vez, con una mezcla de vago temor y absurdo embeleso. Era otro mundo.

    Una vez en las habitaciones, permanecieron un buen rato asomados a las ventanas,

    viendo pasar los coches.

    Salgamos, salgamos! repetan los nios. Vayamos a un caf, al teatro

    Se baaron, se cepillaron la ropa y corrieron hacia la puerta. Nikoli Alexndrovich

    y su mujer los seguan despacio, penosamente, pero con la misma ansia de libertad y aire.

    Al llegar al umbral, Nikoli Alexndrovich se volvi. Lul haba apagado la luz. Se

    haban olvidado de Tatiana Ivanovna, sentada junto a la ventana. Su cabeza agachada se

    recortaba contra la luz de la farola que se alzaba frente al pequeo balcn. Estaba inmvil y

    pareca como a la espera.

    Vienes con nosotros, ninechka? le pregunt. La anciana no respondi. No

    tienes hambre?

    Tatiana neg con la cabeza y se levant de pronto, retorciendo nerviosamente los

    flecos del mantn.

    Debo deshacer las maletas de los nios? Cundo nos vamos?

    Pero si acabamos de llegar dijo Nikoli Alexndrovich. Por qu quieres

    marcharte?

    No s respondi la vieja aya con expresin ausente y cansada. Crea

    Respir hondo, abri los brazos y murmur: Est bien.

    Quieres acompaarnos?

    No, Yelena Vaslievna, gracias contest con esfuerzo. No, de verdad.

  • Se oa a los nios corriendo por el pasillo. Sus padres se miraron en silencio y

    suspiraron. A continuacin, Yelena hizo un ademn de cansancio y sali. Nikoli la sigui

    y cerr la puerta con suavidad.

  • 5

    Los Karin llegaron a Pars a comienzos del verano y alquilaron un pisito amueblado

    en la rue Arc-de-Triomphe. En esa poca, la capital francesa estaba invadida por la primera

    oleada de emigrados rusos, que se haban instalado en Passy y los alrededores de la place

    de ltoile, atrados de manera instintiva por el cercano Bois de Boulogne. Ese ao, el calor

    resultaba sofocante.

    El piso era pequeo, oscuro, asfixiante; ola a humedad y ropa vieja. Los techos

    bajos parecan pesar sobre las cabezas. Las ventanas daban al alto y estrecho patio, cuyas

    encaladas paredes reflejaban el sol de julio implacablemente. Por las maanas, los Karin

    cerraban ventanas y contraventanas y se pasaban el da enclaustrados en aquellas cuatro

    pequeas y sombras habitaciones, atemorizados por los ruidos de Pars, respirando con

    repugnancia el tufo de los fregaderos y las cocinas que suba del patio. Iban y venan de una

    pared a otra en silencio, como las moscas de otoo, que, cuando el calor y la luz estivales

    han tocado a su fin, revolotean con torpeza contra los cristales, cansadas e irritadas,

    arrastrando sus muertas alas.

    Sentada todo el da en el pequeo lavadero, en un extremo de la vivienda, Tatiana

    remendaba. De vez en cuando, la chica para todo, una muchacha normanda, fresca,

    sonrosada y robusta como un perchern, abra la puerta y, convencida de que la extranjera

    la entendera mejor si le hablaba vocalizando bien alto, como a una sorda, alzaba su

    estentrea voz hasta hacer temblar la tulipa de porcelana de la lmpara.

    No se aburre? le preguntaba.

    Tatiana Ivanovna negaba levemente con la cabeza, y la normanda segua

    provocando estrpito con los cacharros.

    A Andri lo haban enviado a estudiar interno a Bretaa, a la orilla del mar. Kiril se

    march poco despus. Se haba reencontrado con su compaera de crcel, la actriz francesa

    que en 1918 comparti celda con l en San Petersburgo, y que ahora viva mantenida a todo

    tren. Era una chica bonita y generosa, una rubia de bellas y exuberantes formas, y estaba

    loca por l. Eso simplificaba la vida del muchacho. Pero cuando volva a casa, a veces al

    amanecer, le daba por asomarse a la ventana y mirar el patio con el deseo de yacer inerte

    sobre aquellos adoquines rosceos y haber acabado para siempre con el amor, el dinero y

    sus complicaciones.

    Luego se le pasaba. Se compraba ropa buena. Beba. A finales de julio, Kiril se fue a

    Deauville con su amante.

  • En Pars, al atardecer, cuando el calor aflojaba, los Karin salan e iban al Bois, al

    pabelln Dauphine. Los padres se quedaban all, escuchando con aire melanclico la

    msica de las orquestas, recordando las islas y los jardines de Mosc, mientras Lul

    paseaba con otros chicos y chicas por los oscuros senderos recitando versos y jugando al

    juego del amor.

    Tena veinte aos. Era menos bonita que antes; delgada, se mova con la brusquedad

    de un chico y tena la piel morena, spera, quemada por el viento de la larga travesa, y una

    expresin extraa, hastiada y cruel. Le haba gustado aquella vida agitada, precaria y

    azarosa, y ahora le encantaban aquellos paseos durante los atardeceres parisinos y las

    largas, silenciosas veladas en las tabernas, los cafetines abarrotados, con su olor a humedad

    y alcohol y el ruido de los billares en la sala del fondo. Hacia la medianoche, se iban a casa

    del uno o del otro, donde seguan bebiendo y acaricindose en la penumbra. Los padres

    dorman; oan vagamente la msica del gramfono hasta el amanecer, pero no vean, o no

    queran ver nada.

    Una noche, Tatiana Ivanovna sali de su habitacin para recoger la ropa, que se

    secaba en el cuarto de aseo. La vspera la haba dejado olvidada en el calentador de bao, y

    tena que zurcirle unas medias a Lul. A veces trabajaba por la noche, pues no necesitaba

    dormir mucho, y a las cuatro o las cinco ya estaba en pie, vagando en silencio por las

    habitaciones. Nunca entraba en el saln.

    Esa noche, oy pasos y voces en el vestbulo. Los chicos deban de haberse ido

    haca rato Vio luz bajo la puerta del saln. Otra vez se les ha olvidado apagarla, pens.

    Abri y, en ese momento, oy el gramfono, amortiguado por una muralla de cojines: la

    msica, baja, ahogada, pareca pasar a travs de una espesa capa de agua. La habitacin

    estaba casi a oscuras. Una sola lmpara, cubierta con una tela roja, iluminaba el divn,

    donde Lul, tumbada y con el vestido desabrochado sobre el pecho, pareca dormir

    abrazada a un chico de plido y delicado rostro. La anciana se acerc. En efecto, estaban

    dormidos, con los labios todava juntos y las caras pegadas. La habitacin ola a humo y

    alcohol y el suelo se hallaba cubierto de copas, botellas vacas, ceniceros llenos, discos y

    almohadones que an conservaban impresa la forma de los cuerpos.

    Lul se despert, mir a la anciana y sonri. Sus dilatados ojos, enturbiados por el

    vino y la fiebre, expresaban una burlona indiferencia y un enorme cansancio.

    Qu quieres? pregunt en voz baja. Su larga melena desparramada rozaba la

    alfombra. Al tratar de incorporarse, profiri un quejido, pues la mano del chico le aferraba

    los revueltos cabellos. Se solt con brusquedad y se sent. Qu pasa? inquiri

    irritada.

    Tatiana Ivanovna miraba al muchacho, a quien conoca. De nio lo haba visto a

    menudo en casa de los Karin. Era el prncipe Yuri Andronikoff; se acordaba de sus largos

    bucles rubios y sus cuellos de encaje.

    Scalo de aqu ahora mismo, me oyes? mascull, con el viejo rostro plido y

  • crispado.

    Vale, pero calla acept Lul encogindose de hombros. Enseguida se va

    Luliska murmur la anciana.

    S, s Pero que no te oigan, por amor de Dios. La chica par el gramfono,

    encendi un cigarrillo, lo tir casi al instante y pidi lacnicamente: Aydame.

    En silencio, ambas mujeres recogieron las colillas y las copas vacas y pusieron

    orden en el saln. Lul abri las ventanas y respir con avidez el aire fresco que ascenda

    del patio.

    Qu calor, eh? coment.

    Por toda respuesta, la vieja aya desvi la mirada con una especie de hosco pudor.

    Lul se sent en el alfizar y empez a balancearse con suavidad y a canturrear. Se haba

    despejado, pero pareca enferma. Sus demacradas mejillas asomaban en forma de plidos

    rodales bajo el maquillaje, borrado por los besos. Los grandes ojos de oscuras ojeras

    miraban al frente, profundos y vacos.

    Puede saberse qu te pasa? Todas las noches la misma cantinela dijo al fin con

    la voz enronquecida por el vino y el tabaco, pero tranquila. Y en Odesa, Dios mo? Y

    en el barco? No te diste cuenta de nada?

    Qu vergenza murmur la anciana entre asqueada y dolida. Qu

    vergenza! Tus padres, que duermen ah al lado

    Y qu? Acaso te has vuelto loca? No hacemos dao a nadie. Bebemos un poco

    y nos besamos, qu tiene de malo? Crees que mis padres no hacan lo mismo cuando eran

    jvenes?

    No, hija.

    Ah, eso piensas?

    Yo tambin fui joven, Luliska. Hace mucho de eso, pero an recuerdo la sangre

    joven ardiendo en mis venas. Crees que se olvida? Y me acuerdo de tus tas cuando tenan

    veinte aos, como t ahora. Era en Karinovka, en primavera Ah, qu tiempo hizo aquel

    ao! Cada da, paseos por el bosque y el estanque. Y de noche, bailes en casa, o en las

    mansiones vecinas. Todas tenan un pretendiente y muchas veces se marchaban todos

    juntos a la luz de la luna, en troika. Tu difunta abuela deca: En nuestra poca. Pero y

    qu? Ellas saban muy bien que haba cosas permitidas y otras prohibidas. A veces, venan

    por la maana a mi habitacin a contarme lo que haba dicho ste o aqul. Y un da se

    prometieron, y luego se casaron y vivieron con honestidad, con sus momentos de dolor y

    felicidad, hasta que Dios las llam a su seno. Murieron jvenes, ya lo sabes; una de parto y

  • la otra de unas malas fiebres, cinco aos despus. Y s, me acuerdo. Tenamos los mejores

    caballos de la regin, y a veces tu padre, que entonces era un muchacho, y sus amigos se

    iban de cabalgada al bosque con tus tas y otras chicas jvenes, acompaados por criados,

    que los precedan con las antorchas

    Ya dijo Lul con amargura, abarcando con un gesto el triste y oscuro saloncito

    y el vodka barato en el fondo de la copa, que agitaba de forma automtica entre los

    dedos. Es evidente que el escenario ha cambiado

    No es eso lo nico que ha cambiado gru la anciana, y mir a Lul con

    tristeza. Hija, perdname No tiene por qu darte vergenza decrmelo, si te he visto

    nacer Dime, al menos, no habrs cometido pecado? An eres doncella?

    Pues claro, tonta! respondi Lul, y se acord de la noche de bombardeo en

    Odesa, que haba pasado en casa del barn Rosenkranz, antiguo gobernador de la ciudad.

    El barn se hallaba en la crcel y su hijo viva solo en el domicilio familiar. Los

    caonazos haban empezado tan de repente que no le haba dado tiempo a volver a casa y se

    haba quedado toda la noche en el palacio desierto con Sergui Rosenkranz. Qu habra

    sido de l? Seguramente habra muerto. El tifus, el hambre, una bala perdida, la crcel

    haba dnde elegir. Qu noche Los muelles ardan. Desde la cama, mientras se

    acariciaban, vean las manchas de petrleo deslizndose en llamas por el puerto. Recordaba

    la casa de enfrente, con la fachada en ruinas y las cortinas de tul ondeando en el vaco. Esa

    noche, la muerte haba estado muy cerca.

    Pues claro, ninechka repiti con gesto mecnico.

    Pero Tatiana Ivanovna la conoca. Neg con la cabeza en silencio, con los viejos

    labios apretados.

    Yuri Andronikoff gru, se volvi pesadamente en el divn y se despert a medias.

    Estoy muy borracho farfull.

    Fue tambalendose hasta el silln, hundi la cabeza entre los cojines y se qued

    inmvil.

    Ahora trabaja todo el da en un garaje y se muere de hambre. Si no fuera por el

    vino y lo dems, para qu bamos a vivir?

    Ofendes a Dios, Lul.

    De pronto, la joven ocult la cara entre las manos y empez a sollozar con

    desesperacin.

    Oh, ninechka quiero estar en casa! En nuestra casa! gimi retorcindose

  • las manos con un gesto nervioso y extrao que la anciana no le conoca. Por qu nos

    han castigado de este modo? No hemos hecho nada malo!

    Tatiana le acarici suavemente el cabello revuelto, impregnado del pertinaz olor a

    tabaco y vino.

    Es la voluntad de Dios.

    Oh, me sacas de quicio! No sabes decir otra cosa Lul se enjug las

    lgrimas, apartando la cabeza con brusquedad. Vamos, djame! Vete. Estoy nerviosa y

    cansada. No les digas nada a mis padres. Para qu? Les haras sufrir intilmente y no

    impediras nada, creme. Nada. Eres demasiado vieja; no puedes entenderlo.

  • 6

    Un domingo de agosto, cuando volvi Kiril, los Karin asistieron a una misa en

    memoria de Yuri. Fueron todos juntos paseando hasta la calle Daru. Haca un da

    esplndido, el cielo era de un azul deslumbrante. En la avenida des Ternes haba una feria

    al aire libre, msica ruidosa, polvo Los transentes miraban con curiosidad a Tatiana

    Ivanovna, con aquel mantn alrededor de la cabeza y la larga falda.

    La misa se celebraba en la cripta de la iglesia de la calle Daru. Las velas crepitaban

    con suavidad y, en los intervalos de los rezos, se oa gotear la cera candente sobre las losas.

    Por el descanso del alma del siervo de Dios, Yuri

    El sacerdote, un anciano de manos largas y temblorosas, hablaba bajo, con voz

    suave y ahogada.

    Los Karin rezaban en silencio. No pensaban en Yuri. l ya estaba en paz; en cambio,

    a ellos les quedaba tanto camino por delante, un camino tan largo e incierto Dios mo,

    protgeme imploraban. Dios mo, perdname. Arrodillada ante el icono que

    brillaba dbilmente en la penumbra, Tatiana Ivanovna era la nica que inclinaba la frente

    hasta rozar la fra losa pensando slo en Yuri, rezando por l y nadie ms, por su salvacin

    y su eterno descanso.

    Acabada la misa, de regreso a casa, compraron rosas frescas a una chica despeinada

    y risuea con la que se toparon. Empezaba a gustarles aquella ciudad y sus habitantes. En

    las calles, en cuanto el sol asomaba, se olvidaba uno de todas las penas y el alma se

    aligeraba, sin saber por qu.

    El domingo era el da libre de la criada. La comida fra estaba servida en la mesa.

    Apenas probaron bocado y luego Lul puso las flores delante de un viejo retrato de Yuri de

    cuando era nio.

    Qu mirada tan extraa tena coment. Nunca me haba fijado. Una especie

    de indiferencia, de cansancio. Mirad

    Siempre he notado esa mirada en los retratos de la gente que deba morir joven o

    de forma trgica murmur Kiril, incmodo. Como si lo supieran de antemano y les

    diera igual. Pobre Yuri Era el mejor de todos nosotros.

    Contemplaron en silencio la pequea y desvada imagen.

  • Est tranquilo, es libre para siempre.

    Lul arregl las flores con esmero, encendi dos velas, que puso a ambos lados del

    marco, y se quedaron todos de pie, inmviles, tratando de pensar en Yuri. Pero no sentan

    ms que una especie de tristeza glacial, como si desde su muerte hubieran transcurrido

    muchos aos, aunque slo haban pasado dos.

    Yelena Vaslievna retir con cuidado el polvo del cristal con gesto maquinal, como

    quien enjuga unas lgrimas. De todos sus hijos, era a Yuri a quien menos haba

    comprendido, a quien menos haba querido. Est con Dios se dijo. Es el ms feliz.

    Les llegaba la algaraba de la feria que se celebraba en la calle.

    Qu calor hace aqu se quej Lul.

    Bueno, hijos, pues salid propuso Yelena, volvindose. Qu queris que

    haga yo? Id a tomar el aire y a ver la fiesta. Cuando tena vuestra edad, prefera las ferias de

    Ramos en Mosc a las fiestas de la Corte.

    A m tambin me gustan las ferias dijo Lul.

    Anda, ve repiti la madre con voz cansada.

    Lul se march con Kiril. De pie ante la ventana, Nikoli Alexndrovich miraba sin

    verlas las blancas paredes del patio. Su mujer suspir. Cmo haba cambiado Iba sin

    afeitar y con una chaqueta vieja llena de lamparones. Con lo guapo y encantador que haba

    sido. Y ella? Se mir con disimulo en un espejo y vio su rostro macilento, el feo

    abotargamiento de la carne y la vieja bata de franela, desabrochada. Una vieja, Dios mo,

    era una vieja!

    Ninechka dijo de pronto.

    Nunca la haba llamado as. La anciana, que se afanaba en silencio de mueble en

    mueble, colocando bien esto y aquello, le dirigi una mirada ausente, extraa.

    Barina?

    Cmo hemos envejecido, eh, mi pobre Tatiana? Pero t no cambias. Es un

    consuelo verte. No, realmente ests igual que siempre.

    A mi edad, ya no se cambia ms que en el atad respondi la anciana con una

    dbil sonrisa.

    An te acuerdas de nuestra casa? le pregunt en voz baja su ama tras un

    instante de vacilacin.

  • La anciana enrojeci de repente mientras alzaba las temblorosas manos al aire.

    Que si me acuerdo, Yelena Vaslievna? Dios mo Podra decir dnde estaba

    cada cosa! Podra entrar y recorrerla con los ojos cerrados. Recuerdo cada vestido que se

    pona, y los trajes de los nios, y los muebles, el parque Dios mo!

    El saln de los espejos, mi saloncito rosa

    El canap donde estaba sentada cuando yo le bajaba los nios, las tardes de

    invierno

    Y antes de eso? Nuestra boda?

    Todava me parecer estar viendo el traje que vesta, los diamantes que adornaban

    su cabello. Era un vestido de moar, con los encajes antiguos de la difunta princesa. Ay,

    Dios mo! Luliska no los tendr as

    Ambas guardaron silencio. Nikoli Alexndrovich miraba fijamente el sombro

    patio. En sus recuerdos, vea de nuevo a su esposa como apareci ante l la primera vez, en

    aquel baile, cuando an era la condesa Eletzkaia, con su maravilloso vestido de satn

    blanco y su cabello dorado. Cunto la haba amado Pero iban a acabar juntos su vida, y

    eso era bonito. Si al menos aquellas dos pudieran estar en silencio, si no existieran esos

    recuerdos en el fondo del corazn, la vida sera soportable.

    Para qu? Para qu? mascull con visible esfuerzo, sin girar la cabeza. Se

    acab. Eso no volver. Que esperen otros, si quieren. Y con tono iracundo, repiti: Se

    acab, se acab.

    Yelena Vaslievna le cogi la mano y se llev a los labios los plidos dedos, como

    antao.

    A veces, todo vuelve a surgir del fondo del alma Pero no hay nada que hacer.

    Es la voluntad de Dios. Kolia, mi amor, mi amigo Estamos juntos; lo dems Hizo

    un vago ademn. Se miraron en silencio buscando en el fondo del pasado otras facciones y

    sonrisas en sus arrugadas caras. El saln estaba oscuro; haca calor. Cojamos un taxi,

    vayamos a algn sitio esta noche, quieres? propuso ella. Hace tiempo, haba un

    pequeo restaurante cerca de Ville-dAvray, a la orilla del lago. Estuvimos all en mil

    novecientos ocho, te acuerdas?

    S.

    Puede que an exista.

    Puede admiti l encogindose de hombros. Siempre creemos que todo se

    hunde con nosotros, verdad? Vayamos a ver.

  • Se levantaron y encendieron la luz. Tatiana Ivanovna estaba en el centro del saln,

    murmurando palabras incomprensibles.

    Te quedas aqu, ninechka? le pregunt maquinalmente Nikoli

    Alexndrovich.

    La anciana pareci despertar. Sus temblorosos labios se movieron largo rato, como

    si les costara formar las palabras.

    Y adnde voy a ir? inquiri al fin.

    Cuando la dejaron sola, fue a sentarse ante el retrato de Yuri. Su mirada estaba fija

    en l, pero por su memoria tambin pasaban otras imgenes, ms antiguas y olvidadas por

    todos. Rostros de muertos, vestidos con medio siglo de antigedad, habitaciones

    abandonadas Se acordaba del primer vagido de Yuri, agudo y dolorido Como si

    supiera lo que le esperaba se dijo. Los otros no lloraron as.

    Luego se sent ante la ventana y empez a zurcir medias.

  • 7

    Los primeros meses de los Karin en Pars transcurrieron con tranquilidad. Pero en

    otoo, cuando el pequeo Andri volvi de Bretaa y hubo que pensar en establecerse,

    empez a faltar el dinero. Las ltimas joyas haban volado haca tiempo. Quedaba un

    pequeo capital que poda durar dos, tres aos. Y despus? Algunos rusos haban abierto

    restaurantes, locales nocturnos, pequeos comercios Como tantos otros, con sus ltimos

    ahorros, los Karin compraron y amueblaron una tienda en el interior de un patio y pusieron

    a la venta los escasos cubiertos antiguos, encajes e iconos que haban podido llevar consigo.

    Al principio, nadie les compraba. En octubre, hubo que pagar el alquiler del piso. Luego,

    tuvieron que enviar a Andri a Niza, pues el aire parisino le provocaba ataques de asma.

    Pensaron en mudarse. Cerca de la Puerta de Versalles, les ofrecan un piso ms barato y

    luminoso, pero slo dispona de tres habitaciones y una cocina tan estrecha como un

    armario. Dnde meteran a la vieja Tatiana? No podan hacerla subir al sexto piso, con sus

    cansadas piernas. Mientras se decidan, cada fin de mes se les haca ms cuesta arriba. Las

    criadas se les iban una tras otra, incapaces de acostumbrarse a aquellos extranjeros que

    dorman de da y de noche coman, beban y dejaban los platos sucios sobre los muebles del

    saln hasta la maana siguiente.

    Tatiana Ivanovna intent realizar algunos trabajos humildes, de limpieza, pero haba

    perdido fuerza y sus viejas manos ya no podan levantar los pesados colchones franceses ni

    la ropa blanca mojada.

    Los chicos, ahora permanentemente cansados e irritados, la trataban de malos

    modos, la apartaban:

    Deja. Vete. Lo confundes todo. Lo rompes todo.

    Y ella se alejaba sin replicar.

    Por otra parte, no pareca orlos. Se pasaba horas inmvil, en silencio, con la mirada

    perdida y las manos cruzadas sobre las rodillas. Estaba encorvada, casi doblada totalmente

    por la cintura, y tena la tez blancuzca, mortecina, con venillas azuladas e hinchadas en las

    comisuras de los ojos. A menudo, cuando la llamaban, en lugar de responder apretaba an

    ms la pequea y marcada boca. Pero no estaba sorda. Cada vez que alguien pronunciaba

    un apellido ruso, aunque fuera en voz baja o apenas lo susurrara, la anciana se estremeca y

    de pronto en tono dbil y sereno deca: S El da de Pascua, cuando ardi el campanario

    de Temnaya, o: El pabelln? Ya, al poco de iros, el viento rompi los cristales. Qu

    habr sido de todo ello?.

    Y volva a callar y mirar por la ventana, los blancos muros y el cielo sobre los

  • tejados.

    Cundo llegar el invierno de una vez? preguntaba. Ah, Dios mo, cunto

    hace que no hemos tenido ni fro ni hielo! Qu largo es el otoo en este pas. Seguro que en

    Karinovka ya est todo blanco y el ro, helado. Te acuerdas, Nikoli Alexndrovich, de

    cuando tenas tres o cuatro aos (entonces, yo era joven) y tu difunta madre deca:

    Tatiana, cmo se nota que eres del norte, hija. Con las primeras nieves, enloqueces? Te

    acuerdas?

    No murmuraba l con desgana.

    Yo s lo recuerdo rezongaba la vieja nodriza. Y pronto no habr nadie ms

    que yo para recordarlo.

    Los Karin no respondan. Todos tenan bastante con sus propios recuerdos, temores

    y tristezas.

    Los inviernos de aqu no se parecen a los nuestros coment un da Nikoli

    Alexndrovich.

    Qu quieres decir? pregunt Tatiana Ivanovna estremecindose.

    Ya lo vers respondi l. La anciana lo mir fijamente y se qued callada. Y,

    por primera vez, Nikoli Alexndrovich advirti la expresin extraa, desconfiada y

    perdida de sus ojos. Qu ocurre, mi vieja niera?

    Ella no respondi. Para qu?

    Todos los das miraba el calendario, que anunciaba el comienzo de octubre, y

    observaba con atencin los aleros de los tejados. Pero segua sin nevar. No vea ms que la

    lluvia, los negros canalones y las secas y temblorosas hojas otoales.

    Ahora se pasaba el da sola. Nikoli Alexndrovich recorra la ciudad en busca de

    joyas y objetos antiguos para su tiendecita; lograban vender unas pocas antiguallas y

    comprar otras.

    En otros tiempos, posea colecciones de valiosas porcelanas y platos cincelados.

    Ahora, cuando regresaba al anochecer por los Campos Elseos con un paquete bajo el

    brazo, a veces llegaba a olvidar que no era para su casa, que no haba estado trabajando

    para s mismo. Caminaba deprisa, aspirando los olores de Pars, mirando las luces que

    brillaban en el crepsculo, casi feliz y con el corazn henchido de una paz triste.

    Lul haba conseguido un trabajo como maniqu en una tienda de modas. Poco a

    poco, la vida retomaba su cauce. Llegaban tarde, agotados, trayendo de la calle y el trabajo

    una especie de excitacin que, durante un rato, segua manifestndose en forma de risas y

    palabras; pero la lbrega vivienda y la muda anciana acababan descorazonndolos.

  • Entonces cenaban a toda prisa, se acostaban y dorman sin soar, rendidos tras la dura

    jornada.

  • 8

    Pas octubre y empezaron las lluvias de noviembre. De la maana a la noche, se oa

    el aguacero azotar ruidosamente los adoquines del patio. En las viviendas, el aire era denso

    y pesado. Por la noche, cuando se apagaban los radiadores, la humedad del exterior

    penetraba por las juntas del entarimado. Un desagradable viento soplaba tras las pantallas

    de hierro de las chimeneas apagadas.

    Sentada ante la ventana, en el piso vaco, Tatiana Ivanovna se pasaba las horas

    muertas viendo caer la lluvia, que resbalaba por los cristales como una cascada de lgrimas.

    Por encima de las pequeas fresqueras y las cuerdas tendidas entre dos clavos donde se

    secaban los trapos, las criadas intercambiaban bromas y quejas de cocina a cocina en

    aquella lengua atropellada que la anciana no entenda. Hacia las cuatro, los nios volvan de

    la escuela. Se oa el sonido de los pianos, que tocaban todos a la vez, y en cada mesa de

    comedor se encenda una lmpara similar. Luego, la gente corra las cortinas, y ya no se oa

    ms que el repiqueteo de la lluvia y el sordo rumor de las calles.

    Cmo podan vivir encerrados en aquellas casas oscuras? Cundo llegara la

    nieve?

    Pas noviembre y luego las primeras semanas de diciembre, apenas ms fras, con

    las nieblas, los humos, las ltimas hojas secas, pisoteadas, arrastradas por el agua de los

    arroyos Despus llegaron las navidades. El 24 de diciembre, tras una cena ligera tomada

    a toda prisa en un extremo de la mesa, los Karin fueron a celebrar la Nochebuena a casa de

    unos amigos. Tatiana Ivanovna los ayud a vestirse. Cuando se despidieron de ella, al

    verlos arreglados como en otros tiempos se puso muy contenta. Nikoli Alexndrovich

    llevaba traje. La anciana mir sonriendo a Lul, con su vestido blanco y las largas trenzas

    recogidas en la nuca.

    Venga, Luliska, que esta noche, si Dios quiere, encuentras novio!

    La joven se encogi de hombros y se dej besar sin decir nada. Se fueron. Andri

    pasaba las vacaciones de Navidad en Pars. Llevaba la guerrera, el pantaln corto azul y la

    gorra del instituto de Niza donde estudiaba. Pareca ms alto y fuerte, y hablaba de un

    modo rpido y vivo, con el acento, los gestos y el argot de un chico nacido y criado en

    Francia. Era la primera vez que sala de noche con sus padres. Rea y canturreaba. La vieja

    aya se asom a la ventana y lo sigui con la mirada: iba saltando charcos. La puerta cochera

    se cerr con un golpe seco. Volva a estar sola. Suspir. El viento, suave pese a la poca del

    ao y saturado de una fina llovizna, le acariciaba el rostro. Levant la cabeza y mir de

    forma instintiva el cielo. Entre los tejados, apenas se vea una franja oscura, de un extrao

    tono rojizo, como si la iluminara un fuego interior. En el edificio, los gramfonos emitan

  • msicas discordantes en distintos pisos.

    En nuestra casa murmur, y se interrumpi.

    Para qu recordar? Eso haba acabado haca mucho tiempo. Todo haba terminado,

    muerto

    Cerr la ventana y volvi dentro. Alzaba la cabeza para inspirar el aire con una

    especie de esfuerzo y expresin inquieta e irritada. Aquellos techos bajos la asfixiaban.

    Karinovka La gran mansin, con sus enormes ventanales, por los que el aire y la luz

    penetraban a raudales, sus terrazas, sus salones, sus galeras, donde las noches de fiesta se

    acomodaban holgadamente cincuenta msicos Record la Nochebuena en que Kiril y

    Yuri se haban ido. An crea estar oyendo el vals que haban tocado esa velada. Haban

    pasado cuatro aos. Le pareca estar viendo las columnas, relucientes de hielo bajo la luna.

    Si no fuera tan vieja pens, me pondra en camino de buena gana. Pero no sera lo

    mismo.

    No, no sera lo mismo murmur. La nieve Cuando viera nevar, todo habra

    acabado. Se olvidara de todo. Se tumbara y cerrara los ojos para siempre. Vivir hasta

    entonces? musit.

    Recogi con aire mecnico la ropa esparcida por las sillas y empez a doblarla.

    Desde haca algn tiempo, por todas partes crea ver un polvillo fino, uniforme, que caa del

    techo y recubra los objetos. Le ocurra desde el otoo, cuando, pese a que anocheca antes,

    posponan la hora de encender las lmparas para no gastar demasiada electricidad. Frotaba

    y sacuda las prendas una y otra vez; el polvo desapareca, pero para volver a posarse

    enseguida un poco ms all, como una fina ceniza.

    Qu es esto? Pero qu es? mascull con estupor y angustia mientras segua

    sacudiendo y recogiendo.

    De pronto, se detuvo y mir alrededor. Haba momentos en que ya no entenda qu

    haca all, deambulando por aquellas angostas habitaciones. Se llev las manos al pecho y

    suspir. Haca calor y el ambiente estaba cargado; los radiadores, encendidos todava

    excepcionalmente con motivo de la fiesta, difundan un olor a pintura fresca. Trat de

    cerrarlos, aunque nunca haba conseguido entender cmo funcionaban. Durante unos

    instantes, accion la llave en vano, para acabar renunciando. Abri de nuevo la ventana. La

    vivienda del otro lado del patio se hallaba iluminada y proyectaba un intenso rectngulo de

    luz en la habitacin.

    En casa pens. En casa, ahora.

    El bosque estaba helado. Cerr los ojos y vio con extraordinaria claridad el espeso

    manto nevado, las luces del pueblo titilando a lo lejos y el ro, en el lindero del parque,

    reluciente y duro como el hierro.

  • Permaneci inmvil, apoyada en el marco de la ventana, estirndose el mantn sobre

    los revueltos mechones de cabello en un gesto muy suyo. Caa una tibia llovizna;

    empujadas por las bruscas rfagas de viento, las brillantes gotitas le mojaban la cara. Con

    un escalofro, se arrebuj an ms en el viejo pauelo negro. Le zumbaban los odos, que

    por momentos parecan resonar con violencia, como una campana golpeada por su badajo.

    Le dola la cabeza, el cuerpo entero.

    Abandon el saln y fue a su pequeo cuarto, al fondo del pasillo, para acostarse.

    Antes de meterse en la cama, se arrodill en el suelo y rez sus oraciones. Se

    santiguaba y luego rozaba el entarimado con la frente, como todas las noches. Pero ese da

    las palabras se le embrollaban en los labios; entonces se interrumpa y miraba con una

    especie de estupor la llamita que brillaba al pie del icono.

    Se ech y cerr los ojos. No poda dormir; a su pesar, oa el crujido de los muebles,

    el tictac del reloj de pndulo del comedor, como un suspiro humano que preceda al sonido

    de las horas al resonar en el silencio, y, encima y debajo de ella, los gramfonos,

    funcionando todos a la vez en la noche festiva. La gente bajaba y suba la escalera, cruzaba

    el patio, sala El cordn, por favor!, se oa gritar sin cesar, y a continuacin el eco

    sordo de la puerta cochera, que se abra y volva a cerrarse, seguido por el ruido de pasos al

    alejarse por la calle desierta. Los taxis pasaban velozmente. En el patio, una voz ronca

    llamaba al portero.

    Tatiana Ivanovna suspir y volvi la pesada cabeza sobre la almohada. Oy dar las

    once, las doce Se qued dormida y se volvi a despertar varias veces. En cuanto coga el

    sueo, vea la casa de Karinovka, pero la imagen se borraba, de modo que volva a cerrar

    los ojos aprisa para recuperarla. Siempre cambiaba algn detalle. En unas ocasiones, el

    delicado amarillo de la piedra se haba transformado en un rojo de sangre seca; en otras, la

    casa estaba ciega, tapiada, sin ventanas. Sin embargo, oa dbilmente el delicado y

    cristalino sonido de las ramas heladas de los abetos agitadas por el viento.

    De repente, el sueo cambi. Se vio inmvil ante la casa deshabitada, abierta. Era un

    da de otoo, a la hora en que las criadas empezaban a encender las estufas. Ella estaba

    abajo, de pie y sola. En el sueo, vea la casa desierta, las estancias vacas, como las haba

    dejado, con las alfombras enrolladas y arrimadas a las paredes. Cuando suba, empujadas

    por la corriente de aire, todas las puertas se abran con un ruido quejumbroso y extrao.

    Ella segua avanzando, se apresuraba, como si temiera llegar tarde. Vea la hilera de

    inmensas habitaciones, todas abiertas y vacas, con el suelo cubierto de trozos de papel de

    embalar y viejas hojas de peridico que el viento agitaba.

    Por fin llegaba a la habitacin de los nios. Estaba vaca, como todas las dems; la

    camita de Andri tambin haba desaparecido, y Tatiana experimentaba una especie de

    estupor, pues recordaba haberla dejado arrimada a un rincn, con el colchn enrollado.

    Ante la ventana, sentado en el suelo, Yuri, plido y flaco, vestido de soldado como el

    ltimo da, jugaba a las tabas con unos huesecillos viejos, como cuando era nio. Ella saba

    que estaba muerto, pero, aun as, al verlo sinti tal alegra que su viejo corazn empez a

  • latir con una violencia casi dolorosa. Los fuertes y sordos golpes le aporreaban el pecho.

    Todava le daba tiempo a verse corriendo hacia l, cruzando el polvoriento entarimado, que

    cruja bajo sus pies como antao. Y en el instante en que iba a tocarlo, despert.

    Era tarde. Estaba amaneciendo.

  • 9

    Se despert gimiendo y se qued inmvil, tumbada boca arriba, mirando con estupor

    la claridad de las ventanas. Una niebla blanca y opaca inundaba el patio, pero a sus

    cansados ojos les pareca nieve, como la que haba cado por primera vez en otoo, densa y

    deslumbrante, difundiendo una especie de luz mortecina de duro resplandor nveo.

    La primera nieve murmur juntando las manos alborozada.

    La mir largo rato con embeleso infantil y al mismo tiempo sobrecogedor,

    demencial. El piso estaba en silencio. Seguramente an no haba vuelto nadie. Se levant y

    se visti. No apartaba los ojos de la ventana; se imaginaba que nevaba, que los copos

    surcaban el aire con fugaz rapidez, como plumas de pjaro. Por un instante, le pareci or

    que se cerraba una puerta. Tal vez los Karin haban regresado y estaban durmiendo. Pero

    ella no pensaba en ellos. Crea sentir los copos posarse en su cara, de hielo y fuego al tacto.

    Cogi el abrigo, se ech el mantn por la cabeza, se la sujet bajo la barbilla con un alfiler

    y, extendiendo la mano, busc de manera mecnica sobre la mesa, como una ciega, el

    manojo de llaves que coga siempre en Karinovka antes de salir. No encontr nada, pero

    sigui tanteando, sin recordar lo que buscaba, mientras apartaba irritada la funda de las

    gafas, la labor empezada, el retrato de Yuri nio

    Crea que la esperaban. Una extraa impaciencia le haca hervir la sangre.

    Abri un armario y dej la puerta oscilando y un cajn sin cerrar. Un perchero cay

    al suelo. La anciana dud un instante, pero luego se encogi de hombros, como si no

    pudiera perder un segundo, y sali a toda prisa. Cruz el piso y baj la escalera con su

    pasito rpido y silencioso.

    Al llegar al patio, se detuvo. La glida niebla formaba una densa y blanca nube que

    se alzaba lentamente del suelo, como una humareda. Finas gotitas le aguijoneaban la cara,

    como las agujas de nieve cuando cae medio fundida y mezclada an con la lluvia de

    septiembre.

    Dos hombres con traje salieron detrs de ella y la miraron con curiosidad. La

    anciana los sigui y se desliz por el hueco de la puerta cochera, que volvi a cerrarse a sus

    espaldas con un sordo gemido.

    Se hallaba en la calle, una calle oscura y desierta. A travs de la lluvia se vea brillar

    una farola. La niebla estaba disipndose, dando paso a una fra llovizna. Los adoquines y

    las paredes resplandecan dbilmente. Pas un hombre arrastrando los pies, con los zapatos

    empapados. Un perro cruz la calzada como con prisa, se acerc a la anciana, la olfate,

  • solt un dbil gruido quejumbroso e inquieto y empez a seguirla. Tras acompaarla un

    rato, desapareci.

    Tatiana Ivanovna continu avanzando, vio una plaza, otras calles Un taxi le pas

    tan cerca que el barro le salpic la cara, pero ella no pareca ver nada. Caminaba en lnea

    recta resbalando sobre los adoquines mojados. Por momentos, se senta tan cansada que

    crea que las piernas iban a doblrsele bajo el peso del cuerpo y hundirse en el suelo.

    Alzaba la cabeza y miraba la claridad del sol, que asomaba al otro lado del Sena: un

    fragmento de cielo blanco al final de la calle. A sus ojos, era una llanura nevada, como la

    de Sujarevo. Aviv el paso, deslumbrada por una especie de lluvia de fuego que le

    salpicaba los prpados. En sus odos resonaban campanas.

    Por un instante, recobr una pizca de juicio. Vio con toda nitidez la niebla y el

    humo, que iban disipndose. Pero fue slo un momento. Inquieta y cansada, sigui

    avanzando encorvada hasta llegar por fin a los muelles.

    El Sena, desbordado, cubra las orillas. El sol se alzaba y el blanco horizonte

    resplandeca puro y luminoso. La anciana se acerc al pretil y mir con fijeza la

    resplandeciente franja celeste. A sus pies haba una pequea escalera practicada en la

    piedra. Pos la helada y temblorosa mano en la baranda, se agarr con fuerza y empez a

    bajar. El agua corra sobre los ltimos peldaos, pero Tatiana Ivanovna no la vea. El ro

    est helado se deca. En esta poca del ao, tiene que estarlo.

    Crea que bastaba con cruzarlo, que Karinovka se encontraba en la otra orilla. Vea

    brillar las luces de las terrazas a travs de la nieve.

    Sin embargo, cuando lleg abajo, el olor del agua la sorprendi al fin. Estupefacta y

    colrica, dio un respingo, se detuvo un instante, y a continuacin sigui bajando a pesar de

    que el agua le inundaba los zapatos y empezaba a empaparle la falda. nicamente recobr

    por completo la razn cuando le lleg hasta la cintura. Congelada, quiso gritar. Mas slo le

    dio tiempo a santiguarse. A continuacin, dej caer el brazo: estaba muerta.

    Antes de desaparecer, el menudo cadver flot unos instantes como un rebujo de

    trapos absorbido por el negro Sena.

    * * *

  • IRNE NMIROVSKY (Kiev, Ucrania, 1903 - Auschwitz, Polonia, 1942). Hija

    nica de un prspero banquero judo, recibi una educacin esmerada (aprendi francs,

    ruso, polaco, ingls, vasco, fins y yiddish), aunque tuvo una infancia infeliz y solitaria.

    Tras huir de la revolucin bolchevique, su familia se estableci en Pars en 1919, donde

    Irne obtuvo la licenciatura de Letras en la Sorbona.

    Luego de publicar El malentendido (1926) y Un nio prodigio (1927), la aparicin

    de su novela David Golder (1929) le abri las puertas de la celebridad. Le siguieron, entre

    otras, El baile (1930), Las moscas del otoo traducida tambin como Nieve en otoo

    (1931), El vino de la soledad (1935), Jezabel (1936) y Los perros y los lobos (1940).

    Pero la Segunda Guerra Mundial marcara trgicamente su destino. Deportada y

    asesinada en el campo de concentracin de Auschwitz, igual que su esposo, Michel Epstein,

    dej a sus dos hijas una maleta que stas conservaron durante decenios. En ella se

    encontraba el manuscrito de Suite francesa, cuya publicacin en 2004 desencaden un

    fenmeno sin precedentes: obtuvo el Premio Renaudot otorgado por primera vez a un

    autor fallecido, fue aclamada por la crtica y se convirti en un clamoroso xito de

    ventas, relanzando el inters por una autora que bien puede situarse entre los grandes

    escritores franceses del siglo XX.

    Otras obras pstumas, disponibles en espaol, son Fogatas, La vida de Chjov, El

    ardor de la sangre, El maestro de almas y El caso Kurlov.

  • Notas

    [1] Miembros de la clase superior. (N. del E. digital)