Muchamore Robert - Cherub 03 - Mision 03 Maxima Seguridad

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Robert Muchamore

MISIÓN 03:MISIÓN 03: MÁXIMAMÁXIMA

SEGURIDADSEGURIDAD

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¿QUÉ ES CHERUB?CHERUB es una rama del servicio de inteligencia británico. Sus agentes

tienen entre diez y diecisiete años. Los querubines son huérfanos que han sido reclutados en casas de acogida y entrenados para trabajar en misiones secretas. Viven en el campus de CHERUB, un complejo secreto situado en algún lugar de la campiña inglesa.

¿QUÉ UTILIDAD TIENEN LOS NIÑOS?Mucha. Nadie sospecha que puedan estar participando en una misión

secreta, lo que significa que tienen más probabilidades de conseguir cosas que a los adultos les resultarían muy difíciles de obtener.

¿OUIÉNES SON?En el campus de CHERUB viven unos trescientos niños. JAMES ADAMS,

de trece años, es nuestro héroe. Es un agente muy respetado y cuenta en su haber con dos exitosas misiones; pero tiene la mala costumbre de meterse en líos. LAUREN ADAMS, su hermana pequeña, se encuentra en la recta final de su entrenamiento básico. Si aprueba el curso, quedará capacitada para participar en misiones secretas. KERRY CHANG, la novia de James, nació en Hong Kong y es campeona de kárate. Entre los amigos más cercanos de James en el campus hemos de mencionar a BRUCE NORRIS, GABRIELLE O'BRIEN y los gemelos CALLUM y CONNOR REILLY. Su mejor amigo es KYLE BLUEMAN, de quince años de edad.

¿Y LAS CAMISETAS?Los querubines se clasifican según el color de la camiseta que llevan en el

campus de CHERUB. El NARANJA es para visitantes. El ROJO es para niños que viven en el campus, pero son demasiado pequeños para ser considerados agentes. El AZUL es para aquellos que están pasando por la fase más dura, el entrenamiento básico, de cien días de duración. El GRIS significa que el chico ya está cualificado como agente. El AZUL MARINO es la recompensa por una actuación destacada en una misión. Si el chico sigue haciéndolo bien, acabará su trayectoria en CHERUB llevando una camiseta NEGRA, el máximo reconocimiento a la excelencia como agente. Y cuando se retire, a los diecisiete años, obtendrá una camiseta BLANCA, que es también la que lleva el personal.

1.FRÍO1.FRÍO

Antes de comenzar el entrenamiento básico, probablemente ya habrás oído historias sobre este curso de cien días contadas por agentes CHERUB cualificados. No obstante, y aunque todos los cursos de entrenamiento básico se diseñan para proporcionar los fundamentos de una forma física óptima y una fortaleza mental inquebrantable, tu entrenamiento diferirá del de tus predecesores a fin de mantener el factor sorpresa.

Extracto del Manual de entrenamiento básico de CHERUB.

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Todo se veía igual en cualquier dirección. La luz solar que resplandecía sobre el campo de nieve impedía que las dos niñas de diez años viesen más allá de veinte metros, pese a las gafas de esquí tintadas que les protegían los ojos.

—¿Cuánto falta para el punto de control? —gritó Lauren Adams, deteniéndose para mirar el GPS que su mejor amiga llevaba sujeto a la muñeca.

—¡Sólo dos kilómetros y medio! —Le respondió Bethany también a gritos—. ¡Si el suelo sigue llano, deberíamos llegar al refugio dentro de cuarenta minutos!

Las chicas tenían que gritar para que su voz superara los aullidos del viento y las gruesas capas de tejido que les cubrían las orejas.

—¡Eso es casi a la puesta del sol! —chilló Lauren—, ¡Será mejor que sigamos adelante!

Habían salido al amanecer, arrastrando trineos ligeros que podían colgarse de los hombros y cargar como si fueran mochilas en los terrenos difíciles. La buena noticia era que las dos reclutas CHERUB en prácticas tenían todo el día para recorrer quince kilómetros de un campo nevado de Alaska hasta el siguiente punto de control. La mala noticia era que, a aquellas alturas de abril, sólo había cuatro horas de luz diurna, y caminar sobre medio metro de nieve suponía un enorme esfuerzo para sus muslos y tobillos. Cada paso era una tortura.

Lauren oyó que en la distancia se elevaba un aullido.—¡Se nos viene encima otra de las grandes! —gritó.Las chicas se agacharon, sujetaron sus trineos y se abrazaron con fuerza

por la cintura. Al igual que se puede oír cómo las olas se acercan a la playa, en medio de los campos nevados de Alaska puede oírse el movimiento de una potente ráfaga de viento en la distancia.

Las dos niñas iban vestidas para resistir el frío extremo. La ropa interior habitual de Lauren estaba cubierta por una camiseta termal de manga larga y calzones largos. La siguiente capa era un traje con cremallera hecho de forro polar que le cubría todo el cuerpo, excepto una rendija alrededor de los ojos. El segundo forro polar estaba diseñado para retener el calor corporal. Parecía un holgado traje de conejito de Pascua, sólo que sin cola de pompón ni orejas. Después había guantes, pasamontañas, gafas de esquí y unos guantes exteriores e impermeables que le llegaban hasta los codos, dotados de un puño elástico fuertemente ajustado. Por último llevaban un anorak de grueso acolchado y botas de nieve con suela de clavos.

Aquella ropa las mantenía calientes mientras caminaban a pesar de que la temperatura era de menos 18°C, salvo cuando descendía bruscamente cada vez que las azotaba una fuerte racha de viento. Éste neutralizaba el aire caliente entre las prendas y sólo dejaba un par de centímetros de fibra sintética entre la piel de las muchachas y el aire, tremendamente frío. Cada embestida les atravesaba el cuerpo y provocaba un dolor cortante en cualquier área expuesta.

Lauren y Bethany emplearon sus trineos como cortavientos cuando las alcanzó la ráfaga. Un punzante aire frío se coló a través de la montura ajustadísima de las gafas de Lauren, que hundió la cara en el traje de Bethany y cerró los ojos con fuerza, mientras la nieve y el hielo vapuleaban su capucha de un modo ensordecedor.

Cuando la ráfaga pasó y la nieve se hubo asentado, Lauren se sacudió el polvo blanco de la ropa y logró ponerse en pie a duras penas.

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—¿Todo bien? —gritó Bethany.Lauren alzó los pulgares.—¡Noventa y nueve días superados; uno por superar! —respondió.El refugio nocturno de Lauren y Bethany era un contenedor de metal

pintado en un tono naranja extremadamente visible. Era la clase de contenedor que uno espera ver pasar por la autopista, colocado en la caja de un camión articulado. En el techo tenía un repetidor de radio y un asta destrozada.

Las chicas le habían ganado la partida a la oscuridad. El rostro distante del sol ya estaba tocando el horizonte, y la luz que proyectaba a través de la bruma de la nieve confería al paisaje un matiz de amarillo granulado. Pero estaban demasiado agotadas para apreciar aquella belleza; lo único que les importaba era entrar en calor.

Les llevó unos minutos retirar la nieve que rodeaba las dos puertas metálicas que formaban un lado del refugio. Una vez abiertas, Lauren arrastró los trineos al interior mientras Bethany rebuscaba en un estante de madera la lámpara de gas. Lauren cerró las puertas de metal con un golpetazo que apenas se oyó en medio del viento huracanado.

—Esta noche tenemos menos combustible todavía —dijo Lauren mientras la lámpara se encendía con un vacilante resplandor azul.

La niña miró la única bombona de gas mientras se quitaba las gafas y el primer par de guantes. Tenía las manos heladas, pero resultaba imposible manipular algo con tres pares de guantes puestos.

En la primera noche de su semana en los páramos de Alaska, las chicas habían encontrado dos grandes bombonas de gas en su refugio. De modo que caldearon la estancia hasta que estuvo templada, cocinaron abundantemente y calentaron agua para lavarse. La diversión terminó de forma abrupta cuando el gas se agotó en medio de la noche y la temperatura cayó rápidamente por debajo de cero grados. Tras aquella dura lección, las dos ponían especial cuidado en racionar sus reservas de combustible.

Bethany ajustó un tubo desde la botella de gas hasta un pequeño calentador y encendió una de sus tres secciones. Aquello elevaría lentamente la temperatura del contenedor por encima del nivel de congelación. Hasta que eso ocurriera, las muchachas seguirían con la ropa de abrigo puesta.

Pasaron los siguientes minutos revolviendo entre las provisiones. Había mucha comida de alto valor energético, como carne en conserva, tortas de avena, tallarines instantáneos, tabletas de chocolate y glucosa en polvo. También encontraron las instrucciones de la misión, ropa interior limpia, fundas nuevas para las botas y esterillas. Combinado con los cazos, utensilios y sacos de dormir que llevaban en los trineos, aquello bastaría para que las diecinueve horas que faltaban hasta la salida del sol fuesen razonablemente confortables.

Cuando se hubieron asegurado de tener todo lo básico, Lauren se preguntó qué habría debajo de la lona impermeable que había al fondo del refugio.

—Tendrá algo que ver con nuestra misión de mañana —supuso Bethany.Se acercaron y retiraron la lona para dejar al descubierto una enorme

caja de cartón. Tenía unos dos metros de largo y llegaba casi hasta los hombros de Lauren. Tras rascar la capa de escarcha que cubría el cartón, quedó a la vista un logotipo de Yamaha y el dibujo de una moto de nieve.

—¡Genial! —exclamó Bethany—. No creo que mis piernas resistan otro día pateando por esa nieve.

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—¿Has conducido una de éstas alguna vez? —preguntó Lauren.—No. —Sacudió la cabeza, emocionada—. Pero no puede ser muy

diferente de las motos de cuatro ruedas que montamos el verano pasado en el albergue juvenil... Vamos a abrir las instrucciones para ver qué tenemos que hacer mañana.

—Será mejor que primero nos tomemos la temperatura y llamemos al campamento base.

Había un equipo de radio conectado a la antena del techo. Tenía la batería fría, y pasaron varios segundos hasta que se encendió el visualizador de frecuencia del panel central Mientras esperaban, las chicas se turnaron para tomarse la temperatura corporal con una pequeña tira de plástico puesta en la axila.

En ambos casos el indicador señaló entre 35 y 36 grados. Eso significaba que estaban algo por debajo de la temperatura corporal normal, como cabía esperar de dos personas que habían pasado horas sometidas a un frío extremo. Una hora más habría bastado para que sintieran los primeros síntomas de hipotermia.

Lauren agarró el micrófono de la radio y lo accionó.—Unidad tres llamando al director Large. Cambio.—Large al habla... Felicidades, mis peritas en dulce.Era alentador oír una voz humana distinta de la de Bethany por primera

vez en veinticuatro horas, aunque fuera la voz del señor Large, el director de entrenamiento de CHERUB. Large era un mal bicho. Dirigir a niños en durísimos cursos de entrenamiento no era sólo parte de su trabajo: en realidad disfrutaba haciéndolos sufrir.

—Sólo quiero informar que todo está en orden para mí y para la unidad cuatro —dijo Lauren—, Cambio.

—¿Por qué no estás utilizando la frecuencia codificada? —le espetó Large—. Cambio.

Lauren se dio cuenta de su error y se apresuró a pulsar el botón codificador del receptor.

—Oh... Lo lamento. Cambio.—Lo lamentarás mañana por la mañana cuando te ponga las manos

encima —espetó Large—. Diez puntos menos para Hufflepuff. Cambio y corto.—Cambio y corto —repuso Lauren resentida. Apagó el micrófono y le dio

una patada a la pared de metal—. Dios, te juro que odio a muerte a ese hombre.

Bethany rió un poco.—No tanto como te odia él por golpearle la cabeza con una pala y dejarlo

KO en aquel agujero lleno de barro.—Cierto —admitió Lauren, permitiéndose una sonrisa mientras recordaba

el suceso que había llevado a un brusco final su primer intento en el entrenamiento básico—. Bien, será mejor que nos demos prisa. Tú empieza a traducir las instrucciones. Yo saldré a recoger un poco de nieve para fundirla y tener agua.

Lauren encontró un cubo y sacó la linterna de su trineo. Empujó un poco la puerta metálica del refugio y se escabulló rápidamente por la pequeña abertura para impedir que se escapara mucho calor.

El sol había desaparecido, y sólo el minúsculo rayo de luz que surgía del contenedor permitió que Lauren reparara en la enorme silueta blanca que había sobre la nieve. Creyendo que el cansancio la hacía imaginar cosas, encendió la linterna. Lo que vio despejó todas sus dudas. Soltó un grito, volvió

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al interior a trompicones y cerró de un golpe la puerta metálica.—¿Qué ocurre? —preguntó Bethany sorprendida, olvidándose de las

instrucciones de la misión.—¡Un oso polar! —jadeó Lauren—. Tumbado en la nieve justo enfrente de

la puerta. Por suerte parece estar dormido; unos pasos más y habría chocado con él.

—Pero qué dices. No puede ser —replicó Bethany.Lauren agitó la linterna ante la cara de su compañera.—Vale, toma esto. Asoma la cabeza y podrás verlo por ti misma.No hizo falta más que una ojeada para confirmarlo. El enorme animal de

pelaje blanco, cuyas fosas nasales despedían un vaho blanquecino, se hallaba a menos de cinco metros de la entrada.

Cuando Lauren se recuperó del susto, las chicas reflexionaron un poco y concluyeron que la situación no era demasiado grave.

Podían conseguir toda el agua que necesitaran asomándose por las puertas de metal y recogiendo la nieve que había junto a la entrada. Cuando tuvieron bastante, decidieron dejar en paz al enorme oso. Era poco probable que el animal se quedara expuesto al frío toda la noche. Seguramente se marcharía en busca de cobijo antes de que volviera el sol.

El interior del contenedor ya se había caldeado lo bastante para que el aliento no formara volutas de vaho delante de sus caras. Después de la jornada a la intemperie, el aire en el refugio resultaba calentito. Se quitaron las botas y los trajes para la nieve, que colgaron de una cuerda sobre el calentador de gas para que la humedad se evaporara durante la noche.

El suelo metálico del refugio les enfriaba los pies, de modo que se pusieron zapatillas de deporte y extendieron las esterillas de espuma aislante que llevaban en los trineos. Dieron más potencia al calentador y colocaron delante pequeñas latas de ternera y fruta en conserva; luego, Bethany puso un cazo lleno de nieve sobre un hornillo portátil.

Les llevó una hora leer las instrucciones para el último día del curso, a la parpadeante luz de dos lámparas de gas. Las instrucciones, que ocupaban cinco hojas, estaban escritas en lenguas que las chicas habían empezado a aprender al inicio del curso: ruso para Bethany y griego antiguo para Lauren.

En principio las indicaciones eran sencillas. Debían sacar la moto de nieve de su embalaje y prepararla para su primer uso: una tarea que implicaba unir varias piezas con tornillos, lubricar el mecanismo de transmisión y el motor, y llenar el depósito de gasolina. A partir de la salida del sol, tendrían dos horas para recorrer treinta y cinco kilómetros en la moto hasta un punto de control, donde se reunirían con otros cuatro reclutas para algo que las instrucciones describían inquietantemente como «prueba final de coraje físico en condiciones meteorológicas extremas».

—Bien —dijo Lauren, hundiendo la cuchara en una lata de ternera en conserva que estaba caliente y aceitosa por fuera pero dura como piedra en el centro—, por lo menos las instrucciones de uso de la moto están en inglés.

2.BOLERA2.BOLERA

James Adams llevaba tiempo deseando pasar la noche del sábado en la bolera del pueblo, pero ahora que estaba allí tenía un bajón. Los otros cuatro

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agentes CHERUB que había en la pista parecían divertirse mucho más que él.Kyle disfrutaba de una racha muy buena y los trataba a todos con

arrogancia, comprándoles perritos calientes y refrescos con la pequeña fortuna que había obtenido haciendo copias piratas de DVD para la mitad de los chavales del campus. Kyle siempre tenía entre manos algún plan arriesgado para ganar dinero, pero, por lo que James recordaba, aquélla era la primera vez que obtenía buenos beneficios.

Los gemelos Connor y Callum también estaban disfrutando, pese a la estúpida apuesta entre ambos por ligarse a Gabrielle antes de que acabase la velada. James les había dicho que lo olvidaran; quizá fueran unos tíos majos, pero Gabrielle tenía trece años y estaba en forma. Si la muchacha quisiera tener novio —cosa que no era así por lo que todos sabían—, estaba claro que no se decantaría por dos chiquillos desgarbados de doce años, de cabello rubio y alborotado y una brecha del tamaño de una caverna entre sus incisivos torcidos.

—¡Pleno! —gritó Gabrielle cuando diez bolos cayeron estrepitosamente en distintas direcciones. Agitó los brazos y sacudió el trasero, ejecutando una especie de extraña danza guerrera—. ¡Estás acabado, Kyle! —aulló. Cuando le dio la espalda a la escena de su triunfo, vio a Connor y Callum sonriéndole desde sus sillas de plástico, flanqueando el asiento que ella ocupaba antes de lanzar.

—Un lanzamiento fantástico —declaró Callum con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿No te había dicho que lanzarías mejor si no balanceabas tanto el brazo hacia atrás? —terció Connor, dirigiéndole una mirada asesina a su hermano—. Ahora tu equilibrio es mucho mejor.

Gabrielle recordaba el consejo, pero no había lanzado de un modo diferente del habitual. El pleno había sido fruto de la suerte. Miró su silla de plástico y supo que sería incapaz de aguantar un segundo más las adulaciones de aquellos chicos. Metió la mano debajo del asiento y agarró su bolso.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Callum receloso—. ¿Qué ocurre?—James parece un poco depre —explicó Gabrielle—. Voy a sentarme un

rato con él a ver si puedo animarlo.—Buena idea —aprobó Connor sonriendo—-. Te acompaño.—No, por Dios —replicó ella—. Vosotros dos vais a quedaros donde estáis.—Pero... —empezó Connor, medio levantado ya, antes de volver a

sentarse.—Chicos, no pretendo ser grosera, pero os estáis comportando de un

modo raro y me estáis poniendo de los nervios. ¿No podéis dejarme en paz cinco minutos?

Gabrielle compadeció a los gemelos mientras se inclinaba para recoger su chaqueta. Los dos tenían la misma expresión: como bebés cuya madre los hubiera castigado confiscándoles su juguete preferido.

James estaba en las nubes y miraba fijamente al suelo que había entre sus piernas. Gabrielle le dio unas palmaditas en la rodilla.

—¿Qué te pasa, amargado? —le preguntó sentándose a su lado—. ¿Sigues pensando en Miami?

El verano anterior, James se había visto en una encrucijada y había terminado disparando a un hombre para salvar su propia vida. Aún tenía pesadillas por aquello.

—Supongo. —Se encogió de hombros—. Y echo un poco de menos a Kerry. No sé nada de ella desde hace una semana.

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—Yo tampoco. Pero el último mensaje que recibí decía que había llegado a Japón e iba a meterse de lleno en una misión secreta, así que no es de extrañar.

James asintió.—He hablado por teléfono con su controlador de misión. Dice que todo va

bien y que posiblemente Kerry esté de nuevo en casa dentro de un mes o así.—¿Y qué hay de Lauren? ¿Cómo le va con el entrenamiento básico?—Ya sabes que todo son rumores. Pero yo creo que Lauren lo estará

haciendo bien.Gabrielle soltó una risita.—¿Te acuerdas de cuando estábamos en el entrenamiento? —dijo—. Kerry

y yo os encerramos a todos los chicos en el balcón de aquel hotel e hicimos que os humillarais para dejaros entrar otra vez.

James se permitió sonreír un poco.—Sí, y nunca nos hemos desquitado por eso.Algo frío tocó la nuca de James. Miró alrededor y descubrió que los chicos

de dieciséis y diecisiete años que jugaban en la pista contigua los habían rociado a él y Gabrielle con Coca-Cola y hielo. Se comportaban como gamberros, armando bronca y tirando cosas por todos lados.

—¡Eh, tú! —le espetó Gabrielle, mirando con cara de pocos amigos a una masa de acné con la camiseta del Tottenham Hotspur—. ¡Ten cuidado!

—Lo siento —repuso el chico, sonriendo con malicia mientras contemplaba el hielo en el fondo de su vaso de plástico.

Gabrielle tuvo la impresión de que no lo sentía en absoluto.—¡James! —llamó Kyle—. Tu turno.James se levantó y sacó una bola del expendedor. Había conseguido un

vale para un par de clases gratuitas de bolos, de modo que cuando estaba en vena, iba directo al asunto: lanzar la bola con potencia y acumular puntuaciones respetables. Pero aquella noche no. De hecho, su mal humor no tenía nada que ver con que echara de menos a Kerry, ni con que le preocupara si Lauren superaría o no el entrenamiento básico. Tenía el ánimo por los suelos porque no había podido emplear una bola de bolos para salvar su vida.

Se colocó sujetando la pesada bola debajo de la barbilla. Hizo un suave y elegante balanceo. La bola chocó perfectamente contra los tres bolos delanteros, y durante un segundo James pensó que había logrado su primer pleno en años. Pero el bolo siete, en el fondo izquierdo, se limitó a tambalearse, y el número diez, en el extremo derecho, ni siquiera tuvo la decencia de imitarlo. James no podía creer en su mala suerte.

—El siete y el diez ni se han inmutado —se regodeó Kyle, palmeándose los muslos—. Vas cuesta abajo de nuevo, Adams.

James echó una ojeada al marcador. Cuando jugaban en grupo, él solía competir con Kyle por el primer puesto y ganaba más de lo que perdía. Pero esa noche ya había perdido dos partidas, y en la tercera iba treinta puntos por debajo de Kyle cuando sólo faltaban cuatro juegos. Pensó que su amigo era cruel al restregárselo por la cara, olvidando muy convenientemente que él habría actuado del mismo modo si fuese Kyle quien tuviese una mala noche.

James agarró su bola en cuanto ésta se detuvo al principio de la pista. Volvió a colocarse para el segundo lanzamiento, mirando con ceño los dos bolos situados en extremos opuestos de la pista.

Para derribar el siete y el diez es necesario golpear un bolo con tal fuerza que choque contra la pared del fondo y rebote hasta darle al bolo del lado opuesto. El golpe requiere una gran dosis de suerte, y ni siquiera un jugador

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de un campeonato mundial esperaría conseguirlo a menudo.—No acertarías a los dos ni en cien años —le picó Kyle.James se giró y le sonrió con suficiencia, esforzándose en demostrar

seguridad.—Aposenta tu culo en la silla y observa a un maestro.Balanceó la bola tan fuerte como pudo, pero cuando se lanza deprisa se

pierde control. La bola se desvió levemente cuando James la soltó. Tenía mucho camino por recorrer, pero el muchacho supo de inmediato que no iba bien.

—Vuelve —masculló ansiosamente cuando la bola se acercó más al canalón—. Vamoosssss, bonita...

La bola cayó a la canaleta con un golpe sordo, a un par de metros del bolo. James se tapó los ojos con las manos y maldijo entre dientes. Casi no se atrevía a girarse, pues sabía que se encontraría con la cara de Kyle, pagado de sí mismo.

—Ocho puntos y una bola en el canalón —dijo Kyle alegremente—. Quizá prefieras ir a las pistas infantiles y preguntarle al supervisor si puedes jugar con los críos de camiseta roja.

—Tal como me van las cosas esta noche, creo que los pequeños me vapulearían —repuso James mientras se dejaba caer en la silla contigua a la de Gabrielle.

—Sin embargo, lo estás haciendo mejor que Callum y Connor —terció ella amablemente, señalando el monitor con las puntuaciones.

—Pues menudo consuelo. Ésos dos son unos negados.Ella sonrió y le acarició la pierna con el dorso de la mano.—Supongo que ésta no es tu noche.Mientras decía esto, volvieron a rociarles la espalda con más Coca-Cola.

Se giraron y vieron a dos chicos corpulentos con camisetas de fútbol, peleándose en el suelo en medio de un charco. James esperó a que se separaran para recriminarles:

—¿A qué estáis jugando, imbéciles? Me habéis empapado.—Y mi blusa está toda mojada —añadió Gabrielle, mirándose la espalda y

preguntándose si podría eliminar las manchas.Los dos tipos soltaron unas risitas mientras se ponían en pie.—Sólo estábamos divirtiéndonos —respondió el del Tottenham.Su compañero se mostró menos afable.—Hay muchos asientos vacíos por allá —gruñó—. ¿Porqué no os cambiáis

de sitio?—Porque ésta es nuestra pista —replicó Gabrielle—. No quiero tener que

recorrer kilómetros cada vez que me toque lanzar.—Sí —coincidió James—. ¿Por qué deberíamos cambiarnos? ¿Sólo porque

tú quieres retozar por el suelo con tu novio?El chico se acercó y le dio un empujón en la espalda.—¿Me estás llamando maricón?James y Gabrielle se levantaron y se volvieron hacia los dos muchachos,

los cuales eran bastante más altos que ellos.—No he venido aquí en busca de pelea —dijo James.—Yo tampoco —repuso el chico—. Pero vas por muy buen camino para

acabar metido en una, así que ¿por qué no agarras a la negrata de tu novia y os sentáis en otro sitio?

El tipo superaba a Gabrielle en veinticinco centímetros y quince kilos, de modo que nadie habría esperado lo que sucedió a continuación. Gabrielle, que

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era cinturón negro II Dan de kárate, lanzó una patada por encima de la hilera de asientos. Su zapato de bolera impactó contra el riñón del tipo, y para cuando éste recuperó el aliento, estaba inmovilizado en el suelo con la nariz sangrando y una uña pintada de naranja hincada en la mejilla.

—¡Llámame eso otra vez! —bramó Gabrielle—. Vamos... a ver si te atreves.

Su voz resonó contra el techo de metal de la bolera, mientras cincuenta pares de ojos atónitos se volvían hacia ella. Todo el local se quedó en silencio, excepto por el sonido de un par de bebés llorones y los pitidos de las máquinas de videojuegos.

James pasó rápidamente por encima de la fila de asientos e intentó apaciguar a su amiga.

—Tranquila, Gabrielle —dijo—. Cálmate. No vale la pena enfadarse por tipos como éste.

La muchacha apartó la mano del rostro de su víctima y se incorporó. James pensaba que había distendido la situación, pero entonces vio que otros cuatro tíos estaban rodeándolos. Y de pronto recibió un torpe puñetazo en un lado de la cabeza.

Instintivamente, James lanzó el codo hacia atrás para librarse de su atacante: le dio en pleno rostro y lo hizo retroceder trastabillando. Los otros tres se lanzaron. Dos arremetieron contra James, mientras el de la camiseta del Tottenham intentaba derribar a Gabrielle arremetiendo contra su espalda.

CHERUB había entrenado a James para desenvolverse en una pelea, pero hay un límite a lo que puedes hacer contra tres oponentes significativamente más grandes que tú. Por fortuna, sus compañeros ya acudían en su ayuda.

Kyle, Connor y Callum sortearon los asientos y se abalanzaron sobre los matones. James recibió un segundo puñetazo, y sus zapatos de bolera chirriaron cuando perdió el equilibrio en el pulimentado suelo de madera.

Trató de ponerse en pie de nuevo, pero se encontró atrapado en el suelo mientras una maraña de piernas y brazos se enzarzaban sobre su cabeza. Vio que la rodilla de Kyle golpeaba a alguien en el estómago, y a un tipo con camiseta del Tottenham a quien los gemelos inmovilizaban con una llave de brazo.

Para cuando un grupo de adultos —incluidos los dos supervisores de CHERUB que vigilaban a los más pequeños en las pistas infantiles— intervino para acabar con la pelea, no había duda sobre el resultado. Los cinco agresores se arrastraban por el suelo doloridos en diversos grados, rodeados por un círculo de agentes CHERUB de expresión inflexible que los desafiaban a hacer otro movimiento.

James giró sobre su espalda y tomó una gran bocanada de aire. Sintió una pequeña oleada de orgullo por estar en el bando de los ganadores, incluso aunque su principal contribución hubiera sido recibir un golpe en la cabeza y caer redondo. Pero aquellos chicos se merecían la lección recibida; el modo en que habían insultado a Gabrielle era inaceptable.

No obstante, el buen humor de James se empañó cuando logró sentarse en una silla de plástico. Le dolía la cabeza, la ropa le había quedado hecha un asco y habría consecuencias cuando regresaran al campus.

El doctor Terence McAfferty, conocido como Mac, se quedó mirando fijamente a los cinco chavales plantados frente a su enorme escritorio de roble, preguntándose cuántas veces se había visto ante muchachos con los mismos rostros preocupados a lo largo de los quince años que llevaba como director general de CHERUB. Estaba seguro de que el número se contaría por

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millares.—Y bien —dijo con cansancio—, ¿qué ha provocado la pelea de esta noche

en la bolera?—Un tipo se metió con Gabrielle —explicó Kyle dando un paso adelante;

asumía el papel de portavoz por ser el mayor—. Estaban molestándonos y comportándose como idiotas. Así que perdimos los estribos y les ajustamos las cuentas.

—Así pues, todos decidisteis simultáneamente ajustarles las cuentas —repuso Mac, sabiendo que era una coartada—. Y supongo que ninguno de vosotros es más culpable que los demás, ¿verdad?

—Exacto —mintió Kyle.El resto de sus compañeros asintió. Durante el trayecto de regreso al

campus en minibús se habían puesto de acuerdo. Gabrielle había iniciado la bronca, pero porque la habían ofendido con un insulto racista, y ninguno de sus amigos pensaba que se mereciera cargar con todas las culpas.

—Comprendo —dijo Mac—. Si así es como queréis que lleve esto, así será. Pero he hablado con los miembros del personal que estaban en la bolera, y creo que tengo una idea bastante aproximada de lo que sucedió en realidad. —Dirigió una mirada cargada de intención a Gabrielle y James—. No tendría que explicaros lo grave que habría podido ser este incidente. Se os ha instruido al respecto una y otra vez. ¿Cuál es la prioridad número uno para los agentes CHERUB cuando están fuera del campus?

Los muchachos recitaron la respuesta a distinta velocidad y con diversos grados de entusiasmo:

—Procurar pasar inadvertidos.—Pasar inadvertidos, exacto —asintió Mac—. CHERUB es una

organización secreta. La seguridad de nuestros colegas que ahora mismo están llevando a cabo misiones secretas depende de que nadie sepa que existimos. Cuando estáis fuera del campus, en ningún caso debéis atraer una atención indebida. Debéis evitar los problemas a cualquier precio, incluso bajo una provocación extrema. ¿Ha quedado claro?

—Sí, señor —afirmaron todos muy serios.—Esta noche en la bolera, mucha gente ha visto una exhibición de

vuestras técnicas de lucha. ¿No creéis que sentirán curiosidad por quiénes sois y por cómo unos jovenzuelos pueden haber adquirido tal destreza en artes marciales avanzadas? ¿Podéis imaginar el revuelo que se habría armado si uno de esos chicos hubiera resultado gravemente herido? Sé que todos estáis entrenados para el combate cuerpo a cuerpo y que tenéis el sentido común de emplear la fuerza mínima, pero aun así pueden suceder accidentes inesperados.

»Aparte de todo esto, podéis consideraros muy afortunados de que yo tenga contactos en la comisaría local. He tenido que utilizar mis influencias para impedir que estuvierais ahora mismo en un calabozo, pendientes de una grave acusación... Bien, ahora fijaremos vuestros castigos.

Era medianoche. Los chavales habían soportado el sermón entre cansados y nerviosos, pero atendieron de repente ante la mención de un castigo, ansiosos por saber qué iba a ocurrirles.

—En primer lugar, prohibido ir al pueblo en los próximos cuatro meses —anunció Mac—. En segundo lugar, en CHERUB siempre andamos escasos de alumnos, y justamente ahora necesitamos contar con sangre nueva...

Metió la mano en un cajón del escritorio y sacó un fajo de instrucciones para misiones. James soltó un bufido cuando comprendió que iban a enviarlos

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a algún hogar infantil para captar a un nuevo agente CHERUB. Él nunca había participado en una misión de reclutamiento, pero la gente que sí lo había hecho aseguraba que eran una lata.

3.FAUNA3.FAUNA

Era casi medianoche cuando Lauren y Bethany acabaron de preparar la moto de nieve para el viaje del día siguiente. El vehículo estaba diseñado para que cualquiera capaz de seguir unas instrucciones básicas pudiese sacarlo de su embalaje, ensamblarlo, lubricarlo y aprovisionarlo de combustible.

Las niñas unieron sus sacos de dormir y se apretujaron dentro de ellos. Según el manual de supervivencia en un entorno frío, dormir en sacos individuales proporciona más calor. Pero los libros de texto no tienen en cuenta el confort que da quedarte dormida al lado de tu mejor amiga, incluso aunque el brazo cubierto de forro polar con que te rodea la espalda apeste a gasolina.

Unos débiles rayos de luz se colaron en el refugio cuando el sol empezó a asomar por el horizonte, pese a los cartones que las chicas habían colocado en las puertas de metal para evitar las corrientes de aire.

Lauren y Bethany estaban profundamente dormidas cuando sonaron sus despertadores, con sólo unos segundos de diferencia. Las muchachas no corrían riesgos. Habían activado dos alarmas por si uno de los relojes fallaba. Cualquier error podía hacer que no llegasen al último punto de control, y entonces sus noventa y nueve días de padecimientos no habrían servido para nada. Intentaban no pensar en un posible fracaso, pero era como estar atrapado en un edificio en llamas y no pensar en el fuego que ascendía.

Lauren abrió la cremallera y salió de su saco de dormir. Encendió una de las lámparas. Bajo sus pies cubiertos con calcetines, el suelo del contenedor estaba congelado. Bethany siempre remoloneaba y, como todos los días desde el comienzo del entrenamiento, hizo falta un empujón de su amiga para ponerla en movimiento.

—Venga, gandula—dijo Lauren—. Empieza a empaquetar nuestro equipaje y yo prepararé las gachas de avena. Será más seguro salir cuando haya bastante luz.

Mientras decía esto, se agachó sobre un cubo de metal situado en medio de la estancia y procedió a la poco digna tarea de bajarse el traje polar y la ropa interior termal con la que había dormido.

—¿Por qué no seré un chico? —preguntó retóricamente, mientras Bethany se incorporaba en su saco de dormir y metía en sus botas fundas de usar y tirar—. Con un pene, esta historia sería mucho más sencilla.

—Imagina lo que estarán haciendo nuestros hermanos ahora mismo. Con la diferencia horaria, allí es hora de irse a la cama. Apuesto a que están sentados delante de la tele, con bebidas calientes y galletas de chocolate.

Lauren se echó a reír.—Conociendo a James, estará en las pistas de atletismo, castigado a dar

unas cuantas vueltas.—Probablemente con Jake —sonrió maliciosa Bethany—. Mi hermano es

casi tan malo como el tuyo.—¿Quieres usar el cubo antes de vaciarlo fuera? —preguntó Lauren

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mientras se ajustaba la ropa interior y se subía la cremallera del traje polar.—Sí, pásamelo. Estoy que reviento. Espero que el oso se haya largado.Lauren esbozó una sonrisa.—Si no se ha ido, está a punto de despertar con un cubo de pis por la

cabeza.Después de que Bethany orinase, Lauren empujó con cuidado la puerta

de metal con un hombro. Costaba moverla por el medio metro de nieve acumulada al otro lado durante la noche. El aire frío le heló la cara y las manos desnudas. Vertió el contenido del humeante cubo y echó una ojeada a través del aguanieve.

—Mierda —exclamó nerviosa—. Aún está ahí.El oso durmiente estaba cubierto por la nieve caída durante la noche,

dejando tan sólo un hueco alrededor del hocico por el aliento cálido que brotaba de su nariz.

—Mira qué tamaño tiene. Apuesto a que podría matarnos de un solo golpe. Será peligroso sacar la moto de nieve mientras siga aquí. Tendremos que ahuyentarlo.

—Hagámoslo ahora —apuntó Bethany, acercándose a la rendija de la puerta—. Así estará lejos cuando tengamos que irnos.

Lauren estuvo de acuerdo.—En los programas de televisión siempre dicen que los animales grandes

se asustan fácilmente, así que no será muy complicado.Sacó el cubo y empezó a aporrear la puerta de metal tan fuerte como

pudo. Las chicas tuvieron que taparse las orejas para soportar el estrépito. El oso, sin embargo, no se movió ni un centímetro.

—Qué criatura tan estúpida —espetó Lauren.—Tal vez deberíamos tirarle algo.A través de la puerta abierta comenzaba a escaparse el calor, y las niñas

no iban bien abrigadas. Regresaron al interior para ponerse guantes y pasamontañas. Bethany rebuscó algún objeto apropiado para lanzar; Lauren puso en un cazo copos de avena, leche en polvo y agua, y lo colocó sobre el hornillo de camping para que su desayuno fuera calentándose mientras se ocupaban del problema con la fauna autóctona.

Bethany se aproximó a las puertas con dos cacerolas, los únicos artículos de su equipamiento de acampada que parecían lo bastante potentes para despertar a un oso polar.

—Tendré que acercarme para estar segura de no fallar. Pero el oso podría cargar contra mí, así que sostén la puerta y estate preparada para cerrarla en cuanto yo regrese.

El corazón de Bethany latía desbocado cuando se acercó hasta quedar a tres metros del oso, sujetando una cacerola en cada mano. Le lanzó las dos antes de girar sobre los talones y echar a correr hacia el refugio en medio de una estela de nieve.

Lauren cerró la puerta de golpe tras ella. Bethany llevaba tal impulso que chocó contra un trineo y acabó despatarrada en el suelo.

—¿Estás bien?—Sobreviviré —respondió Bethany jadeando mientras se incorporaba—.

¿Ha funcionado?La preocupación principal de Lauren había sido la seguridad de su amiga.

No había visto la reacción del oso entre la nube de nieve, de manera que volvió a abrir la puerta unos centímetros y echó una ojeada.

—No puedo creerlo —dijo sin aliento.

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Bethany asomó la cabeza por la abertura y tampoco pudo creer lo que vio. El oso no se había movido. Lo único que había cambiado era que ahora el animal tenía una cacerola delante de la nariz, en el suelo, y otra atascada en la nieve del lomo, que subía y bajaba con la respiración.

—Tenía que pasar justamente esta mañana, ¿no? —resopló Lauren, tensa—. A esta hora ya deberíamos haber tomado el desayuno, preparado el equipaje y sacado la moto.

—Piensa, mujer —se dijo Bethany, golpeándose los muslos con las manos enguantadas—. Ha de haber una manera de que se mueva.

—Quizá sea sordo o algo así.—Piensa, piensa, piensa... ¿Qué tal si cargamos todo en la moto y la

sacamos con sigilo?—Demasiado peligroso. ¿Y si lo alertamos en el momento equivocado y se

lanza sobre nosotras? No tendríamos ninguna oportunidad.—Es verdad. Pero mirando a ese bulto dormilón, diría que hace falta

meterle un petardo en el culo para lograr que reaccione.—¡Eso es! —exclamó Lauren—. Bethany, eres un genio.—¿Qué? No-tenemos petardos. Sólo bengalas de emergencia, pero si las

encendemos, el helicóptero de rescate vendrá por nosotras y habremos suspendido el entrenamiento.

—No tenemos petardos pero podemos hacer fuego. A los animales les asusta el fuego.

Sintiendo que no podía perder tiempo en explicaciones, Lauren se puso a rebuscar entre los restos del embalaje de la moto de nieve, al fondo del refugio. Agarró una larga lámina de cartón y rasgó una sección de unos treinta centímetros de ancho por tres metros de largo. Luego enrolló el cartón para formar un tubo.

—Ata esto con un poco de cinta adhesiva —pidió a su amiga.Bethany tomó las fuertes tiras de plástico adhesivo que habían cortado en

la caja del vehículo y las pasó alrededor del tubo haciendo nudos.—¿Vamos a darle con esto? —preguntó.—Ajá— asintió Lauren, mientras reunía los pedazos de tela impregnada

de aceite que habían empleado con la moto de nieve y los introducía por un extremo del tubo—. El aceite de estos trapos prenderá fácilmente —explicó—. Durará sólo lo suficiente para que el oso sienta una lengua de fuego.

—Bien pensado —aprobó Bethany con admiración, y sacó una pequeña bengala del trineo mientras Lauren se aproximaba a la puerta.

—Prepárate para cerrar en cuanto vuelva —dijo Lauren—. Al oso no va a gustarle nada.

Bethany se acercó de puntillas con la bengala y prendieron los trapos aceitosos, que desprendieron inmediatamente llamas azules. Lauren sacó el tubo por la puerta, esperando que el helado viento no lo apagara.

El fuego se tornó naranja cuando Lauren inclinó el tubo hacia delante y el cartón empezó a arder. Su segundo paso sobre la crujiente nieve dejó el extremo en llamas a medio metro de la cabeza del animal. Entonces depositó el tubo sobre la nieve y lo hizo rodar hacia la bestia. Segura de que el oso retrocedería en cuanto las llamas lo alcanzaran, la niña corrió de vuelta al refugio, y Bethany cerró la puerta tras ella.

Contuvieron la respiración durante un largo minuto antes de abrir un poco la puerta para espiar. Esperaban encontrarse con un oso de cuatrocientos kilos enloquecido y con la nariz chamuscada, pero lo que vieron resultó más chocante: la cabeza del animal estaba en llamas, y la cuenca del

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ojo se le había hundido en el cráneo.—¡Lo hemos matado! —exclamó Bethany—. El pobrecito debía de estar

viejo o enfermo.Pero Lauren no podía creerlo. Había reparado en las volutas grises que

surgían de la parte posterior del animal. La chiquilla no sabía mucho sobre la anatomía de los osos polares, pero estaba segura de que no eran huecos por dentro.

—Es falso —declaró.Se internó en la nieve hasta el oso humeante y se inclinó sobre él. A pesar

del humo, pudo ver la cavidad interna por donde se había derretido la cabeza. El oso estaba recubierto con un pelaje de nailon, extendido sobre una estructura de alambre. En su interior vio los fuelles de plástico, los tubos de goma, la batería de automóvil y la bomba eléctrica que habían simulado la respiración del animal.

—Debimos suponerlo —bramó Bethany furiosa, levantando ráfagas de nieve a patadas—. Después de todas las trampas que nos han puesto los monitores...

Lauren miró su reloj.—Yo diría que ya hemos perdido quince minutos de luz diurna.

Zampémonos el desayuno y salgamos de aquí.Las gachas de avena estaban borboteando al borde del recipiente cuando

las niñas regresaron al refugio. Lauren roció las gachas con una buena dosis de glucosa en polvo y un suplemento energético de absorción lenta, diseñado para los corredores de largas distancias. Las chicas necesitarían todas las calorías de aquella comida energética para mantener el cuerpo caliente en su trayecto de treinta y cinco kilómetros en moto de nieve. Cuando todo estuvo bien mezclado, las gachas tenían una textura arenosa y la palidez gris del cemento, pero las muchachas apenas lo tuvieron en cuenta mientras engullían a grandes sorbos aquella espesa mezcla.

—Espero que no haya más trampas —dijo Lauren mientras se enjugaba un hilillo de gachas de la comisura de la boca.

Bethany habló con la boca llena: —Si es que podemos mantener la cabeza sobre los hombros cuatro horas más...

4.DOMINGO4.DOMINGO

Los chavales que viven en el campus de CHERUB pierden muchas horas de clase cuando están fuera realizando una misión. Una de las maneras de recuperarlas es tener clases los sábados por la mañana. James pensaba que aquello era cruel, porque sólo le quedaba el domingo para levantarse tarde.

Eran casi las once cuando decidió separarse del edredón. Vestido sólo con unos calzoncillos y una mugrienta camiseta de CHERUB, miró a través de las tablillas de la persiana y vio la típica mañana de abril, con una leve escarcha sobre el césped y una ligera llovizna. En los campos que había más allá de las pistas, un puñado de embarrados reclutas de ocho y nueve años, chicos casi todos, jugaban un partido de fútbol.

James fue al ordenador portátil para revisar su correo electrónico. Esperaba tener un mensaje de Kerry, pero sólo encontró un correo basura de una compañía que le ofrecía un «Test online de personalidad gratuito que

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podría ¡¡¡cambiar TODA tu vida!!!» y una notificación de su agenda enviada por la controladora de misión Zara Asker:

James:Por favor, no olvides acudir a las 15.30 de esta tarde al edificio de

preparación de misiones, sala 31, donde recibirás las instrucciones para tu próxima misión de reclutamiento.

Zara Asker (controladora de misión)

James pensó en mandarle un mensaje a Kerry, pero ya le había enviado tres desde la última vez que ella le contestó y la única novedad que tenía era la pelea en la bolera, cosa que no le apetecía mencionar.

Se sintió demasiado perezoso para bajar a la cafetería, de modo que puso el canal Sky Sports News, llenó un cuenco de cereales y sacó leche y zumo de naranja del frigorífico. Mientras comía sentado a la mesa, llamaron a la puerta.

—No está cerrada—dijo sin dejar de masticar.Entraron Bruce y Kyle, ambos con pantalones cortos, zapatillas y bolsas

de deporte con toallas y ropa limpia.—¿Aún no estás preparado? —preguntó Kyle.James miró el reloj que había sobre la mesilla de noche.—Lo siento. No me había dado cuenta de que ya era la hora.Todos los domingos por la mañana, James iba a la sesión de

entrenamiento físico con Bruce y Kyle. La mayoría de los chicos prefería jugar al fútbol o al rugby, pero después de trece años fallando goles claros, trastabillando en el barro y recibiendo en la cara balonazos surgidos de la nada, James había terminado por admitir de mala gana que los deportes con balón no eran su fuerte.

—Me pondré algo —dijo, sentándose en el borde de la cama y recogiendo uno de los rígidos calcetines de deporte que había esparcidos por el suelo.

—Menuda armasteis anoche en la bolera, James —se burló Bruce.—Tú también habrías participado si no hubieras estado en las cocinas con

la cuadrilla de castigo —replicó James.—Sí, bueno —sonrió—. Mejor pasarse un par de horas arrodillado

limpiando hornos que un mes metido en algún espantoso centro de menores. Pero la verdad es que siempre es una pena perderse una bronca, tenga las consecuencias que tenga.

—¿Sabes una cosa? —James se puso un calcetín blanco que no combinaba con el otro—. No entiendo a qué viene tanto alboroto por las misiones de reclutamiento. No puede ser tan malo que te envíen a un hogar infantil en busca de alguien nuevo que se una a CHERUB.

Kyle, que ya había estado en cinco misiones de reclutamiento por sus muchos pecados, asintió antes de hablar:

—No es horroroso, sólo mortalmente aburrido. Además, muchos chavales que conoces en esos sitios son unos cerdos; te roban y cosas por el estilo. Una vez estuve en un centro de Newcastle. Cada cinco minutos se metía un tipo conmigo. Pasé allí tres semanas y debí de tener una pelea cada día.

—¿Reclutaste a alguien?Kyle asintió.—A esos gemelos rubios con acento del nordeste. ¿Recuerdas que te los

señalé un día? Entonces sólo contaban siete años, pero entre los dos tenían más cerebro que todos los chicos de aquel vertedero juntos.

En el campus de CHERUB había tres gimnasios. El entrenamiento físico

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se practicaba en el más antiguo de los tres, el cual se conocía aún como «El gimnasio de los chicos», pues databa de los días en que la educación física era algo exclusivo de un solo sexo. James sentía debilidad por aquel edificio destartalado, con su reloj de pared de caoba parado en las cinco menos cuarto, las tenues bombillas suspendidas de largos cables y los contraídos suelos de madera que crujían bajo los pies. Su detalle preferido era el letrero pintado a mano que colgaba sobre la entrada:Cualquier muchacho que entre aquí con barro o suciedad en sus zapatillas será azotado.P. T. Bivott (director de Deportes)

Aquel día la profesora era Meryl Spencer, una velocista olímpica retirada a la que no le importaría azotar a un par de chavales si no fuera porque en CHERUB los castigos corporales estaban prohibidos desde hacía más de veinte años.

En el gimnasio se había dispuesto un circuito con cuarenta paradas. Algunas eran tan simples como una estera de espuma con un rótulo plastificado encima que anunciaba: «Flexiones.» Otras eran más complejas: conos de tráfico colocados para carreras en zigzag, una máquina para ejercitar los pectorales, o una barra para colgarse y flexionar los brazos.

Los treinta chavales de la clase eligieron una parada para empezar. Trabajaban en ella dos minutos, después de los cuales Meryl soplaba su silbato para que pasaran a la siguiente. El circuito completo duraba ochenta minutos, y lo único que evitaba que cayesen rendidos eran las dos pausas de descanso establecidas. Cualquiera que pareciese flojo se encontraba con Meryl o su ayudante chinándole en la cara, llamándolo blandengue y amenazándolo con «una soberana patada en el culo».

Cuando finalizó la sesión, ocho chicos se amontonaron en las duchas. James se secó con la toalla y se puso unos vaqueros limpios; luego tensó los músculos del pecho y los bíceps delante del espejo empañado. Había crecido ocho centímetros en los tres últimos meses y desarrollado músculo desde que empezara con los entrenamientos regulares de fuerza.

Bruce le dio en la espalda con la toalla.—Eh, tú, posturitas —dijo con una sonrisa maliciosa—. Deja ya de chulear.James se apartó y sonrió mientras se ponía desodorante en las axilas.—Sólo estás celoso porque estoy hecho un cachas —replicó—. No es de

extrañar que la mitad de las chicas del campus me vayan detrás.—¿Eso piensas? —gruñó Bruce.Kyle vio una oportunidad de oro para una de sus bromas características.—La verdad es que creo que tienes razón, James —declaró, dando un

paso adelante y poniéndole una mano en el trasero—. Desde luego, estás buenísimo.

James dio un salto de medio metro y soltó un grito.—¡Corta ya ese rollo homosexual de mierda, Kyle!Después de una gran labor de persuasión por parte de Kerry y algunos

otros, James había aceptado por fin que no había nada malo en que su amigo Kyle fuese gay. Sin embargo, en ocasiones todavía le provocaba escalofríos. Giró sobre sí mismo y lo empujó, con el rostro enrojecido de rabia, mientras los otros se echaban a reír. Entonces se dio cuenta de que la única manera de no hacer el ridículo era vencer a Kyle en su propio juego. Así pues, reunió en la boca toda la saliva que pudo, agarró a Kyle por la nuca y le estampó un gran beso baboso en la mejilla. Kyle retrocedió horrorizado, con un reguero de

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saliva bajándole por la cara.—Asqueroso... —aulló mientras se restregaba el rostro con la toalla.—¿Qué pasa? —preguntó James dulcemente—. Venga, cielo. ¿Por qué no

nos damos un besito?Bruce y los demás se partieron de risa mientras Kyle hacía un fardo con

su ropa y se marchaba al extremo opuesto del vestuario.El almuerzo del domingo era todo un acontecimiento en el campus. Era la

única comida de la semana en que las mesas individuales del comedor se colocaban juntas, se cubrían con manteles y se sacaba la cubertería buena. El tradicional asado dominical con su guarnición de rigor era el plato preferido de James, pero el ambiente de su mesa era deprimente, pues todos excepto Bruce iban a recibir las instrucciones para su misión de reclutamiento aquella tarde. Ni siquiera los chistes sobre el imaginario noviazgo entre Kyle y James ayudaron mucho a levantar los ánimos.

Kyle, James y Gabrielle compartían la primera cita con Zara, de manera que después de comer caminaron juntos bajo la llovizna, sin hablar y con los estómagos hinchados entorpeciendo su avance.

El flamante edificio nuevo donde se preparaban las misiones se hallaba a un kilómetro del edificio principal, donde habían comido. La construcción, con forma de plátano, impresionaba al aproximarse: un centenar de metros de cristal reflectante, plagado de parabólicas y antenas. Pero la primera impresión cambiaba de signo al ver que los senderos que conducían al edificio consistían en tablones de madera extendidos sobre el barro. Aún había carretillas, hormigoneras y materiales de construcción por todas partes, y del sistema de acceso de alta seguridad que supuestamente identificaba escaneando el fondo del ojo colgaba un letrero empapado que rezaba: «Fuera de servicio.»

Los tres muchachos recorrieron un pasillo con olor a moqueta nueva. Las puertas de los despachos tenían placas con nombres de controladores de misión.

Zara Asker era de los controladores más veteranos. Tenía una oficina enorme al final del corredor, con un semicírculo de ventanales que iban del suelo al techo y algunos muebles de aspecto elegante: mucha madera curvada y llamativos embellecedores cromados. Zara se levantó con esfuerzo de su sillón cuando los chavales cruzaron la puerta; llevaba un holgado peto que se le tensaba sobre una barriga de casi nueve meses de embarazo.

—Bien, bien, bien —dijo con una sonrisa picara, saludando con la cabeza a James y Kyle—. El doctor McAfferty me había dicho que no tardaríamos en disponer de agentes para enviar en misiones de reclutamiento. No puedo decir que me sorprenda veros aquí, par de gamberros... Y tú debes de ser Gabrielle. Creo que no habíamos tenido el placer de conocernos.

Mientras Gabrielle y Zara se estrechaban la mano, James no pudo evitar sonreír con culpabilidad. Zara había formado parte del equipo de controladores de su última misión, y se había llevado muy bien con ella.

—¿Cómo está Joshua? —preguntó.Zara esbozó una ancha sonrisa.—Ha crecido mucho desde la última vez que lo viste. Le están saliendo las

muelas, y nos está volviendo locos a Ewart y a mí. Si alguna vez te apetece ir a las dependencias del personal para hacer de canguro...

James se echó a reír.—Creo que no, gracias.—Bien —repuso Zara, volviendo al trabajo—, imagino que todos sabéis lo

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que conlleva una misión de reclutamiento. Elaboramos un pasado y una identidad falsa para cada uno de vosotros, y seguramente seréis enviados a un centro de menores la próxima semana. Como en cualquier otra misión, tenéis todo el derecho de rechazarla. De todos modos, si os negáis en este caso, supongo que el doctor McAfferty os impondrá un castigo alternativo, y podéis esperar que sea menos agradable que pasar unas semanas en un hogar infantil.

»Cuando lleguéis al centro, vuestro trabajo será examinar a todos los chicos. Vais en busca de un posible recluta CHERUB, lo que significa alguien listo y en buena forma física. Los lazos familiares son un impedimento. Se valorarán muy favorablemente la destreza en idiomas extranjeros y los gemelos idénticos. Está todo detallado en las instrucciones.

Zara se inclinó sobre el escritorio y les tendió una copia de las instrucciones estándar para una misión de reclutamiento.

—En cualquier momento pueden trasladar buenos candidatos a hogares de acogida —continuó—. Así que si descubrís a alguien que os parezca adecuado, comunicadlo inmediatamente, a mí o a cualquiera de nuestros ayudantes, y nos encargaremos de sedarlo para traerlo aquí y someterlo a las pruebas de aptitud...

Llamaron suavemente a la puerta abierta.—¡John! —exclamó Zara con una sonrisa—. Me encanta ver que no soy la

única que viene a trabajar los domingos por la tarde.James se giró y reconoció las gafas plateadas y la cabeza calva y pálida de

John Jones. John sólo se había encargado de una misión como controlador en CHERUB, pero James había trabajado con él el año anterior, cuando el hombre aún estaba empleado en el MI5, la sección adulta de la inteligencia británica.

—Me había parecido ver a James aquí—dijo John—. No irás a mandarlo fuera, ¿verdad?

—Ha vuelto a meterse en problemas —explicó Zara—. Mac quiere que vaya a una misión de reclutamiento, pero te lo cederá si lo necesitas para algo importante.

El corazón de James dio un brinco ante aquella posibilidad.John Jones asintió.—¿Podríamos hablar unos minutos en privado?Zara miró a los muchachos.—Perdonad, chicos. ¿Os importaría esperar en el pasillo?En cuanto salieron y James cerró la puerta del despacho, Kyle lo fulminó

con la mirada.—No puedo creer que vayas a librarte de esto, James —dijo indignado.James cruzó los brazos y le dedicó una sonrisa de suficiencia.Transcurrieron diez minutos antes de que Zara abriera la puerta e hiciera

pasar a los chavales de nuevo.—Bueno, James —dijo—. Acabo de llamar al doctor McAfferty, y estás

libre, siempre que aceptes la misión que John va a proponerte más tarde en una reunión.

—Qué suertudo —espetó Kyle entre dientes.James no pudo evitar sonreír.—Yo no estaría tan satisfecho —le dijo Jones—. Quizá prefieras la misión

de reclutamiento cuando veas lo que tengo preparado para ti.

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5.CUERDA5.CUERDA

Lauren se puso firme sobre la nieve junto a los otros cinco chicos que habían llegado al último punto de control en sus motos de nieve. Sólo quedaban ellos de los once que habían iniciado el entrenamiento básico tres meses atrás. El señor Large, el director de entrenamiento, miró a Lauren de arriba abajo.

—¿Alguno de los presentes podría decirle a esta jovencita qué es lo que hacen los osos polares en invierno? —ladró.

Un recluta contestó de mala gana:—Hibernar.—Así es, señorita Zopenca. —Large esbozó una mueca—. Cavan un gran

agujero debajo del hielo y se deslizan al país de los sueños hasta que brotan los narcisos en primavera. Si te hubieses tomado la molestia de estudiar el manual de entrenamiento, también habrías visto que los osos comen peces y viven en los témpanos de hielo que hay cerca de la costa. No por aquí, a más de cien kilómetros tierra adentro. ¿Entendido?

—Sí, señor —respondió Lauren con docilidad.—Y la radio. ¿Por qué te olvidaste de pulsar el dispositivo codificador?—Estaba rendida y helada, y... —Lauren vio que a Large se le

desorbitaban los ojos tras sus gafas de nieve, y cayó en la cuenta de que estaba dando la respuesta equivocada—. Lo lamento, señor... No hay excusas, señor —se corrigió.

Large la derribó de un fuerte empujón. Luego hundió en la nieve sus enormes botas a ambos lados de la cabeza de la niña.

—Cuando me levanté esta mañana, Lauren Adams —le espetó—, me dolía la espalda. Me dolía del mismo modo que me duele todas las mañanas desde que una condenada cría me golpeó con una pala hace cinco meses. ¿Podrías recordarme quién me hizo eso?

—¿Yo, señor? —inquirió Lauren con inocencia.—Si dependiera de mí, habrías sido expulsada de CHERUB para siempre.A Lauren le había sorprendido que Large no le hubiera puesto más difícil

el entrenamiento desde el primer día. En ese momento tuvo la espantosa certeza de que el hombre se había reservado la venganza para el mismísimo final.

—Pues bien —prosiguió el director—hablemos de la prueba extrema de coraje que se mencionaba en vuestras instrucciones para la misión. Ha habido un pequeño cambio de planes. Ahora, en las instrucciones debería decir: «Prueba extrema de coraje para Lauren.»

A la chiquilla le brotó una lágrima bajo las gafas de nieve mientras el frío suelo le helaba la espalda. No se consideraba capaz de enfrentarse a un tercer intento de superar el entrenamiento básico. Fracasar ahora sería el fin de su carrera en CHERUB.

Large la agarró por una mano y le estrujó los nudillos al tirar de ella para ponerla en pie.

—¿Quién es el mejor nadador de vosotros seis, reclutas? —inquirió, volviendo a mirar a Lauren de arriba abajo.

—Yo, supongo —contestó la niña.—Supones bien —repuso el hombre con chulería—. Como una sirenita, lo

recuerdo... De modo que si uno de vosotros tuviese que cruzar a nado un río de corriente rápida, recoger seis preciosas camisetas grises de CHERUB y

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regresar nadando de nuevo, tú serías la candidata ideal, ¿no es así?—Sí, señor —exclamó Lauren, esforzándose en disimular lo desdichada

que se sentía, pues a él le encantaba hacer llorar a los reclutas.Large dio un paso atrás y se dirigió a todos los muchachos.—Os sugiero que hagáis lo que podáis para ayudar a Lauren a superar la

prueba; porque si ella no vuelve con las camisetas, os haré nadar individualmente para que cada uno recoja la suya. El río está a cuatrocientos metros de distancia, tras la cima de la siguiente colina. Poneos en marcha si queréis estar de regreso cuando caiga el sol.

Lauren precedió a la fila de chavales. Ascendieron esforzadamente la colina a través de una profunda capa de nieve, arrastrando sus trineos con los equipos. Large y los dos instructores de entrenamiento auxiliares, el señor Speaks y la señorita Smoke, los siguieron.

La corriente de agua rugía de tal modo que su sonido lo dominaba todo excepto los aullidos del viento más intensos. En verano, el río debía de medir más de cien metros de ancho, pero las riberas estaban congeladas, lo que dejaba el trayecto reducido a menos de sesenta metros.

La señorita Smoke, una mujer que resultaba masculina incluso para los estándares de las campeonas de kickboxing retiradas, apuntó con su musculoso brazo a la orilla opuesta.

—Vuestras camisetas grises están en una mochila impermeable detrás de aquel cono de tráfico —tronó.

Los seis reclutas se apiñaron y se levantaron los pasamontañas para poder oírse mejor entre ellos. Mientras el vaho de sus alientos se mezclaba, nadie fue capaz de mirar a Lauren a los ojos. Lo sentían por ella, pero al mismo tiempo era un alivio no tener que sufrir a su lado.

—Podría ser peor —dijo ella para romper el silencio, procurando sonar alegre—. Tendré que ir desnuda. Si llevo ropa puesta, se me congelará encima en cuanto salga del agua y ya no podré quitármela.

Un chaval kurdo de doce años llamado Aram intervino:—Todos tenemos vaselina en nuestro botiquín. Actuará como aislante si

Lauren se embadurna.—Eso me ayudará a mantenerme caliente —aprobó la chica.—¿Qué os parece si unimos nuestras cuerdas de rescate y atamos a

Lauren por debajo de los brazos? —propuso Bethany—. Será lo bastante larga para que llegue hasta la otra orilla, y podremos tirar de ella si hay problemas.

—Buena idea —sonrió la niña—. Tendré que ir nadando hasta allí, pero vosotros podéis traerme de vuelta con la cuerda.

—¿Crees que podrás hacerlo? —preguntó Aram.—Hará mucho frío y la corriente es bestial, pero la distancia es sólo un

poco más que un largo de piscina.Los seis reclutas ataron sus cuerdas de rescate. Lauren comprobó dos

veces todos los nudos, y luego los chavales buscaron en sus trineos los botes de vaselina.

Bethany abrió la marcha hacia la ribera y empezó a ayudar a Lauren con las cremalleras de sus ropas. Por los manuales de supervivencia todos sabían que, en aquella zona, cualquier corriente de agua estaría sólo a un par de grados por encima de cero. Nadie nadaría en ella por propia voluntad, pero era posible sobrevivir. El auténtico problema de Lauren no era el agua, sino el aire, que estaba a más de quince grados bajo cero. Una exposición de pocos minutos a unas temperaturas tan bajas le llenaría la piel de ampollas igual que si se sumergiese en una bañera de agua hirviendo.

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Dos chicos extendieron una esterilla de espuma aislante sobre la nieve y sujetaron los extremos con trineos para impedir que saliera volando.

—De acuerdo —dijo Lauren—. ¿Sabe cada uno cuál es su tarea? No quiero ningún retraso.

Después de que una serie de asentimientos la dejara satisfecha, la niña se sentó en la esterilla y dos chicos empezaron a tirarle de las botas. Cuando se las hubieron sacado, Lauren se levantó y se desprendió del traje de nieve y el primer forro polar con movimientos precisos y rápidos. Se quitó el ajustadísimo segundo forro polar, seguido de los calcetines y la camiseta térmica. Bethany recogía las prendas interiores según las tiraba su amiga y las metía dentro de su propio traje de nieve para que no se helaran.

En cuanto se deshizo de las bragas, Lauren se echó en la esterilla de espuma y los chicos le pusieron encima un par de sacos de dormir.

Bethany se inclinó y, tratando de no pensar que su amiga ya no llevaba tres capas cubriéndole las orejas, aulló:

—¿Te encuentras bien?Lauren se estremeció al asomar la cabeza por debajo de los sacos de

dormir para asentir.—Dadme la vaselina —pidió.Aram y su hermano pequeño Milar empezaron a pasarle los botes. Lauren

hundió los dedos entumecidos en la sustancia y se la fue aplicando por el cuerpo en una gruesa capa, procurando no retorcerse mucho para que la vaselina no se quedara en los sacos de dormir y se desperdiciase.

Cuando estuvo bien embadurnada, Bethany insertó un extremo de la cuerda de escalada de nailon entre los sacos. Lauren se la enrolló por debajo de los brazos y la ató con un lazo como de cordón de zapato. De ese modo podría deshacerlo y soltarse fácilmente si la cuerda se enganchaba en algo.

—¿Todo listo? —preguntó Aram.—Lo más listo posible.Bethany y Aram agarraron dos esquinas de la esterilla de espuma y la

arrastraron sobre el hielo hasta la orilla, con Lauren acurrucada debajo de los sacos de dormir. Se detuvieron a unos metros del agua, donde el hielo parecía peligrosamente fino.

La señorita Smoke estaba esperándolos. Retiró los sacos de dormir y comprobó el nudo de la cuerda sobre el pecho de la niña.

—Recuerda que el aire está mucho más frío que el agua —dijo la instructora ásperamente—. Mantén la cabeza sumergida, excepto cuando debas respirar, y no pierdas el tiempo en cuanto alcances la otra orilla.

Sin los sacos de dormir encima del torso, Lauren temblaba demasiado para poder hablar, pero logró asentir con la cabeza.

—De acuerdo —repuso Smoke—. Adelante.Bethany apartó los sacos de las piernas de Lauren. Cuando ésta se puso

en pie, Aram le hizo una inspección rápida y le aplicó más vaselina en las partes donde la cobertura parecía escasa.

Lauren tenía demasiadas cosas en la cabeza para preocuparse de que todos estuvieran viéndola desnuda. Dio tres veloces saltos de puntillas sobre el fino hielo y tomó una gran bocanada de aire antes de zambullirse en el agua. Como se había aclimatado a una temperatura veinte grados más fría que el agua, tuvo una sensación de calma cuando empezó a nadar. Casi le parecía caliente.

Se propulsó con potentes brazadas frontales, girando la cabeza para respirar siempre que el agua picada se lo permitía. Después de dos minutos

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nadando a toda máquina, creyó que debía de estar casi en la ribera opuesta. Sacó la cabeza del agua para echar una ojeada. Una ráfaga de agua nieve le golpeó el rostro, pero consiguió mantener los ojos abiertos para descubrir que se hallaba apenas a medio camino.

Abatida, volvió a sumergirse y nadó en diagonal contra la fiera corriente; luchaba con tanta fuerza como le permitía su dolorido cuerpo.

Ahora tenía serias dudas sobre su capacidad para llegar al otro lado. Los siguientes minutos fueron los más agónicos de su vida. Tenía la piel insensible, y se esforzaba en continuar pese a la punzada que sentía en el costado izquierdo.

Por fin, más de cuatro agotadores minutos después de haber salido, Lauren vio el cono naranja a menos de cinco metros. Tocar la placa de hielo de la orilla fue un alivio, pero salir del agua suponía otro desafío.

Lauren tenía los dedos adormecidos y el hielo no le proporcionaba nada a lo que agarrarse. Sus tres primeros intentos de salir del agua fallaron, y empezó a sentirse desesperada. Al cuarto, una ola la empujó en el momento exacto y logró hincar una rodilla en el hielo.

Ahora, el peligro era que su piel desnuda se congelara al contacto con el hielo que había debajo de la nieve. La única manera de evitarlo era no permitir que ninguna parte de su cuerpo tocase el suelo durante más de una fracción de segundo.

Estremeciéndose tan violentamente que apenas podía controlar sus movimientos, Lauren se embadurnó deprisa las plantas de los pies con parte de la vaselina que le cubría los tobillos. Para cuando hubo acabado, unas docenas de gotas de agua no repelida por la vaselina se le habían congelado en la espalda. Cada una era como un clavo que le atravesara la carne.

Lauren se irguió ante un estallido de gritos de ánimo procedentes de la margen opuesta. Fue brincando hasta el cono naranja y desenterró la pequeña mochila que había detrás. Después de colgársela de los hombros se permitió un momento de triunfo, girándose hacia los demás reclutas y alzando un pulgar en el aire.

El primer paso de regreso al río le arrancó un grito de dolor al desgarrársele la piel en la planta del pie. La vaselina se había quedado en el camino, y la piel húmeda sólo había tardado unos segundos en congelarse sobre el suelo. Volvió la vista hacia el reguero de sangre sobre la nieve, dio tres dolorosos pasos y se zambulló en la corriente.

En cuanto se hundió en el agua sintió que la cuerda se le clavaba en las articulaciones de los brazos: sus compañeros habían empezado a tirar. La niña pensó que debería intentar nadar, pero la estaban arrastrando demasiado rápidamente para que valiera la pena. De hecho, los cinco chavales de la orilla se estaban excediendo. Tenía la impresión de que la cuerda iba a desencajarle los brazos, y le costaba sacar la cabeza del agua para tomar aire.

Al menos el trayecto de vuelta fue rápido. Al cabo de unos momentos, Lauren se vio fuera del agua y envuelta en un saco de dormir por los dos hermanos kurdos. En cuanto la llevaron lejos de la capa de hielo fina, le quitaron la empapada mochila de los hombros mientras los otros tres se inclinaban sobre ella con toallas. Secaron y frotaron a la jadeante niña tanto como pudieron antes de envolverla en la esterilla de espuma y echarle por encima varios sacos de dormir.

Lauren vio borroso cuando Bethany agitó una camiseta térmica delante de sus narices.

—¡Espabila! —gritó Bethany—. Tienes que vestirte antes de...

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* * *

Cuando Lauren abrió los ojos, percibió el olor de la vaselina y sintió pinchazos en el pie vendado y en la zona de los brazos donde la cuerda le había escocido.

—Eh —dijo Bethany con delicadeza—. Bienvenida de nuevo, compañera.Lauren se dio cuenta de que estaba en el suelo, en el campamento base

donde habían iniciado sus cinco días de travesía por Alaska. El edificio estaba fantásticamente caliente, con luz eléctrica y calefacción central de la buena. Los otros reclutas estaban repartidos por la alfombra, tumbados sobre enormes cojines de suelo, vestidos con pantalones cortos y camisetas grises de CHERUB. Tenían el pelo húmedo y esponjoso, como recién salidos de la ducha, y la mayoría sujetaba tazas humeantes.

—¿Cuánto...? —empezó Lauren, pero le dio un acceso de tos.Bethany miró el reloj.—Has estado inconsciente unos cuarenta minutos. La señorita Smoke

dice que sufres hipotermia leve y agotamiento. Cree que estarás bien después de unas horas de descanso y cuando hayas tomado comida y bebida calientes. Y te encantará saber que, por haber logrado cruzar ese río, el señor Large está de un humor de perros.

—¿Dónde está mi camiseta gris? —preguntó aletargada.Bethany esbozó una sonrisita.—La tienes en la mano. No la he sacado de la bolsa por si la manchabas

de vaselina.Lauren todavía tenía los dedos entumecidos, pero entonces reparó en que

sujetaban la camiseta; se acercó a la cara el cuadrado envuelto en plástico y se quedó mirando la tela gris con el logotipo de CHERUB estampado.

—No más entrenamiento —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.—Así es —sonrió Bethany—. Misiones secretas, allá vamos.

66.MISILES.MISILES

John Jones condujo a James a su despacho. No era tan bonito como el de Zara, pero tenía un tamaño decente y tres ordenadores, un televisor LCD gigante colgado de la pared y un largo sofá tapizado en gamuza. Fuera estaba oscuro, y a través de los ventanales que iban del suelo al techo se veían árboles iluminados por la luna.

Un chico de dieciséis años y camiseta de CHERUB negra estaba despatarrado en el sofá. A James lo embargó la emoción al ver que se trataba de Dave Moss, toda una leyenda. Había obtenido su camiseta azul marino a los once años, y la negra a los trece, en una misión que había acabado con la mitad de la mafia ucraniana. Hablaba cinco idiomas y había ganado todos los torneos de kárate y judo celebrados en CHERUB.

En CHERUB había muchos agentes con talento, pero Dave era de los que se las arreglaban para serlo sin que todos pensaran que era un empollón. Su aspecto ayudaba. Era alto y musculoso, guapo de un modo algo desaliñado, con brillantes ojos verdes y pelo largo y rubio. Sus novias siempre se contaban entre las más deseadas del campus, e incluso había corrido el rumor de que había dejado embarazada a una. James fingió escandalizarse cuando Kerry se

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lo contó, pero, en lo que respectaba a los chicos, el aroma del sexo hacía que Dave les pareciese todavía más enrollado de lo que ya era.

—¿Conoces a David Moss? —preguntó Jones.—No —respondió James nervioso, mientras tendía la mano para estrechar

la del chico—. Encantado, David.—Llámame Dave —repuso con una sonrisa.James se sintió como un idiota. ¿Quién se presentaría a alguien como

Dave Moss diciendo «Encantado»? Ésa era la clase de cosa que le dirías a una ancianita en un funeral.

—Dave está muy bien considerado entre el personal que prepara las misiones —declaró Jones—, y estamos buscando dos buenos agentes que trabajen a su lado en una de las operaciones más importantes que ha acometido CHERUB.

James no pudo reprimir una risita.—Sabía que era algo grande —dijo—. Es decir... Todo el mundo conoce la

reputación de Dave. No vais a mandarlo a una misioncita de poca monta.—Tú tampoco lo has hecho mal, James —lo tranquilizó Dave—. He leído tu

expediente personal. Sólo has participado en dos misiones, pero lo que te falta en cantidad lo compensas con calidad.

—Gracias. —Sonrió de oreja a oreja. El cumplido hizo que se sintiera un poco más relajado ante el héroe del campus—. Bueno, ¿y en qué consiste la misión?

Dave miró a Jones.—¿Ya puedo enseñárselo, jefe?El hombre asintió.—Pero antes tengo que decirle algo a James: tanto si aceptas la misión

como si no, todo lo que oigas a partir de a hora deberá quedar entre estas paredes.

—Por supuesto. Como siempre.Dave metió la mano debajo del brazo del sofá y levantó un grueso tubo de

aluminio con una culata para el hombro y un gatillo debajo.—¿Sabes qué es esto?—Parece un misil —respondió James.—Éste es un todo en uno. Te lo apoyas en el hombro y apuntas a un

tanque, un helicóptero... lo que sea. Efectúas un disparo y luego tiras el módulo de lanzamiento. Éste es el último modelo. El misil tiene un motor de cohete con carburante sólido, un alcance de diez kilómetros y más ingenio que una habitación llena de informáticos.

John entró en detalles.—Por la época en que tú naciste, James, los norteamericanos utilizaron

misiles de crucero Tomahawk en la primera guerra del Golfo. Hasta entonces, todos soltaban bombas no guiadas desde aviones a cinco kilómetros de altura, y cruzaban los dedos. Podías considerarte afortunado si una bomba de cada veinte daba en el blanco, y desafortunado si resultaba que vivías cerca de un objetivo. Pero de repente, uno podía sentarse en un centro de control a quinientos kilómetros de distancia de una zona de guerra y mandar un misil lo bastante certero para alcanzar el blanco el noventa y nueve por ciento de las veces. Esa clase de precisión dio a los norteamericanos una gran ventaja táctica, pero no les resultó barata: cada Tomahawk costaba medio millón de dólares. Mientras duró la guerra del Golfo, se gastaron dos mil millones de dólares al día en misiles; y ni siquiera los yanquis tienen tanto dinero para derrochar.

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Dave le pasó el misil a James para que le echase una ojeada.—De modo que —continuó John— el gran desafío para los cerebritos no

era hacer misiles guiados de precisión más grandes, ni darles un alcance mayor, ni más exactitud. El desafío era hacerlos más baratos. El arma que tienes en las manos es el resultado de quince años de perfeccionamiento. Su sigla oficial es MGPLH: Misil Guiado de Precisión Lanzado desde el Hombro, pero todo el mundo lo llama misil Buddy. Se ha construido utilizando componentes de dispositivos ya existentes, como los que podrías encontrar dentro de un ordenador o del sistema de dirección de un automóvil. Puedes programarle los datos de la selección de un objetivo empleando cualquier portátil o cualquier aparato de mano capaz de albergar un navegador de Internet, o puedes descargar datos actualizados al momento sobre blancos móviles, como un coche o un barco, a través de una conexión vía satélite. Luego, lo único que has de hacer es situarte a un máximo de diez kilómetros de tu objetivo, sea desde el suelo o desde un helicóptero. Apuntas el cañón hacia el cielo, aprietas el gatillo, y el misil se va tan campante a reunirse con su blanco.

James giró el tubo de metal entre las manos, admirado.—¿Y cuánto cuesta esto? —preguntó.—Ése es una maqueta —respondió John—. Pero el real viene a costar algo

menos de quince mil dólares. Por supuesto, los norteamericanos sólo venderán esta clase de tecnología a sus aliados más importantes.

—Claro —repuso James, apretando el gatillo y haciendo mi ruido de detonación—. Empezaré a ahorrar.

Jones sonrió.—En realidad, James, tenemos la esperanza de que puedas ponerle las

manos encima a alguno de verdad.—Pensaba que los norteamericanos eran nuestros aliados. ¿No nos los

venderían a nosotros?El ex agente del MI5 esbozó una sonrisa de incomodidad.—Los fabricantes le ofrecieron al ejército británico treinta y cinco misiles

de preproducción para que los probaran sobre el terreno. Hace poco menos de tres semanas, mandamos un avión de carga de la RAF a recogerlos en una base militar de Nevada. El camión que los transportaba nunca apareció.

—¿Quieres decir que alguien los robó?—preguntó James con voz ahogada.—Exactamente —afirmó John—. El único consuelo es que creemos saber

quién.—¿Terroristas?—No; al menos no directamente. La inteligencia norteamericana piensa

que fueron robados para una traficante de armas llamada Jane Oxford. Estos misiles valen millones para el comprador adecuado. Creemos que Oxford los guardará hasta que algún grupo terrorista o alguna dictadura de pacotilla logre reunir el dinero necesario para adquirirlos. Suponiendo que tengamos razón, gracias a la avaricia de lañe Oxford dispondremos de más tiempo.

—¿Cuánto daño podría ocasionar uno de estos misiles?—No son lo bastante grandes para provocar una explosión muy fuerte —

explicó Jones;—. Pero no la necesitas con un arma de tal precisión. Imagínate a un terrorista apuntando con un misil Buddy desde la ventana de una habitación en las afueras de Londres, y sacando a la reina de la cama por los aires en el palacio de Buckingham. Ésa es la clase de capacidad de la que estamos hablando.

—¿Hay algo que se pueda hacer para defenderse del misil una vez que se

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dispara?—No mucho. Los norteamericanos piensan proteger a su presidente

instalando sobre un camión de plataforma un cañón antimisiles Phalanx. Pero ésa es un arma diseñada para el uso en barcos, y lanza mil proyectiles de veinte milímetros por minuto. No es la clase de cosa que quieres que se dispare accidentalmente en medio de un desfile de vehículos presidencial.

—Desde luego —coincidió James con una mueca—. ¿Y dónde encaja CHERUB en lo de recuperar los misiles?

—-A ambos lados del Atlántico se decidió no revelar ninguna información sobre los misiles robados, por el pánico que probablemente causaría en la opinión pública.

—Y porque haría que muchos políticos que aseguran estar ganando la guerra al terrorismo parecieran tontos —interrumpió Dave.

—El problema—continuó Jones— es que los cuerpos de seguridad y las agencias de inteligencia de ambos lados del Atlántico están intentando localizar a Jane Oxford y otros miembros de su organización desde principios de los ochenta. Ahora no tienen más razones para creer que la atraparán de las que han tenido en los últimos veinte años. Sin embargo, los norteamericanos cuentan con una pista de lo más inusual. Sólo alguien de vuestra edad podría seguirla.

—¿Acaso los norteamericanos no tienen su propia versión de CHERUB? —inquirió James.

Jones negó con la cabeza mientras sacaba un informe sobre la misión del cajón de su escritorio y lo lanzaba al regazo de James.

—Será mejor que leas esto.

77.INFORME.INFORME

**INFORMACIÓN RESERVADA **INFORME DE MISIÓN PARA JAMES ADAMS ESTE DOCUMENTO ESTÁ

PROTEGIDO CON UN DISTINTIVO DE IDENTIFICACIÓN DE RADIOFRECUENCIA. CUALQUIER INTENTO DE SACARLO DEL EDIFICIO

DONDE SE PREPARAN LAS MISIONES ACTIVARÁ UNA ALARMA. NO REPRODUCIR NI TOMAR NOTAS.

JANE OXFORD (ANTERIORMENTE JANE HAMMOND) - PRIMEROS AÑOS

Jane Oxford nació en una base estadounidense situada en Hampshire, Inglaterra, en 1950. Hija del capitán Marcus Hammond, un especialista en logística del ejército de Estados Unidos, y su esposa Francés, una ciudadana británica con quien se casó cuando fue destinado al Reino Unido.

Jane pasó sus primeros años en diversas instalaciones militares por todo el mundo. Era una muchacha brillante con una veta rebelde. A los quince años, mientras vivían en Alemania, Jane se fugó con un soldado raso de diecinueve años perteneciente al Cuerpo de Marines. Se entregaron ellos mismos a la policía de París tres semanas más tarde, cuando se les acabó el dinero.

Por esa época, el padre de Jane había alcanzado el rango de general y le quedaba poco para la jubilación. Hammond solicitó un último destino militar cerca de su lugar de nacimiento, en California, esperando que el regreso a

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Estados Unidos ayudaría a Jane a sentar la cabeza y obtener las notas necesarias para ingresar en la universidad.

El general Hammond fue destinado a la base naval de Oakland, California. Se le puso a cargo de la cadena de suministros: debía mandar tropas y equipamiento, a través del Pacífico, para la cada vez más caldeada guerra de Vietnam.

Mientras tanto, Jane no se dedicó de lleno a sus estudios, como esperaba su padre. Empezó a saltarse clases con regularidad y a pasar el tiempo con un grupo de hippies. Fotografías de aquella época muestran a una chica desaseada con una larga cabellera recogida en trenzas, sartas de cuentas alrededor del cuello y vaqueros acampanados con agujeros a la altura de las rodillas.

Jane se interesó por las actividades contra la guerra de Vietnam a través de un novio llamado Fowler Wood. Éste, que tenía veinte años, había abandonado los estudios de la cercana Universidad de California y presidía un grupo radical de protesta contra la guerra.

Fowler se interesó por la labor del general Hammond. El chico llevaba tiempo buscando un modo no violento de entorpecer el esfuerzo de guerra norteamericano, y se le ocurrió sabotear las armas que pasaban por los muelles de Oakland. Jane comenzó a hurgar entre los papeles que su padre llevaba a casa por las noches. Incluso se coló a escondidas en su despacho, de donde se llevó pases de seguridad en blanco para los atracaderos donde se estibaban los buques.

Jane se enteró de un envío regular de fusiles de asalto. Fowler y sus colegas del movimiento antibélico tramaron una acción. Implicaba utilizar algunos de los pases de seguridad robados para introducir un camión cargado de cal cáustica en los muelles. Planearon abrir las cajas de embalaje y echar cal en polvo sobre las armas. Para cuando los fusiles llegaran a Vietnam, la cal habría corroído el metal y los habría vuelto inservibles.

Dos días antes del previsto para, llevar a cabo la acción, el grupo pacifista de Fowler realizó una votación y decidió que era demasiado arriesgada. O, como dijo Jane: «Aquellos enclenques se acobardaron.» Se separó inmediatamente de Fowler, robó el talonario de cheques de su madre y el coche de su ex novio y se encaminó al sur, pagando en el trayecto hacia México con cheques sin fondos.

JANE HAMMOND CONOCE A KURT OXFORD Jane llegó hasta San Diego, que limita con la ciudad mexicana de Tijuana.

Encontró una habitación en un motel económico y empezó a recorrer todos los bares del lugar, en busca de alguien que pudiera venderle el pasaporte y el permiso de conducir falsos que necesitaba para cruzar la frontera. En vez de eso encontró a Kurt Oxford.

Kart era un motorista de veintiocho años, descomunal, con barba, tatuajes y un historial carcelario por conducta violenta y robo a mano armada. Era cofundador de una organización motera llamada los Bandoleros. En aquellos días era la segunda banda de motoristas más grande de California, y rival a muerte de los internacionalmente famosos Ángeles del Infierno. Jane aceptó la oferta de una habitación en la casa de Kurt, la cual servía también como sede para los Bandoleros.

Se sospechaba que los Bandoleros se costeaban su estilo de vida pasando droga de contrabando por la frontera mexicana, de modo que la casa de Kurt estaba sometida a vigilancia policial permanente. Imágenes de archivo

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muestran a una Jane rápidamente transformada de hippy en motorista vestida de cuero y denim. La policía no se molestó en investigar quién era Jane ni de dónde procedía, debido al estatus, claramente inferior, de las mujeres dentro de la subcultura motera (según el reglamento del Club de Motociclismo Bandolero, las mujeres no estaban autorizadas a unirse a la banda como miembros de pleno derecho, montar en motocicleta excepto como paquete, ni hablar en las reuniones oficiales del club excepto para ofrecer comida o bebida a. los hombres).

Kurt se entusiasmó al oír la historia de Jane sobre los pases de seguridad robados y las cajas de fusiles de la base naval de Oakland, pero él no era un activista por la paz. Su plan era robar dos camiones cargados de armas para venderlas luego en el mercado negro a un traficante de droga que conocía, en México, el cual a su vez vendería las armas a grupos rebeldes y terroristas de África y Sudamérica.

Jane había participado en muchas manifestaciones antibélicas cuando vivía en Oakland. A pesar de eso, aceptó con prontitud el plan de Kurt para hacer contrabando con los fusiles. Los psicólogos criminalistas han descrito el comportamiento de Jane como un ejemplo de manual del buscador de emociones extremas: una persona con pocos escrúpulos morales, que encuentra aburrida la vida cotidiana y anhela constantemente tener relaciones y actividades peligrosas.

ASCENSO Y CAÍDA DE KURT Y JANE OXFORD Kurt Oxford y Jane Hammond robaron en los muelles de la base naval de

Oakland en tres ocasiones, de lo que obtuvieron unos 25.000 dólares (equivalentes a 145.000 dólares actuales). Jane llevó a cabo algunas indagaciones y descubrió que todos los almacenes de suministros militares de Estados Unidos empleaban idénticos trámites burocráticos de seguridad, muy fáciles de falsificar. En los dos años siguientes, Kurt y Jane perpetraron más de ochenta robos en centros militares estadounidenses.

Jane le había robado a su padre libros de referencia que mostraban dónde se almacenaban distintas clases de pertrechos militares. Lo que hacía era realizar un pedido por teléfono, simulando ser la ayudante de un oficial de alto rango en el Mando de Logística. Al día siguiente, un Kurt recién afeitado llegaba al depósito de suministros con un camión excedente del ejército, vestido de uniforme y con permisos de aspecto auténtico que jane había mecanografiado la noche anterior en su habitación de motel. Cargaban el camión y Kurt volvía a salir con el vehículo lleno de armas. El traficante de armas mexicano enviaba luego la mercancía a Sudamérica.

Lo bueno del plan era que los robos pasaban inadvertidos; al menos al principio. Con un cuarto de millón desoldados en Vietnam, miles de camiones militares estadounidenses trasladaban armas y munición por todo el país. El sistema de control de existencias, realizado sobre papel, imposibilitaba mantener al día el recuento de lodos los movimientos. Incluso cuando alguien revisaba el papeleo y advertía que se había evaporado un camión de fusiles, eso ocurría varios meses después del suceso, y todos suponían que era un error administrativo en vez de un robo.

Para 1968, Kurt y Jane ganaban más de 20.000 dólares (equivalente en 2005 a 110.000 dólares) al mes con su comercio ilegal de armas. Con más de medio millón de dólares guardados en cuentas bancarias del extranjero, empezaron a volar en primera clase y alojarse en hoteles de cinco estrellas. También dejaron de perpetrar los robos personalmente y comenzaron a

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confiar en los Bandoleros para que hicieran el trabajo sucio.El 26 de diciembre de 1968, Kurt y Jane aterrizaron en Las Vegas y

tomaron una suite en el Desertlnn, un complejo hotelero con casino. Kurt compró un anillo con un diamante de dos quilates, y a la mañana, siguiente llevó en limusina a su novia de dieciocho años hasta una capilla de bodas. Tras la ceremonia, Kurt y Jane se cambiaron de ropa; en traje de baño, se emborracharon junto a la piscina y empezaron a perder grandes sumas de dinero en una mesa flotante de blackjack.

Kurt se sintió ofendido cuando otro jugador de blackjack lo llamé «idiota»; le dio un puñetazo al hombre y acabó siendo arrastrado por miembros de seguridad del casino. Lo condujeron a la comisaría, donde la policía de Las Vegas efectuó una inspección de rutina. Descubrieron que Kurt había quebrantado su libertad bajo fianza cinco años antes, en un asalto en Nevada, a lo que siguió una pelea entre bandas de motoristas rivales en Reno.

Menos de seis horas después de haberse casado, Kurt era encerrado en la, cárcel de Las Vegas; se enfrentaba a una condena comprendida, entre tres y cinco años. Jane prometió no abandonar a su marido, pero luego se quedó horrorizada al descubrir que Kurt había violado su libertad condicional en California y que la policía lo buscaba para interrogarlo sobre un asesinato por resolver.

Kurl: Oxford fue extraditado a California. El 24 de enero de 1969, cinco días antes de que empezase su juicio por asesinato, Kurt se vio envuelto en una pelea, en, el patio de la prisión. Un guardia disparó un tiro de advertencia, pero la pelea continuó y Kurt recibió un impacto de bala en el pecho. Murió en la enfermería de la cárcel, once días después.

JANE OXFORD TRAFICANTE INTERNACIONAL DE ARMAS Para cuando cumplió diecinueve años, Jane Oxford se había escapado de

casa, había amasado una fortuna de medio millón de dólares (equivalente a 2,6 millones de hoy), se había casado y visto morir a su marido en la cárcel. Jane no constaba en los archivos policiales, exceptuando la lista de personas desaparecidas a raíz de una denuncia presentada por su padre en Oakland. Temiendo un escándalo público, el general Hammond se hizo cargo de los pagos con cheques sin fondos y compensó a Fowler Wood por su coche robado.

Algunas personas se retirarían tras una buena racha, pero Jane Oxford empleó la década de 1970 en transformarse de ladrona en traficante de armas de alto nivel. El negocio de robar en los centros militares estadounidenses prosperó. Cuando el ejército inició una investigación por la gran cantidad de equipamiento desaparecido y aumentó la seguridad, Jane empleó técnicas más sofisticadas para arrebatar sus armas a los militares. Todas las bases norteamericanas tenían su cuota de hombres aburridos, sin blanca o con añoranza, los cuales estaban muy dispuestos a hacer la vista gorda o sacar un camión de la base a cambio de un coche o dinero suficiente para pagar la entrada de una casa.

El paso siguiente para mejorar el negocio fue prescindir de su contacto mexicano y tratar directamente con los compradores. Jane viajó por todo el mundo utilizando una variedad de alias y disfraces, estableciendo contactos con grupos terroristas, capos de la droga, caudillos locales y dictadores. Estableció acuerdos para vender armas por todo el mundo, pero la mayor parte de sus beneficios continuaba proviniendo de su excepcional red de contactos corruptos entre los militares de Estados Unidos.

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EL FANTASMAEn 1982, un miembro retirado de los Bandoleros, Michael Smith, fue

detenido a las puertas de una base del ejército en Kentucky, después de intentar pasar un control de seguridad, con un camión cargado de morteros. Smith había perdido los permisos que le había entregado un socio de Jane y, estúpidamente, había tratado de sacar la mercancía robada utilizando permisos de una acción previa, que había manipulado burdamente.

En la década anterior, Smith había participado en docenas de robos de suministros militares. El hombre le ofreció a la policía militar información sobre Jane Oxford y su organización a cambio de una importante reducción en su condena. Smith se quedó atónito por la respuesta que le dio la policía militar: no sólo nadie estaba buscando a Jane Oxford, sino que ni siquiera habían oído hablar de ella.

Siguiendo el chivatazo de Michael Smith, Jane Oxford pasó de ser una desconocida a quedar incluida en la lista de los más buscados del FBI. El FBI, la CIA y la policía militar de Estados Unidos reunieron a un equipo operativo de doscientas personas para llevar a Jane Oxford ante la justicia. El problema era que no se sabía casi nada sobre ella.

Después de catorce años robando armas norteamericanas, Jane había puesto distancia entre sí misma y las operaciones cotidianas de su organización. Nadie sabía quiénes eran sus allegados, en qué país vivía, si había vuelto a casarse o si tenía hijos. Jane no había establecido ningún contacto con su familia desde que se marchara de casa dieciséis años antes, y lo más cercano a una imagen suya actualizada era la fotografía hallada entre los efectos del difunto Kurt Oxford, que nadie había reclamado. Se había tomado en la capilla de bodas de Las Vegas en 1969, y hasta hoyes la fotografía más reciente de Jane Oxford de que dispone el FBI. Tras numerosos golpes, operaciones de vigilancia, intentos de infiltración y millones de horas de trabajo policial, Jane Oxford todavía anda suelta. El equipo operativo del FBI que va tras ella, la llama «el Fantasma».

ESTADO ACTUAL DELA ORGANIZACIÓN DE JANE OXFORD Hoy en día, el mundo está inundado de armas baratas e ilegales

producidas en antiguos países comunistas. En consecuencia, resulta imposible obtener beneficios robando armas corrientes de los almacenes militares estadounidenses. En la actualidad, son las armas norteamericanas de alta tecnología lo que interesa a los traficantes del mercado negro.

Se cree que desde 1998Jane Oxford ha orquestado más de veinte robos, cuidadosamente planificados, de equipamiento de alta tecnología. Entre los artículos sustraídos se incluyen miras de visión nocturna para rifles de francotirador, diminutos aviones de vigilancia no tripulados, equipos para interferir radares, proyectiles antitanques con inyectores de plasma y misiles tierra-aire. Estos cargamentos se pasan de contrabando con facilidad por la frontera con México, y cada uno vale millones de dólares para el cliente adecuado.

El último y más grave robo fue el de treinta y cinco MGPLH —misiles Buddy— que estaban cruzando el desierto de Nevada en dirección a una base aérea donde esperaba un avión de carga del ejército británico. Tras esto, Jane Oxford ascendió al segundo puesto en la lista del FBI de los delincuentes más buscados.

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UN AVANCE INESPERADOEn mayo de 2004, un problemático chico de catorce años llamado Curtís

Key escapó de un internado militar de Arizona durante el toque de queda nocturno, abriéndose paso a través de las verjas del centro con el coche de su comandante. Se detuvo en una cercana tienda de licores, tomó una Coca-Cola y pidió al dependiente una botella de vodka. Cuando el hombre le pidió documentación que demostrara que era mayor de edad, Curtís sacó un revólver y le disparó al corazón. Luego vació tranquilamente la mitad de la Coca-Cola sobre el suelo, la rellenó hasta arriba con vodka y bebió un largo trago. Las cámaras del circuito cerrado de televisión grabaron toda la escena.

Al salir del establecimiento, Curtís vio a un hombre que se apeaba de un Jaguar. Después de matar a tiros al hombre y a la novia de éste, montó en el Jaguar y condujo a gran velocidad durante más de treinta kilómetros. Cuando oyó las sirenas de tres coches de policía que iban tras él, Curtís —para entonces ya borracho como una cuba— se detuvo junto al arcén. Recogió su revólver del asiento del copiloto, se encañonó la cabeza y apretó el gatillo. La bala se encasquilló en la recámara.

Según la ley estatal de Arizona, cualquier persona de catorce años o más acusada de un delito grave como el asesinato puede ser juzgada y condenada en las mismas condiciones que una persona adulta. En octubre de 2004, Curtís fue considerado mentalmente sano y condenado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Esa sentencia significa que Curtís pasará el resto de su vida en prisión. Ahora mismo es uno de los 270 reclusos que cumplen condena en el edificio especialmente construido para jóvenes delincuentes en la Cárcel de Máxima Seguridad de Arizona, conocida como Arizona Max.

Extrañamente, los padres de Curtís no se presentaron después del arresto del muchacho. La dirección del domicilio familiar registrada en la escuela militar resultó inexistente, y las mensualidades escolares se habían pagado a través de una cuenta bancaria de las Seychelles imposible de localizar. Curtís aseguraba haber perdido la memoria y no recordar nada de sus padres.

La policía de Arizona sospechó que Curtís estaba protegiendo a uno de sus padres, o a los dos, que serían delincuentes buscados, y mandó su perfil genético al FBI. El perfil mostraba que había un 99 por ciento de posibilidades de que Curtís fuese descendiente del general Marcus Hammond, el cual había aceptado entregar una muestra de su ADN al equipo del FBI que intentaba encontrar a su hija.

Sólo había una explicación posible: Curtís Key era hijo de Jane Oxford.

¿CUÁL ES LA UTILIDAD DE CURTIS OXFORD? El FBI estaba entusiasmado. Curtís Key significaba el mayor avance en

los veintidós años que llevaban buscando a Jane Oxford. El FBI no reveló que habían descubierto el auténtico linaje de Curtís, y establecieron una vigilancia continua sobre él. Mandaron un oficial a Arizona Max para que trabajara como guardia en la unidad de jóvenes delincuentes en que se hallaba Curtís y vigilara todas las comunicaciones del muchacho, tanto con otros prisioneros como con el mundo exterior a través de cartas y llamadas telefónicas.

Era evidente que Jane Oxford estaba actuando entre bastidores. Sus contactos en la comunidad motera propagaron dentro de Arizona Max la advertencia de que Curtís era intocable. Cualquiera que intentara intimidarlo, robarle o herirlo debía saber que tanto él como su familia se enfrentarían a un

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desquite salvaje. Dos funcionarios de prisiones de la unidad de Curtís comunicaron a sus superiores que un misterioso motorista los había abordado para ofrecerles 1.500 dólares al mes si accedían a proteger a Curtís y, de vez en cuando, introducir a escondidas algunos artículos en su celda.

Mientras Jane hacía todo lo que estaba en su mano para cuidar de su hijo, las esperanzas del FBI de que la mujer asomara la nariz e intentase visitarlo no se vieron satisfechas. Aparte de su abogado, las únicas personas de la lista autorizada de contactos telefónicos y visitantes de Curtís Key eran dos hombres de Las Vegas que aseguraban ser sus tíos. Pruebas secretas de ADN demostraron que aquellos hombres no eran parientes consanguíneos del muchacho. A pesar de eso se les puso en la lista de contactos permitidos, y las conversaciones que mantenían los tres durante las visitas eran intervenidas.

Curtís parecía conocer bien a aquellos «tíos», que obviamente tenían contacto con su madre. Los dos hombres siguen bajo vigilancia del FBI. Por desgracia, aún no se ha obtenido ninguna información sobre las actividades o el paradero de Jane Oxford.

Tras los primeros meses de Curtís en la prisión, el FBI acabó por convencerse de que su gran avance se había quedado en nada. Para minimizar las ya mínimas posibilidades de que alguien se atreviese a hacer daño a Curtís, sus visitantes informaron a las autoridades penitenciarias de que su nombre real era Curtís Oxford, y le dijeron al propio Curtís que revelara su verdadera identidad a sus compañeros reclusos. Una vez que el secreto salió a la luz, el FBI comprendió que las posibilidades de que Jane visitara alguna vez a su hijo se habían reducido a cero.

FUGA E INFILTRACIÓNSí Jane Oxford no planeaba visitar a su hijo en la cárcel, lo mejor sería

que Curtís saliese y alguien lo siguiera hasta donde estuviese su madre. El FBI estudió una serie de opciones para sacar a Curtís de la prisión. Buscaron fisuras legales que libraran al muchacho de su condena, y estudiaron un plan según el cual la policía de Arizona descubría milagrosamente nuevas evidencias que harían parecer inocente a Curtís.

El problema era que la grabación de vídeo mostraba con claridad cómo Curtís disparaba al dependiente en la tienda de licores; eso, y que el chico se había declarado culpable en el juicio, aparte de que debían tenerse en cuenta los sentimientos de las familias de las tres víctimas. Además, Jane Oxford había pasado los últimos veinte años oliéndose todas las trampas del FBI. Si su hijo quedara libre de la cárcel como por obra de un milagro, sospecharía que había gato encerrado.

El FBI llegó a la conclusión de que Jane sospecharía menos si su hijo se fugara de la prisión. Elaboraron un minucioso plan al que llamaron «fuga e infiltración». Implicaba enviar agentes secretos a Arizona Max como reclusos. Los agentes se ganarían la confianza de Curtís y luego le dirían que sabían cómo escapar. Le ofrecerían al muchacho la oportunidad de acompañarlos; a cambio, le pedirían que Jane Oxford los protegiese y los trasladase a otro país con identidades falsas.

Quizá Jane sospechara, pero el FBI creía que si todos los detalles de la fuga de Curtís parecían absolutamente reales, incluido el falso asesinato de un guardia de la prisión y una alerta policial para capturar a los huidos, podría tragárselo.

Si los agentes secretos lograban llevar a cabo la fuga contando con la confianza de Curtís y su madre hasta el final de la operación, obtendrían un

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acceso sin precedentes a la organización de Jane Oxford y quizá incluso entrar en contacto con la propia Jane.

El FBI admitía que era un plan arriesgado. Calculaban las probabilidades de éxito en menos del cincuenta por ciento, y los agentes que intervinieran correrían un grave peligro de morir o ser heridos por fuego «amigo». Pero el principal obstáculo era que, según la ley de Arizona, los delincuentes juveniles pueden ser juzgados como adultos y cumplir condena en prisiones de adultos, pero no pueden estar «al alcance de la vista ni los oídos» de los prisioneros adultos.

Si el FBI quiere utilizar a agentes secretos para que traben amistad con Curtís Oxford, habrá de esperar hasta que el muchacho cumpla dieciocho años y sea trasladado al sector de la población adulta de Arizona Max. Esto no sucederá hasta 2009.

EL PAPEL DE LA INTELIGENCIA BRITÁNICA Y CHERUB Aunque Jane Oxford era conocida por la inteligencia británica, jamás

había robado al ejército británico, y estaba considerada un problema norteamericano hasta el robo de los treinta y cinco misiles Buddy en marzo de 2005. Los ingleses iniciaron una investigación para ver si alguien a su lado del Atlántico había filtrado detalles sobre el avión de carga de la RAF que volaría a Estados Unidos para recoger los misiles. También enviaron a un experimentado oficial de inteligencia para que trabajara junto con los hombres del FBI que investigaban el robo.

El oficial delMI5 mandó un informe estrictamente confidencial a Inglaterra. Incluía detalles del proyecto a largo plazo del FBI sobre introducir agentes secretos en Arizona Max para que se fugaran con Curtís Oxford. Cuando el director general de CHERUB leyó aquel informe, comprendió que el ambicioso plan «fuga e infiltración» del FBI podría ejecutarse de inmediato si se enviaban agentes CHERUB al módulo de delincuentes juveniles de Arizona Max. Una fuga organizada por personas demasiado jóvenes para pertenecer a las fuerzas de seguridad también ayudaría a convencerá Jane Oxford de que la huida era auténtica.

John Jones ha sido seleccionado como controlador de misión, y ha empezado a perfilar los detalles de un plan que llevará a dos agentes CHERUB al interior de Arizona Max, con un tercer agente que los ayudará a escapar desde el exterior.

NOTA: EL COMITÉ DE ÉTICA DE CHERUB HA DADO EL VISTO BUENO AL EXPEDIENTE DE LA MISIÓN, CON LA CONDICIÓN DE QUE TODOS LOS AGENTES COMPRENDANLO SIGUIENTE:

Esta misión ha sido clasificada de ALTO RIESGO. Se recuerda a todos los agentes su derecho a rechazar esta misión o abandonarla en cualquier momento. La misión supondrá la permanencia en un entorno carcelario peligroso y ser perseguidos por guardias y policías armados. Por razones de seguridad, sólo un número muy reducido de oficiales estará al corriente de que CHERUB y el FBI han orquestado la fuga.

Aunque se tomarán todas las medidas posibles para garantizar su seguridad, se insta a los agentes implicados en esta operación a que consideren cuidadosamente los peligros que supone antes de aceptar su participación.

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—Uau —resopló James, dejando el documento sobre el escritorio de Jones—. Toda esa historia de fugarse de una cárcel suena... demencial.

—No te estoy pidiendo que tomes una decisión de inmediato. Pero ésta es nuestra única posibilidad medio aceptable de atrapar a Jane Oxford y recuperar los misiles Buddy. ¿Qué tal si te lo piensas y vienes a verme mañana por la mañana?

James sacudió la cabeza.—No estoy asustado —protestó—. Lo haré.Jones sonrió.—Preferiría que lo consultaras con la almohada antes de decidirte.

Incluso te permitiré que lo discutas con Meryl Spencer si quieres.—No hace falta —contestó con desdén—. Supongo que Dave y yo somos

los agentes que van a ingresar en Arizona Max, ¿no?Jones asintió.—Tú sólo eres unos meses menor que Curtís Oxford y casi tienes el

mismo tamaño que él. Eres un candidato perfecto para hacerte amigo suyo. En interés de la misión, Dave será tu hermano mayor. Necesitamos a un chico grande como él para protegerte dentro de la cárcel y para disfrazarse de guardia durante la fuga. Dave también tiene mucha experiencia en conducir a gran velocidad.

—¿Y cuál es la tercera persona de la misión? —preguntó lames—. La que va a ayudarnos a escapar desde el exterior.

—Queremos a alguien que pueda pasar por un pariente cercano vuestro. Pero nos está costando encontrar a la persona adecuada.

—¿Qué tal mi hermana Lauren? Hoy es su último día en el entrenamiento básico. Si lo supera, podrán elegirla para la misión.

John sonrió.—Lauren es una buena chica, James, pero la verdad es que estoy

buscando a alguien con más experiencia.

88. MÁS CÁLIDO. MÁS CÁLIDO

James vio pasar por la ventana de su aula el minibús conducido por el señor Large. Saltó de su silla con gran estrépito, provocando que su profesora de Matemáticas se volviese desde la pizarra en mitad de una frase.

—Han vuelto del entrenamiento—le explicó James, presa del nerviosismo, agarrando su abrigo militar verde oliva del respaldo de la silla—. ¿Puedo ir a ver a mi hermana?

Por suerte, las Matemáticas eran la asignatura en que mejor iba James, y tenía una buena relación con la señora Brennan. 1.a mujer le entregó los deberes y él se los metió en la mochila mientras recorría el pasillo de las aulas. Salió por las puertas dobles al frío del exterior.

El chico se detuvo un instante para subirse la cremallera del abrigo y colgarse bien la mochila de los hombros para evitar que se le cayera mientras corría. Entretanto, el hermano de Bethany, que tenía ocho años, cruzó las puertas de golpe a sus espaldas. Jake era un chiquillo guapo, de grandes ojos castaños y pelo de punta.

—¿Vas a verlas salir del recinto de entrenamiento? —preguntó.—Claro —respondió James.—Espero que hayan superado el entrenamiento.

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—¿Bethany no te ha llamado? —repuso James, sorprendido—. Anoche yo estaba en una reunión, pero al volver a mi cuarto tenía un mensaje de voz en el móvil. Lauren estaba en la terminal del aeropuerto de Toronto, esperando un vuelo para Londres. Me dijo que se había hecho daño en un pie, pero que todos habían superado la prueba.

—Genial. —Jake sonrió de oreja a oreja—. Te echo una carrera.El chico salió pitando por el patio, con la mochila saltándole arriba y

abajo.James fue a paso ligero detrás de él, a un ritmo regular. No había ninguna

razón para correr a toda pastilla: el señor Large mandaría a los reclutas que empaquetaran sus cosas y ordenasen el centro de entrenamiento antes de dejarlos marchar.

Cuando Jake se hallaba a quince metros de distancia de James, se paró y se giró ceñudo.

—¿Vamos a echar una carrera o no?James estaba deseando ver a su hermana y el entusiasmo de Jake era

contagioso.—Sólo te estaba dando un poco de ventaja —replicó con sorna, mientras

echaba a correr—. Vas a necesitarla.Jake soltó un chillido y retomó la marcha. James tuvo que recorrer cien

metros para cubrir la distancia que los separaba. Atravesaron un par de campos de fútbol embarrados, y la alambrada que rodeaba el recinto de entrenamiento se hizo visible a lo lejos.

En vez de rebasar a Jake, James decidió que sería divertido correr detrás de él y darle un gracioso empujón en la espalda, pero el niño trastabilló y cayó al suelo.

—¡Disfruta del barro, nenaza! —aulló James.Pero supuso que se había excedido al ver que Jake no intentaba ponerse

en pie. Dejó de correr y se acercó al pequeño, que estaba ovillado sobre la hierba.

Se inclinó sobre él.—¿Te encuentras bien?—Creo que me has roto el brazo —gimoteó Jake.James sintió que se le revolvía el estómago. No sería fácil explicar que

había lastimado a un crío de ocho años, aunque hubiera sido un accidente. Jake podría acabar en el hospital, él estaría metido en un lío, y aquello estropearía el regreso de Lauren y Bethany.

—Lo siento —dijo, frotando suavemente el hombro de Jake—. ¿Puedes mover el brazo? ¿De verdad crees que está roto?

La expresión del niño se transformó en una mueca malvada cuando su mano manchada de barro aferró con fuerza la muñeca de James. El chiquillo tiró de él al tiempo que le enganchaba el tobillo con un pie y lo empujaba con el otro.

El muchacho perdió el equilibrio y terminó despatarrado sobre la tierra enfangada. Jake recogió un puñado de barro, se lo restregó por la cara y luego le pasó por el pelo los dedos pringados.

Mientras James permanecía tirado en el suelo, conmocionado por el helado fango marrón que le bajaba por el cuello, Jake se puso en pie, exultante.

—Me duele muchíííísimo —se burló—. ¡Ayayay!Jake recorrió el último tramo hasta las puertas del recinto de

entrenamiento agitando los brazos en el aire y saludando con la cabeza a un

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público imaginario. James se levantó a trompicones e hizo lo que pudo para secarse el barro húmedo de la cara con un pañuelo de papel.

—¡Tramposo! —gritó furioso, pensando que habría debido suponerlo: todos los miembros de CHERUB aprendían kárate y judo, y hasta los más pequeños como Jake conocían llaves útiles.

Pero comenzó a ver el lado gracioso del asunto en cuanto se le pasó la impresión. Cuando llegó a la verja del recinto de entrenamiento, donde se unió a parientes y amigos de los reclutas, sacó la tableta de chocolate que se había guardado para la pausa matinal y le dio a Jake dos porciones para dejarle claro que no estaba enfadado.

—Ésta tendré que devolvértela.—Puedes intentarlo si quieres. —Jake se encogió de hombros, muy

pagado de sí mismo, y se llevó el trozo de chocolate a la boca con los dedos llenos de barro.

James se sintió emocionado en cuanto vio a los reclutas con la camiseta gris. Los cuatro primeros recorrieron deprisa el sendero de hormigón del centro, pero Lauren cojeaba levemente. Llevaba el pie vendado en una zapatilla sin atar, y su fiel Bethany iba al lado.

A James no le gustaba mucho Bethany. Le alegraba que su hermana hubiese encontrado una amiga íntima, pero cuando las dos estaban juntas, lo volvían loco con su cháchara de chicas y sus ataques de risa de media hora por chistes de lo más malos.

Jake se lanzó a los brazos de su hermana mayor, mientras James estrechaba a Lauren y la besaba en una mejilla. Lauren parecía más alta, y sus hombros más musculosos que antes. James sintió una punzada de tristeza al constatar que ya no quedaba rastro de la hermanita mofletuda que tenía cuando murió su madre, hacía dieciocho meses.

—Pareces muy mayor. —James se sorbió la nariz—. Felicidades.. . Estoy muy orgulloso de ti.

—Te he echado de menos. —Lauren también se sorbió la nariz, pero su tono cambió rápidamente cuando vio las manchas marrones que su hermano le había dejado en el uniforme—. Mierda —resopló apartándose—. ¿Dónde has estado? ¿Qué te ha pasado en el pelo?

—Jake y yo hemos echado una carrera de camino aquí. La cosa se ha desmadrado un poco.

—Y he ganado yo —interrumpió Jake.—Rodando por el barro con un crío de ocho años —dijo Lauren con

desdén, secándose una lágrima de la mejilla—. Muy típico de ti... Hemos tenido que esperar cinco horas en el aeropuerto de Toronto para cambiar de avión. Te he comprado una cosa en la tienda de regalos.

Sacó una bolsa de papel marrón de la chaqueta y se la tendió. James la abrió: contenía un gorro polar con borlas amarillas y azules colgadas de la punta.

—Gracias —sonrió mientras se lo ajustaba sobre el pelo embarrado—. Tiene los colores del Arsenal cuando juega fuera de casa.

Bethany había comprado otro para Jake, y los dos chicos fueron hacia el edificio principal con los gorros puestos, escuchando el parloteo de sus hermanas sobre las cosas que habían sucedido durante el entrenamiento.

James no estaba seguro de que sus profesores le permitiesen saltarse el resto de las clases para pasar el día con Lauren. Para esquivar aquel espinoso asunto no se tomó la molestia de preguntarlo. Decidió que si lo pillaban se pondría sensiblero por el regreso de su hermana, y cuanto mucho lo

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castigarían a correr unas cuantas vueltas.A Lauren le habían asignado una de las habitaciones recién reformadas

del octavo piso, ocupado anteriormente por las salas donde se preparaban las misiones. La niña no dejó que su hermano cruzara el umbral de su cuarto hasta que se lavó el pelo y se puso un uniforme limpio.

La distribución era la misma que la del dormitorio de James, dos pisos más abajo. Había una cama doble, cuarto de baño adjunto, ordenador portátil, minifrigorífico, microondas y una pequeña área de descanso junto a la puerta, con un sofá de dos plazas donde podías ver la tele o jugar con videojuegos.

James estaba un poco celoso: él había heredado su habitación de otro chico, mientras que en la de Lauren todo era nuevo. Las habitaciones de la parte frontal del edificio también tenían puertas correderas de cristal y un balcón que daba a los jardines, al contrario que las ventanas de la parte trasera, que miraban a los enfangados campos de fútbol.

Tuvieron que hacer tres viajes en un cochecito eléctrico de golf para trasladar todas las cosas de Lauren desde su viejo cuarto en el edificio júnior, seguidos de doce viajes en ascensor hasta el octavo piso para subir todas las cajas. Terminaron a la hora de comer.

Lauren bajó renqueando hasta la despensa del cuarto piso y volvió con una tonelada de comida basura para aprovisionar su nevera: refrescos, aperitivos y chocolate. Y para el almuerzo, también sacó del congelador dos helados Snickers y dos burritos para preparar en el microondas.

Se suponía que la comida de microondas era para los niños que regresaban de una misión o de un entrenamiento nocturno. James habría preferido el almuerzo de verdad que estaban sirviendo abajo, pero Lauren quería probar su nuevo microondas.

Cuando se acabaron los burritos, abrieron las puertas del balcón para que saliera el olor de la comida y se echaron en la cama doble, uno al lado del otro, demasiado ahitos para continuar desempaquetando cosas.

—Bueno... —Lauren se frotó el estómago y soltó un pequeño eructo—. Por lo menos tengo una semana libre antes de volver a las clases. Estoy tan hecha polvo que voy a dormir hasta las doce todos los días y luego me pasaré la tarde metida en la bañera, leyendo libros y poniéndome morada.

—Eso suena estupendo. —James sonrió con complicidad—. Yo sólo estaré por aquí un par de días más. Me voy a una misión en Estados Unidos. Intenté meterte, pero John Jones no pareció muy dispuesto. Cree que eres demasiado inexperta.

—¿De qué va la misión?Cuando iba a contestar, James tuvo una sacudida mental.—Oh, mierda... —exclamó—. John me matará.Lauren se incorporó, inquieta.—¿Por qué? ¿Qué has hecho?—Es que... es una misión muy importante, tremenda, y se supone que

esta mañana yo tenía que comunicarle mi decisión definitiva sobre ir o no.Saltó de la cama, agarró el teléfono de su hermana y marcó la extensión

de Jones. Éste respondió al instante.—James —dijo bruscamente—. ¿Dónde te has metido? He estado en tu

habitación, he hablado con tus profesores, he preguntado a todos tus amigos si te habían visto, incluso te he dejado mensajes en el móvil.

—Lo siento mucho, de verdad. Mi móvil se quedó sin batería, y la misión se me fue por completo de la cabeza cuando Lauren regresó esta mañana. La estoy ayudando a desempaquetar sus...

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—¿Estás con nosotros en esta misión o no? —interrumpió John.—Por supuesto. Ya os dije que podíais contar conmigo.—Me gustaría hablar con Lauren también.—Usted dijo que era demasiado joven.—Lo he pensado mejor. Vamos justos de tiempo y no tenemos muchos

candidatos apropiados para el tercer puesto. Si damos un leve giro a las cosas, puede que el factor de la dulce niña actúe incluso en nuestro favor cuando os deis a la fuga.

—No sé si está preparada. Tiene un pie mal y está agotada por el entrenamiento.

Lauren comprendió que estaban hablando de ella. Cruzó por encima de la cama llena de emoción y le susurró a su hermano al oído:

—Tampoco estoy tan cansada.James se separó de Lauren para poder oír lo que estaba diciendo Jones:—Su parte de la misión no empezaría hasta que hayáis escapado de

Arizona Max, así que tendrá unos cuantos días para descansar.—Parece bastante interesada —declaró James, mientras su hermana

asentía vigorosamente con la cabeza.—Bien. Pues ahora dejad lo que estéis haciendo y venid a mi despacho de

inmediato.—¡Hace un día que acabé el entrenamiento y ya tengo mi primera misión!

—chilló Lauren mientras James apagaba el teléfono.—Mierda—gimió él, apartando la cabeza—. ¿Tienes que gritar así justo en

mi oído?—Lo siento. —Soltó una risita—. Es que estoy emocionada. Bethany se va

a poner muy celosa.

9. ANTECEDENTES9. ANTECEDENTES

A John Jones le preocupaba el ansia de Lauren por ir a la misión antes incluso de haber leído el informe. Pidió a James y Dave Moss que salieran de su despacho y se sentó en un extremo del escritorio para explicarle a Lauren los peligros a los que podría enfrentarse, mientras trataba de convencerse de que una niña de diez años sería capaz de superarlos.

Jones había trabajado dieciocho años para el MI5, la división adulta de la Inteligencia británica. Había estado al cargo de misiones secretas en todas partes del mundo, y había visto agentes asesinados, encarcelados o gravemente heridos. Podía aceptar la idea de que chicos como James y Dave realizaran operaciones secretas: eran adolescentes, y su destreza en la lucha cuerpo a cuerpo significaba que podrían vérselas contra adultos, pero con Lauren se sentía incómodo.

Parte del problema de Jones era que su propia hija era sólo unos meses mayor que Lauren. Le inquietaban cosas como que su niña tuviese que cruzar dos calles transitadas en su camino a la escuela, o si estaría segura cuando salía de acampada con su club juvenil. Su instinto le decía que había algo profundamente injusto en sentarse con una chiquilla de la misma edad que su hija para comentar fugas carcelarias y qué es lo que conviene hacer cuando los policías empiezan a disparar.

Pero Lauren estaba bien preparada. Sus respuestas a las preguntas de Jones mostraron que era lo bastante inteligente para entender los riesgos que

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le pedían correr y las razones por las que valía la pena correrlos. Después de una hora desmenuzando todos los detalles de la misión, había dejado de preocuparse por Lauren y comenzaba a preguntarse qué sería capaz de hacer su propia hija si la hubiesen sometido al entrenamiento de CHERUB, en vez de pasarse los días entre lecciones de piano, su grupo de teatro y las casas de sus amigas, trasladada por un chófer en el coche de su ex esposa.

Un oficial de la CIA destinado en la embajada norteamericana en Londres estuvo trabajando hasta primeras horas del martes, creando documentos de identidad a nombre de James Rose, Lauren Rose y Dave Rose. Las fechas de nacimiento de Lauren y Dave eran las reales, pero la de James se había subido un año para que tuviera catorce, suficiente para ser enviado a Arizona Max.

Tras conducir toda la noche, un mensajero llegó en motocicleta al campus de CHERUB a las seis de la madrugada con una valija sellada que contenía tres pasaportes estadounidenses y cuatro copias de papeleo diplomático. Esos papeles les proporcionarían inmunidad frente a las leyes norteamericanas a John Jones y los tres jóvenes agentes mientras durase la misión.

Fuera estaba oscuro, pero James ya se había levantado. Se había duchado, preparado la bolsa y recibido una llamada de Lauren. Su hermana estaba histérica.

—No sé qué llevarme —dijo cuando James subió a su habitación—. Y no encuentro la mitad de las cosas que necesito.

Él lo achacó a los nervios de la primera misión. Después de tranquilizar a su hermana, la ayudó a mirar en las cajas que aún no había abierto para localizar la ropa y el equipamiento necesario para la misión.

—Normalmente te dan una lista de lo que debes llevar —explicó mientras hurgaba en una caja de cartón en busca de la batería de recambio y el cargador de la cámara digital de Lauren—. Pero todo esto se ha decidido en el último minuto. Supongo que John no ha tenido tiempo para listas.

Cuando Lauren estuvo convencida de haber recogido todo lo que le hacía falta, los dos se echaron a la espalda las mochilas que podían llevar como equipaje de mano y luego recorrieron el pasillo hacia el ascensor tirando de sus maletas con ruedas.

Abajo en la cafetería, John y Dave estaban sentados a una mesa. Tenían el equipaje a un lado y ya se habían tomado la mitad del desayuno.

John echó una ojeada a su reloj.—Apurando el tiempo al máximo, ¿eh?—Es culpa mía —se disculpó James—. El despertador no ha sonado.Lauren le dedicó una sonrisa mientras se servían el desayuno en el bufet.—Gracias por cargar con las culpas.Según la historia que John Jones había creado para la misión

conjuntamente con el FBI, James y Dave se hallaban detenidos en la prisión de Nebraska a la espera de ser trasladados a Arizona, donde serían juzgados por homicidio. Eso les impedía volar a Arizona en un avión comercial, por si algún pasajero tuviese vínculos con las fuerzas de seguridad o las prisiones de Arizona.

Iban a embarcar en una base de la RAF emplazada a quince minutos en coche del campus. El chófer de CHERUB detuvo el minibús en una pista de rodaje, junto al ala de un pequeño reactor de pasajeros. El piloto y el copiloto cargaron el equipaje en la bodega, mientras un oficial de aduanas le estrechaba la mano a Jones y lanzaba una mirada superficial a los cuatro pasaportes norteamericanos.

Jones y los chavales subieron seis peldaños de metal. Todos excepto

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Lauren tuvieron que agacharse al cruzar la puerta del avión. La cabina era estrecha, pero estaba lujosamente acondicionada con una mullida moqueta, un ramo de flores recién cortadas, molduras de castaño y cuatro butacas de cuero encaradas de modo que se pudieran celebrar reuniones.

Mientras James se abrochaba el cinturón y se desprendía de las zapatillas, el copiloto recogió la escalerilla y cerró la puerta. Treinta segundos más tarde, la aeronave comenzó a rodar hacia la pista de despegue.

—Genial —le dijo James a Lauren, sentada frente a él—. Nos ahorramos tener que llegar al aeropuerto tres horas antes para facturar el equipaje.

El copiloto se plantó en medio de la cabina, agachando la cabeza para no tocar el techo.

—Bienvenidos a bordo del servicio de taxis de alta velocidad de la Royal Air Forcé —sonrió—. Asegúrense de tener los cinturones abrochados antes del despegue. Vamos a volar más rápido y más alto que los aviones comerciales a los que quizá estén acostumbrados, de modo que está previsto que lleguemos a Arizona dentro de siete horas y media, incluyendo una parada para repostar. El cuarto de baño está al fondo, y hay una nevera llena de sándwiches y demás. También hay un microondas y una máquina de bebidas calientes, así que si les entra el gusanillo, sírvanse ustedes mismos.

El copiloto avanzó a trompicones por el tembloroso avión hasta la cabina de mando, donde tomó asiento y se abrochó el cinturón mientras el aparato dejaba de sacudirse al final de la pista. James reparó en que Lauren clavaba las uñas en los brazos de su butaca de cuero.

—¿Sigue sin gustarte volar? —le preguntó con una sonrisa burlona.—Cierra el pico —replicó ella, tensa.Los motores rugieron y la voz del piloto brotó por el intercomunicador:—Preparados para el despegue.—Estos aviones pequeños se estrellan cada dos por tres —dijo James

mientras su cuerpo se aplastaba contra el respaldo por la rápida aceleración—. Son de lo más peligrosos.

Lauren le dio una patada en la espinilla cuando el aparato se separó de la pista.

Cuando el avión se estabilizó, John Jones repartió bebidas calientes y galletas entre todos, incluidos los pilotos. Cuando terminaron de comer y beber, cerró la puerta de la cabina de mando para que los pilotos no oyesen la conversación.

—¿Cómo vais con lo de memorizar los detalles de la misión y la historia personal de vuestros personajes?—preguntó.

—Yo lo llevo bien —contestó Lauren.James y Dave no parecían tan seguros.—Pues voy a poneros a prueba —anunció John—. Lauren, tú primero:

¿con qué acento vas a hablar?—Con mi acento inglés normal.John asintió.—Bien. ¿Y eso por qué?—Porque es imposible mantener un acento falso durante una misión

larga, especialmente cuando estás bajo presión.—No, no. No te estaba preguntando por qué en general intentamos evitar

el uso de acentos. Me refiero a cómo explicarías tu acento inglés si, durante la misión, alguien quisiera saber por qué hablas así.

—Ah, vale —repuso Lauren—. Nuestro padre era Robert Rose, un hombre de negocios que trabajaba en Londres. Nosotros crecimos allí, pero nos

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marchamos a Arizona a vivir con nuestro tío hace tres años, cuando murió nuestro padre debido a un cáncer de garganta.

—Excelente. Tu turno, James. ¿Cuál fue tu primer delito?—La policía de Arizona nos arrestó a mí y a Dave por un robo en un

establecimiento de PC Planet. Robamos cámaras digitales por valor de quince mil dólares y nos dimos a la fuga, pero nos trincaron un mes después cuando intentábamos vender el material en eBay.

—¿A qué te condenaron?—A doce meses de libertad condicional y a doscientas horas de servicio a

la comunidad.—Cincuenta horas —corrigió John bruscamente—. Tienes que saberte tu

historia como si fuese tu propia vida, James. Dime cómo conseguiste los códigos de las alarmas para acceder a la tienda de coches.

—Dave y yo estábamos bastante solos. En Arizona no teníamos amigos, así que empezamos a meternos en la piratería informática. Dave conducía por Phoenix, mientras yo iba en el asiento del copiloto, equipado con un ordenador portátil y un programa de rastreo, en busca de sistemas inalámbricos sin medidas de seguridad. Esperábamos pillar el número de la tarjeta de crédito de alguien, o detalles de cuentas bancarias. Cuando nos introdujimos en el sistema de una tienda de coches de segunda mano, encontramos un documento en el disco duro con el código de las alarmas antirrobo de todos los empleados.

»Me escondí en el maletero de un BMW del establecimiento, salí después de que cerraran y desconecté las alarmas. Robamos ocho mil dólares en metálico y nos largamos en un Lexus RX-300 casi nuevo. Durante la huida, el coche dio un viraje, se subió a la acera y mató a una indigente que dormía allí. El robo y la muerte de la mujer aparecieron en los periódicos locales, así que tenemos las espaldas cubiertas si Jane Oxford quiere comprobar nuestra historia.

—¿Y qué ocurre si detienen a la gente que de verdad robó en la tienda? —preguntó Lauren.

—A menudo, el FBI infiltra agentes en las prisiones, tanto para sonsacar información a sospechosos como para destapar tráfico de drogas o actividades de bandas —explicó John—. Para los oficiales introducidos en las cárceles, es esencial contar con una historia realista, por eso el FBI inventa lo que llaman «delitos fantasma». Estos delitos los crean agentes del FBI, que luego los transmiten a la policía local y los medios de comunicación como si fuesen auténticos.

—Pero ¿qué pasa con la mujer indigente? —inquirió Lauren.John se encogió de hombros.—Supongo que encontraron a una indigente que había fallecido de un

ataque de corazón y cambiaron los detalles de su certificado de muerte para que pareciese que la había atropellado un coche. Al FBI le gusta tener unos cuantos delitos fantasma por resolver en cada estado, para poder infiltrarse rápidamente en cualquier cárcel del país.

Lauren asintió.—¡Qué listos!—Y entonces, Dave —prosiguió John—, ¿qué sucedió después de que

atropellarais a la mujer?Dave carraspeó antes de responder.—James y yo salimos del coche para ver a qué le habíamos dado. Cuando

descubrimos que era una persona, nos entró el pánico y volvimos a casa.

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Recogimos nuestro dinero y nuestras cosas, dejamos una nota para Lauren y tío John, y nos dirigimos hacia el norte. Pasamos dos días huyendo en el Lexus, antes de vernos envueltos en otro accidente de tráfico en Nebraska. Yo me herí en la cabeza, lo que coincide con una cicatriz real de un accidente que tuve esquiando el año pasado. James salió ileso y fue atrapado por la policía tras una breve persecución a pie.

—De acuerdo. James, continúa con la historia a partir de ahí.—La policía nos detuvo y nos llevó a un centro de reclusión para menores.

Luego nos juzgaron en el tribunal de menores de Omaha y nos condenaron a seis meses de prisión.

—¿Por qué los otros reclusos no os vieron mientras estabais en Nebraska?James se quedó en blanco. Lauren alzó un dedo y empezó a balancearse

de un lado a otro.—Yo lo sé —declaró entusiasmada.—Eso no está bien, James —dijo John sacudiendo la cabeza—. A estas

alturas ya deberías recordar esos detalles básicos. Si es necesario, nos pasaremos todo el vuelo repasando esta historia hasta que los tres seáis capaces de recitarla hacia delante y hacia atrás... Vamos, Lauren, cuéntale a tu hermano por qué ningún prisionero vio a James y Dave durante los seis meses que estuvieron en Nebraska.

—Porque casi se escapan. Dave logró agenciarse una ganzúa para las esposas en el juzgado de Nebraska. James y Dave se soltaron y llegaron hasta el jardín que hay delante del tribunal, antes de que un policía reparara en su uniforme carcelario color naranja y los detuviera a punta de pistola. Tras esto, los encerraron en celdas individuales, sin privilegios ni contacto con el resto de los reclusos.

—Tener esta fuga en vuestro historial —explicó John— sirve para que el plan de huir de Arizona Max resulte más creíble cuando intentéis convencer a Curtis de que con vosotros tiene una buena oportunidad de escapar.

10. ARIZONA10. ARIZONA

Pasaron por la aduana en una base aérea de Wisconsin. La oportunidad de estirar las piernas junto a la pista mientras el avión repostaba se transformó en una pelea de bolas de nieve. Para cuando aterrizaron en otro aeródromo militar, en Arizona, tres horas más tarde, John Jones y los chavales comenzaban a sentirse hartos de tanto ir encerrados y sin una comida caliente que echarse al estómago.

Con el cambio de zona horaria, eran las 7.45, como si sólo hubiesen transcurrido veinte minutos desde su partida de Inglaterra. Cuando bajaron del reactor, estaba saliendo el sol y el aire resultaba seco en un típico día de verano en el desierto de Arizona.

Un oficial ataviado con un mono, gafas de espejo y protectores para los oídos les ordenó rudamente que siguieran la línea amarilla pintada sobre el asfalto hasta la terminal... aunque «terminal» era una denominación excesiva para la caseta de metal con suelo de aglomerado, cinco asientos y una máquina de café. La única persona que había dentro era un negro bajo y fornido con un traje azul pálido y sombrero de cowboy. Se puso en pie y estrechó la mano de John.

—Marvin Teller. Operaciones especiales del FBI —se presentó.

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—Es un placer conocerte por fin en persona —contestó John.—Y estos tres deben de ser el equipo de agentes secretos.Marvin estrujó la mano de ambos chicos cuando se estrecharon. James

comprendió que era una prueba de personalidad y ni siquiera pestañeó. Cuando llegó a Lauren, Marvin apartó la mano y esbozó una sonrisa.

—¿Qué edad tiene esta damisela? —preguntó—. Parece que haya dejado de usar chiripás hace sólo unos meses.

—Tengo diez años —respondió Lauren a la defensiva—. ¿Qué es chiripá?James sonrió con aire de superioridad.—Es una especie de pañal.—¿Qué? ¿Tenéis hambre? —inquirió Marvin—. Conozco un restaurante

económico a sólo unos kilómetros de aquí, donde podréis zamparos un desayuno suculento por cuatro pavos.

Después de atiborrarse con filetes, patatas y cebollas fritas, huevos y tostadas, Marvin condujo a John y los niños en un sedán negro por una carretera, en un trayecto de casi cien kilómetros. Todos volvieron la cabeza cuando pasaron ante la salida que señalaba «PENITENCIARÍA DE MÁXIMA SEGURIDAD DE ARIZONA», pero la cárcel se hallaba en una hondonada del desierto a tres kilómetros del desvío, de modo que no había nada que ver excepto la bandera estatal de Arizona y unos cientos de metros de asfalto barrido por la arena.

Se detuvieron en una solitaria casa de madera al final de un apartado sendero de tierra, a treinta kilómetros de la prisión. El sol había cuarteado la pintura de la madera exterior, mientras que en el interior todo indicaba que sus habitantes eran gente mayor. Había pasamanos a ambos lados de la escalera, y dos butacas de respaldo alto en el salón, colocadas frente a un antiguo televisor que te obligaba a levantar el trasero del asiento y girar un botón para cambiar de canal.

—Hemos encontrado a una jueza agradable que escuchará la declaración de culpabilidad de James y Dave a primera hora del jueves —explicó Marvin—. Eso os da el resto del día y todo el de mañana para adaptaros y descansar;. Hay comida en la nevera y dos coches en el garaje, los dos con cristales oscuros, como pedisteis.

—¿Eso ha sido un problema? —preguntó John.Marvin negó con la cabeza.—Aquí en el desierto mucha gente hace tintar los cristales del coche.

Protege del sol.—Quiero que los chavales adquieran algo de experiencia en las carreteras

norteamericanas. Les hará falta durante la fuga, y no queremos que nadie vea a James o a Lauren al volante.

—Tengo cosas que hacer en mi despacho de Phoenix —dijo Marvin—. Volveré para llevaros ante el tribunal el jueves por la mañana. También os mandaré a nuestro agente infiltrado en Arizona Max para darles a los chicos algunas indicaciones para no meterse en problemas dentro de la cárcel.

A mediodía, la temperatura superaba los treinta grados, y el vetusto aparato de aire acondicionado de la casa parecía emplear toda su energía en hacer ruido más que en refrescar de verdad.

John estaba continuamente hablando por teléfono, tanto con el campus de CHERUB como con la oficina del FBI en Phoenix, de modo que James y Dave decidieron limpiar el fondo de la pequeña piscina e intentar llenarla. En el garaje encontraron productos químicos para piscinas, pero el filtro estaba atascado, y lo único que consiguieron sus esfuerzos fue un pequeño charco

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marrón y mancharse los dedos.Lauren estaba en una tumbona al lado de la piscina, leyendo el material

para la misión y observando cómo crecían las manchas de sudor en las camisetas de los chicos. A ella también le habría encantado darse un chapuzón, pero el doctor del campus le había dicho que mantuviese el pie seco hasta que se le curase la herida de la planta.

Al final los chicos se dieron por vencidos y fueron dentro a ducharse y cambiarse de ropa. Cuando volvieron a salir, se colocaron a ambos lados de la tumbona de Lauren con expresión maliciosa.

—¿Qué? —soltó la niña con tono receloso.—Nada —sonrió James—. Es sólo que el plan de fuga recomienda que

adquieras una experiencia básica como conductora, por si te vieras al volante mientras nos persiguen los polis. John quiere que te demos las primeras clases de conducción.

Dave hizo tintinear un juego de llaves de coche. No era cierto que John quisiese que le enseñasen a conducir. Los chavales se lo habían suplicado, y él acabó cediendo a su pesar porque le costaba concentrarse en los preparativos de la misión con tres muchachos aburridos, afectados de jet lag y dando la lata por la casa.

Montaron en una destartalada ranchera Toyota con cristales tintados. Dave la sacó del garaje y luego intercambió su sitio con el de Lauren. Ella tuvo que apoyarse en un cojín, e incluso así, la única forma de que pudiera ver por encima del salpicadero y llegar a los pedales al mismo tiempo era sentarse en el borde del asiento y prácticamente ir abrazada al volante.

En el asiento trasero, James se puso patas arriba como si se hubiesen estrellado y empezó a reír.

—¡Vamos a morir todos!Después de explicarle a Lauren el funcionamiento de los mandos, Dave la

dejó quitar el freno de mano y arrancar el vehículo, que tenía caja de cambios automática. La niña avanzó unos metros antes de pisar el freno con torpeza y hacer saltar a James en el asiento de atrás.

Dave se volvió a mirarlo.—Ponte el cinturón, que no eres un muñeco de pruebas.Conducir un coche automático sin tráfico alrededor es bastante fácil.

Cuando Lauren ya tenía dominada la conducción por el sendero de tierra y había hecho unos cuantos cambios de sentido para acostumbrarse al volante y a dar marcha atrás, Dave le permitió salir a la polvorienta calzada que llevaba a la carretera.

Al cabo de media hora, Lauren empezó a quejarse de que le dolía el pie. James no conducía un coche desde hacía tres meses, y después de ir sentado en el asiento trasero observando a su hermana, se moría de ganas por darle caña a la ranchera por la calzada llena de arena. Cambió su sitio con Lauren, se abrochó el cinturón y se volvió hacia Dave.

—¿Llevas dólares encima?Dave asintió.—¿Por qué?—Cuando veníamos por la carretera pasamos por delante de un local de

donuts, ¿recuerdas? Podemos ir hasta allí y comprarnos una caja.Dave contó el dinero que tenía en los bolsillos.—Llevo bastante. ¿Has conducido en Estados Unidos alguna vez?—Montones de veces —mintió James—. El año pasado estuve en una

misión en Miami.

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Lo de Miami no había sido más que una breve escapada, pero el curso intermedio de conducción de CHERUB que James había recibido unos meses atrás incluía prácticas para vías rápidas y algunas maniobras a alta velocidad, de modo que era un conductor razonablemente competente.

Pisó el acelerador y el vehículo salió como propulsado. Cuando aumentó la velocidad, la ranchera empezó a estremecerse; los guijarros de la calzada golpeteaban contra la parte trasera.

—Ve más despacio —dijo Dave.James no le hizo caso y siguió pisando el acelerador mientras se

acercaban a la cima de una pequeña loma. Dave le puso una mano en el hombro y habló más alto.

—Para ya, James. Vas demasiado rápido.El muchacho esbozó una sonrisa.—¿Quién te ha metido el miedo en el cuerpo, Dave? Pensaba que eras un

tío enrollado.Las ruedas delanteras se alzaron cuando alcanzaron lo alto de la loma. A

través de la luz deslumbrante, James vio una camioneta que avanzaba en dirección contraria, a menos de cien metros. La calzada era lo bastante amplia para los dos vehículos, pero James no había previsto que hubiese tráfico y corría casi por el centro de la vía.

Notó un subidón de adrenalina mientras daba un volantazo hacia la derecha y pisaba el freno. Esquivó a la camioneta, la cual había virado de golpe al otro lado, pero se dirigió hacia la zanja de drenaje de la cuneta. James giró el volante a la izquierda y el morro se enderezó, pero la brusca maniobra desequilibró la parte trasera, cuyas ruedas cayeron en la zanja.

El volante trepidó con violencia mientras los airbags se hinchaban de golpe ante la cara de Dave y James. El coche dio un bandazo describiendo un ángulo con dos ruedas en el aire y faltó poco para que volcaran.

Cuando volvió a caer sobre el suelo reseco y se detuvo, James estaba demasiado conmocionado para moverse. Lo único que podía hacer era aspirar polvo y efluvios de gasolina, mientras miraba fijamente y sin habla el airbag medio desinflado. Las manos le temblaban sin control.

Dave salió a trompicones por la puerta del copiloto, abrió la trasera y ayudó a Lauren a saltar sobre la zanja. La niña respiraba con dificultad, pero no parecía herida.

James logró sobreponerse lo suficiente para pensar que había riesgo de que una fuga de combustible provocara un incendio. Se liberó del cinturón y salió del vehículo en medio de una nube de polvo. Bajo el sol cegador emergió una figura que se abalanzó sobre él y lo empujó contra la ranchera.

—¡Te lo he dicho! —gritó Dave, furioso—. Podrías habernos matado, imbécil.

James creyó que Dave iba a abofetearlo, pero el conductor de la camioneta acudió para separarlos.

—Venga, chicos, calmaos —les espetó el hombre.James sintió que le flaqueaban las piernas mientras se alejaba del

vehículo a duras penas. Lauren se hallaba a unos metros de distancia, pero las chispas que le brotaban de los ojos le dejaron claro que no estaba de humor para echarle una mano.

Cuando el conductor de la camioneta hubo tranquilizado a Dave, retrocedió unos pasos y soltó una carcajada irónica. Era un hombre rubio, y llevaba pantalones negros y una camisa con un escudo y las iniciales DPA bordadas en la manga. James cayó en la cuenta de que correspondían a

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«Departamento de Prisiones de Arizona».—Me llamo Scott Warren —se presentó el hombre—. Acabo de terminar

mi turno, y me dirigía a visitar a tres chavales ingleses y un tipo llamado John Jones. No es exactamente lo que me imaginaba, pero creo que los he encontrado...

11. ARREPENTIMIENTO11. ARREPENTIMIENTO

James era consciente de que se había comportado como un idiota. Sentado en un sillón de respaldo duro, malhumorado, le entraron ganas de perderse en el desierto y no regresar jamás. Se le estaba pelando la piel de la nuca, que había tocado la carrocería caliente de la ranchera con el empujón de Dave.

John lo había sermoneado durante veinte minutos: lo absolutamente irresponsable que era; que podría haber echado por tierra la misión antes de que comenzara; que un vehículo de doscientos caballos no era un juguete; y que iba a pasarse todo el tiempo hasta su comparecencia ante la jueza castigado, estudiando todo el material para la misión.

James seguía viendo el accidente mentalmente; imaginaba qué habría sucedido si la ranchera hubiese dado una vuelta de campana, o si Lauren no hubiese llevado puesto el cinturón. Jamás se habría perdonado si su hermana hubiera sufrido algún daño.

Mientras él permanecía sentado con las cortinas echadas y compadeciéndose, los demás habían ido a arreglar sus destrozos. Dave encontró un cable de remolque, y Scott Warren usó su intacta camioneta para sacar el Toyota de la zanja y remolcarlo de vuelta a casa.

La caída había arrancado el tubo de escape, combado la suspensión delantera y dañado el chasis del lado del conductor. La ranchera no parecía destrozada, pero Scott dijo que no saldría rentable hacer muchas reparaciones en un vehículo tan viejo que no debía de valer más de dos mil dólares.

Entretanto, John condujo hasta un restaurante de la carretera y compró pollo frito. Al regresar, le dijo a James que se lavase la cara y bajase a la cocina.

James se sentó a la gran mesa de fórmica arrastrando su silla. Dave y Lauren parecían cabreados. El chaval consideró la idea de pedirles perdón, pero una disculpa no se ajustaría con exactitud a la gravedad de lo que había hecho. Evitó mirarlos a los ojos mientras agarraba un paquete de patatas fritas y un par de muslos.

John puso una botella de Coca-Cola sobre la mesa y le tendió a Scott una cerveza fría antes de sentarse.

—He hablado con James y le he impuesto un castigo —dijo con firmeza, dirigiéndose a todos los reunidos—. Todos somos conscientes de que ha sido una suerte que nadie resultase herido. Pero, sean cuales sean vuestros sentimientos, debemos hacer borrón y cuenta nueva y continuar preparándonos para la misión como un equipo. Esta operación es demasiado peligrosa para guardaros rencor unos a otros. ¿Queda entendido?

Dave y Lauren asintieron sin entusiasmo.—Bien. James, dales la mano a Dave y Lauren.El chaval alargó la mano por encima de la mesa. Aquello era el tipo de

cosa que le pedirías a un par de críos de seis años, pero comprendió que la

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intención de John era pasar página.—Lo siento mucho —le dijo a Lauren.—Deberías —replicó ella sin más.—No debería haberte empujado —declaró Dave mientras James le

estrechaba una mano pringada de grasa de pollo—. Es que me puse muy nervioso después del accidente.

James sonrió, incómodo.—A lo mejor me has inyectado un poco de sentido común.—En fin —terció John—, como sabéis, Scott es agente especial del FBI.

Ha pasado los tres últimos meses trabajando como funcionario de prisiones en el ala de menores de Arizona Max. Acaba de terminar un turno de doce horas e imagino que estará cansado, de modo que quiero que lo escuchéis atentamente; procuraremos no hacerle perder más de su tiempo.

Scott engulló un bocado de patatas fritas antes de comenzar a hablar.—Nada de lo que yo diga o haga puede prepararos completamente para lo

que vais a encontraros en Arizona Max, chicos, pero lo intentaré. Supongo que la mejor manera de empezar es daros una idea de la clase de chavales que acaban allí.

«Como sabéis, si uno mira cualquier periódico o los informativos de la tele, ve noticias sobre delitos repugnantes. Bien, vais a compartir celda con personas que cometen esa clase de delitos. Estoy hablando de los muchachos más viles y despreciables que hay sobre la faz de la tierra. No subestiméis lo que son capaces de hacer. La mayoría ya han matado a alguien y, en un entorno carcelario, la violencia y el acoso despiadado elevan su estatus.

—¿No reciben ningún castigo adicional? —interrumpió Dave.—Qué va —contestó Scott sacudiendo la cabeza—. Estos chicos tienen

cero posibilidades de salir de la cárcel algún día, y no están amenazados por la pena de muerte porque, según el Tribunal Supremo, no se puede ejecutar a un menor de dieciocho años. Así, incluso si alguno de ellos te mata, lo máximo que podemos hacer es dejarlo incomunicado en una celda durante unos meses.

»Este núcleo de matones supone el veinticinco por ciento de la población, y hacen la vida imposible al resto. Los reclusos más débiles suelen ser chavales que se descarriaron una vez y se metieron en problemas: chicos que atracaron una tienda de veinticuatro horas para tener dinero que derrochar con sus novias; muchachos de clase media que pensaron que podían ganar un dinero fácil vendiendo droga; o que reaccionaron un día y mataron a parientes que les daban palizas. Muchos de ellos no han tenido oportunidades en la vida, y a menudo son un poco cortos de mollera. Para ser sincero, me dan pena.

—Bueno, ¿y cómo es la prisión? —preguntó James.—Barata —respondió Scott lacónicamente.Los tres muchachos parecieron confundidos, hasta que el hombre empezó

a explicarse.—Hace veinte o treinta años, una cárcel de máxima seguridad constaba

de celdas con barrotes en la parte frontal y una puerta corrediza, como las que se ven en las películas. La mayoría de las veces los reclusos estaban solos o con un compañero. Pero la población carcelaria de Norteamérica se está disparando y las celdas resultan muy caras: cada preso necesita sus propias paredes y puertas, sus propias cerraduras, además de lavabos, tazas de váter, etc.. Después de construir todas esas celdas carísimas, necesitas muchos guardias para garantizar que en su interior no ocurra nada demasiado malo.

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»Para ahorrarse eso, los centros modernos como el de Arizona Max tienen celdas comunitarias. En la que viviréis vosotros hay dos hileras de dieciocho camas individuales pegadas a las paredes. Entre cada cama hay un tabique que llega hasta la cintura, una pequeña taquilla y el espacio justo para que estiréis las piernas. En un extremo del habitáculo hay un cuarto de baño, con dos inodoros, tres urinarios y dos duchas. A pocos metros por encima de vuestras cabezas hay un puente de rejilla metálica, desde donde los guardias como yo podemos mirar y vigilaros.

»La parte buena es que esta distribución proporciona un acceso de veinticuatro horas a Curtís Oxford. La parte mala es que si uno de tus compañeros te toma ojeriza, también tiene un acceso de veinticuatro horas... a ti.

—¿Hay mucha violencia ahí dentro? —preguntó Dave.—En los tres meses que llevo en ese bloque de celdas sólo he visto dos

apuñalamientos, pero hay peleas a puñetazos con regularidad, y los reclusos más débiles sufren espantosas agresiones. Las unidades de jóvenes delincuentes reciben el apodo de «escuelas de gladiadores», porque no te queda más remedio que aprender a luchar. Los adolescentes son el sector más impulsivo y peligroso de la población carcelaria.

—¿Los guardias no hacen nada para impedir la violencia? —intervino Lauren.

Scott negó con la cabeza.—Los guardias... o «guripas», como los llaman todos en las celdas, no van

a haceros ningún favor. En la prisión hay un veinte por ciento menos de personal del necesario, y la paga apenas supera el salario mínimo, así que no esperéis que se jueguen el pellejo por vosotros.

»Durante el día hay un guripa para cuarenta reclusos, pero por la noche se reduce a uno para cien. Esos niveles de vigilancia significan que estáis prácticamente solos. Si las cosas se ponen feas, podemos disparar un par de balas de goma desde el puente para acabar con una pelea, e incluso sacar a alguien para llevarlo a la enfermería si pierde mucha sangre. Aparte de eso, tenéis que arreglároslas por vosotros mismos.

—Entonces ¿cuál es la mejor forma de lidiar con la violencia? —preguntó James.

—No podéis mostrar ningún tipo de debilidad. En cuanto piséis la celda, habrá treinta chicos evaluándoos. Los tipos malos querrán saber si pueden poneros las manos encima y a vuestras pertenencias. Los reclusos más débiles necesitan saber si vais a intentar poner las manos en sus cosas, o si sois de esos psicópatas que les darán palizas sólo por diversión.

»Según las estadísticas, en una prisión estadounidense tenéis un setenta por ciento de posibilidades de veros en un enfrentamiento físico en los dos primeros días. Como vais a ingresar en Arizona Max, yo aumentaría las posibilidades hasta el noventa y nueve por ciento. Dave podrá competir físicamente con cualquiera, pero James será uno de los más pequeños. Dave tendrá que protegerlo.

—He aprendido autodefensa —dijo James—. Soy cinturón negro segundo Dan de kárate.

—Es bueno que sepas defenderte, pero eso no lo sabrá nadie cuando cruces la puerta de la celda. Lo único que verán es que eres joven y pequeño, lo que te convierte en un blanco para los matones. Si alguien se mete contigo, reacciona con dureza y procura dar buena muestra de cómo eres. De esa manera te ganarás su respeto, y te encontrarás con que otros compañeros

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querrán tenerte de su lado.—¿Y qué pasa con Curtís? —preguntó Dave—. ¿Quién cuida de él?—Curtís tiene dos cabezas rapadas de diecisiete años, Elwood y Kirch,

que se encargan de protegerlo. Y todo el mundo sabe que cualquiera que toque a Curtís será apuñalado hasta morir por un motorista.

—¿Hay motoristas en esa celda? —inquirió James.Scott sacudió la cabeza.—No; la mayor parte de los motoristas tienen entre veinte y cuarenta

años, pero todos los chicos de vuestra celda están cumpliendo sentencias largas. En cuanto tengan dieciocho años, serán trasladados a la sección adulta de la cárcel, donde habrá un buen puñado de moteros listos para acuchillar a quien sea por Jane Oxford.

—¿Cómo es eso?Fue John quien respondió:—Uno de los métodos de Jane para mantener fuerte su organización es

cuidar de cualquiera de los suyos que vaya a la cárcel. Eso significa un buen abogado, apoyo económico a las familias y protección física dentro de la prisión. Jane es muy leal a la gente que permanece a su lado. Y ésa es una de las razones por las que nos sentimos optimistas, pues creemos que Jane os ayudará gustosamente si lográis sacar a Curtis de la cárcel.

—Claro que ésa es un arma de doble filo —terció Scott—. Hay quienes han intentado pactar con el FBI y darle información sobre Jane Oxford a cambio de inmunidad o una reducción de condena. La mayoría han encontrado una muerte horrible en la misma cárcel, o han acabado retractándose de lo dicho después de que sus familias fueran amenazadas. Incluso un tipo fue abatido por un francotirador cuando se hallaba detenido bajo custodia.

James dejó en el plato un hueso de pollo y apartó el resto de las patatas fritas. Probablemente Kyle, Gabrielle y los otros ya habrían empezado sus misiones de reclutamiento. Pero, vista la brutalidad imperante en Arizona Max, se preguntó si en realidad no le había tocado a él la peor parte.

12. SENTENCIA12. SENTENCIA

James se pasó la mañana del miércoles con la cabeza gacha, leyendo en su habitación los documentos para la misión y sintiéndose mal por el accidente que había provocado el día anterior.

El material de lectura incluía las normas de Arizona Max para los presos, los expedientes personales de los funcionarios que trabajaban en el bloque de jóvenes delincuentes y el historial de los veintinueve reclusos que en ese momento compartían la celda comunitaria con Curtís Oxford.

John consiguió limpiar la porquería del filtro de la piscina y la llenó de agua. Tomaron el almuerzo al sol junto a la piscina, mientras John volvía a examinar a los chavales sobre sus personajes en la misión y revisaba los detalles del plan de fuga. Cuando estuvo convencido de que cada uno entendía su tarea, fue a la casa a hacer unas llamadas.

James y Dave se sentaron juntos en el lado menos profundo de la piscina. Lauren estaba a unos metros detrás de ellos, en una tumbona. Le molestaba el vendaje del pie, y miraba fijamente el agua mientras se abanicaba con una hoja de palma arrancada a una de las palmeras que había junto a la piscina.

Dave se volvió hacia el muchacho.

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—No pareces el de siempre. ¿Estás asustado?—Un poco —admitió James—Lo de «escuela de gladiadores» suena un

poco bestia.Dave sonrió.—A mí siempre me entra el miedo el día previo a una misión. ¿Has subido

alguna vez en una montaña rusa?—Varias veces.—Las misiones son como las montañas rusas. Cuando montas y empiezas

a subir la primera rampa con ese ruido de clang-clang-clang, piensas: «¿Por qué demonios me he metido en esto?» Pero cuando acaba la vuelta, bajas alucinando y quieres volver a ponerte en la cola para montar de nuevo.

James asintió.—Cuando regresé de mi última misión, me dijeron que tendría que pasar

varios meses estudiando para ponerme al día con las clases. Eso me dejó hecho polvo.

—Yo no podría imaginarme dejar CHERUB y ser normal otra vez —le confió Dave—. Debe de ser muy aburrido no tener nada en la vida excepto las clases, los deberes y unos cuantos colegas.

—Siento no haber reducido la velocidad cuando me lo dijiste. Fui un gilipollas.

Dave se encogió de hombros.—Todos cometemos errores. La verdad es que yo también tengo lo mío.—¿Qué es la cosa más idiota que has hecho en una misión?—Buena pregunta. —Dave se echó a reír—. Han sido unas cuantas.

¿Sabes que casi me expulsaron de CHERUB después de aquella misión con Janet Byrne?

—¿Y eso por qué?El chico simuló un bombo sobre el estómago con la mano. James sacó los

pies del agua y estalló en carcajadas.—Oh... eso —dijo con una risita—. Janet está buenísima. No puedo creer

que la dejases embarazada.La idea de que Dave tuviese un hijo era un poco rara, pero James casi rió

de alivio porque Dave no parecía guardarle rencor por el accidente.—No tiene gracia, ¿sabéis? —intervino Lauren secamente, alzándose de

repente tras ellos—. Janet es mi tutora de lengua española. Se pasó días llorando en su habitación, preocupada, sin saber qué hacer.

James no logró controlar la risa, de modo que Lauren le atizó en la espalda con el tallo de la hoja de palma.

—Me has hecho daño —gimió James, y huyó hacia el lado profundo de la piscina.

—Me alegro —replicó la niña. A continuación lanzó la palma y se encaminó hacia la casa hecha una furia—. Sois un par de cerdos machistas.

James se aseguró de que Lauren no regresaba antes de volver a sentarse junto a Dave.

—Dentro de unos años algún pobre tipo se enamorará de tu hermanita, y tú no podrás evitar compadecerlo.

—Ya lo creo —asintió James, mientras se frotaba la línea roja que le cruzaba la espalda—. Todas las chicas están como cabras.

Lauren entró en la habitación de James a las cinco de la madrugada del jueves. Ya vestida, le tiró de la oreja para despertarlo.

—John dice que será mejor que vayas moviendo tu flaco culo.James se rascó la cabeza mientras se incorporaba. Lauren apenas le

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había dirigido la palabra desde el accidente, por eso se alegró cuando ella se inclinó y lo rodeó con los brazos.

—¿A qué viene eso? —preguntó con una sonrisa.—Procura no hacer nada demasiado estúpido en la misión, ¿vale? Puede

que seas un idiota, pero eres el único hermano que tengo.James se echó a reír. Lauren deslizó el dedo índice por el arañazo que le

había dejado el golpe con la palma, y sintió una punzada de culpabilidad.—Voy a preparar un buen desayuno caliente para todos —dijo con

dulzura.James se quedó impresionado cuando salió de la ducha y bajó a la cocina.

Lauren parecía serena mientras disponía tres crepes perfectamente doradas en una bandeja; sobre el hornillo de gas chisporroteaban beicon y huevos revueltos.

—Te recuerdo cocinando cuando vivía mamá. Se te pegaba todo en la sartén y dejabas los armarios hechos un desastre. ¿Desde cuándo eres tan buena con esto?

—He asistido a algunas clases de cocina en el campus.—Te estás haciendo muy mayor. No dejas de sorprenderme y ya casi

nunca me pides ayuda ni consejo, como antes.Lauren soltó una risita.—¿Qué? —preguntó James.—Nada —replicó burlona—. Es sólo que... —Hizo una pausa para soltar un

resoplido—. Es por la idea de pedirte consejo. No eres exactamente don Maduro, ¿sabes?

James se sintió herido.—Soy maduro —declaró a la defensiva.—Lo que tú digas, hermanito.James no tuvo ocasión de contradecirle porque un coche blanco acababa

de detenerse en el sendero de acceso.El coche de la policía de Arizona pareció emitir un suspiro cuando Marvin

Teller bajó y se caló su sombrero de cowboy. El traje de ese día era color mostaza, con botas blancas de piel.

Marvin abrió el maletero del coche. La realidad golpeó de manera implacable a James cuando vio que el hombre sacaba dos monos naranja vivo y se colgaba una larga cadena de cada hombro.

Todos se sentaron a la mesa de la cocina para desayunar. Dave, John y Marvin alabaron las dotes culinarias de Lauren y repitieron, pero James sólo pudo tragar unos pocos bocados.

De pronto subió corriendo al cuarto de baño; tuvo un par de arcadas, pero no devolvió nada. Todo lo que había aprendido sobre los peligros de la cárcel empezaba a hacer mella en él. Se mojó la cara con agua fría y respiró lenta y profundamente para serenarse.

Cuando bajó de nuevo a la cocina, John lo miró con preocupación.—¿Qué ocurre?—Estoy nervioso —reconoció James.—Ya conoces las normas. Puedes abandonar esta misión en cualquier

momento y no recibirás ninguna sanción.Era cierto que no lo sancionarían, pero también lo era que. si desertaba

de una misión importante a aquellas alturas, nadie le ofrecería jamás un puesto en otra. Se pasaría el resto de su tiempo en CHERUB llevando a cabo vigilancias rutinarias, allanando casas para obtener algo y comprobando identidades. James no estaba dispuesto a echar por la borda todo el esfuerzo

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realizado en entrenamientos y misiones sólo por haber despertado con los nervios de punta.

—Descuida—dijo, procurando sonar calmado—. Cuando empiece la misión, no tendré tiempo para estar nervioso.

Mientras Lauren y John llenaban el lavavajillas, Marvin llevó a los chicos al salón. Allí les dijo que se desprendieran de todo, incluso relojes y cualquier clase de alhaja. Tuvieron que reemplazar sus calcetines, camisetas y calzoncillos por prendas carcelarias. La ropa interior olía a desinfectante, pero las manchas y desgarrones eran un incómodo recordatorio de usuarios anteriores.

El amplio mono naranja que debían usar en el exterior estaba diseñado para ser altamente visible, de manera que se pudiera ver con facilidad a un prisionero que escapara durante un traslado. Les habían enviado dos monos con «Penitenciaría Estatal de Omaha» impreso especialmente para la ocasión. Además, Dave y James tenían que ponerse dorsales de amarillo fluorescente, como los que usan los niños en los entrenamientos de fútbol. Llevaban impreso en grandes letras: «ATENCIÓN: RIESGO DE FUGA.» La única prenda normal que les permitían llevar eran sus zapatillas de deporte.

—No tendréis pausas para ir al servicio en cuanto os ponga esto —anunció Marvin balanceando las cadenas.

James y Dave subieron a toda prisa las escaleras para hacer pis. Cuando volvieron a bajar, Marvin había extendido dos pares de grilletes sobre la alfombra.

Primero se los colocó a James. El muchacho hizo una mueca de dolor cuando se cerraron alrededor de sus tobillos.

—¿Tienen que ir tan apretados?—Se supone que se ha de hincar en la piel para que el grillete no pueda

moverse —explicó el hombre—. Si te los dejara flojos, alguien podría hacer preguntas. Las manos delante.

Marvin le puso unas frías esposas en las muñecas. Una cadena unía los grilletes de los tobillos con las esposas, e impedía que James alzase las manos más arriba de la cintura.

—Date un paseo por la sala mientras me ocupo de Dave —indicó Marvin—. Cuesta acostumbrarse a moverse con eso.

Los calabozos individuales del tribunal de Phoenix medían apenas un paso de ancho por tres de largo. Lo único que tenían era un grifo de agua potable y un inmundo inodoro de acero. De camino hacia su celda, James había pasado ante más de una docena de aquellas sofocantes jaulas, y, a juzgar por los gritos y chillidos que llegaban de todas direcciones, había muchas más.

Se suponía que Dave y James iban a comparecer ante el tribunal a primera hora de la mañana, pero algo había causado un retraso y James perdió la noción del tiempo. A los reclusos no se les permitía tener relojes y no había ventanas. James dedujo que serían entre las once y la una cuando le pasaron a través de los barrotes un sándwich envuelto en celofán y una botella de cola sin marca, pero de eso hacía ya varias horas.

—Rose, James —llamó una voz de mujer.Tras los barrotes de la minúscula celda había una guardia bajita y

fornida, con una tablilla sujetapapeles en la mano. La mujer tenía la cara roja, y un torrente de sudor le brotaba del pelo. James se levantó del suelo a duras penas. Aún llevaba los grilletes puestos, pero le habían abierto las esposas al llegar.

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—Esposas —dijo la agente con voz cortante.James recogió del suelo las esposas encadenadas a los grilletes y las

colocó sobre una pequeña balda metálica que había en la puerta de barrotes.—Venga —lo apremió la mujer con aspereza—, las muñecas.James comprendió que debía deslizar las manos por la ranura para que

ella le ajustase las esposas. La mujer se las cerró un punto más que Marvin Teller: tan apretadas que los tendones de las muñecas le dolían cada vez que movía los dedos.

—¿A qué viene esa mirada asesina, chaval?Pasaron ante dos hileras de diminutos calabozos y subieron seis tramos

de escaleras hasta el tercer piso del edificio. Aquella planta tenía aire acondicionado, y James se alegró de ver a Dave esperando delante de la sala de audiencias.

—¿Por qué ha sido el retraso? —le preguntó al llegar a su lado.Dave se encogió de hombros.—Como que nos lo van a contar.La agente llamó a la puerta de la sala y aguardó unos segundos antes de

hacer pasar a los chicos. James había esperado un escenario grandioso, con montones de personas y paneles de madera, como se ve en las películas. Pero lo que se encontró fue una especie de oficina sin ventanas y con una moqueta raída.

La jueza, una mujer de pelo gris, se hallaba detrás de un escritorio abarrotado, bebiendo de un vaso de Starbucks. A su espalda había una bandera de Estados Unidos colocada en un asta. Un taquígrafo permanecía sentado a una mesa más pequeña. En una esquina había un guardia armado con una escopeta y, en un lateral, dos abogados, uno de los cuales se había reunido brevemente con Dave y James esa misma mañana antes de que los trasladaran a los calabozos.

El abogado les había explicado que, cuando un acusado de Arizona se declara culpable, el juez, la defensa y la acusación negocian por adelantado los cargos y la sentencia. La vista oral no era más que una formalidad.

—De acuerdo —dijo la jueza, echando una rápida mirada al reloj—. Es tarde, así que vayamos al grano. El estado de Arizona contra James y Dave Rose, caso seis-cero-uno-cero-nueve-nueve. Menores acusados como adultos, con un cargo de robo y otro de homicidio. La defensa ha ofrecido la declaración de culpabilidad por los cargos de robo y homicidio en segundo grado, con una pena de dieciocho años de privación de libertad. ¿Acepta formalmente la acusación este acuerdo?

—Sí, señora—respondió el fiscal.La jueza miró a Dave y James.—¿Os ha explicado vuestro abogado que, declarándoos culpables de estos

cargos y aceptando el acuerdo, perdéis todo derecho a apelar?James y Dave asintieron con la cabeza.—Sí, señora.—Muy bien—concluyó la mujer con solemnidad—. Que conste en acta que

James y Dave Rose son condenados a dieciocho años de privación de libertad.Los dos abogados avanzaron unos pasos y le estrecharon la mano a la

jueza. James miró el reloj de pared y descubrió que había pasado todo el día casi asfixiado en un calabozo, esperando una vista que había durado menos de tres minutos.

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13. INGRESO13. INGRESO

El autocar de Arizona Max tenía barrotes en las ventanillas y una estructura de metal que bloqueaba las salidas. Dos guardias con rifles iban en la parte delantera, sentados frente a la docena de prisioneros que trasladaba el autocar, con capacidad para más de cincuenta.

James y Dave iban casi al fondo. En medio habían sentado a un par de mujeres, y los hombres estaban delante. En el lugar de honor había un hombretón de larga barba pelirroja que había montado el último y al que habían inmovilizado en su asiento con una barra de metal.

James se giró hacia Dave.—¿Qué demonios habrá hecho ese hombre?El único chaval, aparte de ellos, que iba en el autobús se inclinó sobre el

pasillo para contestarle. Era un tipo flacucho llamado Abe, no más alto que James. Los pelillos que le brotaban en el mentón eran el único indicio de que casi tenía diecisiete años.

—Es Chaz Wallerstein —dijo, como si eso significara algo.James y Dave pusieron cara de no entender.—Ya sabéis —continuó Abe—. El del atraco a un banco que acabó en una

carnicería. Disparó contra quince rehenes y mató a once. Salió todo en los informativos de la tele. ¿Dónde habéis estado, en Marte?

James se estiró el mono para que el chico leyera la palabra «Omaha».—Allí nos tenían aislados. Abe sonrió.—Marte, Nebraska... Supongo que da lo mismo. ¿Sabéis que vais a tener

problemas cuando los guripas vean esos dorsales de «Riesgo de fuga»?Arizona Max se abrió en 2002 para hacer frente al rápido incremento de

la población carcelaria del estado. Era una prisión multiusos, capaz de albergar a 6.500 presos en catorce bloques de celdas en forma de H. Nueve bloques estaban ocupados por reclusos masculinos adultos, dos bloques por reclusas, y otros dos eran unidades de seguridad no sólo máxima sino extrema (llamados «supermax»), donde se encontraban el Corredor de la Muerte y los condenados más peligrosos del estado. En el bloque final había unos trescientos chavales menores de dieciocho años.

El vasto complejo carcelario se extendía sobre miles de hectáreas, y estaba rodeado por tres vallas electrificadas y dos barreras de espirales de alambre de púas de más de diez metros de altura. Todos los vehículos y personas que accedieran a la prisión tenían que pasar por una única entrada.

El autocar que llevaba a Dave y James atravesó las primeras puertas para entrar en un pequeño recinto de espera rodeado por muros de veinte metros de alto. Esas puertas exteriores se abrían desde un puesto de control situado fuera del perímetro de la prisión, mientras que las interiores se accionaban desde una sala de control dentro de la prisión. Este sistema de seguridad de doble control implicaba que los reclusos no podrían escapar aunque lograsen imponerse a todos los guardias de la cárcel.

Sólo cuando las puertas principales se cerraron detrás del autocar, pudo abrirse las que daban acceso a la prisión. En cuanto entraron en el complejo, James pegó la cara a la ventanilla y contempló los bloques de celdas de hormigón que se extendían por el desierto.

Observó a los reclusos en los patios de ejercicios con alambrada que había alrededor de cada unidad. Había guardias armados en el tejado de los edificios, listos para disparar si surgían problemas, y hombres que no eran

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más que minúsculas manchitas en lo alto de las torres de vigilancia que salpicaban toda la instalación, a lo largo de cientos de metros en todas las direcciones.

Cada vez que el vehículo se detenía delante de un bloque, unos guardias salían a recibir a los reclusos. Los hombres bajaron primero; luego las mujeres; después dejaron a Chaz Wallerstein ante el bloque supermax y su celda individual en el Corredor de la Muerte. La unidad de jóvenes delincuentes era la última parada, a cuarenta metros al final de la carretera, después de un trecho de tierra pelada reservada para construir más bloques de celdas.

La cadena de los tobillos era suficientemente corta para impedir que los prisioneros se movieran con rapidez. Eso también significaba que el único modo de apearse del autocar era saltar del escalón con los pies juntos. Abe, que no parecía el tipo más atlético del mundo, perdió el equilibrio. Un guardia lo levantó del suelo de un tirón y lo lanzó con furia contra la alambrada.

—Será mejor que te mantengas derecho si no quieres llevarte una patada en el culo —le espetó.

Los dos guardias empujaron a los chicos por la puerta de la alambrada en dirección al bloque de celdas. El edificio de dos alturas estaba hecho con módulos prefabricados de hormigón, con tejado plano de metal y ventanas deliberadamente más estrechas que un cuerpo humano. Cruzaron una puerta de acero para acceder a un área de recepción espartana, con un largo mostrador de contrachapado en el centro y duchas en un extremo. Detrás del mostrador había un recluso negro que tendría alrededor de quince años.

Un guardia le quitó a James las cadenas y le ordenó que se desnudara y corriera a la ducha que había al fondo de la sala. El otro le echó por la cabeza un polvo desinfectante de color verde y le tendió una pastilla de jabón.

James sintió pena por Abe mientras daba vueltas en la ducha. El cuerpo de Abe no tenía músculos por ningún lado, y sus brazos y piernas eran como palillos. James pensó que incluso Lauren podría vencerlo en una pelea. El chaval no sería más que un pequeño aperitivo para los matones de la cárcel.

—¡No tenemos todo el día! —gritó el guardia, sacando a James de debajo del agua y entregándole una toalla.

El chico se llevó la toalla a la cara y notó que estaba mojada y olía a humedad, como si la hubieran usado muchas veces antes que él. Para cuando acabó de secarse, el guardia había sacado una pequeña linterna del bolsillo y se había ajustado unos guantes desechables.

—Cara a la pared.El guripa inició la inspección por abajo: ordenó a James que levantara los

pies por turnos para examinar las plantas y los dedos. Después le indicó que se inclinara hacia delante y le separó las nalgas para iluminarle el ano. Luego dirigió el haz a las axilas y las orejas. Finalmente, le frotó el cuero cabelludo para asegurarse de que no llevaba nada oculto entre el pelo.

—De frente.El hombre le enfocó con la linterna los ojos, el interior de la nariz y la

boca, ayudándose con un dedo que sabía a goma. Se acuclilló y alumbró el ombligo, le ordenó levantarse el pene y los testículos, y, por último, retirar la piel del prepucio por si hubiera escondido allí algo malo. Cuando hubo acabado, el guardia le dio una suave palmada en el trasero.

—Vale, vístete.El chaval negro que se encontraba detrás del mostrador había dispuesto

tres equipos carcelarios. La ropa con que habían llegado había desaparecido.

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El otro guardia sostenía estirados los dos dorsales amarillos de «RIESGO DE FUGA», y James supo al instante que iba a haber problemas.

—¿Sabes cuántas personas han escapado de esta prisión, James Rose? —inquirió el rechoncho y bajito director del bloque T, que se llamaba Frey.

James no quería hacerse el listo, de modo que mintió:—No, señor.—Nadie, jamás —dijo Frey, dando unos pasos adelante y pisando con su

bota el pie del muchacho—, ¿Entendido?—Sí, señor —respondió James, decidido a no mostrar ninguna expresión

de dolor.Frey levantó la bota y dejó una marca roja con forma de herradura en el

pie del chaval.James se puso unos gastados calzoncillos carcelarios y una camiseta. Las

prendas exteriores eran unos pantalones cortos de algodón gris y un holgado polo naranja con la leyenda «RIESGO DE FUGA».

—Si se os clasifica como prisioneros con riesgo de fuga, tenéis que llevar el polo naranja siempre que estéis fuera de la celda —les explicó el recluso negro—. Si os pillan sin él, os meterán en el agujero, y seguramente también os darán una buena.

Después de ponerse el polo, James miró debajo del mostrador y descubrió que sus Nike habían sido reemplazadas por unas cutres zapatillas de lona.

—Sólo están permitidos artículos de la prisión —dijo el chaval negro—. Ninguna posesión del exterior, excepto vuestros papeles legales y dos fotografías de la familia. Cualquier otra cosa que queráis, debéis comprarla en el economato de la cárcel.

El economato era una especie de tienda carcelaria. El día anterior, James había leído al respecto en el reglamento del centro.

Recogió sus escasas pertenencias del mostrador: tarjeta de identidad con su foto y número de recluso, un reglamento de la prisión, una toalla deshilachada, un par extra de calzoncillos, una camiseta, una taza de plástico, cepillo de dientes, dentífrico, una pastilla de jabón y un rollo de papel higiénico.

14. 14. CELDACELDA

Los treinta reclusos de la celda T4 dejaron de hacer lo que estuvieran haciendo y se quedaron mirando a los tres nuevos presos que había en el umbral. Se oyeron murmullos sobre las camisetas naranjas de Dave y James, e incluso alguien gritó:

—¿Cuándo vais a saltar el muro, tíos?Dave sonrió.—Una semana después del próximo martes. ¿Quieres apuntarte?En la celda había bastante ruido. A los presos se les permitía comprar

radios y pequeños televisores en blanco y negro, y cada aparato parecía sintonizado en una cadena diferente con el volumen a tope.

El olor era todavía más abrumador. Había ventiladores cerca del techo en cada extremo de la celda, pero el sol había recalentado el tejado de metal durante todo el día y la temperatura pasaba de cuarenta grados. Era como vivir en el sobaco de alguien que no se lavara nunca.

En el centro de la estancia había seis camas vacías. James y Dave

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conocían el nombre de todos sus compañeros de celda, qué delito habían cometido y qué condena cumplían, pero unos segundos mirando alrededor les proporcionó una información más esencial que todo lo que habían leído.

Curtis Oxford tenía una cama junto a la entrada, rodeada por las camas de los reclusos blancos más duros, todos cabezas rapadas. El espacio que había junto a las taquillas de estos chicos rebosaba de objetos personales. Sus prendas carcelarias parecían impecables, y las complementaban con zapatillas de marca y sudaderas deportivas, en clara infracción de las normas de la prisión. Conforme te acercabas al centro de la celda, los reclusos parecían cada vez más débiles, hasta llegar a chavales de aspecto frágil que no poseían nada, excepto un carácter nervioso y el atuendo carcelario.

Los catres vacíos del centro marcaban una división racial. A partir de ese punto, las emisoras de radio y las conversaciones eran básicamente en español. Todos los reclusos eran latinos, y las camas del fondo de la celda eran un reflejo oliváceo de las que había junto a la puerta, con los latinos más grandes y peligrosos pavoneándose con ropa interior impecable y accesorios de diseño.

A menos que echaran a alguien de su sitio, la opción de James y Dave era ocupar dos camas contiguas en el centro, mientras que Abe escogería una frente a ellos, al otro lado del pasillo. James extendió su sábana y su manta sobre el fino colchón de gomaespuma; luego se agachó para colocar el resto de sus cosas en la taquilla antes de tirarse en la cama.

Las fuertes conversaciones y las radios y cadenas competidoras tardaron dos horas en taladrar el cerebro de James. Eran las siete de la tarde, y lo más emocionante hasta el momento había sido el recluso que recorrió la celda con un carrito de comida. Todos recibieron una bolsa de papel con sándwiches, un litro de leche y dos galletas de chocolate.

Según Mark —un chaval con un ojo morado que ocupaba una cama junto a la de James—, el almuerzo era la única comida caliente del día. Para ahorrarse el gasto de un amplio comedor, a los reclusos les servían en turnos de treinta minutos entre las once de la mañana y las cuatro, en un pequeño edificio que había en el patio de ejercicios.

Como la mayoría de los adolescentes, James siempre tenía hambre. Entonces deseó haber tenido estómago para las tortitas de Lauren a la hora del desayuno. Había tirado al váter casi todo el repugnante sándwich del juzgado, y lo que ofrecía Arizona Max era aún peor: queso aceitoso, lechuga marrón y pan untado con mayonesa.

—¿No vas a comerte eso? —preguntó Dave, recogiendo del tabique que separaba las camas el paquete envuelto» en plástico de James.

—La mayonesa me da asco.Mientras Dave engullía el sándwich, James se quedó mirando con pena su

bolsa de papel y mordisqueó su última galleta.—¿Me das una de tus galletas por el sándwich?—No puedo —respondió Dave, pasándose la punta de la lengua por un

hilillo de aceite que le bajaba hacia la barbilla.—Vamos —suplicó—. Es un buen trato: una sola galleta por todo un

sándwich.—Pero es que ya me las he comido.James se derrumbó en la cama echando humo. Lo único que había tomado

en todo el día eran dos galletas y unos bocados de sándwich.—¿Has visto tu impreso para el economato? —preguntó Dave—. Está en la

bolsa de la comida.

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James encontró una hoja doblada y un pequeño —demasiado corto para apuñalar a nadie— lápiz. Su número de recluso estaba garabateado en el encabezamiento del formulario. Empezó a leer las normas impresas en el reverso.

Como medida cautelar para paliar el acoso, el juego y el tráfico de drogas, los reclusos no estaban autorizados a tener dinero. Cada preso disponía de una cuenta en el economato, donde un amigo o pariente del exterior podía ingresar hasta cincuenta dólares semanales. Los presos recibían una hoja de pedido cada semana y señalaban con una cruz los artículos que querían encargar, hasta su límite de gastos. Había cientos de artículos, e iban desde pequeños televisores por noventa y nueve dólares a tarjetas telefónicas, cigarrillos Marlboro, espuma para el pelo, tartas de fresa o botes de mantequilla de cacahuete Reese.

Según el impreso de James, el balance de su cuenta ascendía a 103,17 dólares, lo que incluía los veinte dólares que una organización benéfica entregaba a todos los reclusos jóvenes y los 83,17 dólares que, supuestamente, le habían transferido de la cuenta del economato de Nebraska.

Abe se acercó a los pies de la cama de James, sujetando una galleta y su hoja de pedido.

—No tengo hambre —dijo sonriendo.—Gracias. —James partió la galleta por la mitad y se la comió en dos

bocados.—No entiendo esto. —Abe agitó el impreso.James lo tomó y empezó a explicarle cómo funcionaba el economato; Abe

sólo tenía en su cuenta los veinte dólares de la beneficencia.—Tendrías que hablar con tu madre, o con quien sea, para que te meta

dinero todas las semanas. Primero deberías comprarte una tarjeta telefónica de diez dólares para poder llamarla.

—¿Y esto?—preguntó Abe, deslizando el dedo por la lista de artículos.—Señalas con una cruz lo que quieras, entregas la hoja y recoges tu

paquete dentro de unos días.—¿Puedes ayudarme a elegir? No leo muy bien.James marcó una cruz donde ponía «tarjeta telefónica». Al levantar la

vista descubrió que dos tipos se estaban acercando. En teoría, la ausencia de dinero en metálico debía frenar la extorsión y las amenazas entre los reclusos, pero lo que hacía en realidad era convertir la propia hoja de pedido en una forma de moneda.

Para Raymond y Stanley Duff, la visión de dos nuevos presos con hojas de pedido tenía el mismo efecto que el olor de la sangre en el agua para los tiburones. Los hermanos pelirrojos no se encontraban entre la élite de la celda, pero eran lo bastante duros para ocupar un sitio cercano a la jerarquía. Tenían quince y dieciséis años, constitución pesada y barriga por encima de la cintura del pantalón.

Los hermanos Duff cumplían cadena perpetua incondicional por el secuestro y asesinato de una niña de ocho años. Casi todos sus compañeros de celda eran asesinos, pero a James le había calado en especial aquel crimen cuando leyó los informes. La foto de la víctima aparecía en un recorte de prensa: una chiquilla con hoyuelos en las mejillas que había nacido dos días después que Lauren e incluso se le parecía un poco.

—Nosotros ayudaremos al flacucho con su pedido. —Raymond, el menor de los hermanos, sonrió con malicia mientras alargaba la mano para

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arrebatarle el impreso a James.—Más bien vais a robárselo —replicó James, retrocediendo en la cama

para poner la hoja fuera de su alcance.—No querrás tener problemas con nosotros, ¿verdad? —Raymond

chasqueó la lengua sacudiendo la cabera.Dave se incorporó para encararse a los dos pelirrojos.—No os atreváis a tocar a mi hermano.Cualquiera habría visto que donde Dave tenía músculos, Stanley tenía

grasa, pero los hermanos Duff no eran lo que se dice unas lumbreras.Stanley le lanzó un puñetazo. Su impacto podía haber dolido, pero Dave

habría tenido tiempo de sentarse en la cama y cortarse las uñas de los pies antes de recibirlo. Después de interceptar fácilmente el puño de Stanley Dave le clavó el codo en la barriga y con un pie le barrió las pantorrillas para hacerlo caer mientras el tipo se doblaba de dolor.

James recordó que debían reaccionar con dureza. Se irguió y cargó contra Raymond. Su grueso oponente retrocedió por el pasillo a trompicones, bajo un bombardeo de certeros puñetazos, y acabó con los brazos abiertos sobre la cama de Abe, con un labio partido y la nariz sangrando.

James saltó sobre él y le inmovilizó los brazos a los costados, mientras visualizaba el semblante con hoyuelos de la niña asesinada. Llevado por la furia, apretó la garganta del chico contra el colchón y se dispuso a atizarlo en la mandíbula.

—¡Vale ya! —chilló Dave.James se dio cuenta de que se había excedido, y dejó que Dave lo

separara de Raymond. Tuvieron que pasar por encima de un mareado Stanley, que estaba despatarrado en el suelo.

—Lo siento —jadeó James.Uno de los latinos los advirtió:—¡Al loro!James alzó la vista y vio que un guardia aparecía sobre el puente de metal

que recorría la celda por encima de las camas.—¡Posición de recuento! —ordenó el hombre.James y Dave ignoraban qué significaba eso, pero todos se pusieron en

pie de inmediato. Apagaron los televisores y radios y se plantaron a los pies de las camas, listos para ser contados. En cuanto lo comprendieron, James y Dave los imitaron.

Stanley Duff consiguió ponerse firme a duras penas, pero Raymond se quedó tirado en el lecho de Abe, sollozando de dolor con las manos entrelazadas sobre la cara.

—¡Quietos! —ladró el guardia—. Cualquiera que se mueva o abra la boca pasará dos noches en el agujero.

El hombre fue con brío hasta el final del puente y descolgó un telefonillo. Si la amenaza de la diminuta celda tan negra como boca de lobo, conocida como el agujero, no bastara para mantener firmes a los reclusos, al final del puente había una estantería con granadas aturdidoras y escopetas de gas lacrimógeno y balas de goma.

Los chicos permanecieron inmóviles durante un cuarto de hora, a la espera de dos reclusos de confianza de la enfermería de la prisión. Después de que éstos colocaran a Raymond sobre una camilla y se lo llevasen, el guardia dio la orden de descansar.

Los muchachos empezaron a moverse y los aparatos de radio y televisión volvieron a encenderse. James miró las manchas de sangre que tenía en las

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manos y luego miró a Dave, aguardando una reprimenda.—Bien —dijo Dave, alzando una ceja—. Supongo que ahora ya saben

todos que hemos llegado.

15. ESTRATEGIA15. ESTRATEGIA

Ir al baño implicaba hacer una incursión en territorio latino. James y Dave recorrieron el pasillo entre las camas, pasando por encima de juegos de dados y pidiendo de buena manera a los reclusos que se apartaran.

Un escuálido latino de catorce años mantenía inmaculado el cuarto de baño. Todos lo llamaban Cyf, abreviatura de «cubo y fregona». A cambio de sus tareas de limpieza, Cyf era protegido por los latinos más duros, aquellos que dormían junto a la puerta del lavabo y no querían que los molestase ningún olor desagradable.

Después de usar el urinario y lavarse la cara, las manos y los brazos, James se dio cuenta de que debería lavar también la camisa manchada de sangre. Se la sacó por la cabeza mientras Cyf se apresuraba a limpiar unas salpicaduras alrededor del urinario. James no había llevado su pastilla de jabón, así que lo único que podía hacer era mojar la camisa y restregarla; luego la escurrió rápidamente y se dirigió a la puerta.

—Nos gusta tener limpio nuestro cuarto de baño —dijo uno de los latinos.César era un tipo grande, e iba ataviado con un chándal Fila de color

negro y una cadena de oro al cuello. Tenía una mano velluda apoyada en la pared, bloqueando la salida del servicio.

—Respetad nuestro cuarto de baño, ¿vale? —añadió—. Entonces os respetaremos a vosotros.

Dave asintió.—Ningún problema.—Y tú—prosiguió César, posando la mano en el hombro desnudo de James

y dándole un apretón amistoso— has zurrado al asesino de crías. Bien hecho. Dale tu camisa a Cyf para que te la lave como es debido. Tenemos detergente. La colgará cerca de los ventiladores, y mañana por la mañana la tendrás seca.

James le tendió la empapada prenda a Cyf y se lo agradeció con un gesto a César, quien apartó la mano para dejarlos salir del servicio y miró a uno de sus lugartenientes.

—¿Aún nos queda del suave de limón?El lugarteniente metió la mano debajo de su cama y sacó dos esponjosos

rollos de papel higiénico amarillo, para James y Dave.—Gracias —dijo Dave.—El de la prisión es lija. —César hizo una mueca—. ¿Necesitáis algo más?Dave negó con la cabeza.—Estamos bien.—Sois tipos duros, ¿eh? Mientras dejéis en paz a mi gente, no tendremos

problemas.—¿No tendrás algo de comida? —interrumpió James—. Te la devolveré

cuando reciba mi pedido del economato.Dave le lanzó una mirada severa, como diciendo: «No tientes a la suerte»;

pero César se echó a reír y sacó de su taquilla una barrita de Snickers derretida y una lata pequeña de Pringles con crema agria.

—Uau —sonrió James.

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Destapó el envase mientras precedía a Dave hasta sus camas.—Parece un tío enrollado —dijo, tirándose en el colchón con la boca llena

de patatas.—No lo creas —replicó Dave con una sonrisa—. César sólo pretende picar

a los cabezas rapadas.—¿Qué quieres decir?—Siéntate aquí.James pasó por encima del tabique y se sentó junto a Dave, para poder

hablar en privado.—Hay una tremenda competencia entre los latinos de ese extremo y los

blancos del otro.—Es evidente —coincidió James—. Lo de aquí dentro no es exactamente

un ejemplo de armonía racial, ¿eh?Dave sonrió.—Elwood y Kirch son los líderes del bando blanco, y tú y yo suponemos

una amenaza para ellos. Verán a Cyf lavándote la camisa, verán nuestro papel higiénico para bebés, y te verán llenándote la boca con aperitivos latinos. Si Elwood y Kirch creen que damos apoyo a César, empezarán a preocuparse por la posibilidad de que socavemos su poder en esta celda.

—¿No podríamos ir a donde están Elwood y Kirch, estrecharles la mano y saludarlos sin más?

—Si nos acercáramos ahora, podríamos parecer asustados —explicó Dave—. Antes de lograr convencer a Curtis de que se fugue con nosotros, debemos ganarnos su respeto. Y eso sólo lo conseguiremos si Elwood y Kirch nos respetan también.

—¿Qué podemos hacer?—Bueno —respondió Dave con expresión astuta—, no hace falta ser un

genio de la estrategia para saberlo, ¿verdad?James pareció irritado.—Pues yo no soy ningún genio de la estrategia, así que dímelo y punto.—Tú has enviado al hermano pequeño de Stanley Duff a la enfermería de

la cárcel. Puedes estar seguro de que un palurdo como Stanley intentará devolvérnosla. Dudo que Elwood y Kirch enseñen sus cartas hasta que vean cómo resolvemos esto.

—Entendido —sonrió James—. De modo que tenemos que eliminar a Stanley Duff.

—No. Elwood y Kirch podrían inquietarse si somos demasiado agresivos. Esperaremos hasta que Stanley venga por nosotros. El sabe que podemos darle una paliza, así que intentará un ataque sorpresa, probablemente con un cuchillo.

—¿Piensas que puede tener un cuchillo?Dave asintió.—No creo que le cueste mucho. Ya has visto la cantidad de contrabando

que hay aquí dentro.—¿Cuándo crees que lo intentará?—Seguramente esta misma noche, cuando piense que estamos dormidos.

Tendremos que turnarnos para montar guardia. Si nos deshacemos de Stanley esta noche, entonces mañana podríamos enderezar las cosas con Elwood y Kirch en el patio de ejercicios. Les dejaremos claro que no estamos en el bando de los latinos y que sólo queremos una parte justa de la acción. En cuanto eso esté solucionado, podrás empezar a hacerte amigo de Curtis.

—Todo eso suponiendo que Stanley no nos clave un cuchillo en el

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estómago antes de que tengamos ocasión de reaccionar —repuso James con una sonrisa forzada, mientras inclinaba el bote de Pringles para apurar las últimas migajas.

—Sólo por si acaso, frota contra el suelo la punta de tu cepillo de dientes, para afilarla. Y luego duerme con el cepillo en la mano.

16. DORMIDORES16. DORMIDORES

Al recuento de las diez y media le seguía el apagado de las luces. Los guardias necesitaban asegurarse de que los reclusos no estaban cavando un túnel o matándose entre sí, de modo que en el centro de la celda permanecía encendida una hilera de tenues tubos fluorescentes. Era luz suficiente para leer, y la mayor parte de las teles y radios continuaba en marcha, junto con las discusiones pendencieras y los bulliciosos juegos de dados.

El ruido se extinguió pasada la medianoche, pero James seguía teniendo la impresión de hallarse en el infierno. Estaba sentado en la cama con la espalda apoyada contra la pared, observando las gotas de sudor que le descendían por el pecho. Cada poco algún bicho venía a posarse en su piel, mientras que cientos de insectos más grandes habían decidido pasar la noche dándose cabezazos contra los fluorescentes del techo.

James se peleó con la sábana, pero estaba empapada y se le había enredado a las piernas, así que la apartó lleno de frustración. Examinó las marcas blancas que cubrían el brillante plástico del colchón. Antes no había sido capaz de clasificarlas, pero en ese momento, y para disgusto suyo, resolvió el enigma: eran costras de sudor seco de ocupantes anteriores.

Miró por encima del tabique de separación. Dave se había puesto una toalla sobre los ojos para protegerse de la luz y se había quedado dormido a las diez y media. Recordó que su madre solía llamar «dormidores» a quienes eran como Dave. Lauren era otra dormidora: sentada en el asiento trasero de un coche o en el sofá de alguna casa extraña, se quedaba dormida al instante. Pero para James eso era imposible a menos que estuviese agotado o enfermo. Él necesitaba una cama decente, con almohadas y el edredón por debajo de la barbilla, justo como le gustaba.

—Dave —susurró, dándole un empujoncito para despertarlo.Dave se incorporó con torpeza, con un hilillo de baba entre la boca y la

almohada.—Vigila un momento. Tengo que ir al lavabo.James se metió el cepillo de dientes afilado en la cintura del pantalón,

agarró su taza vacía y se encaminó al cuarto de baño, mientras Dave se frotaba los ojos. El pasillo estaba despejado, aunque todavía había algunos chavales despiertos, con sus minúsculos televisores parpadeando; llevaban auriculares o habían bajado el volumen hasta casi un susurro.

A James le costó un poco acostumbrarse a la potente luz del servicio. Uno de los latinos más jóvenes estaba frente al lavabo del centro, echándose agua en el pecho. Mientras usaba el urinario, a James le pareció que el muchacho sollozaba. Cuando se acercó para lavarse las manos, el pequeño latino soltó otro sollozo.

—¿Te encuentras bien? —preguntó James, y se sobresaltó cuando el chaval se giró hacia él: tenía una quemadura en el pecho, rodeada por una marca negra de la misma forma que la taza de plástico que James llevaba en

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la mano. La piel estaba llena de ampollas y supuraba.—A mi hermanito le dio dolor de muelas —explicó el chico, lloroso—. Mi

abuela tuvo que pagar al dentista y no pudo ingresarme el dinero para el economato. Por eso César no ha recibido lo que yo le debía.

James se asustó al comprender que aquel horror había sucedido esa misma noche, mientras él se hallaba a sólo unos metros de distancia. Con todo aquel ruido, podías estar gritando de dolor y nadie se enteraría.

—¿Qué ocurrió? —preguntó.—Ésta es la marca de César: agujerea el fondo de una taza y la llena con

cerillas. Luego te pega la taza a la piel y enciende las cerillas.—Dios.James recordó que estaba en territorio latino. Si entraba algún

lugarteniente de César, querría saber por qué estaba metiendo las narices donde no le importaba. Abrió el grifo, se mojó todo el cuerpo para refrescarse y calmarse y luego bebió un poco antes de rellenar su taza para volver a la cama.

—Lo siento —dijo James incómodo, alejándose.El chaval esbozó una mueca.—No tanto como yo.James se estremeció, pensando en lo atroz que sería el dolor de la

quemadura. Entonces chocó contra algo y cayó de bruces al suelo, entre dos catres vacíos. Unos gruesos brazos le rodearon el estómago y vio que Stanley Duff estaba encima de él.

—Por mi hermano —dijo Stanley teatralmente, mientras sacaba de los pantalones una hoja de veinte centímetros hecha con una tira de metal afilada.

—¡Socorro! —aulló James, pues comprendió que Dave se habría quedado dormido.

La hoja le habría atravesado el cuello si no hubiese encontrado la fuerza necesaria para moverse en el último segundo. Agarró la muñeca de Stanley e intentó retorcérsela para que soltara el arma.

—¡Dave! Por amor de Dios, ayúdame...James vislumbró las flacas piernas de Abe, corriendo en dirección a la

cama de Dave. Stanley pesaba bastante más que él y poco a poco iba ganándole la batalla: estaba a punto de liberar su muñeca y asestar un segundo golpe. Cuando Stanley consiguió soltarse, el filo del arma le hizo un corte a James en la palma de la mano.

Stanley esbozó una sonrisa burlona. James intentó sacar su cepillo de dientes, pero cuando su atacante levantó el arma, el muchacho descubrió esa oportunidad con la que uno sueña siempre que lo derriban sobre la colchoneta en las clases de combate. Lanzó la mano y golpeó la base de la barbilla de Stanley. La cabeza del agresor se dobló hacia atrás y emitió un crujido seco cuando las vértebras del cuello entrechocaron.

Dave ya acudía presuroso. Se abalanzó sobre Stanley y lo separó de James, mientras las luces del techo empezaban a parpadear para encenderse. A eso le siguió un fuerte ruido, como si se descorchara una botella de champán gigante. Resonó por toda la celda mientras Dave se retorcía sobre la cama que tenía más cerca y aullaba de dolor.

Uno de los guardias que habían salido al puente rugió:—¡Basta ya!James vio que otro guardia empuñaba una escopeta de balas de goma, y

lo vio retroceder cuando efectuó un segundo disparo. Esta vez le dio a Stanley

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en el trasero; el chico corcoveó hacia delante y chocó de cabeza contra la pared. La bala de goma rebotó en la cama e impactó contra el muslo de James.

—¡Separaos ya!Temiendo que pudiera ser el próximo blanco, James se puso en pie a

duras penas y trastabilló por el pasillo con un muslo entumecido.—¡Posición de recuento! —bramó una voz de mujer—. ¡Posición de

recuento!Toda la celda había despertado con los disparos, y todos se estaban

colocando al pie de sus camas, excepto Dave y Stanley, que habían recibido balazos de goma y no estaban en condiciones de ir a ningún lado. James miró hacia el puente, sin saber si debía moverse o no.

El guripa del fusil balanceó la cabeza y vigiló los cuatro pasos que James tenía que dar hasta su catre. El muchacho sabía que le dispararía una tercera y dolorosa bala de goma si se salía un centímetro de su posición.

James esperaba un equipo médico, como la primera vez, pero los guardias habían pulsado el botón de alarma, por lo que llegó el Grupo de Emergencias de la Prisión, conocido comúnmente como GEP. El equipo de seis miembros abrió la puerta de la celda e irrumpió a la carrera. Tenían un aspecto aterrador, vestidos de los pies a la cabeza con traje blindado negro, guantes y casco protector, y con su capitán vociferando:

—¡Camas y cabezas!James imitó a sus compañeros, que saltaron sobre sus camas y se

sentaron de espaldas contra la pared y las manos sobre la cabeza. Kirch, que era el que se hallaba más cerca de la puerta, ni siquiera tuvo tiempo de moverse. Lo derribaron en el pasillo con un escudo antidisturbios y le aplastaron un tobillo al pasarle por encima.

El primero en llegar hasta Dave y Stanley tiró su escudo al suelo y sacó del cinturón un espray de pimienta. Dave chilló y se ovilló cuando el capitán del GEP lo roció con el pegajoso líquido.

James inhaló un poco de la pimienta pulverizada que impregnaba el aire y de inmediato notó que le lloraban los ojos. Para Dave debía de ser mil veces peor.

Cada miembro del GEP tenía una función específica. Mientras el capitán se acercaba a Stanley con el aerosol de pimienta, los cuatro siguientes arrastraron a Dave hasta el pasillo y cada uno lo agarró por una extremidad. Cuando Dave estuvo tendido en forma de X, el último le extendió un arnés de plástico sobre la espalda. Dave sacudía la cabeza, luchando angustiosamente por respirar, con el largo pelo embadurnado de pimienta.

Los dos hombres que le aferraban los brazos se los doblaron para metérselos dentro del arnés y se los sujetaron con una cuerda de nailon. Cuando ya los tenía inmovilizados, le doblaron las piernas hasta que los talones le tocaron casi las nalgas, y luego se las ataron también en aquella penosa postura.

Tras esto, los hombres del GEP fueron por Stanley y lo sacaron al pasillo arrastrándolo por los tobillos.

—¡Alto! —ordenó el capitán súbitamente—. Miradle la cabeza.Stanley estaba inconsciente, y sólo hacía falta ver el modo anormal en

que tenía doblada hacia atrás la cabeza para comprender que algo iba muy pero que muy mal. El miembro más menudo del GEP —James descubrió entonces que era una mujer— se quitó los guantes y el casco y se acuclilló junto a Stanley. Parpadeó al percibir la pimienta, y luego se volvió hacia el capitán.

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—Quizá tenga el cuello roto. Esto es cosa de médicos.El capitán alzó la vista y se dirigió a los guardias del puente:—Llamad al equipo médico. —Luego señaló a Dave—. Llevaos a éste al

agujero.Dos hombres del GEP agarraron a Dave por las axilas y lo levantaron. Al

muchacho le chorreaban los ojos y la nariz, y tenía un enorme verdugón rojo en las costillas, donde había impactado la bala de goma.

James se echó a temblar al ver cómo lo sacaban a rastras de la celda; las rodillas desnudas de Dave rozaban el suelo de hormigón. Habría podido ser él quien acabara saliendo a rastras muerto de dolor, pensó. O incluso peor: ¿y si Stanley le hubiera clavado el cuchillo?

17. PATIO17. PATIO

Con Dave encerrado en el agujero, James se sentía vulnerable. Su necesidad de dormir acabó venciendo al miedo alrededor de las cuatro de la madrugada, una hora después de que hubieran colocado a Stanley en una camilla para llevárselo a la enfermería.

La puerta de la celda y el acceso al patio de ejercicios se abrían a las nueve, pero la mayoría de los chicos aún dormían cuando James fue cojeando hacia el cuarto de baño, con su jabón y su papel higiénico. También llevaba su cepillo de dientes afilado, por si acaso.

Cyf revoloteaba por allí con su fregona mientras James evacuaba. Los inodoros de acero estaban fijados a la pared, y los retretes no tenían puerta ni tabiques, de modo que no había privacidad posible. La ducha era incluso peor. El agua sólo salía si mantenías apretado el botón, y con aquel chorrito tibio no había manera de aclararse el jabón del pelo.

James se secó a toda prisa, desesperado por salir de la apestosa celda y respirar aire fresco. Recorrió un pasillo que pasaba ante otras tres celdas y terminaba en una pequeña rampa. Para acceder al patio de ejercicios había que ponerse firme para ser cacheado por un guripa y luego cruzar un detector de metales.

En cuanto sus zapatillas de lona pisaron la tierra, un recluso vino a tenderle una bolsa de papel blanco con su desayuno. James oyó que lo llamaban antes de comprobar qué había en la bolsa.

—¡Rose!Era el director Frey, el hombre barrigudo y de dientes amarillentos que le

había aplastado el pie en la recepción la tarde anterior. Frey condujo al muchacho hasta la galería cubierta y lo hizo permanecer con la espalda pegada al muro del bloque de celdas.

—Llevas en mi unidad menos de quince horas, ¿no es así?—Más o menos, señor.—Tengo a dos hermanos en la enfermería. Uno de ellos sólo tiene la nariz

rota y conmoción cerebral, pero el otro tiene una lesión en el cuello que le costará a la prisión miles de dólares en gastos médicos.

James se removió incómodo, sin saber qué responder.—Tengo a tu hermano en el agujero. —Frey esbozó una sonrisa maliciosa

—. ¿Has estado alguna vez en el agujero, chaval?—No, señor.—En el agujero no hay luz ni ventilación, tampoco ropa o cuarto de baño.

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Una vez al día lo limpiamos con una manguera, como la jaula de un animal. Un problema más y será allí donde te meta, ¿entendido?

—Sí, señor. ¿Cuánto tiempo va a estar Dave ahí?—El suficiente —respondió sonriendo—. Ahora, fuera de mi vista.James abrió la bolsa con su desayuno mientras caminaba por el patio

abrasado por el sol. La leche estaba caliente, las tres piezas de fruta habían conocido tiempos mejores, y la magdalena estaba prácticamente seca, pero era digerible y él estaba muerto de hambre. Su última comida decente había sido el pollo frito de dos noches atrás.

El patio tenía forma oval y el tamaño de tres campos de fútbol. Estaba excavado en la hondonada del desierto que rodeaba la mitad trasera del bloque de celdas. Los servicios eran básicos: refugios para protegerse del sol, unas cuantas canastas de baloncesto y barras de flexiones, y el pequeño edificio prefabricado donde se servía el almuerzo. A lo largo de la valla perimétrica había un tramo de cinco metros de hormigón delimitado por una línea roja, conocido como la «galería de tiro». A ningún recluso se le permitía entrar en la galería de tiro, y para dejarlo claro, los carteles que salpicaban la verja mostraban a un hombrecito dentro del punto de mira de un fusil y con la leyenda: «AUTORIZADO EL USO DE FUERZA LETAL.»

—Hola —saludó Abe, trotando detrás de James con un plátano en la mano.

James sonrió.—Anoche me hiciste un gran favor. Se suponía que Dave tenía que

guardarme las espaldas... Sólo espero que no empiecen a aparecer colegas de Stanley de debajo de las piedras.

—Los dos grandullones estaban en la ducha. Me han preguntado si te había visto.

—¿Qué tipos? —preguntó James nervioso.—Elwood y el de nombre alemán.—Kirch. ¿Qué querían?—Sólo me han preguntado dónde estabas.—¿Parecían enfadados?Abe se encogió de hombros.—Sólo dijeron: «¿Has visto al pequeño psicópata?» Les contesté que

pensaba que ya estabas en el patio.—¿Me han llamado psicópata? —dijo James, sin saber si aquello era una

mala señal o una muestra de respeto.—Creo que le rompiste el cuello a ese tío.—Era él o yo; iba a rebanarme la garganta.James tiró el corazón de su manzana y bebió un trago de leche. Estaba

asustado. Si Dave estuviese allí, lo de Elwood y Kirch sería manejable; pero con Dave en el agujero, lo vencerían con facilidad si las cosas se ponían feas.

—Esperaré a que salgan al patio —dijo al cabo—. Al menos aquí hay espacio para correr.

James y Abe encontraron un lugar debajo de un refugio desde donde se veía todo el recinto, y se sentaron en el suelo.

Kirch fue el primero en atravesar el detector de metales. Era un cabeza rapada de diecisiete años, de dos metros de alto, con enormes pectorales debajo de su chaleco manchado de sudor. Elwood era más alto y más delgado, e iba rapado al cero. En el cuello llevaba tatuada una cruz gamada con la palabra «MAMÁ» debajo. Curtis salió después. Tenía una constitución normal y la misma altura que James, pero parecía desnutrido entre sus dos gigantescos

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guardaespaldas.Los tres chicos se unieron a un grupo de skinheads de otra celda, los

cuales tenían un aspecto igual de feroz y rodeaban unas barras de flexiones, donde se turnaban para hacer series. La banda era más grande y temible de lo que James se esperaba. Comprendió que no tendrían ningún problema en dejarlo fuera de circulación si se lo proponían.

Un par de minutos más tarde, mientras Kirch se ejercitaba en una barra, Elwood se fijó en un chaval que pasaba a su lado. Con un movimiento estudiado, agarró al muchacho por la cabeza, se la puso debajo del brazo y apretó hasta que se le volvió roja. Después de un rato lo soltó y lo derribó con un brutal gancho de derecha. Cuando se alejó, el chaval iba conteniendo las lágrimas y sujetándose la cabeza.

—Tengo que irme —dijo Abe, sobrecogido por lo que acababa de presenciar.

James sabía que Abe no iba a serle de ninguna ayuda en una pelea contra Elwood y Kirch, pero agradecía tener alguien amigable con quien charlar.

—¿Cuál es tu problema? —le preguntó.—Ya me han preguntado dónde estabas. Si ahora me ven contigo, no les

gustará.—Supongo que tendré que enfrentarme a ellos hoy mismo, antes o

después —dijo James pensativo—. Ve a ganarte unos puntos diciéndoles que estoy aquí.

Después de lo que le había ocurrido a aquel chaval, Abe no parecía muy entusiasmado.

—¿Por qué no vas tú a verlos?James señaló con un dedo al guardia armado que había en el tejado del

edificio, a sólo unos metros de distancia.—Aquí me siento más seguro.Muy a su pesar, Abe cruzó el patio de tierra en dirección a Elwood y sus

acólitos. Sus pasos parecían más lentos conforme se acercaba. A cierta altura cambió tanto de rumbo que James pensó que se había acobardado y pasaría de largo.

Abe se ganó un gesto con la cabeza por las molestias. Elwood se encaminó de inmediato hacia James, respaldado por un séquito que incluía a Kirch y tres cabezas rapadas más jóvenes, con Curtis arrastrando los pies en la retaguardia.

James alzó la mirada en busca de consuelo... y descubrió que el guardia del tejado había desaparecido.

—Se te ve pálido, Rose —dijo Elwood cuando llegó junto a él.—Supongo que seis contra uno nunca es algo bueno —contestó,

procurando que el miedo no se le reflejara en la voz.—Cierto —sonrió Elwood girándose hacia los suyos.—¿Qué es lo que quieres?—Me gustó el modo en que te ocupaste de Stanley Duff.—Los dos Duff empezaron —repuso James—. Yo no iba buscando

problemas.—No vengo a quejarme por ese par de descerebrados —declaró Elwood—.

Pero debes comprender mi preocupación cuando tipos como tú y tu hermano llegan a mi celda y se ponen a vapulear a la gente.

James asintió.—Mis opciones son moleros a palos o alcanzar un acuerdo con vosotros —

prosiguió Elwood—; a menos que ya tengáis uno con los latinos.

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—Mi hermano dijo que César sólo quería crear problemas entre nosotros —le confió James con un destello de esperanza, pues percibió que podía salir indemne de aquel encuentro—. Y que en realidad a César sólo le importan los latinos.

Elwood asintió con la cabeza.—Tu hermano parece un tipo listo.—Cuando está despierto —repuso James con amargura.—¿Por qué aceptaste entonces regalos de César?—Porque tenía hambre.Elwood impostó una sonora carcajada que imitaron todos sus

compinches.—Supongo que la comida de gorra es comida de gorra, venga de donde

venga... ¿Y qué hay de tu hermano? ¿Sabes algo de él?James negó con la cabeza.—Ese tipo, Frey, me ha llevado aparte. No ha querido decirme cuándo van

a sacarlo del agujero.Elwood volvió a reír.—Yo he estado en allí bastantes veces, pero lo máximo son veinticuatro

horas si eres menor de dieciocho años. Después te meten en una celda individual o te devuelven al dormitorio.

—Bien —exclamó James, aliviado porque probablemente Dave estaría pronto de regreso.

—Bueno, vayamos a los negocios. Kirch y yo dirigimos nuestra celda. Eso significa que todo el mundo se somete a nosotros, lo que te incluye a ti.

James asintió; no estaba en situación de negociar.—Quiero que tú y tu hermano me deis diez dólares de la cuenta del

economato a la semana, cada uno. A cambio os daré a Abe.—¿Abe? —repitió James, perplejo.—Abe es vuestra propiedad personal. Quitadle su asignación, machacadle

la cabeza, haced lo que queráis. No quiero que toquéis a ninguno de los otros; ellos nos pertenecen a Kirch y a mí. También os proporcionaré prendas de la prisión decentes, y mantas, y dejaré claro que estáis de nuestro lado cuando vuelvan los hermanos Duff.

—Suena justo —afirmó James, sellando el acuerdo con un apretón de manos.

—¿Perdiste algo bueno al pasar por recepción? —preguntó Elwood.—Sólo mis zapatillas de deporte.—Por diez dólares del economato, puedo hacer que te las devuelvan.—Bien. —James miró sus zapatillas de lona—. Estas cosas son una

porquería.—Será mejor que permanezcas con nosotros hasta que regrese tu

hermano —dijo Elwood rascándose la esvástica del cuello—. Aquí, no todo el mundo es un encanto como yo.

18. BESTIAS18. BESTIAS

Cuando era un crío, a James le encantaban los animales: los juguetes de peluche de su cama, los personajes que cantaban en las películas de animación, y el gordo gato que se colaba en el jardín de su abuela sabiendo que, sólo por molestarse en aparecer, obtendría un plato de leche.

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A los siete años de edad, James hizo su primer trabajo escolar; el tema: los leones. Su madre le grabó un programa del Discovery Channel que emitían por la noche. James vio a las leonas lamiendo a sus cachorros y holgazaneando debajo de un árbol, a la luz del sol. Luego los animales se fueron a cazar.

Las leonas persiguieron a una manada de antílopes. Atraparon a uno que iba rezagado y empezaron a descuartizarlo. Le arrancaron las patas, le abrieron la barriga con las zarpas y hundieron el hocico en la cavidad palpitante, desgarrando pedazos de carne y pasándose la larga lengua por la cara ensangrentada. Hasta ese momento, James no tenía ni idea de que la naturaleza pudiera ser tan brutal.

Llegó hasta la puerta del salón, con la intención de buscar a su madre y desahogarse con ella, pero algo le hizo cambiar de opinión. Regresó al sofá, rebobinó la cinta de vídeo vacilando y volvió a verla. La vio una y otra vez, horrorizado pero absolutamente fascinado por lo que hacían aquellos felinos.

La maldad agresivamente descarada de los cabezas rapadas de Arizona Max le recordó aquel vídeo a James por primera vez en años. Le provocaban la misma mezcla de sentimientos: poder y crueldad, combinada con una especie de atracción perversa.

James presumió sudando la camiseta en la barra de flexiones, antes de tumbarse en el suelo junto a Elwood y escucharlo contar hazañas acerca de la banda de skinheads. Elwood señaló a algunos chavales asustados que le entregaban su impreso para el economato todas las semanas, a cambio de que no los zurrase demasiado. Se regodeó con historias sobre personas a las que había torturado, apuñalado, rociado con agua hirviendo y amenazado hasta el punto de que habían intentado quitarse la vida.

Pero su historia de violencia no era de una sola dirección. Elwood alardeó orgullosamente de las cicatrices en una pierna, el pecho y la espalda, causadas por tres ataques diferentes con cuchillo. Dijo que jamás podías saber quién reaccionaría y se abalanzaría sobre ti cuchillo en mano. Era igual de probable que fuese el insignificante ratón de biblioteca como el siniestro psicópata con brazos de acero.

James estaba horrorizado, pero escuchaba con atención y se reía cuando se suponía que debía hacerlo. En realidad era casi un alivio. Las últimas cuarenta y ocho horas habían sido de las más traumáticas de su vida, pero con los cabezas rapadas ofreciéndole algo de protección, el nudo del estómago se le había aflojado. Por fin sintió que estaba cumpliendo con la misión. El próximo paso era intimar con Curtis.

Lauren no tenía mucho que hacer en casa; su parte de la misión comenzaría sólo cuando escaparan Dave y James. Agradeció la oportunidad de recuperar algo de sueño y relajarse después del entrenamiento básico, pero habría sido más divertido tener a alguien como Bethany para pasar el tiempo.

John Jones la llevó a un centro comercial, e incluso la dejó conducir parte del camino para que se acostumbrara al tráfico. Por desgracia, John y Lauren tenían ideas radicalmente distintas sobre lo que era ir de compras.

Lauren habría deambulado alegremente por el centro comercial todo el día: curioseando, quizá comprando ropa y algunas cosas para su nueva habitación del campus, antes de detenerse en la zona de restaurantes para almorzar. La idea de John era hacer una lista y tomar por asalto el centro: buscar en el plano de la entrada la ruta más rápida entre las tiendas que debían visitar, y luego ir pasando de una a otra. Cuando Lauren sugirió «dar una vuelta por aquí», John se quedó mirándola como si fuera una alienígena de tres cabezas y salió a toda máquina hacia el aparcamiento.

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Una de las cosas buenas que Lauren obtuvo del paseo fue la funda de baño de látex. Podía ponérsela sobre el pequeño vendaje del pie para que no se le mojara en la piscina. Cuando volvieron a casa era el momento más caluroso del día, y la niña se puso la funda de inmediato. Nadó unos cuantos largos, pero luego se dedicó a flotar sobre una colchoneta hinchable, riéndose de las partes subidas de tono de una revista para adolescentes que había comprado en el centro comercial.

John había dicho que prepararía el almuerzo, pero una hora más tarde Lauren entró en la cocina y se lo encontró enganchado al teléfono.

—Por lo que a mí respecta... Bien... No sé si puedo hacerlo.. . Seguro que James tiene la cabeza en su sitio, pero estamos hablando de un chaval de trece años... ¿Qué es lo que dice Scott?... Vale, vale... Si puede meterme, iré de inmediato para allá.

—¿Era Marvin? —preguntó Lauren cuando el ex agente del MI5 colgó—. ¿Los chicos están bien?

John estaba tan absorto en la conversación telefónica que no había reparado en que la niña se hallaba detrás de él.

—James está bien —respondió—. Pero anoche hubo una pelea y Dave acabó en el agujero. Ha pasado una mala noche allí, y... Escucha, todo está en el aire y yo tampoco conozco todos los detalles. ¿Puedo dejarte aquí sola un par de horas? No pases más tiempo en la piscina; tienes la piel pálida y no estás acostumbrada a esta clase de sol.

—¿Y si llama alguien?—Llevo el móvil encima —dijo John, sacando sus llaves y una placa falsa

del FBI de un armario de la cocina—. No te alejes de la casa. Compraré algo para cenar en el camino de vuelta.

* * *

El almuerzo caliente de James era puré de patatas aguado, guisantes y un trozo rectangular de una mezcla picada de distintas cosas que todo el mundo —incluidos quienes servían— llamaba «zurullo asado». El postre resultaba en comparación comestible: un bizcocho de fruta, regado con la inevitable leche excedente del estado.

—No está mal, comparado con la porquería que nos daban en Omaha —dijo James—. Es casi comida de gourmet.

—¿Quieres repetir postre? —preguntó Kirch.—Mmm, claro. ¿Puedo ir al mostrador y pedir otro?Los cinco cabezas rapadas que había alrededor de la mesa se echaron a

reír.—Basta con que te agencies uno —respondió Curtis.James miró por encima del hombro a la mesa que tenía detrás.

Comprendió que parecería débil delante de sus nuevos amigos si no le quitaba a alguien su pudin, pero, por una jugarreta del destino, de los cuatro chicos que había en la otra mesa Abe era el único que aún no había empezado a tomarse el postre.

James se puso en pie y fue hasta el muchacho.—Abe, tío —dijo incómodo—. ¿Vas a comerte ese pudin?—Voy a comérmelo —contestó Abe con cautela.Los cinco skinheads rugieron escandalizados desde la mesa contigua.—No puedes decir eso, tío —jadeó Elwood, sacudiendo la cabeza y

golpeando la mesa—. Es una grandísima falta de respeto.

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Abe entendió que había cometido un error y empujó el cuenco de plástico hacia James. Pero no fue lo bastante rápido para Kirch, que se abalanzó sobre él y lo levantó de la silla agarrándolo por él cuello de la camisa.

—¡No tienes modales, chaval! —gritó.Le dio un puñetazo en la boca, lo dejó caer al suelo y luego le escupió en

el pelo lo que estaba masticando. James miró ansioso hacia el guripa que estaba detrás del mostrador, pero era tal como había dicho Scott: los guardias; no intervenían mientras no estuvieran matando a alguien.

—Será mejor que empieces a aprender —gruñó Kirch.Elwood y los otros rieron mientras Abe se arrastraba de vuelta hacia su

asiento con la cara chorreante del apestoso escupitajo. James se unió a las risas, recogió el postre de Abe y volvió a sentarse, pero lo cierto es que se sentía fatal. Unas horas atrás Abe le había salvado la vida al despertar a Dave; y ahora él tenía que sacrificar su amistad por el bien de la misión.

Era mediodía cuando salieron de nuevo al patio de ejercicios. Como la temperatura rozaba los cuarenta grados, Kirch condujo a su banda a la celda. Sin aire acondicionado, dentro no se estaba más fresco que fuera, pero al menos se estaba a resguardo del cegador sol.

El estatus de James como camarada de Elwood y Kirch conllevaba una cama más cerca de la puerta. Kirch tardó cinco segundos en reventar la combinación de la taquilla de la cama que había frente a la suya. Tiró al suelo las posesiones de Stanley Duff mientras James recogía sus pertenencias de su antigua plaza en medio de la habitación.

Stanley tenía algunas cosas rescatables. James se quedó con su desodorante y champú, además de unos aperitivos y una radio. Lo que dejase sería para los chavales más débiles, que deberían pelearse entre sí. Abe aceptó a regañadientes ser el primero en elegir, y se quedó con una maquinilla de afeitar eléctrica, unas galletas de arroz y un rollo de papel higiénico ya empezado.

—Lo del comedor no ha estado bien —le susurró James, lleno de remordimientos.

Abe tenía un labio hinchado por el puñetazo.—Un tipo como tú y un tipo como yo no pueden moverse en la misma

órbita durante mucho tiempo.A James le resultó deprimente el modo en que Abe aceptaba su bajo

estatus. El chico debía cumplir veinte años de condena, y parecía que iba a pasarse la mayor parte de ese tiempo recibiendo golpes y amenazas. James deseó poder desarrollar un plan ingenioso que volviera las cosas instantáneamente justas, pero el mundo no funcionaba así; y menos todavía en un lugar como Arizona Max.

La nueva cama de James era cómoda. Tenía tres finos colchones uno encima del otro. En teoría, los colchones adicionales se facilitaban sólo a los reclusos con problemas de espalda, pero, inevitablemente, eran los matones quienes obtenían ese confort suplementario.

El contacto de Elwood en la lavandería ya le había enviado a James un juego de sábanas y una almohada extra, además de una toalla y algo de ropa interior. Todo estaba mucho más nuevo que los andrajos que le habían entregado en recepción, y se suponía que sus Nike negras ya estaban de camino.

James se tumbó en la cama y se puso a leer un libro sobre la mafia que había pertenecido a Raymond Duff. No era tan emocionante como insinuaba la cubierta, pero era lo único que tenía para no pensar en el calor, hasta que un

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guardia se inclinó en el puente por encima de su cabeza y gritó su nombre:—¡Rose, tienes una EE!—¿Una qué?—Una evaluación educativa—le explicó Curtis, gritando por encima de la

cama que los separaba—. Deben de haberse puesto las pilas; normalmente les cuesta semanas clasificar a los nuevos reclusos. Te enseñaré el camino si quieres. Así puedo preguntar si han llegado mis libros.

19.CURTIS19.CURTIS

El área de educación estaba construida sobre las celdas, pero para llegar hasta allí había que salir al patio y bordear el edificio por un sendero circundado por una jaula de alambrada. Para James era la primera oportunidad de conocer a Curtis, pues éste se mostraba muy reservado en presencia de los cabezas rapadas más fuertes.

—¿Qué estudias?—le preguntó mientras caminaban juntos.—Se supone que todo el mundo ha de recibir tres horas de clase al día —

explicó Curtis—, pero no hay suficientes profesores para las lecciones normales, así que se limitan a darnos libros de texto para que los leamos. Yo sólo voy porque te permiten comprar libros adicionales. En teoría han de estar relacionados con lo que estás aprendiendo, pero el censor solamente prohíbe los manuales de explosivos y las publicaciones porno.

—¿Nos obligan a ir a clase?Curtis se echó a reír.—Es obligatorio, pero imagínate que eres profesor y tienes a veinte tíos

como Elwood en tu aula. ¿Hasta dónde te esforzarías en exigirles la asistencia?

—Ya —contestó James con una sonrisa.—Me gustaría hacer un curso de arte —declaró Curtis—. De pequeño

solía dibujar o pintar, pero aquí sólo te permiten tener esos lápices enanos que te dan con el impreso del economato. Me pasaron de contrabando una caja de lápices de colores, pero los guripas no consentirían que tuviese unos más grandes.

Mientras doblaban una esquina, James trató de desviar el tema suavemente hacia la idea de la fuga.

—Entonces, ¿no vas a salir nunca de aquí? —preguntó.—No parece probable —respondió Curtis—. ¿Y tú?—A mí me han caído dieciocho años.—No está mal. Tendrás treinta y pocos al salir; aún podrás vivir algún tipo

de vida.—Yo voy a salir muchísimo antes de esos dieciocho años —repuso James

con una sonrisa.—Nadie escapa de aquí, James. Este sitio es de nueva construcción;

último modelo.—Dave y yo ideamos un plan cuando estábamos en Nebraska. Si nos

hubieran sacado de las celdas de aislamiento, lo habríamos puesto en práctica. Pero resulta que hay una coincidencia de lo más alucinante: la estatal de Omaha y esta cárcel son idénticas. Debió de construirlas la misma gente.

James sabía que ambas prisiones eran gemelas: diseñadas por el mismo

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arquitecto, edificadas por la misma constructora e inauguradas con sólo seis meses de diferencia. Aquél era un detalle esencial para justificar que Dave y James supiesen cómo evadirse de Arizona Max a los pocos días de haber llegado.

—¿Idénticas? —preguntó Curtis.—Más o menos. Los mismos sistemas de seguridad, la misma clase de

bloques de celdas, incluso los mismos elementos de instalación y accesorios. Cuando Dave y yo estábamos aislados, un guripa de nuestro corredor tenía la costumbre de hablar con nosotros. Se acercaba a la puerta de mi celda para charlar. Creo que yo le daba pena por ser tan joven, pero la verdad es que era de esos tipos a los que les encanta oír su propia voz. Se lamentaba sin parar. O sea, yo era el que estaba encerrado en una celda veintitrés horas al día, pero él era el que lloriqueaba por su vida. Su esposa, sus hijos, su casa, y el alcaide que lo ninguneaba al ponerlo en el turno de noche.

»Siempre que se quejaba por el trabajo, yo le hacía preguntas sutiles. Por ejemplo, cuántos funcionarios trabajaban por la noche y qué clase de pases de seguridad usaban. La celda de Dave no estaba lejos, y él empezó a hacer lo mismo. Después de unas semanas aislados, aquel bocazas nos había contado mucho más de lo que debería.

—¿En serio crees que podrías escapar?—Sé que conseguiría plantarme al otro lado de la puerta. El problema es

qué hacer a partir de ahí. Se necesita dinero y contactos para procurarse una identidad falsa e iniciar una nueva vida. No tiene sentido pasar unas semanas huyendo para que luego te atrapen y acabar aislado de nuevo y con diez años más de condena.

—¿Y cómo te fugarías? —inquirió Curtis—. Para empezar, tienes que salir de una celda cerrada con llave.

—Lo siento, pero los únicos que lo sabrán serán quienes me acompañen.Curtis pareció entender la necesidad del secreto y, además, ya estaban

casi ante la puerta metálica del área educativa. Un guardia los cacheó antes de que atravesaran otro detector de metales. Debían subir dos tramos de escaleras y pasar ante tres pequeñas aulas hasta una puerta con el letrero de «OFICIAL DE EDUCACIÓN».

—¿Te importa si entro primero? —pidió Curtis--. Será sólo un segundo. Sólo quiero preguntarle al señor Haines si han llegado mis libros.

Llamó a la puerta y respondió una voz que James reconoció como la de Scott Warren.

—¿No está el señor Haines aquí? —preguntó Curtis, sorprendido, después de abrir la puerta.

Scott, que se hallaba sentado a un escritorio, negó con la cabeza.—Hoy lo sustituyo yo.James descubrió a John Jones, que estaba de pie detrás de la mesa.Curtis señaló a James.—He venido a enseñarle el camino y a ver si mis libros ya habían llegado.—Ajá... Humm, lo lamento —repuso Scott—. ¿Cómo te llamas, hijo?—Curtis Oxford.T—Curtis... será mejor que esperes a que vuelva el oficial de educación

mañana. Yo no estoy familiarizado con los trámites del reparto de libros.Curtis salió del despacho y miró a James.—¿Sabrás volver solo?James asintió.—Te veo luego.

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Entró en la sala y cerró la puerta detrás de sí. John y Scott estaban nerviosos. Se quedaron mirando fijamente un monitor del circuito cerrado de televisión hasta que comprobaron que Curtis llegaba al final del pasillo y empezaba a bajar las escaleras.

—¡Joder! —exclamó Scott, llevándose una mano al corazón—. Menudo susto... Jamás me habría esperado que nuestro objetivo fuera a entrar aquí contigo.

—Podías haberlo previsto —le dijo John a James secamente.—Sólo me dijiste que a lo mejor nos reuníamos en la sala de visitas —

replicó el muchacho.—Vale, no importa... —resopló John.James se enfureció mientras se mesaba el sudoroso cabello.—¿Sabes qué? —espetó con rabia—. Estoy asado de calor, no he dormido

ni he tomado una ducha decente, no he comido más que basura, he visto gente vapuleada, rociada con pimienta, con la piel quemada... Incluso un psicópata ha cargado contra mí cuchillo en mano dispuesto a matarme. Si no te gusta el trabajo que estoy haciendo aquí, puedes agarrar esta misión y metértela por donde te quepa.

John se quedó atónito.—Sabemos que estás trabajando bajo una gran presión —intervino Scott,

tratando de calmar al chaval.—James, perdóname —dijo John, y sonó sincero—. No pretendía

criticarte. Es que me ha sobresaltado que Curtis entrara aquí y nos viera a todos juntos... Hemos organizado esta reunión de emergencia porque hay un serio problema con Dave.

—Siéntate, James, por favor —dijo Scott, alargando la mano al dispensador de agua—. ¿Quieres beber agua fresca?

El muchacho se sentó mientras Scott le llenaba un vaso de plástico.—Esta mañana han sacado a Dave del agujero para hacerle un examen

médico —explicó John—. La bala de goma le dañó tres costillas y una se fracturó de un modo muy malo. Una astilla de hueso ha punzado el tejido circundante, con resultado de hemorragia interna.

—¿Es muy grave? —preguntó James.—Si a Dave le hubiesen hecho una radiografía y hubiera recibido un

tratamiento inmediato, no habría sido muy malo. Pero para cuando lo han sacado esta mañana, se le había formado un coágulo de sangre en el pecho. Tiene dificultades para respirar, y deberá estar hospitalizado al menos dos semanas. Después de eso, tendrá que tomar medicación para disolver el coágulo. No volverá a estar en plena forma hasta dentro de dos meses, como mínimo.

—Vaya —suspiró James—. Entonces ¿vais a sacarme de aquí?—Tan pronto sea posible —afirmó John—. Sentimos tanto como tú que el

plan no haya salido bien. Llevo veinte años trabajando para los servicios secretos, y me temo que las misiones complicadas como ésta tienden a torcerse.

James apuró el vaso de agua y asintió cuando Scott se ofreció a rellenarlo. Una parte de él estaba aliviada ante la perspectiva de regresar ileso al campus, pero a una parte mucho más grande le dolía haber pasado por tantas angustias para nada.

—¿No hay manera de que pueda seguir adelante sin Dave?—No veo cómo —respondió John—. Necesitas protección.—Ya no. Como has visto, he venido con Curtis, y Elwood se ha pasado

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media mañana contándome la historia de su vida. Nadie querrá fastidiarme cuando seamos buenos colegas.

Aquello era una novedad para Scott y John, los cuales intercambiaron una larga mirada.

—Humm —dijo Scott pensativo, tamborileándose el pecho con un dedo—. Parece que has hecho un buen trabajo. Quizá eso dé un nuevo cariz a las cosas...

—Pero ¿cómo se las arreglará en la fuga sin Dave? —terció John—-. Dave era el conductor competente, y el único lo bastante alto para ponerse un uniforme durante la huida.

—Yo soy un buen conductor —aseguró James—. Lauren también puede conducir, y las carreteras de aquí son buenas y rectas.

—Tu conducción no me pareció una maravilla la otra tarde —dijo Scott sin tapujos.

—Sé conducir desde hace casi un año, y ése ha sido mi único accidente. Bueno... excepto al principio, cuando casi maté al perro de una mujer.

—En realidad —dijo John—, pese a la estúpida aventura de la otra tarde, James obtuvo una calificación excelente en su curso intermedio de conducción. Pero no hay forma de que pueda salir de aquí disfrazado de guardia.

Scott apoyó un codo en el escritorio y agitó un dedo en dirección a James.—Ponte de pie un momento. ¿Cuánto mides?—Un metro sesenta y dos —respondió el muchacho levantándose de la

silla.Scott pareció confundido.—¿Cuánto es eso según las medidas norteamericanas?John sonrió.—Cinco pies y dos pulgadas. ¿Tienes hombres tan pequeños?—No, hombres no tengo. Pero aquí tenemos en cuenta la igualdad de

oportunidades a la hora de contratar, y en nuestro bloque de celdas hay una joven dama que debe de tener la talla de James.

John esbozó una sonrisa.—¿Podrías modificar la lista de turnos para que esa mujer esté de guardia

la noche de la fuga?Scott asintió.—No será difícil. Requerirá algunos ajustes en el plan original, pero

desde luego es factible.—En ese caso, ¿seguimos con lo previsto? —preguntó John.—No veo impedimento —respondió Scott—. Siempre y cuando James esté

seguro de poder hacerlo.

20. TIEMPO20. TIEMPO

«Por supuesto que puedo hacerlo.» Las palabras le habían salido espontáneamente. La misión estaba salvada, y James se sintió como un héroe cuando Scott le estrechó la mano vigorosamente.

La realidad se cernió sobre él en cuanto bajó las escaleras y salió de la unidad educativa. El sol era brutal, y los rollos de alambre de espino que bordeaban el complejo carcelario relucían al calor. La misma luz incidía sobre los potentes torsos de los depredadores que pululaban por el patio y sobre los

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fusiles de los guripas apostados en el tejado del bloque de celdas.James se sintió más pequeño que un grano de arena; al mirar alrededor,

fue consciente de lo que era: un chaval de trece años, solo contra una jaula inexpugnable diseñada para contener a las peores personas. Por un instante, se planteó regresar corriendo a la oficina y decirle a John que había cambiado de opinión. Dejó de andar, respiró hondo y se pasó la lengua por los labios secos.

Pensó en el momento en que apretó el gatillo frente a aquel tipo de Miami, absolutamente aterrorizado. Fue una experiencia espantosa, pero ahora podría extraer fuerza de ella.

Recordó el entrenamiento básico, aquellas cosas aparentemente imposibles que había logrado hacer cuando los instructores lo obligaban a traspasar la frontera del dolor. Siempre que un recluta estaba a punto de abandonar, el señor Speaks le gritaba al oído: «¡Esto es duro, pero los agentes CHERUB son más duros todavía!» James había acabado tan harto de aquella frase que creía que jamás querría volver a Oírla, pero ahora esas palabras le proporcionaron consuelo. Mientras reemprendía el camino, susurró entre dientes: —Esto es duro, pero los agentes CHERUB son más duros todavía.

El patio de ejercicios resultaba más confortable cuando faltaba Una hora para encerrar de nuevo a los reclusos. El sol estaba bajo y una suave brisa hacía casi tolerable el calor. James estaba sentado con Curtis cerca de la barra de flexiones, mientras Elwood y los demás rondaban en busca de algún desdichado que esa mañana no hubiera llevado a la cama de Kirch su paquete del economato.

Los dos muchachos llevaban hablando una hora, sentados en la gravilla, intercambiando historias y haciéndose amigos.

—De modo que mataste a tiros a tres personas e intentaste volarte la tapa de los sesos —le dijo James a Curtis con gesto-de sorpresa, como si aquello fuese una novedad para él—. Si te hubiera conocido en la calle, jamás te habría clasificado como un tío de armas tomar.

Curtis sonrió, contento de poder hablar con alguien más inteligente que Elwood y Kirch.

—Cuando era pequeño, siempre nos estábamos trasladando de un sitio a otro. Canadá, México, incluso Sudáfrica durante un tiempo. Era genial; sólo mi madre y yo juntos, pero tuvimos algunos roces peliagudos con la ley Yo empecé a angustiarme; me preocupaba qué ocurriría si atrapaban a mi madre. Me deprimía mucho. Era un sentimiento muy negro, como si todo el mundo se cerrara sobre mí.

—¿Fuiste a ver a algún doctor o algo?Curtis asintió.—He tomado toda clase de pastillas. En muchos de los sitios donde

vivimos, mi madre me llevaba al psiquiatra. Todos ellos actuaban como si supieran de qué estaban hablando, pero cada uno me daba una respuesta distinta. Si quieres saber mi opinión, los psiquiatras son un hatajo de farsantes.

»Hace un par de años las cosas empezaron a empeorar de verdad. Me metía en la cama y pasaba todo el día bajo las sábanas. Mi madre me llevó a un loquero de Filadelfia, un tipo famoso del que había leído un artículo en una revista. Él declaró que mis problemas se debían a la falta de estructura en mi vida: por mudarnos de un sitio a otro, yo no tenía una escolarización adecuada ni relaciones normales con chavales de mi edad. Así que le metió a mi madre la brillante idea de que me mandase a una escuela militar. Yo le supliqué que

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no lo hiciera, pero era un auténtico desastre y ella lo había probado todo conmigo, así que aceptó la propuesta del doctor.

»E1 lugar era una porquería. Todas las mañanas corría por la pista, hacía camas, sacaba brillo a las botas, ya sabes, todas esas cosas típicas de soldados. Una noche, el comandante se enfadó conmigo por no llevar la corbata bien anudada. Me dio uno de esos cepillitos para las uñas y me dijo que limpiara con él el recinto de las duchas, que era enorme. Lo hice durante diez minutos y luego salí corriendo, reventé la taquilla de las armas y robé las llaves del coche del comandante. Dos horas más tarde, había tres cadáveres y yo tenía a la mitad del departamento de policía de Arizona apuntándome con sus armas.

—Eso es lo que se llama montar un buen número —repuso James con una sonrisa, y tomó nota mentalmente de mencionar la visita de Curtis al famoso psiquiatra de Filadelfia a John o Scott en cuanto los viese—. ¿Te sigues deprimiendo?

—No tanto. Aunque estar aquí resulta muy aburrido a veces.James se pasó la tarde viendo la pequeña tele de Curtis y comiendo

aperitivos de Stanley Duff. El magullado hermano de Stanley regresó de la enfermería. Raymond pareció a punto de echarse a llorar cuando vio que Kirch le había despojado de todo. Ni siquiera le quedaba una muda de ropa interior o una almohada.

Cuando James despertó con el cuello inmovilizado contra la cama y una navaja de afeitar reluciendo ante sus ojos, supuso que era Raymond Duff, pero se equivocaba.

—¿Eres uno de nosotros?James notó un tufillo a olor corporal, un destello de dientes burlones y

una oleada de pánico al pensar que iba a sufrir un gran dolor.—¿Eres uno de nosotros? —gruñó Elwood de nuevo.Curtis y otros cabezas rapadas rodeaban la cama de James, riendo.—Lo soy —respondió el muchacho, aunque le salió como un graznido

debido a la mano que le aplastaba la garganta.Kirch alargó el brazo y le dio unos golpecitos en la mejilla con una brocha

húmeda.—Pues entonces, para mi gusto tienes demasiado pelo, Rose.Elwood presionó la navaja contra la piel del muchacho, hasta casi

cortarla.—¿Qué significa esto? —jadeó James—. Venga, tíos...—Si eres uno de nosotros, tendrás que despedirte de ese peinado de

maricón —declaró Elwood con una mueca.Kirch agitó una brocha de afeitar delante de su cara.—Córtame el pelo —aceptó James cuando Elwood lo soltó y pudo

incorporarse—. Pero ¿no podrías usar la maquinilla eléctrica que le di a Abe?Kirch, Curtis y los otros tres que habían salido de la cama para la ocasión

se echaron a reír.—¿Qué tiene de divertido una maquinilla eléctrica? —replicó Elwood con

una risita—. No tendrás miedo, ¿verdad?—¿Por qué iba a tener miedo de ti? —preguntó James, procurando actuar

como si despertar a las tres de la madrugada con un psicópata sacudiendo una navaja debajo de tu nariz fuera la clase de cosas que no lo inquietaban en absoluto.

Kirch puso manos a la obra con la brocha y empezó humedecerle el cabello con agua tibia y jabonosa. Después de un par de aplicaciones, se hartó

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y vació la taza sobre la cabeza del muchacho. James contrajo el rostro cuando se le metió el líquido turbio en los ojos.

—Será mejor que te estés quieto —rió Elwood.Situó la navaja sobre la frente y la deslizó hacia arriba. Un mechón rubio

y enjabonado cayó sobre el regazo de James. Elwood fue rasurando aquí y allí, hasta que la cabeza de James fue una estrafalaria mezcla de calvas, aisladas matas de pelo y algunos cortes sangrantes producidos por la hoja.

—Perfecto —anunció Elwood, retrocediendo unos pasos como un artista para admirar su obra.

Los cabezas rapadas volvieron a sus camas muertos de risa. Cuando los demás estuvieron acostados, Curtis regresó con una máquina cortapelo a pilas.

—¿Quieres que te arregle ese estropicio? —le preguntó a James.Los dos chavales se encaminaron al cuarto de baño. James humedeció

una toalla para limpiarse el jabón y la sangre de la cabeza. Luego se arrodilló sobre el suelo de baldosas para que Curtis acabara de raparlo.

—Entonces, ¿tu hermano ya no va a volver? —inquirió Curtis mientras aclaraba el accesorio del cortapelo debajo del grifo.

—Con su historial de intento de fuga previo y con Stanley ingresado por tener el cuello roto, ese guripa Warren me ha contado que va a solicitar que lo reclasifiquen como recluso de alto riesgo. Lo meterán en una celda individual en el bloque supermax.

—¿Eso quiere decir que no habrá fuga?—Es difícil sin Dave —susurró James—. Pero mi tío mata a palizas a

nuestra hermana pequeña, y la verdad es que me gustaría sacarla de su casa. El problema es que Dave habría podido conseguir un trabajo o algo, pero no veo cómo dos personas de nuestra edad pueden sobrevivir ahí fuera sin ayuda.

—¿Recuerdas lo que te he dicho antes de mi madre? ¿Todo eso de esconderse y vivir con nombres falsos?

James asintió.—No sé dónde está ahora mismo, pero conozco a gente que puede

contactar con ella. Si nos escapamos juntos, mi madre podría proporcionarte una nueva vida.

—Así que ahora quieres escaparte —repuso James, tratando de sonar incrédulo mientras reprimía una sonrisa kilométrica.

—No tengo nada que perder. No pueden aumentar una cadena perpetua incondicional. Y qué más da si me pegan un tiro. ¿De qué vale vivir en Arizona Max?

—Si te dejara venir conmigo, seríamos sólo tú, yo y mi hermana—señaló James con firmeza—. En esto mando yo, y no quiero que Elwood ni otro de esos lunáticos se meta por medio.

Curtis asintió. .—Tú no puedes salir de aquí sin mí—prosiguió James—, y fuera yo no

puedo hacer nada sin ti. —Sonrió—. Qué curiosa es la vida. Debe de ser el destino... o algo así.

21. 21. MIERCOLESMIERCOLES

CINCO DÍAS MÁS TARDETras conseguir una sábana extra, James esperó a que todo el mundo

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estuviese dormido y empezó a cortar la sábana en ti ras de un metro de longitud, usando el extremo afilado de su cepillo de dientes. Rasgó la tela silenciosamente, deteniéndose de vez en cuando para asegurarse de que ningún vigilante lo observaba desde lo alto del puente. Después de convertir toda la sábana en tiras, fue tomándolas de tres en tres para trenzarlas bien fuerte.

Cuando hubo terminado, guardó los trozos de cuerda en su taquilla y reparó en que el aire parpadeaba tras las aspas de los ventiladores. Se enfrentaba a otro terrible día empapado en sudor dentro de Arizona Max. Pero si las cosas salían según lo planeado, aquél sería el último.

James le pidió a Curtis que esperase un poco cuando el resto de los skins salieron al patio de ejercicios. La celda no estaba completamente vacía, pero no había nadie prestando atención cuando el muchacho se sacó un pedazo de cartón del bolsillo del pantalón corto.

—Hoy es mi día de visitas —explicó—. Si puedo hablar unos segundos con Lauren a solas, sin mi tío, le diré que prepare una bolsa de viaje y que nos espere cerca de casa a las tres de la madrugada.

Curtis asintió.—¿Para qué sirve el cartón?—Para que salgamos de aquí.—¿Un cartón? —dijo Curtis, mirando a James como si estuviese chiflado.Éste se encaminó a la puerta de emergencia que había en la parte central

de la celda: dos puertas corredizas tras las camas. Estaban diseñadas para permitir que entrara un equipo del GEP si los reclusos se amotinaban y bloqueaban la puerta principal, o como salidas de emergencia en caso de incendio.

—Y ¿cómo piensas abrir una puerta de acero con un pedazo de cartón?James sonrió con confianza.—Observa y aprende.Comprobó que no había ningún vigilante en el puente y luego se acercó a

la puerta y se puso de puntillas. Introdujo el cartón por el resquicio entre el borde superior y el marco, y lo movió adelante y atrás antes de volver a guardárselo en el bolsillo.

—Ahora, a esperar —dijo James, sentándose a los pies de una cama.—¿Éste es tu gran plan? —preguntó Curtis, perplejo.Medio minuto más tarde, un guardia recorrió resueltamente el puente.

Descendió por la escalera de caracol que había detrás de la puerta y ésta se abrió treinta centímetros para que el hombre asomara la cabeza. Inspeccionó el interior de la puerta en busca de signos de manipulación y luego la cerró de nuevo.

—¿Qué...? —musitó Curtis mientras el guardia subía otra vez la escalera—. ¿Qué ha pasado?

—¿Recuerdas que te hablé de aquel guripa bocazas de la cárcel de Omaha?

—Sí.—Aquel tipo siempre se quejaba de las puertas defectuosas. En Omaha,

todas las puertas tenían un dispositivo antimanipulación. Si alguien empieza a toquetear, salta la alarma en la consola de la sala de control del bloque de celdas. Tienen que enviar a un guripa para que revise ambos lados de la puerta y vuelva a conectar la alarma. Esos dispositivos son muy sensibles; basta una fuerte ráfaga de aire o que alguien golpee la puerta para que se activen. El guardia nos dijo que se pasaba la mitad de su vida de acá para allá

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anulando armas.—¿Y las puertas de aquí son iguales?James asintió.—Exactamente iguales. Y el caso es que los guripas acaban tan hartos de

las alarmas, que siempre dan por hecho que son falsas.Curtis movió la cabeza afirmativamente.—Ese tipo ni siquiera ha mirado desde el puente para ver si había alguien

esperándolo al otro lado.—Un minuto después de haber neutralizado al guripa, podemos estar en

el puente y agenciarnos granadas aturdidoras y espray de pimienta.—¿Y a partir de ahí?—Ya has visto qué poco personal hay por las noches. Si les quitamos a los

guripas los pases de seguridad y nos ponemos sus uniformes, podemos estar al otro lado de la verja antes de que den la voz de alarma.

—¿Y será esta noche definitivamente?James asintió.—Siempre que tenga la ocasión de hablar con mi hermana. Salgamos al

patio.La mañana anterior había habido una pelea con cuchillos entre dos

bandas rivales. Habían mandado a todo el mundo a su celda por el resto de la jornada. Cuando James y Curtis nacían cola para pasar por el detector de metales, los demás reclusos parecían tensos, como si algo malo pudiese producirse en cualquier momento.

Mientras se acercaban a su sitio habitual junto a las barras de flexiones, James reparó en un chaval ovillado en el suelo que se sorbía la nariz. Elwood acababa de abofetearlo delante de una docena de carcajeantes skins.

—James —dijo Elwood, señalando al desafortunado—. ¿Quieres rematarlo?

—No, gracias —contestó con indiferencia.La víctima era Mark, el agradable muchacho del ojo morado que dormía

en la cama contigua a la suya la primera noche. Mark no tenía parientes que le ingresaran dinero para el economato. Eso excluía la extorsión, pero no impedía que Elwood le pegara por diversión.

—Venga, dale—gruñó Elwood—. Eres una nenaza, Rose.James se giró rápidamente y le dio una patada en el trasero a Mark. Sabía

que eso les haría gracia a los demás, sin que la víctima sufriera demasiado. Los skinheads prorrumpieron en carcajadas cuando Mark rodó por el suelo, y James se bajó la parte delantera de los pantalones.

—Ahora, fuera de mi vista si no quieres que te mee encima —graznó.Mark lo miró con el entrecejo fruncido mientras se levantaba

tambaleándose y se alejaba cojeando.—¿Por qué lo has dejado irse? —preguntó Elwood irritado.James se encogió de hombros. Trataba de encontrar maneras de

minimizar la violencia diaria sin parecer blando, pero sabía que cuanto más tiempo pasase con psicópatas como Elwood, más probabilidades tenía de acabar involucrado en un incidente donde alguien fuese fatalmente golpeado, o acuchillado.

—Bueno —dijo para cambiar de tema—, ¿va a haber un motín o no?Esa posibilidad había sido acaloradamente debatida durante la noche.

Siempre que había un exceso de violencia, los guardias clausuraban el patio y recluían a todo el mundo en las celdas. Pero encerrarlos durante largos períodos sólo servía para que fermentara la ira.

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—Me encantan los motines —intervino Kirch, haciendo una de sus raras incursiones en el mundo del habla.

—Sí —coincidió Elwood—. Deberías haber visto el último, Rose. Había balas de goma silbando por el patio en todas direcciones. Pum, pum, pum. Yo fui uno de los últimos en regresar a las celdas; había tíos tirados por todas partes, apuñalados o con heridas de bala.

Kirch miró al cielo con gesto de ensoñación.—Qué momentos tan felices —declaró—. Desde luego, vale un mes de

confinamiento.James se sentó en el suelo. Después de una semana soportando cómo

Kirch y Elwood intimidaban y fanfarroneaban, los habría noqueado gustosamente a cambio de unos minutos de paz.

—Aquel motín fue la hora más terrorífica de mi vida —confesó Curtis en un susurro, hablándole a James al oído—. Pensé que iba a morir. Elwood se escondió debajo de uno de los refugios. Estaba tan asustado como yo.

James sonrió.—¿Y Kirch?—Kirch es un auténtico psicópata. Yo creo que disfrutó de todos los

minutos del motín.—Tenemos que salir de aquí—repuso James sacudiendo la cabeza—. Este

lugar me está quemando el cerebro.Si en el bloque de celdas se imponía el confinamiento, se cancelarían las

visitas, James no podría ver a Lauren y la fuga quedaría aplazada. Conforme transcurría la mañana, el muchacho fue poniéndose cada vez más nervioso. Hubo una pelea en el comedor cuando se distribuía la primera remesa de almuerzos. Se cerró el comedor mientras arreglaban los desperfectos, y por el patio corrió el rumor de que no volverían a abrirla. Una multitud huraña de presos —la mayoría de los cuales se habían perdido la comida principal el día anterior debido al confinamiento— se reunió alrededor del edificio prefabricado buscando crear problemas.

El director Frey se paseaba por el tejado, vigilando el tumulto a través de sus binoculares. James estudió su lenguaje corporal con inquietud, para ver si descubría alguna señal de que se iba a imponer de nuevo la reclusión en las celdas, pero reabrieron el comedor y fueron sirviendo poco a poco a los presos que quedaban por comer.

Cuando fue la hora, James se dirigió con entusiasmo a la sala de recepción, en la parte delantera del bloque. Antes de entrar en el área de los visitantes, tuvo que desnudarse por completo y dejar su ropa en una caja de cartón. Después de un examen corporal, se abotonó un mono amarillo sin bolsillos que nadie había pensado en lavar jamás.

La sala de visitas tenía mesas para seis reclusos, pero dentro sólo estaban Lauren y un agente del FBI enjuto y fuerte que James no conocía. El muchacho cruzó descalzo el pegajoso suelo y se sentó frente a ellos. Lauren se inclinó por encima de la mesa y le dio un abrazo a su hermano.

—¿Qué te ha pasado en la cabeza? —preguntó sin aliento, mirándole la pelusa de cinco días.

—Cuando te juntas con cabezas rapadas, tienes que parecer uno de ellos —contestó James con una mueca—. Si no salgo pronto de aquí, podría acabar con un tatuaje.

—Los tatuajes carcelarios son muy peligrosos —intervino el hombre del FBI fríamente, con el acento estadounidense con más retintín que James había oído en su vida—. Es poco probable que la aguja que penetra en la piel esté

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esterilizada. Te arriesgarías a contraer un gran número de enfermedades, incluidas la hepatitis y el sida.

—Leí los informes —susurró James—. Supongo que tú eres mi nuevo tío John.

—Theodore Monroe —asintió el rígido hombre mientras le estrechaba la mano—, pero todo el mundo me llama Theo. Me temo que John quedó comprometido cuando Curtis lo vio en el bloque de educación. Scott Warren ya trabaja aquí, y Marvin... bueno, obviamente sería inapropiado enviar a un afroamericano como tu supuesto tío.

James sonrió.—¿Vamos a tener compañía?Theo negó con la cabeza.—Scott ha organizado nuestro turno de visitas para que sólo incluya a

reclusos que nunca reciben visitas —explicó.—¿Nos están escuchando?Theo volvió a negar con la cabeza.—Hay un equipo de grabación en esta sala, pero se necesita la

autorización de un juez para conectarlo. Lo utilizamos siempre que vienen los supuestos tíos de Curtis.

—¿Te acuerdas de la nota que le pasaste a Warren sobre el psiquiatra de Filadelfia? —preguntó Lauren entusiasmada—. El FBI ha seguido tu pista y ha encontrado una imagen de Jane Oxford.

—Al menos creemos que es ella —interrumpió Scott, metiéndose la mano en el traje impecablemente confeccionado para sacar una foto borrosa en color.

James se quedó mirando el rostro de una mujer de mediana edad y aspecto corriente, con grandes gafas rectangulares. El muchacho que había a su lado era indudablemente Curtis.

—Es una imagen del vídeo de vigilancia del mostrador de facturación de primera clase del aeropuerto internacional de Filadelfia, obtenida un par de semanas antes de que mandaran a Curtis a la escuela militar. Es bastante interesante que el psiquiatra que fueron a visitar resultara pertenecer a la junta directiva de esa misma escuela militar.

James se echó a reír.—Curtis me dijo que los psiquiatras son un hatajo de ladrones. Seguro

que ese tipo se ganaba una generosa bonificación por cada pobre niño que enviaba allí.

—El FBÍ también ha rastreado múltiples transacciones realizadas con las tarjetas de crédito que Jane Oxford utilizó para abonar los vuelos. En general es una encomiable obra de inteligencia. John Jones y Marvin Teller me pidieron que te transmitiese sus más calurosas felicitaciones.

James no podía imaginarse que la frase «transmitir sus más calurosas felicitaciones» hubiera salido de la boca de John Jones o Marvin Teller, pero captó el mensaje.

—Entonces, ¿algo de todo eso nos lleva a algún lugar? —preguntó.—Tal vez —respondió el agente del FBÍ, mientras se sacudía motas

invisibles de la chaqueta con sus largos y delgados dedos—. Incluso aunque fracasara tu intento de fuga, esta fotografía representa un avance importantísimo.

—¿Y qué hay de la fuga? Será mejor que la llevemos a cabo esta misma noche, o no podré seguir interpretando mi papel mucho tiempo más. Al principio temía lo que pudiera ocurrirme. Ahora me preocupa más lo que

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puedan obligarme a hacer a otros. En estos momentos, en el patio las cosas están al rojo vivo.

—Por nuestra parte no hay retrasos —aseguró Theo—. Esta noche habrá tres personas de servicio en tu bloque. Scott, por supuesto, la guardia Amanda Voss, y por último un hombre llamado Golding, que estará trabajando ante la consola de control del edificio. Habrás de ser extremadamente cauto alrededor de la sala de control. Golding tiene al alcance de la mano una alarma de emergencia que puede bloquear al instante todas las puertas de la prisión, incluidas las que funcionan con tarjeta magnética.

»Cuando hayáis salido dé vuestro sector y lleguéis a la sala del personal, es casi imposible que os tropecéis con algún empleado. Tengo entendido que allí las condiciones son bastante insalubres. No es la clase de lugar en que uno se quedaría un rato después de terminar su turno.

»Aparte de Warren, la única otra persona que estará de guardia esta noche y conoce el intento de fuga es un tal Shorter. Trabaja dentro de la sala de control central de la prisión, y maneja la puerta de salida del personal. Como ya sabes, Dave tiene cierto parecido físico con Scott y el plan original era que mostrase su cara a la cámara de seguridad al atravesar la puerta principal. Por desgracia, ni Curtis ni tú sois lo bastante grandes para pasar fácilmente por adultos, así que hemos incluido a Shorter como una póliza de seguros. Es empleado del Departamento de Prisiones de Arizona desde hace casi cuarenta años, y esperamos que la investigación sobre vuestra huida lo convierta en el chivo expiatorio. El FBI ha acordado con Shorter ofrecerle una paga extra y su jubilación anticipada a cambio de cooperación.

—Eso nos deja fuera de la puerta principal. Y después, ¿qué?—Os reunís con Lauren, de acuerdo con el plan. Es de gran importancia

que os mováis con rapidez. Arizona está escasamente poblado y no hay muchas carreteras que crucen el estado. Podéis prever que la policía instale controles en todas las carreteras principales cercanas a la prisión en menos de una hora a partir de que detecten la fuga.

—Yo ya he sintonizado la radio del coche con una emisora local —terció Lauren—. Así nos enteraremos en cuanto den la alerta.

—Dando por hecho que logréis salir de la cárcel, confiamos en que Curtis encuentre el camino de regreso hasta su madre —dijo Theo—. Grabamos la conversación durante la visita que tuvo Curtis el sábado, y no hizo mención de la fuga. ¿Tienes alguna idea de adonde iréis?

—Le dije que deberíamos ir a una zona muy poblada para perdernos entre la multitud —respondió James—.Curtís dice que en Los Angeles conoce gente que trabajaba para su madre, así que iremos hacia allí. No les mencionó la fuga a sus visitantes porque sabe que en esta habitación hay micros. No olvides que Curtis ha pasado toda su vida huyendo. Puede que sólo tenga catorce años, pero probablemente sepa más sobre la policía y las operaciones del FBI que muchos de los mayores delincuentes.

—Es una buena apreciación—asintió Theo—. Entonces, ¿está claro su plan? ¿Te ha dicho dónde viven esos contactos o cómo llegaron a hacer negocios con su madre?

—A mí me da la impresión de que son motoristas —contestó James—. O tal vez ex motoristas. La idea es salir de Arizona tan deprisa como podamos. Cuando lleguemos a Los Angeles, empezaremos a hacer llamadas.

Hablaron durante unos minutos más sobre los puntos más delicados del plan de fuga, y luego el hombre del FBI le deseó suerte a James y se dirigió a la puerta. El muchacho le dio otro abrazo a su hermana.

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—Ten muchísimo cuidado —dijo Lauren—. No dejes que te maten esta noche.

22. PUERTAS22. PUERTAS

Scott Warren hizo el recuento de las dos y media. En vez de colocar a los reclusos en posición de firmes junto a los pies de la cama, ese recuento sólo requería que Scott se inclinase sobre el puente y contase cabezas. Únicamente despertaría a los presos si faltaba alguno.

Cuando hubo terminado, Scott recorrió sonoramente el puente metálico hasta la sala de control. Si las cosas iban según lo previsto, no se descubriría la fuga hasta el siguiente recuento, al cabo de cuatro horas.

Scott llegó a la sala de control, situada en el centro del bloque de celdas en forma de H, y arrancó un impreso de su tablilla. Se lo tendió al fornido Golding, que estaba sentado ante Una consola de tres metros de longitud repleta de interruptores, monitores de vigilancia y luces.

Golding estaba mirando la hoja cuando entró Amanda Voss y le tendió otra.

—Ninguna fuga, jefe —sonrió Amanda, una joven menuda de veintitrés años.

Golding levantó un auricular y llamó a la sala de control central.—Eh, Keith, aquí el bloque T de trastorno. Tengo un recuento de

doscientos cincuenta y siete reclusos a las dos y treinta y siete. La situación es normal.

Luego echó hacia atrás su silla de ruedas para apoyar los pies sobre la consola y tomó un periódico. Al hacerlo, empezó a sonar un timbre acompañado de una luz roja intermitente.

Golding bajó el periódico de mal humor. —Esas jodidas puertas... Celda T-Cuatro, entrada lateral B. Id uno de vosotros para allá.

—Yo necesito descargar —dijo Scott mirando hacia el cuarto de baño—. ¿Puedes encargarte tú, Amanda?

En ocasiones los buenos resultan heridos cuando intentan . atrapar a los malos. Al ver que la puerta empezaba a abrirse, la conciencia de James protestó ante la idea de noquear a una chica; pero la misión dependía de que se mantuviese firme.

Le dio un puñetazo en la sien, con tal fuerza que la cabeza de la joven chocó contra el borde de la puerta de metal. No hay nada comparable a una herida en la cabeza, pero un golpe limpio en la parte más fina del cráneo sólo le dejaría una leve contusión y una cefalea de dos días.

James arrastró el cuerpo inconsciente de Amanda hasta el final de la escalera de caracol.

—Vamos —le susurró nervioso a Curtis, pues quería cerrar la puerta antes de que otros reclusos descubrieran la abertura y decidieran acompañarlos.

Curtis se coló por el hueco y cerró la puerta, mientras James se ponía la gorra de Amanda y le quitaba la camisa negra. En la gorra se leía «Departamento de Prisiones de Arizona». Con aquellas prendas, combinadas con sus propias zapatillas negras y un pantalón negro de chándal de Curtis, James podría pasar por un oficial, siempre y cuando no se fijaran demasiado en él.

—Átala antes de que vuelva en sí—le ordenó a Curtis—. Primero le atas

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los tobillos y la amordazas. Luego átale las manos a la barandilla de la escalera. Utiliza el nudo constrictor que te enseñé.

Curtis llevaba colgadas del hombro un par de las sogas trenzadas de James. Mientras él ataba a Amanda, James subió deprisa los peldaños y recorrió el puente hasta la estantería de las armas. Agarró un aerosol de pimienta y se metió una granada aturdidora en el bolsillo; entonces salió Scott por la puerta. James miró hacia atrás para asegurarse de que Curtis no podía oírlos.

—¿Preparado? —preguntó.Scott asintió.—Dame en la nariz y procura que haya mucha sangre. Ten mucho cuidado

con Golding; fue jugador de fútbol en el instituto. Utiliza las esposas que hay en el armario azul detrás de la consola.

James dio un paso atrás en posición de combate y golpeó la nariz de! hombre con la palma de la mano. Sangrando profusamente, Scott se tendió en el suelo de metal. James arrancó la anilla de seguridad de un bote de pimienta, roció el cabello de Scott y luego le metió un pedazo de tela en la boca.

—Lo siento, colega —susurró el muchacho mientras lo colocaba boca abajo, y empezó a atarle las muñecas.

Curtis estaba subiendo las escaleras metálicas, demasiado ruidosamente para el gusto de James. Scott aflojó los músculos, como si James lo hubiese dejado sin sentido.

—Chisssst. ¿Has atado bien a la chica? —susurró James.Curtis asintió con la cabeza.—Como tú me enseñaste.—¿Le has quitado la placa de identidad y la tarjeta magnética?—Por supuesto. —Miró hacia abajo con una sonrisa—. Nunca pensé que

admiraría la vista que hay desde aquí arriba.James desenganchó un arma de descargas eléctricas del cinturón de

Scott y le sacó todo lo que llevaba en los bolsillos, incluidas las llaves, monedas y la cartera. Después se dispuso a atarle los tobillos y le lanzó a Curtis el llavero.

—Una de éstas es del armario de las armas —explicó.Curtis abrió el panel frontal del armario mientras James doblaba las

piernas de Scott hacia arriba y unía el nudo de las muñecas con el de los tobillos.

Curtis sacó una escopeta de balas de goma.—Parece complicado.—Ayúdame a mover a éste y después te digo cómo funciona.Empujaron el cuerpo de Scott al extremo del puente para que los reclusos

de abajo no pudieran verlo. James sacó del armario un pequeño cilindro de gas comprimido y le arrebató la escopeta a Curtis.

—El otro día vi cómo lo hacían los guripas. Enroscas el cilindro en la parte superior del fusil... así. Giras la válvula, la abres y... Dame una bala de goma.

Curtis le tendió uno de los gruesos proyectiles. Jarres lo introdujo en el cañón, cerró el arma y se la entregó a Curtis.

—Sólo dispararemos si no hay más remedio. Ya sabes el ruido que hacen estas cosas.

Curtis se metió en los bolsillos otro aerosol de pimienta, granadas aturdidoras y un puñado de balas de goma, mientras su compañero se

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preparaba otra escopeta.James abrió la puerta que había al final del puente }vieron un corto

corredor que llevaba a la sala de control. Mantuvieron la espalda pegada a la pared mientras avanzaban escopeta en mano.

Cuando llegó al final, James se asomó a la habitación y examinó a Golding; el hombre estaba sentado con los pies sobre la consola, leyendo la página de deportes del periódico. Había un silencio inquietante, aparte del zumbido del aire acondicionado.

—Tenemos que separarlo de la consola o activará la alarma —susurró James.

Curtis asintió. James se agachó, sacó una moneda de Scott y la hizo rodar dentro de la habitación. Golding la oyó caer en medio de la estancia y miró por encima del periódico.

—Se te ha caído una moneda, Scott —dijo, y esperó unos segundos antes de encogerse de hombros y volver al diario.

James le echó una mirada a Curtis, sacudiendo la cabeza de frustración. Envió rodando otra moneda. Esta vez Golding pareció molesto. Demasiado perezoso para levantarse, soltó el periódico e impulsó la silla hacia atrás.

—¿Qué te ocurre, Scottie? ¿Tienes un agujero en el bolsillo o qué?Mientras giraba en la silla para mirar hacia el corred», James y Curtis

dispararon a la vez. Las balas le dieron a Golding en el pecho y el estómago. Su silla retrocedió antes de volcar. El grueso hombre rugió mientras apartaba la silla de uní patada y rodaba sobre sí mismo, luchando por incorporare;.

A James le zumbaban los oídos por el disparo, pero corrió hacia el guardia y le roció la cara con el espray.

—Lo pagaréis muy caro cuando os atrapemos —jadeó el guardia cegado, derrumbándose de nuevo en el suelo y restregándose los ojos—. ¡Scott!... ¡Amanda!... ¿Dónde diablos estáis?

—Tardarán en venir—se mofó Curtis.—Cuando os metamos en el agujero, iré a veros y os moleré a palos.Golding era un tipo luchador, y a James no le apetecía pelear con alguien

tan fuerte. Metió otra bala de goma en el fusil y lo sostuvo amenazadoramente ante el rostro del guardia. Aunque estaba clasificada como arma no letal, una bala de goma podía resultar mortal si se disparaba contra una zona vulnerable a muy corta distancia.

—¡Manos arriba, gordo! —ordenó James.Cuando la boca del fusil le tocó la cara, Golding levantó las manos y dejó

que Curtis se las atara. Después de eso, le introdujo un trozo de tela en la boca y lo amordazó. Mientras tanto, James localizó el armario de las esposas que le había mencionado Scott.

Luego arrastraron a Golding por el suelo hasta la escalera que conducía a la sala de recepción. James esposó las manos del hombre a la barandilla y Curtis ajustó cruelmente el grillete un par de muescas más.

—¿Recuerdas cuando me esposaste?—gruñó el chico—. Te gustan bien apretaditas, ¿verdad, Golding?

El hombre maldijo tras su mordaza mientras los chicos volvían a recoger sus armas. James reparó en la mochila de Golding, debajo de la consola. La vació —contenía una revista de béisbol y un sándwich— y la llenó con balas de goma, aerosoles y granadas aturdidoras. Luego se la colgó al hombro.

Curtis encontró una chaqueta negra con el logotipo del Departamento de Prisiones que pertenecía a Amanda. Se la puso sobre su camiseta negra, subió la cremallera y descubrió que le quedaba perfecta.

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Los chavales bajaron las escaleras corriendo, cruzaron una puerta y accedieron a la sala de recepción de la planta baja. James corrió hacia la puerta de salida y pasó la tarjeta de Amanda por la cerradura electrónica. Sonrió de alivio cuando se abrió.

—Tranquilo —dijo cuando salieron al aire fresco—. Recuerda que parecerá sospechoso si corremos.

Volvió a pasar la tarjeta y franquearon una portezuela en la alambrada que conducía al complejo principal de la prisión. La carretera de asfalto era absolutamente recta en dirección a la salida. La luz procedía de las farolas situadas alrededor de las vallas de alambrada y de las relucientes torres de vigilancia que tachonaban el perímetro del centro.

Un carrito de desperdicios que pasaba y el saludo de un guardia que había hecho una pausa para fumarse un cigarrillo fue lo más inquietante que sucedió durante e[ recorrido de ocho minutos hacia el control de salida, pero James se torturó con imágenes de sirenas, disparos y la brutal paliza que sin duda se ganaría si los vigilantes los capturaban.

A sólo cien metros de los accesos para vehículos había un letrero que indicaba seguir unas líneas de distintos colores sobre el asfalto: rojo para los reclusos en traslado, amarillo para los visitantes y verde para el personal. Detrás del letrero, la zona estaba iluminada con focos y vigilada con cámaras allá donde se mirase.

—No pasaremos —dijo Curtis con voz quebrada.—Actúa con naturalidad —susurró James—. Vamos vestidos como

empleados y tenemos tarjetas electrónicas. A menos que salte la sirena de emergencias, no hay razón para que nadie se fije en nosotros.

La línea verde terminaba en la puerta de una caseta con un cartel que rezaba: «SÓLO PERSONAL.» James echó una ojeada por una ventana y vio una pequeña estancia con una hilera de máquinas expendedoras. Un guardia de aspecto desdichado estaba sentado en una silla de plástico bebiendo café. James pasó su tarjeta por la puerta de acceso, subió dos peldaños y asomó cautamente la cabeza a un estrecho pasillo que olía a pulimento.

—Tiene buena pinta —dijo antes de adentrarse seguido de Curtis.Pasaron ante la puerta de cristal esmerilado del cubículo de las máquinas

expendedoras y recorrieron el pasillo a paso rápido hacia la salida del personal.

James insertó la tarjeta de Amanda en la ranura correspondiente. Al cabo de unos segundos, una voz masculina surgió de un altavoz. El muchacho esperó que fuera el amigable señor Shorter de la sala de control central, pero no había manera de saberlo.

—Diga su nombre y su identificador de personal.—Amanda Voss, Y465 —respondió James, esforzándose en sonar como

una chica.—¿Quién es tu amigo? —preguntó el altavoz.Curtis miró indeciso a la cámara.—Scott Warren, KT318.—Eh, Scottie, no suenas muy bien esta noche. ¿Has pillado un catarro o

qué?—Aja —contestó vacilante.—Vaya, hombre. Vete a casa y descansa.El zumbido de la puerta indicó que la habían abierto. James y Curtis la

cruzaron y recorrieron un sendero rodeado por una jaula de alambrada. Se detuvieron ante una señal que indicaba en rojo: «ESPEREN», mientras una

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puerta metálica instalada en la pared acorazada del control de salida se abría con un retumbo. Cuando estuvo completamente abierta, los chicos accedieron a un túnel.

La puerta volvió a cerrarse a sus espaldas y una bombilla verde empezó a parpadear sobre la puerta del extremo opuesto. James advirtió que había una ranura para una tarjeta magnética. No se acordaba de si iban a interrogarlo por segunda vez, y se sintió aliviado cuando la puerta de metal empezó a abrirse con un sonido sordo.

Al salir del complejo carcelario, James vio el indicador que señalaba el aparcamiento del personal y se encaminó hacia allí con brío. Curtis estaba tan asombrado que apenas podía abrir la boca.

—Increíble —masculló—. Increíííííble. Eres un genio, James.—No vendas todavía la piel del oso —replicó él, mientras recorrían un

sendero pavimentado bajo el aire nocturno—. Esto es sólo el principio.

23. COCHES23. COCHES

Perder demasiado tiempo en el aparcamiento era arriesgado, pero había más de cincuenta vehículos estacionados, y no podía ir derecho al coche de Scott sin que Curtis se preguntara cómo sabía cuál era el automóvil del guardia. Dirigió el mando a distancia del llavero a todos los coches hasta que un Honda Civic le respondió con un pitido y un destello desde la siguiente hilera de vehículos.

Cuando atajaban entre dos coches, una destartalada camioneta pasó por encima del badén de acceso al aparcamiento. Instintivamente, los chicos se agacharon mientras la camioneta estacionaba unas plazas más allá del Honda. El conductor sacó las piernas e hizo una pausa en el borde del asiento para encenderse un cigarrillo. James reconoció el rostro del hombre alumbrado por la cerilla.

—Frey —susurró Curtis angustiado.James había leído el expediente personal del director del bloque T. El

informe decía que Frey era un abnegado funcionario que consideraba aquel bloque de celdas como su propiedad personal, pero nadie había previsto que apareciese por allí tres horas antes del cambio de turno. Eran malas noticias; James tenía que pensar rápido.

Frey llevaba puestos una sudadera y unos vaqueros, pero incluso dándole tiempo para cambiarse y quizá también para tomarse una taza de café en la sala del personal antes de dirigirse al bloque T, descubriría a los guardias maniatados y diaria la voz de alarma en menos de media hora.

Quitar a Frey de en medio parecía la opción obvia, pero los muchachos se hallaban en terreno abierto y había cámaras de vigilancia por todas partes, de manera que James decidió dejar tranquilo a Frey. No estaba seguro de que fuese la decisión acertada, pero se acordó de cómo habían tratado los del GEP a Dave y no quería que se cumpliera la predicción de Golding de que acabarían en el agujero recibiendo una paliza. Cuanto más lejos de la prisión estuviesen si llegaban a atraparlos, más posibilidades habría de que John Jones y el equipo del FBI rescataran a James sano y salvo.

Después de que Frey cerrara su camioneta con llave y se alejara por el sendero flanqueado de cactus que llevaba a la entrada del personal, los chavales corrieron hasta el pequeño Honda Civic. El coche era un modelo

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ostentoso: asientos de carreras, ruedas de aleación y motor potente. James se abrochó el cinturón y puso en marcha el vehículo. Recordaba lo sucedido la última vez que había conducido un coche, pero corría demasiada adrenalina por sus venas para pensar en aquello. Tenía que seguir adelante con el trabajo.

James avanzó despacio por el camino de salida, pero en cuanto llegó a la carretera interestatal ya no pudo aguantarse. El pequeño deportivo tenía una suspensión firme y una magnífica dirección asistida, y James se sintió invencible mientras zigzagueaba entre los tres carriles de la vía.

El trayecto de veinte kilómetros hasta el desvío del camino de tierra duró menos de diez minutos. A cien metros del cruce vieron aparcado un Ford Explorer con protector de parachoques y los faros encendidos.

—Recoge las armas —le dijo James a Curtis mientras detenía el Honda junto al Ford y abría la portezuela.

Lauren había dejado encendido el motor del todoterreno, y estaba sentada en el asiento del copiloto con el cinturón ya puesto. James se instaló al volante y pisó el acelerador en cuanto Curtis subió.

—¿Has traído el coche hasta aquí sin problemas? —le preguntó James a Lauren mientras tomaba el camino de tierra.

—Tío John no se ha despertado. Traje sus mapas de carreteras y he encontrado una ruta hasta Los Ángeles. —Miró hacia atrás—. Y tú debes de ser Curtis.

—Hola —sonrió Curtis—. Me alegro de conocerte, Lauren. ¿Dónde has aprendido a conducir?

—Dave y yo le enseñamos —respondió James—. La llevamos con nosotros un par de veces cuando íbamos a hacer alguna de las nuestras.

—Soy un poco bajita para alcanzar los pedales —añadió la niña—, pero hay muy poco tráfico en el camino desde casa.

—¿Qué llevas en esa mochila? —preguntó Curtis.—Ropa, dinero, artículos de droguería. Incluso logré colarme en la

habitación de tío John y le quité su cuarenta y cuatro.—¿Tenemos un revólver de verdad? ¿Dónde está?Curtis no necesitó una respuesta: descubrió el enorme revólver en el

reposabrazos que había entre los asientos delanteros.El todoterreno parecía lerdo y torpe comparado con el veloz y pequeño

Honda. James aceleró más al llegar a la carretera, pero no se quedó satisfecho.

—Uau, un Magnum cuarenta y cuatro —dijo Curtis con una sonrisa mientras examinaba el arma—. La especial de Harry el Sucio. Con uno de éstos puedes partir a un tío por la mitad.

Lauren miró por la ventanilla cuando vio pasar el local de donuts.—James, capullo, vamos en dirección contraria.—¿Qué? —repuso él, atónito.—Has girado hacia el lado equivocado al llegar a la interestatal.—¡Mierda!Había una mediana de metal entre los carriles, y James empezó a buscar

un desvío donde dar media vuelta.—¿No habías sintonizado una emisora local?—Oh, sí—respondió Lauren; alargó la mano y encendió la radio.—Hemos visto al director de nuestro bloque en el aparcamiento de la

cárcel —explicó lames—. No podremos contar con las cuatro horas que creíamos. Tendremos suerte si pasan veinte minutos antes de que la policía se

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lance en nuestra persecución.James descubrió una abertura en la mediana y giró en redondo; el coche

trazó un amplio arco, atravesó una franja de maleza y se incorporó al carril contrario. El conductor de un sedán tocó el claxon y dio un frenazo para evitar chocar con ellos por detrás.

—Uff —resopló James, pisando el acelerador para recuperar la velocidad—. ¿A qué distancia está California?

—A poco menos de cien kilómetros —respondió Lauren—. Y desde allí, Los Ángeles está a trescientos veinte kilómetros. Eso supone un trayecto de cinco horas si no paramos.

—Tendremos que parar a repostar.El tráfico era escaso y la oscura carretera prácticamente recta. Cuando

James echó un vistazo al cuentakilómetros descubrió que iba a ciento treinta, lo que sobrepasaba el límite de velocidad, aunque los demás vehículos parecían hacer lo mismo a aquellas horas de la noche. Si fuera más rápido, llamaría la atención.

La radio emitía un concurso de llamadas en directo con las preguntas: «¿Hay alienígenas entre nosotros?» y «¿Quién es el músico popular más grande de todos los tiempos?». Por lo que James pudo escuchar, la mayoría de los que llamaban creían que la respuesta a ambas preguntas era Elvis Presley.

El reloj digital del salpicadero señalaba las 3.43 cuando el locutor interrumpió abruptamente a un oyente.

«Acaban de informarnos sobre una fuga en la cárcel de Arizona Max—dijo—. Dos reclusos huidos, ambos de catorce años. Sí, habéis oído bien: catorce años... Se cree que un funcionario de la prisión ha resultado muerto durante la fuga. La policía estatal está instalando controles en puntos estratégicos. Los fugados responden a la descripción de cabezas rapadas blancos, y se llaman James Rose y Curtis Oxford. Ambos son asesinos convictos, y la policía advierte de su extrema peligrosidad... Son noticias en caliente, amigos oyentes, y vamos a manteneros informados durante toda la noche...»

—Habéis matado a alguien —dijo Lauren.La muerte falsa de Scott era parte del plan desde el principio, pero

debían mostrarse sorprendidos delante de Curtis.—No hemos matado a nadie —replicó éste.—Quizá un guardia ha muerto de un ataque de corazón o algo así—terció

James.—Eso sería calamitoso —declaró Curtis—. Si matas a un guripa, estás

acabado. Te encierran aislado y los demás guripas convierten tu vida en un infierno: escupen en tu comida, ponen música a todo volumen delante de tu celda...

—Entonces será mejor que no nos atrapen.—Oh, Dios —se lamentó Curtis, sacudiendo la cabeza y sollozando.—¿Qué quieres que haga? —le espetó James agriamente—. ¿Que vuelva y

le dé un beso?—¿Y si nos topamos con un control de carreteras? Sólo tenemos un

revólver, y nos acribillarán a tiros si intentamos huir.—Tranquilízate y déjame pensar. Lauren, ¿cuánto falta hasta la frontera

de California?La niña miró el mapa que tenía desplegado sobre las piernas.—Unos cincuenta kilómetros.—También pueden montar controles en California, ¿sabes? —dijo Curtis.—Por supuesto —respondió James—. Pero no puede haber muchos polis

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aquí en el desierto, y además no saben adónde nos dirigimos. Cuanto más te alejas de la prisión, más carreteras hay que bloquear, de modo que si hemos de encontrarnos con un control, apuesto a que será más pronto que tarde.

Una mujer llamó a la radio y dijo que a los fugados deberían aplicarles la pena de muerte, aunque sólo tuvieran catorce años. Todos los oyentes que llamaron después coincidieron con ella.

«Bien, amigos —intervino de nuevo el locutor—, tenemos más datos sobre la fuga de la cárcel: la policía está buscando un Honda Civic plateado, con ruedas de aleación y un pequeño alerón sobre la ventanilla trasera...»

James sonrió.—Vamos un paso por delante de ellos.—Los polis registrarán la casa de tu tío —dijo Curtis—. Descubrirán que

falta este coche.—Pero eso nos da un margen de tiempo.—¡Atención! —alertó Lauren señalando al frente.Al ir sentada a la derecha, la niña advirtió un segundo antes que los

demás las parpadeantes luces azules que bloqueaban la carretera.Los controles solían instalarse después de una curva para que los

vehículos no tuvieran ocasión de desviarse, aunque tenían que dejar espacio suficiente para que frenaran sin riesgo alguno. Había una cola de unos doce automóviles que pasaban por un único carril; dos coches de policía bloqueaban los demás carriles con las luces encendidas. Paraban a todos los vehículos y un agente inspeccionaba a los pasajeros con una linterna.

James giró hacia el arcén y frenó de golpe. Tras mirar por encima del hombro, hizo un cambio de sentido tan apurado que los neumáticos chirriaron. Si los policías no advirtieron la maniobra, sin duda oyeron los bocinazos de dos coches que tuvieron que apartarse bruscamente de su camino. Uno rozó la mediana de metal y produjo una lluvia de chispas hasta que se detuvo con una sacudida.

—¡Mierda! —gritó James, mientras pisaba a fondo el acelerador y se dirigía hacia el tráfico que se aproximaba en dirección contraria.

Los coches policiales del control encendieron sus sirenas y salieron tras ellos; James descubrió una abertura en la mediana y se coló para pasarse a los carriles correctos.

—Lauren —dijo nervioso—. ¿Dónde está la mochila que he traído?—A mis pies.—Agárrala; está llena de armas. A ti no te buscan, así que, en cuanto

paremos, quiero que salgas del coche.Lauren asintió.—Veré lo que puedo hacer.—¡No podemos parar! —gritó Curtis—. Si nos atrapan y nos cuelgan el

sambenito de ese guripa muerto, nuestras vidas no valdrán una mierda.—Hemos llegado muy lejos —le espetó James, irritado—. Así que cálmate.—Que te jodan —siseó Curtis, y empuñó con furia el Magnum del

reposabrazos mientras el automóvil se detenía al borde de la carretera.Lauren se escabulló con la mochila y rodó por una pequeña pendiente

hasta una zona de maleza. Los coches de policía se detuvieron: uno delante y otro detrás del todoterreno. De cada vehículo salió un agente —un hombre y una mujer— pistola en mano.

—¡No pienso regresar al trullo! —aulló Curtis.El policía se quedó en la retaguardia para cubrir a su compañera, que

corrió bajo la luz de los faros hacia el voluminoso todoterreno.

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—¡Apaga el motor y las manos sobre el volante! —ordenó.James obedeció, pero oyó que Curtis amartillaba el revólver. A causa de

los cristales tintados, la mujer no vio a Curtis hasta que estuvo a unos pasos del Ford.

—No es necesario hacer eso —dijo ella.James supuso que el chico la estaba apuntando, pero al mirar por el

retrovisor descubrió que Curtis se apúntate a sí mismo.—¡Curtis, no! —chilló.Oyó el chasquido del gatillo.De pronto hubo una súbita luz blanca y una detonación ensordecedora:

una granada aturdidora había estallado en la rueda del primer coche policial y reventado el neumático. Cuatro granadas más explotaron a lo largo del arcén, seguidas por un estallido final que destrozó un neumático del segundo coche policial.

James, Curtis y los dos agentes se quedaron ensordecidos y cegados por el estruendo. Los conductores que pasaban sufrieron una repentina conmoción, pero por suerte el tráfico era escaso y los únicos percances fueron chirridos de neumáticos y un coche que dio un volantazo y por poco acaba en el desierto.

Lauren se había echado cuerpo a tierra tras lanzar la última granada. Contó las explosiones con los dedos. Después del sexto estallido, se levantó de un salto y corrió hacia el policía. Antes de que el hombre se recuperase, la niña le aplicó una descarga eléctrica con el arma de Scott.

El agente se derrumbó estremeciéndose; permanecería paralizado un par de minutos. Lauren le quitó la pistola de la mano y disparó al aire. La mujer policía se había recuperado lo bastante para oír el disparo y agacharse, y la niña la neutralizó también con otra descarga eléctrica.

Luego vació los revólveres de los agentes y los lanzó al desierto, antes de correr hasta el Ford.

—¡James! —gritó.El muchacho apenas percibió la voz de su hermana por encima del agudo

pitido que le taladraba los oídos, pero los borrones blancos que le empañaban la visión ya empezaban a difuminarse.

—¿Cuántas granadas has usado? —preguntó.—Todas las que había —respondió Lauren con una sonrisa, mientras

pasaba por encima de las piernas de su hermano hasta el asiento del copiloto—. ¿Ves lo suficiente para conducir?

—Descuida —contestó James, y le dio al contacto para encender el coche.El muchacho se frotó los ojos y Lauren se giró hacia Curtis, que se

hallaba echado en el asiento trasero. Una lágrima le bajaba por la cara.—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó el chico, mirando fijamente la

boca del revólver.—No me gustan las armas de fuego —explicó Lauren—. No he cargado el

Magnum porque no quería que nadie se hiriese por accidente. Sólo sirve para asustar.

—¡Estás chalada! —exclamó Curtis—. Los polis sí que llevan balas en sus armas, ¿sabes, niña?

—¡Sólo los idiotas como tú querrían pegarse un tiro! —le respondió Lauren.

—Ojalá estuviese muerto —gimió.—¿Por qué no os calláis los dos? —terció James—. Estoy intentando

concentrarme.

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Esperó a que hubiera un hueco en el tráfico para maniobrar, separarse de los coches patrulla inutilizados y volver a atravesar la abertura de la mediana para enfilar el lado de la carretera que llevaba a California.

Cuando pisó el acelerador, el volante se sacudió entre sus manos. Accionó el pedal con más delicadeza y el coche aumentó un poco la velocidad.

—¿Qué pasa? —preguntó Lauren.—Ni idea —contestó James mientras se esforzaba en mantener el coche

derecho—. Pero he oído un crujido la última vez que cruzamos la mediana.Iban a menos de cincuenta kilómetros por hora, y un camión se les

acercaba por detrás al doble de esa velocidad. El conductor tocó el claxon al desplazarse al carril central para adelantar, y James pisó de nuevo el acelerador. El volante casi le arranca el brazo cuando el Ford viró peligrosamente hacia el lateral del camión que los adelantaba.

—Funciona bien cuando vamos despacio, pero no me deja ir más deprisa.—¿Qué hacemos entonces? —inquirió Lauren.—No lo sé —contestó James sacudiendo la cabeza—. Pero desde luego no

vamos a llegar a Los Ángeles en esta caja de tornillos.

24. CARAVANA24. CARAVANA

La interestatal atravesaba el desierto, donde se descubriría fácilmente un coche abandonado, pero cada tantos kilómetros había áreas de servicio con tiendas, cafeterías y locales de comida rápida, aunque a aquellas horas de la madrugada estaban todos cerrados. James se desvió hacia el primero que encontró, con los brazos doloridos de batallar con el volante.

Apagó las luces del todoterreno, lo puso en punto muerto y se deslizó hacia el aparcamiento vacío de una heladería, guiándose por la luz de un gigantesco helado rosa que colgaba sobre la carretera. Fue hasta la parte trasera del local, se detuvo junto a una hilera de contenedores y encendió la luz interior.

Se giró hacia Curtis. Éste seguía apretando el gatillo del revólver descargado y riendo, aunque tenía el rostro surcado de lágrimas.

—¿Crees que alguna vez tendré una pistola que funcione cuando intente volarme la tapa de los sesos? —ironizó el chico.

James estaba impresionado por el modo en que Curtis se había convertido en un despojo emocional. Parecía digno de lástima, pero en realidad era aterrador, pues se percibía una personalidad capaz de asesinar a tres desconocidos tras una discusión nimia con un profesor.

—Bueno, ¿dónde estamos exactamente? —le preguntó a Lauren, inclinándose hacia su regazo.

—Si he seguido bien el mapa, la carretera continúa uníos tres kilómetros más antes de pasar por un pueblo llamado Nix.

—Pues entonces iremos allí—decidió James—. Los polis no saben que hemos tenido problemas con el coche. Hasta que alguien descubra este automóvil, quizá contemos con una o dos horas antes de que empiecen a seguirnos la pista.

—¿Y cuál es el plan cuando lleguemos al pueblo?James se encogió de hombros.—O bien buscamos un lugar donde escondernos hasta que retiren los

controles de carretera, o robamos un coche e intentamos pasar con él.

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Tendremos que improvisar sobre la marcha según lo que encontremos.Lauren dobló el mapa mientras su hermano iba hasta el maletero para

sacar las mochilas con sus pertenencias. Curtís continuaba desmadejado en el asiento trasero. James abrió la puerta de su lado.

—Vamos, baja—le dijo ásperamente.—¿Para qué? —lloriqueó el chico—. No tendría que haberte hecho caso.

Dentro de la cárcel estaba bien cuidado.James debía poner a Curtis en movimiento, y no había tiempo para la

persuasión. Así que lo sacó del coche agarrándolo por el cuello de la chaqueta. Aunque los dos muchachos eran más o menos de la misma talla, James estaba más en forma y era más fuerte.

—Escúchame —le espetó empujándolo contra el coche—. Tú me pediste acompañarme, y sabías que sería peligroso. Ahora es tarde para cambiar de opinión.

Curtis se quedó mirando el vacío, como si James ni siquiera estuviese allí.—Vamos a ir hasta ese pueblo y conseguiremos otro coche. Después

iremos a Los Angeles y tú te pondrás en contacto con tu madre, exactamente como habíamos planeado.

Curtis no respondió hasta que James blandió un puño delante de él.—De acuerdo —aceptó a su pesar, sorbiéndose la nariz.—Hemos llegado hasta aquí—dijo James, cambiando el tono de furioso a

amigable—. Nos necesitamos los unos a los otros, y aún podemos salir de ésta si no perdemos los nervios.

Curtis quería creer a James pero no podía. Tenía la misma expresión de un crío asustado cuando intentas convencerlo de que no hay monstruos debajo de la cama.

Lauren ya llevaba la mochila de las armas a la espalda, lista para partir. De pronto captó su reflejo en la .ventanilla del coche y le sorprendió su imagen de desaliño y pelo enmarañado. Apenas podía creer que hubiese dejado fuera de combate a dos policías. Aquélla había sido la noche más salvaje de su vida, pero se sentía extrañamente tranquila, como si su mente no pudiese asimilar que todo aquello era real.

Con un sobresalto, volvió a la realidad y se giró hacia los chicos.—Será mejor que os deshagáis de esa ropa —dijo bruscamente.James cayó en la cuenta de que aún llevaba la camisa negra del uniforme

de Amanda Voss. Mientras se la desabrochaba, se sintió aliviado al ver que Curtis se quitaba la chaqueta sin discutir; por fortuna, parecía que empezaba a sosegarse.

James se colgó del hombro la mochila de la ropa y empezó a andar con brío hacia la carretera, con Lauren a su lado.

—¿Crees que aún tendremos una oportunidad? —le susurró ella deprisa, antes de que Curtis pudiese oírlos.

James se encogió de hombros.—El plan se basaba en que estuviéramos en California antes de que se

diese la voz de alarma. Probablemente se haya ido al garete, pero no voy a abandonar hasta que no quede otro remedio... Hagas lo que hagas, no dejes que ese suicida ponga las manos en un arma.

Curtis los alcanzó corriendo.—¿De qué estáis cuchicheando?—De ti—le respondió James sin rodeos—. ¿Vuelves a estar en el mundo?—Lo siento, de verdad. Pero es que no puedo regresar a la cárcel.—Sé positivo. Mañana a esta hora quizá estés de nuevo con tu madre.

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Mientras andaban, pasó un coche de policía como un bólido. Un minuto más tarde se ocultaron entre los arbustos cuando pasaron más a toda velocidad.

No habían recorrido ni un tercio del trayecto a Nix cuando llegaron a una alambrada de postes derruida que quizá una década antes cumpliese funciones de valla.

—Remolques de mierda —escupió Curtis, mientras observaban un sombrío terreno sembrado de caravanas de aluminio que los lugareños empleaban como vivienda.

Lauren miró a su hermano.—¿Crees que aquí podrás robar algún coche?—¿Sabes robar coches? —preguntó Curtis.—Sé hacerles un puente a los modelos antiguos —explicó James—. Pero

los modernos llevan un chip de seguridad en la llave de contacto. Se necesitan herramientas especiales para hacerlos arrancar.

—La gente rica no vive en caravanas —replicó Curtis—. Así que este lugar es perfecto si lo que necesitamos es chatarra.

—Pero queremos algo que pueda llevarnos hasta Los Angeles —les recordó Lauren.

Siguieron a lo largo de la alambrada, alejándose de la carretera, y se colaron por una abertura. Había varios remolques agrupados cerca de la entrada, pero allí corrían más riesgo de ser descubiertos. Lauren tomó la iniciativa y se dirigió al fondo del recinto, hacia una caravana solitaria que sólo tenía por compañía una estructura calcinada dos plazas más allá.

Dentro del remolque había una lámpara encendida, y el aparato de aire acondicionado del techo zumbaba. James se aproximó sigiloso a un sedán Dodge estacionado junto a la vivienda y husmeó por la ventanilla del conductor. Aunque estaba en mal estado, tenía un airbag en el volante y un reproductor de CD: ambos detalles indicaban que era demasiado moderno para encenderlo provocando un cortocircuito en el contacto.

—No hay suerte —susurró, mirando por encima del hombro—. Probablemente los del remolque estén dormidos. Quizá podría entrar y quitarles la llave del coche.

Mientras decía eso, James oyó que la puerta de aluminio de la caravana se abría de golpe, seguido del inconfundible sonido de una escopeta de dos cañones al ser amartillada El muchacho giró sobre sí mismo y se encontró con el arma encañonándolo.

—Así que vosotros sois los mocosos que se entretienen con mi coche —le espetó la joven que sostenía la escopeta—. ¿De dónde venís? Nunca os había visto por aquí.

No aparentaba más de veinte años; tenía el pelo castaño y largo, y llevaba pantuflas y camisón.

—No queremos problemas —repuso James levantando las manos—. Ya nos vamos; no te preocupes.

—Oh, y encima crees que podéis marcharos así sin más, ¿verdad? Me costó doscientos dólares reparar las ruedas que me rajasteis. Vais a entrar en mi casa y yo voy a llamar a la policía.

—Nunca hemos estado aquí —aseguró James—. Estamos...La muchacha chasqueó la lengua.—No me cuentes historias, chaval... Tenéis suerte de que os haya

descubierto yo. Los tipos de los remolques de ahí delante están tan hartos de que les destrocéis los coches que os habrían hecho papilla en vez de llamar a

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la policía.Lauren se adelantó y sollozó teatralmente.—Por favor, no le dispares a mi hermano.La muchacha pareció confundida cuando la chiquilla dio otro paso

adelante, y retrocedió hasta la puerta de la caravana.—No te acerques más, niña.—Por favoooor —lloriqueó Lauren.—Hazme caso —repuso la joven nerviosa, apuntando con la escopeta

hacia Lauren.Por la expresión de su rostro, James supo que era incapaz de dispararle a

nadie, y todavía menos a una cría de diez años. Estiró el brazo y aferró la boca del arma, mientras Lauren trastabillaba para ponerse a salvo detrás del coche. James giró el fusil hasta que quedó paralelo al pecho de la joven y lo empleó para inmovilizarla contra el remolque.

—Suelta la escopeta —le dijo, agarrándole la delgada muñeca y separándole la mano de la culata.

Ella sollozó cuando James le arrebató el arma.—Por favor, no le hagas daño a mi hijita.—Adentro —gruñó él.La joven subió dos peldaños de metal y entró en la caravana.—¿Hay alguien más aquí? —preguntó James encendiendo una luz.—Sólo mi hija.Lauren y Curtis los siguieron al interior y cerraron la puerta rápidamente.—Lauren —llamó James—, busca una radio y sintoniza la emisora de

antes: necesitamos saber qué están haciendo los polis.El interior de la caravana estaba muy gastado pero limpio, y había

juguetes infantiles esparcidos por todas partes. Había un sofá a un lado, una hilera de armarios de cocina enfrente, y una niña de tres años dormida en un pequeño colchón junto a la ventana.

—Siéntate en el sofá —ordenó James.Lauren encontró una radio y la encendió. James se dio cuenta de que la

escopeta aterrorizaba a la pobre mujer; abrió el arma y dejó caer los cartuchos al suelo.

—No voy a hacerte daño, pero necesitamos tu ayuda. ¿Cómo te llamas?—Paula.—Paula, nos encontramos en un aprieto. Estamos huyendo y el coche nos

ha dejado tirados.—¿Huyendo?—De la policía. Curtis y yo acabamos de escapar de Arizona Max.Paula se tapó la cara con las manos y respiró hondo mientras la radio

corroboraba la historia de James:«... Dos agentes de policía han sido brutalmente atacados en un puesto de

control a pocos kilómetros de Nix. La policía dice que los dos asesinos adolescentes se dirigen ahora hacia California por la carretera Sesenta y tres. Se cree que viajan en un todoterreno azul Ford Explorer y que van armados con pistolas y explosivos.

»Uno de los huidos, James Rose, tiene en su haber al menos un intento de fuga previo, y la policía advierte a todo el mundo que sea extremadamente cauto con estos individuos... Desde luego, amigos, deseamos que esta noche no haya más bajas en las fuerzas del orden. No olvidéis tenerlos presentes en vuestras oraciones y seguid sintonizando la emisora número uno en noticias y debates de Arizona occidental...»

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Lauren fue al frigorífico y repartió latas de refrescos.—¿Vamos a quedarnos o a irnos? —preguntó Curtis, sentándose en una

silla de la cocina y bebiendo de su lata.—Dame un minuto para pensar —respondió James.El muchacho sentía la presión. En sus anteriores acciones, siempre había

tenido cerca controladores de misión o agentes de más edad. Esta vez era responsabilidad suya burlar a todo el departamento de policía de Arizona.

De pronto tuvo una idea y miró a Paula.—¿Qué tamaño tiene el maletero de tu coche?—No lo sé. Es un maletero normal...—¿Podrías meter a alguien en él?—Supongo que sí. Es bastante espacioso si sacas todos los trastos que

llevo dentro.—¿En qué estás pensando? —intervino Lauren.—No creo que podamos quedarnos aquí —contestó James.Lauren asintió.—Cuando los polis descubran el Ford, este recinto de caravanas será el

primer sitio al que vengan a husmear; pero, aun así, seguro que habrá controles de carretera desde aquí hasta California.

—Por esa razón, Curtis o yo hemos de ir en el maletero —señaló James—. Paula puede conducir, con uno de nosotros en el asiento del copiloto y el otro detrás con la pequeña.

—Ese plan no está mal, hermanito —aprobó Lauren—. Pareceríamos una familia de excursión. Es probable que los polis se lo traguen.

—O quizá miren en el maletero y nos trinquen —terció Curtis.Paula parecía muy nerviosa.—¿Queréis que os ayude a pasar un control policial? —preguntó.—Y a llegar a Los Ángeles.La joven se frotó los ojos.—Colaborar con unos fugitivos... ¿Sabéis que eso está penado con

prisión?—Por favor, Paula —suplicó Lauren—. Si lo atrapan, mi hermano volverá a

la cárcel hasta el fin de sus días.—¿Y qué pasa si los polis empiezan a dispararnos? ¿Y si mi hija resulta

herida?—¿Por qué le pides permiso? —protestó Curtis—. Ponle la maldita

escopeta en la espalda y oblígala a hacer lo que queremos.—Porque... —empezó James, debatiéndose con el incómodo hecho de que

Curtis había sugerido lo que cualquier fugitivo desesperado haría.—¿Qué más podemos hacer? —lo interrumpió Curtis—. Si la dejamos

aquí, tendremos que atarla junto a la cría para que no dé el chivatazo.James no tenía previsto que un desconocido se viese enredado en la fuga,

y aún menos tomar rehenes. Tenía tres opciones, y ninguna era agradable: atar a Paula y robarle el coche; convencer a Paula de que los llevara hasta Los Angeles; o reducir a Curtis y llamar a John Jones para decirle que abandonaba la misión.

—Escucha —dijo mirando a Paula—. No quiero hacerte daño, pero si los polis nos echan el guante a Curtis y a mí, somos hombres muertos. En cuanto lleguemos a Los Angeles, puedes ir a la policía y decirles que te obligamos a llevarnos. No te acusarán de nada... Bueno, probablemente hasta te ganes unos dólares vendiendo tu historia a los periódicos.

—¿Debo decidir entre eso y que nos ates a mí y a mi hija? —preguntó

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Paula, balanceando nerviosamente las piernas.James reparó en un vistoso vestido rosa y blanco que colgaba de la puerta

del baño.—¿Trabajas en esa heladería que hay junto a la carretera? —inquirió el

muchacho, pasando por alto la pregunta de la joven—. ¿Cuánto te pagan?—Seis dólares la hora.—Lauren, le has quitado sus ahorros a tío John, ¿verdad? ¿Cuánto

tenemos?La niña asintió.—Hay unos cuatro mil dólares en la mochila grande.—Te daré la mitad de ese dinero si nos llevas, Paula —ofreció James—.

Piensa en todo el helado que tendrías que servir para ganarte dos mil pavos. Mil se quedarán aquí en la caravana. El resto lo tendrás en Los Ángeles.

Curtis sacudió la cabeza.—Pero ¡qué demonios pasa aquí! —bufó—. Elwood tenía razón cuando

decía que eres un blandengue.James fue hacia Curtis y se encaró con él.—¿De qué nos servirá Paula si se pone histérica en cuanto un poli la

ilumine con una linterna? Si te hubiera escuchado, ya nos habrían hecho pedazos después de una absurda persecución.

Lauren se sentó junto a Paula en el sofá y se sorbió ruidosamente la nariz.—¿Podrías ayudarnos, por favor? —imploró—. Mi tío me pega

continuamente... Por favor, no me hagas volver con él.La expresión de Paula cambió por completo al oír aquello. Miró a Lauren

y sonrió con dulzura.—Cuando tenía más o menos tu edad, mi padrastro me dio tal paliza que

acabé en el hospital —le dijo.—Pues entonces ya sabes lo que es —sollozó Lauren, cargando las tintas y

echándose a llorar como una Magdalena, aunque se sentía culpable por el modo en que estaba manipulando a la joven.

Paula miró vacilante a James, que estaba de pie a su lado.—Tengo problemas —dijo—, y dos mil dólares podrían solucionar la mayor

parte de ellos.

25. SUERTE25. SUERTE

Curtis se ofreció voluntario a ir en el maletero. A James le resultaba imposible predecir su estado de ánimo: en un momento podía mostrarse resuelto y dispuesto a colaborar, y al siguiente se mostraba suicida. Los chavales que no han pasado por un entrenamiento como el de CHERUB suelen tener dificultades para desenvolverse en situaciones peligrosas, pero Curtis parecía incapaz de resistir la menor presión y James empezaba a preocuparse. Si lograban llegar hasta Los Angeles, debían confiar en que el chico mantuviese la cabeza sobre los hombros y contactara con los socios de su madre.

Eran las 4.30 cuando se encontraron con un gran control de carretera, a menos de dos kilómetros de la frontera con California. Cinco coches de policía bloqueaban los carriles de la izquierda, y una larga serpiente de luces traseras se fundían lentamente en el carril restante. En el arcén había más vehículos policiales, con conductores listos para emprender una persecución y un

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helicóptero dando vueltas sobre sus cabezas. James sabía que el helicóptero contaría con una cámara sensible al calor, capaz de detectar a cualquiera que intentara escabullirse de un coche e internarse en el desierto.

Teniendo en cuenta las circunstancias, Paula mantenía la compostura. Lauren iba sentada a su lado, fingiendo dormir. James iba en la parte trasera con una capucha sobre su cabeza rapada, y junto a él, Holly, la hija de tres años de Paula, viajaba por el país de los sueños en un asiento infantil.

Tardaron un cuarto de hora en que les tocara el turno. A todos los vehículos se les echaba un vistazo superficial mientras los policías alumbraban el interior con una linterna y hacían un par de preguntas rápidas al conductor. Dejaban continuar a la mayoría, pero los que parecían sospechosos debían situarse en una segunda fila para una inspección exhaustiva. Eso implicaba que salieran todos los ocupantes e introducir el número de los carnets de conducir en el ordenador de la policía, mientras se examinaba a fondo el interior del vehículo.

James sabía que si los separaban para la inspección, todo habría acabado. Con Paula al volante y treinta policías alrededor, cualquier intento de fuga sería breve y sangriento.

Paula bajó el cristal de su ventanilla mientras se detenía junto a un agente.

—Permiso de conducir y papeles del coche, señora.El hombre revisó la documentación mientras otro rodeaba el vehículo

iluminando el interior con la linterna.—¿Estos niños son hijos suyos?—La pequeña de atrás es mi hija. Y estos dos son mis hermanos.El otro agente golpeó la ventana del lado de James.—Vamos a echarte un vistazo, hijo.James bajó el cristal y recibió un destello luminoso en la cara.—¿Qué edad tienes? —preguntó el policía.—Trece.—¿Te importaría quitarte la capucha para que te vea?Al muchacho le dio un vuelco el corazón mientras se apartaba la capucha

y dejaba al descubierto un cabello de medio centímetro de longitud.El agente miró a su compañero.—Aquí tengo a un cabeza rapada blanco, de más o menos la edad que

buscamos.El otro se inclinó hacia Paula.—Lo lamento, señora, pero voy a tener que pedirle que se una a la fila de

la izquierda para una inspección.James soltó una ristra de tacos para sus adentros. Esperó que al menos

John Jones encontrase la manera de rescatarlo antes de que lo devolviesen a Arizona Max. Paula siguió adelante para ponerse a la cola de los vehículos que debían pasar la inspección. Lauren se giró para mirar a su hermano con expresión resignada.

—Nos lo hemos jugado a una carta —dijo él encogiéndose de hombros—. Lamento haberte metido en esto para nada, Paula. Diles a los polis que te habíamos amenazado con hacerle daño a Holly si no nos ayudabas.

—¿Cuánto tiempo añadirán a tu condena por haber huido? —preguntó la joven, y sonó como si le importase de verdad.

—Bastante. Cinco años, o quizá diez.—No pareces un delincuente —afirmó ella compasivamente—. He

conocido a unos cuantos, y tú eres un chaval demasiado agradable para

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haberse metido en tantos problemas.Todos giraron la cabeza bruscamente cuando un policía dio unos golpes

en el techo del coche. Habían ordenado detenerse al siguiente automóvil, pero la fila no había avanzado y no quedaba espacio suficiente para ocupar su puesto sin colapsar el operativo.

Paula volvió a abrir la ventanilla mientras el policía se agachaba.—Tenemos demasiados coches aquí detrás —explicó el agente—. Voy a

dejaros seguir. Parecéis bastante inofensivos.—Nunca me habían llamado inofensiva —repuso Paula con una dulce

sonrisa—, pero me daré por satisfecha si llego a Los Ángeles antes de que mi niñita despierte.

—Que tengáis un buen viaje —sonrió el policía mientras Paula daba marcha atrás para abandonar la cola.

Con el tráfico retenido en el control, los tres carriles que llevaban a Los Angeles estaban desiertos.

Lauren se volvió hacia su hermano y dijo casi sin aliento:—Por los pelos.—Pero que muy por los pelos —remarcó él con una sonrisa de oreja a

oreja.

* * *

Ya en California, se detuvieron en un McDonald's a ochenta kilómetros de la frontera y Lauren entró a comprar algo de desayuno. James se aseguró de que no había nadie cerca antes de dejar salir a Curtis del maletero. Después de pasearse para desentumecer las piernas, el chico se volvió hacia el sol que se alzaba sobre el desierto y estiró los brazos.

—Es precioso —exclamó. Giró en redondo y palmeó a James en la espalda mientras le daba un abrazo—. Has estado genial, tío. Siento haber liado un poco las cosas esta noche... Cuando se me va la olla de esa manera, me porto como un imbécil.

—¿Ahora te alegras de que Lauren no cargara el Magnum?Curtis esbozó una sonrisa.—Tu hermana es mi ángel de la guarda o algo así.Lauren regresó con una bandeja de cartón con bebidas y dos bolsas de

papel marrón repletas de comida. Curtis abrió una y sacó un envase.—Con doble de salchicha y huevo... —Dio un gran mordisco—. Éstos me

encantan, tío. Ha pasado un año desde que comí uno. Mmmm... Pero qué bueno...

James dejó a Curtis alabando su McMuffin y se inclinó sobre el asiento trasero del coche para hablar con Paula. Holly había despertado de mal humor y la joven estaba sentada junto a ella, intentando convencerla de que comiera algo.

—Nos has hecho un gran favor —dijo James—. Te debo una.—Me debes mil —replicó Paula, bromeando sólo a medias.El muchacho asintió.—En cuanto nos dejes en Los Ángeles. Tienes mi palabra.—Creo que nunca he tenido mil dólares en la mano. Cuando era pequeña,

quería ir a Disneylandia y alojarme en un hotel de verdad, pero éramos tan pobres como miserables. Cuando me separe de vosotros, voy a llevar a Holly hasta allí. Sólo está a cincuenta kilómetros de distancia.

—Suena divertido —sonrió James—, pero es mejor que antes llames a la

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policía. No querrás meterte en un lío por habernos ayudado y a ellos les costaría creerse tu historia si te marcharas a Disneylandia.

Paula pareció sorprendida.—Supongo que tienes razón.—Pero no tienes por qué decirles nada del dinero. Vete a Disneylandia

dentro de una semana o así.Con Paula y Curtis contentos y felices, James se sintió bien por primera

vez desde el comienzo de aquella misión. Por eso le molestó que Lauren rompiera aquel momento.

—Será mejor que nos pongamos en marcha —dijo la niña—. Puede que hayamos superado un control, pero eso no significa que los polis hayan dejado de buscarnos.

Llegaron a las afueras de Los Angeles en plena hora punta matinal y se unieron a los catorce carriles de denso tráfico que avanzaba a paso de tortuga. Desde lo alto de una pendiente contemplaron un panorama de miles de coches apiñados en formación cerrada; la luz del sol se reflejaba en los parabrisas. Después de atravesar el desierto escasamente poblado, fue un alivio hallarse dentro de un automóvil anónimo en medio de tantos otros.

Debían buscar un lugar donde apearse. Tras mirar el mapa, Lauren escogió una ruta hacia Hollywood porque era el único sitio del que había oído hablar. Acabaron en un centro comercial gris llamado Showbiz Stores, en Hollywood Boulevard. James experimentó un subidón de adrenalina cuando vislumbraron el famoso letrero de Hollywood en una colina distante.

Estacionaron en el aparcamiento subterráneo del centro comercial. James fue a la parte trasera del coche y sacó mil dólares de la mochila antes de colgársela del hombro. Paula tomó a Holly en brazos y subieron en ascensor hasta la zona de restaurantes en la última planta. James compró bebidas para todos y un helado para Holly.

Le pasó a Paula los mil dólares por debajo de la mesa.—Cuando entrábamos con el coche he visto una parada de taxis ahí fuera

—le dijo a la muchacha—. Tú quédate aquí sentada y acábate la bebida. Danos unos veinte minutos para alejarnos; luego cúbrete las espaldas llamando a la policía antes de hacer cualquier otra cosa, ¿de acuerdo?

Paula asintió mientras agarraba el dinero.—¿Puedo confiar en ti? —le preguntó James.La joven sonrió.—Si todo sale bien, puedes enviarme una postal.—Recuerda: si los polis se enteran de lo del dinero, te lo quitarán. Pero

están entrenados para descubrir mentiras, así que tienes que decirles la verdad sobre todo lo demás.

—Entendido.James apuró su taza de chocolate caliente y le revolvió el pelo a Holly

mientras apartaba la silla para levantarse.Curtis le sonrió a Paula.—Perdona lo de anoche.Los tres chicos descendieron por dos escaleras mecánicas hasta la planta

baja. Recorrieron un pasillo de tiendas de lujo y salieron del centro comercial, cerca del primer taxi de la parada.

James miró a Curtis.—Tú has vivido en Los Ángeles. ¿Dónde hay un buen lugar para ir? Un

lugar donde tres chavales no llamen la atención y puedas hacer tus llamadas.—La playa de Santa Mónica —respondió Curtis sin vacilar.

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El trayecto de veinticinco kilómetros en taxi discurría por Sunset Boulevard y atravesaba Beverly Hills hasta la zona de playa. James y Lauren se apearon del coche y encontraron una escena que les recordó cuando su madre los había llevado a pasar un día en Brighton cinco años atrás: un muelle anticuado con una feria al final, y un paseo marítimo entarimado. Las palmeras, los restaurantes y los fastuosos hoteles que miraban al mar emitían el brillo del auténtico dinero.

—Ésta es la clase de lugar en que viviré cuando sea millonada —dijo Lauren.

James sonrió.—¿Y cómo tienes pensado convertirte en millonaria?—Seré estrella del pop, o empresaria de éxito... Posiblemente las dos

cosas.Cuando el taxi se alejó, los tres se quedaron mirando las olas que

rompían en la distancia.—Mi madre tenía una casa frente al mar en Venice —contó Curtis—. Mi

colegio quedaba a unos kilómetros, en aquella colina de allí. Incluso después de que nos marcháramos, veníamos a pasar algunas semanas casi todos los veranos.

—Tiene muy buena pinta —dijo James—. Pero no podemos entretenernos aquí; tienes que hacer esas llamadas.

—Llamada —corrigió Curtis—. Sólo una.James pareció sorprendido.—Dijiste que tenías que localizar algunos números. Pensaba que iba a

llevarte un rato.—Es que tuve que contarte una trola. No podía confiar completamente en

ti hasta saber que esta fuga era real. Cuando vivía con mi madre, siempre existía la posibilidad de que algo se torciera, en la escuela o donde fuese. Estuviéramos donde estuviésemos, siempre había un plan de emergencia.

—¿A quién piensas llamar entonces?—Cuando Paula vaya a la policía, seguirán el rastro del taxi y le

preguntarán al chófer adonde nos ha llevado, por eso no podía ir directamente a Pasadena, donde está mi padre. Este pequeño desvío a Santa Mónica servirá para despistarlos.

—¿Tu padre? —preguntó Lauren, sorprendida. Según los expedientes que habían leído antes de la misión, Curtis aseguraba no saber quién era su padre, y el FBI tampoco lo sabía.

El chico asintió.—Sólo lo he visto unas pocas veces, pero es el único en la ciudad que

sabrá sin duda cómo contactar con mi madre.

26. TECNOLOGÍA26. TECNOLOGÍA

El FBI estaba siguiendo los movimientos de los muchachos mediante la señal que emitía el teléfono móvil que llevaba Lauren. Mientras Curtis hacía su llamada, la niña fue a los lavabos públicos que había frente a la playa. Se encerró en un cubículo, sacó el minúsculo teléfono plegable y llamó a la oficina del FBI en Phoenix mediante la marcación rápida. Le comunicó a Theo su posición exacta y que el padre de Curtis vivía cerca de allí.

John Jones y Marvin Teller habían aterrizado en Los Ángeles hacía dos

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horas y se hallaban en el aeropuerto a la espera de noticias. Un segundo equipo del FBI estaba utilizando la señal del móvil para seguir los movimientos de James y Lauren a unos cien metros de distancia.

Mientras Curtis y Lauren realizaban sus llamadas, James introdujo cincuenta centavos en un dispensador de prensa y sacó una Gaceta de Los Ángeles. Las imágenes de Curtis de la primera plana eran claras, pero alguien del equipo de Marvin Teller debía de haber manipulado el expediente de James para retocar la fotografía que le tomaron en el juzgado de Phoenix, porque el muchacho apenas se reconoció.

A continuación, leyó la crónica que acompañaba a las fotografías:

NOTICIAS DE LAS 04.00 OFICIAL MUERTO AL HUIR DOS PRESOS DE MAÑOS DE ARIZONA MAX

Condado de Maricopa, Arizona. El funcionario de prisiones Scott Warren

ha resultado muerto tras la audaz fuga de dos reclusos. Se cree que los fugitivos de catorce años, James Rose y Curtis Oxford, son los primeros menores de edad que han logrado escapar de una institución de máxima seguridad.

Oxford es el hijo de la traficante de armas internacional Jane Oxford, la cual ocupa actualmente el segundo lugar en la lista del FBI de los más buscados. Rose fue trasladado recientemente de la Prisión Estatal de Omaha, donde había permanecido en una celda de aislamiento tras fracasar su primer intento de fuga.

En el transcurso de la huida, agredieron a dos policías en un control de la carretera interestatal 63, para lo que emplearon granadas aturdidoras y un arma eléctrica robadas de la armería de la prisión. A pesar del contratiempo, un portavoz de la policía estatal de Arizona dijo que sus agentes confían en capturar a los jóvenes criminales.

La prisión de máxima seguridad de Arizona, un centro de alta tecnología con capacidad para 6.500 reclusos, ha sufrido numerosas dificultades operativas desde su apertura en 2002. Entre ellas se incluyen graves problemas técnicos en el software que controla los sistemas de seguridad, y los bajos salarios, lo cual se traduce en que más del 30 por ciento de los puestos vacantes en la prisión están por cubrir.

El personal del centro y sus amigos han rendido homenaje a Scott Warren, el oficial de 32 años que falleció durante la fuga. Warren, un neoyorquino a quien no se le conoce familia, fue atacado con un aerosol de pimienta y luego amordazado y atado por los jóvenes huidos. Se sabe que Warren padecía de problemas respiratorios, y la policía sospecha que murió debido a una crisis aguda de asma provocada por el espray. Una agente fue trasladada también al hospital con contusiones y hubo que darle varios puntos en un corte en la cabeza, mientras que los dos policías atacados en el control de carreteras fueron tratados de cortes superficiales y magulladuras.

Los tres muchachos se sentaron en un banco al borde de la playa mientras leían el periódico, hasta que una limusina negra que Curtis había pedido a cargo de su padre se detuvo junto a la acera. El coche los llevó por la autopista durante una hora hasta un parque empresarial de Pasadena situado en el extrarradio oriental de la ciudad.

El Mercedes negro estacionó en el aparcamiento de un edificio de oficinas con forma de cubo y revestido de cristal negro reflectante. En el logotipo de la corporación que lucía la puerta automática aparecía un avión de

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combate con la leyenda «CONSULTORÍA DE DEFENSA ETIENNE». El guardia de seguridad tras el mostrador de recepción pareció sorprendido al ver que tres chavales desastrados avanzaban hacia él. Era un grandullón de complexión fuerte, más semejante a un gorila de club nocturno que a los hombres de mediana edad que suelen atender las recepciones de los edificios de oficinas.

Curtis apoyó los codos en el mostrador.—Llame a la extensión cinco-cinco-tres y dígale al señor Etienne que

Curtis sube a verlo. —Y se encaminó hacia el ascensor, pero lo detuvo la voz del vigilante.

—No des un paso más, chaval —ordenó con firmeza, mientras levantaba el auricular y marcaba el 553. Tras mantener una breve conversación, se dirigió de nuevo a Curtis—: Parece que os esperan. —Y les indicó el ascensor con una gruesa mano.

El guardia insertó un pase de seguridad en el panel de control del ascensor y salió con presteza antes de que se cerraran las puertas. Los muchachos fueron directamente al quinto piso, donde accedieron a una amplia zona de recepción y fueron recibidos por una mujer de mediana edad vestida con un traje de calle gris.

Curtis sonrió cuando la mujer lo estrechó entre sus brazos.—Mola, Margaret.—Has crecido —dijo Margaret—. Debías de tener nueve o diez años la

última vez que te vi. Por desgracia, tu padre está en una conferencia en Boston, pero ha visto la noticia en la tele y nos ha mandado un mensaje para avisarnos de que era posible que te presentaras aquí.

James miró alrededor: la lujosa iluminación, los cuadros abstractos de las paredes... No tenía ni idea de qué hacía una consultoría de defensa, pero si su propietario era el padre de Curtis, seguro que tendría alguna conexión con Jane Oxford.

—Me llevará su tiempo arreglar vuestra documentación y encontrar transporte aéreo hasta un lugar seguro —prosiguió Margaret—. Mientras tanto, podéis usar la ducha del señor Etienne y poneros ropa limpia. Si tenéis hambre, me ocuparé de pediros algo de comer.

El señor Etienne habría podido vivir en su despacho si así lo hubiera deseado. Además del área de trabajo, con un escritorio enorme y una hilera de pantallas Bloomberg con información financiera en las paredes, había un cuarto de baño, una zona con cómodos sofás e incluso una habitación contigua con una cama y un armario lleno de trajes.

Después de que los chicos se hubiesen duchado por turnos, Margaret les llevó una selección de menús a domicilio de los restaurantes cercanos. Todos eligieron el de una hamburguesería selecta.

James tomó un sándwich de filete con aros de cebolla, seguido de un postre de chocolate para dos que se zampó él solo después de que Lauren dijese que estaba llena. CHERUB sometía a James a un estricto régimen saludable, de modo que el muchacho solía evitar los atracones, pero tras una semana en la cárcel consideró que se merecía un premio.

Curtis encendió la tele del salón y buscaron un canal de noticias locales. Sólo hubo una pequeña mención sobre la fuga al final del boletín. Lauren se acurrucó al lado de su hermano vestida con una camiseta y unos pantalones limpios y enseguida se quedó dormida.

James había estado demasiado nervioso para sentirse cansado durante la huida, pero ahora que tenía el estómago lleno y se sentía relajado, cayó en la cuenta de que apenas había dormido en las últimas cincuenta horas. Cerró los

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ojos y se deslizó al mundo de los sueños.

27. CAMPO27. CAMPO

Para cuando los chavales despertaron, Margaret había ido a un centro comercial de la zona y les había comprado ropa a los tres para el viaje que tenían por delante. Era una precaución sensata, porque los policías que investigaban la fuga ya sabrían qué prendas se habían llevado consigo.

Para James y Curtis había un chándal y zapatillas de deporte, pero Lauren se encontró con un vestido blanco, playeras de lona rosas y una reluciente cinta plateada para el pelo. El ceño de la niña habría fundido una barra de acero. La última vez que se había puesto un vestido tenía siete años y era damita de honor, y lo había arrastrado por el barro deliberadamente para librarse de llevarlo.

—Estarás monísima —afirmó James, riendo a carcajadas, en cuanto Margaret y Curtis no podían oírlo.

—Una palabra más... —resopló Lauren furiosa, agitando un dedo delante de su cara—. Una palabra más y acabas en el suelo.

—Como una princesita.—Eh, un momento —dijo casi sin aliento, mirando nerviosamente por la

alfombra—. ¿Dónde están mis pantalones sucios?James se encogió de hombros.—Parece que Margaret se los ha llevado mientras dormíamos.—Mierda —soltó la niña con una mueca—. El móvil estaba en el bolsillo.

Debería haberlo metido debajo de un cojín del sofá o algo así.James miró por el suelo, por si se le hubiese caído del bolsillo.—Si no está, no está—dijo al fin—. Puedes hacerte la inocente y pedirle a

Margaret que te lo devuelva, pero tengo la impresión de que es mucho más que la secretaria de Etienne. Ella sabe que podrían usar el móvil para localizarnos, y apuesto lo que quieras a que no dejará que lo lleves encima.

John Jones y Marvin Teller pasaron la tarde en la oficina del FBI en el aeropuerto de Los Ángeles. Theo Monroe y Scott Warren —que había recuperado su auténtico nombre, Warren Reise, y ahora lucía un pelo muy corto— acababan de llegar procedentes de Phoenix en un vuelo regular.

John se levantó y estrechó la mano de Warren en cuanto éste entró en el anodino despacho.

—De regreso de entre los muertos, amigo. Tienes la nariz hecha un desastre. ¿Está rota?

Warren asintió.—Puede que James sólo tenga trece años, pero éste es uno de los golpes

más fuertes que me han dado en la vida.—Eso es lo que les enseñamos —sonrió John—Cuando fui a mi entrevista

de trabajo en CHERUB, me mostraron el lugar donde aprenden artes marciales. No te creerías lo que hay: críos de ocho y nueve años con cinturón negro, haciendo las llaves más aterradoras... Te aseguro que no querría vérmelas con ninguno de ellos.

Marvin asintió.—Pues la verdad es que los resultados son impresionantes. Cuando

estuve con Lauren el otro día, tenía que recordarme a mí mismo que estaba hablando con una chiquilla de diez años.

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—El cerebro de los niños es como una esponja —explicó John—. Son capaces de mucho más de lo que creen la mayoría de los adultos. Cuando trabajaba con el Mi-Cinco, mandábamos a agentes a cursos de seis meses para aprender idiomas. CHERUB puede lograr el mismo nivel de aprendizaje con un niño de once años en sólo dos meses... ¿Os habéis ocupado de Dave antes de salir de Arizona?

Theo asintió mientras colgaba la chaqueta de una percha de pared.—Le compré libros para que los leyera en el hospital. Está bien

físicamente, pero sigue bastante deprimido por no haber participado en la fuga. La policía estatal de Arizona lo ha interrogado esta mañana a primera hora. Él les ha proporcionado unas cuantas pistas falsas, como habíamos acordado.

—¿Su doctor no lo declarará apto para regresar a la prisión? —inquirió John.

—Bajo ninguna circunstancia —aseguró Theo—. El doctor sabe de sobra cuáles serían las consecuencias, y al hospital no le importa mucho mientras le paguen el coste de la cama.

—Me gustaría enviar a Dave de vuelta a Inglaterra, pero Jane Oxford ha demostrado tener mucho olfato para captar las operaciones secretas en todos estos años. No podemos sacar al chico del sistema carcelario de Arizona porque, si ella lo averiguase, sospecharía que hay gato encerrado.

—¿Cómo les va a los otros dos? —preguntó Warren.—Han pasado la tarde en la sede de la Consultoría de Defensa Etienne —

contestó Marvin—. Hemos tenido a dos agentes locales delante del edificio todo este tiempo. Hace media hora, una limusina ha recogido a los chavales. La compañía de limusinas utiliza una radio sin codificar, y según sus señales, el coche los lleva al aeropuerto Orange County mientras estamos hablando.

—¿Etienne está fichado? —preguntó Theo.—No. El FBI no tiene ningún expediente sobre Jean Etienne ni sobre su

compañía. Aquí en Pasadena hay cientos de pequeñas empresas de alta tecnología como CDE; el Instituto Tecnológico de California ejerce el efecto de un imán sobre ellas. Etienne está especializado en el desarrollo de hardware militar. Ha realizado trabajos de consultoría para casi todos los grandes fabricantes de armas. Lo suyo es material de tecnología punta: aeronaves no tripuladas, corazas reactivas, armas de impulsos electromagnéticos...

—Entonces ¿la compañía es una tapadera para Jane Oxford?—Es demasiado pronto para asegurarlo, Theo. Ahora mismo no podemos

iniciar investigaciones sobre Etienne sin levantar sospechas y poner en peligro a James y Lauren. Pero al final podremos hacerlo, y si me gustara apostar, apostaría mis dólares a que Oxford y Etienne están conchabados.

Theo sonrió.—Es la mejor pista que hemos tenido desde que me uní a este equipo

hace tres años.—CDE es una presa jugosa —coincidió Marvin—, pero no va a irse a

ningún sitio. En estos momentos debemos centrarnos en nuestros pequeños agentes, que siguen en la brecha tratando de pescar al pez gordo.

Warren contestó a un teléfono que sonaba y mantuvo una breve conversación.

—Era el FBI de Orange County —dijo tras colgar—. Dicen que esta tarde hay diecisiete vuelos. Tres son de aviones de alquiler, que son los que creo que deberíamos vigilar. Uno ha entregado un plan de vuelo a Chicago, el otro a Filadelfia, y el último a Twin Elks, Idaho.

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—¿Qué hay de los vuelos regulares? —preguntó John.Warren sacudió la cabeza.—Hay un toque de queda a las siete para los aviones grandes que salen

de Orange. El último vuelo ha terminado de facturar hace quince minutos.—¿Lauren ha llamado desde su móvil? —inquirió Theo—. He desviado el

número de Phoenix aquí.John negó con la cabeza.—La única llamada que hemos recibido era de una mujer, que

probablemente pulsó el botón de rellamada al último número para ver qué descubría.

—¿Crees que sospechó algo?—No creo. Fingí ser el tío de Lauren. Cuando los niños salieron hoy de

CDE, el policía que los vigila nos informó que Lauren llevaba un vestido blanco. Empiezo a conocer a esa chiquilla, y ése no es su estilo.

—El cambio de ropa tiene sentido —opinó Theo—. Parece que los está cuidando alguien que sabe desenvolverse bien en este juego.

—Bien —terció Marvin, entrelazando los dedos—. No podemos permitirnos perder a esos chavales. Voy a llamar abajo para que pongan a punto un jet y lo dejen de guardia.

En cuanto sepamos qué avión toman los chicos, saldremos detrás de ellos.—¿Podríamos retrasarlos? —preguntó John.Marvin asintió.—Por supuesto. Hablaré con el control aéreo de Orange para que atrasen

su autorización de despegue y así podremos llegar antes que ellos.El vuelo a Idaho, en el noroeste de Estados Unidos, duró tres horas y

media. El pequeño avión con turbopropulsor había visto días mejores; el logotipo de un propietario anterior había sido torpemente ocultado y los seis asientos de pasajeros estaban desgarrados. La gomaespuma del interior se convertía en polvo si la rozabas. Los tres muchachos iban solos, aparte del humo de los cigarrillos del piloto que se colaba por la puerta de la cabina.

Había oscurecido cuando aterrizaron en el aeródromo de Twin Elks, un minúsculo centro que utilizaban principalmente pilotos aficionados. James y Curtis no se acobardaron por el aire helado y corrieron al borde de la pista para orinar sobre la hierba. Lauren miró alrededor con pocas esperanzas, hasta que descubrió unos desaseados servicios junto a la torre de control. Mientras hacía pis, oyó el timbre de un teléfono en el cubículo de al lado.

Sonó tres veces antes de enmudecer. Lauren se levantó y asomó la cabeza al cubículo contiguo, y se encontró con que habían abandonado un móvil plegable sobre la tapa de la cisterna. Lo recogió y miró la pantalla:

1 LLAMADA PERDIDA¿DEVOLVER LA LLAMADA?La niña se aseguró de que no había nadie cerca antes de pulsar el botón

de rellamada.—¿Hola? —dijo la voz de John Jones.—Habéis llegado muy deprisa —se asombró Lauren.—Nuestro jet era más rápido que vuestro turbopropulsor. El único

problema es que, con tan poco movimiento aéreo en estos páramos, nos pareció mejor aterrizar en otro aeropuerto. Luego tuvimos que alquilar un coche y venir hasta aquí a toda pastilla.

—¿Cómo sabías que vendría al servicio?John se echó a reír.—Después de pasar tres horas en un avión sin lavabo, ha sido fácil

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adivinarlo. Estoy entre los árboles a unos treinta metros de ti. Ahora escúchame, pues tenemos sólo un minuto. Es demasiado arriesgado seguir vuestro rastro a través del móvil. Resultaría sospechoso después de que te hayan confiscado el otro y, además, dudo que tengas una señal telefónica fiable en este lugar perdido de la mano de Dios. He dejado un paquete de dispositivos localizadores pegado debajo de la tapa de la cisterna. Se adhieren al cuerpo, como las tiritas. Poneos uno siempre que vayáis a trasladaros y apretadlo fuerte durante unos tres segundos para activarlo. Emitirá una señal cada treinta segundos hasta que se consuma la microbateria... Cuidado, alguien va a entrar ahí.

Lauren pasó el pestillo de la puerta al instante. Una voz masculina sonó como un trueno:

—Lauren, cielo, te estamos esperando en el coche. Debemos salir de aquí cuanto antes. Al sheriff local le gusta venir a husmear cuando alguien aterriza aquí a estas horas de la noche.

—Oh, humm... Ya acabo —dijo la niña, poniéndose roja de vergüenza—. Sólo un minuto.

Aguardó hasta que oyó que el hombre se alejaba y luego tiró de la cadena. Tomó una pequeña bolsa de plástico y se la metió en la chaqueta antes de lavarse las manos aprisa y salir del servicio. Fuera la saludó un hombre con barba, vestido con vaqueros y camisa a cuadros.

—Me llamo Vaughn Little —se presentó mientras caminaban hacia un Toyota negro con tracción en las cuatro ruedas, donde esperaban sentados Curtis y James.

Fue un trayecto de una hora a través de un frondoso bosque, laderas sinuosas y gigantescos árboles recortados contra la luz de la luna. James bajó la ventanilla de su lado y el aire frío se le antojó delicioso después de las horas sudorosas pasadas en Arizona Max.

—Chicos, habéis salido en la CNN —dijo Vaughn con una voz meliflua que daba la impresión de que iba a ponerse a entonar una canción sobre sus reses desamparadas—. Por lo visto, vuestro bloque de celdas se ha puesto en pie de guerra al enterarse de que os habíais largado. Medio millón de dólares en daños. La brigada antimotines ha tardado seis horas en recuperar el control sobre los reclusos.

—Espero que hayan reventado a unos cuantos guripas —sonrió Curtis.—¿Hay algún herido? —preguntó James.—Sí, algunos, pero no ha muerto nadie.James podía imaginarse el efecto que habría tenido la noticia de su fuga

sobre los otros presos, convirtiendo una situación que ya era tensa en un motín en toda regla. Esperó que chavales como Mark y Abe hubieran salido ilesos. En todo caso, el motín era otro detalle que haría más creíble la fuga a ojos de Jane Oxford.

—¿Has hablado con mi madre? —preguntó Curtis.Vaughn asintió lentamente.—Vais a quedaros con nosotros en las montañas durante unas semanas.

Tu madre está en el extranjero y quiere que las cosas se enfríen antes de reunirse contigo.

—¿Qué ha dicho de James y Lauren?—Dice que les buscará una buena familia y les proporcionará identidades

falsas. Quizá vayan a Canadá.—Bien —aprobó Curtis con una sonrisa—. ¿Has estado alguna vez en

Canadá, James?

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—No.—Es bonito, limpio y seguro... Te gustará. ¿Puedo llamar a mi madre esta

noche?Vaughn negó con la cabeza.—Ya sabes cómo es. No te dirá ni hola hasta que haya codificado la

llamada y la haya pasado a través de cinco satélites diferentes.El coche se detuvo ante un sendero y Vaughn mandó a Curtis abrir la

verja de metal. Dos mujeres salieron al umbral de una enorme casa de madera perfiladas por un rayo de luz, mientras el coche se deslizaba por una senda fangosa en dirección a ellas. Una era la esposa de Vaughn, Lisa; la otra era su hija de catorce años, Becky. Cuando los ocupantes del coche se apearon, Lisa avanzó descalza por la fría gravilla y le dio un abrazo a Curtis.

—Cómo me alegro de verte —exclamó encantada, apartándose el pelo de la cara—. Te acuerdas de Becky, ¿verdad? Cuando vivíamos en la vieja casa al pie de la colina os llevabais estupendamente. Tengo montones de fotos vuestras en los álbumes.

—Me acuerdo —respondió Curtis vagamente, como si deseara no acordarse.

James se acercó a la casa y echó una ojeada a la bonita adolescente que había en el umbral calzada con calcetines. Llevaba vaqueros y camisa a cuadros, como un clon de sus padres.

—Hola —saludó Becky dulcemente—. Tú debes de ser James.La muchacha condujo a ambos hermanos hasta la cocina, donde algo olía

muy bien.—¿Os apetece una sopa caliente? —preguntó, abriendo un armario y

sacando una pila de cuencos—. Es casera, y hay café en la jarra si queréis entrar en calor.

El aroma a sopa de verduras hizo que James y Lauren se diesen cuenta de que tenían hambre. Tomaron un par de sillas y se sentaron a la mesa para comer de buena gana lo que la muchacha les ofrecía.

2828. PASATIEMPOS. PASATIEMPOS

DOS SEMANAS MÁS TARDESe supone que no hay crimen sin castigo, pero Lisa y Vaughn Little

parecían haber salido bien parados. En la década de los setenta Vaughn se había empleado a fondo como contrabandista de armas, y había cumplido una condena de seis años en una cárcel de Nuevo México. Cuando finalizó su libertad condicional, se trasladó al norte, a Idaho, donde compró un pequeño rancho y engendró cuatro hijas. Sólo Becky, la más pequeña, seguía viviendo en casa.

Lisa criaba caballos árabes y Vaughn ganaba dinero personalizando y reparando motocicletas, pero aquellos negocios eran más bien pasatiempos. El confortable estilo de vida de la familia Little se fundaba básicamente en haber invertido bien lo obtenido con el tráfico de armas durante treinta años.

Todo el mundo seguía una rutina diaria en el rancho. Lauren se iba con Lisa y aprendía a cabalgar y cuidar los caballos. La niña nunca había mostrado interés en montar, pero se quedó prendada de los animales y todavía más de Lisa.

La mayor parte de los días, Curtis desaparecía en largos paseos por el

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bosque con un bloc de dibujo. En ocasiones regresaba con el dibujo de una hoja o un coche oxidado; en otras, con todo un paisaje plasmado con trazos increíblemente finos. Curtis era mucho más que un chaval que dibujara bien: su trabajo habría podido pasar fácilmente por la obra de un profesional. Cuando llovía demasiado fuerte para salir al bosque a dibujar, el chico permanecía tumbado en una alfombra viendo Discovery Channel y con un humor de perros.

James pasaba el día con Vaughn, era como si fuesen el uno para el otro. Vaughn siempre había querido tener un hijo y James se habría dado por satisfecho con un padre como él. Vaughn sabía un millón de historias y su modo de contarlas siempre hacía sonreír al muchacho: desde la paliza que le dio al director de su instituto hasta sus delirantes hazañas con la banda de motoristas de los Bandoleros, negocios armamentísticos turbios e historias de la cárcel.

Vaughn se llevaba a James a realizar pequeñas tareas por el rancho, arreglando vallas rotas y canaletas viejas. Por la tarde solían pasar un par de horas trabajando con las motos; Vaughn era paciente y le explicaba al muchacho cómo funcionaba una motocicleta y cómo encajaban los diferentes elementos.

Normalmente, cuando un adulto le pide a un niño que lo ayude, el niño acaba sujetando una llave inglesa como un pasmarote durante tres horas, pero Vaughn mantenía ocupado a James y hasta le confiaba algunas tareas. Incluso le permitió que diera vueltas por los enfangados senderos del rancho en una vieja Kawasaki, aunque las súplicas del muchacho para probar una de las Harley Davidson fueron rechazadas de plano.

James y Lauren dormían en la habitación de invitados, que tenía una cama doble. Ambos actuaban como si compartir cama fuera una especie de castigo infernal, pero en el fondo les gustaba bastante.

Cuando James entró en la habitación, Lauren llevaba una hora dormida, envuelta en un edredón extragrande. El muchacho se desvistió en silencio y se lavó los dientes en el cuarto de baño anexo; luego recuperó parte del edredón y trató de meterse en la cama sin despertar a su hermana. Disfrutó de los primeros instantes de calidez, mirando el largo cabello de Lauren extendido sobre la almohada y oyéndola respirar.

Antes de que su madre muriera, James no había pensado ni una sola vez en cuánto quería a su hermanita. Pero después de quedarse huérfanos, le torturaba la idea de que a ella también pudiese ocurrirle algo inesperado. Lauren podía ser atropellada, desarrollar un cáncer, resultar herida en una misión... En un par de ocasiones, el muchacho había acabado llorando sólo de imaginarlo, aunque nunca lo admitiría ante nadie, ni siquiera ante la consejera que de vez en cuando se reunía con ellos en el campus.

Cerró los ojos y empezó a pensar en una estupenda moto japonesa sobre la que había leído en una revista de Vaughn. Con todo el tiempo que había pasado en el taller escuchando las historias de motero de Vaughn, James estaba decidido a tener su propia moto a cualquier precio.

El muchacho no estaba seguro de cuál era la edad mínima para conducir una moto en Inglaterra, pero si fuese diecisiete años, como para los coches, le quedaban tres y medio. Podría emplear parte del dinero que les había dejado su madre al morir, y quizá buscarse un trabajo para pagarse el seguro y la gasolina...

James iba por la autopista a ciento cincuenta kilómetros por hora, con una chica atlética abrazándolo por la cintura, cuando Lauren le dio un codazo

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en las costillas.—¿Estáis despierto? —preguntó.—Más o menos —respondió él, abriendo los ojos y la boca en un gran

bostezo.—¿Cómo está Becky?—Bien. ¿Por qué?—Antes me he asomado a su cuarto para decirle buenas noches.—Oh —repuso James inquieto—. Habíamos empezado a hablar, y una cosa

ha llevado a la otra... ya sabes. Además, no hay ninguna ley contra los besos. Tengo casi catorce años y conozco a tíos de mi edad que hacen cosas mucho peores.

—Pero ¿qué dirá Kerry cuando se entere de que la has engañado?—Kerry está a dieciséis mil kilómetros de distancia.—¿Es la primera vez que te enrollas con Becky? —inquirió Lauren.—Sí —mintió James, aunque la octava o la novena estaría más cerca de la

verdad—. Y un solo beso no es exactamente engañar.—Dudo mucho que Kerry lo vea igual —replicó—. Júrame que no seguirás

con Becky y yo no diré nada, pero no voy a quedarme sentada y dejar que se la pegues a Kerry. Ella también es amiga mía.

—De acuerdo, te lo juro —declaró James, procurando sonar sincero.—Sobre la tumba de mamá —añadió Lauren.—Sobre la... ¡No! —exclamó de pronto—. ¿No puedes mantenerte al

margen? Tienes diez años; aún eres demasiado joven para entenderlo.—Quizá no me interesen los chicos todavía, pero sí sé que Kerry se

sentiría muy dolida.—¿Por qué no bajas la voz y dejas de meter la nariz en mis asuntos?Lauren le dio la espalda y hundió la cara bajo el edredón.—Eres un completo cerdo, James. Buenas noches.

29. CERDO29. CERDO

Los remordimientos de conciencia mantuvieron despierto a James la mitad de la noche, y las miradas asesinas de Lauren a la hora del desayuno lo hicieron sentir aún peor. Lisa les preguntó si ocurría algo, pero los dos contestaron que nada.

James sabía que engañar a Kerry era una cerdada, pero hacía meses que no la veía y Becky le gustaba con locura. Era incapaz de ver qué daño podría hacer una aventurilla, pero que Lauren lo hubiera descubierto lo volvía todo más complicado.

James subió corriendo a la habitación de Becky cuando ésta regresó del instituto.

—Lauren lo sabe —le dijo—. Nos vio anoche.Becky se encogió de hombros.—¿Y qué?James no podía contarle que era un agente secreto con una novia

esperándolo en casa. Se había pasado la mitad del día buscando una manera de explicarle por qué Lauren no debía saberlo.

—Lauren ha sufrido mucho —dijo—. Primero murió nuestro padre. Después mi tío le hizo la vida imposible, y Dave y yo acabamos en la cárcel. No es de extrañar que me quiera todo para ella durante un tiempo.

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—Entonces, ¿nunca vas a tener una novia para que tu hermana no se ponga celosa? —repuso Becky, mesándose con unos dedos manchados de tinta el cabello corto y castaño—. Tendrá que crecer un poco.

—Creo que deberíamos dejarlo. Dentro de unos días me marcharé a Canadá o a donde sea, y...

—James, eres un tío majo. Ya sé que esto no va a durar eternamente, pero es más divertido que pasar la velada en el salón.

A James no le hizo gracia que lo vieran como una simple alternativa a la televisión, pero Becky lo sosegó acercándose y dándole un beso en la mejilla.

—¿Sabes cuál es tu problema, James? —dijo la muchacha con una sonrisa—. Piensas demasiado.

Mientras se inclinaba y le devolvía el beso a Becky, James procuró no imaginarse las dolorosas heridas que le infligiría Kerry si llegara a averiguarlo.

Para la cena, Lisa preparó espaguetis y albóndigas. Los Little siempre comían sentados a la mesa como una familia, y luego se trasladaban al salón para tomar el postre delante del televisor.

James llenó el lavavajillas mientras Vaughn y Becky encendían la estufa de leña. Ya estaban preparados para tomar tarta de nueces y ver la segunda parte de una miniserie cuando el teléfono sonó en el vestíbulo.

—¡Curtis! —llamó Vaughn.Todos se miraron con inquietud, pues sabían que sólo había una persona

que podía telefonear a Curtis.—¿Mamá? —exclamó el chico sonriendo al recoger el auricular—. ¿Qué

ocurre?... ¿No puedes decirme cuándo saldré?... De acuerdo, pero ¿nos encontraremos allí?... Genial, entonces te veré mañana... Sí, James está aquí mismo; ahora lo llamo... James, mi madre quiere hablar contigo.

A James se le disparó el corazón.—Hola, señora Oxford —dijo al aparato.—Hola. Mi hijo me ha hablado bien de ti. Imagino que ésta será la única

vez en que tú y yo podamos hablar de forma segura, pero quería agradecerte personalmente lo que has hecho.

James no pudo evitar sonreír.—No ha sido nada. ¿Qué va a pasar conmigo y con Lauren?—Os tengo preparadas nuevas identidades. Hay una reserva en un hotel

de Boise para esta misma noche, y mañana saldréis hacia Canadá a primera hora. Allí os he buscado una familia muy buena para ti y tu hermana. Lo he arreglado todo, incluso el tema económico, de modo que contáis con dinero. Estaréis a salvo siempre y cuando os mantengáis en el lado recto.

—Estupendo —dijo James—. Gracias.—Ya han acabado mis cuatro minutos. Dile a Vaughn que es el Comfort

Lodge.Colgó el teléfono bruscamente. James devolvió el auricular a su soporte

de la pared y se secó la húmeda palma contra la pierna.—A Jane no le gustan las despedidas —explicó Vaughn—. Cuanto más

corta sea la llamada, menos oportunidades para el FBI de localizar su procedencia.

—¿A qué distancia está Boise? —preguntó James, todavía sobrecogido por su breve conversación con una de las personas más buscadas del mundo.

—A tres horas por carretera.—¿Cuándo saldremos?—En cuanto hayáis preparado vuestras cosas.

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Lauren miró a Lisa con solemnidad.—¿Puedo despedirme de los caballos?—Yo prepararé tu bolsa si quieres —se ofreció James—. Sólo tenemos algo

de ropa y unas pocas cosas.Lisa le dio unas palmaditas en la espalda a Lauren.—Hazlo deprisa —le dijo—. Ve a ponerte el abrigo.James intentó pensar mientras subía las escaleras de dos en dos. Con

Lauren y él volando a Canadá, y con Curtis rumbo a un destino desconocido para reunirse con su madre, parecía que sus posibilidades de un encuentro cara a cara con Jane Oxford se reducían a cero. Lo único que podía hacer era averiguar adonde se dirigía Curtis, de modo que el FBI estuviese a la espera para interceptarlo cuando se encontrase con su madre.

James entró en el dormitorio y empezó a meter sus cosas en una mochila. Becky apareció detrás de él.

—Ha llegado el momento —dijo el muchacho, sintiendo una mezcla de tristeza y alivio que no sabía cómo manejar.

Una pistola y un par de cargadores de munición rebotaron en la cama delante de él.

—Quizá necesites esto —dijo Becky.James se quedó impresionado.—¿Es de tu padre? Vas a meterte en un lío.—No confíes en Jane Oxford. He oído hablar de cosas que ha hecho a lo

largo de los años y créeme, es posible que quieras tener esto cerca.—Jane dijo que ha encontrado una casa para mí y para Lauren —repuso

James, mirando con indecisión la pistola de la cama.Becky recogió el arma e insertó un cargador en la base.—¿Cuál era tu trato con Curtis? Tú lo sacas de la cárcel y Jane te

proporciona una nueva vida, ¿verdad?James asintió.—Bien, Curtis ya es libre. ¿Qué eres tú ahora para Jane, excepto un

problema y un gasto?Ya se le había ocurrido esa idea en varias ocasiones, aunque los informes

de la misión describían a Oxford como alguien leal a cualquiera que la ayudase.

Becky sostuvo el arma delante de la cara de James.—Echa atrás la culata para cargar la primera bala... así. El seguro es esta

palanquita de aquí. Es una pistola automática Glock. Cada cargador tiene veinticinco proyectiles, y funciona como una ametralladora. No tienes más que ponerla en función automática.

—¿Realmente no crees que podamos confiar en ella?Becky se encogió de hombros mientras le encajaba el arma en la cintura

del chándal.—No lo sé. Sólo digo que más vale prevenir que curar.La última vez que James se había visto en una situación peligrosa con una

pistola había acabado matando a una persona. No quería volver a verse en una situación similar, y eso era lo único en que podía pensar cuando Becky le rozó la mejilla con los labios entreabiertos.

—Bueno, pues ya me marcho, James Rose —dijo la muchacha con tristeza—. Ponte también la sudadera para que nadie vea la pistola, y cuídate.

James esbozó una media sonrisa.—Haré lo que pueda.Becky salió de la habitación y Lauren apareció en el umbral. Parecía

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desolada.—No has tardado mucho —le dijo James.—No he podido enfrentarme a ellos —sollozó la niña—. He vuelto

corriendo a casa.Al muchacho le sorprendió lo unida que se sentía su hermana a los

caballos, y le dio un breve abrazo.—Eh, ponte esto —dijo tendiéndole uno de los dispositivos localizadores

—. A lo mejor nos separan.Lauren se desabrochó los vaqueros y se pegó el transmisor, que tenía

apariencia de tirita, en lo alto del muslo, donde nadie lo vería. En ese momento se oyó un gran estrépito en la habitación de Curtis.

James recorrió como un bólido el pasillo y al entrar en la habitación se vio envuelto en un mar de papel rasgado. Curtis había hecho pedazos sus docenas de bocetos y dibujos, había arrancado de sus goznes la puerta del armario y permanecía ovillado en un estrecho espacio entre la cama y la pared.

—¿Qué ocurre? —preguntó James sin aliento.—Me gusta estar aquí—gimió el chico—. Pero mi madre se pondrá como

una fiera conmigo por haber matado a aquellas personas, y después volveremos a vivir huyendo. A ella le gusta el peligro, pero a mí me asusta y me ataca el cerebro. Sólo quiero permanecer en un sitio, hacer mis dibujos, ir al instituto...

James no sabía qué decir cuando llegó Vaughn.—¿Estáis peleando? —les reprochó—. Mirad cómo habéis dejado la

habitación.—Curtis está alterado —respondió James vacilante—. Necesita ayuda. —

El chico lloraba lastimeramente contra la pared, y deseó poder ayudarlo.—¡No quiero volver a la cárcel! —aulló Curtis—. No quiero volver a vivir

huyendo. Ojalá estuviese muerto, pero soy demasiado inútil incluso para suicidarme...

James se sentó a los pies de la cama y tocó la mano de Curtis.—Ya sabes que estas cosas ocurren. Cuando estés de nuevo con tu madre,

ten una conversación seria con ella y buscad una solución. Seguro que saldrá bien.

—Ella nunca escucha —sollozó Curtis.—Los dos debéis estar abajo y listos para partir dentro de cinco minutos

—dijo Vaughn con firmeza—. James, dale a Curtis un pañuelo para que se seque la cara. Hay un largo viaje por delante; tendremos que mantenerlo calmado.

30. LLAMADAS30. LLAMADAS

John Jones y los tres hombres del FBI no habían podido contactar con James y Lauren durante las dos semanas que éstos pasaron en el apartado rancho. Para compensar la falta de comunicación, vigilaban todas las idas y venidas desde una distancia segura e instalaron micrófonos láser en los árboles. Los invisibles rayos detectaban vibraciones en las ventanas y las convertían en palabras por medio de un ordenador portátil.

Theo acababa de empezar su turno de seis horas y estaba sentado entre los árboles, a cincuenta metros de la verja delantera del rancho, cuando oyó que los chavales se ponían en marcha. Se quitó un guante de esquí y tomó la

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radio para llamar a Marvin.John, Warren y Marvin estaban a veinticinco kilómetros de distancia,

cenando en una pizzería cercana a su motel. Mientras Marvin hablaba con Theo a través del walkie-talkie, el móvil empezó a sonarle en el bolsillo; lo sacó y se lo tendió a Warren. La llamada era una confirmación de la unidad de seguimiento telefónico del FBI, la cual había captado el final de la conversación telefónica de Jane Oxford.

—De acuerdo —asintió Marvin, y dio un último mordisco a la pizza mientras se levantaba—. Haré algunas llamadas para ver cuánto personal podemos reunir en Boise. Procuraré que alguien mantenga vigilado el Comfort Lodge, y luego iré hacia allí. En esta zona hay muy poco tráfico, y nos descubrirían enseguida si les pisáramos los talones. John, quiero que tú y Warren toméis el segundo coche e intentéis seguir la señal que emite el localizador de los muchachos, pero guardad las distancias. Theo tendrá que continuar en su puesto hasta que abandonen el rancho y luego que nos dé alcance.

El enorme Toyota de Vaughn tenía tres hileras de asientos. Lauren ocupaba una entera mientras avanzaban hacia Boise en la oscuridad. La niña iba tendida con los ojos cerrados, y procuraba no recaer en el desánimo.

Crear y romper relaciones estrechas era la parte de las misiones CHERUB que los nuevos agentes solían encontrar más dura. Lauren sabía que James se burlaría de ella por lloriquear a causa de unos caballos, pero no podía evitar sentirse triste cada vez que pensaba en ellos. Recordó la primera mañana en el rancho, cuando Lisa la alzó hasta la silla de montar y la guió de las riendas alrededor del cercado. Lauren había tenido pánico de caerse, pero el tiempo lo había transformado en un recuerdo tierno.

Curtis se sentía hundido, e iba derrumbado en el asiento sin el cinturón puesto. Los regueros húmedos de su rostro brillaban por los faros de los coches que pasaban en dirección contraria. Antes de la misión, todo lo que James sabía del chico provenía de los informes sobre los asesinatos y lo que Warren había observado en Arizona Max. Ahora que James lo conocía mejor, se preguntaba si alguien tan sensible como Curtis se habría convertido en un asesino de haber crecido en un hogar normal, en vez de vivir como un fugitivo con una madre adicta a las emociones fuertes.

James iba sentado delante, al lado de Vaughn. El trayecto era aburrido, pero él se sentía demasiado tenso para hacer otra cosa que mirar fijamente la carretera, con la culata de la pistola Glock clavándosele en el estómago. Poco después de ver un letrero que indicaba BOISE 25 KMS, Vaughn le tendió al muchacho un teléfono móvil.

—Llama a información y pídeles el número del Comfort Lodge.James sujetó el móvil entre la oreja y el hombro mientras garabateaba el

número en la esquina de un mapa de carreteras. Luego llamó al hotel y esperó a oír la señal antes de devolverle el aparato a Vaughn.

—¿Comfort Lodge? —preguntó el hombre—. Me llamo Hermann. Tengo una reserva con ustedes para esta noche, pero antes he de encontrarme con un amigo. Creo que me ha dejado un mensaje en recepción para decirme dónde reunirme con él para cenar. ¿Sería tan amable de leérmelo?

Vaughn sostuvo el teléfono en silencio mientras la mujer del otro lado sacaba una hoja doblada del casillero que tenía detrás de la cabeza y se lo leía.

—El Star Plaza, bien —asintió Vaughn al cabo—. ¿Sabe usted dónde cae?... No se preocupe, encanto. Aquí tengo un amigo que lo buscará en el

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mapa. —Finalizó la llamada y dejó el móvil en el salpicadero.—¿Con quién vamos a reunimos? —preguntó James mientras abría un

mapa del centro de Boise.—Con nadie. Es sólo una precaución por si el teléfono de Jane estuviera

pinchado. Ella te dice que vayas a un hotel y luego deja allí un mensaje con un nombre falso. El mensaje te da el nombre de un hotel en la otra punta de la ciudad, y es allí donde te alojas de verdad.

James había esperado que el FBI tuviese controlada la habitación del Comfort Lodge para cuando ellos llegaran. Ahora debía confiar en los parches que él y Lauren llevaban pegados a la piel, aunque aquellos minúsculos dispositivos eran poco fiables.

—No creerás que el FBI puede habernos seguido el rastro hasta aquí, ¿verdad? —preguntó.

Vaughn se encogió de hombros.—Lo dudo, pero la madre de Curtis tiene que ser muy cuidadosa. Los

federales emplean todos los recursos cuando estás en la lista de los más buscados. ¿Ves ese móvil?

James asintió.—Me llegó a través de un mensajero hace dos días, con instrucciones de

no encenderlo siquiera hasta que estuviésemos en marcha. Puede que Jane sea demasiado cauta, pero hay cárceles llenas de gente que no lo fue.

* * *

El Star Plaza era un típico y espantoso hotel de negocios situado a unos minutos en coche del aeropuerto de Boise, con el habitual mármol y mobiliario de imitación estilo antiguo en el vestíbulo. Vaughn parecía nervioso cuando pasó ante recepción con los tres chavales a la zaga. Se acercó a dos veteranos que había sentados en sillones alrededor de una mesita apartada. Los hombres llevaban trajes de aspecto barato, y sus largas barbas sugerían que habían sido motoristas en sus días de juventud.

—Bill, Eugene —saludó Vaughn moviendo la cabeza—. No esperaba encontrarme con vosotros por aquí.

—Pues aquí estamos —gruñó Bill, frunciendo el entrecejo como si le molestase que Little existiera.

Vaughn hizo un gesto con la mano.—Éstos son James, Curtis y Lauren.—¿No me digas? —graznó el vejestorio—. La señora dice que tendrás tu

transferencia dentro de unos días. Nosotros llevaremos a los chicos a las habitaciones. No hace falta que te quedes.

James percibió un tufillo a pomada cuando Bill se levantó del sillón. Se dio cuenta de que Eugene, el otro viejo, llevaba un audífono.

—Entonces será mejor que me vaya —dijo Vaughn, mirando con afecto a James—-. Puede que dentro de unos años te vea en Canadá, volando sobre tu Harley.

—Sí —sonrió el muchacho—. Espero que sí.—Pero al menos ahora mi hija estará a salvo de ti.A James le dio un vuelco el corazón mientras Vaughn soltaba una

carcajada.—¿Crees que Lisa y yo no habíamos reparado en vuestro romance?—Ah... Mmm... Es que...—balbuceó el chaval, bajo una mirada asesina de

Lauren.

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—Cuando mi hija mayor apareció con su primer novio, quise matarlo. Para cuando llegas a la cuarta hija, ya sabes que no vale la pena matar por eso.

James sonrió cuando Vaughn le dio un abrazo y le palmeó la espalda. Curtis y Lauren recibieron el mismo tratamiento.

—Por el amor de Dios —rezongó Bill, yendo hacia el ascensor—. Nos está mirando todo el mundo.

James sintió una punzada de tristeza al lanzarle una última mirada a Vaughn, que salía por la puerta giratoria. Puede que hubiera sido contrabandista de armas, pero Vaughn Little era uno de los tipos más agradables que James había conocido.

Tenían dos habitaciones comunicadas en la quinta planta.Eugene y Bill ya habían esparcido en uno de los dormitorios sus cosas de

viejos: frascos de píldoras, petacas, calzoncillos, y las zapatillas más pasadas de moda de la historia con calcetines grises apelotonados dentro. La puerta de comunicación se mantenía abierta con una cuña. Eugene encendió el televisor y puso el volumen lo bastante alto para que lo oyesen en China.

Después de inspeccionar su habitación y quedarse a solas, los chavales estaban descansando un rato tumbados en la cama cuando entró Bill.

—¿Podemos bajar a la piscina? —preguntó James, ansioso por salir del dormitorio y contactar con el FBI por si no se hubiesen enterado del cambio de alojamiento.

—No —respondió Bill, rascándose un sobaco y dejando al descubierto la funda de la pistola que llevaba bajo la chaqueta—. Ya pasan de las diez. Habéis salido en todos los informativos, así que es mejor que permanezcáis ocultos. Pedid comida al servicio de habitaciones si tenéis hambre, y luego meteos en la cama. Eugene está echando una cabezada. Si despierta, decidle que he bajado al bar a tomar una copa.

Treinta segundos después de que Bill se hubiera marchado, Curtis saltó de la cama y sacó de la nevera una lata de cerveza y un puñado de botellas de licor en miniatura.

—¡La hora del minibar! —exclamó con una sonrisa. Le lanzó a James una botellita de Jack Daniels y apuró de un solo trago otra igual.

James se sintió inquieto: la última vez que Curtis se había emborrachado, había acabado con una sentencia de cadena perpetua. Por otro lado, con Eugene dormido, Bill en el bar y Curtis dándole a la botella, él tenía una oportunidad de oro para contactar con Marvin. Era demasiado arriesgado utilizar el teléfono de la habitación, porque la llamada aparecería en la factura, pero había visto teléfonos públicos en el vestíbulo.

—Ya sé —terció Lauren—. ¿Por qué no intentamos averiguar adónde vamos a ir mañana?

—Buena idea —aprobó James, impresionado por lo lista que podía ser a veces su hermana. Él había estado tan obsesionado en asegurarse de que los del FBI supieran dónde estaban, que había olvidado que su principal objetivo era enterarse del lugar donde Curtis iba a reunirse con su madre.

—¿Dónde vais a mirar? —preguntó Curtis.James se encogió de hombros, pero Lauren se dirigió muy resuelta a la

otra habitación, donde Eugene dormía profundamente, y agarró un vistoso y elegante maletín de piel en el que había reparado con anterioridad.

—Seguro que aquí está lo que buscamos —afirmó la niña.James comprendió su razonamiento: aquel artículo elegante no casaba

con aquellos viejos. Resultaba obvio que se lo había entregado alguien.

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Lauren abrió el maletín encima de la cama. Dentro había un sobre marrón que contenía una mezcla de dólares norteamericanos y canadienses y tres pasaportes falsos. El primero era brasileño, y tenía una fotografía de Curtis con el nombre de Eduardo Santos. En el interior había un impreso que detallaba los vuelos de Boise a Dallas y una conexión a Río de Janeiro.

—Eduardo Santos —leyó Curtis, en un pésimo intento de imitar el acento portugués—. Suena bien, ¿verdad, tíos? —Dio un trago a un botellín de ginebra mientras Lauren sacaba los dos pasaportes canadienses.

—No te cuesta nada empinar el codo, ¿eh? —dijo James, todavía con la botella de Jack Daniels en la mano—. Bueno, y ¿adónde vamos nosotros?

Él y Lauren iban a ser Scott y Ellen Parks, de Toronto. James no era un experto en documentos falsos, pero los pasaportes le parecieron buenos. Una falsificación de tanta calidad debía de haber costado miles de dólares.

—Bien. Lauren, deja el maletín donde estaba antes de que vuelva Bill.Curtis se tiró en su cama y abrió un paquete de anacardos tostados.

James y Lauren fueron juntos a la habitación contigua. Comprobaron que Eugene estaba dormido antes de intercambiar susurros apresurados bajo el estruendo del televisor.

—Mantón distraído a Curtis —dijo James—. Empieza una pelea de almohadas o lo que sea. Voy a salir para hacer una llamada rápida.

—¿Qué pasa si Curtis pregunta dónde estás? ¿O si regresa Bill?—Somos niños. La gente espera que hagamos el tonto. Di que he ido a

buscar hielo o algo así.James abrió la puerta mientras Lauren volvía junto a Curtis. Miró el

pasillo de arriba abajo y sólo vio un par de carritos del servicio de habitaciones. Su dormitorio estaba al final de un largo corredor cercano a la salida de incendios. James cruzó la puerta de incendios y bajó un tramo de escalones de hormigón hasta el cuarto piso, donde no habría posibilidad de tropezarse con Bill.

James tenía pensado utilizar uno de los teléfonos del vestíbulo, pero junto a la puerta de un trastero descubrió un anticuado teléfono de disco colgado de la pared. Era para uso interno del personal del hotel, pero James sabía que la mayoría de las centralitas estaban programadas para permitir que cualquier teléfono marcara un número de emergencia. Levantó el auricular y marcó el 911.

—Emergencias, ¿qué servicio, por favor?James sonrió de alivio.—FBI, tengo el número de una central. Tres-dos-cuatro-seis, código de

admisión T.Un segundo después de que la operadora transmitiera al FBI la llamada,

ésta sería desviada a través de una oficina de Phoenix hasta el móvil de Marvin Teller.

«El móvil al que llama no se encuentra disponible en estos momentos. Por favor, vuelva a intentarlo más tarde o deje un mensaje después de la señal.»

James maldijo entre dientes.—Marvin, soy yo —dijo al aparato—. Estoy en el Star Plaza, habitación

quinientos treinta y cuatro. Curtis se va a Dallas en American Airlines a las nueve y media de la mañana. Después volará a Río con un pasaporte a nombre de Eduardo Santos...

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31. BRASIL31. BRASIL

James regresó a la habitación sin que Bill, Eugene o Curtis hubieran reparado en su ausencia. Estaba casi seguro de que Marvin habría oído su mensaje en el móvil, pero no dejó de darle vueltas al asunto mientras permanecía echado en la oscuridad, con Curtis y Lauren dormidos y con los ronquidos de Eugene cruzando la puerta de comunicación.

James estaba medio despierto a las cinco y media de la madrugada, cuando Bill se acercó sigilosamente a la cama de Curtis y lo sacudió para despertarlo. Al incorporarse, dio la impresión de sufrir los efectos secundarios de su asalto al minibar.

—Pensaba que el vuelo era más tarde —gimió, frotándose un ojo legañoso.

—Baja la voz —susurró Bill—. Acabo de hablar con tu madre. Está nerviosa por toda esta historia. Ha habido otro cambio de planes, y no queremos que esos mocosos de ahí se enteren.

—Toda la vida de mamá es un continuo cambio de planes —suspiró Curtis—. ¿No puedo despedirme de James y Lauren?

—Déjalos dormir. Ya sabes cómo funcionan estas cosas: cuanto menos sepan de cuándo has salido de aquí y adonde has ido, mejor.

James tenía un tirón en el cuello, pero no se atrevía a moverse para que el viejo no advirtiera que estaba despierto.

Curtis saltó de la cama y fue al cuarto de baño. Después de echar el pestillo a la puerta, James lo oyó orinar, seguido de unas arcadas cuando el chico se puso a vomitar en la taza del váter. Sofocó una risita cuando Bill se acercó y llamó quedamente a la puerta cerrada.

—¿Estás bien, muchacho? —musitó.Hubo otra serie de sonidos dentro del baño mientras Curtis se lavaba y

hacía gárgaras para aclararse la boca.—Caramba —graznó al salir—. Me habrá sentado mal algo de lo que comí.

Espero que no vuelva a darme cuando esté en el avión.—Querrás decir algo de lo que bebiste —masculló Bill—. Rezumas olor a

alcohol.Curtis avanzó a trompicones y empezó a recoger sus pertenencias.—Olvídate de eso —dijo Bill—. Ponte los pantalones y las zapatillas, que

tenemos prisa.James se estrujó el cerebro preguntándose si debía seguir a Curtis y Bill.

Si Marvin no había recibido el mensaje, y si esperaban que Curtis tomara un vuelo más tarde y aún estaban acostados, perderían para siempre el rastro hasta Jane Oxford. Por otro lado, si lo pillaban yendo detrás de ellos, todo quedaría al descubierto.

—¿Listo? —preguntó Bill cuando Curtis se hubo calzado las zapatillas y se puso en pie.

—Supongo —respondió el chico, no muy seguro. Cruzó el dormitorio hasta la otra cama y miró a James—. Te deseo suerte, colega —susurró suavemente.

Luego siguió a Bill a través de la puerta de comunicación y salieron por la otra habitación. James se levantó en cuanto oyó cerrarse la puerta. Miró en el cuarto contiguo para asegurarse de que Eugene estaba dormido, y a continuación se puso a toda prisa el pantalón del chándal y las zapatillas y recogió de la mesita de noche una tarjeta para la puerta de la habitación.

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Asomó la cabeza al pasillo y vio desaparecer a Bill y Curtis tras una esquina, camino de los ascensores. Bajó corriendo las escaleras traseras con la idea de alcanzarlos en el vestíbulo. Por desgracia, en la planta baja no había habitaciones, y se encontró al fondo de una sala de conferencias, frente a una puerta de incendios lisa y gris de difícil apertura.

Temiendo perder a Curtis, forzó la puerta y salió al aparcamiento del hotel. El sol comenzaba a asomar por el horizonte, pero la fina camiseta del muchacho no pudo protegerlo del cortante viento que recorría la zona asfaltada.

James escrutó alrededor para comprobar que no había nadie a la vista y luego echó a correr entre las hileras de coches estacionados hacia la entrada del hotel. Cuando estuvo cerca, reparó en una fila de gente que subía a un pequeño autobús que en su lateral ponía «STAR PLAZA SERVICIO DE ENLACE AL AEROPUERTO». Curtis y Bill estaban en la cola.

James se ocultó entre dos coches. Se moría de ganas de entrar en el vestíbulo y llamar al equipo del FBI para asegurarse de que sabían lo que estaba pasando, pero hasta que se marchara el autobús no podía moverse de allí.

Por fin embarcó el último pasajero y la puerta hidráulica se cerró con un resoplido. Mientras el autobús se ponía en marcha, un hombre llegó corriendo y comenzó a golpear el lateral. El conductor frenó bruscamente para que pudiera subir aquel último viajero: era un negro corpulento con un sombrero de cowboy y traje color burdeos. James sonrió aliviado. No tendría que haberse preocupado; Marvin Teller había oído su mensaje.

Lauren despertó con un escalofrío. Durante una décima de segundo vislumbró el interior de una boca vieja y desdentada antes de que todo se tornara negro. Eugene le cubrió el rostro con una almohada y apretó con tanta fuerza que la niña notó cómo los muelles del colchón se le clavaban en la nuca. Lauren arqueo la espalda y se revolvió para zafarse, pero Eugene cruzó la pantorrilla sobre los muslos de la chiquilla para inmovilizarla.

Lauren no tenía aire en los pulmones para gritar. Trató de inhalar, pero era imposible con la almohada tapándole la cara, como si tratara de sorber hormigón húmedo a través de una pajita. Conocía los datos por sus clases de submarinismo: cinco minutos para ahogarse, pero sólo tres para que la falta de oxígeno causara daños cerebrales irreversibles.

¿Dónde estaba James?Lauren se estaba preguntando si su hermano ya estaría muerto cuando

reparó en que tenía libre el brazo derecho. Sintió un destello de esperanza mientras buscaba a tientas en la mesita de noche. Reconoció el bolígrafo con el logotipo del Star Plaza en cuanto lo tocó. Lo aferró con todas sus fuerzas y le quitó la tapa con el pulgar. No era gran cosa, pero era todo lo que tenía. Su concentración vaciló un segundo: aquélla era la primera señal del desvanecimiento. Se mordió la lengua para centrarse y arremetió con el boli a ciegas. Le dio a Eugene en el hombro, pero sólo logró causarle una leve molestia y una raya azul en la manga de la camisa.

Irritado ante la perspectiva de tener que eliminar una mancha, el viejo se movió para intentar agarrar el bolígrafo con la mano libre. Al inclinarse hacia delante, los muslos de Lauren quedaron libres. La niña empleó todas sus energías para golpear con las rodillas el trasero del hombre. Éste dio un salto y aflojó la presión de la almohada, con lo que Lauren pudo girar la cabeza y tragar aire. Eugene volvió a inmovilizarla con todo su peso, y le hizo más daño aún al hincarle la rodilla en el estómago.

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La niña se negó a darse por vencida pese al fuerte dolor. Percibió un rayo de luz entre la sábana y la almohada, y después vio cómo el viejo trataba de ponerle la cabeza recta y volver a colocarle la almohada sobre la cara.

—Nos has salido peleona, ¿eh, pequeña? —dijo Eugene, que obviamente sólo veía la lucha de la chiquilla como un contratiempo menor.

Lauren consiguió erguirse unos centímetros. Cuando sintió el dedo del viejo contra los labios, mordió con todas sus fuerzas. Eugene retrocedió por el espasmo que le provocó el mordisco, soltó la almohada y por un momento se olvidó de todo para concentrarse en su dedo. Con los dientes todavía hincados en su presa, Lauren tomó aire por la nariz y apuntó la punta del bolígrafo a la garganta de Eugene. El boli sonó como un desatascador de cañerías cuando atravesó aquella carne arrugada.

Lauren soltó el dedo del viejo, que cayó sobre la cama aullando de dolor. Luego liberó sus piernas, aprisionadas debajo del cuerpo del hombre, y le dio un par de patadas de kárate en un lado de la cabeza.

Temblando de miedo y agarrándose el dolorido estómago, bajó de la cama y alzó la esquina del colchón para sacar la pistola Glock; la noche anterior había visto que James la guardaba allí. Quitó el seguro del arma y examinó rápidamente el cuarto de baño y el espacio que había junto a la otra cama, temiendo descubrir de pronto el cuerpo asfixiado de su hermano.

Sujetó la pistola con ambas manos para entrar sigilosamente en la habitación contigua, donde también miró en el espacio entre las camas. En el cuarto de baño sufrió una conmoción: Eugene había dispuesto cuidadosamente una serie de sierras y láminas de polietileno para deshacerse de su cuerpo.

Ni rastro de James. A lo mejor Eugene lo había dejado sin sentido mientras dormía y se lo había llevado para asfixiarlo en otra habitación, o quizá lo había invitado a tomar un desayuno temprano en la cafetería con Bill y Curtis. «Deja que Lauren duerma un poco más si está cansada. Eugene cuidará de ella...»

Con Eugene inconsciente y la incógnita sobre el paradero de su hermano, no le quedaba otra opción que llamar a Marvin. Al levantar el auricular del teléfono oyó que alguien entraba en la otra habitación.

Consciente de que contaba con el factor sorpresa, la niña avanzó hacia la puerta de comunicación, pero tuvo la mala suerte de darse con el dedo del pie en la pata de una mesa. El gemido ahogado que se le escapó fue suficiente para que la figura del otro dormitorio se ocultara detrás de una cama antes de que Lauren llegase.

—¡Tengo una pistola! —chilló mientras se asomaba al umbral y apretaba el gatillo para lanzar un disparo de advertencia.

Lauren ignoraba que la Glock era un arma de repetición y que, sin darse cuenta, había activado la función automática al quitar el seguro. Sintió como si tuviese una manguera de alta presión entre las manos cuando el retroceso de media docena de balas la empujó hacia atrás. Los proyectiles se hundieron en la pared, destrozaron la puerta de espejo de un armario y arrancaron pedazos de escayola del techo. Lauren acabó despatarrada encima de una cama.

Un grito de sorpresa se abrió paso entre las nubes de polvo y los cristales rotos.

—¡Soy yo! —exclamó James tosiendo, mientras se ponía en pie con las manos en alto.

—¿Dónde demonios te habías metido? —le espetó Lauren—. Casi me

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matan.Su hermano surgió entre el polvo y le arrebató la pistola.—Esta pistola es la que usan los de operaciones especiales —dijo—. Se

supone que has de apoyar una pierna detrás de la otra para que el retroceso no te tumbe.

—¿Dónde está Curtis?—De camino al...Antes de que terminara la frase, oyeron que ambas puertas comenzaban a

abrirse a la vez. James giró sobre sí, listo para repartir más balas.—¡FBI! —bramó Warren, apuntando con una pistola dentro de la

habitación.—¡Somos nosotros! —gritaron James y Lauren.John y Theo habían entrado por el otro dormitorio, y se quedaron mirando

a James a través de la puerta de comunicación.—Hemos oído los disparos. ¿Qué ha ocurrido? —preguntó John.—El tipo inconsciente que hay en la cama con un bolígrafo en el cuello ha

intentado asfixiarme —explicó Lauren.—Eso no puede ser —dijo James—. Anoche vimos nuestros pasaportes

canadienses.—Convéncete tú mismo si no me crees —replicó la niña, señalando

indignada hacia el cuarto de baño—. Yo no me dedico a ir por ahí clavando bolis a la gente para divertirme, ¿sabes?

Todos contemplaron el equipo desplegado en el cuarto de baño. A James se le revolvió el estómago al imaginarlo que habría podido suceder.

—¿No se suponía que Jane Oxford era leal con las personas que la ayudaban? —dijo amargamente.

—Parece obvio que hemos sobreestimado el alcance de esa lealtad —contestó Theo—. Pero los pasaportes son una artimaña típica de Jane Oxford. Ella siempre hace tres o cuatro planes diferentes, y sólo en el último momento revela cuál va a seguir. Es posible que Bill recibiera los pasaportes y creyese que vosotros ibais a ir a Canadá, mientras que Eugene tenía instrucciones de mataros.

—Es una táctica ingeniosa —añadió Warren—. Nos ha ocurrido unas cuantas veces al frustrar alguna operación de Oxford y practicar detenciones: al final de la madeja encontramos muchas pruebas, pero que apuntan en direcciones distintas. Cuando el caso llega a los tribunales, los abogados de la defensa utilizan las contradicciones para que el juez desestime nuestras pruebas: «Si Jane Oxford pretendía asesinar a James y Lauren Rose, ¿por qué se gastó miles de dólares en conseguirles nuevas identidades, reservarles billetes de avión y disponer que se quedaran en casa del señor Tal en Toronto?» Y todo así.

—Pero ¿por qué querría liquidarnos? —inquirió Lauren—. Nosotros no le hemos hecho nada.

—Quizá pensaba que podríais hablar si os capturaban algún día —respondió Theo—. Conocéis la existencia de Etienne y la familia Little. Es evidente que Oxford os quería muertos en cuanto Curtis no estuviera cerca para verlo.

—Zorra desalmada —masculló James sacudiendo la cabeza—. Ayudamos a su hijo a escapar y ella nos lo agradece intentando asesinarnos.

—No es de extrañar —terció Warren—. Oxford no ha esquivado la ley durante más de veinte años por ser sentimental.

—Podremos especular todo lo que queramos cuando esto haya terminado

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—zanjó John—, pero sugiero que ahora nos concentremos en decidir nuestro próximo paso.

—Lo primero será pedir una ambulancia para Eugene —dijo Theo—. No me gusta nada su aspecto.

—Aparte de eso, debemos intentar no perder el rastro de Curtis —afirmó Warren—. Tenemos agentes en el aeropuerto de Dallas y en Brasil. Es de esperar que Jane se deje ver allí donde vaya Curtis. El problema es que se ocultará si descubre que lo que os tenía preparado ha fracasado.

Sonó el móvil de Theo, que lo sacó del bolsillo y mantuvo una breve conversación con Marvin.

—No vais a creerlo —explicó al fin—. Bill ha recibido una llamada mientras iban en el autobús. Cuando llegaron al aeropuerto, Marvin se apeó y se quedó atrás para seguirlos, pero el viejo le dijo al chófer que se había olvidado una cosa en el hotel y que iban a regresar en autobús desde el aeropuerto.

—¿Marvin va con ellos? —preguntó John.Theo negó con la cabeza.—Habría resultado sospechoso si hubiera vuelto a montarse. Curtis y Bill

estarán de regreso en recepción dentro de unos minutos.

32.MOTEL32.MOTEL

—Bien, la versión de lo ocurrido será ésta —dijo John Jones, pensando al tiempo que hablaba—: Eugene intentó matar a James y Lauren, pero se llevó su merecido. Cuando los chicos comprendieron que Jane Oxford había ordenado su muerte, recogieron el dinero y todos los objetos de valor y abandonaron el hotel a toda prisa.

Warren señaló a Eugene, que seguía inconsciente en la cama.—¿Y qué pasa con él? Necesita una ambulancia.John se encogió de hombros.—Ha estado a punto de matar a los chicos, así que perdón si no siento

mucha compasión por él.Theo se inclinó sobre la cama y examinó la herida de Eugene.—No pierde mucha sangre. El orificio está detrás de la tráquea y como el

bolígrafo lo tapona, creo que aguantará unas horas.—De acuerdo, pues recojamos las cosas útiles y salgamos de aquí cuanto

antes.Theo se metió en el bolsillo la cartera de Eugene mientras Lauren recogía

el maletín con el dinero y los pasaportes. Estaban casi saliendo por la puerta cuando empezó a sonar el teléfono de la habitación.

John se decidió en medio segundo.—James, contesta.—¿Sí? —preguntó el muchacho, aferrando el auricular nerviosamente y

dejándose caer en la cama.—¿Eugene? ¿Eres tú? —preguntó Bill.—Soy James.—¿Tú? —pareció sorprenderse—. No esperaba encontrarte aún ahí. ¿Está

Eugene?—Lleva horas encerrado en el cuarto de baño —respondió con tono de

hastío—. No sé qué narices estará haciendo ahí dentro —añadió, y John le

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dirigió una sonrisa con el pulgar en alto por su rapidez mental.Bill pareció enfadarse.—Pues dile que mueva su viejo culo. Dile que he llevado a Curtis al

aeropuerto, pero que volvemos al hotel para recoger un coche y que me reuniré con él esta noche en la tienda de automóviles.

—De acuerdo, se lo diré. Por cierto, muchas gracias por ayudarnos.Bill vaciló un instante.—Eh... sí, claro. No hay de qué, James; ha sido un placer.La llamada concluyó.—¿Qué ha dicho? —preguntó John.—Que había llevado a Curtis al aeropuerto pero que ahora volvían para

recoger un coche.John se encogió de hombros.—Cambio de planes.—Lo típico de Jane Oxford una vez más —intervino Theo—. Le entrega a

Bill un pasaporte y un billete de avión. Luego, en el último minuto, cambia el plan y le ordena hacer un viaje en coche.

—Pero ¿por qué esperar a que lleguen al aeropuerto y mandarlos después de regreso aquí? —preguntó Lauren—. ¿No habría sido mejor enviar a Bill a recoger el coche a otro lugar?

—Yo creo que Bill iba adelantado. Probablemente Jane Oxford pensaba que aún estaba aquí.

—En todo caso, no parece que Bill y Curtis vayan a volver a esta habitación, lo cual nos facilita las cosas —dijo John—. El autobús tarda veinte minutos desde el aeropuerto. Tenemos que ir abajo para no perderlos cuando se apeen y vayan en busca del coche.

—Alguien tendrá que quedarse aquí para ocuparse de Eugene —repuso Theo—. No podemos dejar que se lo encuentre la pobre camarera.

—Tienes razón —asintió John—. Quédate tú aquí y encárgate de eso, pero no pidas una ambulancia hasta que nos veas marchar. Warren y yo iremos al aparcamiento, veremos en qué coche montan Bill y Curtis y los seguiremos.

—¿Qué hacemos Lauren y yo? —preguntó James.John pensó un momento antes de sacar las llaves de su automóvil.—Sabéis conducir y manejar una radio. James, es un Chrysler negro

estacionado en la fila F. Enciende el motor para que esté listo para salir en cuanto yo llegue, luego siéntate en el asiento del copiloto y ponte el cinturón.

Warren balanceó sus llaves delante de Lauren.—Un Volvo azul aparcado al lado del de John. No olvidéis agacharos si

veis a Curtis o Bill.Los muchachos bajaron corriendo los cinco pisos por las escaleras

traseras y accedieron al aparcamiento por las puertas de incendios. Encontraron la fila F, y justo cuando subían a los coches el autobús de enlace con el aeropuerto se detuvo frente al hotel. Un sonido de interferencias brotó de la radio de la policía colocada en el salpicadero, mientras James ponía el motor en marcha y pasaba al asiento del acompañante.

Curtis y Bill entraron en el vestíbulo. James miró a Lauren, en el otro coche, y se encogió de hombros con la esperanza de que no hubiera otro cambio de planes.

La voz de Warren surgió del altavoz:—Estoy en el vestíbulo y creo que todo va bien. Bill y Curtis han ido

directos al lavabo de recepción; el chico está blanco como el papel.James los vio salir por las puertas giratorias unos minutos más tarde. Los

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dos hermanos se hundieron en sus asientos para no ser vistos mientras Bill abría la marcha entre las hileras de coches. El viejo se paró junto a un baqueteado Nissan amarillo que parecía un antiguo taxi. Luego retrocedió para leer la matrícula y buscó a tientas debajo del capó hasta que localizó una llave de contacto.

James estaba tan tenso que dio un respingo cuando John Jones abrió la puerta del conductor.

—Mira en la guantera —indicó John, cerrando la puerta y poniéndose el cinturón—. Saca el mejor mapa que encuentres. Procura saber siempre dónde estamos y recuerda el nombre de las tiendas y los lugares destacados que vayamos cruzando. En cualquier persecución has de ser capaz de dar tu posición exacta a los demás coches.

James asintió mientras rebuscaba en la guantera. Cuando John arrancó, pasaron junto a Warren, que se dirigía con brío a su automóvil.

La voz de Theo sonó a través de la radio:—Estoy mirando desde una ventana del hotel. Veo un Nissan amarillo que

va hacia la derecha. Cambio.John señaló el micrófono.—Encárgate de la radio, James.El muchacho alzó el micrófono de plástico y pareció no saber qué decir.—Dile que vamos tras él —dijo John.Para cuando Marvin hubo cruzado el aeropuerto de Boise a la carrera

hasta la parada de taxis y estaba de regreso en el Star Plaza, una ambulancia con un equipo médico había llegado al lugar para ocuparse de Eugene. Marvin le lanzó un billete al taxista y se alejó a toda prisa sin esperar el cambio. Mientras salía del aparcamiento en su coche, preguntó por radio por dónde iban Curtis y Bill.

—Aquí el coche F. Estamos a trece kilómetros de distancia, en la carretera Dieciséis, en dirección sudoeste —contestó James.

Era evidente que Bill no quería arriesgarse a que lo detuvieran por exceso de velocidad, pues mantenía el Nissan amarillo justo en el límite, lo que permitió que Marvin alcanzase a John y Warren.

A Marvin y Warren les habían enseñado cómo realizar una persecución en coche a un lado del Atlántico, y a John en el otro, pero la técnica básica es la misma aprendas donde aprendas: el automóvil que iba en cabeza no perdía de vista el Nissan amarillo; el segundo guardaba una distancia de unos cien metros, listo para continuar la caza si el sospechoso hacía una maniobra repentina y despistaba al conductor del primer coche; el tercero seguía al segundo a un kilómetro. Para reducir las sospechas, los tres vehículos intercambiaban posiciones cada quince o veinte minutos.

Una hora y media después de dejar Boise, habían entrado en el estado de Oregón y viajaban en dirección noroeste por una concurrida sección de la interestatal que iba a Baker City.

La voz de Lauren sonó desde la radio del primer coche. James se quedó impresionado por lo profesional que sonaba su hermana.

—El Nissan amarillo se ha detenido en el motel Rouge Court. Motel Rouge Court. Hemos pasado de largo la salida, pero podemos dar la vuelta si es preciso.

—Negativo —respondió Marvin—. Deteneos un poco más adelante y no apaguéis el motor. Podríamos necesitaros más tarde. Voy a ir tras ellos. John, necesito apoyo. Quiero que te pares cerca de mí e intentes cubrirme desde un lado.

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A ciento diez kilómetros por hora, John tardó menos de un minuto en alcanzar el Rouge Court. El motel formaba parte de un área de servicio junto con una hamburguesería, un restaurante y una gasolinera. John estacionó frente al restaurante. Él y James bajaron del coche y se acuclillaron entre unos arbustos, desde donde podían ver el aparcamiento del Rouge Court. James sólo llevaba una camiseta; se metió las manos debajo de las axilas para protegerlas del frío.

—¿Aún tienes la Glock? —le preguntó John.El muchacho asintió, tirando del elástico de sus pantalones de chándal.

John se la cambió por su revólver.—A lo mejor necesito más potencia de fuego —dijo.Bill se hallaba ante una puerta de cristal cerrada, tocando el timbre para

acceder a la recepción del motel. Marvin no podía salir de su coche por si Bill lo reconocía del trayecto en el autobús del aeropuerto. Curtis estaba en el asiento del copiloto del Nissan, con el codo apoyado en la ventana abierta.

James oyó cerrarse la puerta de una habitación del motel. La mujer que salió llevaba una camiseta rosa, grandes gafas y una toalla enrollada en la cabeza, como si acabara de lavarse el pelo. Con cada paso arrastraba sus pantuflas por el pavimento húmedo.

La mujer había llegado casi a la altura del Nissan cuando James reconoció las gafas de la fotografía que había visto en la sala de visitas de Arizona Max.

—Es ella —susurró emocionado, dándole un codazo a John—. Jane Oxford.—No lo creo —repuso el otro sacudiendo la cabeza:Pero en ese preciso momento Curtis salió del coche de un salto y se echó

en brazos de la mujer.—Caray... —balbuceó John, sacando un walkie-talkie de la chaqueta—.

Warren, Marvin, ahora mismo tengo a Jane Oxford delante de mis ojos. Venid para acá.

Detrás de John y James se oyó un grito:—¡Eh! ¿Qué hacéis vosotros ahí?Era el cocinero del restaurante, un hombre grasiento ataviado con un

delantal todavía más grasiento. Curtis y su madre se giraron a la vez hacia el hombre que había gritado. A John no le quedó más remedio que actuar de inmediato.

—Cubre la puerta de la habitación de ella —ordenó a James con apremio—. Puede que tenga guardaespaldas ahí dentro.

El muchacho quitó el seguro del revólver. John saltó de entre los arbustos y disparó una vez a la parte trasera del Nissan para dejar claro que iba en serio.

—¡FBI! ¡Manos arriba!Se fue acercando despacio a Curtis y su madre, mirando nerviosamente

de un lado a otro y sujetando la pistola con ambas manos.Bill desenfundó su revólver y fue a doblar la esquina al rescate de Jane,

sin advertir que Marvin estaba saliendo de un coche detrás de él. James siempre había tenido la impresión de que Marvin no era la clase de hombre que aguantaba tonterías, cosa que quedó demostrada cuando sacó su arma y disparó a Bill dos veces, sin molestarse siquiera en identificarse.

Marvin recogió el revólver de Bill, pasó por encima del cuerpo ensangrentado y rodeó la esquina hasta el Nissan amarillo.

—Estamos teniendo una mañana productiva, ¿eh? —declaró con una ancha sonrisa, descolgándose un par de esposas del cinturón mientras se

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aproximaba a Jane.James, muy nervioso, tenía un ojo puesto en la puerta de la habitación de

Jane y el otro en Curtis, y trataba de adivinar qué haría el chico. Nadie en su sano juicio saldría corriendo con dos armas apuntándole a tan corta distancia, pero Curtis podía ser la excepción, dada su tendencia suicida.

Mientras John lo cubría con la Glock, Marvin bajó las manos de Jane Oxford y la esposó.

—Mira esto —dijo con suficiencia al cerrarlas—. Se ajustan a la perfección.

Jane giró la cabeza y escupió en la solapa del traje de Marvin. Él la levantó furioso en el aire y la aplastó contra el capó del Nissan. Mientras la mantenía inmovilizada con una mano, destapó un espray de pimienta que llevaba en el cinturón y lo agitó delante de ella.

—No me hagas usar esto —la amenazó.Desquiciado por lo que le estaba ocurriendo a su madre, Curtis embistió

contra John. A James le dio un vuelco el corazón, pues sabía que John podía destrozarlo con sólo mover un dedo. Pero el hombre no iba a emplearse a fondo contra un chaval de catorce años desarmado, sino que se limitó a sujetarlo por la cintura y derribarlo sobre el asfalto mojado. El chico profirió insultos y soltó un sonoro quejido cuando John le puso unas esposas desechables de plástico.

Cuando Warren llegó al patio delantero del motel, Jane y Curtis estaban esposados en la parte trasera del coche de Marvin. Mientras Warren examinaba a Bill y pedía una ambulancia a través de su móvil, James rodeó los arbustos agachado y se metió en el Volvo, detrás de su hermana.

Lauren miró por encima del hombro.—Parece que jane está llorando.—Me alegro —repuso James—. Quería matarnos. Espero que se pudra en

el infierno.—Pues a mí me da pena Curtis.—Ese pobre diablo no está bien de la cabeza. Aunque esos dibujos que

rompió eran fantásticos.Lauren pasó por encima del reposabrazos que había entre los asientos

delanteros y buscó consuelo en James. Apoyó la cabeza en el hombro de su hermano cuando éste le pasó un brazo por la espalda.

Después de todo lo que habían pasado, la escena que presenciaban era de absoluto anticlímax: un aparcamiento tranquilo, tres policías, dos sospechosos esposados en el asiento trasero de un automóvil, y un hombre inconsciente en el suelo. El encargado del motel apareció con la expresión resignada del que ya ha visto eso otras veces.

—¿Estás bien?—preguntó James estrechando aún más a su hermanita, que parecía bastante triste.

—Todavía me duele el estómago. La verdad es que esto resulta un poco decepcionante.

James se sintió confundido.—Hemos atrapado a Jane Oxford, ¿qué más querías?—No lo sé... Supongo que esperaba un gran tiroteo o algo así.—Te imaginabas sangre y vísceras, ¿eh? —sonrió James—. Helicópteros

que nos siguieran por la carretera disparando con ametralladoras, mercenarios con habanos entre los dientes y ristras de munición al cuello.

—Sí —admitió con una risita—. Y todo terminaría en la guarida de Jane en las montañas, donde encontraríamos los misiles robados y los haríamos saltar

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por los aires. Nos echaríamos al suelo segundos antes de que una bola de fuego saliera de la entrada de una cueva.

James asintió.—Y yo rescataría a un grupo de animadoras que Jane tenía como rehenes.

Las dos más guapas me darían su número de móvil...—Típico de ti —replicó la niña chasqueando la lengua con desaprobación

—. Y por supuesto, ni siquiera te despeinarías.—Ojalá viviéramos en las películas —suspiró James, y se le borró la

sonrisa—. Pero, ahora en serio, lo que de verdad importa es que hemos capturado a Jane Oxford sin que ninguno de nosotros saliera herido.

Lauren asintió.—¿Crees que encontrarán los misiles ahora que la han atrapado?—Eso espero —respondió encogiéndose de hombros—. Nosotros hemos

hecho nuestra parte. Ahora lo único que me interesa es regresar a casa y descansar. Kerry ya debe de haber vuelto.

—¿Le contarás lo de Becky?—No si puedo evitarlo. Ya conoces su carácter: me rompería las piernas.—Ah.James se puso nervioso.—No pensarás decírselo y fastidiarlo todo, ¿verdad? —inquirió.—Supongo que no —respondió Lauren con un suspiro—. Al fin y al cabo

eres mi hermano. Pero sigo pensando que eres un guarro y que no te mereces una novia tan simpática como Kerry.

33.CAMPUS33.CAMPUS

Después de veinte horas de coches, aviones, terminales de aeropuerto, un tren hasta la ciudad y un trayecto en minibús hasta el campus, James estaba hecho polvo. Le dolían las articulaciones, como si le hubiesen sorbido todo el líquido del cuerpo y lo hubiesen reemplazado por goma de mascar, y estaba tan falto de sueño que los ojos le pesaban como bolas de plomo.

Ir con Lauren había empeorado el viaje. La niña había hecho gala de su facilidad para quedarse dormida sin esfuerzo mientras su hermano se retorcía en su asiento de clase turista, padeciendo además dos espantosas comedias románticas.

Pasaba de mediodía cuando llegaron al campus. James hizo oídos sordos a las súplicas de Lauren para que la ayudara a desempaquetar las cajas que tenía amontonadas en su nueva habitación desde hacía casi un mes. El muchacho fue derecho a su cuarto, se desvistió, se metió en la cama y se quedó dormido en dos minutos.

Despertó cuatro horas más tarde; unos dedos embarrados le rozaban la mejilla.

—He pensado que sería mejor despertarte —dijo Kerry suavemente, sentándose en el borde de la cama—. Si ahora duermes demasiado, esta noche no tendrás sueño y mañana seguirás con jet lag.

James bostezó mientras se incorporaba.—¿Qué hora es?—Las cinco menos cuarto. Acabo de terminar el entrenamiento de fútbol.El muchacho se frotó los ojos y, sonriendo, le echó a su novia la primera

mirada en condiciones desde hacía tres meses. Kerry había crecido un poco, e

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incluso con espinilleras y churretes de barro en las piernas James pensó que estaba preciosa. Se inclinó hacia delante y se dieron un largo beso.

—Huelo a sudor—dijo Kerry cuando se separaron.—No me importa —aseguró él, volviendo a acercarse para besarla de

nuevo—. Me gusta tu olor.—Bueno, pues a mí no me gusta mucho el tuyo —replicó ella con cierta

brusquedad—. Hueles a ese horrible ambientador que ponen en los aviones.—¿En serio? —preguntó James, levantando un brazo para olfatearse—. Sí,

tienes razón; es bastante desagradable.—Eres un comediante de primera—sonrió Kerry poniéndose en pie—. Y

veo que no te has dado cuenta—añadió, estirándose la camiseta por encima de los pantalones cortos de fútbol.

James se quedó mirando los pechos de Kerry, que abultaban debajo de la camiseta.

—Por supuesto que me he dado cuenta: son diez veces más grandes que antes.

Ella se acercó y le dio un golpe en el hombro.—¡Pero bueno! ¿Es que los chicos sólo pensáis en eso?James esbozó una sonrisa contrita.—Más o menos.—¿Y qué pasa con mi camiseta? —protestó Kerry—. Con el color de mi

camiseta.—¡Ah! —exclamó el chico, sorprendido—. Te has ganado la azul marino...

¡Felicidades!—Gracias. —Sonrió con dulzura mientras se encaminaba a la puerta—.

Voy a darme una ducha. Te veo luego para cenar.

* * *

El comedor estaba abarrotado cuando James bajó a cenar. Pasó ante Lauren y Bethany, que estaban sentadas con un grupo de los camisetas grises más jóvenes, armando jaleo. James se puso a la cola y se sirvió espaguetis a la boloñesa, ensalada y pudin de chocolate y frutas antes de dirigirse a las mesas que solían ocupar sus amigos.

Gabrielle y Kerry eran las únicas allí, y James se sentó frente a ellas.—¿Dónde está todo el mundo?—Callum, Connor y Shakeel siguen en misiones de reclutamiento —

contestó Gabrielle—. Bruce está de misión en Norfolk, y Kyle está al fondo del campus, metido en estiércol hasta la cintura.

—Y yo tengo que ajustar cuentas contigo —agregó Kerry, cruzando los brazos muy seria.

—Oh, qué novedad —sonrió James, llevándose a la boca el tenedor rebosante de espaguetis.

—He oído que me has estado engañando por ahí fuera.James dio un brusco respingo y los espaguetis se le atragantaron. No

podía creer que aquello estuviera ocurriendo, Lauren le había prometido no contarlo.

—Escucha... —pidió entre toses—. Sea lo que sea lo que hayas oído, no es verdad.

Kerry negó con la cabeza lentamente, mientras James escupía la pasta medio mascada en una servilleta.

—No me mientas, James. Bruce y media docena de tíos vieron todo lo que

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pasó.James se quedó confundido.—¿Bruce? —graznó.—Por mí no hay problema —continuó Kerry—. Es decir, si alguna vez te

apetece explorar tu lado homosexual...—¿Mi qué? —preguntó James sin aliento, sacudiendo la cabeza—. ¿De qué

me hablas?—Oye, guapo —prosiguió Kerry con una risita—, sólo quiero que sepas

que si te vuelven a entrar ganas de besarte con Kyle, no te guardaré rencor.Mientras las piezas iban encajando, James sintió que le quitaban una

tonelada del pecho. Aquello no tenía nada que ver con Becky. Kerry le estaba tomando el pelo por la vez que besó a Kyle para bromear después de una sesión de gimnasia.

—Ah, sí, Kyle y yo —gruñó, y agradeció para sus adentros no haberse delatado sin querer. Probablemente los espaguetis lo habían salvado; no quiso ni pensar en lo que se le habría podido escapar si no hubiera estado ahogándose—. Muy gracioso... ¿Habéis dicho que a Kyle lo han castigado otra vez a limpiar las canalizaciones?

Gabrielle asintió.—Ese tío es realmente tonto.—¿Por qué? —preguntó James con una sonrisa—. ¿Qué ha hecho esta vez?—¿Te acuerdas de su pequeño negocio de DVD's piratas?James asintió, con la boca demasiado llena para hablar.—Creo que el personal estaba dispuesto a hacer la vista gorda mientras él

copiara alguna que otra película para sus compañeros—explicó Gabrielle—. Pero Kyle se volvió ambicioso.

—¿Qué quieres decir?—Empezó a aceptar más pedidos de los que podía satisfacer, de modo que

empleó a Jake Parker para que lo ayudara a hacer las copias y poner las etiquetas.

—Conozco a Jake. Es el hermano pequeño de Bethany.—Jake pensó que sería divertido mezclar las etiquetas.James esbozó una sonrisa.—Eso no está bien.—Está pero que muy mal. Especialmente cuando un grupo de críos de

seis años acabó viendo La matanza de Texas en vez de Harry Potter.James soltó una carcajada.Kerry le dio una patada por debajo de la mesa.—No tiene gracia, lames. Una de las chiquillas se hizo pis en el camisón,

la pobre.—Supongo que no tiene gracia—dijo él, antes de estallar de nuevo en

carcajadas.Kerry se esforzó por mantenerse seria. Se inclinó sobre la mesa y miró

fijamente a James. Él se limpió los labios con la servilleta y besó a su novia en los labios; era estupendo volver a tenerla a su lado.

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EPÍLOGOEPÍLOGO

JANE OXFORD no cooperó con el FBI. Se negó a responder a las preguntas, y sólo reconoció su nombre. Se enfrenta a acusaciones de asesinato, crimen organizado y tráfico de armas, y es de esperar que pase el resto de su vida en la cárcel. Teniendo en cuenta la complejidad de los cargos contra ella, es probable que pase mucho tiempo antes de la celebración del juicio. Mientras tanto, permanece retenida en prisión preventiva en la cárcel federal de máxima seguridad de Florence, Colorado.

Después del arresto de Jane, el FBI utilizó la información encontrada en ese momento para descubrir casas y bienes inmuebles que ella controlaba por todo el mundo. Conforme se desvelaban más secretos, fue quedando en evidencia que Jane había cambiado el objetivo de sus operaciones: de robar armas, había pasado a robar tecnología armamentística. Luego empleaba empresas tapadera, tales como la Consultoría de Defensa Etienne, para vender aquella información a otros fabricantes de armas.

Con la industria armamentista mundial generando miles de millones de dólares al año, Jane había encontrado aquel negocio mucho más lucrativo que vender armas a grupos terroristas o gobiernos tercermundistas sumidos en la pobreza. Los activos pertenecientes a Jane Oxford encontrados por el FBI alcanzan un valor superior a 1,4 billones de dólares. Esta cifra sobrepasa ampliamente lo que el FBI esperaba encontrar, y también es mucho más de lo que habría requerido jamás el estilo de vida, relativamente modesto, de la acusada. Parece que, ajustándose a su perfil psicológico, Jane Oxford llevaba a cabo sus actividades delictivas tan sólo por la emoción que le proporcionaban.

De momento no se ha hallado información específica sobre los misiles MGPLH Buddy. Ahora el FBI sospecha que los misiles fueron robados por encargo para un fabricante de armas rival. De todos modos, hasta que se encuentren pruebas concretas no hay manera de saberlo con certeza. Sigue existiendo la posibilidad de que los misiles hayan caído en manos de terroristas o incluso que Jane Oxford no los haya robado.

CURTIS OXFORD fue reclasificado como recluso con peligro de fuga y encerrado en una celda individual en Arizona Max, después de pasar cuarenta y ocho horas en el agujero.

Unos pocos meses más tarde, los «tíos» de Curtis que vivían en Las Vegas descubrieron que el psiquiatra que había aconsejado que mandaran al chico a la escuela militar de Arizona estaba siendo investigado por aceptar dinero a cambio de recomendar la escuela a sus pacientes. Encargaron a un abogado que interpusiera un recurso de apelación al caso de Curtis, alegando que los homicidios que había cometido eran el resultado de un consejo inapropiado del psiquiatra corrupto.

En la apelación, el juez admitió los argumentos de la defensa y manifestó que: «Curtis Oxford tiene un largo historial de problemas de salud mental. Aunque sin duda debe aceptar alguna responsabilidad por sus graves acciones, esta nueva evidencia muestra que no fue apropiado juzgarlo como a un adulto.»

La condena inicial de Curtis por asesinatos en primer grado fue revocada. Los cargos relacionados con la muerte de Scott Warren y la posterior huida también fueron retirados. Tres semanas después, Curtis se declaró culpable de cuatro homicidios sin premeditación ante un tribunal de menores de Arizona. Tras seguir una minuciosa evaluación psiquiátrica, se le condenó a

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siete años, que debía cumplir en una institución para jóvenes delincuentes. Las familias de las tres personas a las que Curtis había disparado aparecieron en una cadena de televisión local, declarando que estaban consternadas por aquella resolución.

También salió a la luz que Jane Oxford había creado para su hijo un fondo de inversiones por un valor superior a treinta millones de dólares. Ese dinero había sido exhaustivamente blanqueado a través del sistema bancario internacional, y las fuentes del FBI creen que sería imposible demostrar que procede de actividades delictivas. Cuando salga de la cárcel en 2012, Curtis Oxford será un joven extremadamente rico.

Entre los otros reclusos, ELWOOD y KIRCH cumplieron dieciocho años y fueron trasladados al sector adulto de Arizona Max poco después de la fuga. Los hermanos STANLEY y RAYMOND DUFF se recuperaron por completo de sus heridas y regresaron a la celda T4 una vez fueron reparados los destrozos del motín.

El Departamento de Prisiones de Arizona tiene la antigua costumbre de bautizar bloques de celdas con el nombre de funcionarios muertos en el cumplimiento de su deber. El bloque conmemorativo de SCOTT WARREN será abierto dentro de poco en un nuevo complejo carcelario al este de Phoenix. El informe posterior a la fuga hizo diversas recomendaciones para reforzar las medidas de seguridad en Arizona Max. Entre ellas se incluyen reemplazar las puertas, demasiado sensibles, y equipar a todos los funcionarios con alarmas personales que se activan automáticamente cuando algún funcionario es atacado. Debido a la falta de presupuesto, es poco probable que se lleven a cabo estas recomendaciones.

WARREN REISE (también conocido como Scott Warren) dejó su trabajo como agente especial del FBÍ para pasar más tiempo con su esposa y sus tres hijos pequeños. THEODORE MONROE y MARVIN TELLER continúan en el equipo del FBI que investiga las actividades criminales de Jane Oxford.

PAULA PARTRIDGE fue interrogada por la policía en California y Arizona. No vieron razones para dudar de la historia de la joven, que había sido tomada como rehén. Más tarde, Paula recibió una compensación monetaria sin determinar del Departamento de Prisiones de Arizona, y 7.000 dólares de una agencia de noticias por una entrevista sobre su «terrorífica experiencia en manos de unos despiadados asesinos adolescentes». El artículo apareció en más de cien periódicos y revistas de Estados Unidos y todo el mundo. El dinero le permitió a Paula abandonar el recinto de caravanas y pagar la entrada de una pequeña casa. También llevó a su hija HOLLY PARTRIDGE a visitar Disneylandia.

El rancho de VAUGHN LITTLE fue registrado por el FBI, que encontró un considerable alijo de armas. Entre ellas había pistolas automáticas Glock, munición de mortero y rifles de francotirador. Vaughn y su esposa LISA LITTLE fueron acusados de esconder a un fugitivo y de posesión de armas de fuego sin licencia con la intención de venderlas. Vaughn fue sentenciado a ocho años de prisión y Lisa a cuatro. Hubo que vender el rancho y los caballos árabes para pagar las costas, y REBECCA LITTLE (Becky) se marchó a vivir con su hermana mayor a California.

EUGENE DRISCOLL se recuperó completamente de su herida en el cuello. WILLIAM BENTLEY (Bill) también se recobró de las heridas de bala infligidas por Marvin Teller. Las investigaciones policiales indicaron que ambos hombres habían trabajado juntos como asesinos a sueldo durante más de cuarenta años. Se les buscaba por treinta homicidios en once estados

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norteamericanos y en dos provincias canadienses.Cuando los dos estuvieron recuperados, el FBI los trasladó a Texas. Tras

un juicio que duró tres semanas, fueron hallados culpables de seis cargos de asesinato y condenados a muerte por inyección letal. Debido a lo prolongados que son los recursos de apelación, pasarán varios años antes de que se ejecuten sus sentencias.

DAVE MOSS fue sacado sigilosamente de su habitación vigilada del hospital de Arizona, y llegó al campus de CHERUB unos pocos días después que Lauren y James. Al cabo de poco tiempo retomó un entrenamiento suave, y dos meses más tarde lo declararon plenamente recuperado: una resonancia mostró que el coágulo de sangre del pecho se le había disuelto.

Sobre todas las misiones de CHERUB se escribe un informe detallado. El correspondiente a la evasión carcelaria felicitaba a todos los participantes por el éxito general de la operación. Sin embargo, se reprendía duramente a JAMES ADAMS por estrellar el Toyota a raíz de su imprudencia, y a Dave Moss por quedarse dormido y dejar que Stanley Duff casi apuñalara a James.

Sólo LAUREN ADAMS se libró de las reprimendas. El informe la describió como «valerosa, cooperadora y de mente rápida», y como una «joven agente con un gran potencial de futuro». Después de leer el documento, el director McAfferty decidió que el papel de Lauren en la misión justificaba que se le diera la camiseta azul marino, con lo que la niña se convirtió en uno de los agentes más jóvenes en ganársela.

Aunque el personal de CHERUB tenía algunas reservas sobre la actuación de sus muchachos, en Estados Unidos, el FBI y la CIA se mostraron encantados con la captura de Jane Oxford. Cuatro semanas después del regreso de James al campus, el director McAfferty recibió un paquete del cuartel general de la CIA. Contenía tres cajas de madera de pino muy pulida, para James, Dave y Lauren respectivamente.

Cuando fue a su habitación después de las clases, James se preguntó qué habría en la caja que reposaba sobre su almohada. Levantó la tapa de rígida bisagra y se quedó mirando un disco dorado con la cabeza de un águila en el centro de una estrella de cinco puntas; luego leyó la inscripción que había debajo:

La Estrella de la Inteligencia es una medalla que otorga Estados Unidos por actos de valor realizados en condiciones peligrosas, por logros extraordinarios o por servicios prestados con distinción en circunstancias de alto riesgo.

James no pudo evitar sonreír de oreja a oreja cuando volvió la medalla y leyó su nombre grabado en el reverso.

CHERUB: SU HISTORIA CHERUB: SU HISTORIA (1941-1996)(1941-1996)

1941 En plena Segunda Guerra Mundial, Charles Henderson, un agente inglés que trabajaba en la Francia ocupada, envió un informe a su cuartel general en Londres. Describía con grandes alabanzas la idea de la Resistencia francesa de utilizar niños para sortear los puestos de control nazis y sonsacar información a soldados alemanes.

1942 Henderson formó un pequeño destacamento secreto de niños, bajo las órdenes de la inteligencia militar inglesa. Los Chicos de Henderson contaban entre trece y catorce años de edad, y en su mayoría eran

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refugiados franceses. Se les formó con un entrenamiento de espionaje básico antes de ser lanzados en paracaídas sobre la Francia ocupada. Los niños reunieron información vital en el período previo a la invasión aliada de 1944.

1946 Los Chicos de Henderson se disolvieron al final de la guerra. La mayoría regresó a Francia. Su existencia nunca ha sido reconocida oficialmente.

Charles Henderson creía que los niños serían unos eficaces agentes de inteligencia en tiempos de paz. En mayo de 1946 recibió permiso para crear CHERUB en una escuela de pueblo que no se utilizaba. Los primeros veinte reclutas, todos de sexo masculino, vivían en cabañas de madera situadas en la parte posterior del patio de recreo.

1951 Durante sus primeros cinco años, CHERUB funcionó con recursos limitados. Su suerte cambió después de su primer éxito importante: dos agentes descubrieron una red de espías rusos que estaban robando información sobre el programa de armamento nuclear británico.

El gobierno de aquella época quedó muy satisfecho. CHERUB recibió fondos para su expansión. Se construyeron mejores instalaciones, y el número de agentes aumentó de veinte a sesenta.

1954 Dos agentes de CHERUB, Jason Lennox y Johan Urminski, resultaron muertos mientras trabajaban clandestinamente en la Alemania oriental. Nadie sabe cómo murieron los chicos. El gobierno consideró la posibilidad de cerrar CHERUB, pero ahora había más de setenta agentes en activo, que llevaban a cabo misiones vitales en todo el mundo.

Una investigación sobre la muerte de los chicos condujo a la implantación de nuevas medidas de seguridad:1, Creación de un programa ético. A partir de aquel momento, cada

misión tenía que ser aprobada por un comité de tres personas.2, Se introdujo una edad mínima de diez años y cuatro meses para

participar en misiones. (Jason Lennox sólo tenía nueve años de edad.)3, Se adoptó un enfoque más riguroso del entrenamiento. Empezó una

versión del programa de cien días de entrenamiento básico.1956 Aunque muchos creían que las chicas no servirían para el trabajo de

inteligencia, CHERUB admitió cinco niñas de manera experimental. El éxito fue enorme. El número de chicas aumentó a veinte al año siguiente. Al cabo de diez años, el número de chicas y chicos era idéntico.

1957 CHERUB introdujo el sistema de camisetas de colores.1960 Tras varios éxitos, CHERUB recibió permiso para expandirse de nuevo,

esta vez hasta ciento treinta estudiantes.Adquirieron las tierras de labranza que rodeaban el cuartel general y levantaron una valla alrededor de un tercio de la zona que ahora se conoce como campus de CHERUB.

1967 Katherine Field se convirtió en la tercera baja de CHERUB en acto de servicio. Fue mordida por una serpiente en el transcurso de una misión en la India. Llegó al hospital al cabo de media hora, pero identificaron mal la especie de la serpiente y dieron a Katherine un antídoto equivocado.

1973 Con los años, CHERUB se había convertido en una aglomeración de edificios pequeños. Se inició la construcción de una nueva sede de nueve pisos.

1977 Todos los «querubines» son huérfanos o niños abandonados por su familia. Max Weaver fue uno de los primeros agentes de CHERUB. Ganó

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una fortuna construyendo edificios de apartamentos en Londres y Nueva York. Cuando murió en 1977, a la edad de cuarenta y un años, sin esposa ni hijos, Max Weaver legó su fortuna a los niños de CHERUB.

El Fondo Fiduciario Max Weaver ha pagado muchos de los edificios del campus, incluyendo las instalaciones deportivas cubiertas y la biblioteca. El fondo fiduciario posee ahora bienes valorados en más de mil millones de libras.

1982 Thomas Webb murió debido a una mina terrestre en las Malvinas, convirtiéndose así en el cuarto agente de CHERUB fallecido en acto de servicio. Fue uno de los nueve agentes utilizados en diversas tareas durante aquella breve guerra.

1986 El gobierno autorizó a CHERUB para alojar un máximo de cuatrocientos alumnos. Pese a ello, el número se ha estancado algo por debajo de este límite. CHERUB exige agentes inteligentes y robustos, sin lazos familiares. Cuesta muchísimo encontrar niños que cumplan todos estos requisitos.

1990 CHERUB adquirió más tierras, y aumentó tanto el tamaño como la seguridad del campus. Éste se encuentra señalizado en todos los mapas británicos como un campo de tiro militar. Las carreteras circundantes están trazadas de manera que sólo una conduce al campus. Los muros del perímetro no pueden verse desde las carreteras cercanas. La zona está prohibida a los helicópteros, y los aviones han de volar por encima de los diez mil metros. Cualquiera que viole el perímetro de CHERUB se arriesga a ser encarcelado de por vida, según lo dispone la Ley de Secretos de Estado.

1996 CHERUB celebró su cincuenta aniversario con la inauguración de una piscina y un campo de tiro cubierto.

Todos los miembros retirados de CHERUB fueron invitados a la celebración. No se admitieron otros invitados. Acudieron más de novecientas personas venidas de todo el mundo. Entre los agentes jubilados se encontraba un ex primer ministro y un guitarrista de rock que había vendido ochenta millones de álbumes.

Tras unos fuegos artificiales, los invitados montaron tiendas y durmieron en el campus. Antes de marcharse al día siguiente, todo el mundo se reunió ante la capilla y recordó a los cuatro niños que habían dado su vida por CHERUB.

ROBERT MUCHAMOREROBERT MUCHAMORE

Nació en 1972. Durante trece años trabajó de detective privado, ocupación que abandonó para dedicarse por entero a la escritura. La serie CHERUB, que a día de hoy consta de diez títulos, ha resultado un éxito de enormes proporciones en el Reino Unido, con millones de ejemplares vendidos hasta la fecha.

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Título original: Máximum Security (Cherub 3)Ilustración de la cubierta: Getty ImagesCopyright © Robert Muchamore, 2005

Traducción del inglés de Begoña Hernández SalaPublicaciones y Ediciones Salamandra, S.A.

ISBN: 978-84-9838-191-7TRIPLECERO, DICIEMBRE DE 2012.