Miller Rand - Myst El Libro de Atrus

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MYSTEl Libro De Atrus

RAND Y ROBYN MILLER con DAVID WINGROVE

Diseo de cubierta: 1995 The Leonhardt Group Ilustraciones: William Cone Ttulo original: Myst: the book of Atrus Traduccin: Jos Lpez Jara Ilustraciones y texto 1995, Cyan Inc. Originally published in the United States by Hyperion as MYST: THE BOOK OF ATRUS. This translated edition published by arrangement with Hyperion Grupo Editorial Ceac, S.A., 1997 Para la presente versin y edicin en lengua castellana Timun Mas es marca registrada por Grupo Editorial Ceac, S. A. ISBN: 8448039068 Depsito legal: B. 42.2111998 Hurope, S.L. Impreso en Espaa Printed in Spain Grupo Editorial Ceac, S. A. Per, 164 08020 Barcelona Internet: http://www.ceacedit.com

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A nuestros padres

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AgradecimientosAunque en la portada nicamente aparecen nuestros nombres, sera faltar a la verdaddecir que esta historia la escribimos solos; hay mucha ms gente que particip en ella. Ante todo, querramos dar las gracias a Richard Vander Wende. Sus contribuciones al desarrollo de la historia y al proceso creativo tienen, como mnimo, la misma importancia que nuestra labor. Gracias a Ryan Miller por escribir el primer libro, sus aportaciones proporcionaron el tono a partir del cual pudimos trabajar. Gracias tambin a John Biggs, Chris Brandkamp, Mark DeForest, Bonnie McDowall, Beth Miller, Josh Staub y Richard Watson por sus aportaciones y sus crticas. Finalmente, gracias a nuestro editor, Brian DeFiore, y a David Wingrove por conseguir lo imposible. Gracias especiales a los fans de Myst, quienes han esperado largo tiempo esta historia y que han ayudado a que se haga realidad. Esperamos que responda a muchas preguntas y que plantee algunas ms.

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PrlogoGehn haba dejado abundantes pisadas con sus botas alrededor del diminutoestanque, convirtiendo el csped cuidado y verde en un barrizal. En un extremo del jardn, bajo un pequeo saliente, haba cavado una fosa poco profunda. Ahora que la luz del amanecer surga lentamente por encima de la arena para acariciar la pared de la grieta, seis metros ms arriba, cubri el cuerpo de la joven; las ropas color crema, apropiadas para el desierto, estaban manchadas de sangre y de la tierra oscura de la grieta. Anna lo observaba desde los escalones, exhausta tras la larga noche. Haba hecho lo que haba podido, pero estaba claro que la joven ya llevaba enferma algunos meses y los esfuerzos del parto haban consumido la poca fuerza que le quedaba. Haba muerto con un suspiro de alivio. Aun ahora, en el silencio del amanecer, segua escuchando los aullidos de angustia de Gehn, sus gritos de ira y dolor; escuchaba las palabras acusadoras que, en su momento, cayeron sobre ella. Era culpa suya. Todo era culpa suya. As era. As haba sido siempre. Cuando hubo acabado, Gehn se volvi y le lanz una mirada fra y penetrante, sin amor alguno. Tena diecinueve aos. Slo diecinueve. Vas a quedarte? le pregunt en tono cansino. Su respuesta fue un brusco movimiento de cabeza. Casi beligerantemente, Gehn cruz el jardn a grandes pasos, destrozando ms su preciado terreno de cultivo, sin darse cuenta, al parecer, del significado de lo que haca. Le vio agacharse junto al estanque, incapaz de enfadarse con l; a pesar de todo lo que haba hecho y dicho. No, porque saba lo que deba de estar sintiendo. Saba lo que era sentir aquello, perder el foco de tu vida, la razn de ser... Se mir las manos sucias y se pregunt: Por qu haba venido cuando ella no poda hacer nada para ayudarle? Pero saba la respuesta. Haba venido porque no tena ningn otro lugar adonde ir. No haba querido hacerlo, pero la desesperacin le haba marcado el camino. Sabiendo que su esposa estaba enferma, record los poderes curativos de su madre, Pero vino demasiado tarde. Al menos, demasiado tarde para ella. Anna alz la cabeza al escuchar el llanto de la criatura. Se puso en pie, estirndose, y descendi los estrechos escalones, agachndose al pasar bajo el dintel de piedra camino del interior. El beb se encontraba en la pequea habitacin del fondo. Cruz la estancia y se introdujo en ella al tiempo que el llanto se haca ms intenso. Se par ante l durante un instante, Contempl sus ojos azul claro y luego le cogi y le acun contra su pecho. Pobrecito musit, le bes en el cuello y sinti que l beb se relajaba. Pobrecito mo. Sali al exterior y se apoy en la barandilla, mientras contemplaba a Gehn que se lavaba, agachado junto al estanque. Vio lo turbias que estaban sus aguas, el precioso lquido mancillado. Una vez ms, el descuido en sus actos la irrit. Era desconsiderado. Gehn siempre haba sido desconsiderado. Pero contuvo su lengua, porque saba que no era el momento para mencionar ese tipo de cosas. Quieres que vista al beb para el viaje? Gehn no respondi, y Anna pens por un instante que quiz no le haba odo, pero

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cuando iba a hablarle, l Se Volvi y le lanz una mirada iracunda. Qudatelo. Entirralo con su madre, si no te queda ms remedio. Pero no me fastidies. T lo has salvado, cudalo t. Ofendida, sostuvo al nio con los brazos extendidos, por encima de la abertura. Es tu hijo, Gehn. Tu hijo! Le diste la vida. Eres responsable de l. As son las cosas en este mundo. Gehn le dio la espalda. Volvi a abrazar al beb. Al hacerlo, ste comenz de nuevo a llorar. Debajo, Gehn cruz a trancos el terreno pisoteado y subi con rapidez los escalones, pasando a su lado bruscamente para entrar a la vivienda. Tras un instante, volvi a salir, con sus gafas fijas en la cabeza. Anna le mir y se dio cuenta de que se haba quitado la capa. Tu capa, Gehn... ah fuera te har falta la capa. Se apart de ella y mir en direccin al borde del crter del volcn, apenas visible desde donde se encontraban. Qudatela dijo, sin mirarla fijamente a los ojos. Ya no la necesitar! Sus palabras le dieron miedo, le hicieron temer por su cordura tras todo lo que haba sucedido. Contempl al nio que sostena en sus brazos, sin saber en aquel momento qu era lo mejor. Con todo, estaba decidida a que l abrazara al beb una vez antes de partir. Hizo ademn de pasarle el nio a Gehn, pero ste se abri paso y sali al puente de cuerda. En un momento, se haba marchado. No le has dado un nombre dijo ella en voz baja, abrazando con fuerza a la criatura. Ni siquiera le has dado un nombre... A la sombra del gran volcn, el suelo del desierto estaba agrietado. All, en una fisura de unos veinticinco metros por cinco, la oscuridad era intensa. Una mirada poco atenta, de hecho, podra haberla pasado por alto, pensando que no era ms que un rasgo del paisaje, de no ser por el extrao borde una pared de piedra de unos 150 a 180 centmetros de altura que la rodeaba. Durante un instante todo permaneci inmvil, luego una figura alta y sin capa trep el borde de la pared de la fisura y sali a la luz del amanecer. Todo estaba en silencio; un silencio como slo ocurre en semejantes lugares. En el fresco amanecer del desierto, una neblina surga del corazn clido del volcn, envolvindolo en un velo misterioso y tenue. Anna observ la figura alta y sin capa que suba por la ladera del volcn, mientras la neblina giraba en torno a ella, a veces ocultndola, luego revelndola. Las grandes gafas que llevaba le daban a su cabeza una forma extraa pero caracterstica. Se detuvo un momento, con la cabeza vuelta, contemplando el oscuro desgarrn de la grieta una milla por debajo de donde se encontraba. Su imperiosa silueta se recortaba iluminada por el sol que atravesaba las ondulantes capas de neblina. Con una lentitud como de ensueo, como un espectro que se adentrase en la nada, dio la vuelta y desapareci.

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1La tormenta de arena haba limpiado el estrecho saliente de roca. A lo largo de sucresta esculpida como un encaje, las sombras creaban mil formas heladas. La pared de roca estaba decorada con ojos y bocas, con brazos extendidos y cabezas ladeadas, como si un millar de extraas y hermosas criaturas hubieran escapado de la oscura seguridad de las fauces abiertas del crter, para ser cristalizadas por los penetrantes rayos solares. Por encima de ellas, a la sombra del borde del volcn, estaba tendido el chico, contemplando el gran ocano de arena que se extenda hasta las mesetas montaosas que aparecan borrosas a lo lejos. Tan slo el claro cielo azul era ms grande que aquel inmenso paisaje. El nio se esconda de las miradas curiosas, y ni siquiera los mercaderes que haban detenido su caravana a una milla en el interior del desierto de arena para saludar a la anciana loca conocan su existencia. El chico vesta ropas sucias y remendadas que eran del mismo color del desierto, con lo que pareca un fragmento ms de aquel rido paisaje. Permaneca completamente inmvil, observando, habiendo ajustado para larga distancia las grandes gafas que llevaba y sus atentos ojos captaban hasta los ms mnimos detalles de la caravana. La tormenta haba retrasado dos das a la caravana, y aunque dos das no eran nada en aquel lugar atemporal, para el chico parecieron una pequea eternidad. Semanas antes de que la caravana llegara, soaba con ella da y noche, imaginndola en su mente; se vea a s mismo con capa y capucha, a lomos de uno de aquellos grandes animales, partiendo con ellos. Hacia un mundo ms grande. No le contaba nada a su abuela acerca de aquellos sueos. No. Porque saba que se inquietaba; le preocupaba que alguno de los mercaderes con menos escrpulos pudiera venir de noche para llevrselo y venderlo como esclavo en los mercados del sur. Y por eso se esconda cuando ella deca "escndete", y no contaba nada de sus sueos, para que ella no tuviera ms preocupaciones. En aquel instante, los ojos del chico se concentraban en el rostro de uno de los ocho hombres: uno en el que se fijaba a menudo; un hombre moreno con una cabeza estrecha, los rasgos marcados, encorvado y cubierto por la capucha de su capa negro azabache, con la barba rala. Al examinar la caravana detenida, el chico se dio cuenta de los cambios ocurridos desde que pasaran la ltima vez. Ahora tenan diecinueve camellos; dos ms que la otra vez. Eso y otros detalles ms pequeos arreos nuevos en varios de los camellos, pequeas joyas en las muecas y cuellos de los hombres, la carga ms pesada de los camellos demostraba que el negocio iba bien. No slo eso, sino que la tranquilidad de los hombres lo proclamaba a voces. Mientras regateaban con su abuela, el chico observ cmo se rean, mostrando dientes pequeos y decolorados. Dientes que, tal vez, demostraban la adiccin a las cosas dulces que vendan. Observaba, asimilndolo todo, sabiendo que su abuela le preguntara despus. Qu viste, Atrus? Vi... Vio al que tena el rostro afilado volver a su camello, rebuscar en su adornada y abultada alforja y sacar un pequeo saco de tela de una extraa cesta esfrica de mimbre. El saco pareci agitarse y luego qued inmvil. Atrus ajust sus gafas, convencido de que haba imaginado aquel movimiento y

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mir otra vez, a tiempo para ver que su abuela colocaba el saco con el montn de las otras cosas por las que haba regateado. Estuvo observando durante unos instantes ms, luego, cuando no hubo ms seales de movimiento, se fij en su abuela. Anna estaba frente al mayor de los mercaderes; su rostro adusto pero hermoso era bastante ms plido que el del mercader, y llevaba su fino cabello gris recogido en un moo a la altura de la nuca. Llevaba la capucha de la capa echada atrs, igual que el mercader, de manera que su cabeza quedaba expuesta al calor ardiente de ltima hora de la tarde, pero a ella no pareca importarle. Lo haca de forma deliberada, para convencer a los mercaderes de su fuerza y autosuficiencia. S, y lo sufra, tambin, porque incluso slo una hora en aquel sol ardiente era ms que suficiente, sin hablar del largo camino de regreso, cargada con los pesados sacos de sal y harina y los rollos de tela y los otros objetos que habra comprado. Y l all tendido en el suelo, escondido, sin poder ayudarla. Claro que ahora era ms fcil, porque poda ayudarla a cuidar el huerto y reparar los muros, pero en momentos como ste se senta desgarrado; desgarrado entre el anhelo de ver la caravana y el deseo de que su abuela no tuviera que trabajar tanto para conseguir las cosas que necesitaban para sobrevivir. Casi haba terminado. La vio entregar las cosas que haba cultivado o hecho para comerciar las preciadas hierbas y los raros minerales, las figuras de piedra con intrincados grabados y las pinturas de iconos extraas y llenas de color que hacan que los mercaderes siempre regresaran a por ms y sinti una especie de asombro ante su creatividad. Llevaba viviendo con ella siete aos; siete aos en aquel lugar seco y desolado, y en ninguna ocasin haba permitido ella que pasaran hambre. Eso de por s, lo saba, era una especie de milagro. Lo saba, no porque ella se lo hubiera dicho, sino porque l haba observado con la, ayuda de sus gafas cmo funcionaba el mundo en que habitaba, haba visto lo inmisericorde que era el desierto. Cada noche, al sobrevivir un da ms, daban gracias. Sonri al ver que su abuela recoga sus compras y observ que, por una vez, uno de los mercaderes ms jvenes se ofreci a ayudarla. Se ofreci a cargar uno de los sacos sobre los hombros de su abuela. Vio que Anna sacuda la cabeza y sonrea. Enseguida, el hombre se apart, le devolvi la sonrisa y respet su independencia. Cargada, mir a los mercaderes, haciendo un breve gesto a cada uno antes de darse la vuelta y comenzar el largo camino de regreso hacia la grieta. Atrus permaneca all, deseando bajar y ayudarla, pero saba que tena que quedarse y vigilar la caravana hasta que se perdiera de vista. Ajust las gafas y observ la hilera de hombres, identificando a cada uno por la forma de estar de pie, por sus gestos particulares; vea a uno que beba un trago de su cantimplora, mientras que otro revisaba el arns de su camello. Luego, sin que hubiera una seal evidente, la caravana se puso en movimiento, los camellos primero un poco a desgana, de forma que varios necesitaron el toque del ltigo antes de ponerse a caminar lanzando un gruido y un spero bramido. Atrus? S, abuela? Qu viste? Vi grandes ciudades en el sur, abuela, y hombres, tantos hombres... Entonces, sabiendo que Anna estara esperndole, comenz a descender. Cuando Anna rode el gran saliente de roca y lleg a la vista de la grieta, Atrus se acerc. Oculta de las miradas de los mercaderes, Anna normalmente se detena y dejaba que Atrus cogiera un par de los sacos que acarreaba, pero hoy sigui adelante,

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limitndose a sonrer ante la pregunta no formulada de Atrus.

En el borde septentrional de la grieta se detuvo y con un extrao cuidado, casi exagerado, descolg la carga de sus hombros. Ten dijo en voz baja, consciente de lo lejos que poda llegar la voz en aquel terreno desierto. Lleva la sal y la harina al almacn. En silencio, Atrus obedeci. Se quit las sandalias y las coloc en el estrecho saledizo bajo el borde del muro de la grieta. Marcas de tiza, procedentes de la leccin de primera hora del da, cubran la superficie de la pared exterior, mientras que cerca se encontraban una serie de pequeos potes de arcilla, parcialmente enterrados, pertenecientes a uno de sus experimentos. Atrus se ech al hombro uno de los sacos de color blanco hueso; el spero tejido

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le irrit el cuello y la barbilla, el olor de la sal traspasaba la tela. Entonces, subi gateando la pared inclinada, se dio la vuelta, se agach y alarg el pie izquierdo hasta encontrar el primer peldao de la escalera de cuerda.

Con un cuidado fruto de la costumbre, Atrus descendi a la fresca penumbra de la grieta, el fuerte aroma de las hierbas le result embriagador despus de la seca esterilidad del desierto. Aqu abajo, las cosas crecan por todas partes. Hasta el ltimo centmetro cuadrado de terreno estaba cultivado. Entre los diversos edificios de piedra y adobe que se agarraban a ellos, los escarpados muros de la grieta eran un mosaico de marrn rojizo desnudo y de verde esmeralda, mientras que el suelo en declive que rodeaba el diminuto estanque era de un verde lujurioso, sin que se malgastara espacio ni siquiera para una senda. En lugar de esto, un puente de cuerda se extenda a travs de la grieta en zigzag, uniendo aquellos edificios que no estaban conectados por los estrechos escalones que haban sido tallados en la roca haca milenios. Con el paso de los aos,10

Anna haba excavado una serie de alargados estantes como canales en las slidas paredes de la grieta, los haba rellenado con tierra y pacientemente los haba irrigado, extendiendo poco a poco su huerto. El almacn se encontraba en la otra punta, cerca del fondo de la grieta. Atrus atraves el ltimo tramo del puente de cuerda y aminor el paso. Aqu el agua borboteaba procedente de un manantial subterrneo, se filtraba a travs de una capa ladeada de roca porosa y dejaba los antiqusimos escalones hmedos y resbaladizos. Un poco ms all, se haba excavado un canal en la roca, para dirigir el escaso pero preciado lquido a travs de la roca impermeable del fondo de la grieta hasta la depresin natural del estanque. Aqu, tambin, era donde estaba enterrada su madre. En uno de los extremos haba una pequea extensin de delicadas flores azules, cuyos ptalos eran como diminutas estrellas y sus estambres de un negro aterciopelado. Tras el ardiente calor de la arena del desierto, el frescor de la piedra hmeda bajo sus pies resultaba delicioso. Aqu abajo, casi a nueve metros de la superficie, el aire era fresco, y su dulce aroma resultaba estimulante tras la sequedad del desierto. Se oa un ligersimo gotear de agua, el suave zumbido de una avispa del desierto. Atrus se detuvo un instante, alz las pesadas gafas dejndolas sobre la frente, dej que sus ojos claros se acostumbraran a las sombras, y luego sigui descendiendo, se agach bajo el saliente de roca y se volvi para encarar la puerta del almacn, que estaba encastrada en la piedra de la pared de la grieta. La superficie de aquella pesada puerta rechoncha era una maravilla, decorada con un centenar de delicados e intrincados grabados, con peces, aves y animales, todos ellos unidos por un dibujo entrelazado de hojas y flores. Aquello, como otras muchas cosas en la grieta, era obra de su abuela, porque si haba alguna superficie lisa en algn lado, ella la decoraba enseguida, como si toda la creacin fuera su lienzo. Atrus alz el pie y empuj hasta que la puerta cedi, entr en el espacio angosto y oscuro. Un ao ms y tendra que agacharse con aquel bajo techo de piedra. Pero ahora cruz el diminuto cuarto en tres pasos, descolg el saco del hombro y lo coloc en el ancho estante de piedra, junto a otros dos. Se qued all un momento, mientras contemplaba el nico smbolo, de color rojo sangre, pintado en el saco. Aunque le resultaba familiar, era un elaborado diseo de curvas y garabatos, y no estaba seguro de si se trataba de una palabra o un mero dibujo, pero tena una belleza, una elegancia que encontraba cautivadoras. A veces le recordaba el rostro de un animal extico y desconocido, y a veces le pareca encontrar en l cierto significado. Atrus se volvi, mir hacia arriba y de pronto record que su abuela estara esperando junto al muro de la grieta; se reprendi por ser tan inconsciente. Deprisa, detenindose slo para volver a colocarse las gafas, subi los escalones, cruz el puente que se balanceaba y lleg a tiempo de verla cmo se desabrochaba la capa y sacaba un largo cuchillo con empuadura de perlas de su amplio cinto portaherramientas, para luego agacharse y abrir uno de los rollos de tela que haba comprado. se es bonito dijo, parndose junto a ella; se ajust las gafas y admir el dibujo de un vivo bermelln y de cobalto, y observ cmo la luz pareca rielar en la superficie de la tela, como en el estanque. S dijo ella, devolvindole la sonrisa al tiempo que volva a envainar el cuchillo. Es seda. Seda? Por toda respuesta, ella la alz y se la ofreci. Toca. Estir el brazo y le sorprendi el tacto suave y fresco de la tela.

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Ella segua mirndole, con una sonrisa enigmtica en los labios. Pens en hacer una cortina para tu cuarto. Algo que lo alegrara. l la mir, sorprendido, luego se agach y alz uno de los sacos que quedaban, cargndolo al hombro. Mientras descenda en direccin al almacn, vio mentalmente la tela y sonri. Se dio cuenta de que la tela tena un hilo dorado y record su tacto: suave y liso, como el envs de una hoja. Dej el segundo saco y regres. Mientras iba y vena, Anna haba colocado los dos rollos de tela sobre el borde del muro de la grieta, junto con los ltimos sacos de harina y sal. Tambin haba una pequea bolsa de tela verde con semillas, atada con un cordel color rojo sangre. Del ltimo saco, el que pens que se mova, no se vea ni rastro. Frunci el ceo y mir a su abuela, pero si sta entendi su mirada, no lo demostr. Pon las semillas en la cocina dijo en voz baja mientras se cargaba al hombro el rollo de seda Las plantaremos maana. Vuelve despus y aydame con el resto de la tela. Cuando regres del almacn, vio que Anna le estaba esperando en la amplia repisa de piedra en el otro extremo del huerto. Incluso desde donde se encontraba, se percat de lo cansada que estaba. Cruz el puente de cuerda hasta la casa principal, descendi con rapidez los estrechos escalones que se aferraban a la pared y, siguiendo con cuidado las piedras suaves y salientes que marcaban el lmite occidental del estanque, se puso en cuclillas, sac el cazo metlico de su gancho, se inclin y lo hundi en la superficie inmvil como un espejo. Volvi a enderezarse, camin deprisa por el borde, aferrndose a la piedra con los dedos de los pies y poniendo cuidado en no derramar ni una gota del precioso lquido, y se par junto a la repisa en la que Anna estaba sentada. Ella le mir y sonri; una sonrisa cansada y cariosa. Gracias dijo, cogi el cazo y bebi; luego se lo ofreci a l. No dijo en voz baja. Acbalo t. Sonriente, ella bebi el agua del cazo y se lo devolvi. Bien, Atrus dijo, de repente relajada, como si el agua se hubiera llevado su cansancio. Qu viste? El titube. Vi un saco de tela marrn, un saco que se mova. Su risa result inesperada. Atrus arrug el entrecejo y luego sonri cuando ella sac el saco de entre los pliegues de su capa. Resultaba extrao, porque no pareca contener nada. No slo eso, sino que la tela del saco pareca extraa; mucho ms spera de las que utilizaban normalmente los mercaderes. Era como si la hubieran tejido usando slo la mitad de los hilos. Si hubiera contenido sal, sta se habra escapado por los agujeros de la tela, pero el saco contena algo. Y bien? dijo ella, divertida por su reaccin No vas a cogerlo? La mir, realmente sorprendido. Para m? S dijo ella. Para ti. Lo cogi con cautela, y se dio cuenta de que la boca del saco estaba atada con el mismo cordel rojo que la bolsa de semillas. Qu es? Mira y lo vers dijo, sac el cuchillo y se lo pas por la empuadura. Pero ten cuidado. Podra morderte.

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Se qued parado, mirndola perplejo. Oh, vamos dijo ella, riendo con suavidad. Te estoy tomando el pelo, Atrus. brelo. Despacio, a regaadientes, desliz la hoja bajo el cordel y tir. La boca del saco se abri. Dej el cuchillo en la roca, se alz las gafas hasta dejarlas fijas en la parte superior de la cabeza, y cogi el cuello del saco, abrindolo lentamente sin dejar de mirar su oscuro interior. Dentro haba algo. Algo pequeo, agazapado y... Un ruido le hizo soltar el saco y dar un salto hacia atrs, asustado. Cuidado... dijo Anna y se inclin para recoger el saco. Atrus la mir, asombrado, y vio que sacaba algo pequeo y con un pelaje delicado. Por un instante, no comprendi, y luego, de pronto, se dio cuenta de lo que era. Un gatito! Anna le haba comprado un gatito! Lanz una exclamacin de contento, se puso en pie, y se acerc a ella, inclinndose para contemplar la diminuta criatura que ella sostena. Era hermoso. Su piel era del color de la arena del desierto a la puesta del sol, mientras que sus ojos eran grandes platos de verde que parpadearon un par de veces y que luego le contemplaron con curiosidad. No era ms grande que la mano de Anna. Cmo se llama? pregunt. Se llama Pahket. Pahket? Atrus mir a su abuela, luego estir la mano y acarici suavemente el cuello de la gatita. Es un nombre antiguo. El ms viejo de los mercaderes dijo que era un nombre que traa suerte. Quiz dijo Atrus con tono inseguro, pero no parece adecuado. Mrala. Es como una llama diminuta. Sonri cuando la gatita se apret contra su mano y comenz a ronronear. Entonces quiz podras llamarla as. Llama? Anna asinti. Mir un instante a su nieto y luego dijo: Hay un pequeo cuenco de barro en la cocina... Atrus alz la mirada. El azul? S. Llama puede usarlo. De hecho, seguro que le vendra bien un poco de agua, despus de haber estado en el saco. Atrus sonri y, como si lo hubiera hecho toda su vida, cogi la gatita en una mano, abrazndola contra su costado, y la llev al otro lado, saltando los escalones de dos en dos y de tres en tres antes de entrar en la cocina. Al cabo de un instante, sali con el cuenco en la otra mano. Vamos, Llama dijo, hablando en voz baja a la gatita como si fuera un chiquillo, mientras la acariciaba, vamos a darte de beber. Mientras anocheca, Atrus se sent en la estrecha galera que corra a lo largo del dormitorio exterior y contempl la luna. La gatita estaba dormida y hecha un ovillo a su lado sobre la repisa de fresca piedra. Haba sido un da maravilloso, pero como todos los das, deba terminar. Abajo y a su derecha, vea a su abuela, enmarcada en la ventana iluminada de la cocina, con una pequea lmpara de aceite que arrojaba un suave resplandor amarillento sobre su rostro y sus antebrazos mientras trabajaba, preparando

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una bandeja de pasteles. Al igual que la gatita, eran un regalo para celebrar su sptimo cumpleaos dentro de dos das. Al pensarlo, sonri, pero en su alegra se mezcl una cierta inquietud. Aunque era feliz aqu con su abuela, recientemente haba empezado a tener la sensacin de que haba ms cosas. Deba de haber ms cosas. Mir ms all de la luna, siguiendo una lnea de estrellas hasta que encontr el cinto del cazador, traz la silueta del arco del cazador en el cielo nocturno, tal y como le haba enseado su abuela. Haba tantas cosas que aprender, tanto por conocer todava. Y cuando ya lo sepa todo, abuela? Record cmo se haba redo ella al escucharle, y que luego se haba inclinado hacia l. El aprendizaje nunca acaba, Atrus. Hay ms cosas en este universo y ms universos, de los que nunca podremos esperar conocer. Y aunque no comprendi del todo lo que haba querido decir, bastaba con contemplar la inmensidad del cielo nocturno para tener un atisbo del problema. Pero era curioso y quera conocer todo lo que pudiera; era tan curioso como indolente era la gatita que tena al lado. Dej de contemplar la inmensidad. A su alrededor, la grieta estaba salpicada por diminutas luces que brillaban clidas en la oscuridad. Atrus? Se volvi y contempl a Anna que se acerc y se puso en cuclillas a su lado, sobre la estrecha repisa. S, abuela? Hoy tienes que escribir un montn de cosas en tu diario. Atrus sonri, acarici a la gatita, le dio un beso entre las orejas y sinti cmo ella se apretujaba contra sus dedos. Ya lo he escrito, mientras estabas en el almacn. Ah... Acarici el costado de la gatita con los dedos. Y qu tal va tu experimento? Cul de ellos? pregunt l con repentino inters. Tus mediciones. Antes te vi ah afuera. Desde haca casi seis meses, Atrus estudiaba el movimiento de las dunas en la otra ladera del volcn. Haba colocado una serie de largas estacas profundamente clavadas en la arena, siguiendo la cresta de la duna, para observar y hacer meticulosas mediciones del movimiento diario de la duna, utilizando las estacas como lnea de base, anotando dichas mediciones en una tabla al final de su diario. Casi he terminado dijo, y los ojos le brillaron a la luz de la luna. Unas cuantas semanas ms y tendr los resultados. Anna sonri, divertida y al mismo tiempo orgullosa del inters que l mostraba. No caba duda, Atrus tena un cerebro excelente el cerebro de un verdadero explorador y una curiosidad a la altura de dicho cerebro. Y tienes alguna teora? pregunt, y advirti que se sentaba ms erguido para responderle. Se mueven contest. Poco o mucho? Sonri. Depende. Depende? De lo que creas que es poco o lo que creas que es mucho. Se ri, disfrutando de su respuesta.

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Un poco sera unos centmetros al ao, mucho sera un kilmetro. Entonces no es ninguna de las dos cosas contest l, volviendo a mirar a Llama. La gatita estaba dormida, con la cabeza doblada sobre el cuerpo y sus suaves ronquidos se escuchaban dbilmente en la oscuridad. Anna estir el brazo y con sus dedos le apart los cabellos de los ojos. En ciertos aspectos era un chico desgarbado, pero tena algo de noble. La amabilidad, la aguda inteligencia de su mirada; aquellas cosas le distinguan, desmintiendo su torpeza fsica. Cambia dijo l, volviendo a mirarle a los ojos. Cambia?15

La velocidad a la que se mueve la duna. A veces, apenas se mueve, pero cuando hay una tormenta... S? pregunt ella quedamente. Es el viento dijo l. Empuja los granos ms pequeos hacia arriba en el lado de barlovento de la duna. Desde all, caen por encima de la cresta al lado de sotavento. Por eso la duna tiene la forma que tiene. Los granos ms grandes y speros no se mueven tanto, por eso la ladera de barlovento tiene una curva gradual. Es ms densa. Se puede caminar sobre ella como si fuera una roca. Pero en la ladera de sotavento... S? le anim. Atrus frunci el ceo y arrug la nariz mientras lo pensaba. Bueno, el lado de sotavento cambia constantemente. Los granos finos se amontonan formando una ladera empinada hasta que... bueno, hasta que caen todos rodando. Si intentas caminar por esa ladera, te hundes en ella. No es compacta como la del lado de barlovento. Anna sonri, sin dejar de mirarle a la cara. Dices que caen por encima de la cresta. Sabes por qu? Atrus asinti con entusiasmo, y Llama se agit en su regazo. Tiene que ver con la forma en que los granos se apoyan unos sobre otros. Hasta un cierto ngulo, no pasa nada, pero si se supera ese ngulo... Y has medido ese ngulo? pregunt, encantada. l asinti de nuevo. Treinta y cinco grados. Es lo ms empinado que puede ser la ladera antes de que comience a deslizarse. Bien dijo, apoyando las manos en las rodillas. Parece que lo has tenido todo en cuenta, Atrus. Has intentado ver el Todo. Atrus estaba contemplando a la gatita. Mir de nuevo a su abuela. El Todo? Ella se ri suavemente. Es algo que sola decirme mi padre. Lo que yo quiero decir con eso es que has contemplado el problema desde muchos puntos de vista distintos y has reflexionado acerca de cmo encajan las piezas del mismo. Te has hecho todas las preguntas que haba que hacerse y has obtenido las respuestas. Y ahora comprendes ese asunto. Sonri, alarg el brazo y apoy su mano ligeramente en el hombro de Atrus Puede parecer un asunto poco importante, Atrus; al fin y al cabo, una duna no es ms que una duna, pero el principio es slido y te servir para cualquier cosa que quieras hacer, no importa lo complejo que sea el sistema que contemples. Siempre ten en cuenta el Todo, Atrus. Busca siempre la interrelacin de las cosas, y recuerda que el todo de una cosa siempre es parte de algo ms, de algo ms grande. Atrus la mir, asintiendo lentamente; la seriedad de su mirada no corresponda a sus siete aos. Vindole, Anna suspir para sus adentros. A veces se senta tan orgullosa de l... Tena unos ojos tan finos, tan claros... Unos ojos que haban sido incitados para ver; que anhelaban observar y cuestionarse el mundo que le rodeaba. Abuela? S, Atrus? Puedo hacer un dibujo de Llama? No le dijo con una sonrisa Ahora no. Es hora de acostarse. Quieres que Llama duerma contigo? l sonri e hizo un gesto afirmativo. Trela entonces. Puede dormir a los pies de tu cama esta noche. Maana le prepararemos una cesta.

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Abuela? S, Atrus? Puedo leer un rato? Ella sonri y le revolvi los cabellos. No. Pero vendr y te contar una historia si quieres. l abri mucho los ojos. Por favor, y, Nanna... S? El uso de aquel trmino familiar la sorprendi. Gracias por regalarme a Llama. Es hermosa. La cuidar mucho. S que lo hars. Ahora entra. Es tarde. El lecho de Atrus se encontraba en una repisa de roca excavada en la pared posterior del dormitorio interior, como una diminuta catacumba. Un edredn bellamente tejido era su colchn, y un gran cuadrado doblado de tela, cosido por Anna en los bordes, con un dibujo de diminutas estrellas doradas bordadas, serva como sbana. En un nicho en la roca, en la cabecera de la repisa, haba una lmpara de aceite, sujeta por estrechas barras de metal en sus extremos inferior y superior. Anna estir el brazo, cogi el cristal con curiosos grabados, prendi la mecha y luego se apart, para que Atrus se metiera en el pequeo espacio. Pronto sera demasiado grande para dormir en aquella repisa, pero por ahora era suficiente. Al contemplar a su nieto, sinti una punzada de dolor; dolor por el fin de la inocencia, consciente de que debera atesorar momentos como ste, porque pasaran. Nada duraba. Ni las vidas de los individuos, ni los imperios. Bien dijo, mientras le tapaba, para despus pasarle a la garita medio dormida y que pudiera acunarla un rato. Qu quieres que te cuente? El desvi la mirada sus ojos parecan leer en las vacilantes sombras en el interior de la repisa; luego la mir otra vez, sonriendo. Qu tal la historia de Kerath? Pero si ya la has escuchado varias veces, Atrus. Lo s, pero me gustara escucharla otra vez. Por favor, abuela. Ella sonri y le puso la mano en la frente, cerr los ojos y comenz el antiguo cuento. Ocurra en el pas de los Dni, y databa, o al menos eso decan, de haca miles de aos, cuando su pas natal haba sufrido el primero de los grandes terremotos que, a la larga, les obligaron a huir y venir aqu. Kerath fue el ltimo de los grandes reyes; el ltimo no porque fuera depuesto sino porque una vez alcanzado todo lo que quera conseguir, abdic y nombr a un consejo de ancianos para que gobernaran las tierras de los Dni. Pero la historia de Kerath era la historia de los aos adolescentes del joven prncipe y de cmo los haba pasado en el gran desierto subterrneo de TreMerktee, el Lugar de las Aguas Envenenadas. Y cuando Atrus escuchaba el cuento, qu pensaba? Se imaginaba a s mismo como un joven prncipe, igual que Kerath, desterrado por el hermano de su padre fallecido? O haba algo ms en el cuento que le atraa? Porque no caba duda de que aqul era su cuento preferido. Al acercarse al final, narrando la ltima parte, de cmo Kerath dom al gran lagarto y volvi a lomos del mismo a la capital de los Dni, se dio cuenta de que Atrus estaba pendiente de cada palabra, segua cada frase, cada giro de la historia. En su mente, cerr el libro en silencio y lo dej, igual que haba hecho para otro nio, en otro tiempo, en un lugar muy distinto de ste. Al abrir los ojos, se encontr con

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que Atrus la estaba mirando. Hay muchos cuentos, abuela? Ella se ri. Oh, miles... Y los sabes todos? Neg con la cabeza. No. Vamos, sera imposible, Atrus. Dni era un gran imperio, y sus bibliotecas eran pequeas ciudades. Si quisiera aprender de memoria todos los cuentos de Dni, necesitara varias vidas, e incluso as, slo conseguira aprender unos cuantos. Y son verdaderos los cuentos? pregunt Atrus, al tiempo que bostezaba y se volva de cara a la pared. T crees en ellos? Permaneci en silencio, luego solt un suspiro somnoliento y dijo: Creo que s. Pero se dio cuenta de que no estaba satisfecho. Alz la manta hasta taparle el cuello, luego se inclin y le bes en la frente. Dejo a Llama donde est? Mmmm... contest l, medio dormido ya. Sonriendo, Anna alz el cristal, apag la lmpara de un soplo, se puso en pie y sali de la habitacin. La lmpara segua encendida en el taller, en el otro extremo de la grieta. La escultura a medio hacer estaba tal como la haba dejado, sobre la mesa, con la caja de herramientas abierta junto a ella y los delicados instrumentos para tallar la piedra dispuestos en sus bandejas. Se par un instante, la contempl, reflexion sobre lo que haba que hacer, luego sigui adelante y sac una diminuta caja con perlas incrustadas del estante donde guardaba sus libros. Accion el cierre, la abri y contempl su reflejo, apartndose un mechn de pelo gris de la frente. Qu ves, Anna? El rostro que se reflejaba en el espejo era fuerte y decidido, la estructura sea era delicada sin ser frgil; ms fina que spera. En tiempos, haba sido una gran belleza. Pero ahora tena el tiempo en contra. La idea la hizo sonrer. Nunca haba sido presumida, pero siempre siempre se haba preguntado hasta qu punto su verdadera personalidad se mostraba en su rostro. Cunto revelaba la interrelacin de la boca con los ojos. Y al mismo tiempo, cunto podan ocultar aquellos mismos rasgos sutiles. Atrus, por ejemplo. Cuando sonrea, no sonrea nicamente con sus labios, sino con todo su rostro, con todo su ser; era una sonrisa amplia, radiante, que emanaba de l. Del mismo modo, cuando pensaba, se poda ver a travs de l como un cristal y contemplar los pensamientos que chisporroteaban y zumbaban en su cabeza. Y en su rostro? Lade ligeramente la cabeza y volvi a examinarse, observando esta vez las diminutas cuentas azules que se haba atado a las trenzas, la cinta de colores, finamente tejida, que rodeaba su cuello. El rostro que le devolva la mirada era plido y de tensas carnes, casi austero; los ojos de un verde intenso eran inteligentes, la boca sensible; pero eran aquellos pequeos detalles accesorios las cuentas, la cinta los que revelaban su naturaleza: al menos aquella parte que deseaba el embellecimiento. Desde nia, siempre haba sido as. Si se le daba una hoja en blanco, la llenaba con un poema, o una historia o un dibujo. Si se le daba una pared en blanco, siempre siempre la decoraba.

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Dadme un nio... Cerr de golpe la cajita y la volvi a colocar en el estante. Dadle un nio y le llenar la cabeza de maravillas. De cuentos, pensamientos y hechos que escapan a la imaginacin. Qu es lo que ves, Anna? Bostez y apag la lmpara, luego respondi a la silenciosa pregunta. Veo a una vieja cansada que necesita irse a dormir. Quiz respondi al cabo de un instante, sonriendo al recordar la nia que una vez fuera. Despus, sali a los escalones que cean la pared de la grieta, la cruz una vez ms con pasos presurosos y se dirigi a su lecho.

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2La primera seal fue que el cielo se oscureci a lo lejos, en direccin este y muyarriba. No era el lugar donde uno esperara ver una tormenta de arena. Atrus estaba explorando la ladera del volcn que daba de cara al sol, en busca de rocas y cristales raros para su coleccin. Alz la visera y vio una pequea mancha de oscuridad recortada sobre el azul intenso. Durante un instante no supo a ciencia cierta qu ocurra. Movi la cabeza, creyendo que tal vez era una mancha en el cristal de las gafas, pero no lo era. Mir otra vez; todava segua all. No slo eso, sino que estaba aumentando de tamao. Y se iba haciendo ms oscura a ojos vistas. Atrus comenz a sentir una vaga inquietud. El chico de diez aos se volvi y regres ladera abajo, atraves corriendo la extensin de arena entre el saliente ms cercano y la grieta, jadeando a causa del calor. Se detuvo slo para dejar sus sandalias en el hueco bajo el borde del muro de la grieta y baj por la escalera de cuerda, haciendo que los peldaos de piedra chocaran contra la pared. Aquel ruido alert a Anna. En el extremo de la sombreada grieta, se abri la parte superior de la puerta de bisagra que daba al taller y apareci Anna, mirando con las cejas enarcadas en un gesto inquisitivo. Atrus? Algo se acerca. Quieres decir gente? No. Algo grande en el cielo, en lo alto. Algo negro. Una tormenta de arena?

No... todo el cielo est oscurecindose. La risa de Anna le sorprendi. Bien, bien dijo, como si hubiera estado esperando lo que vena. Tendremos que tomar precauciones.

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Atrus se qued perplejo mirando a su abuela. Precauciones? S dijo ella, casi con alborozo. Si es lo que creo que es, ser mejor que lo aprovechemos mientras podamos. Es una oportunidad bastante rara. La mir como si estuviera hablando en clave. Vamos dijo ella, aydame. Ve a buscar las semillas en el almacn. Y cuencos. Saca todos los cuencos que encuentres en la cocina y colcalos alrededor de la pared de la grieta. l sigui mirndola, boquiabierto. Vamos le dijo con una sonrisa. Si la has visto en el horizonte, no tardaremos en tenerla encima. Hemos de estar preparados. Sin comprender, Atrus obedeci y cruz el puente de cuerda para ir a buscar las semillas, luego lo cruz una y otra vez, transportando con cuidado todos los cuencos que encontr para colocarlos en el borde de la pared de la grieta. Una vez hubo terminado se qued mirando a su abuela. Anna estaba de pie en la pared de la grieta, oteando a lo lejos, protegindose los ojos con una mano contra el resplandor del sol. Atrus trep y se coloc a su lado. Fuera lo que fuese, ahora llenaba un tercio del horizonte y era un gran velo negro que una los cielos con la tierra. Desde donde se encontraba, le pareci un fragmento de noche arrancado de su hora adecuada. Qu es? pregunt. En sus diez aos de vida, jams haba visto nada parecido. Una tormenta, Atrus dijo ella, sonriendo. Esa cosa negra es una enorme nube cargada de lluvia. Y si tenemos suerte, si tenemos mucha, mucha suerte, la lluvia caer sobre nosotros. Lluvia? Agua dijo ella, y su sonrisa se hizo ms amplia. Agua que cae del cielo. El la mir y luego contempl la gran mancha oscura, boquiabierto de asombro. Del cielo? S contest ella, alzando los brazos como si quisiera abrazar la oscuridad que se acercaba. He soado con esto, Atrus. Lo he soado tantas noches... Era la primera vez que deca algo de sus sueos, y Atrus la mir de nuevo, como si se hubiera transformado. Agua cayendo del cielo. Sueos. El da convertido en noche. Se pellizc el antebrazo con la mano derecha. Oh, ests despierto, Atrus dijo Anna, divertida ante su reaccin. Y debes mantenerte despierto y observar, porque vers cosas que quiz no veas nunca ms. Volvi a rerse. T observa, chico. Observa! Despacio, muy despacio, se fue acercando, y al irse aproximando el aire pareci hacerse cada vez ms fresco. Sinti una ligersima brisa, como un heraldo que se adelantara a la oscuridad creciente. Muy bien dijo Anna, al tiempo que se volva a mirarle tras un largo silencio. Pongamos manos a la obra. Tenemos que esparcir las semillas alrededor de la grieta. Usa todas las bolsas menos una. No volveremos a tener esta oportunidad. Al menos no en muchos aos. Hizo lo que le deca, se movi como en un sueo, consciente todo el tiempo de la oscuridad que ahora ocupaba todo el horizonte. De vez en cuando, alzaba la vista temeroso y volva a agachar la cabeza. Cuando termin, se guard la pequea bolsa de tela y subi a la pared de la grieta. Llama se haba refugiado bajo el saliente de piedra en el suelo de la grieta. Al verla all, Anna llam a Atrus.

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Atrus! Ms vale que encierres a Llama en tu cuarto. Si se queda donde est corre peligro. Atrus arrug el entrecejo; no entenda cmo poda correr peligro la gatita. No era la grieta el lugar ms seguro? Pero no discuti, se limit a ir, coger a Llama bajo el brazo, llevarla al almacn y encerrarla. Cuando volvi al borde de la pared de la grieta vio que tenan la tormenta casi encima. Trep hasta la arena, mir a Anna, preguntndose qu haran, dnde se esconderan, pero su abuela no pareca preocupada. Sencillamente, permaneca all, contemplando cmo se acercaba la inmensa oscuridad, sin que la impresionara, sin dejar de sonrer. Se volvi y le llam, alzando la voz para imponerse al ruido de la tormenta que se les vena encima. Qutate las gafas, Atrus, vers mucho mejor! Una vez ms, hizo lo que le deca, y guard las pesadas gafas con su gruesa correa de cuero en el gran bolsillo de su capa. Delante, el frente de la tormenta era como una enorme y resplandeciente muralla de negro y plata, algo slido que avanzaba hacia l y que llenaba todo el cielo, levantando la arena del desierto al moverse. Resplandores brillantes, cegadores y extraos, parecan danzar y parpadear en aquella oscuridad, acompaados por un rumor grave y amenazador que de pronto explotaba en un gran estruendo sonoro. Cerr los ojos temblando, con los dientes apretados y el cuerpo encogido ante la furiosa embestida. Entonces la lluvia cay sobre l, empapndolo en un instante, tamborileando sobre su cabeza, hombros y brazos con tal fuerza que por un instante crey que le derribara. La impresin le hizo respirar entrecortadamente. Se volvi vacilante, sorprendido al escuchar la risa de Anna por encima del furioso tronar de la lluvia. Clav la vista en el suelo, asombrado por su transformacin. Haca un instante pisaba la arena. Ahora sus pies estaban hundidos en una masa pegajosa que se arremolinaba y que tiraba de l cuando intentaba despegarse. Anna! grit, en busca de ayuda, con los brazos extendidos. Ella se acerc, soltando risitas como si fuera una nia. La lluvia le haba pegado los cabellos a la cabeza y sus ropas parecan pintadas sobre su cuerpo largo y enjuto, como si fueran una segunda piel. A que es maravilloso? dijo, y alz el rostro hacia la lluvia, los ojos cerrados en xtasis. Cierra los ojos, Atrus, y sintela en la cara. Una vez ms obedeci, reprimiendo su instinto de echar a correr, y dej que la punzante lluvia golpeara sus mejillas y su cuello. Al cabo de un momento tena el rostro entumecido. Entonces, en un cambio repentino que le result difcil explicar, comenz a disfrutar de la sensacin. Agach la cabeza y mir a su abuela de reojo. Saltaba a la pata coja, dando vueltas lentamente, con las manos por encima de la cabeza, extendidas, como si saludara al cielo. Tmidamente, la imit. Luego, se dej llevar y comenz a girar como loco, mientras la lluvia caa y caa y caa, y el sonido era como el sonido en el corazn de una gran tormenta de arena, tan fuerte que en su cabeza slo haba silencio. Y entonces, con una brusquedad que le dej sin aliento, se termin. Se volvi, parpadeando, a tiempo de ver cmo pasaba por encima de la grieta y trepaba la pared del volcn: una cortina de agua que caa y que a su paso dejaba el suelo del desierto aplanado y de color oscuro. Atrus mir a su alrededor y vio que todos los cuencos estaban llenos a rebosar, una decena de espejos temblorosos que reflejaban el azul repentino y chocante del cielo. Quiso hablar, decirle algo a Anna, pero se volvi, sorprendido por el sbito sonido

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sibilante que surgi del crter del volcn. De la caldera surgan grandes oleadas de vapor, como si el gigante dormido hubiera vuelto a la vida. No pasa nada dijo Anna, acercndose y ponindole una mano en el hombro All es donde la lluvia se ha filtrado hasta los respiraderos ms profundos. Atrus se apret contra su abuela. Pero ya no tena miedo. Ahora que haba pasado ahora que haba sobrevivido se senta alegre, eufrico. Bien dijo ella en voz baja. Qu te parece? De dnde ha venido? pregunt l, mientras contemplaba, fascinado, cmo el muro enorme de oscuridad se alejaba ms y ms. Del gran ocano respondi ella. Recorre cientos de kilmetros para llegar hasta aqu. l asinti, pero su mente volva a contemplar una vez ms la gran cortina de plata y negrura que se lanzaba sobre l y se lo tragaba, a sentir cmo tamborileaba sobre su piel como un millar de agujas sin punta. Atrus mir a su abuela y se ri. Pero abuela si ests humeando! Ella sonri y le dio un suave golpe. T tambin, Atrus. Vamos, entremos antes de que el sol nos vuelva a secar. Asinti y comenz a trepar la pared de la grieta, con la intencin de sacar a Llama del almacn, pero cuando asom la cabeza por encima del borde, se par en seco y solt una exclamacin de asombro. A sus pies, la grieta era un gigantesco espejo de azul y negro que la sombra de las escarpadas paredes divida en dos, como un escudo rasgado. Anna se coloc a su lado, se puso en cuclillas y sonriendo le mir a la cara. Te gustara aprender a nadar, pequeo gusano de arena? Anna despert a Atrus cuando todava era de noche, antes del amanecer; le sacudi con cuidado y luego se qued de pie, sosteniendo la lmpara, que llen con su suave resplandor amarillo el nicho en el que yaca. Ven se limit a decirle con una sonrisa, mientras l se restregaba los ojos con los nudillos, quiero ensearte algo. Atrus se sent en su lecho, sbitamente alerta. Algo haba sucedido. Algo... La mir. Fue real, abuela? Ocurri de verdad? O lo so? Ocurri respondi en voz baja. Luego, le cogi de la mano y le condujo afuera, atravesando su propia habitacin a oscuras para salir a la estrecha galera. Dos das antes haba sido luna llena y, aunque ya no se encontraba en su cnit, su luz segua tiendo de plata el extremo ms alejado del estanque. Atrus se par, respirando entrecortadamente, paralizado por la visin, la mirada fija en el perfecto espejo de bano del estanque. No era el estanque que conoca desde pequeo, sino que era un estanque ms grande y asombroso; un estanque que llenaba la grieta de punta a punta. Al verlo, dej escapar un suspiro. Las estrellas... Anna sonri, se inclin y seal la forma del cazador en el agua. Y ah dijo. Mira, Atrus, ah est la estrella indicadora. Contempl la estrella de un brillante azul puro y luego alz la vista para contemplar su hermana gemela en el cielo. Se trata de esto? pregunt, al tiempo que se volva para mirarla Era esto lo

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que ibas a ensearme? No... Ven. Sgueme. En el instante antes de salir de la grieta en ese momento anterior a ver aquello por lo que su abuela le haba despertado, Atrus se detuvo en el penltimo peldao de la escalera y mir hacia abajo. Abajo, muy abajo tan lejos que pareca como si se hubiera dado la vuelta y ahora estuviera colgado sobre el espacio se vea el cielo sembrado de estrellas. Por un instante, la ilusin fue perfecta, tan perfecta que estaba convencido que de haberse soltado de la escalerilla, habra cado para siempre. Entonces, al darse cuenta de que su abuela le esperaba en el otro lado del saliente, subi a la parte superior del muro de la grieta. Y se qued boquiabierto al enfrentarse a la increble escena onrica que se ofreca a sus ojos. Entre la grieta y el borde del crter, toda la ladera del volcn estaba alfombrada de flores. Incluso a la luz de la luna fue capaz de distinguir sus brillantes colores. Violetas y azules, verde oscuro y lavanda, rojos brillantes y violentos naranjas. No acertaba a comprender. Era imposible. Se les llama efmeras dijo Anna, interrumpiendo el perfecto silencio. Sus semillas, cientos de miles de diminutas semillas, permanecen en la tierra seca durante aos. Y luego, cuando por fin llegan las lluvias, florecen. Durante un nico da, una sola noche, florecen. Y despus... Exhal un suspiro. Fue el sonido ms triste que jams haba escuchado Atrus. La mir, sorprendido ante aquel sonido. Haba detectado tanta alegra en su voz, tanta excitacin. Qu pasa, abuela? Ella sonri con melancola, alarg el brazo y le acarici la cabeza. Nada, Atrus. Pensaba en tu abuelo, nada ms. Pensaba en cunto le habra gustado ver esto. Atrus baj de un salto y sus pies fueron recibidos por el tacto fresco y exuberante de la vegetacin. La tierra estaba fresca y hmeda. Poda estrujarla con los dedos de los pies. Se agach y pas las manos sobre las diminutas floraciones, sinti lo suaves y delicadas que eran. Luego arranc una nica flor diminuta y la puso ante sus ojos para estudiarla. Tena cinco pequeos ptalos de color rosa y un delicado estambre del color de la piedra arenisca. La dej caer. Permaneci un instante de rodillas, captando todo con sus ojos. Le asalt un nuevo pensamiento. Se volvi bruscamente y mir a Anna. Las semillas! Atrus se levant, camin con cuidado alrededor del muro de la grieta, agachndose aqu y all, para examinar todos los lugares en los que, antes de la llegada de la tormenta, haba esparcido sus preciosas semillas. Al cabo de un rato, mir a Anna y se ri. Funcion! Las semillas han germinado! Mira, Nanna, mira! Ella le sonri. Entonces ser mejor que las cosechemos, Atrus. Antes de que salga el sol. Antes de que el desierto nos arrebate lo que nos ha dado. El trabajo haba terminado. Ahora, sencillamente, quedaba tiempo para explorar. Mientras la luz del amanecer comenzaba a arrojar sus sombras alargadas sobre la arena,

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Atrus ascendi por la ladera del volcn, seguido por Llama; la gata de color melado, intoxicada al parecer por la repentina abundancia de flores, retozaba y se revolcaba como si los aos hubieran retrocedido y volviera a ser una gatita. Al verla, Atrus se ri. Ahora llevaba puestas las gafas, con el filtro solar a baja intensidad y el nivel de aumentos alto. Era hora de satisfacer su curiosidad, antes de que el sol subiera demasiado y el calor se hiciera insoportable y antes, como le haba asegurado Anna, de que las floraciones se secaran y desaparecieran. Vag al azar durante un rato, casi con el mismo despropsito que la pequea y esculida gata que era su constante compaera. Luego, sin darse cuenta, se encontr buscando algo. Ms que buscar algo, intentando localizar con exactitud qu haba visto que no acababa de comprender. Se qued inmvil, girando slo la cabeza, intentando localizar qu era lo que haba entrevisto. Al principio no percibi nada. Luego, con un pequeo sobresalto, lo vio. All! S, all, en aquella pendiente poco profunda que discurra hasta una de las pequeas chimeneas inactivas del volcn! Atrus se acerc, asintiendo para s. No caba duda, aqu la vegetacin era ms exuberante, las flores ms grandes y sus hojas ms gruesas y amplias. Y por qu? Se inclin, busc entre los diminutos tallos y arranc una de las plantas para examinar sus finas races. Tenan tierra pegada. La oli. Haba algo extrao, algo casi metlico en aquel olor. Minerales. De alguna forma, la presencia de minerales ciertos minerales? haba hecho que aqu las plantas crecieran ms. Desbroz un pequeo espacio con una mano y luego cogi un puado de tierra y lo meti con cuidado en uno de los bolsillos de su capa. Se enderez, mir ladera abajo y vio a Llama que daba zarpazos al aire, tumbada de espaldas sobre un ramillete de brillantes flores amarillas. Vamos! le grit ansioso, deseando poner a prueba su teora. Haban transcurrido casi tres meses desde el da de las lluvias en el desierto. Desde entonces, el chico de diez aos haba trabajado cada anochecer, en su taller, con una lmpara de aceite colgada de la pared a su lado, Llama dormida en el suelo, mientras su amo identificaba con paciencia cul de los componentes qumicos que encontr en la muestra era responsable del aumento en el crecimiento. Su taller estaba en un pequeo hueco recin abierto en la parte posterior de la habitacin de Anna. Con paciencia y cuidado, durante un ao haba arrancado el pequeo espacio a la roca con sus propias manos, utilizando las herramientas de su abuela para trabajar la piedra, poniendo atencin en quitar la piedra poco a poco, tal y como ella le haba enseado, siempre en busca de puntos dbiles en la roca, de defectos en la estructura que pudieran romperse y hacer caer sobre ellos toda la pared. Haba una repisa; una superficie de trabajo que haba alisado y pulido hasta que pareciera cristal. Esta mesa estaba ahora repleta de instrumentos tcnicos de extrao aspecto. Encima de la mesa haba excavado tres estrechos estantes en los que guardaba sus cosas: estrechos recipientes de arcilla y piedra en forma de copa, diminutas cestas tejidas a mano que contenan los diversos polvos y materiales qumicos, los huesos blanqueados de varios animales del desierto y, en el estante superior, su coleccin de cristales y rocas raras; gatas pulidas que eran como los labios carnosos de extraas criaturas; un gran fragmento de zeolita, que le recordaba las patillas de algn extico animal de las nieves; ndulos de azurita azul junto a una agrupacin de cristal de azufre, de color amarillo brillante; un dedo largo y biselado de cuarzo que pareca hielo y, en una diminuta caja transparente, un nico ojo de gato. Estos objetos, y muchos ms,

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abarrotaban la estantera, ordenados en los siete sistemas cbico, tetragonal, monoclnico, ortorrmbico, triclnico, hexagonal y trigonal que haba aprendido en los libros de su abuela. En la pared detrs de su mesa de trabajo estaba el tapiz que le haba hecho Anna con la seda azul y roja que comprara a los mercaderes en aquella ocasin, con el borde adornado con borlas de hilo de oro. Las restantes paredes estaban cubiertas por dibujos y diagramas, algunos obra suya, otros de su abuela. Desde luego que su labor no haba resultado sencilla, teniendo en cuenta el equipo bsico del que dispona. Al principio, Atrus pens que sera un trabajo sencillo. Esperaba encontrar, como mucho, tres, quiz cuatro elementos qumicos distintos en la muestra, pero para su asombro y desnimo haba resultado ser mucho ms complicado. Tras semanas de pruebas, logr identificar ms de treinta elementos distintos en la muestra. Al parecer, las chimeneas eran un cuerno de la abundancia de vida qumica. Tampoco resultaba fcil idear maneras de comprobar su teora. Los libros de su abuela, que tenan captulos enteros dedicados a la manera de dar forma y usar la piedra y el metal, tenan pocas secciones dedicadas a la agricultura. No haba tenido ms remedio que improvisar. Cuando Atrus crey que la cosecha estaba lista para ser recogida, cogi una cantidad de los brotes ms grandes escogiendo un par de cada tipo distinto y los coloc en el mejor cesto de Anna, para llevarlos a la cocina. Se coloc ante el fregadero de piedra junto a la ventana, mirando hacia el otro lado de la grieta mientras limpiaba cuidadosamente los brotes, poniendo especial cuidado en quitar toda la tierra de las races. All abajo, Llama haba cruzado hasta el planto y estaba oliendo los lugares en que la tierra haba sido removida, escarbando tentativamente con su garra. Atrus la mir durante un rato, con una gran sonrisa al ver sus payasadas, luego dio una buena sacudida a los brotes para que soltaran las ltimas gotas de agua, los dispuso en la tabla de cortar y fue a buscar uno de los cuchillos de Anna en el anaquel. Al comenzar a cortar y preparar los brotes, vio que Llama se estiraba entre los brotes que quedaban plantados, limpindose, lamindose con su pequea lengua rosada las patas antes de comenzar a limpiarse su corto pelaje anaranjado. Eh, t le espet, rindose. Ya estaba mal que se comiera la menta del otro lado del estanque, pero que ahora se hiciera una cama con su plantacin especial era demasiado. Al acabar, cogi los brotes cortados y los meti en el cuenco de arcilla. Desprendan un aroma fresco y limpio, como la menta, aunque no tan dulce. Cogi un trozo, se lo llev a la nariz, lo olisque y luego se lo meti en la boca. Saba bien, tambin. Fresco y... Atrus hizo una mueca. Haba un regusto especial, un toque amargo y desagradable. Se pas la punta de la lengua por las encas y se estremeci. Aagh! Atrus? Se volvi y vio a Anna que le miraba con curiosidad. Qu pasa? Nada dijo. Cogi el cuenco y lo llev otra vez al fregadero. Quiz no los haba lavado bastante. Lo ltimo que deseaba es que tuvieran mal sabor. Sinti la suave caricia de los dedos de Anna en la espalda cuando pas a su lado en direccin al office, luego not su aliento en el cuello cuando se inclin sobre l.

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Tienen buen aspecto coment, sonriendo cuando la mir. Quieres que cocine arroz para acompaarlos? No. Yo lo har. Y preparar una salsa especial. Ella asinti, le apret el brazo con suavidad y sali. Atrus mir otra vez al otro lado de la grieta. Llama se haba acurrucado, convirtindose en una diminuta bola naranja entre los brotes de un verde intenso. Sonri, verti agua fresca de la jarra que tena a su lado y volvi a poner en remojo los brotes. Atrus estaba reparando la obra de sillera en el extremo de la pared de la grieta cuando comenz a sentir el dolor. Al principio crey que no era ms que un calambre, estir el brazo izquierdo para relajar los msculos de ese costado e intent seguir trabajando. Pero cuando quiso coger la paleta, sinti una punzada de dolor intenso que le hizo doblarse. Atrus? Anna lleg junto a l enseguida. Atrus? Qu ocurre? Qu te pasa? Intent hablarle, pero la siguiente punzada le dej sin aliento. Se arrodill con una mueca de dolor. Pareca que le estuvieran apualando. Atrus? Alz la vista, pero tena la mirada perdida. Luego, incapaz de contenerse, comenz a vomitar. Al cabo de unos segundos, alz la cabeza, sintindose vaco, exhausto, con la frente perlada de sudor. Anna estaba arrodillada junto a l, cogindolo por los hombros con un brazo y le susurraba algo. Qu? Los brotes dijo ella, repitiendo lo que haba estado dicindole. Deben de haber sido los brotes. Comiste alguno? Atrus hizo ademn de negarlo cuando de repente se acord. Lo hice. Slo uno, yo... Sinti un temblor en el estmago, un fugaz dolor. Trag saliva y volvi a mirarla. Deban de tener algo dijo Anna al tiempo que le limpiaba la frente. Qu usaste? Usar? Sus pensamientos eran confusos. Se senta mareado y desorientado. Yo no... De repente tuvo una idea. Los agentes qumicos. Deba de haber sido algo en los agentes qumicos. Y entonces lo record. El regusto. Aquella amargura... no era intensa, pero s lo bastante desagradable como para ponerle sobre aviso. Lanz un gemido. Te he fallado! No dijo Anna, dolida por sus palabras. No puedes hacerlo todo bien. Si lo hicieras... La mir, enfadado consigo mismo, no con ella. Poda haberte matado. Poda habernos matado a los dos! Anna hizo un gesto de dolor e intent decirle que no, pero Atrus la mir, desafindola a que le contradijera. No, Atrus dijo por fin. No me has fallado. Aprenders de esto. Pero Atrus no pareca convencido. Casi acabo con nosotros replic Casi...

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Anna le abraz con fuerza, hasta que se qued quieto, tranquilo. Luego le ayud a levantarse y le llev al estanque, se arrodill junto a l, cogi agua con las manos y le moj la cara y el cuello. Lo ves? dijo por fin, sonrindole. Esto est mejor. Despacio, fatigosamente, l se puso en pie. Ser mejor que lo arranque todo. Yo... Se volvi y mir. Llama? Anna se alej de l y se agach junto al pequeo bulto naranja. Se qued quieta un instante, con la oreja pegada al costado del animal, luego, con una lentitud que confirm los peores temores de Atrus, se enderez. Lo siento dijo, yo... Atrus se acerc y se arrodill junto a ella. Se qued muy quieto contemplando al animalito. Luego, con mucho cuidado, como si slo estuviera dormido, lo cogi, lo acun y lo llev al lugar donde un pequeo ramillete de flores azules bordeaba la grieta. Anna lo observ, se dio cuenta de la solemnidad de aquel momento, cmo haba crecido, cmo reprima sus sentimientos. Y supo, sin lugar a dudas, que en aquel instante haba dejado atrs una parte de su infancia y que haba dado un paso ms hacia el mundo de los adultos. Hacia el exterior, lejos de ella.

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3Tenues jirones de vapor sulfuroso se elevaban de las diminutas fumarolas de la boca del crter bajo el sol abrasador de ltima hora de la tarde, enroscndose como los velos de una bailarina en la sombra oscuridad por debajo del borde del crter, para desaparecer luego en el resplandor cegador. Atrus estaba en el borde del volcn, mirando al otro lado de la profunda caldera, con las gafas las ms grandes de las dos que colgaban en el taller de su abuela sobre la cara. La correa de cuero le apretaba con fuerza la nuca afeitada cubierta con una capucha de tela blanca. La mscara de tela que le haba hecho Anna, insistiendo en que la usara, le tapaba la boca y la nariz. Llevaba un cinto lleno de herramientas; una copia perfecta del que cea la tnica de su abuela. Atrus, que ahora tena catorce aos, haba crecido mucho durante el ltimo ao; tena casi la estatura de un hombre, pero le faltaba la corpulencia. Su rostro tambin haba cambiado y mostraba los rasgos ms duros y angulosos de la madurez, y tanto la nariz como la barbilla haban perdido la blandura que tuvieran en la infancia. No era un chico dbil, ni mucho menos, pero vindole desde lo alto del muro de la grieta, Anna se dio cuenta de lo delgado que estaba. Cuando soplaban los vientos del desierto, tena miedo de que se lo llevaran. Pareca tan poca cosa... Atrus haba estado preparando su experimento durante las ltimas semanas. Ahora estaba listo para comenzar. Se dio la vuelta y descendi, ocultndose de la luz ardiente, para llegar a la sombra intensa y mucho ms fresca justo debajo del borde del crter. Aqu, en un estrecho saliente, haba dispuesto casi todo su equipo. Justo delante, la pared del crter descenda muy empinada, mientras que a su derecha, detrs de una roca curiosamente redonda que pareca hecha de barro fundido, haba una angosta chimenea. Sobre ella haba colocado una tapa abombada de metal batido. Era de tosca fabricacin, pero eficaz, y la haba fijado a la roca con cuatro gruesos pernos. En lo alto de la tapa haba fijado un pequeo cilindro de metal. Con las manos enguantadas, Atrus gir con cuidado los diminutos botones a cada lado de sus gafas, ajustando la opacidad de los lentes para ver mejor. Despus limpi una fina capa de polvo de la parte superior del casquete metlico, se inclin y examin la vlvula de plata de un dedo de longitud, revisando por ensima vez la soldadura para luego contemplar los dos manmetros toscamente calibrados, insertados en la cara de la tapa, a ambos lados de la vlvula. Justo encima de cada una de las esferas haba un remache de metal del tamao del pulgar, cada uno atravesado por un pequeo agujero circular. Atrus se enderez y solt un largo suspiro. Slo tena una oportunidad, as que ms vala que saliera bien. Si iba mal, si no funcionaba, pasara un ao antes de que pudieran conseguir otra vez todos los componentes necesarios de los mercaderes. Mir al lugar en que dos grandes cables enroscados alambres que haba fabricado l mismo bajo la supervisin de Anna colgaban sobre el borde del crter. Encima de ellos, sobresaliendo por encima del abismo, haba un largo brazo de piedra color negro azabache. Se haban fijado dos pequeas ruedas a su superficie en el extremo ms alejado, donde se proyectaba sobre el volcn. Una cuerda tejida a mano corra entre las ruedas, formando un cabestrante. Al igual que la tapa, pareca algo tosco, pero cumplira su cometido a la perfeccin. Para probarlo, Atrus se haba pasado varias tardes haciendo descender rocas en las fauces del crter, para luego izarlas; rocas que pesaban mucho ms que la carga que tendra que soportar ahora el cabestrante.

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Al otro lado del borde del crter, all donde el brazo de roca se vea equilibrado por un montn de pesadas piedras, resguardado por una improvisada tienda de campaa se encontraba su tesoro ms preciado; el principio y fin de todo aquel paciente esfuerzo: su batera. Cogi uno de los cables y tir hacia s, sacando suficiente longitud como para llegar al casquete de metal. Lo sujet a uno de los tachones, y luego repiti el proceso con el otro. Ajust sus gafas, trep pared arriba, pas el borde y sali a la ardiente luz del sol. Se qued un instante parado, recuperando el aliento. Cada vez que sala de la sombra era como entrar en un horno. No importaba cuntas veces lo hiciera, cada vez, aquel cambio del frescor de la sombra al calor repentino y asfixiante a cielo abierto era como un puetazo. Atrus se meti bajo la gruesa pantalla de tela de la tienda de campaa y sonri. Esta vez se haba esforzado mucho en considerar todos los ngulos, en asegurarse de que tena en cuenta todos los aspectos del Todo en sus clculos. La batera estaba en un rincn de la tienda, apoyada contra un saliente de roca. Al ver aquel trasto voluminoso, Atrus sinti un orgullo justificado. Haba cortado el bloque de piedra l mismo y, utilizando las mejores herramientas de Anna, lo haba ahuecado, siguiendo el diseo que mostraba un antiguo Libro Dni. Comparado con eso, fabricar las placas para la batera result fcil. Los productos qumicos abundaban en el seco suelo que rodeaba al volcn, y haba tenido la suerte de descubrir un gran depsito de galena la mena que contena una mezcla de azufre y plomo no demasiado lejos de la grieta. En cuanto al cido sulfrico que le haca falta, si haba una sustancia que abundaba en el volcn era el azufre. De hecho, cuando por fin se puso a construir la batera, lo nico que limit su tamao fue el peso. Atrus ajust de nuevo sus gafas, se puso de rodillas y la examin con orgullo. Haba pasado muchas noches puliendo y alisando la piedra y una vez, por capricho, haba tallado tres antiguas palabras Dni en su costado; los complicados caracteres eran diminutas obras de arte: Luz. Poder. Fuerza. Pareca una casita de piedra a la que el resplandor metlico de sus terminales daba un aspecto extrao, extico. A su lado, y completamente distinta, haba otra caja, mucho ms pequea: el artefacto explosivo. Era de arcilla roja sin vidriar, cocida en el horno de su abuela. Sin adornos, el nico agujero redondo en su parte superior estaba taponado con un duro sello de cera, del centro del cual sobresala un trozo de grueso bramante que haba tratado con una solucin de varias sustancias qumicas altamente reactivas. En la parte delantera tena un grueso mango de arcilla. La cogi con cuidado, la envolvi en su capa y la llev afuera. Volvi a cruzar el borde del crter una vez ms, se asegur apoyndose con una mano contra la spera pared que se desmenuzaba, al descender al saliente. Dej la caja en el suelo, se volvi, se puso de puntillas y cogi el grueso gancho de metal que haba al extremo de la cuerda, tir de l con suavidad y escuch el mecanismo de frenado que chasqueaba una vez y luego otra vez ms en el otro extremo del borde. Aquello tambin era una invencin suya. En algunas de las primeras pruebas del cabestrante descubri que la roca arrastraba la cuerda demasiado deprisa y al intentar aminorar su velocidad, la cuerda le haba quemado las palmas de las manos. Tras mucho experimentar, haba ideado una manera de detener la rueda de alimentacin despus de cada rotacin, de forma que el cabestrante slo pudiera ser operado mediante una serie de suaves tirones.

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Se agach, cogi otra vez la caja y pas la punta curva del gancho por su mango, luego se volvi y manteniendo la cuerda apartada, la hizo descender lentamente por el precipicio. Cuando la cuerda se puso tensa, retrocedi.

Slo quedaba una cosa por hacer. Busc en el bolsillo interior de su capa y extrajo la antigua yesca Dni. Se asom, sujetndose con una mano en el brazo de roca, puso la llama bajo el extremo de la mecha de bramante en la caja que colgaba y cuando prendi, solt el freno y retrocedi. Por un momento pens que se haba apagado, pero entonces, con un siseo, comenz a arder con intensidad. Atrus subi la ladera a medio correr, pas por encima del borde y se dirigi al cabestrante. Aqulla era la parte ms crucial. Si la mecha arda demasiado rpido, o si por alguna razn se atascaba el cabestrante, las cosas saldran mal. Se arrodill junto a la rueda del freno, comenz a hacerla girar despacio, oyndola chasquear, chasquear y chasquear, tenso a la espera de una sbita detonacin, sin dejar de contar.31

Cuando haba contado hasta veinte, se tir al suelo, pegado al mismo tras el montn de piedras, tapndose los odos con las manos. ... veinticuatro, veinticinco, veintisis... La explosin hizo temblar la ladera del volcn. Haba ocurrido con cuatro segundos de anticipacin, pero aun as no importaba, la caja estaba en el lugar adecuado, frente a la falla. Atrus se ri, se sacudi el polvo y se puso en pie. Al extinguirse los ecos, escuch, a pesar de que le zumbaban los odos, el sonido que esperaba; el fuerte siseo del vapor al abrirse paso a travs de la tapa y el silbido mecnico agudo que le acompaaba. Sin dejar de rer, trep al borde y mir hacia abajo. El brazo del cabestrante haba desaparecido as como un gran fragmento del saliente, pero la chimenea protegida por la enorme roca estaba intacta. El vapor sala siseante de la tapa en un chorro firme y fuerte. Se volvi y mir a Anna que estaba en el muro de la grieta, alz los brazos y le hizo efusivas seas, sonriente por el triunfo. Funciona! chill, quitndose la mscara de la boca y la nariz. Funciona! Desde abajo, Anna tambin le salud con los brazos, luego, haciendo bocina con las manos, le grit algo, pero era difcil entender qu le deca, los odos le zumbaban mucho. Adems, el furioso silbido del vapor, el agudo siseo, pareca aumentar de intensidad por momentos. Vuelve haba dicho ella, o algo parecido. Sonriendo, asinti, y volviendo a saludarla se dio la vuelta para vigilar la tapa sibilante. Funcion dijo en voz baja, y observ cmo la tapa temblaba, traqueteando contra los cuatro pernos que lo sujetaban. Realmente funcion. Descendi, se acerc, poniendo cuidado en no acercarse demasiado y no par hasta poder ver los manmetros. S! Un estremecimiento de excitacin le recorri todo el cuerpo, al ver que las agujas estaban bien adentradas en la zona roja. Estaba pasando una descarga! Se apart un tanto, sonriendo, y de pronto se qued helado. Mientras miraba, uno de los pernos de metal comenz a moverse, aflojndose lentamente de su agujero en la roca, como si una mano invisible pero poderosa estuviera arrancndolo de la piedra. Comenz a apartarse poco a poco. Mientras lo haca, el sonido de la tapa cambi, subiendo una octava, como si la misma mano invisible hubiera pulsado la tecla de un rgano. Atrus se volvi, trep ladera arriba y pas por encima del borde, ech a correr, sin hacer caso del impacto del calor, luchando contra l... pero era como correr a travs de una sustancia espesa y glutinosa. Apenas haba dado diez pasos cuando cay hacia delante y al ponerse en pie se encontr mirando al lugar del que vena. Y al hacerlo, todo el borde del crter tras l pareci alzarse en el aire. Al volver en s, Atrus se qued sorprendido por lo que vio. Por todos lados se levantaban las grandes paredes del volcn, formando un crculo dentado all donde se encontraban con el azul cegador del cielo. Estaba en el crter, el borde deba de haber cedido. Se puso en pie lentamente. El vapor ondulaba a travs del suelo salpicado de rocas del volcn, ocultando sus confines ms apartados. De vez en cuando, las nubes daban forma a una figura, con contornos cristalinos de extraa belleza. Enseguida vio la batera. Se acerc, se agach y mene la cabeza, sorprendido por su estado. Estaba prcticamente intacta. La piedra pulida del exterior tena algunos golpes y rasguos, pero segua de una pieza. Lo que es ms, la aguja de la parte superior indicaba que estaba totalmente cargada. Atrus se ri encantado. Limpi su superficie con cario. Al menos ahora saba que

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el principio tena una base slida. Si encontraba la chimenea adecuada, si consegua la presin correcta, entonces funcionara y tendran un suministro ilimitado de electricidad. Sus vidas cambiaran. La grieta brillara como el ojo de un gato en la noche del desierto. Sonriendo, Atrus alz la cabeza y mir justo enfrente. Por un instante, una nube de vapor le impidi ver. Luego, cuando se aclar, se encontr mirando a la negrura. Era una cueva. O una especie de tnel. Se puso en pie y dio un paso en aquella direccin. Extrao. Casi pareca que hubiera sido excavado en la roca. El vapor se arremolin de nuevo, ocultndolo. Atrus! Se volvi y vio a Anna all en lo alto, su silueta recortada contra el borde del crter. Sube! Sube ahora mismo! Pero mi batera... Ahora mismo! En el camino de vuelta, Anna mantuvo un silencio inusual. Entonces, de pronto, se detuvo y se encar con l. Atrus, qu viste? Vi... Vacil, sorprendido por su pregunta. Atrus. Contstame. Qu es lo que viste? Mi batera. Mi batera estaba cargada. Anna exhal un suspiro. Y eso fue todo? Haba vapor. Mucho vapor. Frunci el entrecejo y aadi Mi batera. Tengo que recoger mi batera. Hizo ademn de volver atrs, pero ella le puso la mano en el brazo con suavidad. Olvida la batera. Es demasiado peligroso. Vamos, tienes que lavarte.

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4Apenas acababa de salir la luna cuando Atrus, asegurndose de que no despertabaa su abuela, sali al exterior. Cogi una cuerda y el gran trozo de tela de saco del almacn y se dirigi a la ladera del volcn. A mitad de la ladera se detuvo, asombrado de nuevo al ver la forma alterada del borde del crter. Aquel cambio fsico pareca relacionado de alguna forma con otro cambio ms profundo que l haba experimentado. Atrus se detuvo en el borde y contempl la senda borrosa que se pegaba a la ladera interior del crter. Viendo aquella oscuridad experiment una sensacin de amenaza que nunca antes haba tenido. Pas al otro lado del borde y descendi a la oscuridad, desconcertado por el inusual rumor sordo que surga de las profundidades. Un pequeo escalofro le recorri el espinazo y se le erizaron los pelos del pescuezo. Sobre el suelo del volcn el ambiente era extraamente hmedo y clido. Atrus mir a su alrededor, luego avanz. El corazn le palpitaba con fuerza, mientras buscaba con la mirada en los salientes de roca ms cercanos. El vapor siseaba y caracoleaba, envolviendo aquellas formas, transformndolas bajo la delicada luz plateada de la luna. La batera estaba donde la haba dejado. Se inclin junto a ella un instante, apoyando la mano izquierda en la conocida caja. Pero su mirada segua fija en la entrada del tnel. Se sinti obligado a acercarse. Sac la yesca de su bolsillo, apret el cierre y entr. Al tenue resplandor de la yesca vio que el tnel se perda en la oscuridad, descendiendo poco a poco, como un gigantesco agujero de gusano abierto en la roca viva. Aqu el ambiente era fresco. Lo cual era sorprendente. Como si del interior del tnel soplara una brisa. Sigui andando, contando los pasos. Al llegar a cincuenta se detuvo y se volvi para mirar en la direccin por donde haba venido. Desde donde se encontraba no vea la entrada. La curva del tnel la ocultaba de la vista. Sigui andando, como bajo el efecto de un sortilegio, obligado a ver adnde llevaba. Ahora el olor a azufre era bastante menos intenso. Otros olores desconocidos llenaban el aire. Olores rancios, nada familiares. Atrus se acerc a la pared y la toc con la mano. Estaba fresca, era suave y seca. Iba ya a apartarse cuando le llam la atencin una irregularidad en la pared un poco ms adelante. Se acerc con la yesca en alto, y se detuvo. Ante s tena una nica palabra esculpida en la pared; una cosa enorme, que tena la mitad de su estatura y era dos veces ms ancha. Dni! No caba error. Era una palabra Dni! Atrus la contempl, sin identificarla, pero la memoriz. Hasta ahora, slo haba credo a medias las cosas que le contaba su abuela. Haba das, de hecho, en los que pensaba que era Anna quien haba hecho los libros que llenaban sus estanteras, de la misma forma en que pareca hacer sus pinturas de la nada, o que transformaba un trozo de roca informe en una figura exquisitamente tallada. Aquellos pensamientos le haban inquietado porque nunca haba sabido que su abuela mintiera. Pero las historias eran tan extraas, tan fantsticas, que le resultaba difcil creer que semejantes cosas hubieran sucedido alguna vez de verdad. Atrus comenz a desandar el camino, de regreso hacia la entrada, pero al hacerlo

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casi resbal al pisar algo. El objeto se alej rodando de l y comenz a brillar, poco al principio, pero luego con ms intensidad, y su clida luz roja llen el tnel. Se acerc y se agach, acercando la mano con cuidado para ver si estaba caliente. Al ver que no era as, lo cogi, sostenindolo entre el pulgar y el ndice para examinarlo. Era una piedra pequea y perfectamente redonda; alguna clase de mrmol. Llevaba casi diez aos coleccionando rocas y cristales, pero nunca haba visto nada parecido. Lo puso en la palma de su mano derecha, sorprendido por la ausencia de calor. Apag la yesca y la guard en el bolsillo, luego se enderez y sostuvo el mrmol, para ver si haba ms pero una bsqueda de varios minutos no dio ningn resultado. Luego, sabiendo que el tiempo apremiaba, se apresur a salir, con la intencin de recoger la batera antes de que Anna despertara y comenzara a preguntarse dnde estaba. Tard casi una hora en arrastrar la batera hasta el borde del crter. Anna se acerc y le ayud en los ltimos nueve o diez metros, de pie en el borde, por encima de l, tirando de la cuerda, mientras que l, de rodillas, empujaba desde abajo. La bajaron en silencio por la ladera hacia la grieta. Anna desapareci por encima del muro de la grieta y regres un instante despus con un cuenco de agua. Atrus permaneci sentado, mirndose las manos que tena dobladas en el regazo, esperando que le riera por haberla desobedecido, pero segua callada. Fue culpa ma dijo al fin, mirndola, preguntndose por qu no le deca nada. Quera arreglar las cosas. Ella le pas el cuenco, inexpresiva. Bebe esto y luego ven. Te preparar el desayuno. Creo que ha llegado el momento de que te cuente una historia. Sentado en el saledizo al lado de la ventana de la cocina, Atrus, con el cuenco vaco a su lado, haba escuchado fascinado el cuento de su abuela. A lo largo de los aos, ella le haba narrado cuentos de muchas clases, pero ste era distinto; distinto porque, a diferencia de los otros, no haba grandes hazaas de herosmo, ningn hombre a la altura de las circunstancias. Aun as, al acabar su narracin, a Anna le temblaba la voz por la emocin. ... y as, cuando Veovis regres por fin, la suerte de los Dni qued echada. En un da, la gran obra de milenios se perdi y las grandes cavernas de Dni se vaciaron de vida. Y todo por el juicio errneo de Tiana. Atrus permaneci un rato callado, y luego mir a Anna. Entonces, le echas la culpa a Tiana? Ella asinti. Pero cmo iba ella a saberlo? Adems, hizo lo que crea que era mejor. Para salvar su conciencia, quiz. Pero era lo mejor para los Dni? Haba otros que queran condenar a muerte a Veovis tras la primera revuelta. Si sus voces hubieran sido escuchadas... si Tiana no hubiera hablado con tanta elocuencia ante el Gran Consejo... Anna volvi a callarse, la cabeza gacha. Atrus frunci el entrecejo. No saba... No... Anna se mir las manos un instante antes de mirar a Atrus y sonrer. Ni

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tampoco es que ahora importe. Todo eso es el pasado. Los Dni ya no existen. Slo quedan las historias. Atrus sac del bolsillo de su capa el mrmol que todava brillaba y se lo ense. Encontr esto en el suelo del volcn. Al ver el mrmol cambi todo su semblante. Dnde dices que lo encontraste? En el volcn dijo l, con menos aplomo que antes. Cerca de donde haba ido a parar la batera. Ella le mir fijamente. En el tnel? S. Anna estir lentamente el brazo y cogi el mrmol de fuego, lo mir y de repente lo dej caer en el cuenco de agua que tena al lado. Se apag al instante. No debes volver all, Atrus. Es muy peligroso. Pero abuela... Ella le mir y su rostro que normalmente era amable mostraba una dureza que no haba visto nunca. No debes volver all, Atrus. Todava no ests preparado. Promtemelo, Atrus, por favor. Lo prometo. Bien dijo ella en tono ms suave, al tiempo que apoyaba la mano sobre el hombro del chico. Cada tarde, cuando el sol comenzaba a ponerse y las sombras se alargaban a los pies de la grieta, Anna y Atrus se sentaban en la fresca sombra, en el bajo saledizo de piedra junto al estanque y charlaban. Aquel da, Atrus se haba trado su diario y estaba sentado, con el tintero a su lado sobre el saledizo y copiaba la palabra que Anna haba dibujado en una hoja suelta. Permaneci un rato en silencio, concentrado, su aguda mirada pasando una y otra vez del dibujo de Anna al suyo, revisando que la compleja figura estuviera bien. Luego alz la vista. Abuela? Anna, que estaba sentada con la cabeza apoyada contra la fresca pared de piedra, con los ojos cerrados, le respondi en voz baja: S, Atrus? Sigo sin entender. Dices que no hay equivalente en el idioma comn a esta palabra. Pero no acierto a comprender por qu. No tenan las mismas cosas que nosotros? Ella abri los ojos y se enderez, estirando los dedos de los pies, morenos y desnudos. Apoy luego las manos sobre sus rodillas y le mir. Las palabras no son slo palabras, Atrus. Las palabras son... bueno, veamos si puedo explicarlo de una manera sencilla. Al nivel ms elemental, una palabra puede ser una etiqueta. rbol. Arena. Roca. Cuando utilizamos palabras como sas, sabemos ms o menos lo que significan. Podemos verlas en nuestra imaginacin. Oh, pero para saber qu clase especfica de rbol, de arena o de roca es... para eso necesitamos ms palabras; palabras que a su vez tambin son etiquetas. Un rbol grande. O quizs, un rbol del pan. Arena roja. O quizs arena fina. Rocas melladas. O, quiz, rocas de piedra caliza. La segunda palabra altera el sentido de la primera de manera bastante precisa. A otro nivel, las palabras pueden representar ideas. Amor. Inteligencia. Fidelidad. stas, estoy segura de que lo habrs visto enseguida, no son tan sencillas. No podemos

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limitarnos a aadir una palabra ms para aclarar lo que queremos decir, sobre todo cuando las ideas no son ideas sencillas. Para llegar al verdadero significado de conceptos como sos tenemos que definirlos de diversas maneras. El amor, por ejemplo, podra estar mezclado con orgullo y esperanza o, quiz, con celos y miedo. La inteligencia, de manera parecida, podra referirse a la inteligencia instintiva e irracional de una hormiga, o la inteligencia ms profunda y emocionalmente arraigada de un hombre. E incluso entre los hombres, la inteligencia puede adoptar muchas formas distintas; puede ser lenta y profunda, o rpida y chispeante. Y la fidelidad... la fidelidad puede ser la ciega fidelidad de un soldado hacia su jefe, o la tenaz fidelidad de una esposa hacia el marido que la ha engaado. O... Anna vio que Atrus sonrea. Qu ocurre? l le devolvi la hoja suelta. Creo que entiendo. Al menos, creo que s lo que ibas a decir. Anna sonri, satisfecha, como siempre, por su rapidez, su capacidad de percepcin. Rara vez haba que decirle a Atrus una cosa dos veces, y muy a menudo, como ahora, iba por delante de ella. Contina le dijo. Atrus titube, lade ligeramente la cabeza, lo que siempre haca cuando estaba pensando. Luego comenz a hablar, escogiendo cuidadosamente las palabras. Bueno, igual que esas palabras que describen ideas estn en un nivel superior al de las palabras que son simples etiquetas descriptivas, tambin hay otro nivel ms complejo por encima del de las ideas. Un nivel en el que funcionan las palabras Dni. De acuerdo, y? Puedo entender eso, pero... Sacudi la cabeza. Lo que no puedo entender es qu puede ser ms complejo que las ideas. No consigo imaginar en qu podra consistir ese nivel ms elevado. Y precisamente por eso no hay equivalente en la lengua comn para esto. S, pero... qu quiere decir? Esta palabra, esta palabra Dni en concreto, tiene que ver con la circulacin del aire. Con los esquemas del viento y la humedad. Atrus la mir, con la frente fruncida. Pero... no sera una etiqueta una palabra de esa clase? No. Esta palabra no. Esta palabra hace algo ms que limitarse a dar una descripcin. Entonces... Pero estaba claro que no saba dnde quera ir a parar Anna. La mir, con la splica de una explicacin en sus ojos claros. Anna se ri. Tienes que aceptar que existe ese nivel, Atrus. Pero dijiste... S lo que dije y lo sigo defendiendo. Debes cuestionarte todo y encontrar qu hay de verdad en cada cosa. Pero por esta vez, debes sencillamente aceptar lo que te estoy diciendo. Hay algo ms all de las etiquetas y las ideas. Algo que es una sntesis de ambas cosas. Algo que los Dni descubrieron hace muchos, muchos aos y que aprendieron a expresar en palabras. Algn da lo entenders con ms claridad, pero por ahora... Se daba cuenta de que Atrus no estaba satisfecho con eso. Le haba enseado a cuestionarlo todo. A ver con sus propios ojos, a cuantificar, a revisar. Le habla enseado

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a no aceptar las cosas por el mero hecho de que le dijeran que eran ciertas. Y ahora... bueno, ahora le estaba pidiendo que rompiera con el hbito de su pensamiento. No tena que haberle hecho dibujar esa palabra, pens y se pregunt qu instinto le haba llevado a hacerlo. Todava no est preparado para las Garo-hertee. Pero por lo general ella se fiaba de sus intuiciones. Casi siempre resultaban acertadas. Vio que Atrus desviaba la mirada, pero que segua dndole vueltas a la nocin de cmo una idea poda ser tambin una etiqueta, de cmo algo tan general poda ser al mismo tiempo especfico y descriptivo, y una parte de ella quera poner fin a su sufrimiento y decrselo. Pero todava no estaba preparado. Anna se levant, se estir y contempl el orden de la grieta. A veces, en su imaginacin, pensaba en la grieta y en la mente de su nieto en los mismos trminos, como si la una fuera una metfora de la otra. Pero enseguida comprendi lo inadecuado de la comparacin, porque del mismo modo que algn da l superara aquel diminuto lugar para vivir y se aventurara en el mundo, de la misma manera sus pensamientos y especulaciones desbordaran algn da la cuidadosa crianza que ella haba planificado a los mismos. Vindole, supo que estaba predestinado a ser ms grande que ella. Ms sabio, con una mente ms formidable. Pero aquel pensamiento no la asustaba ni le despertaba envidia. En todo caso, la entristeca, porque la satisfaca enormemente ensearle y pensar que poda perder eso... Anna suspir, camin con cuidado atravesando la grieta, subi los escalones. Era hora de preparar la cena. Haba pasado un mes entero, y cuando la luna volvi a estar llena, Atrus trep lentamente ladera arriba, silbando una de las canciones que Anna le enseara cuando nio: una cancin Dni que tena una meloda muy sencilla. Y mientras silbaba, oa la voz de Anna en su mente, cantando en voz baja el estribillo. Cuando termin la cancin, alz la vista y se par en seco, contemplando boquiabierto lo que se ofreca ante sus ojos. Ante l, toda la parte superior de la ladera estaba envuelta en una espesa nube de vapor de un blanco resplandeciente, como si una gruesa cortina hubiera cado de repente sobre el borde del volcn. La niebla se mova con lentitud, como el vapor en la superficie de un puchero, sin avanzar ni retroceder, dando vueltas sobre s misma constantemente. Era algo tan extrao, tan distinto de lo que Atrus haba visto siempre, que retrocedi, sbitamente asustado. Y cuando lo haca, un hombre surgi de la resplandeciente blancura, aunque por un instante pareci formar parte de ella. Era una silueta alta, misteriosa, con una gran frent