Migajas del alma

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MIGAJAS DEL ALMA

Sin la internalización de la otredad, no es posible la convivencia social, dentro de un marco de

respeto, de justicia y de crecimiento ético.

El reconocimiento del otro, estimula nuestras virtudes, y frena nuestros defectos

La sabiduría y la nobleza, no son inherentes a los títulos, sino al conocimiento reflexivo, y al

corazón.

El lenguaje es nuestro mejor instrumento para poner en evidencia la imposibilidad de definir

conceptos, en términos que no sean otra cosa que sinonimia discursiva.

Nuestra caligrafía y redacción, es una medida de la organización de nuestra propia mente.

Aunque nunca estamos en el mismo lugar, ni en el mismo instante, siempre estamos atrapados en

la misma mente.

La realidad siempre subjetiva, a nivel cuántico, actúa como un espejo deformante pues es

ininteligible, y la mente humana a través de la interpretación de las señales de sus biosensores,

solo alcanza a construir intuitivamente mapas conceptuales esquemáticos, que apenas le permiten

orientarse para descifrar las señales imprescindibles para su supervivencia.

El ignorante, es feliz porque su apetito por el conocimiento, es escaso o nulo, mientras que el

sabio es infeliz porque su voracidad por el conocimiento, lo hace tomar conciencia de su gran

ignorancia, y de la imposibilidad de saciarlo.

La verdadera sabiduría, consiste en tener conciencia de la propia ignorancia.

Si quieres una sociedad y un mundo más justo, equilibrado, y solidario, empieza por transformarte

en su reflejo: sin gente mejor, no habrá nunca un mundo mejor.

Si queremos hacer del mundo “un lugar mejor”, comencemos por hacernos mejores nosotros

mismos.

Cada quien, es un rehén de su propio accionar: Cuando hacemos “el bien”, y actuamos en

consonancia con nuestros propios valores y principios, “la bondad “que de ello se deriva, no está

tanto en el beneficio que el otro pueda recibir, sino en el crecimiento moral que ello nos produce a

nosotros mismos. Análogamente, cuando hacemos “el mal”, si actuamos en contra de nuestros

propios principios y valores, “la maldad”, que de ello se traduce, no está tanto en lo que esto

pueda perjudicar al otro, sino en el envilecimiento moral que ello puede causarnos.

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Conclusión: Si hacemos bien, o mal al otro, en correspondencia, recibimos o perdemos a su vez, un

gran beneficio moral.

Solicitar perdón, sin un verdadero propósito de enmienda, no solo es un engaño al otro, es

además una auto- estafa.

Perdonar las ofensas, injurias, o acciones perjudiciales recibidas injustamente, no tiene sentido

moral práctico, sino existe el verdadero “propósito de enmienda” por parte del agresor, es decir,

la interiorización y el reconocimiento de la falta cometida, así como la firme voluntad de no

reincidir en aquellas actitudes y acciones ofensivas, y/o agresivas hacia el otro.

Aunque, el rencor o el odio es un contrasentido que nos degrada al nivel del causante de dicho

sentimiento, el perdonar de corazón, sin el verdadero propósito de enmienda del agresor, nos

convierte en su cotidiana víctima propiciatoria.

El rencor o el resentimiento, son “legítimos”, cuando se derivan del desengaño o de la desilusión

ante la incomprensión y la ingratitud de nuestros semejantes, pero nunca si nacen de la envidia.

No podemos permitir que dicho sentimiento, se transforme en odio, porque en tal caso, ello nos

degradaría y le haría perder su legitimidad moral. Antes de que ello ocurra, es preferible perdonar,

para no identificarnos con una condición humana, que despreciamos en el otro, pero que también

anida en nuestros corazones.

Perdonar, es sin duda una acción que refleja un alma de gran nobleza. Olvidar, en cambio podría

ser una acción que refleja aún una de mayor altura, pero también, una de gran ingenuidad e

insensatez, que nos conduce a cometer el mismo error, y a sufrir iguales o peores consecuencias.

La venganza es el peor mal que podemos infringirnos a nosotros mismos, ya que en lugar de

reparar el daño recibido, nos degrada y nos equipara a su autor.

La venganza, es el triunfo del enemigo sobre nuestra conciencia, pues nos degrada a su nivel, y nos

hace perder toda autoridad o superioridad moral.

La venganza, es el triunfo de nuestros enemigos. Ella nos identifica con una condición humana,

que despreciamos en los otros, pero que también anida en nuestros corazones.

Amar, es hacer de la felicidad del otro, la tuya propia (positivismo)

Amar, es sacrificar la propia felicidad, por la del otro (trágico-masoquista)

Amor, es hacer siempre lo mejor posible, según dicte la conciencia de nuestras propias

limitaciones.

(Las dos primeras se refieren al AMAR, e implican la alteridad, mientras que la tercera se refiere al

AMOR como praxis de vida.)

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El posible objeto del amor de un ser humano, debe ser siempre la otra persona y la búsqueda de

su mutua felicidad, mientras que los objetos, “bienes” o cosas, solo deben valorarse en función de

su utilidad y contribución a este noble objetivo, sin que su posesión o su uso, se convierta en un

fin en sí mismo, que desnaturalice o enajene nuestra condición humana. Las personas no pueden,

ni deben ser poseídas, controladas, o usadas como los objetos, y estos no pueden, ni deben ser

amados como a las personas.

Conciencia social: Es la internalización de la alteridad y sus consecuencias, en cada uno de

nuestros actos y nociones.

Conciencia existencial: Es la asunción personal de nuestra intrascendencia cosmogónica, y de

nuestro breve y azaroso devenir temporal, en un Universo extraño, no axiomático, ni inteligible.

El hombre inmaduro o ignorante, encuentra siempre, la manera, o la excusa para justificar sus

propios errores u omisiones, atribuyéndolos a otros culpables, o a causas externas, eludiendo así,

toda responsabilidad personal. Este auto engaño, crea para sí una falsa sensación consciente o

inconsciente, de cuasi-perfección, que evita el reconocimiento del error, y por ende la reflexión

sobre sus causas, y la necesidad de un cambio de actitud para lograr su pronta reparación, o su

futura repetición. Ello, por el contrario, estimula la reiteración permanente de conductas necias y

equivocadas, que le conducen a su propio aislamiento.

Teorema directo( de la ansiedad): No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy, tal vez para ti

no exista ese mañana, o quizá, no lo puedas hacer, o no tengas como lograr que otro lo haga por

ti.

Teorema inverso (de la esperanza): Tal vez mañana puedas hacer lo que no pudiste hacer hoy,

siempre que mantengas el mismo interés.

Ante la vanidad temprana (A la niña adolecente):

Recuerda que la importancia de una flor, no está en la belleza de la propia flor hoy, sino en el fruto

que ella podrá ser, y en la semilla que este puede dar mañana.

Rehenes espacio-temporales:

Con el tiempo, algunos percibimos que la vida ha sido solo un breve instante, durante el cual

hemos recorrido un largo camino, en el que andamos muchas veces sin un norte claro, o sin un

rumbo fijo, y además, siempre expuestos, por inexperiencia, ignorancia o confusión, a cometer

grandes errores, y sufrir sus inesperadas consecuencias, que son siempre no deseadas, pero

necesarias para reflexionar y comprender, que aunque somos esclavos de nuestras propias

limitaciones, del azar, y de nuestra herencia socio-cultural, podemos superar esta condición, a

través de nuestra voluntad y de nuestras propias decisiones.

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La paradoja del “Deber ser”

Desde joven soñé, y actué según mi criterio en consecuencia, para realizar la utopía de “componer

al mundo”, pero al madurar, y por efecto de los fracasos y traspiés, me di cuenta de que ese

accionar, supuestamente bien intencionado, aparte de producir frustraciones y desencantos

personales, es también un derivado de la necesidad humana, instintiva que sentimos por “tener el

control”. Renunciando entonces a la aplicación (y/o manipulación) de doctrinas o de ideologías

“ad hoc”, diseñadas con el fin de imponerlas forzosamente al colectivo, para lograr su “positiva

transformación”, la reflexión, me condujo a lo que denomino como “la paradoja del deber ser” ,

que de manera sucinta, podemos expresar de esta manera: Como al único ser humano que de

verdad conozco (o creo conocer) en profundidad, cada vez más con el transcurso del tiempo, es a

mí mismo, es evidente que solo yo puedo desarrollar el autocontrol necesario para “poner a raya

mis diablos”, es decir, corregir mis faltas morales, mis vicios, mis defectos, y pequeñeces, y a l a

vez, incorporar y acrecentar mis cualidades, virtudes y valores. Está allí la paradoja: si cada uno de

nosotros asume por convicción este “deber ser”, renunciando así, a “componer el mundo” , para

intentar componerse a sí mismo, al final de cuentas, por sumatoria y resonancia, el resultado

segura y finalmente, nos conducirá a un mundo mejor.

Reflexión: no existo, solo pienso

En la imposibilidad de mi intelecto para descifrar la verdadera esencia de la existencia, cuando

acuda a mi cita con el “hades absoluto del vacío”, regresare mi reciclable cuerpo a la madre

tierra, quien como madre amorosa, clama por su inexorable retorno. Entonces me doy cuenta de

que desde siempre he estado realmente desnudo, aislado en el cosmos, meditando, solo para

descubrir al final , que en mi verdadera intrascendencia, no soy , no poseo, no existo, solo pienso.

En la vida, hay que tener sueños, ilusiones, proyectos, y amores fecundos y verdaderos, que

estimulen las ganas de vivir aunque ya estés viejo. No basta conformarse con el balance que

creemos positivo de nuestra trayectoria (entre errores y aciertos), o con el sentimiento quizás

vano del deber cumplido, o con la paz interior que hayamos podido alcanzar, porque si no hay

estímulos fundamentales, el motor de la energía vital, se ralentiza y se detiene.

Un descuelgue momentáneo de la realidad lo llamamos felicidad, pero uno permanente,

inconsciencia o locura.

Algunos sabios dicen que la felicidad hay que buscarla aquí en la tierra, otros aseguran que se

encuentra quizá en los cielos, pero la verdad es que ambos grupos sin darse cuenta, echan mal el

cuento: la felicidad no está afuera, sino adentro.

La felicidad, a mi modo de ver, consiste en alcanzar una armonía interior, y para ello, debemos

esforzarnos en que se haga natural para nosotros, mantener la permanente coherencia entre lo

que pensamos, lo que decimos, y lo que hacemos.

Enrique R. Acosta R. 2016