Memorias de Don Rufi: Historia oral de los cambios en los usos de terreno del Barrio Boquerón
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Introducción
La zona costanera posee un inmenso valor por los componentes ecológicos y sociales que
convergen en este espacio. Hogar de una amalgama de variedades de flora, de fauna y de
comunidades, la costa es rica en biodiversidad y cultura. Tradicionalmente, y por conveniencia,
muchas de las comunidades costeras conservan una cultura atada al mar, que caracteriza su estilo
de vida, su modo de sustento y su historia. Son estos componentes los que les dan un sentido
fuerte de pertenencia a estas personas que llevan generaciones conviviendo con los recursos
costeros. Por tal razón, si no se toma en cuenta la dimensión humana, con su trayectoria en estos
espacios costeros, a la hora de manejar recursos costeros y/o áreas protegidas (AP) suelen surgir
conflictos entre los residentes de las comunidades aledañas y los encargados del manejo
(Vásquez et al. 2010). Un manejo concentrado sólo en la conservación descarta a las
comunidades y las impacta adversamente en términos sociales y económicos. Entonces, estudiar
los procesos sociales como la historia, las actividades socioeconómicas, la cultura y los grupos
sociales permite identificar asuntos críticos y posibles recomendaciones para aminorarlos. Lograr
un balance entre salvaguardar y conservar los recursos naturales, sin excluir a las comunidades,
es importante para el éxito de la administración de un área protegida.
Este cuaderno de trabajo recoge las notas de una historia oral que surge como parte de la
recopilación de datos para el Monitoreo socioeconómico de áreas costeras protegidas (SocMon),
que se realizó para el Refugio de Vida Silvestre Iris L. Alameda Martínez (RVSILAM), en el
Barrio Boquerón, en Cabo Rojo. La meta de SocMon es estudiar la dimensión humana para que
la administración del AP conozca aspectos sociales, culturales y económicos de los visitantes, los
usuarios y las comunidades limítrofes. Las historias orales, según el Manual Socioeconómico
para el Manejo de Arrecifes Coralinos, son “relatos de historias, anécdotas o biografías
personales” que proveen información cualitativa de las versiones del pasado del informante clave
(Bunce et al. 2005). En nuestro caso, entrevistamos a cinco miembros de la comunidad Las
Arenas que llevan muchos años residiendo cerca del RVSILAM y que lo utilizaban antes de que
se designara como un refugio. La entrevista principal fue la del señor Rufino “Rufi” Matos que,
aunque actualmente no reside en Las Arenas, su niñez y adolescencia se forjaron entre los
manglares de Boquerón. La entrevista luego se complementó con un recorrido por el RVSILAM,
por los terrenos aledaños de las comunidades del Caño, Las Arenas y el Poblado de Boquerón.
Ileana Matos y Oniel Mercado fueron recursos claves para las actividades de la cacería y la
captura y la venta de jueyes. Finalmente, Irene Graniela y Ramón “Popo” Troche ofrecieron
entrevistas informales y cortas cuyos relatos coincidían con algunas de las memorias de Don
Rufi. La técnica de la investigación social de entrevista de historia oral permitió recolectar datos
de usos y de actividades socioeconómicas que se practicaban antes de la designación de AP, así
como datos históricos del área y cambios en el uso de terreno, a través de los ojos, las
experiencias y las memorias de los participantes.
Metodología
El proceso de recopilación de datos, para esta historia oral, se realizó en el mes de junio
del 2009, luego de que cesaran las visitas de campo al RVSILAM para el estudio de SocMon
(junio de 2008 a mayo del 2009). Se utilizaron varias técnicas de la investigación social pautadas
por el Manual Socioeconómico para el Manejo de Arrecifes Coralinos, para el levantamiento de
datos de SocMon, tales como revisión de fuentes secundarias, entrevistas semi-estructuradas y
observaciones de campo (Bunce et al. 2005). La experiencia de campo, durante SocMon,
permitió un acercamiento a miembros de las comunidades aledañas que visitan el RVSILAM.
Fue durante una de estas visitas que se contactó a Ileana Matos para entrevistarla más a fondo, ya
que en la entrevista de SocMon indicó que conocía mucho del área por ser residente desde
nacimiento y por su abuelo, quien era un usuario del área antes de la designación del refugio. Los
objetivos eran adquirir información sobre usos realizados por la comunidad antes del cambio en
la designación y conocer cómo el cambio afectó a los residentes.
Sin embargo, el día de la entrevista la Sra. Matos estuvo ausente y fue Rufino Matos el
que se acercó. Durante la explicación del estudio y de los objetivos de la entrevista a Ileana,
Rufino empezó a relatar usos, métodos de pesca, lugares donde se pescaba y se jueyaba, cambios
en el uso de terreno y sugirió a otros miembros de la comunidad como posibles fuentes de
información. Su entrevista empezó con una conversación informal, por lo cual no se pudo grabar,
aunque las dos investigadoras tomaron notas extensas de todos los datos. Su aportación fue tan
valiosa que se acordó una segunda visita para realizar un recorrido por el área, lo que permitió
fotografiar y que afloraran más detalles de los datos anteriores. Además, se le facilitó una imagen
satelital del 2007 y una composición de fotos aéreas del 1930 de la región, para que identificara,
utilizando una transparencia, la ubicación de los datos ofrecidos. Tanto la imagen satelital como
las fotografías aéreas se trabajaron en el programa de Sistema de Información Geográfica,
ARCGIS ARCMAP versión 9.1®. Las entrevistas semi-estructuradas de Ileana Matos y Oniel
Mercado se grabaron en audio con su consentimiento y ambas fueron transcritas.
Fotografía 1. La guagua de comida criolla, La Gitana, en vía de la carretera PR 100 adyacente al Refugio de Vida Silvestre Iris Alameda Martínez
Historia
Cuentan las memorias de Don Rufi que, para los años 50, el Manglar -nombre que le
otorgaron los miembros de la comunidad al área hoy conocido como el Refugio de Vida
Silvestre de Boquerón- y algunos terrenos limítrofes, era un ecosistema de abundante
biodiversidad y con constante intervención humana. Reviviendo un paisaje pintoresco dominado
por la flora y la fauna costanera se fusionaban los bohíos compuestos de paja y de madera
recolectada en los terrenos pantanosos. En ese tiempo, el Manglar estaba rodeado por un sin
número de fincas de caña de azúcar y/o vaquerías. Terrenos que hoy día le pertenecen al
Departamento de Recursos Naturales y Ambientes (DRNA), antes pertenecían a Los Carrera, una
familia terrateniente de la localidad (Ver mapa 2). El mayordomo de la hacienda azucarera, Luis
Vélez, era quien les otorgaba permiso a algunos para recolectar madera del bosque y así construir
las casas. “De ahí sacaban madera, de allí y se le era permitido para ese entonces. Acuérdate
que había mucho árbol mucha vegetación, no es como ahora”, enfatizó Don Rufi. Estas casas de
paja se aglomeraban por familia, y estaban distribuidas espaciosamente por el barrio como
pequeñas islas.
El Pueblito rompía con esta tendencia
porque era una comunidad densa,
localizada donde actualmente pasa la
carretera PR# 100, entre la fábrica de hielo
de la comunidad Las Arenas y La Gitana
(guagüita restaurante criollo). Esta
comunidad se pobló de trabajadores de la Fotografía 1. La guagua de comida criolla, La Gitana, en vía de la carretera PR 100 adyacente al Refugio de Vida Silvestre Iris Alameda Martínez
caña, a principios del Siglo XX, quienes se establecieron estratégicamente al lado de las vías del
desvío del tren (Ver mapa 1). Según Don Rufi: “Todo era caña hasta el 52 y el Pueblito tenía
una grúa [un máquina para movilizar la caña de azúcar de un lugar a otro].” Son memorias de
una comunidad en transición y “autosuficiente,” lo que permanece en los recuerdos de Don Rufi.
Se trataban de trabajadores de la zafra, que se sustentaban con gallinas, lechones, su tala de maíz,
calabaza, berenjenas, batatas y hasta maní, además de lo que intercambian en la tienda de los
Morales, administrada por Pablo Luciano (Ver mapa 2). El fin de la caña, seguido por la ola
migratoria a la metrópolis, quedó marcado en un mero recuerdo de una comunidad que se
esfumó a la diáspora. Los datos poblacionales del Censo concuerdan con las memorias al mostrar
un aumento de habitantes entre el 1930 (2,682) y 1940 (3,427). En la década del 50, hubo un
descenso en la densidad poblacional que se asemejó a la cantidad reportada para el 1940
(Vásquez et al. 2010). Esto reitera que El Pueblito desapareció, cuando la producción de caña
mermó en esa región para fines del 40 (Ver Tabla 1).
Sacar cocolías con tenazas, pescar, cazar, jueyear, recolectar ostras de mangle y de brusca o
brusquita contribuían a los usos cotidianos que los vecinos de las comunidades del Barrio
Boquerón, como Las Arenas o El Caño, realizaban en el Manglar (Ver Figura 2). Y era así que
las familias de estas comunidades suplementaban su dieta. A la hora de prender el fogón, la leña
fina y seca, brusquita, escogida del árbol y no del suelo, era la ideal para mantener la candela a
todo dar porque no humeaba, según narró por experiencia Doña Irene a sus 84 años. La
abundancia de especies marinas, además, era evidente y así lo recordó Oniel entre una risa de
incredibilidad: “para aquel tiempo hasta el chapín…eso los cogían de carná, bendito para coger
pescado. La langosta la picaban en pedazos en aquellos tiempos, para echarlas en las nasas
para coger pescao, porque lo que se vendía era pescado, la langosta nadie la quería.”
La retrospección de Don Rufi ha permitido la reconstrucción de un paisaje desvanecido:
el Manglar con su entra y sale de personas que utilizaban los recursos. Como el patio de sus
casas, y otros componentes históricos como las bóvedas y el crematorio. Él no vivió el proceso
de las bóvedas, “pero las vi”, aclaró Don Rufi. Estos cuatro o cinco nichos de ladrillos, donde se
enterraban a los virulientos, estaban ubicados en lo que antes era la finca de pastoreo del Dr.
Ramírez, atendida por quien era el mayordomo, “Popo” Troche. Hoy es el terreno adyacente al
Refugio, que colinda con la carretera PR #100. Cerca de un árbol de mangó estaban estas
estructuras que le causaban miedo al niño Rufino. Cuentan las lenguas que allí las fosas comunes
eran construidas por las familias adineradas para los virulientos (Ver mapa 2). El libro Cabo
Rojo: Notas para su historia documenta tres epidemias de viruelas: en el 1793, en el 1880 y en el
1802. Otras epidemias afligieron a Cabo Rojo como fue, por ejemplo, la de “tabardillos” en el
1821 y, más tarde, el cólera en el 1957 (Ramos y Acosta 1985). No obstante, el libro no
específica los barrios que fueron afectados. Don Popo, hoy un señor de 82 años, nos relata que
para 1953 las bóvedas se destruyeron para abrir paso a la siembra de heno para la vaquería del
Dr. Ramírez.
Frente al terreno donde yacían las
bóvedas existía el crematorio o antiguo
vertedero de la comunidad. Era allí donde los
desechos se quemaban sin cesar. A principio de
la década de los sesenta, nuevas tendencias
para el desecho de los desperdicios sólidos
erradicaron la quema en esfuerzos por implementar prácticas menos dañinas al ambiente. Junto a
esto nacen las iniciativas de proteger áreas con alto valor ecológico. En el 1963, parte de lo que
Fotografía 2. Letrero de la entrada del RVSILAM
se conocía como el Manglar se designó como un Refugio de Vida Silvestre, por el Departamento
de Agricultora de los EEUU, para -entre otros propósitos- mantener una área para la caza de aves
acuáticas. El 9 de agosto la legislatura de Puerto Rico aprobó la Ley 233 del año 2008 para
denominar el Refugio de Vida Silvestre con el nombre de su antigua manejadora, Iris Lizzette
Alameda Martínez (Lexjuris 2008), cambiando así el nombre oficial a Refugio de Vida Silvestre
Iris L. Alameda Martínez (Vásquez et al. 2010). Para esta época, la caza recreativa era un uso
frecuente por parte de hombres “acomodados y adinerados” provenientes de otros pueblos,
muchos de los cuales trabajaban para empresas privadas. “...mi papá, (realmente su abuelo) Juan
Matos Padilla o Quiso, era cazador y de pequeña venían amistades de San Juan y se quedaban
en mi casa para levantarse bien tempranito por la madrugada para que ellos fueran a cazar...”,
nos narró Ileana Matos. “Quiso” era un usuario regular del Manglar y conocedor de todos sus
recovecos, cualidades perfectas para servir de guía a los cazadores forasteros. Así fue que
comenzó su trayectoria, primero como guía, luego ascendió su estatus a perro (término común
entre los cazadores para llamar a los aprendices) para finalmente adiestrarse en el arte de la
cacería con el tiempo y la mentoría de
los demás. La temporada de caza era
durante los meses de invierno en los
cuales muchas aves emigran y se
refugian en esta área. Los cazadores no
interrumpían a los otros usuarios, según
Don Rufi, porque “no cazaban con el
sol entraban a las tres de la mañana y salían a
mediado de las diez.” La comunidad Fotografía 3. Los cazadores en la inauguración de la temporada de caza el 15 de noviembre de 2008
respetaba la cacería y se usaba el Manglar al ellos terminar. Ahora, la temporada invernal de
cacería, desde noviembre a febrero, limita el acceso a otros usuarios del área los sábados, los
domingos y los lunes.
A los diez o doce años, El Caño, cuyas aguas cristalinas llegaban a la cintura de un
hombre tamaño promedio, era un área en donde los vecinos de la comunidad Boquerón pescaban
con filete o un trasmallo, es decir, redes de un solo paño (Ver mapa 2). La imagen iconográfica
que llega a nuestras mentes sobre lo que puede ser un filete difiere de lo que puede representar
para esta comunidad. Los filetes eran unas mallas de hilo de 5 pies de altura y 25 de largo. En la
parte superior se colocaba una madera de bambú o corcho para mantenerla a flote, mientras que
en el extremo opuesto se colocaban unas plomadas o pesas de plomo, acción conocida como
bollar el filete. Aunque la clase de artes industriales de la Escuela Superior Segunda Unidad
Panamá de Boquerón enseñaban a fabricar estos filetes, fue el tío, con la ayuda de un Rufi
adolescente, quien inculcó el arte de pesca y la elaboración de los filetes. De una orilla a la otra,
el filete, ubicado al favor de la corriente, atravesaba el caño en forma de hamaca y en ese
colectivismo comunitario dos aguantaban el filete cada uno por su esquina, mientras que el otro
agitaba el agua creando ondas que hacían que los róbalos y sábalos huyeran hacia el filete,
acción que se conoce por los pescadores como chambear.
La pesca no se limitaba al Caño, pues también usaban anzuelos de mosca o lombrices de
tierra para pescar pargos en uno de los tres o cuatros placeres alrededor del Manglar
(Ver mapa 2). Eran estos placeres o pequeños laguitos el punto de encuentro cotidiano lleno de
quehaceres y tertulias que al fusionarse creaban un paisaje hedónico donde sin duda “estabas de
pláceme”. Según la Real Academia Española, una de las acepciones de placer es “un banco de
arena o piedra en el fondo del mar, llano y de bastante extensión”, lo cual le da certeza al uso de
concepto (Real Academia Española 2009). Los cazadores también utilizaban y conocían por
nombre a los Placeres. Este dato vacila en las memorias de Don Rufi u Oniel entre un recuerdo
vago del uso de números para distinguirlos como “el placer uno era el caño que está frente a la
caseta del Refugio” mientras que vacilaban en clarificar si en vez de números eran letras.
La abundancia de los jueyes o los cangrejos estimuló una actividad económica importante
para muchas familias en un Boquerón de mediados del siglo XX. “Aquí sí que se cogían
cangrejos, antes se entraban a casa y hasta cruzaban las carreteras” expresó Don Rufi con
cierta nostalgia por un pasado de abundancia. La
jueyera, ubicada en los predios frente al refugio, se
dividía en zonas por cada recolector y poseía un
respeto vecinal muy difundido. Estas zonas se
protegían hasta con puños contra cualquier agresor
que atentara vaciar una trampa en zona ajena (Ver Mapa 2). Don Charia, Zacarías Mercado,
practicó esta norma vecinal con Gugu, un vecino del área, en una invasión de zona que dejó al
chico huyendo, según relató don Rufi entre carcajadas. Las temperaturas frescas de las
madrugadas y los atardeceres eran óptimas para salir a colocar las trampas de maderas alrededor
(muchas elaboradas por ellos mismos) del Manglar. Las tardes lluviosas llenaban las trampas del
“cangrejo derrotao” término que describe el movimiento en masa de animales. Contó Oniel que:
“Con trampas en tiempo de lluvia, el cangrejo sale derrotao, como nosotros llamamos, salían de
las cuevas esloquillados y se cogían por cantidades porque habían demasiados, eran una plaga
para aquel tiempo.”
Figura 1. Dibujo de una trampa para capturar jueyes hecho por Don Rufi
Como toda pesca, el jueyear contiene su
técnica para garantizar una buena recolecta, la
profundidad del hoyo y el tamaño de las heces fecales
daban señas de la magnitud del crustáceo. Sabiendo ya
donde ubicar la trampa, el melao de caña o “un cantito
de mangó”, dentro de las mismas, hipnotizaba a los
cangrejos asegurando una cosecha. Éstos eran vendidos de dos formas: vivos o sacao. El precio
variaba dependiendo del método escogido, desde 65 centavos a $1.25 la docena viva y $1 ó $2 la
libra sacada que a veces se almacenaba en potes de aceitunas. En la actualidad, Oniel, como
parte del legado jueyero que heredó de su padre Don Charia, sigue vendiendo jueyes: “Fue
herencia de mi papá y mamá, ya que no quisimos estudiar y de eso vivimos.” Sin embargo, él
afirmó con tono molesto sobre la inflación en el precio de los cangrejos por escases. Ahora, la
libra de juey sacao’ está a $20 y los vivos varían de $20 a $40 dependiendo del tamaño. La
captura de jueyes está prohibida dentro de los
límites del Refugio por la orden
administrativa 99-08, lo cual circunscribe a
jueyear en los terrenos aledaños. Durante la
veda en los meses de julio, agosto y
septiembre, Oniel compra jueyes de
Venezuela para suplirles a sus clientes.
Fotografía 4. Cueva de un cangrejo o juey
Fotografía 5. Letrero que indica la prohibición de la captura de jueyes en los terrenos del RVSILAM
La carne de jueyes era codiciada por los restaurantes y otros puertorriqueños que venían de
toda la Isla a saborearse una empanadilla del Kiosko de Don
Charia. Las extensas filas dieron un reconocimiento a
Boquerón que rompió con los límites geográficos llegando a
Nueva York donde cuenta Don Rufi que, al mencionar Cabo
Rojo en un viaje, el punto automático de referencia de un
puertorriqueño en la diáspora fueron las famosas
empanadillas de jueyes de Don Charia. La tiendita de Don
Charia empezó en su hogar (donde Oniel vive y tiene su
negocio actualmente) y sólo vendía empanadillas rellenas de
cangrejo. Cuando escasearon éstas, se utilizaba chapín y
otros pescados. Pero los ciudadanos no eran los únicos
clientes. Oniel relató que: “Para ese tiempo vendían juey enlatados y se lo llevaban pa’ San Juan
en troces[camiones] para allá procesarlos, sacarlos… venía troces de los productos Goya que
ellos vendían pa’ ese tiempo juey enlatado.” Un deleite gastronómico para algunos, mientras que
para otros los jueyes eran una amenaza o una plaga para el cultivo de la caña porque los
cangrejos se comían las raíces destruyendo la planta. El remedio utilizado fue la elaboración de
un mejunje casero que mezclaba pasta eléctrica, un venero que vendían comúnmente, con
funche. Este veneno lo regaban por los predios de cultivos para exterminarlos. Luego, los
enterraban en una fosa común para evitar la peste de crustáceo en descomposición. Oniel
describió este proceso: “...y lo echaban en unos drones, hervían el agua, hacían funche por
cantidades y ponían a 2 ó 3 peones a regar cueva por cueva para envenenarlos. Acabaron con
los cangrejos, eran miles y miles los que mataban a diario. A la vez que probaban eso…y
Fotografía 6. Negocio de venta de cangrejos del heredero de don Charia
Fotografía 7. Ejemplo de la vista al mar entre los espacios turísticos
Fotografía 8. Una de las calles del Poblado de Boquerón donde están ubicados algunos de los comercios
tomaban agua eso le explotaba. Los recogían por montones y los enterraban para que no
hubiera peste en esaen esa finca.” La merma en los cangrejos, relató Oni, fue por varias
razones, pero la matanza en masa, por parte de mayordomos de las fincas de caña, fue la
principal. Al escasear el cangrejo, hace 15 ó 20 años atrás, los otros miembros de la comunidad,
que vivían de jueyear, emigraron a Nueva York.
El Barrio Boquerón ha enfrentado un proceso de crecimiento urbano de comunidades típicas
de la ruralía (casitas de paja) a la industrialización con los ingenios azucareros (el Pueblito), a la
ganadería y fincas de frutos menores que luego abrieron pasó a la industria de recreación y de
turismo costanero (Ver figura 4). De esta manera, los usos del terreno han cambiado con el
tiempo, borrando datos históricos que se recuperan de las memorias de la comunidad (Ver mapa
2). “Ha ido cambiado, ha cambiando, porque lamentablemente en unos aspectos para bien y en
otros aspectos para mal” nos señaló Ileana Matos, una residente de la comunidad Las Arenas.
La construcción de carreteras, urbanizaciones y condominios aumentó para satisfacer la demanda
de estructuras para la recreación y el turismo que trajo consigo un proceso de desplazamiento
social concentrado en el Poblado de Boquerón. Las casas de paja han evolucionado a casas de
madera y/o cemento como es el caso de Las Arenas, donde encontramos edificaciones multipisos
en la costa más al oeste de Boquerón. Las actividades socioeconómicas han cambiado de lo
Fotografía 9. Uno de un sinnúmero de kioscos de ostras y de ostiones que caracterizan al Poblado de Boquerón
Fotografía 10. Ejemplos de algunos de los negocios de Las Arenas a lo largo de la carretera 101
agrícola y jueyear a negocios que, en su mayoría,
están relacionados o responden al turismo o a la
recreación. Es en el Poblado de Boquerón donde
están ubicados la mayoría de las hospederías, los
restaurantes, las barras, las tiendas de ropa, de licor
al por mayor y establecimientos para la recreación
acuática, como es el alquiler de equipo o de
recorridos. Hay un sinnúmero de kioscos o puestos de venta, ubicados en la carretera, que son
comunes en temporadas de turismo y en los fines de semana. Estos ofrecen, a los visitantes,
artesanía y comida, como son los kioscos de ostras, de ostiones y de almejas que son muy
pintorescos en el área. Por lo general, el comercio se caracteriza por los pequeños negocios
privados, administrados por familias. Asimismo,
en Las Arenas, las microempresas abundan, pero
responden a la comunidad y muchas están ubicados
en residencias. Ejemplo de ello son las panaderías,
el alquiler de video, la ferretería, los
supermercados, los salones de bellezas, las oficinas
relacionadas a la salud, los negocios de fritura y/o
comida criolla y las barras pequeñas.
Hoy, el RVSILAM es lo que permanece en la memoria del Manglar y su entorno. Las fincas
y las vaquerías han sido sustituidas por urbanizaciones; por ejemplo, Puerta del Combate Estate
sustituyó la finca de sandías de Emilio Torres quien le compró a la familia Carrera. Sobre esto
Don Rufi reflexionó “los adelantos trayendo atrasos.” La comunidad todavía utiliza los predios,
pero ahora con fines exclusivamente
recreativos. Gozan de caminatas que
sirven para contemplar y conectar
con la naturaleza, según Ileana: “yo
me siento como en otro mundo aquí,
me despejo…” Antes, en el Manglar
en el pasado, se fusionaba la
recreación con el sustento para los usuarios, como es el caso de la familia de Ileana “...la cacería
no era por hobby nada más, sino que también servía de alimento...” Ese vínculo de contacto
directo con la naturaleza, adquirido a través del sustento, alimenta una noción de vivir con ella y
de ella por necesidad, pero con cierto balance alcanzado por el respecto a la misma y una
conciencia comunitaria. Esto permite el desarrollo de un conocimiento ecológico tradicional
pasado por generaciones, que es una parte integral de las comunidades locales. Utilizaban lo
disponible para complementar sus vidas, como madera para sus hogares, leña para cocinar,
animales marinos para ampliar sus dietas y otros elementos para remedios caseros como
confeccionar de las semillas de la cóbana negra (Stahlia monosperma) un insecticida para
ahuyentar las cucarachas, entre otros.
De las posibilidades actuales que se podrían llevar a cabo en el Refugio de Vida Silvestre,
Ileana Matos recomendó la educación como una alternativa viable, enfocándose en los niños y
las niñas. La falta de integración de las comunidades hacia estos espacios protegidos, por
agencias que imponen reglamentos que afectan social y psicológicamente el diario vivir de estas
personas, ha creado una enajenación de su entorno histórico y cultural que crea, por
consiguiente, una barrera entre las memorias colectivas “antiguas” y las actuales.
Fotografía 11. Urbanización ubicada en la comunidad Las Arenas en el Bo. Boquerón
Conclusión
La historia oral como técnica de investigación social, al igual que la historiografía,
proporciona información histórica de forma descriptiva, cualitativa y valiosa, desde el punto de
vista de los informantes, que usualmente no se encuentra en los documentos o en las fuentes
secundarias, (Bunce et al. 2005). En esta historia oral, las memorias que los participantes
compartieron permitieron recopilar datos de conocimiento tradicional ecológico, tales como
actividades recreativas y socioeconómicas, artes de pesca artesanal, usos etnobotánicos, cambio
de uso de terreno, cambio en nombres del espacio y datos históricos del barrio. Asimismo, las
narraciones provistas por las entrevistas fueron útiles para identificar recomendaciones para la
administración del RVSILAM y obtener una idea del sentir de la comunidad hacia el cambio de
un área utilizada comúnmente por generaciones al enfrentar unas limitaciones en los usos luego
de su designación. La integración de la comunidad al RVSILAM, a través de actividades
educativas y recreativas, fue un aspecto central en los testimonios ofrecidos. Documentar los
transformaciones en los usos del terreno fueron datos valiosos para entender cómo se ha
trasfigurado el Barrio Boquerón por procesos e intereses socioeconómicos. Además, las
memorias y las experiencias de vida proporcionaron un conocimiento o historia social que
explicó tendencias ecológicas, como la merma de cangrejos por ser una amenaza a las fincas de
caña.
No obstante, la historia oral como técnica de investigación social tiene sus limitaciones y
debilidades. Empezando por la premisa de que son relatos personales y memorias abstractas,
sesgadas por la visión de mundo y experiencias de las personas, les resta confiabilidad. Por ende,
los datos generados no necesariamente representan el conocimiento o el punto de vista de la
comunidad y pueden generar datos accidentales o errados que carecen de información objetiva
(Bunce et al. 2005). Durante la realización de las historias orales, se tomaron varias
consideraciones para otorgarles mayor validez a los datos. Por ejemplo, confirmar los datos y las
historias relevados por los entrevistados con fuentes secundarias como libros de historia, datos
censales, mapas topográficos y entrevistas informales con miembros de la comunidad que
compartieron memorias similares. A pesar de que la historia oral no genera datos estadísticos, sí
goza de información cultural, tradicional y ecológica que sólo posee la memoria colectiva de los
miembros de la comunidad que han tenido un contacto directo con el espacio y los recursos
naturales que allí habitan.
Referencias
Bunce, L., Townsley, P., Pomeroy, R. & Pollnac, R. (2005). Manual socieconómico para el manejo de arrecifes coralinos. Australian Institute of Marine Science. (ND). Para denominar el Refugio de Vida Silvestre en Boquerón con el nombre de Iris L. Alameda Martínez LEY NUM. 233 DE 9 DE AGOSTO DE 2008. (2008). (P. de la C. 4321). [Archivo de datos]. Disponible en sitio Web de Lexjuris Puerto Rico, http://www.lexjuris.com/lexlex/Leyes2008/lexl2008233.htm Ramos y Ramírez de Arellano, A., & Acosta, U. (1985). Cabo Rojo: Notas para su Historia. San Juan, Puerto Rico. Real Academia Española. (n.d.). Diccionario de la lengua española: Vigésima segunda edición. Retrieved agosto 14, 2009, from http://www.rae.es
U.S. Census Bureau. (2009). American Fact Finder. Retrieved August 14, 2009, from http://www.census.gov U.S. Census Bureau. (1982). Censo de Población: Part 53 Puerto Rico. (No. de publicación PC80-1A53). Vol (1). Características de la población. cap. (A). Número de habitantes. Washigton, DC, EE.UU.: U.S. Government Printing Office. Vásquez Cruz, R., M.I. Laboy Acosta, G.V.D. Adrover Ruiz, L. Cintrón Gutiérrez, C. Canals Silander, F. O. Chaparro Moreno, S. P. Espinel, E. A. Bracero Rodríguez, D. Rodríguez Sanfiorenzo e I. Ruiz Valentín. (2010). Informe Final del Proyecto de Monitoreo Socio-económico en las Áreas Protegidas Marinas y Costeras de Puerto Rico. Refugio de Vida Silvestre Iris L. Alameda Martínez en Boquerón, Cabo Rojo, Puerto Rico. Centro Interdisciplinario de Estudios del Litoral, Universidad de Puerto Rico en Mayagüez. Departamento de Recursos Naturales y Ambientales de Puerto Rico.
Figura 4. Cambios en el crecimiento urbano en las comunidades aledañas al RVSILAM (Poblado de Boquerón, Las Arenas y EL Caño) en el 1930, en el 1971 y el en 2007.
Mapa 1. Mapa topográfico de la región de Puerto Real, Cabo Rojo del 1941 con revisiones hechas en el 1953
Mapa 2. Mapa del Refugio que identifica los cambios de uso de terreno y los datos histórico que
menciona don Rufino. Este es el producto de un ejerció de esquema mental donde don Rufino
realiza una reconstrucción mental ubicado en un espacio geográfico los diferentes hallazgos del
pasado, según su memoria y experiencias de vida.