marilyn monroe

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El cadáver El cuerpo de la diva permaneció en la brillante mesa de acero de la morgue. Todos sus prominentes atributos femeninos resaltaban en la fría sala, algunos de quienes la observaron creían que en cualquier momento podría levantarse de la mesa. El sensual cuerpo presentaba moretones en los muslos y las huellas que un agresivo bisturí dejó en la piel debajo del reborde costal derecho y en su zona púbica. Y, finalmente, un cuchillo penetró sus carnes para exhibir las vísceras al forense. El cadáver de Marilyn yacía sobre la mesa funeraria como escultura que prodiga al artista exquisitas líneas anatómicas. Una incisión rasgó sus carnes, suaves hilos de sangre emanaron por su cuerpo. El embalsamador Snyder lavó el cuerpo, limpió cuidadosamente sus uñas y con la ayuda de una máquina inició la inyección de líquidos embalsamadores. Gracias a la inyección, el cuerpo tornó del pálido al color rosado. Poco a poco la apariencia de las carnes se volvió macizas. El embalsamador masajeó el cuerpo e intentó borrar los aspectos cadavéricos. Con la habilidad de un cirujano y la precisión de un arquitecto cerró finamente los cortes hechos por el Doctor Noguchi. Se cercioró, además, que las heridas quedaran secas aplicando un polvillo que no dejó salir líquidos del escultural cuerpo. Desconectó la máquina y retiró las agujas del cuerpo, continuó masajeando el cuerpo para ayudar a distribuir los líquidos. Secó y peinó el rubio cabello. El cadáver así sobre la mesa de acero tenía, ahora, la apariencia de un icono. Tomó un perfumero y esparció el contenido oleoso y oloroso por el cuerpo, ninguna curvatura de Marilyn quedó sin impregnarse de la exquisita fragancia.

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El cadáverEl cuerpo de la diva permaneció en la brillante mesa de acero de la morgue. Todos sus prominentes atributos femeninos resaltaban en la fría sala, algunos de quienes la observaron creían que en cualquier momento podría levantarse de la mesa.

El sensual cuerpo presentaba moretones en los muslos y las huellas que un agresivo bisturí dejó en la piel debajo del reborde costal derecho y en su zona púbica. Y, finalmente, un cuchillo penetró sus carnes para exhibir las vísceras al forense.

El cadáver de Marilyn yacía sobre la mesa funeraria como escultura que prodiga al artista exquisitas líneas anatómicas.

Una incisión rasgó sus carnes, suaves hilos de sangre emanaron por su cuerpo.

El embalsamador Snyder lavó el cuerpo, limpió cuidadosamente sus uñas y con la ayuda de una máquina inició la inyección de líquidos embalsamadores.

Gracias a la inyección, el cuerpo tornó del pálido al color rosado. Poco a poco la apariencia de las carnes se volvió macizas. El embalsamador masajeó el cuerpo e intentó borrar los aspectos cadavéricos.

Con la habilidad de un cirujano y la precisión de un arquitecto cerró finamente los cortes hechos por el Doctor Noguchi. Se cercioró, además, que las heridas quedaran secas aplicando un polvillo que no dejó salir líquidos del escultural cuerpo.

Desconectó la máquina y retiró las agujas del cuerpo, continuó masajeando el cuerpo para ayudar a distribuir los líquidos.

Secó y peinó el rubio cabello. El cadáver así sobre la mesa de acero tenía, ahora, la apariencia de un icono.

Tomó un perfumero y esparció el contenido oleoso y oloroso por el cuerpo, ninguna curvatura de Marilyn quedó sin impregnarse de la exquisita fragancia.

Es el medio día del domingo en Hollywood, el Sol no parecía brillar.

El embalsamador reparó el cuerpo y recorrió la fina silueta de su cara, el perfil de la nariz y la exquisita anatomía de sus labios. Se acercó un poco más y detalló el rostro de la diva, traumatizado por la sierra del anfiteatro; empezó a darle una apariencia lo más parecida posible al rostro rutilante de una actriz.

Tras ello, tomó de una mesa lateral el vestido de seda verde. Ajustó toda la voluptuosidad de los pechos al escote del traje y encubrió las huellas de la necropsia y de una vieja cicatriz que le dejó en el abdomen una cirugía de vesícula. Ahora el abdomen lucía entallado.

Buscó en sus botiquines las paletas de maquillajes, una a una las bajó de los

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compartimientos. Como un artista frente a su lienzo comparó los colores con el rostro de Marilyn.

Revisó con detalle toda la gama de colores de los lápices labiales y los finos polvos dorados para contorno de ojos.

Levantó la cabeza y un asistente le colocó la peluca de cabellos rubios.

Masajeó de nuevo el rostro para relajar los músculos de la cara y distribuir los líquidos que inyectó. Poco a poco logró borrar la funesta mueca de la muerte que lucía Marilyn desde aquel sábado en la noche cuando la vida se le fue a pedacitos.

Preparó los lápices y pinceles, aplicó el rojo pasión a los labios sensuales y carnosos, el rubor a las mejillas, sombras nacaradas con brillos dorados en los parpados, delinea las cejas, coloca largas y negras pestañas postizas. Remató su trabajo resaltando el sensual lunar de la mejilla.

Concluida su obra Snyder y su asistente pasaron el cadáver al ataúd. La colocaron entre frondosas sedas y en sus manos pusieron un bouquet de rosas encarnadas.

El cuerpo fue sepultado en el West Wood Memorial Park de Hollywood, Los Angeles, Estados Unidos.

Así fue llevado a la tumba el sensual cuerpo que cada noche la diva bañaba en un ritual con una onza Agua de Colonia de Chanel N°5.

Una estrella dejó de brillar en Hollywod, pero nació el mito de la novia de novias, de la sensual que se llevaba en estampitas durante las batallas y se pegaba en las habitaciones de los calenturientos casamenteros.

Su más fiel amante Joe D´Mayo, aún en medio de la nostalgia, preparó el funeral.

Desde entonces, cada día, llega a su tumba de mármol una rosa roja.”