Maria en la Palabra revelada

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Catequesis del padre Francisco Galende sobre la Virgen Maria

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Francisco Galende osa - MARÍA en la Palabra revelada. - 3 ÍNDICE

CONTENIDO

Introducción

1.- RASGOS DE MARÍA EN LOS TEXTOS BÍBLICOS

2.- RETRATO GLOBAL DE MARÍA

3.- MARÍA, LA PRIMERA CRISTIANA

4.- LA CUESTIÓN DE LOS «HERMANOS DE JESÚS»

5.- MARÍA, MADRE DEL SEÑOR

6.- MARÍA, MADRE UNIVERSAL

7.-MARÍA “ROSTRO MATERNO DE DIOS”

8.- MARÍA MEDIADORA DE LA GRACIA

9.- MARÍA, LA MUJER

10.-LA DEVOCIÓN MARIANA

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INTRODUCCIÓN

El papel excepcional y decisivo que reconocemos a María en el “Proyecto Salvador” de Dios, en Cristo Jesús, conecta con los inicios de la reflexión teológica, ya desde la primera tradición cristiana. Los primeros Santos Padres de los siglos I y II, tales como San Ignacio de Antioquía, San Justino e Ireneo, y mucho más ampliamente los Santos Padres de los siglos III al V, desarrollaron una amplia teología mariana, con fundamento en la Palabra Revelada.

El Evangelio y Nuevo Testamento, en efecto, nos dejan entrever claramente un retrato global de María que no deja lugar a dudas sobre su excepcional cometido en nuestra re-dención; no sólo por el hecho de haber traído al mundo al Salvador, sino ante todo por la fe, humildad, fidelidad y amor con los que asumió y llevó a cabo la misión que Dios mismo le confió, al lado de su Hijo Jesucristo.

Lamentablemente hoy son muchas las confesiones cris-tianas que menosprecian a María, y la marginan de su piedad (-”¡Es una mujer cualquiera!”, he escuchado de algunos de ellos). Isabel la proclamó dichosa y bendita entre las mu-jeres, y no es pensable que Cristo la excluya de su última bienaventuranza: “dichosos los perseguidos, maltratados y despreciados por mi causa; alégrense y regocíjense, porque será grande su recompensa” (Mt.5,11-12).

Pretendo dibujar aquí esa retrato global que transparen-tan los textos bíblicos referidos a María.

Panamá, Julio, 2008.

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1.- RASGOS DE MARÍA EN LOS TEXTOS BÍBLICOS

1.- Génesis, 3,15.- La Mujer que apLastará a la serpiente maligna.

“Y Dios dijo a la serpiente: …Pongo enemistad entre ti y la mujer; entre tu descendencia y la suya. Ella quebrantará tu cabeza, cuando tú hieras su talón”.

2.- Isaías 7,14.- Anunciada 740 años antes de Jesucristo. “He aquí que una virgen está encinta, y va a dar a luz un

hijo, y le pondrá por nombre «Enmanuel»”.

3.- Mat. 1,16.- Alusión marginal en la genealogía de Jesús. “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual

nació Jesús”.

4.- Mat.1,18.- Concepción de Jesús. “La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su ma-

dre, María, estaba desposada con José, y antes de empe-zar a estar juntos, ella se encontró en cinta por obra del Espíritu Santo”.

5.- Lc. 1,27-38.- La Anunciación “Fue enviado por Dios el Ángel Gabriel a una ciudad de

Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y, entrando, le dijo: Alégrate, llena de gra-cia; el Señor está contigo (… ). No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios (…) El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra. Por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios (…). Y dijo María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.

6.- Mt. 1, 19-23.- María, la mujer discreta. “Su marido, José, como era justo y no quería ponerla en

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evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía pla-neado, cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Es-píritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: «Ved que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa Dios con nosotros». José hizo lo que el Angel le había mandado y tomó consigo a su mujer. Y no la cono-cía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús”.

7.- Lc.1,39-56.- La visita a su prima Isabel “Por aquellos días, María se fue de prisa a una ciudad de

Judea. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: «Bendita tú eres entre las mujeres y bendito -el fruto-de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Se-ñor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las -promesas del Señor. María dijo entonces:

- Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi- espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me llama-rán bienaventurada. El Todopoderoso ha hecho grandes cosas por mí: -¡Santo es su Nombre! (…) María se quedó unos tres meses con Isabel, y después volvió a su casa”.

8.- Lc. 2, 1-5.- Viaje a Belén “Por aquel tiempo, el emperador Augusto ordenó que se

hiciera un censo de todo el mundo. El primer censo fue hecho siendo Cirino gobernador de Siria. Iban todos a ins-cribirse a su propio pueblo. Por esto José salió del pueblo

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de Nazaret, de la región.de Galilea; y se fue a Belén en Judea, donde había nacido el rey David-, porque José era descendiente de David. Fue allá a inscribirse , junto con María, su esposa, que se encontraba encinta”

9.- Lc. 2, 6-7.- Nacimiento de Jesús ‘. Y sucedió que mientras estaban en Belén, le llegó a Ma-

ría el tiempo de dar a luz. ‘Y allí nació su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en el establo, porque no había alojamiento para ellos en el mesón”.

10.- Lc. 2, 16-20.- Visita de los pastores (Los pastores) “fueron de prisa y encontraron a María y a

José, y al Niño acostado en el establo. Cuando lo vieron se pusieron a contar lo que el ángel les había dicho acerca del Niño (…). María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”.

11.- Mat. 2,11.- Visita de los Magos “Cuando los sabios vieron la estrella, se alegraron mucho.

Luego entraron en la casa, y vieron al niño con María, su madre, y arrodillándose lo adoraron”.

12.- Lc. 2,33-35.- Profecía de Simeón “Su padre y su madre estaban admirados de lo que se

decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María su madre: «Este será puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción; y a ti misma una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al des-cubierto las intenciones de muchos corazones”.

13.- Mt. 2,13-21.- Huída a Egipto “Después de que los magos se retiraron, el Ángel del Señor

se apareció en sueños a José y le dijo: Toma contigo al Niño y a su madre, y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al Niño para matarlo.

14.- Mt. 2, 19-23.- Regreso de Egipto

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“Muerto Herodes, el Ángel se apareció en sueños a José, en Egipto, y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel, pues ya han muerto los que buscaban la vida del Niño”.

15.- Lc.2,41-52.- El Niño perdido en el Templo 41 Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta

de la Pascua. 42 Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta. 43 y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo su padres. 44 Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parien-tes y conocidos; 45 pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. 46 Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; 47 todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas.

48 Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu pa-dre y yo, angustiados, te andábamos buscando.” 49 El les dijo: “Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” 50 Pero ellos no compren-dieron la respuesta que les dio. 51 Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cui-dadosamente todas las cosas en su corazón.

52 Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

16.- Jn. 2, 1-11.- Bodas de Caná Mujer, ¿qué nos va a ti y a mi?

1 Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. 2 Fue invitado tam-bién a la boda Jesús con sus discípulos. 3 Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: “No tienen vino.” 4 Jesús le responde:

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“Mujer, ¿y a ti y a mi qué nos va? Todavía no ha llegado mi hora.” 5 Dice su madre a los sirvientes: = “Haced lo que él os diga.”

6 Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purifi-caciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una.

7 Les dice Jesús: “Llenad las tinajas de agua.” Y las llenaron hasta arriba. 8 “Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maes-tresala.” Ellos lo llevaron. 9 Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio 10 y le dice: “Todos sirven pri-mero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora.” 11 Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos.

17.- Juan 2,12.-En Cafarnaún con Jesús y sus discípulos “12 Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus herma-

nos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días. Después bajo a Cafarnaún con su madre y sus discípulos

18.- Mat. 13,55.- Visita a Nazaret “53 Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí

54 y, al llegar a su pueblo, se puso a enseñar a la gente en su sinagoga, de tal manera que todos estaban maravi-llados. “¿De dónde le vienen, decían, esta sabiduría y ese poder de hacer milagros? 55 ¿No es este el hijo del car-pintero? ¿Su madre no es la que llaman María? ¿Y no son hermanos suyos Santiago, José, Simón y Judas? 56 ¿Y acaso no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde le vendrá todo esto?”. 57 Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Entonces les dijo: “Un profeta es des-preciado solamente en su pueblo y en su familia”. 58 Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la falta de fe de esa gente. ¿Y no se llama su madre María?

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19.- Mc. 6,1-4.- Visita a Nazaret“6 1 Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus

discípulos. 2 Cuando llegó el sábado, comenzó a ense-ñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sa-biduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?

3 ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus herma-nas no viven aquí entre nosotros?”. Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo.

4 Por eso les dijo: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”.¿No es éste el car-pintero, el hijo de María?

20.- Lc.8,19ss). La madre y los hermanos “Se presentaron donde Él su madre y sus hermanos, pero no

podían llegar hasta Él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren ver-te. Pero Él les respondió: Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen”.

21.- Mt. 12, 46-50.- La madre y los hermanos46 Todavía estaba hablando a la multitud, cuando su madre

y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él. 47 Alguien le dijo: “Tu madre y tus hermanos es-tán ahí afuera y quieren hablarte”. 48 Jesús le respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”. 49 Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: “Estos son mi madre y mis hermanos. 50 Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi her-mano, mi hermana y mi madre”.

22.- Mc.3,31-35.-La madre y los hermanos 20 Regresó a su casa, y de nuevo se reunió tanta gente que

no podían ni comer. Sus parientes, al enterarse, fueron

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para llevárselo, pues decían que estaba trastornado.(…).

31 Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándo-se afuera, lo mandaron llamar. 32 La multitud estaba sen-tada alrededor de Jesús, y le dijeron: “Tu madre y tus her-manos te buscan ahí afuera”. 33 Él les respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”. 34 Y dirigien-do su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. 35 Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

23.- Lc .23, 49.- Ante la Cruz “Estaban a distancia, viendo estas cosas, todos sus conoci-

dos y las mujeres que le habían seguido desde Galilea”.

24.- Jn. 19,25-27.- Ante la Cruz “25 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana

de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. 26 Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo.” 27 Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre.” Y des-de aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

25.-Hechos 1,14.- Pentecostés “Todos perseveraban en la oración…, en compañía de al-

gunas mujeres; de María, la madre de Jesús …y de sus hermanos”.

26.- Apoc. 12, 1ss.- La Mujer vestida de Sol “Una gran señal apareció en el cielo: Una Mujer, vestida de

sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estre-llas sobre su cabeza….

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2.- RETRATO GLOBAL DE MARÍALos evangelistas fueron, ciertamente, muy discretos y

con manifiestas omisiones, al hablar de María, la Madre de Jesús. Echamos de menos más detalles. Sin embargo, la glo-balidad de los textos que a ella se refieren, nos dejan entre-ver claramente la dignidad y excelencia de su persona:

1.- La mujer predilecta de DiosEn la Anunciación, el Ángel la llama “llena de gracia”, y

afirma que Dios ha encontrado gracia en ella.

Isabel la llama “bendita entre las mujeres”.

Ella misma, en canto de alabanza a Dios, reconoce que, por esta elección, “todas las generaciones me llamarán bien-aventurada”.

2.- La mujer discreta y humildeMaría es consciente de la grandeza y dignidad de su elec-

ción y vocación. No obstante, se lo calla y mantiene en se-creto, sin compartirlo siquiera con sus más cercanos. Fue un Ángel el que debió aclarar las cosas a José, que pensó en una infidelidad, en encontrarla en cinta.

3.- La mujer servidora.- El Mesías fue anunciado por los profetas como «Rey»; y,

en nuestras costumbres culturales, la madre de un rey pasa a la categoría de «Reina-Madre». Pero ella se declara «sierva-esclava» del Señor. Y actúa en consecuencia de inmediato, poniéndose en camino hacia Judía para servir por tres meses a su prima Isabel, ya anciana y próxima a dar a luz. En las bodas de Caná la encontraremos entre los servidores de la co-mida y, por ello, conocedora de que el vino se está acabando.

4.- La mujer de fe, en la oscuridad María vive la constante contradicción entre lo que se

esperaba del Mesías prometido, y el rumbo de los aconteci-mientos:

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El Mesías sería un Rey Poderoso, pero nace en un esta-blo de animales y en la extrema pobreza.

Se admira de lo que dicen de Él, recién nacido, los pas-tores y los magos. Pero muy pronto deberá huir a Egipto, para escapar de Herodes, que busca matarlo.

Le desconcierta el comportamiento de su hijo, ya de 12 años, que en el viaje de María, José y el niño a Jerusalén, se queda en el templo, sin decirles nada; y ante su reclamo, es-cucha sus palabras: “¿No sabéis que yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”.

Y los evangelistas aclaran que, ante estas contradiccio-nes, que “María reflexionaba y meditaba estas cosas en su corazón” (Lc. 2,19 y 51).

5.- La «madre fiel», pero respetuosa de la misión de su Hijo. Llama la atención el hecho de que los evangelistas no

refieran presencia de María en los momentos en que Jesús triunfa; es aclamado por las muchedumbres, e incluso pre-tenden proclamarlo rey. Sigue indudablemente, como madre, sus pasos, pero desde una discreta distancia. Sin embargo, cuando su hijo se encuentra en problemas, allí está su madre:

Cuando Jesús visita Nazaret, y sus conciudadanos preten-dieron despeñarlo, allí estaba, con toda seguridad, su madre.

Cuando los llamados «hermanos de Jesús», que no creían en Él, “fueron para llevárselo, pues decían que estaba trastornado”, allí estaba su madre.

Cuando Jesús afronta la prueba final de su vida, y es tomado preso y condenado, encontramos en Jerusalén a María, que habitualmente residía en Nazaret (Galilea); y le acompaña en el camino hacia la cruz (Lc.23,49), permanece en pie junto a la cruz, compartiendo en su corazón los tor-mentos de su hijo.

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6.-La mujer y madre sufriente, en la fe y la esperanza

La vida de María no fue un camino de rosas. Simeón se lo había ya augurado: “Una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones”. Como toda madre, vivió triplicados las contra-riedades y sufrimientos de su hijo y vivió la oscuridad de los designios incomprensibles de Dios. Pero en la fe y la espe-ranza, dejando siempre a Dios ser Dios.

3.- MARÍA, LA PRIMERA CRISTIANA

Si ser cristiano es hacer de Cristo el centro y clave de la propia vida, en el amor y la comunión con Él, María fue cristiana desde antes de nacer Jesucristo. No sólo desde su maternidad biológica, sino desde su fe y su esperanza. Des-de el momento de la concepción de Jesús, su amor, sus pen-samientos y su servicio giraron en torno a Jesús.

La biografía de María tiene, en los Evangelios, muchas omisiones. Nos dicen muy poco de la relación personal de Jesús con su madre. Son, sin duda, omisiones, no de Jesús, sino de los Evangelistas. Y tiene una explicación: Nos encon-tramos en una sociedad marcadamente machista, en la que la mujer no significaba nada en la vida pública; y los relatos evangélicos se centran en la misión pública de Jesús.

Durante toda la historia cristiana, el pueblo creyente ha dirigido particularmente su mirada a María, en los momentos de inseguridad, duda, oscuridad y sufrimiento. Aquella cuya vida discurrió siempre entre luces y sombras, y se mantuvo siempre en la esperanza, se convirtió en «estrella de la ma-ñana» para cuantos hacen travesías de «noches oscuras».

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Es justo mirar a María, porque ella es, sin duda, la Prime-ra Cristiana:

a) La primera que amó a Cristo y se identificó con El.- Desde el momento de la anunciación, toda la vida de María queda centrada en su Hijo, y gira en torno a El. Este amor, identi-ficación y centralidad son naturales, sin duda, en toda ma-dre respecto de sus hijos, aun cuando no comulgue con el rumbo que sus hijos van tomando. Pero el contexto evangé-lico deja en evidencia la FE de María en Cristo y su misión, vivida ciertamente entre luces y sombras, y en la actitud de «guardar» lo que en El observaba y «meditarlo en su corazón» (Lc. 2,19; y 2,51). Su intervención en las bodas de Caná y la recomendación: «Haced lo que El os diga», pone de relieve la firmeza de la fe de María en su Hijo.

La figura de María queda ensombrecida, en el Evangelio, por la actuación de algunos de los parientes, de los que Juan afirma claramente que “no creían en El” (Jn. 7,5), y se hicieron acompañar de María para hablar con Je-sús (Mt.12, 46-50; Lc. 8,19-21), o incluso para llevárselo a casa, porque decían: “Se ha vuelto loco” (Mc. 3, 20-21). Pero el retrato global que el Evangelio nos traza de María nos da base suficiente para pensar que ella no compartió los sentimientos de esos parientes.

b) La primera para quien Cristo fue la «razón de su existen-cia».- Es esta una precisa definición del cristiano: Aquel para quien Cristo es la razón, centro, eje y referente de todo su vivir. Realidad que visualizamos radicalmente en-carnada en María.

c) La primera que recorrió fielmente su mismo camino, el de la cruz.- Si el camino de Cristo fue la «kénosis»: el anona-damiento, la humillación, el sufrimiento y la cruz, María fue el eco constante de la experiencia de Jesús. Simeón se lo adelantó proféticamente (Lc.2, 34-35). Es significativo que el Evangelio no nos haga aparecer para nada a María, en los momentos de éxito y de gloria de Cristo (con la única

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excepción de las bodas de Caná), ni siquiera en los relatos de la resurrección. Pero en los momentos más problemáti-cos y de sufrimiento, allí está María (exilio a Egipto, creída pérdida de Jesús en el templo, atentado de los pobladores de Nazaret, sin duda, viacrucis y crucifixión.

d) La primera seguidora radical de Cristo, y consagrada a su Causa.- Si definimos la Vida Religiosa como seguimiento radical de Jesucristo, y consagración a la Causa del Reino, María fue también la primera «consagrada». También por la vivencia radical de los Consejos Evangélicos (virginidad, pobreza y obediencia), vividos al lado de Cristo. Ya en la anunciación definió su actitud ante Dios: “He aquí la escla-va del Señor: Hágase en mí según tu palabra”.

e) La primera en morir con Cristo.- Junto a la Cruz, María compartió profundamente con Cristo, la humillación, el me-nosprecio y el fracaso que el ajusticiamiento de su Hijo sig-nificó aun para sus mismos discípulos y seguidores. San Juan nos la presenta como la mujer fuerte - “Estaba de pie junto a la cruz...”, que no desmayó en su fe ni en los mo-mentos más críticos.

f) Y nuestra fe la proclama también la primera resucitada en Cristo resucitado.-Asumida, decimos, en cuerpo y alma a los cielos, para compartir con el «Rey» la gloria de «Reina de los Angeles».

4.- LA CUESTIÓN DE LOS «HERMANOS DE JESÚS» Una de las cuestiones más debatidas entre las distintas

confesiones cristianas es la de “los hermanos de Jesús”, de los que nos hablan repetidamente los textos bíblicos. En efec-to, encontramos, en el Evangelio, expresiones como éstas:

Lc.8,19ss). “Se presentaron donde Él su madre y sus hermanos, pero no podían llegar hasta Él a causa de la gen-te. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí afue-ra y quieren verte”.

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Mt. 12, 46-50.- “Todavía estaba hablando a la multitud, cuan-do su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él. Alguien le dijo: “Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte”.

Mt. 13,55.- “¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas no están todas entre nosotros?

Mc.3,31-35.-”Regresó a su casa, y de nuevo se reunió tanta gente que no podían ni comer. Sus hermanos, al enterar-se, fueron para llevárselo, pues decían que estaba trastor-nado.(…).

Mc. 6,3.- “¿No es éste (Jesús) el carpintero, el hijo de María, y hermano de Santiago, José, Judas y Simón?”.

Jn. 2,12.- “Después (Jesús) bajó a Cafarnaún, con su madre y sus hermanos y sus discípulos”.

Jn. 7, 3.- Y le dijeron sus hermanos: “Sal de aquí y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces,

Jn. 20,17.- “Y Jesús le dice (a María Magdalena): Ve donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre; a mi Dios y a vuestro Dios”.

Hechos 1,14.-”Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos”.

1Cor. 9,5.- ¿No tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer cristiana, como los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas?

Gal. 1,19.-”Y no vi a ningún otro apóstol, y sí a Santiago, el hermano del Señor.

Y son tres las interpretaciones que se han debatido:

Primera interpretación.- Después del nacimiento de Je-

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sús, María tuvo con José otros varios hijos. En tal caso, fue virgen en la concepción de Jesús, pero no posteriormente.

Segunda interpretación.- Cuando José se desposó con María, tenía varios hijos de un matrimonio anterior.

Tercera interpretación.- En el contexto judaico, la pala-bra «hermanos» se utiliza repetidamente como sinónimo de «parientes próximos», (p.e. primos). Así consta en numero-sas citas bíblicas:

Gen. 13,8; 14,16; 29, 15..- 8 Abraham dijo a Lot: “No quiero que haya altercados entre nosotros dos, ni tampoco en-tre tus pastores y los míos, porque somos hermanos. Así Abraham recuperó todos los bienes, lo mismo que a su hermano Lot con su hacienda, las mujeres y la gente”.

29,15.- Después que Jacob pasó un mes entero en compañía de Labán, este le dijo: “¿Acaso porque eres hermano mío me vas a servir gratuitamente? Indícame cuál debe ser tu salario”.

Num. 32,6.- “Moisés respondió a los hijos de Gad y a los hijos de Rubén: ¿Es que vuestros hermanos van a ir a la guerra y vosotros os vais a quedar aquí?”

Lev.10,4.- “Moisés llamó a Misael y a Elsafán -hijos de Oziel, el tío paterno de Aarón- y les dijo: “Vengan a retirar a sus hermanos de la entrada del Santuario, y llévenlos fuera del campamento”.

2Sam.19,12.- “David mandó a decir a los ancianos de Sadoq y Abiatar: Decid a los ancianos de Judá: ¿Por qué vais a ser los últimos en traer al rey a u casa? Sois mis herma-nos; mi carne y mis huesos sois, y ¿vais a ser los últimos en hacer volver al rey?”.

1Re.12,24.- “Así habla Yaveh: No subáis a combatir a vues-tros hermanos los israelitas”.

1Cr. 23,22ss.- “Eleazar murió sin tener hijos; sólo tuvo hijas, y los hijos de Quis, sus hermanos, las tornaron por esposas”. 13, 55.-

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En los textos anteriores se utiliza el término «hermanos», tanto en el sentido amplio de parientes, como en el sentido amplísimo de identidad de fe o de pueblo. En el Nuevo Tes-tamento su utiliza unas 160 veces la palabra «hermanos», refiriéndose a todos los cristianos.

La Iglesia Católica, desde San Jerónimo y otros Padres de la Iglesia, optó por la tercera interpretación y proclamó, en consecuencia, la virginidad de María antes y después del parto de Jesús.

Algunos cristianos no católicos, han creído ver en el texto que se refiere a los «hermanos de Jesús», una actitud de desprecio hacia su madre: “¿Quién es mi madre y mis her-manos? El que hace la voluntad de mi Padre”. En el contexto global de lo que nos dicen los Evangelios sobre María, no hay basa para tal interpretación:

Primero, porque no sabemos el tono en que Jesús lo dijo; y sí sabemos que Jesús aprovechaba, por sistema, cual-quier circunstancia para trasmitir un mensaje.

Segundo, porque la primera ensalzada en las palabras de Jesús, fue su madre, que hizo siempre, con humildad y sencillez, la voluntad de Dios.

Tercero, porque ver en las palabras de Jesús, desprecio de su madre, haría de Jesús un mal hijo, y contradictorio en su doctrina. Porque repetidas veces proclamó el manda-miento: “Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte” (Mt.15,4); “Honra a tu padre y a tu madre” (Mt. 19,19). Frase que repite en Mc.10,19; Lc. 18,20.

Cuarto, porque en los momentos más críticos de su vida, cuando agonizaba en la cruz, la vió sufriendo junto a Él, y encontró serenidad para preocuparse de ella: “Y dijo al discípulo: He ahí a tu madre. Y el discípulo la acogió en su casa”.

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Una larga tradición cristiana entendió que el más grato homenaje que podemos rendir a Jesús es el afecto y venera-ción por su propia madre. Y no sin base en la palabra evan-gélica: ¿Cómo no querer y apreciar a María, si Dios mismo la encontró “agraciada”; Isabel la proclamó “bendita entre las mujeres” y ella misma, en su humildad, previó que la llama-rían “bienaventurada” todas las generaciones?

Es cierto que Jesús hace una aclaración importante, que puede prestarse a confusión: Cuando se trata de llevar a cabo la propia vocación, especialmente si se trata del seguimiento de Cristo, con frecuencia son los propios padres los que se oponen a ello, y tratan de imponer a sus hijos el rumbo que ellos desean. En tal caso, es preciso defender frente a ellos la propia libertad de opción. A ello se refiere Jesucristo cuando declara: “El que ama a su padre y a su madre más que a Mí, no es digno de Mí” (Mt. 10,37). Que vale como decir: «El que antepone la voluntad de sus padres a la voluntad de Dios, no es digno de Dios».

En este mismo contexto, adquieren su verdadero sen-tido otras palabras que, a nosotros hoy, nos suenan duras: “Si alguno decide seguir mi camino y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hermanos y hermanas, y aun a su propia vida, no puede ser discípulo mio” (Lc.14, 26-27). Significa: «Si alguno quiere seguirme y no es capaz de des-pegarse de su familia, y aun de sus propios intereses, para centrarse en mi misión, no puede ser mi discípulo». Se trata, como afirma San Agustín, del “amor bien ordenado”.

5.- MARÍA, LA MADRE DEL SEÑOR Todos sabemos que excelencia y grandeza de María radi-

can en el hecho de ser «Madre» de Cristo, nuestro Rey. Ella fue la “mediación” elegida de Dios, para enviar a su Hijo al Mundo. Su grandeza y excelencia está en su «MATERNIDAD».

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Los Santos Padres, entre ellos San Agustín, subrayan, sin embargo, subrayan el hecho de que no es tanto su “ma-ternidad física”, el fundamento de su grandeza, sino su ma-ternidad espiritual. Sabemos muy bien que no toda materni-dad física ha sido digna y noble.

1.- HAY MATERNIDADES Y MATERNIDADES Hay maternidades y maternidades, como hay igualmen-

te paternidades y paternidades: Una es la simplemente físi-ca; la que resulta de la unión sexual. Y otra, muy diferente, la maternidad-paternidad que engendran y trasmiten vida, no simplemente biológica, sino espiritual; la que engendra y tras-mite afecto, protección, acompañamiento, educación, «calor de hogar». Sin ésta, la primera no es más que un disfraz o una máscara, que en nada diferencia de la maternidad- pa-ternidad animales. Cristo mismo nos habla de un doble na-cimiento: El de la carne y el del espíritu. Y la grandeza de la maternidad-paternidad está, no en engendrar carnalmente hijos de carne; sino en engendrar en sus hijos esa vida del espíritu, que los hará plenamente humanos.

= A una jovencita de 15 años se le preguntó en la oficina pública:

- ¿Cuál es su nombre? - Ana Teresa Domínguez.

- ¿Nombre de sus padres?

- ¡Las Hermanas del Amor de Dios? Y, ante la sorpresa del funcionario, aclaró:

- A mis padres nada les debo: Me trajeron al mundo sin desearme; se divorciaron y me abandonaron. Las que me brindaron cariño, protección, educación y calor de hogar, fue-ron las Hermanas del Amor de Dios. ¡Ellas son mis verdade-ras madres!

Hay maternidades y maternidades, como hay igualmente paternidades y paternidades:

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= Está la maternidad-paternidad de aquellos que, desde su amor, anhelan prolongar su vida en los hijos; los esperan con ilusión; los acogen cuando llegan, y hacen fiesta por su nacimiento. Y está la maternidad-paternidad «por descuido»: la de los que buscaron simplemente el placer sexual, y de él resultó un hijo, no deseado.

= Está la maternidad-paternidad de aquellos para quienes su centro de interés, su dedicación y su felicidad está en los hijos. Y la maternidad-paternidad de aquellos otros cuyo cen-tro de interés y dedicación está fuera del hogar: En su profe-sión, en su negocio, en sus relaciones sociales, en su propio disfrute de la vida, pasando los hijos a lugar muy secundario; e incluso, por cualquier razón, los abandonan.

= Está la maternidad-paternidad de aquellos que anhelan los hijos como prolongación de su amor, convencidos de ser más felices, haciéndoles felices a ellos. Y está la maternidad-paternidad de aquellos que desean los hijos para ser servidos por ellos: para contar con nueva «mano de obra»; para no quedar solitarios cuando envejezcan.

2.- LA MATERNIDAD QUE HACE GRANDE A MARÍA San Agustín insiste repetidas veces en un hecho: María

es grande por ser Madre de Cristo. Pero no por haberlo con-cebido y dado a luz biológicamente, sino por haberle brinda-do la vida del amor, la acogida y el acompañamiento solícito, hasta su muerte, cumpliendo con fidelidad la vocación y mi-sión que Dios le encomendó.

Significa que, cuando Cristo declara: ¿Quién es mi ma-dre y quiénes son mis hermanos? ...Cualquiera que hace la voluntad de mi Padre, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre!” (Mt. 12,48), la primera ensalzada, en sus palabras, es su propia madre:

= Porque lo engendró desde su fe y desde su amor (Ser-món 214,6);

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= Porque hizo la voluntad del Padre, y se puso al servicio del Proyecto de Dios sobre Jesús (Sermón 72, A, 7)

= Porque escuchó la Palabra de Dios y la puso en prácti-ca (Sermón 25,7).

Por eso, -sigue diciendo San Agustín- “María fue más di-chosa recibiendo la fe de Cristo que concibiendo la carne de Cristo” (De Virginit. 3,3). En realidad, “María es más grande y más feliz por haber sido discípula de Cristo que por haber sido madre de Cristo” (Sermon 25,7). Cuando una mujer gritó emocionada: “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron”, y Jesús responde: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc.11,27), María es la excepcionalmente dichosa. Así lo entendió Isabel cuan-do exclamó: “Dichosa tú, porque has creído; porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc. 1, 45).

María fue Madre de Cristo, ante todo y sobre todo:

= Porque su fe, sencilla y fiel, la llevó a no ver en su hijo sino un Proyecto de Dios, una Vocación, que respetó y acompañó en todo momento.

= Porque su Hijo pasó a ser el centro de su vida, de su amor y de sus preocupaciones.

= Porque siguió sus pasos, en las buenas y en las malas. En las buenas, respeta y deja hacer a Dios. En las malas allí está ella: Cuando se le pierde en el templo; cuando los conciudadanos de Nazaret quieren despeñarle; cuando sus mismos familiares le consideran loco; cuando le cargan con una cruez, camino del calvario.

= Porque cuando, al fin, crucifican a su Hijo, allí está ella, sufriendo por Él y sufriendo con Él, con fe inquebrantable en que Dios sabe lo que hace.

Ni la maternidad de María, ni la paternidad de José resul-taron de la unión sexual. Una y otra fueron fruto del Espíritu

-”¿Acaso María dio a luz a Jesús por obra de la carne?

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La acción del Espíritu recayó sobre los dos (María y José): «Siendo un hombre justo». Justo era el varón, justa la mujer. El Espíritu Santo que reposaba en la justicia de ambos, a am-bos les dio el hijo... A la piedad y amor de José le nació de la Virgen un hijo, Hijo a la vez de Dios” (Sermón 51, 30).

- “Sólo buscó madre en la tierra quien ya tenía Padre en el cielo. Admirable su doble nacimiento: el divino, sin madre; el humano, sin padre” (In Jo. Ev. 33,2).

Cuando Agustín afirma que la grandeza de la maternidad no está en la vida carnal que se engendra, sino en la vida espi-ritual que se trasmite, habla por experiencia propia: Su madre Mónica engendró a Agustín en la carne. Por 33 años, él no vió en su madre más que esto, y no le mereció mucha atención ni aprecio. Pero cuando, al fin, encuentra a Cristo y ve las co-sas con nuevos ojos, su madre queda ante él soberanamente engrandecida. Ahora comprende que no sólo lo engendró en la carne, sino que también lo engendró en la fe con profundo dolor y constantes lágrimas. Y nos habla de esa gran mujer y madre “con ropas de mujer, fe de varón, seguridad de anciana, amor de madre y piedad cristiana” (Conf. IX, 4, 8).

3.- LA MATERNIDAD, VOCACIÓN Y GRANDEZA DE TODA MUJER

Si la grandeza de María estuviera en el hecho de ha-ber dado a luz a Jesucristo, Hijo de Dios, su grandeza sería para nosotros simplemente algo digno de admirar, pero que no podemos imitar. Pero si está, más bien, como afirma San Agustín, en el amor, dedicación y servicio a la vida, entonces se convierte para nosotros en un luminoso mensaje de lo que ha de ser toda maternidad-paternidad:

= Mensaje para los varones: Porque en ella, junto con José, entendemos que todo padre y madre lo serán de ver-dad en la medida en que engendren, no sólo hijos de carne, sino «hijos de Dios».

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= Mensaje particularmente para las mujeres: Porque en María pueden descubrir, como en un espejo, la grandeza y dignidad de su propia vocación como mujeres: engendrar y trasmitir vida, en el sentido más pleno de la palabra:

No toda mujer está llamada, o posibilitada, de ser «ma-dre», engendrando hijos de su propia carne. Pero toda mujer está llamada a engendrar y trasmitir vida a su alrededor: la vida del amor, la ternura, la acogida, el estímulo, la com-prensión y el perdón. En nuestro mundo hace frío; porque la sociedad se ha construido unilateralmente sobre los valores que caracterizan al varón: los «valores de la razón» (auto-ridad, ley, justicia, fuerza, cerebro, poder, eficiencia, organi-zación...). Pero le falta el «alma»: los «valores del corazón», que caracterizan más bien a las mujeres (Amor, sensibilidad, gracia, belleza, acogida, comprensión, espíritu).

Es vocación y misión específica de la mujer:

-Poner corazón donde el mundo varonil tiene a poner solo cabeza.

-Poner finura, delicadeza y sensibilidad en la rudeza y brus-quedad varoniles.

-Poner ternura y comprensión donde el varón se excede en disciplina.

-Poner alma donde el hombre construye “cuerpos” de leyes, organizaciones y sistemas.

-Poner amar donde el hombre solo alega la razón.

-Poner gracia y belleza donde el hombre solo busca La efi-ciencia.

-Poner suavidad donde el hombre solo hace valer la fuerza.

-Poner humanismo donde el hombre solo quiere atenerse a la ley.

-Poner perdón y reconciliación cuando el hombre pone su hombría en la venganza

-Poner detalla donde el hombre solo atiende a “lo importante”.

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-Poner fe y esperanza donde el hombre lo echa todo fácil-mente a rodar.

-Poner sonrisa cuándo el varón hombrea con su mascara de seriedad.

-Neutralizar con su táctica Venus las furias prepotentes de la táctica Marte del varón.

- Ser, en fin, una «Dama» capaz de hacer del hombre un «Caballero».

Todos, -hombres, mujeres y niños- estamos gravemente necesitados de esos valores del corazón, alma de nuestra vida. La historia humana ha sido marcadamente «machista»: Se han marginado y minusvalorado tanto a la mujer como a los valores del corazón que la caracterizan. Y por eso hemos construido una sociedad inhumana, en la que los seres hu-manos nos aporreamos de continuo unos a otros como si fué-ramos de acero; una sociedad de agresividades y violencia. Pero en el fondo todos, hombres y mujeres, niños, jóvenes y viejos, llevamos dentro un niño vulnerable que anhela calor humano, ternura, comprensión, apoyo y protección:

4.- EL PROBLEMA DE LA MATERNIDAD y PATERNI-DAD EN NUESTRO TIEMPO

Todos comentamos que la sociedad en que vivimos tiene muy poco de «humana»: desequilibrios, egoísmos, corrup-ción, delincuencia, suicidios y más. Y en su trasfondo está el problema de la «paternidad-maternidad»: Cada vez hay me-nos padres-madres de verdad; y cada vez hay más padres-madres por descuido.

En nuestro tiempo, ha aumentado sin control «el sexo»; y, en esa medida, ha disminuido el amor: Cuanto más fer-vor por el sexo, incluso entre adolescentes, menos amor a la vida, que se controla o se elimina sin piedad por medio del aborto:

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= En Argentina se efectúan 365.000 abortos al años (según el Gobierno); 450.000 según una Federación Internacional de Estadística.

= En Filipinas se calculan en 750.000 el número de abortos al año.

= En Costa Rica abortan entre el 11 y el 20% de las embara-zadas; en Colombia entre el 17 y el 26%; en Brasil entre el 21 y el 31%; En R. Dominicana entre el 19 y el 28%; en Perú entre el 20 y el 30%.

Podemos buscar mil justificaciones para el aborto. Pero el panorama macabro de miles y miles de niños indefensos, despedazados y sacados a trozos del seno materno, para arrojarlos a la basura, tiene un elevadísimo costo para una sociedad humana que desearía ser humana y saludable.

No es menos grave el aumento alarmante de los hijos sin padre:

= En EE.UU., dos de cada cinco jóvenes menores de 18 años, viven sin padre biológico. Suman un total de veinte millones de niños y adolescentes, los que viven con uno solo de los padres.

= La tasa de nacimientos de madre soltera se duplicó y tripli-có, en los países del primer mundo, entre los años 1960 y 1990. En EE.UU., subió del 5% al 35%.

= Del total de nacimientos de madre soltera, una tercera parte corresponde a madres adolescentes.

La degradación de la paternidad-maternidad está con-duciendo a una sociedad degradada. Las investigaciones es-tadísticas han dejado en claro la relación entre la desintegra-ción familiar y la delincuencia y el suicidio:

= En EE.UU., el 70% de delincuentes juveniles, de los ho-micidas menores de 20 años y de los arrestados por vio-lación y otros delitos sexuales, son jóvenes que crecieron sin padre.

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= En el año escolar 1996-1997, se registraron en escuelas 11.000 episodios de violencia, en los que se usaron armas de fuego.

= En los últimos 20 años, el número de arrestos en EE.UU., por crímenes violentos, cometidos por menores de 20 años, pasó de 16.000 a 100.000.

= En Australia, por cada cien mil habitantes, el año 2000 se suicidaron: 17.8 varones casados (y 4.6 mujeres); 39.3 nunca casados (y 9.3 mujeres); y 134.1 divorciados (con 11,1 mujeres).

En la familia hace frío. En la familia sus integrantes se aburren. La familia ha venido a ser una de las más tristes pen-siones, donde se tiene asegurada mesa y cama, pero nada más. La familia es el lugar donde, con demasiada frecuencia, se descargan las tensiones, se desahoga el malhumor, se da salida brusca a las reprimidas insatisfacciones. No son po-cos los que hacen de la familia el vertedero en el que vuelcan sus basuras personales.

Son los niños los que, muchas veces, ponen en eviden-cia estas cosas, en su inocencia infantil. Lo hizo el pequeño, interrogando a la mamá, conocida locutora de televisión, al regresar ésta a casa:

«Mamá, ¿por qué pones una cara tan bonita en la tele, y tan mala en casa?», preguntó la niña pequeña a su madre, conocida presentadora de programas de televisión.

- «Porque en la tele me pagan por sonreír», contestó con sin-ceridad espontánea la estrella, cuyo rostro todos conocían.

- «¿ Y cuánto habría que pagarte para que sonrieras en casa?», preguntó la niña inocente.

Y a la popular estrella se le saltaron las lágrimas.

Y lo hizo así mismo aquel otro niño, en su «Carta a Dios»:

«Señor esta noche te pido algo especial… Convertirme

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en un televisor; quisiera ocupar su lugar. Quisiera vivir lo que vive la tele de mi casa. Es decir, tener un cuarto especial para mi y reunir a todos los miembros de mi familia a mi alrededor. Ser tomado en serio cuando hablo. Convertirme en el centro de atención al que todos quieran escuchar sin interrumpir ni cuestionarle.

Quisiera sentir el cuidado especial que recibe la tele cuando algo no funciona... Y tener la compañía de mi Papá cuando llega a casa, aunque este cansado del trabajo. Y que mi Mamá me busque cuando este sola y aburrida, en lugar de ignorarme. Y que mis hermanos se peleen por estar conmi-go... Y que pueda divertirlos a todos, aunque a veces no les diga nada. Quisiera vivir la sensación de que lo dejen todo por pasar unos momentos a mi lado. Señor no te pido mu-cho. Sólo vivir lo que vive cualquier televisor».

Terminamos fácilmente por no ver en quienes nos rodean sino <cosas> entre otras muchas cosas. Y entonces, ni si-quiera tienen para nosotros la importancia que tienen otras cosas.

6.- MARÍA, MADRE NUESTRA María engendró en la carne solamente a Jesús. Pero

espiritualmente nos engendró a todos a la vida en Dios. Cris-to es nuestra Vida. San Agustín afirma:

= “Por medio de María nació la vida” (Sermón 51. “Por su consentimiento nos llegó la libertad: la libertad de hijos de Dios” (Sermón 18). En los dolores de parto del Calvario, María nos engendró a todos junto con Cristo. Y por ello, la llamamos «Madre».

= María es Madre del «Cristo Total»: Tanto de la Cabeza (Cristo) como de sus miembros, que somos nosotros (De Virgin. 40, 398).

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Durante larga tradición la fe católica llamó “Madre” a María:

Porque gestó en sus entrañas al que vino a ser nuestra vida -”Yo soy la resurrección y la vida” (Jn.11,25).

Porque compartió con su Hijo los sufrimientos de su pasión y muerte; “dolores de parto”, en el que nacimos a una Nueva Vida.

Porque Jesús mismo, en el momento de su agonía en la cruz, encomendó a su madre al discípulo que tenía delan-te: “He ahí a tu madre”. (Jn.19,27).

Porque si Jesús nos invitó a llamar «Padre nuestro» a su Padre, no es incoherente que llamemos también «madre» a su Madre. Él se hizo «hermano nuestro», y nos declaró expresamente sus hermanos (Mt.28,10; Jn 20,17).

El contexto evangélico nos deja suficientemente en claro que María está incluida entre los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen. Benedicto XVI comenta:

“Cuando situamos esas palabras en el contexto total del Evangelio, descubrimos aspectos sorprendentes que nos lle-van a comprender en lo profundo las razones de la vene-ración hacia María y las enseñanzas consiguientes. En San Lucas, la frase de Jesús cuando declara «dichosos los que escuchan la palabra de Dios» (Lucas 11, 28) concuerda exac-tamente con el saludo de Isabel: «Dichosa tú, que has creído» (Lucas 1, 45). Y el enlace de sentido se corrobora en esos dos pasajes donde leemos que «María guardaba todo esto en su corazón» (Lucas 2, 19 y 51) relacionando las cosas, ponderándolas y ahondando en su significación. Así eviden-cia San Lucas que el encomio dedicado a los que escuchan la palabra de Dios y la practican corresponde por excelencia a la persona que, por serle más cercana de corazón, y por llevar en sí misma esa palabra de Dios, fue la elegida por El para encarnarse.

Como escribió San Agustín, antes de ser la Madre según el cuerpo, lo había sido ya según el espíritu. Guardaba las

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palabras de Dios en el corazón; las asociaba, las meditaba, y penetraba en su sentido” (Plática en la Catedral de Nuestra Señora, de Munich, el 31-V-79).

En la Palabra Revelada, encontramos, con frecuencia, expresiones que se prestan a interpretaciones muy diversas. Pero el contexto evangélico no permite pensar -¡sería un in-sulto!- que Jesús fue un «hijo mal nacido», que no supo que-rer, apreciar y respetar a la que le concibió en sus entrañas, le amamantó, le cuidó y estuvo pendiente de Él toda su vida. Y menos pensable es aún que Jesús un día se manifieste ofendido porque hemos querido a su madre.

7.- «ROSTRO MATERNO DE DIOS» Llamamos a Dios “Padre nuestro”. Ya en el Antiguo Tes-

tamento, Dios se manifiesta, repetidamente, como «Padre»: “¿No es Dios tu Padre, el que te creó, el que te hizo y te fundó?” (Dt. 36, 6b); “Como un padre siente ternura por sus hijos, así siente el Señor ternura para con los que le respe-tan” (Salmo 103, 13). Jesús enfatiza particularmente la pater-nidad de Dios con sus criaturas humanas, y repite: “Mi Padre y vuestro Padre” (Jn.20,17; (Mt.5, 44-45; y 6, 25-34; Lc. 12, 22-32; etc.).

Pero olvidamos fácilmente un hecho cierto: Que Dios trasciende toda diferenciación sexual: No podemos definirlo ni como varón, ni como mujer. Pero en Él radica igualmente el misterio de la masculinidad y de la feminidad. En consecuen-cia, es tanto Padre como Madre. También la Palabra Bíblica nos dice que Dios es como una madre:

“Como un niño a quien su madre consuela, así os con-solaré yo” (Is. 66, 13); “¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aun-que ella se olvide, Yo no te olvidaré” (Is. 49,15).

De manera similar, la Palabra revelada presenta a Dios como «Novio» ((Cantar, 4, 9-11); «Esposo» (Is. 62, 5) y «Pas-

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tor» (Is. 40, 11; Salmo 23, 1-3).). Lo que Dios está haciendo es buscar nuestras experiencias humanas más significativas, para ayudarnos a entender cómo es Él realmente.

Pero no debemos olvidar un principio básico de interpre-tación bíblica, el «principio de la analogía»: “Dios se parece a-(lo que es un novio para su novia; un esposo para su espo-sa; un padre o una madre para sus hijos; un pastor para sus ovejas, etc.)…; pero es diferente y siempre más”.

Si conociéramos realmente cómo es Dios, el principio de la analogía sería a la inversa: El concepto de padre, madre, novio, esposo, pastor, maestro, señor se realizan plenamen-te en Dios; y entre los seres humanos sólo por una lejana se-mejanza. Por eso Jesús, que sí lo conoció, amonesta: “No es dejéis llamar «maestro», porque uno solo es vuestro Maestro, y todos vosotros sois hermanos; ni llaméis «padre» a nadie sobre la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cie-lo; ni se dejan llamar «jefes» (señores), porque uno solo es quien les conduce: Cristo” (Mt. 23. 8-10).

Cuando nos referimos a Dios, está de por medio siempre la limitación de nuestros conceptos, de nuestro lenguaje y de nuestras experiencias, que nunca logran asimilarse a la realidad de Dios. Y la que llamamos “Palabra de Dios” está filtrada por nuestros idiomas y conceptos humanos, que la limitan. Dios no cabe en ninguno de nuestros vasos.

No interesan ahora los términos «padre» y «madre», aplicados a Dios. En el concepto y experiencia humanos im-plican una diferenciación sexual. Pero Dios está por encima de los sexos, y no es, en sentido estricto, ni varón, ni mujer; aunque en Él está igualmente, como en su Fuente, el miste-rio de lo masculino y de lo femenino, porque son su obra.

Dios, en Sí mismo, pertenece a otro orden de realida-des. “Dios es Espíritu” (Jn. 4,24); es inmaterialidad e incor-poreidad. Y por ello sólo podemos comprenderlo a partir de nuestras experiencias humanas, que se ubican en la corpo-

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reidad y materialidad.

Significa que en Dios están, en grado eminente, tanto el amor y solicitud por los hijos que atribuimos a los padres, como el amor y solicitud que atribuimos a las madres.

Juan Pablo II enfatizó, en sus catequesis, el hecho de que en María visualizamos, de manera especialmente trans-parente, esa dimensión materna del amor de Dios, que, de ordinario, se nos pasa por alto. Y como en María, también en muchas madres que se desvelan por sus hijos, viven para sus hijos, e incluso han dado la vida por sus hijos. Y es en la solicitud y brazos maternos donde las mayorías hemos vivido la experiencia más profunda de amor, ternura, seguridad y protección.

Fue un autor latinoamericano el que acuñó la expresión: «María, Rostro Materno de Dios». Guardando las proporcio-nes, todos hemos conocido gestos heroicos de madres, en el amor a sus hijos, que reflejan admirablemente el Amor que Dios tiene a sus criaturas humanas, tal como nos lo revela Je-sucristo.

En la parábola del «Hijo Pródigo» nos cuesta entender que un padre se comporte así con un hijo ingrato, como le costó al hijo mayor, en la parábola: Olvidarse de inmediato de todas sus fechorías, tan pronto regresó, sin recriminación alguna, y para colmo, hacer una gran fiesta por su regreso, no es lo más frecuente en los padres. No nos sorprendería que eso mismo lo hubiera hecho una madre.

“¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, Yo no te olvidaré” (Is. 49,15).

No han faltado, en efecto, madres sobre la tierra que han abandonado a sus propios hijos, y muchas que los han mata-do, sea en las propias entrañas o fuera ya de las mismas. Ni el amor de una madre terrena es siempre fiel y seguro. Sólo hay un amor fiel y seguro en las buenas y en las malas: El amor con

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que Dios nos ama, aun cuando nos convertimos en pródigos.

María, en su amor materno, es espejo, «rostro materno de Dios». La Palabra Revelada hace patente que ésta es, en realidad, vocación de toda mujer: Dios mismo ha apuntado a las madres de la tierra, para lograr que comprendamos el amor con el que Él mismo nos ama: “Como una madre…” ((Is. 66, 13). Pero mucho más: “Aunque ella se olvide, Yo no te olvidaré” (Is. 49,15).

8.- MARÍA, MEDIADORA DE LA GRACIA Los Escritos del Nuevo Testamento declaran, con indis-

cutible claridad, que Jesucristo es el «Unico Mediador entre Dios y los hombres»(1Tim. 2,5); el “Mediador de la Nueva Alianza” (Heb.9,15, y 12.24; “no hay bajo el cielo otro nombre por el que podamos ser salvos” (Hech. 4,11).

Está claro: Toda la acción de Dios a favor de los hombres se canaliza a través de Cristo Jesús. Incluso antes de Cristo, Dios actúa en el mundo a través de la Persona del Verbo, “que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”, y que se encarnará en Cristo Jesús. Significa que Jesucristo es el «Mediador Único». Pero en el Evangelio y Nuevo Testamento queda patente igualmente que ese Mediador «Único» utiliza, a su vez, mediaciones, en el sentido idiomático y literal de esta palabra: Mediador, el que es utilizado como «medio», o intermediario para lograr un objetivo. Y en este sentido:

Jesús hace a sus discípulos sus mediadores cuando les encomienda: “Vayan y evangelicen a todos las gentes, bau-tizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Jesús declaró: “Yo soy la Luz del mundo” (Jn.8,12); pero añade:

“Ustedes son la luz del mundo” (Mt.5,14); y “sal de la tierra” (Mt.5,13); y “fermento” transformador del mundo (Lc.13,21).

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Jesús amonestó a orar: “Ora a tu Padre, que ve en lo secreto”(Mt. Mt.6,6); “Orad por los que os persiguen” (Mt.5,44); “por los que os calumnian”(Lc.6,28). Y quien ora no es el autor, sino mediador de lo que se obtiene por la oración.

Jesús afirma: “Yo les he dado ejemplo para que ustedes hagan lo mismo que Yo he hecho con ustedes” (Jn. 13,15). En esa medida somos sus mediadores: Muchos encontraron la fe en el contacto con personas ejemplares en su fe y en su vida.

En el Juicio final, Jesús declarará desconocer a quienes no han sido sus mediadores, para hacer llegar su amor, soli-citud y protección a los enfermos, pobres y encarcelados (cf. Mt.25,41ss).

Está claro: El «Único» Mediador no excluye las múltiples mediaciones. Así ocurre en muchas de nuestras experiencias humanas:

La línea eléctrica que conecta el centro de producción de energía con una ciudad lejana, es un mediador «único»; porque si hay un corte en ella, toda la ciudad se queda sin luz. Pero cuando llega a la ciudad, ese mediador único se diversifica en multitud de líneas mediadoras para hacer llegar su fuerza y luz a cada familia o instalación.

Y volvemos a María. María es una mediadora excepcio-nal entre Jesucristo y nosotros:

Por ser su madre: Jesús no se negó a la intervención de su madre, en las bodas de Caná, a favor de la familia que, en el banquete, se había quedado sin vino; a pesar, según su misma declaración, de que no estaba en sus planes (cf. Jn.2,1ss).

Por ser “llena de gracia” a los ojos de Dios (Lc.1, 28 y 30);, y “bendita entre las mujeres” (Lc. 1,42).

Porque vivió su vida «conectada», como nadie, con su Hijo, en el amor, la fe, la fidelidad y la esperanza.

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9.- MARÍA, LA MUJER

1.- MUJER HUMILDE Y SENCILLA“Yo te alaba, Padre, Señor del cielo y de la tierra,

porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos,

y se las has revelado a los sencillos” (Mt.11,25; Lc.190,21).

“Mi alma engrandece al Señor,

y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador.

Porque ha mirado la humildad de su sierva,

desde ahora me felicitarán todas las generaciones” (lc.1,47-48).

En María se aúna admirablemente la conciencia de la pequeñez y la grandeza:

a) Conciencia de sierva y señora.- En la Anunciación, María experimenta profunda confusión y rubor porque ella co-noce su pequeñez y su condición de humilde servidora, y ahora se le pone delante de los ojos su grandeza y su condición de “Señora”.

En su canto, proclama ambas cosas:

= Dios “ha mirado la pequeñez de su sierva”.

= ”El Poderoso ha hecho obras grandes en mi. Por eso me llamarán dichosa todas las generaciones”. En algún modo María visualizó que su Elección le merecería la venera-ción y admiración a lo largo de los siglos, como de hecho ha ocurrido.

- Ella es pequeña e insignificante. Pero Dios la ha hecho grande, y el mundo la aclamará como “Señora”.

- Ella es sujeto de dignidad y grandeza. Pero el Autor del Don es Dios, no ella.

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b) Modelo de auténtica humildad.- La humildad ha sido defi-nida como “vivir plenamente la verdad acerca de sí mis-mo”. Y la verdad de cada uno es que somos mitad he-chura de Dios y mitad hechura de nosotros mismos.

= En cuanto hechura de Dios: Llevamos en nosotros un valor y una dignidad sagrados. Dios ha sembrado en cada uno dones y potencialidades ilimitados, que su Espíritu apremia a dinamizar y actualizar..

= En cuanto hechura propia: Somos debilidad, limitación y tor-peza. Y, en definitiva, hemos de reconocer que cuanto de bueno y bello hay en nosotros es don de Dios; y cuanto de negativo hay en nosotros es de exclusiva propiedad nuestra.

María armoniza bellamente en su persona:

= la conciencia del Don de Dios, que la lleva a la gratitud, la alegría y la alabanza,

= y el sentimiento de la propia pequeñez, que la hace humilde.

San Agustín vivió esta misma experiencia, y escribió:

Inhorresco et inardesco.-”Cuando me miro a mí mismo, me horrorizo y me entusiasmo. Me horrorizo por lo que hay en mí que me distancia de Dios. Me entusiasmo, por lo que hay en mi que me hace semejante a El”.

c) Los seres humanos oscilamos entre el orgullo y el comple-jo de inferioridad.-Dos graves deformaciones de los seres humanos. Hablando generalizadamente, los seres huma-nos nos clasificamos en dos grandes grupos: Soberbios y Acomplejados.

= El orgullo y la soberbia son:

- Endiosamiento de sí mismo. Es apropiación de lo que, en definitiva, es don recibido de Dios.

- Sentimiento de superioridad sobre los demás, que nos lle-va a mirar con menosprecio a los otros.

- Ambición de poder y dominación, que me hace superior,

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sobre los demás, que deben serme inferiores.

-Es el sentimiento de que el propio valer me da derecho a la subordinación, sumisión, admiración, adoración de los demás.

-Es clasificación sutil de los seres humanos en: los bue-nos y los malos; los que valen y los que no merecen la pena; los triunfadores y los fracasados sin remedio. Ubicándose, naturalmente a sí mismo, entre los primeros.

= El complejo de inferioridad es:

- La minusvaloración sistemática de sí mismo.

- El sentimiento morboso de la propia impotencia e inuti-lidad, que impulsa a replegarse y no hacer nada, porque “yo no valgo”.

- Aceptación pasiva de la propia marginación.

- Como el orgullo, es clasificación sutil de los seres huma-nos en: los que valen y los que no valen; los superiores y los inferiores; los afortunados y los de mala suerte.

= La genuina humildad, la de María, es:

- Consciencia del don de Dios, que ha sembrado en mí posibili-dades insospechadas, que yo mismo puedo y debo dinamizar.

- Sentimiento del propio valor y dignidad, como “proyecto de Dios”, que El ama, valora y quiere llevar a plena realización.

- Consciencia de que todo cuanto de bueno y valioso hay en mi es don recibido, que se convierte en “llamada” (vocación), y por ello, en responsabilidad (parábola de los talentos).

- Es la convicción de que “todo lo puedo, pero en Aquel que es mi Fuerza”, de San Pablo.

- Es la consciencia de ser una mezcolanza de mal y de bien; de valores y limitaciones; de capacidades y de omi-siones; de fuerza y debilidad.

= Orgullo y humildad “religiosos”:

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El orgullo conduce al sentimiento del propio valer y de la propia superioridad, con derecho a la sumisión y admiración de todos los demás. Dentro de la religiosidad es fanatismo de quienes creen poseer la verdad y el Espíritu, mientras no ven en los demás sino falsedad y pecado.Lleva al aparta-miento farisaico de los que no vibran en la propa onda, para no contaminarse.

La humildad lleva a la conciencia de que el Don de Dios es recibido para el servicio a los demás, en la convic-ción de que al mismo tiempo “nadie es tan autosuficiente que no necesite aprender de los demás, como nadie es tan pobre que no tenga algo que dar”.

LA VIDA HUMILDE DE MARIA.En virtud de su Elección, la historia ha otorgado a María,

con toda razón, los títulos más nobles y elevados. Ella es Señora y Reina. Pero la vida real de María siguió siendo la de la mujer humilde y sencilla. Parodiando a San Pablo, también de María podemos decir que “Siendo Ella de condición divina -Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa del Espíritu Santo-, no hizo alarde de su categoría de Señor y Reina, sino que se rebajó a sí misma pasando por una de tantas”.

a) Señora-Empleada.- Su primera reacción, tras enterarse de su elección para Madre del Gran Rey, fue ofrecerse como empleada de su prima Isabel.

b) Reina-Pobre.- El signo y expresión de la dignidad y no-bleza, entre los seres humanos, es la riqueza. Pero María siguió siendo tan pobre como simpre, hasta el punto de tener que dar a luz en un establo de animales.

c) Madre-Subordinada al hijo.-Toda madre se siente con de-recho a exigir la sumisión del hijo. Pero María comprende y asume que su Hijo está por encima de ella, y ante su comportamiento desconcertante, al quedarse en el Tem-plo, se limita a desahogarse: “Hijo, ¿por qué nos has he-

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cho esto?”, mientras “observa y medita el plan de Dios en su corazón”.

d) En la misión de Jesús, Ella queda en un segundo plano, para ejercer su presencia materna desde el silencio y la sombra. Actúa, como en las bodas de Caná, pero no apa-rece. En los momentos de éxito y gloria de Jesús, María no aparece; en los momentos difíciles allí está ella.

e) Minusvalorada como Madre.- Jesús incluso hace una de-claración que muchos entienden ambigua: “¿Quién es mi madre y mis hermanos? Los que hacen la voluntad de mi Padre”. Y algunos creyeron que estaba despreciando a su madre, olvidando que María fue la primera y más fiel cum-plidora de la Voluntad del Padre.

f) Madre del Gran Delincuente.- En el aparente gran fracaso de su Hijo, condenado a muerte, María asume las mi-radas compasivas o de menosprecio de muchos, como Madre de esa Delincuente que ha merecido la muerte.

Ciertamente, la vida de María no fue gloriosa, sino dura, prosaica y vulgar, sin ostentación ni milagros, pero vivida en la fe, fidelidad y entrega a su papel de Madre, en el silencio y la sombra. Lo previó muy bien Simeón cuando le advirtió: “Una espada de dolor transpasará tu alma”. El sufrimiento de Jesús fue espectacular y llamó la atención; el de María, ni siquiera eso: fue callado, oculto e ignorado. Fue ella la pri-mera seguidora de Jesús en su experiencia de “Kénosis”: humillación, anonadamiento.

NUESTROS CONCEPTOS DE GRANDEZA Y PEQUEÑEZ La vida de María desmiente los criterios comunes de

grandeza que mueven a los seres humanos. Admiramos co-múnmente:

-La grandeza de quienes escalan los más altos puestos de la sociedad.

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- La grandeza del multimillonario, para el que no hay proble-ma que no pueda resolver con su dinero.

- La grandeza del sabio capaz de inventar naves espacia-les para recorrer el espacio, y bombas atómicas de gran poder de destrucción.

- La grandeza de las estrellas y de los astros del cino y la televisión.

- La grandeza del héroe que lleva su guerra a la victoria.

- La grandeza del padre de familia, que con su trabajo sos-tiene el hogar.

- La grandeza del milagro espectacular, que provoca pe-regrinaciones y estremece a las masas.

Pero no logramos ver grandeza alguna:

- En el obrero, que con su trabajo duro y silencioso, hace funcionar la fábrica.

- En la mujer, ama de casa, pendiente 24 horas al día de la crianza de los niños y de los mil detalles hogareños.

- En la empleada doméstica, que atiende fielmente, día a día, a las necesidades cotidianas de sus señores.

- En el barrendero y en los del carro de la basura, que per-miten al paseante mantener limpios sus brillantes zapatos.

- En el milagro del que sigue brindando amor, cuando es odiado; perdón y comprensión cuando es ofendido; bon-dad sencilla cuando es maltratado; y del que está siempre dispuesto a dar y a darse, cuando todo le es negado.

TODOS NOS SENTIMOS INCLINADOS A ADMIRAR LAS HERMOSAS FACHADAS. MUY POCOS SE DETIENEN A OBSERVAR Y VALORAR LAS PIEDRAS OCULTAS DEL CIMIENTO, QUE SOSTIENE EL EDIFICIO.

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Tenemos a José y María entre los más grandes santos de la historia cristiana. Del primero apenas sabemos más que era “Varón Justo”. De María poco más que Dios la vió “Llena de Gracia”.

Ojalá comprendamos su mensaje.

JESÚS ANTE LA MUJERJesús se dirige habitualmente a las mujeres, incluida su

madre, con la expresión: “¡Mujer!”. A todas luces, no en tono de minusvaloración o desprecio, sino de respeto y valoración:

A una enferma: “Mujer, ya estás libre de tu enfermedad” (Lc. 13,12).

A la samaritana: “Créeme, mujer, ha llegado la hora en que…” (Jn. 4,21).

A la adúltera: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condena-do?” (Jn.8,10).

A María Magdalena: “Mujer, ¿Por qué lloras?” (Jn. 20,15).

A su madre: “Mujer, ¿y a ti y a mi qué nos va? Todavía no ha llegado mi hora.” (Jn.2,4).

“Al ver a su madre, y junto a ella, al discípulo, dijo a su ma-dre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn.19, 26).

En esta modalidad de expresión, Jesús deja entrever su respeto y valoración de la mujer, en un tiempo en el que la mujer era culturalmente marginada e infravalorada. En su vida pública se rodea de mujeres, a las que manifiesta valo-ración y aprecio, y defiende incluso a una pecadora y a una adúltera, frente al desprecio y discriminación de que son víc-timas, no sólo en cuanto pecadoras, sino en cuanto mujeres: A Jesús no se le oculta, en el caso de la adúltera, la injusticia de una ley que manda apedrearla, mientras el adúltero es considerado inocente.

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Tras de la discriminación histórica de la mujer, hay por detrás una inversión de los criterios de valor: Se exaltó el «Poder y la Fuerza», como expresión de grandeza y exce-lencia. Y, en efecto, la mujer es biológicamente más débil, y psicológicamente más predispuesta al amor y al servicio; y, a este nivel, también más fuerte y tolerante en las adversidades y sufrimientos.

Y cosa digna de notar: Jesús, en su Evangelio, reordena los valores, enfatizando como superiores los que tradicional-mente fueron considerados como definitorios de la mujer:

El amor por encima de las leyes.- El sábado ha sido he-cho para el hombre, no el hombre para el sábado” (Mc.2,27).

Corazón, y no simplemente cabeza.- “Bien dijo Isaías: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mi”(Mt. 14,7-8).

El servicio, más bien que la dominación.- “Si alguno quie-re ser grande, póngase al servicio de los demás, el que quie-ra ser el primero, hágase servidor de todos” (Mc.10, 42-45).

El perdón, más bien que la venganza.- “No condenen y Dios no los condenará; perdonen y Dios les perdonará” (Lc. 6,37).

La humildad y sencillez, sobre el orgullo y la arrogancia.- “Yo te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los sencillos” (Lc.10,21).

La paz, y no la guerra y la violencia.- “Dichosos los que cons-truyen la paz; porque serán llamados hijos de Dios” (Mt. 5,9).

La sumisión a Dios más bien que a los «dioses» huma-nos.- “La vida eterna consiste en esto: Que te reconozcan a Ti, Padre, como Único Dios verdadero, y a Jesucristo tu Enviado” (Jn. 17, 3).

Para afrontar el machismo de su época, Jesús no atacó el problema por encima; actuó por debajo, poniendo su acen-to en los valores típicamente considerados «femeninos», y

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por ello infravalorados, y enalteciendo así la misión específi-ca de la mujer:

Poner corazón, donde el mundo varonil tiende a poner sólo cabeza.

Poner finura, delicadeza y sensibilidad en la característica ru-deza y brusquedad varoniles.

Poner ternura y comprensión donde el varón se excede en disciplina.

Poner alma donde el hambre construye hermosos “cuerpos” de leyes, organizaciones y sistemas.

Poner amor donde el hombre sólo alego la razón.

Poner gracia y belleza donde el hambre sólo busca eficiencia.

Poner suavidad donde el hombre sólo hace valer su fuerza.

Poner humanismo donde el hambre sólo quiera atenerse a la ley.

Poner perdón y reconciliación cuando el varón pone su hom-bría en la venganza.

Poner detalle donde el hombre sólo atiende a “lo Importante”.

Poner fe y esperanza, donde el hombre lo echa todo fácil-mente a rodar.

Poner sonrisa cuando el varón hambrea con su máscara de seriedad.

Neutralizar con su elegante “táctica Venus” Las furias prepo-tentes de la “táctica Marte”.

Ser una “Dama+ capaz de hacer del hombre un “Caballero”.

Por supuesto sería ofensivo afirmar que el varón está hecho para dominar y la mujer para servir. Cristo dejará en claro que todo ser humano, varón y mujer, se engrandece en la medida en que sirve: «servir es reinar», y nada tan desdichado como no servir. Pero la mujer, históricamente, ha ido en este aspecto por delante, tanto cuando ha sido dominada como sin serlo.

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María vivió a plenitud estos valores y vino a ser así el es-pejo y modelo de la vocación y dignidad de toda mujer. Ella misma definió el proyecto de su vida, en la respuesta dada al Ángel de la Anunciación: “He aquí la sierva del Señor: Hágase en mi según tu palabra” ( ). “El Señor ha mirado la humildad de su sierva”, declarará más tarde ( ). Y servidora y «criada» (ancilla) de su prima Isabel se convierte de inmediato ( ).

Como Madre, María vive toda su existencia al servicio materno de su Hijo. En la sombra y la marginación: Mante-niéndose alejada, en sus éxitos en el cumplimiento de su mi-sión; haciéndose presente, con afecto y solicitud maternos, en sus momentos problemáticos. Pero siempre, amando en la fe y en la esperanza.

En el jucio de Cristo, el Gobernador Pilatos no disimuló su admiración por este hombre, y pronunció una frase profética: “He aquí el Hombre”(Jn. 19,5). Con ello Pilato apuntó más hondo de lo que él mismo pretendió. He aquí el Hombre:

El hombre íntegro y sin tacha, que, para poder con-denarlo, hay que echar mano de los testigos falsos y de la tergiversación de su verdad.

El hombre entero, testigo y promotor de los más altos valo-res, e indoblegable ante quienes pretenden apartarle del camino.

El hombre fuerte, portador del poder mismo de Dios para liberar a los hombres de cuanto les esclavizan; pero prefiere ser mártir, cuando de la propia vida se trata, más bien que héroe matón para aniquilar a sus enemigos.

El hombre enseñoreado de sí mismo y de corazón no-ble, que no da paso al odio y la venganza frente a quienes lo maltratan, sino al perdón que invita a la salud.

El hombre empeñado en vencer el mal a fuerza de bien; el odio a fuerza de amor; y matar a la muerte, con su propia muerte.

Si Pilato hubiera observado de cerca de María, podría ha-ber afirmado algo semejante: «He aquí La Mujer»:

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La mujer y madre fiel, que ha vislumbrado la noble mi-sión a que su Hijo está llamado, y la apoya y la acompaña, desde su soledad, hasta las últimas consecuencias.

La mujer fuerte, que, ante la crisis, permanece de pie, en-tera, sin desmayos, sin gritos, sin resentimientos ni recrimina-ciones, segura de que Dios escribe derecho en líneas torcidas.

La mujer mártir, que comparte los tormentos de su Hijo, en el silencio, con la mirada comprensiva de unos, y despre-ciativa de otros, por ser la madre de un tal delincuente

La mujer inquebrantable, que desde su presencia fe-menina y silenciosa, pone aliento, serenidad y esperanza, allí donde unos se exasperan y otros se derrumban.

Por una larga historia, se discriminó a la mujer como in-ferior al varón. Hoy muchos se están pasando al extremo con-trario, declarando la igualdad absoluta de varones y mujeres. Trabajamos con frecuencia con «fragmentos», ignorando la to-talidad. Porque es cierto que varones y mujeres somos iguales en valor y dignidad; origen y destino. Pero no es menos cierto, como lo ha dejado patente la Psicología científica, que somos diferentes en los valores determinantes de la masculinidad y la feminidad. Diferencias no simplemente «culturales», como algunos afirman, sino psicológicas: Distinta forma de valorar, sentir, reaccionar y comportarse. He aquí los valores más de-terminantes, como tendencia, de cada uno de los sexos:

Masculinidad Feminidad

1-. Cerebro 1.- Corazón

2.- Inteligencia 2.- Intuición

3.- Razón 3.- Sensibilidad

4.- Autoridad 4.- Comprensión

5.- Emisividad 5.- Receptividad

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6.- Dominación 6.- Servicio

7.- Conquista 7.- Seducción

8.- Funcionalidad 8.- Belleza

9.- Globalidad 9.- Detalle

10.- Heroísmo 10.- Martirio

En otras palabras, se trata de polaridades diferentes, llamadas a complementarse:

Polaridad Masculina Polaridad Femenina

1.- Ley 1.- Espíritu

2.- Orden 2.- Espontaneidad

3.- Organización 3.- Alma

4.- Palabra 4.- Silencio

5.- Acción 5.- Contemplación

6.- Eficiencia 6.- Interioridad

7.- Fuerza 7.- Amor

8.- Imposición 8.- Atracción

9.-Justicia Vindicativa. 9.- Perdón

10. Guerra 10.-Paz

11.- Audacia 11.-Prudencia

12.- Severidad 12.-Humanismo

Somos iguales, pero diferentes (¡gracias a Dios!): Las di-ferencias y diversidades nos enriquecen. Y, por más que hoy se acentúe la igualdad, no será fácil convencer a las mayo-

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rías de que el ideal futuro de varón sea en el «hombre afe-minado», ni el ideal de mujer sea la «mujer hombruna». Más bien, las mayorías seguirán valorando siempre a la mujer au-ténticamente femenina, y al varón noblemente masculino.

La inconsciencia de estas diferencias está en la raíz de muchos conflictos, particularmente matrimoniales, porque el varón no entiende cómo su mujer reacciona y se comporta como él nunca lo haría, y a la inversa.

Ver a este respecto mi folleto “LA FAMILIA: DESAFÍOS”, apartado 7: VARÓN-MUJER: DOS LENGUAJES DIFEREN-TES, en base a la obra “Los hombres son de marte; las mu-jeres son de venus” de John Gray.

10.- LA DEVOCIÓN MARIANA

María ha hecho sentir frecuentemente su presencia ma-terna, a lo largo de toda la historia cristiana. Y, en Ella, han encontrado multitud de almas “calor de hogar”, en la vivencia de su fe.

Esto no excluye la existencia frecuentes de distorsiones en la devoción a María. Del mismo modo que no faltan distor-siones en el modo de pensar a Dios. Tanto en nuestra relación con Dios, como en nuestra relación con María, se interponen inevitablemente nuestras “imágenes mentales” que empeque-ñecen la Realidad de Dios y de María. Es parte de nuestra limitación, incapaz de abarcar a Dios, como la mente del niño no logra comprender el ser y el proceder de su padre.

No faltan por ello, distorsiones, en la devoción popular, particularmente entre personas no formadas. Guiados por la experiencia humana, en la que la madre suele ser más com-prensiva, cercana, acogedora y tierna que el padre, muchos han creído ver en María el recurso para conseguir de Dios lo

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que, supuestamente, Dios, más lejano y temeroso, no estaría dispuesto a conceder. No podemos olvidar que el amor de María no es sino un pequeño reflejo, del inmenso Amor con que Dios nos ama. Del mismo modo, el amor maternal de cualquier madre de la tierra, es insignificante ante el amor “materno” de Dios para sus hijos humanos.

Pese a nuestros fervorosos y filiales elogios a María, sa-bemos muy bien que María es una criatura humana, no una “diosa”; aparte del sentido en que algunos Santos padres de la Iglesia han afirmado que todo ser humano es un “pequeño dios”, porque Dios mismo, al crearlo “a su imagen y semejan-za”, hizo, en cierto modo, un “dios en miniatura”, copia de Sí Mismo; un pequeño “dios, por participación del Ser y la Vida que es Dios Mismo. La Palabra Bíblica lo declara expresa-mente en el salmo 82: “Yo dije: Sois dioses, e hijos del Altísi-mo, todos” (Salm 82, 6). Solo que cuando un ser humano se desliga de Dios, se convierte más bien en un demonio.

“Ser como Dios”, sin Dios, fue ya la tentación del ser humano, ya desde sus orígenes (Gen. 3,5). Ser semejantes a Dios, en el ser y en el obrar, y en comunión con Él, es la vocación de todo ser humano, que viene a este mundo.

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“MADRE NUESTRA”Madre Nuestra, que estás en el cielo,

bendito sea tu nombre;

venga a nosotros tu Espíritu,

para ser fieles a la voluntad del Padre

como Tú lo fuiste en esta tierra nuestra..

Consíguenos de Dios el Pan de cada día,

que alimente nuestro amor,

nuestra fe y nuestra esperanza.

Reconcílianos maternalmente

cuando nos hemos vulnerado y dividido,

para que nuestra fraternidad humana

se consolide y acreciente

en la unidad de la única Familia

de los hijos de Dios.

Ayúdanos a superar toda tentación,

y protégenos de todo mal. Amen. (F.G.)