Maldonado Glez. Beatriz. Identidad y Rol Del Docente Hospitalario
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LA PRESENCIA DEL DOCENTE HOSPITALARIO COMO AGENTE EDUCATIVO QUE PROMUEVE LA RESILIENCIA EN LOS NIÑOS DENTRO DEL PROGRAMA DE PEDAGOGÍA HOSPITALARIA.
Lic. Beatriz Maldonado GonzálezUniversidad [email protected]
Resumen:
El presente artículo presenta de manera general las principales líneas de trabajo que ofrece el ambiente hospitalario para la intervención laboral del profesional de la educación, para lo cual se distingue entre la función del maestro normalista y el pedagogo. Esto es necesario debido a que, en función de las necesidades que se requieren atender en escenarios hospitalarios, es necesario demarcar fueros de inserción laboral del trabajo educativo. Peculiar importancia tiene el esclarecimiento de una, relativamente, nueva área pedagógica: la Pedagogía Hospitalaria, la cual comporta un ámbito de inserción laboral para los egresados de Pedagogía.
Palabras clave: pedagogía, pedagogía hospitalaria, hospital, educación especial, inserción profesional.
En primer término, para ubicar las condiciones solicitadas en la elaboración del presente
ensayo, me permito mencionar que, al abordar la temática indicada, lo hago desde la
perspectiva que he ido construyendo sobre la docencia en general desde mi experiencia
profesional como pedagoga con dos frentes de experiencia profesional, por un lado, en el
ámbito de la docencia en educación superior, y por otro, desde mi acercamiento a la
Pedagogía Hospitalaria, escenario profesional que se visualiza como posible ámbito de
incidencia e inserción de pedagogos.
Se considera en el presente ensayo, como conflicto rector del mismo, el planteamiento sobre
el papel que debe tener el docente hospitalario dentro de un contexto en el cual se aborde un
concepto de Pedagogía Hospitalaria amplio, de tal forma que las competencias que puedan
perfilar al docente sean establecidas en función de las necesidades que presenten los niños en
situación de hospitalización. Necesidades que llevan a pensar también en la creación de un
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colectivo de profesionales que fundamenten, teórica y prácticamente, la identidad del docente
hospitalario.
La existencia del docente hospitalario obedece a la consideración de las necesidades
educativas y asistenciales especiales que tienen los niños en situación de enfermedad o de
tratamiento, en pro de recuperar el equilibrio y, cuanto más, de contribuir en el
posicionamiento en condiciones de resiliencia, es decir acompañar a tales niños para
desarrollar condiciones necesarias para hacer frente a situaciones alternas al desarrollo que
como ser humano venían presentando antes de encontrarse en una situación crítica de
enfermedad o padecimiento.
El docente no es el transmisor de conocimientos ni sólo el facilitador académico que lleva a
cabo adecuaciones curriculares, o que reporta administrativamente los avances académicos de
los niños, ni quien investiga, por otra parte, las mejores condiciones en que se puede abordar
la labor educativa de los niños; no es nada de eso por separado, es la representación de la
coexistencia de todas esas facultades en su máxima expresión en servicio de la construcción
de la resiliencia en los niños, vista ésta como una condición que todos los seres humanos
deberíamos construir desde el momento que nacemos, guiados por los diferentes agentes
educativos (seres) que comparten con nosotros la vida.
Existen dos conceptos sobre resiliencia, de Walsh y Rutter respectivamente, que me parecen
esbozan de manera real y muy completa los aspectos que la caracterizan; ambos son
presentados por Verónica Violant en el marco de las “Jornadas de Atención Educativa al
alumnado Enfermo en la Región de Murcia: Educar en la Vulnerabilidad” en el año 2009. En
ellos se considera la resiliencia como una capacidad para superar desafíos en la vida de las
personas, fortalecidos después de haber vivido las experiencias desafiantes, haciéndose de
mayores recursos y construyendo procesos activos de resistencia, autocorrección y
crecimiento. La segunda concepción la esboza como procesos sociales e intrapsíquicos que
posibilitan tener una vida “sana” en un medio insano, realizados a través del tiempo. En esta
concepción se involucra la participación afortunada de los atributos del niño con su ambiente
familiar, social y cultural como parte de un proceso social complejo.
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Estas concepciones conllevan la idea de pensar en un concepto de desarrollo humano
diferente al que signa al modelo occidental. Es decir, no se trata de tener las competencias por
sí mismas de manera definitiva, que resuelvan los problemas aquí y ahora. Me refiero a que
debería ser un estilo de vida el estar siempre preparados para atender a los cambios y/o
adversidades, como puede ser la pérdida o alteraciones de la salud. Primero, y ante todo,
debemos estar preparados actitudinalmente, reconociendo sin tono trágico que somos
mortales, lo cual nos permitirá apreciar cualitativamente, no cuantitativamente, cada momento
que hemos vivido; y conducirnos con esa condición que llama Savater (2008) “neotenia”, la
plasticidad que nos permite ser educables de manera permanente en nuestra condición de
contingencia, de salud expuesta a cambios externos o internos. De igual manera, nuestros
saberes tampoco eternos, éstos cambian de acuerdo con las mismas leyes con las que la Tierra
y todo el Universo se mueven.
Hablar de esta condición cambiante de la realidad, y de su concepción, enfrenta al docente
hospitalario a asumir retos cotidianos, tal como lo asumirán, de igual forma, aquellos a
quienes asiste. En esta condición empatizan el docente hospitalario y el niño en condición
hospitalaria, ambos viven en condiciones cambiantes, ambos deberán aprender a adaptarse en
cada momento a lo nuevo que deben aprender para poder ofrecer, por ejemplo, en el caso del
docente, lo que debe ayudar a aprender a otros; y en el caso del pequeño, ofrecérselo él mismo
para desarrollar las herramientas emocionales, físicas e intelectuales que le permitan resolver
su subsistencia en condiciones de vida óptima, que no por estar enfermos no pueden abrazarse
a ella.
Retomando estas reflexiones, nos ubicamos entonces en la necesidad de que el docente
construya una identidad asumiendo los retos, no para ser él quien brille, sino para cumplir con
su cometido central: ayudar a los niños a aprender a ser resilientes. Esta postura sobre el papel
del docente, nos lleva a pensar en un significado propio de la Pedagogía Hospitalaria como el
que presentan Latorre y Blanco:
“En definitiva, la Pedagogía Hospitalaria se configura como aquél cuerpo disciplinar que se dirige expresamente a la atención y optimización de la educación de los niños enfermos que están en un hospital, sea cual sea la edad y el estado físico o mental, intentando mejorar sus condiciones de vida. Su finalidad principal es capacitarles para poder vivir mejor, contribuir al modo en que afrontan y aceptan una enfermedad, sus
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consecuencias inmediatas, la perspectiva de cambios que conlleva en su vida y los tratamientos que de ella se derivan (González y Polaino, 1990).
El perfil del docente hospitalario debe ir acorde con el concepto que se tenga de pedagogía
hospitalaria, si éste es el considerado líneas arriba, entonces refuerza la idea de que el docente
debe enseñar a ser resilientes al niño y a su familia. Esto desde una filosofía inclusiva, es
decir, desde el respeto de las condiciones particulares, de la “realidad única original e
insustituible de cada ser humano.” (Ortiz, 2000).
“La figura del pedagogo hospitalario (léase hasta este momento, docente hospitalario) se convierte en un elemento decisivo para el ajuste psicológico, social y educativo del niño enfermo” (Fernández, 2000: 100).
El perfil que ha de desarrollar el docente hospitalario deberá estar entonces en función de las
necesidades que presenten los niños en situación de hospitalización. Esto nos lleva a pensar en
que lo que sea el docente está en función no de sí mismo, no de lo que necesita dentro de su
esquema de carencias bajo su perspectiva, ni bajo la perspectiva institucional a priori o
estructural genérica de un sistema educativo; sino desde la perspectiva de la consideración de
las necesidades del otro, siendo esos otros, centralmente, los niños. Entre estas necesidades,
Castillo (2006) enlista las siguientes:
Proporcionar apoyo afectivo al niño y paliar su déficit emocional. Tratar de reducir el déficit escolar. Disminuir la ansiedad y demás efectos negativos desencadenados por la
hospitalización. Mejorar su adaptación y ajuste a la hospitalización y a su situación de enfermedad. Mejorar la calidad de vida del niño hospitalizado. Fomentar la actividad, procurando que el niño ocupe provechosamente su tiempo. Cultivar la natural alegría infantil y las relaciones sociales. Atender a la formación del carácter y la voluntad del niño, en el sentido de incitar su
esfuerzo y animarle al trabajo
Cabe preguntarse en este punto, ¿cuáles son las competencias deseables que debe poseer un
docente hospitalario para atender a las necesidades antes mencionadas? Para responder a esto
podemos retomar dos grupos de competencias que aglutinan las diversas que pudieran
presentarse e integrarse de acuerdo al desarrollo de concepciones evolutivas en este terreno;
dichas competencias son las propias o de uso profesional que comprenden a la vez dos
categorías: técnicas y metodológicas y las competencias transversales o actitudinales, éstas se
refieren al área de la inteligencia emocional y son las que permitirían un ajuste personal y
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social adecuado, un óptimo desempeño laboral y un liderazgo efectivo.; dividiéndose a la vez
en dos categorías: competencias participativas y personales (Castañeda, 2006).
Quiero hacer énfasis en algunos cuestionamientos que se abordan en el texto Orientaciones
para el desarrollo de competencias docentes hospitalarias de la Administración Federal de
Servicios Educativos del Distrito Federal (AFSEDF) referentes a la pregunta: ¿Qué hace falta
para conformar un colectivo cuyo marco de identidad surja de la función docente hospitalaria,
entendiendo que ésta debe darse en un marco de educación inclusiva, de atención a la
diversidad y de consideración de competencias para alcanzar calidad de vida? Esta
interrogante, y otras similares, permiten pensar en que la labor del docente hospitalario está
circunscrita a la labor didáctica eminentemente, en el espacio estricto del aula hospitalaria, y
que entonces debería ser considerado otro profesionista como responsable del manejo de un
panorama más amplio en relación a la pedagogía hospitalaria, éste es justamente un pedagogo.
Cabe preguntarse entonces cómo puede ser el vínculo entre el docente hospitalario y el
pedagogo hospitalario. ¿Cuál es el vínculo que se puede establecer entre estos dos
profesionistas? El docente de educación básica y el pedagogo. Tradicionalmente, es el
docente de educación básica quien se ocupa de la labor educativa en el aula hospitalaria, la
inserción del pedagogo no se da en el terreno de las aulas hospitalarias, de manera sistemática,
más bien puede darse en el terreno de lo administrativo, de la investigación o quizá de la
planeación.
Esto nos lleva a pensar varias cosas, entre ellas:
a) Los pedagogos y los docentes de educación básica comparten elementos
formativos que les permiten tener un área de intersección cuando se habla de
educación a nivel básico; pero también hay zonas de exclusividad formativa de
cada profesionista y que, entonces, quizá deberíamos plantearnos las formas de
compartir los saberes para potencializar los alcances en pro del bienestar de los
niños.
b) Por sistema, como se trata de niños de educación básica, quienes deben atenderlos
son los docentes de este nivel, pero las necesidades educativas de los niños en
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condiciones de hospitalización rebasan las habilidades profesionales de los
docentes de educación básica.
La respuesta a estos problemas, siendo congruentes con la flexibilidad como uno de los
principios de la Pedagogía Hospitalaria, y tomando en cuenta la diversidad de las
características de los niños que se atienden (edad, padecimiento, historia pedagógica,
pronóstico, tratamiento, nivel socioeconómico, familiar, social, etc.), podría radicar en
establecer un vínculo y construir un equipo o colectivo que permita cumplir con los objetivos
que asume la figura del docente hospitalario; pero esto debe ser hecho de forma más realista y
con los alcances deseados:
“[…] el docente debe resignificar el encuentro en donde se da el aprendizaje, el acercamiento al conocimiento y la apropiación del mismo, sostenido por los recursos didácticos y sus diferentes lenguajes puestos en juego, rescatando el concepto de resiliencia, autoestima y potenciando los aspectos sanos” (Ministerio de educación de la provincia del Chubut).
Quiero concluir haciendo énfasis en que el elemento nodal de la identidad del docente
hospitalario es la resiliencia; entendiendo entonces que se necesitan docentes resilientes para
promover dicha condición entre los demás (niños). A este respecto, Violant señala al proceso
educativo como proceso resiliente, en donde “nuestra propia experiencia es poseedora de
momentos experimentados y vividos, para en un presente formar parte del conjunto de
recuerdos almacenados y entrelazados a través de nuestras sensaciones, sentimientos y
emociones, los cuales son recordados y evocados singularmente de forma individual en un
contexto concreto.” El reto es, en este contexto de resiliencia, que “hagamos de nuestros
momentos de cambio, cambio de pensamiento” (Violant, 2009).
Para concluir, quisiera transcribir un fragmento de un texto que muestra la necesidad de
cambio de pensamiento en situaciones de crisis. El docente hospitalario puede hacerse
partícipe de esta forma de pensamiento:
5
MAR- Amigo, busca lo esencial para ti. No dejes que domine la razón. Quien va más allá de donde puede es que no supo encontrar su misión.
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Detén el oleaje de tu vida, que rompe en la insatisfacción, desacelera el ritmo de tus pensamientos y camina al compás del corazón. La falta de tiempo es clara señal de que estás dando muerte a tus sueños.
Fragmento de “Pon playas en tu vida” (Violant, 2009)
Fuentes de información
AFSEDF. (2010). Orientaciones para el desarrollo de competencias docentes hospitalarias (2ª.ed.). México: SEP.
Castañeda, L. J. (2006). Pedagogía Hospitalaria: Antiguas necesidades y nuevas posibilidades. En Actas de las XXIII Jornadas Nacionales de Universidades y Educación Especial Hacia una educación sin exclusión. CD-Rom. Murcia: Dpto. de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Murcia.
Castillo, M. D (2006). Escuela para todos: el Aula Hospitalaria del Complejo Hospitalario de León. En Actas de las XXIII Jornadas Nacionales de Universidades y Educación Especial Hacia una educación sin exclusión. CD-Rom. Murcia: Dpto. de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Murcia.
Fernández, M. (2000). La Pedagogía Hospitalaria y el Pedagogo Hospitalario. Tabanque, 15, 139-149.
González, J. L. y Polaino, A. (1990). Pedagogía Hospitalaria: actividad educativa en ambientes clínicos. Madrid: Narcea
Latorre, J. & Blanco, F. J. (2010). Función profesional del pedagogo en centros hospitalarios como ámbitos educativos excepcionales. Educación XXI, vol. 13, núm. 2, 2010, pp. 95-116, Universidad de Granada, Universidad Nacional de Educación a Distancia, España, en Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Sistema de Información Científica.
Ministerio de Educación de la Provincia del Chubut, Subsecretaría de Coordinación Técnica Operativa de Instituciones Educativas y Supervisión Dirección General de Educación Inclusiva. (Sin año). Circular técnica Nº 02/09 Aportes sobre pedagogía hospitalaria y el docente hospitalario - domiciliario. Argentina: Circular técnica.
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Ortiz, M. C. (2000). Hacia una educación inclusiva. La educación especial ayer, hoy y mañana. Siglo Cero, 31 (1), 5-11.
Savater, F. (2008). El valor de educar. España: Ariel.
Violant, V. (2009). El Proceso Educativo como Proceso Resiliente en Situación de Vulnerabilidad. España: Universidad de Barcelona.