Mal de Altura - Jon Krakauer

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    Mal de alturase ha convertido en una lectura obligada para todo amante de

    la literatura de montaa, de aventura o de viajes. Un best seller internacional

    tanto por la calidad de la historia como por el acierto con el que su autor, Jon

    Krakauer, nos narra lo sucedido. Qu ms se puede decir de una tragedia

    que conmocion el mundo de la montaa incluso transcendindolo quiz

    slo que merece la pena empaparse de la intensidad de las palabras y el

    estilo grfico del autor que consiguen atrapar al lector y nos llevan en este

    viaje literario hasta el corazn mismo de lo inevitable.

    Mal de altura se lee como una buena novela, pero no es ficcin. Jon

    Krakauer parti hacia el Himalaya en 1996 para escribir un reportaje sobre la

    creciente explotacin comercial del Everest. Su intencin era analizar los

    motivos de que tanta gente est dispuesta a someterse a riesgos antesreservados a alpinistas profesionales. Tras coronar la cima ms alta de la

    Tierra, Krakauer comenz el peligroso descenso, pero no todos lo

    consiguieron; hubo muertes, hubo heridos y mucha controversia. Esta obra

    suscit tanta polmica que Krakauer se vio obligado a escribir un post

    scriptum de rplica, incluido en esta edicin.

    El tiempo se detiene mientras Krakauer perfila y relata conmovedoramente lo

    sucedido.

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    Jon Krakauer

    Mal de altura

    ePUB v1.1

    Chachn28.08.12

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    Ttulo Original:Into thin airAutor: Jon Krakauer, 1996Traductor: Luis Murillo Fort2008, Desnivel

    Editor original: Chachn (v1.1)Correccin de erratas: Pgmint3

    ePub base v2.0

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    INTRODUCCIN

    En marzo de 1996 viaj a Nepal por encargo de la revista Outsidecon la misinde escribir un artculo sobre una ascensin guiada al Everest. Yo era uno de los ochoclientes de la expedicin comercial dirigida por el famoso gua neozelands Rob Hall.El 10 de mayo coron el techo del mundo, pero el precio que pagu por ello fueterrible.

    De mis cinco compaeros que conquistaron la cima, cuatro, incluido Hall,perecieron en un temporal que se desat de improviso cuando an estaban en lacumbre. Para cuando volv al campamento base, nueve alpinistas de cuatroexpediciones distintas haban muerto ya, y an habra otras tres vctimas antes de queterminara el mes.

    Qued tan afectado por aquella expedicin, que el artculo se me resista. Noobstante, cinco semanas despus de mi vuelta de Nepal entregu el manuscrito aOutside, que lo public en su nmero de septiembre. Intent borrar de mi mente elepisodio del Everest y volver a la normalidad, pero me result imposible. Agobiadopor emociones dispares, segua tratando de entender qu haba sucedido all arriba yreflexionaba obsesivamente sobre las circunstancias en que haban muerto miscompaeros.

    Mi artculo para Outside fue todo lo preciso que la situacin permita, pero la

    fecha tope de entrega era inexorable, y la secuencia de acontecimientos, de unacomplejidad frustrante; adems, los recuerdos de los supervivientes estaban muydistorsionados por el cansancio, la merma de oxgeno y el shock sufrido. En unmomento dado de mi trabajo ped a tres personas que explicaran un incidente que loscuatro habamos presenciado, y no pudimos ponernos de acuerdo acerca de hechoscruciales, como la hora, quin haba estado presente y qu se haba dicho. Pocos dasdespus de que el artculo entrara en prensa, descubr que ciertos detalles de minarracin eran errneos. En su mayor parte se trataba de inexactitudes sin

    importancia, como las que suelen colarse inevitablemente cuando median las prisas,pero tuve una metedura de pata monumental, con un efecto devastador sobre losamigos y familiares de una de las vctimas.

    Por si eso fuera poco, la falta de espacio haba dejado mucho material fuera delartculo. Mark Bryant, redactor jefe de Outside, y Larry Burke, el editor, me habandado espacio ms que de sobra para contar la historia: tena un margen de 17.000palabras, cuatro o cinco veces la extensin de un artculo normal de revista. Con todo,consideraba demasiado abreviado para hacer justicia a la tragedia. La escalada al

    Everest haba removido los cimientos de mi vida, de pronto me resultabadesesperadamente importante narrar los acontecimientos con todo detalle, sinsentirme restringido por un determinado nmero de columnas. Este libro es el fruto

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    de aquel impulso.

    La documentacin result problemtica debido a la poca fiabilidad de la mentehumana a partir de cierta altura. Para no tener que abusar de mis propias impresiones,entrevist a la mayora de los protagonistas en varias ocasiones y sin lmite de

    tiempo. En lo posible, corrobor tambin los datos con las grabaciones de radiorealizadas por el campamento base, donde la escasez de mentes claras no eraendmica. Los lectores que conozcan el artculo de Outsidedescubrirn discrepanciasentre ciertos detalles tal como aparecieron en la revista y como ahora se publican eneste libro; las revisiones son fruto de nuevos datos que han visto la luz conposterioridad al artculo.

    Escritores y editores a quienes respeto me aconsejaron que no escribiese el librotan rpido como lo he hecho, y me instaron a esperar dos o tres aos y poner cierta

    distancia respecto a la expedicin al objeto de ganar en perspectiva. El consejo eramuy sensato, pero al final lo deso, en buena medida porque lo ocurrido en lamontaa estaba royndome las entraas. Pens que escribiendo el libro lograradesembarazarme del Everest.

    Por supuesto, no ha sido as. Ms an, estoy de acuerdo en que un autor queconcibe su obra como un acto de catarsis y este caso es un ejemplo de ello haceun flaco favor a los lectores. Pero confiaba en que algo poda ganar escribiendo sobreello a la zaga de la catstrofe. Necesitaba que mi relato tuviera una suerte de cruda y

    despiadada sinceridad que yo supona en peligro de perderse con el paso del tiempo yla disipacin de la angustia.

    Algunas de las mismas personas que me aconsejaban no escribir con prisas mehaban advertido anteriormente que no fuera al Everest. Haba muchas y buenasrazones para rechazar el encargo, pero subir al Everest es un acto intrnsecamenteirracional, un triunfo del deseo sobre la cordura. Cualquier persona que se lo planteeen serio es, casi por definicin, ajena a la influencia de lo razonable.

    La pura verdad es que, aun sabiendo que no me convena, decid ir al Everest. Y

    de este modo me vi involucrado en la muerte de otras personas, lo cual pesar sinduda en mi conciencia durante mucho tiempo.

    JON KRAKAUERSeattle, noviembre de 1996

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    DRAMATIS PERSONAE

    Monte Everest, primavera de 1996 [1]

    Expedicin de Adventure Consultants

    Rob Hall Nueva Zelanda, jefe y guaMike Groom Australia, guaAndy Harold Harris Nueva Zelanda, gua

    Helen Wilton Nueva Zelanda, responsable del campamento baseDra. Caroline Mackenzie Nueva Zelanda, doctora del campamento baseAng Tshering Nepal, sirdar del campamento base

    Ang Dorje Nepal, sirdar de escalada

    Lhakpa Chhiri Nepal, sherpa escaladorKami demTenzing dem

    Arita demNgawang Norbu demChuldum dem

    Chhongba Nepal, cocinero del campamento basePemba Nepal, sherpa del campamento base

    Tendi Nepal, pinche de cocinaDoug Hansen EE.UU., clienteDr. Seaborn Beck Weathers demYasuko Namba Japn, cliente

    Dr. Stuart Hutchison Canad,clienteFrank Fischbeck Hong Kong, clienteLou Kasischke EE.UU., cliente

    Dr. John Taske Australia, clienteJon Krakauer EE.UU., cliente y periodistaSusan Allen Australia, senderista

    Nancy Hutchison Canad, senderista

    Expedicin de Mountain Madness

    Scott Fischer EE.UU., jefe y guaAnatoli Boukreev Rusia, guaNeal Beidleman EE.UU., gua

    Dra. Ingrid Hunt EE.UU., responsable del campamento base y mdico del equipoLopsang Jangbu Nepal, sirdar de escalada

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    Nginia Kale Nepal, sirdar del campamento

    Ngawang Topche Nepal, sherpa escaladorTashi Tshering Nepal, sherpa escaladorNgawang Dorje dem

    Ngawang Sya Kya dem

    Ngawang Tendi demTendi Nepal, sherpa escalador

    Big Pemba demJeta Nepal, sherpa del campamento basePemba Nepal, pinche de cocina

    Sandy Hill Pittman EE.UU., cliente y periodistaTim Madsen dem

    Pete Schoening demKlev Schoening demLene Gammelgaard Dinamarca, clienteMartin Adams EE.UU., cliente

    Dr. Dale Kruse demJane Bromet EE.UU., periodista

    Expedicin de IMAX/TWERKS Mac Gillivray Freeman

    David Breashears EE.UU., jefe y director de cineJamling Norgay India, subjefe y actorEd Viesturs EE.UU., escalador y actorAraceli Segarra Espaa, escaladora y actrizSumiyo Tsuzuki Japn, escaladora y actriz

    Robert Schauer Austria, escalador y cineastaPaula Barton Viersturs EE.UU., responsable del campamento baseAudrey Salkeld Reino Unido, periodista

    Liz Cohen EE.UU., jefe de produccinLiesl Clark EE.UU., productor y guionista

    Expedicin nacional taiwanesa

    Makalu Gau Ming-Ho Taiwan, jefe

    Chen Yu-Nan Taiwan, escaladorKami Dorje Nepal, sirdar de escaladaNgima Gombu Nepal, sherpa escalador

    Mingma Tshering dem

    Expedicin del Sunday Times de Johannesburgo

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    Ian Woodall Reino Unido, jefe

    Bruce Herrod Reino Unido, subjefe y fotgrafoCathy O'Dowd Surfrica, escaladoraDeshun Deysel dem

    Eclmund February Surfrica, escalador

    Andy de Klerk demAndy Hackland dem

    Ken Woodall demTicrry Renard Francia, escaladorKen Owen Surfrica, promotor y senderista

    Philip Woodall Reino Unido, responsable del campamento baseAlexandrine Gaudin Francia, auxiliar administrativa

    Dra. Charlotte Noble Surfrica, mdico del equipoKen Vernon Australia, periodistaRichard Shorey Surfrica, fotgrafoPatrick Convoy Surfrica, radiotelegrafista

    Ang Dorje Nepal, sirdar de escaladaBemba Tendi Nepal, sherpa escaladorJangbu Sherpa dem

    Ang Babu dem

    Dawa dem

    Expedicin Alpine Ascents Inter a Tonal

    Todd Burleson EE.UU., jefe y guaPete Athans EE.UU., gua

    Jim Williams demDr. Ken Kamler EE.UU., cliente y mdico del equipoCharles Corfield EE.UU., cliente

    Becky Johnston EE.UU., senderista y guionista

    Expedicin comercial internacional

    Mal Duff Reino Unido, jefeMike Trueman Hong Kong, subjefe

    Michael Burns Reino Unido, responsable del campamento baseDr. Henrik Jessen Hansen Dinamarca, mdico de la expedicinVeikka Gustafsson Finlandia, escalador

    Kim Sejberg Dinamarca, escaladorGinge Fullen Reino Unido, escaladorJaakko Kurvinen Finlandia, escalador

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    Euan Duncan Reino Unido, escalador

    Expedicin comercial de Himalayan Guides

    Henry Todd Reino Unido, jefeMark Pfetzer EEUU, escalador

    Ray Door dem

    Expedicin sueca en solitario

    Gran Kropp Suecia, escaladorFrederic Bloomquist Suecia, realizador

    Ang Rita Nepal, sherpa y miembro del equipo de filmacin

    Expedicin noruega en solitario

    Petter Neby Noruega, escalador

    Expedicin malayo-neozelandesa al Pumori

    Guy Cotter Nueva Zelanda, jefe y guaDave Hiddleston Nueva Zelanda, gua

    Chris Jillet dem

    Expedicin comercial estadounidense al Pumori/Lhotse

    Dan Mazur EE.UU., jefeJonathan Pratt Reino Unido, jefe

    Scout Darnssey EE.UU., escalador y fotgrafoChantal Mauduit Francia, escaladoraStephen Koch EE.UU., escalador y snowboardista

    Brent Bishop EE.UU., escaladorDiane Taliaferro EE.UU., escaladoraDave Sharman EE.UU., escaladorTim Horvath dem

    Dana Lynge demMartha Lynge EE.UU., escaladora

    Expedicin nepal de limpieza al Everest

    Sonam Gyalchhen Nepal, jefe

    Clnica de la Himalayan Rescue Association (en Pheriche)

    Dr. Jim Litch EE.UU., medicoDr. Larry Silver demDra. Cecile Bouvray Francia, doctora

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    Laura Ziemer EE.UU., enfermera

    Expedicin de la Polica Fronteriza Indotibetana (ascensin por la vertientetibetana del Everest)

    Mohindor Singh India, jefe

    Harbhajan Singh India, subjefe y escaladorTsewang Smanla India, escaladorTsewang Paljor demDorje Morup dem

    Hira Ram demTashi Ram demSange India, sherpa escalador

    Nadra demKoshing dem

    Expedicin Fukuoka (ascensin desde la vertiente tibetana del Everest)

    Koji Yada Japn, jefeHiroshi Hanada Japn, escalador

    Eisuke Shigekawa demPasang Tshering Nepal, sherpa escalador

    Pasang Karni demAny Gyalzen dem

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    CUMBRE DEL EVEREST- 10 de mayo de 1996 -

    8.848 metros

    Es casi como si hubiera un cordn alrededor de estos grandes picos, ms all delcual nadie puede ir. La verdad, por supuesto, radica en el hecho de que a partir delos 7.500 metros los efectos de la baja presin atmosfrica sobre el cuerpo humanoson tan graves que resulta imposible superar los tramos realmente difciles, y lasconsecuencias de una tormenta, incluso benigna, pueden ser letales; que nada salvolas ms perfectas condiciones climatolgicas brinda la menor posibilidad de xito, yque en el ltimo trecho de la escalada ningn grupo est en situacin de escogerda No, no es extraordinario que el Everest se resistiera a los primeros intentos de

    conquista; en efecto, lo contrario habra sido sorprendente y no poco triste, pues noes se el estilo de las grandes montaas. Quizs; en esta era de conquistasmecnicas nos habamos vuelto un poco arrogantes con la flamante tecnologa deganchos para hielo y zapatillas de goma. Habamos olvidado que la montaa siguereservndose la carta definitiva, y que slo concede el xito cuando as le conviene.Por qu, si no, sigue siendo fascinante el montaismo?

    Eric Shipton, en 1938Upon that Mountain

    Encaramado a la cima del mundo, con un pie en China y el otro en Nepal, limpide hielo mi mscara de oxgeno, encorv la espalda al viento y contempl, abstrado,la enorme extensin de Tbet. De un modo difuso, con cierto distanciamiento,comprend que el paisaje que se extenda debajo de m presentaba una vistaespectacular. Haba fantaseado mucho sobre ese momento y la oleada de emocionesque lo acompaara. Pero ahora que por fin estaba all, literalmente de pie en la cimadel Everest, no tena fuerzas para pensar en ello.

    Era el 10 de mayo de 1996, a primera hora de la tarde. Haca cincuenta y sietehoras que no dorma. La nica comida que haba sido capaz de tragar en los tres dasprecedentes era un bol de sopa de ramen y un puado de cacahuetes. Semanastosiendo con violencia me haban dejado dos costillas separadas que convertan en untormento el mero hecho de respirar. A 8.848 metros, en la troposfera, me llegaba tanpoco oxgeno al cerebro que mi capacidad mental era como la de un nio retrasado.En aquellas circunstancias, poca cosa poda sentir a excepcin de fro y cansancio.

    Haba coronado pocos minutos despus de Anatoli Boukreev, un gua de montaaruso que trabajaba para una expedicin comercial estadounidense, y justo antes deAndy Harris, un gua neozelands del equipo al que yo perteneca. Aunque apenas

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    conoca a Boukreev, a Harris s haba tenido oportunidad de tratarlo en las seissemanas anteriores. Saqu cuatro instantneas de Harris y Boukreev haciendo posesen la cumbre, di media vuelta y empec a bajar. Mi reloj marcaba las 13:17. En total,haba estado menos de cinco minutos en la cima del mundo.

    Pocos momentos despus me detuve a hacer otra fotografa, esta vez mirando

    hacia la arista Sureste, la ruta por la que habamos ascendido. Mientras enfocaba ados escaladores que se aproximaban a la cima, advert algo que hasta entonces mehaba pasado por alto. Hacia el sur, all donde una hora antes el cielo haba estadoabsolutamente despejado, un manto de nubes ocultaba ahora el Pumori, el AmaDablam y los otros picos menores que rodean el Everest.

    Tiempo despus despus de haber localizado seis cuerpos, despus de que loscirujanos amputaran la mano derecha gangrenada de mi compaero Beck Weathersla gente se preguntaba por qu, si el tiempo haba empezado a empeorar, los

    alpinistas no haban hecho el menor caso. Por qu unos guas avezados siguieronascendiendo, empujando a una manada de deportistas relativamente inexpertos (cadauno de los cuales haba pagado hasta 65.000 dlares para que lo llevaran sano y salvohasta el Everest) hacia una trampa mortal?

    Nadie puede hablar por los dos jefes de las expediciones implicadas en elepisodio, porque ambos estn muertos, pero estoy en condiciones de asegurar que enla tarde del 10 de mayo nada sugera que se avecinara una brutal tempestad. Mimente, escasa de oxgeno, registr las nubes que sobrevolaban el gran valle de hielo

    del Cwm Occidental[2]como inocuas, tenues, insustanciales. Bajo el brillante sol delmedioda, se asemejaban a los inofensivos vapores de condensacin por conveccinque casi cada tarde se formaban en el valle.

    Inici el descenso muy nervioso, pero mi preocupacin poco tena que ver con eltiempo, sino con el hecho de que al mirar el indicador de mi botella de oxgeno habadescubierto que estaba casi vaca. Era preciso bajar, y rpido.

    El tramo superior de la arista Sureste forma una estrecha aleta de roca y nieve

    azotada por el viento que serpentea durante medio kilmetro entre la cumbre y unpico secundario conocido como Antecima o cima Sur. Salvar ese picacho en forma dearista no presenta grandes obstculos tcnicos, pero la ruta es terriblemente peligrosa.Tras abandonar la cumbre, tard quince minutos de cautelosa andadura al borde delabismo hasta llegar al famoso escaln Hillary, una lisa pared de roca de unos docemetros que requiere cierto dominio tcnico. Mientras me sujetaba a la cuerda fija yme dispona a rapelar sobre el borde del escaln, me percat de un alarmanteespectculo. Nueve metros ms abajo, en la base del escaln, haba una cola de ms

    de una docena de personas. Tres escaladores haban empezado ya a subir por lacuerda que yo me dispona a utilizar para el descenso. Slo me quedaba una opcin:desengancharme de la va de seguridad y hacerme a un lado.

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    El atasco lo formaban alpinistas de tres expediciones: el equipo al que pertenecayo, clientes de pago dirigidos por el consagrado gua neozelands Rob Hall; otrogrupo, encabezado por el gua estadounidense Scott Fischer y un equipo taiwans nocomercial. Al paso de tortuga que es de rigor por encima de los 7.900 metros lacomitiva fue ascendiendo en fila por el escaln, un alpinista detrs de otro, mientras

    yo me angustiaba, viendo pasar el tiempo.

    Harris, que haba dejado la cima poco despus de hacerlo yo, lleg enseguida ami altura. Como mi intencin era conservar el poco oxgeno que me quedaba en labotella, le ped que metiese la mano en la mochila y cerrara la vlvula de miregulador. As lo hizo. En los diez minutos que siguieron me encontrsorprendentemente bien, con la cabeza despejada y la sensacin de estar menoscansado que con la vlvula abierta. Entonces, sin previo aviso, not que me asfixiaba.

    Empec a ver borroso, la cabeza me daba vueltas. Estaba a un paso de perder elconocimiento.

    En lugar de cerrar el oxgeno, Harris, afectado por la hipoxia, haba abierto lavlvula al mximo, agotando as el contenido de la botella. Sin moverme del sitio,haba consumido el oxgeno que me quedaba. En la cima Sur, setenta y cinco metrosms abajo, me esperaba otra botella, pero para llegar all tendra que descender por elterreno ms expuesto de toda la ruta sin el beneficio del oxgeno adicional.

    Y primero debera esperar a que pasase aquella turba. Me quit la ya inservible

    mscara, clav el piolet en el helado pellejo de la montaa y me agach a la espera.Mientras cambiaba triviales felicitaciones con los que iban pasando, por dentropensaba, exasperado: Daos prisa, joder, daos prisa! Mi cerebro est perdiendomillones de clulas!.

    El grueso de los montaeros perteneca al grupo de Fischer, pero hacia el final dela cola vi llegar a dos compaeros mos, Rob Hall y Yasuko Namba. Recatada ytmida, Namba estaba a cuarenta minutos de convertirse, a sus cuarenta y siete aos,en la mujer de ms edad en conquistar el Everest y la segunda japonesa en escalar el

    pico ms alto de cada continente, las llamadas Siete Cimas. Aunque slo pesabacuarenta kilos, su figura de gorrin disimulaba una firmeza formidable; en granmedida, lo que impulsaba a Yasuko montaa arriba era la inquebrantable intensidadde su afn.

    Ms rezagado, apareci Hansen. Miembro tambin de nuestra expedicin, DougHansen era un empleado de Correos de Seattle con el que haba establecido una granamistad durante la ascensin. Est chupado!, grit al viento procurando darle unosnimos que yo no tena. Doug murmur detrs de su mscara de oxgeno algo que no

    llegu a entender, me estrech dbilmente la mano y continu su penosa ascensin.Cerraba la fila Scott Fischer, a quien yo conoca casualmente de Seattle, ciudad

    en la que ambos residamos. La fortaleza y el empuje de Fischer eran legendarios (en

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    1994 haba subido al Everest sin oxgeno), as que me extra verlo avanzar tandespacio y su aspecto tan agotado cuando por un instante se quit la mscara parasaludar. Bruuce!, jade con forzada alegra, empleando su tpico saludo fraternouvenil. Le pregunt cmo estaba y Fischer fingi que bien: Parece que hoy me

    cuesta arrastrar el culo, no s por qu; pero no es nada. Despejado por fin el escaln

    Hillary, me enganch a la cuerda anaranjada, dej a Fischer agachado sobre su piolety baj repelando por el paso.

    Eran ms de las tres cuando llegu a la Antecima. Unos girones de niebla sedesplazaban ya sobre la cumbre del Lhotse, a 8.501 metros, lamiendo la pirmidefinal del Everest. El tiempo haba dejado de ser benigno. Consegu una nueva botellade oxgeno, la conect a mi regulador y empec a bajar por entre las nubes. Pocodespus de abandonar la cima Sur empez a nevar y la visibilidad se redujo a cero.

    Ciento veinte metros ms arriba, donde la cumbre segua baada por el sol bajoun impoluto cielo azul cobalto, mis colegas perdan el tiempo posando para laposteridad en el pice del planeta, desplegando banderas, sacando fotos,demorndose. Ninguno de ellos imaginaba la terrible experiencia que estaban a puntode vivir. Nadie sospechaba que hacia el fin de aquel largo da, cada minuto iba a serdecisivo.

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    DEHRA DUN, INDIA- 1852 -

    680 metros

    Lejos de las montaas, en invierno, descubr la borrosa fotografa del Everest enel Libro de las maravillas, de Richard Halliburton. Era una reproduccin malsimadonde los serrados picos emergan blancos contra un cielo grotescamente renegrido.El Everest, al fondo de los primeros picos, ni siquiera pareca ms alto, pero dabaigual. Lo era: as lo deca la leyenda. Los sueos eran la clave que permita almuchacho acceder a la fotografa, pisar la ventosa cresta, subir hacia la cumbre,cada vez ms cercana Se trataba de uno de esos sueos desinhibidos que seemancipan al llegar a la madurez. Estaba seguro de que el mo era un sueo

    compartido; el punto ms alto de la tierra, el inalcanzable Everest, ajeno a todaexperiencia, estaba all para que chicos y grandes codiciaran escalarlo.

    Thomas E. HornbeinEverest: The West Ridge

    El acrecentamiento del mito ha oscurecido los pormenores del evento. Pero corrael ao 1852 y el escenario fueron las oficinas del Servicio de TopografaTrigonomtrica de la India colonial en la estacin de Dehra Dun. Segn la versinms verosmil, un empleado entr corriendo en las dependencias de sir AndrewWaugh, topgrafo general de India, exclamando que un agrimensor bengal llamadoRadhanath Sijdar, que trabajaba en el gabinete topogrfico de Calcuta, habadescubierto la montaa ms alta del mundo. Designada tres aos atrs con elnombre de Pico XV por los primeros topgrafos que haban medido sobre el terrenosu ngulo de elevacin con un teodolito de 24 pulgadas, la montaa en cuestin sedestacaba del espinazo himalayo en pleno reino prohibido de Nepal.

    Hasta que Sijdar compil las mediciones e hizo los clculos trigonomtricos,nadie haba sospechado que el Pico XV tuviera nada de especial. Los seisemplazamientos desde los que se haba triangulado la cumbre se hallaban en el nortede India, a ms de ciento cincuenta kilmetros de la montaa. Para los topgrafos querealizaron los primeros clculos, el Pico XV a excepcin de su cspide propiamentedicha, quedaba velado en primer plano por varias montaas que daban la impresinde ser mucho ms altas. Pero conforme a los meticulosos clculos trigonomtricos deSijdar (que tuvo en cuenta factores como la curvatura de la Tierra, la refraccinatmosfrica y la desviacin de la plomada), el Pico XV meda 8.840 metros sobre elnivel del mar[3], el punto ms elevado de todo el globo.

    En 1865, nueve aos despus de que los clculos de Sijdar fueran confirmados,

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    Waugh puso el nombre de monte Everest al Pico XV en honor de sir George Everest,su predecesor como topgrafo general. De hecho, los tibetanos que vivan al norte dela gran montaa ya le haban dado un nombre bastante ms melifluo, Yomolungma,que significa diosa-madre del mundo, y los nepaleses que vivan al sur lo llamabanSagarmatha, o diosa del cielo. Pero Waugh decidi hacer caso omiso de esos

    apelativos indgenas (as como de la poltica oficial tendente a fomentar laconservacin de nombres locales o antiguos) y en Everest se qued.

    Refrendado el Everest como cima ms alta de la Tierra, slo era cuestin detiempo el que alguien decidiese que era preciso escalar ese pico. Despus de que elexplorador estadounidense Robert Peary afirmara haber alcanzado el Polo Norte en1909 y que Roald Amundsen guiase una expedicin noruega al Polo Sur en 1911, elEverest el llamado Tercer Polo se convirti en el ms codiciado objeto de laexploracin terrestre. Coronar su cima, proclamaba Gunther O. Dyrenfurth, un

    influyente alpinista y pionero del montaismo himalayo, era un empeo de carcteruniversal, una causa que no contempla volverse atrs por ms prdidas que puedaexigir.

    Prdidas, dicho sea de paso, que no seran insignificantes. A partir deldescubrimiento de Sijdar en 1852, haran falta las vidas de veinticuatro hombres, losesfuerzos de quince expediciones y el paso de 101 aos para que el ser humanopusiera el pie en la cumbre del Everest.

    Entre montaeros y otros conocedores de las formas geolgicas, el Everest no

    est considerado un pico particularmente bonito. Demasiado rechoncho, demasiadoancho de manga. Pero lo que le falta en gracia arquitectnica, lo compensa con sugrandiosidad.

    Frontera natural entre Nepal y Tbet, erguido a ms de tres mil seiscientos metrossobre los valles, el Everest es una pirmide triangular de hielo resplandeciente y rocaestriada y oscura.

    Las primeras ocho expediciones al Everest fueron britnicas, y todas ellas

    atacaron la cima desde la cara norte, la tibetana, no tanto porque fuera el caminomenos abrupto cuanto porque, en 1921, el gobierno tibetano decidi abrir susfronteras a los extranjeros, mientras que Nepal segua siendo territorio prohibido.

    Los primeros expedicionarios se vean obligados a caminar seiscientos cincuentaduros kilmetros de meseta tibetana desde Darjeeling para llegar a las estribacionesde la montaa. Su conocimiento de los efectos letales del exceso de altura era escaso,y su equipo, penosamente inadecuado comparado con el actual. Pero en 1924 unmiembro de la tercera expedicin britnica, Edward Felix Norton, lleg a una altura

    de 8.560 metros slo 288 por debajo de la cima antes de que la fatiga y eldeslumbramiento debido a la nieve lo vencieran. Fue una hazaa asombrosa queprobablemente nadie super en veintinueve aos.

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    Digo probablemente por lo que se supo cuatro das despus del intento deNorton. Al amanecer del da 8 de junio, otros dos miembros del equipo britnico de1924, Gordon Leigh Mallory y Andrew lrvine, partieron del campamento alto caminode la cumbre.

    Mallory, cuyo nombre est estrechamente ligado al Everest, fue el motor de las

    tres primeras expediciones al pico. Durante unas conferencias que dio en EstadosUnidos, acu la clebre frase Porque est ah cuando un periodista fastidiosoquiso saber la razn que lo impulsaba a subir al Everest. En 1924 Mallory contabacon treinta y ocho aos, era maestro de escuela, estaba casado y tena tres hijospequeos. Tpico producto de la alta sociedad inglesa, era tambin un esteta idealistacon una sensibilidad positivamente romntica. Su aspecto atltico, su trato mundanoy su extraordinaria apostura lo haban convertido en favorito de Lytton Strachey y elgrupo de Bloomsbury. Acampados en el Everest, Mallory y sus compaeros lean en

    voz alta fragmentos deHamletyEl rey Lear.El 8 de junio de 1924, cuando Mallory e Irvine ascendan afanosamente hacia la

    cima del Everest, la niebla empez a arremolinarse en torno a la cspide piramidal,impidiendo a los compaeros que estaban ms abajo verificar el avance de los dosalpinistas. A las 12:50, las nubes se abrieron momentneamente, lo cual permiti aNoel Odell, un miembro del equipo, divisar breve pero claramente a Mallory e Irvineen lo alto del pico, con cinco horas de retraso con respecto al tiempo previsto peroavanzando con rapidez hacia la cumbre.

    Aquella noche, sin embargo, los dos alpinistas no regresaron a su tienda, y yanadie volvi a verlos. Desde entonces se ha discutido mucho sobre si uno de los dos,o ambos, hicieron cima antes de que la montaa los tragase y se convirtieran enleyenda. La evidencia sugiere que no. En cualquier caso, la falta de pruebas tangiblesha hecho que no hayan pasado a la historia como los primeros en conquistar lamontaa.

    En 1949, tras siglos de inaccesibilidad, Nepal abri sus fronteras al mundoexterior, y un ao despus el nuevo rgimen comunista chino cerr Tbet a losextranjeros. Ello oblig a intentar las aproximaciones al pico por su vertiente sur. Enla primavera de 1953 un numeroso equipo britnico, organizado con el celo y losrecursos propios de una campaa militar, se convirti en la tercera expedicin queatacaba el Everest desde Nepal. El 28 de mayo, tras dos meses y medio deprodigiosos esfuerzos, lograron establecer un precario campamento en la aristaSureste, a 8.500 metros de altitud. A primera hora del da siguiente Edmund Hillary,un neozelands larguirucho, y Tenzing Norgay, un montaero sherpa muyexperimentado, partieron rumbo a la cima respirando oxgeno embotellado.

    Hacia las nueve haban ganado ya la Antecima y tenan ante s la crestaincreblemente angosta que conduca a la cima propiamente dicha. Una hora ms de

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    camino los llev a lo que Hillary describira como el obstculo ms formidable de laascensin, un escaln de roca de unos doce metros de alto [] La roca en s, lisa ysin apenas agarres, habra sido un interesante pasatiempo dominical para unosalpinistas expertos en pleno Lake District, pero aqu arriba era una barrera imposiblede vencer con nuestras menguadas fuerzas.

    Mientras Tenzing iba dando cuerda desde abajo, Hillary se afianz en unaoquedad entre la pared de roca y un saliente de nieve vertical. Luego empez a treparpor lo que ms tarde sera bautizado con el nombre de escaln Hillary. La ascensinfue extenuante e imperfecta, pero el neozelands persisti. Como escribira despus:

    Finalmente consegu llegar arriba y arrastrarme fuera de la grieta hasta salira un amplio resalte. Me tumb unos instantes para recobrar el resuello y, porprimera vez, experiment la clara sensacin de que ya nada poda impedirnosconquistar la cima. Me afianc en el saliente e indiqu a Tenzing que subiera.Mientras yo tiraba con fuerza de la cuerda, Tenzing fue trepando por la grietahasta dejarse caer exhausto arriba, como el pez gigante que acaba de ser izadodel mar tras una noche terrible.

    A pesar de la fatiga, los alpinistas escalaron la ondulante cresta. Hillary sepreguntaba:

    si nos quedaran fuerzas para llegar arriba. Al rodear otro escollo, vi que laladera caa a pico, lo que nos permita divisar Tbet. Alc los ojos y justo encimade nosotros haba un cono de nieve redondeado. Unos cuantos golpes de piolet,unos cuantos pasos dados con cautela, y Tensing [sic] y yo estuvimos en la cima.

    As, poco antes del medioda del 29 de mayo de 1953, Hillary y Tenzing seconvirtieron en los primeros hombres en pisar la cumbre del Everest.

    Tres das ms tarde, la noticia de la ascensin llegaba a odos de la reina Isabel envsperas de su coronacin, y el londinense The Timesse haca eco de la gesta en laprimera edicin del 2 de junio. El despacho haba sido enviado desde el Everest comomensaje radiofnico en clave (para que los posibles competidores no le pisaran laexclusiva a The Times) por un joven corresponsal llamado James Morris, que, veinteaos despus y en posesin de una cierta fama como escritor, cambiara de sexo y denombre de pila, hacindose llamar Jan. Tal como Morris escriba cuatro dcadasdespus de la escalada en Coronation Everest: The First Ascent and the Scoop that

    Crowned the Queen.

    Resulta difcil imaginar ahora el casi mstico gozo con que fue recibida en Gran

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    Bretaa la coincidencia de los dos hechos [la coronacin y la ascensin al Everest].Saliendo por fin de la austeridad que los haba asediado a partir de la Segunda GuerraMundial, y debiendo afrontar a la vez la prdida de su vasto imperio y el inevitabledeclinar de su poder en el mundo, los britnicos casi se haban convencido de que lasubida al trono de la joven reina presagiaba un renacer, o una nueva era isabelina,

    como la prensa gustaba de llamarlo. El da de la coronacin, 2 de junio de 1953,deba ser una jornada de simblica esperanza en la que el patriotismo britnico habade hallar un momento de expresin suprema, y, oh maravilla, ese mismo da llegabannoticias procedentes de distintos lugares (de las fronteras del viejo imperio, nadamenos) acerca de que un equipo de alpinistas britnicos que haba conquistado elltimo objetivo de la exploracin y la aventura, la cima del mundo. []

    El hecho dio pie a un verdadero aluvin de magnas emociones: orgullo,patriotismo, nostalgia por los aos perdidos de la guerra y las acciones osadas,

    esperanza en un futuro rejuvenecido [] Todava hay personas que recuerdan comosi fuera hoy el momento en que, mientras esperaban bajo la llovizna londinense elcortejo de la coronacin, oyeron la mgica noticia de que la cima del mundo era, poras decir, suya, de los britnicos.

    Tenzing se convirti en hroe nacional de India, Nepal y Tbet, dado que los trespases lo reclamaban como ciudadano. Edmund Hillary, nombrado caballero por lareina, vio su imagen reproducida en sellos de correos, tiras cmicas, libros, pelculas,

    portadas de revista De la noche a la maana, aquel enjuto apicultor natural deAuckland se haba vuelto uno de los hombres ms famosos del mundo.

    Hillary y Tenzing escalaron el Everest un mes antes de que yo fuera concebido,as que no pude compartir la sensacin colectiva de orgullo y asombro que embargal mundo. Un amigo mo, mayor que yo, dice que el acontecimiento tuvo un impactocomparable a la llegada del hombre a la luna. Pero fue otra ascensin al Everest, unadcada ms tarde, lo que en cierto modo marc la trayectoria de mi vida.

    El 22 de mayo de 1963, Tom Hornbein, un mdico de treinta y dos aos natural

    de Misuri, y Willi Unsoeld, de treinta y seis, profesor de teologa nacido en Oregn,coronaron la cima del Everest por la pavorosa arista Oeste, que nadie haba utilizadohasta entonces. Once hombres, en cuatro ocasiones distintas, haban repetido ya lagesta de Hillary, pero la arista Oeste era bastante ms difcil que las dos rutasestablecidas previamente: el collado Sur y la arista Sureste o el collado Norte y laarista Noreste. La ascensin de Hornbein y Unsoeld fue y sigue siendoconsiderada con merecimiento una de las grandes proezas del montaismo.

    El da en que atacaron la cumbre, los dos estadounidenses tuvieron que escalar

    una veta de roca escarpada que se desmenuzaba con facilidad, las tristemente clebresBandas Amarillas. Superar ese escollo exiga una fuerza y una destreza tremendas;nadie haba escalado un tramo tcnicamente tan difcil a esa altitud. Una vez salvadas

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    las Bandas Amarillas, Hornbein y Unsoeld llegaron a la conclusin de que no podranbajar por all, y que la nica salida para culminar la empresa sanos y salvos era llegara la cima y descender por la ruta ya establecida de la arista Sureste, un plan realmenteaudaz, dado que era tarde, desconocan el terreno y sus reservas de oxgenodisminuan rpidamente.

    Hornbein y Unsoeld llegaron a la cima a las 18:15, justo cuando se pona el sol, ytuvieron que pasar la noche a la intemperie a ms de 8.500 metros de altitud en sumomento, el vivac ms alto de la historia. Aunque la noche era fra, por suerte nosoplaba el viento. A Unsoeld se le congelaron los dedos de los pies (ms tardehubieron de amputrselos), pero los dos alpinistas lograron sobrevivir.

    A la sazn, yo tena nueve aos y viva en Corvallis (Oregn), donde tambinresida Unsoeld. El montaero era buen amigo de mi padre, y a veces yo jugaba conel primognito de Unsoeld, Regon, que era un ao mayor que yo, y con Devi, un ao

    ms pequeo. Pocos meses antes de que Willi Unsoeld partiera hacia Nepal,conquist mi primera cumbre un nada espectacular volcn de 2.750 metros en laCascade Range, al que ahora sube un telesilla en compaa de mi padre, Willi yRegon. Como no es de extraar, mi imaginacin preadolescente se aliment en granmedida de aquella pica ascensin al Everest de 1963. Mientras que mis amigosidolatraban a John Glenn, Sandy Koufax y Johnny Unitas[4], mis hroes eranHornbein y Unsoeld.

    Yo tambin soaba con subir algn da a la cima del Everest; durante toda una

    dcada fue una idea casi obsesiva para m. A los veintitantos aos, la escalada sehaba convertido en el centro de mi existencia, excluyendo casi todo lo dems.Alcanzar la cima de una montaa era algo tangible, inmutable, concreto. Los peligrosintrnsecos del alpinismo daban a esa actividad un rigor de propsito, del que carecael resto de mi vida. Me emocionaba ante la mera perspectiva que supona forzarconstantemente una existencia por lo dems vulgar.

    Escalar daba asimismo un sentido de clan. Ser escalador significaba formar partede una sociedad rabiosamente idealista e independiente, que pasaba inadvertida y eradel todo ajena a la corrupcin del mundo en general.

    La cultura montaera se caracterizaba por una competencia feroz y un machismosin ambages, pero la mayora de los escaladores slo queran impresionarse los unosa los otros. Llegar a la cima de una montaa se consideraba mucho menos importanteque la manera de conseguirlo: para ganar prestigio haba que ser muy temerario,atacar las rutas ms brutales con el mnimo equipo posible. Nadie era tan admiradocomo el visionario que ascenda absolutamente solo, sin cuerda ni pertrechos.

    En aquella poca yo no viva ms que para escalar. Subsista con cinco o seis mildlares al ao, trabajando de carpintero y pescador de salmones hasta que reuna losuficiente para la siguiente excursin a los Bugaboos, los Tetons o el Alaska Range.

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    Pero mediada la veintena, abandon aquella fantasa juvenil de escalar el Everest.Para entonces se haba puesto de moda entre los alpinistas entendidos tachar alEverest de montn de escoria, un pico sin suficientes desafos tcnicos ni atractivoesttico como para que un escalador serio, que era lo que yo aspiraba a ser, sepropusiera conquistarlo. El caso es que empec a mirar la montaa ms alta del

    mundo por encima del hombro.Semejante esnobismo tena su raz en el hecho de que a principios de los aos

    ochenta la va ms fcil para ascender al Everest por el collado Sur y la aristaSureste haba sido escalada ms de un centenar de veces. Mis colegas y yollambamos a la arista Sureste la ruta del yak. Nuestro desprecio no hizo sinoafianzarse cuando en 1985 Dick Bass un rico texano de cincuenta y cinco aos yescasa experiencia como escalador fue conducido a lo alto del Everest por unextraordinario alpinista joven llamado David Breashears, proeza que despert gran

    atencin y ninguna crtica por parte de los medios informativos.Previamente, el Everest haba sido, por lo general, terreno exclusivo de los

    escaladores de lite. En palabras del director de la revista Climbing, MichaelKennedy, ser invitado a una expedicin al Everest era un honor que slo recibaaquel que hubiera hecho un largo aprendizaje en picos menores, y el que llegaba a lacima entraba en el firmamento selecto de las estrellas del alpinismo. La ascensin deDick Bass lo cambi todo.

    Al lograr el Everest, se convirti en la primera persona que conquistaba las Siete

    Cimas[5], gesta que, adems de valerle renombre internacional, dispar las visitas deescaladores domingueros ansiosos de seguir el rastro de sus botas y forz la entradadel Everest en la postmodernidad.

    Para un tipo granadito como yo, Dick Bass fue toda una inspiracin, explicabaSeaborn Beck Weathers con su marcado acento texano durante el trayecto hasta elcampamento base del Everest en abril de 1996. Patlogo de cuarenta y nueve aos ynatural de Dallas, Beck era uno de los ocho clientes de la expedicin que Rob Hallgui en 1996. Bass demostr que el Everest estaba al alcance de la gente de a pie. Elmayor obstculo, dando por sentado que ests ms o menos en forma y dispones deingresos suficientes, es dejar temporalmente el trabajo y abandonar a la familiadurante dos meses.

    Segn demuestran las estadsticas, para muchos escaladores no ha sido unobstculo infranqueable robarle tiempo a la rutina diaria ni hacer un gran desembolsode dinero. En los ltimos cinco o seis aos, el trfico de escaladores en las SieteCimas, pero sobre todo en el Everest, ha aumentado de manera vertiginosa. Haciendofrente a la demanda, el nmero de empresas que ofrecen ascensiones guiadas a lasSiete Cimas, y especialmente al Everest, tambin se ha multiplicado. En la primaverade 1996 haba una treintena de expediciones en las faldas del Everest, y al menos diez

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    eran aventuras con afn de lucro.El gobierno nepals advirti que la masiva afluencia de montaeros al Himalaya

    originaba serios problemas de seguridad, de esttica y de impacto sobre el medioambiente.

    Finalmente, los ministros nepaleses dieron con una solucin que pareca

    garantizar la no masificacin al tiempo que incrementaba el flujo de divisas fuertes alas exiguas arcas de la nacin: aumentar la tarifa de los permisos de escalada. En1991 el Ministerio de Turismo cobraba dos mil trescientos dlares por un permisopara subir el Everest sin lmite de personas; en 1992 la tarifa aument a diez mildlares por equipo de hasta nueve escaladores, y un plus de mil doscientos dlarespor cada miembro ms.

    A pesar de la subida de tarifas, el Everest segua atrayendo verdaderos enjambresde alpinistas. En la primavera de 1993, con motivo del cuadragsimo aniversario de

    la primera ascensin, quince expediciones, con un total de 294 escaladores,intentaron atacar el pico por la vertiente de Nepal. Aquel otoo el ministerio subiuna vez ms la tarifa: la escandalosa cifra de cincuenta mil dlares por un mximo decinco escaladores, ms diez mil por cada montaero adicional hasta un mximo desiete. El Gobierno decret asimismo que no se autorizaran ms de cuatroexpediciones por temporada desde las laderas de Nepal.

    Lo que el gobierno nepals no tuvo en cuenta fue que China slo cobraba quincemil dlares por dejar que un equipo sin limitacin de miembros escalara la montaa

    desde Tbet, y que no limitaba el nmero de expediciones por temporada. La riada dealpinistas cambi Nepal por Tbet, dejando a centenares de sherpas sin trabajo. Lasprotestas subsiguientes lograron que en la primavera de 1996 Nepal revocararepentinamente el lmite de cuatro expediciones. Y ya que estaban en ello, elGobierno volvi a subir las tarifas, que pasaron a ser de setenta mil dlares por unmximo de siete escaladores, ms otros diez mil por cada escalador extra. A juzgarpor el hecho de que diecisis de las treinta expediciones al Everest de aquellaprimavera atacaron la vertiente nepalesa de la montaa, no parece que el elevadoprecio del permiso fuera un gran impedimento.

    Antes incluso de lo que acaeci en la temporada premonznica de 1996, laproliferacin de expediciones comerciales durante la pasada dcada era ya un temapeliagudo.

    Los tradicionalistas se echaban las manos a la cabeza. Al comprobar que el techodel mundo estaba siendo vendido a unos advenedizos con dinero, gente que, sin laayuda de los guas, habra tenido problemas incluso para escalar un pico tan modestocomo el Monte Rainier[6]. Para los puristas, el Everest haba sido profanado.

    Las crticas sealaban tambin que, gracias a la comercializacin del Everest, unpico antao sagrado haba sido arrastrado hasta el pantanoso terreno de la

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    urisprudencia estadounidense. Despus de pagar cuantiosas sumas para que losacompaasen debidamente hasta la cima, ciertos escaladores haban demandado a susguas por no conseguir su objetivo. De vez en cuando te sale un cliente que creehaber comprado un billete a la cima se lamentaba Peter Athans, reputado gua queha participado en once viajes al Everest, alcanzando su cima en cuatro ocasiones.

    Hay gente que no entiende que una expedicin al Everest no puede funcionar comolos trenes suizos.

    Por desgracia, algunos de estos pleitos estn justificados. Agencias ineptas odesacreditadas han fracasado en ms de una ocasin a la hora de aportar el soportelogstico crucial prometido (por ejemplo, botellas de oxgeno). En algunasexpediciones los guas han subido a la cima sin sus clientes, por lo que stos hanllegado a la conclusin de que slo haban sido utilizados para pagar la factura. En1995, el jefe de una expedicin comercial se fug con varios millares de dlares de

    sus clientes antes de iniciarse el viaje.En marzo de 1995 un redactor de la revista Outside me telefone para

    proponerme participar en una expedicin guiada al Everest que deba partir en elplazo de cinco das, y escribir un artculo sobre la drstica comercializacin de lamontaa y los conflictos intrnsecos. La revista no pretenda que yo escalara el pico;sus directores slo queran que me quedara en el campamento base e hiciera micrnica desde el glaciar de Rongbuk, en las estribaciones de la vertiente tibetana.Sopes la oferta cuidadosamente llegu incluso a reservar un vuelo y vacunarme de

    todo lo necesario, pero en el ltimo momento me ech atrs.Dado el desdn que yo haba mostrado por el Everest durante aos, se podra

    pensar que declin la oferta por una cuestin de principios. La verdad es que lallamada de Outsidehaba despertado en m un poderoso y bien sepultado deseo. Sidije no al encargo fue slo porque cre que sera muy frustrante pasar dos meses ala sombra del Everest sin subir ms all del campamento base. Si deba viajar a laotra punta del globo y estar ocho semanas lejos de mi esposa y mi casa, quera tenerla oportunidad de hacer cumbre.

    Pregunt a Mark Bryant, el director de Outside, siera posible aplazar un ao elencargo (en ese tiempo podra prepararme fsicamente para la expedicin). Preguntasimismo si la revista podra apuntarme a una de las agencias de guas ms famosas(y correr con el gasto de 65.000 dlares) facilitndome as la posibilidad de llegar a lacima. Yo no esperaba que Bryant aceptase mi plan. En los quince aos precedenteshaba escrito para Outsidems de sesenta artculos, y el presupuesto para viajes raravez haba superado los dos mil o tres mil dlares.

    Bryant me telefone al da siguiente, tras haber hablado con el editor de Outside.Me dijo que la revista no estaba dispuesta a aflojar sesenta y cinco mil dlares, peroque l y el resto del consejo de redaccin pensaban que la comercializacin del

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    Everest era una historia que vala la pena. Si yo tena intencin de escalar la montaa,insisti, la revista encontrara el modo de facilitarme las cosas.

    Durante los treinta y tres aos en que me consider a m mismo escalador,emprend algunos proyectos difciles. En Alaska haba abierto una difcil ruta deacceso a la Moose Tooth y superado un ascenso en solitario al Devils Thumb (tres

    semanas a solas en un remoto casquete de hielo). Haba realizado en Canad yColorado unas cuantas escaladas sobre hielo realmente difciles. Cerca del extremomeridional de Suramrica, donde el viento barre la tierra como la escoba de Dios,como dicen los lugareos, haba escalado el cerro Torre, una aterradora aguja degranito vertical; vapuleada por vientos de cien nudos y cubierta por una capafrangible de escarcha atmosfrica, antao (que ya no) se la consider la montaa msinvencible del mundo.

    Pero estas aventuras haban ocurrido aos y hasta dcadas atrs, cuando tena

    entre veinte y cuarenta aos. Ahora, a los cuarenta y uno, ya no me encontraba en mimejor forma, tena canas en la barba, las encas en mal estado y siete kilos de msadornando mi cintura. Estaba casado con una mujer a la que quera con pasin, y queme corresponda. Tras dar con una profesin ms o menos tolerable, por primera vezen mi vida estaba por encima del umbral de la pobreza. Resumiendo, mi avidez porescalar haba quedado menguada por una serie de pequeas satisfacciones que, enconjunto, sumaban algo parecido a la felicidad.

    Ninguna de mis ascensiones, por lo dems, me haba llevado a alturas realmente

    grandes. A decir verdad, no haba subido a ms de 5.250 metros, altitud inferior a ladel campamento base en el Everest.

    Como voraz estudioso de la historia del alpinismo, saba que el Everest se habacobrado ms de ciento treinta vidas humanas desde la primera visita britnica, en1921 aproximadamente un muerto por cada cuatro escaladores que habancoronado la cima, y que muchos de los que all haban perecido eran ms fuertes yposean mucha ms experiencia que yo. Pero descubr que los sueos infantiles seresisten a morir. A finales de febrero de 1996, Bryant me llam para decir que mehaba conseguido una plaza en la prxima expedicin de Rob Hall al Everest. Cuandome pregunt si estaba seguro de querer seguir adelante, le dije que s sin pararme ameditar mi respuesta.

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    SOBREVOLANDO INDIA- 29 de marzo de 1996 -

    9.000 metros

    Lo que hice fue explicarles una parbola. Es como si os hablara del planetaNeptuno, les dije, del Neptuno corriente, no del Paraso, porque resulta que yo no snada del Paraso. As que esto va para vosotros y nada ms que para vosotros. Puesbien, resulta que hay una gran mole de roca all arriba, y debo advertiros de que enNeptuno la gente es muy estpida, sobre todo porque cada cual vive atado a su

    ropia cuerda. Y algunos, de ellos quiero hablaros en particular, estaban muyobsesionados con esa montaa. Aunque parezca increble, a vida o muerte, esas

    ersonas haban adquirido un hbito e invertan todo su tiempo libre y todas sus

    energas en perseguir las nubes de su propia gloria arriba y abajo de las paredesms abruptas de la regin. Y hasta el ltimo de ellos volva exaltado. Y no les faltabarazn, dije, pues era gracioso que incluso en Neptuno se las ingeniaran para

    erseguirse montaa arriba por las paredes ms fciles. Pero en cualquier casoestaban exaltados, y ello era apreciable tanto en la firmeza de su expresin como enla gratitud que brillaba en sus ojos. Y como ya he sealado, eso ocurri en Neptuno,no en el Paraso, donde es posible que no haya otra cosa que hacer.

    John Menlove Edwards

    Letter from a Man

    A las dos horas del vuelo 311 de Thai Air entre Bangkok y Katmand, me levantde mi asiento y fui hasta la cola del avin. Cerca de los lavabos, en el lado deestribor, me agach para atisbar por una ventanilla baja con la esperanza de veralguna montaa.

    No qued decepcionado: a lo lejos, araando el horizonte, se vean los afiladosincisivos del Himalaya. Permanec embelesado junto a la ventana el resto deltrayecto, en cuclillas sobre una bolsa llena de latas vacas y restos de comida, con lacara pegada al fro plexigls.

    Inmediatamente reconoc la enorme y desparramada masa del Kanchenjunga, latercera montaa ms alta de la Tierra, con sus 8.598 metros sobre el nivel del mar.Quince minutos despus apareci el Makalu, el quinto pico ms alto del mundo, y porltimo, el inconfundible perfil del Everest.

    La negra cua de su cima piramidal destacaba claramente por encima de losmontes circundantes. El pico abra una brecha visible en el vendaval de ciento veintenudos, produciendo un penacho de cristales de hielo que ondeaba hacia el este cuallargusimo pauelo de seda. Mientras observaba aquella estela de vapor, se me

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    ocurri pensar que la cumbre del Everest estaba exactamente a la misma altura que elavin a reaccin que me transportaba por los cielos. Que me propusiera subir a laaltitud de crucero de un Airbus 300 me pareci, en ese instante, una idea cuandomenos absurda. Tena las manos fras y hmedas.

    Cuarenta minutos despus pisaba Katmand. Al entrar en el vestbulo del

    aeropuerto despus de pasar por la aduana, un joven fornido y bien afeitado repar enmis dos enormes bolsas de lona y se me acerc. Usted debe de ser Jon, no?inquiri con su melodioso acento neozelands mientras consultaba una hoja con lasfotos de pasaporte de todos los clientes de Rob Hall. Me estrech la mano, sepresent como Andy Harris, uno de los guas de Hall, y dijo que haba venido paraacompaarme al hotel.

    Harris, que tena treinta y un aos, me explic que en el mismo vuelo de Bangkokdeba llegar otro cliente, un abogado de Bloomfield Hills (Michigan) llamado Lou

    Kasischke. Entre una cosa y otra, Kasischke tard una hora de reloj en localizar suequipaje, as que, mientras esperbamos, Andy y yo estuvimos charlando sobrealgunos picos difciles que ambos habamos escalado en el oeste de Canad ycomparando el esqu con el snowboard. Las ansias evidentes de Andy por escalar y suincombustible entusiasmo por las montaas me hicieron aorar la poca de mi vidaen que el alpinismo era lo ms importante del mundo y yo trazaba la ruta de miexistencia en funcin de las cumbres que haba coronado y las que un da esperabaconquistar.

    Justo antes de que Kasischke un hombre alto y atltico de sienes plateadas ycircunspeccin patricia saliera de la cola de aduanas, pregunt a Andy cuntasveces haba estado en el Everest. En realidad confes animadamente, sta serla primera, lo mismo que t. Resultar interesante ver cmo se me da la cosa.

    Hall nos haba reservado habitaciones en el hotel Garuda, un acogedor ybullicioso establecimiento en el corazn de Thamel, el frentico barrio turstico deKatmand, situado en una estrecha avenida atestada de rickshaws y vendedoresambulantes. Muy popular entre quienes participan en expediciones al Himalaya, elGaruda tena sus paredes cubiertas de fotografas autografiadas de alpinistas famososque haban parado all a lo largo de los aos: Reinhold Messner, Peter Habeler, KittyCalhoun, John Roskelley, Jeff Lowe Al subir a mi habitacin vi en la escalera unpster a todo color en el cual, bajo el ttulo Triloga del Himalaya, se vean elEverest, el K2 y el Lhotse respectivamente, la primera, la segunda y la cuartamontaa ms alta del planeta. Ante las siluetas de estos picos, apareca un hombrebarbudo y sonriente ataviado con toda la parafernalia alpina. En el pie de foto se leael nombre de Rob Hall. El pster, que era un reclamo de la agencia de Hall,Adventure Consultants, conmemoraba su gesta de 1994, cuando escal los tres picosen el espacio de dos meses.

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    Una hora despus conoc personalmente a Hall. Meda cerca de un metro noventay era flaco como una estaca. A pesar de su rostro de querubn, aparentaba ms aosde los treinta y cinco que tena; no s si se deba a las marcadas arrugas en el rabillode los ojos o al aire de autoridad que transmita. Llevaba una camisa hawaiana y unosLevis descoloridos con un parche con el smbolo del yin-yang en una de las rodillas.

    Una mata rebelde de pelo castao le asomaba a la frente. Su barba necesitaba un buencorte.

    Gregario por naturaleza, Hall resulto ser un experto narrador dotado de uncustico humor tpicamente neozelands. Al final de un largusimo chiste sobre unturista francs, un monje budista y un yak particularmente lanudo, Hall pronunci lafrase clave con un guio travieso, hizo una pausa teatral y luego prorrumpi ensonoras y contagiosas carcajadas, de tanta gracia que le haca la historia. Me caybien de inmediato.

    Hall naci en el seno de una familia catlica de clase obrera en Christchurch,Nueva Zelanda. Era el menor de nueve hermanos y aunque tena una mente despiertay cientfica, al cumplir los quince dej los estudios debido a un conflicto con unprofesor especialmente dspota. En 1976 entr a trabajar en Alp Sports, un fabricantelocal de equipo para escalada. Empez haciendo un poco de todo, como coser amquina recuerda Bill Atkinson, consumado escalador y gua, que, a la sazn,tambin trabajaba en Alp Sports. Pero debido a su innata capacidad organizadora,algo que ya se le notaba a sus diecisis o diecisiete aos, pronto llev l solo la parte

    de produccin de la empresa.Hall haba sido durante aos un vido montaero; por la misma poca en que

    entr en Alp Sports, empez tambin a escalar. Aprenda muy rpido, dice Atkinson,que se convirti en su habitual compaero de escalada. Tena la habilidad deasimilar las tcnicas de todo el mundo.

    En 1980, con diecinueve aos, Hall particip en una expedicin que atac ladifcil arista Norte del Ama Dablam, un pico de 6.799 metros de incomparablebelleza, veinticuatro kilmetros al sur del Everest. En ese viaje, el primero que hacaal Himalaya, Hall visit tambin el campamento base del Everest y decidi que algnda subira al techo del mundo. Le cost diez aos y tres intentos, pero en mayo de1990 coron por fin la cima del Everest como jefe de una expedicin en la que estabaPeter Hillary, el hijo de sir Edmund. Desde la cumbre, Hall y Hillary hicieron unatransmisin por radio que fue seguida en directo por toda Nueva Zelanda, y a 8.848metros de altitud recibieron la enhorabuena del primer ministro, Geoffrey Palmer.

    Para entonces Rob Hall era ya un escalador profesional. Como la mayora de suscolegas, echaba mano de patrocinadores para poder financiar las costosasexpediciones al Himalaya, y era lo bastante listo para comprender que cuanto mshablaran de l los medios informativos, ms fcil le sera engatusar a las empresas

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    para que soltaran el dinero. A decir verdad, Hall result ser muy hbil a la hora dehacer que su nombre apareciese en la prensa y su cara en la tele. S concedeAtkinson, Rob tuvo siempre un cierto instinto para la publicidad.

    En 1988 un gua de Auckland llamado Gary Ball se convirti en el principalcompaero de escalada de Hall y en su mejor amigo. Ball subi al Everest con Hall

    en 1990, y a poco de regresar a Nueva Zelanda ambos pergearon un plan paraescalar las cumbres ms altas de cada continente, un poco a lo Dick Bass, peroelevando el listn a siete escaladas en otros tantos meses[7].

    Superado el Everest, la ms difcil de las siete, Hall y Ball consiguieron el apoyofinanciero de una gran empresa elctrica, Power Build, y pusieron manos a la obra. El12 de diciembre de 1990, apenas unas horas antes de que expirara su plazo de sietemeses, conquistaron la aguja de la sptima cima el monte Vinson, en la Antrtida con el subsiguiente revuelo en su pas de origen.

    A pesar del xito conseguido, Hall y Ball estaban preocupados por lasperspectivas a largo plazo del alpinismo profesional. Si un escalador quiere seguirteniendo patrocinadores explica Atkinson, ha de adoptar la poltica del msdifcil todava. La prxima escalada ha de ser ms espectacular que la anterior. Lacosa se va complicando, hasta que al final ya no ests para esos trotes. Rob y Garycomprendieron que antes o despus no estaran en condiciones para rizar el rizo, oque tendran algn accidente y ah acabara todo.

    De modo que decidieron cambiar de enfoque y convertirse en guasespecializados en alta montaa. Cuando trabajas de gua no realizas las escaladas quems te gustan; el reto consiste en hacer subir y bajar a los clientes sanos y salvos, loque constituye un tipo de satisfaccin diferente. Pero es una profesin ms estableque el estar siempre detrs de los patrocinadores. Si sabes ofrecer un buen producto,la reserva de clientes es ilimitada.

    Durante su caprichosa hazaa, Hall y Ball concretaron un plan para iniciar juntosun negocio que consista en guiar escaladas a las Siete Cimas.

    Convencidos de que exista un mercado virgen de soadores con mucho dineropero insuficiente experiencia para subir solos a las grandes montaas del mundo, Hally Ball fundaron una empresa a la que bautizaron con el nombre de AdventureConsultants (Asesores de Aventura).

    Muy pronto consiguieron un impresionante rcord. En mayo de 1992 condujerona seis clientes hasta la cumbre del Everest. Un ao ms tarde guiaron a otro grupo desiete hasta la cumbre, la misma tarde en que cuarenta personas coronaban la cima. Deregreso a Nueva Zelanda, sin embargo, toparon con las inesperadas crticas de sir

    Edmund Hillary, quien censur el papel de Hall en la creciente comercializacin delEverest. Las masas de novatos que pagaban para ser conducidos a la cumbre, decasir Edmund, estaban engendrando una falta de respeto por la montaa.

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    Hillary es una de las figuras ms reverenciadas de Nueva Zelanda; sus marcadasfacciones todava asoman en los billetes de cinco dlares. Hall se avergonz de serreprendido pblicamente por aquel semidis, el superescalador, que haba sido uno desus hroes infantiles.

    En Nueva Zelanda, Hillary es una especie de tesoro nacional seala Atkinson

    . Lo que l diga pesa mucho, y a Rob debi de dolerle que lo criticara. Inclusoquiso hacer una declaracin pblica para defenderse, pero comprendi que oponerseen los medios de comunicacin a tan venerado personaje era tener la derrotaasegurada.

    Cinco meses despus de las invectivas de Hillary, Hall recibi un golpe an mstremendo: en octubre de 1993, Gary Ball falleci de un edema cerebral hinchazndel cerebro debida al exceso de altura durante una escalada al Dhaulagiri, con sus8.172 metros, el sexto pico ms alto del mundo. Comatoso dentro de una pequea

    tienda de campaa en lo alto del pico, Ball expir en brazos de su amigo Rob Hall,quien al da siguiente lo enterr en una grieta del glaciar.

    En entrevista concedida despus de la expedicin a la televisin neozelandesa,Hall describi con tintes ttricos cmo tom la cuerda favorita de ambos y descolgel cuerpo de Ball a las profundidades del glaciar. Una cuerda de escalada se suponeque sirve para unirte a tu compaero, y uno nunca la suelta declar. Pero yo tuveque dejar que me resbalara entre las manos.

    La muerte de Gary dej anonadado a Rob explica Helen Wilton, que trabaj

    como responsable del campamento base en el Everest en 1993, 1995 y 1996; perosupo llevarlo con mucha reserva. As era Rob. Hall decidi seguir adelante ensolitario con Adventure Consultants. Fiel a su estilo concienzudo y sistemtico, fuepuliendo la infraestructura y los servicios de la agencia sin dejar de acompaar conxito a clientes aficionados hasta las cumbres de montaas remotas.

    Entre 1990 y 1995, Hall fue responsable de llevar a treinta y nueve escaladores ala cspide del Everest, tres ascensiones ms de las realizadas en los veinte aos quesiguieron a la conquista de sir Edmund Hillary. Justificadamente, Hall anunciabaAdventure Consultants como la agencia lder en escalada al Everest, con msascensiones que cualquier otra organizacin. El folleto que enviaba a posiblesclientes rezaba:

    Est usted sediento de aventura? Bien! Tal vez suea con visitar sietecontinentes o subir a la cima de una gran montaa. En general, poca gente se atrevea vivir sus sueos, y raramente se arriesga a compartirlos o confiesa albergar

    grandes anhelos.Nuestra agencia se dedica a organizar y guiar aventuras de escalada.Conocedores de los aspectos prcticos que conlleva hacer realidad un sueo, le

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    ayudamos a alcanzar su meta. No le arrastraremos pendiente arriba (tendr ustedque esforzarse mucho), pero la seguridad y el xito de su aventura estngarantizados.

    Para quienes se atreven a encarar sus sueos, la experiencia ofrece algo especialque las palabras no pueden describir. Le invitamos a escalar su montaa con

    nosotros.

    En 1996, Hall estaba cobrando 65.000 dlares por cabeza a quienes guiaba hastael techo del mundo. Esto es mucho dinero viene a ser la hipoteca de mi casa deSeattle, y el precio no inclua el viaje hasta Nepal ni equipo alguno. Ningunaempresa tena tarifas tan elevadas, algunos competidores incluso cobraban una terceraparte de lo que peda Adventure Consultants. Pero gracias a su increble historial dexitos, Hall no tuvo problemas para completar la lista de su octava expedicin alEverest. Si uno estaba empeado en escalar el pico y se las ingeniaba para conseguirel dinero, Adventure Consultants era la opcin ms clara.

    La maana del 31 de marzo, dos das despus de llegar a Katmand, losmiembros de la expedicin de Adventure Consultants al Everest de 1996 cruzarnos elasfalto del aeropuerto internacional de Tribhuvan y subimos a bordo de unhelicptero Mi-17 de fabricacin rusa al servicio de Asian Airlines. Reliquia de laguerra de Afganistn, el helicptero era del tamao de un autobs escolar, tenacapacidad para veintisis pasajeros sentados y pareca haber sido montado poralguien en el patio de su casa. Despus de atrancar la puerta, el piloto repartialgodones para los odos, y el monstruoso aparato despeg con un estrpito capaz dereventarle a uno la cabeza.

    El suelo estaba cubierto de bolsas, mochilas y cajas de cartn. El pasaje ibasentado en asientos plegables, mirando hacia el interior del aparato y con las rodillascontra el pecho. El ruido ensordecedor de las turbinas imposibilitaba todaconversacin. No fue un viaje agradable, pero nadie se quej.

    En 1963, la expedicin de Tom Hornbein inici el largo camino hacia el Everesten Banepa, a unos veinte kilmetros de Katmand, e invirti 31 das en llegar alcampamento base. Como la mayora de los modernos escaladores del Everest,nosotros habamos preferido saltarnos buena parte de tan arduo y polvorientotrayecto; el helicptero deba dejarnos en la remota aldea himalaya de Lukla, a 2.800metros de altitud. Suponiendo que no nos cayramos antes, el vuelo reducira en unastres semanas la tremenda caminata de Hornbein.

    Mientras echaba un vistazo al amplio interior del helicptero, trat de grabar en

    mi memoria los nombres de mis compaeros de equipo. Adems de los guas RobHall y Andy Harris estaba Helen Wilton, de treinta y nueve aos y madre de cuatrohijos, que volva al Everest en su tercera temporada como responsable del

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    campamento base. Caroline Mackenzie, consumada escaladora que an no habacumplido los treinta, era tambin el mdico de la expedicin y, al igual que Helen, nose movera del campamento base. Lou Kasischke, el corts abogado al que conocieraen el aeropuerto, haba escalado seis de las Siete Cimas, lo mismo que YasukoNamba, de cuarenta y siete aos, taciturna jefa de personal en la sucursal de Tokio de

    Federal Express. Beck Weathers, de cuarenta y nueve aos, era un parlanchnpatlogo de Dallas. Stuart Hutchison, de treinta y cuatro y ataviado con una camisetaestampada de Ren & Stimpy, era un cardilogo canadiense, cerebral y un tantoinseguro, que haba pedido una excedencia en su beca de investigacin. John Taske,el miembro ms viejo del grupo con cincuenta y seis aos, era un anestesista deBrisbane, Australia, que se haba aficionado a la escalada una vez retirado delejrcito. Frank Fischbeck, de cincuenta y tres, un pulcro y apacible editor de HongKong, haba intentado escalar el Everest en tres ocasiones con un competidor de Hall;

    en 1994 haba conseguido llegar a la cima Sur, a slo cien metros por debajo de lacumbre. Doug Hansen, de cuarenta y seis aos, era un empleado de Correosestadounidense que haba ido al Everest con Hall en 1995 y que, al igual queFischbeck, haba tenido que contentarse con la Antecima.

    No saba qu pensar de mis compaeros de aventura. En actitud y experienciapoco o nada tenan que ver con los alpinistas de lnea dura que haba conocido en misescaladas; pero parecan gente simptica y no haba ningn gilipollas integral (almenos, ninguno que lo hubiera mostrado a esas alturas de la expedicin). Con todo,

    yo no tena casi nada en comn con ninguno de ellos a excepcin de Doug. Era untipo nervudo cuya cara prematuramente curtida haca pensar en una pelota de ftbolvieja. Haba sido empleado de Correos durante ms de veintisiete aos y me contque se haba pagado el viaje trabajando en el turno de noche y haciendo de albaildurante el da. Como yo me haba ganado la vida como carpintero antes de dedicarmea escribir y puesto que por nuestros ingresos formbamos una categora aparte delos otros clientes, enseguida me sent a gusto con l, y de un modo distinto decomo me senta con los dems.

    En general, atribua mi creciente inquietud al hecho de que nunca haba escaladoformando parte de un grupo tan numeroso y compuesto por desconocidos. Sin contarel viaje a Alaska que haba hecho veintin aos atrs, todas mis expediciones habansido en solitario o con la compaa de uno o dos amigos de confianza.

    En la escalada es muy importante que uno pueda fiarse de sus compaeros. Loque haga un alpinista puede afectar a la totalidad del grupo. Las consecuencias de unnudo mal hecho, un tropezn, una roca que se desprende o cualquier otro descuidoafectan tanto a quien lo provoca como a sus colegas de cordada. No es de extraar,pues, que los escaladores sean reacios a embarcarse con aquellos cuya autenticidadno les ha sido demostrada.

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    Pero la confianza en el compaero es un lujo que les est vedado a quienes seapuntan a una ascensin guiada; por el contrario, hay que confiar nicamente en elgua. Mientras el helicptero volaba hacia Lukla, sospech que todos y cada uno demis compaeros esperaban con el mismo fervor que yo que Hall hubiera descartado alos clientes de dudosa habilidad, y que tuviera los medios para protegernos a todos de

    las flaquezas de unos y de otros.

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    PHAKDING- 31 de marzo de 1996 -

    2.801 metros

    Para los que no nos entretenamos, nuestras caminatas diarias terminaban arimera hora de la tarde, pero casi nunca antes de que el calor y el dolor de pies nos

    obligaran a preguntar a cada sherpa que pasaba: Cunto falta para elcampamento? La respuesta, como no tardamos en averiguar, era siempre la misma:Slo tres kilmetros ms, sahib El resto de la tarde pasaba apaciblemente,mientras el humo se posaba en el aire atenuando el crepsculo, unas luces titilabanen la cresta donde acamparamos al da siguiente y las nubes difuminaban el perfildel camino a seguir. Una excitacin creciente diriga mis pensamientos una y otra

    vez hacia la arista Oeste [ JTambin haba soledad, cuando el sol se pona, pero las dudas slo regresaban

    en contadas ocasiones. Luego senta una especie de abatimiento, como si toda mivida quedara atrs. Una vez en la montaa saba que eso dara paso a laconcentracin absoluta en la tarea ms inmediata, o al menos confiaba en que asfuese. Pero a veces me preguntaba si no haba hecho un viaje muy largo para acabardescubriendo que lo que en realidad buscaba era algo que haba quedado atrs.

    Thomas E Hornbein

    Everest: The West Ridge

    Desde Lukla, el camino al Everest iba hacia el norte a travs del can del DudhKosi, un ro repleto de cantos rodados cuyas aguas bajaban de un glaciar. Pasamos laprimera noche en la aldea de Phakding, un grupo de seis o siete casas y refugiosapiados sobre una repisa de terreno llano en una ladera que domina el ro. El aire sevolvi invernal al caer la noche y, a la maana siguiente, mientras marchbamossendero arriba, una capa de escarcha cubra las hojas de los rododendros. Pero laregin del Everest se encuentra a 28 grados latitud norte justo encima de lostrpicos y en cuanto el sol ascendi lo suficiente para calentar las profundidadesdel can, la temperatura subi notablemente. A medioda, despus de cruzar unatambaleante pasarela suspendida a gran altura sobre el ro era la cuarta vez que loatravesbamos ese da el sudor me goteaba de la barbilla y tuve que quedarme encamiseta y pantaln corto.

    Pasado el puente, el camino de tierra abandonaba las mrgenes del Dudh Kosi yzigzagueaba por la escarpada pared del can, ascendiendo entre aromticos grupitosde pinos. Las cspides de hielo espectacularmente estriadas del Thamserku y elKusum Kanguru horadaban el cielo a ms de tres kilmetros de altitud respecto a

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    nuestra posicin. El paisaje era majestuoso y su topografa tan imponente como laque ms, pero no era un yermo ni lo haba sido durante bastantes siglos.

    En cada palmo de tierra cultivable podan verse bancales plantados de cebada,trigo sarraceno o patatas. Banderines con ofrendas votivas aparecan colgados departe a parte de la ladera, y antiguos chorten[8]budistas y muros de piedra mani[9]

    exquisitamente labrada montaban guardia incluso en los desfiladeros ms altos. Amedida que se alejaba del ro, el camino se fue llenando de senderistas, caravanas deyaks[10], monjes budistas y sherpas descalzos que se afanaban bajo increbles fardosde lea y latas de queroseno o de refrescos.

    Una hora y media despus de dejar el ro, coron una amplia cresta, pas junto aun laberinto de corrales abiertos en la roca y, de pronto, me vi en el centro de NamcheBazar, el eje social y comercial de la sociedad sherpa. Situado a 3.445 metros sobre elnivel del mar, Namche ocupa una gran depresin inclinada que recuerda una

    gigantesca pantalla parablica. Ms de un centenar de edificios se apian en la rocosapendiente, unidos entre s por un laberinto de trochas y pasarelas. Cerca de la partebaja del pueblo localic el refugio Khumbu, apart la manta que haca las veces depuerta y encontr a mis compaeros bebiendo t con limn en torno a una mesa.

    Al acercarme, Rob Hall me present a Mike Groom, el tercer gua de laexpedicin. Australiano de treinta y tres aos, con el pelo color zanahoria y lacomplexin enjuta de un corredor de fondo, Groom era un fontanero de Brisbane quetrabajaba como gua slo de vez en cuando. En 1987, forzado a hacer un duro vivac

    mientras descenda de la cima del Kanchenjunga, se le helaron los pies y tuvieron queamputarle todos los dedos. Pero este contratiempo no haba frenado su carrera en elHimalaya, pues posteriormente escal el K2, el Lhotse, el Cho Oyu, el Ama Dablamy, en 1993, el Everest sin oxgeno adicional. Hombre circunspecto y absolutamentetranquilo, Groom era un compaero agradable, aunque raramente hablaba a menosque le dirigiesen la palabra y siempre responda lacnicamente, con voz apenasaudible.

    Mientras l continuaba hablando en su cenagoso tonillo texano sobre lasabsurdidades del Estado del bienestar, yo me levant y abandon la mesa para noponerme en evidencia. Cuando volv al comedor, me acerqu a la propietaria y le peduna cerveza. La menuda y graciosa sherpa estaba tomando el pedido a un grupo desenderistas estadounidenses.

    Nosotros tener hambre le gritaba en pidgin un tipo rubicundo, parodiando elacto de comer. Querer pa-ta-tas. Ham-bur-gue-sa de yak. Co-ca Co-la. Haber?

    Desean ver el men? pregunt la sherpa en un ingls difano con ligeroacento canadiense. Tenemos una gran variedad de platos. Y creo que an queda unpoco de pastel de manzana recin salido del horno, si les apetece de postre.

    El estadounidense, incapaz de comprender que aquella montaesa de piel morena

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    estaba hablndole en perfecto ingls, sigui echando mano de su cmico argot:Men. Estupendo. S, s, nosotros querer ver men.

    Los sherpas siguen siendo un enigma para el comn de los extranjeros, quienestienden a verlos bajo un prisma romntico. La gente que no est familiarizada con la

    demografa del Himalaya suele suponer que todos los nepaleses son sherpas, cuandode hecho no hay ms de 20.000 de stos en todo Nepal, una nacin que supera losveinte millones de habitantes y cuenta con unos cincuenta grupos tnicos distintos.Los sherpas son gente de las montaas, budistas devotos cuyos antepasadosemigraron al sur desde Tbet hace cuatro o cinco siglos. Hay aldeas sherpasdiseminadas por todo el Himalaya al este de Nepal, y aunque pueden encontrarsecomunidades de sherpas en Sikkim y Darjeeling, en India, el corazn del pas sherpaes el Khumbu, un puado de valles que desaguan la falda meridional del Everest. Se

    trata de una regin pequea y asombrosamente accidentada, en la que no seencuentran carreteras ni coches ni vehculos de ruedas.

    Cultivar la tierra es difcil en los elevados, fros y angostos valles, de modo que laeconoma tradicional sherpa siempre estuvo ligada al yak y al comercio entre Tbet eIndia. Luego, en 1921, los britnicos pusieron en marcha la primera expedicin alEverest, y su decisin de contratar nativos como ayudantes transform de formaradical la cultura sherpa.

    Dado que el reino de Nepal mantuvo cerradas sus fronteras hasta 1949, el primerreconocimiento del Everest y las ocho expediciones siguientes tuvieron que hacer suaproximacin desde el norte, cruzando Tbet, de modo que no tocaron la regin delKhumbu. Pero esas nueve primeras incursiones procedan de Darjeeling, adondemuchos sherpas haban emigrado y donde se haban ganado entre los colonos fama deser afables, inteligentes y muy trabajadores. Por otro lado, como haban vividodurante generaciones en aldeas situadas entre los 2.000 y los 4.200 metros de altitud,los sherpas estaban fisiolgicamente adaptados a los rigores de las grandes alturas.

    Por recomendacin de A. M. Kellas, un mdico escocs que haba escalado y viajadoen compaa de sherpas, la expedicin al Everest de 1921 contrat a un buencontingente de stos como porteadores y ayudantes de campamento, prctica quedesde entonces ha venido siguiendo la gran mayora de las expediciones posteriores.

    Para bien o para mal, durante las dos ltimas dcadas la economa y la cultura delKhumbu se han visto vinculadas irrevocablemente a la creciente afluencia desenderistas y escaladores, de los que unos quince mil visitan anualmente la regin.Los sherpas que han aprendido tcnicas de escalada y han subido hasta lo ms alto de

    los picos sobre todo los que han coronado el Everest gozan de gran estima en suscomunidades, pero los que alcanzan el estrellato corren tambin el riesgo de perder lavida: desde el ao 1922, cuando siete sherpas resultaron muertos en un alud de nieve

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    durante la segunda expedicin britnica, un nmero desproporcionado de ellos haperdido la vida en el Everest; en total, cincuenta y tres, lo que significa un tercio detodas las vctimas que se ha cobrado el Everest.

    Pese a los riesgos, existe una dura competencia entre los sherpas por los doce adieciocho puestos de trabajo de una tpica expedicin. Los empleos ms buscados son

    la media docena de vacantes para escaladores experimentados, que pueden esperarunas ganancias de entre 1.400 y 2.500 dlares por dos meses de duro trabajo, unsueldo apetecible en una nacin sumida en la pobreza y con una renta anual per capitade 160 dlares.

    El creciente trfico de alpinistas y senderistas occidentales ha hecho surgir nuevoslodges y casas de t por toda la regin del Khumbu, pero donde el auge de laconstruccin resulta ms evidente es en Namche Bazar. Camino de ste me cruc conun sinfn de porteadores que venan de los bosques con vigas de madera recin

    cortada, que deban de pesar ms de 45 kilos; por ese trabajo abrumador cobrabanunos tres dlares diarios.

    Quienes han visitado a menudo el Khumbu lamentan el auge del turismo y elcambio que ste ha producido en lo que los primeros escaladores occidentalesconsideraban un paraso terrenal, un Shangri-La. Valles enteros han sido deforestadospara hacer frente a la enorme demanda de lea. Los adolescentes que rondan por elcentro de Namche es ms probable que vistan tejanos y camisetas de los ChicagoBulls que las prendas tradicionales. En las casas, la gente pasa el rato viendo la ltima

    de Schwarzenegger en vdeo.La transformacin de la cultura en el Khumbu no ha trado consigo una mejora

    general, pero no o que muchos sherpas se quejaran de los cambios. Las divisas queaportan el deporte de la escalada, as como las subvenciones de organizacionesinternacionales de beneficencia, han servido para crear escuelas y hospitales, reducirla mortalidad infantil, construir puentes y llevar la energa hidroelctrica a Namche yotros pueblos. Resulta un tanto paternalista por parte de los occidentales lamentar laprdida de aquellos buenos viejos tiempos en que todo era mucho ms simple ypintoresco en el Khumbu. La mayora de la gente que habita esta accidentada reginno parece tener deseos de que la excluyan del mundo moderno o del aluvin delprogreso humano. Los sherpas no quieren, por nada del mundo, que los conservencomo especmenes en un museo antropolgico.

    Un caminante curtido y debidamente aclimatado a la altitud podra cubrir ladistancia entre el aerdromo de Lukla y el campamento base del Everest en dos o tresdas. Sin embargo, como casi todos nosotros venamos del nivel del mar, Hall tuvocuidado de hacernos andar a un paso ms lento para que nuestros cuerpos tuvierantiempo de adaptarse al aire cada vez ms enrarecido. Normalmente no andbamosms de tres o cuatro horas diarias. Algunos das, si el itinerario marcado por Hall

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    precisaba de una mayor aclimatacin, no nos movamos de donde estbamos.El 3 de abril, despus de una jornada de aclimatacin en Namche, reanudamos la

    marcha hacia el campamento base. A veinte minutos del pueblo dobl un recodo ydivis un panorama espectacular. Seiscientos metros ms abajo, abriendo unaprofunda grieta en el lecho de roca, el Dudh Kosi pareca un retorcido hilo de plata

    que surga de entre las sombras. Tres mil metros ms arriba, la enorme aguja del AmaDablam se cerna sobre la cabecera del valle como una aparicin. Y dos mil cienmetros an ms arriba, empequeeciendo al Ama Dablam, se alzaba la cumbre heladadel Everest, casi oculta por el Nuptse. Como pareca ser norma, un penachohorizontal de condensacin surga de la cima como humo congelado, delatando lapresencia de fuertes corrientes atmosfricas.

    Me qued mirando el pico durante una media hora, tratando de asimilar qu sesentira en aquel pice barrido por el viento. Aunque haba subido cientos de

    montaas, el Everest era tan diferente de cuanto haba escalado hasta entonces que miimaginacin no pudo ponerse a la altura de las circunstancias. Aquella cima parecatan fra, remota e inexpugnable que sent como si participara en una expedicin a laLuna. Mientras reanudaba la ascensin, mis emociones oscilaron entre la impacienciay una casi insuperable sensacin de terror.

    Aquella tarde llegu a Tengboche[11], el mayor y ms importante monasteriobudista del Khumbu. El sherpa Chhongba, un hombre irnico y pensativo que sehaba sumado a la expedicin como cocinero, se brind a concertar una entrevista con

    el rimpoche, el jefe de todos los lamas de Nepal nos explic Chhongba, unhombre muy santo. Justo ayer ha terminado un largo perodo de meditacin. En losltimos tres meses no ha hablado una sola palabra. Nosotros seremos los primeros envisitarlo. Es un buen augurio. Doug, Lou y yo entregamos cada uno cien rupias(aproximadamente dos dlares) a Chhongba para que comprase unos katas pauelos ceremoniales de seda blanca. Luego nos quitamos las botas y Chhongbanos condujo a una pequea estancia situada detrs del templo.

    Cruzado de piernas sobre un cojn de brocado y envuelto en un hbito color vinotinto, haba un hombre pequeo y orondo con una calva reluciente. Pareca muy viejoy cansado. Chhongba hizo una reverencia, habl unos momentos con l en sherpa ynos indic que nos acercramos. El rimpochenos bendijo a los tres, por turnos, y nosci al cuello los pauelos que habamos comprado.

    Despus sonri beatficamente y nos ofreci t. Este kata has de llevarlo hasta lacumbre del Everest[12]me dijo Chhongba en tono muy solemne. Eso agradar aDios y ahuyentar los peligros.

    Como no saba de qu modo actuar delante de tan divina presencia, reencarnacinviviente de un antiguo e ilustre lama, me daba pnico ofenderlo o darinvoluntariamente un irremediable paso en falso. Mientras yo sorba t dulce, su

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    santidad se puso a buscar en un armario, sac un libro grande y profusamentedecorado y me lo entreg. Me limpi las manos en el pantaln y lo abr con ciertonerviosismo. Era un lbum de fotos. Result que el rimpoche haba viajadorecientemente a Estados Unidos, y el lbum mostraba varias instantneas de superiplo: su santidad en Washington delante del Lincoln Memorial y el Museo del Aire

    y el Espacio; su santidad en California, en el muelle de Santa Mnica. Ms contentoque unas pascuas, el hombre me seal dos de sus fotografas favoritas: su santidadposando junto a Richard Gere, y otra en compaa de Steven Seagal.

    Los seis primeros das transcurrieron en un mar de ambrosa. El camino nosllevaba por claros de enebro y abedules enanos, pinos azules y rododendros,atronadoras cascadas, seductores jardines de cantos rodados, arroyos cantarines Elcielo valquiriano estaba erizado de picos que yo conoca de pequeo por los libros.Como la mayor parte del equipaje viajaba a lomos de yaks o de porteadores, mi

    mochila contena poco ms que una chaqueta, algunas barritas energticas y micmara fotogrfica. Sin peso y sin prisas, gozaba sencillamente de caminar por unpas extico, lo cual me produca una especie de trance, pero la euforia no me durabamucho. Tarde o temprano recordaba hacia dnde nos dirigamos, y la sombra delEverest me devolva rpidamente a la realidad.

    Cada cual marchaba a su ritmo, parbamos para refrescarnos en las casas de t y acharlar con quienes nos cruzbamos.

    Enseguida frecuent la compaa de Doug Hansen, el empleado de Correos, y de

    Andy Harris, el gua ms joven de Rob Hall. Andy o Harold, como lo llamabanHall y todos sus amigos neozelandeses era un hombre alto y robusto con lacomplexin de un jugador de ftbol americano y esa especie de tosca gallarda de lostipos que salen en los anuncios de cigarrillos. En invierno tena mucho trabajo comogua de esqu y piloto de helicptero. Los veranos trabaj