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MAGIA AZUL “El Rey, el Mago, las Hadas y el Arlequín”

(La Estrella del Deseo)

Autor: García León, Luis Eduardo

Alias: Halflyn

Sitio Web: http://halflyn.wordpress.com/

Caracas-Venezuela

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INDICE

Prólogo………………………………………………………………………...1

Cap. I

“Eliza”…………..…………………………………………………………..…5

Cap. II

“Aghata”………………………..…………………………….……………...10

Cap. III

“Igor”………………...………………………………………………………14

Cap. IV

“Roxane”……………………………………………………….……............21

Cap. V

“Marcos”…………………….……………………………….………………35

Cap. VI

“Victor”………………………………………………………………………42

Cap. VII

“Monstruo”……………..……………………………………………………47

Cap. VIII

“Arjeck”……………………………………………..……………………….57

Cap. IX

“Día I”……………………………………......................................................60

Cap. X

“Día II”…………………………………......................................................66

Cap. XI

“Día III”…………………………………......................................................73

Cap. XII

“La Luna”………………………………......................................................87

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PROLOGO

Solemos vivir con la creencia que nuestras vidas son penosas y ago-

nizantes, vemos nuestras tragedias como las únicas existentes en el universo.

Creemos que nuestra mísera presencia, nuestro patético rastro es digno de

atención por los dioses, quienes a según nosotros serán compasivos otorgán-

donos buena fortuna.

Pero la verdad es, que ni los rezos ni los sacrificios de una vida de

servidumbre los conmueve en sus torres de divinidad, inalterables y mágicas

imposibles de soñar y tocar para nuestra mundana existencia. Somos víctimas

solitarias de nuestro propio vivir, no existe esperanza alguna de ser escuchado

por otros que no seamos nosotros mismos y con suerte, algún otro de nuestra

especie.

Y ante un destino marcado con tanta miseria, nos empeñamos en

aferrarnos a lo efímero, a aquello que no podemos alcanzar, librando batallas

imposibles por sueños inalcanzables. No aceptamos que el único camino es la

resignación o la templanza, pues quienes no están dispuestos a sufrir no son

merecedores de nada, ni siquiera la vida.

Es la vida el penoso regalo que por defecto de nuestra especie reci-

be, es por eso que nuestra única opción es construirnos una dignidad, una que

nos permita llevar la pesada carga de existir, una que nos permita arrastrar el

dolor inconmensurable de saber que los dioses solo posan sus ojos en nosotros

para jugar a los dados o complacer sus caprichos. Podríamos como especie

lamentarnos por la eternidad, o darle forma a nuestros deseos mediante la

voluntad, forjándolos con sangre y sufrimiento… porque de eso hay mucho.

Quienes no acepten el dolor, quienes no amen el sufrimiento, quie-

nes se horroricen de su propia monstruosidad, entonces están apenados de

vivir…

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CAPITULO I

“Eliza”

or ira o frustración la golpeó, haciéndola caer al suelo con su cabeza a

gachas, para luego marcharse y dejarla a solas en medio de la oscuridad

de aquella prisión de piedra que tantos lamentos y recuerdos tristes

guardaba.

Una vez más Eliza lloraba. No importaba su belleza, no importaba

su poder, no importaba su lealtad y ni siquiera su amor; una vez más se en-

contraba sola y triste únicamente en la compañía de las sombras sonrientes y

de las gárgolas, que inmóviles, observaban otro desprecio y maltrato de su

amor imposible y eterno torturador.

Y sin más remedio, optó por lo mismo que siempre había optado en

ocasiones anteriores, llorar y olvidar. Aunque muy en el fondo sabía que su

alma envenenada no borraba ninguno de los maltratos y desprecios.

Siempre elegante y hermosa se levantó, recogiendo con cuidado su

vestido azabache de armazón, se detuvo para encontrar su ganchete dorado

en forma de libélula y luego arregló su negro, liso y largo cabello. No quiso

mirar atrás, sabía que ahí se encontraba parado Igor, quien con su rostro pé-

treo la observaba entre todas las gárgolas con expresión recriminatoria. Sabía

que de poder hablar seguramente le reclamaría por todos los abusos que había

dejado pasar, en especial cuando solo bastó una pequeña decepción para que

él a diferencia de Víctor, terminara convertido en piedra. Aun así, él la seguía

amando, no podía odiarla por haberlo convertido en un guardián imperecede-

ro de piedra, pues de alguna forma ella había cumplido su mayor deseo, poder

cuidarla eternamente.

-¡Márchate Igor, no deseo que me sigas mirando, he tenido suficiente en el

día de hoy!

Bastaron estas palabras para que la figura gigantesca se sumergiera

en la pared, desvaneciéndose y fundiéndose con la estructura de la mazmorra.

Eliza sabía que Igor no se había marchado del todo, que aún seguía ahí, ob-

servándola siempre atento, protector. Eso le bastaba, se sentía aliviada con no

tener su presencia cerca o por lo menos no de manera demasiado evidente.

Caminó tranquila entre los calabozos, sus gárgolas la contemplaban, ninguna

se atrevía a mencionar palabra alguna, todas callaban y temían, pues sabían

que su ama se encontraba, aunque en apariencia tranquila, en espíritu ator-

mentada y que provocarla podría terminar en la muerte o en algún destino

peor, ya comprobado por muchos.

P

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Mientras más se adentraba en la oscuridad, podía escucharse con

mayor claridad el sonido de las trompetas y los hombres que luchaban feroz-

mente; al llegar a las escaleras, se detuvo tomando aire para luego sonreír de

manera pacífica como si nada hubiese ocurrido, con cuidado levantó su vesti-

do y comenzó a ascender, así hasta que la oscuridad se vio interrumpida por la

luz del sol. Pudo observar un vasto campo de batalla al salir al balcón, el cual

se encontraba adornado por las llamas y los heridos. Pudo contemplar a los

hombres del rey quienes desesperados y de manera inútil contenían a las

tropas enemigas, la imagen apenas la sorprendió, por el contrario le resultaba

aburrida y familiar deseaba en silencio que aquella guerra de egos acabase de

una vez por todas. Ciertamente, la guerra le había dado excusa para poner a

prueba muchas de sus teorías, resultaba fascinante como los hombres dejaban

de lado el miedo a lo prohibido y hacían lo que fuese por alcanzar la victoria;

cosa que siempre el maestro de Eliza supo y quien al final de sus días, pudo

ratificar, cuando esta lo convirtió en uno más del ejercito pétreo ante la mira-

da de todos, quienes solo guardaron silencio… esto es lo que llaman un secre-

to a voces.

A un lado pudo observar a Marcos, quien yacía en el balcón conti-

guo, era el jefe militar de las tropas de Víctor y que al igual que ella deseaba

el fin de aquella ridícula guerra; un reino comerciante con un pueblo inclinado

al estudio y la filosofía no estaba preparado para la lucha. Sin embargo, no

había forma de hacerle entender eso a Víctor. Todos en aquel castillo sabían

que la confrontación no habría comenzado si su amado rey no tuviese una

lengua tan larga como su ego, pero el daño ya estaba hecho. Eliza volteó a

mirarlo cortésmente y le sonrió, ya se había vuelto costumbre tanto por el

hecho de que se habían visto obligados a trabajar juntos desde el comienzo,

como por el hecho que era Marcos uno de los pocos en el castillo con los que

podía hablar sinceramente sobre el comportamiento de su amado.

Con una leve sonrisa, Marcos correspondió al saludo y respondió

con frivolidad:

-¿Supongo que Víctor está demasiado ocupado destrozando las pertenencias

del castillo? ¿Alguien se ha tomado la molestia de explicarle que una guerra

se gana enfrentándola y no con rabietas?

-Creo que se lo expliqué más de una vez, sin embargo, parece no entenderlo.

Al parecer se debe a que está demasiado sumergido en su soberbia y su mie-

do a perderlo todo- Marcos observó la mejilla enrojecida de Eliza.

-Veo que nuevamente descargó su frustración contigo, todavía me pregunto:

¿Cuándo será el día en que nos hagas un favor y lo vuelvas parte de la deco-

ración del castillo…? Creo que aún hay espacio para una gárgola más.

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Eliza no recibió de muy buena manera aquel cometario, en su ex-

presión se podía ver la incomodidad ante las filosas palabras de Marcos, sin

embargo, tampoco respondió, sabía que él al igual que Igor tenían razón por

lo que lo único que pudo hacer fue ocultar su rostro.

-¿Por qué no nos ocupamos mejor de la guerra? Nuevamente están apunto de

cruzar las defensas de tus hombres de papel- Dijo Eliza, dando punto final al

tema.

Marcos, quien toda su vida se había caracterizado por ser un hombre

de lengua ágil e inteligente decidió callar, sabía que no era el momento propi-

cio para hablar de aquel asunto, tanto por el hecho que las tropas enemigas

estaban demasiado cerca, como por el hecho de que no era bueno provocar a

Eliza… no fuese a ser él quien terminara siendo la nueva decoración del

castillo. También sabía que sus palabras rondarían la cabeza de Eliza durante

días, como ya tenían tiempo haciéndolo, y a sabiendas que su veneno poco a

poco la invadiría, con su sonrisa característica, miró al frente y con voz fuerte

y clara comenzó a replegar a las tropas ordenándoles que se refugiasen en el

castillo.

Los hombres emprendieron la retirada como en otras veces para de-

jar a cargo la situación a manos de los hechiceros del rey; ya se había vuelto

costumbre que fuesen los magos del reino quienes mantuviesen el control,

pues las fuerzas militares resultaban insuficientes y solo servían como distrac-

ción. Los arqueros comenzaron su lluvia de flechas para dar tiempo a los

hombres a llegar al castillo y recoger a los heridos; lentamente en las murallas

del castillo, los acólitos vestidos con túnicas negras que cubrían sus rostros

hacían su aparición, sosteniendo cráneos humanos junto con reliquias tan

sombrías como su presencia. Eliza aguardaba paciente, en silencio, a que

Marcos le indicara el momento en el que ella y sus discípulos debían actuar.

Los enemigos se acercaban con paso firme e indetenible, la caballe-

ría y las tropas avanzaban arrancándole la vida a cualquier incauto que hubie-

se perdido su camino. Las máquinas de guerras marchaban cerca de los hom-

bres, escupiendo fuego y rocas, destruyendo las murallas del castillo. En el

interior, los habitantes temían y se refugiaban del fuego enemigo como mejor

podían, el caos reinaba e incluso los mismos soldados corrían desorientados

ante la impotencia de no poder responder al avance enemigo.

-¡Ahora Eliza, libéralas!- Exclamó Marcos, tenso ante la cercanía del enemi-

go, en esta ocasión se estaban aproximando más veloz que nunca y parecían

no sentir el ataque de las flechas incandescentes y las catapultas de la muralla.

Sus ojos se dilataban cada vez más, el ejército se encontraba demasiado pró-

ximo al castillo, mientras las puertas de la muralla estaban siendo detenidas

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por los arpones que la sujetaban y que eran halados por las bestias de guerra y

las máquinas atroces.

Eliza permanecía inmóvil, inmutable, observando el espectáculo;

sus acólitos al igual que ella no emitían palabras o movimiento alguno, aun

así les costara la vida. Marcos y sus soldados se encontraban aterrados ante la

actitud fría y despreocupada de los inhumanos hechiceros, fue cuando la

desesperación lo invadió que con un grito de lo más profundo de su alma la

llamó a presencia.

-¡ELIZAAA…!

Los cráneos se alzaron en el aire, las manos que los sujetaban de-

rramaban la tinta carmesí del diablo, liberada por la daga que en la parte

superior había sido fijada. Sin embargo, no había dolor, no había expresión,

solo había ojos negros, profundos y demoniacos, y palabras oscuras que eran

pronunciadas de manera nefastas por Eliza y sus acólitos. Gritos espeluznan-

tes comenzaron a retumbar en el aire, el cielo se tornó negro y la lluvia se

hizo presente, extinguiendo el fuego aliado y enemigo; por un momento todo

se calmó, el agua detuvo todo ayudada por el cielo quien amenazaba con

tormenta. Fue entonces cuando las pudieron ver. De la piedra, ojos rojos

como sangre comenzaron a aparecer, garras afiladas y brazos monstruosos

alaban hacia el interior de la muralla a los soldados enemigos, mientras que

aquellos que no poseían presa cercana comenzaban a sujetarse del borde para

salir de la roca liberando su cuerpo.

Gárgolas de tamaños y formas incontables comenzaron a surgir, sus

gritos se escuchaban atravesando el cielo, mientras en veloz vuelo atacaban a

los soldados que se encontraban fuera de la muralla arrojándolos desde lo

alto, cayendo en picada y aplastando sus cráneos o simplemente quemándolos

con su aliento ardiente.

Fue entonces cuando Marcos recobró el aliento y el color, su cuerpo

se encontraba tenso y el sudor recorría su frente; de manera recriminatoria

pero a la vez confundido volteó a mirar a Eliza, quien si mediar palabra solo

retiró el cráneo de su mano arrojándolo contra el piso en una expresión de

desprecio, marchándose para detenerse entre la luz y la sombra.

-¡Tal vez debería hacerte caso, aún queda mucho espacio para nuevas gárgo-

las…!

El día transcurrió, y nuevamente la tarde había traído para Eliza la

soledad, quien permanecía en los jardines de palacio lamentándose en silencio

y con llanto sollozo, añorando tiempos pasados y mejores, pero que nunca

regresarían a ella. Todos la conocían como una mujer sombría, todos le te-

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mían alejándose de ella y condenándola a una soledad que no deseaba, sin

embargo, su alma guardaba una calidez que luchaba por salir, una calidez que

durante años había sido reprimida por verse obligada a endurecerse como sus

frías e inhumanas gárgolas. Con frecuencia solía ir a los jardines a pensar, a

despedirse del día contemplando la idea de dar fin a su sufrimiento en un acto

final que liberaría a su espíritu torturado. No obstante, siempre algo la dete-

nía.

Y esa tarde no sería la excepción, ahí estaba aquello que le recorda-

ba porqué aún vivía; entre la inmensidad de los pasillos una risa infantil re-

tumbaba trayendo alegría, apartando el miedo y la preocupación, desvane-

ciendo la guerra y el odio, haciendo parecer un sueño a aquel lugar apartado

del mundo y sumergiéndolo en su propia fantasía. Durante años había visto a

Ezequiel crecer y ya era una costumbre que soliera observarlo merodeando

con su nana por los jardines de palacio, complaciendo su infinita fascinación

por los atardeceres. Eliza tenia ordenes estrictas de Víctor de mantenerse

alejado de su heredero, no obstante, como muchos en palacio ella hacia caso

omiso de esto, siempre procurando hacerlo de forma discreta, tanto porque el

niño disfrutaba de su compañía, como porque no deseaba perjudicar a la

anciana nana que durante años había sido su cómplice silenciosa y le había

permitido compartir con el infante.

Y una vez más ahí estaban reunidos en el atardecer, en medio de la

inmensidad del jardín, entre las flores y las luces de un sol que caía y anun-

ciaba la llegada de la noche. Ezequiel contaba con entusiasmo las experien-

cias del día y relataba con emoción como había sido valiente durante el ataque

enemigo, a su vez Eliza escuchaba con atención, siempre sonriente, libre de

alguna falsa emoción y observándolo con ojos brillantes… parecía feliz,

parecía viva, parecía estar en paz con ella misma. La nana observaba desde

lejos, sentada en un banco entre las flores, mientras que con paciencia y dedi-

cación tejía aprovechando los últimos rayos del sol; ella más que nadie sabía

que no debía dejarlos estar juntos, ella sabía que si Víctor se enteraba su

cabeza rodaría. Aun así bien valía la pena, porque en el fondo tanto el niño

como Eliza eran felices, como nadie sabia serlo en palacio y como todos

habían olvidado por la crueldad de la guerra y la ambición de sus deseos.

La noche llegó y nuevamente la felicidad se marchó, Eliza lenta-

mente recuperaba su semblante melancólico y triste, mientras estrechaba entre

brazos a Ezequiel, quien afectuosamente se despedía recordándole que maña-

na la esperaría nuevamente en aquel jardín. Y mientras decía adiós, Eliza solo

podía callar y tragar para sí aquel terrible tormento que retumbaba en su

mente -Tan solo una vez… si tan solo una vez, yo desearía…-

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Ezequiel se desvaneció, sostenido por la mano afectuosa de nana,

quien mientras se alejaba observaba con pena a Eliza a sabiendas que otra vez

su alma moriría de pena y tristeza.

-¡Deberías tener cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que se pueda

cumplir!- Aseguró una voz desde más atrás de Eliza, una vez que Ezequiel ya

se había marchado del alcance de su vista.

Eliza no se impresionó, reaccionó con cautela y conservando su

compostura, dirigió unas palabras a su visitante:

-¡Si eres un mensajero, habla rápido, aún queda mucho espacio en las pare-

des del castillo para otra gárgola más, en especial para un sirviente imperti-

nente y si eres un asesino o algo parecido, no ha sido prudente revelarte de

esa manera… espero que tengas unos pies tan ágiles como tu lengua!

El hombre permaneció tranquilo, por el contrario pareció reír ante el

comentario de Eliza y sin temor alguno comenzó a caminar rodeándola hasta

llegar frente a ella.

-Disculpe mis malos modales, permítame presentarme: Soy yo quien deambu-

la por el desierto tomando la falsa verdad de los hombres, soy el artista

eterno quien personifica a los vivos y a los muertos, mis nombres son muchos,

pero en esta ocasión puede llamarme Numis… el gran maestro de ceremonia.

Eliza observaba con cautela, algo en aquel hombre de blanco y ros-

tro cubierto de marfil no le inspiraba tranquilidad.

-No se alarme joven dama, tengo tiempo escuchando su lamento, se que no

resulta cortes espiar a nadie, pero no pude evitar acercarme al oír un llanto

tan triste como el suyo ¡Pobre, pobre alma en desgracia…! Cuanto dolor

guarda dentro de sí, cuanto anhelo de lo perdido… nadie la comprende, tal

vez… solo yo.

Eliza observó al hombre de marfil con severidad, dirigió su mirada

fijamente al rostro y sin nunca desviarla respondió:

-¡No juegues conmigo extranjero… no es un buen juego para ti!

-Pero niña, no he comenzado a jugar. Solo he venido porque tú me has lla-

mado, ¿Acaso no fuiste tú quien…?– Y haciendo una pausa dirigió la mano a

su rostro, retirando la máscara de blanco marfil; Eliza reaccionó con horror al

ver su propia imagen en el cuerpo del hombre, quien pronunciaba su pensa-

miento a un incluso con su voz -Tan solo una vez… si tan solo una vez, yo

desearía…

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Eliza retrocedió y con un gesto de su mano brotaron del suelo gár-

golas que irrumpieron en la belleza del calmado y silencioso jardín, ahora

sumergido en la oscuridad de la noche.

-No cabe duda, debes ser un hechicero al igual que yo. ¿Por qué has venido

hasta estas tierras, Ilusionista? En esta tierra los trucos como los tuyos no

son bien recibidos, todos aquellos que han vivido de su arte han muerto

penosamente, incluso los nigromantes debemos temer.

El hombre quien portaba ahora su rostro siguió caminando mientras

reía, esbozando una maliciosa sonrisa, así dio varias vueltas alrededor de

Eliza hasta detenerse recostándose de una de las gárgolas.

-¿Ilusionista? ¿Dónde? ¿Quién? ¿Yo? ¡Jajajajaja! En lo absoluto, los ilusio-

nistas hacen trucos baratos, yo por el contrario no soy mago, ni soy hombre,

solo soy. Observa mi rostro o mejor dicho, tú rostro, es tan verdadero como

el tuyo y por serlo, tanto el tuyo como el mío son falsos, ahora queda a tu

elección seguir indagando sobre lo que soy y buscar una verdad inalcanzable

y dudar siempre si es una mentira ¿O…? ¡Permitirte una vez más una opor-

tunidad y tal vez recuperar a Ezequiel si me escuchas atentamente…!

El rostro de Eliza mostró estupefacción, tal vez asombro, miedo o

perturbación; eran demasiados sentimientos juntos, difíciles de expresar.

¿Quién era aquel hombre de blanco que parecía saber tanto de ella?, a pesar

del miedo y la desconfianza que le causaba decidió escuchar.

-Habla, te escucho. Si querías mi atención la has logrado, se breve.

El hombre sonrió y colocando la máscara nuevamente en su rostro y

retomando su voz original dijo:

-Conozco quien puede cumplir tu deseo… es el hijo de las hadas, yo puedo

decirte como llamarlo, vive y respira para tan solo complacer el deseo ajeno

y nunca el propio, su alma está vacía y no desea nada, por lo cual no te co-

brará…

-¡Pero nadie en su sano juicio pactaría con un hada o con nada que se rela-

cione con ellas, ni siquiera el mago más insensato!– Afirmó Eliza.

-Niña, niña, niña… ¡Relájate! Este hombre puede cumplir cualquier deseo,

¡Cualquiera! Incluso traer a alguien de la muerte, hasta donde recuerdo los

nigromantes no pueden hacerlo ¿O sí? Pero queda a tu elección, puedes

seguir viviendo esta farsa de vida o vivir en una realidad con tu verdad.

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-Sé que nada es de gratis, si este hombre puede conceder lo que sea habrá

que pagar un precio ¿Cierto?- Inquirió Eliza, mostrando interés creciente en

la palabras maliciosas y tentadoras del hombre de marfil.

-No es nada a lo que no estés acostumbrada, dime: ¿Quién en su vida ha

actuado sin tener que responder a las consecuencias? Tú como nigromante

deberías saberlo mejor que nadie, tu magia exige sangre, es el precio del

poder, del conocimiento que les arrebataron a los dioses. Si lo deseas puedo

traerlo para ti, eso sí, una vez que este aquí no se marchará hasta que el

último deseo haya sido cumplido… piénsalo y llámame cuando hayas decidi-

do, bastará con que pronuncies mi nombre frente a un espejo- Así se desva-

neció al retirar la máscara de su rostro, ayudado cómplicemente por el viento

quien entre polvo y hojas devolvió a Eliza a la soledad del jardín, en donde ni

las gárgolas, ni el hombre de marfil se encontraban y donde lo único, era una

máscara sonriente a su pies. Era la prueba de que aquello que había vivido, tal

vez, no era una ilusión.

-No debería, pero…- Se repetía Eliza así misma una y otra vez, algo dentro de

ella le advertía que debía huir de aquel lugar, algo le decía que debía confiar,

que la desgracia se encontraba próxima y que la guerra no sería nada en com-

paración a lo que les esperaba, sin embargo, no podía dejar de pensar, no

podía dejar de desear…

Y así, en medio de la noche, entre la oscuridad, se sumergió entre

recuerdos y deseos tan solo acompañada por la luz de la brillante Luna quien

hoy sonreía de forma inusual, entre un silencio perturbador que sembraba

miedo en los corazones y hacia respirar desconfianza de lo conocido y el

porvenir.

-Solo tres noches… solo tres…– Susurró Luna en el viento, mientras Eliza

buscaba desorientada su voz, temía que hubiese llegado el día en que su de-

mencia pudiese más que ella; las estrellas guardaban silencio, tan solo dejan-

do ver en el cielo nocturno a la estrella azul que amenazaba con su llegada.

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CAPITULO II “Agatha”

abló Agatha de manera apacible: -Adelante, te esperaba, habías

tardado demasiado, pensé que recurrirías a mi mucho antes… no me

lo tienes que decir, sé lo que te ha traído a mí y lo que deseas pre-

guntar Eliza, pero lo cierto es que yo tampoco conozco la respuesta.

-¿Entonces debo conformarme con caminar de manera incierta, de que sirven

tus dones anciana si no eres capaz de predecir el futuro?- Dijo Eliza con

frustración, mientras en su mano sostenía la máscara de aquel hombre que

había aparecido para perturbar su inexistente tranquilidad.

-No debes temer, el no actuará si no le conceden permiso, las reglas que ha

impuesto son claras y verdaderas, es lo único que he podido ver en la línea

del destino, pero mis cabellos que en ellos se escribe el destino también me

han revelado que está escrito que: él no desistirá y que si no logra tentarte a

ti para que llames a aquel que pertenece a las hadas entonces… tentará a

cualquier otro, incluso… a Ezequiel.

Solo bastaron aquellas palabras para que al igual que la sombra al

amanecer, Eliza se marchara de la habitación, dejando a solas a la anciana.

Agatha no había dicho otra cosa más que la verdad, no tenía por qué mentir,

no existían intenciones humanas capaces de ocultarse ante su presencia; era

por eso que estaba condenada a vivir en aquel cuarto, sola, sumergida en la

oscuridad y en el vacío del espacio eterno donde el tiempo nunca fluye. Su

historia no era muy distinta a la de su maestra, ni resultaba tampoco un des-

tino ajeno a cualquiera que decidiese ser un adivinador; ver el presente, el

pasado y el futuro requería algo más que solo talento para la magia, requería

un sacrificio más allá de la sangre o del cuerpo, Agatha lo sabia bien y lo

había aceptado con resignación.

Alguna vez había sido una joven hermosa, una joven de familia, que

gozó de los más altos privilegios que el hijo de un noble podía aspirar. Pero

solo bastó que la muerte tocara a su puerta y que con su visita le arrebatara al

ser que más amó, su padre. La demencia se apoderó de ella convirtiéndose en

su amiga y consejera, y fue siguiendo su consejo que se entregó a una vida de

frustraciones y miedo, o mejor dicho a las artes de la adivinación, pues nunca

más algo sucedería sin que ella lo supiese, sin que ella lo pudiese prevenir, sin

que ella estuviese preparada; así renunció a todo, a sus lujos, a sus amigos, a

su esposo, a su derecho real de regir como la sucesora del reino, a su visión,

incluso… a su hijo. Fue así como renunció a lo último que le quedaba, su

libertad, y se confinó en una de las habitaciones del castillo para nunca más

salir de ella, perdiéndose en un lugar que iba más allá del el espacio y el

H

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tiempo, un lugar que no pertenecía a la realidad y donde nadie la podría al-

canzar o por lo menos… eso pensó.

Ciertamente, su sacrificio había tenido su recompensa, ahora ella

había logrado por mucho más lo que su maestra alguna vez logró. Con el

pasar de los años, sus cabellos crecieron sin que nada los detuviese y bien sea

por capricho de los dioses, del destino o de la misma magia que día y noche

practicó dentro de aquella habitación, cuyo espacio no pertenecía a la reali-

dad, que ahora en ellos se escribía el destino. Esto era algo inusual, algo que

cualquier mago no sabría si agradecer o rechazar; sus cabellos le permitían

definir hechos, situaciones, nombres con una exactitud perfecta, Agatha nunca

se equivocaba en una predicción, o por lo menos nunca lo había hecho duran-

te el tiempo incontable que llevaba de confinamiento solitario. Pero su magia

era más poderosa que simplemente predecir con un cien por ciento de exacti-

tud, ella era distinta a otros adivinadores, pues había aprendido a manipular el

destino y podía influir en sucesos por acontecer, en sucesos que estuviesen

aconteciendo o incluso en sucesos ya acontecidos; esto tenia su precio. Su

magia la hacia envejecer de manera atroz, según lo drástico que manipulara al

destino su cuerpo se desgastaría, razón por la cual casi nunca hacia uso de

este talento y razón por la cual Víctor la mantenía bajo llave, lejos de cual-

quiera que pudiese querer manipular el destino más allá de su voluntad.

Agatha no era devota de Víctor, a pesar de que este fuese el último

de sus cuatro hijos que aún vivía. Él la mantenía confinada no solo por miedo

a que alguien considerara manipular el momento donde dio muerte a sus

hermanos y padre, tan solo para ascender al trono, sino por que ella mejor

que nadie sabia lo corrupto de su alma; al fin y al cabo, aquella semilla había

nacido de su vientre y había sido ella quien lo vio crecer bajo la mano estricta

y dura de su difunto esposo. Pero el desprecio de Agatha por Víctor iba más

allá de que ella supiese que este era una mala semilla, ella amaba a Eliza

como a una hija y siempre se lamentó desde el primer momento, cuando lo

que alguna vez fue una joven dulce posó sus ojos sobre su hijo, al cual ella

amaba pero conocía con claridad la naturaleza maligna que su esposo había

forjado en su obsesión de dejar un heredero digno de la corona.

Si alguien no guardaba respeto por Víctor era Agatha, cosa por la

que solo aparte de él, Eliza era la única que podía visitarla, pues era ella quien

escuchaba las predicciones del futuro. Agatha procuraba con Eliza ser amable

al predecir el destino del reino y de la corona y cualquier otra cosa que ella en

particular deseara saber, tal vez para compensar el daño que su hijo a esta día

tras día le causaba; predecir el destino puede ser algo tenebroso, pero escu-

char el destino propio más aun, en especial cuando es pronunciado con des-

precio por aquel ser que te concedió la vida, razón por la que Víctor no solía

visitarla mucho.

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La visita de Eliza había resultado perturbadora, no solo para Eliza

misma, sino también para Agatha, quien por primera vez en incontable tiempo

no era capaz de ver el destino que rodeaba al reino. Pero si sabía, con absoluta

certeza que la máscara de marfil no mentía al decir que el ser que él podía

convocar era capaz de manipular el destino mismo, tan solo usando el deseo.

Era esto lo que le preocupaba, era esto lo que ella más temía. Los

adivinadores mundanos solo pueden ver el destino pasado, presente o futuro

con cierta exactitud; los más talentosos pueden manipular el futuro de manera

sutil, favoreciendo o desgraciando a alguien o algo. Agatha quien era un

prodigio y una excepción podía hacer algo mucho más que eso, pero bien sea

ella o algún adivinador mundano, ambos sabían que manipular el destino era

una cosa que debía hacerse con sumo cuidado y que debía planificarse toman-

do en cuenta la infinidad de posibilidades; manipular el destino nunca debía

realizarse llevado por el sentimiento, ni mucho menos por un deseo capricho-

so, y eso es lo que son las hadas “Deseo y Capricho”, Agatha solo podía

esperar lo peor.

Pero su miedo iba más allá de su propia vida, su miedo era por Eliza

a quien guardaba afecto y quien poseía uno de los destinos más oscuros y

siniestros que ella hubiese conocido. Sabía que Víctor seria la razón de su

perdición, y aunque siempre había podido cambiar esto tan solo con una

pequeña petición, el amor de Eliza por Víctor sobrepasaba cualquier límite,

tanto así, como para darle un heredero y renunciar a su derecho a ser madre.

Agatha no se permitiría tal error, si Víctor deseaba destruir el reino

ella no se lo impediría, pero no dejaría que destruyese a Eliza mientras que

ella pudiese hacer algo al respecto. Sabía con claridad que la llegada de la

máscara de marfil era el presagio que marcaba el inicio del fin, pues lo que

nunca le dijo a Eliza fue, que sería ella o Víctor quienes darían permiso a las

hadas para irrumpir en el reino, Ezequiel solo fue una pequeña manipulación

para infundir miedo suficiente y ganar tiempo antes que su odio por Víctor la

llevara a aquel terrible error. ¿Pero que hacer? Ella se encontraba confinada a

aquel espacio en medio de la nada, ella ya no gozaba de la fuerza, ni la juven-

tud necesaria para actuar de la misma manera que en tiempos pasados. Víctor

no debía enterarse aún de la llegada de la máscara y mucho menos de su

ofrecimiento, pues sin duda alguna, accedería sin siquiera medir las conse-

cuencias de tal acto.

Entonces fue cuando de entre sus cabellos un nombre surgió, “Mar-

cos”, el podía ser la clave para detener a la máscara y separar a Eliza de su

destino casi inminente. Solo debía encontrar la forma de guiarlo hasta la

habitación, pero Víctor había sido muy habilidoso en mantener oculta la

existencia de Agatha; eso no seria un problema, solo necesitaba encontrar

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alguien con un destino lo suficientemente incierto, lo suficientemente trágico

y lo suficientemente atado a Eliza, al reino, a Víctor, para usarlo como medio.

Nuevamente revisó entre sus cabellos y otro nombre surgió, siempre

fue evidente, siempre estuvo ante sus ojos y más no podía acoplarse a sus

planes. Él era el indicado entre todos para servir como su mensajero, al cabo,

no existía persona alguna que estuviese más estrechamente relacionado al

destino de Eliza que él, no había nadie en el reino entero que la amara con la

devoción que él lo hacía, ni siquiera Marcos y Víctor. La respuesta era tan

obvia que por un momento se sonrió, achacando su falta a la edad, pero no era

tiempo de reír era tiempo de actuar, porque cada segundo que pasaba era

terreno que la máscara ganaba, cada segundo sus palabras envenenaban más a

Eliza llevándola a considerar la nefasta propuesta.

Aun así, a pesar de lo perfecto de su mensajero, sobrepasar la pro-

tección que este poseía no seria fácil, Eliza era un mago sumamente poderoso

y su control sobre él era casi absoluto o por lo menos, así debía ser; de la

misma manera la máscara no se quedaría de brazos cruzados y ella sabía sus

intenciones verdaderas, una cosa es que no pudiese predecir el destino del

reino, pero otra es que ella fuese tan ingenua como para no saber que lo había

atraído en verdad. El esfuerzo que tendría que hacer la debilitaría gravemente,

tal vez no le costaría la vida, pero aun así bien valdría la pena, pues si estaba

en sus manos poder cambiar el destino de Eliza así lo haría. Sus cabellos se

extendieron por la habitación viajando entre el espacio y llegando hasta el

umbral de la puerta que existía en medio de aquella infinita nada, filtrándose

por debajo y volviéndose invisibles e intangibles al ojo humano. Lentamente

fueron recorriendo cada rincón, cada habitación, cada mazmorra, hasta conse-

guirlo y fue ahí, en el punto más oscuro, a la sombra de Eliza quien lloraba

una vez más desconsolada en la soledad de su habitación que lo encontró. Ahí

estaba él, fuera de la vista de los ojos mortales; los cabellos penetraron en la

piedra y abrazándolo con ternura llevaron hasta él las palabras de Agatha

quien susurró:

-Despierta Igor, hay una tarea que debes cumplir… es hora que pruebes tu

amor por ella.

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CAPITULO III “Igor”

liza corría desesperadamente entre los pasillos apartando a la gente de

su camino, quienes permanecían estupefactos ante el horror de los

gritos desmedidos y la algarabía ensordecedora que provenía de la sala

real. Mientras más se acercaba a su destino, Eliza con lágrimas en los ojos

temía lo peor, su corazón temblaba ante el terror que aquellas palabras fueran

ciertas “Igor se había revelado”

Le resultaba imposible de creer tal cosa, Igor era su sirviente y

acompañante fiel, él era incapaz de hacer algo sin que ella se lo ordenara,

pues al cabo, él era ahora tan solo una gárgola que existía para protegerla y

acompañarla siempre vigilante desde su sombra y sumergido entre la piedra.

No cabía en su mente la posibilidad que Igor tuviese conciencia o si quiera

voluntad alguna para desafiarla, jamás lo había hecho, tal cosa era imposible.

Aun así, su corazón temía, ella sabia que existía la posibilidad que Igor hubie-

se retenido algo de su antiguo yo, de aquel que existió y fue antes de ser

convertido en el sirviente eterno; si eso era así, entonces su más grande pesa-

dilla se había cumplido, Igor había despertado y regresado dispuesto a tomar

venganza contra su amado Víctor.

Los pasillos resultaban caminos interminables de piedra y oscuri-

dad, y mientras más cerca estaba de su destino, el olor a muerte y la sensación

de una desgracia inminente se sentían con mayor fuerza. Su corazón se acele-

raba más con cada paso, su temor se acrecentaba y mientras atravesaba la

multitud temerosa que se había conglomerado ante la puerta de la sala real,

todos poseídos por la cobardía curiosa, su mente divagaba entre pensamien-

tos. Buscaba respuestas que no lograba encontrar y una esperanza efímera que

se escurría entre sus manos ante la realización de todos sus temores, al con-

frontar la realidad tras aquellas puertas.

Igor, no siempre se llamó Igor. Alguna vez él tuvo otro nombre, al-

guna vez tuvo una vida que iba más allá de existir para proteger y servir a

Eliza. Su nombre real era Armand, hijo de una familia noble y hombre de

ciencia, servía a la corona como médico real; puesto que había obtenido, tanto

por sus méritos como por la muerte de su padre, siendo él quien continuaría

con la tradición familiar.

Eliza y él se habían conocido desde mucho antes que ella conociera

a Víctor, tiempo en los cuales Víctor no soñaba siquiera con ascender al

trono, ni Eliza con sumergirse en la oscuridad de las siniestras artes de la

Nigromancia. Se habían conocido en el mercado del reino, en un día como

cualquier otro y desde entonces habían forjado una buena amistad; aunque no

se frecuentaban mucho, solían contactarse de vez en cuando, compartiendo

E

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ratos agradables y aconsejándose acerca de las adversidades de la vida, aún

para ese entonces Armand no se había enamorado de Eliza, sino que eran

puramente buenos amigos.

Pero el tiempo transcurrió, Eliza se había enamorado de Víctor, y su

relación con él se había vuelto tormentosa después de infinitos momentos de

felicidad. Armand estuvo siempre a su lado, siempre silencioso, brindando su

apoyo y compañía, observando con tristeza los horrores a los que Víctor

sometía a Eliza, mientras que lentamente su corazón sin darse cuenta iba

transformando su amistad, en amor. Con el tiempo Armand aceptó sus senti-

mientos y comenzó a pretender a Eliza, aun cuando ella todavía se encontraba

con Víctor; Eliza no le correspondía pues su amor por Víctor era demasiado

fuerte.

Sin embargo, Víctor que era más débil de carácter desde antes que

Armand se fijara en su amada Eliza, siempre sintió envidia del medico real.

Víctor estaba consciente de sus propias cualidades y defectos, y sabía sin

duda alguna que él en comparación de Armand no era nadie, la envidia y el

temor lo consumía aun a pesar de las palabras de Eliza quien siempre con

sinceridad, amor y devoción le juraba que ella solo tenía ojos para él. Por

mucho tiempo Víctor trató de ignorar la presencia e insistencia de Armand,

pero en silencio su odio y celos iban creciendo, así como su temor; temor que

un buen día se confirmó cuando Eliza aceptó que en su corazón se había

hecho un lugar para Armand, tal vez no con la misma fuerza ni significación

que tenía Víctor para ella, quien seguía siendo la luz de sus ojos. No obstante,

esto fue un golpe fatal para Víctor quien no tardó en derrumbarse ante el

miedo y la desesperación, a pesar que trataba de mantenerse aferrado a su

esperanza que él y Eliza aún podían ser felices.

Pero no siempre la esperanza basta, Eliza lentamente fue perdiendo

fuerzas, tanto por el cansancio que sentía su alma como por los errores que

Víctor en su desesperación cometía. Armand permanecía ahí, tranquilo sin

exigencias, sin reclamos, esperando solo su momento pues él sabía que Víctor

difícilmente podría superarlo. Armand deseaba que Eliza le diera una oportu-

nidad y Víctor temía no poder competir ante las virtudes más que evidentes y

ante su incondicionalidad disfrazada de amistad.

Y así, más pudo la cobardía, el miedo y la frustración. Víctor y Eli-

za se rindieron. Víctor aceptó casarse con aquella joven que su padre por

mucho tiempo había dispuesto para él y a la que alguna vez amó mucho antes

que a Eliza; mientras que Eliza por el contrario se había entregado a la desidia

y tratando de olvidar a su gran amor, le dio esa tan ansiada oportunidad a

Armand, quien con alegría la recibió esperanzado de poder ganarse su cora-

zón y hacerla olvidar los malos recuerdos. Pero con el tiempo la verdad resul-

tó ser otra, es difícil engañar al corazón, y tanto Víctor como Eliza no podían

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separarse, sus corazones estaban unidos y su amor permanecía intacto, a pesar

de las heridas y los golpes.

Eliza se había convertido ya en una practicante de la magia Nigro-

mántica y durante ese tiempo se aferró a su relación con Armand, quien con

esmero día tras día trataba de enamorarla; Eliza le había tomado mucho apre-

cio, pero no lograba tan siquiera quererlo, pues su corazón sabía con claridad

al igual que el de Víctor cuál era su deseo. Pero el orgullo era demasiado, el

dolor muy profundo, y a pesar que aun cuando sus miradas se cruzaban, el

amor se podía ver a través de ojos vidriosos y gargantas que contenían el

suspiro y el llanto melancólico, ninguno de los dos daba vuelta atrás. En

ocasiones, la tristeza era demasiada, y alguno buscaba una excusa para ver al

otro e incluso se acercaban tratando de ver si aun podían revivir su amor,

pero… ella no deseaba lastimar Armand y Víctor aún le faltaba mucho por

aprender para ser digno de Eliza.

El tiempo pasó, Víctor se convirtió en rey, Eliza en una gran Ni-

gromante al servicio del reino y Armand aún seguía a su lado tan glorioso

como siempre. Pero aun todo el tiempo transcurrido no había logrado borrar a

Víctor, y Eliza en vez de sanar, solo había conseguido una aparente tranquili-

dad que con mucha frecuencia se desboronaba lastimando lenta y progresiva-

mente cada vez más a Armand, quien ahora era él quien sentía el mismo

temor que alguna vez Víctor sintió en un pasado no muy distante. Eliza no

deseaba lastimarlo, pero no era capaz de amarlo y peor aún, ciega por el dolor

era incapaz de ver el error que cometía, tal vez no muy distinto al de Víctor,

aunque si ciertamente mucho menos grave e indiscutiblemente una conse-

cuencia de los actos de Víctor.

Armand amaba locamente a Eliza, pero vivía sumergido en una

frustración creciente; el fantasma de Víctor no moría y el que tanto Eliza

como él sirvieran a la corona, es decir… Víctor, no facilitaba las cosas. Con

frecuencia en silencio y fuera de la vista, haciendo caso omiso a sus títulos y

privilegios, Víctor y Armand se enfrentaban. Víctor con el tiempo se había

dado cuenta de su error y ahora buscaba desesperadamente repararlo, pero ya

para él era tarde, pues Eliza no renunciaría a su nuevo amor y él no podría

renunciar a la corona, pues no había nadie que en su ausencia gobernara. La

reina no resultaba un problema para Víctor, pues a pesar del gran sentimiento

que guardaba hacia ella, se encontraba dispuesto a sacrificarla tan solo por

recuperar a Eliza y ver su sonrisa una vez más.

Las peleas entre Armand y Víctor se hicieron más frecuentes, las

confrontaciones se hacían públicas y el reino se estremecía ante un rey que

irrespetaba a su reina. Víctor poco a poco se fue consumiendo por el odio,

Armand fue cayendo en la desesperación tanto por la situación con Víctor

como por los desprecios de Eliza, los cuales era cada vez más frecuentes.

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Víctor conocía muy bien a Eliza y dispuesto a recuperarla actuó, fue entonces

cuando acudió en secreto a su madre, Agatha, y valiéndose del poco cariño

que esta le guardaba y de la culpa que sentía por haberlo abandonado, abusó

de sus dones y del pasado distante, trayendo un amor antiguo de Armand tan

solo con un pequeño cambio… que Armand no la hubiese olvidado.

Víctor no se equivocó, su plan fue perfecto. Armand no tardó en

caer ante los encantos de su antiguo amor que ahora se encontraba en su

presente. Ciertamente, pudo haber modificado mucho más el pasado y haber

hecho que Armand y Eliza nunca se hubiesen conocido, pero para Víctor eso

no era suficiente, el deseaba venganza, el deseaba verlo llorar de la misma

manera que él había llorado noche tras noche a escondidas de la reina, lamen-

tando la perdida de su amada Eliza. Armand cayó en los brazos de su antiguo

amor; Eliza se enteró gracias a las manipulaciones de Víctor y entonces fue

cuando ocurrió. Eliza nuevamente perdió el control, su vida se desboronó ante

sus ojos por segunda vez, Armand en quien había confiado la había traiciona-

do al igual que Víctor, no era una cuestión de amor sino de lealtad, él se había

entregado a un amor del pasado y había jugado con sus sentimientos, pues aun

con todas las manipulación del destino por parte Víctor, Armand era culpable

al igual que Víctor de haber sido débil de espíritu y tomar el camino más fácil.

Y con el corazón destrozado, atormentada por el dolor, decidió to-

mar venganza; convocó a cada uno por separado a una de las habitaciones del

castillo, asegurándose que ambos estuviesen juntos. Al llegar, ambos se es-

tremecieron al ver a Eliza, sus ojos aún lloraban y contenían la furia que la

traición había desatado en ella; la joven era inocente de todo, pero igual paga-

ría ante la mirada de Armand, quien suplicaba perdón y piedad sumergido en

llanto e hincado sobre sus rodillas. Eliza desmembró a la inocente joven tan

solo conservando su cráneo para sí, como un recuerdo de su dulce y amarga

venganza. Pero las suplicas desesperadas de perdón de Armand no eran sufi-

cientes, él debía pagar. Víctor quien se encontraba afuera de la habitación

nunca se atrevió a entrar, solo se mantenía quieto escuchando los gritos de

horror del desafortunado, mientras sonreía complacido ante lo que el llamaba

una ”Restauración del orden”

-¿Por qué? ¿Por qué me traicionaste? Yo renuncié a él confiando en que tú

no cometerías sus errores y al final… ambos eran iguales. Ahora, ya no me

queda nada, ni siquiera… Víctor– Fueran las palabras de Eliza para Armand,

mientras este arrodillado, bajaba la cabeza. Por última vez habló para el mun-

do y para Eliza:

-¡Perdón! ¡Perdóname! De alguna forma pagaré mi error, buscaré en la

eternidad si es necesario, solo si con eso logro hacer que vuelvas a vivir;

toma mi vida, mi alma es tuya eternamente, yo te cuidaré por la eternidad, de

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la misma manera que mi amor por ti permanecerá intacto hasta el día en que

nuestro recuerdo se borre de la memoria de los hombres.

Después de esto, un grito se escuchó y el último aliento de Armand

se desvaneció entre un pensamiento fugaz “Víctor… regresare” fue así como

nació aquel día… Igor.

Eliza abrió las puertas de la sala real, sus ojos solo pudieron con-

templar el horror. Ahí estaba Igor, poseído por la cólera avanzando de manera

indetenible hacia Víctor, quien se refugiaba cobardemente en su trono mien-

tras de manera inútil y desesperada sus soldados luchaban contra la bestia de

piedra. Los guardias caían como muñecos de papel ante la fuerza descomunal

de la abominación pétrea que los desmembraba, aplastaba, incineraba y pulve-

rizaba ridiculizando sus patéticos intentos de someterlo con cadenas y armas

convencionales. Un grito se escuchó y por un instante en medio de la sangre y

los restos de cuerpos mutilados Igor se detuvo.

-¡Detente, te lo suplico Armand!- Gritó Eliza.

Parecía que las palabras de Eliza hubiesen sido un hechizo que obli-

gaba a Igor a detenerse, para todos era así, excepto para Víctor y Eliza quie-

nes sabían lo que implicaba que Igor se hubiese detenido. Marcos quien aca-

baba de llegar y solo sabía lo poco que los guardias y la servidumbre del

castillo le habían alcanzado a contar en su camino, no podía creer lo que sus

oídos habían escuchado. En muchas ocasiones, la historia de Igor le había

sido contada, pero nunca osó a creerla, por el contrario la atribuía a la predis-

posición que la gente en general poseía para mal ver a Eliza, pero esto con-

firmaba aquellas terribles historias… Igor alguna vez había sido humano.

Un silencio casi fúnebre se hizo presente en la sala, ningún alma se

atrevía a emitir sonido alguno, solo se podía escuchar a Eliza, quien permane-

cía de rodillas en el suelo sumergida en el llanto y en la estupefacción. Víctor

comenzaba a transformar su miedo en cólera, y no tardó mucho antes que su

mirada se volviera una recriminación a Eliza. Marcos solo podía observar,

guardando dentro de sí un gran pesar, sabía con certeza que esta osadía de

Igor le costaría la vida, no sentía lástima por la criatura pero si por Eliza,

quien ya vivía en demasiada soledad y que ahora debería resignarse a perder a

su compañero fiel o ser acusada de traición y pagar con su vida.

Marcos se acercó a Eliza y con cuidado la ayudó a levantarse.

-Vamos Eliza, es mejor que te retires a tu habitación, no deseo que estés aquí

cuando deba cumplir con mi deber; no soportaría verte llorar más y menos

por mi culpa.

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Los guardias escoltaron a Eliza y comenzaron a guiarla a través del

pasillo, mientras Marcos tomaba aire recogiendo algo de valentía para sí y

cumplir con su deber de dar muerte a Igor, no sería difícil, Igor no se movía;

él sabía bien que permanecería así hasta último momento solo por realizar la

voluntad de su amada. Eliza se marchaba por el pasillo, pero como si algo la

forzara a mirar se detuvo, volteando para ver a Igor por última vez quien hasta

ese momento estaba inmóvil en medio de la sala real; dando la espalda, giró

su cuerpo de medio lado e Igor volteó a mirar a Eliza, y como si por un ins-

tante hubiese vuelto ha ser humano su rostro adquirió una expresión cándida y

melancólica, como cuando alguna vez fue Armand. De sus ojos brotaron

lágrimas de sangre, fue entonces cuando Eliza comprendió que Igor se estaba

despidiendo.

Eliza corrió con todas sus fuerzas hacia la habitación, escurriéndose

entre los guardias mientras ante sus ojos, Igor le daba la espalda nuevamente

para abalanzarse una vez más sobre Víctor; su violenta embestida apartaba de

su paso a los guardias, mientras Víctor solo podía permanecer inmóvil con-

sumido por el terror; con la misma fuerza del ataque lo tomó con una de sus

garras, destrozando su armadura, empujándolo violentamente contra la pared.

Víctor se estrelló estrepitosamente apenas sosteniéndose en pie, mientras por

el impacto, de su boca brotaba sangre; Igor se alzó furioso en frente de él

abalanzándose con una de sus garras en último ataque mortal.

Sin embargo, antes que Igor pudiese atacar por última vez a Víctor y

arrebatarle la vida, de los cuerpos muertos de los soldados brotaron cientos de

lanzas de hueso tan duras como el acero que se dirigieron velozmente hacia

él, atravesando su cuerpo y volviéndolo no más que pedazos diminutos de

piedra. Cuando el polvo se diseminó, los presentes pudieron ver a Eliza al

otro lado del pasillo, sosteniendo en una de sus manos el cráneo con el cual

realizaba sus hechizos y que alguna vez perteneció a la amada del difunto

Armand.

-¡Perdóname Igor! Perdóname Armand…- Fueron las palabras de Eliza,

quien solo calló desplomándose en llanto. Víctor a penas podía creer lo que

había sucedido; Eliza le había salvado la vida a costa de la del propio Igor, la

culpa dentro de sí no le permitía verla a la cara y refugiándose en su soberbia,

solo pudo ordenarle a Marcos que se encargara de la situación, mientras se

retiraba a toda prisa del sitio pasando a un lado de Eliza sin siquiera mencio-

nar palabra alguna de consuelo o agradecimiento.

Las horas transcurrieron, Eliza ahora se encontraba en su cuarto,

una vez más desconsolada y sumergida en la tristeza, llorando por la perdida

de su amado Igor. Víctor permanecía en el jardín observando a Ezequiel

jugar, mientras divagaba entre pensamientos y sentimientos que iban desde el

odio al amor y recordando cómo una vez más había sido la causa del sufri-

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miento de Eliza. Marcos se encontraba en la sala real, casi todo había sido ya

recogido y ordenado, había pedido que lo dejaran a solas y ahora observaba el

firmamento desde una de las ventanas, mientras en su mano sostenía una llave

que había tomado del cuerpo de Igor y que la encontró en una de sus garras,

como si Igor mismo hubiese buscado proteger a aquel insignificante objeto.

Muchas eran las preguntas en la cabeza de Marcos, no entendía el

comportamiento de Igor y mucho menos entendía el por qué si siempre pudo

revelarse en contra de Eliza y tratar de asesinar a Víctor ¿Por qué ahorita y no

antes? ¿Por qué guardaba aquella llave en una de sus garras? ¿Acaso deseaba

que alguien la encontrara? ¿Acaso deseaba que él la encontrara? Mientras

pensaba, una mujer de la servidumbre se acercó diciendo:

–Mi señor, la reina lo ha mandado a llamar, ha pedido que por favor se dirija

a su habitación cuando le sea posible- Fue entonces mientras escuchaba

aquellas palabras, mientras observaba la llave y hacia memoria de lo sucedido

que entendió todo.

La llave no era de Eliza, ni mucho menos de Igor, pertenecía a Víc-

tor; alguna vez se la había visto, pero nunca le prestó atención. Este siempre

la llevaba bajo su armadura a la altura de su pecho, y lo más seguro es que el

ataque de Igor a Víctor solo hubiese sido una excusa para arrebatarle la llave

¿Pero a donde llevaba? ¿A que habitación pertenecía? ¿Qué era lo que Víctor

ocultaba tan celosamente? ¿Por qué Igor se habría sacrificado de tal forma

solo para que él pudiese conseguir aquella llave? Entonces, hizo memoria una

vez más y recordó una sección del castillo la cual según se encontraba aban-

donada, y en la cual Víctor y Eliza solían pasar mucho tiempo; siempre pensó

que aquel sitio servía como refugio para sus aventuras amorosas, pero ahora

estaba convencido que fuese lo que fuese que Víctor ocultara, debía encon-

trarse ahí.

No lo pensó y con premura corrió a través de los pasillos, dirigién-

dose a aquella sección abandonada. No tardó mucho en llegar, para su sorpre-

sa encontró tan solo un pasillo, apenas había antorchas que iluminaban el sitio

de manera precoz y al final había una puerta, una puerta de madera con un

símbolo. Era un reloj de arena, un reloj idéntico al que la llave poseía; sabía

que había conseguido lo que estaba buscando, así que sin temor se dirigió a su

destino, abrió la puerta y entonces la vio, su sorpresa fue demasiada y no

pudo hacer más que permanecer inmóvil mientras la puerta se cerraba tras él y

una voz anciana le decía:

-Confiaba en que vendrías pronto, no me equivoque al escogerte. Pasa, tene-

mos mucho de qué hablar.

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CAPITULO IV “Roxane”

ada paso la adentraba más en la oscuridad abismal de las mazmorras,

aquel lugar era desconocido para ella y aunque su dominio era absolu-

to sobre el reino, este era el único sitio donde incluso Víctor era nadie,

este era el reino de Eliza.

En contra de lo que siempre imaginó, a la luz tenue de las velas del

candelabro, pudo contemplar una imagen muy distinta de aquel reino dentro

de su reino. Allí la soledad caminaba tranquila, tomada de la mano con el

silencio, no habían cadáveres, no habían prisioneros, las celdas estaban vacías

y solo había oscuridad. Y cuando terminó de descender por las interminables

escaleras de piedra, pudo encontrar aquella puerta que tantas veces soñó que

Víctor cruzaba durante las noches, en las que él se despertaba para escabullir-

se y ver a su amor prohibido.

Pero una vez más la realidad resultó ser distinta a su imaginación,

aquella puerta de finos ornamentos, de lujo sin fin e intimidante presencia en

realidad guardaba un aspecto mucho más humilde. Roída por las alimañas y

consumida por el tiempo apenas se sostenía en pie, aquel terror o prepotencia

que imaginó no se encontraba, en su lugar solo había un sentimiento de pro-

funda tristeza y desolación que hacía coro al llanto suave y entre cortado de

Eliza, quien desplomada ante la luz de las velas del pobre e improvisado altar

funerario, lloraba y despedía a su amado Igor.

-Espero no interrumpir… pero me enteré hace poco de lo sucedido, solo

quería darte mis condolencias…

Eliza no se tomó la molestia de moverse, únicamente secó sus lá-

grimas y contuvo por un instante su llanto en la espera que su inoportuna

visita se marchase.

-Si hay algo que pueda hacer para ayudarte, no importa lo que sea, solo

dímelo…- Dijo la visitante, ante la espera de una respuesta que parecía que

nunca llegaría -Si no te importa, me retiro, no deseo importunarte más.

Sin decir más palabras se dio la media vuelta, sin embargo, algo no

se encontraba bien, el cerrojo estaba abierto, pero la puerta no abría como si

algo la sostuviese desde el otro extremo. Eliza quien había guardado silencio

hasta ese momento, alzó su rostro y con sus ojos completamente ennegrecidos

preguntó:

-¿Tan pronto te marchas?

C

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-¿Qué sucede Eliza? ¿Te has vuelto loca? ¿Qué estás haciendo?

Eliza se sonrió de manera inquietante, lentamente se levantó y con

paso calmado se fue acercando.

-¡Tal vez! Tal vez si me haya vuelto loca, aunque… la locura es no haber

hecho lo que voy a hacer… ¡Mucho antes!- Su expresión se volvió de ira y

dolor, sus ojos negros dejaban ver la locura que de ella se había apoderado.

-¡Detente Eliza! ¡Es una orden! ¡Te lo manda tu Reina!- Gritó desesperada,

mientras buscaba abrir inútilmente la puerta a medida que Eliza se acercaba

más.

Su andar se detuvo, Eliza sonrió una vez más y torciendo su rostro y

en tono suave exclamó:

-¡No, aquí no eres la reina! Aquí no eres más que… Roxane, la maldita que

me arrebató a Víctor- Un grito agudo se escuchó, el cual no tardó en desva-

necerse en la profundidad de la oscuridad, ante la mirada inquieta de los

habitantes del castillo que alcanzaron a escucharlo en cada rincón de sus fríos

pasillos.

Víctor quien se encontraba en su habitación tratando de superar el

terrible suceso con Igor, solo pudo cerrar sus ojos, para luego derrumbarse

mientras caía sumergido en llanto acurrucado en una de las esquinas, mientras

se repetía desesperada y frenéticamente -¡No! ¡Roxane No! ¡Eliza no pudo

haber roto su promesa! ¡Eliza no, no, no, no…!

-¿Has escuchado?- Agatha, cerrando sus ojos, da por entendida la respuesta a

la pregunta de Marcos quien solo quedó estupefacto ante el horror que tal idea

fuese verdad.

-Ha comenzado… la muerte de Igor ha sumergido en la demencia a Eliza,

ella no se detendrá hasta las últimas consecuencias. Yo no puedo actuar sin

que mi vida peligre, mi poder impone un límite sobre lo que puedo hacer y el

tan solo haberte traído hasta aquí ha requerido un gran esfuerzo de mi parte.

Es por eso que deseo contar contigo para que tu seas mi mano ejecutora,

Eliza ya no puede ayudarme a mantener el bienestar del reino y Víctor…

bueno, espero que lo comprendas ahora que sabes todo acerca de él; Roxane

y Eliza son lo más preciado para él, incluso por encima de sí mismo, espero

que entiendas la gravedad de lo que te estoy tratando de explicar.

Marcos solo se dio la media vuelta y se marchó -No te preocupes

anciana, haré todo a mi alcance…- No obstante, su mente divagaba, la verdad

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que Agatha le había revelado sobre Víctor, sobre Eliza, sobre Roxane e inclu-

so sobre ella misma, le había hecho cambiar su percepción del reino.

Ahora todos eran culpables, pero también inocentes. Ya no poseía el

coraje para juzgar a Víctor de ser un monstruo implacable, ya no podía ver

con los mismos ojos de inocencia a Roxane; la reina a la cual había jurado

lealtad aun por encima de Víctor mismo, ya no podía contemplar a la hermosa

Eliza sin sentir que confundía la culpa con el amor… Marcos ahora se había

unido verdaderamente al reino y formaba parte de esa nube oscura que escri-

bía con desgracia y sangre el destino de sus habitantes.

Pero a pesar de todo, su corazón sentía especial pena y preocupa-

ción por el destino de Roxane. Entre todos, tal vez ella era una de las personas

en aquel reino quien más marcada había quedado por la corrupción de Víctor.

Roxane y Víctor se habían conocido muchos años atrás en una fies-

ta, el padre de Roxane había organizado la celebración con la esperanza de

conseguir un joven pretendiente entre los príncipes presentes. No obstante,

Roxane era una muchacha algo pretenciosa y difícil de impresionar; había

nacido privilegiada y no conocía la necesidad y aunque en ocasiones sus

padres eran estrictos, gozaba de su compresión y de una libertad que muchos

otros hijos de reyes soñaban. Pero lo que realmente hacia especial a Roxane

era su belleza, una belleza privilegiada entre todas, una belleza digna de

envidia y capaz de conseguir todo lo que estuviese a su alcance.

Y era esta la razón de su carácter pretencioso, desde muy temprana

edad todo lo que había deseado lo había obtenido, nadie podía negarse a sus

peticiones, su palabra era ley y ella estaba conciente de su virtud. Fue enton-

ces cuando Víctor entró en su vida, hijo de un reino mucho más pequeño

dedicado al comercio, estudio y magia, Víctor era muy conocido para su corta

edad, aun por encima de sus otros hermanos e incluso de su propio padre. Su

reputación de joven canalla y mujeriego lo hacían alguien merecedor de repu-

dio, muchas eran las historias acerca de sus diversos amoríos, así como de sus

monstruosidades en el campo de batalla e incluso sobre su impertinencia al

hablar, que en diversas ocasiones habían complicado en mucho las relaciones

diplomáticas del pequeño reino. Pero por extraño que pareciese, tal carácter y

reputación no iba acorde a su aspecto, el cual era mucho más allegado al de

un joven tranquilo, callado y tímido; muy distante a lo que se esperaría de un

miembro de la realeza.

La primera vez que Roxane lo vio no causó gran impacto en ella, sin

embargo, su mirada fue algo que la marcó, aquellos ojos negros, tristes, llenos

de miedo enternecieron su corazón a pesar de conocer con claridad la repu-

tación que lo rodeaba. Aquel día no se hablaron hasta ya casi terminada la

fiesta, después de toda una noche de frustraciones y aburrimiento, Roxane no

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logró conseguir hombre alguno que despertara emoción en ella; fue Víctor

quien contrario a su aspecto tranquilo y callado, pero haciendo honor a su

reputación, se despidió robándole un beso ante la mirada estupefacta de todos

los invitados y exclamando mientras se iba de la manera más prepotente y

descortés posible:

–Lo hubiese hecho antes, pero tus sirvientas me mantuvieron algo ocupado.

Mañana por la tarde pasaré a buscarte, procura arreglarte para mí.

Una vez más Víctor había hecho una de las suyas, su padre se en-

contraba fúrico por tal osadía. El padre de Roxane a penas podía contener su

rabia, no obstante, ella se regocijaba de emoción silenciosa ante aquel carácter

osado y despreocupado de Víctor. En contra de la voluntad de su padre asistió

a la improvisada cita, en donde dedicaron el día a conocerse al más puro estilo

de Víctor… en la cama.

No era usual que una princesa se entregara de esa manera, pero Víc-

tor despertaba algo en ella. Tal vez era su mirada triste, su carácter contradic-

torio o el placer que le causaba el que desafiara todo lo impuesto; pero lo

cierto era, que bastó una tarde para que Roxane cayera rendida a sus encantos

y aunque dentro de los planes de Víctor no se encontraba corresponderle,

como siempre había hecho hasta ese momento con todos sus caprichos, las

lágrimas inesperadas de miedo ante lo que consideraba una separación inevi-

table pero un encuentro maravilloso por parte de Roxane, movieron algo

dentro del alma de Víctor, algo que lo cambiaria para siempre.

Pero hablar de lo que cambió Roxane en Víctor es otra historia. Ro-

xane había sucumbido ante lo que ella consideró un tesoro maravilloso, aque-

lla persona única llena de encanto que por tanto tiempo esperó… por fin había

llegado. Se encontraba fascinada ante los talentos de Víctor, ante esos talentos

que él mismo no era capaz de apreciar y que otros rechazaban, ella admiraba

su malicia, su sagacidad, su perversión, su mentira, pues ella veía en él todo

eso como una máscara que aquel niño ansioso de cariño había construido para

protegerse. Roxane había aprendido a ver el verdadero rostro tras el monstruo,

ella tenía la capacidad de desarmarlo, su inocencia y dulzura era algo con lo

que Víctor apenas podía luchar y que en un comienzo no quiso aceptar.

Claro está que Roxane sentía miedo, no deseaba ser lastimada, pero

su amor nacido de la fascinación, del descubrimiento, de la maravilla en la

más profunda de las oscuridades la había llevado a entregarse a él. Fue así

como lentamente el tiempo transcurrió, entre tardes solitarias consumiendo su

amor, enseñándose a amar, llevados por la lujuria pero también por el cora-

zón, nunca ninguno de los dos había conocido tal felicidad. Pero Víctor no

había cambiado, el seguía siendo el mismo monstruo y a pesar de eso, ella se

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encontraba segura de que él seria incapaz de lastimarla y por eso lo amó sin

restricciones.

Pero un monstruo siempre será un monstruo, no importa cuanto se

le intente enseñar a ser humano. Y eso fue lo que de manera lenta y dolorosa

le tocó descubrir a Roxane, en un principio los pequeños errores y maltratos

de Víctor los atribuía a toda una vida de malas costumbres, ella se encontraba

convencida de que podía cambiarlo, solo necesitaba paciencia… pero la ver-

dad era otra; Víctor no estaba acostumbrado a ser amado, se había criado en el

más profundo de los rencores, su talento era destruir y dañar, pronto Roxane

lo entendería.

Por un tiempo el amor fue suficiente para olvidar las heridas mu-

tuas, hasta que llegó el día en que Roxane quedó embarazada. Ambas familias

ya se oponían a aquella relación, pero ante tal hecho solo les quedaba aceptar

la unión de ellos dos, no podían permitirse un escándalo mayor que segura-

mente dado el carácter de Víctor se agravaría. No obstante, lo que se conside-

ró el comienzo de su felicidad absoluta y eterna, se transformó en una pesadi-

lla que se encargaría de dejar una marca indeleble en sus almas.

Víctor nunca tomaba una decisión sin antes consultar a los adivina-

dores del reino, costumbre que había adquirido de su padre, ambos temían

demasiado al futuro y a lo incierto, y fueron estos quienes revelaron una

terrible profecía; uno de los dos debía morir, Roxane o el niño, de lo contrario

ninguno sobreviviría. Aquella terrible predicción había desatado una confron-

tación, Víctor amaba demasiado a Roxane para dejarla morir incluso por

encima de su propio hijo, pero Roxane deseaba ese niño más que todas las

cosas y no aceptaría perderlo se encontraba dispuesta a sacrificar su propia

vida. Pero nada en el reino se hacia por encima de la voluntad de Víctor, aun

siendo el príncipe su poder era casi absoluto y aquello que los demás no se

atrevían a hacer, él lo realizaba por sí mismo.

Él no aceptaría perder a Roxane, así que tomó la decisión que el ni-

ño debía morir. Había transformado su culpa en soberbia y se había cegado, la

deseaba a su lado costase lo que costase, su destino marcado por la luna roja

no mancharía su felicidad una vez más. Y ante la mirada de la luna llena,

quien en silencio sonreía y observaba a Víctor, llevó a cabo su plan.

Había invitado a Roxane aquella noche a cenar, dentro de sí Víctor

deseaba regalarle la experiencia más bella, pues sabía que lo que estaba pron-

to a cometer no seria fácil de perdonar. La noche fue hermosa, la luna brillaba

y el cielo permanecía despejado para que pudiesen observar las estrellas, sin

embargo, algo estaba mal y Roxane lo sabía… desde el mismo momento en

que se habían encontrado una melancolía la había invadido, no tenia razón

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alguna pero sentía que aquellos momentos serian los últimos con su amado

Víctor.

Cuando ya la velada casi finalizaba, alguien tocó a la puerta. Ro-

xane desconocía quien podría ser y más cuando Víctor había dado órdenes

estrictas de que nadie los interrumpiese. Víctor por el contrario sabía con toda

claridad quien llamaba, por lo que preparándose con frialdad absoluta le pidió

a Roxane que abriese la puerta, inocente de toda su maquinación.

Y así fue, Roxane atendió a la puerta. Víctor, sin decir palabra algu-

na se desvaneció cual sombra. A la puerta se encontraban los dos hermanos

mayores de Víctor, quienes pasaron por invitación de Roxane; Víctor los

había convocado, al parecer tenia un asunto que tratar con ellos, asunto que

no había comentado.

Ambos hermanos se sentaron a la mesa aceptando la hospitalidad de

Roxane, quien siguiendo las instrucciones de Víctor cerró la puerta con llave.

Los tres tomaron sitio y por unos minutos charlaron feliz y cortésmente en la

espera de este; cuando en la más profunda de las tranquilidades y sin ningún

aviso, Víctor apareció empuñando su espada y atravesando con ella la gargan-

ta de uno de sus hermanos ante el grito de Roxane y la sorpresa del otro her-

mano restante.

La sangre rápidamente se esparció por el piso, el cuerpo agonizante

buscaba escapar ante la presencia implacable de Víctor quien lo seguía entre

aquel mar sanguinolento y las suplicas desesperadas, sin entender la motiva-

ción del menor de sus hermanos. Roxane solo podía gritar y llorar inmóvil

ante el horror que sus ojos veían, mientras el otro hermano dominado por el

terror, golpeaba inútilmente la puerta buscando salir sin tener éxito alguno.

Paso a paso, Víctor siguió a su hermano herido y una vez que la pared marcó

el final de su camino, sonriente, exclamó alzando su espada:

-¡Buen viaje… hermano! ¡Pronto tendrás compañía!

La espada viajó veloz y feroz arrancando la vida en un solo golpe.

Roxane no podía creer lo que sus ojos veían, suplicaba de manera incesante

que se detuviese, pero Víctor hacía caso omiso a sus palabras. Su mirada era

malévola y despiadada, en su rostro se podía apreciar una sed de sangre insa-

ciable que ahora se estaba encaminado hacia el hermano restante, quien com-

pletamente aterrorizado lloraba de rodillas preguntando:

-¿Por qué Víctor?

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Aun así, ni las lágrimas ni las palabras lo detuvieron en su deseo

implacable. Tomándolo por el cabello Víctor lo arrastró hasta el balcón, en

donde sonriente le susurró al oído:

-¡Buen viaje! ¡Lástima que no puedas estar para mi coronación!- Para luego

arrojarlo desde lo alto; desesperada Roxane se abalanzó sobre Víctor, sujetán-

dolo por la pechera y golpeándolo mientras suplicaba una respuesta que justi-

ficara aquellas terribles acciones.

Un solo golpe con el reverso de la mano bastó para silenciar a Ro-

xane, Víctor la tomó por el brazo.

-¡Dame la llave y guarda silencio!- Exclamó con absoluta autoridad, Roxane

atónita solo pudo obedecer y callar, mientras este con una frialdad inhumana

metía una carta en el bolsillo ensangrentado del chaleco de su hermano muer-

to en la pared. La guardia real ya se había percatado de que algo sucedía y

habían empezado a llamar a la puerta. Víctor apresuró el paso, desenfundo la

espada de su hermano y con la misma se hirió un par de veces, colocando

luego la espada en la mano del cadáver.

Pero aquella expresión de perversión y maldad que había mantenido

Víctor hasta ese momento repentinamente cambió. Lentamente se acercó a

Roxane, quien permanecía inmóvil y aterrorizada, y una vez frente a ella la

estrechó entre sus brazos sin decir palabra alguna reventando en profundo

llanto. Roxane se encontraba desorientada, no entendía que sucedía, aun así

lo único que pudo hacer fue abrazarlo dejándose llevar por sus sentimientos y

cuidando a ese niño temeroso que solo ella conocía.

Aquel instante solo fue eso… un instante. Cuando las lágrimas des-

aparecieron, Víctor recobró sus fuerzas alzando una vez más su rostro de

manera fría y soberbia. Observó a Roxane a los ojos por un breve instante,

con una ternura siniestra exclamó:

-¡Te amo! Pero debo acabar con lo que comencé…- Para luego arrojarla

desde lo alto del balcón hacia el jardín, a unos pocos metros del cuerpo de su

otro hermano muerto. De manera casi inmediata entraron los guardias reales

derribando la puerta, dándole a Víctor solo oportunidad de tumbarse en el

piso con una expresión perdida.

Fueron unos cuantos meses después, cuando Roxane se había recu-

perado y el juicio en contra de Víctor había finalizado, que ellos dos pudieron

hablar. Se le había acusado de traición y homicidio en contra de la familia

real, pero el resultado había sido totalmente inesperado y en contra de lo que

muchos hubiesen deseado Víctor salió en libertad. Por el contrario, el her-

mano restante de Víctor fue encontrado culpable junto con su abuelo por

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“Traición a la corona” la carta encontrada en uno de los cuerpos, sellado por

el abuelo de Víctor ordenando la matanza de la familia real esa noche, junto

con el testimonio de Roxane a favor de este, y algunas otras correspondencias

encontradas en las respectivas alcobas de los implicados no dejaban duda de

la inocencia del acusado.

La sentencia fue la muerte, este hecho estremeció al reino entero, en

especial a la familia real. La madre de Víctor quedó destrozada ante tal acusa-

ción en contra de su padre y ante la sentencia final que al igual que el pueblo,

ella consideró extrema. Víctor no había vuelto hablar desde el momento de su

captura, la madre de este cayó víctima de la demencia y solo semanas después

de la ejecución de su padre desapareció sin dejar rastro alguno; el rey víctima

de la presión cayó en cama ante una enfermedad de origen desconocido,

viéndose en la obligación de delegar funciones a Víctor, quien aún no podía

hablar.

De manera irremediable Roxane había perdido al niño, el golpe fue

demasiado fuerte y era una suerte que aún siguiese con vida. Sin embargo, la

pérdida del niño trajo algo más que luto, Roxane nunca más podría concebir.

Tanto Víctor como Roxane estaban concientes de aquel terrible re-

sultado, la pérdida del niño resultaba algo difícil y apenas tolerable para el

corazón destrozado de la joven princesa, quien desde el mismo momento que

recobró conciencia no hacia otra cosa que meditar el porqué de las acciones

de Víctor. Fue el día después de la ejecución de la familia real que este deci-

dió visitarla, aquella tarde llovía como si el cielo aún quisiera lavar la sangre

que se había derramado.

Roxane apenas pudo contener su emoción al verlo. Aunque todavía

se encontraba llena de preguntas y resentimientos, el saber que su amado

Víctor había salido ileso del juicio y escapado a una condena de muerte casi

segura, le traía paz a su alma incluso cuando esta paz era efímera y no duraría

mucho. Víctor traía consigo una rosa azul, detalle que había nacido el mismo

día que aceptó su profundo y fuerte sentimiento por Roxane.

Aquella rosa simbolizaba el amor eterno, el sueño anhelado, la ilu-

sión y el deseo que por fin se había realizado. Víctor llevaba consigo una

carga enorme, la existencia de Roxane en su vida le había traído una felicidad

como ninguna, pero él sabía en lo profundo que como todo sueño pronto

debía acabar.

Los presentes se retiraron y los dejaron a solas en la habitación, Víc-

tor no hizo más que sentarse a su lado. El silencio era incomodo, fácil de

percibir, pero no duraría mucho pues la impaciencia de Roxane acabaría con

él.

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-¡Gracias por la rosa! ¿Sabes…? esperé por muchos días una carta tuya,

pero nunca llegó. Debo admitir que me encontraba muy molesta contigo, tal

vez aún lo estoy, por las noches me despierto recordando como caía desde

aquel balcón después que me empujaste, a veces deseo saber el por qué, pero

me da miedo la respuesta que me puedas dar.

Por instantes pensé en delatarte y confesar todo, pero cuando te vi en el

juicio… ¡No pude hacerlo! Descubrí que te amaba demasiado y que no me

importaba que fueses un asesino, por eso te encubrí, aunque sabía que estaba

condenando a muerte a tu hermano y a tu abuelo. Tu madre vino muchas

veces a hablar conmigo durante el tiempo en que me recuperaba, ella se

encontraba muy perturbada, parecía como si ella supiese todo. Con frecuen-

cia podía escuchar rumores acerca de su extraño comportamiento, ya no

comía, ya no se cortaba el cabello, ahora solo pasaba las tardes en una de

las habitaciones más retiradas del castillo en compañía de varias mujeres

ancianas.

Algunos decían que ahora la reina se había vuelto practicante de magia. No

soportaba cada vez que venia a verme, ella no decía nada en mi contra, por

el contrario me miraba con absoluta tristeza, parecía como si ella supiese

absolutamente todo y esperara que yo hablase con ella. La única vez que se

atrevió a decirme algo solo dijo: -No te preocupes, repararé el daño que he

hecho.

Desde entonces comencé a escucharla gritando por los pasillos del castillo.

¡No entendía nada! Solo podía sentirme culpable y ese sentimiento se acre-

centó más después de escuchar la sentencia. Recuerdo que tu padre vino a

visitarme una sola vez, justamente después del juicio cuando ya se había

declarado la sentencia por parte del consejo real. Se arrodilló ante mi y

llorando me suplicó que confesara la verdad y salvara a su único hijo, que no

permitiera que muriese así, mi corazón se partió en mil pedazos pero no tuve

coraje para delatarte.

¿Por qué Víctor? ¿Por qué me arrojaste desde ese balcón? ¿Por qué asesi-

naste a tus hermanos? ¡Háblame maldita sea! ¡Se que puedes hablar…!

Aun a pesar de las lágrimas de Roxane, Víctor no perdió la compos-

tura. Se levantó de la silla y con suma delicadeza retiró la rosa azul de las

manos de Roxane, usándola para recoger una de sus lágrimas, marchándose

luego. De espaldas a ella, viendo hacia la puerta solo dijo:

-No vine aquí para escuchar tus lamentaciones, estoy aquí solo pa-

ra verte y ya lo hice… no me preguntes por respuestas tontas que tú conoces.

En cuanto a mi familia… nadie te obligó a ayudarme, lo has hecho porque ha

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sido tu deseo, así que deja de lamentarte, ya tengo suficiente con toda esta

farsa que debo mantener, hazme el favor de comportarte y seguir actuando

como lo has hecho hasta ahorita; sigue así y pronto seré rey y tú mi reina, ya

solo falta mi padre y el veneno esta actuando tal como debe. No intentes

delatarme, lo del balcón fue por nuestro bien, para que pudiésemos estar

juntos; no te hagas preguntas pues no entenderás aunque te diera las res-

puestas, nunca sabrás lo que significa ser yo… tú lo has tenido todo y por

eso yo te daré todo, pero para ello solo calla y obedece, seré rey pase lo que

pase y no te atrevas a interferir en eso, pues entonces el destino que corrieron

mis hermanos no se comparará a lo que te espera… te amo Roxane, pero

entiende que cuando decidiste estar a mi lado, también decidiste unirte al

infierno que es mi vida. Ahora… no te lamentes más por arder en el fuego del

infierno y tan solo sigue mis pasos para que reines conmigo en la profundi-

dad de los avernos ¡Quien me ame, deberá amar al monstruo que soy y saber

perdonarme aun la peor de las ofensas!- Así el silencio llegó, una rosa tocaba

el suelo y un amor se derrumbaba ante una mirada de dolor y decepción.

Pero sería demasiado esperanzador y fácil que la historia de Roxane

terminara ahí, la realidad no fue así, aunque si se encontraba dolida y pertur-

bada Roxane decidió quedarse a su lado en una muestra infinita de amor y

devoción. Sin embargo, su alma se despedazaba por dentro cada vez, cada día,

cada instante era una prueba. Víctor había profanado su promesa de no dañar-

la.

Las semanas y los meses pasaron y todo salió como debía. Víctor

había ocupado el poder, a pesar de que su padre permanecía con vida, el

veneno surtía efecto lentamente. Roxane por su lado, ahora merodeaba cual

espectro por los pasillos de palacio meditando día tras día las acciones de su

amado, por más que buscaba no lograba conseguir respuesta. El reino se

encontraba inestable e inseguro, no sabían si aceptar al único heredero legíti-

mo; existían rumores que Víctor estaba envenenando a su padre, todo era un

caos y no pasó mucho tiempo ante que las revueltas comenzaran a gestarse en

contra de la corona, alentados por su ignorancia al creer incapaz de gobernar a

un rey que no pudiese hablar.

Pero lo cierto era, que Víctor ni era mudo, ni necesitaba las palabras

para llevar acabo la tarea de suprimir al pueblo y enseñarle por qué era el rey.

Víctor se volvió un monstruo, aunque cierto era que eso no era nada

nuevo en su ser, las desapariciones de los líderes rebeldes y los crueles casti-

gos le habían hecho ganar la fama de tirano. Pero no había otra opción, aún el

rey más benevolente debía poner puño de acero ante un pueblo que se alza,

pues era la cabeza de aquellos rebeldes o la de la corona y claro está, Víctor

no se encontraba dispuesto a perder su cabeza. A pesar de su enfermedad, su

padre siguió al tanto de todo lo que sucedía en el reino y aunque nunca educó

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a Víctor con la esperanza que este reinara, admitió en muchas ocasiones que

su comportamiento era el adecuado, sin importar que para un pueblo dividido

y furioso no fuese evidente. El padre de Víctor podía apreciar más allá de las

matanzas e incluso en plena situación de crisis, sabía admirar el crecimiento

abrumador del reino.

Resultó que Víctor tenía un don innato para mandar, nunca la auto-

ridad había sido respetada y reverenciada de tal manera, ni el pueblo había

vivido en tanta abundancia, pero eso sería algo que al igual que con otros

reyes… no seria notado por quienes lo viven, sino por los libros y la historia.

Roxane no tenía fuerzas para mandar, aun cuando por derecho el trono le

correspondía; la desaparición repentina de la reina había dejado aquel lugar

vacío. Sin embargo, Víctor parecía no estar interesado en que Roxane lo

ocupase, no por egoísmo, sino porque parecía estar conciente de los senti-

mientos y la confusión de su amada.

La distancia era cada vez más grande entre ellos, aquella pasión que

alguna vez los había llenado lentamente desaparecía. Víctor cada vez pasaba

más horas en su despacho atendiendo los asuntos reales o simplemente medi-

tando a solas, Roxane ya no dormía siquiera en la misma habitación, en el día

paseaba durante incontables horas por la ciudad buscando escapar de la at-

mósfera gris y densa del castillo. Pero sería un paseo por la tarde lo que mar-

caría el verdadero fin entre Roxane y Víctor, desde hacia tiempo la idea de

abandonar a Víctor rondaba su cabeza pero esta se negaba a ceder, quería

creer que las cosas cambiarían; sin embargo, el suceso de aquella tarde cam-

biaría todo eso.

No era secreto que desde que Víctor había asumido el poder las

desapariciones habían comenzado, el pueblo se mantenía feliz pero silencia-

do. Víctor no dudaba en aplacar mediante el medio que fuese a cualquiera que

osara a levantar la voz en contra de él, su reputación era bien ganada y eso era

algo que entre todas las cosas perturbaba a Roxane. Aquella tarde paseaban

como pocas veces lo hacían desde hacía mucho, Víctor le había llevado un

ramillete de rosas azules y después de una mañana de pasión habían logrado

desaparecer aquella distancia entre ellos dos.

Roxane se encontraba feliz, aquel día Víctor era mucho más cercano

al hombre del que se había enamorado. Aquella situación se daba con cierta

frecuencia, alguno de los dos buscaba acortar la distancia pero siempre había

algo que los separaba nuevamente. Y sin saber cuanto duraría aquel momento

de felicidad entre los dos, Víctor y Roxane dejaron sus ocupaciones de lado

para dedicarse uno al otro, un paseo seria lo más apropiado, ver el campo, la

ciudad, a la gente les daría alegría a sus almas; que el pueblo viese que su rey

reconciliaba relaciones con su reina podría generar tranquilidad o eso pensa-

ron.

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Pero no todo resulta como siempre se desea, en medio de aquel pa-

seo una revuelta en contra de Víctor se manifestó. Un joven extranjero deser-

tor de una guerra era su líder, había llegado hace unos años y desde entonces

se había convertido en una figura importante entre los campesinos, quienes al

parecer prestaban suma atención a sus tan recurrentes discursos sobre el ho-

nor, la moral y el respeto a la libertad. El joven era todo un guerrero lleno de

sueños y de valores altruista, todo lo que Víctor detestaba.

Lo normal hubiese sido que Víctor no le prestase atención a aquella

pequeña revuelta, pero el joven era habilidoso y muy insistente y a pesar de

las suplicas de Roxane, Víctor no pudo dejar el hecho de lado. Así que se bajó

del carruaje para atender en persona a la oveja descarriada, prometiendo a su

amada que no lo dañaría. Pero lo cierto es, que aquel incidente se tornaría en

algo más que una simple discusión o un enfrentamiento de poder.

Víctor terminó humillándolo públicamente frente a sus seguidores,

batiéndose en duelo y dejándolo mal herido.

-¡Prometiste que no lo dañarías!

-Uno promete muchas cosas Roxane, ahora… disfrutemos del paseo.

Estas fueron las palabras con las que Víctor dio inicio a un día que

nunca olvidarían. El paseo se tornó en incomodidad y la apacible tarde se

convirtió en una confrontación sin cuartel entre él y Roxane.

-¿En verdad era necesaria la violencia…? ¿No has considerado detenerte?

-¡¡Siempre la violencia es necesaria!! ¿Acaso crees que los reinos y la paz se

construyen cómo?

-Era únicamente un campesino, tan solo tienen miedo… al igual que yo.

-Pues que teman si así entienden que soy…

-¿Un monstruo…?

-¿Entonces de esto se trataba…?

-¿Y de que más se puede tratar o acaso ya olvidaste que has sido tu quien me

arrojó desde un balcón y dio muerte a nuestro hijo? No he sido yo quien

rompió la promesa de nunca hacerme daño…

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-Eras tú la que decía que me amarías sin importar lo monstruoso que yo

fuese, pues entérate que he sido así desde el día en que nací, la luna roja lo

ha deseado de esa manera.

-Una cosa es haber nacido maldito por una profecía y otra muy distinta, el

regocijarse en ella para sentirse libre de llevar acabo cualquier aberración...

como quisiera que no fuesen verdad tus palabras que confirman mis temores.

-Pero lo son y te toca aceptarlo, eso y el hecho de que nunca existirá una

disculpa… no nace de mi hacerlo. Estoy maldito y es mi destino llevar y

causar la desgracia, siente privilegiada de no ser la protagonista de este

instinto que corre por mis venas.

-¿Me has amado?

-Desde el primer día, como nunca debí haberlo permitido.

-¿Qué hay del niño?

-Eras tú o el niño… ¡No deseaba perderte!

-Igual lo hiciste…

-Es un precio que deberé pagar. Igual nunca entenderás mis razones.

-El único que no entiende de razones eres tú, Víctor. Tal vez soy la única

persona que te ama a pesar de lo que eres o eso pensé, por eso quería darte

ese niño, aun cuando fuese condenarlo a querer a lo imposible.

-Entonces somos dos monstruos en esta habitación...

-Tal vez tienes razón y por eso, no puedo amarte como antes… no con nuestro

hijo bajo tierra.

Mientras caminaba hacia las mazmorras, Marcos no alcanzaba a

imaginar el dolor que la partida de Roxane le había causado a Víctor. Si todo

lo que Agatha le había contado era cierto, Víctor aún resentía el dolor de

aquella perdida y equivocación, en especial cuando en su vida apareció Eliza.

Cruzó la puerta y al entrar a la mazmorra, todo estaba vacío. Solo

había completa oscuridad, ni Eliza ni Roxane se encontraban, ya era demasia-

do tarde y la suerte estaba echada; Roxane ahora formaba parte de alguna

gárgola y Eliza se había entregado al dolor ¿Pero en donde estaba Eliza?, era

la pregunta que rondaba la cabeza de Marcos, hasta que de manera centellante

vino a su pensamiento.

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– ¡Ezequiel!

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CAPITULO V “Marcos”

arcos corría desesperadamente por los pasillos del castillo, temien-

do que la locura hubiese llevado a Eliza a cometer una monstruosi-

dad. Ahora que conocía la verdad y comprendía la situación, temía

lo peor.

Los pasillos parecían nunca terminar, las escaleras eran infinitas y la

multitud era perturbadora, algo no se encontraba bien, algo estaba manipulan-

do su destino, hacía mucho que debía haber llegado a la habitación de Eze-

quiel. Pero una y otra vez recorría el mismo trayecto. Cuando el cansancio y

la frustración lo invadieron decidió detenerse.

-¡Agatha! ¡Ayúdame, Eliza esta haciendo uso de su magia! No desea que

llegue a la habitación de Ezequiel.

Aguardó en silencio por un momento, esperanzado que Agatha lo-

grase escucharlo, hasta que un susurro vino a su mente –No es Eliza, es al-

guien más que esta obstruyendo tu camino. Debes buscar la fuente de su

magia, puedo sentirla en alguna parte dentro de aquel pasillo.

Marcos comenzó a buscar rápidamente con su vista, todo parecía

completamente normal -¡No logro encontrarla!

-Debes buscarla bien, está escondida en algún objeto o persona de

aquel lugar- Marcos respiró profundo, dejando que sus otros sentidos habla-

sen para él, detallando con ellos cada rincón, objeto y persona.

Fue entonces cuando logró verla, era una mariposa que volaba sua-

vemente y llevaba consigo una especie de brillo, un halo como el de una leve

llama. Se encontraba disimulada entre la luz del día que se filtraba por los

ventanales.

-¡Eureka!- Desenfundó su espada y con un golpe certero la picó en dos. La

mariposa se disipó en fuego y pronto la ilusión que se había apoderado del

castillo se desvaneció, dejando ver ante sus ojos la puerta que daba a la habi-

tación de Ezequiel.

Entró a toda prisa, y dando un vistazo rápido se percató que se en-

contraba completamente vacía. Ni los muebles, ni las ventanas, ni Ezequiel se

encontraban ahí. La puerta tras él se cerró y sin aviso, una mano afilada lo

empujó con fuerza hasta la pared, mientras una espada atravesaba su hombro.

M

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Era una emboscada, ahora se encontraba anclado e inmóvil en el

muro, víctima de las maquinaciones del hombre de la máscara de marfil.

-¡Tú! ¿Qué has hecho con Ezequiel?- Preguntó Marcos entre alaridos de

dolor.

-Hasta que tengo el gusto de conocerte… Marcos. En este castillo hablan

mucho de ti. Si te refieres al hijo de Víctor, no soy yo quien lo tiene…

-¿Qué has hecho con él? ¡¡¡Responde!!!

-El niño no esta conmigo, está con su padre ¡Jajajaja! Al parecer en este

momento se lleva acabo una reunión familiar en la sala del trono, yo solo soy

una pequeña distracción, quiero ver quien será el primero en quebrarse e

invocar al Mago Azul.

-¡No si yo lo evito! No dejaré que invoquen a ese monstruo…- Replicó mien-

tras disimuladamente extendía su mano hasta su espada, desenfundándola con

velocidad, empujando al hombre de la máscara de marfil con una patada y

arremetiendo contra él.

-¿Enserio crees poder detenerme? Lo que me motiva va mucho más allá de tu

comprensión, un simple mortal como tú no sería capaz de entender toda la

maquinación y las fuerzas que en este conflicto confluyen- Replicó Numis,

mientras con gracia y sin ningún esfuerzo detenía los ataques consecutivos de

Marcos.

A pesar de la habilidad excepcional de Numis, Marcos resultó un

hábil espadachín digno de cuidado. Ambos se separaron y tomaron distancia

después del último golpe, guardaron silencio mientras median sus destrezas,

unos pocos segundos transcurrieron. Marcos decide que es momento de aca-

bar con aquella lucha, debe llegar cuanto antes a la sala del trono y detener lo

que allí se lleva acabo, por el bien de Eliza y Ezequiel e incluso del mismo

Víctor.

Determinado a llevar a cabo la promesa que le realizó a Agatha, se

abalanza con ferocidad contra Numis, el cual también corresponde el ataque.

Ambos se cruzan a gran velocidad y con sorprendente destreza, Marcos asesta

un primer golpe el cual es repelido con éxito pero que logra el efecto deseado.

La fuerza del ataque y el choque de las espadas le han permitido desplazarse

hasta quedar a espaldas de Numis, aprovechando así para lanzar un segundo

ataque consecutivo sin darle oportunidad de reaccionar, apuntando directa-

mente al centro de su dorso, justo al corazón.

La espada vuela veloz, indetenible, con aliento mortal y voluntad

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asesina. Sin embargo, el golpe no llega a ser efectivo, la espada choca con dos

espadas más que bloquean el ataque por completo, dejando a Marcos de lado,

apenas dándole oportunidad de entender lo que ha sucedido.

Numis permanece de pie e inmóvil. Su espalda está protegida por

dos espadas adicionales sostenidas por un segundo juego de brazos, mientras

los brazos originales reposan tranquilos empuñando el arma con la cual había

empezado el ataque. Una cuarta espada aparece en la mano restante de Numis,

Marcos apenas tiene oportunidad de apreciar la escena y con lentitud y deta-

lle, observa como este se abalanza sobre él, en un ataque fulminante hacia su

espalda, siendo herido por cuatro filos hambrientos de sangre, carne y dolor.

-Entiéndelo, no podrás hacer nada Marcos. Así como no pudiste hacer nada

en aquella ocasión para proteger a tu familia de los horrores de la guerra…

¿En verdad piensas que protegerlos a ellos te redimirá de tus pecados?

Marcos permanecía en el piso, su sangre goteaba desde su espalda al

suelo, formando un charco oscuro que lentamente crecía. La vida se le esca-

paba, mientras el dolor rivalizaba con la frustración de haber fallado una vez

más. Pero era las palabras del hombre de marfil, la herida más profunda que

había recibido; no le importaba como sabía de su pasado, solo le importaba

darse cuenta que la historia se repetía y que él no podía hacer nada una vez

más.

-No… esto no puede estar ocurriendo de nuevo, yo hui para dejar mi pasado

atrás y ahora ha vuelto para perseguirme- Se repetía Marcos así mismo,

mientras torpemente se arrastraba con sus manos hacia la puerta.

Numis sonreía, no interfería y solo contemplaba el esfuerzo inútil.

Veía con gracia el rastro de sangre que el penoso herido dejaba en su intento

desesperado, la imagen le parecía familiar, pero tales recuerdos pertenecían a

una historia que no le concernían a Marcos y que habían quedados sepultados

bajo la arena.

-Es sorprendente como los humanos luchan con gran desespero por salvar

sus míseras vidas, y si tan solo pudiesen ver que no valen nada. Todo sería

más fácil si dejaras que el frío te embargara, pronto el dolor desaparecerá y

el sueño eterno llegara a ti.

La puerta estaba frente a Marcos, su mano rozaba la madera agrie-

tada, pero tan solo era eso, una leve caricia pues sus fuerzas se habían desva-

necido. La sangre recorría el suelo de la habitación, ante la mirada del espec-

tador macabro que se deleitaba con la agonizante escena. Marcos, lentamente

dejaba de luchar, lentamente se entregaba al frío y ahora esperaba el sueño.

Sin embargo, ya que dormiría y que había fallado a su promesa, decidió cerrar

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sus ojos para recordar por última vez sus rostros.

-Eso es… haces bien Marcos, descansa ya, para ti no queda nada. Este reino

caerá, porque así Luna lo ha decidido; no es nada personal, nunca lo ha sido.

Me gustaría haberte ofrecido un final distinto, pero esta era la única manera-

Exclamó el arlequín de marfil, mientras se levantaba con cierto pesar y echa-

ba andar fuera de la habitación, dejando de lado el cuerpo desangrado de

Marcos, que ahora yacía a penas consciente, sumergido entre alucinaciones de

una muerte próxima.

Ahí estaba una vez más, la imagen de su amada, Eliza. Cuan maca-

bra había sido la coincidencia de la vida, con que su amada y su hijo, resulta-

ran ser copias exactas de aquellos por los cuales hoy moría. Alguna vez Mar-

cos tuvo una familia, en un sitio distante de la cobardía y la perversión de

Víctor. Pero ese hogar había quedado atrás, pues la muerte y la locura habían

marcado su destino.

Cuando la guerra estalló, nunca imaginó que aquella tarde de verano

en la colina, sería la última vez que vería a Eliza y a Ezequiel. Su deber era

claro, su convicción era fuerte, él debía ir a pelear por su patria y por su fami-

lia. Los años transcurrieron, y entre cartas y mensajes, el joven que partió

lentamente se fue convirtiendo en un hombre, un hombre diestro que se hizo

merecedor de un lugar entre la jerarquía bélica, que había nacido producto de

la guerra. Ya no era más ese simple campesino, ni el padre sonriente y devoto

que ocasionalmente después de cortar leña o pescar con su hijo, practicaba

con la espada por el puro gusto de dominar el arte del combate.

Ahora, aquel talento era usado para matar. Muerte tras muerte se fue

acumulando, el peso de arrancar vidas humanas se hacía insoportable; aunque

un hombre fuerte, la crueldad de la guerra resultaba demasiado para él. Pero

entre tanto sufrimiento, su alivio y consuelo eran las cartas de su amada Eliza,

los juguetes y dibujos torpes e inocentes de su Ezequiel. Pero una carta sería

la que le arrebataría aquella paz, trayendo consigo el dolor y la locura, la

culpa y la frustración.

La guerra había durado demasiado tiempo, las tropas cada vez eran

menos y el pueblo lo sabía. Solo anhelaban la paz, solo querían descansar y

ver a sus hombres regresar. Pero el orgullo del rey no le permitía considerar

rendirse, ni siquiera ante el ofrecimiento piadoso de su enemigo, que escu-

chando el clamor del pueblo, deseaba finalizar con aquella lucha.

Marcos siempre admiró el carácter luchador y combativo de Eliza, y

fue ese carácter el que cobró su vida. Mientras él luchaba para defender su

patria en una guerra perdida para garantizar la vida de su familia, el verdadero

enemigo era ahora su rey. La presión de la guerra lo había transformado en un

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hombre déspota y soberbio, que no aceptaba desafíos ni reproches. Fue esta la

razón por la que ejecutaron a Eliza, por el reclamo de una madre adolorida

por la muerte de un hijo, a causa del hambre y la enfermedad que la guerra y

el orgullo habían causado.

Ella y otras mujeres murieron en la guillotina, ante la mirada incle-

mente de aquel por el cual Marcos había decido luchar. Cuan dolorosa fue

aquella noticia, cuanta ironía por parte de la vida, darle aquella sorpresa justo

la noche en la que su ingenio y un poco de suerte, le habían dado por fin la

herramienta para ganar una guerra que se consideraba perdida y así, volver

por fin a casa.

No hubo oportunidad de llorar, porque aunque quisiera no podría.

Nunca comentó una sola palabra, pues nadie entendería de su dolor, la guerra

continuaría mientras el enemigo estuviese en el trono, solo había una forma

de acabarla.

Armado de valor, pero lleno de sufrimiento, Marcos prosiguió con

el plan. Nadie nunca notó nada, todos obedecieron y cada escuadrón avanzó

directo a la victoria. Mayor sorpresa encontraron al ver a su enemigo prepara-

do y listo para atacar. Marcos había advertido al enemigo sobre la emboscada,

había negociado la cabeza del hijo del rey, así como su propia integridad. Y

ante la mirada estupefacta, clavó su espada en suelo, dejando solos a sus

soldados, mientras se sumergía en el ejército enemigo convirtiéndose en un

desertor y traidor.

Los meses transcurrieron, la suerte del reino quedó echada. La gue-

rra por fin había llegado a su final, pero a Marcos no le importaba, pues ya no

poseía un hogar al cual volver. Vagó sin rumbo, tratando de olvidar las cartas

de amor y espera de su adorada Eliza, tratando de olvidar la risa de Ezequiel y

tratando de negar que la suerte incierta para aquellos soldados que confiaron

en él y a los cuales entregó.

Pero la guerra lo había enseñado bien, solo debía sacrificar un poco

de su cordura para guardar dentro sí el horror y la culpa que sentía. Un nuevo

comienzo, en un reino distante, un reino donde nadie lo conocía y donde

podría ser un simple campesino.

Fue así como llegó al reino de Víctor, pero su paz no duraría mucho.

Pronto descubriría que aquel paraíso, entrañaba dentro de sí un mal indescrip-

tible, un espacio perfecto para comenzar una guerra y una oportunidad para

tratar de resarcir sus pecados. Tal vez, por esa razón, decidió combatir las

injusticias del príncipe recién ascendido al trono; pero nunca contó con que el

pasado no queda atrás con simplemente marcharse de un lugar.

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No tardó mucho antes de descubrir, porqué Víctor, tenía la fama de

tirano y monstruo. Un simple paseo fue la excusa perfecta, para que por pri-

mera vez se encontraran y se midieran en duelo y en poder. Como era de

esperarse, Víctor ganó, y aquellos sentimientos de frustración fueron apare-

ciendo una vez más. Ya no se trataba de proteger una familia, sino a un pue-

blo de una tiranía, pero se había vuelto débil y aquel enfrentamiento le había

hecho entender que Víctor era un rival por mucho superior a él.

Aun así, decidió jugarse la vida. Era el éxito o el fracaso, cualquiera

que fuese el resultado, debía intentarlo. Si ganaba, sus pecados estarían per-

donados y podría dormir en paz sabiendo que desde el cielo Eliza le sonreiría;

si fallaba, sería ejecutado y por fin descansaría en paz.

Con fuerzas renovadas de aquel pequeño encuentro, Marcos levantó

al pueblo en lo que él consideró una gran revuelta preparada durante años, en

busca de la justicia y en contra de la soberbia. Pero Víctor, pronto le mostraría

porqué le decían tirano y haciendo honor a su nombre, aplastó con puño de

hierro aquella insignificante insurrección. Ahora era un prisionero con la

suerte echada y la guillotina en su cuello, aquella que le había arrebatado la

vida a su Eliza, seria la misma que le arrebataría la vida a él.

El destino parecía uno, no cavia duda que su momento había llega-

do, él lo aceptaba con resignación, anhelaba el instante en que la guillotina

acariciaría su cuello para poder reunirse con su familia una vez más. Pero las

cosas nunca salen como esperamos, Víctor tenía otros planes para él y tal

como se lo esperaría cualquiera, Víctor logró su cometido, ayudado por la

misma suerte que siempre lo traiciona.

Marcos nunca ha podido olvidar las palabras de Víctor en aquel día,

cuando con su cabeza sujeta bajo el filo, se le acercó y con un leve susurro

logró ganarse su devoción.

-¿Acaso no te bastó con ser un desertor y un traidor? No soy tu anterior rey,

eres astuto pero no más que yo, que lástima que por tu osadía hoy tengas que

morir, pudiste haber tenido un lugar en mi corte- Fueron las palabras de

Víctor, ante la mirada perdida de Marcos quien observaba a lo lejos y disimu-

lada entre la multitud espectadora, una visión que debía ser producto de un

espejismo.

Era ella, estaba viva y a su lado, una mujer sostenía un niño cuya

exactitud física a su difunto hijo era demasiada. Eran Eliza y Ezequiel. El

destino le jugaba una broma o le daba una nueva oportunidad, no lo sabía,

Víctor no tardó mucho antes de darse cuenta de su asombro por la presencia

de su hijo y su amante.

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-Ya veo que los vistes, me hubiese gustado presentártelos, pero sería muy

inapropiado llevar al hijo rey hasta tu miserable hogar. Solo un noble caba-

llero goza de las comodidades para poder recibir al hijo del rey ¿Es hermosa,

cierto? Un alma torturada, tan solitaria y llena de odio. En este reino nadie

se le acerca excepto yo, ella existe para mí y es mi juguete personal; pero si

tanto te gusta, yo podría hacerme a un lado para que tú intentaras conquistar

su corazón, si lo lograras yo no intervendría. Pero para eso, tendrías que ser

de la corte real…

Aquellas palabras fueron puñaladas certeras que dieron justo donde

querían. Marcos, no tuvo como negarse y llevado por la emoción de ver en-

carnado sus dos amores fallecidos, aceptó la propuesta indiscreta y nunca

pronunciada de Víctor.

-¡Detén la ejecución! ¡Conviérteme en uno de tus soldados! ¡Organizaré tu

ejército! ¡Te daré los soldados mejor entrenados que estas tierras hayan

visto! ¡Mataré a quien sea para ti y guardaré silencio ante cualquier crimen,

sin importar lo horrendo que sea! ¡Permíteme estar al lado de la mujer y el

niño, solo deseo poder verlos y tendrás mi completa devoción!

Una sonrisa selló el trato, la ejecución se detuvo y Víctor lo nombró

nuevo jefe militar, ante la sorpresa de los espectadores por una sentencia de

muerte no concluida.

-No se te olvide, Marcos. Desde hoy me perteneces. Si me traicionas, no solo

perderás una vez más a Ezequiel y a Eliza, sino que también me encargaré

que seas un traidor y desertor en todo reino al que vayas y debas vivir solo y

errante, porque ni la muerte te concederé ¡Como veras, nada dentro de mi

reino se escapa a mí, ni tampoco nada fuera de él!

Ya no deseaba despertar, por fin el sueño estaba llegando; y mien-

tras lo esperaba con su cuerpo casi desangrado y tendido en el piso, en su

mente los tres estaban reunidos una vez más. Podía sentir la luz del sol acari-

ciando su piel, el suave toque de su amada y la alegre risa de su niño. Ya no

quedaba más camino por recorrer, ya no tenía fuerzas para luchar y las pala-

bras de Eliza, resultaban el néctar esperado, que durante años ansió.

-¡Ven, vamos, es tiempo de marcharnos!- Eliza y Ezequiel le extendían la

mano, tras ellos, aquella casa en la cuales vivieron juntos tantos momentos.

Una sonrisa, fue lo único que pudo dar como respuesta y al dar el

primer paso hacia la felicidad eterna, el grito desesperado y enardecido de

Roxane lo trajo de vuelta a la realidad.

-¡Detente Víctor! ¡Suéltalo! ¡Deja en paz a Ezequiel!

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CAPITULO VI “Víctor”

l combate era feroz, Víctor avanzaba veloz y mortífero hacia Eliza

mientras esquivaba los pilares óseos que del suelo brotaban, obra de su

magia corrupta. Eliza por su parte estaba decidida a acabar con él, su

alma torturada había llegado al final y si Víctor no era de ella entonces… no

sería de nadie más.

A cada paso que Víctor daba, se podía apreciar la sed de sangre de

su espada, que viajaba a través del aire destrozando todo cuanto se interpusie-

ra en su camino. Eliza ya no era ella, estaba absolutamente poseída por el

dolor; todos aquellos años de pena y sufrimiento al fin habían pasado cuenta y

aquel sería el día en que se vengaría de Víctor, no aceptaba seguir viviendo en

la miseria, ya había roto la promesa de no herir a Roxane cuyo cadáver frío

formaba parte de la estructura del castillo en lo más profundo de las mazmo-

rras. Ya no se encontraba Igor para darle consuelo silencioso, nunca tendría

en sus brazos a Ezequiel como su hijo y nunca más volvería a sentir el gélido

beso de Víctor por las noches. Ella estaba consciente que el haber roto aquella

promesa era el final del camino, ya no existía historia que contar, solo un

combate de dos almas monstruosas y desoladas, quienes al fin se enfrentarían

en busca de algo que nunca han conocido.

Cada vez la espada estaba más cerca, era indetenible, admirable la

fuerza con la que avanzaba. Los soldados se deslumbraban por vez primera

con fascinación y horror respecto a su señor, quien en igualdad de condicio-

nes lograba hacer frente con maestría a las embestidas de magia siniestra de

Eliza.

Un último paso, seguido de un salto, levantó en el aire a Víctor por

encima de Eliza. Empuñando su espada como si fuese una daga, se dejó caer

con todo el peso de su cuerpo con una intención homicida, pero Eliza no

estaba lista para morir. Unas garras frías y pétreas sujetaron el cuello de Víc-

tor, mientras era arrastrado a través de los aires hacia el otro extremo de la

habitación, justo al lado del trono donde permanecía escondido Ezequiel; el

golpe sacó el aire de sus pulmones a la vez que era ferozmente atacado.

La gárgola había surgido del suelo rocoso a los pies de Eliza, su tor-

so estaba unido aún a su punto de origen, el ataque era imparable y la mirada

de su creadora solo dejaba ver el profundo odio que en ella habitaba. Pero

Víctor tampoco estaba listo a morir; al ver el último ataque de la mortal esta-

tua aproximándose hacia él, tomó su propia espada y en un solo movimiento,

cortó su brazo y bañó a la estatua con su sangre. Esta se congeló en el acto y

comenzó a desquebrajarse.

E

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-Buen intento Víctor, pero tu sangre maldita no te protegerá de mi magia por

más tiempo; aunque hayas sido maldito por la luna roja, no tienes suficiente

sangre para detenerme- Cientos de gárgolas comenzaron a levantarse tras

Eliza, todas con miradas vacías e incandescentes, abalanzándolas sobre Víc-

tor, liberadas con un gesto de su mano y ante un grito lleno de rencor y de-

mencia -¡MUERE!

Cada una de las gárgolas de la habitación alzaron feroz vuelo hacía

Víctor, nada las detenía, viajaban como un enjambre de muerte y roca, su fin

había llegado. Pero Víctor nunca había sido un hombre de dejarse vencer, si él

moriría, entonces arrastraría el alma de Eliza con él; no partiría sin herirla una

última vez de una forma mortal.

Con una agilidad inexplicable, sujeto por la mano a Ezequiel, quien

permanecía escondido a su lado tras el trono, halándolo hacia él y estrechán-

dolo entre brazos –Cierra los ojos, todo estará bien mi niño- Fueron sus

palabras para su primogénito, a la vez que levantaba su cara orgullosamente

hacia Eliza, esbozando una sonrisa de perturbadora satisfacción y pronun-

ciando entre susurros:

–Entonces… moriremos todos.

Sus ojos ardieron en ira, la locura se apoderó de ella, el rencor hacía

presa de su alma. Aun en la muerte, Víctor era un monstruo sin piedad alguna,

una vez más trataba de manipularla pero esta vez ella no sedería; si el precio

de su venganza debía ser la vida de su amado Ezequiel entonces así seria…

Veloces, mortíferas, indetenibles, se aproximaban las gárgolas con

hambre de carne y sangre hacia Víctor y Ezequiel; fue cuando las puertas se

abrieron, ante un grito desesperado y enardecido.

-¡Detente Víctor! ¡Suéltalo! ¡Deja en paz a Ezequiel!

Todo se detuvo, por un instante el silencio se apoderó de aquella sa-

la. Las gárgolas desaparecieron en el aire convirtiéndose no más que en pe-

queñas partículas de polvo, los soldados se miraban unos a otros, desconcer-

tados ante la imagen que sus ojos admiraban. Era Roxane, estaba viva y ex-

tendía sus brazos ante la alegría y el llanto descontrolado de su hijo, quien

salía de entre los brazos de Víctor y corría hacia ella.

Con gesto amoroso tomó entre sus brazos a Ezequiel, dando un par

de giros entre sonrisas y caricias. El niño lloraba descontroladamente, el

miedo era demasiado para él y por fin se sentía reconfortado de encontrarse

entre los brazos protectores de su madre. Víctor no podía creer lo que sus ojos

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miraban, era imposible que ella estuviese ahí, frente a él, frente a todos, intac-

ta, como si la muerte jamás la hubiese acariciado.

Con suavidad colocó a Ezequiel en el suelo, mientras sostenía aún

su mano. Desde lo lejos sonreía tranquilamente para Víctor, quien no podía

disimular su asombro.

-Sí, soy yo, Víctor. Regresé.

Eliza no lo comprendía, de sus ojos brotaban lágrimas de odio, era

imposible que aquella mujer estuviese allí. Ella misma se había asegurado de

arrancarle la vida y sepultar su cadáver en el fondo de las mazmorras, ella

había visto como su último aliento se perdía entre agonía y desesperación,

cuando sus manos sujetaron su cuello y con rabia le dieron final a su existen-

cia.

Desconcertada, sus palabras volaron por los aires llenas de odio, sin

medir lo que revelaban.

-¡NO! ¡Tú no puedes ser Roxane! ¡Roxane está muerta, yo misma la MATE!

Una sonrisa leve y macabra esbozaron los labios de Roxane, ante el

rostro de horror y dolor de Ezequiel, quien de manera inconsciente respondía

a la afirmación de Eliza.

-No… mami no puede estar muerta, ella esta aquí conmigo.

Pero una sorpresa le aguardaba al niño y a todos los presentes, ya no

era más Roxane quien lo sostenía de la mano, nunca lo había sido. Al halar la

mano de su madre, una máscara de marfil se acercó a él. Un grito cabalgó por

los aires, Ezequiel retrocedía buscando la pared más cercana mientras se

arrastraba ante la figura arlequinesca, blanquecina y teatral que hacia él cami-

naba.

Eliza y Víctor reaccionaron al mismo tiempo, ambos se abalanzaron

sin considerar las consecuencias en contra del impostor de marfil. Pero este

no perdió tiempo, con un gesto tomó una de las máscaras sujetas en su cintura

y la arrojó a los aires, la cual envuelta en llamas se transformó en una mujer

semejante a un payaso. A su alrededor volaban mariposas de fuego, su mirada

era demente y su llama era infernal; Víctor y Eliza se vieron obligados a

detenerse ante el muro de flamas que ahora los distanciaba de su amado pri-

mogénito.

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Numis no perdió tiempo, con rudeza tomó al niño por el rostro y le

susurró al oído, mientras lo hacía mirar a Eliza y a su padre, quien se encon-

traban más allá del muro de fuego y de la mujer circense.

-¡Míralos bien! ¡Ellos mataron a tu madre! ¡Ella te la arrancó! Y nunca más

la podrás volver a ver por su culpa. Pero yo puedo cambiar eso.

Víctor buscaba desesperado cruzar el muro -¡No lo escuches hijo!-

Gritó, antes de ser rodeado por las llamas que lo obligaron a detenerse, aviva-

das por la mujer circense que en ningún momento los perdía de vista. Eliza

por su lado, caía de rodillas ante la mirada de su amado Ezequiel, quien la

observaba con desprecio.

-¿Por qué Eliza? ¿Por qué mataste a mi mami?

-Hijo… yo…

-¡TÚ NO ERES MI MADRE!- Fueron las palabras de Ezequiel, pronunciadas

entre lágrimas y dolor.

-Solo tienes que hacerme un favor, unas cuantas gotas de sangre tuya y pro-

nunciar estas palabras “Deseo a mi mami de vuelta, ven Mago azul, te lo

ordeno”- Así, extendió su mano afilada y alargada sosteniendo una daga.

Ezequiel parecía hipnotizado, seducido por su poder. Sin reflexionar

sobre sus acciones, prestó su mano y pronunció en tono fuerte y claro - ¡De-

seo a mi mami de vuelta, ven Mago Azul, te lo ordeno!

Tanto Eliza como Víctor se llenaron de ira y coraje; Víctor se aba-

lanzó entre las llamas empuñando su espada y atravesando el corazón de la

mujer circense, mientras Eliza se alzaba en feroz ataque. Dos máscaras más

volaron por los aires, la primera de ellas se transformó en un hombre de rostro

pálido y sonrisa maquiavélica, el cual se paró al otro lado de la habitación y

cuya sombra se extendió por debajo de los pies de Víctor volviendo el suelo

un mar de infinita oscuridad, devorándolo sin objeción alguna. La otra de las

máscaras se personificó en un arlequín multicolor, con un gorro lleno de

cascabeles, tan alto como el techo, cuyos brazos llegaban al suelo y que a

velocidad espeluznante sujeto a Eliza por la muñeca y el hombro, arrojándola

contra el suelo y pisándole el rostro con su pie.

La daga lentamente cortó la mano de Ezequiel, quien cerraba sus

ojos y apretaba sus labios soportando el dolor de la herida

–Solo una pequeña cortada y tu mami estará de vuelta.

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Fue así, que ante la mirada desesperada de Víctor y Eliza, Ezequiel

desencadenó el poder de las hadas. La herida se abrió, la sangre bañó el cuchi-

llo y una de las gotas tocó el suelo.

Agatha, quien observaba desde su habitación de infinito espacio y

carente de tiempo, solo pudo guardar silencio. Las lágrimas que corrían a

través de sus mejillas, revelaban el temor que su alma sentía ante aquel terri-

ble evento.

-¡Dios nos ampare!- Fueron las única palabras que los labios tembloroso de

Agatha pudieron pronunciar.

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CAPITULO VII “Monstruo”

us gritos de dolor y desesperación inundaban la sala. Nunca en la vida

había llorado tanto como en aquel instante en que veía su sueño de odio

realizado, por fin su amado Víctor moría, desapareciendo entre las

oscuras aguas de aquella sombra siniestra liberada por los esbirros de la men-

tira de marfil.

Su amado se había marchado para no volver y por vez primera, Eli-

za era incapaz de hacer algo al respecto. Su poder no importó, ella había sido

burlada una vez más por el destino; no fue hasta ver su mano hundirse en la

sombra, buscando su ayuda, que entendió que ella lo amaba. No concebía el

mundo sin él, no concebía su muerte bajo otras manos que no fuesen las

suyas, no concebía aquella realidad de pesar y horror.

Todo estaba perdido, ya nunca tendría en sus brazos a Ezequiel,

quien ahora la odiaba por haber asesinado a Roxane. Ya nunca más podría

besar la sonrisa maquiavélica de su amado, pues su destino había sido la

muerte. Ni siquiera tenía seguridad que su vida continuaría para recibir el

castigo del remordimiento por sus atrocidades, pues el futuro era incierto y

oscuro.

-¿Y mami en donde esta?- Preguntó Ezequiel, exento del horror que ante él

ocurría. Numis solo podía callar, algo acerca de todo aquello no lo complacía,

a pesar que su plan había resultado a la perfección. Desde atrás de su máscara,

sus ojos contemplaban con extraña lástima a Eliza, quien inmóvil lloraba y

gritaba por Víctor, extendiendo su mano en un intento inútil de salvarlo.

-Alguna vez tuve una familia… pero…- Fueron las únicas palabras de pronun-

ciadas por Numis quien guardaba dentro de sí un extraño pesar, un pesar

lejano sepultado en la arena y el tiempo entre escombros de una ciudad y

cadáveres calcinados, de almas que ahora yacían malditas.

Por más que luchó, su cuerpo se hundió en aquella infinitud, en

aquella oscuridad perpetua materializada como agua oscura que albergaba lo

más siniestros pensamientos. No importaba odio ni guerra alguna, su deseo de

vivir era más grande, aun él que todos llamaban monstruo luchaba por mante-

nerse a flote y más importante todavía, luchaba por alcanzar la mano de su

amada Eliza quien hasta hacía unos momentos no era otra más que su ejecuto-

ra.

Una última mirada, un último esfuerzo le sirvió para apreciar a Eliza

por vez definitiva antes que todo se volviera oscuridad. El frío era terrible, el

S

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vacío infinito, no se podía ver nada y solo se podía sentir la soledad en aquel

lugar; no se encontraba seguro si aún permanecía con vida o esta lo había

dejado, pero sea donde sea que se encontrara, la muerte y aquel sitio resulta-

ban lo mismo.

Pero por extraño que resultara una voz familiar llegó a sus oídos.

Por instantes creyó que era la voz de Eliza quien aún clamaba por su presen-

cia, luego pensó que era producto de su imaginación, pero a medida que

pasaba el tiempo, el infinito e inagotable tiempo de aquel vacío lugar, enton-

ces se dio cuenta que ya no había más oscuridad.

De pie, bajo la lluvia, podía observar como sus padres luchaban en-

tre sí acerca del destino de un infante que no resultaba ser otro que él mismo.

Como era de esperarse, aún bajo la lluvia la luna sonreía. Ella vestía de rojo

revelando su macabra intención sin disimulo alguno, para aquellos que incau-

tos, habían aceptado su invitación.

-¡Agatha, entiende… el niño debe morir!

-¡NO! ¡Es nuestro hijo!

-¡No lo es! ¡Es un monstruo engendrado por la luna! Su sangre es una abe-

rración.

-¡Tú eres la aberración aquí que sugiere matar a su propio hijo!

-Di lo que quieras… pero los hechiceros fueron claros, si él vive, entonces

nosotros… moriremos de la peor manera posible.

-Pero es nuestra sangre…no lo hagas, por favor…

-No deseo hacerlo, pero debemos pensar en nosotros y nuestros demás hijos,

si este niño crece, vivirá para ser un monstruo que acabará con nuestras

vidas. Tú bien sabes lo que sucedió en la Ciudad de Arena hace unos años

cuando la luna se volvió roja. No es casualidad que el único niño nacido bajo

luna roja sea nuestro hijo… si no muere, seguirá nuestra ciudad.

-¿Y que si es un monstruo? ¡Acaso deja de ser nuestro hijo por eso! ¡Adelan-

te, mátalo y conviértete tú en el monstruo!

Y ante la mirada fría y rencorosa de Agatha, el padre de Víctor em-

puñó la daga, mientras observaba a la criatura que bajo la lluvia que clamaba

por piedad. Sin embargo, la conciencia no implica valor, y eso fue lo que faltó

para poder asestar el golpe mortal que acabara con aquella profecía viviente.

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-¡No puedo! ¡No puedo Agatha! ¡No puedo hacerlo! Es mi hijo, no puedo

asesinarlo, no puedo convertirme en el asesino de mi hijo…

-Tranquilo amor, todo está bien, no debes sentirte mal estás haciendo lo

correcto… después de todo es nuestro hijo, es un niño, lo educaremos para

que no dañe a nadie.

-No, Agatha. No es nuestro hijo, es tu hijo, no seré más responsable de lo que

soy…

Sin saber, Víctor había presenciado el primer acto de desprecio de la

humanidad hacia él. Aún le resultaba fascinantemente amargo, cómo una sola

noche tendría repercusión durante toda su vida.

Y es que la vida de Víctor no puede decirse que haya sido amarga

por los maltratos, pues Agatha supo cumplir bien ambas funciones, siempre

velando que su hijo tuviese cuanto se pudiese necesitar; pero una sola persona

no hace el mundo, eso lo aprendería Víctor.

Nunca fue rechazado por su padre, abiertamente. Pero su desánimo

y apatía ante sus muestras de afecto constante, en busca de aprobación, le

daban a entender todo lo que necesitaba saber. Resultaba una tortura indes-

criptible el tener todo cuanto se sueña, pero no tener lo que se desea. Siempre

solo, Víctor debió crecer entre una familia que lo tuvo por deber y compromi-

so, crecer entre el cariño de un padre y hermanos que respetaban su vida por

ser una vida y no por ser parte de ellos.

Debió crecer entre lujos y excesos, sin tener nunca con quien com-

partir, excepto su madre abnegada, cuyo acto ya se había vuelto tan pesado

que se convertía en deber. Mientras, fuera de su reino, muchos morían en

guerra por heridas fatales y hambre; Víctor moría en espíritu creciendo entre

miradas preocupadas que lo señalaban por ser el hijo de la luna, aquel que su

padre no pudo matar.

Un falso amor, un falso cariño, un afecto comprado por su poder y

su estatus era lo único que en su vida tenía. Nunca conoció la cálida sonrisa

de otro niño al jugar, pues debían protegerlo de malas influencias y en espe-

cial de que no dañara a nadie. Era esa razón de su soledad, únicamente en

compañía de su sombra y tristeza, que lentamente fueron amargando su cora-

zón.

Sin embargo, su tragedia no resultaba única e irrepetible, otras his-

torias se conocen de vidas peores y sufrimientos mayores. Cierto era, que la

juventud le daba a Víctor la potestad de poder recomenzar siempre que quisie-

ra, pero eso no sería así por siempre.

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Preferible hubiese sido la muerte, pues el no existir en el corazón de

nadie era estar muerto en vida. Los años pasaron y transcurrieron ante sus

ojos, Víctor permanecía en aquel oscuro lugar reviviendo su vida, época por

época, contemplando una vez más cuando todo comenzó.

Recuerdos que debían resultar dolorosos, ahora causaban risa hila-

rante, mientras aquellos que nunca tuvieron importancia se abrían ante él

revelando verdades siniestras de una vida austera de amor y afecto. El niño

creció, los años pasaron y ya era un joven; todos ansían esa época, pues es el

momento donde el niño comienza a ser hombre, donde revela su carácter y

donde por fin la carga de los padres se ve aliviada para poder disfrutar en

parte, de los frutos de años de esfuerzo y crianza.

Víctor fue educado rígida e intachablemente, preparado en todo y

para todo, su lógica se volvió infalible, su pensamiento frío y su corazón seco.

Agatha se había esforzado años tras año en mantenerlo protegido de sí mismo,

pero el aislamiento y la sobre protección no habían ayudado en nada al senti-

miento de repudio que los demás ya tenían hacia él.

Ahí estaba de nuevo, eran los 13 años, justo el momento donde vi-

vió su primera guerra. El había sido preparado para aquel instante, durante

tardes incontables mientras los demás paseaban y compartían; no era que no

pudiese estar con ellos, era que no deseaba estar con ellos, porque ya había

aprendido a reconocer el rechazo por parte de otros. Durante aquellas tardes

solo su padre permanecía a su lado, por compromiso y deber, creía firmemen-

te que si Víctor habría de vivir y requeriría un esfuerzo tan grande mantenerlo

en palacio, entonces justificaría su existencia. Era por eso que lo impulsaba a

entrenar, siempre de manera ardua, sin piedad, sin compasión, no era ni hijo

ni familiar, ni siquiera un soldado, era un experimento, un arma viviente en

creación. Tal vez guardaba la efímera esperanza, que aquella disciplina militar

con la que fue educado sirviera para crear un hombre obediente, sin voluntad,

sin ánimos de dañar excepto que se le ordenara, sería una forma de burlar a la

profecía.

Y fue en eso que se convirtió. Víctor pronto descubrió su lugar en el

mundo, entendió que el campo de batalla era el único sitio donde podía ser él,

sin miedo a lastimar, ese era su propósito real. En la guerra no debía preocu-

parse de su sangre ni su don, pues aquel que alejaba o lastimaba a quienes se

acercaban a él, resultaba perfecto en la fría y crueldad de la batalla.

Fue así como pasó de ser una sombra apenas nombrada a estrella, a

conocer la admiración y la aclamación, aun cuando en el fondo guardaran

terror y el miedo a su presencia. Hasta ese momento, había aprendido a vivir

sin nada ni nadie, su desapego por el mundo le había permitido no dar fin a su

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existencia, pues al no esperar nada de la vida, entonces la vida no lo decep-

cionaría. Pero ahora, todo era distinto.

Víctor había conocido por vez primera la calidez de otros hombres,

de otros seres semejantes a él, aunque fuese en apariencia y por acciones que

bajo otros términos que no fuesen los de la guerra serian condenadas. Su

sangre maldita obraba a su favor, siempre en la búsqueda de la destrucción y

la muerte de aquellos que lo rodeaban y él, había aprendido a sacar provecho

de ella.

Pero algo más peligroso que una maldición, es un hombre sediento

de admiración. Víctor comprendió que solo en la guerra podía significar algo

para alguien, desde entonces se dedicó a batallar, nunca más recriminó la

forma dura e inhumana en que era entrenado y por el contrario se exigía más,

rebasando los límites al extremo de conseguirse solo nuevamente al ser capaz

de apreciar y experimentar horrores inhumanos e impronunciables. Pero no

importó, él estaba seguro que la soledad de hoy pronto se acabaría, únicamen-

te debía aguantar hasta la próxima guerra, guerra por la que no esperaría y por

la cual obraría valiéndose de todo aquello que se le había concedido, incluso

el don maldito de la luna roja.

Fue así, que aquel joven solitario y sombrío, ausente y triste, se

convirtió en un guerrero formidable siempre presente en la línea de batalla,

sin miedo a morir, siendo la estrella de la matanza. En el campo vertía su odio

y frustración, en el campo se sentía vivo al escuchar las súplicas desesperadas

de sus víctimas que le revelaban que aunque fuese por instante… su propia

existencia importaba.

Víctor estaba consciente que a nadie le importaba si él moría, para

él estaba bien, todo daba igual. Pues si lograba sobrevivir, sería aclamado

como héroe y como parte importante de algo.

Fue así, que determinado a nunca dejar de brillar asumió el horror

que pocas almas son capaces… con su espada amaestrada, entrenó su mente y

sus palabras. No solo deseaba saber matar sino herir el alma, pues en ello

radicaba el secreto para causar la guerra anhelada, aquella que le permitiría

brillar por sus hazañas y olvidar su inhumanidad.

Nadie pudo percatarse de lo que había nacido, nadie nunca entendió

lo que la luna había creado. Todos vivían exentos del verdadero monstruo que

entre ellos habitaba, pues Víctor distaba por mucho de ser humano, su ansia

de humanidad y calor lo volvía algo ajeno a este mundo. Así, en silencio,

trabajó para ganar el respeto y el poder necesario para atraer a la guerra a

palacio y por defecto, a él mismo.

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La guerra era todo para Víctor y como era de esperarse, cuando no

había guerra era el momento más peligroso, pues entonces enfundaba su

espada para desplegar su arma más letal… sus palabras. No pasó mucho

tiempo, antes que la paz venida después del fin de las guerras de expansión se

convirtiera en otra guerra, una guerra silenciosa.

Víctor había demostrado ser hábil, su naturaleza maléfica y oportu-

nista le permitían saber donde y cuando asestar el golpe, el reino se estreme-

cía ante los conflicto reales, tanto familiares como políticos; pues sino existía

una guerra él crearía su propio campo de batalla con el cual divertirse viendo

a todos sufrir. La guerra le había enseñado que existía más de una forma de

matar a alguien y los tiempos de paz le habían demostrado que era una buena

ocasión para ajustar deudas.

Sigiloso y astuto como una serpiente, Víctor se encargó de cobrar

las deudas del pasado y realizar algunas otras monstruosidades por diversión,

siempre logrando liberarse de cualquier culpa o responsabilidad, tal como era

de esperarse. Sus padres estaban conscientes de aquello, no podían actuar de

frente o desenmascararlo pues no había forma, y aunque existiese, eso era

correr un riesgo demasiado grande.

Fue así como el padre de Víctor consideró la única opción posible,

Roxane. Ella era la hija única de un rey de una provincia lejana, los rumores

aseguraban que había nacido con un don concedido por las sirenas y de ahí su

carácter manipulador y belleza inhumana.

El padre de Víctor sabía que era sumamente riesgoso sacar fuera de

palacio a su hijo, su lengua ágil e imprudente podrían ocasionar una guerra sin

cuartel, solo con el único propósito de tener oportunidad de saciar su ansia de

sangre. Su opción era adelantarse a Víctor, por lo cual decidió tomar el riesgo

de reunirse en secreto con el padre de Roxane y revelar las verdaderas inten-

ciones que poseía.

Para su sorpresa, los padres de Roxane aceptaron la proposición de

juntar a aquellas dos almas oscuras, pues desde hacía mucho años sufrían por

no lograr conseguir a alguien que saciara las expectativas de su hija, que con

el pasar de los días se volvía más solitaria e inhumana; ningún hombre era

capaz de desquebrajar su frío corazón, su belleza sobrenatural la hacían inal-

canzable y tal vez Víctor, quien compartía un origen sobrenatural podría ser

quien cambiara eso.

Y así fue, a las espaldas de Víctor y Roxane, planearon todo. El des-

tino parecía obrar a su favor y no tardó mucho antes que aquellos dos seres se

vieran inevitablemente atraídos, como si una mano siniestra los guiara.

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Su unión fue temida, pero a la vez agradecida. El amor que había

surgido entre ambos los mantenía ocupados uno en el otro, trayendo consigo

la paz para ambos reinos. Sin embargo, aquella paz era algo efímero, su pe-

queña maquinación tenía un fallo, un fallo demasiado grande cuyas conse-

cuencias serian peores que el problema original.

Si bien era cierto que Roxane poseía un alma inhumana, un alma

concedida por las sirenas, su alma aún conservaba muchos aspectos humanos.

Ella era capricho, lujuria, deseo, belleza, pero Víctor… él era algo completa-

mente distinto, su alma apenas conservaba un rasgo humano, su espíritu des-

bordaba oscuridad y odio, después de todo había sido concebido por la luna.

Tanta oscuridad, no podía ser comparada con la oscuridad del océano, Roxane

no tardó mucho antes de volverse una víctima de la verdadera naturaleza de

su amado.

La paz se desvaneció, para cuando todo acabó, Roxane se marchó

del lado de Víctor. Ella le había entregado parte de su humanidad, a cambio

ella se había llevado consigo parte de su oscuridad.

Por un instante, las lágrimas de Víctor recorrieron su rostro, una vez

más revivía ante sus ojos el momento en que había dado muerte al alma de

Roxane. Revivida la pena de verla partir, fue cuando cayó en cuenta que

aquella oscuridad que lo devoró lo había llevado no al pasado, sino al fondo

de su corazón, a aquella parte donde habitaba los recuerdos más dolorosos,

después de todo… hay más de una manera de dar muerte a un hombre.

Los recuerdos siguieron transcurriendo, Víctor no podía hacer otra

cosa más que ver. Ante él estaba Eliza, en aquella primera vez en que se

conocieron, en aquella primera vez que en una tarde cualquiera ella le sonrió

otorgándole una humanidad, no demasiado grande para ser un ser completo,

pero si la suficiente pero volver a sentir amor.

El reino rebosó de alegría, el príncipe sonreía una vez más y sus lá-

grimas de amargura se habían marchado, pero… ¿Por cuánto tiempo?

Tal felicidad no duraría y en efecto así fue, la sangre de Víctor

obraba a favor del dolor y el sufrimiento, castigaba y torturaba a todos sin

excepción, incluso a él mismo. Fue de esa manera, cuando por fin lograba

entender el significado de vivir, que Roxane regresó.

No obstante, no era la misma mujer a la que alguna vez conoció. Su

maldad la había envenenado y de manera silenciosa la había transformado en

un ser infeliz ansiosa de venganza. Cierto era que aún amaba a Víctor, pero su

regreso no era casualidad, sino una maquinación de un alma herida y casi

muerta que anhelaba venganza y dolor.

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El encuentro entre aquellos tres seres fue fatal. El mundo de Eliza se

vino abajo ante una amenaza que apenas podía combatir, todo obraba a favor

de Roxane, quien valiéndose de la culpa de Víctor y de la influencia sobre el

rey, manipuló la situación desterrando al olvido a Eliza. Por más que quiso no

pudo resistirse, su esencia malévola lo impulsaba a estar con ella, su cuerpo

clamaba tenerla una vez más, fue de esa manera que Víctor consumido por el

canto de las sirenas dio muerte a un alma luminosa, al alma de una joven

campesina que solo esperaba de la vida la felicidad, felicidad que por inocen-

cia o ingenuidad pensó que podía encontrar al lado de Víctor.

Los recuerdos eran dolorosos, hacía mucho que no lloraba de aque-

lla manera, hacía mucho que no recordaba lo que era sufrir. Su alma se deba-

tía entre el dolor y la culpa, amaba a esos dos seres a la vez que se desprecia-

ba por el horror que sus acciones engendraron, su alma moría lentamente y él

se entregaba como única respuesta.

El regreso de Roxane había traído consigo felicidad, la felicidad de

un hombre que vivía penitente ansiando el perdón. Pero la realidad era otra,

ella no había vuelto para perdonarlo y vivir feliz a su lado, había vuelto para

cobrar cada una de sus heridas apartando cualquier cosa que le pudiese otor-

gar felicidad.

Pero su real venganza no sería directamente en contra de Víctor,

sino en contra de aquello que él más amaba, Eliza. Valiéndose de un amor

moribundo y de una culpa, los separó uno del otro, enemistándolos hasta la

muerte y pudriendo antes los ojos de Víctor el alma de Eliza, sin que este

pudiese hacer nada más que observar, inutilizado por aquel sentimiento de

culpa que había confundido con el amor.

Pero no eran sus recuerdos lo que más dolían, sino los recuerdos que

nunca le pertenecieron los que más rasgaban su alma. El tiempo seguía avan-

zando y ahora podía ver lo que nunca sus ojos apreciaron, podía ver el alma

de Eliza sufriendo en su ausencia, llenándose de un odio profundo y mons-

truoso.

Eliza murió en vida, más no así, su amor por Víctor. Llevada por un

sentimiento del cual Víctor era indigno, sacrificó lo que le restaba de humani-

dad, sumergiéndose en las tinieblas y entregándose a las artes oscuras de la

nigromancia.

Víctor no lograba perdonarse el daño que le había hecho, ni las tor-

turas a la que había sometido a Eliza, quien llevada por el odio y el amor se

sometió a un camino monstruoso con la única esperanza de poder volver estar

a su lado para recibir solo migajas.

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No se puede llamar amor a aquello que no se desborda y se da de

manera temerosa o secreta. Y todo Víctor era un secreto, secreto a voces, pero

secreto al fin.

Revivir las incontables moches de amor clandestino y los innumera-

bles abusos de su parte hacia Eliza, no lo reconfortaban ni le hacían sentir

seguro de sí como en aquellos momentos. Por el contrario, suplicaba perdón

ante su impotencia de confrontar la debilidad de su alma al no ser capaz de

haber comprendido antes, que Roxane solo lo esclavizaba como alguna vez él

la esclavizó.

Aquel que dominaba todo, aquel quien manipulaba todo, era mani-

pulado por la hija de las sirenas, a quien amaba pero con la cual no podía

estar, pues su alma distaba de la mujer que alguna vez conoció.

Sin embargo, sería el recuerdo de Ezequiel la pena final. Cuando

despiadadamente y sin remordimiento, sin ver la verdad ni la razón, lo arreba-

tó de los brazos de Eliza con la única intensión de callar el clamor de un

pueblo que pedía un heredero y la voz de una conciencia, que no le permitía

olvidar el hijo que alguna vez mató; ciego ante la manipulación siniestra y

perturbada de Roxane, que aun después de haberlo separado de Eliza nunca le

otorgaría la paz.

En la sala de palacio, los pequeños ojos brillantes de Ezequiel ob-

servaban con cuidado el llegar de la presencia faerica, que solo anticipaban y

preparaban el camino para aquel que proclamaban como su hijo.

Eliza, quien impotente no podía hacer más que observar, lloraba

sumida entre el terror general de aquellos que con horror apreciaban las pare-

des de la habitación congelarse por el toque de una brisa helada y desquiciada.

Numis observaba atento al lado del niño, el espectáculo invernal de demencia

y caos, ellas llegaban con prepotencia y descaro formando sus cuerpos de la

escarcha y materializándose en formas feminoides distantes de ser humanas o

animal.

El norte, el sur, el este y el oeste, cada una observaba desde aquel

que era su origen y su nombre. Las cuatro pronunciaban al unísono, en una

voz que se fundía retumbando en los corazones, entonando los cánticos de los

puntos cardinales, alabando a los poderes antiguos y ancestrales, aquellos que

solo la luna había conocido y que incluso ella temía.

En el centro de la habitación, dos columnas de hielo se comenzaron

a formar, a la vez que aquel cántico de demencia invernal era pronunciado.

Ambas columnas crecían en un espectáculo maravilloso de nieve y escarcha

que danzaba de manera misteriosa hasta lograr que se encontrara el suelo con

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el cielo, fundiéndose en medio de un silencio abrupto y de una neblina cóm-

plice que guardaba dentro de sí, el cuerpo congelado de aquel que era su hijo.

Ninguno de los presentes pronunciaba palabra alguna, incluso Nu-

mis quien había sido enviado por la luna para asegurarse que todo saliera

según lo planeado, guardaba silencio casi de manera mortuoria. Un respiro tan

profundo como el mismo océano, seguido de una última nota aguda que reso-

naba en los tímpanos humanos llevándolos a la agonía, mientras que las hadas

hechas de cristal junto con la columna se desquebrajaban en fragmentos vola-

dores y luminosos, dieron libertad de la gélida cárcel al que fue llamado.

Desde sus aposentos, Aghata observaba la terrible escena que ave-

cinaba el fin del reino, un fin impredecible aun para el oráculo divino, pues

nada que fuese tocado por la hadas podría ser controlado; verdad que incluso

la luna temía y razón por la que Numis era testigo y participe.

El hielo se volvió escarcha, no existía nada que lo detuviese, el

tiempo avanzaba y ahora no había vuelta atrás, el Mago Azul había sido

liberado. Entre la neblina, la figura de un hombre envuelto en una túnica de

capucha de color azul oscuro, cuerpo atlético, alto, cabello negro y trenzado y

unos ojos violetas, profundos como el océano de un color que revelaba su

naturaleza faerica, permanecía con una rodilla en el suelo sosteniendo en

brazos el cadáver de fallecida Roxane.

Nadie nunca estuvo preparado para lo que sus ojos vieron, nadie

nunca pudo esperar aquella escena salida del sueño más profundo, solo la

inocencia de Ezequiel lo liberó del temor, llevándolo poseído por la emoción

a correr desmedidamente hasta el cuerpo de su madre. A los pies del mago,

este lo miró con una expresión claramente desalmada, su mirada carecía de

vida, de espíritu, era un ser hueco, vacío, sin deseo o voluntad.

Con cuidado, colocó el cuerpo de Roxane en suelo, a los pies del ni-

ño. Y bajando su cabeza en señal de respeto solo exclamó en un susurro que

retumbó en medio del silencio de aquella habitación.

-Deseo… concedido.

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CAPITULO VIII “Arjeck”

a luna resplandecía en lo alto de cielo, la noche oscura era su acompa-

ñante, pues incluso las estrellas se ocultaban ante su perversión que

amenazaba con descaro el horror que se estaba a punto de cometer.

Sonriente y complacida, la luna aceptó el pacto de aquella alma

frustrada que anhelaba la grandeza, pero que la vida le había negado. Levan-

tando sus ojos al cielo y mirando a la luna, empuñó decidida la daga con la

cual daría fin a su vida, sellando así el juramento que el astro y ella habían

acordado.

Por más que lo intentó no hubo palabras para dar un a adiós al hijo

no nacido que llevaba en su vientre, más que un frase –Arjeck… ese hubiese

sido tu nombre…- Ella habría de sacrificar su vida para entregarlo a Luna, con

la sola esperanza que ella, quien reina en los cielos le otorgara un futuro

mucho más brillante que el que esperaría a manos de su mísera existencia

mortal y del caos inclemente de la vida.

Desnuda y bañada por la luz, cortó su garganta dejando salir la tinta

carmesí que lentamente recorrió todo su cuerpo, tiñendo las aguas del lago y

dando permiso para aquellas que viven más allá del caos vinieran en busca del

niño no nacido.

La luna seria la guía de las hadas, ella le daría permiso de entrar en

la existencia, alimentada por la voluntad trastornada y miserable de un alma

frustrada que en su último deseo, entregó su vida y alma a cambio de la gran-

deza del vástago.

La luna cumpliría, tal como se lo había prometido. Cuando la última

de sus fuerza la abandonó y su mirada se volvió nublosa, su cuerpo cayó al

agua siendo arrastrado a las profundidades de aquella oscuridad en donde

pequeñas luces juguetonas; danzaban a su alrededor, alimentándose de su

deseo, de su fuerza, de su voluntad.

Norte, sur, este y oeste. Era ese el nombre de las cuatro hadas de los

puntos cardinales, señoras de las aguas, de la lluvia y del océano. Eran ellas

quienes traían el caos invernal y quienes mantenían a los dioses aprisionados

en el frío del espacio, eran ellas quienes con poderes más allá de los que la

luna podía soñar, daban orden al universo en medio de su caos, atadas por

reglas que incluso ellas mismas no comprendían.

L

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Seres inmortales hechos de agua, neblina y escarcha. Danzaban a

través del viento en busca de aquellas almas que con su voluntad invocaran el

deseo fervoroso de su corazón, eran ellas quienes daban esperanza al mundo a

cambio de un precio que nadie podría pagar.

Aun los magos más desquiciados temían a su poder, nadie en su

sano juicio permitiría que un mortal invocara a las hadas. Pero no Luna, ella

sabía bien que deseaba, sabía bien lo que había en su corazón y era esta la

razón que le permitía no temerles, pues si ellas atentaban contra ella cambia-

ría su deseo arrastrándolas lejos con los vientos tempestuosos que las gober-

naban.

28 años habían transcurrido desde aquel día, tiempo en el cual aquel

niño había sido criado, alimentado y vestido por las hadas. A él se le había

entregado el poder de la estrella azul, el dominio sobres las aguas y sobre los

corazones humanos, era él quien se encargaba de cumplir los deseos mortales

a cambio de un pequeño precio.

Su alma carecía de humanidad, de voluntad, de sueños. Era él quien

satisfacía al deseo mismo, era él la voluntad del hombre, una voluntad carente

de sí mismo. Jamás había soñado, jamás había anhelado, pues era incapaz,

pues no conocía el sentir y si tan siquiera soñara con hacerlo las hadas le

arrebatarían la vida, arrojándolo al caos infinito de la oscuridad.

Y ahora, ese ser carente de alma, carente de voluntad, carente de es-

píritu y deseo estaba en presencia de un reino en guerra, en donde cada alma,

desesperada por el horror anhelaba algo imposible, algo que estaban dispues-

tos a alcanzar sin siquiera detenerse a mirar el precio. Solo bastaba una frase

“Yo deseo…” no se necesitaba más, él cumpliría sin importar lo que fuese, no

había nada imposible para él.

Era el último de los magos, el último de los cuatro hijos de la luna.

Con ellos, ella se alzaría en armas en contra de Dios, pero hoy él no estaba ahí

por eso, sino para cumplir con el único propósito de su existencia, servir.

-Pronto nos veremos… Aghata. Solo tres días, tres días…- Con estas palabras

Numis, la mentira de marfil; emprendió su retirada con paso suave y tranquilo

mientras que su cuerpo se desvanecía cual fantasma e ilusión.

Las máscaras que Numis había liberado en forma de sirvientes

abismales tomaron su forma original, cayendo al suelo y volviéndose tan solo

arena. Eliza no dudó tan siquiera un segundo, su vida no importaba, solo la de

Víctor.

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Vida a la cual buscaba y llamaba desesperada golpeando el suelo

que, con ayuda de la sombras, lo había devorado. Era el final, él no volvería,

la mentira de marfil había acabado con el rey. El reino moría y ahora todos

debían enfrentar un horror mayor, sus propios deseos.

Lentamente los ojos de Roxane se fueron abriendo, la sonrisa de

Ezequiel no se hizo esperar; entre lágrimas y llantos de alegría la criatura

abrazaba a su madre, quien poco a poco se iba incorporando y que para su

horror, su memoria iba haciendo recuerdo de su último encuentro con Eliza.

Su deseo fue la venganza, sin embargo, no tuvo coraje ni fuerzas pa-

ra atentar en contra de ella. Su alma era hoy más miserable que nunca, Víctor

había muerto, pero con él el reino y ella misma. Nunca imaginó amar tanto a

Víctor, tanto como para comprender el sentimiento de dolor de Eliza, tanto

como para dudar de esa venganza interminable y despiadada a la cual había

esclavizado a su amado y condenado por la eternidad.

La muerte resultaba desconcertante, la vida aun más, pero cuando

ambas se juntan lo único que queda es vacío y desesperación. Era esa la ex-

presión en su mirada, al comprender la realidad que debía afrontar.

En silencio, cada soldado y hombre presente en aquella habitación

se fue retirando, hasta solo dejar una sala vacía, llena de la miseria y de los

lamentos de Eliza y Roxane.

Incluso el Mago Azul se había marchado, retirándose a los jardines

con toda calma guiado por el susurro del viento. Solo eran ellas, Ezequiel y su

dolor…

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CAPITULO IX “Día I”

espués de la tormenta viene la calma. Y era en la calma de aquel

jardín, en donde tantas veces y a solas viendo el atardecer había

llorado, que hoy compartían su pesar.

En una escena que jamás hubiesen podido imaginar, Eliza y Roxane

compartían su dolor, ambas lloraban la culpa acerca de la muerte de Víctor. El

odio entre ambas no había desaparecido, pero hoy algo más fuerte las unía.

Su ausencia cambiaba las cosas, cambiaba al mundo que ahora era

austero y sin sentido. No podían entender cómo su corazón lamentaba la

perdida de aquel, un ser por demás monstruoso y digno merecedor de aquel

castigo y mucho más. Buscaban la respuesta dentro de sí y en las palabras de

la otra, ¿Por qué no aceptaban la partida de Víctor? ¿No era acaso ese su

deseo?

Eliza quien había entregado su vida y a su hijo para estar al lado de

su macabro amor, hoy caía en cuenta de su error. Nunca supo lo que de ver-

dad su alma ansiaba, lo que su alma deseaba, tal vez… en algún momento sus

sentimientos y pensamientos fueron claros, pero después de la partida de

Víctor la primera vez, ella nunca más volvió a ser la misma. Confundió el

odio con el amor, trastornó su deseo, creyendo que a lo que anhelaba era a él,

sin darse cuenta que no estaba estaba dispuesta a pagar el precio real por

cumplir aquel sueño.

Vivía alimentando su odio, a la vez que alimentaba su amor, dividi-

da entre dos mundos y sentimientos que nunca le permitirían ser feliz a su

lado o lejos de él. Roxane por su parte, no distaba mucho de esta realidad.

Ella al igual que Eliza se encontraba en frente de un abismo ¿De que

había servido volver a su lado, si igual sufría por su amor, si igual no lograba

encontrar frente aquel atardecer la satisfacción real de ver su venganza por fin

realizada? Ambas dudaban de su deseo, ambas carecían de una voluntad

transparente y clara para sus propios ojos y la pregunta de aquel momento,

frente al astro solar era: ¿Ahora qué?

¿Debían seguir con sus vidas y escapar a la guerra… o morir lu-

chando y acabar hasta con lo último que les recordara a Víctor?

Para ellas era claro, no podían seguir adelante porque su ausencia no

se los permitiría, lo amaban demasiado. No podían escapar de la guerra, pues

eran incapaces de abandonar todo aquello que amaron y odiaron, su lugar en

D

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el mundo era aquel y a donde fuesen ellas llevarían consigo la guerra, aquella

guerra de amor y odio que tarde o temprano debía acabar.

Sin embargo, la peor de las realidades era acabar con todo, pues el

resultado de aquella decisión implicaría acabar con sus vidas y con la de

Ezequiel, incluso con la del reino mismo ¿Cómo negarse a sí mismas que

ellas eran el símbolo más grande de lo que Víctor había sido en vida?

Habían sido ellas sus maestras y compañeras, sus amigas y enemi-

gas, sus amantes, sus sueños y pesadillas. Era hoy que podían entender que

tanto habían contribuido a ese mundo de odio y dolor que rodeaba a Víctor.

Su prepotencia e ignorancia las llevaron a creer que el que las haya

hecho sufrir, les daba el derecho a exigirle el universo, pero nunca darle a

cambio más que una estrella. Ese era Víctor, un hombre que vivía de la mise-

ria de los demás sin nunca preguntarse si era justo o suficiente.

El mundo parecía haberse detenido, ahora ellas, quienes siempre

habían luchado entre sí por el amor de Víctor y por el placer de hacerlo sufrir,

no tenían sentido en la vida. Hoy se daban cuenta de lo que podían haberle

dado a cambio, algo más que una mísera estrella.

Cierto era, que aquel hombre era más un monstruo que un humano,

que todo lo que tocaba sufría ¿Pero acaso no eran ellas así? ¿Acaso no cono-

cían su verdadera naturaleza? ¿Por qué querer cobrarle algo que siempre fue?

¿Por qué querer hacerlo culpable de algo que aceptaron desde el principio?

¿Por qué querer castigarlo, cuando su peor condena era luchar contra sí mis-

mo, para poder regalarles un mundo del cual solo las quería a ellas?

Tenían todo a su alcance, siempre lo habían tenido. Incluso Roxane,

quien no sentía satisfacción alguna por los hombres mortales debido a la

bendición de las sirenas, podía aspirar a lo que ningún mortal soñaba… el

amor de un dios. Pero Víctor por el contrario no era capaz de tal cosa, había

nacido condenado, poco era lo que podía hacer para cambiar un destino y una

suerte ya escrita en tragedia y miseria.

Incluso hoy, ambas tenían a su alcance la posibilidad de traerlo de

nuevo a la vida. Nada era imposible para el Mago Azul, “Echelon, la estrella

del deseo”, pero aun así su miedo y egoísmo las hacían dudar de lo que debían

hacer.

Temían al precio que debían pagar o temían a saber el precio y des-

cubrir que no deseaban pagarlo.

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Fue este el momento más miserable de sus vidas, al darse cuenta

que habían arruinado una existencia ya miserable quitándole lo único que

tenia y sin darle nada a cambio.

Pero fue la risa de Ezequiel la que les reveló aquella verdad, al verlo

jugar con inocencia con el Mago Azul sin temer a su poder o a su identidad.

Por alguna razón que no se explicaban, el niño se encontraba fasci-

nado con la inhumanidad de Echelon. Quien a la distancia, permanecía senta-

do en un banco respondiendo a las preguntas de Ezequiel, siempre sin ser un

participe real de la realidad misma.

- Roxane, no podremos ganar esta guerra sin Víctor. Él era el único con el

coraje y la monstruosidad suficiente como para afrontar el horror del comba-

te.

-Puede que sea así, pero aun así debemos intentarlo, nuestros errores ya han

costado suficiente. El reino no debe caer por nuestras faltas, todavía conta-

mos con Marcos quien es un hombre leal y que estará dispuesto a ayudarnos

si tú se lo pides.

-Marcos apenas tiene vida, ni siquiera sabemos si sobrevivirá la noche… Aun

cuando mejorara, la moral de los hombres se encuentra por el suelo, el

enemigo está reuniendo sus fuerzas y se está preparando para un ataque

final.

-¡Entonces los detendremos nosotras!

-¿Cómo? ¿Cómo se supone que haremos eso?

-No lo sé… supongo que lideraré a las tropas y tu podrás ayudarnos con tus

hechiceros y gárgolas. Después de todo, casi venciste a Víctor, estoy segura

que esta guerra no será ningún reto para ti.

-Ojalá sea así…

El sol terminaba de ocultarse y mientras los últimos rayos anuncia-

ban la llegada del anochecer, Ezequiel permanecía en el jardín en la compañía

del mago, quien escuchaba atento a aquella criatura que con una inocencia sin

igual lograba captar su atención.

-¿Por qué tus ojos son de ese color?

-¿Púrpuras?

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-¡Exacto! Uhmmm… siempre se me olvida como se llama, así nunca llegaré a

ser un gran pintor. Cuando crezca quiero pintar y hacer grandes cuadros,

para así retratar a mi familia y mis amigos.

-¿Y por qué deseas hacer eso?

-Porque quiero hacerlos felices, no me gusta cuando la gente llora. Mamá

dice que cuando alguien llora es porque alguien malo le ha hecho daño ¿Tú

eres una mala persona?

-No lo sé… ¿Puedes decirme tú?

-Cuando llegaste todos lloraban, pero… si veo bien tus ojos, no me pareces

alguien malo, incluso creo estas triste ¿Te sientes mal por algo?

-¿Triste? ¿Yo…?

-La señora Eliza siempre me repite que todos tienen sentimientos, incluso

papá, en ocasiones pareciera no quererme, y me asusto y lloro cuando lo

llaman monstruo o me ve de esa forma rara; pero Eliza me dice que no siem-

pre las personas demuestran sus sentimientos y que en ocasiones las personas

no saben lo que sienten… como papi.

-¿Tu padre es el rey?

-¡Sip! Pero el hombre de la máscara se lo llevó, mami dice que pronto volve-

rá, pero creo que me está mintiendo, pues la he visto llorar desde que desa-

pareció…

-¿Lo extrañas?

-Sí, mucho… en ocasiones no es una buena persona, mami dice que él es

malo, pero aun así se ve muy feliz cuando está con él. Todos en palacio lo

quieren, a pesar que dicen cosas malas y que él las haces para defenderse.

-¿Quisieras que volviese?

-¡No! Yo se que papi esta muerto… y aunque lo extraño, no deseo verlo su-

frir. Cuando nadie lo ve, él llora solo, lo sé porque lo he visto por la cerradu-

ra cuando está en su habitación. Siempre repite lo mismo “¡Perdón!” no

deseo verlo llorar más…

-¿Y entonces que deseas?

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-Que todos aquí en palacio fuesen realmente felices, incluyendo papi y en

especial mami y la señora Eliza…

-Yo podría cumplir eso si me lo pides, si es tu deseo.

-¿En serio…?

-Si… no tiene para mi ninguna dificultad, no hay nada que me sea imposible.

Tengo el poder de las hadas, por eso mis ojos son de este color y por eso

puedo cumplir cualquier deseo.

-¿Podría desear lo que quiera?

-Todo lo que quieras.

-¡Entonces tú puedes hacer feliz a papi, a mami y a la señora Eliza! ¿Y Tam-

bién podría desear que tú fueses feliz?

-¿Yo…? No lo sé, ni siquiera sé que es estar feliz.

-¿No? Eres muy rarito, pero igual me caes bien, ¡Después de todo no eres

una mala persona! ¿Cómo puedes ser malo si cumples los deseos de la gente

y los haces feliz?

-Supongo que tienes razón… tu madre te llama, no la hagas esperar.

-¡Adiós señor…! No se tu nombre…

-Echelon.

-No parece un nombre… ¿En verdad ese es tu nombre?

-No, pero así me llaman desde hace mucho tiempo, mi nombre real no lo

puedo decir.

-¿Por qué?

-No lo entenderías, tal vez algún día puedas entenderlo…

-Uhmmm… ¡Ya se! ¡Tengo un deseo!

-¿Cuál?

-¡Deseo que algún vez tú quieras y desees decirme tu nombre real! Bueno…

me tengo que ir, ¡Adiós!

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-Deseo… concedido.

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CAPITULO X “Día II”

l día había llegado casi sin aviso, el tiempo transcurría silencioso y la

presión aumentaba con cada segundo. La decisión a tomar era difícil,

pues desconocían cual debía ser el precio a pagar por los deseos ya

cumplidos al ingenuo Ezequiel, quien manipulado por la máscara de marfil y

llevado por su inocencia, ahora no se desprendía del Mago Azul por el cual

parecía mostrar una simpatía poco razonable.

La conversación era por más de intensa, las palabras no buscaban

dañar, sin embargo, no era difícil que lograran ese propósito. Eliza perdía el

control de sí con cada segundo, los enigmas y la paz aparentemente inaltera-

ble de Aghata solo la perturbaban más.

-¿Qué debo hacer Aghata? ¿QUE DEBO HACER?

-Pensé que sabrías que hacer en este momento… después de todo, tú eras una

de las personas que con más fuerza deseaba su muerte.

-¡No era la única! ¡Tú también en algún momento lo hiciste! No te encerraste

en una habitación por miedo al mundo, sino por miedo a lo que le pudieses

hacer a Víctor.

-Tal vez es cierto… pero aun así, ese hecho no borra la guerra que ahora

espera afuera. Los soldados se repliegan y se organizan para un ataque final,

ya no habrá más tiempo y puesto que la abeja reina ha muerto, alguien debe

asumir el control.

-Que lo asuma Marcos…

-¿No fuiste tú quien le dijo a Roxane que eso era una locura? Su destino aún

es incierto, tan incierto como la duda en tu corazón acerca de si revivirlo o

no.

-Como de costumbre sabes más de lo que debes saber…

-No es hechicería, solo hay que observarte a los ojos. El precio a pagar será

muy alto…

-Pero es la única solución Aghata, él es el único que puede sacarnos por lo

menos vivos de esta confrontación sin salida.

E

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-Confrontación que él causo y que también pudiese agravar, la muerte es un

destino bastante amargo, más bajo las circunstancias en las que cayó él ¿Qué

garantías hay que su retorno no traerá consigo su venganza? Después de

todo, ambas rompieron su promesa y ahora él podría sentirse libre para

arremeter contra lo que más amaba…

-¿Amaba…?

-¿Acaso cuentas con que aún ame a alguna de las dos?

-¿Por qué no habría de ser así…?

-Es un monstruo… ¿No es lo que piensan Roxane y tú de él?

-¡Eso no es así!

-¿Entonces por qué lo han tratado como tal?

-¡¡TU NO TIENES MORAL PARA DECIRME ALGO ASI!!

-Calma ya mi niña… esas lágrimas no te permitirán combatir bien, no es

momento para discutir más, ahora lo que importa no es la respuesta, sino

hacer la pregunta indicada.

Aghata había dejado algo claro con sus palabras, el Mago Azul no

era la verdadera amenaza, pero entonces ¿Cuál era?

Desde otro rincón, el té se servía en la mesa en la tranquilidad inal-

terable de la habitación. La guerra parecía ausente en medio de los lujos y el

silencio, solo interrumpido por la risa de Ezequiel, quien jugaba alegre corre-

teando de un lado al otro. Roxane lo observaba con detenimiento, a pesar que

su verdadera atención se encontraba en su acompañante, el Mago Azul.

-¿Gusta un poco de té?

-Muy amable, con agua bastará.

-No tiene por qué sentirse incomodo o apenado, puede disponer de cualquier

cosa sobre la mesa en el caso que le apetezca.

-Como ya le dije antes, muy amable, pero con agua bastará.

-Entiendo… ¿Cómo le debo llamar? ¿Mago Azul o tiene algún nombre?

-Tengo muchos nombres, pero Echelon bastará para cumplir con su objetivo.

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-Echelon… entonces ese es el nombre de a quien le debo agradecer haberme

vuelto a la vida.

-No existe nada que agradecer, solo cumplí con lo que se me ordenó.

-Aun así insisto en darle las gracias, pudo haberse negado igual a cumplir

esa orden por provenir de un niño.

-Tal cosa no es posible, sin importar de quien venga el deseo debe ser cum-

plido, siempre y cuando el precio sea pagado.

-¿Y cuál ha sido el precio que Ezequiel tuvo que pagar?

-¿Acaso no es evidente?

-No tengo nada que ocultarle, realmente desconozco que fue lo entregó mi

hijo a cambio de mi vida ¿Cuál es el precio a pagar de sus deseos?

-No existe un mismo precio para todos los deseos, cada deseo posee su propio

costo. Aun para mí, me es imposible determinar cuál será el precio que el

cliente habrá de pagar… pero algo si es cierto, nadie está exento, las reglas

son claras.

-¿Entonces cumplirá el deseo que se le pida sin importar la persona o el

deseo?

-Correcto.

-Entiendo… pero hay algo que me inquieta, ¿La forma en la que se formulan

los deseos sigue alguna regla en específico?

-Solo dos, cuando no he sido invocado por primera vez el deseo original debe

hacerse con sangre y pronunciando mi nombre, pero una vez ya invocado,

solo bastará con que a mis oídos llegue “Yo deseo…” sea de manera cons-

ciente o inconsciente.

-Entonces… ¿En una invasión enemiga cumplirías cuantos deseos fuesen

formulados sin importar el bando que fuesen?

-Exacto, mi propósito no distingue de aliado o enemigo, no formo parte de

esta guerra y ni siquiera de este mundo. Como ya le dije, mi único propósito

es servir.

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En medio del juego y las risas Ezequiel se detiene, acercándose a su

madre con lentitud y una expresión de inquietud.

-¿Mami, si perdemos la guerra que pasará con nosotros?

Roxane a penas pudo reaccionar de su asombro ante la pregunta de

su hijo, quien dentro de su corta edad y aparente inocencia parecía compren-

der un peligro inminente de la confrontación bélica.

-No hay nada porqué temer amor, todo estará bien. Tu padre es un gran

guerrero y se encargó de formar soldados valientes y muy fuertes que nos

protegerán.

-Si… lo sé… pero papi ya no está y todos en palacio están muy tristes por la

muerte de papá ¿Papá murió por mi culpa?

-N… no… ¡Claro que no! ¿Por qué dices algo así?

-Si yo no hubiese pedido que tú regresaras… el hombre malo no lo hubiese

atacado. Yo no quería hacerle daño a papi…- Rompiendo en llanto y arroján-

dose desconsolado en los brazos de su madre.

Roxane lo recibió con sentimiento y horror, mientras volteaba en di-

rección al Mago Azul quien inmutable, permanecía en la silla casi inmóvil

con su mirada perdida en la nada.

-¿Qué le has hecho a mi hijo?

-Las reglas son claras, todo deseo tiene un precio.

-¿Acaso no vez que es un niño? Es demasiado inocente para sufrir así…

-Exacto, ya ha respondido a su pregunta.

-No… ese no pudo haber sido el precio, ese no…

-Yo no escojo con que han de pagar, lo hacen las propias personas, aquellos

quienes no son conscientes de su voluntad entonces serán victimas de su

destino.

-Caos…

-Exacto, aquellos que no toman control de su existencia, entonces esta lo

hará por ellos. He ahí a Ezequiel, quien por su naturaleza no pudo tomar

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control de su destino, por lo cual fue el destino quien ha escogido quienes

habrían de ser sus padres y cuál ha de ser su vida hasta que él se revele.

-Entonces… ¿Aquellos que no tenemos inocencia pagaremos con algo

más…? Es por eso que el precio que pagó no es evidente a nuestros ojos...

-Los humanos son codiciosos, inconformes, egoístas, no pasará mucho tiempo

antes que sus deseos se tornen oscuros y comiencen a anhelar cosas más allá

de las que puede pagar o que esté dispuesto a pagar.

-Pero no existe ser en el mundo capaz de algo así…

-Se equivoca, si existía, existía en esta ciudad.

-¿Te refieres a Víctor?

-¿Qué dices, Este?... ¡Ah! ¡Disculpe! Me distraje un poco, Este me dice que

ese era su nombre, Víctor, ese era el nombre del único hombre que estaba

dispuesto a pagar el precio justo por aquello que deseaba. Su partida de este

mundo es una lástima, no existen demasiadas personas como él, tal vez él

hubiese podido salvarlos…

-¿Salvarnos? ¿A qué te refieres?

-¿Acaso no se ha dado cuenta? ¿No se ha preguntado qué sucederá cuando

todos ustedes seducidos por mi poder comiencen a desear de manera indis-

criminada y egoísta?

-Pandemónium…

-Es así, el resultado será impredecible, pues todos solo pensarán en sí mis-

mos, sin consciencia alguna de lo que desean y de su costo, ni del costo para

otros. Nada en este mundo está desligado, todo se entre conecta, ¿No entien-

do que lleva a los humanos a la soberbia de pensar que pueden ir en la vida

actuando sin que tal acción tenga una reacción?

-Yo… yo… no sabría que responderle, solo se una cosa… no deseo que Eze-

quiel sea víctima de ese caos.

-¿Deseas que se salve para complacer a tu egoísmo?

-¡No! ¡No me importa lo que me suceda a mí! Solo deseo que él no tenga

nada que ver con esto, que él tenga la oportunidad que nosotros nos hemos

negado.

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-Entonces puede que haya una forma de salvarlo todavía…

-¿Cuál? ¡Dime! ¡La tomaré sin importar su precio!

-Marcharme de aquí y seguir con mi camino, sin embargo, tal cosa no es

posible hasta que las hadas se hayan alimentado del suficiente egoísmo como

para traer a los vientos gélidos y ordenarme un nuevo destino. No importa si

es uno o muchos, solo que sea…

Desde lo alto de la muralla del castillo, Eliza observaba a las tropas

enemigas las cuales permanecían en relativa calma amenazando con una

tranquilidad perturbadora. Su mirada se perdía en el horizonte, preguntándose

qué sucedería ahora que Víctor no se encontraba, no tenia certeza que ella

sola pudiese contener las fuerzas enemigas, algo en el viento, en el olor de la

sangre y en las voces susurrantes de los cadáveres le decía que todo estaba

mal, que un mal igual o mayor se aproximaba.

El cielo se tornaba gris y mientras el sol se ocultaba tras nubes oscu-

ras que amenazaban con tormenta, el viento traía consigo un profundo olor a

sangre y un sentimiento de hambre insaciable. Eliza no podía evitar sentir una

preocupación indescriptible, ella podía ver con claridad las almas de los falle-

cidos agitarse desesperadas por una amenaza invisible, algo que advertía de su

llegada.

Fue con la primera gota que lo pudo ver, la lluvia había comenzado,

pero aquella primera gota no era agua sino sangre. Alzó su mirada y la dirigió

al medio del campo de batalla, en donde la figura de un joven de piel clara y

cabello largo y negro deambulaba entre los cadáveres, buscando a los sobre-

vivientes y heridos.

En un principio pudo pasar desapercibido como un humano cual-

quiera para los ojos de quien fuese, pero fue la escena que prosiguió lo que

reveló que hacía mucho había dejado de ser mortal. Un joven soldado del

bando enemigo se apoyaba como mejor podía sobre su espada, su hombro

había sido herido por una flecha y sus costillas se encontraban rotas, las fuer-

zas lo abandonaban y apenas tenía el aliento suficiente para sostenerse en pie.

El joven de cabello largo y negro se aproximó con paso silencioso,

sin apuro alguno. Algo en su rostro delataba un sentimiento, un impulso tan

inhumano y desbordado que se convertía en algo visceral; era hambre, hambre

desmedida y desbordada, hambre monstruosa y descontrolada, distante de la

humana o la animal, hambre demoniaca y profana.

En un arrebato de violencia indescriptible, el soldado fue sostenido

por el cuello, solo para sentir en carne viva los dientes que desgarraban su

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carne. Un alarido de dolor llenó el aire, los soldados enemigos desde sus

refugios veían estremecidos la escena salida de pesadillas, sin embargo, nin-

guno acudió en ayuda del que era uno de los suyos.

Todos parecían tener plena consciencia de quien era el joven, que

con voracidad destazaba y desmembraba el cuerpo del soldado, consumiendo

su carne y vísceras. El líder de las tropas enemigas observaba inmutable y

despiadado la cruel escena, su mirada se alzó a lo alto entrelazándose con la

de Eliza, para luego esbozar una sonrisa que revelaba toda su complicidad en

aquel hecho.

Eliza palideció ante aquella sonrisa, aquel general estúpido había

cometido un error demasiado grande, un error que no podría frenar y que no

tardaría antes de salirse de control. Sus deseos de victoria y venganza lo

habían llevado a pactar con algo tan terrible como las hadas, algo llamado “El

Mago Rojo”

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CAPITULO XI “Día III”

unca pensó que aquel día llegaría, aquel día en donde aun entre los

malditos y despreciados, entre aquellos que han cruzado la línea y

caminado a través de lo profano, ni siquiera se atreven a caminar en

pensamientos.

El amanecer había llegado, sin embargo, hoy sería un día lluvioso.

Aún se preguntaba si serian las gotas cristalinas de agua o las brillantes lágri-

mas del diablo las que bañarían la tierra. El ataque había comenzado, no hubo

nada que los preparara, el enemigo estaba dispuesto a dar fin a la guerra, hoy

arremetía con toda su fuerza liberando fuego y piedra.

Las murallas que durante meses habían contenido el ataque, hoy por

fin cedían. El enemigo penetraba las defensas y avanzaba imparable ante un

ejército que desmoralizado por la ausencia de su rey, solo buscaba proteger a

los ciudadanos.

El fin parecía inevitable, un fin que durante mucho tiempo Eliza ha-

bía temido y que hoy parecía no tener las fuerzas para confrontarlo y mucho

menos para aceptarlo. Todos permanecían en silencio en la sala del trono,

aquella sala en donde alguna vez Víctor reinó con su arrogancia y prepoten-

cia, pero en donde también trajo alegría y paz a un mundo cruel que solo

podía ser apaciguado por una bestia igual de cruel.

Era hoy que Eliza y Roxane entendían el papel fundamental de Víc-

tor en sus vidas y en la del reino, no era la profecía lo que habría de destruir-

los, sino su miedo a vivir; la ausencia de una voluntad que los impulsara a

romper con las cadenas que los oprimía. Era Víctor quien tenía esa voluntad,

era él quien al no poseer nada ansiaba todo y por eso su deseo se desbordaba

de manera indetenible, inclemente, despiadado, tal como el mundo se desbor-

daba sobre los hombres devorando a aquellos que no fuesen capaces de pe-

lear.

-¿Mami, pronto nos vamos a reunir con papá?- Fueron estas las palabras del

pequeño Ezequiel a su madre, las cuales retumbaron en la sala en medio del

silencio y la resignación.

No hubo alma que no se estremeciera, ni ojos que no derramaran lá-

grimas ante una inocencia que moría lentamente en sufrimiento y agonía. La

guerra le arrebataba lo más preciado que traía consigo la infancia, todos com-

prendieron ahí lo inútil de sus esfuerzos por su carencia de voluntad y de

deseo; un golpe al trono, una mirada de odio e ira desbordada acompañada de

N

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lágrimas que delataban un deseo animal por sobrevivir y un deseo humano

por vivir.

-¡No hijo, aún no nos reuniremos con tu padre!

Aquellas palabras dichas por Roxane avivaron la esperanza de los

presentes en la sala, ella no estaba dispuesta a morir, sino podía arreglar el

pasado arreglaría el futuro. Tomando la mano a Ezequiel se encaminó al

balcón principal ante las preguntas de sus comandantes y generales, quienes

desconcertados no entendían lo que sucedía.

-¿Pero mi señora que piensa hacer? Debe escapar, el enemigo está por ter-

minar de penetrar nuestras defensas, debe salvarse.

-¡Prepárense para contra-atacar, hay una guerra que debemos ganar! Y si no

ganamos... ¡ENTONCES MORIREMOS CON ORGULLO!

No hubo replica alguna, ni objeción posible, cada uno tomó su lugar

poseído por un sentimiento de combate que los llenaba de fuerza y les permi-

tía asumir el fin de su existencia con orgullo y satisfacción. Como si fuese

alguna especie de magia, los soldados quienes ya entregados a la derrota,

alzaron su vista a lo alto del castillo en donde pudieron apreciar a su reina,

quien permanecía inmutable, inamovible, orgullosa, soberbia, observándolos

con mirada recriminatoria, objetando su cobardía y su falta de voluntad.

Un silencio abrupto y repentino invadió el aire, aun el ejército

enemigo se detuvo por un instante ante la presencia inesperada de la reina,

quien sin temor aparente se personificaba en una especie de llamado al com-

bate. Una voz rompió la quietud, entre las filas, un hombre vendado por las

heridas salía al frente de la batalla y sosteniendo su espada sonreía con tran-

quilidad.

-¡No se queden ahí parados, hay una guerra que ganar! ¡Soldados…! ¡A sus

puestos!- Gritó con todas sus fuerzas en tono enérgico e imperativo, el cual no

resultaba ser otro que Marcos, quien a pesar de sus heridas se había levantado

para dar su último aliento en lo que sería el encuentro final.

Un grito a una sola voz se alzó en los aires, los soldados elevaban

sus armas a los cielos sacudiéndolas enérgicamente, la moral había vuelto y

en sus ojos se podía ver nuevamente el deseo de luchar.

-¡Por nuestro honor, por nuestra reina, por nuestra vida y por nuestra fami-

lia! ¡¡ATAQUEN!!- Gritó una última vez Marcos mientras se arrojaba en

contra del ejército enemigo, encabezando a las tropas, quienes lo seguían

poseídos por aquel espíritu de lucha.

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El enemigo, confiado y agotado por tantas semanas de asedio ape-

nas pudo reaccionar, viéndose pronto acorralado y perdiendo su ventaja a

pesar de su supremacía numérica. Poco a poco, Marcos avanzó con paso firme

haciéndoles retroceder y salir más allá de las murallas, recuperando el terreno

perdido. Los comandantes enemigos observaban con enojo y nerviosismo la

fuerza del contra ataque y en un esfuerzo desesperado por reprimir la revuelta,

liberaron la furia de sus flechas incandescentes y sus armas de fuego que

cruzaron los cielos convirtiéndolo en el infierno.

Sin embargo, la furia del ejército y la valentía por la cual se encon-

traban inspirados, bajo el mando de Marcos, les permitía seguir avanzando en

medio del pandemónium de llamas y flechas. Los escudos, espadas y lanzas

se entre cruzaron y formaciones estratégicas crearon un espacio ciego que les

permitía contra atacar y repeler el ataque enemigo sin dificultad.

La infantería avanzaba sin detenerse guiada bajo las ordenes de

Marcos, mientras desde las murallas ya recuperadas, los arqueros se reinte-

graban contra atacando con flechas explosivas y de humo, ganando tiempo

para que los soldados aéreos lograran posicionarse con sus águilas gigantes

sobre el campamento enemigo, pudiendo así arrojar su cargamento de lava y

aceite sembrando el caos y la destrucción.

La suerte parecía estar a su favor, el ímpetu inesperado de la reina

había devuelto a su ejército el espíritu de lucha, logrando acorralar al enemigo

y llevándolo a una posición completamente desventajosa. Marcos quien du-

rante varios días había estado ausente por sus heridas, ahora dirigía el ataque

frontal y sin tregua, a pesar que no se encontraba en las condiciones ideales

para pelear exponiendo su vida.

Desde más atrás del balcón, por detrás de Roxane, Eliza observaba

el despliegue de las fuerzas militares que respondían al ánimo y espíritu de la

reina. Un sentimiento de esperanza y odio la embargó, al desear vivir, pero ser

incapaz de luchar por sí misma y de defender su propia vida.

-¿Por qué luchas Roxane? ¿Por qué?

- Eliza, si no tienes fuerzas para luchar huye, no te recriminaré ni juzgaré por

eso, pero hoy decidí vivir por mí y por lo que amo, ¿Y tú…?

-Yo… no tengo nada…

Sin embargo, la diosa de la victoria es caprichosa y traicionera. Esto

era algo que Roxane y su ejército entenderían rápidamente, al ver como desde

el centro del campamento enemigo se alzaban dos columnas gigantescas de

sangre que rozaban el cielo y que luego se derrumbaron sobre los soldados,

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esparciendo una oleada sangrienta que consumía los cuerpos cual acido mor-

tal.

No hubo distinción entre aliados o enemigos, la marejada de sangre

avanzaba en todas direcciones arrastrando consigo los cuerpos y disolviéndo-

los, alimentándose de manera monstruosa de ellos y creciendo desproporcio-

nadamente. Roxane y Marcos se estremecieron ante aquella imagen, la de un

joven de piel pálida, cabello negro y largo que sosteniendo su brazo izquierdo,

como si estuviese herido, absorbía hasta la última gota como si se tratase de

su esencia vital.

-¡Es el Mago Rojo! ¡Debes sacar a los soldados de ahí o los devorará a

todos!- Gritó Eliza a Roxane, al ver la imagen del joven.

Sin dudarlo, Roxane dio la orden de retirada. No obstante, el joven

hechicero no parecía compartir su decisión. Una herida se abrió en el dorso de

su mano izquierda, unas cuantas gotas cayeron al suelo y sin aviso alguno

estas se filtraron, retornando a la superficie en forma de cientos de estacas

sangrientas que atravesaban a los soldados. Defenderse era prácticamente

inútil, las armaduras y escudos apenas oponían resistencia, su ataque parecía

imparable.

Marcos, temeroso que sus soldados no sobreviviesen se arrojó en un

ataque suicida en contra del joven mago. Con destreza inesperada avanzó a

toda marcha mientras que con su espada apartaba de su camino las estacas de

sangre cristalizada, dirigiéndose en línea recta con una estocada mortal al

cuello, confiándose del frenesí mágico que su adversario sufría. No obstante,

el Mago Rojo no cayó con tanta facilidad en su embestida violenta y con un

rápido movimiento, se apartó de su camino sujetándolo por el cuello en una

reacción sorpresiva.

Su fuerza descomunal detuvo en seco a Marcos, rápidamente el flu-

jo de sangre comenzó a detenerse, mientras sus pies se sacudían y sus manos

luchaban por liberarse inútilmente. El joven, con sus ojos completamente

rojos, observaba de manera desquiciada el rostro de Marcos a quien la vida se

le esfumaba.

-¡Eliza, tienes que salvarlo! ¡Debes ayudarlo o Marcos morirá!

-¡NO! ¿Por qué…? ¿No fuiste tú quien dijo que deberíamos morir con honor?

La mano de Roxana voló con fuerza por los aires azotando la cara

de Eliza acompañada de una mirada de ira desbordada y lágrimas de frustra-

ción.

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-Si no eres capaz de luchar para salvar tu vida… entonces… hazlo por Eze-

quiel, si el enemigo obtiene la victoria yo moriré y él será convertido en un

esclavo en el mejor de los destinos, sino… todos seremos alimento de ese

monstruo. Yo no tengo la fuerza ni el poder para enfrentarlo, Víctor ya no se

encuentra, ahora nuestra vidas dependen de nosotros y de más nadie, él

merece la oportunidad de vivir y llevar la vida que nosotras nunca pudimos y

quisimos tener… te lo suplico Eliza, despierta, lucha por nosotros y detenlo,

lo único que me queda es él, estoy dispuesta a sacrificar lo que sea, solo

DESEO resarcir el daño que hice y que él y todos a los que dañe puedan ser

felices…- Derrumbándose entre lágrimas.

La luna abrió sus ojos en el cielo y desde la oscuridad del caos y el

tiempo perdido su voz viajó al mundo de los mortales, la brisa llevaba sus

mortíferas palabras hasta el jardín del palacio, donde permanecía sentado el

Mago Azul, absorto de la realidad sumergido en sus pensamientos.

-Ya has escuchado hijo mío… cumple su deseo…

-Pero madre… no ha sido pronunciado en mi presencia, las reglas son claras.

-¡Hazlo! ¡Obedece y cumple con tu propósito!

-Como ordenes madre… Deseo, concedido…

La estrella azul resplandeció en medio del cielo y la tormenta, Luna

esbozó su sonrisa dejando saber que su plan marchaba acorde a lo concebido,

el Mago Azul cuestionaba dentro de su mente el acto que había cometido, las

hadas escuchaban la voluntad naciente del mago y se levantaban desde su

palacio en el fondo del océano consumidas por la ira. El Mago Rojo observa-

ba el cielo, corroborando la presencia de su madre que confirmaba la satisfac-

ción por su presencia.

Eliza observaba con ojos nuevos las lágrimas de Roxane, quien

arrodillada le suplicaba para que detuviese lo que parecía un final inevitable.

Aquel deseo tendría un costo, un costo incalculable contenido en el mismo

acto de su realización, ella los salvaría, pues al fin podía ver con claridad que

nunca tuvo y nunca tendría nada para odiar a Roxane.

Ella que siempre consideró que la vida le había arrebatado todo, po-

día ver que no había sido la vida, sino ella misma. Era ella culpable de sus

desgracias y sus miserias, dentro de su mente una pregunta rasgaba su alma y

la acercaba más a lo humano a la vez que la alejaba “¿Cómo pude odiarla si

ella tiene menos que yo?”

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Era esa la realidad, Roxane poseía una existencia mucho más mise-

rable que Eliza, carecía del poder para controlar su existencia, para alcanzar

sus sueños o realizarlos por sí misma. Lo único que había poseído era una

belleza que el tiempo le arrebataría y el amor de Víctor que el destino se había

encargado de quitarle, cobrándole su falta de voluntad.

Fue entonces cuando su alma encontró algo que hacía mucho había

perdido por culpa de ella misma, algo a lo que los hombres renuncian por su

falta de voluntad, la paz. Eliza sonrió a Roxane con una tranquilidad inenten-

dible, una sonrisa que envolvía un alma llena de tranquilidad, y con la misma

se dio vuelta tan solo exclamando:

-¡Por favor, cuida de Ezequiel!

En paz, sin exigirle nada más a la vida, sin esperar nada de nadie,

sin ánimos de justicia o venganza avanzó al campo de batalla, tan solo con

una sonrisa en su rostro y una mirada que dejaba claro que se despedía de la

vida.

Atravesó las murallas caídas e incendiadas del castillo y lentamente

se abrió paso sin esfuerzo alguno entre los soldados que se apartaban. Roxane

observaba desde lo alto mientras secaba sus lágrimas, preguntándose cuál

sería el costo real de su deseo; sin embargo, no le importaba, fuese cual fuese

ella lo pagaría con tal de salvar a su amado Ezequiel.

A medida que avanzaba, los soldados dejaban de pelear, sin impor-

tar el bando no podían evitar sentirse que desperdiciaban sus vidas por una

causa que no les pertenecía y que ahora recaía sobre los hombros de una sola

persona, Eliza.

Cuando estuvo al alcance de la mirada, el Mago Rojo liberó a Mar-

cos de sus manos con las cuales lentamente le arrebataba la vida. Dejó caer su

cuerpo a un lado, este enseguida comenzó a apartarse buscando ponerse segu-

ro en un sitio en donde la muerte caminaba por doquier; algunos soldados

acudieron a la ayuda de su señor, mientras Eliza y el mago se observaban

fijamente.

Un silencio se hizo presente, ni el aire danzaba, ni las estrellas, ni el

sol o la luna se atrevían a pronunciar palabra alguna, entonces el silencio se

rompió.

-No es nada personal.

-Lo sé, no hace falta que me lo digas.

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-Solo cumplo las ordenes de la Luna, ella deseaba que yo viniese hasta acá.

-Lo sé, no hace falta que te disculpes, entiendo perfectamente.

-¿Cómo puedes sentirte en paz de esa manera?

-No lo sé, solo decidí sentirlo y asumir que toda la culpa de mi vida recaía en

las elecciones de cada decisión que tomé.

-¿Entonces este vacío que hoy siento es mi culpa?

-Lo más seguro…

-Solo deseo llenarlo, estoy cansado de vagar, estoy cansado de sentirme de

esta manera… como un monstruo ¿Crees que si devoro tu alma pueda tener

la misma paz que tú tienes ahorita?

-A sinceridad, desconozco la respuesta, pero espero que sí, ninguna alma

merece sufrir tanto.

-Entonces te devoraré a ti y a todo tu reino.

-¿Sabes que no te lo permitiré?

-Supuse eso, lo lamento, no quisiera hacerlo pero el hambre dentro de mí…

este vacío… es más fuerte que yo.

-No hablemos más y terminemos cuanto antes con esto.

De entre de las mangas de su vestido sacó el cráneo con el que tan-

tas veces había realizado aquella magia atroz y oscura, lentamente se agachó

colocando una de sus manos en suelo mientras con la otra empuñaba el cráneo

que al extremo opuesto poseía una filosa hojilla y en un solo movimiento,

atravesó su mano dejando que la sangre corriera libremente en la tierra.

-La nigromancia es el arte de manipular el cuerpo y la vida, concedemos vida

a aquello que la perdió o que nunca la poseyó. Es esta la razón por la cual

sus practicantes somos odiados, pues traemos de la muerte a los cuerpos de

los fallecidos, encarnando los miedos y pesadillas de los vivos, que no temen

a la muerte sino a la vida a pesar que aquellos que reanimamos no son la

persona verdadera, pues aun los nigromantes más poderosos somos incapa-

ces de dar vida real. Sin embargo, aun quienes profanan lo improfanable,

tenemos un tabú que solo pocos se han atrevido a romper… cuando creamos

una gárgola transformamos su cuerpo y damos muerte al alma, solo usamos

su instinto animal para asegurarnos que se mueva y obedezca, sin embargo,

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existe una forma de traer a la vida nuevamente a una persona o por lo menos

a su alma… ese método está prohibido, cualquiera que lo realice será conde-

nado a muerte por los mismos nigromantes, pues ni siquiera entre nosotros se

nos permite jugar a ser dios, no por miedo, sino por respeto al difunto quien

por fin a alcanzado lo más preciado en la vida, la paz. Nunca imaginé que

tendría que llegar a este extremo, pero supongo que no tengo otra opción,

esta es la única manera que poseo para detener a un hijo de la luna como

tú… perdóname… realmente perdóname… ¡VICTOR, LEVANTATE!

Los ojos de Eliza se tornaron completamente negros, mientras la

sangre surgía a borbotones de su mano en una manera anormal de la herida

que se había auto infligido. Una luz tornasolada era absorbida desde su cuerpo

hasta la tierra, un grito atroz se escuchó proveniente desde las profundidades,

que retumbó en el cielo oscureciéndolo y arreciando la tormenta ya existente.

Cinco dedos gigantes con uñas afiladas surgieron a su alrededor,

mientras la tierra se sacudía y se abría dando paso a una criatura salida de los

abismos del infierno. Una garra gigante levantó a Eliza hasta los cielos, a la

vez que un cuerpo sólido construido de hueso y piedra, con la forma de una

gárgola, cuyos ojos exhalaban sangre y odio volvía a la vida.

El mago alzó su mirada para observar con detalle a la gárgola gigan-

tesca que contenía el alma de Víctor traída desde la muerte. Eliza quien per-

manecía en su garra como en una especie de prisión, lo miraba a los ojos y

con expresión de arrepentimiento exclamó:

-Necesito una vez más de ti, solo una última vez, no puedo sola contra él.

Perdóname por lo que hoy te he hecho, te entregaré mi alma a cambio por la

eternidad si así lo deseas, pero antes, por favor Víctor, ¡Destruye al Mago

Rojo!

Víctor, ahora en un cuerpo monstruoso y gigantesco de gárgola for-

jada en hueso y piedra, lanzó un rugido a los aires y con la misma fuerza

blandió su descomunal cola en contra del mago. Este no tuvo tiempo a esqui-

var y fue aplastado por todo el peso de la criatura, encontrándose con que su

castigo no terminaba allí. Víctor continuó su ataque con una de sus garras,

desquebrajando el suelo debajo del mago, a la vez que lo inmovilizaba, prosi-

guiendo con la exhalación de un aliento de fuego que comenzó a hacer arder

el cuerpo de este quien gritaba de agonía.

Sin embargo, el mago no se quedó indefenso ante el ataque de la

bestia; en medio del dolor y las llamas, su cuerpo se convirtió en sangre que

se evaporó, desvaneciéndose por unos breves instante de la vista de Víctor y

Eliza. Los cadáveres cercanos comenzaron a convulsionar y sorpresivamente

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de sus cuerpos grandes agujas de sangre surgieron, atacando directamente al

monstruo pétreo.

Víctor usó su brazo libre y alas como escudos para proteger a él y a

Eliza, quien permanecía en su otra garra desangrándose lentamente, mientras

lo alimentaba con su propia esencia vital. En un ataque simultáneo, todas las

agujas se abalanzaron de manera sincronizada convirtiéndose repentinamente

en una especie de cadenas que inmovilizaron a la bestia y la anclaron al suelo,

mientras la sangre se extendía por todo su cuerpo. Cuando esta llegó a Eliza,

una figura se irguió formándose desde la cintura hacia arriba, el Mago Rojo

sostenía una lanza de sangre cristalizada y amenazaba con apuñalarla, quien

débil e indefensa no se percataba de su enemigo silencioso.

En una demostración de fuerza, Víctor rompió sus ataduras exten-

diendo sus alas y obligando al mago a retroceder hasta tierra firme, en donde

este de manera casi inmediata absorbió la sangre de los cuerpos, arrojándola

mientras esta avanzaba de manera indetenible con la forma de cientos de

fauces hambrientas. El golpe iba directo hacia Eliza, el mago sabía bien que si

le daba muerte el hechizo sería disipado, pero Víctor no estaba dispuesto a

perder de esa manera y en un acto desesperado nuevamente interpuso su mano

libre como escudo.

Las fauces sangrientas comenzaron a treparse con vida propia a tra-

vés de su cuerpo, esta vez destrozándolo con sus dientes afilados. Víctor

respondió con su aliento flamígero una vez más, procurando detener su avan-

ce, aun así estas siguieron inmutables y mortales hacia su objetivo.

Eliza permanecía casi inconsciente, cada instante que pasaba la vida

la abandonaba, debía alimentar a la criatura con su sangre y su alma, ambos

estaban conectados, el dolor que la bestia sufría ella lo experimentaba, la

derrota parecía inevitable. Entonces un rugido de la criatura, completamente

distinto a los anteriores llenó los cielos, nuevamente la estrella azul apareció

destellando de manera fuerte y clara.

A lo lejos, dentro del castillo, una voz desde el jardín exclamaba:

-Deseo… concedido.

El Mago Rojo, al ver la estrella, detuvo abruptamente su ataque y

con expresión de terror dijo para sí:

-¿Hermano, que has hecho…?

La gárgola comenzó a consumirse en su propio fuego y sangre, a la

vez que hundía en su pecho el cuerpo inconsciente de Eliza. Lentamente se

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fue desquebrajando, hasta levantarse una nube de polvo, la cual se dispersaba

de a poco dejando entre ver una figura en ella.

Víctor había vuelto a la vida, se encontraba de pie, tal cual como an-

tes de su muerte. Sostenía con un brazo a Eliza quien permanecía inconscien-

te, mientras con el otro a su espada a la altura de su rostro.

-Mucho mejor… este cuerpo me agrada más para la batalla.

Esbozó una sonrisa malévola, bajó su espada y haciéndose a un la-

do, caminó hasta Marcos entregándole a Eliza. Marcos no pudo hacer otra

cosa más que recibirla y callar, no podía dejar de ver al recién vuelto a la vida,

su mente jamás hubiese imaginado algo así.

Desde el balcón, en lo alto del palacio, Roxane observaba con resig-

nación todo lo que sucedía; Ezequiel permanecía de rodillas, contemplando

con fascinación entre las columnas de piedra de la baranda a su padre, mien-

tras una emoción indescriptible lo llenaba. Una brisa fría y gélida arrastró

hasta el hombro de Roxane un copo de cristal, haciéndole entender que era el

momento.

Roxane, sin despedirse, se dio media vuelta y comenzó a caminar en

dirección hacia las cuatro hadas cardinales que la esperaban ansiosas, ella

sería el pago a un deseo tan atroz y peor aún, sería su nuevo juguete carente

de voluntad que obedecería cualquier orden sin cuestionar.

Fue el frío o algo instintivo lo que hizo a Ezequiel voltear, al ver a

su madre avanzando hacia la perdición de hielo y cristal, quiso correr para

detenerla pero una mano lo sostuvo mientras otra le tapaba la boca. Era Nu-

mis, la mentira de marfil, quien lo detenía, haciéndose con él en brazos a un

lado evitando la irada perturbada de las hadas.

Víctor retomaba su posición original, con tranquilidad y sin apuro

limpiaba el filo de su espada mientras asumía posición de ataque.

-¿Creo que esto es una guerra, no…? Adelante, chicuelo… no te detengas,

quiero ver de lo que realmente eres capaz, no me vayas a decepcionar.

-Con que eres tú de quien me habló la Luna, eres tú el monstruo que guía a

esta nación… el monstruo que tiene encerrada la última pieza.

-Con que es eso lo que están buscando, interesante… pero dejémonos de

habladurías.

-¿Tan seguro te sientes que puedes vencerme?

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-¡No! Pero igual no me importa ¿Qué destino diferente a la muerte o al in-

fierno puedes ofrecerme? Entiende algo… no puedes quitarle nada a alguien

que tiene menos que tú.

-Me tragaré tú alma y entonces… veremos si en verdad no tienes nada que

perder.

-Perfecto ¡Empecemos!

Víctor se abalanzó en contra del Mago Rojo a toda velocidad, este

en respuesta arrojó una marejada de sangre que amenazaba con aplastarlo. Sin

embargo, Marcos surgió de la nada y empuñando su espada cortó un costado

de Víctor, logrando que la sangre maldita de su señor cancelara el feroz ata-

que. En una especie de sincronía no planificada, Víctor siguió avanzando y

justo cuando su espada estuvo por alcanzar el corazón del mago, unos grille-

tes de sangre lo detuvieron.

El mago sonrió macabramente demostrándole a Víctor lo inútil de

su intento, pero este le devolvió la sonrisa llena de soberbia haciéndole ver lo

ingenuo que era, para luego levantar la mirada y revelar que Marcos había

aprovechado la distracción y de manera simultánea se aproximaba por detrás,

quien usó a Víctor como escalón en un salto impresionante, para luego des-

cender a toda velocidad atravesando la cabeza del mago con todo el filo de su

espada y la fuerza de la caída.

Marcos cayó a un lado, los grilletes se disiparon. El mago inhalo y

sus ojos se tornaron blancos. Por un instante hubo silencio, parecía que habían

tenido éxito, pero la suerte no se encontraba de su lado, nunca la estuvo.

La cabeza del mago se enderezó, su mirada volvió y con ojos de ira

arrancó la espada que atravesaba su frente.

-Basta de juegos, veremos si en verdad no puedo arrebatarte nada.

Exclamó iracundo mientras miraba a Eliza, como pudo, Víctor co-

rrió hacia ella; la sangre lentamente se levantaba alrededor de su cuerpo frágil

e inconsciente convirtiéndose en una estaca de sangre cristalizada que amena-

zaba con darle fin a su vida. Su descenso fue inevitable, Víctor no pudo llegar

a tiempo, pero Marcos quien en el último ataque había rodado y quedado más

cerca de Eliza si pudo alcanzarla, pero el tiempo era muy poco por lo que lo

único que pudo hacer, fue ofrecer su cuerpo como escudo.

Eliza despertó, la primera imagen que observó fueron los ojos tem-

blorosos de Marcos mientras este la protegía con su cuerpo. Eliza nerviosa

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tomaba su rostro llorando de desesperación. Como pudo salió de debajo de él

y lo sacó de la estaca, recostándolo en sus piernas y cayendo en el desconsue-

lo.

-¿Por qué?

-Es mi deber.

-¡No mueras Marcos! ¡Por favor resiste!

-¡Tranquila, todo va a estar bien!

-¡El mago! ¡Eso es! ¡El mago puede salvarte!

-No, Eliza…- Sujetándole la mano y esbozando una sonrisa.

-¿Qué? ¿A qué te refieres?

-Que todo está bien… este era mi deseo, por fin podre reunirme con mi fami-

lia.

Víctor, quien lentamente se incorporó después de lograr recuperarse

del asombro, se colocó al lado de Eliza, acompañándola en lo que al parecer

era la despedida. Marcos sonrió una vez más y vio directamente a los ojos a

su rey.

-¡Gracias Víctor! ¡Gracias por permitirme liberarme!

-¡Buen viaje!

-¡Hijo, estoy en casa!

Marco exhaló su último aliento y con él, sus fuerzas se desvanecie-

ron, llevando consigo su espíritu a un lugar donde su hijo y su amada lo ha-

bían esperado desde el primer día.

Eliza no pudo contener su tristeza, el sacrifico de Marcos y el costo

de la guerra abrumaban su alma, ya no podía pelear más, ya no quería sacrifi-

car más. Víctor, con cuidado, apartó el cuerpo de Marcos y tendiéndose de

rodillas refugio en su pecho a su amada.

-¡Todo esto es tu culpa Víctor!

-Puede ser…

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-Si tan solo hubieses sido distinto, si tan solo te hubieses detenido a pensar

antes de actuar muchos estarían aún con vida…

-Ya igual no hay remedio.

-¡Te odio! ¡Nuca te ame, hoy por fin lo entiendo!

-Lo sé, lo supe desde el primer día que volviste Eliza.

-¿Entonces por qué me recibiste y amaste de nuevo, acaso tampoco me ama-

bas?

-Por el contrario, te amaba más que nunca, siempre estuve consciente que

solo me amaste de verdad con tu alma y corazón antes que yo te la arrebata-

ra aquella vez, luego de eso… nunca fuiste la misma, acepto mi error, siem-

pre lo acepté y por eso estuve dispuesto a pagar el precio.

El Mago Rojo los observaba con atención, sus ojos se encontraban

llenos de ira, algo en aquellas palabras lo irritaban, lo herían, algo causaba en

él un enojo indescriptible.

-¿Por qué? ¡No lo entiendo! No logro entenderlo por más que lo intento, no

entiendo como él la ama a pesar de su desprecio, como él acepta su castigo

sin necesitar nada más de la vida, ¿Acaso su alma esta completa? ¡No, no es

eso! Es otra cosa… su alma se encuentra vacía, sin embargo, para él vale la

pena este sacrifico, a pesar que no tiene otra cosa más que su esperanza

¡Pero él es un monstruo como yo! ¿QUÉ CLASE DE MOUNSTRUO ES? ¡ÉL

DEBERIA ODIARLA COMO ELLA A ÉL! Pero por el contrario la ama, sin

siquiera pedirle nada a cambio, entregándole lo poco que le queda… regresó

de la muerte tan solo para morir a su lado, aun cuando eso no cambiaría

nada… ¿Por qué…?

La ira lentamente se fue transformando en dolor y frustración, sus

ojos se llenaron de lágrimas y poseído por la locura del corazón se dejó caer

de rodillas, mientras los cuerpos de los fallecidos se desvanecían volviéndose

una sola corriente de sangre que se esparcía más allá de la vista. A medida

que su llanto crecía y su corazón se ahogaba en sufrimiento y decepción,

paredes de sangre se comenzaron a levantar engullendo al reino y al campo de

batalla.

El cielo se oscureció, pues la sangre desvaneció lentamente la luz a

medida que las fauces sangrientas crecían amenazando con el final de todos,

sin distinción alguna, sin importar si eran aliados o enemigos, todos perece-

rían por igual.

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-Eliza… ¡Perdóname!

-No hay nada que perdonar, hiciste lo mejor que pudiste, pero igual eso ya no

cambiará el hecho que no te amo más…

-Nunca espere que lo cambiara, lo hago porque es mi deseo.

Las fauces rugieron, el suelo bajo los pies tembló y por última vez

se abrieron permitiendo decir adiós a la luz del día.

-No lo comprendo, no logro comprenderlo ¡YO SOLO DESEO AMOR COMO

CUALQUIER OTRO!-dijo el Mago Rojo.

Las fauces se cerraron, pero tal cosa no pudo ser. Pues cada gota de

la sangre de los caídos, viejos y nuevos, se congeló ante la voz suave que

retumbaba y el sonido de pisadas que dejaban ver la figura del Mago Azul

saliendo de entre la neblina y deteniéndose a los pies de su hermano el Mago

Rojo.

-Deseo… concedido.

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CAPITULO XII “La Luna”

la luz de una fogata, ambos hermanos conversaban como dos desco-

nocidos, en fascinación cósmica de alguna vida pasada por su encuen-

tro inesperado pero siempre anhelado.

-Qué extraño es el mundo ¿No te parece?

-¿Aun siendo mago te parece extraño el mundo?

-Sí… ser mago no fue una elección, fue una salida a lo que consideré una

vida que no podía ser peor, pero tal vez me equivoqué…

-¿Por qué lo dices, Rhekhiem?

-Porque el estar aquí, bajo el cielo estrellado y la luz de luna, mientras ob-

servo tus ojos me hace creer que tal vez, mi deseo no sea tan inalcanzable

para mí.

-¿Y cuál es tu deseo? ¿Qué podría desear un mago que posee el poder del

universo en sus manos?

-Amor… la cosa más simple y difícil de alcanzar aun para los dioses.

-¿Por qué lo deseas tanto? No entiendo su importancia.

-¿Te has sentido solo alguna vez?

-¡Sí! En muchas ocasiones.

-¿Y no has deseado que alguien te acompañe?

-¿Yo? ¿Desear…? No… yo solo fui concebido para obedecer.

-No existe nadie en este mundo que no desee por lo menos algo, aun lo más

insignificante.

-Entonces estás viendo la primera excepción a esa regla.

-O me estas mintiendo… tú no solo te acercaste a mí para cumplir mi deseo,

lo sé bien porque la luna me envió a terminar el trabajo que ella supuso tú no

podrías, tal vez me dices la verdad en que tu propósito es servir, pero de

A

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igual manera la mentira está en que eres tú quien escoge como ha de cum-

plirse el deseo.

-No siempre…

-Pero puedes hacerlo, ¿Cierto?

-Hmmm… quien sabe.

-Supongo que eso es un sí ¿Ves…? Después de todo si eres capaz de desear y

fue por eso que hoy interferiste en la realización de mi deseo, tan solo para

acercarte a mí.

-Pero deberé pagar un precio.

-¿Te arrepientes?

-¡No! ¿Y tú?

-Tampoco, hoy por fin entendí que no estoy solo y creo haber conseguido un

lugar al cual llamar hogar.

-Pero al salir el sol, la guerra continuará y nuestros destinos se separaran,

pues debes cumplir con el pacto que hiciste con el ejército enemigo.

-Es verdad, pero tengo un as bajo la manga.

-¿Y cuál puede ser?

-A ti… solo tengo que hacer el deseo correcto y confiar en que todo saldrá

bien.

-Pero mi magia te arrebatará algo o te cobrará un precio muy elevado y

aunque sobreviviéramos a eso, la luna nunca nos dejaría estar juntos…

-No con mi deseo… yo deseo, que nuestra historia no termine aquí, que sin

importar el precio a pagar podamos reunirnos en esta o en alguna vida,

juntos por la eternidad, soportaré cualquier castigo o prueba con tal de

volverme a reunir contigo y ver tus ojos violetas una vez más.

-Lleva contigo mi nombre verdadero, no olvides el nombre de Arjeck, pues

así… ni la luna ni el sol serán capaces de borrarnos de nuestra memoria ni a

ti, ni a mí, ni lo que hoy hemos vivido, ni la promesa que hoy nos hemos

hecho. Cuando despiertes, estarás muy lejos de aquí y tu vida se volverá un

infierno mucho mayor del que ya era, yo seré no más que un recuerdo de un

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mortal al que alguna vez conociste y amaste, y solo cuando ambos hayamos

pagado el precio de nuestro deseo, entonces… volveremos a reunirnos, en

esta o en otra vida. Hasta entonces mi dulce Rhekhiem… no me olvides que

yo no lo haré, deseo… concedido.

Fue de esa manera y con aquellas palabras, que en medio de un beso

que no marcaba una despedida sino un hasta pronto, ambos magos se dieron

el adiós, con la esperanza de vivir algo reservado solo para el alma mortal e

inalcanzable para los dioses.

Todo había cambiado, el plan de la luna distaba mucho de lo que

había sido concebido, nunca imaginó que aquel que fue nacido para cumplir

los deseos lograría… soñar.

Desde una ventana, Numis observaba el adiós entre los dos magos,

mientras que una lágrima silenciosa atravesaba su rostro recordando tiempos

mejores y la razón por la cual se encontraba ahí, cruzaría la puerta en busca de

un nuevo mundo y una nueva oportunidad.

Víctor lo observaba desde más atrás, sentado desde su trono, no se

encontraba ausente a la realidad humana de un alma que sufría y anhelaba.

Sin embargo, calló… pues no le concernía y él, mejor que nadie, entendía lo

que era el deseo de un hombre por una nueva oportunidad. Así, guardó com-

pasión por la máscara de marfil.

Se encontraban juntos en la sala del trono, Ezequiel dormía pláci-

damente en el pecho de su padre, su rostro aún conservaba rastro de inocen-

cia. No parecía que se percatara de la guerra ni mucho menos de la ausencia

de su madre, quien ahora yacía en el fondo del mar, donde duermen las hadas,

en el palacio de cristal.

Numis se había encargado de proteger al niño, por una razón que no

desafiaba a luna y que atendía más a su deseo. Tal vez pudo haber sido el

deseo de alguien más lo que lo impulsó, pero nunca lo sabría, pues fuese la

razón que fuese por la que lo hizo, Numis se sentía satisfecho con su acción.

-¿Es por la llave que da a la habitación de Aghata por lo que estás aquí?

-¿Cómo lo sabes?

-Es lo único de valor en este reino, el resto solo son almas decadentes que se

retuercen en su propia miseria, incluyendo la mía.

-¿Piensas darme la llave o tendremos que luchar?

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-Te la daré, ya no tengo razones para seguir luchando.

-¿Por qué esa decisión tan repentina?

-Toda historia tiene un final, ¿No es así?

-Pero tu historia puede continuar tanto como desees.

-Deseo descansar…

-Lamento decirte que no puedes mentirme.

-Nunca lo intenté.

-¿Es por ella, cierto?

-¡Sí! ¡Estás en lo correcto!

-¿Tanto vale para ti como para renunciar a todo?

-Eso y más…

-Pero ya no te ama, ¿Aun así arriesgaras todo?

-Mi vida ha sido siempre un riesgo, uno más no cambiará en nada mi histo-

ria.

-Ya veo…

-Toma esta copia de la llave, con ella podrás entrar a la habitación de mi

madre.

-¿Qué sucederá con el niño?

-No lo sé… hubiese deseado darle una mejor vida, pero tal cosa era imposi-

ble, yo no tengo vida propia así que nunca habría sabido cómo.

-¿Estas consciente que aun puedes cambiar esa realidad? El mago podría

hacerlo.

-No, gracias, pero no. Ya es mucho lo que los demás han sufrido por mi

egoísmo.

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-Entonces, si no puedes hacerlo por ti, hazlo por el niño. Desea un futuro

para él y asume el precio que debas pagar. Ahora… debo marcharme, tengo

que terminar por lo que vine.

-Solo una cosa más, ¡Gracias!

El arlequín se marchó de la habitación y durante aquella noche, Víc-

tor arrulló en sus brazos a Ezequiel mientras observaba a Eliza dormir. Las

horas transcurrieron, el tiempo pareció infinito pero nunca suficiente para

recordar las cosas que vivieron y pensar en aquellas que dejaron de vivir.

Cuando el sol salió, Víctor se encaminó a su encuentro con el Mago

Azul, quien permanecía a las afueras del castillo consciente de que aquel día

sería el último, pues nada que desafiara la voluntad de la hadas viviría.

-Esta guerra ha cobrado un precio muy alto, en especial para los inocentes.

-Así parece, tu guerra me ha arrastrado incluso a mí, pero por alguna extra-

ña razón me siento feliz de haber venido aquí, ya por fin logro entender lo

que es la felicidad y la tristeza.

-¿Te arrepientes?

-No, aun cuando me costará la vida.

-Tengo una última cosa que pedirte.

-¿Cuál podría ser?

-Salva a mi hijo, solo deseo que esta guerra tenga un final que le permita

vivir la vida que yo nunca pude.

-¿Qué hay sobre el precio?

-Acepto todo precio por mi deseo, acepto pagar hasta la última consecuencia,

sin importar cuantas personas involucre. Solo deseo que mi hijo sea feliz, que

su corazón obtenga lo que necesite para llevar una buena vida, no me impor-

ta si mi deseo cambia la vida de pocos o muchos, aceptaré cualquier precio

con tal que el deseo de vivir de cada persona en este reino y en esta vida que

pueda hacer feliz a mi hijo sea cumplido, yo pagaré a cambio de todos ellos.

-Es demasiado grande lo que pides, ¿Estás seguro?

-Completamente.

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-Entonces que así sea, deseo… concedido.

-Adiós mi pequeño Ezequiel, se valiente.

-No te preocupes, cuidaré bien de él, para cuando despierte estaremos lejos

de aquí a salvo de la guerra y con un futuro.

-Entonces debo marcharme, solo faltan unos pocos minutos antes que la

oscuridad se disipe y la guerra llegue por fin a su culminación.

Víctor se marchó si más palabras, dejando atrás a su hijo en la ma-

nos del mago, confiando en que el destino y la suerte serian más amables de

lo que fueron con él.

Cuando el sol por fin se levantó en lo alto del cielo, la guerra ya ha-

bía comenzado. Víctor permanecía sentado en su trono dispuesto a defender

hasta lo último lo que consideraba por derecho suyo, Eliza se encontraba en lo

alto del balcón observando a las tropas enemigas avanzar sin que nada las

detuviese, los soldados enemigos eran indetenibles, su número le hacía impo-

sible a las tropas de Víctor repelerlos, en especial con la ausencia de Marcos.

El ataque fue fulminante, atravesaron las murallas y las defensas sin

prácticamente ninguna oposición. El ejército parecía haberse rendido bajo lo

que muchos ciudadanos consideraron la última orden de su rey ¿Se habría

rendido Víctor con única intención de salvar a su nación?

El segundo grupo de soldados enemigos irrumpieron en la sala del

rey, encontrándose con la sorpresa que todos los miembros del grupo anterior

habían sido derrotados. Víctor, el rey, había acabado con cada uno sin arreba-

tarles la vida, permanecían en el suelo inconscientes.

-¡Habían tardado mucho! ¡Pensé que nunca llegarían! El líder del grupo

anterior resultó ser algo obstinado y apenas me escuchó, tengo la esperanza

que ustedes sean diferentes.

Exclamó Víctor, ante la estupefacción de todos los presentes.

-Pueden detener el ataque, díganle a su rey que ha ganado. Que me rindo, ya

puede jactarse de haberle ganado a Víctor, el Tirano. Me rindo con la única

condición que garantice la vida de todos los habitantes de mi castillo y de

esta nación, incluidos entre ellos a mi hijo. Creo que después de lo que han

visto en estos últimos tres días, no resultará absurdo que de no acceder a mi

petición, los aplastare a ustedes como al grupo anterior y no contendré mis

fuerzas al atacar. En una de las habitaciones de este castillo habita una

hechicera mucho más poderosa que la que han enfrentado en estos meses,

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ella es mi madre, y solo bastará una palabra mía para que ella acabe con su

ejército.

El líder del grupo consternado y pensativo preguntó:

-¿Pero entiende que no podemos dejarlo ir? Sus condiciones son viables,

pero no podré explicarle a mi rey el por qué acepté algo así sin prueba algu-

na.

-¡Agatha!- Gritó, mientras estallaba en risa soberbia y burlona.

Una especie de luz apareció en el pecho de cada soldado, dentro y

fuera del castillo, de ella salían cabellos blancos como la nieve que entraban

en el cuerpo, apretando el corazón y haciéndoles experimentar un dolor indes-

criptible.

-¿Ahora me creen?

-¡LE CREO! ¡BASTA, BASTA, ES SUFICIENTE!- Dijo, agonizando de dolor.

-¡Es suficiente madre! Ahora… ¡Con permiso! Una dama me espera.

Así, Víctor se marchaba caminando sonriente entre los soldados

quienes aterrados y atemorizados aún se recuperaban de aquella demostración

de poder casi divino.

En otro lado, muy distante del campo de batalla, en un sitio recóndi-

to que daba hacia el mar, desde lo alto de un acantilado, se encontraban Eze-

quiel y el Mago Azul.

-¿Dónde están todos? ¿Dónde está papá? ¿También se lo llevaron las hadas?

-No… el rey Víctor no podrá venir con nosotros.

-¿Es por la guerra, verdad?

-Es por la guerra… ¿Entonces ese será tu deseo?

-¡Sí! ¡Deseo recuperar a mami del cautiverio de las hadas!

-Deseo… concedido.

El mago chocó sus manos y tocando con sus palmas el suelo, una

corriente de energía azul descendió desde el risco hasta el mar en donde este

se abrió en dos, levantando muros gigantescos de agua que lentamente se

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fueron congelando, atrapando en una prisión gélida a las criaturas del abismo

que custodiaban el castillo de cristal de las cuatro hadas cardinales.

Una escalera de escarcha y rocío se formó a sus pies, trazando el

camino del mago hasta la fortaleza, en donde las hadas lo esperaban para el

combate; negadas por completo a liberar quien era ahora su nueva pertenen-

cia. Sin temor alguno a la muerte el mago comenzó a descender, ante la mira-

da de Ezequiel quien con ojos llenos de esperanza lo observaba.

-¡Espera! ¿Estarás bien?

-No te preocupes criatura, mi vida no tiene valor alguno, yo existo para

servir, es tu deseo el que debe ser realizado incluso acosta de mi existencia

para que alcances tu felicidad.

-Pero yo deseo que no mueras… porque deseo que vivas también para ser

feliz como tú quieras.

-Deseo… concedido- Fueron las únicas palabras del mago, acompañadas de

una sonrisa leve disimulada.

-¡Una cosa más! Nunca me dijiste tu nombre…

-Arjeck, ese es mi verdadero nombre.

Lentamente, comenzó a descender a través de la escalera hasta las

profundidades del océano, donde le esperaba una batalla sin precedente; sin

embargo, aquella lucha no era solo por cumplir el deseo del niño, ahora era

también su voluntad; pues sin saberlo, aquella criatura había sacrificado lo

último de su inocencia entregándole a cambio la libertad de su alma y libe-

rándolo del destino fatal.

Fue así como cruzó las puertas del castillo, en donde las cuatro ha-

das lo esperaban, listas para la confrontación final.

Mientras, Víctor irrumpía en la mazmorra de Eliza en donde esta se

encontraba aun recuperando el aliento, después de haberle arrebatado la vida a

los soldados inescrupulosos que la habían tratado de capturar.

-¿Vienes a ver cómo caigo?

-Tal vez… supuse que necesitarías algo de ayuda.

-No necesito tu ayuda ni la de nadie, no tienes por qué quedarte, eres libre

para irte con ella.

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-No lo creo, ella está un tanto ocupada, además, esa es mi elección.

-No tienes por qué sacrificarte, no te lo estoy pidiendo, no lo hagas porque te

sientas en deuda conmigo.

-No seas ingenua, lo hago porque es mi deseo.

-¿Sabes que no me entregaré, que preferiré la muerte?

-¡Entonces moriremos juntos!

-¿Me acompañaras al infierno?

-¡Al infierno y a cualquier abismo aún peor!

-¿Por qué, si ya no te amo? Ya no tienes razones para venir conmigo.

-¡Ya te dije! Esa es mi elección, además… ¡El que no me ames ahorita, no

quiere decir que no me puedas amar más adelante!

Eliza sonrió recriminándose a sí misma el sentimiento y la esperan-

za que nuevamente comenzaba a surgir. Víctor se aproximó a ella tomándola

por la cintura y besándola, ante la mirada de los soldados enemigos que

irrumpían dispuestos a hacerlos prisioneros de guerra.

-¿Crees que esta vez funcione, Eliza?

-Si sigues así, puede que tal vez si…

-Entonces creo que hay esperanza, solo necesito que quieras darme una

oportunidad más y que confíes en mí, todo saldrá bien.

-¡Creo que el infierno te agradará!

-Ya he estado ahí, sin la compañía apropiada no le veo nada de especial,

aunque… ya que lo mencionas podría formar un nuevo reino y puede que

necesite una reina.

Y fue de esa manera, que en medio de un beso y de las miradas cu-

riosas y exaltadas, Víctor y Eliza fueron tragados en cuerpo y alma por la

puerta del infierno que habían sido abiertas debajo de sus pies y por las cua-

les, eran arrastrados por las almas de aquellos que alguna vez habían perecido

a sus manos.

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Aghata, quien observaba todo desde su habitación, se sonrió llena

de esperanza y paz, ante el hecho que por fin Víctor y Eliza, así como todos

aquellos que amaba serían felices o eso esperaba. Levantando su rostro, diri-

gió sus palabras serena a la mentira de marfil, quien la acompañaba empu-

ñando la espada del odio, esperando el momento acordado.

-Ya es hora, no veo porque retrasar más mi ejecución Numis… ya puedo

partir sin oponer resistencia, tal como te lo prometí, he visto todo lo que

deseaba ver por última vez.

Apuntando directamente al corazón de la anciana, Numis habló des-

pidiéndose de Aghata.

-No fue fácil llegar hasta ti anciana, debo admitir que fue ingenioso el plan

de Dios de ocultar la última pieza de su alma en ti, tratando de evitar que

Luna complete su ritual y cruce la puerta en donde él esconde su verdadero

cuerpo. Cuando ayudé al profeta y al ángel iridiscente a dar muerte a una de

las piezas del alma de Dios, nunca soñé que vivirá una vez más esta expe-

riencia, debo admitir que me honra darte muerte, tu vida ha sido miserable,

te has condenado tú misma y eres tú la única responsable del sufrimiento que

viviste y que hiciste sufrir. Sin embargo, esta última acción que has tenido, de

aceptar tu destino sin luchar, por el bien de tu hijo ha conmovido mi alma…

no te preocupes, cumpliré con mi parte del trato, me aseguraré que la luna lo

vuelva rey del infierno y con él, a su amada.

De esa manera, la estocada fue rápida e indolora. Aghata murió y

con ella, la última pieza del alma de dios. Ahora los cuatro hijos de la luna

podrían reunirse con su madre y cruzar la puerta, en la batalla final contra

Dios.

Mientras caminaba fuera de palacio, Numis se detuvo a observar por

una ventana, atraído por algo que no había escuchado durante la guerra desde

su llegada en mucho tiempo. Era la risa de los niños jugar, por extraño que

pareciese, el rey enemigo había cumplido con la voluntad de Víctor, su pueblo

descansaba en paz y seguro; Numis alzó su mirada al cielo, en donde la luna

lo observaba complacida por su obra y este correspondiendo su sonrisa, se

sonrió con ella mientras le hablaba.

-¡He cumplido con mi parte del trato, ahora hazme cruzar la puerta antes que

tus hijos y que tú misma! ¡Llévame a esa tierra que me prometiste, en donde

podría comenzar una nueva vida! ¡Otórgale a Víctor el destino que desea y

que he pactado! ¡Y déjame ver la tierra de Dios antes que te adueñes de ella!

La luna sonrió una vez más, su destello iluminó el cielo diurno y su

luz descendió sobre Numis, el cual se desvaneció de la realidad, no dejando

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más que polvo. Su cuerpo y alma viajaron hasta la puerta, la cual se abrió ante

él permitiéndole ver un nuevo mundo.

-¿Arena? ¡Es arena de otro mundo!- Gritó sobresaltado de alegría, rompiendo

en una risa maniática- Lo he logrado, una vez más tengo una oportunidad.

Creo que aún tengo tiempo para recorrer este mundo antes de cumplir la

última misión de Luna y encontrarme con el hijo de Dios.

“Es la voluntad del hombre y su deseo lo que forjan su destino, la muerte

no yace en el cuerpo sino en alma cuando la esperanza se pierde, aun los

miserables pueden cambiar su suerte si están dispuesto a pagar el precio,

solo así la diosa de fortuna escuchara sus plegarias; al final todo es cues-

tión de fe y un poco de suerte” Pensamiento de la luna, al ver retornar al

Mago Azul con Roxane de las profundidades del abismo.