M19, EPL, Quintin Lame Asamblea Constituyente de 1991

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Revista Colombiana Revista Colombiana Revista Colombiana Revista Colombiana Revista Colombiana de Antropología de Antropología de Antropología de Antropología de Antropología Volumen 37, enero-diciembre 2001 341 ESCRITO PARA NO MORIR. BITÁCORA DE UNA MILITANCIA MARÍA EUGENIA VÁSQUEZ PERDOMO ILSA-Ministerio de Cultura. Bogotá 2001, segunda edición. 490 páginas. Hécuba: –¡Aqueos! Toda vuestra fuerza la tenéis en las lanzas, no en la mente. ¿Qué temiaís que os hizo matar salvajemente a este niño? ¿Que Troya caída se pusiera en pie una vez más? Entonces vuestra fuerza no significó nada. Cuando era afortunada la lanza de Héctor, y numerosas manos fuertes estaban prestas a ayudarle, fuimos sin embargo destruidos. Ahora que la ciudad ha caído, destruidos los frigios, ¿os aterrorizaba este niño? Desprecio el miedo de quien teme sin reflexionar. EURÍPIDES, Las Troyanas DESDE QUE A MEDIADOS DE LA DÉCADA DE 1980 COMENZARON LOS diálo- gos entre los grupos guerrilleros y el estado colombiano, se han editado varios documentos que narran, describen o juzgan la historia de grupos que optaron por renunciar a la confrontación armada entre 1990 y 1994, como el M-19, el PRT, el EPL, el Quintín Lame, la Corriente de Renovación Socialista –disidencia del ELN–, las Milicias Populares de Medellín y el Frente Francisco Garnica. En total cerca de seis mil combatientes. Sobre ese tortuoso pro- ceso hay documentos –escritos, audiovisuales, fotográficos– aportados por periodistas, politólogos, historiadores, sociólo- gos, ex militantes y simpatizantes de los grupos, civiles afecta- dos por sus acciones y ex militares que los enfrentaron. El libro de María Eugenia Vásquez Perdomo es una nueva fuente de in- formación sobre el M-19, contada desde la perspectiva de una de sus integrantes. Su testimonio de vida y militancia obtuvo un premio nacional de cultura y su derecho a ser publicado. Pero si uno –o una, para que el asunto tenga algo de género– so- porta la lectura de todo el libro puede encontrar, además, una au- tobiografía, una obra literaria, un trabajo de grado en antropología,

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Una reseña sobre el texto de Maria Eugenia Velasquez sobre su texto autobiografico de su militancia en el M19. Grupo insurgente colombiano.

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    Volumen 37, enero-diciembre 2001

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    ESCRITO PARA NO MORIR. BITCORA DE UNA MILITANCIAMARA EUGENIA VSQUEZ PERDOMO

    ILSA-Ministerio de Cultura.Bogot 2001, segunda edicin. 490 pginas.

    Hcuba: Aqueos! Toda vuestra fuerza la tenis en laslanzas, no en la mente. Qu temias que os hizo matarsalvajemente a este nio? Que Troya cada se pusieraen pieuna vez ms? Entonces vuestra fuerza no signific nada.Cuando era afortunada la lanza de Hctor, y numerosasmanosfuertes estaban prestas a ayudarle, fuimos sin embargodestruidos.Ahora que la ciudad ha cado, destruidos los frigios,os aterrorizaba este nio? Desprecio el miedo de quienteme sin reflexionar.

    EURPIDES, Las Troyanas

    DESDE QUE A MEDIADOS DE LA DCADA DE 1980 COMENZARON LOS dilo-gos entre los grupos guerrilleros y el estado colombiano, se haneditado varios documentos que narran, describen o juzgan lahistoria de grupos que optaron por renunciar a la confrontacinarmada entre 1990 y 1994, como el M-19, el PRT, el EPL, el QuintnLame, la Corriente de Renovacin Socialista disidencia del ELN,las Milicias Populares de Medelln y el Frente Francisco Garnica.En total cerca de seis mil combatientes. Sobre ese tortuoso pro-ceso hay documentos escritos, audiovisuales, fotogrficosaportados por periodistas, politlogos, historiadores, socilo-gos, ex militantes y simpatizantes de los grupos, civiles afecta-dos por sus acciones y ex militares que los enfrentaron. El librode Mara Eugenia Vsquez Perdomo es una nueva fuente de in-formacin sobre el M-19, contada desde la perspectiva de unade sus integrantes. Su testimonio de vida y militancia obtuvoun premio nacional de cultura y su derecho a ser publicado.Pero si uno o una, para que el asunto tenga algo de gnero so-porta la lectura de todo el libro puede encontrar, adems, una au-tobiografa, una obra literaria, un trabajo de grado en antropologa,

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    un notable ejercicio etnogrfico y una ventana al surgimiento,maduracin y fracaso de una generacin de antihroes y la or-ganizacin insurgente que conformaron.

    Lo de soportar la lectura no significa que la redaccin deltexto sea mala o que utilice la jerga antropolgica de sobrees-drjulas de los ltimos aos o que no llegue a desarrollar algunoo ninguno de los aspectos mencionados. Digo soportar por esacombinacin de tragedia, esperanza, tenacidad, humor y absur-do que produjo cada una de sus pginas. Esto ocurre porque elrelato sigue un orden cronolgico, desde comienzos de la dca-da de 1950 hasta finales de la de 1980, pero se hace mezclando elapasionamiento de una adolescente llena de esperanzas conun proyecto de vida por delante, con las reflexiones de unamujer madura que ha vivido con la suficiente intensidad comopara ver traicionados o frustrados muchos de sus proyectos, peroque saca(n) de su experiencia de vida militante la terquedadnecesaria para seguir en la lucha diaria.

    A esto se suman momentos fugaces de alegra y perplejidaden medio del absurdo de la lgica de la guerra y las incertidum-bres de la paz como candorosamente se le llama a la ausenciade conflicto armado. Estos son, en parte, el fruto de todas lasformas de ser y escribir como mujer que se pueden ocultar enun mismo cuerpo: la estudiante de pupitre, la estudiante acti-vista, la amante, la hija, la esposa, la madre, la soldado comoella misma se define en algn momento, la jefe militante o laantroploga que le da la cara al espejo etnogrfico, a los vacosque dejan la muerte de seres queridos y a la separacin de lacausa ms de sus mtodos que de sus objetivos. Y, desde lue-go, tambin hacen su parte los recuerdos de las muchas vidasparalelas que le ayudaron a vivir en la clandestinidad.

    Y uno se pregunta si vali la pena jugarse la vida por la cau-sa, ante el rpido inventario que se puede hacer de los fracasosy contradicciones del M-19. No se tomaron el poder, que era, enun comienzo, su objetivo. Partieron de una derrota o fraudeelectoral, en 1970, y terminaron desdibujados como partido po-ltico y sin votos tras dejar las armas. Combatieron la estructuraclientelista del estado y hoy algunos de los sobrevivientes sepresentan a elecciones para puestos pblicos. Incluso, el co-mandante que le dio su identidad al M-19 fracas pstumamentecomo profeta de la paz, cuando su nombre fue retomado en 1994

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    por otro grupo guerrillero, el Movimiento Jaime Bateman Ca-yn. Y el pueblo por el que lucharon les cerr la puerta en lasnarices a los ex combatientes que se dedicaron a buscar empleolegalmente.

    Tendramos que concluir que Mara Eugenia Vsquez haceparte de una generacin de militantes de las dcadas de 1960 y1970 que no son recordados por sus triunfos personales sino porhacer parte de un fracaso colectivo. Pero un fracaso desde laperspectiva de quienes tienen esa imagen apocalptica e inflexi-ble de la revolucin: un grupo de gente armada que llega a lacasa o palacio de gobierno y se toma el poder. Esa visin nacedel sectarismo, mesianismo y la miopa poltica resumidos en lasentencia de Clausewitz segn la cual La guerra es la continua-cin de la poltica por otros medios; en otras palabras, el esp-ritu militarista.

    Ese espritu que se apoya en una confusin acadmica: lafuerza no es el poder, es uno de los medios para conseguirlo opara defenderlo. Cuando se gobierna con un garrote la convi-vencia resultante no se rige por el respeto o la responsabilidad,sino por el miedo, la conjura y el chantaje. Se cree entonces queel problema es cambiar al dueo del garrote, y no ver cmo sedesmontan las condiciones que hacen ver como necesario ynatural el uso de la fuerza como mtodo de gobierno.

    En el momento en que escribo esto hacer tal diferenciacinno cambia mayor cosa del horror cotidiano. La lgica del gue-rrero se ha mezclado con la del asesino: hacer justicia es tomarvenganza. Y el dique moral que se construye sobre la perturba-cin que produce la muerte de un ser vivo humano, para losantropocntricos, de cualquier especie, para los ecsofos, unvulo fecundado para los fundamentalistas es derribado a dia-rio. Nos hemos acostumbrado a que la indignacin no sea unproblema tico sino estadstico. Veinticinco mil o cuarenta milfallecimientos de colombianos y colombianas al ao por causade la guerra suena terrible, pero no es lo mismo que sentir envivo y en directo por la cercana fsica o personal la muerte odesaparicin o secuestro de un militar derechista o izquier-dista o un civil. La de uno solo, no importa que sea negro,indio, mestizo, ganadero, periodista, senador, guerrillero, cam-pesino, mujer, hombre, cura, polica. El caso es que sea un serhumano. Ya era espantoso que la mayora de ellos y ellas no

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    hubieran conocido una vida digna comida diaria, algo de co-modidad para dormir, jugar, amar, estudiar, la posibilidad de sercolombianos desde diferentes culturas y autonomas, o la posi-bilidad de recibir y dar afecto, como para que, adems, ni ensu propia muerte pudieran conocer algo de respeto.

    En la lgica de la guerra y en los clculos de los modelosmacroeconmicos no caben los cuestionamientos de la tica.En la guerra el problema es ellos o nosotros vencer o morir enlugar de ellos y nosotros cmo negociar la convivencia en ladiferencia. El enemigo pertenece a una categora social espe-cfica oligarqua contra comunistas, ejrcito/paras contra guerrilla,leales contra traidores, gringos contra pueblo colombiano, uni-versidad pblica contra privada; ese esquematismo de blancoo negro facilita la accin revolucionaria o, desde el lado estataly paraestatal, la defensa del orden pblico, pero destruye losprincipios que inspiran el cambio de reglas de convivencia o ladefensa de las establecidas.

    A mediados de 1987 una de esas miles de muertes ocurridas enColombia anualmente fue la chispa que devolvi a la vida a unamujer que estaba al otro lado del mundo, en Libia, entrenndosepara continuar la guerra. Hasta ese momento, Mara Eugenia Vs-quez haba cometido varias locuras, haba tenido bastante suertey haba amado sin medida porque, cmo ms se puede amar?a un pas hecho jirones, pero nunca se haba imaginado que tu-viera que pagar con la vida de un hijo el hacer la revolucin.

    Quienes piensan que una locura es llevarse el carro del papsin permiso, creen que la suerte es un problema de jugar al chan-ce, querer a Colombia es hacerle barra a un equipo de ftbol obien consumir los productos de cierta empresa o artesanas,posiblemente no escuchen muy bien lo que este texto tiene quedecir que depende de lo que uno quiere escuchar.

    En primer lugar que, tal y como dicen que deca Scrates,una vida sin examen no merece la pena ser vivida. Porque comole dijo doa Clementina Cayn a los periodistas cuando recla-maba los huesos de su hijo Jaime: Me siento orgullosa de quemi hijo no vino a este mundo slo a comer y a cagar.

    O dicho de otra manera menos heterodoxa porque s, espe-re un momento, qu hace una frase como amar sin medida ouna palabra como cagar en una revista de antropologa?; qutiene eso de cientfico?; qu pas con eso de la posmodernidad

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    y la globalizacin y el discurso?, cuando Mara Eugenia Vs-quez entr a la carrera de antropologa de la universidad Nacio-nal de Colombia, en la sede de Bogot, en el segundo semestrede 1970, no entr slo a estudiar, a conseguir un ttulo y de pasomarido con las minifaldas que usaba. Tuvo la oportunidad dedarse cuenta en qu pas viva. O ms especficamente, msparcamente, de percibir desde la universidad cmo era ese pasque le pagaba su educacin, al asumir una idea de cmo debaser. Porque a diferencia de los fsicos o los mdicos, las observa-ciones de los antroplogos o de cualquier cientfico social seven condicionadas por su posicin poltica. Un cncer no dejade ser cncer por el hecho de que el mdico sea conservador,liberal, comunista o fascista. Pero la concepcin de categorascomo pobreza, aculturacin, indio, clase, primitivo, riqueza, his-toria nacional, libertad o justicia s se ven afectadas por la ma-nera como cada investigador entiende el deber ser de la vida encomn la poltica, la convivencia y conflictos de gente con lamisma nacionalidad pero diferente en muchos aspectos cultu-rales, polticos, econmicos, ideolgicos.

    La opinin ms recurrente por estos das es que vivimos enotro pas, con respecto al de hace treinta aos, cuando surgi laguerrilla urbana: ya no hay dictaduras militares de derecha enLatinoamrica con excepcin de la de izquierda de Cuba, niguerra fra aunque se est a la expectativa de lo que haga BushJr., ni estatuto de seguridad aunque no falta el Vargas Lleras oel Gmez Hurtado que pretenden revivirlo, ni el marxismoAstete en la academia ser?, ni el estado de sitio perpetuoo para all lvarourivamos?, ni el milimtrico reparto buro-crtico liberal-conservador se han sumado agrupaciones gaseo-sas, ligth, que se disuelven apenas pasan las elecciones.

    En 1991 se aprob una nueva constitucin poltica y un eco-nomista pereirano, egresado de la universidad de los Andes, querecibi su candidatura presidencial en un cementerio, le anun-ciaba o adverta? a treinta y pico millones de colombianos,bienvenidos al futuro. Dos aos antes, un funcionario de ances-tro japons del departameto de Estado de Estados Unidos tam-bin haba hecho otro anuncio, pero al mundo entero: la historiase termin. El ambiente era de cambio de poca. Adems del finde la guerra fra por abandono de uno de los contrincantes,los alemanes tumbaban el muro de Berln, se desbarataba la URSSUnin de Repblicas Socialistas Soviticas, las estatuas de

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    Lenin se desmontaban y vendan en remates y los partidos comu-nistas entraban en periodo de hibernacin. Por su parte, el futuroy la poshistoria tenan como denominador comn la democraciacomo forma de gobierno, y el liberalismo econmico como m-todo para alcanzar el cielo, tambin conocido como desarrollo,prosperidad, modernizacin o, como se deca en tiempos menoseufemsticos y deconstructivos: la riqueza de las naciones.

    El cmo es este pas y el mundo, entonces, ha cambiado. Y eldeber ser parece que est claro. La gente que trat de hacer larevolucin no hizo sino aplazar lo inevitable. O no? Pues no; oal menos eso intenta cuestionar Mara Eugenia Vsquez con laescritura misma de su biografa. Pero ms que eso con la idea deque no hay que sentir vergenza de una experiencia de vidaorganizada a contrava de ese deber ser que hoy es visto comoinevitable. En esa medida no se trata de otro caso de reinsercinintelectual de la extrema izquierda al extremo centro o a la dere-cha. Se trata de una profundizacin en la razn de ser de laizquierda y de izquierda otra vez, en pleno siglo veintiuno yhablando de izquierda y derecha?; no se ha enterado de queeso son construcciones sociales?.

    El pensamiento de derecha nos ha legado una historia nacio-nal y universal de hroes, caudillos y salvadores de patrias,algo as como la versin jolivudesca de la memoria colectiva.Y cmo surgen esos hroes? Por qu son acogidos o recorda-dos? Para explicarlo me aventuro a lanzar la hiptesis de que enel actual contexto de guerra exacerbada y a la espera de laselecciones presidenciales de 2002, ha de revivir el espritu bli-co de los actores desarmados los civiles que consiste en asu-mir, sencillamente, que es por medio de la fuerza al serviciodel estado o sus contradictores, y sin cambiar las reglas deljuego poltico que se organiza la vida en sociedad o se concilianlas diferencias. El mismo espritu militarista que ejemplific a laperfeccin, en 1985, el coronel Plazas en la contratoma del pala-cio de Justicia de Bogot, cuando dijo a los periodistas que asse defiende la democracia, maestro.

    Este contexto guerrerista, la opinin pblica, que es como losmedios de comunicacin llaman a los resultados de las encues-tas, comienza a reclamar el hombre que hace falta, los hroes, elpersonaje del ao, que se espera asuman el poder absoluto eje-cutivo, legislativo y judicial para salvar la patria o la nacin.

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    Uno de ellos fue Julio Csar, nombrado dictador por el Sena-do, hace ms de dos mil aos y asesinado luego por ste mismopara salvar una repblica romana hundida dcadas antes en me-dio de sucesivas guerras civiles que, paradjicamente, el mismoJulio Csar haba llevado a su fin ante la incapacidad del Senado.Un ejemplo ms cercano es el del teniente general y jefe supremoGustavo Rojas Pinilla, que vino a salvar la patria de la dictaduracivil de Laureano Gmez (1950-1953) y la guerra civil conocida comola Violencia la de antes, por medio de una dictadura militar(1953-1957). Aos despus, un hijo de Laureano fund el Movi-miento de Salvacin Nacional. No tuvo oportunidad de salvar lanacin ser presidente, pero ms tarde fue asesinado, al parecer,porque se neg a ser el hombre que haca falta para ocupar ellugar del presidente Ernesto Samper (1994-1998), previo golpe deestado. Pero eso son especulaciones, como las que hizo Shakes-peare, sobre el asesinato de Julio Csar.

    Csar, Rojas o Gmez son personajes familiares a diferenciade una tal Mara Eugenia Vsquez, porque hacen parte de esahistoria patria, tradicional, nueva o, incluso, algn da, la posmo-derna reducida a la biografa de las naciones modernas o delos imperios antiguos. Esa que se conmemora en pueblos, pla-zas y calles con ruinas, museos, nombres y estatuas sin contarlas fiestas patrias, las banderas, himnos y escudos. Una histo-ria construida con hechos escogidos y enlazados en funcin dela integracin de un estado-nacin, como Colombia.

    La forma como se han construido esas historias de los actua-les estados-nacin es anloga a la manera como la negra Vs-quez ha recreado su propia historia personal, la de algunos desus compaeros de militancia y la del mismo grupo guerrillero.

    El problema se presenta cuando estos varios niveles o esca-las de la memoria: personal, grupal y nacional se intentan enla-zar en un relato nico. Se trata de identificar una memoriasubjetiva y selectiva con una colectiva-nacional y objetiva, demodo que la nacin la gente asuma como propios y colecti-vos los recuerdos personales. Eso fue lo que, a grandes rasgos,se supone que hizo en una larga entrevista un ex presidente deapellido Lpez, que alguna vez hizo creer a sus amigos que erarevolucionario y luego estadista y despus intelectual, aunquequienes no sufren de amnesia lo reconocen por cnico, calum-niador y tacao.

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    Creer que existe algo objetivo como una historia nacional ouniversal y que, al mejor estilo jlivud, el guin gira alrededorde unos cuantos protagonistas algn presidente, por ejemplo,es como asumir que todos los ros desembocan en el Magdale-na, o que, efectivamente, todos los caminos conducen a Roma.

    Acadmica y polticamente, Vsquez trata de mostrar que nohaba ni hay un nico camino para la construccin de un esta-do-nacin, que pudo y puede construirse de otra manera. Loque se deriva de esto es que la historia nacional no slo estconformada por los hechos que realmente ocurrieron, ni es unrelato acumulado inconscientemente a lo largo del tiempo talcomo las chucheras o tesoros que guarda un museo. Un esta-do capitalista o precapitalista, ya sea que encarne la voluntadgeneral o busque el bien comn, relega sistemticamente al ol-vido las memorias individuales y de grupos minoritarios en tan-to contradicen la construccin de un nico sentido de nacin.El resultado es que la verdad histrica o la narracin etnogrfi-ca no se refiere slo a hechos verdicos sino que adems estordenada y selecciona hechos en funcin de los valores dequien la narra o escribe.

    En ese contexto la memoria insurgente difcilmente encajadentro del relato inercial y acumulativo de la historia nacional yviceversa, porque la primera es apenas una botn de una diver-sidad de historias no ligadas e, incluso, opuestas a los sucesivosproyectos de nacin excluyentes, impuestos primero por loscriollos, luego los bolivarianos, santanderistas y, ms reciente-mente, por liberales, conservadores, la iglesia, los militares deextrema derecha o izquierda o los periodistas; todo el que tu-viera un poco de poder institucional o pblico.

    Y esto se aplica hasta en el caso de la construccin de lamemoria insurgente en libros, pelculas, comunicados, entre-vistas, que tambin crea un efecto de coherencia al destacar lahistoria de cierta lnea oficial los comandantes que se suponeencarna el proyecto colectivo, en este caso del M-19. Tal vez poreso la autora considera que su biografa da cuenta de una mo-desta vida annima.

    Su militancia guerrillera el aprendizaje, los enfrentamien-tos, la crcel, el abandono de la va armada es la que da cuerpoa la biografa, que termina, precisamente, cuando decide dejar suvida como militante en 1989, retorna a la universidad para escribirsu tesis de grado y, finalmente, graduarse como antroploga, con

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    honores, en 1998. Pero lo cierto es que el ejercicio etnogrfico ylas reflexiones derivadas de esa reinsercin en la lgica de la vidacivil, que no implic su desercin intelectual y prctica, son lasparticularidades que hacen de este libro algo menos que otra his-toria del M-19 contada desde adentro, pero al mismo tiempo lo-gran que sea mucho ms que el relato de otra vida marcada por elnacimiento, auge y ocaso de la organizacin.

    Estos acentos individuales, fundados en pequeos aciertos yfrustraciones personales, son los que se escapan a los juiciososanlisis estructurales o a la jerga analtica posestructural delos acadmicos o los tortuosos procesos de paz de los polticos,o politiqueros, que son los que los hacen tortuosos. O a las con-memoraciones sintticas y aspticas de la historia. Como esaplaca de piedra que explica el holocausto del palacio de Justiciade 1985, que se encuentra en la esquina noroccidental de la plazade Bolvar de Bogot. O esa toalla de Tirofijo que peda ciertadirectora de cierto museo y miembro de la Academia Colombia-na de Historia, porque crea que ese trapo sintetizaba las razo-nes y excesos del conflicto armado o al menos eso fue lo quemedio saqu en claro del sainete meditico. Quizs esa histo-riadora honoraria asuma o asumo que asumi que la toalladel comandante guerrillero tena un significado anlogo al de laespada de Bolvar que un comando del M-19 sac de una casa-museo en 1974.

    La negra Vsquez particip en el robo de la espada, o recupe-racin como tal vez se le dijo en jerga de la nacho alias la uni-versidad Nacional al acontecimiento. Y tambin en la toma dela embajada de Repblica Dominicana en 1980. Despus de eseimprevisto golpe publicitario iban a utilizar los mismos mediosarbitrarios del estado para exigir justicia con los presos polticos, viaj a la mtica Cuba, donde fue adiestrada en tcnicas de com-bate. Pero en el territorio libre de Amrica, entre esos compaeros,no hubo quin le dijera qu hacer con los sentimientos de asom-bro y de dolor frente a la destruccin causada por ella misma,nadie le cont que la maquinaria de la guerra avera el alma, queen algunos momentos, es mejor morir que sobrevivir con unacarga tan pesada (p. 224). El reconocimiento de que exista esacarga significa que, como dice la autora, esos militantes tenanpiel y no slo coraza. Esto permite ver lo deshumanizada queresulta esa historia-coraza del M-19, que se supone que es una

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    de las ms conocidas entre las de los grupos guerrilleros. Peroconocida en su versin heroica-publicitaria, dado que la mitadde sus acciones tuvieron ms de propaganda que de accin ar-mada: desde el robo de la espada hasta el secuestro de lvaroGmez, o la conferencia en Los Robles que, gracias a la torpezadel ejrcito, el gobierno y el desconcierto de la prensa, terminpor hacerse en todos lados menos en Los Robles.

    La biografa de Vsquez presenta una ventana a aspectos pococonocidos por medio de otros libros o documentos sobre el gru-po guerrillero y su actividad armada. Cmo se reclutaban mili-tantes, cmo era su vida cotidiana, cmo se construan cdigosde comunicacin y hbitos de conducta que les permitan viviren la clandestinidad, en la ciudad, o sobrevivir en la crcel. Cmose modificaban las nociones de fidelidad, compaerismo y afec-to en esas condiciones. Qu implicaba para una mujer ser almismo tiempo soldado y madre. Y permite, adems, desmitifi-car sin necesidad de descalificar o recurrir al estereotipo comoexplicacin a esa universidad beligerante de la primera mitadde la dcada de 1970. Muestra las contradicciones, debilidades,dogmatismos, fallas de fundamentacin y apuestas hechas porla mirada de grupos estudiantiles el movimiento estudiantilque reflejaban la atomizacin de la izquierda en sectas que de-fendan consignas, antes que programas. Y al margen de esto,hay que abonarle a Jaime Arocha su asesora con la metodologadel diario intensivo que facilit que el trabajo de grado de lanegra rivalizara con las dotes de Funes el memorioso. Es difcilde creer el detalle al que llega esta etno(bio)grafa, y la maneracomo logra enlazar la narracin como protagonista y especta-dora de sus propios actos. Un realismo trgico que refleja mejorque el mgico lo que se vive a diario en este trpico.

    Pero, sobre todo, fue reconocer que tambin tena piel y uncorazn de madre bajo el uniforme y las cartucheras lo que hizoque ese sentimiento militarista que soaba con das de glorio-sos combates, fuera relegado para dar paso a una revolucio-naria de nuevo formato, cuando tuvo que aprender a vivir sin elmesianismo de una gran causa que estaba por encima de la vidade los dems, y que, al parecer, le cobr la vida de un hijo.

    La muerte de su hijo Juan fue el detonante de los duelos ycontradicciones acumuladas, y lo que revala el contenido de lacausa. Sobre este hecho no hay mayor claridad en el libro, pese a

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    que es el otro eje sobre el cual reconstruye su biografa la autora,adems de su militancia. No es claro si el fallecimiento del hijotuvo relacin con la militancia de la madre. Y la verdad sea dicha,y aunque parezca paradjico, profundizar en esa muerte en parti-cular no enriquecera la etnografa-biogrfica o la historia internadel M-19, sino que nos llevara hacia el mejor estilo del periodis-mo amarillista que ha crecido a la par de la guerra.

    Lo que interesa no es la circunstancia de ese deceso, sino quepara la revolucionaria-madre Mara Eugenia Vsquez la muertede su hijo no fue simplemente otra estadstica o una noticiams. Que no la tom como una disculpa ms para buscar ven-ganza, sino como una oportunidad para hacer justicia consigomisma. Valorar la vida digna de la gente en general, pero tam-bin reconocer el valor de una muerte en particular, es, tal vez,lo que a la larga puede diferenciar un guerrero de un asesino tipo Augusto Pinochet, y sustentar la existencia del delito po-ltico y la nocin de preso poltico.

    Una izquierda que se alimente de este tipo de experienciasapoyadas en la sensibilidad de una mujer y madre ex militante,y una derecha que vea ms all de la ley y el orden y ese parasoesquivo del desarrollo sustentable, verde, coqueto o como locamuflen para venderlo, pueden hacer que la historia vuelva acomenzar, que el debate contine. Por el momento, estamos atra-vesando por la miseria de la derecha, tal como hace treinta aosconocimos la miseria de la izquierda: aferrada a dogmas, secta-ria, fundamentalista y, sobre todo, triunfalista. Algunos de losreinsertados intelectuales han cambiado de lado, pero no hanmejorado su miopa conceptual y poltica. Siguen siendo dog-mticos, fundamentalistas, rmoras de triunfos ajenos, y llamanidiotas a quienes no comparten su fe. Mientras tanto, la clasemedia ilustrada emigra del pas, los que quedan, emigran a laciudad. El Tiempo titula, como si nada, Los campesinos en vade extincin. Nohra, los nios y ese individuo de bigote, desdeel balcn, replican No tienen pan?! No importa, ganamos laCopa Amrica!; y los posmodernos complementan: Que enla costa atlntica gobiernan los paramilitares? Tranquilos, elvallenato es una estrategia discursiva de resistencia cultural!.Qu hacer? Ah, no. El calvo de barba otra vez no. Es que nosabe que las metanarrativas estn out?.

    Por lo menos, saber cmo estn las cosas, pero para hacereso hay que asumir cmo deberan ser. El cinismo de los escpti-

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    Mara Eugenia Vsquez: Escrito para no morir

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    cos y los relativistas es un lujo que no nos podemos dar. Es preci-so conocer la vieja nueva fe para poder desmontarla desde aden-tro. Porque una fe no se acaba quemando, apedreando o fusilandoa sus predicadores, sus libros o sus iglesias, como pretende lainsurgencia actual, y como da testimonio la Bitcora de MaraEugenia Vsquez. Una historia personal y un testimonio de vidanacidos, aunque suene poco coherente, de una muerte. Y un re-cuerdo de que muchos y muchas de los que hoy podemos tenerun empleo, una casa y una familia, le debemos mucho de eso atodas y cada una de esas muertes annimas. No un minuto desilencio, sino toda una vida de alegra y hereja frente a la viejanueva fe, le debemos a ese muchacho que en 1987, con su muerte,le rompi el corazn a una madre, y le regal una vida propia yuna nueva utopa a una mujer.

    FRANZ FLREZInstituto Colombiano de Antropologa e Historia