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FUNDACIÓN ÉPSILON Diciembre - 1 - http://www.elalmendro.org [email protected] Lunes 1 de diciembre Eloy EVANGELIO Mateo 8, 5-11 5 Al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión 6 rogándole: -Señor, mi criado está echado en casa con parálisis, sufriendo terriblemente. 7 Jesús le contestó: -Voy yo a curarlo. 8 El centurión le replicó: -Señor, yo no soy quién para que entres bajo mi techo, pero basta una palabra tuya para que mi criado se cure. 9 Porque yo, que estoy bajo la autoridad de otros tengo soldados a mis órdenes y si le digo a uno que se vaya, se va; o a otro que venga, viene y si le digo a mi siervo que haga algo, lo hace. 10 Al oír esto, Jesús dijo admirado a los que lo seguían: -Os aseguro que en ningún israelita he encontrado tanta fe. 11 Os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente a sentarse a la mesa con Abrahán Isaac y Jacob en el reino de Dios. COMENTARIOS I Jesús vuelve a Cafarnaún, ciudad donde se había instalado (4,13). La escena que sigue tiene relación con la anterior. El centurión pagano es también religiosamente impuro, por no pertenecer al pueblo de Israel. No se debía entablar conversación con paganos ni mucho menos ir a su casa. El pagano ruega a Jesús por un criado que tiene en casa paralítico con grandes dolores. Después del episodio del leproso, que muestra que Jesús no respeta las prohibiciones de la Ley sobre lo impuro, hay que interpretar la reacción de Jesús como positiva: está dispuesto a ir a casa del pagano y curar al enfermo. La salvación que Jesús trae es universal y no reconoce fronteras entre hombres o pueblos. El centurión, en su respuesta, se declara indigno de recibir en su casa a Jesús. Es consciente de su inferioridad como pagano, pero eso le da ocasión para mostrar la calidad de su fe. Acostumbrado a ser obedecido, ve en Jesús una autoridad absoluta capaz de sacar al hombre de la parálisis. No hay acción de Jesús con el enfermo, el centurión le pide solamente una palabra. Alude Mt a la misión entre los paganos, que, sin haber tenido contacto directo con Jesús, experimentan la salvación que de él procede. El hecho de no ir a la casa adquiere entonces todo su relieve. La presencia física de Jesús no es necesaria. La salvación de los paganos se realizará a través del mensaje. La fe del pagano suscita la admiración de Jesús y da pie al contraste con la poca adhesión que encuentra en Israel. Jesús ve que su mensaje va a suscitar mejor respuesta entre los no judíos que entre los israelitas. II El Evangelio nos cuenta la curación del criado de un centurión (jefe militar de una centuria romana), de una persona que no pertenecía a la comunidad judía; lo que nos hace pensar en la misión universal de Jesús. El viene para invitar a todos los seres humanos, de cualquier clase y condición, a asumir el camino de salvación que es su Reinado. Cada milagro que Jesús

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Lunes 1 de diciembre Eloy EVANGELIO Mateo 8, 5-11

5Al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión 6rogándole: -Señor, mi criado está echado en casa con parálisis, sufriendo terriblemente. 7Jesús le contestó: -Voy yo a curarlo. 8El centurión le replicó: -Señor, yo no soy quién para que entres bajo mi techo, pero basta una palabra tuya para

que mi criado se cure. 9Porque yo, que estoy bajo la autoridad de otros tengo soldados a mis órdenes y si le digo a uno que se vaya, se va; o a otro que venga, viene y si le digo a mi siervo que haga algo, lo hace.

10Al oír esto, Jesús dijo admirado a los que lo seguían: -Os aseguro que en ningún israelita he encontrado tanta fe. 11Os digo que vendrán muchos

de Oriente y Occidente a sentarse a la mesa con Abrahán Isaac y Jacob en el reino de Dios.

COMENTARIOS I

Jesús vuelve a Cafarnaún, ciudad donde se había instalado (4,13). La escena que sigue tiene

relación con la anterior. El centurión pagano es también religiosamente impuro, por no pertenecer al pueblo de Israel. No se debía entablar conversación con paganos ni mucho menos ir a su casa. El pagano ruega a Jesús por un criado que tiene en casa paralítico con grandes dolores. Después del episodio del leproso, que muestra que Jesús no respeta las prohibiciones de la Ley sobre lo impuro, hay que interpretar la reacción de Jesús como positiva: está dispuesto a ir a casa del pagano y curar al enfermo. La salvación que Jesús trae es universal y no reconoce fronteras entre hombres o pueblos. El centurión, en su respuesta, se declara indigno de recibir en su casa a Jesús. Es consciente de su inferioridad como pagano, pero eso le da ocasión para mostrar la calidad de su fe. Acostumbrado a ser obedecido, ve en Jesús una autoridad absoluta capaz de sacar al hombre de la parálisis. No hay acción de Jesús con el enfermo, el centurión le pide solamente una palabra. Alude Mt a la misión entre los paganos, que, sin haber tenido contacto directo con Jesús, experimentan la salvación que de él procede. El hecho de no ir a la casa adquiere entonces todo su relieve. La presencia física de Jesús no es necesaria. La salvación de los paganos se realizará a través del mensaje.

La fe del pagano suscita la admiración de Jesús y da pie al contraste con la poca adhesión que encuentra en Israel. Jesús ve que su mensaje va a suscitar mejor respuesta entre los no judíos que entre los israelitas.

II

El Evangelio nos cuenta la curación del criado de un centurión (jefe militar de una centuria romana), de una persona que no pertenecía a la comunidad judía; lo que nos hace pensar en la misión universal de Jesús. El viene para invitar a todos los seres humanos, de cualquier clase y condición, a asumir el camino de salvación que es su Reinado. Cada milagro que Jesús

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hace es un signo eficaz de que Dios está irrumpiendo en el mundo. Este Reino está formado por personas concretas cuya característica principal es la fe, la respuesta llena de esperanza y entusiasmo para acoger la oferta salvadora de Jesús.

El Mesías, Cristo, limpiará de toda inmundicia a la humanidad con tal que los seres humanos reconozcan que de Él viene la salvación. Las manchas de sangre serán lavadas por el viento de su justicia (Is 4,2-6).

El hombre que se dirige a Jesús es un pagano, oficial del ejército romano que ocupaba y oprimía el territorio de Israel. Alguien que pertenecía a la estructura de poder y de dominio; pero que muestra unas cualidades humanas admirables y especialmente una fe que merece el elogio de Jesús. Al iniciar este tiempo de Adviento estamos convocados por la Palabra para escuchar este sueño de Dios: “que todo ser humano se salve”. Sueño que exige una respuesta radical desde la fe; muchos, incluso no creyentes, nos avergüenzan; personas e instituciones no propiamente religiosas nos aventajan en realizar las obras de justicia que con acierto debieran ser patrimonio de nosotros los seguidores de Jesús.

Los cristianos profesamos una fe que nos aparta de todo fanatismo y nos convierte en liberadores de los otros. Fe que nos transforma para entendernos cordialmente con todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Fe en un Dios que no pretendo se acomode a mis deseos; más bien estoy dispuesto a despojarme de todo por Él. Fe que trae como consecuencia la salvación, la limpieza del corazón, liberándolo de todas las tendencias a ejercer el poder de dominio sobre los otros y a ser obsesivo con los apegos que favorecen el egoísmo insolidario. De esta manera le abrimos el corazón al reinado de Dios en nuestra vida, dejamos de participar en las estructuras de injusticia y de pecado. Así le damos paso al sueño de Dios expresado en la primera lectura de Isaías: “de las espadas forjarán arados; de las lanzas podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra” (Is 2,4). Martes 2 de diciembre Bibiana EVANGELIO Lucas 10, 21-24

21En aquel preciso momento, exultante con el gozo del Espíritu Santo, exclamó: -¡Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque si has ocultado estas cosas a los

sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla! Sí, Padre, bendito seas por haberte parecido eso bien. 22Mi Padre me lo ha entregado todo: quién es el Hijo, lo sabe sólo el Padre; quién es el Padre, lo sabe sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

23Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: -¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! 24Porque os digo que muchos profetas y

reyes desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís vosotros y no lo oyeron.

COMENTARIOS I

JESUS PRORRUMPE EN UN CANTICO DE ALABANZA

«En aquel preciso momento, con la alegría del Espíritu Santo, Jesús exclamó...» (10,21a). A pesar de ser Jesús un hombre alegre y feliz, que comía y bebía con todos, y no un asceta por el

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estilo de Juan Bautista, solamente aquí se transparenta su alegría. Se trata de uno de los procedimientos literarios más bellos e intencionados: el autor quiere dar el máximo relieve posible a los hechos que han ocurrido por primera vez. Finalmente, hay un grupo de discípulos que ha sido capaz de expulsar las falsas ideologías que encadenaban a la gente. Jesús está en sintonía con los Setenta. A través de la misión bien hecha, llevada a cabo por estos personajes anónimos, y de la reacción exultante de Jesús, Lucas anticipa cómo será la misión ideal: abierta, universal, liberadora. «Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra» (10,21b). Jesús deja transparentar su experiencia de Dios, «Padre», y prorrumpe en un canto de alabanza porque ya no hay dicotomía entre el plan de Dios («cielo») y su realización concreta («tierra»). Este plan se ha ocultado a los «sabios y entendidos», los letrados o maestros de la Ley (cf. 5.17.21.30; 7,30), y a los que se tienen por «justos», pues sus intereses mezquinos hacen que sus conocimientos científicos no sean útiles a la comunidad -su influencia se deja sentir incluso en los discípulos israelitas, los Doce, seguros de sí mismos y de sus instituciones religiosas-, y se ha revelado a los «pequeños», a los Setenta, despreciados por su origen étnico y religioso, pero con capacidad para comprender las líneas maestras del designio de Dios. Son hombres sin fachada.

Jesús cierra la acción de gracias como la había iniciado: «Sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien» (10,21c). Estamos cansados de repetir que los planes de Dios no van parejos con los nuestros, pero lo decimos en otro sentido. Los «nuestros» son los planes de la sociedad en la que nos encontramos inmersos: pretendemos eficacia, salud, pesetas (más bien marcos o yenes, ¿no es así?), quisiéramos figurar como la única religión verdadera, ser respetados por los poderosos, aparecer en los medios de comunicación... Jesús tiene otros valores, valores que han comprendido los sencillos, los pequeños, los que ya están al servicio de los demás, los que no tienen aspiraciones y están abiertos a todos.

De la acción de gracias Jesús pasa a una revelación que habría firmado el propio evangelista Juan: «Mi Padre me lo ha entregado todo, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (10,22). Jesús tiene conciencia de conocer a fondo el plan de Dios. Ha tomado conciencia de ello en el Jordán, cuando se abrió el cielo de par en par, bajó el Espíritu Santo sobre él y la voz del Padre lo manifestó como su Hijo amado: «Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado». La comunidad de Espíritu entre el Padre y el Hijo explica esta relación de intimidad, que, por primera vez, Jesús revela a sus íntimos. Sólo conoce al Padre aquel que recibe el Espíritu de Jesús y experimenta así el amor del Padre. El conocimiento que el estudio de la Ley, la Escritura, procuraba a los «sabios y entendidos» no es verdadero conocimiento. Estaba falto del conocimiento por experiencia que sólo puede procurar el Espíritu de Jesús.

JESUS PROPONE A LOS DOCE EL MODELO YA ALCANZADO

POR LOS SETENTA A continuación Jesús muestra a los Doce, los discípulos procedentes del judaísmo, este plan

ya inicialmente realizado por los Setenta: «Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis"» (10,23). «Volverse» constituye una marca típica del evangelista para indicar un cambio de ciento ochenta grados en la actitud de Jesús respecto a un determinado personaje o colectividad, motivado por un hecho nuevo que se acaba de producir; «tomar aparte» indica, además, que un grupo determinado tiene necesidad de una lección particular, en vista de la resistencia que ofrece a su proyecto. Jesús muestra a los Doce cuáles son los frutos de una misión bien ejecutada. También ellos deben alegrarse, sin reservas, porque la utopía del reino es viable.

Si nos planteamos realizar el reino de Dios sin contar con los medios humanos y con toda sencillez, comprobaremos que funciona. Hacía años y más años que se esperaba este momento. «Profetas», hombres que intuyeron cuál era el plan de Dios sobre el hombre, y «reyes», los principales responsables del pueblo de Israel, «desearon ver lo que vosotros veis», a saber: lo que los Setenta ya han llevado a cabo, «y no lo vieron», puesto que el plan de Dios no se había aún

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encarnado en un hombre de carne y hueso; «y oír lo que oís vosotros», ese estallido de gozo y alegría, «y no lo oyeron», pues no había nadie que se lo proclamase. El éxito del reino en Samaria, la región semipagana, es prenda de universalidad. Se está cumpliendo la promesa del reino mesiánico (Sal 2,8; 72,10-11; Dn 4,44; 7,27). Es la respuesta de Jesús a la segunda tentación: la universalidad del reino mesiánico no se logrará mediante el dominio ni por la ostentación de poder y de gloria, sino liberando a los hombres del yugo que los agobia.

II

Los versículos de la primera lectura están tomados del primer Isaías y se refieren al futuro Rey de Israel. La esperanza estaba depositada en el joven rey Ezequías, quien después defraudó; pero el texto debe ser interpretado con un claro sentido mesiánico. Es en el Mesías en quien alcanzará cumplimiento el deseo de paz entre los seres humanos. Por tanto, su venida equivale a una nueva forma de convivir entre los humanos, nivelando las desigualdades y haciendo desaparecer la enemistad.

La acción del Espíritu ocupa el centro de la liturgia hoy. El Espíritu que llenó totalmente a Jesús desde el momento del Bautismo, le hace desbordar de alegría, como antes hiciera con María en el Magníficat, al percibir cuál es el modo de actuar de Dios y qué tipo de personas son las que se abren a la acción transformadora del Evangelio. Frente a los sabios, frente a los técnicos de la humana convivencia, descubre otra clase de ciencia que no está en función del esfuerzo humano, sino de la sencillez y humildad de corazón. Quienes aceptan sinceramente al Mesías y su mensaje, verán las cosas de otro modo y podrán construir una convivencia humana basada en la equidad.

Celebrar el Adviento no es otra cosa que dejarnos modelar interiormente por la presencia del Espíritu, crear espacio en nuestras vidas para que podamos recibir sus dones de sabiduría, de discernimiento y fortaleza... todos ellos necesarios para descubrir los senderos por donde Él quiere que camine nuestra Iglesia en este nuevo milenio.

De otro lado, la celebración litúrgica nos invita a la alegría y a la esperanza. No podemos caer en el desánimo o en la frustración que no son dones del Espíritu. Hay que tener la mirada profunda de Jesús para descubrir cómo el Reino se abre paso entre los sencillos y los humildes; y por eso, lleno de gozo, bendice al Padre. Nosotros también debemos sabernos alegrar por ello y alimentar nuestra esperanza y nuestro deseo de seguir comprometidos en la causa de Jesús. Únicamente a costa de esta sencillez y de esta humildad de corazón podrán aplicarse a nosotros las palabras del Evangelio de hoy: “¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Pues os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver los que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que vosotros oísteis y no lo oyeron” (10,24). Miércoles 3 de diciembre Francisco Javier EVANGELIO Mateo 15, 29-37

29Jesús se marchó de allí y llegó junto al mar de Galilea; subió al monte y se quedó sentado allí. 30Acudieron grandes multitudes llevándole cojos, ciegos, lisiados, sordomudos y otros muchos enfermos; los echaban a sus pies y él los curaba. 31La multitud estaba admirada

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viendo que los mudos hablaban, los lisiados se curaban, los cojos andaban y los ciegos veían; y alababan al Dios de Israel.

32Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: -Me conmueve esta multitud, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y

no quiero despedirlos en ayunas, no sea que se desmayen por el camino. 33Los discípulos le preguntaron: -Y en un despoblado, ¿de dónde vamos a sacar pan bastante para saciar a una multitud

tan grande? 34Jesús les preguntó: -¿Cuántos panes tenéis? Contestaron: -Siete y unos cuantos pececillos. 35Mandó a la multitud que se recostase en la tierra, 36tomó los siete panes y los

pececillos, pronunció una acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos; los discípulos se los daban a las multitudes. 37Todos comieron hasta quedar saciados y recogieron los trozos sobrantes: siete espuertas llenas.

COMENTARIOS I

Lo mismo que la curación del hombre del brazo reseco, figura del pueblo sometido a la

institución judía, iba seguida de la curación de muchos enfermos, mostrando la extensión de la obra liberadora de Jesús, así la liberación de la hija de la cananea va seguida de la de muchos enfermos, que representan a los paganos que tienen fe en Jesús. Este se sienta en el monte, es decir, toma su puesto en la esfera divina. El hecho de que los enfermos tengan acceso a ese monte indica que ya han dado su adhesión a Jesús.

«Y otros muchos»: el texto quiere resaltar el gran número. Jesús trae una salvación universal. La alabanza de la gente «al Dios de Israel» indica que no son israelitas.

Las curaciones que hace Jesús corresponden a «las obras del Mesías» mencionadas por Jesús con ocasión del recado de Juan Bautista (11,2-5; cf. Is 35,5s; 29,18s).

El contexto anterior introduce la escena de los panes. En el primer episodio de los panes comió una multitud judía; ahora, una multitud pagana (lo mismo en Mc). La diferencia se manifiesta en numerosos detalles: en vez de cinco, siete panes, alusión a los setenta pueblos paganos; en vez de doce (Israel) «cestos», término usado en Palestina, siete «espuertas», término usado fuera de Palestina; en lugar de cinco mil hombres, cuatro mil, alusión a los cuatro puntos cardinales, es decir, a la humanidad entera; en vez de «bendecir», expresión hebrea, «dar gracias», expresión griega del mismo significado.

Esta vez, Jesús toma la iniciativa. No es una multitud crónicamente hambrienta; su hambre se debe a haber estado tres días con Jesús. Los tres días pueden ser alusión a Os 6,2: «al tercer día nos resucitará/levantará», y a la resurrección de Jesús mismo. Es, por tanto, una multitud que ha obtenido de Jesús la salvación. De ahí que no se corresponda el número de panes con el de personas (siete, cuatro mil; cf. 14,17.21, cinco y cinco mil, con alusión al Espíritu). La salvación se ha dado antes de comer el pan.

Los discípulos se plantean directamente la cuestión de tener que alimentar ellos a la multitud. A pesar de la experiencia del episodio anterior, no se creen capaces sin ayuda de otros. «Se recostaron» (35), de nuevo la postura de los hombres libres. «En la tie rra», alusión a 5,5: «porque ésos van a heredar la tierra»; son libres e independientes porque la adhesión a Jesús los ha sacado de su condición de sometidos. La saciedad (37: «quedaron satisfechos») está en relación con

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5,6. Saciar el hambre es la primera exigencia de la justicia. El hecho de que quedan saciados por obra de los discípulos muestra que la obra liberadora de Dios se hace por medio de hombres, a partir de Jesús.

II

El texto de la primera lectura de hoy fue redactado probablemente hacia el siglo quinto o cuarto antes de Cristo. Su sentido literal quiere expresar el banquete con que se solemniza la victoria sobre los demás pueblos que hasta entonces han oprimido a Israel. Dios es, en definitiva, el verdadero triunfador ya que ha conducido al pueblo en medio de calamidades hasta asegurar el triunfo; por ello, es Él mismo quien prepara el banquete en el que han de participar todos cuantos han sido fieles a su palabra. De ahí en adelante, no habrá muerte, ni luto, ni lágrimas, ni opresión.

Comer y beber juntos alrededor de la misma mesa, compartiendo la alegría y la amistad, es un signo universal de fraternidad. La alegría de las personas se ve colmada cuando se puede invitar a los amigos y se les puede obsequiar con generosidad. Partiendo de esta experiencia tan humana y universal, nos presenta la Palabra los planes salvíficos de Dios.

A partir de esta experiencia tan cotidiana, nos deja Jesús el sacramento de su presencia y de su entrega generosa hasta la muerte. El ideal que tienen todos los pueblos es “que no falte el pan en cada mesa”; sin embargo, los pueblos empobrecidos sufren por falta de alimentos, de salud, de trabajo, de educación y de vida digna. El evangelio nos presenta unidos el signo eucarístico de bendecir y partir el pan y el de la misericordia de Jesús que expresa conmovido: “Me da compasión este pueblo... y no quiero despedirlos en ayunas, porque se desmayarían por el camino”. Dios quiere que las lágrimas de los que sufren sean enjugadas y que todos seamos conducidos a las fuentes de la vida. Participar en la eucaristía tiene que ser un impulso, una provocación, no puede dejarnos indiferentes ante tantos hermanos a los que se priva de su dignidad. Alimentarnos con la Palabra y el cuerpo del Señor debe darnos un corazón sensible, compasivo y activo como el suyo. Jueves 4 de diciembre Juan Damasceno EVANGELIO Mateo 7, 21. 24-27

21No basta decirme: «¡Señor, Señor!», para entrar en el reino de Dios; no, hay que poner por obra el designio de mi Padre del cielo.

24En resumen: Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra se parece al hombre sensato que edificó su casa sobre roca. 25Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos y arremetieron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada en la roca.

26Y todo aquel que escucha estas palabras mías y no las pone por obra se parece al necio que edificó su casa sobre arena. 27Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos, embistieron contra la casa y se hundió. ¡Y qué hundimiento tan grande!

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COMENTARIOS I

vv. 21-23. De nuevo, en otro sentido, el primado de las obras sobre las palabras. No basta el

devoto reconocimiento de Jesús, hay que vivir cumpliendo el designio del Padre del cielo. La adición «del cielo» y el término «designio» ponen este aviso en relación con la primera parte del Padrenuestro (6,9s), que, a su vez, remite a la práctica de las bienaventuranzas. Jesús no quiere discípulos que cultiven sólo la relación con él, sino seguidores que, unidos a él, trabajen por cambiar la situación de la humanidad.

Después de enunciar el principio afirma Jesús que serán muchos los que «aquel día», el que nadie conoce (25,13), lo llamarán «Señor, Señor», aduciendo sus obras para encontrar acogida. Las obras que se citan: «haber profetizado», «haber expulsado demonios» y «haber realizado milagros», fueron hechas «por/con su nombre», es decir, invocando la autoridad de Jesús. Este, sin embargo, no las acepta; considera esas obras, no solamente sin valor, sino como propias de malhechores. El término anomia, iniquidad, es el que Jesús aplica a los letrados y fariseos hipócritas (23,28), y la frase de rechazo se encuentra en Sal 6,9, donde los malhechores son los que oprimen al justo y le procuran la muerte. Esta perícopa, en cuanto a su sentido, no está lejos de la anterior (15-20). Estos que cumplen acciones extraordinarias y que llevan en sus labios el nombre del Señor, tienen una actividad que, aunque aparentemente laudable, es en realidad inicua, porque no nace del amor ni tiende a construir la humanidad nueva según el designio del Padre (21).

vv. 24-27. El discurso termina con una parábola compuesta de dos miembros contrapuestos.

Jesús habla de dos clases de hombres que han oído el discurso precedente. La diferencia entre ellos se centra en llevar o no llevar a la práctica la doctrina escuchada. «La casa» que pertenece al hombre («su casa») representa al hombre mismo. El éxito de su vida y la capacidad para mantenerse firme a través de los desastres, que pueden identificarse con las persecuciones (5,11s), depende de que su vida tenga por cimiento una praxis acorde con el mensaje de Jesús, cuyo punto culminante han sido las bienaventuranzas. Se descubre una alusión a los individuos retratados en la perícopa anterior (21-23). Jesús ha hablado como maestro; su doctrina expresa el designio del Padre sobre los hombres (7,21). Toca al hombre no sólo entenderla, sino llevarla a la práctica. De ello depende el éxito o la ruina de su propia vida.

Las multitudes que lo habían seguido antes de comenzar el dis curso (4,25) han escuchado la exposición de Jesús y su reacción es de asombro. Acostumbrados a la enseñanza de los letrados, que repetían la doctrina tradicional apoyándose en la autoridad de los antiguos doctores, notan en Jesús una autoridad diferente. No se apoya en la tradición; expone su doctrina interpretando, corrigiendo o anulando las antiguas prescripciones. La alusión a los letrados, mencionados en el discurso (5,20), es polémica. Ante la enseñanza de Jesús, la de los letrados ha perdido su autoridad. Lo que ellos proponían como tradic ión divina deja de aparecer tal a los ojos de las multitudes que han escuchado a Jesús. La doctrina oficial cae en el descrédito.

Se cierra el contexto del discurso mencionando que grandes multitudes siguen a Jesús después de su enseñanza, en paralelo con las que lo siguieron hasta el lugar del discurso (4,25; 5,1). La enseñanza tan nueva y radical de Jesús no ha hecho disminuir su popularidad.

II

La lectura de Isaías se refiere a la ciudad fuerte que sin duda está construida sobre roca, pero la verdadera roca que le da consistencia a la ciudad es el mismo Dios, “pues Yahvé es la roca eterna”. Se relaciona este mensaje con el que nos presenta Mateo cuando nos habla de la

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fortaleza entre las dos casas: una de ellas construida sobre firme roca y la otra sobre arena movediza.

El verdadero fundamento para construir nuestra vida es el mismo Dios. Quien se apoya en El, ese es el que permanece. No habrá nada ni nadie que lo haga sucumbir. Pero apoyarse en Dios implica hacer su voluntad con seriedad y sinceridad, sin quedarse en las meras apariencias.

En este evangelio Jesús nos enseña que no nos basta una mera aceptación teórica de la Palabra del Padre, se requiere del cumplimiento práctico y real de esa divina voluntad. “No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre...” Para pertenecer al Reino de Dios no basta invocar al Señor, es necesario acomodar nuestra vida a los principios establecidos por Jesucristo.

Jesús corrobora la doctrina que acaba de exponer con una parábola en la cual anima a los oyentes a poner en práctica sus enseñanzas. La lluvia, los ríos, los vientos, las tormentas son imágenes para significar las dificultades de todo género que se le presentarán al discípulo creyente y que deberá vencer, para mantener firme el edificio espiritual de su vida cristiana.

No basta, pues, aceptar a Jesús como Maestro, sino que hemos de llevar a la práctica sus enseñanzas; con esto Jesús nos pone alerta contra un cristianismo de puras fórmulas o de simple aceptación de verdades y dogmas; Él quiere que esas verdades las transformemos en vida, así como Él dio su vida por hacer la voluntad del Padre. Viernes 5 de diciembre Sabas EVANGELIO Mateo 9, 27-31

27Cuando se marchó de allí, al pasar lo siguieron dos ciegos pidiéndole a gritos: -Ten compasión de nosotros, Hijo de David. 28Al llegar a la casa, se le acercaron los ciegos; Jesús les preguntó: -¿Tenéis fe en que puedo hacer eso? Contestaron: -Sí, Señor. 29Entonces les tocó los ojos diciendo: -Según la fe que tenéis, que se os cumpla. 30Y se les abrieron los ojos. Jesús les avisó muy en serio: -Mirad que nadie se entere. 31Pero cuando salieron hablaron de él por toda aquella comarca.

COMENTARIOS I

La frase inicial de esta perícopa está en paralelo con la que introducía la llamada de Mateo

(9,9); “al salir de allí”, conexión con la perícopa anterior, lo siguen dos ciegos que le piden la curación y lo aclaman reconociéndolo como Hijo de David. Este título ha aparecido encabezando la genealogía de Jesús, junto con el de hijo de Abrahán (1,1). Es la herencia que le corresponde por la ascendencia de José, pero su realidad es muy superior a ella. El mismo negará en el templo que el Mesías sea «hijo/ sucesor» de David (22,41-46). El no tiene padre humano y no se define,

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por tanto, por la ascendencia de José. Su dependencia de la tradición de Israel se rompe por el nacimiento virginal. Nacido por obra del Espíritu y teniendo por Padre a Dios, se define como el Mesías Hijo de Dios y como «el Hombre». Adamarlo como hijo de David significa no conocer su verdadera realidad, considerarlo un Mesías nacionalista. Solamente después de su entrada en Jerusalén, cuando haya cumplido la profecía de Zac 9,9 sobre el Mesías no violento (21,4s) y haya hecho la denuncia del templo que manifiesta su ruptura con la institución judía (21,13), tendrá este título su verdadero sentido mesiánico y será aceptado por Jesús (21,15s). Aquí son ciegos los que lo aclaman como hijo de David; en el templo serán precisamente aquellos a quienes él ha curado de su ceguera. Jesús no reacciona ante la aclamación de los ciegos. «La casa» es símbolo de su comunidad y allí se le acercan los ciegos. Jesús se refiere solamente a la petición implícita que le han hecho («ten compasión de nosotros», en relación con 5,7).

Ante la fe de los ciegos, toca sus ojos y pronuncia una frase en todo semejante a la que dijo al centurión («Según la fe que tenéis, que se os cumpla»). Dar vista a los ciegos era uno de los signos de la salvación definitiva, anunciada por los profetas, como símbolo de la liberación de la tiranía (Is 29, l8ss; 35,5.10; 42,6s; 49,6.9s). Las tinieblas se desvanecen ante la revelación de Dios. «Abrir los ojos a los ciegos» representa, por tanto, sacarlos de la esclavitud y continuar el éxodo que ha de llevar a la tierra prometida.

Siendo estos ciegos israelitas, como aparece por la aclamación «Hijo de David», que delata su concepción nacionalista del Mesías según la doctrina oficial, la obra de Jesús consiste en sacarlos de esa ideología, que, encarnada en la interpretación de la Ley, procura la muerte. Jesús les prohibe comunicar el hecho, pero ellos no le obedecen. Lo divulgan por toda la comarca, la misma que ha oído la noticia de la resurrección de la hija del jefe (9,26).

¿Por qué no había prohibido Jesús que se divulgase ésta y, en cambio, prohibe a los ciegos comunicar la noticia de su curación? Israel debe saber que es la Ley del exclusivismo la que impide su vida, pero no debe saber aún que Jesús inicia un éxodo que lleva a una nueva tierra prometida, la nueva comunidad. Si esto se divulgase ya desde ahora, le impediría llevar a cabo su misión. Aún no ha roto Jesús abiertamente con la sinagoga.

II

El interés del pasaje de Isaías se centra en recordar que la inviolabilidad y firmeza del pueblo futuro y de la Sión escatológica dependerán de la calidad de su fe en el Mesías. El garantizará la seguridad de la ciudad y la de sus habitantes. Podemos observar que el pueblo de Dios es el resto de los pobres. Ese pueblo será “el pequeño resto” y su único apoyo será su fe en el salvador.

En el Evangelio aparece Jesús con el título de “Hijo de David”, título mesiánico, comúnmente aceptado en el judaísmo y aplicado a Jesús en el evangelio, como vemos en Mt 12,23; 15,22 y otros lugares. Este título designaba un Mesías que todos esperaban y se fundaba en los antiguos vaticinios proféticos en los que se describe al Mesías como otro David: “Mirad que vienen días en que suscitaré a David un Germen justo”(Jer 23,5). Jesús acepta con reservas dicho título, ya que implicaba una concepción demasiado humana del Mesías y prefiere el misterioso título de “Hijo del Hombre”.

Los dos ciegos piden su curación a Jesús reiteradamente. Jesús les pregunta si realmente creían que Él les podía curar; con ello Jesús pretende mostrar a los mismos ciegos y a los que se hallaban presentes, que para conseguir una gracia de Dios se requiere como previa condición una fe llena de confianza. Ellos responden afirmativamente, con lo cual, reciben el don de ser curados.

Jesús tocó los ojos de los ciegos y al instante ellos vieron. Muy a menudo los evangelistas colocan a Jesús tocando a los enfermos, al tiempo que los cura. Esto significa imperio y mandato

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sobre la enfermedad y hace patente la virtud de su humanidad para curar las enfermedades de los seres humanos.

Hoy también, cada uno de nosotros, quién más quién menos, necesitamos que se abran nuestros ojos para poder ver mejor las cosas de Dios. Con frecuencia nuestros ojos se cierran o se dificultan para las cosas del Espíritu. En otra parte del evangelio Jesús nos advierte que para ver las cosas de Dios se necesita tener el corazón limpio (Sal 27,4-4).

Rectitud de conciencia, limpieza de ojos, inocencia de corazón para poder ver a Dios y llegar al conocimiento de los secretos divinos. En tu oración diaria no dejes de pedirle al Señor que te descubra y te haga conocer los secretos del Reino. Sábado 6 de diciembre Nicolás EVANGELIO Mateo 9, 35-38; 10, 1.6-8

35Recorría Jesús todos los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, proclamando la buena noticia del Reino y curando todo achaque y enfermedad.

36Viendo a las multitudes, se conmovió, porque andaban maltrechas y derrengadas como ovejas sin pastor.

37Entonces dijo a sus discípulos: -La mies es abundante y los braceros pocos; por eso, 38rogad al dueño que mande braceros

a su mies.

10 1Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y curar todo achaque y enfermedad.

6Mejor es que vayáis a las ovejas descarriadas de Israel. 7Por el camino proclamad que está cerca el reinado de Dios, 8curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. De balde lo recibisteis, dadlo de balde.

COMENTARIOS I

vv. 35,38. En paralelo con 4,23, comienza aquí una nueva sección del evangelio (9,38-

11,1), constituida sobre todo por la instrucción a los Doce para la misión. 9,35-38 constituye la introducción a la misión y al discurso y describe la lastimosa situación de Israel a los ojos de Jesús.

Se abre con un sumario de la actividad de Jesús (35), que describe su labor incansable. En las sinagogas enseña, es decir, expone su mensaje apoyándose en la Escritura; fuera de las sinagogas proclama la buena noticia de la cercanía del reinado de Dios (4,17); además, cura a todos los enfermos, como señal de la plena salvación que el reino ofrece al hombre.

«Las multitudes están como ovejas sin pastor» (36). La frase alude a Nm 27,17, donde Moisés nombra a Josué precisamente para que el pueblo no se disperse. Nadie se ocupa de este pueblo que se encuentra en situación desesperada.

Ante este espectáculo, Jesús expone la situación a sus discípulos (37s). Usa un término (gr. therismos) que significa «mies» y «siega». Se usa en 13,30.39, aplicado a la separación final entre buenos y malvados, y «la siega» se atribuye a los ángeles. «Los braceros» u obreros de que habla

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Jesús ejercen, pues, en la historia la misma actividad que «los ángeles» harán en el momento final. Se ve ahora el sentido de «los ángeles» que servían a Jesús, es decir, colaboraban con él, en la escena del desierto: eran figura de los que colaboran en su misión. La alusión indica que comienza el tiempo escatológico, la etapa final de la historia, inaugurada con la presencia de Jesús y la cercanía del reinado de Dios.

La petición se dirige al dueño de la mies, el Padre. Jesús no pide al Padre que envíe segadores, pero recomienda a los discípulos que lo hagan. Es una manera de prepararlos a la misión que sigue. La petición les hará tomar conciencia de la necesidad y los dispondrá a responder a la llamada de Jesús.

v.10,1. Mt no describe la institución de los Doce. Su puesto lo ocupan las bienaventuranzas,

donde establece el estatuto de la nueva alianza y, por tanto, funda el nuevo Israel. «Sus doce dis-cípulos», nombrados por primera vez, son, por tanto, la figura representativa del Israel mesiánico. El número doce alude a la plenitud escatológica de Israel. En su estadio final, el pueblo elegido comprende tanto a israelitas como a «pecadores» e incluirá también a los paganos.

vv. 6-8. Jesús envía a los «Doce», es decir, al Israel mesiánico que representa a todos sus

discípulos, dándoles instrucciones para la misión. Por el momento, limita ésta a Israel, que se encuentra en situación lastimosa. No ha llegado aún la hora de la misión universal (26,13; 28,19). La proclamación de los Doce tiene el mismo contenido que la de Jesús (4,17), pero sin la exhortación a la enmienda. Dan escuetamente la buena noticia. Su proclamación va acompañada de toda clase de señales. El significado de éstas es el mismo que el de las realizadas por Jesús. El ha resucitado a la hija del jefe (9,18-26), ha limpiado a un leproso (8,2-4), ha curado enfermos (8,16; 9,35), ha expulsado demonios (9,32s). El significado es liberar a los habitantes de Galilea de las doctrinas que los tienen postrados y privados de vida. Estas obras se realizan con «las ovejas descarriadas de Israel»; son, por tanto, una expresión de la ayuda que el discípulo debe prestar (5,7). Jesús añade un aviso: la idea de lucro ha de estar ausente de esta actividad (8). Se hace, por tanto, con «limpieza de corazón» (5,8), sin segundas intenciones.

II

Isaías sueña con un Reino, libre del mal que aqueja al ser humano: hambres, enfermedades, violencias e injusticias sociales. Isaías es el profeta de la esperanza más humana y universal; pero al mismo tiempo señala las condiciones para el advenimiento de ese Reino: creer que Dios es el único capaz de construirlo, ser lo suficientemente pobre para saber que el ser humano pierde su tiempo queriendo obtener esa felicidad por sus propias fuerzas. Dios no está sólo en comunión con los miembros de la humanidad; su poder irradia sobre la naturaleza y la prepara a la esperada transfiguración. Quienes acogen este mensaje, podrán ser los que lleven a la unidad a todo el género humano y quienes reconcilien con Dios toda la naturaleza creada.

En el Evangelio aparece el relato de la misión de los doce, precedido de la actividad incansable de Jesús en la predicación y las curaciones. La urgencia apostólica de la que se va a tratar, tiene sus raíces en la urgencia del mismo Jesús que enseña, predica y cura. La enseñanza de Cristo en las sinagogas tiene la forma de enseñanza tradicional, pero con un elemento nuevo: la predicación del Reino.

Después que Mateo nos ha descrito ampliamente la vida misionera de Jesús, nos relata que al ver a las muchedumbres desamparadas “sintió compasión de ellas”. Deja patente aquí una bella estampa del Cristo Misionero. Jesús se compadece de las gentes “abatidas como ovejas que no tienen pastor”. Esta situación se sigue repitiendo hoy, las gentes se sienten confundidas, especialmente los más pobres; hay un desconcierto universal por falta de buenos guías. Viendo el

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Señor esta situación invistió a los discípulos con sus poderes y los envió por todo el mundo y a lo largo de los siglos para que cumplieran su misión de salvar a todos los seres humanos.

Jesús se vale de una comparación para exponer la situación: la muchedumbre es como una inmensa mies; para recogerla se necesitan muchas manos. La mirada de Jesús va más allá del mero pueblo de Israel incluyendo la basta misión del porvenir. En consecuencia, hay que rogar insistentemente al Señor de la mies que “envíe obreros a su mies”.

Jesús predicó por ciudades y aldeas, en los campos a las gentes humildes y en las sinagogas a la gentes más cultas, y el mensaje central siempre fue el mismo: la doctrina del nuevo Reino que venía a establecer en la tierra. En este tiempo de adviento, este debe ser el tema de predicación de todos los apóstoles de Jesús: la inminente proximidad del Reino mesiánico y la preparación de los ánimos por medio de la penitencia.

Domingo 7 de diciembre Ambrosio

SEGUNDO DE ADVIENTO Primera lectura: Baruc 5, 1-9

Salmo responsorial: 125, 1-2ab. 2dc-3. 4-5. 6 Segunda lectura: Filipenses 1, 3-6. 8-11

EVANGELIO Lucas 3, 1-6

3 1El año quince del gobierno de Tiberio César, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide y Lisanio tetrarca de Abilene, 2bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, un mensaje divino le llegó a Juan, el hijo de Zacarías, en el desierto.

3Recorrió entonces toda la comarca lindante con el Jordán, proclamando un bautismo en señal de enmienda, para el perdón de los pecados, 4como está escrito en el libro del profeta Isaías:

Una voz clama desde el desierto: "Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos: 5que todo valle se rellene, que todo monte y colina se abaje, que lo torcido se enderece, lo

escabroso se allane, 6y vea todo mortal la salvación de Dios"

COMENTARIOS I

UN MUNDO DE IGUALES

No es tarea fácil la de igualar a los humanos. Llevamos tan metido en la médula de los huesos el deseo de sobresalir, de ser más, de distinguirnos de los otros, que hasta lo más profundo de nuestro ser se resiste ante semejante empresa.

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Se habla de 'igualar' mientras se está abajo, donde 'igualar' es sinónimo de subir. Menos se habla ya cuando se está arriba, donde equivale a descender para que otros suban de nivel. Para los de abajo, la lucha por un mundo igualitario es esperanzadora. Los de arriba mirarán con recelo todo programa en cuyo léxico entre este terrorífico verbo. Difícil y dura tarea. Los profetas que la tomen por bandera deberán refrendarla con sudores de sangre, encontrarán resistencia por doquier.

Que no somos iguales los humanos, o que 'unos somos más iguales que otros' es un axioma que no hay que demostrar.

Pero 'igualar' no es uniformar, no significa perder la propia identidad o función para confundirse con la masa. Es, más bien, situarse en un nivel en el que haya para todos, y lo que a unos sobra remedie la carencia de los otros. Y esto no sólo en lo económico, sino en lo cultural, en tiempo, derechos, recursos, esperanzas de futuro... 'Igualar' es acortar la distancia que existe entre ricos y pobres, gobernantes y gobernados, hombre y mujer; es acabar con la dominación de unos sobre otros. Por eso sólo se puede 'igualar' desde una actitud de servicio incondicional. Sólo el que se hace servidor, quien se abaja y se pone a disposición del otro puede ser promotor de igualdad. Sólo renunciando a privilegios y a 'superávit' de cualquier tipo se puede alumbrar un mundo de iguales.

El evangelio de Jesús va por ahí. Es una 'buena noticia' para todos aquellos que sufren la marginación y la opresión, y teniendo derechos, como los que más, no los pueden ejercer. Basta con abrir la primera página de esa esperanzadora 'buena-nueva' para comprenderlo: «Que los valles se levanten, que los montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios» (Lc 3,1ss). Utopía que parece no tener lugar ni cabida en nuestro mundo, maravilloso quehacer para una tarea de gobierno, espléndido programa para una comunidad cristiana, objetivo directo de un mundo más humano.

Así gritaba Juan Bautista, el último de los profetas del Antiguo Testamento, el precursor del profeta por excelencia, Jesús de Nazaret.

Juan miraba a la ciudad y a la vida pública con sus diversos estamentos y estratos sociales. Desde el desierto, fuera del sistema, gritaba a todos. Su mensaje comenzó a prender en el pueblo. Proclamaba lo de siempre, aquello por lo que sus predecesores los profetas habían luchado, aquello que aún no se había conseguido y por lo que habían sufrido persecución hasta la muerte: «¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del justo, y a él lo habéis traicionado y asesinado vosotros ahora» (Hch 7,52). Así se expresaba Esteban ante la presencia de quienes terminarían matándolo a pedradas. Toda la historia de Israel, según él, estaba teñida de sangre de justos, injustamente caídos por una causa justa: la de alumbrar un mundo nuevo, allanado, igualado, hermanado. Tras la sangre derramada de Jesús de Nazaret, la del mismo Esteban estaba a punto de caer al suelo...

Para preparar la venida del 'Justo', y con él la del mundo venidero, los profetas invitaban a una sociedad más igualitaria. La voz del Bautista era su más viva actualización. También tuvo un trágico final. Pero sus palabras y su vida alientan a quienes, tras él, emprenden la noble tarea de hacer un mundo más habitable por el camino de la igualdad.

II

DE NUEVO LA LIBERACION No debería resultarnos extraño encontrar un anuncio de liberación cada vez que abramos el evangelio; el

evangelio, el proyecto de Dios para la humanidad, es eso: la propuesta de un mundo de hombres que, en libertad, se quieren y, amándose, son felices. Ahora y por siempre.

EN LA HISTORIA

El año quince del gobierno de Tiberio César, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea..., bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, un mensaje divino le llegó a Juan...

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No es sólo una forma erudita de empezar una historia. Lucas, al decirnos exactamente cuándo empezó Juan Bautista a preparar a la gente para recibir a Jesús, está indicando que la intervención de Dios se realiza en unas circunstancias concretas de la historia colectiva de la humanidad y no sólo en la conciencia individual de cada persona.

El evangelista, para fijar con precisión el momento histórico, presenta los tres grupos que en ese momento se reparten el poder en Palestina y que son los mismos que al final del evangelio llevarán a Jesús a la muerte.

Primero, el imperio, el poder romano, que usurpaba la soberanía de Israel, representado por el emperador Tiberio y su gobernador en Judea, Poncio Pilato, el que pronunciará contra Jesús la sentencia de muerte. Después los sucesores de Herodes el Grande, reyezuelos-títeres de los romanos, que explotaban doblemente al pueblo, una vez en su propio beneficio y otra para pagar el tributo de vasallaje al emperador; también Herodes, tetrarca de Galilea, intervendrá en la pasión de Jesús. Y los dirigentes religiosos, representados por Anás y Caifás, que además de usar la religión en beneficio propio, la habían puesto a los pies de los romanos, adormeciendo con ella la conciencia del pueblo; de ellos será la iniciativa de llevar a Jesús a la muerte. Todos ellos, que serán los má-ximos responsables de la muerte de Jesús, son ya los responsables de que la tierra que el Señor regaló a Israel se haya convertido en tierra de esclavitud para el pueblo que Dios había liberado repetidamente: de la servidumbre de Egipto y del destierro de Babilonia.

EN EL DESIERTO

...un mensaje divino le llegó a Juan en el desierto. Fuera del control de estos poderes opresores se encuentra Juan: «en el desierto». Hablar del

desierto recuerda a los israelitas las acciones del Dios liberador, especialmente la salida de Egipto; les trae a la memoria el proceso que los llevó a constituirse en un pueblo de hombres libres y el tiempo en el que sus relaciones con Dios tuvieron su mejor momento (véase, por ejemplo, Jr 31,2-3; Sal 107,1-8). Allí recibe Juan el encargo de preparar al pueblo para un nuevo éxodo, una nueva intervención liberadora del Dios de Israel.

Para explicar cuál es la misión de Juan, Lucas utiliza las mismas palabras con las que en el libro de Isaías (40,3-5) se anuncia el final del destierro de Babilonia; Juan -nos dice el evangelista de esta manera- realiza aquí la misma misión que llevó a cabo el antiguo profeta: anunciar que Dios va a intervenir de nuevo, que su intervención será nuevamente liberadora y que hay que estar preparados para beneficiarse de la acción de Dios. Y puesto que la tarea de Juan es preparar la misión de Jesús, nos da la clave fundamental para entender el resto del evangelio: la misión de Jesús consiste en realizar un nuevo éxodo, en comenzar un nuevo proceso de liberación que ya no es sólo para un pueblo, sino para toda la humanidad.

DESDE EL DESIERTO

Una voz clama desde el desierto: «Preparad el camino al Señor...» Todo comienza, pues, en el desierto, junto al Jordán. Al atravesar el Jordán culminó el

proceso de liberación que había comenzado al pasar el mar Rojo; cruzando el Jordán, los israelitas entraron en la tierra prometida; pero ahora esa tierra, por culpa del dominio del imperio romano, de la corrupción de los reyezuelos y de la infidelidad de los sumos sacerdotes, se ha convertido en tierra de opresión. Y ahora el Jordán señala la salida -el éxodo- de la opresión y el comienzo del camino hacia una libertad definitiva.

Y desde el desierto llama Juan a la gente para que empiece a prepararse, para que empiece a ponerse bien con Dios, tomando la decisión de cambiar de vida y aceptando el perdón de Dios. Los que estén dispuestos a correr el riesgo de buscar la libertad deberán someterse a un proceso de cambio personal, rompiendo con cualquier clase de responsabilidad o de complicidad con el sistema opresor, del que hay que salir para ponerse del lado de Dios. Esa ruptura la expresan los oyentes de

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Juan acercándose a recibir el «bautismo en señal de enmienda, para el perdón de los pecados», que proclama Juan en la «comarca lindante con el Jordán».

Reflexionar sobre estas cosas debería ser, para nosotros los cristianos, recordar los primeros pasos que nos acercaron a la fe. Pero esto, reconozcámoslo, es sólo teoría: todavía estamos dando esos primeros pasos; todavía quedan en nosotros valles que rellenar, colinas que allanar y curvas que enderezar.

Hagámoslo. Dejémonos liberar y colaboremos en la liberación de otros. Rompamos con todo poder y toda opresión y pongámonos de la parte del Dios liberador.

III

EL COMIENZO DE LA MISION DEL BAUTISTA MARCA LA ENCRUCIJADA DE LA HISTORIA

Los datos que enmarcan el comienzo de la misión del Bautista son todos verificables históricamente. Lucas los ha distribuido en dos series a guisa de coordenadas del poder, civil y religioso. El poder civil está estructurado a modo de pirámide: en la cúpula del poder se encuentra el emperador Tiberio, que ostenta el gobierno universal; debajo, Poncio Pilato, gobernador de la Judea; más abajo, hay una tetrarquía repartida entre Herodes, Filipo y Lisanio, quienes han debido conformarse con pequeñas parcelas de poder. El poder religioso está representado por dos personajes, emparentados entre ellos, unidos mediante una designación desconcertante, «bajo el sumo sacerdote (en sg.) Anás y Caifás»: Lucas quiere poner de relieve que Caifás, el sumo sacerdote en activo, no es sino un títere de Anás; éste, aunque había sido destituido, continúa ejerciendo el poder supremo.

En el punto de la historia universal marcado por la coexistencia de todos estos poderosos, «el año quince», Dios envía un mensaje a Juan, «el hijo de Zacarías», es decir, el heredero de toda la tradición religiosa de su padre, «en el desierto», pues ha roto con su tierra, la tierra prometida, que se ha convertido en tierra de opresión, a fin de que proclame un nuevo éxodo, una liberación de la esclavitud.

EL INICIO DEL MINISTERIO DE JESUS,

EL PUNTO ALFA DE LA NUEVA HUMANIDAD A diferencia de los datos rigurosamente históricos que encuadran el comienzo del ministerio

del Bautista, los datos que describen la unción mesiánica de Jesús trascienden las categorías y la experiencia del hombre y no son, por consiguiente, científicamente comprobables. Al doble «gobierno/gobernador» de Tiberio/Poncio Pilato corresponde ahora un doble «bautizarse»; a los tres «tetrarcas», tres acontecimientos relativos a la esfera divina; al «sumo sacerdote», de cariz religioso, la oración de Jesús. Ofrezco la traducción literal de este pasaje, incorporándole la nueva puntuación que justifiqué en la revista Bíblica (65/1984):

«Sucedió que, después de bautizarse el pueblo en masa y -habiéndose bautizado Jesús, mientras oraba- después que se hubiese abierto el cielo y que hubiese bajado el Espíritu Santo sobre él en forma corpórea como de paloma y que se hubiese oído una voz del cielo: «Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado",

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también él, Jesús, comenzaba como a la edad de treinta años, siendo hijo -según se creía- de José (1º), de... Josué (28º)... de David (42º)... de Abrahán (56º)... de Henoc (70º)... de Adán (76º), de Dios (77º).»

Con dos encabezamientos solemnes, uno repleto de datos históricos y el otro rebosante de

rasgos metahistóricos, Lucas enmarca el que podríamos llamar punto Alfa de la historia del Hombre nuevo, momento en que Jesús inaugura el reinado de Dios entre los hombres. Juan inició su predicación dirigiendo a todo el pueblo de Israel la enmienda como respuesta a la situación de opresión en que vivía el pueblo bajo el poder despótico ejercido por los gobernantes extranjeros y por sus propios dirigentes, civiles y religiosos; Jesús ha acudido al Jordán como uno más, pero no para sellar con el bautismo de agua una actitud interior de conversión, sino para sancionar con un gesto significativo su plena disposición interior a aceptar hasta la misma muerte (sentido de la inmersión en el agua), a fin de llevar a término el encargo que le había sido confiado. Los acontecimientos externos que tienen lugar después de haberse bautizado, en el momento en que se puso a orar y durante la plegaria, sirven para describir la experiencia interior que acaba de tener Jesús en el momento de su unción mesiánica. A la disposición expresada por Jesús de entrega incondicional, corresponde por parte de Dios la donación total de su Espíritu.

La fortísima experiencia que ha tenido Jesús en su unción mesiánica se describe a base de tres imágenes, dos visuales y una auditiva. El «cielo abierto» de par en par, después de siglos en que se ha mantenido «cerrado», por haber acallado el pueblo de Israel la voz de los profetas, abre una nueva etapa en la historia, la comunicación definitiva y permanente del hombre con Dios. Se trata de una imagen visual estática. La segunda, en cambio, es dinámica: la bajada del Espíritu Santo sobre Jesús para ungirlo con la unción del rey mesiánico (Is 11,1-5), del Servidor de Dios con misión universal (42,1 -7), del Profeta-Mesías (61,1-4). No se trata ya de una inspiración puntual, por el estilo de los profetas, sino de una unción permanente, al reposar el Espíritu «sobre él».

La forma de paloma alude al Espíritu creador de Gn 1,2; la calificación de «corpórea» subraya que se trata de una experiencia real y tangible, aunque describa una experiencia personal. Los evangelistas suelen echar mano de imágenes y figuras externas para describir experiencias interiores. La unión efectiva y permanente entre el Espíritu de Dios y el hombre Jesús cierra una etapa de la revelación (AT) y abre una nueva: la creación culmina en Jesús, el Hombre perfectamente acabado, el Hijo del hombre.

El texto de la comunicación celeste, imagen auditiva, varía según los manuscritos. La que figura en la mayoría de traducciones: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto», es igual a la de Marcos. Seguimos la que se encuentra en algunos manuscritos y muchos Padres de la Iglesia latinos y griegos antiguos, inspirada en el Salmo 2,7, por considerarla propia, si bien no exclusiva de Lucas (cf. Hch 13,33; He 1,5; 5,2).

En el preciso momento en que Jesús se ha puesto a orar abriendo un diálogo permanente del hombre con Dios, éste ha derramado sobre él la plenitud de su Espíritu dándole a luz como Mesías.

IV

El tiempo de adviento es tiempo de esperanza y de apertura al cambio: cambio de vestido y de nombre (Baruc), cambio de camino (Isaías). Cambiar para que todos puedan ver la salvación de Dios.

En un bello poema Baruc canta con fe jubilosa la hora en que el Eterno va a cumplir las promesas mesiánicas, va a crear la nueva Jerusalén, va a dar su salvación. Jerusalén es presentada como una “Madre” enlutada por sus hijos expatriados. Dios regala a Sión, su esposa, la salvación como manto regio, le ciñe como diadema la “Gloria” del Eterno. La Madre desolada que vio partir a sus hijos, esclavos y encadenados, los va a ver retornar libres y festejados como un rey

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cuando va a tomar posesión de su trono. Le da un nombre nuevo simbólico: “Paz de Justicia-Gloria de Misericordia”; es decir, Ciudad-Paz por la salvación recibida de Dios. Ciudad-Gloria por el amor misericordioso que le tiene Dios.

Haciéndose eco de los profetas del destierro, Baruc dice una palabra consoladora a un pueblo que pasa dificultad: “El Señor se acuerda de ti” (5,5). Ya el segundo Isaías se había preguntado: “¿Puede una madre olvidarse de su criatura? (...) pues aunque ella se olvide, yo no me olvidaré” (Is 49,15). El Dios fiel no se olvida de Jerusalén, su esposa, que es invitada ahora a despojarse del luto y vestir “las galas perpetuas de la Gloria que Dios te da” (5,1). Es la salvación que Dios ofrece para los que ama, de los que se acuerda en su amor.

Dónde está nuestro profetismo cristiano? El profeta no es un adivino, ni alguien que pre-dice los acontecimientos futuros. El profeta se enfrenta a todo poderío personal y social, habla desde el “clamor de los pobres” y pretende siempre que haya justicia. Obviamente le preocupa el futuro del pueblo, la situación sangrante de los pobres. Los profetas surgen en los momentos de crisis y de cambios para avizorar una situación nueva, llena de libertad, de justicia, de solidaridad, de paz.

La misión del profeta cristiano es cuestionar los “sistemas” infieles al Espíritu, defender a toda persona atropellada y a todo pueblo amenazado, alentar esperanzas en situaciones catastróficas y promover la conversión hacia actitudes solidarias. Tiene experiencia del pueblo(vive encarnado) y contacto con Dios (es un místico), y de ahí obtiene la fuerza para su misión. Por medio de los profetas, Dios guía a su pueblo “con su justicia y su misericordia” (Bar 5,9). El profeta “allana los caminos” a seguir.

En el evangelio, al llegar la plenitud de los tiempos, el mismo Dios anuncia la cercanía del Reino por medio de Juan y asegura con Isaías que “todos verán la salvación de Dios” (Lc 3,6). Para el Dios que llega con el don de la salvación debemos preparar el camino en el hoy de nuestra propia historia.

Juan Bautista, profeta precursor de Jesús, fue hijo de un “mudo” (pueblo en silencio) que renunció al “sacerdocio” (a los privilegios de la herencia), y de una “estéril” (fruto del Espíritu). Le “vino la palabra” estando apartado del poder y en el contacto con la bases, con el pueblo. La palabra siempre llega desde el desierto (donde sólo hay palabra) y se dirige a los instalados (entre quienes habitan los ídolos) para desenmascararlos. La palabra profética le costó la vida a Juan. Su deseo profético es profundo y universal: “todos verán la salvación de Dios”. La salvación viene en la historia (nuestra historia se hace historia de salvación), con una condición: la conversión (“preparad el camino del Señor”). ¿Qué debemos hacer para ser todos un poco profetas?

La invitación de Isaías, repetida por Juan Bautista y corroborada por Baruc, nos invita a entrar en el dinamismo de la conversión, a ponernos en camino, a cambiar. Cambiar desde dentro, creciendo en lo fundamental, en el amor para “aquilatar lo mejor” (Flp 1,10). Con la penetración y sensibilidad del amor escucharemos las exigencias del Señor que llega y saldremos a su encuentro “llenos de los frutos de justicia” (1,11).

Esa renovación desde dentro tiene su manifestación externa porque se “abajan los montes”, se llenan los valles, se endereza lo torcido y se iguala lo escabroso (Bar 5,7). Se liman asperezas, se suprimen desigualdades y se acortan distancias para que la salvación llegue a todos. La humanidad transformada es la humanidad reconciliada e igualada, integrada en familia de fe: “los hijos reunidos de Oriente a Occidente” (Bar 5,5). Convertirse entonces es ensanchar el corazón y dilatar la esperanza para hacerla a la medida del mundo, a la medida de Dios. Una humanidad más igualitaria y respetuosa de la dignidad de todos es el mejor camino para que Dios llegue trayendo su salvación. A cada uno corresponde examinar qué renuncias impone el enderezar lo torcido o abajar montes o rellenar valles. Nuestros caminos deben ser rectificados para que llegue Dios.

Adviento debe ser el tiempo fuerte para nuestra transformación, para nuestro encuentro con Dios, con ese Dios hecho Ser humano para salvarnos, para meterse muy dentro de lo nuestro.

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Dejémonos impregnar por la gracia de este acontecimiento que se nos aproxima, dejemos que estas celebraciones de la Eucaristía y de la liturgia de estos días nos ayuden a profundizar el misterio que estamos por celebrar.

Unidos en la esperanza caminamos juntos al encuentro con Dios. Pero al mismo tiempo, Él camina con nosotros señalando el camino porque “Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su Gloria, con su justicia y su misericordia” (Bar 5,9).

Para la revisión de vida -Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos...¿qué caminos torcidos

hay en mi vida? ¿Qué es lo que El quiere que yo enderece en mi vida personal? Y, ¿sobre qué caminos torcidos de la sociedad puedo y debo influir para enderezarlos?

Para la reunión de grupo -¿Cuales son los grandes caminos torcidos hay en la sociedad de hoy, las causas más

influyentes en el malestar de esta sociedad mundial conmocionada por la inseguridad, la tensión, el terrorismo?

-¿Qué caminos se puede construir para la esperanza en esta sociedad? ¿Cómo enderezar caminos para que llegue más expedito el Reinado de Dios?

-¿Cómo vive este tiempo inmediato a la Navidad el común del pueblo? -Se dice que "cambió el paradigma", y "ya no es tiempo de profetismo, sino de sabiduría",

ya no es tiempo de denuncias, sino de exilio y de contemplación… ¿Estamos de acuerdo? ¿Por qué?

-Comentar: la misión del Bautista como precursor de Jesús y la misión de los cristianos hoy como preparadores de los caminos de Dios en un tiempo de pluralismo religioso. ¿Qué ideas u opiniones tenemos acerca de la conversión?

Para la oración de los fieles -Para que en este tiempo de Adviento, alimentemos nuestra esperanza y la de los demás,

dando testimonio concreto, con nuestro compromiso, de que el mundo puede cambiar y de que la esperanza es posible, roguemos al Señor.

-Para que no nos falten profetas en este desierto en el que se dice que ya pasó la hora del profetismo y sólo es hora de "sabiduría silenciosa"...

-Por todos los que tienen vocación de profecía, para que la secunden y no nos priven de ese don de Dios que a todos nos pertenece...

-Por todos los que gritan y claman proféticamente: para que no se cansen, aunque se sientan "voz que clama en el desierto"...

-Ante el aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, oremos por la sociedad civil, para que cada vez cale más en ella una conciencia de su obligatoriedad, su necesaria observación y complimiento, su mundialización…

-Por el mundo entero, para que demos pasos hacia un mundo donde sean efectivos todos los derechos humanos...

Oración comunitaria Oh Dios Padre y Madre, que hiciste a Juan Bautista preceder a tu hijo Jesús,

anunciándolo y clamando por la conversión; haz que también nosotros seamos siempre "precursores" de tu Hijo, enderezadores de los caminos por los que cada día estás queriendo venir a nosotros, Él, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos.

Oh Dios de todos los pueblos, que has enviado a lo largo de los siglos mensajeros,

profetas y precursores tuyos para todos los pueblos; te pedimos que nosotros los cristianos

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reconozcamos tu presencia en todos ellos, y nos alegremos de tu acción constante y callada en todos los pueblos y en todas las religiones, hasta el día en que llegue el Adviento de tu Reinado para todos los seres humanos. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo, nuestro hermano mayor. Amén. Lunes 8 de diciembre Inmaculada Concepción EVANGELIO Lucas 1, 26-38

26A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, 27a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. 28Entrando adonde estaba ella, el ángel le dijo:

-Alégrate, favorecida, el Señor está contigo. 29Ella se turbo al oír estas palabras, preguntándose que saludo era aquél 30El ángel le

dijo: -No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. 31Mira, vas a concebir en tu seno y

a dar a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús. 32Este será grande, lo llamarán Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; 33reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin.

34María dijo al ángel: -¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre? 35El ángel le contestó: -El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por

eso al que va a nacer lo llamarán "Consagrado", "Hijo de Dios". 36Y mira también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses porque para Dios no hay nada imposible

38Respondió María: -Aquí está la sierva del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho. Y el ángel la dejó.

COMENTARIOS I

JESUS, EL MESIAS ESPERADO

RUPTURA CON EL PASADO:

DIOS CONTACTA CON UNA MUCHACHA DEL PUEBLO «En el sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret,

a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María» (1,26-27). Trazado ya el eje horizontal de las nuevas coordenadas del momento histórico en que Dios se ha decidido a intervenir personalmente en la historia del hombre, «Herodes» (tiempo) y «Judea» (espacio), diseña ahora Lucas el eje vertical, comenzando por el dato espacial, «Galilea», al que seguirá más tarde el dato temporal («César Augusto, cf. 2,1).

El zoom de aproximación funciona esta vez con más precisión: «a un pueblo que se llamaba Nazaret». Aunque en el episodio anterior se sobrentendía que se trataba de Jerusalén, donde

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radicaba el templo, por razones teológicas Lucas omitió mencionar una y otro, limitándose a encuadrar el relato en «el santuario» como lugar apropiado para las manifestaciones divinas.

El contraste entre «el santuario» y «el pueblo de Nazaret» es intencionado. Nazaret no es nombrado jamás en el AT: no está ligado a promesa o expectación mesiánica alguna; esta segunda intervención divina no va a representar una continuidad con el pasado.

Aun cuando el mensajero es el mismo, el primer mensaje iba dirigido a la institución religiosa; el segundo, a una muchacha del pueblo. Igualmente, en contraste con la primera escena, el mensajero Gabriel no se dirige a un hombre (Zacarías), casado con una mujer (Isabel) y entrado ya en años, sino a una mujer «virgen» (María), desposada pero sin convivir todavía con un hombre (José). La primera pareja estaba íntimamente entroncada con la tradición sacerdotal de Aarón, explicitándose la ascendencia a propósito de Isabel (lit. «una de las hijas de Aarón»); la nueva pareja se remonta, en cambio, a David, pero por línea masculina, José («de la estirpe de David»). Isabel era «estéril» y «de edad avanzada», María es «virgen» y recién «desposada», resaltándose su absoluta fidelidad a Dios (por oposición a la esposa «adúltera» o «prostituida», figuras del pueblo extraviado; cf. Os 2,4ss; Jr 3,6-13; Ez 16). A propósito de María, no se menciona ascendencia alguna ni se habla de observancia. María representa a «los pobres» de Israel, el Israel fiel a Dios («virgen», subrayado con la doble mención), sin relevancia social (Nazaret).

Jugando con los «cinco meses» en que Isabel permaneció escondida y «el sexto mes» en que Dios envió de nuevo a su mensajero, encuadra Lucas el anuncio de la concepción de Jesús en el marco de su predecesor. «En el sexto mes», como otrora «el día sexto», Dios va a completar la creación del Hombre.

El ángel «entra» en la casa donde se encuentra María (en el santuario del templo no entró, sino que «se apareció de pie a la derecha del altar del incienso») y la saluda: «Alégrate, favorecida, el Señor está contigo» (1,28). La salvación se divisa ya en el horizonte; de ahí ese saludo de alegría (cf. Zac 9,9; Sof 3,14). El término «favorecida/agraciada» de la salutación y la expresión «que Dios te ha concedido su favor/gracia» (lit. «porque has encontrado favor/gracia ante Dios») son equivalentes. María goza del pleno favor divino, por su constante fidelidad a la promesa hecha por Dios a Israel. Más tarde se dirá de Jesús que «el favor / la gracia de Dios descansaba sobre él» (2,40); en el libro de los Hechos se predicará de José y de David (Hch 7,10.46), pero sobre todo de Esteban: «lleno de gracia/favor y de fuerza» (Hch 7,8). «El Señor está contigo» es una fórmula usual en el AT y en Lucas para indicar la solicitud de Dios por un determinado personaje (Lc 1,66 [Juan B.]; Hch 7,9 [José, hijo de Jacob]; 10,38 [Jesús]; 11,21 [los helenistas naturales de Chipre y de Cirene]; 18,10 [Pablo]; cf. Dt 2,7; 20,1, etc.); asegura al destinatario la ayuda permanente de Dios para que lleve a cabo una tarea humanamente impensable. El saludo no provoca temor alguno en María, sino sólo turbación por la magnitud de su contenido (1,29a), a diferencia de Zacarías («se turbó Zacarías y el temor irrumpió sobre él», 1,12). Inmediatamente se pone a ponderar cuál sería el sentido del saludo que se le había dirigido en términos tan elogiosos (1,29b).

HIJO DEL ALTÍSIMO

Y HEREDERO DEL TRONO DE DAVID = REY UNIVERSAL «No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu seno y a

dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús» (1,30). En contraste con el anuncio dirigido a Zacarías, es ahora María la destinataria del mensaje. Dios ha escogido libremente a María y le ha asegurado su favor.

A diferencia de Isabel, que había esperado, en vano, tener un hijo, María va a dar a luz un hijo cuando todavía no lo esperaba, siendo así que, si bien sus padres ya la han desposado con José, ella sigue siendo «virgen». La construcción lucana es fiel reflejo de la profecía de Isaías: «Mira, una virgen concebirá en su seno y dará a luz un hijo, y le pondrá de nombre Emmanuel» (Is 7,14). La anunciación es vista por Lucas como el cumplimiento de dicha profecía (cf. Mt 1,22-23).

Igualmente, a diferencia de Zacarías, quien debía imponer a su hijo el hombre de «Juan», aquí es María, contra toda costumbre, la que impondrá a su hijo el nombre de «Jesús» («Dios

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salva»). Mientras que allí se apreciaba una cierta ruptura con la tradición paterna, aquí la ruptura es total. Se excluye la paternidad de José: «Este será grande, lo llamarán Hijo de Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin» (1,32-33).

Continúa el paralelismo, acrecentándose el contraste: tanto Juan como Jesús serán «grandes», pero el primero lo será «a los ojos del Señor» (1,15a), ya que será «el más grande de los nacidos de mujer» (cf. 7,28), por su talante ascético (cf 1,15b; 7,33) y su condición de profeta eximio, superior a los antiguos, por haberse «llenado de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre» (cf. 1,15c); Jesús, en cambio, será «grande» por su filiación divina, por eso lo reconocerán como el Hijo del Dios supremo («el Altísimo» designa al Dios del universo) y recibirá de manos de Dios el trono de su padre/antepasado David, sin descender directamente de él.

«Ser hijo» no significa solamente haber sido engendrado por un padre, sino sobre todo heredar la tradición que éste transmite y tener al padre por modelo de comportamiento; no será David el modelo de Jesús; su mensaje vendrá directamente de Dios, su Padre, y sólo éste será modelo de su comportamiento. La herencia de David le correspondería si fuera hijo de José («de la estirpe de David»), pero el trono no lo obtendrá por pertenecer a su estirpe, sino por decisión de Dios («le dará», no dice «heredará»). «La casa de Jacob» designa a las doce tribus, el Israel escatológico. En Jesús se cumplirá la promesa dinástica (2Sm 7,12), pero no será el hijo/sucesor de David (cf. Lc 20,41-44), sino algo completamente nuevo, aunque igualmente perpetuo (Dn 2,22; 7,14).

LA NUEVA TRADICION INICIADA POR EL ESPÍRITU SANTO

María, al contrario de Zacarías, no pide garantías, pregunta sencillamente el modo como esto puede realizarse: «¿Cómo sucederá esto, si no vivo con un hombre?» (lit. «no estoy conociendo varón», 1,34): el Israel fiel a las promesas no espera vida/fecundidad de hombre alguno, ni siquiera de la línea davídica (José), sino sólo de Dios, aunque no sabe cómo se podrá llevar a cabo dicho plan. María «no conoce hombre» alguno que pueda realizar tamaña empresa.

Son muy variadas las hipótesis que se han formulado sobre el sentido de esta pregunta. Deducir de ella que María ha hecho un voto de castidad contradice de plano la psicología judía en el caso de una muchacha palestina «desposada» ya, pero que no ha tenido relaciones sexuales con su marido, pues éste no se la ha llevado todavía a su casa. Lucas no pretende ofrecernos una transcripción literal de un diálogo; se trata más bien de un procedimiento literario destinado a preparar el camino para el anuncio de la actividad del Espíritu en el versículo siguiente.

La respuesta del ángel pone todas las cartas de Dios boca arriba: «El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, al que va a nacer, lo llamarán "Consagrado", "Hijo de Dios"» (1,35). María va a tener un hijo sin concurso humano.

A diferencia de Juan Bautista, quien va a recibir el Espíritu antes de nacer, pero después de su concepción al modo humano, Jesús será concebido por obra del Espíritu, la fuerza creadora de Dios. La venida del Espíritu Santo sobre María anticipa la promesa formulada por Jesús en los mismos términos a los apóstoles (cf. Hch 1,8), que se cumplirá por la fiesta de Pentecostés. La idea de «la gloria de Dios / la nube» que «cubría con su sombra» el tabernáculo de la asamblea israelita (Ex 40,38), designando la presencia activa de Dios sobre su pueblo (Sal 91 [90 LXX],4; 140,7 [139,8 LXX]), se insinúa aquí describiendo la presencia activa de Dios sobre María, de tal modo que María dará a luz un hijo que será el Hijo de Dios, el Consagrado por el Espíritu Santo, en una palabra: el Mesías (= el Ungido).

Se afirma claramente el resultado de la concepción virginal, pero no se dice nada sobre el modo como esto se realizará. La idea de una fecundación divina es demasiado antropomórfica. Mediante un nuevo acto creador (Espíritu Santo), se anuncia el nacimiento del nuevo Adán, el comienzo de una humanidad nueva.

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La nueva fuerza que Jesús desplegará es la del Dios Creador/ Salvador, la que no le fue posible imprimir en la misma creación, por las limitaciones inherentes a todo lo creado. Dios sólo puede desplegar la fuerza del Espíritu a través de personas que se presten libremente a llevar a término su proyecto sobre el hombre, un proyecto que no termina con la aparición del homo sapiens, sino que más bien empieza con él, puesto que debe partir precisamente del hombre que es consciente de sus actos, del hombre que ha experimentado personalmente la necesidad de una fuerza superior e ilimitada que pueda llevar a término un proyecto de sociedad que no se apoye en los valores ancestrales del poder y de la fuerza bruta ni en los más sofisticados del dinero y del saber, fruto todos ellos de la limitación de la criatura y de la inseguridad del hombre.

Esta fuerza, que Dios concede a los que se la piden, es la fuerza del Espíritu Santo (cf 11,13). María ha resultado ser la primera gran «favorecida/agraciada»; Jesús será «el Mesías/Un-gido» o «Cristo»; nosotros seremos los «cristianos», no de nombre, sino de hecho, siempre que, como María, nos prestemos a colaborar con el Espíritu. Esta es la gran tradición que éste inicia, después de liberarnos de las inhibiciones, frustraciones y fanatismos del pasado (familiar, religioso, nacional), la que uno mismo va amasando a lo largo de repetidas experiencias y que delata siempre su presencia manifestándose espontáneamente bajo forma de frutos abundantes para los demás.

LA UTOPIA ES EL COPYRIGHT DE DIOS

La incredulidad de Zacarías, quien pedía pruebas, por considerar que tanto su senectud como la de su mujer no ofrecían garantía alguna de éxito para la empresa que se le anunciaba (cf 1,18), se tradujo en «sordomudez». A María, en cambio, que no ha pedido prueba alguna que confirmara la profecía, el ángel añade una señal: «Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible» (1,36).

La repetición, por tercera vez (cf 1,7.18.36), del tema de la «vejez/esterilidad» sirve para recalcar al máximo la situación límite en que se encontraba la pareja; la repetición del tema de los «seis meses» constituye el procedimiento literario más idóneo para enmarcar (abre y cierra el relato) el nacimiento del Hombre nuevo en el «día sexto» de la nueva y definitiva creación. La fuerza creadora de Dios no tiene límites: no sólo ha devuelto la fecundidad al Israel religiosamente estéril, sino que ha recreado el Hombre en el seno de una muchacha del pueblo cuando todavía era «virgen», sin concurso humano, excluyendo cualquier atisbo de tradición paterna que pudiese poner en peligro la realización del proyecto más querido de Dios.

EL «NO» DEL HOMBRE RELIGIOSO Y EL «SI» DE LA MUCHACHA DEL PUEBLO

Zacarías no dio su consentimiento, pero Dios realizó su proyecto (lo estaba «esperando» el pueblo). María, en cambio, da su plena aprobación al anuncio del ángel: «Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho» (1,38a). María no es «una sierva», sino «la sierva del Señor», en representación del Israel fiel a Dios (Is 48,8.9.20; 49,3; Jr 46,27-28), que espera impaciente y se pone al servicio de los demás aguardando el cumplimiento de la promesa.

El díptico del doble anuncio del ángel termina lacónicamente: «Y el ángel la dejó» (1,38b). La presencia del mismo mensajero, Gabriel, que, estando «a las órdenes inmediatas de Dios» (1,19a), «ha sido enviado» a Zacarías 81,19b), primero, apareciéndosele «de pie a la derecha del altar del incienso» (1,11), y luego «ha sido enviado por Dios» nuevamente a María (1,26), presentándose en su casa con un saludo muy singular, pero sin darle más explicaciones (1,28), une estrechamente uno y otro relato. Por eso, sólo una vez ha concluido su misión, se comprueba su partida.

La descripción de la primera pareja, formada por Zacarías e Isabel, reunía los rasgos característicos de lo que se consideraba como la crema del árbol genealógico del pueblo escogido: Judea/ Jerusalén, región profundamente religiosa; sacerdote, de origen levítico; estricto observante de la Ley; servicio sacerdotal en el templo, entrada en el santuario del Señor para ofrecer el incienso

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el día más grande y extraordinario de su vida, constituyen la imagen fiel del hombre religioso y observante. Pese a ello, la pareja era estéril y ya anciana, sin posibilidad humana de tener descendencia; ante el anuncio, Zacarías se alarmó, quedó sobrecogido de espanto, replicó, se mostró incrédulo, pues no tenía fe en el mensajero ni en su mensaje. El Israel más religioso había perdido toda esperanza de liberación, no creía ya en lo que profesaba, sus ritos estaban vacíos de sentido.

La descripción de la segunda pareja, todavía no plenamente constituida, formada por María desposada con José, pero sin cohabitar con él (los esponsales eran un compromiso firme de boda: podían tener lugar a partir de los doce años y generalmente duraban un año), invierte los términos: Galilea, región paganizada; Nazaret, pueblo de guerrilleros; muchacha virgen, no fecundada por varón; de la estirpe davídica por parte de su futuro consorte: es la imagen viviente de la gente del pueblo fiel, pero sin mucha tradición religiosa.

No obstante, María ha sido declarada favorecida, goza del favor y de la bendición de Dios, se turba al sentirse halagada, tiene fe en las palabras del mensajero, a pesar de no verlo huma-namente viable, cree de veras que para Dios no hay nada imposible. Lo puede comprobar en su prima Isabel, la estéril está embarazada, y ofrece su colaboración sin reticencias. El sí de María, dinamizado por el Espíritu Santo, concebirá al Hombre-Dios, el Hombre que no se entronca -por línea carnal- con la tradición paterna, antes bien, se acopla a la perfección -por línea espiritual- con el proyecto de Dios.

II

Tanto María como José escuchan a los mensajeros de Dios. Hablan con ellos como si hablaran con Dios. Es esquema del “anuncio” a María es semejante a los anuncios del Antiguo Testamento relativos a Ismael, Isaac, Sansón y Samuel. Según Lucas, María es la “Hija de Sión”.

“Encarnarse” significa que algo espiritual toma carne en una realidad material, de ordinario frágil y aun pecaminosa. La encarnación cristiana indica que Dios asume la condición humana, a saber: Comparte nuestra pobreza y acepta nuestra miseria, para elevarnos a su propia vida. Dios se encarna silenciosamente en el seno de María, mujer sencilla, perteneciente a una aldea desconocida, al otro extremo de Jerusalén y del Templo judío. María es invitada por Dios a estar alegre “en el Salvador”; es la “privilegiada”, la favorecida, la bienaventurada, porque es creyente y está abierta a la vo luntad de Dios.

En el evangelio de Lucas, el diálogo con María comienza con la exhortación a estar alegre (v.28). La alegría es, en la Biblia, una nota característica del cumplimiento de las promesas de Dios. Puesto que María recibe el favor de Dios, la expresión “llena de Gracia” reemplaza espontáneamente su nombre; así el alégrate, María se transforma en “alégrate, llena de gracia”. El Señor está de su lado: “ella ha encontrado su favor” (v.30). Todo sucede bajo el amor libre y gratuito de Dios. La fe es el don que inaugura el diálogo; Dios confía en María, y esto, a su vez, la hace confiar en El, la convierte en creyente. No hay razón para el temor, sino mas bien para la entrega (v.30). El miedo es precisamente lo que se opone a la confianza en Dios. La mirada que el Señor pone en María le pide la fe. Gracias a su respuesta, la joven judía participa en la obra de Dios.

Lo anunciado será obra del Espíritu Santo, la sombra del altísimo la cubrirá (vv. 32 y 35). El don de la encarnación ocurre en la historia, es la síntesis de la fuerza del Espíritu y de la debilidad de María. Su hijo será grande y será llamado “Hijo del Altísimo” (v. 32). La misión de Jesús está marcada por esta responsabilidad, en ella se cumple el gran proyecto salvador de Dios (Ef 1). María es como la nueva Eva (Gen 3,20), nombre que parece significar vida, vitalidad; De ahí la expresión “madre de los vivientes”. Por todo eso, la maternidad de María más que un don personal es un don a toda la humanidad en María. Se trata de un carisma, en el estricto sentido del término, un don que se da a una persona para beneficio de la comunidad. Todo don exige de

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nosotros una tarea y una responsabilidad. Somos cristianos, formamos una Iglesia en función de otros. De aquellos a los que debemos testimoniar el amor de Dios en toda circunstancia.

El texto de la carta a los efesios nos presenta el sentido profundo de la existencia humana. Hemos venido a este mundo para ser hijas e hijos de Dios (vv. 4 y 5). La filiación divina no se añade desde el exterior a la condición humana, ella es su razón de ser más íntima. La gratuidad del amor de Dios es la primera y la última palabra; pero no podemos aceptar el designio de amor y de paz de Dios si no lo hacemos carne en nuestro quehacer cotidiano, si no nos libramos de mezquinas comodidades, si no arriesgamos, como María.

Para nuestro pueblo María es la Madre ( con el niño) que concibe y fructifica; la Dolorosa (viuda a la que le matan el hijo), llena de dolores injustamente infligidos, y la Purísima (sin mancha), inmune a todo pecado por una gracia singular de Dios. Por el contrario, todos los seres humanos están dañados en su raíz. La contemplación de una mujer inmaculada, purísima, revela la decisión de Dios de hacer una nueva creación. La inmaculada es “el orgullo de nuestra naturaleza corrompida”, la creación nueva sin pecado.

Todas las festividades marianas tienen una connotación de fiesta popular dulce y entrañable. María, el polo femenino de un catolicismo “masculino”, lleva a cabo lo imposible: engendrar bajo la sombra del Espíritu de Dios. No vive en sueños, sino muy despierta, siempre receptiva al mensaje de Dios, escuchando y hablando lo justo, constantemente en movimiento “llevando” o “visitando”, y vive la entrega hasta el final al pie de la Cruz. Por ser la inmaculada, es asunta a los cielos.

El compromiso de la vida cristiana es dejarse fecundar por el Espíritu, escuchando la Palabra de Dios que llega por medio de mensajeros; teniendo en cuenta nuestra situación y nuestras fuerzas, pero respondiendo a Dios con confianza y entereza. El creyente debe dejarse encarnar por la Palabra de Dios. La Iglesia – con el Espíritu de Dios- debe encarnarse más y mejor en el pueblo. Así se recibe el anuncio y se anuncia el Evangelio. Martes 9 de diciembre Leocadia – Valerio EVANGELIO Mateo 18, 12-14

12A ver, ¿qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas y que una se le extravía; ¿no deja las noventa y nueve en el monte para ir en busca de la extraviada? 13Y si llega a encontrarla, os aseguro que ésta le da más alegría que las noventa y nueve que no se han extraviado. 14Así tampoco quiere vuestro Padre del cielo que se pierda uno de esos pequeños.

COMENTARIOS I

vv. 12-14. «A ver»: giro idiomático castellano usado para proponer una pregunta que

introduce un tema diferente o un nuevo desarrollo del mismo tema (inexistente en griego). Hasta ahora se había tratado de no escandalizar a los pequeños mostrando superioridad y desprecio hacia ellos. Ahora, del cuidado que merecen.

La parábola está construida sobre el verbo «extraviarse» (12: «se le extravía»; «la extraviada»; 13: «no se han extraviado»). El peligro de uno hace aumentar el amor por él y su

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salvación causa mayor alegría. El lugar de salvación para el individuo es la comunidad; fuera de ella está en peligro de perderse.

II

El profeta Isaías se dirige al pueblo de Israel con palabras de consuelo y esperanza. El pueblo está desterrado de su tierra, exiliado en tierra extranjera se halla sujeto a las calamidades y desdichas a las que fue sometido. Pero es necesario que el pueblo entre por caminos de conversión. Una buena nueva se anuncia: “He aquí al Señor que viene con poder” (v. 10). A él se deberá la salvación.

Estas palabras de Isaías tienen una clara referencia a la venida del Mesías. Sólo en él se alcanzará la plenitud anunciada por el profeta. Dicha plenitud consiste principalmente en la salvación de Cristo, Él la ofrece a todos los seres humanos: “No hay deseo de que se pierda ni uno solo de estos pequeños” (Mt 18,14).

Esta sencilla parábola que nos presenta hoy el Evangelio tiene una doble finalidad: de un lado, se quiere probar la misericordia de Dios para con los pecadores; por ello, está ubicada después de la curación del paralítico, a quien no sólo se le devuelve la salud sino que se le perdonan los pecados (cf Lc 15, 4-7); y de otro lado, la finalidad que tiene en Mt es para demostrar el amor que Dios tiene particularmente a los pequeños.

La afirmación que se hace aquí no es que el Buen Pastor ame a la oveja descarriada más que a las noventa y nueve que permanecieron junto a Él, sino que en el momento de recuperarla experimenta un particular gozo y alegría que no siente por las otras. El gozo que produce el tener a las noventa y nueve siempre consigo es habitual, mientras que el gozo que produce recuperar la oveja perdida es del momento en que la encuentra; por tanto, mucho mayor, cuanto más grande fue la tristeza al saber que se había descarriado.

Con la expresión “no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños”, no se está refiriendo aquí a los niños sin más, sino más bien a los sencillos, los humildes, los de poca relevancia en el mundo. Jesucristo ha inaugurado el Reino de Dios abierto para todos, también para aquellos a quienes se les considera pecadores. Porque “Dios quiere que todos los seres humanos se salven, que lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tim. 2,4); todos pueden salvarse con tal que no opongan resistencia al llamado de Dios. Es Él quien los busca, Él quien los ayuda con su gracia, Él quien los lleva en su corazón.

Por tanto, siempre es posible el recurso a la buena disposición paterna. Pero esta misericordia, continuamente ejercida sobre cada uno de nosotros, nos exige a la vez, el ejercicio de la misericordia para con las demás miserias humanas. Esto debe producir en nosotros sentimientos de profunda confianza en la bondad de Dios, que por todos los medios busca nuestra salvación.

La conclusión pedagógica de esta parábola de Mt se centra en que “lo mismo y en consecuencia, los discípulos de Cristo habrán de cuidar con diligencia y perseverancia a todos los miembros de la comunidad sobre todo a los más pequeños y a los débiles”.

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Miércoles 10 de diciembre Eulalia EVANGELIO Mateo 11, 28-30

28Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os daré respiro. 29Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde: encontrareis vuestro respiro, 30pues mi yugo es llevadero y mi carga ligera.

COMENTARIOS I

A todos los que están cansados y agobiados por la enseñanza de los "sabios y entendidos" Jesús les hace una invitación. Él se presenta como maestro, pero no como los letrados, dominando al discípulo; él no es violento sino humilde, en contraposición al orgullo de los maestros de Israel. Su enseñanza es el descanso, después de la fatiga del pasado (28s).

Jesús invita a aceptar su yugo, imagen de las exigencias que se derivan de su mensaje; su yugo es llevadero, no como el de la Ley propuesta por los letrados, y su carga es ligera. Estudiar la Ley debía servir para acercarse a Dios; Jesús invita a acercarse a él directamente; su persona es el medio (la Ley) y el término (Dios). Invita a romper con otros maestros y a aceptar su enseñanza. El legalismo judío era abrumador, una moral sin alegría. Jesús propone, en cambio, el servicio en la alegría de la amistad (9,15). Propone sus exigencias prometiendo la felicidad (bienaventuranzas).

II

Mirando el texto de Mt en su conjunto se ve por qué colocó estos dichos de Jesús en esta parte de la narración. En los anteriores textos Jesús había sido rechazado por las ciudades, por las escuelas rabínicas de su patria (20-24), por los letrados de su pueblo, escribas y fariseos (25-27). Jesús se vuelve hacia los “pobres” (11,5b), hacia todos los que padecen bajo la pesada carga del legalismo judío. En las perícopas siguientes (12,1-8 y 9-14) aparece Jesús en conflicto con los legalistas sobre el punto, decisivo para ellos, del Sábado.

Los sabios de Israel remitían a la gente a la sabiduría y los rabinos proponían el yugo de la Torá, del Reino de los cielos, de Dios, del Santo o de los mandamientos. Cristo en Mt invita a vincularse a su persona (? ? ? ? ?? ? ?, todos los intermediarios entre Dios y el ser humano están aquí resumidos o absorbidos en la sola presencia de Jesús. A la vez, es una llamada a romper con otros maestros para unirse a Él.

Los fatigados, los que están agobiados por grandes esfuerzos, por trabajos duros y sienten que sus fuerzas se debilitan. Los abrumados, que han sido sometidos por alguien, como bestias de carga. ¿A qué fatiga alude el texto? ¿Al peso general de la vida, o a las reglamentaciones fariseas? El contexto y el término yugo de los versículos 29 y 30 hacen pensar en el legalismo judío en su conjunto. Jesús reprueba el carácter esencial de la religión de su tiempo, que imponía una dura disciplina moral a los seres humanos sin comunicar la alegría de la salvación.

Cargar con el yugo de Jesús es unirse a Él, seguirle y aprender de Él que es dulce y humilde de corazón; sin duda, sólo en su escuela se puede aprender el verdadero sentido de la ley y sólo Él puede hacer de la ley un peso ligero. La expresión “aprended de mí” no es un

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llamamiento a imitar a Jesús, sino a recibir su enseñanza, su interpretación de la ley. No es que Jesús exija menos que los demás rabinos; exige más, pero de otra manera. Abre primero la puerta del reino de la misericordia a los “pobres” y a los “mansos”; después los invita a una nueva “justicia”.

Mi yugo es suave y mi carga ligera. Jesús nos ofrece en contraposición a todo el peso de la ley, con tantas observancias que sofocaban el espíritu, el yugo y la carga de su ley, que por ser “el amor” resulta suave y agradable. En repetidas ocasiones Jesús manifestó que el camino del cielo era difícil y de renunciamientos y que la vida del ser humano es una continua lucha y que la puerta del cielo es angosta; pero todo eso se puede convertir en algo suave y fácil, siempre que lo hagamos con Él, ayudados por Él. Jueves 11 de diciembre Dámaso I EVANGELIO Mateo 11, 11-15

11Os aseguro que no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan Bautista, aunque el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él. 12Desde que apareció Juan hasta ahora, se usa la violencia contra el reinado de Dios y gente violenta quiere quitarlo de en medio; 13porque hasta Juan los profetas todos y la Ley eran profecía, 14pero él, aceptadlo si queréis, es el Elías que tenía que venir. 15Quien tenga oídos, que escuche.

COMENTARIOS I

vv. 11-15. Por decirlo así, Juan ve ya la tierra prometida, pero no puede entrar en ella. Con

su bautismo ha sacado a la gente de la institución judía hasta la orilla del Jordán (3,5s), pero el paso del Jordán para entrar en la tierra está reservado a Jesús, nuevo Josué. Los que participan del reino gozan de una realidad de la que Juan no ha podido participar (11).

Para entender los vv. 12-13 téngase en cuenta lo siguiente. «Se usa la violencia» (12): el gr. biastes, «violento» (en el mismo versículo), tiene siempre sentido peyorativo; el verbo de la misma raíz (biazetai) denota la acción de esos violentos («usar la violencia», lit. «es tratado con violencia»). «Arrebatar» significa «quitar de enmedio con la fuerza». El sentido del pasaje es el siguiente: mientras el reinado de Dios era sólo una promesa (v. 13: «eran/ fueron profecía»), todos estaban a favor; pero en cuanto llega la realidad y exige la enmienda (3,2; 4,17), es decir, la cesación de la injusticia (cf., por ej., Is 1,16s), los círculos de poder se ponen en contra y usan la violencia contra él. De hecho, Juan, anunc iador del reino (3,2), está ya en la cárcel (11,2) y crece la oposición a Jesús (9,3.11.14.34; 10,25); pronto se decidirá su muerte (12,14). Finalmente, da Jesús el rasgo definitivo de Juan (14). En la doctrina de los letrados se afirmaba que Elías había de preceder al Mesías para restaurarlo todo (17,11). Jesús afirma que es Juan quien encarna la figura de Elías. Lo propone como algo que deberían admitir sus oyentes («aceptadlo si queréis»). Jesús no intenta demostrar esta afirmación: aceptarla supone un cambio de mentalidad, pues Juan/Elías, en lugar de haberse presentado como una figura de autoridad, está en la cárcel, perseguido. Por eso, esta verdad no puede ser admitida más que por los que han renunciado a esperar un reino de Dios que se impone desde el cielo de modo prodigioso (14). Es precisamente por la dificultad de aceptar

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esto para los que están imbuidos de la ideología mesiánica tradicional, por lo que Jesús añade la advertencia: «Quien tenga oídos, que escuche» (15).

II

La primera lectura está tomada de lo que se ha llamado en Isaías “el libro de la consolación”, esto es, los capítulos 40 a 50. En estos capítulos se habla de tres temas fundamentales: la afirmación, frente a los falsos dioses extranjeros, de un solo Dios, el anuncio de la redención del pueblo por un siervo paciente, y la presentación de un futuro más promisorio que la triste realidad presente de Israel. A esto último se refiere nuestro texto de hoy, cuyo mensaje inspira la confianza del pueblo en Dios, ya que la historia tiene algún sentido porque existe Alguien que sabe a dónde va. ¿Quién conduce mi historia personal? ¿Y nuestra historia universal?

En el evangelio de Mt, Jesús hace una apología de Juan Bautista. Él es grande porque ve llegar y puede señalar la realización de las profecías antiguas y del dinamismo de la ley. En Juan se cumple la aseveración hecha por este evangelio: “El Reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan”. El Reino sólo lo conquistan los esforzados, aquellos que como Juan dan testimonio con su propia vida.

El Reino de Dios se conquista con el esfuerzo propio; no se nos da de arriba, ni llegan a él los comodones o tibios, sino los que con generoso corazón se hacen violencia a sí mismos, contrariando los instintos y pasiones que o se pliegan a las exigencias del amor.

Jesús exige una actitud de exigencia a todo aquel que quiera comprometerse con su Reino: “El que no está conmigo, está contra Mí y el que no recoge conmigo, desparrama” (Lc 11,23). Y con certeza podríamos decir que, el que no se comprometa con absoluta entrega, queda por fuera del Reino. Esta afirmación queda aclarada con aquella otra que nos trae el mismo evangelio de Mt: “Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y amplia la calle que llevan a la perdic ión, y muchos entran por ellas. ¡Qué angosta es la puerta y qué estrecho el callejón que llevan a la Vida! Y pocos dan con ellos” (Mt 7,13-14).

Los violentos que arrebatan el cielo no son precisamente los que hacen violencia a los demás; por el contrario, según la afirmación de Jesús: “Todos los que empuñan espada, a espada perecerán” (Mt 26,52).El Reino es de los que se hacen violencia a sí mismos, yendo contra sus propias inclinaciones perversas. Viernes 12 de diciembre Guadalupe – Juan Diego EVANGELIO Lucas 1, 26-38

26A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, 27a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. 28Entrando adonde estaba ella, el ángel le dijo:

-Alégrate, favorecida, el Señor está contigo. 29Ella se turbo al oír estas palabras, preguntándose que saludo era aquél 30El ángel le

dijo: -No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. 31Mira, vas a concebir en tu seno y

a dar a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús. 32Este será grande, lo llamarán Hijo del

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Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; 33reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin.

34María dijo al ángel: -¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre? 35El ángel le contestó: -El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por

eso al que va a nacer lo llamarán "Consagrado", "Hijo de Dios". 36Y mira también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses porque para Dios no hay nada imposible

38Respondió María: -Aquí está la sierva del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho. Y el ángel la dejó.

COMENTARIOS I

JESUS, EL MESIAS ESPERADO

RUPTURA CON EL PASADO:

DIOS CONTACTA CON UNA MUCHACHA DEL PUEBLO «En el sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret,

a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María» (1,26-27). Trazado ya el eje horizontal de las nuevas coordenadas del momento histórico en que Dios se ha decidido a intervenir personalmente en la historia del hombre, «Herodes» (tiempo) y «Judea» (espacio), diseña ahora Lucas el eje vertical, comenzando por el dato espacial, «Galilea», al que seguirá más tarde el dato temporal («César Augusto, cf. 2,1).

El zoom de aproximación funciona esta vez con más precisión: «a un pueblo que se llamaba Nazaret». Aunque en el episodio anterior se sobrentendía que se trataba de Jerusalén, donde radicaba el templo, por razones teológicas Lucas omitió mencionar una y otro, limitándose a encuadrar el relato en «el santuario» como lugar apropiado para las manifestaciones divinas.

El contraste entre «el santuario» y «el pueblo de Nazaret» es intencionado. Nazaret no es nombrado jamás en el AT: no está ligado a promesa o expectación mesiánica alguna; esta segunda intervención divina no va a representar una continuidad con el pasado.

Aun cuando el mensajero es el mismo, el primer mensaje iba dirigido a la institución religiosa; el segundo, a una muchacha del pueblo. Igualmente, en contraste con la primera escena, el mensajero Gabriel no se dirige a un hombre (Zacarías), casado con una mujer (Isabel) y entrado ya en años, sino a una mujer «virgen» (María), desposada pero sin convivir todavía con un hombre (José). La primera pareja estaba íntimamente entroncada con la tradición sacerdotal de Aarón, explicitándose la ascendencia a propósito de Isabel (lit. «una de las hijas de Aarón»); la nueva pareja se remonta, en cambio, a David, pero por línea masculina, José («de la estirpe de David»). Isabel era «estéril» y «de edad avanzada», María es «virgen» y recién «desposada», resaltándose su absoluta fidelidad a Dios (por oposición a la esposa «adúltera» o «prostituida», figuras del pueblo extraviado; cf. Os 2,4ss; Jr 3,6-13; Ez 16). A propósito de María, no se menciona ascendencia alguna ni se habla de observancia. María representa a «los pobres» de Israel, el Israel fiel a Dios («virgen», subrayado con la doble mención), sin relevancia social (Nazaret).

Jugando con los «cinco meses» en que Isabel permaneció escondida y «el sexto mes» en que Dios envió de nuevo a su mensajero, encuadra Lucas el anuncio de la concepción de Jesús en el marco de su predecesor. «En el sexto mes», como otrora «el día sexto», Dios va a completar la creación del Hombre.

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El ángel «entra» en la casa donde se encuentra María (en el santuario del templo no entró, sino que «se apareció de pie a la derecha del altar del incienso») y la saluda: «Alégrate, favorecida, el Señor está contigo» (1,28). La salvación se divisa ya en el horizonte; de ahí ese saludo de alegría (cf. Zac 9,9; Sof 3,14). El término «favorecida/agraciada» de la salutación y la expresión «que Dios te ha concedido su favor/gracia» (lit. «porque has encontrado favor/gracia ante Dios») son equivalentes. María goza del pleno favor divino, por su constante fidelidad a la promesa hecha por Dios a Israel. Más tarde se dirá de Jesús que «el favor / la gracia de Dios descansaba sobre él» (2,40); en el libro de los Hechos se predicará de José y de David (Hch 7,10.46), pero sobre todo de Esteban: «lleno de gracia/favor y de fuerza» (Hch 7,8). «El Señor está contigo» es una fórmula usual en el AT y en Lucas para indicar la solicitud de Dios por un determinado personaje (Lc 1,66 [Juan B.]; Hch 7,9 [José, hijo de Jacob]; 10,38 [Jesús]; 11,21 [los helenistas naturales de Chipre y de Cirene]; 18,10 [Pablo]; cf. Dt 2,7; 20,1, etc.); asegura al destinatario la ayuda permanente de Dios para que lleve a cabo una tarea humanamente impensable. El saludo no provoca temor alguno en María, sino sólo turbación por la magnitud de su contenido (1,29a), a diferencia de Zacarías («se turbó Zacarías y el temor irrumpió sobre él», 1,12). Inmediatamente se pone a ponderar cuál sería el sentido del saludo que se le había dirigido en términos tan elogiosos (1,29b).

HIJO DEL ALTÍSIMO

Y HEREDERO DEL TRONO DE DAVID = REY UNIVERSAL «No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu seno y a

dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús» (1,30). En contraste con el anuncio dirigido a Zacarías, es ahora María la destinataria del mensaje. Dios ha escogido libremente a María y le ha asegurado su favor.

A diferencia de Isabel, que había esperado, en vano, tener un hijo, María va a dar a luz un hijo cuando todavía no lo esperaba, siendo así que, si bien sus padres ya la han desposado con José, ella sigue siendo «virgen». La construcción lucana es fiel reflejo de la profecía de Isaías: «Mira, una virgen concebirá en su seno y dará a luz un hijo, y le pondrá de nombre Emmanuel» (Is 7,14). La anunciación es vista por Lucas como el cumplimiento de dicha profecía.

Igualmente, a diferencia de Zacarías, quien debía imponer a su hijo el hombre de «Juan», aquí es María, contra toda costumbre, la que impondrá a su hijo el nombre de «Jesús» («Dios salva»). Mientras que allí se apreciaba una cierta ruptura con la tradición paterna, aquí la ruptura es total. Se excluye la paternidad de José: «Este será grande, lo llamarán Hijo de Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin» (1,32-33).

Continúa el paralelismo, acrecentándose el contraste: tanto Juan como Jesús serán «grandes», pero el primero lo será «a los ojos del Señor» (1,15a), ya que será «el más grande de los nacidos de mujer», por su talante ascético y su condición de profeta eximio, superior a los antiguos, por haberse «llenado de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre»; Jesús, en cambio, será «grande» por su filiación divina, por eso lo reconocerán como el Hijo del Dios supremo («el Altísimo» designa al Dios del universo) y recibirá de manos de Dios el trono de su padre/antepasado David, sin descender directamente de él.

«Ser hijo» no significa solamente haber sido engendrado por un padre, sino sobre todo heredar la tradición que éste transmite y tener al padre por modelo de comportamiento; no será David el modelo de Jesús; su mensaje vendrá directamente de Dios, su Padre, y sólo éste será modelo de su comportamiento. La herencia de David le correspondería si fuera hijo de José («de la estirpe de David»), pero el trono no lo obtendrá por pertenecer a su estirpe, sino por decisión de Dios («le dará», no dice «heredará»). «La casa de Jacob» designa a las doce tribus, el Israel escatológico. En Jesús se cumplirá la promesa dinástica (2Sm 7,12), pero no será el hijo/sucesor de David, sino algo completamente nuevo, aunque igualmente perpetuo (Dn 2,22; 7,14).

LA NUEVA TRADICION INICIADA POR EL ESPÍRITU SANTO

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María, al contrario de Zacarías, no pide garantías, pregunta sencillamente el modo como esto puede realizarse: «¿Cómo sucederá esto, si no vivo con un hombre?» (lit. «no estoy conociendo varón», 1,34): el Israel fiel a las promesas no espera vida/fecundidad de hombre alguno, ni siquiera de la línea davídica (José), sino sólo de Dios, aunque no sabe cómo se podrá llevar a cabo dicho plan. María «no conoce hombre» alguno que pueda realizar tamaña empresa.

Son muy variadas las hipótesis que se han formulado sobre el sentido de esta pregunta. Deducir de ella que María ha hecho un voto de castidad contradice de plano la psicología judía en el caso de una muchacha palestina «desposada» ya, pero que no ha tenido relaciones sexuales con su marido, pues éste no se la ha llevado todavía a su casa. Lucas no pretende ofrecernos una transcripción literal de un diálogo; se trata más bien de un procedimiento literario destinado a preparar el camino para el anuncio de la actividad del Espíritu en el versículo siguiente.

La respuesta del ángel pone todas las cartas de Dios boca arriba: «El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, al que va a nacer, lo llamarán "Consagrado", "Hijo de Dios"» (1,35). María va a tener un hijo sin concurso humano.

A diferencia de Juan Bautista, quien va a recibir el Espíritu antes de nacer, pero después de su concepción al modo humano, Jesús será concebido por obra del Espíritu, la fuerza creadora de Dios. La venida del Espíritu Santo sobre María anticipa la promesa formulada por Jesús en los mismos términos a los apóstoles, que se cumplirá por la fiesta de Pentecostés. La idea de «la gloria de Dios / la nube» que «cubría con su sombra» el tabernáculo de la asamblea israelita (Ex 40,38), designando la presencia activa de Dios sobre su pueblo (Sal 91 [90 LXX],4; 140,7 [139,8 LXX]), se insinúa aquí describiendo la presencia activa de Dios sobre María, de tal modo que María dará a luz un hijo que será el Hijo de Dios, el Consagrado por el Espíritu Santo, en una palabra: el Mesías (= el Ungido).

Se afirma claramente el resultado de la concepción virginal, pero no se dice nada sobre el modo como esto se realizará. La idea de una fecundación divina es demasiado antropomórfica. Mediante un nuevo acto creador (Espíritu Santo), se anuncia el nacimiento del nuevo Adán, el comienzo de una humanidad nueva.

La nueva fuerza que Jesús desplegará es la del Dios Creador/ Salvador, la que no le fue posible imprimir en la misma creación, por las limitaciones inherentes a todo lo creado. Dios sólo puede desplegar la fuerza del Espíritu a través de personas que se presten libremente a llevar a término su proyecto sobre el hombre, un proyecto que no termina con la aparición del homo sapiens, sino que más bien empieza con él, puesto que debe partir precisamente del hombre que es consciente de sus actos, del hombre que ha experimentado personalmente la necesidad de una fuerza superior e ilimitada que pueda llevar a término un proyecto de sociedad que no se apoye en los valores ancestrales del poder y de la fuerza bruta ni en los más sofisticados del dinero y del saber, fruto todos ellos de la limitación de la criatura y de la inseguridad del hombre.

Esta fuerza, que Dios concede a los que se la piden, es la fuerza del Espíritu Santo. María ha resultado ser la primera gran «favorecida/agraciada»; Jesús será «el Mesías/Ungido» o «Cristo»; nosotros seremos los «cristianos», no de nombre, sino de hecho, siempre que, como María, nos prestemos a colaborar con el Espíritu. Esta es la gran tradición que éste inicia, después de liberarnos de las inhibiciones, frustraciones y fanatismos del pasado (familiar, religioso, nacional), la que uno mismo va amasando a lo largo de repetidas experiencias y que delata siempre su presencia manifestándose espontáneamente bajo forma de frutos abundantes para los demás.

LA UTOPIA ES EL COPYRIGHT DE DIOS

La incredulidad de Zacarías, quien pedía pruebas, por considerar que tanto su senectud como la de su mujer no ofrecían garantía alguna de éxito para la empresa que se le anunciaba, se tradujo en «sordomudez». A María, en cambio, que no ha pedido prueba alguna que confirmara la profecía, el ángel añade una señal: «Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible» (1,36).

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La repetición, por tercera vez, del tema de la «vejez/esterilidad» sirve para recalcar al máximo la situación límite en que se encontraba la pareja; la repetición del tema de los «seis meses» constituye el procedimiento literario más idóneo para enmarcar (abre y cierra el relato) el nacimiento del Hombre nuevo en el «día sexto» de la nueva y definitiva creación. La fuerza creadora de Dios no tiene límites: no sólo ha devuelto la fecundidad al Israel religiosamente estéril, sino que ha recreado el Hombre en el seno de una muchacha del pueblo cuando todavía era «virgen», sin concurso humano, excluyendo cualquier atisbo de tradición paterna que pudiese poner en peligro la realización del proyecto más querido de Dios.

EL «NO» DEL HOMBRE RELIGIOSO Y EL «SI» DE LA MUCHACHA DEL PUEBLO

Zacarías no dio su consentimiento, pero Dios realizó su proyecto (lo estaba «esperando» el pueblo). María, en cambio, da su plena aprobación al anuncio del ángel: «Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho» (1,38a). María no es «una sierva», sino «la sierva del Señor», en representación del Israel fiel a Dios (Is 48,8.9.20; 49,3; Jr 46,27-28), que espera impaciente y se pone al servicio de los demás aguardando el cumplimiento de la promesa.

El díptico del doble anuncio del ángel termina lacónicamente: «Y el ángel la dejó» (1,38b). La presencia del mismo mensajero, Gabriel, que, estando «a las órdenes inmediatas de Dios» (1,19a), «ha sido enviado» a Zacarías 81,19b), primero, apareciéndosele «de pie a la derecha del altar del incienso» (1,11), y luego «ha sido enviado por Dios» nuevamente a María (1,26), presentándose en su casa con un saludo muy singular, pero sin darle más explicaciones (1,28), une estrechamente uno y otro relato. Por eso, sólo una vez ha concluido su misión, se comprueba su partida.

La descripción de la primera pareja, formada por Zacarías e Isabel, reunía los rasgos característicos de lo que se consideraba como la crema del árbol genealógico del pueblo escogido: Judea/ Jerusalén, región profundamente religiosa; sacerdote, de origen levítico; estricto observante de la Ley; servicio sacerdotal en el templo, entrada en el santuario del Señor para ofrecer el incienso el día más grande y extraordinario de su vida, constituyen la imagen fiel del hombre religioso y observante. Pese a ello, la pareja era estéril y ya anciana, sin posibilidad humana de tener descendencia; ante el anuncio, Zacarías se alarmó, quedó sobrecogido de espanto, replicó, se mostró incrédulo, pues no tenía fe en el mensajero ni en su mensaje. El Israel más religioso había perdido toda esperanza de liberación, no creía ya en lo que profesaba, sus ritos estaban vacíos de sentido.

La descripción de la segunda pareja, todavía no plenamente constituida, formada por María desposada con José, pero sin cohabitar con él (los esponsales eran un compromiso firme de boda: podían tener lugar a partir de los doce años y generalmente duraban un año), invierte los términos: Galilea, región paganizada; Nazaret, pueblo de guerrilleros; muchacha virgen, no fecundada por varón; de la estirpe davídica por parte de su futuro consorte: es la imagen viviente de la gente del pueblo fiel, pero sin mucha tradición religiosa.

No obstante, María ha sido declarada favorecida, goza del favor y de la bendición de Dios, se turba al sentirse halagada, tiene fe en las palabras del mensajero, a pesar de no verlo huma-namente viable, cree de veras que para Dios no hay nada imposible. Lo puede comprobar en su prima Isabel, la estéril está embarazada, y ofrece su colaboración sin reticencias. El sí de María, dinamizado por el Espíritu Santo, concebirá al Hombre-Dios, el Hombre que no se entronca -por línea carnal- con la tradición paterna, antes bien, se acopla a la perfección -por línea espiritual- con el proyecto de Dios.

II

En la primera lectura tenemos uno de los discursos del profeta invitando a los cautivos a la alegría, porque Dios está en medio de su pueblo. Para nosotros ahora esto es mucho más

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verdadero. En la Biblia la expresión “hija de Sión” es uno de los nombres del pueblo de Dios, designación poética de la ciudad santa, representada como mujer y data de la época post-exílica, cuando Jerusalén se convirtió para los judíos en corazón y centro del pueblo escogido (así Ez 5,5; 38,12; Lam 2,13 y Zac 9,9). Zacarías anuncia los tiempos nuevos cuando dice que Dios se quedará para siempre en Sión, en la que se reunirán todos los pueblos. El profeta promete la actuación permanente de Dios.

El Evangelio de Lucas nos comunica secretos de la concepción de Jesús en María con palabras y figuras bíblicas que sus lectores conocían muy bien. Con este anuncio nos presenta a María como prototipo del pueblo sencillo que esperaba ver cumplidas las promesas de salvación anunciadas en el Antiguo Testamento.

Gabriel, ángel de primera categoría en la tradición bíblica, que en el libro de Daniel venía para anunciar la hora de la salvación (Dn 8,16; 9,4).

“Alégrate”, es el llamado gozoso que los profetas dirigían a la “Hija de Sión”, o sea, a la comunidad de los humildes que se mantenían a la espera de la venida del salvador (So 3,14; Zac 9,9). Continúa dos anuncios proféticos de la llegada del Señor a la ciudad Santa. Gabriel se dirige a María como a la personificación del pueblo de Dios.

Llena de gracia: Este título, objeto por excelencia del amor divino, evoca otra figura tradicional del pueblo santo: la amada del cantar, que significa la favorecida. Estas palabras revelan a María su papel en la historia de salvación: a ella corresponde contestar a Dios en nombre de todo el pueblo, el “Hágase en mi...”. María, aunque conmovida, es consciente de la presencia de Dios que inspiraba sus decisiones.

Concebirás en tu seno: El evangelio se inspira en varios textos del AT ; en unos se anuncia el porvenir de un niño que acaba de nacer y en otros Dios da una misión (Gen 16,1; Ex 3,11; Jue 6,11); en Is. 7,14 anuncia al que sería el Emmanuel, es decir, el Dios-con-nosotros. María lo llamará Jesús, que quiere decir Salvador.

En consecuencia, María recoge las expectativas y esperanzas de salvación del “pequeño resto” de Israel, y hoy sigue siendo el prototipo de madre y mediadora de los empobrecidos. Hoy en América Latina la veneramos bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe que, “despierta en nuestro pueblo una gran confianza filial, ya que se presenta solícita para dar auxilio y defensa en las tribulaciones; es, además, un impulso hacia la práctica de la caridad cristiana, al mostrar la predilección de María por los humildes y necesitados, y su disposición para remediar sus angustias”. Sábado 13 de diciembre Lucía EVANGELIO Mateo 17, 10-13

10Los discípulos le preguntaron: -¿Por qué dicen los letrados que Elías tiene que venir primero? 11El les contestó: -¿De modo que va a venir Elías a ponerlo todo en orden? 12 Pues os digo que Elías vino

ya y, en vez de reconocerlo, lo trataron a su antojo. Así también el Hombre va a padecer a manos de ellos.

13Los discípulos comprendieron entonces que se refería a Juan Bautista.

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COMENTARIOS I

v. 10. Los discípulos han comprendido el alcance mesiánico de la transfiguración e intentan

compaginar lo que dicen los letrados acerca del Mesías con la realidad de Jesús. vv. 11-12. Jesús alude a Mal 3,23s, texto que menciona la vuelta de Elías, pero lo explica a

continuación. La vuelta de Elías ha de interpretarse figuradamente y el resultado de su misión no será triunfal. Lo mismo sucederá con las profecías mesiánicas: todo aspecto triunfal que a ellas se atribuya es falso.

Al afirmar Jesús que Elías ha venido ya, echa por tierra la doctrina mesiánica de los letrados sobre una restauración gloriosa. La misión del nuevo Elías, que consistía en preparar al pueblo, ha sido impedida por los que no lo reconocieron y lo trataron a su antojo, dándole muerte. Estos son los dirigentes judíos, fariseos y saduceos, a los que Juan se opone desde el principio (3,7), y los miembros del Gran Consejo que no han reconocido a Juan como enviado divino (21,23-27). La realización del plan divino sobre Israel depende de la respuesta de éste a Dios. Dios no se impone forzando la libertad humana ni exime al hombre de su responsabilidad.

v. 13. Mt explicita el dato que en Mc queda sólo insinuado. La anunciada vuelta de Elías se

ha verificado con la aparición de Juan Bautista. Se opone así la enseñanza de Jesús a la de los letrados respecto al Mesías y a su precursor. Mt actúa como un letrado instruido en el reino de Dios que interpreta lo antiguo a la luz de lo nuevo.

II

Los profetas que desde el AT hablaron en nombre de Dios denunciando las injusticias cometidas por los que gobernaban el pueblo y los tiranizaban, y además anunciaban las buenas noticias, no fueron aceptados; antes bien, fueron rechazados, negados, perseguidos y aún maltratados.

En la apocalíptica judía del AT, Elías debía venir a poner todo en orden en Israel a fin de que la venida del Mesías tuviera lugar en medio de la alegr ía de un pueblo purificado, “lejos del temor de que yo vengo a destruir la tierra” (Mal 4,6b), según en la profecía de Malaquías de la cual se valían los escribas para enseñar, “que Elías había sido arrebatado por un carro de fuego al cielo y volvería otra vez a la tierra antes de la venida gloriosa del Mesías, para preparar su recibimiento declarando lo puro y lo impuro, lo que acerca o aleja. “He aquí que yo les enviaré a Elías, el profeta, antes de que llegue el día del Eterno, el día grande y terrible” (Mal 3,23). La figura de Elías servía de garantía religiosa para los días mesiánicos. Es esto lo que Jesús en el evangelio de Mateo va a cuestionar. Sucede que el Mesías va a venir, o ha venido ya al seno de un pueblo incapaz de reconocerlo. Para rechazar la mesianidad de Jesús, los escribas hacían notar que Elías no había venido aún; ésta fue una objeción típica judía contra la fe cristiana.

Jesús, en los evangelios, añade más: Elías ya vino. No se refería a Elías redivivo el que tenía que venir; se refería a un profeta que vino y “caminaba en el Espíritu y virtud de Elías” (Lc 1,17); ya antes había dicho Jesús que el Bautista era Elías que ha de venir (Mt. 11,14) y “los discípulos comprendieron que se refería a Juan Bautista”(Mt 17,13).

Jesús ubica su misión mesiánica en la línea de los profetas incomprendidos y sufridos; correrá la misma suerte de Juan Bautista. Jesús invita a aceptar su mesianismo hecho de obediencia a la voluntad del Padre, de servicio y de entrega de la propia vida.

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La misión que Dios da como encargo a los profetas no suele ser siempre agradable o fácilmente aceptable. Contra esa misión se suelen enfrentar las humanas pasiones y los intereses viles. Así, los seres humanos destinatarios de dicha misión, la rechazan, no la reconocen ni aceptan y aún se burlan de los emisarios de Dios, de los profetas de Cristo, que por ser fieles a su misión evangelizadora deben afrontar toda clase de persecución.

Nos preparamos a celebrar el nacimiento del profeta por excelencia que no fue bien recibido y sufrió la pasión y la muerte. Esto nos debe cuestionar si aceptamos en nuestra comunidad a aquellas personas que como Elías y Juan preparan el camino del Señor.

Domingo 14 de diciembre Juan de la Cruz

TERCERO DE ADVIENTO

Primera lectura: Sofonías 3, 14-18 a. Salmo responsorial: Isaías 12, 2-3. 4bcd. 5-6

Segunda lectura: Filipenses 4, 4-7 EVANGELIO Lucas 3, 10-18

10Las multitudes le preguntaban: -¿Qué tenemos que hacer? 11Él les contestó: -El que tenga dos túnicas, que las comparta con el que no tiene, y el que tenga que comer,

que haga lo mismo. 12Llegaron también recaudadores a bautizarse y le preguntaron: -Maestro, ¿qué tenemos que hacer? 13Él les dijo: -No exijáis más de lo que tenéis establecido. 14lncluso soldados le preguntaban: -Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer? Les dijo: -No extorsionéis dinero a nadie con amenazas; conformaos con vuestra paga. 15Mientras el pueblo aguardaba y todos se preguntaban para sus adentros si acaso Juan

era el Mesías, 16declaró Juan dirigiéndose a todos: -Yo os bautizo con agua, pero llega el que es más fuerte que yo, y yo no soy quién para

desatarle la correa de las sandalias. Él os va a bautizar con Espíritu Santo y fuego. 17Trae el bieldo en la mano para aventar su parva y reunir el trigo en su granero; la paja, en cambio, la quemará en un fuego inextinguible.

COMENTARIOS I

INVITACION AL CAMBIO

Al oír la invitación al cambio total, al cambio de vida y mente, quienes acudían a Juan Bautista se sentían interpelados: «Entonces, ¿qué tenemos que hacer?», preguntaban al profeta (Lc 3,10ss).

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El profeta no tenía pelos en la lengua; sus palabras eran duras, provocativas, razonablemente hirientes. A sus interlocutores -un gran gentío que iba a recibir su bautismo- les decía: «¡Raza de víboras! ¿Quién os ha enseñado a vosotros a escapar del castigo inminente?» "Raza de víboras", animales que matan a traición inyectando un veneno de muerte. El comportamiento de aquel pueblo -en especial de sus dirigentes- no sólo no fomentaba la vida, sino que ocasionaba la muerte de toda ilusión o esperanza de cambio y bienestar.

Y ante la pregunta del pueblo, inquietado por el mensaje de Juan, éste exponía a cada uno de los estamentos sociales privilegiados su programa de acción: «El que tenga dos túnicas -símbolo de riqueza-, que se las reparta con el que no tiene, y el que tenga de comer, que haga lo mismo.» A los recaudadores -profesión en la que se lucraban con excesivos y arbitrarios impuestos- decía: «No exijáis más de lo que tenéis establecido», pues lo legalmente establecido era ya, de suyo, abusivo. A los guardias -que tenían en su mano la fuerza y las armas- aconsejaba: «No hagáis violencia a nadie, ni saquéis dinero; conformaos con vuestra paga.»

Era la voz de Juan una invitación a la justicia, a compartir, a terminar con todo tipo de abusos y prácticas que, favoreciendo a unos, hundían en la pobreza y en la miseria a otros.

Pero su voz no era del todo nueva ni original. No era más que el eco de otras voces a las que el pueblo, por desgracia, se había acostumbrado. Antes que él, ocho siglos antes, Isaías, otro profeta, con palabras de inmensa actualidad, había gritado sin descanso contra todo tipo de injusticia. Sus palabras parecen dirigidas a nosotros, ciudadanos del siglo XX. «Buscad el derecho, enderezad al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda», decía (Is 1,17); y hoy seguiría: Dad trabajo a los parados, integrad en la sociedad a los minusválidos, no marginéis a los enfermos de SIDA, acabad con la droga y el alcoholismo, devolved la dignidad a los gitanos, dad casa digna al pueblo, poned al alcance de todos la educación y la cultura. Era Isaías la voz defensora de todos los marginados de la tierra.

La culpa de aquella situación la tenían, según él, los poderosos -«los montes y colinas de Israel»-, los jefes del pue blo en cuyas manos estaba legislar y hacer cambiar al país; a éstos gritaba: «Vosotros devastáis las viñas, tenéis en casa lo robado al pobre» (Is 2,14). Gracias a esta práctica de pillaje y robo, sus mujeres podían convivir con el lujo y el derroche (Is 3,16ss).

Actuales resultan las palabras del profeta cuando se dirigen a latifundistas y terratenientes: « ¡Ay de los que añaden casas y casas, y juntan campos con campos hasta no dejar sitio y vivir ellos solos en medio del país» (Is 5,18ss).

Al leer estos textos da la impresión de que el mundo no ha cambiado desde entonces. Su lenguaje es actual y sus denuncias valederas. Su objetivo era hacer renacer la vida, implantando la justicia en un mundo sembrado de abusos sin fin...

II

UNA ALIANZA NUEVA Y UNIVERSAL Esto es lo que anuncia Juan Bautista: una alianza universal, una nueva manera de relacionarse con Dios,

basada en la libertad de los hombres y que empieza por transformar las relaciones entre los hombres mismos, relaciones que deberán construirse sobre el cimiento del respeto mutuo y la solidaridad.

SOLIDARIDAD Y HONRADEZ

Los tres grupos que allí se repartían el poder, culpables de que la tierra de Israel se hubiera convertido en tierra de opresión, encabezaban la presentación de Juan Bautista en el evangelio del domingo pasado; en el de este domingo otros tres grupos de personas van a servir para presentar a los que se interesan por la liberación que Juan anuncia. Todos ellos son víctimas del sistema de poder dominante en Palestina y en todo el imperio; por eso, porque son víctimas de la injus ticia, se acercan a Juan buscando la libertad que éste proclama. Pero ellos, que son parcialmente responsables de su propia opresión, pues la aceptan sin rebelarse, son también cómplices de la

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situación de quienes, con su colaboración, son aún más marginados y explotados y sometidos a una mayor servidumbre; por eso deben empezar por enmendarse.

Las multitudes le preguntaban: -¿Qué tenemos que hacer? El les contestó: -El que tenga dos túnicas, que las comparta con el que no tiene, y el que tenga qué comer, que haga lo mismo. Las multitudes representan al pueblo de Israel -hijos de Abraham, se llamaban a sí mismos,

según las frases inmediatamente anteriores del evangelio (Lc 3,8); ellos, dominados por la ideología religiosa, manipulada por los sumos sacerdotes (Lc 3,2), marginan y desprecian a los que no pertenecen a su raza y a su religión.

Llegaron también recaudadores... El les dijo: -No exijáis más de lo que tenéis establecido. Los recaudadores, marginados en la sociedad israelita, utilizados por el poder y

despreciados por la gente, colaboraban con los opresores en la explotación del pueblo cobrando -como lo hacían a gran escala los reyezuelos como Herodes, Filipo y Lisano (Lc 3,1)- los impuestos para los romanos y, además, robando lo que podían para sí mismos.

Incluso unos soldados le preguntaban ... Les dijo: -No extorsionéis dinero a nadie con amenazas; conformaos con vuestra paga. Y los soldados romanos, que recibían órdenes directamente del gobernador, Pilato (Lc 3,1),

pertenecientes a las clases populares de Roma y que, quizá dominados por una ideología patriotera y necesitados de un sueldo seguro, se dejaban matar y mataban lejos de los suyos, aceptando ser instrumentos para la dominación de otros pueblos en favor del imperio.

Ellos son, con sus contradicciones a la espalda, los que responden a la predicación de Juan, y a ellos se dirigen las primeras indicaciones sobre lo que hay que hacer para prepararse a participar en el proceso de liberación que, según el anuncio de Juan, está para comenzar. La respuesta de Juan a la pregunta «qué tenemos que hacer» es semejante para todos ellos: hay que ser solidarios, hay que ser honrados, no se debe aprovechar la injusticia establecida en beneficio propio; los oprimidos deben dejar de ser ellos mismos opresores de sus hermanos. Este podría ser el resumen de las respuestas del bautista. No les exige práctica religiosa alguna; sus exigencias se refieren a la convivencia, al reconocimiento de la dignidad y al respeto de los derechos de los demás: compartir vestido y comida, no robar más a los que ya son robados, no extorsionar, más aún, a los sometidos.

Puede parecer que Juan es poco exigente; pero su misión no es iniciar el proceso de liberación, sino solamente preparar el camino al liberador que llega.

UNA ALIANZA NUEVA Y UNIVERSAL

Yo os bautizo con agua, pero llega el que es más fuerte que yo, y yo no soy quién para desatarle la correa de las sandalias. El os va a bautizar con Espíritu Santo y fuego.

Los que escuchan la predicación de Juan y se acercan a él pertenecen a tres grupos hasta

ahora incompatibles entre sí: judíos de raza y religión; judíos de raza, marginados por motivos religiosos, y no judíos; esta diversidad es signo de la universalidad de su llamada: la ya próxima intervención liberadora de Dios no se va a limitar esta vez al pueblo de Israel, sino que podrán beneficiarse de ella todos los hombres.

Este proceso de liberación incluye una nueva alianza -esto es, un modo nuevo de relación- que Dios quiere establecer con los hombres y que el evangelista expresa con una frase llena de simbolismo para la cultura hebrea: «... llega el que es más fuerte que yo, y yo no soy quién para

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desatarle la correa de las sandalias». Esta frase hace alusión a una costumbre muy antigua, conocida como la ley del levirato, que regulaba el derecho a contraer matrimonio en determinadas circunstancias; según dicha ley, cuando ese derecho pasaba de un individuo a otro, el que lo adquiría desataba la sandalia del que lo perdía (Rut 4,5-11); por otra parte, el matrimonio había sido usado en la predicación y en los escritos de los profetas como símbolo de las relaciones de amor de Dios -el esposo- con su pueblo - la esposa-. Con esta frase Jesús es presentado como el nuevo Esposo, como el que va a instaurar la nueva alianza, una relación de amor entre Dios y los hombres que, acompañados por el mismo Dios y llenos de su Espíritu de amor, luchan por conseguir su libe-ración integral a partir de la solidaridad y el respeto entre los hombres mismos.

Es posible que seamos cristianos sin haberlo decidido nunca de modo responsable. Ahora que nos preparamos para celebrar el nacimiento de Jesús, el liberador, podríamos empezar, siguiendo las indicaciones de Juan Bautista, viendo cómo andamos de solidaridad, de honradez, de espíritu universalista..., de libertad personal y de compromiso con la liberación de todos los oprimidos.

III

El texto del profeta Sofonías nos habla de un tiempo poco antes del reinado de Josías. El país se hallaba sumido en la mayor miseria moral y hacía tiempo se dejaba sentir la amenaza de Asiria. Sofonías, testigo de los grandes pecados de Israel y del duro castigo con que Dios va a purificar a su pueblo, preanuncia la restauración y redención que Dios va a obrar. A los beneficiarios de ella los llama el “resto”. Con este “resto” creará Dios un pueblo nuevo.

Al final de su libro Sofonías vislumbra algunas luces de esperanza: el rey Josías se presenta como un gran reformador y Asiria parece aflojar por el momento su cerco. Es la ocasión para anunciar días mejores para Jerusalén e invitar a la alegría a través de una gran fiesta en la que todo serán danzas, alegría y regocijo.

Israel rebosa gozo porque el Señor ha cancelado todas sus deudas o el castigo de sus pecados (la cautividad). El Señor establece su trono en Sión. Con Rey tan poderoso y Padre tan misericordioso nada tiene que temer nunca más (v.14-15). Ahora ya no es Israel el que se goza en el Señor; es el mismo Señor quien se goza con su nuevo pueblo. Es como el “esposo” que se goza en la “esposa”. Muchas veces en los profetas la “Alianza” es presentada como “Desposorio”: “Yahvé, tu Dios, está en medio de ti; exulta de gozo por ti y se complace en ti; te ama y se alegra con júbilo; hace fiesta por ti” (v.16-17).

Los textos de la liturgia de hoy nos invitan a la alegría. Ese es el modo de esperar al Señor: la auténtica alegría del pueblo de Dios es Cristo, el Mesías largo tiempo esperado. A los filipenses Pablo les recomienda: “Alegraos siempre en el señor. Otra vez os digo, alegraos”.

El pasaje de Lucas nos habla del testimonio de Juan Bautista, el precursor. Su predicación impresiona al pueblo, la gente se acerca para preguntarle: “¿Qué debemos hacer?” (v.10), es una prueba de que han comprendido el mensaje, perciben que el bautismo de Juan exige un comportamiento. La respuesta llega enseguida: compartan lo que tengan: vestido, comida, etc. (vv. 10-11).

No se pregunta lo que hay que pensar, ni siquiera lo que hay que creer. El Evangelio pretende que el oyente de la Palabra de Dios se convierta, es decir, que su conducta y su comportamiento estén de acuerdo con la justicia que exige el Reino. La buena noticia entraña una exigencia nítida: los que tienen bienes o poder deben compartirlos con lo s que no tienen nada o son más débiles. Gracias a esta conversión, los pobres y menesterosos son iguales a los otros. En realidad, los pobres no preguntan, sino que están en “expectación”. El “¿qué debemos hacer?” lo deberían preguntar quienes tienen el dinero, la cultura, el poder... porque la exigencia básica, según la Biblia, es compartir.

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La conversión es un cambio de conducta más que un cambio de ideas; es la transformación de una situación vieja en una situación nueva. Convertirse es actuar de manera evangélica. El evangelio nos invita a una “conversión al futuro” que se despliega en el Reino. No es mirar y volverse atrás. El futuro (que es Dios y su reinado) es la meta de la llamada a la conversión.

La tentación para no convertirse es quedarse en una búsqueda permanente o contentarse con preguntar sin escuchar respuestas verdaderas. Según el Bautista, la conversión exige “aventar la parva” (saber seleccionar o elegir), “reunir el trigo” (ir a lo más importante y no quedarse en las ramas) y “quemar la paja” (echar por la borda lo inservible o lo que nos inmoviliza); acoger la Buena Nueva de la venida del Señor requiere esa conversión. Con nuestros gestos discernimos lo que nos acerca de aquello que nos aleja de la llegada del Señor. Este día Dios discernirá entre el trigo y la paja que haya en nuestra conducta.

Este domingo se denominó tradicionalmente domingo “gaudete”, o de alegría. Por dos veces nos dice Pablo que estemos alegres, alegres por la venida del Señor, por la celebración próxima de la Navidad, por mantener la esperanza, por situarnos en proceso de conversión y por compartir con los hermanos la cena del Señor.

En la Biblia, la alegría acompaña todo cumplimiento de las promesas de Dios. Esta vez el gozo será particularmente profundo: “El Señor está cerca” (Flp 4,5). Toda petición a Dios debe estar apoyada en la acción de gracias (v. 6). La práctica de la justicia y la vivencia de la alegría nos llevarán a la paz auténtica, al Shalom (vida, integridad) de Dios.

¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que muchos nos podemos formular hoy. La respuesta de Juan Bautista no es teoría vacía. Es a través de gestos y acciones concretas de justicia, respeto, solidaridad, y coherencia cristiana, como demostramos nuestra voluntad de paz, vamos construyendo un tejido social más digno de hijos de Dios, vamos conquistando los cambios radicales y profundos que nuestra vida y nuestra sociedad necesitan. Pero para eso, es necesario purificar el corazón, dejarnos invadir por el Espíritu de Dios, liberarnos de las ataduras del egoísmo y el acomodamiento, no temer al cambio y disponernos con alegría, con esperanza y entusiasmo a contribuir en la construcción de un futuro no remoto más humano, que sea verdadera expresión del Reino de Dios que Jesús nos trae, y así poder exclamar con alegría: ¡venga a nosotros tu Reino, Señor!

Para la revisión de vida Buen tiempo, éste de adviento, para hacerse la pregunta que se hacía la gente al

escuchar a Juan: "y nosotros, ¿qué debemos hacer?". Pregunta de conversión que también yo debo hacerme. A la luz de este evangelio, ¿qué respuesta creo que me daría el radical profeta Juan?, ¿qué debo hacer?

Para la reunión de grupo -En la próxima Navidad volvemos a recibir la alegría y el alborozo del nacimiento de

Cristo. Pero, preguntémonos: ¿se ven por algún sitio, en nuestro mundo, en nuestra patria, en nuestra sociedad los signos de la llegada Reinado de Dios? ¿Es Navidad en el mundo? ¿Dónde nace Jesús? ¿Qué significa realmente ser navidad? ¿Les llega a los pobres la salud, la vida, el empleo, la justicia... las Buenas Noticias? ¿Qué podemos hacer para que esta navidad nazca efectivamente Jesús a nuestro alrededor?

-¿Es la Navidad una celebración muy “occidental” además de cristiana? ¿La celebra también en nuestra región algún grupo étnico o religioso diferente del nuestro? ¿Sería coherente con el sentid cristiano de la Navidad el acercarnos y establecer contacto, diálogo, conocimiento mutuo, posible colaboración?

Para la oración de los fieles

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-Para que en este adviento sigamos alimentando nuestra esperanza, chequeándola, profundizándola y compartiéndola, roguemos al Señor

-Por todos los que en estos días cercanos a la navidad se sienten tristes o nostálgicos, lejos de sus familias, en soledad... para que la potencia de su amor supere todas esas distancias y les haga sentirse en comunión universal...

-Para que nos preparemos a la celebración de la navidad con realismo tratando de hacer que "efectivamente nazca Jesús" a nuestro alrededor...

-Para que la lejanía en que hoy día se ubica la utopía que todos los soñadores buscamos, no nos conduzca a la resignación o al fatalismo, sino que quede superada en la constancia, en la fe sin claudicaciones, en la resistencia y el esfuerzo por acercar una y otra vez la utopía del Reino...

-Para que en estas vísperas de navidad la austeridad de Juan Bautista, el precursor, nos recuerde que la sobriedad en el gasto motivada por el deseo de compartir con los más necesitados, es para los pobres una buena noticia que anuncia la efectividad del nacimiento de Jesús...

Oración comunitaria Oh Dios y Padre-Madre de todos los seres humanos: al acercarse las entrañables

fiestas de la navidad te pedimos que hagas aflorar en nuestras vidas lo mejor de nuestro propio corazón, para que podamos compartir con los hermanos que nos rodean tu ternura, tu mismo amor, del que nos has hecho partícipes. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo, hermano nuestro. A Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. Lunes 15 de diciembre Valeriano EVANGELIO Mateo 21, 23-27

23Llegó al templo, y mientras enseñaba, los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo se le acercaron preguntándole:

-¿Con qué autoridad actúas así?, ¿quién te ha dado esa autoridad? 24Jesús les replicó: -Os voy a hacer también yo una pregunta; si me respondéis, os diré yo con qué autoridad

actúo así. 25E1 bautismo de Juan, ¿qué era, cosa de Dios o cosa humana? Ellos razonaban para sus adentros: -Si decimos «de Dios», nos dirá que entonces por qué no lo creímos; 26y si decimos

«humana», nos da miedo de la multitud, porque todos piensan que Juan era un profeta. 27Y respondieron a Jesús: -No sabemos. Entonces les declaró él: -Pues tampoco os digo yo con qué autoridad actúo así.

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COMENTARIOS I

v. 23. Es el partido saduceo el que se acerca a Jesús apenas entra en el templo: la

aristocracia sacerdotal y la seglar; son ellos, los socialmente más privilegiados, los primeros en temer la popularidad de Jesús. Los sumos sacerdotes, autoridades religiosas legítimas, aparecen en primer lugar. Quieren saber dos cosas: qué clase de autoridad se arroga Jesús para hacer lo que hace y el origen de esa autoridad. En realidad, la segunda pregunta explica la primera. Ellos, que detentan el poder oficial, exigen una prueba jurídica. Han olvidado el caso de los profetas, que tenían autoridad directamente de Dios.

vv. 24-25a. La pregunta que les propone Jesús apunta directamente a la cuestión de la

autoridad. Juan había ejercido su actividad sin credenciales jurídicas, y no sólo al margen de la institución, sino denunciándola (3,7ss). Ellos no respondieron a la predicación de Juan, pero ahora les pide que se pronuncien: ¿tenía o no Juan autoridad divina para hacer lo que hacía?; es decir, ¿puede haber una misión divina que prescinda de lo jurídico?

vv. 25b-27. Se encuentran en un callejón sin salida. Saben que no gozan de la simpatía de

la gente y que pronunciarse contra Juan puede acarrearles graves consecuencias. Su respuesta delata su mala fe.

II

El libro de los Números nos habla del oráculo de un adivino llamado Balaam. Este vivía en las orillas del río Eúfrates y fue llamado para que predijera el porvenir del pueblo de Israel. Este oráculo es uno de los más antiguos poemas reales de Israel. Es el primero que encamina las esperanzas del pueblo por la senda de la realeza. Israel llegará a tener un rey, figura-tipo del Mesías esperado.

Lo propio del rey es poseer autoridad para reinar. Precisamente en torno a la autoridad de Cristo se centra todo el evangelio de hoy.

Así como a Juan Bautista le vinieron a preguntar con qué autoridad bautizaba, los sumos sacerdotes y los ancianos, es decir, los depositarios de la autoridad, vienen a investigar sobre la autoridad en cuyo nombre Jesús se permite enseñar y trastocar los hábitos del templo (Mt 21,12-22). Y con razón surge este interrogante, ya que Jesús durante su vida pública aparece como el depositario de una autoridad singular: predica con autoridad (Mc 1,22), tiene poder para perdonar los pecados (Mt 9,6), es Señor del Sábado (Mc 2,28), expulsa los traficantes del templo, etc. Motivos suficientes para que quienes representaban la autoridad “legítima” lo abordaran con la pregunta: ¿Con qué autoridad haces esto?

Los sumos sacerdotes y los ancianos, que eran los jefes del pueblo judío, piden cuentas al Señor de lo que hace, pero no movidos por un sincero deseo de saber de dónde procedía el poder de Jesús, sino buscando en su respuesta la manera de condenarlo. El pueblo en cambio, reconocía en Jesús la autoridad con la que hablaba, confirmada con sus obras maravillosas.

Los enemigos de Jesús piensan tenderle una celada de la que no podría evadirse: si Jesús contesta que la autoridad le viene de ser el Hijo de Dios, entonces ellos rasgarían sus vestiduras y lo proclamarían blasfemo. Jesús no responde directamente a esta cuestión: son los signos que realiza los que dan razón para orientar los espíritus hacia una respuesta adecuada. La malicia de los judíos jefes se hace evidente y el Señor los desenmascara al ponerlos en una situación de apremio que les descubrirá sus malas intenciones.

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El pueblo, los humildes y sencillos de corazón, esos sí que comprenden de dónde proviene la autoridad de Jesús y no necesitan preguntárselo, pues ven las obras que hace y creen en sus palabras y en sus obras; pero los sacerdotes y magistrados se hacen los sordos y ciegos. Ya habían condenado a Jesús, ahora sólo les faltaba desacreditarlo frente al pueblo, primer paso para luego realizar su propósito de ejecutarlo, condenándolo a muerte ignominiosa. Martes 16 de diciembre Adelaida EVANGELIO Mateo 21, 33-43

33Escuchad otra parábola: Había una vez un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar,

construyó la torre del guarda (Is 5,1-7), la arrendó a unos labradores y se marchó al extranjero. 34Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus siervos para percibir de los

labradores los frutos que le correspondían. 35Los labradores agarraron a los siervos, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon.

36Envió entonces otros siervos, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. 37Por último les envió á su hijo, diciéndose:

-A mi hijo lo respetarán. 38Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: -Éste es el heredero: venga, lo matamos y nos quedamos con su herencia. 39Lo agarraron, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. 40Vamos a ver, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? 41Le contestaron: -Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará su viña a otros que le

entreguen los frutos a su tiempo. 42Jesús les dijo: -¿Nunca habéis leído en la Escritura?

La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho: ¡Qué maravilla para los que lo vemos! (Sal 118,22-23).

43Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se le dará a un pueblo

que produzca sus frutos.

COMENTARIOS I

v. 28-32. Los adversarios de Jesús responden según el claro contenido de la parábola, pero Jesús les lanza inmediatamente la aplicación, que los pone por debajo de las dos categorías más despreciadas de Israel. recaudadores y prostitutas. En el AT, el conjunto de Israel era el hijo de Dios. Ahora Jesús distingue en Israel dos clases de hijos, que representan a las dos categorías que se distinguían en tiempos de Jesús. los pecadores y los justos. Los primeros eran los que no

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observaban la ley y hacían caso omiso de las prescripciones rabínicas (recaudadores y prostitutas), quienes, según la doctrina del judaísmo, no tenían parte en el mundo futuro; los segundos, los que se preciaban de observar la Ley (aquí, los jefes del pueblo). El “hoy” de la parábola indica que Dios pide una decisión en un tiempo o plazo determinado. La última frase se refiere a la situación del momento. Tampoco ahora, después del tiempo transcurrido y viendo el cambio operado por Juan en los pecadores, han querido comprender el carácter divino de su misión. Son las supremas autoridades, entre ellas las religiosas, las que no cumplen la voluntad de Dios. Bajo la respetuosa actitud de los dirigentes hacia Dios, se esconde su absoluta infidelidad hacia él. La parábola, que denuncia esta hipocresía, es, al mismo tiempo, una llamada a la conversión.

v. 33. Jesús reclama la atención de los dirigentes para la parábola que sigue («escuchad»). La imagen de la viña está tomada de Is 5,ls, citado libremente. «La torre del guarda», lit. «una torre»; se trata de una torrecilla o atalaya para vigilar la viña, sobre todo en la época de la vendimia. Con la especificación «del guarda» se indica la finalidad para la que se construye. La viña como imagen del pueblo elegido era familiar a los judíos (cf. Os 10,1; Jr 2,21; Ez 15,lss; 19,l0ss; Sal 80,9ss).

Para mayor claridad, puede anticiparse el significado de las figuras simbólicas que aparecen en esta alegoría: el propietario de la viña representa a Dios; la viña, como se ha dicho, a Israel; la plantación y trabajos del dueño en favor de ella muestran la solicitud y el amor de Dios por el pueblo elegido; los labradores encargados de que la viña produzca, son figura de los dirigentes; el fruto, como lo indica el paralelo de Is 5,7, es el amor al prójimo, es decir, cl derecho y la justicia; los criados enviados por Dios representan a los profetas; su repetido envío señala la constante llamada de Dios a la conversión; el Hijo y heredero es Jesús el Mesías.

vv. 34-35. «El tiempo de la vendimia», lit. «el tiempo/momento de los frutos». Dios pide

cuentas a los dirigentes; envía dos grupos de criados, que pueden corresponder a los profetas de antes y después de la deportación a Babilonia. Los malos tratamientos que sufren por parte de los labradores marcan una progresión ascendente: apalear, matar, apedrear, mostrando el empeoramiento progresivo de las relaciones del pueblo con Dios. Tanto en el judaísmo como en el cristianismo primitivo se habla de la lapidación de los profetas (cf. 2 Cr 24,21; Mt 23,37).

vv. 36-37. El segundo grupo de criados, más numeroso que el primero, sufre los mismos

malos tratos. Los dirigentes tampoco responden a su mensaje. La historia de Israel está dominada por la infidelidad a Dios. Pasa un período de tiempo («por último»). El dueño está seguro de que a su hijo lo respetarán; Dios espera siempre una respuesta del hombre. «El Hijo» es clara alusión a Jesús mismo (cf. 2,15; 3,17; 4,3; 8,29; 14,33; 16,16; 26,63; 27,43-54).

II

Sofonías es un profeta que vivió en los tiempos del rey Josías. Este rey despertó grandes esperanzas en el pueblo de Israel, pero fue vencido en combate. El pueblo escandalizado por aquel aparente abandono de Dios, volvió a los pecados religiosos. No es esta, según el profeta, la reacción adecuada. Un pueblo que experimenta su debilidad y su pobreza, encontrará su fortaleza en una vuelta sincera a Dios, reconociéndose pobre y débil ante Él. Este reconocimiento es lo que le hace grato a los ojos de Dios.

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Es el mismo problema de la sinceridad al reconocer nuestra pobreza ante Dios, lo que refleja el evangelio, tomado de Mateo. La parábola de los dos hijos forma parte de una trilogía de parábolas: junto con los “viñadores perversos”(21,33-46); y “los invitados a la boda”(22,1-14), Todas ellas gravitan en torno a la idea del rechazo de Cristo por aquellos mismos que hubieran debido recibirlo, los jefes del pueblo. A lo largo del relato, fariseos y saduceos se unirán más y más contra Jesús (22,15-46) y el final serán las terribles maldiciones contra los fariseos (23,1-36). La estructura del relato es coherente y conscientemente ordenada. Estos cinco versículos se componen de tres partes distintas: el relato parabólico (v. 28-30), una primera aplicación de la parábola dirigida por Jesús a sus interlocutores a partir de una pregunta: “¿Cuál de los dos cumplió la voluntad del Padre?” (v.31), y una segunda aplicación (v. 32) que vincula estrechamente esta perícopa a la precedente (vv. 21,23-27, cfr vv. 25ss) mediante la mención de Juan Bautista.

Algunos exegetas ven esta parábola, posterior al tiempo de Jesús, como una creación de la Iglesia primitiva, e igualmente la conclusión de las parábolas de los “viñadores homicidas” y de “el gran festín”. La parábola tiene en este contexto un sentido de una coherencia notable; lejos de legitimar únicamente la buena nueva de la salvación (así Jeremías) tiene un neto carácter polémico contra los jefes del pueblo reunidos en torno a Jesús en el Templo: los publicanos y las prostitutas, que habían rechazado inicialmente la voluntad de Dios, expresada en la Ley, vuelven ahora hacia Él y entran en el Reino inaugurado por Jesús; en cambio, los jefes del pueblo que siempre han “dicho sí” a Dios, vuelven ahora la espalda a su enviado.

El hombre de la parábola representa a Dios. Sus dos hijos representan las dos partes de que se componía el pueblo judío en tiempos de Jesús: los “pecadores” o indiferentes, que no observaban la ley y las prescripciones rabínicas, y los “justos” que habían permanecido fieles a la religión oficial; aquí: los jefes del pueblo. Observemos que unos y otros son en este pasaje hijos de Dios. Para unos y para otros, el acento va a recaer no sobre lo que son o dicen; sino sobre lo que van a hacer o dejan de hacer. Sobre este punto, Jesús y sus adversarios estarán de acuerdo (v 31a ; cf 7,21-27; 19,16; 23,3) Miércoles 17 de diciembre Lázaro – Juan de Mata EVANGELIO Mateo 1, 1-17

1 1Génesis de Jesús, Mesías, hijo de David, hijo de Abrahán: Abrahán engendró a Isaac, 2lsaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, 3Judá engendró, a Tamar, a Fares y a Zará, Fares engendró a Esrón, Esrón engendró a Arán, 4Arán engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, 5Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé, 6Jesé engendró al rey David,

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David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón,

7Salomón engendró a Roboán, Roboán engendró a Abías, Abías engendró a Asaf, 8Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Jorán, Jorán engendró a Ozías, 9Ozías engendró a Joatán, Joatán engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, 10Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amón, Amón engendró a Josías, 11Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la deportación a

Babilonia.

12Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, 13Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliacín, Eliacín engendró a Azor, 14Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquín, Aquín engendró a Eliud, 15Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Matán, Matán engendró a Jacob

16y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado el Mesías.

17Por tanto, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce, desde David hasta la deportación catorce, y desde la deportación a Babilonia hasta el Mesías catorce.

COMENTARIOS

I

Con esta genealogía se inserta el Mesías en la historia. Hombre entre los hombres.

Solidaridad: su ascendencia empieza con la de un idólatra convertido (Abrahán) y pasa por todas las clases sociales: patriarcas opulentos, esclavos en Egipto, pastor llegado a rey (David), carpintero (José).

Aparte María su madre, de las cuatro mujeres citadas, Tamar se prostituyó (Gn 38,2-26), Rut era extranjera, Rahab extranjera y prostituta (Jos 2,1), Betsabé, «la de Urías», adúltera (2 Sm 11,4). Ni racismo ni pureza de sangre, la humanidad como es.

En Jesús Mesías va a culminar la historia de Israel. La genealogía se divide en tres períodos de catorce generaciones, marcados por David y por la deportación a Babilonia. La división en gene-raciones no es estrictamente histórica, sino arreglada por el evangelista para obtener el número «catorce» (valor numérico de las letras con que se escribe el nombre de David), estableciendo al

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mismo tiempo seis septenarios o «semanas» de generaciones. Jesús, el Mesías, comienza la séptima semana, que representa la época final de Israel y de la humanidad. La octava será el mundo futuro. Con la aparición de Jesús Mesías da comienzo, por tanto, la última edad del mundo.

«Engendrar», en el lenguaje bíblico, significa transmitir no sólo el propio ser, sino la propia manera de ser y de comportarse. El hijo es imagen de su padre. Por eso, la genealogía se interrumpe bruscamente al final. José no es padre natural de Jesús, sino solamente legal. Es decir, a Jesús pertenece toda la tradición anterior, pero él no es imagen de José; no está condicionado por una herencia histórica; su único Padre será Dios, su ser y su actividad reflejarán los de Dios mismo. El Mesías no es un producto de la historia, sino una novedad en ella. Su mesianismo no será davídico.

Mateo hace comenzar la genealogía de Jesús con los comienzos de Israel (Abrahán) (Lc 3 23-38 se remonta hasta Adán). Esto corresponde a su visión teológica que integra en el Israel mesiánico a todo hombre que dé su adhesión a Jesús. La historia de Israel es, para Mateo, la de la humanidad.

El hecho de que Abrahán no lleve patronímico y, por otra parte, se niegue la paternidad de José respecto de Jesús, puede indicar un nuevo comienzo. Así como con Abrahán empieza el Israel étnico, con Jesús va a empezar el Israel universal, que abarcará a la humanidad entera.

El Mesías salvador nace por una intervención de Dios en la historia humana. Jesús no es un

hombre cualquiera. El significado primario del nacimiento virginal, por obra del Espíritu Santo, hace aparecer esta acción divina como una segunda creación, que supera la descrita en Gn 1,lss. En la primera (Gn 1,2), el Espíritu de Dios actuaba sobre el mundo material (“El Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas”); ahora hace culminar en Jesús la creación del hombre. Esta culminación no es mera evolución o desarrollo de lo pasado; por ser nueva creación se realiza mediante una intervención de Dios mismo.

Puede aún compararse Mt 1,2-17 y 1,18-25 con los dos relatos de la creación del hombre. En el primero (Gn 1,1-2,3) aparece el hombre como la obra final de la creación del mundo; en el segun-do (Gn 2,4bss) se describe con detalle la creación del hombre, separado del resto de las obras de Dios. Así Mateo coloca a Jesús, por una parte, como la culminación de una historia pasada (genealogía) y, a continuación, describe en detalle el modo de su concepción y nacimiento, con los que comienza la nueva humanidad. Jesús es al mismo tiempo novedad absoluta y plenitud de un proceso his tórico.

La escena presenta tres personajes: José, María y el ángel del Señor, denominación del AT para designar al mensajero de Dios, que a veces se confunde con Dios mismo (Gn 16,7; 22,11; Ex 3,2, etc.).

II

Esta primera lectura tomada del Génesis nos habla de las bendiciones de Jacob que se dirigen no a sus hijos, sino a las doce tribus de Israel que llevarán sus nombres. Estas tribus tendrían en lo sucesivo suertes muy desiguales. La bendición de Jacob es como una manera de afirmar que esos destinos eran conocidos de Dios desde tiempos remotos y eran parte de su plan de salvación que bene ficia a todos, pero no da lo mismo a todos.

Las dos tribus de Judá y de José dominan el reparto. Al parecer, esta antigua profecía quería decir que Judá iba a vivir aparte de los demás hasta que viniera Aquel a quien los pueblos obedecerían. Pero este texto ha sido maltratado y es dudoso. ¿Se quería sólo celebrar la venida del rey David, o era el anuncio de un gran destino para el reino de Judá, o se trataba de la espera de un rey salvador? De hecho, los reyes del pueblo de Dios, y Jesús después de ellos, salieron de esa tribu. Judá es considerado aquí como el heredero de las promesas hechas a Abraham y a Jacob.

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Así mismo el evangelio de Mateo en sus primeros dos capítulos nos entrega lo que podríamos llamar “el evangelio de la infancia de Jesús”, que consta de estos temas: “Jesús llamado el Cristo” (1,16.18), salvador de su pueblo (1,21), Rey de lo judíos (2,2), adorado por los magos (2,11), pero desconocido y rechazado por las autoridades de su pueblo (2,13-23). No es que la infancia de Jesús se presente aquí con un gran contenido doctrinal; es más bien todo el evangelio de Mt el que desde su inicio nos hace explícito el tema central de su contenido: “Evangelio de la realeza y del sufrimiento ignominioso de Cristo Jesús”.

El texto de Mt que reflexionamos hoy forma parte de los cuatro breves relatos que nos presentan sucesivamente la “genealogía” de Jesús (1,1-17), su nacimiento (1,18-25), la visita de los magos (2,1-12), la huida a Egipto, la matanza de los niños de Belén, la vuelta de Egipto y el establecimiento en Nazaret (2,13-23). Estos cuatro relatos tienen una coherencia literaria y doctrinal; el estilo y las ideas son de una uniformidad innegable. No se trata de una introducción histórica en el sentido moderno de la palabra, ya que no se dice nada de las circunstancias generales, ni de las necesidades religiosas que preparan, envuelven o explican la aparición de Jesús cuyo medio familiar y espiritual apenas queda indicado. La genealogía de Mt hace resaltar la actividad creadora de Dios a lo largo de las generaciones israelitas.

Mateo vincula el nacimiento de Jesús a la historia entera de su pueblo, resumida y sabiamente caracterizada en la “genealogía”. Después pone constantemente su relato en relación con las escrituras judías del AT, introduciendo su tema favorito del “cumplimiento” de estas escrituras en la historia de Jesús (1,22; 2,5.15.17.23). En fin, desde el comienzo de su narración hace aparecer las implicaciones públicas, políticas e incluso internacionales de este nacimiento.

La genealogía de Mt hay que considerarla como una composición literaria que expresa la fe del cristianismo primitivo. Este es un género literario muy propio del Antiguo Testamento y de la corriente sacerdotal, a través del cual el escritor liga el personaje en el que está interesado a toda la historia anterior. Esto lo hace porque ve en el personaje de su relato la expresión simbólica que recoge el sentido de toda la historia vivida hasta el momento. Esto indica que para Mt Jesús es la clave desde donde hay que mirar toda la historia anterior.

Esta genealogía comprende tres ciclos de dos veces siete generaciones, las cuales corresponden a los tres períodos de la historia de Israel: de Abraham a David, de Salomón al destierro, del destierro a Jesús. El número 7 desempeña un papel determinante en ella; 14 es el valor numérico de David. Para permanecer fiel a esta cifra Mt ha pasado en silencio tres generaciones entre Jorán y Ozías. “Nos encontramos en presencia de una lista intencionalmente fundada sobre una cifra determinada. Su único fin es mostrar que Jesús, descendiente de David y de Abraham, es el depositario de la promesa hecha al patriarca y el nuevo David (Gal 3,16). Puesto al fin de una serie de 6 veces siete generaciones, inaugura, con el comienzo de la séptima serie, la plenitud de los tiempos” Jueves 18 de diciembre Rufo – Zosimo EVANGELIO Mateo 1, 18-24

18Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. 19Su esposo, José, que era hombre justo y no quería infamarla, decidió repudiarla en secreto. 20Pero, apenas tomó esta resolución, se le apareció en sueños el ángel del Señor, que le dijo:

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-José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte contigo a María, tu mujer, porque la criatura que lleva en su seno viene del Espíritu Santo. 21Dará a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.

22Esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta:

23Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de nombre Emanuel (Is 7,14).

(que significa «Dios con nosotros»). 24Cuando se despertó José, hizo lo que le había dicho el ángel del Señor y se llevó a su

mujer a su casa.

COMENTARIOS I

v. 18 Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de

vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. El matrimonio judío se celebraba en dos etapas: el contrato y la cohabitación. Entre uno y

otra transcurría un intervalo, que podía durar un año. El contrato podía hacerse desde que la joven tenía doce años; el intervalo daba tiempo a la maduración física de la esposa. María está ya unida a José por contrato, pero aún no cohabitan. La fidelidad que debe la desposada a su marido es la propia de personas casadas, de modo que la infidelidad se consideraba adulterio. El «Espíritu Santo» (en gr. sin artículo en todo el pasaje) es la fuerza vital de Dios (espíritu = viento, aliento), que hace concebir a María. El Padre de Jesús es, por tanto, Dios mismo. Su concepción y nacimiento no son casuales, tienen lugar por voluntad y obra de Dios. Así expresa el evangelista la elección de Jesús para su misión mesiánica y la novedad absoluta que supone en la historia (nueva creación).

v. 19 Su esposo, José, que era hombre justo y no quería infamarla, decidió repudiarla en

secreto. José es el hombre justo o recto. Por el uso positivo que hace Mt del término; en ambos casos

«justos» asociados a «profetas») se ve que es prototipo del israelita fiel a los mandamientos de Dios, que da fe a los anuncios proféticos y espera su cumplimiento; puede considerarse figura del resto de Israel. Su amor o fidelidad a Dios lo manifiesta queriendo cumplir la Ley, que lo obligaba a repudiar a María, a la que consideraba culpable de adulterio; el amor al prójimo como a sí mismo le impedía, sin embargo, infamarla. De ahí su decisión de repudiarla en secreto y no exponerla a la vergüenza pública. Interviene «el ángel del Señor», y José, que encarna al resto de Israel, es dócil a su aviso; comprende que la expectación ha llegado a su término: se va a cumplir lo anunciado por los profetas.

Se percibe al mismo tiempo el significado que el evangelista atribuye a la figura de María, quien más tarde aparecerá asociada a Jesús, en ausencia de José (2,11). Ella representa a la comunidad cristiana, en cuyo seno nace la nueva creación por la obra continua del Espíritu. La duda de José refleja, por tanto, el conflicto interno de los israelitas fieles ante la nueva realidad, la comunidad cristiana. Por la ruptura con la tradición que percibe en esta comunidad (= nacimiento virginal sin padre o modelo humano/judío), José/Israel debe repudiarla para ser fiel a esa tradición; por otra parte, no tiene motivo alguno real para difamarla, pues su conducta intachable es patente El ángel del Señor, que representa a Dios mismo, resuelve el conflicto invitando al Israel fiel a aceptar

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la nueva comunidad, porque lo que nace en ella es obra de Dios. Ese Israel comprende la novedad del mesianismo de Jesús y acepta la ruptura con el pasado.

v. 20 . Pero, apenas tomó esta resolución, se le apareció en sueños el ángel del Señor,

que le dijo: -José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte contigo a María, tu mujer, porque la

criatura que lleva en su seno viene del Espíritu Santo La apelación «hijo de David», aplicada a José, indica, en relación con 1,1, que el derecho a

la realeza le viene a Jesús por la línea de José. El hecho de que el ángel se aparezca a José siempre en sueños (2,13.19) muestra que el evangelista no quiere subrayar la realidad del ángel del Señor.

v. 21 . Dará a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de

los pecados. El ángel disipa las dudas de José, le anuncia el nacimiento y le encarga, como a padre legal,

de imponer el nombre al niño. El nombre Jesús, «Dios salva», es el mismo de Josué, el que introdujo al pueblo en la tierra prometida. Se imponía en la ceremonia de la circuncisión, que incorporaba al niño al pueblo de alianza. El significado del nombre se explica por la misión del niño: éste va a salvar a "su pueblo", el que pertenecía a Dios (Dt 27,9; 32,9; Ex 15,16; 19,5; Sal 135,4): se anticipa el contenido de la profecía citada a continuación. El va a ocupar el puesto de Dios en el pueblo. Va a salvar no del yugo de los enemigos o del poder extranjero, sino de «los pecados», es decir, de un pasado de injus ticia. «Salvar» significa hacer pasar de un estado de mal y de peligro a otro de bien y de seguridad: el mal y el peligro del pueblo están sobre todo en «sus pecados», en la injusticia de la sociedad, a la que todos contribuyen.

vv. 22-24: Esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta:

23Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de nombre Emanuel (Is 7,14) (que significa «Dios con nosotros»). 24Cuando se despertó José, hizo lo que le había dicho el ángel del Señor y se llevó a su mujer a su casa.

El evangelista comenta el hecho y lo considera cumplimiento de una profecía (1,22 «Todo esto sucedió, etc.»). Mientras, por un lado, el nacimiento de Jesús es un nuevo punto de partida en la historia, por otro, es el punto de llegada de un largo y atormentado proceso. Con el término Emmanuel, "Dios con nosotros" o, mejor, «entre nosotros», da la clave de interpretación de la persona y obra de Jesús No es éste un mero enviado divino en paralelo con los del AT. Representa una novedad radical. El que nace sin padre humano sin modelo humano al que ajustarse, es el que puede ser y de hecho va a ser la presencia de Dios en la tierra, y por eso será el salvador. Respeto de José por el designio de Dios cumplido en María.

II

En la primera lectura el profeta Jeremías nos habla de un hijo legítimo de David que gobernará a Israel, aludiendo al Mesías esperado. Será el pastor que viene a administrar “la justicia y el derecho en el país”(v 5). La justicia y el derecho en la Biblia expresan la voluntad de Dios. Por esa razón el enviado será llamado “Señor, justicia nuestra”(v.6).

El evangelio de hoy nos coloca el nacimiento de Jesús en la línea davídica, destacando la figura de José; el cual, desposado con María, la joven nazarena, va a cuidar de su hijo en la familia de Nazaret.

Para entender correctamente este evangelio es necesario conocer que la celebración del matrimonio entre los judíos constaba de dos actos: los esponsales o desposorios que suponían un compromiso tan real, que al prometido se le llamaba ya “marido” y no podía quedar libre más que

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por el repudio; y las bodas propiamente tales, que eran la ceremonia complementaria del contrato matrimonial.

La justicia de José consiste en que no quiere encubrir con su nombre a un niño cuya filiación ignora, pero también en que, convencido de la virtud de María, se niega entregar este misterio al riguroso procedimiento de la ley.

José no conocía el misterio de la encarnación; es explicable entonces su turbación ante el hecho que tiene a sus ojos y ante el convencimiento de la santidad de María. Se halla frente a un misterio que no alcanza a comprender y por eso piensa en dejar a María. Dios cumple su promesa y lo hace en forma desconcertante. Viene a través de una joven judía que acepta en ella la obra del Espíritu Santo.(v. 18). José, su esposo, se desconcierta (v.19); esa perplejidad lo dispone para comprender la acción de Dios. Cuando pensamos que todo discurre “normalmente” no somos capaces de percibir lo nuevo en lo imprevisto.

El niño que ha de nacer será llamado Jesús, que significa “Yahvé salva”, porque “él salvará a su pueblo de sus pecados”(v.21). “Su pueblo” va más allá del mundo hebreo, abarca la humanidad entera, haciéndose pueblo de Dios. En una humilde casa de Nazaret, en el seno de una joven, llega, discretamente, aquel que restableció nuestra amistad con Dios. A ese don contribuye la sencillez de José.

Como en la vida de José, también a veces se nos presentan situaciones difíciles y oscuras; dentro de los planes de Dios se hallan con frecuencia las pruebas y las tribulaciones, las cuales sirven para purificarnos y acercarnos más a Dios. Viernes 19 de diciembre Nemecio EVANGELIO Lucas 1, 5-25

5Hubo en tiempos de Herodes, rey del país judío, cierto sacerdote de nombre Zacarías, de la sección de Abías; tenía por mujer a una descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel. 6Ambos eran justos delante de Dios, pues procedían sin falta según todos los mandamientos y preceptos del Señor. 7No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y eran ya los dos de edad avanzada.

8Mientras prestaba su servicio sacerdotal ante Dios en el turno de su sección, 9le tocó entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso, según la costumbre del sacerdocio; 10toda la muchedumbre del pueblo estaba fuera orando durante el rito del incienso. 11Se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. 12Zacarías, al verlo, se sobresaltó y lo invadió el temor.

13Pero el ángel le dijo: -No temas, Zacarías, que tu ruego ha sido escuchado: tu mujer, Isabel, te dará a luz un

hijo y le pondrás de nombre Juan. 14Será para ti una grandísima alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento, 15porque va a ser grande a los ojos del Señor; no beberá vino ni licor, se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre 16y convertirá a muchos israelitas al Señor su Dios. 17El precederá al Señor con el espíritu y fuerza de Elías, para reconciliar a los padres con los hijos y enseñar a los rebeldes la sensatez de los justos, preparando así al Señor un pueblo bien dispuesto.

18Zacarías replicó al ángel: -¿Qué garantía me das de ¿eso? Porque yo soy ya viejo y mi mujer de edad avanzada. 19El ángel le repuso:

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-Yo soy Gabriel, que estoy a las órdenes inmediatas de Dios, y me han enviado para darte de palabra esta buena noticia. 20Pues mira, te quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día que eso suceda, por no haber dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento.

21El pueblo estaba aguardando a Zacarías, extrañado de que tardase tanto en el santuario. 22Pero cuando salió no podía hablarles, y comprendieron que en el santuario había tenido una visión. El les hacía gestos, pero permanecía mudo.

23Cuando se cumplieron los días de su servicio, se marchó a su casa. 24Después de aquello concibió Isabel, su mujer, y estuvo cinco meses sin dejarse ver. Ella se decía:

25-Esto se lo debo al Señor, que ahora se ha dignado librarme de esta vergüenza mía ante la gente.

COMENTARIOS I

EL PASADO RELIGIOSO DE ISRAEL:

DIOS SE APIADA DE LA ESTERILIDAD DE SU PUEBLO «Hubo en tiempos de Herodes, rey del país judío (lit. "de Judea"), cierto sacerdote de

nombre Zacarías, de la sección de Abías; tenía por mujer a una descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel. Ambos eran justos delante de Dios, pues procedían sin falta según los mandamientos y preceptos del Señor. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril, y eran ya los dos de edad avanzada» (1,5-7). Lucas empieza trazando las coordenadas espacio-temporales que enmarcarán el relato. En primer lugar traza el eje horizontal, formado mediante la confluencia de un dato temporal, «Herodes» el Grande (vivió entre los años 40-5/4 a.C.), y otro espacial, (rey del) «país judío». Más adelante trazará el eje vertical, mediante la mención de «Galilea» (1,26) y del «César Augusto» (2,1).

Zacarías es presentado como un personaje representativo de una casta («cierto sacerdote»), real o histórico (nombre). Tanto él como su mujer, Isabel, son descendientes de Aarón (entronque con el pasado religioso de Israel) y son descritos como observantes intachables de la Ley: representan a la institución judía, fundada sobre el culto y la Ley. Podríamos muy bien decir que constituyen la quintaesencia de la religión judía. Lucas se apresura, sin embargo, a calificarla de estéril: no tienen descendencia ni esperanza alguna de tenerla. No tener hijos, en aquella cultura, constituía una vergüenza muy grande y era considerado frecuentemente como signo de castigo divino, al igual que tener hijos era signo de bendición. No sólo Isabel era estéril como Rebeca y Raquel, sino que ambos eran ya viejos como Abrahán y Sara. El contraste entre su actitud profundamente religiosa, de observantes intachables de la Ley, y su vergonzosa situación ante la sociedad judía, recalcada al máximo, está servido.

«Mientras prestaba su servicio sacerdotal ante Dios en el turno de su sección, le tocó entrar en el santuario del Señor a ofrecer incienso, según la costumbre del sacerdocio; toda la asamblea del pueblo estaba fuera orando durante el rito del incienso» (1,8-10). A la descripción estática de su condición sacerdotal intachable sigue ahora otra dinámica. Lucas detiene la imagen en el preciso momento en que Zacarías, uno de los 18.000 sacerdotes de rango inferior (a diferencia de los sumos sacerdotes) que estaban al servicio del templo de Jerusalén, se encuentra ofreciendo el incienso dentro del santuario, el lugar más sagrado de la institución religiosa judía. El incienso ofrecido simboliza la oración oficial, recitada por el representante de turno de la casta sacerdotal, antes de los sacrificios matutino y vespertino. Sólo una vez en la vida -dado el elevado número de sacerdotes- se le permitía ofrecer el incienso a un simple sacerdote. Se subraya el aspecto que hoy llamaríamos de funcionario («en el turno de su sección», «le tocó», «según la costumbre») y, por encima de todo, se pone de relieve la excepcional importancia de ese momento culminante en la ya larga vida de Zacarías (lit. «le tocó ofrecer incienso después de entrar en el santuario del Señor»).

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En contraste con él, «toda la asamblea del pueblo», es decir, todo el pueblo de Israel («el pueblo» es un término técnico para designar a Israel como contradistinto de «las naciones paganas»), se encuentra «fuera» del recinto sagrado. Lucas se recrea en la distinción entre la clase sacerdotal dirigente, representada por Zacarías, y el pueblo laico. Del primero ha escogido el que muy bien podríamos llamar día más feliz y trascendental de su vida, el día en que ha tenido acceso al santuario; del segundo, en cambio, se dice literalmente que «estaba orando fuera a la hora del incienso». El pueblo, a diferencia de sus dirigentes, quienes lo han institucionalizado todo, a pesar de encontrarse «fuera», todavía abriga esperanzas de cambio («estaba orando») e intuye que se avecina un acontecimiento histórico excepcional: «toda la asamblea del pueblo» de Israel se ha congregado precisamente «a la hora del incienso».

Entra ahora en escena un tercer personaje: «Se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso» (1,11). El mensajero divino acude puntualmente a la cita. Su presencia aterroriza a Zacarías. No se lo esperaba. El rito había ahogado la experiencia personal. Pero el mensajero divino está ahí, «de pie», con un mensaje muy concreto.

ASCETA Y PROFETA:

LA FLOR Y NATA DE LA RELIGION JUDIA «No temas, Zacarías, que tu ruego ha sido escuchado: tu mujer, Isabel, te dará a luz un hijo y

le pondrás de nombre Juan» (1,13). En otro tiempo, el 'ruego' de Zacarías habría tenido relación con el hecho de tener un hijo. Obviamente no ahora: su incredulidad frente al anuncio delata que ya había perdido toda esperanza. Pero... el pueblo de Israel seguía alimentando una tenue esperanza de liberación.

El hijo que va a tener Zacarías no se parecerá a su padre, no heredará la tradición paterna cifrada -como veremos- en el nombre. Se llamará «Juan»: «será grande a los ojos del Señor; no beberá vino ni licor y se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre» (1,15). Será un gran asceta, pero también un profeta, y por cierto que desde su nacimiento.

Después de describirnos su condición, pasa Lucas a concretar cuál será su misión: «convertirá a muchos israelitas al Señor su Dios y lo precederá con el espíritu y fuerza de Elías, para reconciliar a los padres con los hijos y enseñar a los rebeldes la sensatez de los justos, preparando así al Señor un pueblo bien dispuesto» (1,16-17). No se prevé un cambio institucional (culto del templo y Ley), pero sí cierta ruptura (vida ascética) a cargo de un profeta superior a los antiguos, pues se llenará de Espíritu Santo ya antes de nacer. Promoverá un potente movimiento de conversión en su calidad de Precursor del Mesías. Podemos concretar ahora algo más sobre cuál era el objeto del 'ruego' que un día compartían sacerdocio y pueblo: la salvación de Israel mediante una intervención divina que salvase a su pueblo. Ese 'ruego' empieza a realizarse ahora contra toda esperanza con el anuncio del nacimiento del Precursor.

LOS RITOS VACÍOS GENERAN INCREDULIDAD

La actitud de Zacarías frente al anuncio del ángel es de incredulidad: «¿Qué garantía me das de eso? Porque yo soy ya viejo y mi mujer de edad avanzada» (1,18). ¿Qué sentido tenía entonces el rito que con tanta solemnidad estaba celebrando? ¿Creía en lo que hacía o se trataba de un mero formalismo? A pesar del precedente de Abrahán y Sara (Gn 17,15-21; 18,14-15), que se encuentra en el trasfondo de la escena, ni el culto ni la observancia le han procurado la fe. La petición de una señal podría entenderse positivamente, como en el caso de Abrahán (Gn 15,8), pero el tono que le imprime («porque...») revela su falta de fe en lo que el ángel da ya como un hecho («tu mujer te dará a luz un hijo»). Su actitud incrédula repercute en todo el sacerdocio a quien él está representando: su relación con Dios es puramente formal y rutinaria. No cree en lo que dice; está convencido de que es ya demasiado tarde («viejo/edad avanzada») para que Dios pueda intervenir en la historia. Menos mal que Israel todavía sigue abrigando esperanzas de liberación.

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LA MUDEZ TEMPORAL EVITARA QUE ZACARÍAS SIGA EMBAUCANDO AL PUEBLO

El ángel no se inmuta. Es más, revelando su nombre y el significado de su función confiere realismo al anuncio: «Yo soy Gabriel, "el que está a las órdenes inmediatas de Dios", y me han enviado para comunicarte de palabra esta buena noticia» (1,19). Ante la incredulidad de Zacarías, Gabriel, la Fuerza de Dios que actúa en la historia del hombre, no puede menos que dejarlo «mudo», para que no pronuncie palabra alguna hasta que no se haya realizado el contenido de su anuncio: «Pues mira, te quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día que eso suceda, por no haber dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento» (1,19). La incredulidad de la institución sacerdotal a la que él representa no podrá impedir que el plan de Dios se lleve a cabo, pero su misión, de momento, ha terminado. Si siguiera hablando, podría comprometerla.

LA EXPECTACION CONTRA TODA ESPERANZA

DEL PUEBLO DE ISRAEL El pueblo estaba aguardando a Zacarías, extrañado de que tardase tanto en el santuario. Pero

cuando salió no podía hablarles, y comprendieron que en el santuario había tenido una visión. El les hacía gestos, pero permanecía mudo» (1,21-22). El pueblo de Israel no ha perdido la esperanza, a pesar de la tardanza proverbial que ha ido aparejada a la realización de la promesa. Intuye que algo excepcional ha ocurrido, pero ignora cuáles son los términos de la experiencia profunda que ha tenido Zacarías en el santuario. Las experiencias interiores son expresadas en esta cultura a base de visiones e imágenes externas. Se subraya la «mudez» de Zacarías, que a la postre se revelará también en términos de «sordomudez», por haberse cerrado a cal y canto al mensaje del ángel.

EN LA CASA, FUERA DEL RECINTO DEL TEMPLO,

SE CUMPLE LA PROMESA Toda la escena se ha desarrollado hasta ahora en el recinto del templo y, más en concreto, en

el interior del santuario. Sólo cuando Zacarías «regrese a su casa», situada en las inmediaciones de Jerusalén, «una vez que se cumplieron los días de su servicio» litúrgico, vacío de contenido, la historia podrá seguir su curso: «Después de aquello concibió Isabel, su mujer, y estuvo cinco meses sin dejarse ver. Ella se decía: "Esto se lo debo al Señor, que ahora se ha dignado librarme de esta vergüenza mía ante los hombres" » (1,23-25). De las relaciones interpersonales («casa», «su mujer») nace la vida. La concepción de Juan ha sido extraordinaria en su anuncio, pero no en el modo como se ha realizado. Llevará la impronta de la tradición paterna, pero su misión no se verá frenada por ella, ya que no ha sido por iniciativa humana, sino por la intervención de Dios en la historia de Israel como se ha podido superar la «vergüenza» secular de un pueblo que se llamaba «el pueblo de Dios», pero que permanecía estéril ante la humanidad. Dios ha visitado a su pueblo en la persona de Isabel y le ha dado la fecundidad. Los «cinco meses» presagian el «sexto mes» en que la historia del hombre recomenzará con la formación del Hombre nuevo, a imagen y semejanza de Dios, completando la creación primordial del hombre hecho únicamente «a imagen de Dios», el sexto día.

II

El libro de los Jueces nos traslada al momento histórico en que, después de la muerte de Josué, las tribus de Israel se hallan inquietas por su suerte al verse amenazadas por los filisteos. Dios va a suscitar, dentro de esa serie de nacimientos que jalonan todo el AT, un salvador, Sansón, haciéndolo nacer precisamente de una mujer estéril.

Casi la misma escena es la que se repite en el evangelio. Aquí se trata de Juan el Bautista. Dios ha elegido para madre suya a una mujer también estéril.

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A través de todo esto nos es dado comprender que Dios se complace en mostrar su fuerza allí donde abunda la debilidad. El escoge lo sencillo, lo impotente y lo inútil para hacer grandes cosas.

Zacarías e Isabel, los padres de Juan Bautista, eran justos y santos en la presencia de Dios; su vida transcurría en el cumplimiento de sus obligaciones religiosas con Dios nuestro Señor. Dios los premió con la alegría de tener un hijo, pese a lo avanzado de su edad.

El evangelio resalta la santidad de vida del Bautista y su consagración a la misión precursora de el Mesías; es decir, nos describe al Bautista como un hombre consagrado a Dios. Si bien lo miras, tú también estás consagrado a Dios por el bautismo, y tú también debes sentir la necesidad de “estar lleno del Espíritu Santo”; si lo estuvieras, qué distinto sería tu acento cuando hablas de Dios, qué distinta tu motivación y tus palabras y sobre todo qué distinto sería el calor que comunicarías a los que te rodean: el calor de la santidad. Debes invocar con frecuencia al Espíritu Santo y cuando lo hagas, debes hacerlo de un modo consciente; la mayor alabanza que podría decirse de ti, es que “estás lleno del Espíritu de Dios”. Sábado 20 de diciembre Abraham – Isaac – Jacob EVANGELIO Lucas 1, 26-38

26A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, 27a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. 28Entrando adonde estaba ella, el ángel le dijo:

-Alégrate, favorecida, el Señor está contigo. 29Ella se turbo al oír estas palabras, preguntándose que saludo era aquél 30El ángel le

dijo: -No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. 31Mira, vas a concebir en tu seno y

a dar a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús. 32Este será grande, lo llamarán Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; 33reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin.

34María dijo al ángel: -¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre? 35El ángel le contestó: -El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por

eso al que va a nacer lo llamarán "Consagrado", "Hijo de Dios". 36Y mira también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses porque para Dios no hay nada imposible

38Respondió María: -Aquí está la sierva del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho. Y el ángel la dejó.

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COMENTARIOS I

JESUS, EL MESIAS ESPERADO

RUPTURA CON EL PASADO:

DIOS CONTACTA CON UNA MUCHACHA DEL PUEBLO «En el sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret,

a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María» (1,26-27). Trazado ya el eje horizontal de las nuevas coordenadas del momento histórico en que Dios se ha decidido a intervenir personalmente en la historia del hombre, «Herodes» (tiempo) y «Judea» (espacio), diseña ahora Lucas el eje vertical, comenzando por el dato espacial, «Galilea», al que seguirá más tarde el dato temporal («César Augusto, cf. 2,1).

El zoom de aproximación funciona esta vez con más precisión: «a un pueblo que se llamaba Nazaret». Aunque en el episodio anterior se sobrentend ía que se trataba de Jerusalén, donde radicaba el templo, por razones teológicas Lucas omitió mencionar una y otro, limitándose a encuadrar el relato en «el santuario» como lugar apropiado para las manifestaciones divinas.

El contraste entre «el santuario» y «el pueblo de Nazaret» es intencionado. Nazaret no es nombrado jamás en el AT: no está ligado a promesa o expectación mesiánica alguna; esta segunda intervención divina no va a representar una continuidad con el pasado.

Aun cuando el mensajero es el mismo, el primer mensaje iba dirigido a la institución religiosa; el segundo, a una muchacha del pueblo. Igualmente, en contraste con la primera escena, el mensajero Gabriel no se dirige a un hombre (Zacarías), casado con una mujer (Isabel) y entrado ya en años, sino a una mujer «virgen» (María), desposada pero sin convivir todavía con un hombre (José). La primera pareja estaba íntimamente entroncada con la tradición sacerdotal de Aarón, explicitándose la ascendencia a propósito de Isabel (lit. «una de las hijas de Aarón»); la nueva pareja se remonta, en cambio, a David, pero por línea masculina, José («de la estirpe de David»). Isabel era «estéril» y «de edad avanzada», María es «virgen» y recién «desposada», resaltándose su absoluta fidelidad a Dios (por oposición a la esposa «adúltera» o «prostituida», figuras del pueblo extraviado; cf. Os 2,4ss; Jr 3,6-13; Ez 16). A propósito de María, no se menciona ascendencia alguna ni se habla de observancia. María representa a «los pobres» de Israel, el Israel fiel a Dios («virgen», subrayado con la doble mención), sin relevancia social (Nazaret).

Jugando con los «cinco meses» en que Isabel permaneció escondida y «el sexto mes» en que Dios envió de nuevo a su mensajero, encuadra Lucas el anuncio de la concepción de Jesús en el marco de su predecesor. «En el sexto mes», como otrora «el día sexto», Dios va a completar la creación del Hombre.

El ángel «entra» en la casa donde se encuentra María (en el santuario del templo no entró, sino que «se apareció de pie a la derecha del altar del incienso») y la saluda: «Alégrate, favorecida, el Señor está contigo» (1,28). La salvación se divisa ya en el horizonte; de ahí ese saludo de alegría. El término «favorecida/agraciada» de la salutación y la expresión «que Dios te ha concedido su favor/gracia» (lit. «porque has encontrado favor/gracia ante Dios») son equivalentes. María goza del pleno favor divino, por su constante fidelidad a la promesa hecha por Dios a Israel. Más tarde se dirá de Jesús que «el favor / la gracia de Dios descansaba sobre él» (2,40); en el libro de los Hechos se predicará de José y de David (Hch 7,10.46), pero sobre todo de Esteban: «lleno de gracia/favor y de fuerza» (Hch 7,8). «El Señor está contigo» es una fórmula usual en el AT y en Lucas para indicar la solicitud de Dios por un determinado personaje (Lc 1,66 [Juan B.]; Hch 7,9 [José, hijo de Jacob]; 10,38 [Jesús]; 11,21 [los helenistas naturales de Chipre y de Cirene]; 18,10 [Pablo]; cf. Dt 2,7; 20,1, etc.); asegura al destinatario la ayuda permanente de Dios para que lleve a cabo una tarea humanamente impensable. El saludo no provoca temor alguno en María, sino sólo turbación por la magnitud de su contenido (1,29a), a diferencia de Zacarías («se turbó Zacarías y el temor irrumpió

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sobre él», 1,12). Inmediatamente se pone a ponderar cuál sería el sentido del saludo que se le había dirigido en términos tan elogiosos (1,29b).

HIJO DEL ALTÍSIMO

Y HEREDERO DEL TRONO DE DAVID = REY UNIVERSAL «No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu seno y a

dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús» (1,30). En contraste con el anuncio dirigido a Zacarías, es ahora María la destinataria del mensaje. Dios ha escogido libremente a María y le ha asegurado su favor.

A diferencia de Isabel, que había esperado, en vano, tener un hijo, María va a dar a luz un hijo cuando todavía no lo esperaba, siendo así que, si bien sus padres ya la han desposado con José, ella sigue siendo «virgen». La construcción lucana es fiel reflejo de la profecía de Isaías: «Mira, una virgen concebirá en su seno y dará a luz un hijo, y le pondrá de nombre Emmanuel» (Is 7,14). La anunciación es vista por Lucas como el cumplimiento de dicha profecía.

Igualmente, a diferencia de Zacarías, quien debía imponer a su hijo el hombre de «Juan», aquí es María, contra toda costumbre, la que impondrá a su hijo el nombre de «Jesús» («Dios salva»). Mientras que allí se apreciaba una cierta ruptura con la tradición paterna, aquí la ruptura es total. Se excluye la paternidad de José: «Este será grande, lo llamarán Hijo de Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin» (1,32-33).

Continúa el paralelismo, acrecentándose el contraste: tanto Juan como Jesús serán «grandes», pero el primero lo será «a los ojos del Señor» (1,15a), ya que será «el más grande de los nacidos de mujer», por su talante ascético y su condición de profeta eximio, superior a los antiguos, por haberse «llenado de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre»; Jesús, en cambio, será «grande» por su filiación divina, por eso lo reconocerán como el Hijo del Dios supremo («el Altísimo» designa al Dios del universo) y recibirá de manos de Dios el trono de su padre/antepasado David, sin descender directamente de él.

«Ser hijo» no significa solamente haber sido engendrado por un padre, sino sobre todo heredar la tradición que éste transmite y tener al padre por modelo de comportamiento; no será David el modelo de Jesús; su mensaje vendrá directamente de Dios, su Padre, y sólo éste será modelo de su comportamiento. La herencia de David le correspondería si fuera hijo de José («de la estirpe de David»), pero el trono no lo obtendrá por pertenecer a su estirpe, sino por decisión de Dios («le dará», no dice «heredará»). «La casa de Jacob» designa a las doce tribus, el Israel escatológico. En Jesús se cumplirá la promesa dinástica (2Sm 7,12), pero no será el hijo/sucesor de David, sino algo completamente nuevo, aunque igualmente perpetuo (Dn 2,22; 7,14).

LA NUEVA TRADICION INICIADA POR EL ESPÍRITU SANTO

María, al contrario de Zacarías, no pide garantías, pregunta sencillamente el modo como esto puede realizarse: «¿Cómo sucederá esto, si no vivo con un hombre?» (lit. «no estoy conociendo varón», 1,34): el Israel fiel a las promesas no espera vida/fecundidad de hombre alguno, ni siquiera de la línea davídica (José), sino sólo de Dios, aunque no sabe cómo se podrá llevar a cabo dicho plan. María «no conoce hombre» alguno que pueda realizar tamaña empresa.

Son muy variadas las hipótesis que se han formulado sobre el sentido de esta pregunta. Deducir de ella que María ha hecho un voto de castidad contradice de plano la psicología judía en el caso de una muchacha palestina «desposada» ya, pero que no ha tenido relaciones sexuales con su marido, pues éste no se la ha llevado todavía a su casa. Lucas no pretende ofrecernos una transcripción literal de un diálogo; se trata más bien de un procedimiento literario destinado a preparar el camino para el anuncio de la actividad del Espíritu en el versículo siguiente.

La respuesta del ángel pone todas las cartas de Dios boca arriba: «El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, al que va a nacer, lo llamarán "Consagrado", "Hijo de Dios"» (1,35). María va a tener un hijo sin concurso humano.

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A diferencia de Juan Bautista, quien va a recibir el Espíritu antes de nacer, pero después de su concepción al modo humano, Jesús será concebido por obra del Espíritu, la fuerza creadora de Dios. La venida del Espíritu Santo sobre María anticipa la promesa formulada por Jesús en los mismos términos a los apóstoles (cf. Hch 1,8), que se cumplirá por la fiesta de Pentecostés. La idea de «la gloria de Dios / la nube» que «cubría con su sombra» el tabernáculo de la asamblea israelita (Ex 40,38), designando la presencia activa de Dios sobre su pueblo (Sal 91 [90 LXX],4; 140,7 [139,8 LXX]), se insinúa aquí describiendo la presencia activa de Dios sobre María, de tal modo que María dará a luz un hijo que será el Hijo de Dios, el Consagrado por el Espíritu Santo, en una palabra: el Mesías (= el Ungido).

Se afirma claramente el resultado de la concepción virginal, pero no se dice nada sobre el modo como esto se realizará. La idea de una fecundación divina es demasiado antropomórfica. Mediante un nuevo acto creador (Espíritu Santo), se anuncia el nacimiento del nuevo Adán, el comienzo de una humanidad nueva.

La nueva fuerza que Jesús desplegará es la del Dios Creador/ Salvador, la que no le fue posible imprimir en la misma creación, por las limitaciones inherentes a todo lo creado. Dios sólo puede desplegar la fuerza del Espíritu a través de personas que se presten libremente a llevar a término su proyecto sobre el hombre, un proyecto que no termina con la aparición del homo sapiens, sino que más bien empieza con él, puesto que debe partir precisamente del hombre que es consciente de sus actos, del hombre que ha experimentado personalmente la necesidad de una fuerza superior e ilimitada que pueda llevar a término un proyecto de sociedad que no se apoye en los valores ancestrales del poder y de la fuerza bruta ni en los más sofisticados del dinero y del saber, fruto todos ellos de la limitación de la criatura y de la inseguridad del hombre.

Esta fuerza, que Dios concede a los que se la piden, es la fuerza del Espíritu Santo. María ha resultado ser la primera gran «favorecida/agraciada»; Jesús será «el Mesías/Ungido» o «Cristo»; nosotros seremos los «cristianos», no de nombre, sino de hecho, siempre que, como María, nos prestemos a colaborar con el Espíritu. Esta es la gran tradición que éste inicia, después de liberarnos de las inhibiciones, frustraciones y fanatismos del pasado (familiar, religioso, nacional), la que uno mismo va amasando a lo largo de repetidas experiencias y que delata siempre su presencia manifestándose espontáneamente bajo forma de frutos abundantes para los demás.

LA UTOPIA ES EL COPYRIGHT DE DIOS

La incredulidad de Zacarías, quien pedía pruebas, por considerar que tanto su senectud como la de su mujer no ofrecían garantía alguna de éxito para la empresa que se le anunciaba, se tradujo en «sordomudez». A María, en cambio, que no ha pedido prueba alguna que confirmara la profecía, el ángel añade una señal: «Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible» (1,36).

La repetición, por tercera vez, del tema de la «vejez/esterilidad» sirve para recalcar al máximo la situación límite en que se encontraba la pareja; la repetición del tema de los «seis meses» constituye el procedimiento literario más idóneo para enmarcar (abre y cierra el relato) el nacimiento del Hombre nuevo en el «día sexto» de la nueva y definitiva creación. La fuerza creadora de Dios no tiene límites: no sólo ha devuelto la fecundidad al Israel religiosamente estéril, sino que ha recreado el Hombre en el seno de una muchacha del pueblo cuando todavía era «virgen», sin concurso humano, excluyendo cualquier atisbo de tradición paterna que pudiese poner en peligro la realización del proyecto más querido de Dios.

EL «NO» DEL HOMBRE RELIGIOSO Y EL «SI» DE LA MUCHACHA DEL PUEBLO

Zacarías no dio su consentimiento, pero Dios realizó su proyecto (lo estaba «esperando» el pueblo). María, en cambio, da su plena aprobación al anuncio del ángel: «Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho» (1,38a). María no es «una sierva», sino «la sierva del

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Señor», en representación del Israel fiel a Dios (Is 48,8.9.20; 49,3; Jr 46,27-28), que espera impaciente y se pone al servicio de los demás aguardando el cumplimiento de la promesa.

El díptico del doble anuncio del ángel termina lacónicamente: «Y el ángel la dejó» (1,38b). La presencia del mismo mensajero, Gabriel, que, estando «a las órdenes inmediatas de Dios» (1,19a), «ha sido enviado» a Zacarías 81,19b), primero, apareciéndosele «de pie a la derecha del altar del incienso» (1,11), y luego «ha sido enviado por Dios» nuevamente a María (1,26), presentándose en su casa con un saludo muy singular, pero sin darle más explicaciones (1,28), une estrechamente uno y otro relato. Por eso, sólo una vez ha concluido su misión, se comprueba su partida.

La descripción de la primera pareja, formada por Zacarías e Isabel, reunía los rasgos característicos de lo que se consideraba como la crema del árbol genealógico del pueblo escogido: Judea/ Jerusalén, región profundamente religiosa; sacerdote, de origen levítico; estricto observante de la Ley; servicio sacerdotal en el templo, entrada en el santuario del Señor para ofrecer el incienso el día más grande y extraordinario de su vida, constituyen la imagen fiel del hombre religioso y observante. Pese a ello, la pareja era estéril y ya anciana, sin posib ilidad humana de tener descendencia; ante el anuncio, Zacarías se alarmó, quedó sobrecogido de espanto, replicó, se mostró incrédulo, pues no tenía fe en el mensajero ni en su mensaje. El Israel más religioso había perdido toda esperanza de liberación, no creía ya en lo que profesaba, sus ritos estaban vacíos de sentido.

La descripción de la segunda pareja, todavía no plenamente constituida, formada por María desposada con José, pero sin cohabitar con él (los esponsales eran un compromiso firme de boda: podían tener lugar a partir de los doce años y generalmente duraban un año), invierte los términos: Galilea, región paganizada; Nazaret, pueblo de guerrilleros; muchacha virgen, no fecundada por varón; de la estirpe davídica por parte de su futuro consorte: es la imagen viviente de la gente del pueblo fiel, pero sin mucha tradición religiosa.

No obstante, María ha sido declarada favorecida, goza del favor y de la bendición de Dios, se turba al sentirse halagada, tiene fe en las palabras del mensajero, a pesar de no verlo huma-namente viable, cree de veras que para Dios no hay nada imposible. Lo puede comprobar en su prima Isabel, la estéril está embarazada, y ofrece su colaboración sin reticencias. El sí de María, dinamizado por el Espíritu Santo, concebirá al Hombre-Dios, el Hombre que no se entronca -por línea carnal- con la tradición paterna, antes bien, se acopla a la perfección -por línea espiritual- con el proyecto de Dios.

II

El texto de Isaías nos relata una de las profecías más importantes de la Biblia sobre “la virgen que da a luz”. Dicha profecía ha despertado varios interrogantes y diferentes interpretaciones por parte de los estudiosos de la Biblia.

Isaías ofrece al rey una señal milagrosa: pide a Yahvé...(v.11). Acaz se niega en términos piadosos que disimulan su voluntad de no volver atrás (v.12). Entonces estalla la ira del profeta: ¡Estos descendientes de David, que Dios siempre ha protegido, ya no sirven! Otro será el descendiente de David, capaz de dar salvación al pueblo de Dios. Yahvé se prepara para enviarlo. Su madre(llamada aquí la joven) le da el nombre del que será merecedor(v. 14). Pero, antes de que traiga la paz, este futuro rey se criará en la penuria (v.15), porque la política absurda de Acaz y sus semejantes va a traer, con toda seguridad, una ruina total al país.

Emmanuel, significa Dios-con-nosotros. Este niño no sólo nos regala bendiciones de Dios o liberaciones milagrosas, sino que, mediante su persona, Dios se hace presente entre los seres humanos y se verifican las promesas tantas veces escuchadas: “Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Os 2,25; Ez 37,27; Mt 28,20; Ap 20,3).

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Por qué el evangelio traduce: “La virgen” donde Isaías dice: la joven (madre)? El término utilizado por Isaías designa tanto a una jovencita como a una joven madre. Se empleaba para designar a la joven reina. Pero también los profetas decían “la virgen de Israel” para designar al pueblo amado de Dios. Por eso, los lectores posteriores podían entender este anuncio de la joven (o virgen) que da a luz de esta manera: “la comunidad creyente dará a luz al Mesías” (Mq 5,2).

Muchos judíos pensaban que el origen del Mesías habría de ser muy extraordinario y ya antes de Jesús la traducción griega de la Biblia había reemplazado el término utilizado por Isaías, “la joven”, por otro más preciso “la virgen”. Los evangelistas no tuvieron dificultad en reconocer el cumplimiento de dicha profecía en el nacimiento virginal de Jesús.

En el evangelio, el ángel Gabriel saluda a María: “alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Traducimos “alégrate” más que el común “salve”, que empleamos en el avemaría; el “salve” tiene un sentido muy latino, pero no castellano; en nuestra lengua se expresa mejor la idea por el “alégrate” y expresa la alabanza a María por haber sido favorecida por Dios con la plenitud de su gracia.

“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”: el evangelio nos dice que la Virgen “se conturbó” por las palabras tan honoríficas que el ángel le dirigió; era la profunda humildad de María, que se juzgaba indigna de tales elogios; pero fue esta humildad la que le atrajo la mirada de Dios.

La humildad de María la llevó a aceptar incondicionalmente la voluntad de Dios. Con su vida le dijo a Dios: “cúmplase en mí tu voluntad, realícese en mí el plan que tienes para la salvación del mundo”. Este es el verdadero modelo de nuestra oración, en la que más que pedir a Dios que haga nuestra voluntad, hemos de ofrecernos para que el Señor realice en nosotros su plan de salvación.

Domingo 21 de diciembre Pedro Canisio

CUARTO DE ADVIENTO

Primera lectura: Miqueas 5, 1-5 a. Salmo responsorial: 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19.

Segunda lectura: Hebreos 10, 5-10. EVANGELIO Lucas 1, 39-45

39Por aquellos días María se puso en camino y fue a toda prisa a la sierra, a un pueblo de Judá; 40entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41Al oír Isabel el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre e Isabel se llenó de Espíritu Santo. 42y dijo a voz en grito:

¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! 43y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? 44Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos la criatura saltó de alegría en mi vientre. 45¿Y dichosa tú por haber creído que llegará a cumplirse lo que te han dicho de parte del Señor!

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COMENTARIOS I

MODELO DE MUJER

Durante muchos años, en libros y devocionarios, en sermones y prédicas, desde púlpitos y ambones, se ha propuesto a María, la Virgen María, como modelo de mujer. Sus virtudes domésticas, su virginidad, su sencillez y sumisión a la vo luntad de Dios y a su esposo se divulgaban a los cuatro vientos para que todos -en especial las muchachas de tierna edad- miraran hacia ella e imitaran el modelo.

No ha pasado mucho tiempo desde que párrafos como el que voy a transcribir, sacado de un libro de meditaciones, alimentaran la espiritualidad de jóvenes y mayores. Decía así:

«María es modelo de mujer. ¡Qué amor al retiro de su casita! Si sale de su casa es por caridad, como en la Visitación, o por espíritu de obediencia, como ir a Belén, a Egipto o al templo de Jerusalén. Nunca emprende viajes por puro pasatiempo. Contémplala en la calle y observa su recogimiento interior, manifestado en la modestia de sus ojos y de todos sus ademanes. Persuadida de que es templo de Dios, no se disipa con el trato social. Finalmente, mírala en las ocupaciones de su casa: aun en los días de ahogo, de mucho trabajo, cómo sabe santificarlo con la presencia de Dios, que ni por un momento pierde... »

Páginas antológicas como ésta llenaban los libros de meditaciones para fieles devotos, proponiendo un modelo de mujer válido tal vez para el pasado, para los tiempos en que la mujer tenía por marco de vida su casa, y por única norma la obediencia y sumisión al marido, trayendo al mundo 'los hijos que Dios quiera', que vaya usted a saber si los quería Dios o no...

Una falsa lectura historicista de las contadas páginas evangélicas dedicadas a María la presentó como la mujer que estuvo siempre bien informada, con hilo directo celestial, con plena conciencia desde el primer momento de lo que en sus entrañas se gestaba; con una clarividencia que hacía de su fe en Dios una evidencia más que una búsqueda entre oscuridades, como es la fe de todos los humanos que se introducen por los senderos del evangelio.

Se proponía así imitar a María, copiar ese modelo, y trasladarlo a nuestra época y a nuestra vida. Ojalá que no sigamos cayendo en esa tentación. Porque lo que había en María de inculturación en una sociedad y tiempo ya pasados no debe seguir siendo imitado. En aquella sociedad, la mujer no se situaba en paridad de derechos y deberes con el varón, ni tenía acceso salvo rarísimas excepciones al mundo de la cultura. La mujer se definía como esposa y madre -en el caso de María, como esposa y Madre-Virgen, más difícil todavía-, debiendo desarrollar su trabajo, sólo y exclusivamente en el ámbito familiar y casero, a la sombra del varón.

¿Podemos seguir llamando a María 'modelo de mujer' hoy? Sí, pero si no la tomamos como modelo estático, como algo que hay que reproducir al pie de la letra. Dicho de otro modo: María es modelo de mujer no tanto por la situación concreta socio-cultural que vivió -perteneciente ya al pasado, irreproducible en el presente-, sino porque supo vivir y asumir las circunstancias que le tocaron en suerte vivir, siendo fiel a Dios y al hombre en todo momento.

Isabel, su prima, dio en la clave: «Dichosa tú porque has creído. Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1,45). María es modelo de creyente que da una respuesta a Dios en su ambiente y en su tiempo. El modo de esa respuesta tiene que ser hoy distinto de ayer. Los tiempos han cambiado.

II

LA QUE CREYO

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María es la figura más manipulada en toda la historia del Cristianismo Con el pretexto de ensalzar su grandeza, hemos hecho lo contrario de lo que ella hubiera querido; y se nos ha olvidado imitarla y creernos, como ella lo creyó, que lo que ha dicho el Señor se cumplirá

MARIA

A Zacarías -varón, sumo sacerdote, profesional de la religión, rico, culto- se le había anunciado de parte de Dios que él y su mujer, a pesar de su avanzada edad, tendrían un hijo al que Dios le encargaría la misión de preparar el camino al Mesías. Pero no se lo creyó hasta que no vio a su mujer encinta.

María -una muchacha sencilla de un pueblo perdido en las montañas de Galilea, en el extremo norte del país, marginada por ser mujer en la sociedad civil y en el ámbito religioso, pobre, sin preparación cultural alguna- escuchó también un mensaje de Dios: ella iba a ser la madre del Mesías. Y creyó. Y aceptó el papel que Dios le encomendaba llevar a cabo en el proceso de liberación que estaba a punto de iniciarse en la ya inminente intervención salvadora de Dios.

Cuando llegó a casa de Isabel, pariente suya, ya estaba sintiendo dentro de sí el cumplimiento de lo que se le había dicho, y su presencia llenó de Espíritu Santo a la mujer de Zacarías, en quien la palabra de Dios también se había hecho realidad. Esa fe es la que Isabel alaba cuando saluda a María con estas palabras: «¡Y dichosa tú por haber creído que llegará a cumplirse lo que te han dicho de parte del Señor! »

LO QUE MARIA CREYO

María creyó, por supuesto, que ella iba a ser la madre del Mesías; María creyó en lo extraordinario de ese nacimiento. María se fió de Dios cuando aceptó jugar un papel tan decisivo en la historia de la salvación. Pero María creyó en todo eso porque su fe tenía raíces hondas y creía y esperaba que se cumplieran las promesas que Dios había hecho a su pueblo. Toda esa fe que Isabel alaba en su saludo la proclama María de manera solemne en su respuesta: el canto que conocemos con el nombre de «Magnificat»:

Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque se ha fijado en la humillación de su sierva... derriba del trono a los poderosos y encumbra a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide de vacío. Ha auxiliado a Israel, su servidor, ...como lo había prometido a nuestros padres...

(Lc 1,46-55) María, como se ve, seguía creyendo en el carácter liberador del Señor, Dios de Israel. María

seguía creyendo en la necesidad y en la posibilidad de liberación. Y porque creía en todo lo que Dios había prometido a su pueblo, creyó que se cumpliría lo que se le había dicho a ella de parte del Señor. Y su fe se hizo realidad en Navidad.

CADA AÑO, NAVIDAD

No parece que los tronos y las coronas, los mantos de reina y los vestidos lujosos, el oro y las joyas estén muy de acuerdo con la fe de María, y sin embargo, ¿no es ésta la manera más frecuente de honrar a María, de manifestar nuestra fe en María? Sin embargo, todo eso es incompatible con la fe de María y con su compromiso personal, aceptando llevar a cabo la tarea que a ella le fue encomendada dentro del proyecto liberador de Dios.

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Parece como si alguien quisiera encumbrarla en los tronos de los poderosos, o llenarla con las riquezas de los ricos para moderar así la fuerza de su grito que agradecía y anunciaba la intervención de Dios en favor de la liberación de los pobres y humillados de su pueblo.

Dentro de unos días celebraremos, un año más, la Navidad. Sonarán los villancicos, se iluminarán las calles, se reunirán muchas familias... Pero toda esta fiesta, ¿tendrá algo que ver con la alegría de María, que nacía de su fe y que iba acompañada de su compromiso con el proyecto de Dios? Dios no hará nada por el hombre sin la colaboración o la aceptación del hombre mismo; por eso, el sí de María a la palabra de Dios hizo posible la Navidad; cuando nosotros la celebramos, ¿la estamos haciendo posible? ¿Nos conformaremos simplemente con pasarlo bien con el pretexto de la Navidad? Puede que demos limosna a algún pobre o que contribuyamos a alguna colecta para los pobres, pero ¿vamos a hacer algo para acabar con la pobreza, para devolver la dignidad a los humillados, para desterrar de nuestro mundo la injusticia, la opresión, la explotación de los débiles...?

La Navidad fue posible porque María creyó en la liberación, tuvo fe en el Dios liberador. En la medida en que nosotros creamos en la posibilidad de un mundo verdaderamente libre, en la medida en que creamos, como María, en que Dios está comprometido con la libertad de los hombres y, como ella, nos comprometamos a hacer todo lo posible para que este mundo sea la casa de los libres hijos de Dios, en esa medida estaremos llenando de sentido la celebración de la Navidad.

III

EL SERVICIO SOLICITO DEJA UNA ESTELA DE ALEGRIA

«Por estos mismos días María se puso en camino y fue a toda prisa a la sierra, en dirección a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (1,39-40). El nexo temporal que une esta nueva escena con la anterior es de los más estrechos, imbricándolas íntimamente. María se olvida de sí misma y acude con presteza en ayuda de su pariente, tomando el camino más breve, el que atravesaba los montes de Samaría. Lucas subraya su prontitud para el servicio: el Israel fiel que vive fuera del influjo de la capital (Nazaret de Galilea) va en ayuda del judaísmo oficial (Isabel; «Judá», nombre de la tribu en cuyo territorio estaba Jerusalén). Al igual que el ángel «entró» en su casa y la «saludó» con el saludo divino, María «entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel». De mujer a mujer, de mujer embarazada a mujer embarazada, de la que va a ser Madre de Dios a la que será madre del Precursor.

«Al oír Isabel el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre e Isabel se llenó de Espíritu Santo» (1,41). El saludo de María comunica el Espíritu a Isabel y al niño. La presencia del Espíritu Santo en Isabel se traduce en un grito poderoso y profético: « ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa la que ha creído que llegará a cumplirse lo que le han dicho de parte del Señor! » (1,42-45).

Isabel habla como profetisa: se siente pequeña e indigna ante la visita de la que lleva en su seno al Señor del universo. Sobran las palabras y explicaciones cuando uno ha entrado en la sintonía del Espíritu. La que lleva en su seno al que va a ser el más grande de los nacidos de mujer declara bendita entre todas las mujeres a la que va a ser Madre del Hombre nuevo, nacido de Dios. La expresión «Mira» concentra, como siempre, la atención en el suceso principal: el saludo de María ha servido de vehículo para que Isabel se llenase de Espíritu Santo y saltase de alegría el niño que llevaba en su seno. La sintonía que se ha establecido entre las dos mujeres ha puesto en comunicación al Precursor con el Mesías. La alegría del niño, fruto del Espíritu, señala el momento en que éste se ha llenado de Espíritu Santo, como había profetizado el ángel. A diferencia de

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Zacarías, María ha creído en el mensaje del Señor y ha pasado a encabezar la amplia lista de los que serán objeto de bienaventuranza.

IV

Miqueas, de quien está tomada la primera lectura, nació en Mreset-Gat, una aldea de Judá. Vivió en el reinado de Ezequías. Cuando el modesto profeta llegó a la corte, se encontró con Isaías, de quien al parecer recibió influjo literario, aunque siempre conservó su estilo personal.

Miqueas atacó sobre todo a los poderosos que abusan del pobre para robar y oprimir, a los jueces corrompidos, pero compuso también magníficos poemas de salvación, entre los que sobresale la profecía sobre Belén. El Mesías esperado nacerá en Belén, pequeña población de Judá y hará que los seres humanos puedan vivir tranquilos y Él será nuestra paz.

La segunda lectura está tomada de la carta a los Hebreos. Supuestamente Pablo compara la obra cultual de Cristo con la del Antiguo Testamento, y el sacrificio de Cristo con los antiguos “sacrificios” religiosos. A través de esta comparación se nos muestra con profundidad la naturaleza y finalidad de la encarnación. El sacrificio de Cristo tiene lugar de una vez para siempre y no consiste tanto en la inmolación de una víctima, cuanto en la comunión con el Padre, a la que todos somos invitados. En lo sucesivo no habrá una religión de ceremonias y de ritos, sino una religión “en Espíritu y en Verdad”. La voluntad de Dios no ha sido la muerte del Hijo, sino el hacer partícipe a su Hijo de la condición humana con el suficiente amor para que todo lo humano quedara transformado. La sangre del Hijo, más que ofrenda para aplacar a un Dios justiciero, es don a los seres humanos de un Dios lleno de amor. Nuestra santificación consiste en vivir “en Espíritu y en Verdad” esa amistad con Dios. Aquí radica la esencia del Espíritu religioso.

Acercarse a celebrar el nacimiento de Jesús conlleva recordar la condición de mujer y la fe de María. El episodio llamado de la visitación nos relata el encuentro de dos mujeres madres. María, la galilea, va a Judá, la región en la que un día el hijo que lleva dentro de ella será rechazado y condenado a muerte (Lc 1,39). Ante el saludo de la joven, el niño que Isabel está a punto de dar a luz “salta de gozo” (vv. 41 y 44). La madre alude poco después a lo que siente dentro de sí; se trata de la alegría del niño –el futuro Juan Bautista- alrededor de quien habían girado hasta el momento los acontecimientos narrados en este primer capítulo de Lucas. Juan cede ahora el paso a Jesús. El gozo es la primera respuesta a la venida del Mesías. Experimentar alegría porque nos sabemos amados por Dios es prepararnos para la navidad.

Isabel pronuncia entonces una doble bendición. Como ocurre siempre en manifestaciones importantes, Lucas subraya que lo hace “llena del Espíritu Santo” (v. 41). María es declarada “Bendita entre las mujeres”(v. 42), su condición de mujer es destacada; en tanto que tal es considerada amada y privilegiada por Dios. Esto es ratificado por el segundo motivo del elogio: “Bendito el fruto de tu vientre” (v.42). Este fruto es Jesús, pero el texto subraya el hecho de que por ahora está en el cuerpo de una mujer, en sus entrañas, tejido de su tejido. El cuerpo de María deviene así el arca santa donde se alberga el Espíritu y manifiesta la grandeza de su condición femenina. En su visitante, Isabel reconoce a la “madre del Señor” (v 43), aquella que dará a luz a quien debe liberar a su pueblo, según lo anunciaba el profeta Miqueas (5,2-5).

Bendecir (bene-dicere) significa hablar bien, ensalzar, glorificar. Con anterioridad al nacimiento de Jesús, aparecen en los evangelios bendiciones por parte de Zacarías, Simeón, Isabel y María. Todos bendicen a Dios por lo que hace. Pero, al mismo tiempo, Jesús bendice a los niños, a los enfermos, a los discípulos, al Padre. Toda bendición va dirigida a Dios. La oración de bendición es, sobre todo, alabanza de acción de gracias. De este modo celebramos la Eucaristía. Pero también la bendición se extiende a todas las criaturas incluso a las inanimadas:

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ramos, ceniza, pan y vino. Son bienaventurados los santos y especialmente “bendita” es María, la madre de Jesús.

El Espíritu Santo ayuda a Isabel a pronunciar una bendición: “¡Bendita eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre!”. Desde entonces, millones de veces lo hemos dicho todos los cristianos en el “Ave María”. Son benditos, bienaventurados o dichosos los que creen en Dios, los que practican la Palabra, los que dan frutos, los pobres con los que se identifica Jesús.

María creyó. Ésta fue su grandeza y el fundamento de su felicidad: su fe. María se convierte en maestra de la fe, aceptando cuanto se le anuncia de parte de Dios aunque ella no se pudiera explicar el modo como se realizaría aquel plan. Toda la vida de María se fundamenta en su fe, en la adhesión que ha prestado desde el primer momento a la revelación que llegó hasta ella.

Para la revisión de vida ¿Cómo voy a vivir esta semana de adviento-navidad? ¿Cómo voy a acoger el misterio del Dios humanado en Jesús? ¿Cómo vivir y expresar con todos los que me rodean la ternura de Dios hecho niño

para que nosotros vivamos el mismo amor con la misma ternura? (Tomar decisiones concretas para esta noche de nochebuena: respecto a las personas con las que convivo, a los parientes, los vecinos, los amigos y conocidos, los lejanos…).

Para la reunión de grupo -Navidad: ¿vuelve a nacer Jesús? ¿Qué es lo que realmente celebramos? -La Navidad y la Nochebuena están cargadas de símbolos, de riqueza cultural, de

tradiciones familiares, de un imaginario social, de una tradición social llena de publicidad comercial… ¿Se puede distinguir el trigo de la paja? ¿Qué sería lo esencial cristiano de la Navidad?

-¿Qué quiere decir realmente el hecho del nacimiento «virginal» de Jesús? ¿Es una afirmación, de qué género: físico, biológico, histórico, teológico...? ¿Cómo conciliar el nacimiento virginal de Jesús, tan especial, y la voluntad de Dios de encarnarse y anonadarse, "pasando por uno de tantos"? ¿Están en contradicción?

Para la oración de los fieles -Por todos los hombres y mujeres del mundo, especialmente por los más necesitados, para

que un día acojan la venida del Enmanuel, Dios-con-nosotros, roguemos al Señor -Para que nuestra vida sea testimonio de la eficacia de la venida de Dios en Jesús... -Para que el ambiente social navideño vaya acompañado en nuestras vidas por una

vivencia intensa del misterio de la navidad... -Por todos los que están lejos de sus hogares, o no tienen familia, o están en soledad

obligada o voluntaria; para que experimenten la comunión y el amor por encima del cerco soledad que les rodea...

-Para que el ambiente de la navidad propicie en nuestros hogares el necesario clima de amor y ternura que durante la vida diaria tenemos olvidado con frecuencia...

Oración comunitaria Dios, Padre Nuestro, que en Jesús nos has dado tu Palabra, hecha carne y sangre,

fuerza y ternura, muerte y resurrección; te pedimos nos inspires para seguir sus pasos por el camino que él nos trazó, abrazando en nuestro caminar hacia ti a todos los hermanos y hermanas. Por Jesucristo Nuestro Señor.

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Lunes 22 de diciembre Francisca Cabrini EVANGELIO Lucas 1, 46-56

46Entonces dijo María: -Proclama mi alma la grandeza del Señor 47y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, 48porque se ha fijado en la humillación de su sierva. Pues mira, desde ahora me llamarán

dichosa todas las generaciones, 49porque el Potente ha hecho grandes cosas en mi favor: Santo es su nombre 50y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. 51Su brazo ha intervenido con fuerza, ha desbaratado los planes de los arrogantes: 52derriba del trono a los poderosos y encumbra a los humildes; 53a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide de vacío. 54Ha auxiliado a Israel, su servidor, acordándose, como lo había prometido a nuestros padres, 55de la misericordia en favor de Abrahán y su descendencia, por siempre. 56María se quedó con ella cuatro meses y se volvió a su casa.

COMENTARIOS I

LA EXPERIENCIA DE LIBERACION

DE LOS HUMILLADOS Y OPRIMIDOS En el cántico de María resuena el clamor de los humillados y oprimidos de todos los

tiempos, de los sometidos y desheredados de la tierra, pero al mismo tiempo se hace eco del cambio profundo que va a producirse en el seno de la sociedad opresora y arrogante: Dios ha intervenido ya personalmente en la historia del hombre y ha apostado a favor de los pobres. En boca de María pone Lucas los grandes temas de la teología liberadora que Dios ha llevado a cabo en Israel y que se propone extender a toda la humanidad oprimida. En la primera estrofa del cántico María proclama el cambio personal que ha experimentado en su persona:

«Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque se ha fijado en la humillación de su sierva. Pues mira, desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque el Potente ha hecho grandes cosas a mi favor -Santo es su nombre- y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (1,46-50).

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Por boca de María pronuncia su cántico el Israel fiel a Dios y a su alianza, el resto de Israel

que ha creído en las promesas. Alaba a Dios por su cumplimiento, que ve inminente por el hecho de la concepción del Mesías y experimenta ya realizado en su persona. «Dios mi Salvador» (cf. Sal 24,1; 25,5; Miq 7,7, etc.) es el título clave del cántico, cuyo tema dominante va a ser la salvación que Dios realiza en Israel. Dios ha puesto su mirada en la opresión que se abate sobre su pueblo y lo ha liberado en la persona de su representante, su «sierva» (cf. Dt 26,7; Sal 136,23; Neh 9,9).

Los grandes hitos de la liberación de Israel están compendiados en las «grandes cosas» que Dios ha hecho en favor de María: esta expresión se decía en particular de la salida de Egipto (Dt 10,21, primer éxodo). En el compromiso activo de Dios a favor de su pueblo, éste reconoce que su nombre es Santo; en el compromiso de los cristianos a favor de los pobres y marginados, éstos reconocerán que el nombre de Dios es Santo y dejarán de blasfemar contra un sistema religioso que, a sus ojos, se ha prestado con demasiada frecuencia a lo largo de la historia a defender los intereses de los poderosos o por lo menos se ha inhibido de sostener la causa de los pobres con el pretexto de que alcanzarán la salvación del alma en la otra vida.

En la segunda estrofa se contempla proféticamente el futuro de la humanidad desheredada -tema de las bienaventuranzas- como realización efectuada e infalible de una decisión divina ya tomada de antemano:

«Su brazo ha intervenido con fuerza, ha desbaratado los planes de los arrogantes: derriba del trono a los poderosos y encumbra a los humillados; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide de vacío» (1,51-53). Dios no ha dado el brazo a torcer frente al orden injusto que, con la arrogancia que le es

proverbial, ha pretendido con sus planes mezquinos e interesados borrar del mapa el plan del Dios Creador. Dios «ha intervenido» ya (aoristo profético) para defender los intereses de los pobres desbaratando los planes de los ricos y poderosos. La acción liberadora va a consistir en una subversión del orden social: exaltación de los humillados y caída de los opresores; sacia a los hambrientos y se desentiende de los ricos. El cántico de María es el de los débiles, de los marginados y desheredados, de las madres que lloran a sus hijos desaparecidos, de los sin voz, de los niños de la «intifada», de los muchachos que sirven de carnaza en las trincheras, en una palabra: de la escoria de la sociedad de consumo, que dilapida los bienes de la creación dejando una estela de hambre que abraza dos terceras partes de la humanidad.

Finalmente, en la tercera estrofa pone como ejemplo concreto de la salvación, cuyo destinatario será un día no lejano la entera humanidad, la realización de su compromiso para con Israel:

«Ha auxiliado a Israel, su servidor, acordándose -como lo había prometido a nuestros padres- de la misericordia en favor de Abrahán y su descendencia, por siempre» (1,54-55). Dios no ha olvidado su misericordia/amor (Sal 98,3), como podía haber sospechado Israel

ante los numerosos desastres que han jalonado su historia. La fidelidad de Dios hecha a los «pa-dres», los patriarcas de Israel, queda confinada de momento, en el horizonte concreto de María, el Israel fiel, a su pueblo. Sólo en la estrofa central hay atisbos de una futura ampliación de la promesa a toda la humanidad.

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«María permaneció con ella como tres meses y regresó a su casa» (1,56). Lucas hace hincapié en la prolongada permanencia de María al servicio de su pariente, aludiendo al último periodo de su gestación. Silencia, en cambio, intencionadamente su presencia activa en el momento del parto, cuando lo más lógico es que la asistiera en esta difícil situación. No tiene interés en los datos de crónica, sino en el valor teológico del servicio prestado. La vuelta «a su casa» sirve para recordar que en la gestación de su hijo, José no ha tenido arte ni parte. La mención de las dos «casas», la de Zacarías al principio y la de María al final, establece un neto contraste entre las respectivas situaciones familiares.

II

Ana, que aparece en la primera lectura, era una mujer estéril. Pidió insistentemente al Señor que le concediera el gran don -sobre todo para una mujer Israelita- de ser madre. Ella lo espera todo de su Señor. Y Él, que ve sus disposiciones, le concede lo pedido. En este himno de Ana encontramos la misma situación de ánimo que en el Magnificat: gratitud de una pobre que reconoce la acción de Dios y redobla su disponibilidad.

El evangelio de hoy recoge este himno maravilloso que María pronuncia en presencia de su prima Isabel. Vemos en él, en primer lugar, la actitud de María, fundamentada en su pobreza, en su disponibilidad a la voluntad de Dios, en su obediencia, en su fidelidad. La primera parte del cántico describe el estilo de la acción de Dios en la historia. Él siempre ha bendecido a los pobres, a los sencillos, a los humildes; los ha favorecido, los ha exaltado y ha actuado a través de ellos. A los ricos orgullosos, ambiciosos, poderosos, injustos, los ha dejado a un lado, víctimas de su propia ambición. En la segunda parte se afirma que, con la encarnación, Dios cumple las promesas hechas a los padres. Dios se manifiesta fiel a su palabra, a la alianza que va a ser consumada en su Hijo.

Este cántico coloca en boca de María las esperanzas y alegrías vividas por el pueblo de Israel en Yahvé su Dios; María se coloca en la línea de todos los pequeños, los humildes, los hambrientos de Israel; los que por estar vacíos de sí mismos, están llenos de Dios.

Con este himno María alaba a Dios por la elección que hizo de ella; reconoce la providencia de Dios en el gobierno del mundo, y recuerda que Dios cumple las promesas hechas a los patriarcas. Estos mismos motivos aplicados a ti y tu historia personal de salvación deben moverte a repetir con frecuencia y cálido fervor este himno de María. Por otra parte, nada más grato a Dios que el que lo alabemos con las mismas palabras que el Espíritu divino inspiró a María. Martes 23 de diciembre Juan de Kety EVANGELIO Lucas 1, 57-66

57A Isabel se !e cumplió el tiempo de dar a luz y tuvo un hijo. 58Sus vecinos y parientes se enteraron de lo bueno que había sido el Señor con ella y compartían su alegría.

59A los ocho días fueron a circuncidar al niño y empezaron a llamarlo Zacarías, por el nombre de su padre. 60Pero la madre intervino diciendo:

-¡No!, se va a llamar Juan. 61Le replicaron:

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-Ninguno de tus parientes se llama así. 62Y por señas le preguntaban al padre cómo quería que se llamase. 63El pidió una tablilla

y escribió: "Su nombre es Juan", y todo se quedaron sorprendidos. 64En el acto se le soltó la lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios.

65Toda la vecindad quedó sobrecogida; corrió la noticia de estos hechos por toda la sierra de Judea 66y todos los que los oían los conservaban en la memoria, preguntándose:

-¿Qué irá a ser este niño? Porque la fuerza del Señor lo acompañaba.

COMENTARIOS I

ALBRICIAS POR EL NACIMIENTO DE UN NIÑO

NO ESPERADO «A Isabel se le cumplió el tiempo de dar a luz y tuvo un hijo. Sus vecinos y parientes se

enteraron de lo generoso que había sido el Señor con ella y compartían su alegría» (1,57-58). A pesar de lo lacónico de la noticia, ésta se esparció todo alrededor por el círculo familiar y el vecindario. Hasta ese momento no se habían enterado de que Dios ya había librado a Isabel de su «vergüenza», de la esterilidad de la religión judía, «ante los hombres». María, en cambio, se había enterado por los canales del Espíritu. El nacimiento del fruto de su vientre llenará a «muchos» de alegría (cf. 1,14), como en el caso del nacimiento de Isaac (Gn 25,5-7). Ambos hijos fueron concebidos en la «ve jez».

FRACASA EL INTENTO DE ENCUADRAR A JUAN

EN LA TRADICION PATRIA «A los ocho días fueron a circuncidar al niño y empezaron a llamarlo Zacarías, por el

nombre de su padre» (1,59). Con el rito de la circuncisión, el hijo varón llevará en su cuerpo la señal indeleble de la alianza establecida por Dios con su pueblo (Gn 17,10-13). Según la tradición patria, el primogénito debía llevar el nombre de su padre, como heredero de la tradición de que éste es portador. Por eso se dice que «empezaron a llamarlo Zacarías». Pero los planes de Dios no coinciden con los de su pueblo. «Pero la madre intervino diciendo: "¡No!, se va a llamar Juan." Le replicaron: "Ninguno de tu parentela se llama así." Y por señas le preguntaban al padre cómo quería que se llamase. El pidió una tablilla y escribió: "Su nombre es Juan", y todos quedaron sorprendidos. En el acto se le soltó la lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios» (1,60-64).

Se ha consumado la ruptura que había profetizado el ángel (1,13). La «sordomudez» (le preguntaban «por señas», escribió «en una tablilla») de Zacarías cesa en el preciso instante en que se cumple la promesa. Dar nombre equivale a reconocer de hecho que el proyecto de Dios sobre Juan se ha hecho realidad. El «castigo» de Zacarías no era un castigo físico. Fue consecuencia de su incredulidad y oposición al proyecto de Dios. Ahora ya puede hablar, pues está en sintonía con el plan de Dios. La bendición aquí enunciada se explicitará en el cántico que veremos a continuación.

«Toda la vecindad quedó sobrecogida de temor; corrió la noticia de estos hechos por la entera sierra de Judea, y todos los que lo oían los conservaban en la memoria, preguntándose: "¿Qué irá a ser este niño?" Porque la fuerza del Señor lo acompañaba» (1,65-66). A pesar de su 'vecindad', nadie comprende lo que está ocurriendo. Pero tampoco se cierran a cal y canto a lo que será de él, como fue el caso de Zacarías. Simplemente, como no lo entienden, pero no lo rechazan de plano, 'guardan en su memoria' (lit. «ponían en su corazón») la pregunta sobre cuál va a ser la misión que llevará a cabo en Israel, misión realmente extraordinaria, pues tienen conciencia de que «la mano/fuerza del Señor está con él», igual que se ha predicado de María (1,28).

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Tenemos una capacidad inmensa para almacenar en la memoria las experiencias que nos sacan de quicio, pero que borramos al instante queriendo encontrar soluciones sin movernos de nuestros parámetros religiosos. Guardándolas en la memoria, y por acumulación de experiencias sin respuesta, podremos un día darnos cuenta de que nuestras preguntas son fruto muchas veces de planteamientos equivocados, que nunca hemos cuestionado por miedo a perder nuestras propias seguridades.

II

En la primera lectura de hoy, el profeta Malaquías anuncia la venida de un mensajero, relacionado con la necesidad de renovar el culto que había degenerado hasta quedar reducido a puras prácticas externas. El culto había perdido sinceridad y vida. Ese profeta Elías de que nos habla la lectura -Cristo mismo lo afirma- es Juan el Bautista, cuyo nacimiento es anunciado en la segunda lectura.

Zacarías, el padre de Juan el Bautista, estaba mudo y probablemente sordo, ya que el texto del evangelio dice que le preguntaron a Zacarías por “señas”. La sordera y la mudez espiritual, que ordinariamente van juntas, hacen que el ser humano, al estar sordo a las inspiraciones de la gracia, esté también mudo con Dios, incapacitado de hablar con Él.

Pero la lengua muda de Zacarías se abre para bendecir a Dios. La ley de Moisés ordenaba circuncidar al recién nacido al octavo día y por medio de esa circuncisión entraban lo judíos a formar parte del pueblo de Dios.

La mano de Dios es símbolo de poder y protección; estaba con Juan, es decir, le protegía en todo momento, a fin de que Juan nada hiciera que no se acomodara al plan de Dios, ya que su destino había sido determinado por Dios; el niño estaba marcado, señalado antes de nacer; su destino era “ser la voz del que clama en el desierto”. Miércoles 24 de diciembre Herminia – Adela EVANGELIO Lucas 2, 1-14

2 1Por aquél entonces salió un decreto de Cesar Augusto mandando hacer un censo del mundo entero. 2Este censo fue el primero que se hizo siendo Quirino gobernador de Siria. 3Todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.

4También José, por ser de la estirpe y familia de David, subió desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, 5para inscribirse en el censo con María, la desposada con él, que estaba encinta.

6Mientras estaban ellos allí le llegó el tiempo del parto 7y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.

8En aquella misma comarca había unos pastores que pasaban la noche al raso velando el rebaño por turno. 9Se les presentó el ángel del Señor, la gloria del Señor los envolvió de claridad y se asustaron mucho. 10El ángel les dijo:

-No temáis, mirad que os traigo una buena noticia, una gran alegría que lo será para todo el pueblo: 11hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, que es el Mesías Señor. 12Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

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13De pronto se sumó al ángel una muchedumbre del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo:

I4-¡Gloria a Dios en lo alto, y paz en la tierra a los hombres de su agrado!

COMENTARIOS I

ANOTACIONES EN TORNO AL BELEN Un Belén de ríos de platilla, con reyes magos, camellos y dromedarios, cargados de tesoros;

con pastores ingenuos y escenas costumbristas, nieve de algodón y paisajes de serrín, verde musgo y árboles y hogueras y luces intermitentes de colores y villancicos y panderetas, y su estrella clavada en el cielo, custodiando el portal, con José, María y Jesús, el buey y la mula... Una navidad para todos, sin aguijón ni provocación, sin mensaje; navidad dulce, de turrón y mazapán, de anís y calor de hogar. Un día para unirse al año, un año para seguir como antes. Pienso que este tipo de belenes ni inquietan, ni molestan, ni invitan a la reflexión: presentan una navidad descafeinada.

El primer Belén no fue así. Fue un acontecimiento que gritaba - y grita- a los cuatro vientos que no había derecho a que las cosas estuvieran como estaban -estén como están-. Aquel Belén levantó la esperanza de los pobres, la persecución de los poderosos, el olvido y desinterés de los cultos.

Veamos la ganga que se le ha añadido a aquel Belén originario... Todo comenzó en Belén (= Bet-lehem: casa del pan o casa de 'Lahmu', divinidad acádica),

una aldea rodeada de estepas desérticas, a unos ocho kilómetros de Jerusalén, la capital. Miqueas (5,1) lo había profetizado: «Pero tú, Belén de Efrata, eres la más pequeña entre las aldeas de Judá; de ti sacaré al que ha de ser jefe de Israel...» El evangelista Mateo cita esta profecía con algunas correcciones: «Y tú Belén, tierra de Judá», no «eres» ni mucho menos «la última de las aldeas de Judá». Para él, la aldea se crece por haber nacido en ella Jesús. No se fijó Dios en las murallas y palacios de Jerusalén, sino en una aldea insignificante, cuna del rey David. Dios tiene debilidad por lo que no cuenta: una aldea pequeña será el lugar elegido. Lo que allí sucedió fue como un relámpago en la oscuridad de la noche de la historia...

«El niño se llamará Jesús» (Yehoshua: Yahvé salva), nombre bastante común entre los judíos. Así se llamaba el autor del libro del Eclesiástico, y el caudillo (Jesús-Josué) que condujo al pueblo de Israel hasta la tierra prometida. Jesús sería el Mesías, el liberador de Israel que llevaría a los suyos al país de la vida sin semilla de muerte, a la tierra prometida de la comunidad donde se participa de esta vida definitiva.

«Un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre» fue la señal dada a los pastores por los ángeles. El nacimiento de Jesús no tuvo nada de extraordinario: «Estando allí, le llegó a María el tiempo del parto, dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no encontraron sitio en la posada» (Lc 2,7). Como cualquier mujer, con dolor y angustia, María dio a luz a su hijo. A la usanza de la época, el cuerpo tierno de aquel niño fue vendado fuertemente con jirones de tela, pues los antiguos creían que, de no hacerse así, el niño crecería deformado y sus huesos no se solidificarían. Jesús nació fuera de la aldea: «No había lugar para él en la posada.» De mayor, tampoco habría lugar para él en la ciudad. La gente dejaría solo a su liberador a la hora de la verdad, colgándolo de un madero extramuros.

Nada dicen los evangelios del día y mes del año de su nacimiento, ni siquiera del lugar exacto: lo del portal, la cueva o la gruta no aparece en ellos; por supuesto que tampoco el buey y la mula -con función de calefacción natural de otras épocas- pertenecen al relato evangélico. La imaginación de los evangelios apócrifos adornó con detalles la sobriedad del texto evangélico. Desde el siglo IV, los cristianos decidieron celebrar el nacimiento de Jesús el día en que los

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romanos celebraban la fiesta del solsticio de invierno (24-25 de diciembre), día en que el sol alcanza, en su movimiento aparente, su distancia máxima de la tierra y comienza a acercarse a ella aumentando su intensidad. El dios 'sol invicto' recibía en aquella fecha toda clase de cultos y ofrendas. Los cristianos sustituyeron el 'astro sol' por el 'sol de Justicia-Jesús', que se acerca a los hombres. Nació así nuestra fiesta de Nochebuena y Navidad.

«Hijo de José y María.» De José sabemos que era descendiente, venido a menos, de la familia de David. De la familia de María poco dicen los evangelios. De sus padres, Joaquín y Ana, de su dedicación y vida desde los tres años en el templo, los evangelios apócrifos dan sobradas y fantásticas noticias. Estos mismos evangelios tuvieron la indelicadeza de presentar a José, el esposo de María, como hombre de avanzada edad y barba venerable, para preservar así la virginidad de su esposa, Madre-Virgen... José y María, en todo caso, debieron ser unos jóvenes esposos de catorce a dieciséis años de edad; unos jóvenes más entre tantas jóvenes parejas, sin especial relieve. Dios «se fija en lo débil del mundo para confundir a los fuertes...»

La noticia del nacimiento se divulga. Aquella noche, el cielo se vistió de fiesta. Un ángel -Dios sabe cómo sucedió en realidad- comunicó a los «pastores» la buena noticia, y éstos corrieron al pesebre para comprobar lo anunciado. Después, estando ya el niño Jesús en una casa, fue visitado por «los magos», que llegaron hasta él gracias a una «estrella» que les hizo de guía.

«Los pastores... » eran representantes natos de las clases marginadas del país, equiparados a recaudadores y publicanos, ladrones por obligación y profesión. Por ser considerados como embusteros no podían hacer de testigos en los juicios. No cobraban salario por su trabajo; recibían la manutención a cambio de su trabajo de guardar el ganado y tenían obligación de reponer las pérdidas de ganados a sus amos. El modo concreto de hacerlo era el robo de las ovejas que perdían. El nacimiento de Jesús se anuncia a ladrones, en primer lugar, diríamos hoy, llevándonos las manos a la cabeza. Manías del Altísimo, alabado sea su santo nombre...

«Unos magos de Oriente» se presentaron en Jerusalén preguntando: « ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a rendirle homenaje» (Mt 2,1-2). Se creía por entonces que el nacimiento de todo gran personaje en la tierra era acompañado por la aparición de una estrella en el firmamento. A Jesús no le debía faltar la suya... Lo de «la estrella», sobre la que se han lanzado todo tipo de hipótesis (¿Fue un cometa? ¿La conjunción de los planetas Saturno, Júpiter y Marte, que, según Keppler, tuvo lugar el 747 de la fundación de Roma?), es un símbolo. En el libro de los Números (24,17) se dice: «Avanza la estrella de Jacob y sube el cetro de Israel.» Esta estrella es símbolo del Mesías, que conduce a los paganos a la luz de la fe, hecho anunciado por el profeta Balaán, el de la famosa burra contestataria, en contra de la voluntad del rey Balac. Balaán era mago. En la estrella que conduce a los magos a Jesús ve el evangelista Mateo la marcha de los paganos hasta la fe. Estos personajes, a más de extranjeros, ejercían una profesión penalizada por la Biblia: la magia. Eran originarios, tal vez, de la tribu de los Medos, que llegó a convertirse en casta sacerdotal entre los persas. Practicaban la adivinación, la medicina y la astrología, prácticas que, en la Biblia, no gozan de buena reputación (1 Sm 28,3; Dt 18,9-13; Dn 1,20; 2,2-10). Los dos primeros y únicos grupos de personajes que desfilaron ante Jesús, tras su nacimiento, no contaban entre los poderosos de la tierra, pues eran marginados del mismo pueblo de Israel (pastores) o extranjeros mal vistos por la religión oficial (magos), aunque respetuosamente tratados por Herodes. Dios se fija en los que no cuentan para anunciarle s la buena noticia.

De los magos hemos sabido (¿inventado?) más con el tiempo. Pero nada de lo que sigue aparece en los evangelios. Desde el siglo II se piensa que eran tres, a juzgar por los tres regalos que le ofrecen al niño: oro (regalo real), incienso (para el culto) y mirra (para ungir el cadáver el día de la muerte); se les bautizó en el siglo VI con el nombre de reyes: Melchor, rey de Persia; Gaspar, rey de Arabia, y Baltasar, rey de la India. Estos tres reyes se habían reunido por orden de Dios en Persia para acudir hasta Belén, guiados por la estrella (datos que ofrece el evangelio armenio de la Infancia, del s. VI). San Beda (s. VIII) los considera representantes de Europa, Asia y Africa, los

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tres continentes conocidos en aquel tiempo; de ahí los distintos colores de su piel. En el siglo XII se trasladaron sus supuestos huesos desde Milán a la catedral de Colonia, donde hoy son venerados. Para más datos, el evangelio no dice que fueran reyes ni tampoco fueron recibidos con el ceremonial real por Herodes. Fue Cesáreo de Arlés quien comenzó a denominarlos así, basado en el salmo 71,10 e Isaías 49, 7ss. Venían de Oriente: para un israelita, Oriente puede ser todo lo que hay al otro lado del Jordán.

«Herodes el Grande.» Los poderosos de la tierra están representados por Herodes, una versión actualizada del faraón de Egipto, que quiso acabar con los primogénitos de los israelitas cuando el pueblo era esclavo. Moisés antes, y ahora Jesús, se libraron de la muerte. Dios andaba de por medio. Los poderosos no quieren que el pueblo alcance la libertad y acaban con la vida de quienes pueden concienciarlo.

Herodes, el gran rey Herodes, era famoso por su crueldad: mandó matar a su yerno, ahogado; asesinó a sus hijos Aristóbulo y Alejandro; estranguló a su mujer, Mariamme. Cinco días antes de morir mandó que asesinaran a su hijo mayor, Antípatro, y dio orden de hacer perecer, el día de su muerte, a todos los 'notables' de Jericó para que hubiera lágrimas en sus funerales. Era consciente de que el pueblo judío no lo estimaba demasiado como para llorarlo ese día. Lo que el evangelio cuenta de él cuadra con sus ansias de poder y con su crueldad sin límites. Que mandó matar a los niños menores de dos años consta por el evangelio. Cuántos niños murieron (en todo caso, no más de quince, según los diferentes cálculos de demografía y natalidad) no lo sabemos... Pero Dios estaba con Jesús. La orden fue burlada y el niño se libró huyendo a Egipto. Algo parecido sucedió con la orden del faraón de Egipto de matar, al nacer, a todo israelita varón (Ex 1,15-22).

«Sacerdotes y letrados.» El ala eclesiástica de la época y la cultura del momento cumplieron su papel. Dieron toda la información a Herodes para llegar a Jesús, pero, acomodados e instalados en su saber y posición social, no sintieron el más mínimo interés por acudir hasta él: tal vez no sentían necesidad de libertador alguno. «Herodes... convocó a todos los sumos sacerdotes y letrados del pueblo y les pidió información sobre dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: en Belén de Judá, así lo escribió el profeta» (Mt 2,3-4).

Después de esto ya sabemos: «José y María se fueron con el niño a Egipto.» En Egipto había comenzado la historia del pueblo de Israel. Jesús había venido para reiniciar esta historia. De allí, como al principio, saldría para conducir al nuevo pueblo a la tierra prometida.

Pero sólo los pobres siguieron la convocatoria. El poder político y religioso quiso en todo momento acabar con Jesús; les resultaba incómodo y subversivo. Al final de su vida, lo consiguieron colgándolo en un patíbulo.

Veinte siglos después seguimos celebrando su nacimiento los que creemos que aún vive y siembra de ilusión y esperanza el corazón de los pobres y marginados de la tierra. Para todos ellos, Feliz Navidad.

Aquel Belén del evangelio, por lo demás, poco tiene que ver con nuestros folklóricos y pintorescos belenes...

II

En el siglo VIII a.C. los galileos acaban de sufrir la invasión de los ejércitos orientales y son deportados a Babilonia. Muchos de ellos caminan hacia la esclavitud con las cuencas de los ojos vacías, pues era frecuente que a los enemigos vencidos en combate se les sacara los ojos. No debemos extrañarnos que en el texto se haga referencia a un pueblo que andaba en tinieblas, y al cual llega una luz; frente a una esclavitud sombría, un liberador personificado en un niño. Ese niño, que pertenecerá a la dinastía de David, recibe, según la tradición oriental, una serie de nombres compuestos, tales como, “maravilloso consejero”, “Dios fuerte”, “Padre sempiterno”,

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“Príncipe de la paz”. Y de ese niño, luz y liberación para todos los seres humanos, celebramos hoy su nacimiento.

En su carta a Tito Pablo nos sugiere esta enseñanza: desde el momento en que se ha manifestado la gracia de Dios, salvadora de todos los seres humanos, hemos de abandonar la obra de impiedad viviendo de modo justo, pues del comportamiento de cada uno de los cristianos depende que el mundo crea en la intención salvadora del Señor. Cada una de nuestras vidas debe ser signo inequívoco de esta intención.

En el evangelio tomado de Lucas se nos habla del nacimiento de Jesús, el Mesías esperado, nuestro liberador. Esta narración fue redactada probablemente después del año 70 d.C. y cabe resaltar, en primer lugar, los hechos principales: la marcha de José y de María a Belén, para que se verifique el nacimiento de Cristo en suma pobreza; en segundo lugar, las tradiciones de sucesos maravillosos que el evangelista recibe, tales como la aparición de los ángeles, el tema de la gloria divina y el cumplimiento de las profecías de Miqueas; finalmente, el propio pensamiento de Lucas que no deja de reflejarse en lo que escribe, como por ejemplo en el uso de un vocabulario pascual, como cuando le aplica a Jesús los calificativos de salvador, primogénito, Señor universal, o en la frase “María guardaba todas estas palabras repasándolas en su corazón”. O en la descripción de cómo se quedan maravillados los testigos del acontecimiento.

Una de las fiestas religiosas más importantes del calendario popular es la Navidad, que celebra el nacimiento y la presencia entre nosotros de Jesús, Salvador del mundo. Para el pueblo, la Navidad es el polo opuesto del Viernes Santo: nacimiento del Niño Dios, vida nueva, alegría, regalos, derroche... Para el cristianismo militante es comienzo del Evangelio, justicia, fraternidad, libertad y paz. En torno a la Navidad, todo es luz, villancicos, adoración y coros angélicos de alabanza. En los días navideños que coinciden con los días finales del año civil, se desorbita todo, quizás por ser un tiempo intensamente festivo, popular, hogareño y religioso. Las autoridades aprovechan este momento para enviar mensajes de felicidad y paz. En medio de este clima a la vez ruidoso y sosegado, tenso y relajado, pretendemos los cristianos celebrar la Navidad.

La Navidad surgió como cristianización del solsticio de invierno, ya que Cristo es “Sol de justicia” (Mal 4,2), “astro que nace de lo alto”(Lc 1,78) y “luz que se revela a las naciones” (Lc 2,32). Su celebración exige voluntad de vivirla a la luz de la fe, en un clima de sosiego y de paz. Son fundamentales los textos evangélicos de los relatos de la infancia de Jesús (de Lucas y Mateo), escritos para el crecimiento de la fe y de la piedad, no para satisfacción de la curiosidad.

La Navidad nos descubre quién es Jesús y de dónde viene. El primer mensaje navideño es la entrañable humanidad del Dios cristiano o el misterio de Dios hecho ser humano. El segundo mensaje, consecuencia del primero, es la divinización de la persona humana en virtud de la fecundidad de la “sombra del Altísimo”. Es la fiesta del optimismo cristiano respecto del ser humano y del mundo.

La presencia del Señor en nuestra historia es, sin embargo, un permanente llamado a ir a las fuentes de nuestra fe. Jesús nació en Belén rodeado de pastores y de animales. Hasta un establo habían llegado sus padres al no encontrar posada. Allí, en la marginalidad, el Hijo de Dios se hizo historia, la Palabra se hizo carne.

“Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronara todo el mundo. Este empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino” (Lc 2,1-2). Jesús nace en un lugar y un tiempo determinados. Bajo Augusto y Cirino y en tiempos del Rey Herodes, traidor a su pueblo. En ese momento nace Jesús. Insignificante ante los ojos de la fuerza endiosada y cínica y ante los de la cobardía disfrazada de paz y realismo político.

Es frecuente en este período de Navidad decir que Jesús nace en cada familia y en cada corazón cristiano. Esos “nacimientos” no deben dejar de lado que Jesús nació de María en el seno de un pueblo, dominado por el más grande imperio de la época. Si recordamos esto, la venida de Jesús no se convierte en pura abstracción. En consecuencia, la Navidad es la irrupción de Dios en

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la historia humana. Navidad de la pequeñez y el servicio, en medio del poder de dominación y la prepotencia de los grandes de este mundo.

Dios se revela a los seres humanos en Jesucristo, en él “se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los seres humanos (Tito 2,11). Debemos aprender a creer desde la situación histórica que atravesamos. En medio del constante deterioro de las condiciones de vida del pueblo pobre y excluido, de la falta de trabajo y oportunidades para tantos, de las mentiras y maniobras de los poderosos para correr la cortina de humo sobre sus injustos privilegios. Desde la primera Navidad no es posible separar fe cristiana e historia humana. Jueves 25 de diciembre Natividad del Señor EVANGELIO Juan 1, 1-5. 9. 14

1 1 Al principio ya existía la Palabra y la palabra se dirigía a Dios

y la Palabra era Dios. 2 Ella al principio se dirigía a Dios.

3 Mediante ella existió todo, sin ella no existió cosa alguna de lo que existe. 4 Ella contenía vida y la vida era la luz del hombre: 5 esa luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la ha apagado.

9 Era ella la luz verdadera. la que ilumina a todo hombre

llegando al mundo.

14 Así que la Palabra se hizo hombre, acampó entre nosotros y hemos contemplado su gloria -la gloria que un hijo único recibe de su padre- plenitud de amor y lealtad.

COMENTARIOS I

ANOTACIONES EN TORNO AL BELEN

Un Belén de ríos de platilla, con reyes magos, camellos y dromedarios, cargados de tesoros; con pastores ingenuos y escenas costumbristas, nieve de algodón y paisajes de serrín, verde musgo y árboles y hogueras y luces intermitentes de colores y villancicos y panderetas, y su estrella clavada en el cielo, custodiando el portal, con José, María y Jesús, el buey y la mula... Una navidad

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para todos, sin aguijón ni provocación, sin mensaje; navidad dulce, de turrón y mazapán, de anís y calor de hogar. Un día para unirse al año, un año para seguir como antes. Pienso que este tipo de belenes ni inquietan, ni molestan, ni invitan a la reflexión: presentan una navidad descafeinada.

El primer Belén no fue así. Fue un acontecimiento que gritaba - y grita- a los cuatro vientos que no había derecho a que las cosas estuvieran como estaban -estén como están-. Aquel Belén levantó la esperanza de los pobres, la persecución de los poderosos, el olvido y desinterés de los cultos.

Veamos la ganga que se le ha añadido a aquel Belén originario... Todo comenzó en Belén (= Bet-lehem: casa del pan o casa de 'Lahmu', divinidad acádica),

una aldea rodeada de estepas desérticas, a unos ocho kilómetros de Jerusalén, la capital. Miqueas (5,1) lo había profetizado: «Pero tú, Belén de Efrata, eres la más pequeña entre las aldeas de Judá; de ti sacaré al que ha de ser jefe de Israel...» El evangelista Mateo cita esta profecía con algunas correcciones: «Y tú Belén, tierra de Judá», no «eres» ni mucho menos «la última de las aldeas de Judá». Para él, la aldea se crece por haber nacido en ella Jesús. No se fijó Dios en las murallas y palacios de Jerusalén, sino en una aldea insignificante, cuna del rey David. Dios tiene debilidad por lo que no cuenta: una aldea pequeña será el lugar elegido. Lo que allí sucedió fue como un relámpago en la oscuridad de la noche de la historia...

«El niño se llamará Jesús» (Yehoshua: Yahvé salva), nombre bastante común entre los judíos. Así se llamaba el autor del libro del Eclesiástico, y el caudillo (Jesús-Josué) que condujo al pueblo de Israel hasta la tierra prometida. Jesús sería el Mesías, el liberador de Israel que llevaría a los suyos al país de la vida sin semilla de muerte, a la tierra prometida de la comunidad donde se participa de esta vida definitiva.

«Un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre» fue la señal dada a los pastores por los ángeles. El nacimiento de Jesús no tuvo nada de extraordinario: «Estando allí, le llegó a María el tiempo del parto, dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no encontraron sitio en la posada» (Lc 2,7). Como cualquier mujer, con dolor y angustia, María dio a luz a su hijo. A la usanza de la época, el cuerpo tierno de aquel niño fue vendado fuertemente con jirones de tela, pues los antiguos creían que, de no hacerse así, el niño crecería deformado y sus huesos no se solidificarían. Jesús nació fuera de la aldea: «No había lugar para él en la posada.» De mayor, tampoco habría lugar para él en la ciudad. La gente dejaría solo a su liberador a la hora de la verdad, colgándolo de un madero extramuros.

Nada dicen los evangelios del día y mes del año de su nacimiento, ni siquiera del lugar exacto: lo del portal, la cueva o la gruta no aparece en ellos; por supuesto que tampoco el buey y la mula -con función de calefacción natural de otras épocas- pertenecen al relato evangélico. La imaginación de los evangelios apócrifos adornó con detalles la sobriedad del texto evangélico. Desde el siglo IV, los cristianos decidieron celebrar el nacimiento de Jesús el día en que los romanos celebraban la fiesta del solsticio de invierno (24-25 de diciembre), día en que el sol alcanza, en su movimiento aparente, su distancia máxima de la tierra y comienza a acercarse a ella aumentando su intensidad. El dios 'sol invicto' recibía en aquella fecha toda clase de cultos y ofrendas. Los cristianos sustituyeron el 'astro sol' por el 'sol de Justicia-Jesús', que se acerca a los hombres. Nació así nuestra fiesta de Nochebuena y Navidad.

«Hijo de José y María.» De José sabemos que era descendiente, venido a menos, de la familia de David. De la familia de María poco dicen los evangelios. De sus padres, Joaquín y Ana, de su dedicación y vida desde los tres años en el templo, los evangelios apócrifos dan sobradas y fantásticas noticias. Estos mismos evangelios tuvieron la indelicadeza de presentar a José, el esposo de María, como hombre de avanzada edad y barba venerable, para preservar así la virginidad de su esposa, Madre-Virgen... José y María, en todo caso, debieron ser unos jóvenes esposos de catorce a dieciséis años de edad; unos jóvenes más entre tantas jóvenes parejas, sin especial relieve. Dios «se fija en lo débil del mundo para confundir a los fuertes...»

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La noticia del nacimiento se divulga. Aquella noche, el cielo se vistió de fiesta. Un ángel -Dios sabe cómo sucedió en realidad- comunicó a los «pastores» la buena noticia, y éstos corrieron al pesebre para comprobar lo anunciado. Después, estando ya el niño Jesús en una casa, fue visitado por «los magos», que llegaron hasta él gracias a una «estrella» que les hizo de guía.

«Los pastores... » eran representantes natos de las clases marginadas del país, equiparados a recaudadores y publicanos, ladrones por obligación y profesión. Por ser considerados como embusteros no podían hacer de testigos en los juicios. No cobraban salario por su trabajo; recibían la manutención a cambio de su trabajo de guardar el ganado y tenían obligación de reponer las pérdidas de ganados a sus amos. El modo concreto de hacerlo era el robo de las ovejas que perdían. El nacimiento de Jesús se anuncia a ladrones, en primer lugar, diríamos hoy, llevándonos las manos a la cabeza. Manías del Altísimo, alabado sea su santo nombre...

«Unos magos de Oriente» se presentaron en Jerusalén preguntando: « ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a rendirle homenaje» (Mt 2,1-2). Se creía por entonces que el nacimiento de todo gran personaje en la tie rra era acompañado por la aparición de una estrella en el firmamento. A Jesús no le debía faltar la suya... Lo de «la estrella», sobre la que se han lanzado todo tipo de hipótesis (¿Fue un cometa? ¿La conjunción de los planetas Saturno, Júpiter y Marte, que, según Keppler, tuvo lugar el 747 de la fundación de Roma?), es un símbolo. En el libro de los Números (24,17) se dice: «Avanza la estrella de Jacob y sube el cetro de Israel.» Esta estrella es símbolo del Mesías, que conduce a los paganos a la luz de la fe, hecho anunciado por el profeta Balaán, el de la famosa burra contestataria, en contra de la voluntad del rey Balac. Balaán era mago. En la estrella que conduce a los magos a Jesús ve el evangelista Mateo la marcha de los paganos hasta la fe. Estos personajes, a más de extranjeros, ejercían una profesión penalizada por la Biblia: la magia. Eran originarios, tal vez, de la tribu de los Medos, que llegó a convertirse en casta sacerdotal entre los persas. Practicaban la adivinación, la medicina y la astrología, prácticas que, en la Biblia, no gozan de buena reputación (1 Sm 28,3; Dt 18,9-13; Dn 1,20; 2,2-10). Los dos primeros y únicos grupos de personajes que desfilaron ante Jesús, tras su nacimiento, no contaban entre los poderosos de la tierra, pues eran marginados del mismo pueblo de Israel (pastores) o extranjeros mal vistos por la religión oficial (magos), aunque respetuosamente tratados por Herodes. Dios se fija en los que no cuentan para anunciarles la buena noticia.

De los magos hemos sabido (¿inventado?) más con el tiempo. Pero nada de lo que sigue aparece en los evangelios. Desde el siglo II se piensa que eran tres, a juzgar por los tres regalos que le ofrecen al niño: oro (regalo real), incienso (para el culto) y mirra (para ungir el cadáver el día de la muerte); se les bautizó en el siglo VI con el nombre de reyes: Melchor, rey de Persia; Gaspar, rey de Arabia, y Baltasar, rey de la India. Estos tres reyes se habían reunido por orden de Dios en Persia para acudir hasta Belén, guiados por la estrella (datos que ofrece el evangelio armenio de la Infancia, del s. VI). San Beda (s. VIII) los considera representantes de Europa, Asia y Africa, los tres continentes conocidos en aquel tiempo; de ahí los distintos colores de su piel. En el siglo XII se trasladaron sus supuestos huesos desde Milán a la catedral de Colonia, donde hoy son venerados. Para más datos, el evangelio no dice que fueran reyes ni tampoco fueron recibidos con el ceremonial real por Herodes. Fue Cesáreo de Arlés quien comenzó a denominarlos así, basado en el salmo 71,10 e Isaías 49, 7ss. Venían de Oriente: para un israelita, Oriente puede ser todo lo que hay al otro lado del Jordán.

«Herodes el Grande.» Los poderosos de la tierra están representados por Herodes, una versión actualizada del faraón de Egipto, que quiso acabar con los primogénitos de los israelitas cuando el pueblo era esclavo. Moisés antes, y ahora Jesús, se libraron de la muerte. Dios andaba de por medio. Los poderosos no quieren que el pueblo alcance la libertad y acaban con la vida de quienes pueden concienciarlo.

Herodes, el gran rey Herodes, era famoso por su crueldad: mandó matar a su yerno, ahogado; asesinó a sus hijos Aristóbulo y Alejandro; estranguló a su mujer, Mariamme. Cinco días

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antes de morir mandó que asesinaran a su hijo mayor, Antípatro, y dio orden de hacer perecer, el día de su muerte, a todos los 'notables' de Jericó para que hubiera lágrimas en sus funerales. Era consciente de que el pueblo judío no lo estimaba demasiado como para llorarlo ese día. Lo que el evangelio cuenta de él cuadra con sus ansias de poder y con su crueldad sin límites. Que mandó matar a los niños menores de dos años consta por el evangelio. Cuántos niños murieron (en todo caso, no más de quince, según los diferentes cálculos de demografía y natalidad) no lo sabemos... Pero Dios estaba con Jesús. La orden fue burlada y el niño se libró huyendo a Egipto. Algo parecido sucedió con la orden del faraón de Egipto de matar, al nacer, a todo israelita varón (Ex 1,15-22).

«Sacerdotes y letrados.» El ala eclesiástica de la época y la cultura del momento cumplieron su papel. Dieron toda la información a Herodes para llegar a Jesús, pero, acomodados e instalados en su saber y posición social, no sintieron el más mínimo interés por acudir hasta él: tal vez no sentían necesidad de libertador alguno. «Herodes... convocó a todos los sumos sacerdotes y letrados del pueblo y les pidió información sobre dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: en Belén de Judá, así lo escribió el profeta» (Mt 2,3-4).

Después de esto ya sabemos: «José y María se fueron con el niño a Egipto.» En Egipto había comenzado la historia del pueblo de Israel. Jesús había venido para reiniciar esta historia. De allí, como al principio, saldría para conducir al nuevo pueblo a la tierra prometida.

Pero sólo los pobres siguieron la convocatoria. El poder político y religioso quiso en todo momento acabar con Jesús; les resultaba incómodo y subversivo. Al final de su vida, lo consiguieron colgándolo en un patíbulo.

Veinte siglos después seguimos celebrando su nacimiento los que creemos que aún vive y siembra de ilusión y esperanza el corazón de los pobres y marginados de la tierra. Para todos ellos, Feliz Navidad.

Aquel Belén del evangelio, por lo demás, poco tiene que ver con nuestros folklóricos y pintorescos belenes...

II

NAVIDAD: MAS QUE GENEROSIDAD Desde hace ya algunos años, en Navidad se suele hacer una colecta destinada a organizaciones benéficas

comprometidas en la lucha contra el paro, el hambre, la marginación... Si miramos el número de personas que estas organizaciones atienden podríamos sentirnos contentos; pero, sin embargo, no podemos sentirnos satisfechos.

POR DOS RAZONES

Mientras estaban allí, le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.

En aquella misma comarca había unos pastores que pasaban la noche al raso velando el rebaño por turno. Se les presentó el ángel del Señor ... les dijo:

-No temá is, mirad que os traigo una buena noticia... No podemos sentirnos satisfechos por dos razones. La primera está demasiado clara: el

problema de la pobreza, del paro, de la marginación, del hambre, no está resuelto ni en nuestro país, que pertenece a la rica y orgullosa Europa, ni mucho menos en los países del Tercer Mundo, de Asia, Africa y América, y a pesar de que las noticias en este sentido nos llegan con cuentagotas, porque, por lo visto, esas noticias o no venden o no interesa que se publiquen, sabemos que más de dos tercios de la población mundial no tienen resueltas las necesidades mínimas.

La segunda razón es que Jesús no vino a enseñarnos a ser simplemente generosos con los pobres. La generosidad, qué duda cabe, es un importante valor humano y, como tal, totalmente coherente con el significado de la fiesta en la que celebramos el nacimiento del Hombre; pero Jesús nos pide más: Jesús nos enseña, ya desde su nacimiento, a compartir la suerte de los pobres.

Jesús nace de María, una mujer pobre. Y nace del Espíritu Santo, al que la liturgia llama «Padre de los pobres». Jesús nace pobre, y su mismo nombre Jesús = Dios salva, Dios libera) es un

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anuncio gozoso especialmente, preferencialmente, dirigido a los pobres. Por eso son unos pastores (el oficio de pastor era uno de los más despreciados en Palestina en aquellos tiempos) los primeros a los que llega de parte de Dios la noticia del nacimiento del Mesías, que viene a poner en marcha el reinado de Dios: esa nueva manera de vivir y de organizar la convivencia en la que el mismo Dios está comprometido y que, al abrirse paso en nuestro mundo, nos librará de la miseria al librarnos de todas nuestras miserias: el egoísmo, la ambición, la injusticia... Para ellos, para los más pobres, llega antes que para nadie «una buena noticia, una gran alegría», aunque más adelante, después de ellos, «lo será para todo el pueblo».

PAZ A LOS POBRES

De pronto se sumó al ángel una muchedumbre del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: ¡Gloria a Dios en lo alto, y paz en la tierra a los hombres de su agrado! También en estas fechas felicitamos a los amigos y conocidos con un deseo de paz en el que

resuenan las palabras de este coro de ángeles. En los medios de comunicación se suele escuchar este deseo, y hasta a los políticos, a los mismos que cuando les interesa nos llevan a la guerra, se les llena la boca haciendo votos -eso dicen ellos- por la paz.

Pero ¿nos hemos puesto a pensar que lo primero que rompe la paz del alma es la guerra en el estómago? ¿Puede estar en paz el que siente en su carne los mordiscos -o las cornadas- que da el hambre? ¿Puede haber paz en una familia, en una sociedad en la que no está seguro el pan de cada día?

Los deseos de paz, el compromiso por construir la paz que debe seguirse como consecuencia necesaria de la celebración de la Navidad, deben empezar por ser deseos y compromiso con la justicia, por la transformación de un mundo en el que se ha instalado, con intenciones de no marcharse jamás, un desorden al que nos hemos acostumbrado a llamar orden, una guerra sin disparos y sin bombas que se cobra cada día miles de vidas.

No. No podemos conformarnos con una limosna, más o menos generosa. No podemos dar por celebrada cristianamente la Navidad si no nos comprometemos en hacer lo que esté en nuestras manos por acabar con esta guerra y, por supuesto, con todas las demás guerras.

La Navidad es una invitación que cada año se repite para que nos incorporemos a la tarea de ensanchar cada vez más el reinado de Dios, una invitación a compartir la suerte de Jesús, Mesías pobre entre los pobres. Y la invitación no es sólo para cada uno de nosotros, sino para todos como grupo, como Iglesia: la Navidad debe suponer una llamada de atención a la conciencia dormida de una Iglesia que, aunque se preocupe de los pobres, hace tiempo que dejó de ser de ellos, de estar entre ellos; la Navidad es una llamada a toda la Iglesia para emprender el camino que nos devuelva a la situación de la que nunca debíamos haber salido solos: la pobreza. Y no para quedarnos allí -eso no será Buena Noticia para nadie-, sino para construir un mundo sin pobreza.

Entonces la gloria de Dios se habrá empezado a trasladar desde lo alto hasta aquí abajo.

III

1-2 Al principio ya existía la Palabra, y la Palabra se dirigía a Dios y la Palabra era Dios. Ella al principio se dirigía a Dios.

El término “Palabra” (griego, logos) sintetiza dos conceptos del AT: el de palabra-potencia creadora (Gn 1) y el de sabiduría creadora, que equivale al plan de Dios en su creación (Prov 8,22-24.27; Eclo 1,1.4-6.9; Sab 8,4; 9,1.9; Sal 104,24). De este modo, el logos, por una parte, en cuanto sabiduría, formula el plan o proyecto de Dios, que existe antes de la creación y la guía, y que, por otra parte, en cuanto palabra-potencia, lo realiza.

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Teniendo, pues, en cuenta el doble sentido de la palabra griega logos, el v. 1a puede traducirse: Al principio ya existía el Proyecto. Es decir, ya antes de que Dios creara el mundo con su Palabra, existía el Proyecto divino que había de guiar la obra creadora.

De los tres casos en que aparece en estos vv. el término "Dios", la primera y la tercera lleva artículo determinado (el Dios); la segunda, no lo lleva (un Dios, un ser divino).

El contenido del Proyecto divino está expresado en 1c, que, ateniéndonos al significado del logos en este pasaje y a la forma sin artículo de "Dios", puede traducirse: un ser divino era el Proyecto. Éste consistía, por tanto, en que el hombre tuviese la condición divina.

La traducción del v. 1 puede, por tanto, hacerse así: Al principio ya existía el Proyecto, y el proyecto se dirigía / interpelaba a Dios, y un ser divino era el Proyecto.

El Proyecto formulado es la Palabra divina absoluta y relativiza todas las demás palabras,

en particular, las de la antigua Ley: a las diez palabras (los diez mandamientos, el decálogo) se opone la única palabra que las sustituye. Paralelamente, todos los ideales humanos propuestos en la antigua alianza quedan superados al conocerse el verdadero proyecto de Dios sobre el hombre, el Hombre-Dios, realizado en Jesús.

Como se hacía en el AT con la sabiduría divina (Prov 8,22-31), el evangelista personifica el Proyecto, concebido en la mente divina, y lo presenta como el interlocutor de Dios. Expresa con esta especie de soliloquio divino una urgencia : la del amor de Dios por realizarlo. Y el evangelista repite esa idea en el vers. siguiente: Él (el logos-Proyecto) al principio se dirigía / interpelaba a Dios.

La antigua humanidad El rechazo del proyecto de Dios (1,3-10) 3-5 Mediante ella existió todo; sin ella no existió cosa alguna de lo que existe. Ella

contenía vida, y la vida era la luz de los hombres: esa luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la ha extinguido.

El proyecto-palabra tiene una actividad creadora que da existencia a todo ser sin excepción. No hay nada, por tanto, que nazca de un principio malo; por su creación, todo es bueno.

Pero la actividad creadora se traduce especialmente en la voluntad de comunicar a los hombres la vida que contiene. Esta vida (= la plenitud de vida), se opone a la existencia mediocre y sometida que impera en el género humano y que no merece el nombre de vida. Pero, además, la vida plena es para los hombres la luz, la verdad.

De esta última afirmación se deduce una importante consecuencia: no existe una verdad anterior a la vida ni independiente de ella: no hay más verdad que el esplendor (la luz) de la vida misma; es la aspiración a la vida plena la que orienta y guía al hombre, y la experiencia de ella le va descubriendo la verdad. Es decir, la verdad es la vida misma en cuanto se puede conocer, experimentar y formular. Donde hay vida, hay verdad; donde no hay vida, no puede haber verdad.

Pero la luz-vida tiene un enemigo, la tiniebla: a la luz-vida se opone la tiniebla-muerte. Aparece el mal: la tiniebla es una entidad activa y maléfica que pretende extinguir la luz. No existe antes que la luz, como se decía en el relato de la creación (Gn 1), sino que aparece después de la luz, está causada por hombres. En el ser humano, lo primario es la aspiración a la vida, que es componente de su ser, pues es la vida plena el contenido del proyecto creador del que el hombre es resultado.

La tiniebla, por su parte, no se opone a la vida en sí misma, sino a la luz-verdad, a la vida en cuanto puede ser conocida. Es, por tanto, una antiverdad, una falsa ideología (8,44: la mentira) que, al ser aceptada, ciega al hombre, impidiéndole ver la luz, es decir, impidiéndole conocer el

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proyecto creador, expresión del amor de Dios por el hombre, y sofocando su aspiración a la plenitud. Los dominados por la tiniebla son muertos en vida.

Así, toda ideología que se oponga a la plenitud humana o la impida, es tiniebla: la que inculca la sumisión en vez de la libertad, la que priva al hombre de la capacidad de pensar o de la capacidad de decidir y actuar en su vida. La peor, sin embargo, es la que persuade al hombre a venerar y amar lo que lo oprime e impide su crecimiento.

A pesar del esfuerzo de la tiniebla por extinguirla, la vida-luz, la aspiración a la vida plena, sigue brillando y sirve de orientación y de meta a la humanidad: los hombres pueden aún comprender qué significa una vida plenamente humana y aspirar a ella, aun cuando por culpa de otros no lleguen a conocerla y tengan que vivir sometidos a una condición infrahumana.

9. Era ella la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre llegando al mundo.. La luz verdadera se opone a las luces parciales o falsas, cuyo prototipo había sido para los

judíos la Ley de Moisés (Sal 119,105: "Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero"; Sab 18,4: "La luz incorruptible de tu Ley"; cf. Eclo 45,17 LXX).

Pero la luz de la vida no sólo brilla (v. 5), sino que ilumina; llega al mundo, se hace visible a todo hombre y busca comunicarse a él. Es decir, a pesar de las tinieblas y de las falsas luces, la plenitud contenida en el proyecto creador interpelaba a los hombres, presentándose como ideal y meta, y el anhelo humano de vida y de plenitud era criterio para distinguir entre luces verdaderas y falsas.

Sin embargo, aunque la luz le llegaba, la humanidad no reconoció el proyecto de Dios ni hizo caso de la interpelación (el mundo no la reconoció); aunque la luz le era connatural, la rechazó, y con ello rechazó la vida. Dominada por las ideologías contrarias a la vida (la tiniebla-muerte), se negó a responder al ideal al que estaba destinada por la creación misma. Tal era su situación hasta la llegada histórica de la Palabra-Proyecto: la ideología-tiniebla represora de la vida quitaba a los hombres hasta el deseo de la propia plenitud.

14 Así que la Palabra se hizo hombre, acampó entre nosotros y hemos contemplado su gloria -la gloria que un hijo único recibe de su padre-, plenitud de amor y lealtad.

La comunidad (nosotros) que ha aceptado a Jesús habla de la llegada de éste en términos de experiencia, la propia de los que lo han aceptado y, con ello, han nacido de Dios (vv. 12-13).

El Proyecto divino, la plenitud de vida, se ha realizado en un hombre sujeto a la muerte (hombre-carne). Por vez primera aparece en el mundo la meta de la creación: el Hombre-Dios.

La comunidad interpreta su presencia en clave de éxodo, es decir, de liberación de toda esclavitud: acampar (plantar la tienda) hace alusión a la antigua Tienda del Encuentro, morada de Dios entre los israelitas durante su peregrinación por el desierto (Éx 33,7-10). En este nuevo éxodo, el lugar donde Dios habita es un hombre, Jesús.

La gloria era el resplandor de la presencia divina, que, durante el éxodo de Israel, aparecía en particular sobre el santuario (Éx 40,34-38). Para la nueva humanidad en camino, la presencia activa de Dios resplandece en el hombre Jesús. No hay distancia entre Dios y los hombres; en Jesús, su presencia es inmediata para todos.

El hijo único es el heredero universal del Padre, y todo lo que éste tiene le pertenece; el Padre le comunica su misma gloria, haciendo al Hijo igual a él. Y su gloria consiste en su plenitud de amor y lealtad (cf. Éx 34,6): amor gratuito y generoso que se traduce en don de sí, en entrega, y que no se desmiente ni falla nunca (lealtad). Como la luz es el resplandor de la vida, la gloria es el resplandor del amor fiel. Si la vida es un dinamismo, su actividad es el amor: vivir es amar, y amar es comunicar vida. La gloria de Dios no es, por tanto, su poder o su soberanía, sino su amor, el amor que no cambia, que siempre se mantiene.

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IV

Isaías en la primera lectura se refiere en forma directa a la vuelta del pueblo de Israel de

su destierro en Babilonia. El pueblo que está regresando contempla desde lejos las ruinas de Jerusalén. Esta obra de liberación es asunto de Dios y así va ser reconocido por todo el pueblo. Aparece en el texto la palabra de los que van delante anunciando la liberación, son los vigías que anuncian la llegada de los que retornan a su patria; la palabra de la muchedumbre dentro de la ciudad, atribuyendo al Señor la obra de la salvación de la esclavitud; la del mismo profeta que anuncia lo ocurrido. ¿Cuál de todas estas es la Palabra de Dios? La manifestación fundamental de Dios se realiza a través de lo que acontece; y en ese acontecer, Él se da todo entero. Así, el acontecimiento del Nacimiento de Jesús es mucho más radicalmente Palabra de Dios que los evangelios. Por eso mismo, en la segunda lectura de Hebreos se nos dice que “el Dios que habló muchas veces y de muchos modos a nuestros Padres, al fin, en estos días nos ha hablado a nosotros por el Hijo”. El acontecimiento del Nacimiento de Jesús se convierte en sí mismo en Palabra de Dios que interpela a cada uno de los seres humanos que llegan a la existencia.

Es de esta Palabra de la que nos habla también Juan en el Evangelio de hoy: “La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros”. La palabra humana, tanto si se limita a trasmitir conocimiento como si incide eficazmente en la transformación de la realidad, es un medio fundamental de comunicación interpersonal. Todos llevamos dentro, como grabadas a cincel, palabras amorosas o terribles que hemos escuchado a otras personas en un momento dado.

La Palabra de Dios (amorosa, por salvífica), se dirige a todos y está en todas partes: en la creación, en el lenguaje humano, en las aspiraciones de las personas y de los pueblos, en los profetas, en la celebración, en Cristo... Dios habla y se revela, en ocasiones y de muchas maneras, por medio de sus profetas. En la plenitud de los tiempos nos habló por su Hijo, Palabra encarnada, Palabra que es luz y Vida, que da sentido a la mujer y al hombre. Hay un resto de humanidad que acepta la Palabra de Dios, pero hay muchas aún que se resisten a sus exigencias.

La Navidad nos invita a escrutar a Dios, creador del mundo; a contemplar el misterio de la Palabra de Dios, revelación divina; a maravillarnos ante la obra de Jesús, coronación de la de Dios; y a adorar a Jesús, mensaje de Dios a la humanidad.

En el prólogo, Juan toca los grandes temas de su evangelio. En estos dieciocho versículos iniciales encontramos, en efecto, la dialéctica muerte-vida, luz-tinieblas, verdad-mentira, gracia-pecado, el tema del testimonio, la relación libertad- esclavitud.

Lo primero que llama la atención es el comienzo: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios”(v. 1). Es una manera de expresar la divinidad de la Palabra. El v. 2 retoma la idea del origen divino de la Palabra: “ella estaba en el principio con Dios”. El v. 3 marca con fuerza esta última dimensión de la Palabra. “Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe”. La Palabra no es creada, es creadora.

El siguiente versículo añade un tema importante: “En ella estaba la vida”. El Dios que se revela en la Palabra es fundamentalmente vida. Jesús nos trasmite la vida del Padre; ella es la finalidad tanto de la obra creadora como de la acción salvífica. “Y la vida era la luz de los seres humanos (v. 4). La Palabra es vida y es luz. Todo aque llo que signifique dar vida y de diferentes maneras, es lo propio del seguidor del Señor; por el contrario lo que supone rechazo, pobreza, explotación, desprecio por la vida es alianza con la muerte y negación del Dios de Jesús.

La vida es luz y el obstáculo a ella son las tinieblas. La oposición luz-tinieblas es un tema que se presenta en todo el evangelio de Juan. Las tinieblas aquí, están relacionadas con el mundo de la mentira que como sabemos es otro gran tópico de su evangelio. La oscuridad expresa el pecado, la oposición, la hostilidad. La luz es al contrario el ámbito del amor. Entre las sombras y la luz hay antagonismo, pero Juan nos dice que “la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron”(v. 5).

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Desde el v. 11 el autor nos introduce en el tema central del prólogo, el de la habitación y la recepción de la Palabra en la historia: “vino a su casa, y los suyos no la recibieron”. Aquellos que aceptan la Palabra reciben el don de la filiación. Ese don significa un poder, una fuerza, Dios nos hace hijos e hijas; a esa gracia respondemos haciendo hermanas y hermanos a los demás.

“Vino a su casa” (v. 11), “se hizo carne” (v. 14) son expresiones que manifiestan esa entrada en la historia. “Carne” en el lenguaje bíblico significa el ser humano, con el agregado de una nota de debilidad. La Palabra entró en la historia, asumió la condición humana incluso en lo que tiene de más frágil. Ella llega “con los pies del mensajero que anuncia la paz” (Is 52,7).

“Puso su morada entre nosotros”(v.14): esta bella imagen está tomada del AT. La sombra de la carpa en el desierto, camino a la tierra prometida, da reposo, sentido y ánimo a la larga marcha. Para Juan la carne que asume la Palabra es la tienda del nuevo encuentro. Ser discípulo de Jesús es vivir, creer y esperar bajo esa carpa. La Palabra “acampó” entre nosotros, sugiere que lo hizo desde el cuerpo de María; y así, cargada de humanidad, se levanta de nuevo hacia el Padre: “Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como hijo único(v.14). El prólogo termina reafirmando la trascendencia de Dios: “a Dios nadie lo ha visto jamás (v.18), la encarnación no quita su santidad, su trascendencia. El es totalmente distinto, no es de este mundo. Pero el Hijo lo ha visto y por eso lo puede revelar. El Hijo que está cara a cara con el Padre es el único que puede manifestarlo Viernes 26 de diciembre Esteban EVANGELIO Mateo 10, 17-22

17Pero tened cuidado con la gente, porque os llevarán a los tribunales, os azotarán en sus sinagogas 18y os conducirán ante gobernadores y reyes por mi causa, como prueba contra ellos y contra los paganos.

19Cuando os entreguen no os preocupéis por lo que vais a decir o por cómo lo diréis, pues lo que tenéis que decir se os inspirará en aquel momento; 20porque no seréis vosotros los que habléis, será el Espíritu de vuestro Padre quien hable por vuestro medio.

21Un hermano entregará a su hermano a la muerte, y un padre a su hijo; se levantarán en el juicio hijos contra padres y los harán morir, 22y seréis odiados de todos por razón de mi persona; pero aquel que resista hasta el final, ése se salvará.

COMENTARIOS I

vv. 17-22. La situación de los discípulos en medio de la sociedad será como la de hombres

inermes ante enemigos despiadados. Así como la perícopa anterior trataba de la actitud de los discípulos y su trabajo por la paz (cf. 5,3.7-10), en ésta se describe la persecución de que van a ser objeto (5,10). El programa de las bienaventuranzas se verifica en la vida del discípulo. La actitud de éstos ante la sociedad hostil es, por una parte, de prudencia y cautela, sin meterse en la boca del lobo; por otra, de ingenuidad y sencillez, sin ser intrigantes ni retorcidos (16). Jesús desarrolla el aspecto de la cautela: no fiarse de cualquiera, porque hay muchos dispuestos a traicionarlos y entregarlos a los tribunales. Es un aviso equivalente al dado en 7,6. No tienen por qué manifestar a

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cualquiera el contenido del mensaje que llevan. La sociedad no tolera ese mensaje, que pone en cuestión sus mismos cimientos. De ahí la acción de los tribunales, lo mismo judíos que paganos, que será la prueba de su injusticia (17-18). En esta circunstancia difícil no deben preocuparse de lo que van a declarar ante el tribunal, pues tendrán una ayuda particular del Padre por medio del Espíritu. Se verificará lo anunciado en la bienaventuranza sobre la persecución (5,10); el rey de los perseguidos es el Padre, y su amor no les faltará un momento (19-20). El mensaje causará divisiones tremendas en la misma familia. Unos delatarán a otros, y harán que sean condenados a muerte (21). La sociedad no soportará a los discípulos. La salvación está en mantenerse firmes hasta el final. Para el discípulo, esta clase de muerte no es un fracaso, sino un éxito que corona toda su vida (22).

II

En la perícopa anterior (9,35-10,16), hablaba ya de los lobos con que se iban a encontrar los enviados de Jesús. Sin embargo la alusión a una oposición era vaga, pues parecía que la actividad apostólica se iba a desarrollar en una atmósfera de victoria. A partir del texto en cuestión, cambian las perspectivas. Se afirma que los apóstoles van a ser odiados, y sus próximas pruebas se describen con una precisión que permite situar exactamente su naturaleza y su medio: los seres humanos de los que habla el v.17 no pueden ser otros que los judíos. Se les distingue netamente de los paganos (v.18); son los “familiares” de los apóstoles (v.21); no obstante, el odio será general (v.22), crecerá en todas las ciudades de Israel (v.23).

Este texto es exclusivo de Mateo, una composición rigurosa desde el punto de vista catequético. Mt parece desentenderse de su valor documental con respecto a la vida de Jesús. A primera vista estos avisos parecen tardíos, característicos del medio siro-palestinense en que se compuso Mateo y atribuidos retrospectivamente a Cristo por el evangelista. Parece evidente que estos versículos fueron recogidos para animar a los misioneros de los años ochenta-noventa. El tema de la prudencia del v.16 que se repite en el v.17 pero con otra terminología diferente, Mateo lo emplea con dos matices: guardarse bien en el sentido de rechazar o rehusar algo, o bien en el sentido de estar en guardia en tal o cual situación difícil. El contexto invita aquí a optar por el segundo matiz: Jesús no aconseja a los discípulos huir de la sociedad de los seres humanos, sino que se guarden de toda ilusión en su encuentro con los seres humanos. ¡Que no olviden que su Maestro fue rechazado por estos mismos seres humanos!

Las expresiones siguientes pudieron ser tardías, ya que los del sanedrín tomaron fuerza después de la caída de Jerusalén. Se trata, de la asambleas locales de los notables de la sinagoga, compuestas por 23 miembros. Las escenas de violencia tendrán lugar en la sinagogas, en las que había una sala especial para este género de sesiones. La flagelación judía tradicional se efectuaba con varas (Dt 25,2); debido al influjo romano, la varas fueron sustituidas por correas o látigos (2Cor 11,25; Hch 16,22). Los gobernadores y reyes no tomarán la iniciativa de estas violencias, son los fariseos en este caso quienes pedirán que condenen a los cristianos (como van hacer con Jesús). Los azotes que recibirán los cristianos en las sinagogas serán la oportunidad para dar testimonio de su Maestro y del reino; además, se les darán las palabras necesarias para dicho testimonio y este don no se da por arte de magia, sino que se cuenta con ellos . De las acusaciones forman parte los mismos familiares y amigos que los acusarán por causa de Jesús. En consecuencia, entre los perseguidos solo se salvarán quienes “resistan” hasta la muerte.

Jesucristo quiere prevenir a sus apóstoles: en el ejercicio de su apostolado no todo será placentero, no todo resultará agradable, no todos estarán de acuerdo con las palabras y los testimonios de los apóstoles; estos se verán rodeados de sus enemigos, a la vez enemigos de la Palabra y el Evangelio que ellos predican.

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Pues bien, aún en estas circunstancias adversas, el apóstol debe permanecer fiel a su misión y al Evangelio que tiene que predicar. Esta fidelidad deberá mantenerla a toda costa; las concesiones no se pueden hacer sacrificando la fidelidad a la doctrina.

El apóstol es además un emisario de la paz y eso aunque en el ejercicio de su apostolado profético deba soportar las contradicciones y persecuciones; el martirio de Esteban que hoy recuerda la liturgia debe ser estímulo para todo apóstol que desee ser tal, es decir: testigo que da razón de la fe que predica y predica lo que vive y vive lo que siente.

Jesucristo profetiza a los apóstoles las persecuciones que han de tener por su cuenta. La historia de la Iglesia ha confirmado plenamente la verdad de estas palabras de Jesucristo. El patrimonio del apóstol es la persecución, el sacrificio.

Los apóstoles fueron conducidos varias veces ante el Sanedrín, como lo leemos en los Hechos de los apóstoles; y a Pablo lo azotaron por lo menos cinco veces y a San Esteban lo martirizaron. ¿Cómo pretender ser apóstol del Señor ahora, sin sufrir adversidades y contradicciones?.

Gran consuelo para ti debe ser la seguridad de que en el ejercicio de tu apostolado tendrás una especial asistencia del Espíritu Santo; este es el mayor motivo para tener optimismo y deponer el temor que se puede apoderar de ti cuando te enfrentes con las dificultades inherentes a la acción apostólica. Sábado 27 de diciembre Juan Evangelista EVANGELIO Juan 20, 2-8

2Fue entonces corriendo a ver a Simón Pedro y también al otro discípulo, el predilecto de Jesús, y les dijo:

-Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto. 3Salió entonces Pedro y también el otro discípulo y se dirigieron al sepulcro. 4Corrían los

dos juntos, pero el otro discípulo se adelantó, corriendo más de prisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. 5Asomándose vio puestos los lienzos; sin embargo, no entró. 6Llegó también Simón Pedro siguiéndolo, entró en el sepulcro y contempló los lienzos puestos, 7y el sudario, que había cubierto su cabeza, no puesto con los lienzos, sino aparte, envolviendo determinado lugar. 8Entonces, al fin, entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó.

COMENTARIOS I

2 Fue entonces corriendo a ver a Simón Pedro y también al otro discípulo, el predilecto

de Jesús, y les dijo: «Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto». La reacción de María es de alarma. Avisa a los dos discípulos por separado. Como lo

había anunciado Jesús, su muerte ha provocado la dispersión de los suyos (16,32). En vez de anunciarles el dato objetivo, que la losa estaba quitada, María les propone su

propia interpretación del hecho: se han llevado al Señor. Lo que era señal de vida (el sepulcro abierto) no lo ve como tal. Llama a Jesús "el Señor", pero para ella es un Señor impotente, que

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está a merced de lo que quieran hacer con él. El plural no sabemos indica la desorientación de la comunidad.

Ésta se siente perdida sin Jesús. Hay una actitud de búsqueda, pero buscan a un Señor muerto. Él era su fuerza y su punto de referencia; al creerlo reducido a la impotencia, la comunidad queda ella misma sin ánimos y sin norte.

3-5 Salió entonces Pedro y también el otro discípulo y se dirigieron al sepulcro. Corrían

los dos juntos, pero el otro discípulo se adelantó, corriendo más de prisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Asomándose vio puestos los lienzos; sin embargo, no entró.

Nueve veces se menciona el sepulcro en esta perícopa, mostrando que la idea de Jesús muerto es la que domina en los suyos. Nadie recuerda que el sepulcro está en un huerto, lugar de vida (19,41).

Ante la noticia que les da María, ambos discípulos tienen la misma reacción: ir al sepulcro. Los dos corren juntos, mostrando su interés por lo sucedido y su adhesión a Jesús. Durante el trayecto, sin embargo, se produce una diferencia: el discípulo predilecto de Jesús se adelanta a Pedro.

Las dos veces que hasta ahora Pedro y ese discípulo han aparecido juntos (13,23-25; 18,l5ss), este último ha tenido ventaja sobre Pedro. También ahora, el que ha estado junto a la cruz (19,26) y ha visto su fruto (19,35) corre más deprisa. Pedro, llamado aquí dos veces por el mero sobrenombre, aludiendo a su obstinación (cf. 13,6.37; 18,16.17.18.25.27), concibe todavía la muerte de Jesús como un fracaso, no como muestra de amor y fuente de vida (12,24). Tras las negaciones, ha vuelto a la adhesión a Jesús, pero sigue sin aceptar su entrega.

El discípulo encuentra que la losa está quitada y que los lienzos ya no atan a Jesús (19,40); los ve puestos, extendidos, como sábanas en el lecho nupcial. Distingue la señal de la vida, pero no la comprende. Debería deducir que Jesús, desatado de los lienzos, se ha marchado por sí solo (cf. 11,44, de Lázaro: Desatadlo y dejadlo que se marche), pero no concibe aún que la vida pueda superar a la muerte.

El discípulo no entra en el sepulcro; va a ceder el paso a Pedro. Después de las negaciones de éste (18,15-17.25), es un gesto de aceptación y reconciliación.

6-7 Llegó también Simón Pedro siguiéndolo, entró en el sepulcro y contempló los lienzos puestos, y el sudario, que había cubierto su cabeza, no puesto con los lienzos, sino aparte, envolviendo determinado lugar.

Pedro sigue al otro discípulo; el más cercano a Jesús marca el camino. Al contrario que éste, Pedro no se detiene a mirar, entra directamente. También él ve los lienzos puestos. Descubre, además, el sudario, símbolo de muerte (11,44, de Lázaro), aunque éste no había cubierto la cara de Jesús, ocultando su personalidad; solamente su cabeza, porque su muerte era un sueño (19,30). No está puesto con los lienzos, sino colocado aparte, envolviendo determinado lugar.

Lo extraño de esta expresión indica un segundo sentido. De hecho, “el lugar” denota en este evangelio el templo de Jerusalén (4,20; 5,13; 11,48) o, por contraste, el lugar donde se en-cuentra Jesús, nuevo santuario (6,10.23; 10,40, etc.). Aquí este “lugar”, separado del de Jesús (donde están los lienzos), designa el templo. El significado es, pues, el siguiente: al matar a Jesús, los dirigentes judíos han intentado suprimir del mundo la presencia de Dios, y con ello han condenado a la destrucción su propio templo, donde Dios debía haber tenido su casa (cf. 2,19). La muerte (el sudario), vencida por Jesús, envuelve y amenaza sin remedio a la institución que lo condenó.

Resumiendo: El lecho del sepulcro, con las sábanas puestas, aparecía desde fuera como un tálamo nupcial, anunciando vida y fecundidad. Sólo al entrar se descubre el sudario, pero

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separado del lecho: la fiesta de bodas anula la muerte pasada. Los lienzos o sábanas van a servir aún; el sudario, en cambio, que lleva en sí la muerte, cubre la institución homicida.

No hay reacción de Pedro ante los signos. 8 Entonces, al fin, entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al

sepulcro, vio y creyó. Insiste el evangelista en la deferencia del otro discípulo (el que había llegado antes), que

muestra una actitud de amor como la de Jesús. Cuando entra, ve las mismas señales que Pedro, pero él las comprende: la muerte no ha interrumpido la vida, simbolizada por el lecho nupcial preparado. Ahora cree y, como dijo Jesús a Marta, ve la gloria de Dios (11,40), es decir, el alcance de su amor, que da una vida definitiva, capaz de vencer la muerte.

Resalta el contraste entre los dos discípulos: sólo cree el segundo.

II

En los primeros versículos de la primera carta de Juan, se contiene toda la intención de la misma: proclamar nuestra comunión con Dios; indicar que el conocimiento que de Él tenemos nos viene por Jesucristo; y exhortar a los fieles a un estilo de vida que en realidad sea una proclamación misionera de la fe en Él.

El evangelio, en la misma línea, nos narra el suceso del “sepulcro vacío”. Juan, y los demás apóstoles, aún no han llegado a la fe en la Resurrección. Más bien creen que se trata de un hurto del cuerpo de Jesús. Solamente a la vista de las vendas que lo cubrían, comienzan a pensar en que, de verdad, haya podido resucitar. La fe en la resurrección será el eje de cuanto anuncien de aquí en adelante los apóstoles. Y por esa fe, quienes crean en Jesucristo, vendrán obligados a hacer de su vida un anuncio constante de la intención de Dios sobre la humanidad, expresada en su enviado, Jesús

Domingo 28 de diciembre Sagrada Familia

LA SAGRADA FAMILIA

Primera lectura: Eclesiástico 3, 3-7. 14-17 a. Salmo responsorial: 127, 1-2. 3. 4-5

Segunda lectura: Colosenses 3, 12-21 EVANGELIO Lucas 2, 41-52

41Sus padres iban en peregrinación cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. 42Cuando Jesús había cumplido doce años subieron ellos a la fiesta según la costumbre, 43y cuando los días terminaron, mientras ellos se volvían, el joven Jesús se quedó en Jerusalén sin que se enteraran sus padres.

44 Creyendo que iba en la caravana, después de una jornada de camino se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; 45al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca.

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46A los tres días lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 47Todos los que lo oían estaban desconcertados de sus inteligentes respuestas. 48Al verlo, quedaron impresionados, y le dijo su madre:

-Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo!

49El les contestó: -¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre? 50Pero ellos no comprendieron lo que les había dicho. 51Jesús bajó con ellos, llegó a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba

todo aquello en la memoria. 52Y Jesús iba adelantando en saber, en madurez y en favor ante Dios y los hombres.

COMENTARIOS I

EL PRIMER CONFLICTO

Los padres de Jesús «iban cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años subieron a las fiestas según la costumbre, y cuando éstas terminaron, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que iba en la caravana, al terminar la primera jornada se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; y, como no lo encontraban, volvieron a Jerusalén en su busca» (Lc 2,41ss).

Esta fue la primera trastada oficial de Jesús; después haría muchas más, hasta dar al traste con las ideas mesiánicas de muchos, como había anunciado Simeón: «Mira: éste está puesto para que todos en Israel caigan o se levanten; será una bandera discutida, mientras que a ti una espada te traspasará el corazón; así quedará patente lo que todos piensan» (Lc 2, 34-35).

«A los tres días lo encontraron por fin en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que lo oían estaban desconcertados de sus inteligentes respuestas» (Lc 2,46-47).

Jesús, el que sería Maestro, comienza de alumno. Por primera y única vez llama el evangelista Lucas 'maestros' a los doctores judíos, cuya enseñanza caería por tierra ante la de Jesús. Más adelante, de mayor, éste se encargaría de minar la doctrina de aquellos maestros, mostrando sus incoherencias y ridiculizándola hasta el extremo. Lucas, desde el principio de su evangelio, ofrece un adelanto de lo que sería el quehacer cotidiano de Jesús: dinamitar un sistema religioso que alejaba al hombre de Dios y lo hundía en la conciencia de su propia culpa, hasta el punto de no poder levantar cabeza.

Lucas no dice en torno a qué temas giró aquel primer diálogo de Jesús con los maestros. Pero algo parece claro: sus respuestas produjeron desconcierto y extrañeza entre los presentes. ¡Los que creían tener 'la llave de la ciencia', desconcertados por las respuestas de un niño de doce años! Tal vez, desde el principio, no se atuviese Jesús a la tradición de sus mayores, mostrándose crítico con el magisterio oficial del templo; de ahí que sus respuestas produjesen desconcierto o extrañeza.

Pero Jesús no sólo desconcertó a los maestros, sino también a sus padres, responsables de su primera educación, transmisores de la educación tradicional en el seno de la familia. La pregunta que le hace su madre y la respuesta de Jesús muestran a un Jesús que no acepta la autoridad paterna. «-Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo! El les contestó:

-¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre? » Las traducciones de la Biblia dicen 'en la casa de mi Padre', pero la palabra 'casa' (en griego oikos u oikia) no aparece en el texto original. Dios no estaba en aquella casa o templo, a la que más tarde

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Jesús designaría 'cueva de bandidos'. Dios estaba más bien «en lo que es de mi Padre» (en griego, en tois tou patros mou). Y lo que era de su Padre, lo único que aquellos doctores habían dejado intacto, era la palabra de Dios contenida en la Biblia; allí aparecía una imagen de Dios muy distinta de la propugnada por la enseñanza oficial, que daba más importancia a los comentarios a la Biblia que a la misma Biblia, anulando con frecuencia la palabra divina para sustituirla por mandamientos humanos (Mc 7,9-13).

La respuesta de Jesús a sus padres es la primera intervención hablada de Jesús en el Evangelio de Lucas. Denominando a Dios 'mi padre', Jesús se muestra independiente de José y María, sus padres, transmisores naturales de la cultura y tradiciones religiosas de Israel.

Pero ellos «no comprendieron lo que quería decir... María, su madre, conservaba todo aquello en la memoria.» Tal vez algún día llegaría a comprender que su hijo Jesús era hijo de Dios y había venido a desvelar el verdadero rostro de Dios, tan distinto del Dios cuya presencia se había reducido al espacio del templo y cuya voz había sido monopolizada por los maestros de Israel, mercenarios de un rebaño al que quitaban a dia rio la vida.

Mientras tanto, a María no le quedaba otra alternativa que «conservar en la memoria todo aquello» y darle vueltas hasta llegar a comprender que su hijo no les pertenecía y que no estaba sometido a otra autoridad que a la de su padre-Dios.

II

ESCUELA DE HOMBRES LIBRES No le bastó con ofrecerse a todos como Padre y quiso ser también hijo y hermano. Y se hizo presente, como

hijo de hombre, en una familia para enseñarnos a ser hombres y hermanos de los hombres. Hoy recordamos a aquella familia de Nazaret, que podría servir de ejemplo para las familias cristianas.

DIOS EN UN HIJO DE HOMBRE

Sus padres iban cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús había cumplido doce años, subieron ellos a la fiesta según la costumbre...

Nos sorprende y nos emociona pensar que Dios ha querido ser Padre en lugar de ser amo,

como si, puestos a pensarlo, pudiera esperarse otra cosa de quien es amor; nos llena de alegría saber que es su vida la que nos mantiene vivos, como si pudiera haber verdadera vida fuera de El. La verdad es que a muy pocos les resulta difícil descubrir el bien y la belleza si nos llegan desde arriba: mirar hacia arriba, tender hacia arriba, subir, ascender... Arriba, donde siempre han estado los tronos de los poderosos y las cuentas de los ricos. Pensando así, nos habría sido muy difícil entender qué es lo que significa que Dios es Padre. Por eso, en Jesús, él se vino abajo, para que lo tuviéramos que encontrar, pequeño y sin fuerzas, como hijo, en una familia pobre y sencilla en la que, además, se fueron planteando los mismos problemas, y en muchos casos mayores, que los que tiene que afrontar la mayoría de las familias.

En Israel se alcanzaba la mayoría de edad a los doce años. Desde entonces el israelita se consideraba miembro de pleno derecho de la comunidad religiosa judía (excepto para algunas cuestiones, como el servicio de armas) y quedaba plenamente sometido a la Ley de Moisés; por eso era a esta edad cuando los niños judíos acompañaban a sus padres por primera vez en la obligada peregrinación anual de Jerusalén.

José y María eran dos israelitas piadosos, cumplidores de la Ley, observantes de las costumbres y normas religiosas, y en ese espíritu querían educar a su hijo, Jesús.

UN HIJO INDEPENDIENTE

... y cuando los días terminaron, mientras ellos se volvían, el joven Jesús quedó en Jerusalén sin que se enteraran sus padres.

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Quienes tengan una idea algo tradicional de la familia, en la que todo gira alrededor de la autoridad del cabeza de familia, entenderán con dificultad la actitud de Jesús, que se queda en Jerusalén no sólo sin el permiso de José y María, sino sin decírselo siquiera.

Para Jesús, las relaciones familiares son importantes: quiso nacer en el seno de una familia sencilla y crecer en ella, como cualquier hijo de vecino. Al terminar este relato, Lucas afirma que, después de que sus padres lo encontraran «en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas», y después de algunas aclaraciones que José y María «no comprendieron», «Jesús bajó con ellos, llegó a Nazaret y siguió bajo su autoridad». Pero la familia ni tiene por qué ser un ámbito en el que la libertad y la independencia de todos quede subordinada a la autoridad de uno de sus miembros, ni puede ser el principal cent ro de la vida de quien aspira a romper todas las barreras que impiden a los hombres encontrarse y quererse como hermanos; la independencia de Jesús en este relato anuncia la que, de modo definitivo, mostrará cuando María y algunos de sus familiares pretendan acercarse a él quedándose fuera del grupo de los que lo escu-chan: «Madre y hermanos míos son los que escuchan el mensaje de Dios y lo ponen por obra» (Lc 8,21).

LAS COSAS DE MI PADRE

¿Por qué me buscabais? No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi padre? El sentido del episodio que acabamos de recordar está ya anunciado en el evangelio de este

domingo: Jesús tiene otro Padre y, por tanto, su familia según la carne no es su única familia y, ni siquiera, la más importante: es el otro su verdadero Padre y pretende que todos sean sus hermanos.

Su origen humano no lo ata ni a una familia, ni a un pueblo, ni a una cultura, ni a unas instituciones religiosas; él está en relación directa y privilegiada con el Padre del cielo; por eso él es a partir de ahora el lugar de la presencia de Dios en la tierra. Su atención a los que sólo esta vez el evangelio de Lucas llama maestros, los expertos en la Ley de Moisés, no muestra más que el respeto a la experiencia de un pueblo que sintió intervenir a Dios en su historia para hacerlos hombres libres, experiencia que sirvió de preparación para otra que la va a superar y que está ya a las puertas: Dios va a intervenir de nuevo en la historia para ofrecer a todos los hombres la oportunidad de ser aún más libres, dándoles la posibilidad de ser hijos y la de ser felices como hermanos. Esa es la misión que trae a Jesús por esta tierra, y ante ella, todo lo demás pierde importancia: la familia, las instituciones religiosas, la propia persona, la misma vida.

La Sagrada Familia puede ser ejemplo de las familias cristianas sólo si la miramos desde la perspectiva de Jesús. En ella el Hijo de Dios empezó a ser y aprendió a ser hijo de hombre, para enseñarnos a ser hombres libres y a vivir como hermanos. ¿Son las familias cristianas escuelas de hombres libres, libres de prejuicios para con los demás hombres?

III

JESUS SE EMANCIPA DE ISRAEL Hemos llegado al último relato del mal llamado «Evangelio de la infancia». Los pocos que

se han atrevido a negar el carácter histórico de este relato le han atribuido valor legendario, han buscado paralelos en otras culturas, han puesto de relieve trazos sobrehumanos propios de un niño prodigio... Después las aguas han vuelto a su cauce, se ha mantenido su valor histórico y se han extraído toda suerte de lecciones.

Acostumbrados ya a leer los relatos anteriores como una catequesis de adultos impartida a la comunidad «para que compruebe la solidez de las enseñanzas con que había sido instruida» durante el catecumenado, carece de sent ido que Lucas se haya explayado aquí contándonos un incidente que tuvo lugar cuando Jesús (según el cómputo judío) alcanzó el umbral de su vida adulta. Al igual que en los relatos anteriores, Lucas se ha preocupado del sentido teológico de la escena, ya que en

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ningún momento se ha propuesto escribir unas memorias -ni siquiera fragmentarias- de la vida privada de Jesús, sino, por el contrario, desglosar su creciente personalidad y su progresiva emanci-pación de las categorías socio-religiosas de su entorno judío.

La escena no tiene correlativo en la presentación paralela que ha hecho de la persona y futura actividad del precursor. Por eso Lucas la ha enmarcado entre dos colofones que se comple-mentan mutuamente, como veremos en su momento. La escena tiene valor teológico. Sirve para anticipar la nueva relación que se ha establecido entre Dios y el Hombre, relación que produjo desconcierto entre sus connacionales, pero que dejó trazas en la memoria del pueblo fiel.

JESUS SE DESMARCA DE SU ENTORNO FAMILIAR

Lucas crea un marco apropiado para esbozar el que será el tema central de la nueva enseñanza impartida por Jesús: el éxodo definitivo del hombre libre fuera de la institución judía. Para ello nada mejor que las fiestas de Pascua, en que se rememoraba el éxodo de Egipto: «Sus padres iban en peregrinación cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús había cumplido doce años, subieron ellos según la costumbre, y cuando los días terminaron, mientras ellos regresaban, el joven Jesús se quedó en Jerusalén sin que se enteraran sus padres» (2,41-43).

María y José, exactos cumplidores de la Ley, observaron escrupulosamente el período prescrito (dos días como mínimo), y una vez cumplidos los ritos pascuales regresaron a su pueblo. Lucas subraya que «sub ieron ellos según la costumbre», dejando entrever que Jesús no fue allí con la misma intención, y que «mientras ellos regresaban» él se quedó. «Creyendo que iba en la caravana, después de una jornada de camino se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca» (2,44-45).

La triple mención de «Jerusalén» (en sentido sacral) nos indica que lo que Lucas quiere enseñarnos tiene que ver con la institución religiosa del judaísmo. Trece años era la edad requerida para que un judío tomase parte activa en la comunidad israelita. A partir de esa edad, Jesús, como buen judío, quedaría obligado a las observaciones de su religión. Pero de momento ya se ha desmarcado de sus padres, parientes y conocidos, es decir, de su entorno familiar.

LAS ENSEÑANZAS RABINICAS SOBRE EL EXODO,

EN ENTREDICHO «A los tres días lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros,

escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían estaban desconcertados de sus inteligentes respuestas» (2,46-47). Los «tres días» de búsqueda incesante indican que lo buscaron por todas partes, menos en la dirección que Jesús había tomado. Encuentran a Jesús en una escuela del templo, «sentado en medio de los maestros», es decir, no como un discípulo (no se dice que estuviese sentado a los pies de los maestros judíos) ni siquiera como un maestro más (impartían la enseñanza «sentados»), sino como el centro de una discusión entablada entre colegas a base de preguntas y respuestas, cuya temática no podía ser otra que el sentido de la Pascua. Jesús, en lugar de asistir a las ceremonias, había ido al templo para poner en entredicho la enseñanza tradicional de los rabinos, mostrándose buen conocedor de las tradiciones de Israel y evidenciando su sentido crítico frente a ellas. Los maestros judíos, a su vez (única ocasión en que Lucas los llama «maestros»; en adelante los llamará «maestros-de-la-Ley» 5,17], «letrados» [5,21] o «juristas» [7,30]), le harán preguntas, pero él sembrará el desconcierto entre sus filas (lit. los dejará «fuera de sí») con sus «inteligentes respuestas». Lucas anticipa así la postrera enseñanza de Jesús en el templo (cf. 19,47-21,38), cuando el Mesías declarará caduca la enseñanza judía.

LAS TRADICIONES PATRIAS, DEJADAS A UN LADO

«Al verlo, quedaron impresionados, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo!" El les contestó: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre?" Pero ellos no comprendieron lo que les había dicho» (2,48-50).

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El reproche de la madre es el del Israel fiel que ha intentado por todos los medios integrar a Jesús en su pasado nacional y religioso. «Tu padre» recalca el vínculo legal y le recuerda a Jesús el papel de José en su educación y comportamiento ante la Ley. No conciben que el Mesías pueda separarse de la tradición representada por ellos.

Jesús habla por primera vez en el Evangelio y corrige el dicho de María: se extraña de que lo 'buscaran', puesto que tenían suficientes elementos de juicio para llegar a comprender que, según designio divino («tengo que estar»), no era en el templo como lugar de sacrificios donde debían buscarlo (cf. 19,46: «cueva de bandidos»), sino como lugar de la presencia divina («en lo que es de mi Padre»), presencia que Jesús ve reflejada solamente en la Escritura antigua: por eso discute con los maestros de Israel que se arrogaban el derecho de interpretarla en exclusiva.

Al llamar a Dios «mi Padre», Jesús se independiza de los suyos y rompe con la integración en la cultura religiosa de Israel que éstos han querido efectuar. Con la incomprensión de «sus padres», Lucas anticipa ya la incomprensión de que será objeto por parte de todos: dirigentes de Israel, pueblo y discípulos.

LA LARGA ESPERA EN EL ANONIMATO DEL PUEBLO

«Bajó con ellos, llegó a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo aquello en la memoria» (2,51). Lucas no podía ser más lacónico. Los plumíferos, buscadores de noticias de primera plana, deberán estrujar su cerebro para conseguir un guión que satisfaga la curiosidad de un público infantilizado.

Pero Jesús sigue allí, entre los suyos, como uno más. Ni siquiera se ha retirado al desierto. No cuestiona la autoridad de sus padres, aunque ésta haya quedado muy relativizada en la escena paradigmática del templo. Todavía no ha llegado el momento de que manifieste su libertad.

Jesús acumula imágenes y experiencias, escucha el clamor de su pueblo humillado y oprimido, conoce de cerca su entorno, los problemas de su gente, las represalias provocadas por los fanáticos, la connivencia de las autoridades políticas y religiosas con los invasores. Asiste a la sinagoga, escruta con diligencia las Escrituras, discute con los rabinos.

Sus padres no comparten en absoluto el comportamiento tan singular de este joven, pero María sigue almacenando en su memoria experiencias y recuerdos (cf. 2,19) cuyo significado no llega a comprender: la mención de «su madre» al principio, en el momento del encuentro, cuando le formula el reproche (2,48b), y al final, una vez Jesús se ha sometido de nuevo a la patria potestad (2,5 1d), enlaza la pregunta/reproche con la grabación en la memoria de la respuesta de Jesús; María, aun cuando no lo comprenda, no se cierra en banda, antes bien, lo guarda en su interior a la espera del momento en que el resto de Israel, a quien ella representa como «madre» del Mesías, acepte y dé su adhesión a un Mesías que no está sujeto a las tradiciones patrias, pues tiene a Dios como a único Padre.

SEGUNDO COLOFON:

CRECIMIENTO DE JESUS EN TODOS LOS SENTIDOS «Jesús iba progresando en saber, en madurez y en favor ante Dios y los hombres» (2,52). El

primer colofón, tras la primera vuelta a Nazaret, habla del crecimiento del niño. En este segundo colofón ya no se habla propiamente de «crecimiento», sino de «progreso», como compete a un joven: «Jesús», precisa ahora (no ya «el niño», cf. 1,80a; 2,40a), sigue adelantando en «saber» (cf. 2,40b; tanto él como Juan Bautista serán reconocidos más tarde como «maestros»), en «madurez» personal asociada al crecimiento en edad, más que en estatura física (el término griego es ambivalente), y en «favor/gracia» no sólo «ante Dios», sino ahora también «ante los hombres».

De hecho, los dos colofones que conciernen a Jesús se corresponden con el único colofón relativo a Juan. Este tenía dos partes, la que hacía referencia a su «crecimiento» personal (1,80a) y la que anticipaba cuál sería su concepción de la sociedad, «residía en lugares desiertos», y el alcance de su misión, su «presentación ante Israel» (1 ,80b). El primer colofón resume el «crecimiento» personal de Jesús en términos muy parecidos al de Juan, pero sin adelantar nada

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respecto a su futuro; el segundo, después de la ruptura de Jesús con las tradiciones ancestrales, apunta el alcance universal de la futura misión de Jesús, «ante Dios y los hombres», en contraste con la del Bautista, «ante Israel».

IV

Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia. Los textos de la liturgia hacen referencia a temas familiares. En la primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico, escuchamos los consejos que un hombre, Ben Sirac, que vivió varios siglos antes de Jesucristo, da a sus hijos. El respeto y la veneración de éstos hacia sus padres es cosa agradable a los ojos de Dios, que éste no dejará sin recompensa. Los hijos que veneren a sus padres serán venerados a su vez por sus propios hijos. Todo estos consejos, aún conservando hoy plena validez, parecen insuficientes, puesto que están dados desde una mentalidad estrictamente rural, en donde otros aspectos de la vida familiar no son tenidos en cuenta. No sólo importa hablar hoy del respeto que los hijos deber a los padres, sino de la actitud de éstos con relación a los hijos. Esta insuficiencia resulta particularmente notable en momentos como los actuales, cuando la familia tiene planteados problemas de pérdida de sus funciones.

Desde una perspectiva cristiana, la familia continúa teniendo una función insustituible: ser una comunidad de amor en donde los que la integran puedan abrirse a los demás con una total sinceridad y confianza. Dejando aparte los consejos que en último lugar da San Pablo, y que son puramente circunstanciales y muy ligados a las costumbres y mentalidad de la época, la exhortación a la mansedumbre, a la paciencia, al perdón y, sobre todo, al amor, es algo realmente básico para la familia de nuestro tiempo.

El evangelio de Lucas en el que se nos cuenta la pérdida del niño Jesús en el Templo, fue escrito probablemente unos cincuenta años después de este suceso. Doce años es, aproximadamente, la época en que los niños comienzan a sentirse independientes. Para Lucas, esta primera subida de Jesús a Jerusalén es el presagio de su subida pascual y por ello, estos acontecimientos hay que leerlos a la luz de la muerte y resurrección del Señor.

La sabiduría de Cristo ha consistido para Lc en entregarse desde su joven edad “a su Padre”, sin que esto quiera decir que supiera ya adónde le llevaría esa entrega. Pero en ella va incluida ciertamente la decisión de anteponer su cumplimiento a toda otra consideración. Sus padres no tienen aún esa sabiduría. María parece que llega a presentirla. Pero, de todas formas, respetan ya en su hijo una vocación que trasciende el medio familiar. Y esto es algo muy valioso para cada una de nuestras familias. La educación de los hijos tiene que comenzar por una actitud de sincero respeto. Si no, es imposible que surja la compresión y el amor.

Pablo da algunos consejos para la convivencia con otros. Se requiere humildad, acogida mutua, paciencia. Y si fuese necesario, perdonar. Así procede Dios con nosotros. Su actitud debe ser el modelo de la nuestra (v.12-13). Pero, “por encima de todo”, está el amor, de Él tenemos que revestirnos, dice Pablo empleando una metáfora frecuente en sus cartas (v.14). De este modo “la paz de Cristo” presidirá en nuestros corazones (v.15).

Si el amor es el vínculo que une a las personas, la paz se irá construyendo en un proceso, los desencuentros irán desapareciendo (los enfrentamientos también) y las relaciones se harán cada vez más trasparentes. En el marco de la familia humana, esos lazos son detallados en el texto del Eclesiástico (3,3-17).

Lucas nos presenta a la familia de Jesús cumpliendo sus deberes religiosos (vv. 41-42). El niño desconcierta a sus padres quedándose por su cuenta en la ciudad de Jerusalén. A los tres días, un lapso de tiempo cargado de significación simbólica, lo encuentran. Sigue un diálogo difícil, suena a desencuentro; comienza con un reproche: “¿Por qué nos has hecho esto?”. La pregunta surge de la angustia experimentada (v. 48). La respuesta sorprende: “¿Por qué me

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buscaban?” (v. 49), sorprende porque la razón parece obvia. Pero el segundo interrogante apunta lejos: “¿No sabían que yo debía estar en las cosas de mi Padre?”. María y José no comprendieron estas palabras de inmediato, estaban aprendiendo (v.50).

La fe, la confianza, suponen siempre un itinerario. En cuanto creyentes, María y José maduran su fe en medio de perplejidades, angustias y gozos. Las cosas se harán paulatinamente más claras. Lucas hace notar que María “conservaba todas las cosas en su corazón” (v. 51). La meditación de María le permite profundizar en el sentido de la misión de Jesús. Su particular cercanía a él no la exime del proceso, por momentos difícil, que lleva a la comprensión de los designios de Dios. Ella es como primera discípula, la primera evangelizada por Jesús.

No es fácil entender los planes de Dios. Ni siquiera María “entiende”. Pero hay tres exigencias fundamentales para entrar en comunión con Dios: 1) Buscarlo (José y María “se pusieron a buscarlo”); 2) Creer en Él (María es “la que ha creído”); y 3) Meditar la Palabra de Dios (“María conservaba esto en su corazón”).

Para la revisión de vida -¿Cómo vivo mi vida familiar? ¿Pueden mis familiares estar sufriendo por mí? -¿Tengo un desajuste entre lo que digo en la sociedad pública y lo que vivo en la

familia? -La familia es una realidad estática que pasa por etapas evolutivas muy

diferentes… ¿Cuál es la próxima etapa que vivirá mi familia? ¿Precisa ya de alguna preparación o previsión?

Para la reunión de grupo - El tema de la “defensa de al familia” es un área de conflicto entre la Iglesia y la sociedad

actual. Analizar las posturas de ambos lados. Por parte de la Iglesia: ¿será que defiende no la familia sino un modelo concreto de familia? ¿Cómo quedan ahí las relaciones y diferencias entre Iglesia y realidades autónomas, fe y cultura, pluralismo legítimo, inculturación… Concretamente: ¿qué actitudes nuevas sería bueno que tomara la Iglesia en este tema?

-Comparar la migración de Jesús (incluso aunque fuese simbólica) con la de los millones de desplazados y migrantes del mundo actual.

- Jesús no destacó por ser un “defensor de la familia”… Para él, claramente, la familia no es lo más importante en la vida. Hay valores a los que debe someterse la familia, volores que uno debe poner también por encima de la relación con su familia… Comentar la conducta de Jesús.

Para la oración de los fieles - Por toda la Iglesia, para que los cristianos hagamos de ella una verdadera familia en la

que no haya discriminaciones sino que reinen la justicia, el amor y la fraternidad. Oremos. - Por todos cristianos, para que seamos solidarios en la tarea de hacer de este mundo una

única familia humana llena de paz y fraternidad. Oremos. - Por las familias cristianas, para que estén abiertas a todas las transformaciones positivas

que vive hoy la institución familiar. Oremos. - Por las familias rotas, los hijos que sufren las consecuencias de una separación, los que

estén alejados de sus familias, los que no aciertan a saber convivir con los suyos. Oremos. - Por las familias sin vivienda, sin trabajo, emigrantes. Oremos. - Por nuestras familias, para que vivamos en coherencia con nuestra fe, trabajando por el

Reino. Oremos. Oración comunitaria Oh Dios, Comunidad Trinitaria plena, Padre y Madre de toda la Familia Humana:

haz vibrar en todos nosotros el sentido de pertenencia a la misma y única Familia Universal, para

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que el mundo y la humanidad se transformen a la búsqueda de tu Proyecto de Amor. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén.

Señor Jesús que quisiste comenzar tu vida como todo ser humano, en el seno de una

familia, necesitado del calor, el alimento y el apoyo de los más cercanos; comenzando a aprender a caminar... Danos apreciar las virtudes domésticas y el valor de autenticidad que da el compromiso en el día-a-día humilde y oculto. Por Jesucristo Nuestro Señor. Lunes 29 de diciembre Tomas Becket EVANGELIO Lucas 2, 22-35

22Cuando llegó el tiempo de que se purificasen conforme a la Ley de Moisés, llevaron al niño a la ciudad de Jerusalén para presentarlo al Señor 23(tal como está prescrito en la Ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor) 24y ofrecer un sacrificio (conforme a lo mandado en la Ley del Señor: Un par de tórtolas o dos pichones).

25Había por cierto en Jerusalén un hombre llamado Simeón, justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo descansaba sobre él. 26El Espíritu Santo le había avisado que no moriría sin ver al Mesías del Señor. 27Impulsado por el Espíritu fue al templo y, en el momento en que entraban los padres con el niño Jesús para cumplir con él lo que era costumbre según la Ley, 5él lo cogió en brazos y bendijo a Dios diciendo:

29-Ahora, mi Dueño, según tu promesa, 30puedes dejar a tu siervo irse en paz, 31porque mis ojos han visto la salvación 32que has puesto a disposición de todos los pueblos: una luz que es revelación para las naciones y gloria para tu pueblo, Israel. 33Su padre y su madre estaban sorprendidos por lo que se decía del niño. 34Simeón los

bendijo y dijo a María su madre: -Mira, éste está puesto para que en Israel unos caigan y otros se levanten, y como

bandera discutida 35-y a ti, tus anhelos te los truncará una espada-; así quedarán al descubierto las ideas de muchos.

COMENTARIOS I

JESÚS, JUDÍO POR LOS CUATRO COSTADOS

«Al cumplirse los días de su purificación conforme a la Ley de Moisés, llevaron al niño a la ciudad de Jerusalén para presentarlo al Señor (tal como está prescrito en la Ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor) y ofrecer un sacrificio (conforme a lo mandado en la Ley del Señor: Un par de tórtolas o dos pichones)» (2,22-24). José y María siguen integrando a Jesús en la cultura y religión judías. Pretenden cumplir con él todos los requisitos que manda la Ley, a la par que purificarse la madre de su impureza legal (nótese la triple mención de la Ley).

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La madre, después de dar a luz, quedaba legalmente impura: debía permanecer en casa otros treinta y tres días. El día cuarenta debía ofrecer un sacrificio en la puerta de Nicanor, al este del Atrio de las Mujeres. Por otro lado, todo primogénito varón debía ser consagrado a Dios (Ex 13,2.12.15) para el servicio del santuario y rescatado mediante el pago de una suma (Nm 18,15-16). Lucas no menciona rescate alguno. Habla, en cambio, del sacrificio expiatorio de los pobres (Lv 12,8) ofrecido para la purificación.

EL PUEBLO ACUDE AL TEMPLO EN ESPERA DE LA LIBERACION DE ISRAEL

Para un buen judío, el templo era el lugar más apropiado para las manifestaciones divinas. Lucas, sin embargo, ya nos ha dejado dicho que la aparición del ángel Gabriel a Zacarías en el recinto más sagrado del templo, el santuario, a la hora de la oración matutina, en lugar de asentimiento había suscitado incredulidad; por el contrario, la gran noticia de que fue portador el mismo Gabriel a una muchacha del pueblo, cuando ésta se ha llaba en su casa, sin que se diga que estaba orando, había encontrado plena acogida.

Mediante la primera pareja, Zacarías/Isabel, Lucas ha querido describir la situación religiosa de Israel, vista desde la perspectiva de los responsables de mantener la alianza que Dios había hecho con Abrahán y que había renovado por medio de los profetas (Judea/sacerdote/santuario). A pesar de la completa y humanamente insalvable esterilidad de la religión judía, Dios, fiel a sus compromisos, ha intervenido en la historia de su pueblo para que diera un fruto, el fruto más preciado que podía dar la religiosidad judía: Juan, asceta y profeta.

Lucas se ha servido de una segunda pareja todavía no plenamente constituida, María/José, para enmarcar el nacimiento del Hijo de Dios en la historia de la humanidad. A pesar de que María estaba sólo desposada con José y de que todavía no convivían juntos, fruto de la íntima colaboración entre Dios y una muchacha del pueblo, en representación ésta del Israel fiel, pronto para el servicio solícito hacia los demás, pero sin gran arraigo religioso (Nazaret/Galilea), ha tenido un hijo: Jesús, el Mesías de Israel y Señor de toda la humanidad.

Ahora Lucas quiere completar la descripción con una tercera pareja, Simeón/Ana, cuyo único lazo de unión es el hecho de confluir en el templo en el preciso instante en que van a presentar a Jesús; ambos son profundamente religiosos, pero a pesar de su edad avanzada mantienen viva la esperanza de una inminente liberación de Israel: representan al pueblo que, a pesar de la incredulidad de sus dirigentes (representados por la primera pareja), sigue acudiendo al templo con la esperanza de ver realizado su sueño de liberación (cf 1,10.21). A través de estos dos personajes, presentados ambos como profetas, Lucas reúne en el momento de la presentación de Jesús en el templo las dos líneas que había trazado en los cánticos de Zacarías y de María.

DICHOSOS LOS DE MIRADA TRANSPARENTE

PORQUE VERAN SU LIBERACION «Pues mira, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón -un hombre por cierto justo y

piadoso- que aguardaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo descansaba sobre él» (2,25). El foco («mira») se ha fijado en un nuevo personaje, representativo esta vez de la humanidad profundamente religiosa que procede con rectitud hacia los demás («un hombre», «hombre por cierto [lit. "y este hombre"] justo y piadoso»), real («Simeón», nombre propio muy común en el judaísmo), confiado en que el consuelo de Israel -su liberación- estaba en manos de la institución judía («en Jerusalén», en sentido sacral), al tiempo que contaba con la asistencia permanente («descansaba [lit. "estaba"] sobre él») del Espíritu Santo y había sido informado por éste de la inminente presentación del Mesías en el templo: «El Espíritu Santo le había avisado que no moriría sin ver al Mesías del Señor» (2,26).

«Impulsado por el Espíritu fue al templo. En el momento en que introducían los padres al niño Jesús para cumplir con él lo que era costumbre según la Ley, también él lo cogió en brazos y bendijo a Dios diciendo:

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"Ahora, mi Dueño, puedes dejar a tu siervo

irse en paz, según tu promesa, porque mis ojos han visto la salvación

que has puesto a disposición de todos los pueblos: una luz que es revelación para las naciones paganas

y gloria para tu pueblo, Israel"» (2,27-32).

A diferencia de Zacarías, quien, inspirado por el Espíritu Santo en un momento puntual, entonó un cántico de liberación, aunque circunscrito al pueblo de Israel (cf. 1,67), Simeón actúa permanentemente movido por el Espíritu. Acude al templo, no para celebrar un rito (Zacarías 1,9) o para cumplir un precepto (los padres de Jesús, 2,27 [por cuarta vez se menciona su entera sumisión a la Ley: cf. 2,22.23.24]), sino movido por una inspiración divina.

Como en otro tiempo Abrahán (Gn 15,15), Jacob (46,30) y Tobías (Tob 11,9), «también él» podrá «irse en paz» porque ha visto realizado lo que esperaba. «Ahora» se corresponde con el «hoy» del ángel a los pastores (cf. 2,11): ya se ha inaugurado la etapa final de la historia humana. «Siervo/Dueño», mentalidad veterotestamentaria de respeto y sumisión a Dios; falta todavía un buen trecho hasta que este niño nos revele la nueva relación «Hijo/Padre». Simeón tiene los ojos tan aguzados, gracias a la permanencia en él del Espíritu Santo, que ha logrado penetrar en lo más hondo del plan de Dios: con su mirada profética ha logrado traspasar los limites estrechos de Israel e intuir que la salvación que traerá el Mesías será «luz» en forma de «revelación» para los paganos, liberándolos de la tiniebla/opresión que los envuelve (Is 42,6-7; 49,6.9; 52,10, etc.), y de «gloria» para el pueblo de Israel (46,13; 45,13).

EL ESTANDARTE IZADO EN LO ALTO COMO SIGNO DE CONTRADICCION

Ante la incomprensión de los padres del niño en todo lo que hace referencia a su futura función mesiánica (se anticipa la incomprensión de que será objeto Jesús entre los suyos), Simeón, dirigiéndose a la madre y usando el mismo lenguaje de María en el cántico, revela que Jesús será un signo de contradicción y que esto lo llevará a la cruz: «Mira, éste está puesto para caída de unos y alzamiento de otros en Israel, y como bandera discutida -también a ti, empero, tus aspiraciones las truncará una espada-; así quedarán al descubierto los razonamientos de muchos» (2,34-35).

II

Según San Juan, Jesucristo es quien ha venido a revelarnos el designio amoroso del Padre con respecto a la humanidad. Permanecer en El o guardar lo que El nos ha mandado y conocerle son expresiones sinónimas. El nos ha mandado amar a nuestros hermanos los seres humanos. Por eso mismo, si Cristo es la luz, amar a los hermanos es permanecer en la luz.

Lucas insiste en la pertenencia de la familia de Jesús al pueblo, a la religión y a las esperanzas del pueblo judío. El texto de hoy nos presenta el episodio conocido como la presentación de Jesús en el Templo. Lucas habla de “la purificación de ellos” (v.22), cuando en realidad se trata de algo que afecta, según la ley de Moisés (Lv 12,8), únicamente a María en tanto que mujer. Para el efecto, la madre debía ofrecer un sacrificio; de acuerdo al Levítico, si ella “no tiene medios para comprarse un cordero, que tome un par de tórtolas o dos pichones”. Así procede María (Lc 2,24), se trata de lo que el Vaticano II llama “la ofrenda de los pobres” (LG 57). Esa es la condición de la familia de Jesús, el evange lista lo hace notar.

En el templo, un anciano llamado Simeón reconoce en Jesús al Mesías de las promesas, la espera de Israel comienza a cumplirse. Este anciano judío pronuncia un bello canto: “ahora, Señor, puedes (...) dejar que tu siervo se vaya en paz” (v.29).

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Pero Simeón se dirige igualmente a la Madre. Es la última profecía sobre Jesús dicha en el Templo mismo de Jerusalén, ella interesa también a María. Jesús trastocará el orden presente, unos serán levantados y otros caerán. El testimonio del Mesías operará como un cernidor que purifica al interior de su pueblo. Esto lo hará signo de contradicción y objeto de resistencia, e incluso de rechazo (v.34).

En el versículo final de este texto María queda dentro de las implicaciones de este anuncio. En lo más hondo de su alma, será traspasada de lado a lado por las perspectivas mesiánicas. María pertenece a Israel. La fe es un proceso que puede ser doloroso. El sufrimiento en la vida de la madre de Jesús será otra manera de compartir la tarea del Mesías. Martes 30 de diciembre Sabino EVANGELIO Lucas 2, 36-40

36Había también, una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Esta era de edad muy avanzada: de casada había vivido siete años con su marido 37y luego, de viuda, hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. 38Presentándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

39Cuando dieron término a todo lo que prescribía la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su pueblo de Nazaret. 40El niño, por su parte, crecía y se robustecía, llenándose de saber, y el favor de Dios descansaba sobre él.

COMENTARIOS I

VIRGEN, CASADA Y VIUDA: LA HISTORIA DE ISRAEL EN FASCÍCULOS

La figura femenina de Ana se corresponde con la masculina de Simeón, formando una pareja ideal (ambos son profetas): «Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Esta era de edad muy avanzada: después de su virginidad había vivido siete años con su marido y luego, de viuda, hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día» (2,36-37). La descripción es muy minuciosa, como corresponde a un personaje representativo, al igual que lo era la de Simeón.

La cifra 84 es un múltiplo de 12 (12x7), alusión a las 12 tribus de Israel, mientras que el número 7 tiene, entre otros, valor de globalidad; asumiendo, además, que el período de virginidad hubiese durado catorce años (dos septenarios), momento en que solía darse una hija en matrimonio, y que había vivido de casada siete años (otro septenario), su viudez habría durado sesenta y tres años (llenando los nueve septenarios restantes), es decir, tres cuartas partes de su existencia.

Mediante las tres etapas de la larga vida de Ana, traza Lucas los períodos más importantes (tres es marca de totalidad) de la vida del pueblo de Israel representada por ella: «virginidad», cuando Dios pactó con ella una alianza y la tomó por esposa; «casada con su marido», período de buenas relaciones de Dios con su pueblo; «viuda», por la ruptura de la alianza.

La alusión a la tribu de Aser, una de las diez tribus del norte, confirma el alcance de su representatividad. La mención de la «edad muy avanzada», situada ya en el límite, contrasta con la

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doble mención de la «edad avanzada» de Zacarías e Isabel (cf. 1,7.18). De una parte, Ana está muy arraigada al pasado (genealogía) y a la institución judía (templo); de otro, por su calidad de «viuda», dice relación con el pueblo de Israel, que ha enviudado de su Dios, mientras que como «profetisa» lanza un grito de esperanza ante semejante desastre nacional.

¿LIBERACION NACIONAL O LIBERACION DE LOS OPRIMIDOS? «Presentándose en aquel instante, se puso a dar gracias a Dios y a hablar del niño a todos los

que aguardaban la liberación de Israel» (2,38). Tanto Simeón como Ana convergen en el preciso momento en que Jesús es presentado a Dios en el templo. Simeón continúa la línea del cántico de María: «caída» de los opresores y «alzamiento» de los oprimidos por ellos; Ana, la de Zacarías: «la liberación de Israel» de los enemigos externos. Lucas logra así que se entrecrucen los contenidos de los himnos de María (Madre por la venida del Espíritu Santo sobre ella) y Simeón (hombre sobre el que reposa el Espíritu Santo) con los de Zacarías (inspirado por el Espíritu Santo) y Ana (profetisa). María-Simeón hablan del «auxilio» (1,54) / «consue lo» (2,25) que Dios viene a traer a los pobres y humillados de Israel frente a los ricos y poderosos que lo oprimen; Zacarías-Ana, de la «liberación de Israel» (1,68) / «de Jerusalén» (2,38) por obra de Dios frente a los enemigos de fuera. Las dos tendencias están muy enraizadas en Israel y ambas cuentan con el respaldo del Espíritu Santo.

En su calidad de Salvador/Liberador, Jesús irá más allá: su muerte dejará perplejos a los que aguardaban la liberación/restauración de Israel (cf. 24,21; Hch 1,6; 3,21); su mensaje no se limitará a proclamar la liberación de los oprimidos frente a los opresores ni se circunscribirá a Israel, sino que creará una comunidad de hombres y mujeres libres que, siguiendo su ejemplo, se pongan al servicio de los demás. De momento, el Espíritu profético sigue la línea de los profetas del Antiguo Testamento. Será en Jesús donde el Espíritu Santo podrá desplegar plenamente toda su fuerza y dinamismo, sin las limitaciones inherentes a todo profeta, condicionado por la tradición patria.

VUELTA A LA REALIDAD COTIDIANA DE NAZARET

«Cuando dieron término a todo lo que prescribía la Ley del Señor, regresaron a Galilea, a su pueblo de Nazaret» (2,39). Se cierra así, mediante una inclusión (Galilea-Nazaret: 2,4 // 2,39), la prolongada –teológicamente hablando- estancia de Jesús y de sus padres en Judea (Be lén-Jerusalén), durante un período de «cuarenta días» contando a partir del nacimiento del niño hasta su presentación en el templo, habida cuenta que «cuarenta» connota un período relativamente largo, completo y cerrado; en años, el de una generación. Por quinta y última vez se menciona el cumplimiento efectivo de la Ley por parte de los padres de Jesús. Un decreto del César ha puesto en marcha todo ese proceso. Una vez terminado, regresan a Nazaret de Galilea, como quien cierra un largo paréntesis destinado a encuadrar el nacimiento de Jesús en las coordenadas nacionales y religiosas del judaísmo.

PRIMER COLOFON: INFANCIA DE JESUS

RODEADA DEL FAVOR DIVINO «El niño crecía y se robustecía, llenándose de sabiduría, y el favor de Dios descansaba sobre

él» (2,40). Durante los primeros años de su vida (antes de alcanzar los doce años, momento de su presentación a Israel), Lucas subraya el crecimiento y afianzamiento del niño, en paralelo con el de Juan Bautista (cf. 1,80), pero acentuando su superioridad respecto al precursor. La sabiduría va dando a Jesús una visión profunda sobre el plan de Dios. La presencia continua del favor divino indica una limpidez sin obstáculos. Jesús, que había nacido en la más completa marginación, no se separa de su entorno familiar, mientras que Juan, que había visto la luz rodeado de sus familiares, parientes y vecinos, aguardó en el desierto el momento de su presentación a Israel.

II

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El término “mundo” de Juan significa, no el mundo creado por Dios, que es bueno; no el mundo que mediante el progreso camina hacia una plenitud que de Dios hemos de recibir; no el mundo redimido por Cristo a fin de que esa plenitud sea una realidad aquí y ahora. Significa, por el contrario, el mundo de los seres humanos que pretenden constituirse en centro de toda la actividad humana; de los que quieren fabricar con sus propias manos la salvación del ser humano. No es mala la carne, no son malos los ojos, no es mala la riqueza. Lo malo es, tomarse a sí mismos como norma suprema del propio vivir. Cuanto más tratamos de convertirnos en dioses, más nos convertimos en esclavos de las cosas, y así en vez de ponerlas a nuestro servicio, somos nosotros los que quedamos atados por ellas.

El evangelio de Lucas junto con el testimonio de Simeón, procura colocar el de la profetisa Ana, pues eran dos los testigos necesarios, según la ley israelita, para la credibilidad de un hecho. Mas, quizá, lo que importe hoy destacar sea la vida oculta de Jesús en Nazaret, de donde nada bueno podía salir, aceptando el crecimiento propio de un ser perfectamente humano y de un conocimiento progresivo de la voluntad del Padre, a través de los sucesos de cada día. Esta pobreza radical de Jesús es la actitud propia del cristiano frente al mundo, a la cual San Juan nos exhorta.

Ana era una profetisa, una mujer consagrada a Dios e intérprete de sus designios; representa la esperanza del “pequeño resto”, de los pobres de Yahvé (v.36). De Simeón no se señala la edad, la tradición ha querido ver en él un ser humano en los últimos años de su vida, pero no hay nada explícito al respecto en el texto. Ana, en cambio, es presentada como una anciana, también ella da gracias por la venida del niño: hablaba de Él “a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (v. 38). Esos presagios hablan de esperanza y de dolor, pero ello no impide que el niño crezca en gracia y sabiduría, protegido por el amor de sus padres (vv. 39-40). Afecto correspondido por el hijo en el seno de una vida de familia.

“Jesús progresaba en sabiduría en estatura y en gracia ante Dios y ante los seres humanos”. La gracia puede crecer en nosotros por la repetición de los actos meritorios; las obras hechas en estado de gracia y con rectitud de intención y pureza de sentimiento, nos merecen crecimiento en gracia; nuestra generosidad en la correspondencia mueve al Señor a concedernos nuevas gracias. Miércoles 31 de diciembre Silvestre EVANGELIO Juan 1, 1-18

1 1 Al principio ya existía la Palabra y la palabra se dirigía a Dios

y la Palabra era Dios. 2 Ella al principio se dirigía a Dios.

3 Mediante ella existió todo, sin ella no existió cosa alguna de lo que existe. 4 Ella contenía vida y la vida era la luz del hombre: 5 esa luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la ha apagado.

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6 Apareció un hombre enviado de parte de Dios, su nombre era Juan; éste vino para un testimonio, 7 para dar testimonio de la luz, de modo que, por él, todos llegasen a creer. 8 No era él la luz, vino sólo para dar testimonio de la luz.

9 Era ella la luz verdadera. la que ilumina a todo hombre llegando al mundo. 10 En el mundo estaba y, aunque el mundo existió mediante ella, el mundo no la reconoció.

11 Vino a su casa, pero los suyos no la acogieron. 12 En cambio, a cuantos la han aceptado. los ha hecho capaces de hacerse hijos de Dios: a esos que mantienen la adhesión a su persona; 13 1os que no han nacido de mera sangre derramada ni por mero designio de una carne ni por mero designio de un varón, sino que han nacido de Dios.

14 Así que la Palabra se hizo hombre, acampó entre nosotros y hemos contemplado su gloria -la gloria que un hijo único recibe de su padre- plenitud de amor y lealtad.

15 Juan da testimonio de él y sigue gritando: - Este es de quien yo dije: "El que llega detrás de mí estaba ya presente antes que yo, porque existía primero que yo". 16 La prueba es que de su plenitud todos nosotros hemos recibido: un amor que responde a su amor. 17 Porque la Ley se dio

por medio de Moisés; el amor y la lealtad han existido por medio de Jesús Mesías.

18 A la divinidad nadie la ha visto nunca; un Hijo único, Dios,

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el que está de cara al Padre, él ha sido la explicación.

COMENTARIOS I

1-2 Al principio ya existía la Palabra, y la Palabra se dirigía a Dios y la Palabra era

Dios. Ella al principio se dirigía a Dios. El término “Palabra” (griego, logos) sintetiza dos conceptos del AT: el de palabra-

potencia creadora (Gn 1) y el de sabiduría creadora, que equivale al plan de Dios en su creación (Prov 8,22-24.27; Eclo 1,1.4-6.9; Sab 8,4; 9,1.9; Sal 104,24). De este modo, el logos, por una parte, en cuanto sabiduría, formula el plan o proyecto de Dios, que existe antes de la creación y la guía, y que, por otra parte, en cuanto palabra-potencia, lo realiza.

Teniendo, pues, en cuenta el doble sentido de la palabra griega logos, el v. 1a puede traducirse: Al principio ya existía el Proyecto. Es decir, ya antes de que Dios creara el mundo con su Palabra, existía el Proyecto divino que había de guiar la obra creadora.

De los tres casos en que aparece en estos vv. el término "Dios", la primera y la tercera lleva artículo determinado (el Dios); la segunda, no lo lleva (un Dios, un ser divino).

El contenido del Proyecto divino está expresado en 1c, que, ateniéndonos al significado del logos en este pasaje y a la forma sin artículo de "Dios", puede traducirse: un ser divino era el Proyecto. Éste consistía, por tanto, en que el hombre tuviese la condición divina.

La traducción del v. 1 puede, por tanto, hacerse así: Al principio ya existía el Proyecto, y el proyecto se dirigía / interpelaba a Dios, y un ser divino era el Proyecto.

El Proyecto formulado es la Palabra divina absoluta y relativiza todas las demás palabras,

en particular, las de la antigua Ley: a las diez palabras (los diez mandamientos, el decálogo) se opone la única palabra que las sustituye. Paralelamente, todos los ideales humanos propuestos en la antigua alianza quedan superados al conocerse el verdadero proyecto de Dios sobre el hombre, el Hombre-Dios, realizado en Jesús.

Como se hacía en el AT con la sabiduría divina (Prov 8,22-31), el evangelista personifica el Proyecto, concebido en la mente divina, y lo presenta como el interlocutor de Dios. Expresa con esta especie de soliloquio divino una urgencia: la del amor de Dios por realizarlo. Y el evangelista repite esa idea en el vers. siguiente: Él (el logos-Proyecto) al principio se dirigía / interpelaba a Dios.

La antigua humanidad El rechazo del proyecto de Dios (1,3-10) 3-5 Mediante ella existió todo; sin ella no existió cosa alguna de lo que existe. Ella

contenía vida, y la vida era la luz de los hombres: esa luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la ha extinguido.

El proyecto-palabra tiene una actividad creadora que da existencia a todo ser sin excepción. No hay nada, por tanto, que nazca de un principio malo; por su creación, todo es bueno.

Pero la actividad creadora se traduce especialmente en la voluntad de comunicar a los hombres la vida que contiene. Esta vida (= la plenitud de vida), se opone a la existencia mediocre y sometida que impera en el género humano y que no merece el nombre de vida. Pero, además, la vida plena es para los hombres la luz, la verdad.

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De esta última afirmación se deduce una importante consecuencia: no existe una verdad anterior a la vida ni independiente de ella: no hay más verdad que el esplendor (la luz) de la vida misma; es la aspiración a la vida plena la que orienta y guía al hombre, y la experiencia de ella le va descubriendo la verdad. Es decir, la verdad es la vida misma en cuanto se puede conocer, experimentar y formular. Donde hay vida, hay verdad; donde no hay vida, no puede haber verdad.

Pero la luz-vida tiene un enemigo, la tiniebla: a la luz-vida se opone la tiniebla-muerte. Aparece el mal: la tiniebla es una entidad activa y maléfica que pretende extinguir la luz. No existe antes que la luz, como se decía en el relato de la creación (Gn 1), sino que aparece después de la luz, está causada por hombres. En el ser humano, lo primario es la aspiración a la vida, que es componente de su ser, pues es la vida plena el contenido del proyecto creador del que el hombre es resultado.

La tiniebla, por su parte, no se opone a la vida en sí misma, sino a la luz-verdad, a la vida en cuanto puede ser conocida. Es, por tanto, una antiverdad, una falsa ideología (8,44: la mentira) que, al ser aceptada, ciega al hombre, impidiéndole ver la luz, es decir, impidiéndole conocer el proyecto creador, expresión del amor de Dios por el hombre, y sofocando su aspiración a la plenitud. Los dominados por la tiniebla son muertos en vida.

Así, toda ideología que se oponga a la plenitud humana o la impida, es tiniebla: la que inculca la sumisión en vez de la libertad, la que priva al hombre de la capacidad de pensar o de la capacidad de decidir y actuar en su vida. La peor, sin embargo, es la que persuade al hombre a venerar y amar lo que lo oprime e impide su crecimiento.

A pesar del esfuerzo de la tiniebla por extinguirla, la vida-luz, la aspiración a la vida plena, sigue brillando y sirve de orientación y de meta a la humanidad: los hombres pueden aún comprender qué significa una vida plenamente humana y aspirar a ella, aun cuando por culpa de otros no lleguen a conocerla y tengan que vivir sometidos a una condición infrahumana.

6-8 Apareció un hombre enviado de parte de Dios, su nombre era Juan; éste vino para un

testimonio, para dar testimonio de la luz, de modo que, por él, todos llegasen a creer. No era él la luz, vino sólo para dar testimonio de la luz.

En medio de la antigua humanidad y de la dialéctica luz-tiniebla se presenta Juan Bautista, mensajero enviado por Dios para dar testimonio a los hombres acerca de la luz-vida; él aviva la percepción de la existencia de la luz y el deseo de alcanzar la vida; de rechazo, denuncia la tiniebla y su actividad. Su bautismo simbolizará la ruptura con la tiniebla, es decir, con la ideología dominante, que tiene sometido al pueblo.

9-10 Era ella la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre llegando al mundo. En el

mundo estaba y, aunque el mundo existió mediante ella, el mundo no la reconoció. La luz verdadera se opone a las luces parciales o falsas, cuyo prototipo había sido para los

judíos la Ley de Moisés (Sal 119,105: "Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero"; Sab 18,4: "La luz incorruptible de tu Ley"; cf. Eclo 45,17 LXX).

Pero la luz de la vida no sólo brilla (v. 5), sino que ilumina; llega al mundo, se hace visible a todo hombre y busca comunicarse a él. Es decir, a pesar de las tinieblas y de las falsas luces, la plenitud contenida en el proyecto creador interpelaba a los hombres, presentándose como ideal y meta, y el anhelo humano de vida y de plenitud era criterio para distinguir entre luces verdaderas y falsas.

Sin embargo, aunque la luz le llegaba, la humanidad no reconoció el proyecto de Dios ni hizo caso de la interpelación (el mundo no la reconoció); aunque la luz le era connatural, la rechazó, y con ello rechazó la vida. Dominada por las ideologías contrarias a la vida (la tiniebla-muerte), se negó a responder al ideal al que estaba destinada por la creación misma. Tal era su

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situación hasta la llegada histórica de la Palabra-Proyecto: la ideología-tiniebla represora de la vida quitaba a los hombres hasta el deseo de la propia plenitud.

Centro del prólogo (1,11-13) El proyecto creador, realizado en la historia 11-13 Vino a su casa, pero los suyos no la acogieron. En cambio, a cuantos la han

aceptado, los ha hecho capaces de hacerse hijos de Dios: a esos que mantienen la adhesión a su persona; 1os que no han nacido de mera sangre derramada ni por designio de un mero mortal ni por designio de un mero varón, sino que han nacido de Dios.

En paralelo con la llegada de Juan Bautista, está la de Jesús. Éste es el Hombre-Dios (v. 3), el Proyecto realizado, la vida (11,25; 14,6) y la luz (8,12; 9,5). Su presencia histórica se verificó en su propio pueblo (su casa), pero aquel pueblo no lo aceptó.

Se afirma aquí el fracaso de la antigua alianza, que debía haber preparado a Israel para este momento. Se ha interpuesto la tiniebla; en este caso, la ideología mantenida por la institución judía, que conllevaba la absolutización de la Ley mosaica y los principios nacionalistas (12,34.40). En su nombre se condenará a Jesús (19,7).

Hay, sin embargo, quienes, liberándose del dominio de la tiniebla, aceptan la palabra-luz, sobre todo fuera del pueblo judío, y para ésos se abre una nueva posibilidad.

En el mundo semítico, es "hijo" el que se parece a su padre, demostrándolo con su modo

de obrar (8,39; cf. 5,19-20). La capacidad de ser hijos de Dios se confiere con el "nacer de Dios"; "hacerse hijo" indica el crecimiento, el ir asemejándose a Dios, efecto de una actividad semejante a la de Dios mismo. Dios no anula al hombre, sino que lo potencia. La actividad del cristiano no es la de Dios en el hombre, sino la de Dios con el hombre.

Aceptar a Jesús consiste en darle la adhesión personal en su calidad de Proyecto realizado, de Hombre-Dios, y en aceptar la vida que, por su medio, Dios comunica. No pide el evangelista la adhesión a una ideología ni a una verdad revelada, sino a la persona de Jesús, modelo y dador de vida que Dios ofrece a la humanidad.

Como se ha dicho antes, la capacidad de hacerse hijos de Dios supone un nuevo nacimiento. Pero éste no es obra meramente humana; de hecho, no procede de una muerte cualquiera (“sangre derramada”); tampoco del propósito de un ser mortal cualquiera, ni del propósito generador de un varón cualquiera, sino de los de Jesús, cuya muerte y propósitos no son meros hechos humanos, sino que en ellos se expresa y despliega su actividad un ser divino ("Dios", cf. v.1), la Palabra-Proyecto realizado.

La nueva humanidad (1,14-17) 14 Así que la Palabra se hizo hombre, acampó entre nosotros y hemos contemplado su

gloria -la gloria que un hijo único recibe de su padre-, plenitud de amor y lealtad. La comunidad (nosotros) que ha aceptado a Jesús habla de la llegada de éste en términos

de experiencia, la propia de los que lo han aceptado y, con ello, han nacido de Dios (vv. 12-13). El Proyecto divino, la plenitud de vida, se ha realizado en un hombre sujeto a la muerte

(hombre-carne). Por vez primera aparece en el mundo la meta de la creación: el Hombre-Dios. La comunidad interpreta su presencia en clave de éxodo, es decir, de liberación de toda

esclavitud: acampar (plantar la tienda) hace alusión a la antigua Tienda del Encuentro, morada de Dios entre los israelitas durante su peregrinación por el desierto (Éx 33,7-10). En este nuevo éxodo, el lugar donde Dios habita es un hombre, Jesús.

La gloria era el resplandor de la presencia divina, que, durante el éxodo de Israel, aparecía en particular sobre el santuario (Éx 40,34-38). Para la nueva humanidad en camino, la presencia

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activa de Dios resplandece en el hombre Jesús. No hay distancia entre Dios y los hombres; en Jesús, su presencia es inmediata para todos.

El hijo único es el heredero universal del Padre, y todo lo que éste tiene le pertenece; el Padre le comunica su misma gloria, haciendo al Hijo igual a él. Y su gloria consiste en su plenitud de amor y lealtad (cf. Éx 34,6): amor gratuito y generoso que se traduce en don de sí, en entrega, y que no se desmiente ni falla nunca (lealtad). Como la luz es el resplandor de la vida, la gloria es el resplandor del amor fiel. Si la vida es un dinamismo, su actividad es el amor: vivir es amar, y amar es comunicar vida. La gloria de Dios no es, por tanto, su poder o su soberanía, sino su amor, el amor que no cambia, que siempre se mantiene.

15 Juan da testimonio de él y sigue gritando: «Este es de quien yo dije: “El que llega

detrás de mí estaba ya presente antes que yo, porque existía primero que yo”». La comunidad narra el testimonio de Juan, que ve confirmado por su propia experiencia.

La Palabra-Proyecto, ahora realizada en Jesús, estaba presente en el mundo desde el principio de la humanidad (1,4: la luz de los hombres) y es la misma que existía ya “al principio” (1,1).

Juan resume aquí, en sentido inverso, las tres etapas de la Palabra-Proyecto: su existencia antes de la creación (existía primero que yo), su presencia en la humanidad (estaba ya presente antes que yo), su realización histórica en Jesús (el que llega detrás de mí).

16-17 La prueba es que de su plenitud todos nosotros hemos recibido: un amor que

responde a su amor; porque la Ley se dio por medio de Moisés, el amor y la lealtad han existido por medio de Jesús Mesías.

Lo especifico cristiano (todos nosotros) es la participación del amor-vida que está plenamente en Jesús. El Hijo, heredero universal (v. 14), hace a los suyos partícipes de su misma herencia (hemos recibido).

Así, la prueba palpable de la realidad y de la acción de Jesús es el amor que existe en la comunidad (un amor que responde a su amor, un amor como el suyo); y este amor se muestra en una actividad como la de Jesús, que busca realizar el designio divino trabajando por la plenitud humana.

El evangelista distingue dos épocas: La primera, referida al pueblo judío, se caracterizaba por el imperio de la Ley promulgada por Moisés. La segunda afecta a toda la humanidad y se caracteriza por el amor fiel, realizado en Jesús y comunicado por él, que, como Mesías, cumple las promesas hechas al antiguo pueblo.

Por tanto, la antigua relación o alianza, mediada por la Ley mosaica, ha caducado. Ahora, gracias a la obra de Jesús, puede existir en los hombres el amor fiel propio de Dios mismo (v. 14); con ello culmina la obra creadora de Dios y se establece la nueva relación o alianza con él. La Ley era exterior, el amor es interior y transforma al hombre, haciéndose constitutivo de su ser (Jr 31,31-34; Ez 36,25-28). El código externo pierde su validez y su razón de existir.

Al nuevo éxodo y a la nueva alianza se invita a todos los hombres (cf. v. 9). No desembocan, por tanto, en la formación de un nuevo pueblo, sino en la de una nueva humanidad. La comunidad tiene conciencia de pertenecer a ella.

Colofón (1,18) 18 A la divinidad nadie la ha visto nunca; un Hijo único, Dios, el que está de cara al

Padre, él ha sido la explicación. Moisés y todos los intermediarios de la antigua alianza habían tenido sólo un

conocimiento mediato de Dios (Éx 33,20-23). Por eso la Ley no consiguió reflejar la realidad divina. Todas las explicaciones de Dios dadas antes de Jesús eran parciales o falsas; el AT era sólo anuncio, preparación o figura del tiempo del Mesías.

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La teología del hombre-imagen de Dios queda superada; el proyecto de Dios sobre el ser humano es mucho más alto: es el Hombre-Hijo, a quien el Padre comunica su propia vida-amor, y ha quedado realizado en Jesús.

Únicamente un ser divino podía comprender a Dios; sólo Jesús, el Hijo único / amado, que tiene la condición divina (Dios) y goza de total intimidad con Dios (de cara), puede expresar lo que éste es: el Padre que está total e incondicionalmente en favor del hombre, el que, por amor, le comunica su propia vida.

Jesús lo explica con su persona y actividad. Él es el punto de partida, el único dato de experiencia al alcance del hombre para conocer al verdadero Dios. Toda idea de Dios que no corresponda a lo que es Jesús es un invento humano sin valor. Jesús es, de modo inseparable, la verdad del hombre y la verdad de Dios: manifiesta lo que es el hombre por ser la realización plena del proyecto creador, el modelo de Hombre; manifiesta lo que es Dios haciendo presente y visible el amor incondicional del Padre, al entregar su vida para dar vida a los hombres.

II

El concepto que Juan tiene de la historia y la tradición judeo-cristiana acerca de que en el último tiempo vendrá un anticristo, le hacen comenzar recordando todo esto para hablar seguramente de aquellos que siembran la confusión y el error entre los fieles. Estos deben defenderse, y esta defensa hay que hacerla en forma comunitaria. Para eso, precisamente, han recibido la unción de parte del Santo. Con ello se hace una clara alusión al don de discernir los espíritus.

Jesucristo es la luz que ilumina la vida de todo ser humano venido a este mundo. No es monopolio exclusivo de los cristianos. Dios quiere eficazmente que todo ser humano tenga acceso a la verdad, y así, no cesa de interpelar de mil modos a todos los miembros de la humanidad.

El evangelio de Juan empieza con un prólogo cuya idea central es que Jesús es la revelación de Dios venida en la carne. De ahí que “La Palabra” sea la expresión más adecuada para referirse a ello. Con Jesús comienza la nueva creación. La expresión “acampó” significa que en Jesús ha tenido lugar la presencia de Dios entre nosotros.

La inhabitación de Dios en la humanidad se manifiesta a través de una serie de signos: la Nube, la Gloria, el Templo... pero, al no ser el pueblo judío fiel a la presencia de Dios, queda destruido el Templo. Su ruina es signo de una nueva inhabitación, por medio de la conversión, en un corazón nuevo y lleno de justicia. Con el anuncio del ángel a María se hace realidad el nuevo Templo de Dios.

De acuerdo con la tradición sapiencial, con la revelación llegan al mundo la luz y la vida, es decir, la salvación y la gracia. La luz es trasparencia, nitidez, honradez, verdad... La vida es germinación, plenitud, felicidad, justicia... Todo cuanto tiene ser, luz, vida- natural o sobrenatural-, de Él la recibe. Este hijo de Dios Eterno se viste de nuestra carne (v.14), viene a nosotros visible y amable; y también pasible y mortal. “Acampa con nosotros” (Eclo 24,8= Jn 1,14). Lo que en el AT era “signo” es ahora realidad. En el desierto: “nube” o columna de luz, y maná y agua de la Roca; ahora tenemos la luz y la vida que vence toda tiniebla y toda muerte. La “Gracia y la Verdad”(v.17) no pudo darla Moisés, la da Cristo. Moisés sólo dio “signos”.

En ese contexto de creación, vida y luz, aparece un profeta, Juan Bautista, “un hombre, enviado por Dios” (v.5). Con él comenzamos a palpar la historia de un pueblo. El precursor vino para dar testimonio de la luz; ahora bien, no se es testigo sino de lo que se ha experimentado. Juan Bautista es presentado como testigo, su luz es reflejo, se trata de alguien que ha recibido la claridad necesaria para ayudar a otros a iluminar el camino que conduce al Señor.