LOS REYES NAZAR1TAS DE ARJONA

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LOS REYES NAZAR1TAS DE ARJONA (CONTINUACION) — LUNA LLENA - Por SANTIAGO DE MORALES Consejero de número del Instituto de Estudios Giennenses Luna llena el 19 •^Vetiróse después de esta derrota el rey de Castilla, mientras los vencedores apresaban cautivos, ganados y riquezas. Al propio tiempo se organizó en Granada un ejército para acudir a Murcia. Con este motivo y por dar ciertos mandos a los zenetes, antes el buen compor- tamiento tenido en Alcalá, los walis de Málaga, Guadix y Comares se consideraron preferidos, y para mostrar su descontento no asistieron a la jornada de Murcia. Pretextando que hacían falta en sus gobiernos, rehusaron, después, asistir a las cortes de Alhamar, convocadas para jurar y proclamar heredero de su trono a su hijo y llegaron a la trai- ción, escribiendo a don Alfonso prometiendo hacer la guerra a Grana- da si contaban con su apoyo. Los castellanos aceptaron este ofrecimiento, siempre ventajoso, y se dirigieron a sofocar la rebelión de Murcia, Jerez y los demás pue- blos levantados; mientras los rebeldes walis de Málaga, Guadix y Co- mares estorbaban con sus incursiones por tierras de Granada, que Alhamar pudiera socorrerlos. Con ello fueron vencidos y tuvieron que huir y acogerse a Granada; con lo que según Conde, «Alhamar por una parte perdía tierra y aumentaba por otro la población».

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LOS REYES NAZAR1TAS DE ARJONA(CO N TIN UACIO N )

— L U N A L L E N A -

P or S A N T I A G O D E M O R A L E S

C on sejero de núm ero del In stitu to de

Estudio s G iennenses

Luna llena el 19

•^Vetiróse después de esta derrota el rey de Castilla, mientras los vencedores apresaban cautivos, ganados y riquezas. A l prop io tiem po se organizó en Granada un ejército para acudir a M urcia. Con este m otivo y por dar ciertos m andos a los zenetes, antes el buen com por­tamiento tenido en A lcalá , los walis de Málaga, Guadix y Com ares se consideraron preferidos, y para mostrar su descontento no asistieron a la jorn ada de M urcia. Pretextando que hacían falta en sus gobiernos, rehusaron, después, asistir a las cortes de A lham ar, convocadas para jurar y proclam ar heredero de su trono a su h ijo y llegaron a la trai­c ión , escribiendo a don A lfonso prom etiendo hacer la guerra a Grana­da si contaban con su apoyo.

Los castellanos aceptaron este ofrecim iento, siempre ventajoso, y se d irig ieron a sofocar la rebelión de M urcia, Jerez y los dem ás pue­blos levantados; mientras los rebeldes walis de M álaga, Guadix y Co­mares estorbaban con sus incursiones por tierras de Granada, que Alham ar pudiera socorrerlos. Con ello fueron vencidos y tuvieron que h uir y acogerse a G ranada ; con lo que según Conde, «A lham ar por una parte perdía tierra y aum entaba por otro la p ob lación ».

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N o sólo el granadino tenía preocupaciones y con flictos internos, igual le pasaba a don A lfon so . Este sufría graves com petencias con el rey de A ragón sobre la posesión de pueblos y tierras de M urcia , y a más era su deseo el quedarse libre de estos agobios de la guerra, para poder dedicar sus afanes a conseguir la corona del im perio alemán. Por eso se avino de buen grado a unas conversaciones con A lham ar, que se celebraron en A lcalá la R e a l; en las que concertaron treguas, ba jo las bases de la renuncia por parte de Granada a toda pretensión sobre el reino de M urcia, y la no ayuda por parte de don A lfonso a los walis rebeldes.

A estas treguas vino A lliam ar con su h ijo y según la crón ica , con­certaron además de lo d icho, la entrega por A lham ar de doscientas cincuenta m il maravedíes de la m oneda de Castilla y que A lham ar p i­dió la m erced a don A lfonso de que, si cobraba el reino de M urcia, no matase a A lbaaquiz.

Cum plió lealmente el pacto A lham ar; no así don A lfon so ; por lo que tuvo el de Granada que escribirle, para que negase su ayuda e interpusiese su m ediación con los w alís, ya que ello era lo pactado.

D on A lfonso se lim itó a contestar a tan justa petic ión : «qu e él no se ofrecía de m ediador, y que se aviniesen e llos» ; y aún añadió: «q u e si A lham ar les reconocía independientes y les daba Tarifa y Al- geciras continuaría él la am istad».

La poca h abilidad política de don A lfonso, la m odificación que hizo del valor de la m oneda y otras m edidas que entonces se creyeron desacertadas, provocaron el disgusto general, e h icieron a los nobles, capitaneados por Ñ uño de Lara, sumarse a una conspiración contra don A lfon so . A cuyo frente puso Lara al infante don Felipe, que ha­bía conseguido arrastrarle a su b a n d o ; y procuró por todos los m edios excitar tanto a A lham ar com o a don Jaime de A ragón contra el rey de Castilla.

D on A lfon so conocida la con juración , sin resolución para afron­tarla de frente, prefirió las consultas y cabildeos con unos y con otros y conceder ciertas peticiones que le hicieran los rebeldes. Jimena dice que se renovaron las treguas con A lham ar, y que éste acudió a Logroño a recib ir juntam ente con el rey don A lfonso y con otros nobles, a la infanta doña Blanca, h ija del rey San Luis de F ran cia ; que venía a

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casarse con el infante don Fernando de la Cerda, prim ogénito a don A lfonso.

N o se consideraron desagraviados los nobles y decidieron liacer la guerra al R ey , escribiendo cartas (115) buscando ayuda tanto de A l­ham ar, com o del rey de Portugal y com o del Em perador de M arrue­cos. Y para ello abandonaron Castilla «e fueron su cam ino al obis­pado de Jahén para ir a Granada, e en el cam ino ficieron grandes ro ­bos. E llegaron a Sabiote, cerca de U beda, con todo aquel robo que llevaban ; que era más de cinco m ili bestias, e ropas e ganados e otras cosas».

En Sabiote salió a ellos el infante don M anuel, y los obispos de Palencia, Segovia y Cádiz y los Maestres de las Ordenes. Trataron estos de convencerlos de que volviesen a Castilla, negáronse y llegaron a Granada.

«E el Rey e sus fijos saliéronles a recib ir con muchas com pañas, e entraron todos en la ciudad , y diéronles posada e viandas, e otras cosas que ovieren menester, m uy cum plidam ente». E l infante don F e­lipe se a lojó en el palacio de Abén-Said, construido en tiem pos de los alm ohades.

Ya en Granada convinieron en salir a batir a los walis, e ind ica ­ron a A lham ar que les excusase de acudir a com batir al rey de Cas­tilla. A lham ar alabó la nobleza de esta decisión , y les perm itió partir contra G uadix, en com pañía de su h ijo .

Sabedor de todo ello don A lfonso, com unicó a los caballeros cas­tellanos que «cuanto daño hiciesen al Arráyaz, se les desquitaría de sus bienes». Esta medida les ob ligó a m itigar los daños y hostilidades.

C onociendo A lham ar que el empeño de aquellos caballeros no bastaba a poner fin a la contienda, escribió a Y usef de M arruecos, rey benim erín , que enviase algunos jinetes para someter a los traidores.

Siguió la guerra, apagada unas veces o semi acabada y encendida otras con más ardor. Hasta que avisado Alham ar por los alcaides de frontera, que los walis invadían su tierra con m ucho poder y que para atajarlos precisaban refuerzos de caballería, A lham ar no pudiendo re­frenar su indignación e im petuosidad, m andó que se armasen sus ca­balleros; y desoyendo consejos y advertencias, m ontó él m ism o a ca­ballo para ponerse al frente de la exp ed ic ión ; saliendo de Granada por la puerta de E lvira (116).

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N o pudo Alham ar alcanzar el campo de b a ta lla ; a pocas leguas se sintió indispuesto; y su estado congestivo por el disgusto pasado, degeneró en una convulsión tortísim a y en un vóm ito de sangre, que acabó con su vida, sin poder llegar de vuelta a Granada. E xp iró en una tienda de cam paña que se im provisó en la vega, en los brazos del infante don Felipe a los 80 años arábigos de edad.

Los cronistas árabes (1 1 7 ), cuentan así la m uerte: «A lham ar m u­rió el 15 de Jum ada, del año 671 (10 de octubre de 1272) (1 1 8 )» . Su muerte ocurrió desta form a.

H abiendo o ído que algunos jefes cristianos habían puesto cerco a la capital con las fuerzas que ellos habían reunido, salió a su encuen­tro. Cuando regresaba a su palacio tropezó y cayó. Le colocaron inm e­diatamente sobre un caballo y lo con du jeron a P alacio, ayudado por uno de sus esclavos llam ado Sabir el m ayor. M uy p oco después el viernes 29 de Jum ada, después de la oración (119 ), antes de la puesta del sol, m urió Ibu -A lham ar; siendo enterrado inm ediatam ente en el rawda (cem enterio) de la vieja m ezquita de la colina de S ib-K ah».

E m ilio Lafuente (120 ), tomado del m anuscrito de Abul-Hasan Al- ch ozon i, dice que su m uerte fué después de la oración de la tarde del viernes 27 de Chum ada, segundo del año 671. Hay una equivoca ­ción en el referido m anuscrito, según Lafuente. Debe decir el 29 de Chum ada, que equivale al 20 de enero, que fué en efecto viernes. Así consta en Ebm ul-Jatthib, y en 29 pone tam bién la lápida sepulcral.

Salazar (121) escribe: «Sucedió en enero de 1273 la muerte del rey A lam ir A bbaad ic, a quien por muestra grande de estim ación lle­varon ellos m ism os (los caballeros cristianos que estaban con él en G ranada) al sepu lcro».

Conde (122) señala la muerte de un vóm ito de sangre y convul­sión , a la hora de Alm agreb o puesta del sol, día veinte y nueve de Ginmada postrera del año 671 (1273) y de M anuel pone la fecha (12o3)(12 3 ).

E l cadáver embalsamado y puesto en ataúd de plata fué ente­rrado con gran pom pa, según Jatthib «en la m ezquita m ayor del Al- ba icín , aunque luego trasladado a la rawda de Sabica (en la Alliam-

b r a )».

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Sobre su sepultura se escribió el siguiente epitafio (123 ).

«Este es el sepulcro del Sultán alto, fortaleza del Islam , decoro del género hum ano, g loria del día y de la noche, lluvia de generosi­dad, roc ío de clem encia para los pueblos, polo de la secta, esplendor de la ley, amparo de la trad ición , espada de la verdad, m antenedor de las criaturas, león en la guerra, ruina de los enem igos, apoyo del Estado, defensor de las fronteras, vencedor de las huestes, dom ador de los tiranos, triunfador de los im píos, príncipe de los fieles, sabio adalid del pueblo escogido, defensa de la fe , honra de los reyes y sul­tanes, vencedor por D ios».

D on E m ilio Lafuente, tom ándole de Jattliib trae la siguiente tra­d ucción :

«Este es el sepulcro del sultán excelso, gloria del Islám , h erm o­sura de los hom bres, esplendor de las noches y de los días, ampara­dor del pueblo, lluvia de m isericordia, centro de la re lig ión , luz de la ley, defensor de la ley tradicional, espada de la verdad, sustentador de las gentes, león de la batalla, muerte de los enem igos, m antenedor del Estado, defensor de las fronteras, desordenador de los ejércitos (enem igos), subyugador de los rebeldes, concu lcador de los infieles y de los inicuos, príncipe de los m uslines, enseña de los que siguen la recta senda, dechado de los temerosos de D ios, defensa de la re lig ión , nobleza de los reyes y sultanes, vencedor por D ios, guerreador en la guerra santa. A bu A bd illah M oham m ad, h ijo de Y usuf ebn N asr, el Ansari. L levóle D ios a lo más alto de la región celeste y le reúna con aquellos a quienes ha concedido su gracia, con los profetas, los justos, los m ártires, los buenos. N ació — D ios se com plazca con él y le otor­gue su dulce m isericordia—- el año 591. A caeció su muerte el viernes, después de la oración de la tarde de Chum ada 2.a año 671. Loor a aquel cuyo sultanato no fenece, cuyo reinado jam ás acaba, cuya dura­ción no tiene térm ino: ino hay D ios sino é l, el clem ente, el m isericor­d ioso».

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MOH/JMMED I Gobernante

~ ^ A S T A aquí liem os seguido paso a paso a A lham ar com o ada­lid ; ahora nos toca juzgarle com o gobernante.

Desde luego parece verdaderamente im posible, cóm o un hom bre que estuvo en constante guerra, ya con unos, ya con otros, hasta el m om ento de su m uerte, que si no fué en franca batalla, sí fué en cam ­po de contienda y en m edio de sus tropas, haya podido desarrollar una labor que, al cabo de los siglos, es la adm iración de las gentes.

E llo revela unas dotes de gobierno extraordinarias, una inteli­gencia preclara y un gusto exquisito.

De la nada hizo un reino, que se m antuvo contra toda lóg ica y contra todo asalto constante, más de doscientos años. De la nada sacó una ciudad m aravillosa. Consiguió el am or y el respeto de los árabes, y com o dice el K atth ib «los analistas cristianos no han podido vitu­perar defectos a A lham ar y le han tributado, contra toda costum bre, justos e log ios».

Su reino de Granada com prendía el territorio que h oy conserva el m ism o nom bre, más alguna parte de las actuales provincias de Jaén, C órdoba, Sevilla, C ádiz, Málaga y A lm ería, y en algún tiempo M urcia.

La frontera de este reino en su m ayor esplendor, según la des­cr ip ción que hace Sim onet (124) sacada de escritores arábigos, era : «a l 0 . entre G ibraltar y el río G uadairo; dirigiéndose p or el N .E . abarcando la serranía de Ronda, con los pueblos de Jim ena, Zallara, T orre de A lh aqu in , O bera, Pruna, Ardales y otros. Después pasaba por cim a de A rch idon a , Iznajar, Rute, Priego, A lcalá la R eal, L ocu bín y A lcaudete, confinando con Estepa, A guilar, Cabra, Luque, M artos, Pegalajar, que eran del rey de Castilla. Desde allí, siguiendo siem pre d irección E . se pasaba por encim a de Los V illares, la fortaleza de Tís-

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car, C am bil, Jódar, Quesada, parte del Adelantam iento de Cazorla, Sierra Segura, Huesear, los dos Vélez (B lanco y R u b io ) ; por donde partían lím ites con Lorca en el reino de M urcia, Tahal H uercal, Overa y otros pueblos hasta cerca de Aguilas, entre este punto y el río Al- mazora. Todo este reino era m arítim o.

Las ciudades Granada, A lm ería y Málaga eran tres waliatos o coras, amelias o provincias, que se subdividían en climas o distritos menores. Algunas se conocían tam bién con el nom bre de taas o ju ­risdicciones, y las taas se subdividían en alhauzes o térm inos.

Las capitales de las coras y clim as se llam aban m edinas, las po­blaciones fortificadas hisnes y borges, y los pueblos pequeños alearías o alquerías. Se contaba en el reino de Granada con treinta y dos ciu ­dades, sesenta y una villa e innum erables aldeas».

Granada, según Contreras (125) «aparece en los prim eros tiempos de la invasión árabe con apenas im portancia, siendo una aldea de ju ­díos y cristianos.

¿P or qué causa vino a tal engrandecim iento esta kora granadina?, ¿cóm o se h izo un reino floreciente? ¿ Y por qué la olvidada fam ilia de A rjona estableció una m onarquía engalanada de m onum entos riqu í­simos?

La población de Granada procedía la m ayoría del reino de Jaén; pues a Granada acudían cuantos árabes andaluces perdían sus hogares al tomar el ejército cristiano sus ciudades y p u eb los ; debiéndose el A lba icín , tanto el pob lado com o el nom bre, a los huidos de Baeza, que lo edificaron y habitaron. Según Zurita en sus anales de A ragón , la pob lación de Granada en los tiem pos de Jaime II, o sea, en los tiem ­pos del segundo A lham ar, era de doscientas m il personas; y no se ha­llaban — dice— quinientas que fuesen m oros de naturaleza, porque todos eran h ijos o nietos de cristianos».

En tiempos de Y usuf I, la p ob lación se eleva a quinientas m il almas.

Según una m em oria del censo de población del reino de Granada, «sobre cálculos que estuvieron entonces presentes, revelaron que el reino granadino contaba con tres a cuatro m illones de alm as» (126 ).

Se dice tam bién que los m oros podían poner sobre las armas a cien m il caballeros y doscientos m il jinetes.

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Es m áxima sabida que la población crece en razón directa del fondo de subsistencia. Así los m oros, elevando la agricultura al más alto grado de perfección y la industria, pudieron mantener una posi­c ión próspera.

E l sistema de riegos del tiem po de A l-H akén I I , fué m ejorado y extendido a la vega, y ba jo los auspicios de sus reglam entos benéficos m ultiplicáronse las producciones y creó la opulencia en millares de fam ilias.

Una de las florecientes industrias que se debió a A lham ar, fueron las sedas, que hacían com petencia a las orientales. Concentrados los m oros en Granada y animados por un saneado lu cro , m ultip licaron las m oreras, perfeccionando las fábricas de seda. E l Zacatín y la A lcai- cería ostentaban toda clase de ropa, tafetanes, sargas, terciopelos y otras m anufacturas del gusto pérsico y ch in o. Y una de las principales rentas del gobierno m oro era el im puesto sobre la seda, ya p or el d iez­m o d irecto , ya p or el m edio diezm o de exportación.

Telares los había en abundancia; siendo los de A lm ería , m odelo que servía a los castellanos y a las propias fábricas de Pisa y Florencia , según dice el m oro Rassis.

Sus innum erables obras, la m ayoría de beneficencia y urbanas, «le obligaron (a A lham ar) a im poner algunas contribuciones tem po­ra les; pero el pueblo, cercionarado de la econom ía de su benigno rey y de la fidelidad con que se em pleaban las rentas en obras de utilidad y provecho com ún, en vez de m urm urar, se anticipaba a satisfacer los pedidos. Llegando a decirse por la riqueza y belleza de las obras, que había conseguido por la magia descubrir la alquim ia de hacer

oro.Las arcas del Erario o rentas públicas, aunque variables por los

accidentes de la guerra y de las condiciones clim atológicas, se puede com putar en un m illón doscientos m il ducados anuales.

P rocuró Alham ar rodearse de personas sabias, desinteresadas y justas, y con ellas form ó su gob ie rn o : Fué su prim er wasir o consejero, Abu-M eruam A ddelm alic Y uzefben Sananid, natural de Jaén y de las más ilustres casas de aquella ciu dad ; A lyben Ibrahín Asaibani A zadi, de Granada, su segundo; M uham ad, h ijo del wasir A ly , su alcaide y capitán de su guardia. A bu Abdala M uham ad A rram in, era el walí o

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caudillo de sus tropas, y el padre de este M uham ad, era el almirante de su flota . A ben M u z i, el defensor de Jaén, era el alcaide de su ca­ballería. Secretario de su Meznar o Consejo era Y ah yeben , A lcatib de Granada.

Tenía tam bién otros tres alcatibes o secretarios, para órdenes y cartas! A bu l Hasán A ly A rrayni, de A rch id on a ; A bu Becar ben Cba- tab y A bu Ornar Jusef ben Said A lyahsi, de Loja.

Los alcaides o jueces de corte eran siete: Los más célebres fueron , A bu A m er Y ahye A lasch ari; A bu A bdalá M uham ad Alausari, célebre jurisconsulto com o lo acreditan sus obras; A bu A bdalá el Tam ini, de los Asalamíes de Loja — éste era cadí de lo crim inal— ; A ben A yadh ben Muza el Jahsabi, de A lcalá la R eal; A ben A d h ; A bu l Casen A b ­dalá ben A m er; y A ben Fat, el con ocid o por A lasbarón de Sevilla (12 7 ).

Para la defensa de sus fronteras destinaba caballeros a quienes nom braba segh ry s ; de los que tal vez tengan origen los zegríes. La enseña de los granadinos no era la m edia luna, sino una mano exten­dida y vuelta la palm a, y debajo una llave, com o aún se ve en la puer­ta de la Justicia de la A lham bra. «La m ano sim bolizaba al Islám y la llave al Paraíso; am bos signos eran la empresa religiosa de los m o­ros granadíes» (128 ).

Rodeó su corte de eruditos y literatos con los que contendía, y él mism o se dedicó al estudio de la h istoria , en especial en su rama de la genealogía. A sus h ijos les buscó sabios, virtuosos y prudentes maestros, que consiguieron sacar aprovechados d iscípulos.

La descripción del carácter de A lham ar y cualidades m orales, así com o sus dotes de gobierno, la tomamos de algunos autores. C om en­zamos con las notas de W áshington Irving, que antepuso a sus «C uen­tos de la A lh am bra», y que dice fueron sacados de los restos de la vieja b ib lioteca de los jesuítas de la Universidad de G ranada; lo que buena­mente nos quiso dejar la rapiña de nuestros buenos amigos los fran­ceses.

«Su reinado fue una larga serie de sucesos prósperos para sus súbditos. D ió el mando de sus numerosas ciudades a aquellos que se habían distinguido por su valor y prudencia y que eran más estima­dos del p u e b lo ; organizó una política vigilante y estableció leyes se- verísimas para la adm inistración de justicia.

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El pobre y el oprim ido eran siem pre adm itidos en audiencia y los atendía personalm ente, protegiéndolos y socorriéndolos. Fundó hospitales para ciegos, ancianos y enferm os.

Estableció tam bién carnicerías y hornos públicos. T ra jo cañerías de agua a la ciudad, mandando construir baños, fuentes, acueductos y acequias para regar y fertilizar la vega. De este m odo reinaba la abundancia y la prosperidad en su hermosa c iu d a d ; sus puertas se vie­ron abiertas al com ercio y a la industria y sus almacenes estaban llenos de m ercancías de todos los países...

...A p rov ech ó los intervalos de tranquilidad que la guerra le de­jaba , para fortificar sus dom inios y pertrechar sus arsenales, prote­giendo al m ism o tiempo lar artes útiles que dan a las naciones riqueza y p od er ío . C oncedió asimismo prem ios y privilegios a los m ejores ar­tistas ; fom entó la cría caballar y de otros animales dom ésticos y la agricultura, aum entando la feracidad natural del terreno por su in i­ciativa, haciendo que los hermosos valles floreciesen com o el más bello ja rd ín ..

Tam bién concedió grandes privilegios al cu ltivo y fabricación de la seda, hasta que consiguió que los tejidos hechos en Granada sobre­pujasen a los de Siria en finura y belleza de p rod u cción .

Igualm ente h izo explotar las minas de oro, plata y otros metales, encontradas en las regiones montañosas de sus dom inios, y fue el pri­m er rey de Granada que acuñó monedas de oro y plata con su nom ­bre, poniendo gran diligencia en que los cuños estuviesen hábilm ente grabados...

...C om en zó el m agnífico palacio de la A lham bra, inspeccionando él m ism o su con strucción ... y dirigiendo sus trabajos.

Aunque tan espléndido en sus obras y grandes empresas, era m o­desto en su persona y m oderado en sus diversiones. Sus vestidos no eran fastuosos, sino tan sencillos que no se distinguían de los de sus vasallos. Su harén tenía pocas m ujeres, a las que visitaba rara vez, pero las rodeaba de gran m agnificencia. Sus esposas eran hijas de los nobles más principales (129), y las trataba humanitariam ente com o amigas y com pañeras; y lo qvie es más extraño: consiguió que viviesen en paz y amistad continua. Pasaba la m ayor parte del día en sus ja r ­dines y especialm ente en los de la A lham bra, que había enriquecido

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con las plantas más raras y las flores más hermosas y arom áticas, y allí se deleitaba en leer historias o haciendo que se las leyesen, y en los mom entos de descanso se ocupaba en instruir a sus tres h ijos a quienes había proporcionado los maestros más ilustres y virtuosos...

...C onservó sus facultades intelectuales y su vigor hasta una edad evan zada ...»

Ya en otro lugar hemos traído el ju icio que le m ereció al K attliib.

D on Modesto Lafuente hace la siguiente semblanza de é l : «T enía ben A lham ar eminentes dotes de p rín cip e , y sabía regir con tino y prudencia su reino. En los años que disfrutó de paz, antes y después de la muerte de San Fernando, h izo florecer las artes, el com ercio y la industria; m erced a su protección tomó fom ento la agricultura, m ultiplicáronse los productos de la tierra, perfeccionáronse las m a­nufacturas, cultivábase con provecho la m inería y recib ieron conside­rable aumento las rentas del Estado; con sabias leyes; y con prem ios y exenciones concedidas al m érito y a la laboriosidad se estim ubala a la aplicación a sus vasallos. Las letras tenían en él un protector gene­roso, erigiéndose escuelas, se fundaban colegios, y los maestros y pro­fesores eran anchurosam ente rem unerados; el desarrollo intelectual m archaba al nivel de la prosperidad m aterial: él m ism o visitaba los talleres, inspeccionaba las escuelas y colegios, exam inaba el estado de los baños púb licos, entraba en los hospitales y se inform aba perso­nalmente sobre el esmero o el descuido con que se asistía a los en­ferm os: y el mismo que com o soberano daba audiencia dos días a la semana indistintamente a ricos y a pobres oyendo las quejas y las re­clam aciones de todos para fallar en justicia , se m ezclaba m odestam ente entre los albañiles y obreros que trabajaban en la construcción del gran palacio de la A lham bra. Con un príncipe de tan altas prendas, que p or otra parte acogía favorablem ente a todos los refugiados m u­sulmanes que a millares acudían cada día a su reino de las ciudades conquistadas por las armas cristianas, el pequeño Estado granadino, circunscrito a estrechos lím ites, pero rebosando de población y gober­nado con sabiduría recordaba el esplendor y traía a la m em oria el brillo del antiguo im perio de los ca lifas».

Lafuente A lcán ta ra : «E l carácter y costumbres de A lham ar pu ­dieron servir de m odelo a príncipes: afable en su trato privado, era

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riguroso y enérgico desde el m om ento que montaba a caballo o em ­puñaba la lanza al frente de sus escuadrones. En campaña atendía más a la seguridad y satisfacción de sus soldados que a su prop io re­galo y conveniencia: frugal y econ óm ico en el arreglo interior de su palacio, desplegaba el lu jo y m agnificencia de un príncipe asiático cuando tenía que presentarse a sus pueblos con la investidura de rey. Su gallarda figura, su anim ado rostro, su perspicaz m irada , sus m o­dales agradables, despertaban tanta simpatía com o respeto; su gen­tileza le granjeó m uclia fama entre todos los caballeros moros y cristianos; no se presentaba en la plaza del torneo, jinete m ejor plan­tado, ni se veía una lanza más segura, ni brazo más firm e, para refre­nar el caballo o coger la m ejor cin ta ; sereno en e l cam po de batalla, cargaba al frente de sus soldados y sus armas eran las primeras que se teñían de sangre enem iga. A l volver de sus gloriosas expediciones oraba en las m ezquitas antes de pisar los um brales de su harén».

P i y M argall (1 3 0 ), hace esta sem blanza: «R eun ía prendas em i­nentes: en guerra era tan esforzado y fiero con los com batientes com o generoso con los ven cid os; en paz, un rey para sus enemigos y un padre para su pueb lo. Verdadero creyente del Profeta, no olvidaba sus deberes religiosos ni aun en la em briaguez de la v ictoria ; verda­dero genio p o lítico de su época, sabía sacrificar su orgu llo en aras de la conveniencia política hasta el extrem o de ir a pelear personal­mente en favor de un rey cristiano. C onocía los tiempos en que debía guardar y desnudar la espada, el m odo de escitar y acallar las pa­siones, los m edios más eficaces para tem plar y halagar el carácter de sus súbditos, la d ifíc il manera de presentar hum ilde al m onarca y m agnífica y llena de m ágico esplendor la m onarquía. Más noble aún de corazón que de lin a je no reconocía necesidad a la que no atendiere, n i sufrim ientos que no aliviase; procuró m ejorar constantemente el bienestar de sus vasallos... Si m anifestó esplendidez, fué para el ma­yor prestigio de su trono, no para sí, que se presentó siempre parco no sólo en el traje y en la mesa, sino tam bién en su harén. Sentía gravar con tributos a sus p u eb los ; y no creyéndose digno de un m o­narca exigirlos para sus placeres, no los aumentó sino para em bellecer con fuentes, baños, colegios y un palacio grandioso en esa hermosa ciudad que e lig ió por silla de su im perio e h izo rival de Bagdad y de Dam asco.

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Estela dedicada al recuerdo de Alham ar

en Arjona

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Quería ser más servidor que tirano de su pueblo. Le daba audien­cia dos días por semana en uno de los salones de su alcázar; llam aba a sí jeques y cadíes para la resolución de los negocios del Estado y visitaba a los pobres de los almarrestanes hasta en su lecho de muerte.

...E m pezó acreditando su valor enfrente de los m uros de Mar- tos ..., reparó las fortalezas y organizó su casa y re in o ... R eunió en torno suyo un senado de nobles y de ancianos, fundó casas de asilo para la p obreza ... Surtió de agua y víveres la ciudad , labró en el cam po acequias, fundó numerosas escuelas, abrió las puertas de su palacio a la ciencia y a la poesía, protegió con m ano generosa la industria y la agricultura, no perdonó, al fin m edio para m ejorar el estado de su re in o . C onociendo que las costum bres son la base de las leyes, procuró reform arlas y recurrió para ello menos al m an­dato que al e jem p lo ; adm inistró por sí su patrim onio, d irigió la cons­trucción de su alcázar, cu ltivó con sus propias m anos los jardines que crecían al pie de sus salones, enriqueció sin cesar su espíritu, obedeció en p ú b lico la voz del alm uédano cuando le llam aba a la p legaria , vistió hum ildem ente, econom izó las m ujeres en su harén, desterró lejos de sí la afem inación y el ocio , no perdonó sacrificio alguno ni por su D ios ni por su Patria. Deseoso de alejar del corazón de sus pueblos los temores de un porvenir incierto y asegurar el triunfo de su dinastía, con fió sus h ijos a sabios y virtuosos alfaquíes, les instruyó en sus horas de descanso y apenas vió desarrollada el alma del que escogió por heredero de su corona le llam ó junto a sí para acostum brarle a los negocios del gobierno, com unicarle los secretos de su política, inspirarle sus sentim ientos y hacerle aceptable para su reino, presentándole com o el espíritu que había de sobrevivir a su m uerte».

Y p or fin añadiremos tom ando de un escritor árabe, que A lh a ­m ar a más de la pasión por la historia «en los descansos de su go­b ierno los em pleaba en la caza ; tam bién era m uy aficionado a los torneos y el m ejor regalo que hacerle podían era un buen caballo».

Este fué A lham ar, ilustre entre los h ijos ilustres de A rjon a . Ensu m em oria Granada, que todo se lo debe, le dedicó una lápida cuyo texto es com o sigue:

«A A lham ar, el varón más insigne de la Casa de N azar, fun ­

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dador de la A lh am bra : P orque sobrepujaste los lím ites del tiempo y del espacio, haciendo palidecer todas las bellezas de la Naturaleza al crear las m aravillas de este A lcázar para ceñir de gloria y de inm ortalidad las divinas sienes de la ciudad incom parable y única, recibe este hom enaje conm ovido de Granada, y con é l, la adm iración y respeto del m undo y el llanto de tus h ijos desterrados, que aún en las soledades del desierto, a la luz de las estrellas, sueñan con el paraíso de sus estancias encantadas.

N o temas las injurias del tiem po ni las veleidades de la fortuna, porque tu ardor desmesurado se eternizó en el portento de estos re­cintos.

Podrán no quedar ni aún las som bras de estos m u ros; pero su recuerdo será siem pre im perecedero, com o el del ún ico refugio posible del ensueño y del arte.

\ entonces el últim o ruiseñor que aliente sobre el m undo, fa­bricará su nido y entonará sus cánticos, com o una despedida entre las ruinas gloriosas de la A lh am bra».

Esta lápida fué colocada en la cuesta de los Gomeres, a la entrada de la A lham bra de Granada.

Y A rjon a tam bién quiso honrar su m em oria con un m onolito, colocado en el planicie de la Plaza de Santa M aría, cercano lugar de donde se supone nació A lham ar, y dando vista al horizonte desde donde se descubren las tierras de Jaén y Granada y se suponen las de Málaga y A lm ería, y al pie de la antigua m ezquita.

La lápida que reproducim os (1 3 1 ), dice así: «S ó lo Dios es ven­cedor.

Que la gloria corone la m em oria de M ohained A bu-A lham ar, na­cid o en este lugar, en el año 591 de la H egíra, de la noble fam ilia de Beni-Nasar. Fué alcaide y rey de A rjona, m onarca de G uadix , Huesear, M álaga, Jaén y Granada. E d ificó la A lham bra, plantó ja r­dines, fundó hospitales y fom entó las ciencias, las artes, la agricul­tura, el com ercio y la artesanía. Fué piadoso, valiente y n oble . M urió en la batalla el 1273 (d . J. C .)» .

A más, en dicha ciudad se ha fundado una asociación de artis­tas y escritores, que ha tom ado el nom bre de su dinastía «Los Naza-

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ritas», extendida a m uchos pueblos de la provincia y con representación en Granada, M adrid, Rom a y París, y dedicada al estudio de la his­toria y al fom ento de las artes.

Granada, Jaén y A rjon a , honran a este m onarca m oro dando su nom bre a una de sus calles.

(Continuará)

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LO S R E Y E S N A Z A R IT A S D E A R JO N A

N O T A S

( 1 15 ) C artas de A lh am ar y de D . F e lip e , herm ano del re y A lfo n so , escritas una en arábigo y otra en lad ino. “ Sepan cuantos esta carta v ieren , cóm o nos, A la m ir A b b o ad ille M ahom ad A ben Y u s u f A bén N asar, re y de G ra ­nada e A m ir A m u s L em ín , e nuestro fijo e nuestro h ered ero A la m ir A bbo ad ille , Pacem os este pleyto con el in fan te h onrado don F e lip e , fijo del re y don F ern an d o , e con e l rico-om e don Ñ uño González, fijo d el Conde don Gonzalo, e con e l rico-om e don L op e Díaz de H aro señor de V izcaya, e con el rico-om e don F ern an d o R uiz de C astro, e con don Ju n Núñez, fijo del rico-om e don Ñ uño González, e con el rico-om e don D iego López, herm ano d el rico-om e don Lop e Díaz de H aro, señ or de V iz­caya el sobred icho, e con el rico-om e don A lv a r D íaz de A stu rias, e con el rico-om e don G il Gómez de R o a, e con el rico-om e don F ern an d o Ruiz, fijo de R o d rigo A lvarez , e con el rico-om e Lop e de Mendoza. E yo e l in fan te don F e lip e , e l sobre dicho, e estos rico s ornes sobre d i­chos, som os ayuntados sobre esto: que vos facem os a vos, R e y de G ra­nada e A m ir A m us L em in , e a vu estro fijo A la m ir Aiboadille p leito om enaje a buena fe , sin m al engaño que vos lo tengam os, e quando non vos lo toviésem os, que va liésem os p or ello m enos contra D ios e contra todos los ornes d el m undo; commo quien fa lsa p leito om enaje. E sobresto es el p le ito e om en a je que vos facem os: q u e vos fag ad e s a don A lfon so , re y de C astilla , que vos tenga los p le itos e las posturas que vos fizo en A lc a lá de B en zayre , e si vos la s non toviese que nos los sobre dichos que vos ayudem os con nuestros cuerpos e con nuestros ornes e con n ues­tro poder, en la g u e rra que oviéred es con él. E si sobre esto, don A l­fonso, re y de C a stilla , vos tu v ie re los p le itos sobre dichos que fu eron e n tre vos e é l en A lc a lá de B en zayre , que vos e e l r e y de G ranada, e vuestro fiio A lam ir-A b b ad ille , que le tengades aquellas posturas que posistes con é l en A lc a lá de B en zayre sin acrescentam iento ninguno. E yo el in fan te don F e lip e , e estos om es buenos sobre dichos, otorga­m os que non pagam os paz nin avenen cia n inguna con el re y de C astilla , a m enos de vos a esta avenen cia, que sea en d ías de don A lonso re y de C astilla . E yo el in fan te don F e lip e , el sobre dicho, otorgo p or m í que ten ga este p le ito om enaje en d ías del re y don A lonso e del in fan te don F ern an d o e del que fu ese su h ered ero , así com m o es nom brado, e el p rev illeg io que fu é fech o en A lc a lá de Benzayde. E yo el in fan te don F e ­lip e e estos om es buenos sobre dichos, otorgam os que vos ayudem os con­tra todos los om es del m undo, cristian os e m oros, en g u erra e en paz. E nos, e l re y de G ran ad a A m ir A m us Lem ín , e nuestro fijo A la m ir A b ­b o ad ille , otorgam os que cuando oviéram os m enester vu estra ayuda, que vos enviem os con quien podades v e n ir a n u estra ayuda. E yo e l in fan te don F e lip e , e estos om es buenos sobre dichos, otorgam os todos e som os tenudos que fagam os por vos, re y de G ranada, A m ir A m u s Lem ín , e por vuestro fijo A la m ir A bbo ad ille , así commo fecim os por el re y de C astilla cuando éram os sus vasa llo s, en todas las cosas del m undo que vos aya

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des m en ester m ien tras fu erém os convusco. E yo e l in fan te don F e lip e e estos ornes buenos sobre dichos, otorgam os que vos seam os am igos pa­ra siem pre jam ás, e a vu estros fiio s e a vu estros n ietos e a los que de vos v in ieren . E nos A la m ir A b b o ad ille A b en -Y u su f A b en asar, re y de G ra­nada e A m ir A m us Lem ín , e nuestro fijo A la m ir A bboadi'lle , otorgam os a vos, el m ucho honrado in fan te don F e lip e e a los rico s ornes sobre d i­chos, sobre esto: que som os tenudos e vos facem os p le ito om enaje e b u e­na fe , sin m al engaño e si vos tom are e l re y de C astilla la tie r ra que tenedes del o vu estras hered ad es, a vos d esa fo rare , que som os tenudos de vos ayu d ar con n uestras tie rra s e con nuestros m es e con nuestro po­d er a g u e rrea lle . E si v in iéred es a nos, que sea la n u estra g u e rra una, e si f in cáred es en vu estra tie rra , que gu erreed es vos de nuestro cabo e non d el nuestro , e si acaésciere que ven gad es a nos, q ue fagam os con­tra vos según ficim os en aquel tiem po cuando v in istes a nos. E este pleito e este om enaje ten ervos lo emos, e si non lo toviéram os, que valgam os m enos por ello , contra Dios e contra todos los ornes d el m undo, así co­mo quien fa lsa p leito om enaje. E vos el re y de G ranada, A m ir A m us L em ín e nuestro fijo A la m ir A b b o ad ille , otorgam os a vos in fan te don F e lip e , e a los rico s ornes sobre dichos, que non fagam os con el re y de C astilla paz ni p ostura a m enos de vos. E o tro sí otorgam os, nos e R e y de G ran ad a e nuestro fijo que si tom áram os a don A lfo n so , re y de C a sti­lla , v illa s e castillo s de hoy adelante, que fagam os que vos dé cuando fu e re la paz. E nos el R e y de G ran ad a e nuestro fijo , vos otorgam os que cuando q u ier que ayam os g u erra con el re y de C astilla , e v in ié re d e s a nos, que fagam os con tra vos así como ficim os este tiem po; e m as otor­gam os a vo s el dicho In fan te e rico s om es, que vos seam os siem p re am i­gos a vos, e a vu estros fijos, e a vuestros nietos, e a los que de vos v i­n ieren . E nos, R e y de G ranad a, A m ir A m us Lem ín , e nuestro fijo A la m ir A b b o ad ille , porque sea firm e e non ven ga en dubda, escreb im os en esta carta le tra de n uestras m anos. E yo el in fan te don F e lip e , e los rico s om es sobre dichos, posim os en e lla nuestros sellos colgados” .

( 1 16 ) Se d ijo que a un cab allero se le quebró la lanza al sa lir , en e l arco de la P u e rta y se consideró como m al p resag io y anuncio de lo que después ocurrió .

( 1 17 ) H : de la s d inastías de los M oham m ed (gayangos).( 1 18 ) H id algo-Iberia pone la fech a 12 7 3 ; J im e n a que tra e la crón ica de A lfo n ­

so X I la pone en enero; M ariana y L a fu e n te a p rim ero s del 12 7 3 .< 119 ) Como se ve rá ex iste patente contradicción con la fech a dada m ás arrib a .(120 ) In scrip cio n es árabes.( 12 1 ) H. G eneral.(12 2) H. de la Dom in. ar.( 12 3) N otas a la v ida de S a n Fern an d o III.( 12 3 ) L a fu e n te A lc án ta ra H. de G ran , y Conde-Dom ár.(124) D escrip d el reino de Grand).(12 5 ) “ D el a rte árab e en E sp a ñ a ” .(126 ) Sam perez y G uarinos.(12(7) Conde-^H. de la dom inación a r” .— A l-K attib— “ H. de G ran ” . H idalgo

“ Ib e r ia ” .(128) Fern án d ez González— “ D e la A lh am b ra ” .(129) E n los escritos árabes sólo h ab lan de una sola esposa.(130 ) “ E sp a ñ a ” (Granada).( 1 3 1 ) Foto rep rod u cid a de la re v ista “ A fr ic a ” núm. 176 .

O “Sólo D ios es ven ced o r” , lem a de A lh am ar.