Los principales datos de la biografía de Quinto Horacio

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Los principales datos de la biografía de Quinto Horacio Flaco, afortunadamente aportados por él mismo, son bien cono­cidos. Nace el 8 de diciembre del 65 a. J. C. en Venusia, ciudad del S. de Italia: es, por tanto, a diferencia de Virgilio, un meri­dional de carácter extrovertido. Nada nos cuenta de su madre, a la que quizá ni conoció; en cuanto a su padre, a quien rinde me­recido homenaje en la I 6 de sus sátiras, era un liberto que, si no legó a su hijo un claro linaje, proporcionó a sus dotes poéticas, manifestadas en edad temprana, la más selecta educación que sus medios relativamente acomodados podían darle, y ello aun a costa de haber tenido que dejar ambos el campo, donde el ni­ño debió de gozar mucho en contacto con la Naturaleza y con la honesta gente rural, y trasladarse a Roma. Después Horacio pasó, como los mozos ricos, a Atenas, donde aprendió el griego y perfeccionó sus saberes literarios y filosóficos y donde comien­zan sus conocidas aventuras juveniles : amistad con Bruto, incor­poración a su tropa, derrota en Filipos (O. II 7) tras su compor­tamiento no muy heroico, amnistía para los vencidos, regreso con un gran riesgo marítimo que tal vez reflejen cantos como O. I 28, pérdida quizá del patrimonio en la misma expropiación que arruinó a Virgilio.

Ya en Roma y sin dinero, obtuvo el cargo oficial de escri­ba, en el desempeño del cual le veremos en la sátira II 6, y co­menzó a escribir con éxito del que fueron siendo jalones sucesi­vos los epodos y las sátiras entre el 41 y el 30 , los tres primeros libros de las odas entre el 30 y el 23 y las epístolas, el canto se­cular y el IV de las propias odas entre el 23 y el 1 3 .

Surgieron en seguida amistades altas en todos los sentidos: primero Virgilio, animae dimidium meae (O. 1 3 , 8); luego el Vario Rufo a quien mencionábamos como amigo del mantuano ; después, el 39 , en entrevista inmortalizada por la citada sátira I 6, el ya citado Mecenas, muy influyente prefecto del pretorio, escritor y, sobre todo, buen catador de las Letras cuyo nombre es honrosa denominación genérica de cuantos protegen a poetas más o menos desvalidos.

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La también mencionada sátira II 6 nos muestra aquella le­gendaria amistad en pleno funcionamiento ; y no hay obra hora-ciana más conocida que la I 5, relato pormenorizado del célebre viaje del 37 en que Mecenas y sus amigos se trasladaron a Brun­disio con aventuras entre las que descuella el encuentro en Si-nuesa (versos 39-41) con nuestros ya familiares Plocio Tuca, Vario y Virgilio. La expedición estaba relacionada con negocia­ciones tendentes a renovar la paz que citábamos en torno a la IV de las Bucólicas y que la rivalidad entre los dos triunviros ponía en peligro; porque es de advertir que ya desde aquellos momentos , pero sobre todo desde el año 3 1 , el de la batalla de Accio con sus trascendentales consecuencias, Horacio gozó de un gran aprecio por parte de Octavio.

Y una vez más volvamos a la sátira II 6 para fijarnos en su famoso inicio, hoc erat in uotis. Hacia el 30 , el poeta ha conseguido de Mecenas el regalo de la acogedora villa sabina, cercana al alto Lucrétile y el escarpado Ustica, que describen los primeros versos de la epístola I 16. Y, a diferencia del ca­pataz destinatario de la sátira I 14, su dueño es muy feliz allí, tanto más cuanto que el poderoso ministro ha debido de con­cederle el no estar constantemente recorriendo las casi diez leguas que separan su nueva posesión de la urbe.

Desde entonces en la vida de Horacio, que de joven había estado envuelto en mil azares sentimentales sin contraer ningún lazo definitivo (más adelante oiremos hablar de Tíndaris y Cina­ra), no hay grandes novedades. Un accidente que pudo serle mortal el mismo año 30 , la caída de un gran árbol que estuvo a punto de aplastarle y de que habla en O. II 13 y en otros lugares; poco tiempo antes del 24 , Virgilio preparaba un viaje a Grecia que inspiró a su amigo el propémptico de O. I 3 ; en dicho año muere Quintilio Varo, a quien conocemos, para consolar a Publio de cuya pérdida escribe O. I 24 ; cinco después el autor de la Eneida se embarca por fin con el fatal desenlace que sabemos.

Pero de esto nada nos dice el escritor. Él mismo había de morir casi de pronto, pocos meses después que Mecenas, el 27 de noviembre del 8 a. J. C. Le enterraron cerca de su protector, en aquellas Esquilias cuyo adecentamiento, como leemos en la I 8 de sus sátiras, tanto le había gustado en tiempos.

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Hemos elegido algunos bellos textos que creemos que pin­tan bien su actitud respecto al campo y la vida campesina. En esto, como en otras cosas, su biografía y la de Virgilio se mues­tran paralelas: hay una gran diferencia entre ese frivolo mundo, entrevisto al tratar de Catulo, que sólo ve en la villa rústica, co­mo tantos contemporáneos nuestros, el refugio "snob" para el fin de semana o el lucimiento derrochón del nuevo rico, mezcla­do o no con mentiras y enfocado solamente al qué dirán, y el anhelo de ambos, frente al mareante e insano bullicio de la cos-mópolis, por recuperar los respectivos paraísos perdidos de la niñez.

Pero con dos distingos esenciales: uno es que Virgilio, a quien al parecer el destino no otorgó ese ansiado regreso más que en forma insuficiente, supo, con su enorme vida interior, construirse por dentro un mundo bucólico y rural cuyas delicias le dieran fuerzas para seguir viviendo, mientras que Horacio rea­lizó su sueño en la placentera forma que nos describe.

Y el otro, más sustancial, es que, mientras el primero des­cubre en las campiñas el serio fundamento de una mejor, más auténtica, más coherente vida humana de que son reflejo las figu­ras idealizadas de la égloga y también, bajo la inspiración de Me­cenas, el áncora salvadora de la civilización romana en los difíci­les años de la transición hacia un destino universal, respecto al segundo no podemos sustraernos a la convicción de que, en el vivaz y cambiante panorama de su alma siempre tensa, se ve do­lorosamente requerido por dos tirones afectivos de signo opuesto : el campo, sí, su belleza, su tranquilidad, la virtud de sus morado­res, el noble cultivo de un ocio fecundo; pero, en la lejanía, el brillo, no reflejado físicamente en el cielo como el de nuestras urbes actuales, pero sí presente siempre para el alma, de la gran Roma octaviana y luego augústea, señora ya del mundo, vital centro de todo un enérgico y eficaz tejemaneje con el que sospe­chamos que al poeta le costaría mucho cortar definitivamente.

La oda I 17 , escrita en estrofas alcaicas, puede fecharse hacia el año 28 ó 27, reciente la adquisición de la finca y cuando el poeta se hallaba envuelto aún en residuales conflictos amoro­sos. Así como Fauno, el t ípico dios romano de la Naturaleza, debe proteger a los animales de su granja (nótese que, aunque

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aquí sólo aparecen cabras, en los versos 9-10 de la sátira I 16 se hablará deresesque comen bellotas), él quiere defender a Tíndaris, seudónimo de alguna bella romana, para que el celoso y zafio Ciro (otro disfraz onomástico) no la maltrate embriagado como en alguna reciente ocasión.

O. III 18 , en estrofas sáficas, es un gracioso homenaje al mismo Fauno con motivo de una de sus fiestas. Aquí ya pululan los bueyes y ovejas.

El epodo II, con su famoso inicio Beatas Ule, fue compuesto hacia el 37 , cuando todavía la aspiración a ser propietario rural no se había cumplido en Horacio, y es quizás el más imitado de sus cantos: bien lo merece esta enternecedora pintura de la feli­cidad campestre, muy afín al final del II de las Geórgicas que antes vimos, y de la viva nostalgia del ciudadano que se hace la no menos célebre pregunta de la sátira II 6, 6 0 : O rus, quando ego te adspiciam ?

Pero hay una sorpresa final en que al parecer el poeta re­meda la pirueta del fr. 19 W. de Arquíloco, cuya renuncia a la fortuna de Giges y demás resultaba no ser expresión suya perso­nal, sino de un carpintero llamado Caronte. Aquí es aún más chocante que el conmovedor amigo del campo sea el usurero Alfio, tan atento al vencimiento de sus intereses. O este hombre es, como tantos de su especie, un eterno descontentadizo (por entonces Horacio andaba tratando este tema en su sátira I 1) o se burla de todo el mundo o es nuestro cantor el que sonríe ante la perenne inquietud de su propio espíritu nunca seguro de lo que de verdad quiere.

La sátira I 8 completa nuestro ciclo priapeo, bien repre­sentado como vimos en la Appendix. El atrevido dios, con gra­ciosa y sucia desenvoltura, hace huir despavoridas a dos ridiculas brujas dedicadas a sortilegios similares a los del idilio II de Teó­crito y la égloga VIII de Virgilio.

Una de ellas es Canidia, odioso personaje hacia el que cho­ca un poco que Horacio haya concebido tal afición como para

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La mejor sin duda de las sátiras horacianas es II 6, de que hemos hablado más de una vez e incluso con citas textuales, re­dactada hacia el 31 ó 30 como testimonio de reconocimiento a Mecenas por el regalo de la finca descrita, repetimos, en los ver­sos finales de nuestra selección.

La viva expresividad del poeta nos deja asomarnos fácil­mente a sus sentimientos en la ocasión: satisfacción extremada del que, contento con lo recibido, no pide más (4-15); planes sobre ese futuro "encastillamiento" (me ... in arcem ... remoui, 16-17) en que se verá libre de ambiciones por una parte y de los inconvenientes de Roma por otra. Es un párrafo que suscribiría cualquier habitante de una urbe moderna si tuviera el genio de Horacio. La ciudad del Tíber, aparte de tener mal clima (18-19) , ofrece a un hombre importante, desde que el dios de la mañana,

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presentarlo extensamente, por orden cronológico, en el epodo V, esta sátira y el epodo XVII, con citas aisladas en el III y en las sátiras II 1 y II 8. Todos han pensado que tras ella debe de ocultarse un personaje real y, en efecto, los antiguos hablan de una perfumista napolitana llamada Gratidia, lo cual no aclara mucho. En cuanto a su compañera Ságana, hermana mayor de una dinastía de hechiceras, también reaparece en el epodo V.

Entre tantas cosas como podríamos destacar en este poema de corte muy helenístico nos fijaremos en una materia topográ­fica. Las Esquilias o región del Esquilino habían estado muy abandonadas, con uno de sus sectores convertido en cementerio de pobres inviolable y, por tanto, desvinculado para siempre del peculio de sus anteriores dueños.

Mecenas, como recuerda elogiosamente Horacio, arregló bastante aquellos parajes convirtiéndolos en zona residencial con bellas casas, entre ellas la suya, grandes jardines o bien huertos utilitarios, como éste en que Priapo ejerce su habitual oficio, y un ameno paseo a lo largo de los antiguos muros. Pero ni el omnipotente ministro pudo evitar que quedaran desagradables enclaves: un siniestro lugar (22) en que se realizaban ejecuciones, grandes sepulcros que tenían derecho a no ser demolidos (36) y algunos baldíos por los que andaba gente de mal vivir, entre ellas las dos brujas que se entregan a manejos bien atestiguados en ci­tas de otros autores y verdaderamente repelentes.

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Júpiter o Jano, empieza a presidir los negocios, mil tareas a veces ineludibles (20-26) , compromisos (26-27) , agobios de tráfico (28-31). Corre el venusino en aquellas horas tempranas al pala­cio de Mecenas (aquí una pincelada halagadora para éste) y en la misma puerta (32-39) ya le espera gente que quiere citarle o dar­le encargos para el magnate. Palabras y más palabras: creen (40-58) que la influencia del poeta sobre su amigo es inmensa, aun­que a veces uno y otro no hablen más que del t iempo o de gla­diadores; piensan que Horacio lo sabe todo , aunque finja lo con­trario. ¡Qué diferencia (59-76) con la vida en la villa rústica, las placenteras siestas, las lecturas, el ocio bien aprovechado ! ¡Aque­llas comidas donde todo es grato y sedante, los manjares razona­bles, el protocolo sin envarada ceremonia, la presencia de los siervos tan afectuosos como confianzudos, la charla en que a los cotilleos y chismes sustituyen las discusiones filosóficas del tipo de las del Cicerón tusculano!

Y, para terminar, como en otras sátiras y epístolas, un apó­logo, aquí (77-117) el perfecto y celebérrimo del mus rusticus y el mus urbanus. Sobran los comentarios a esta página magistral.

¿Es, empero, total la sinceridad del gran escritor? Lo de menos es que crea de modo literal o no en ese dios matutino a que tan seriamente invoca; más pertinentes son aquí otras cues­tiones. ¿Odiaba el poeta a Roma tanto como dice? ¿Era la vida en sus tierras tan deleitable como nos la pinta? ¿Estaba tan lleno de fastidio cada momento de su trajín urbano, de placer cada minuto de sus estancias sabinas?

Quizá no nos habría sabido contestar. Tal vez más decisiva hubiera sido la opinión de Mecenas, para cuyo disfrute, no lo olvidemos, está sobre todo escrita esta sátira y que, buen cono­cedor de hombres, leía sin duda en el alma de Horacio.

Otro precioso texto , el de la epístola I 10 , dirigida a un amigo, Aristio Fusco, desde el retiro rústico del que ahora sabe­mos (49-50) que tiene cerca las ruinas de un templo a la diosa sabina Vacuna : el poeta no puede menos de establecer una rela­ción etimológica entre este teónimo y uacare, el dulce verbo del ocio .

Horacio y Fusco, coincidiendo en todo (1-11) , discrepan en algo fundamental, y es que aquél prefiere el campo y éste la

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ciudad. El autor, empaleigado de delicias urbanas, cree llegado el momento de atenerse a una conocida receta estoica, la del vivir conforme a naturaleza (12-13) . Lo cual debe comenzar ya con la elección de un terreno saludable (14-18) , cubierto de yerba (19) , con aguas mejores que las quizá contaminadas de Roma (20-21) . Porque es de observar que la moda ha llevado incluso a los más refinados cosmopolitas a imitar a Natura rodeando sus palacios de prados y arboledas. Si esto es así, ¿no resulta mejor, más honrado tenerlos auténticos? (22-29) . Añádase a ello que las ex­cesivas grandezas son más añoradas en los cambios de fortuna (30-31) y que incluso una morada humilde es compatible con una vida cómoda (32-33). Un nuevo apólogo, el del caballo y el ciervo, y su moraleja: las riquezas y lujos traen cargas y coartan la libertad (39-41 , 47-48) . Pero atengámonos sobre todo (42-46) a la sabia norma: vivamos naturalmente sin llevar zapatos ni de­masiado grandes ni demasiado pequeños (42-46) .

*** Es sumamente original e interesante la epístola I 14 . ¿Alo­

cución ficticia o tal vez dirigida a un personaje real, el uilicus o capataz de la finca horaciana? Nos inclinamos por esto último. El poeta, que desde niño entendió a la gente humilde como él, le habla con mezcla de afecto y sinceridad un poco dura y se le ex­presa en materias íntimas con tono confidencial solamente apto para personas muy cercanas.

Viéndose retenido en Roma por el piadoso deber (6-9) de acompañar a su amigo Lucio Elio Lamia en el duelo por su her­mano, y estando por ello agudizada su habitual nostalgia del campo, Horacio ha recibido una carta o encargo verbal del capa­taz que se encuentra a disgusto y quiere volver a la ciudad. Aun­que el paraje no es precisamente un yermo (cinco familias libres, 1-4, habitan allí con ocho esclavos según puede deducirse del verso 118 de la sátira 1 7 ) ; aunque tiene grandes bellezas natura­les que probablemente al obrero no le dicen nada (18-20); aun­que está gozando (40-42) de ventajas que el de menos categoría entre los esclavos, más listo que su superior, quisiera poseer, el capataz tiene demasiado trabajo (26-30) y sobre todo está harto de lo que considera solamente un páramo inhóspito sin vino ni baños ni juegos ni las groseras diversiones (14-16, 21-26) de la plebe romana que Horacio conoce bien. Pero su amo disiente de él como de Fusco : la vida rústica sin odios ni envidias de los ve-

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Y por último el tópico broche de oro con la descripción de la villa horaciana en los primeros versos de la epístola I 16 , que luego deriva a temas éticos menos pertinentes para nosotros aquí. Está escrita para el amigo Quinctio Hirpino, destinatario también de la oda II 1 1 .

Situación, orientación, clima, frondosidad, salubridad, productos naturales y aguas limpias y benéficas convierten el lugar en un verdadero paraíso.

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cinos, que se limitan a reírse un poco de la inmadurez del nuevo agricultor (37-39) , eso es lo que verdaderamente proporciona la felicidad. Y no es que Horacio haya pensado siempre así: hubo ciertamente un t iempo en que todo fueron placeres y turbulen­cias (31-35), pero aquello terminó afortunadamente (35-37) .

En cuanto al capataz, también ha cambiado, pero para peor; mientras estuvo en Roma, perseguía el ascenso que lleva­ba implícito su nuevo cargo; ahora, en cambio, aceptaría una vuelta a su anterior categoría con tal de verse en la urbe.

Y así dueño y criado están insatisfechos, tienen sus almas tan llenas de punzantes zarzas como la heredad sabina (4-6). Horacio todavía padece ataduras que, como en esta ocasión, ti­ran de él hacia la sociedad, quizá tentaciones que ni a sí mismo confiesa; odia injustamente a Roma (16-17) y envidia a su siervo, cuya posición es enteramente simétrica respecto a la finca y su propietario (9-13).

Pero bajo esto subyace el problema no ya de la uirtus ro­mana, sino de la arete griega. De nuestra tercera y última fábula, la del buey y el caballo (43-45) , se extrae una fácil lección. Cada cual a lo suyo, a aquello para lo que valga y en que mejor pueda realizarse. A Horacio (1-2) la finca le ha devuelto a su propia persona; las baratas francachelas romanas no harán del capataz más de lo poco que es. Nuevamente, como en la sátira anterior, vivir conforme a naturaleza.

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A menudo el Liceo cambia el ágil Fauno por el Lucrétü placentero

y del ígneo es t ío a mis cabras o del lluvioso viento def iende.

5 Tranquilos en el bosque los madroños y el tomillo buscar pueden la errante

esposa del hed iondo macho y sus cabri tos ni a la culebra

verde t emiendo ya ni al marcial lobo 1 o cuando el dulce eco de su flauta, ¡oh, Tíndar is ! ,

los valles repi ten y Ustica con sus laderas lisas y pét reas .

Los dioses me pro tegen; a los dioses placen mi Musa y mi piedad. A q u í ubérr imo

15 fluirá para t i el propicio cuerno apor tándo te campestres honras ;

en la ocul ta cañada a los rigores caniculares vencerás can tando

con lira teya a aquel que amaban 2 0 al par Penèlope y la vitrea Circe ;

aqu í a la sombra beberás inocuo vino lesbio sin miedo a que inmiscuya

bélicas pugnas el t ioneo hijo de Sémele y el rudo Ciro,

2 5 sospechando de t i , tan indefensa, ponga en tu cuerpo incont inentes manos

y la cinta de tus cabellos y tu inocente vestido rompa .

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F a u n o , amante de Ninfas fugitivas, propicio mis terrenos soleados visita y deja y a estas criaturas

t iernas ayuda ,

5 que para ti a fin de año un cabritillo cae y falto de vino no anda el cráter , compañero de Venus , ni de aromas

el ara ant igua.

Todo el ganado en la campiña herbosa 1 0 retoza por las nonas de dic iembre;

festejan los aldeanos en el prado y el buey descansa.

Segura está la oveja frente al l o b o ; para ti el bosque agreste se deshoja;

1 5 alegre el cavador tres veces ba te la odiada t ierra.

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"Feliz aquel que , sin negocio alguno, como los hombres de an taño

los campos paternos con su yun ta labra libre de usura, al que nunca

5 despierta en las filas clarín t rucu len to , quien n o teme al mar airado

y el foro rehuye y umbrales soberbios de los c iudadanos ricos,

mas los altos álamos con crecidos vastagos 1 0 de la vid casa o con templa

en el valle ocul to las errantes greyes mugidoras o los bro tes

secos con podón m o n d a a los que injertos suplanten o en limpias ánforas

1 5 guarda la expr imida miel o a las ovejas dóciles esquila; y , cuando

Otoño en los campos alza la cabeza ornada de suaves f rutos ,

¡qué bueno es coger inseridas peras 2 0 y roja uva que te obsequie

a t i , Priapo, o bien al padre Silvano, el p ro tec tor de las lindes!

Al pie de la encina vieja o en la yerba mullida gusta de echarse

2 5 mientras en t re orillas altas mana el agua, se queja el ave en el bosque

y el eco en las frondas del ar royo invita a dormi tar du lcemen te .

Y, al mandar el año del t onan te Jove 3 0 invierno y lluvias y nieves,

al j aba l í acosa con grande jaur ía hacia las redes o planta

en la lisa pértiga t rampas de ancha malla para el voraz t o rdo o caza

3 5 con lazo a la t ímida liebre o peregrina grulla, b o t í n p lacentero .

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¿Quién no olvida en ello las preocupaciones que el amor consigo lleva?

Mas, si es casta esposa quien morada y caros 4 0 hijos a cuidar ayuda ,

cual Sabina o cónyuge del Àpulo act ivo, tos tada por muchos soles,

preparando el sacro hogar con leña vieja porque él va a llegar cansado ,

4 5 encer rando al pingüe ganado y las ubres retesas dejando exhaus tas ,

sirviendo con dulce jarra en n o comprado festín el vino de hogaño ,

nada ya el marisco lucrino me agrada s o ni el rodabal lo t a m p o c o

ni el escaro por invernales t ruenos de Oriente hacia acá desviado;

ni con más deleite bajara a mi t r ipa el jón ico francolín

5 5 que las aceitunas de la mejor rama del árbol o la romaza

del prado o las malvas, que al enfermo curan , o la cordera inmolada

en las Terminales o el cabri to acaso 6 0 con el q u e el lobo n o p u d o .

¡Qué gozo , en t re tales manjares, que acudan hartas las reses y el b u e y

arrastrando lánguido la invert ida reja y , en t o r n o a los relucientes

6 5 Lares, el enjambre de los esclavillos en rica casa nacidos! "

Y Alfio el prestamista , quer iendo labriego ser, pensaba en el d inero ,

cómo a colocar iba en las calendas 7 0 lo recogido en los idus .

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Tronco de higuera fui en t i empos , inútil made ro , cuando un ar tesano, ent re hacer un Priapo indeciso o un escabel, por m í o p t ó y aqu í es toy , espantajo colosal de ladrones y pájaros: cohiben a aquéllos

5 mi diestra y en mi ingle la estaca encarnada y obscena ; al ave impor tuna le veta la caña clavada en mi molondra el posarse en los nuevos ja rd ines . Hasta a q u í antes los muer tos que incluso a sus pobres

chamizos repugnaban t ra ía en un féretro i nmundo o t ro siervo:

1 o el sepulcro común de la mísera plebe aqu í es tuvo, del bufón de Pantólabo y de N o m e n t a n o el vicioso. Mil pies a lo largo y trescientos de fondo le daba el mojón por el cual sustraído quedaba a la herencia . Y, si hoy habi tar las Esquilias ya sanas se puede

1 5 y al sol pasear por los muros que un campo veían t r is temente sembrado de pálidos huesos , no es t an to el trabajo que a m í los ladrones me dan y las bestias que suelen mi sede infestar como aquel que me causan las mujeres que con maleficios y drogas per turban

2 0 las almas humanas : n o hay nada que acabe con ellas ni evite el que surjan tan p r o n t o aparece la hermosa faz de la luna viajera y en busca de huesos y maléficas yerbas . Yo he visto a Canidia, descalza, despeinada, su negro sayal remangado , y aullando

2 5 con la mayor de las Ságanas; y era espantoso el verlas con tal palidez. Empezaron la tierra a arañar y , mord iendo las dos , des t rozaban el cuerpo de una negra cordera y su sangre en la fosa ver t ían para así de las almas o Manes lograr las respuestas.

3 0 Dos figuras hab ía t ambién : la de lana, más grande , que imponía el castigo; de cera y menor la segunda era y se hallaba en postura de súplica, como condenada a suplicio servil. Invocó la una maga a Hécate y o t ra a la fiera Tisífone, y sierpes

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3 5 sueltas verías y canes siniestros; y huía detrás de las más altas tumbas la luna encarnada por no ver tal horror. Y, si miento, de mierda blancuzca la cabeza me manchen los cuervos y meen y caguen en mí Juho y la enclenque Pediatia y Vorano el bandido.

4 0 ¿Para qué describir los acentos horribles y agudos en que Ságana hablaba y con ella las sombras, y cómo a escondidas la barba de un lobo enterraron y un diente de moteada culebra, y con qué resplandor la figura cérea ardió y de qué modo pagué el ser testigo

4 5 con horror del manejo de aquellas dos Furias? Un pedo me tiré que, al henderse mi higuera, sonó cual vejiga que estalla; y las brujas a la urbe corrieron. Los dientes de Canidia se fueron y Ságana la alta peluca perdió y de sus brazos cayeron las drogas y hechizos:

so mucho te habrías reído si tal cosa vieras.

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Esta fue mi ilusión; una finca no grande en exceso con un hue r to y , vecina a la casa, una fuente en que manen aguas vivas y un poco de bosque . Con creces los dioses me lo han dado . Está b ien . Nada más , ¡oh, nacido de Maya!,

s pido ya , sino que hagas estable lo que he recibido. No acrecenté mi peculio con pérfidas artes ni pienso que lo hagan menor mis maldades o er rores ; ni resulto tan necio que implore ; " ¡Si aquel r inconci to consiguiera, que ahora se mete en mi finca! ¡Si alguna

1 o suerte una urna de plata me diera, al igual que aquel hombre que arando a jornal un tesoro encon t ró y luego el campo compró para sí con dinero deb ido a su amigo Hércules!" Esto me gusta y me basta y te ruego; "Engorda mis reses y t o d o , mas no mi caletre,

15 y sé, como sueles, custodio eficaz de lo m í o " . Pues dé la urbe a los mon tes sub í para a q u í encast i l larme, ¿cómo no han de cantarlo mi sátira y Musa pedestre? No me pierden la mala ambición ni los p lúmbeos Austros ni el o t o ñ o feroz, proveedor de la cruel Libi t ina.

2 0 ¡Padre del Día , o bien J a n o , si así que te llame prefieres, pues quieren los dioses que en ti esté el comienzo de t o d o lo que hacen los hombres , sé tú de este canto el principio! Tú en Roma me llamas a ser responsable; " ¡Ea, aprisa, que nadie en correr al deber te p r eceda ! "

2 5 Aunque barra la tierra Aquilón o la b ruma al nivoso día a un m í n i m o giro restrinja, allá voy. Tendré luego, dicho en voz clara y firme tal vez lo que no me conviene, que urgir a la turba y mos t ra rme bru ta l con los t a rdos . " ¿Qué haces, loco , qué qu ie res?" diráel descarado con fieras

3 0 maldiciones. "¿Empujas a t o d o el que tienes delante pensando tan sólo en Mecenas y en verle en seguida?" Eso es miel para m í , no lo niego. Mas heme en las negras Esquilias y ajenos negocios a cientos asaltan mi cabeza y mi cue rpo : "Al brocal que mañana n o fahes

3 5 antes de la hora segunda rogábate Rosc io" , "Acuérda te , Qu in to , de que hoy los escribas te piden

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que vuelvas, porque hay un asunto que impor ta y es n u e v o " , "Estas tablillas Mecenas que sel le" . Y si digo " P r o b a r é " insiste "S í , porque tú lo que quieres lo logras" .

4 0 Ya hace siete años , casi o c h o , que viene Mecenas con tándome como uno más de los suyos e incluso me lleva en su coche a sus viajes y suele confiarme bagatelas como éstas: " ¿ Q u é hora e s ? " "¿Es tá el tracio

Gallina a la altura de S i ro?" "Estos fríos de por la mañana

4 5 hacen ya daño al que n o se precava" con otras cosas que pueden guardarse en o í d o s que tengan rendijas. Pues bien, o t ro t an to es el t i empo en que se hace mayor cada d ía y cada hora la envidia hacia este h o m b r e . Si ha visto las fieras con él , si en el Campo ha jugado ,

5 0 "Hijo es de F o r t u n a " se dice; si sale del foro a la calle un rumor t r e m e b u n d o , p regúntanme en ella. "Amigo, lo debes saber, pues con dioses te t ra tas : ¿lo de Dacia conoces?" "No t a l " . " ¡S i empre el mismo

bromista serás! " " ¡Me mal t ra ten los númenes t o d o s si he o í d o

5 5 nada de eso que d i ces ! " "¿Pues qué? ¿Dará el César los predios

que p romete a las t ropas en ítala tierra o t r i que t r a? " Y, cuando ju ro que ignoro, me admiran como a alguien capaz de observar un egregio y profundo silencio. Y así se me pasa, infeliz, la jo rnada deseando:

5 0 " ¿ C u á n d o , c a m p o , hedever te? ¿Podrásent re l ibrosant iguos hacer que la siesta y las horas ociosas me traigan el olvido feliz de este inquie to vivir? ¿Pero cuándo pitagóricas habas mi mesa verá y verduritas que servida con ellas la pingüe manteca s azone?"

6 5 ¡Noches divinas y cena ante el Lar de la casa! ¡Mis amigos y y o con los siervos procaces que prueban

platos apenas tocados! Cada uno a su gus to , l iberado de normas demen tes , se escancia sus copas sin medida : el mejor bebedor con las mezclas m u y fuertes

7 0 se atreve y más módicamente lo empina el de al l ado . No se habla de villas o casas ajenas; t a m p o c o de si baila bien Lepos o n o , mas t r a t a m o s de temas que impor ta saber y que es malo ignorar: si a los hombres hacen felices riqueza o v i r tud, si es en lo úti l

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S A T I R A II 6

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7 5 O en lo recto donde hay que buscar la amistad, qué es lo bueno

por ley natural y en qué esté la mayor excelencia. Suele sobre esto algún cuento de viejas c o n t a m o s Cervio, vecino que es m í o . Si algún ignorante celebra la activa riqueza de Areüo , así empieza:

8 0 "Cuentan que an taño a un ra tón de ciudad un campesino ratón en su pobre guarida acogió. Amigos viejos y huéspedes eran . El rústico estuvo algo r u d o , pero con parsimonia que en nada al u rbano ofendiese. ¿A qué más? Con la boca llevábale algunos garbanzos

8 5 escogidos, avena alargada, uvas secas, cortezas de toc ino mord idas , deseando con vario a u m e n t o la desgana vencer de aquel huésped que apenas comía mientras el anfitrión en su cama de paja bien fresca por dejar lo mejor se aphcaba a la escanda y cizaña.

9 0 Y por fin el urbano le dijo: '¿Por q u é , amigo, quieres malvivir a la orilla de un bosque rodeado de abismos? ¿No prefieres los hombres y la urbe a las bárbaras selvas? Ven, camarada, conmigo, hazme caso: morta les son las almas de toda criatura terrestre y pequeños

9 5 y grandes habrán de mor i r ; vive, pues , mi buen huésped, mientras puedas fehz, de dehcias rodeado , y recuerda que es breve tu vida' . Al ra tón campesino estos dichos conmovieron, de un salto su casa dejó y los dos j u n t o s , quer iendo a hurtadil las y a ciegas cruzar las murallas,

1 0 0 a la urbe marcharon . Y es tando la noche en el cent ro del cielo, helos a ambos en rica mans ión , donde telas teñidas de púrpura roja y brillante cubr ían e b ú m e o s lechos y muchas bandejas con restos del magno festín de la víspera se amon tonaban

1 0 5 en cestos allá en un r incón. El u rbano al agreste recostó r icamente y andaba ajetreado cual siervo de tú iüca alzada, ofreciéndole un plato t ras o t ro y esmerándose m u c h o en su oficio servil hasta el p u n t o de lamer previamente el manjar que a su amigo llevara.

l i o Y el del campo , t end ido , su suerte mejor bendec ía y feUz de la fiesta gozaba, cuando h u b o un ingente ruido de puertas que a en t r ambos saltar hizo al suelo. Y, tras correr aterrados por toda la sala, temblorosos y exhaus tos oyeron que canes molosos

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HORACIO

i i 5 del palacio Iadraban. Y el rústico dijo: 'Esta vida no es para mí'. Y luego: 'Adiós, que mi bosque y seguro agujero compensan los yeros humildes que roa' ".

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A Fusco , el que gusta de la u rbe , salud deseamos los que amamos el c a m p o . Dist intos en esto con m u c h o somos y , en cambio , de veras gemelos en almas fraternas: lo que u n o rechace de sí el o t ro aleja

s y place lo mismo a este par de he rmanados pa lomos . Tú guardas t u n ido ; y o alabo la amena campiña , sus r íos y bosques , sus rocas que el musgo recubre . ¿Qué quieres? Me siento un ser vivo y un rey cuando dejo lo que al cielo lleváis en concier to de amables rumores ;

1 o como aquel siervo que a un sacerdote escapó, necesi to más el pan que los sacros pasteles con miel endulzados . Si es menes ter a quien viva ajustado a su propia naturaleza elegir adecuados te r renos , ¿conoces más ap to lugar que un ubérr imo campo

1 5 de suaves inviernos y brisa agradable, que aplaque la rabia del Can y el a taque del León fur ibundo por haber recibido del sol las agudas saetas, en que n o qui te el sueño ningún inquie tante cuidado? ¿Huele o brilla la yerba peor que el mosaico de Libia?

2 o ¿Es más pura el agua que el p lomo en las urbes revienta o aquella que corre y m u r m u r a en pendiente ar royuelo? Pero no hay variopintas columnas sin bosque vecino y se ensalzan las casas con vistas a campos lejanos: aunque expulses por fuerza a Na tura , vendrá , no lo dudes ,

2 5 a i rrumpir vencedora entre nues t ros injustos desdenes . Menos grave es el daño que sufre en su t ué t ano el h o m b r e incapaz de decir con certeza si en algo el s idonio t inte ha obrado o las algas que mojan la lana en A q u i n o , que el de quien distinguir la verdad y la ment i ra no sabe.

3 0 El que suerte mejor ha t en ido , más sufre si cambia . Penoso será haber perdido lo que a u n o des lumhra . Rehuye lo grande: es posible bajo un pobre t echo llevar una vida que envidien el rey o el val ido. El ciervo, mejor en la lucha, al caballo apar taba

3 5 de los pastos comunes ; al verse inferior, pidió ayuda el o t ro a los hombres y el freno t ascó ; pero c u a n d o .

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H O R A C I O

derrotado el rival, orgulloso volvía, no pudo a su lomo el jinete arrancar o el bocado a su morro. Así, el que, temiendo estrechez, al tesoro renuncia

4 0 de ser libre, la carga afrentosa tendrá de algún amo, siempre esclavo por no haber sabido aceptar lo pequeño. Quien no vive conforme a sus bienes es hombre que calza sandalias pequeñas o grandes que duelen o estorban. Con tu suerte conténtate, Aristio, y la vida de un sabio

4 5 llevarás; pero ríñeme a mí cuando vieres que adquiero más de aquello que yo necesite y en forma incesante. El dinero domina o bien sirve ; obedezca a tu cuerda siempre y jamás le permitas que sea quien tira. Esto junto a Vacuna y sus ruinas te escribo contento

5o con todo; tan sólo me falta que estés tú conmigo.

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Capataz de los bosques y el campo que a m í me devuelve a m í mismo y al cual tú desdeñas aun cuando lo habi ten cinco hogares que suelen a Varia enviar cinco hones tos c iudadanos, luchemos por ver si tú ext i rpas las zarzas

5 con más celo que yo las de mi alma y si se halla o n o Horacio mejor que su predio . Aunque a q u í me retiene la pena piadosa de Lamia, que llora con inconsolable dolor a un he rmano , mi men te me t iene deseoso de romper las barreras que al viaje se oponen . Yo afirmo

1 o que es dichoso quien vive en el c ampo , mas tú que el que en R o m a .

Ambos al o t ro envidiamos y odiamos el propio sino y con necia injusticia a un lugar inocente acusa nuestra alma incapaz de escapar de sí misma. Siendo tú siervo a secas, tus táci tos ruegos clamaban

1 5 por el c ampo , pero h o y , capataz , ciudad quieres y juegos y baños ; mas y o soy cons tan te , lo sabes, y triste voy a la urbe si al l í aborrecibles negocios me arras t ran. No admiramos lo mismo y por eso de acuerdo no es tamos: quien piense conmigo tendrá por ameno ese y e r m o

2 0 e inhóspi to páramo t u y o y dirá que es odioso lo que bello tú crees. A ti el lupanar , me d o y cuen ta , y el grasicnto tugurio las ansias provocan de R o m a y el que este r incón, antes que uvas, p imientas o incienso dará y el que n o haya taberna vecina con vino

2 5 ni rameras flautistas al son de las cuales percuta la tierra t u cuerpo pesado ; y en t an to remueves la gleba en que n o en t ró el legón hace t i empo y te cuidas del buey desuncido y recoges la yerba que le har te y , si llueve, el gran jorfe que infunda respeto al a r royo

3 0 hacia el p rado soleado es labor que aun te da más pereza. Oye , pues , lo que tal desacuerdo nos trajo. El amigo de finos ropajes y limpios cabellos, que inmune a la ávida Cinara supo agradar; el que a pleno sol en un mar de Falerno bogó , hoy cenas parcas

3 5 prefiere y dormir en la yerba del r í o . Y no siente

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vergüenza de aquellos placeres, mas sí la sintiera de n o in ter rumpir los . A q u í nadie mira de reojo mi dicha ni me odia en secre to; tan sólo sonr íen los vecinos al verme luchar con te r rones y rocas .

4 0 Tú querr ías en R o m a mascar tu ración con los siervos; el peón , hombre Usto, te envidia el tener a q u í leña y u n hue r to y ganado. El buey lento desea la sUla y arar el caballo, mas pienso que cada cual debe con ten to el oficio ejercer que mejor u n o sepa.

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Por que no me preguntes , ¡oh, Quinct io exce lente! , si nu t re

al amo en mi predio el cereal o la baya opulenta del olivo o los prados frutales o vides con o lmos , por menudo descr íbote el sitio y la forma del c a m p o .

5 Hay montañas cont inuas que un valle frondoso separa: el sol al salir da en la parte derecha y la izquierda baña en vapor cuando marcha en su rápido carro. Dirías que es bueno aquel clima. ¿Y si vieras el m o n t e cuánta endrina y rojiza cornízola da y de qué m o d o

1 o al ganado regalan el roble y encina y con sombras al dueño? Parece un umbroso y cercano Ta ren to . Y fluyen también una fuente y ar royo l lamado como ella: ni el Hebro de Tracia en limpieza y frescura a sus aguas excede , que vientre y cabeza despejan.

1 s Tal es el retiro agradable y , sí , c réeme, ameno en que incólume me hallan sept iembre y sus días febriles.

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