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LOS DIANOS Y LA STRUCCION PUBLICA EN ASTURIAS Jorge Ua E mpezar a hablar de los indianos y tocar el tema de la munificencia que desplegaron en la instrucción pública, resulta a estas alturas casi un lugar común. Hasta tal punto ha cuajado esta concep- ción del americano excepcionalmente pródigo en- tre eruditos e historiadores locales, que ha podido pasar desapercibido el hecho de que, en no pocos casos, se carecía de una apoyatura documental suficiente para proporcionarle el necesario rigor histórico. Tales insuficiencias aparecen más acu- sadas cuando la valoración del papel de los india- nos en este aspecto concreto se presenta con unos caracteres de desmesurado protagonismo, ocasio- nes en las que se hace aún más perentoria la necesidad de recurrir a una inrmación suficien- temente sistemática que añada, dentro de lo posi- ble, precisión y cualidad de matiz a este tipo de afirmaciones. Lo cierto es que ya durante el Antiguo Régimen hay motivos para pensar que el escaso desarrollo de la inaestructura escolar se debía, más que nada, a los ectos de las ndaciones piadosas de beneficencia e instrucción, destinadas inicialmente por sus ndadores a las capas más desposeídas de la población del Principado (1). Desde luego a la altura del siglo XVIII los indianos, que circuns- tancialmente pudieron haber alcanzado crto sta- tus social en la región ndamentalmente como propietarios rentistas (2), habían contribuido de modo considerable al establecimiento de nda- ciones de este tipo en algunos concos (3). Sin embargo, el desarrollo del proceso desamor- tizador iba a suponer un duro golpe para aquellas antiguas ndaciones. En ecto, en el período 1855-1875 se enajenaban en esta Región 433 pro- piedades de ndaciones dedicadas a los tres mi- llones de reales; propiedades repartidas por 24 municipios con predominio de los de Oviedo, Gi- jón, Navia y Llanes (4). Sabido es que la ley Madoz de 1855 preveía que el producto íntegro de 102 la venta de los bienes de obras de beneficencia o instrucción pública se invirtiese en títulos intrans- ribles de la Deuda Pública a vor de las corpo- raciones afectadas (artículo 20 de la Ley). Pero este mecanismo, los de suponer un simple cam- bio del tipo de propiedad sobre los bienes de una corporación sin desparla de su poder econó- mico, se convertía en un proceso contrario, dado que el valor en venta era siempre inrior al valor real de los bienes enenados al existir una especie de «exceso de oferta» en un mercado súbitamente saturado de bienes en venta, o teniendo en cuenta simplemente que, aparte de otros mecanismos de depreciación, el producto de la venta en rma de intereses de la deuda pública al 3 por ciento se mostraría incapaz de compensar el efecto de la progresiva depreciación de la moneda (5). En es- tas circunstancias, los recursos de estas ndacio- nes acusaron con la Desamortización una crisis de la que tardarían en reponerse, dado el poco acen- tuado ritmo de construcciones escolares que ca- racterizó al Estado liberal español (6). Ciertamente esta tendencia podría haberse compensado de haberse añadido a las antiguas, nuevas donaciones. Sin embargo, en un principio, los emigrantes no parece que avalasen con su acti- tud tales propósitos, y el ritmo de donaciones da la impresión de que se estanca coincidiendo con el proceso Desamortizador, situación que se man- tendría al menos hasta el último cuarto de siglo. A este estado de cosas parece hacer rerencia Fer- nando San Julián cuando, en 1879, y en un artícu- lo sobre la emigración en Asturias y Gicia dice: En otros tiempos en que se hablaba menos de filantropía, los indianos ricos solían ndar establecimientos de beneficiencia e instruc- ción para los pobres; hoy, por regla general, no se acuerdan de semejantes ndaciones, ya porque las rtunas que hacen no sean tan grandes, ya porque nunca hay menos virtudes Indianos

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LOS INDIANOS Y LA INSTRUCCION PUBLICA

EN ASTURIAS

Jorge Uría

Empezar a hablar de los indianos y tocar el tema de la munificencia que desplegaron en la instrucción pública, resulta a estas alturas casi un lugar

común. Hasta tal punto ha cuajado esta concep­ción del americano excepcionalmente pródigo en­tre eruditos e historiadores locales, que ha podido pasar desapercibido el hecho de que, en no pocos casos, se carecía de una apoyatura documental suficiente para proporcionarle el necesario rigor histórico. Tales insuficiencias aparecen más acu­sadas cuando la valoración del papel de los india­nos en este aspecto concreto se presenta con unos caracteres de desmesurado protagonismo, ocasio­nes en las que se hace aún más perentoria la necesidad de recurrir a una información suficien­temente sistemática que añada, dentro de lo posi­ble, precisión y cualidad de matiz a este tipo de afirmaciones.

Lo cierto es que ya durante el Antiguo Régimen hay motivos para pensar que el escaso desarrollo de la infraestructura escolar se debía, más que nada, a los efectos de las fundaciones piadosas de beneficencia e instrucción, destinadas inicialmente por sus fundadores a las capas más desposeídas de la población del Principado (1). Desde luego a la altura del siglo XVIII los indianos, que circuns­tancialmente pudieron haber alcanzado crerto sta­

tus social en la región fundamentalmente como propietarios rentistas (2), habían contribuido de modo considerable al establecimiento de funda­ciones de este tipo en algunos concejos (3).

Sin embargo, el desarrollo del proceso desamor­tizador iba a suponer un duro golpe para aquellas antiguas fundaciones. En efecto, en el período 1855-1875 se enajenaban en esta Región 433 pro­piedades de fundaciones dedicadas a los tres mi­llones de reales; propiedades repartidas por 24 municipios con predominio de los de Oviedo, Gi­jón, Navia y Llanes (4). Sabido es que la ley Madoz de 1855 preveía que el producto íntegro de

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la venta de los bienes de obras de beneficencia o instrucción pública se invirtiese en títulos intrans­feribles de la Deuda Pública a favor de las corpo­raciones afectadas (artículo 20 de la Ley). Pero este mecanismo, lejos de suponer un simple cam­bio del tipo de propiedad sobre los bienes de una corporación sin despojarla de su poder econó­mico, se convertía en un proceso contrario, dado que el valor en venta era siempre inferior al valor real de los bienes enajenados al existir una especie de «exceso de oferta» en un mercado súbitamente saturado de bienes en venta, o teniendo en cuenta simplemente que, aparte de otros mecanismos de depreciación, el producto de la venta en forma de intereses de la deuda pública al 3 por ciento se mostraría incapaz de compensar el efecto de la progresiva depreciación de la moneda (5). En es­tas circunstancias, los recursos de estas fundacio­nes acusaron con la Desamortización una crisis de la que tardarían en reponerse, dado el poco acen­tuado ritmo de construcciones escolares que ca­racterizó al Estado liberal español (6).

Ciertamente esta tendencia podría haberse compensado de haberse añadido a las antiguas, nuevas donaciones. Sin embargo, en un principio, los emigrantes no parece que avalasen con su acti­tud tales propósitos, y el ritmo de donaciones da la impresión de que se estanca coincidiendo con el proceso Desamortizador, situación que se man­tendría al menos hasta el último cuarto de siglo. A este estado de cosas parece hacer referencia Fer­nando San Julián cuando, en 1879, y en un artícu­lo sobre la emigración en Asturias y Galicia dice:

En otros tiempos en que se hablaba menos de filantropía, los indianos ricos solían fundar establecimientos de beneficiencia e instruc­ción para los pobres; hoy, por regla general, no se acuerdan de semejantes fundaciones, ya porque las fortunas que hacen no sean tan grandes, ya porque nunca hay menos virtudes

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que cuando más se habla de ellas, o ya, en fin, por temor a las incautaciones del Estado» (7).

Desde luego, las causas apuntadas por el autor para explicar ese descenso parecen verosímiles, y al temor a nuevas incautaciones cabría añadir las limitaciones que quedaban establecidas por la propia situación de las estructuras socioeconómi­cas regionales, en donde parece que los indianos no acaban de encontrar acomodo. Entre otras co­sas porque por estas fechas las fortunas america­nas todavía no han alcanzado la importancia que adquirirán ulteriormente. Nada más lógico si se tenía en cuenta que, en la primera mitad del siglo XIX, la corriente emigratoria de la región astu­riana hacia ultramar desciende notoriamente como consecuencia de las medidas restrictivas impues­tas en este sentido por las recientemente emanci­padas colonias españolas de América, medidas a las que se suma la actitud de un Estado español en el que aún pesan los principios populacionistas ilustrados, contrarios a la salida de efectivos de población del país y por tanto tendentes a limitar la emigración. Una vez desaparecidos tales obs­táculos, a partir de la segunda mitad del XIX, la emigración comienza a cobrar otra vez una impor­tancia que adquiere un peso determinante en la estructura de población en torno a los años 70, momento en el que desciende abrumadoramente la población masculina comprendida entre los 20 y los 39 años de edad, hasta el punto de que en 1877 el índice de masculinidad alcanza el 81,85 %, niv..:I que constituye el más bajo del pasado siglo (8).

En un punto cabe matizar, sin embargo, esta hipótesis: El parecer del citado autor, resulta aceptable en términos globales en tanto en cuanto las cifras oficiales muestran cómo la enseñanza se encontraba insatisfactoriamente dotada y cómo el número total de escuelas era claramente insufi­ciente (9). Ahora bien, en términos relativos y aún admitiendo que la aportación de la beneficencia no podía ser de gran importancia dentro de este marco, las mismas fuentes son capaces de indicar cómo las fundaciones piadosas todavía conservan cierta influencia en una enseñanza escasamente atendida (1 O).

En cualquier caso, la aportación de los emigran­tes a la obra de la instrucción pública iba a tomar un protagonismo creciente en el período de la Restauración y, en conjunto, la responsabilidad de la beneficencia particular en la fundación y soste­nimiento de escuelas a fines de este período, se revelaba como muy importante en la región astu­riana, presentándose en algunos concejos como manifiestamente decisiva. En ese sentido, este trabajo pretende aportar algunos datos que ayuden a desvelar el protagonismo que en el desarrollo de la infraestructura escolar de esta época le corres­pondía a la beneficencia particular y, en su con­texto, a las aportaciones de los emigrantes, sugi-

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riendo asimismo alguna de las posibles motivacio­nes que les condujeron a efectuar tales donacio­nes.

LOS EMIGRANTES Y LAS DONACIONES ESCOLARES

Para estos menesteres se dispone de lo que ha constituido, hasta la fecha, una de las referencias más manejadas a la hora de resaltar la importancia de la emigración en esta parcela concreta: El libro del inspector de primera enseñanza de Oviedo, Benito Castrillo Sagredo, El aporte de los «india­nos» a la instrucción Pública, a la Beneficencia yal progreso en general de España (11), obra que constituye la información más sistemática de que se dispone, hoy por hoy, sobre este asunto con­cret0. Este trabajo, sin embargo, no está exento de ciertas deficiencias e inexactitudes. En primer lugar, ha de reseñarse que la relación de donacio­nes queda interrumpida al llegar a determinados concejos que, recurriendo a otro tipo de fuentes, sabemos que contaban con un número de dona­ciones y Fundaciones de enseñanza que no figuran entre las manejadas por el autor (12). De otra parte, para determinar la importancia relativa de las donaciones es preciso relacionarlas con el nú­mero total de escuelas; referencia que en ningún momento se tiene en cuenta en la obra citada y que ha tenido que establecerse a partir del censo de escuelas de 1923 que figura en la guía Asturias de Enrique Alvarez y Francisco M. Gómez, cifras completadas con la relación de las creadas en el período 1924-26, con lo que se obtiene el número total de escuelas existentes en el año de publica­ción de la obra de Castrillo Sagredo (13).

Una vez en posesión de las dos relaciones de datos (número de donaciones y cantidad total de escuelas) se puede estar en condiciones de esta­blecer comparaciones entre ambas series estadís­ticas y determinar el peso que la beneficencia te­nía en la construcción de locales de enseñanza primaria. El resultado gráfico de este proceso es el mapa N. 0 1 en donde se reseña, concejo por con­cejo, el porcentaje de escuelas construidas por la beneficencia privada con respecto al total de las existentes de 1927. Y el análisis de este reparto descubre una concentración de donaciones que disminuye según como se alejan de la zona central asturiana y de la costa; hechos estos que presumi­blemente se hallasen en relación directa con el volumen de emigración hacia América, menos acentuado en aquellas zonas con un desarrollo industrial capaz de absorber una población cam­pesina generalmente reducida a unos niveles de acusado pauperismo (caso de los concejos de Gi­jón, Oviedo o las Cuencas Mineras del centro de Asturias) o en aquellas otras zonas en las que se acentuase la dificultad de comunicación con los puertos de embarque a ultramar (14).

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Mapa de Asturias con la actual división por concejos.

Este intento de explicación puede quedar co­rroborado si se reproduce un reparto similar en la densidad de participación de los emigrantes en el conjunto de las donaciones de escuelas en Astu­rias, una vez precisada en cada caso la cualidad de los donantes que, es obvio advertirlo, podían ser o no emigrantes. Llegados a este punto, los datos de Castrillo Sagredo se muestran en no pocos casos como ambiguos, resultando que se citan, en un libro cuyo título es El aporte de los «Indianos» ... , casos de donantes cuya biografía indica clara­mente que ni su fortuna tenía origen en ultramar, ni habían emigrado hacia estos lugares nunca (15). La abundancia de estos casos obliga, por lo tanto, a proceder con cautela y a recurrir nuevamente a otro tipo de fuentes (16). En esta ocasión, sin embargo, las informaciones recogidas no pueden considerarse del todo satisfactorias, puesto que los repertorios biográficos, las obras de historia local o las monografías de concejos, se limitan a reseñar solamente los que consideran principales de entre los benefactores de tal o cual localidad; resultando además que en algunos casos se desta­can solamente determinados rasgos del biogra­fiado, obviándose el detalle del origen de su for­tuna; es decir, orillando precisamente el dato que a nuestros efectos resulta más interesante de cara a precisar si el donatario había sido o no emi­grante (17).

De este modo, para los datos que figuran en el mapa N.0 2, ha de abandonarse cualquier preten­sión de exactitud, conservando una fiabilidad me­ramente indicativa. En este mapa, por tanto, se representa un índice de participación de los emi­grantes en obras de beneficencia destinadas a la erección de escuelas (18), representación que muestra algunas variaciones con respecto al mapa

S. Martín de! Rey Aurelio

Santo Adrian o

Peñamellera Baja

Yermes y Ta meza

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N.0 1 en cuanto a zonas de mayor presencia de los emigrantes en este tipo de donaciones. Estas va­riaciones provienen de los casos particulares de algunos concejos, en donde, si bien su aportación resulta mayoritaria con respecto a otros donantes, el conjunto de la actividad de la beneficencia par­ticular (de emigrantes y no emigrantes) no había supuesto demasiado en la construcción de escue­las en estas zonas, en donde la acción estatal o municipal era predominante.

Así pues, de la comparación de los datos que proporcionan ambas representaciones gráficas surgen unas bases para evaluar el aporte de los emigrantes que, en cuanto a la instrucción pú­blica, se presenta como francamente importante a la altura de 1927. En lo que toca a la construcción de locales, si se repasan ambos mapas inmediata­mente se cae en la cuenta de que existen concejos en donde los emigrantes han contribuido de modo mayoritario con respecto a otros donantes, e in­cluso en relación a las aportaciones destinadas por el Estado y los Municipios a tales menesteres. Los concejos de El Franco, Boal, Navia, Luarca, Cu­dillero, Llanes o Ribadedeva, pueden constituir ejemplos claros a este nivel; incluso se podría decir que su aportación en estos lugares había sido manifiestamente decisiva (19). Fuera de estos ca­sos, quedaban concejos como Gijón y Oviedo, en donde la aportación de la beneficencia había sido escasa, y en donde los Ayuntamientos (y espe­cialmente el de Gijón) habían desplegado una acti­vidad considerable. Asimismo, los concejos per­tenecientes a las Cuencas Mineras se habían des­tacado por la escasa participación de los emigran­tes en este tipo de donaciones, resultando ser los municipios, sobre todo, los principales sostenes de la enseñanza; contribuyendo de modo circuns-

Indianos

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MAPA N. 0 1

D o a1 39%§ 40 al 59%- 60 al 74%111111 75 al 100%

Reparto por concejos de escuelas fundadas por la beneficencia con respecto al total de las existentes en 1927.

Fuente: B. Castrillo Sagredo. «El aporte de los indianos».

tancial a la dotación de edificios escolares secto­res de la burguesía industrial asentada en estas zonas (20).

Pero el aporte de los emigrantes a la instrucción pública, no se agotaba con la simple erección de locales. En muchos casos, con ser éste un aspecto básico de la dotación de la enseñanza, la simple existencia del aula no solucionaba gran cosa. De hecho la infradotación en material pedagógico o incluso la penuria económica de los maestros, perceptores de unos emolumentos que apenas les permitían salir de unos niveles de mera subsisten­cia, constituían obstáculos infranqueables para un rendimiento pedagógico aceptable de la infraes­tructura escolar existente, encerrada en unos már­genes de obligada mediocridad. En estas circuns­tancias las donaciones recibidas desde ultramar y destinadas al sostenimiento y dotación de la ense­ñanza, podían decidir ni más ni menos el que una escuela se convirtiese en algo vivo, en un orga­nismo capaz y activo desde un punto de vista pedagógico. Las donaciones que en este sentido aparecen reflejadas en el trabajo de Castrillo Sa­gredo, tenían un contenido múltiple y diverso.

En ocasiones, los emigrantes efectuaban dona­tivos en dinero, en títulos del Estado o del extran­jero «para atenciones de enseñanza» o «para atenciones de beneficencia e instrucción pública» que administraba directamente el ayuntamiento correspondiente dentro de los límites del concejo. En otros casos, las donaciones consistían en dis­tintos tipos de premios e incentivos destinados a fomentar y extender la enseñanza; de este modo se procedía a recompensar la labor de maestros que se dedicaban a la enseñanza de adultos, se elevaba el sueldo a quienes disponían de remune­raciones insuficientes, se premiaba a alumnos des-

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tacados, se concedían becas a estudiantes pobres, etc., etc.

Más corriente era que los emigrantes hiciesen aportaciones destinadas a mejorar la infraestruc­tura escolar. De este modo, fueron frecuentes los donativos destinados a cubrir las acuciantes nece­sidades de material pedagógico adecuado para la enseñanza, facilitándose desde lo más elemental, como el vestido y calzado necesario para los niños que acudían al aula semi desnudos, o como dotar al aula de bancos, sillas o mesas, hasta un material de otras características: Los emigrantes crearon bibliotecas escolares, cocinas y comedores para los alumnos, proporcionaron a las escuelas huer­tas y campos de experimentación agrícola, cam­pos de juego, vestuarios, material cartográfico, aparatos de proyección, máquinas de coser o de escribir, etc., etc.

No fue raro, sin embargo, que estos benefacto­res de las escuelas tuviesen que enfrentarse con problemas mucho más radicales, empezando por el del propio local que albergaba la escuela. Dada la situación de estos edificios en muchos casos el mejor destino para aquellos donativos era el de invertirlos en reformar o reparar aquellos locales degradados e incluso, cuando el caso lo requería, en levantarlos de nueva planta. Cuando esto úl­timo sucedía, los edificios construidos tenían de ordinario caracteres inusuales hasta entonces en la región: clases ventiladas, poco húmedas, con abundantes vanos por los que se introducían una iluminación necesaria e incluso, en algunos casos, la novedad que suponía la introducción en los locales de retretes, lavabos o fosas sépticas (21). En definitiva, las nuevas obras escolares habían adoptado unos patrones de dignidad constructiva adecuada a las condiciones higiénicas necesarias

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AÑO 1927 MAPA N.0 2

D 0al 40 § 40al 60

B 60 a 85- 85 al 100

Indice de participación de emigrantes en la construcción de escuelas con respecto al total de donantes ( excluidos organismos oficiales). (Elaboración propia).

para la población infantil escolarizada. Algunos donantes llevaron su celo hasta el extremo de solicitar directamente del Ministerio de Instruc­ción Pública los planos de edificios escolares más modernos de que se dispusiese; en otros casos, como en el de alguna sociedad de emigrantes, elaboraban su propio modelo de edificio adaptado a idénticas exigencias y que se reproducía poste­riormente en todas las construcciones que lleva­ban a cabo (22).

Pero saliéndose del plano de la estricta dotación material de la infraestructura escolar, también los emigrantes aportaron cierta renovación en el campo de las orientaciones pedagógicas y algunas de estas fundaciones adoptaban métodos que pa­recían recoger a lo más tecnificado de la pedago­gía internacional de por entonces. En concreto, en la fundación «Rionda Alonso» de Noreña, se lle­garon a utilizar, aparte de métodos de enseñanza de cálculos mercantiles complejos o enseñanzas en laboratorios, fichas paidológicas y hasta regis­tros antropométricos de cada uno de sus alumnos; en tanto que en otras escuelas, como en la de Corao, fundada por el presidente de la Cámara Española de. Comercio en Londres, Eduardo Lla­nos Alvarez de las Asturias, se añadían al plan de estudios nociones básicas de práctica de «indus­trias» derivadas de la agricultura, funcionando en sus aulas una original «Biblioteca para analfabe­tos» en donde un experto lector «como en las antiguas cátedras, interpretaba las páginas de li­bros selectos ante sus maravillados oyentes» (23). Fuera de casos particulares como estos, era mu­cho más usual que las escuelas dispusiesen de parcelas o huertos propios en donde los escolares podían experimentar distintas técnicas de explota­ción agrícola e incluso, en localidades costeras, se

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llegó a disponer de alguna donación de locales situados en la ribera marítima al objeto de que los alumnos pudiesen ejercitar prácticas de técnicas y adiestramientos de tipo marinero.

Los datos hasta aquí manejados pueden dar ca­bal idea de la importancia de la labor asistencial desplegada por los emigrantes en la instrucción pública. La abundancia de donaciones pudo ser, de hecho, un dato propicio para alimentar la erró­nea creencia de que la enseñanza estaba suficien­temente atendida en la región asturiana, opinión en la que coincidían diversos testimonios por esta época (24). Fuese por ésta o por otras causas, el hecho es que en la obra de Castrillo Sagredo se encuentran abundantes testimonios de que la Junta Provincial de Beneficencia, encargada de administrar las rentas de las donaciones que con estos fines se habían establecido en la región, des­vió en no pocos casos esos recursos hacia fines desconocidos o distintos a los estatuidos en el momento de la fundación (25). Semejantes prácti­cas hicieron al autor de este estudio verter críticas dirigidas hacia este organismo que, en ocasiones, eran auténticamente vidriosas ...

«Al pasar por la magdalena nos llama la atención un nido de piedra sin pájaros dentro; allí está como el cráneo vacío donde residió una idea, el cual, por todos sus agujeros pa­rece preguntar a la Junta provincial de Bene­ficencia de Oviedo: ¿es verdad que para pagar a los · profesores de este abandonado centro dejó don Honesto Batallón, que residió en La Habana, 80.000 pesos? Ya lo sabremos el día del Juicio Final por la tarde, pues yo pienso en aquel terrible momento dedicarme a tomar las notas que me faltan para este libro y a rectificarme si es preciso: lo cierto es que esta

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escuela funcionó hace unos veinte años y luego se cerró. La Junta provincial debe res­ponder, o entregar a quien se preocupe más de estas cosas los antecedentes que tenga» (26).

Pero ni siquiera estos testimonios de clara mal­versación de fondos consiguieron eclipsar la im­portancia de la obra de los emigrantes que, a pesar de todo, continuaba siendo relevante tanto en la construcción de locales como en dotación de ma­terial o, incluso, en la renovación de las técnicas pedagógicas de la escuela.

LOS INDIANOS Y LA BENEFICENCIA

Ahora bien, lo que se dice de los emigrantes ¿puede ser aplicable a los indianos? Ciertamente el término indiano o americano sugiere el que se puedan considerar como tales a aquellos emigran­tes que se hubiesen desplazado a los estados su­damericanos, a América Central o a las repúblicas del Norte del continente. Pero que la relación indiano ergo emigrante pudiese ser invertida, re­sulta algo más complejo. En primer lugar, y como es obvio, no todos los emigrantes se dirigían a las Indias occidentales; algunos lo hacían a otros lu­gares. El caso de la emigración a la capital de España resulta uno de los más conocidos; allí los asturianos parece que engrosaron oficios como aguadores, mozos de cuerda, porteros, carboneros o taberneros (27), labores en las que difícilmentese extraían los beneficios suficientes para labraruna gran fortuna, aunque no faltasen casos excep­cionales como el del Marqués de Casariego, emi­grante enriquecido sobre todo merced a los nego­cios que había ido asentando en Madrid. Perofuera de esta distinción evidente es cierto quetodavía se pueden establecer matizaciones y dife­rencias dentro del conjunto de los emigrantes alcontinente americano, separando claramente alacaudalado indiano del simple emigrante a Ultra­mar.

En efecto, las investigaciones de folkloristas as­turianos realizadas de modo más o menos sistemá­tico desde el último cuarto del siglo XIX, mues­tran reiteradamente cómo las clases populares dis­tinguían muy bien entre el Americano acaudalado y aquel emigrante que regresaba de Ultramar sin haber reunido un mínimo de recursos, incluso sin los signos externos de tradicional ostentación in­diana: la conocida cadena y el reloj de oro. A estos últimos la copla popular los designaba como «americanos del pote».

Jorge Uría

Americanu del pote ¿cuándo viniste, cuándo llegaste? La cadena y el reló ¿qué lo ficiste, ya lo empeñaste? (28)

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Frente a la consideración de que gozó la opu­lencia indiana a nivel popular la literatura regio­nal, en cambio, no parece que manejase modelos parecidos.

Alvaro Ruiz de la Peña (29) ha puesto de mani­fiesto cómo desde fines del siglo pasado la litera­tura regional diseña una imagen del indiano como un personaje elemental, avaro o pueblerino que a pesar de sus riquezas, de las que hace alarde os­tentoso, se ve rechazado por la aristocracia regio­nal. Esa era la imagen manejada en obras de Cla­rín como La Regenta (1884) o en las de Palacio Valdés El idilio de un enfermo (1884) o El Maes­trante (1893). La consideración del indiano en la narrativa regional cambiaría casi medio siglo des­pués en obras como Sonatina Gijonesa (1929) de José Barcia, Un hombre de nuestro tiempo (1931) de Constantino Suárez o Sinfonía Pastoral (1931), obra de Palacio Valdés. Ahora el indiano se ha integrado socialmente; la vieja nobleza ha cedido parte de su protagonismo social a una burguesía de la que ya forman parte los indianos enriqueci­dos. Los americanos se han insertado, por tanto, en las capas dominantes de la estructura socio­económica regional y, consecuentemente, la ima­gen que de ellos se diseña en la literatura ha resul­tado alterada abandonándose la minusvaloración indianófoba de antaño. En este momento el in­diano es un elemento perfectamente concorde con los ideales de una sociedad clasista; y su figura incluso se puede ver revalorizada en tanto en cuanto puede aumentar la coherencia ideológica del sistema, mostrando una aristocracia como clase abierta dentro de un esquema social cuya movilidad convierta a la promoción social en llave para acceder a las clases dominantes; argumenta­ción que consecuentemente descansa en unas concepciones de la estratificación social vigente como algo esencialmente «justo o natural» por cuanto que la valía personal, el esfuerzo o la capacidad de trabajo determina el acceso, la inte­gración o incluso el éxito pleno en su cúspide (30).

Mucho me temo que tal rentabilización ideoló­gica de la figura del indiano no sea un recurso exclusivamente literario. Desde luego, la matiza­ción que subsistía popularmente entre indianos y americanos del pote, es decir, entre Americanos o indianos más o menos acaudalados y emigrantes que no conseguían un aceptable nivel de fortuna (esto es, indianos fracasados) no prosperó dema­siado en la letra impresa. El propio trabajo de Castrillo Sagredo puede ofrecer excelentes ejem­plos de ambigüedad entre ambos términos. Re­cuérdese que en un libro titulado El aporte de los «indianos» ... figuran donantes que no lo son en absoluto, sin que el autor nos advierta a renglón seguido de tal circunstancia. En lo abundante de estos casos radica por lo tanto la imprecisión de los datos manejados, pero también su mérito ideo­lógico objetivo (al margen de la intencionalidad

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subjetiva del autor) en el contexto de los intereses de clase del bloque de poder restauracionista. Desde luego lo más usual ha venido siendo con­vertir en sinónimos los términos emigrante a ul­tramar e indiano/americano, metiendo en el mismo saco realidades diferentes (31). De no haber sido así, tal vez gozasen de menos crédito las posicio­nes que valoran de un modo desmesurado la apor­tación de los indianos a la beneficencia y, en con­creto, a la construcción y sostenimiento de escue­las. Porque aunque no se trate ahora de minusva­lorar su aportación, no fueron desde luego los únicos; debiendo figurar a su lado con idéntico rango los simples emigrantes a ultramar, quienes también realizaron una labor en muchos aspectos parangonable a la de los indianos.

Precisamente un examen más atento de la do­cumentación aportada por Castrillo Sagredo, muestra cómo era relativamente frecuente el he­cho de que se organizasen suscripciones entre los vecinos de un concejo o un pueblo determinado que habían emigrado a ultramar. En otras muchas ocasiones, la ayuda del indiano de la localidad no acertaba a cubrir en absoluto los gastos de erec­ción de una escuela; aparte de las subvenciones que por ley le correspondía hacer al Ministerio de Instrucción Pública, era necesario recurrir o bien a la aportación de otros emigrantes, o a una sus­cripción entre los vecinos residentes de la locali­dad, o bien a la prestación personal de trabajo de estos últimos en la construcción de los locales.

Los casos de estas donaciones mancomunadas, alcanzaron tal volumen que precipitaron la crista­lización institucional de las Sociedades de Ins­trucción, asociaciones de vecinos de un concejo o pueblo determinado que se comprometían a cons­truir o/y sostener las escuelas de un área determi­nada, y que fueron reconocidas por el Estado, otorgándoles ventajas de tipo legal y proporcio­nándoles subvenciones económicas (Real Orden de 26-1-1923). En las Sociedades de Instrucción era posible, desde luego, que figurase algún in­diano rico, pero todo parece indicar que lo más corriente era que sus integrantes fuesen aquellos emigrados que no habían aún logrado el nivel de fortuna estimado como suficiente para un retorno «decoroso» a su localidad de origen. Así parece querer indicarlo el propio Benito Castrillo Sa­gredo:

«Sigamos el orden ascendiente de la con­ciencia de estas sociedades. Primero son sólo protectores de la enseñanza los millonarios; luego se reúnen los emigrantes de un pueblo para hacer la escuela: terminada su misión, se disuelve la Sociedad; después se federan los pueblos para este objeto por concejos; esta sociedad tiene que ser permanente, por lo menos durará hasta que se terminen todos los edificios que se propuso hacer; también se

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han federado los concejos por partidos judi­ciales ( ... ) y los partidos por provincias ( ... ) y las provincias por regiones( ... )» (32).

Por lo menos los concejos que aparecen en el mapa N.0 3, disponían a la altura de 1927 de Sociedades de Instrucción de ámbito municipal o local, entidades que desempeñaron una labor con­siderable. Si en el capítulo del sostenimiento de escuelas, estas asociaciones hicieron espléndidos donativos de material o de premios y subvencio­nes en metálico para alumnos o profesores, en el campo de la construcción de locales no se queda­ron a la zaga. El caso de Boal es significativo, habiendo construido en esta zona asturiana la So­ciedad de Instrucción «Naturales del Concejo de Boal» la totalidad de los locales existentes (33).

El relieve que adquieren estas aportaciones obliga, por tanto, a matizar convenientemente la importancia de las donaciones de los indianos co­locándolas como una parte alícuota más al lado de las de la beneficencia privada en general y, más en concreto y sobre todo, de las de la prodigalidad exhibida por los emigrantes. Sin duda, así expues­tas las cosas, el aporte de los indianos a la ins­trucción pública adquiere un relieve más mati­zado. Ello no obstante, conviene no perder de vista que las aportaciones individuales de los ame­ricanos se encuentran, sin duda, entre los más espléndidos casos de dotación de fundaciones de enseñanza que se hayan realizado en la región. Y este último detalle no puede por menos que obli­gar a preguntarse acerca de las posibles causas y motivaciones por las que un indiano se desprendía de una considerable parte de su fortuna para dedi­carla a estas obras de beneficencia.

LA INSTRUCCION COMO NECESIDAD

Sin duda en los indianos acaudalados, como elementos desarraigados bruscamente de su capa social de origen, estaban aún presentes las actitu­des que, aunque insuficientemente estudiadas, se pueden detectar en las capas populares hacia la «cultura» (34). Y no es necesario rastrear dema­siado para encontrar en las organizaciones de clase del proletariado urbano indicadores que muestren una actitud reverencial e inmatizada ha­cia la misma, concebida como algo neutro, sin color político o social, y cuya posesión podía con­siderarse como una conquista en sí misma para la clase obrera; capaz incluso de convertirse en llave para acceder a la revolución social, capaz hasta de «convencer» con su prestigio a la burguesía de la «acientificidad» o «irracionalidad» de sus posicio­nes de clase. En 1902, por ejemplo, José Valdés, en un mitin anarquista celebrado en Gijón, decía entre otras cosas:

«La cuestión social no existe porque así lo quieran los obreros, ni siquiera porque así lo

Indianos

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Concejos con sociedades de instrucción integradas por emigrantes.

Fuente: B. Castrillo Sagredo.

quieran los hombres. Hay cuestión social porque hay ciencia.

En una sociedad salvaje no cabe la cuestión social; porque donde no hay ciencia ni arte, no progresa ni el bien ni el mal.

No es solamente a nosotros a quien in­cumbe resolver la cuestión social. Es a un partido más grande, que no titubeo en con­ceptuar como el partido humano ( ... )

Todos los socialistas convienen en una cosa: hacer común la propiedad de los bienes. Pero esto no basta, porque sobre el estómago están el intelecto y la conciencia, que no vi­ven ni se desarrollan sino en un ambiente de libertad ( ... ) ( ... ).

... Sería preciso hacer comúnes los bienes ¿ Y cómo? no señalo procedimiento porque hay varios. Si la burguesía se convence pronto, no hará falta un golpe brusco; pero de lo contrario, el golpe brusco llegará ... Mucho estriba en hacer fin de los prejuicios que nos sujetan y hacen más miserable aún la condi­ción del hombre.

( ... ) ¿Quién reglamentará las necesidades? Nadie, porque sólo el estómago es capaz de saber el pan que necesita ...

.. .los conflictos que pudiera tener ese prin­cipio, están de antemano resueltos por una autoridad moral que todos tenemos: la con­ciencia» (35).

En cuanto al partido Socialista, el calor con que recibieron a principios del siglo XX las charlas de los profesores de la Extensión Universitaria en sus propios locales y el apoyo y colaboración que encontraron en líderes del socialismo asturiano, como Manuel Vigil o el mismo Llaneza (36), po­nen en evidencia que la cultura impartida en las

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MAPA N. 0 3

[I[j]]] con soc. de instrucción

D sin noticias de su existencia

conferencias de aquellos profesores de la univer­sidad burguesa fue valorada únicamente como una simple percepción de conocimientos, sin calibrar críticamente la funcionalidad que la cultura, en tanto que ideología, podía tener en el contexto de la lucha de clases. Porque lo cierto era que la Extensión Universitaria no dejaba de constituir un proyecto ideológico modelado con el fin de propi­ciar un ideal de cultura sosegado, «urbanizando» a la clase obrera y alejándola de las estridencias de la lucha de clases (37), y esto último, a decir verdad, tardó mucho tiempo en ser percibido en el socialismo español. Bastantes años más tarde, en 1934, Rodolfo Llopis, que pasaba en aquel enton­ces por ser uno de los expertos más cualificados en temas culturales dentro del Partido Socialista, enjuiciaba de modo bien diferente aquel movi­miento dejando bien a las claras que la Extensión Universitaria estaba ...

«( ... ) inspirada en un ideal oficial, mediante métodos pedagógicos extraños a la mentali­dad y a las necesidades de la clase obrera, fruto de la burguesía intelectual e insuficiente en todos los órdenes para el quehacer de la lucha obrera ( ... ) ( ... ). Que llegue la cultura a los obreros» -concluía- «bien está, pero no basta» (38).

El interés que despertó la instrucción pública entre los emigrantes, las colectas de vecinos para la erección de escuelas rurales, Centros de ins­trucción y recreo y Ateneos o Casinos populares, la misma existencia de entidades como las Socie­dades de Instrucción parecen, por caminos dife­rentes, documentar un similar «apetito de cultura» entre estratos de población que, en el caso de los emigrantes, todo parece indicar que procedían, más que del proletariado urbano de un campesi-

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nado regional desarraigado de su medio merced a las penosas condiciones de la explotación agraria.

El indiano, no obstante, podía tener motivos adicionales para que la «sed de cultura» fuese en su caso mucho más acuciante que la de un simple emigrante. Porque si para el emigrante, salido sin unos mínimos niveles de instrucción de su aldea, las operaciones elementales de cálculo o las sim­ples nociones de lectura y escritura eran una acu­ciante necesidad para su desenvolvimiento en el mundo del «comercio» (39), para aquel que veía acrecentarse día a día sus recursos económicos la necesidad, de acuciante, podía pasar a ser angus­tiosa dada la creciente complejidad que requería la administración y gestión de un volumen considera­ble de capital. Esta impresión general puede con­vertirse en certeza en casos como el de Marcos Rodríguez, acaudalado americano que hace dona­ción de unas escuelas espléndidamente dotadas a su pueblo natal de Casares (Tineo). Acerca de las motivaciones de su generoso desprendimiento puede servir de algo el testimonio de un contem­poráneo suyo:

«De este pueblo, hará ya unos sesenta años o más, salió un joven a ganarse la vida por elmundo, acostumbrado sólo al pastoreo y sinilustración alguna (por falta de escuela en ellugar) ( ... ). Lo hemos conocido y tratado; undía me dijo que tal fuera la necesidad que porel mundo había sentido, de saber leer y escri­bir, que todo su capital sería para fundar unaescuela de niños y niñas, en su pueblo natal,para que ninguno saliera del pueblo sin ladebida ilustración» ( 40).

Pero si la extracción social del emigrante podía constituir una parcial explicación del ejercicio de una beneficencia de este cariz, no es menos cierto que a estas motivaciones cabría añadir otras deri­vadas de la relevante situación socio-económica alcanzada ulteriormente.

LA RENTABILIDAD ECONOMICA

DE LA BENEFICENCIA

A la llegada de América con un caudal regular de dinero, el indiano colocaba su capital en inver­siones más o menos rentables, bien comprando tie­rras, títulos de la Deuda Pública o, más adelante, invirtiendo directamente en sectores como el co­mercio, la industria transformadora o el sector servicios (41); tal actividad inversora, respaldaba su inserción social y económica dentro de las dis­tintas capas de una burguesía regional agraria, rentista o industrial. Las condiciones impuestas por su nueva situación de clase parece que hayan influido en la dirección que tomaron las donacio­nes indianas. En algunos casos, los Americanos contribuyeron al establecimiento de «Sindicatos Agrícolas» (en realidad seguros para cosechas,

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ganado, etc.) o revistas de divulgación de técnicas agrícolas, siendo relativamente abundantes los ca­sos de donaciones de Escuelas de Agricultura o de campos de experimentación agrícola anejos a las aulas. El grueso de las fundaciones establecidas, sin embargo, iban teñidas de una cierta orienta­ción técnico-administrativa procurando incluir en las escuelas la enseñanza de cálculo, administra­ción comercial o contabilidad, o estableciendo Es­cuelas de Comercio especializadas en este tipo de enseñanzas. Tal preponderancia parece que llegó a motivar censuras en determinados sectores de la pedagogía nacional hacia la labor desplegada por los indianos en la instrucción pública; críticas, por cierto, apasionadamente contestadas por Castrillo Sagredo ...

«A mí me criticaron los pedagogos de Ma­drid que estas escuelas de emigrantes tenían un carácter determinista, de preparación para la vida comercial. No se educan estos para sostener torneos literarios en una mesa del café, sino que han de abrirse camino luchando en competencia desigual con otros hombres más preparados, y repitiendo la frase de un orador nuestro le(s) decía «Al águila que vais a encerrar en la jaula de un Museo podéis limarle las uñas y cortarle las alas ( como a vuestros estudiantes), pero a la que ha de procurar con su esfuerzo la vida de sus hijos, no le arranquéis ni una sola pluma rectriz» (42).

Naturalmente, esta dirección pedagógica de las donaciones no era privativa de los indianos. Los emigrantes poco o nada afortunados también sos­tenían centros de similares características e in­cluso alguna que otra Escuela de Comercio, a través fundamentalmente de las Sociedades de Instrucción; lo cual resulta lógico si se tiene en cuenta que este tipo de escuelas preparaban en Asturias a futuros emigrantes a ultramar, a quie­nes les serían particularmente útiles tales conoci­mientos en sus futuros empleos (43). Pero, a decir verdad, los americanos tenían motivos para llevar más lejos esta orientación utilitarista de la ense­ñanza: Es preciso tener en cuenta que la teneduría de libros, la contabilidad o el cálculo no sólo eran disciplinas útiles para el potencial emigrante, sino que podían constituir un útil contrapunto a la acti­vidad inversora desplegada en las repúblicas ame­ricanas o en la propia región asturiana por los indianos que se benefician de una mano de obra más o menos cualificada surgida de estas escuelas. Tal hipótesis explicativa resulta capaz, además, de proporcionar coherencia a situaciones aparente­mente inexplicables.

Efectivamente, la distríbución geográfica de las Escuelas de Comercio existentes a fines de la Res­tauración muestra cómo, si bien una parte de las mismas se localizaba en poblaciones con una con-

Indianos

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centración de industrias o servicios más o menos fuerte (Gijón, proximidades de Oviedo, etc.), otra parte se situaba en zonas en las cuales no se podía pensar en modo alguno que las enseñanzas de tipo comercial se pudiesen insertar en su contexto lo­cal inmediato. ¿Qué hacían entonces Escuelas de Comercio en lugares como S. Tirso de Abres, en donde lo más parecido al «comercio» que allí se podía encontrar eran cuatro tiendas de comesti­bles o tres de venta de tejidos? ¿ Y qué decir del caso de Taramundi, en donde ni siquiera es posi­ble saber por las Guías de la época las tiendas con que estaba dotado?. Desde luego la mayoría de ellas estaban destinadas a la formación de emi­grantes que no habían de desarrollar sus capaci­dades sino en los países americanos. De todos modos, no deja de sorprender el interés que mos­traron algunos indianos en colocar a los alumnos de estas escuelas en los países de América donde residían, tal vez en sus propias empresas ... Por lo menos algunos casos concretos encajan de buena manera dentro de esta hipótesis. Ahí está el ejem­plo, sin ir más lejos, de Iñigo Noriega que des­pliega en Méjico una considerable actividad en cuanto a inversiones en la industria textil, en el comercio de importación y exportación, en la in­dustria tabaquera, o en la adquisición y explota­ción de grandes latifundios; pues bien, será este americano quien funde en su villa natal de Colom­bres (Ribadedeva) una escuela de comercio e idiomas «a cuyos alumnos colocó más tarde en Méjico ventajosamente» (44). No parece que se tratase de un caso aislado; el mismo Castrillo Sa­gredo hablaba de lo mismo en términos mucho más generales:

«( ... ) tienen estas escuelas, sostenidas por emigrantes, todo el carácter de sus fundado­res. Hombres enriquecidos a quienes enno­bleció el trabajo, que viven en legítimo so­siego, propio del que se basta a sí mismo, del que nada espera de los poderosos, del que no teme el porvenir. Sostienen estos centros, más que con sus donativos, con sus afectos, siendo los mismos hasta un centro de coloca­ciones para los que en ellos se educan» ( 45).

Hechos como estos permiten abrigar la sospe­cha de que las fundaciones que con un marcado carácter técnico establecen los indianos no eran exclusivamente fruto de un puro acto reflejo, re­sultado de su orientación laboral o inversora pre­térita o de su «sed de cultura», sino que podían convertirse también en un principio activo y ren­tabilizable de modo directo por los propios donan­tes, en tanto que perceptores de una mano de obra cualificada de la que se benefician una serie de ramas productivas en las que se hallan involucra­dos sus propios capitales.

A avalar este hecho puede contribuir otro nuevo dato, cual es el de la distinta orientación técnica y

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pedagógica que conservan las donaciones de in­dianos y de inversores no americanos. Efectiva­mente daba la impresión de que existiese un re­parto tácito de conductas a adoptar con respecto a la instrucción popular entre distintas fracciones de la burguesía; de modo que si los indianos (cuyas orientaciones inversoras ya han sido mencionadas en otro lugar) solían bascular el peso pedagógico de sus fundaciones hacia los estudios de Comer­cio, la burguesía industrial no indiana solía hacerlo hacia la formación profesional obrera. Ahí están los ejemplos de dotación de enseñanzas comercia­les por parte de americanos como Fernando Alva­rez Galán, los hermanos García López, Mariano Suárez Pola, Francisco del Hoyo y Junco, Neme­sio Sobrino, los hermanos Rionda Alonso, Iñigo N oriega, etc.; en tanto que el Conde de Revillagi­gedo fundaba una escuela modélica para maquinis­tas y mecánicos, Enrique Cangas fundaba una no menos ejemplar Escuela-Taller, los inversores en industrias químicas de Gijón se reunían y sufraga­ban clases nocturnas diarias y dominicales de formación profesional técnica en química, etc ... (45).

De todos modos, y aunque resulte fácilmente deducible, la diversa conducta exhibida por india­nos o por sectores de la burguesía industrial no americana, no era tal que oscureciese la identidad de intereses de una misma clase social en la que, en definitiva, se habían insertado aquellos india­nos enriquecidos. Tal vez esa sea la causa del éxito que alcanzaron algunas prácticas pedagógi­cas dentro de ciertas fundaciones establecidas en nuestra región por los americanos. Castrillo Sa­gredo comentaba, por ejemplo, con un nada disi­mulado entusiasmo, la extensión en el partido Ju­dicial de Luarca de instituciones como las Mutua­

lidades Escolares, en estos términos:

«¡ Las Mutualidades! Asistí a la sesión en que se constituyeron y les dije a los organiza­dores: «Creo que es necesario acabar con este concepto tradicional del ahorro tal y como lo practicaban nuestros abuelos, y aún como lo recomiendan ciertas instituciones de previ­sión. Los niños deben ser ellos mismos accio­nistas y manejar un capital propio, cabiéndo­les la responsabilidad del resultado de las operaciones que emprendan por su cuenta. No basta calcular en la escuela con cantida­des imaginarias: formen los niños un Consejo de Administración, que se aventure a la com­pra de valores industriales y efectos de bolsa, que lleven ellos mismos los libros de contabi­lidad, en una palabra, que aprendan a ser fuertes y previsores, para que no vacilen en dar su dinero a empresas que vengan a fecun­dar el tesoro de riqueza nacional ¡ Que edu­quen el capital español estas Mutualidades! (47).

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LA RENT ABILIZACION SOCIAL DE LA

BENEFICENCIA

Además de esta rentabilización económica de la enseñanza, la beneficencia ejercida por los emi­grantes podía ser explicada a partir de mecanis­mos algo menos evidentes. José Ignacio Gracia Noriega, ha puesto de manifiesto cómo en los india­nos opera

«( ... ) un deseo de perpetuarse por medio de la traída de aguas, de la carretera, de la escuela, como si, después de permanecer tantos años alejados, desearan vivir para siempre en la memoria de sus vecinos y en la de sus des­cendientes ( ... ). Luego venían la estatua de bronce o la lápida conmemorativa del pueblo agradecido a su benefactor» (48).

La interpretación aquí manejada conviene desa­rrollarla de modo algo más extenso porque, efec­tivamente, en los americanos también cuenta esa rentabilidad social de sus donaciones, ese deseo de acceder a una respetabilidad o a un reconoci­miento social de modo que la práctica de las es­pléndidas donaciones efectuadas funcionase, por decirlo así, como un modo más de «fabricación de linaje».

Es preciso recordar que, aunque pocos, algunos de aquellos americanos no sólo consiguieron su plena integración social en distintas capas de la burguesía asturiana (proceso relativamente fácil a partir de un adecuado nivel de fortuna), sino que también llegaron a poder insertarse en la menos accesible aristocracia regional. La concesión de algunos títulos nobiliarios a indianos acaudalados, así como las vías de acceso a los mismos resultan, a estos efectos, enormemente significativas.

Algunos americanos lograron enlazar matrimo­nialmente con la aristocracia. Así el banquero e industrial Amadeo Alvarez García, desposa con la heredera del Condado del Real Agrado, en tanto que Manuel Fernández del Valle escoge otros ca­minos; enlaza primero con la familia del Marqués de la Romana (Grande de España) y consigue para su hijo de León XIII un título pontificio: El mar­quesado del Valle (49). Lo más corriente era, sin embargo, que estos indianos especialmente pu­dientes consiguiesen un título del reino mediante la directa concesión por parte de la Corona. Tales concesiones se enmarcaban en el proceso general desarrollado por la Restauración tendente a inte­grar socialmente a sectores relevantes de la alta burguesía en un bloque de poder oligárquico fuer­temente impregnado de actitudes nobiliarias (50), lo que equivale a decir que la adquisición de un título del reino se hallaba más o menos en relación con el caudal de fortuna del interesado. Un nivel económico suficiente del potencial titulado era, por tanto, condición necesaria para alcanzar este tipo de distinciones, pero no suficiente; al fin y al cabo, existen abundantes casos de indianos a

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quienes, a pesar de disponer de una fortuna consi­derable, no se les concede título alguno. Un ejem­plo notable podía constituirlo el del avilesino José Menéndez, conocido con el significativo sobre­nombre del «Rey de la Patagonia» lugar donde, entre otras cosas, poseía extensiones de terreno superiores a las de los Países Bajos. Pues bien, este americano no llegaría sino a conseguir conde­coraciones como las de la Orden de Isabel II o las de la de Carlos 111; y eso después de haber efec­tuado espléndidos desembolsos en España entre los que se contaban la entrega durante 10 años consecutivos de 2.000 pesetas anuales a la cocina económica de Avilés, además de 1.000 pesetas al Asilo de Ancianos y al Hospital de la misma loca­lidad; la construcción de escuelas en su pueblo natal de Miranda, o la entrega de un millón de pesetas de las de entonces para contribuir a los gastos de la Guerra de Africa, dejando establecido en su testamento la cesión de otro millón de pese­tas al Rey de España para gastos de enseñanza. Es necesario por tanto calibrar, junto al nivel eco­nómico, las razones concretas con que el estado justifica las concesiones de títulos nobiliarios, ra­zones que, en no pocos casos, es posible precisar a partir del análisis de los datos biográficos de sus destinatarios.

Algunos de los títulos concedidos fueron otor­gados por razones de índole claramente política. De este modo, el propio Cánovas del Castillo in­tervendrá para que Alejandro Villar y Varela, Al­calde de Puerto Rico muchos años, Presidente de la Diputación y Diputado a Cortes por esta cir­cunscripción, reciba, a un año de distancia del desastre colonial del 98, el título de Conde de Laviana. Nicolás Rivera, por su parte, es director del Diario de la Marina en Cuba, convirtiendo a esta publicación en una de las más leídas de la isla e incluso de Hispanoamérica; este americano, tras el desastre del 98, contribuiría a crear desde su periódico un clima de reconciliación y de defensa de los intereses del capitalismo español en la anti­gua colonia con el prestigio de quien había criti­cado duramente la actuación española anterior: En 1919 se le concedía el título de Conde de Rivera. En parecida situación se hallaban otros asturianos enriquecidos en América; el Marque­sado de Cienfuegos fue concedido en 1893 a Ra­món Pertierra y Alvarez Albuerne, Presidente de la Diputación de Santa Clara, Diputado en Cortes y Senador por esta circunscripción, Gobernador de la Isla de Cuba y Coronel de Voluntarios en la guerra colonial. El Marquesado de la Vega de Anzo, fue concedido en 1889 a Emilio Martín González del Valle, Diputado por Pinar del Río y personalidad relevante del Partido Liberal, cuyas posiciones defendió en las Cortes en varias oca­siones como Diputado o Senador. El Marquesado de la Rodriga fue concedido en 1895 a Manuel González Longoria, Alcalde de Oviedo, Diputado,

Indianos

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Senador Vitalicio y Gentilhombre de Cámara del Rey. Y el Marquesado de Muros, fue otorgado en 1871, a Constantino Fernández Vallín, personaje destacado del Partido Liberal en la Asturias de fines del XIX; Diputado por varios distritos y Se­nador Vitalicio entre otros cargos.

A la hora de otorgarse un título, a esta relevan­cia política podían además añadirse otro tipo de méritos. Algunas de las personalidades beneficia­rias de tales concesiones (caso del Marqués de Cienfuegos y otros títulos que citaremos), ocupa­ron cargos destacados en la jerarquía militar den­tro de un cuerpo muy delimitado en la organiza­ción castrense; el Batallón de Voluntarios de la Isla de Cuba, surgido al calor de la guerra que desembocaría en la independencia de la colonia. El libro de Elices Montes Los asturianos en elNorte y los asturianos en Cuba constituye un ex­celente testimonio para mostrar hasta qué punto se hallaban imbricados los altos cargos militares de este cuerpo militar y los puestos más destaca­dos de la alta burguesía isleña, dentro de la cual los asturianos ocupaban un lugar nada desdeñable. Nada más natural si se tenía en cuenta que, entre otros mecanismos de encumbramiento castrense, en la hoja de servicios de estos militares podían consignarse los llamados «sacrificios pecunia­rios», las aportaciones en dinero o material que estos elementos de la cúspide social cubana efec­tuaban de un modo «desinteresado» para financiar una guerra en la que se estaban ventilando sus propios intereses de clase.

Sin embargo, algunos de estos elementos tan significativos en la vida económica y política de Cuba, a pesar de ostentar cargos militares de rele­vancia en el Batallón de Voluntarios, consiguen su título no por la cualidad de estos servicios políti­co-militares al Estado, sino porque, además, ha­bían desarrollado una considerable labor «patrió­tica» en cuanto a obras de beneficencia pública. Ese es el caso del Coronel de Voluntarios Leo­poldo González Carbajal y Zaldúa, convertido en Marqués de Pinar del Río «por su desprendi­miento y generosidad en la Provincia de este nombre». En el caso del Marqués de Argüelles, Ramón Argüelles Alonso, también coronel del mismo cuerpo, parece que operan similares moti­vaciones.

A estos últimos casos cabría añadir, por último, los de aquellos en los que el «desprendimiento y generosidad» constituía la causa principal, si no exclusiva, de la concesión de estos títulos. En este grupo se hallan incluso sin duda los casos de Ma­nuel Ibáñez Posada, autor de importantes dona­ciones al concejo de Ribadedeva y a quien se hace Conde de Ribadedeva; o el de Francisco Mendoza Cortina, natural del mismo Concejo y Conde de Mendoza Cortina; o el del Marqués de Casariego, que aunque no emigra a Hispanoamérica, hace su fortuna en Madrid y realiza a su vuelta en el

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Concejo de Tapia (creado a instancias suyas) una destacada labor benéfica transformando la fiso­nomía de la capital del concejo, en donde cons­truye el instituto, el Ayuntamiento, el muelle y otras obras urbanísticas (51).

Estos ejemplos pueden mostrar hasta qué punto las donaciones indianas podían ser rentabilizadas y convertirse en uno de los ingredientes que ado­baban la causalidad de la concesión de un título del reino, índice de reconocimiento e integración social en la oligarquía restauracionista (52). No acababa aquí, sin embargo, la rentabilización so­cial de las donaciones. La concesión de títulos aunque llamativa y significativa en el contexto de la integración en un cuerpo social restringido perse, no es más que el aspecto más visible de un proceso más gradual y diversificado.

Los indianos que ostentaban un título, por regla general, habían sido sujeto de una trayectoria de paulatino y progresivo afianzamiento e integración social mediante el cual, antes de convertirse en titulares de tales honores, habían recorrido suce­sivos pasos en la administración o la política local, provincial e incluso nacional, además de conver­tirse en perceptores de otro tipo de reconocimien­tos por parte del Estado en forma de condecora­ciones, premios, etc. Y esto que {'ara algunos americanos era un escalón más a la búsqueda de mayores metas, para otros muchos significaba un nada desdeñable ingrediente a la hora de acelerar el proceso de fusión y promoción en una clase social en la que, por su nivel económico, hacía tiempo que figuraban. De este modo no era ex­traño encontrar indianos sólidamente asentados en los_, ayuntamientos como concejales o Alcaldes, ocupándose en defender los «intereses morales y materiales» de la zona en la que habían desple­gado su actividad económica o benéfica. En el mismo sentido cabría comentar los abundantes ca­sos de americanos que consiguieron distinto tipo de condecoraciones del Estado; entre ellas, de la Orden de Carlos III, de la de Isabel la Católica y, muy especialmente, de la Orden Civil de Benefi­cencia. Y ni que decir tiene que, en muchas oca­siones, la concesión a un indiano de un collar o Gran Cruz de alguna de estas órdenes encontraba su explicación, precisamente, en el ejercicio de estas acciones benéficas.

Naturalmente la beneficencia no era el único camino que el indiano escogía a la hora de conso­lidar su recién adquirida posición de clase. En realidad este elemento era uno más entre los múl­tiples mecanismos que traslucían sus aspiraciones de integración social; mecanismos complejos sin duda, pero en los que jugaba un papel importante la mimetización más o menos conseguida de los hábitos y modos de vida, de la «mentalidad» es­pecífica de las capas sociales dominantes, aspec­tos muy bien descritos por Félix de Aramburu.

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«A sus prestigios de otra laya, adjuntaban ayer el clero y la aristocracia los prestigios de la riqueza vinculada en sus manos. Cuando esto decayó, por motivos generales que no es preciso enumerar, la plutocracia americana disputó la hegemonía: instalóse, abriéndolas con dorada llave y restaurándolas a su antojo, en las cuarteadas señoriales mansiones, o le­vantó, a la par de ellas, sus hoteles y palacios fachendosos; hízose terrateniente y rentista en gran escala, y por ello y arrogándose la dispensa de favores y larguezas populares, aquistose influencia social y aún política; buscó el añil nobiliario para su roja sangre plebeya mediante alianzas familiares no rehu­sadas, y gustó de anteponer a sus vulgares nombres sonoros superlativos o de substituir­los con títulos flamantes; llegó, en suma á la notoriedad y la preeminencia con que puede verse premiado el más asiduo esfuerzo y ha­lagada la más exigente vanidad» (53).

Algunos datos de que se dispone con respecto a las biografías de los indianos encajan dentro de esta tendencia de comportamiento social que apunta Aramburu. En ese sentido se puede inter­pretar la práctica comentada de modo parcial an­teriormente de enlazar, mediante convenientes matrimonios, a familias indianas con familias per­tenecientes a una antigua nobleza más o menos acaudalada (54). En idéntico contexto es posible encuadrar, asimismo, las tendencias constructivas que informan la arquitectura más o menos conse­guida, de las propias casas de los indianos quie­nes, a la hora de edificar sus hábitats parece que escogían los tipos del «hotelito», «chalet» o «mai­son de campagne» propios de las capas de la alta burguesía y la aristocracia francesa; modelos que, no sólo en la arquitectura, eran adoptados por aquella época de modo unánime por la «creme de la creme» por el «gran mundo» que figura en las guías de la «mejor» sociedad española (55).

Estas tendencias de comportamiento pueden explicar las orientaciones que adoptan algunas obras de beneficencia de los americanos, que con­tinúan la tipología característica de la beneficencia tradicionalmente ejercida hasta entonces por la nobleza o, más adelante, por una oligarquía im­pregnada de actitudes mentales de signo nobilia­rio. En ese capítulo encajarían las donaciones a hospitales, asilos de ancianos, cocinas económi­cas, las limosnas a «niños pobres», las donaciones a viudas de casa, carro y vacas o, en el campo directamente pedagógico, las dotaciones de alguna que otra escuela del A ve-María, siguiendo las di­rectrices ideológicas fuertemente reaccionarias del Padre Manjón.

Pero en lo que respecta a la beneficencia ejer­cida por los indianos en la instrucción pública, este último tipo de fundaciones escolares tan cla-

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ramente decantadas en una dirección reaccionaria fueron, en honor a la verdad, pocas. La mayoría de estas fundaciones dotadas por americanos son pedagógicamente bastante renovadoras aunque con matices ideológicos más sesgados. Es decir, si en un plano estrictamente infraestructura!, en cuanto a la dotación material o a la renovación de técnicas pedagógicas, tales fundaciones podían constituir algo desconocido hasta entonces a nivel regional, en un plano ideológico sin embargo ca­bría añadir que las enseñanzas impartidas en estas escuelas tan bien dotadas, salvo casos aislados, son inocuas de cara al desarrollo de la labor ideo­lógica del Estado restauracionista. Estos centros cumplían simplemente un papel de complementa­riedad en la enseñanza tradicional, impartiéndose en algunos casos conocimientos especializados que no cubría la enseñanza oficial, pero adop­tando en lo demás los mismos programas educati­vos que propugnaban los planes de estudio de la enseñanza restauracionista; cuando no se limita­ban simplemente a dotar a una escuela de un edi­ficio o del material pedagógico necesario, abando­nando posteriormente a la iniciativa del Estado los contenidos de la enseñanza. Todo ello vale para afirmar que el aporte de los indianos a la instruc­ción pública constituía un capítulo especializado en una determinada dirección técnica dentro de las concepciones pedagógicas de la Restauración; expresión ideológica del bloque de poder oligár­quico restauracionista.

Semejantes afirmaciones parecen limitar, desde nuestra parcela concreta de estudio, la participa­ción de americanos dentro de las coordenadas ideológicas de una burguesía progresista no oli­gárquica, lo cual requiere un comentario algo más detenido. No es la primera vez que se ha desta­cado el hecho de que un sector no desdeñable de indianos, había sustentado posiciones ideológicas asimilables a esta «otra burguesía» desde posturas políticas como el reformismo o el republicanismo (56). En esa dirección progresista inciden casos tan tempranos como el del asturiano propietario de La fontana de Oro, café madrileño convertido en centro de reunión de los liberales exaltados del Trienio, pero también casos mucho más relevan­tes en la estructura socioeconómica regional de la época que ahora se estudia como los de Amadeo Alvarez, Donato Argüelles, José Bango o Dionisio Cifuentes ...

En cuanto a iniciativas pedagógicas claramente progresistas, es posible señalar la participación de algunos indianos en la dotación de escuelas neu­tras. Estos establecimientos docentes, al margen de las orientaciones pedagógicas estatales y pro­pugnando una enseñanza laica, habían conseguido el apoyo inicial de personalidades como Melquía­des Alvarez, líder del partido reformista, o cola­boraciones pedagógicas como la de Eleuterio Quintanilla, cuya procedencia ideológica se en-

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El maestro de escuela rural. Grabado de 1879.

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cuadraba dentro de las corrientes más moderadas del anarquismo gijonés. Y efectivamente, la pri­mera escuela neutra inaugurada en Gijón funcio­naba en locales propiedad de Marcelino González en tanto que otro americano, José María Rodrí­guez, había donado material pedagógico para la misma; Florencia Villamil Méndez, por su parte, había legado unos 35.000 duros para la fundación de una escuela neutra en Figueras (Castropol) ... Pero pocos casos más se podrán encontrar dentro de esta tónica; y es que los ejemplos de éstos y otros indianos no pueden oscurecer lo que parece haber sido una tónica general, especialmente en zonas rurales, donde los opulentos americanos pa­recen haber adoptado posiciones mucho menos progresistas e incluso reaccionarias (57).

Este posicionamiento resulta coherente en la inestable situación social del indiano, agregado por su nivel económico a unas capas sociales donde su plena integración era más problemática. Es preciso recordar que aquellas corrientes ideo­lógicas de la «otra burguesía» irán retrocediendo ante el acentuamiento de una lucha de clases que se agudiza al compás del auge creciente que el movimiento obrero cobra a partir de los inicios del siglo XX. Los indianos, ávidos de reconocimiento social, tratarán por los medios a su alcance de adoptar una fisonomía concorde con el medio so­cial en el que recientemente han ingresado; tal adaptación no se consigue sino adoptando los pa­trones ideológicos dominantes en las distintas ca­pas burguesas que integran el bloque de poder, y es obvio que dentro de este bloque las posibilida­des reformistas cada vez tienen más menguado espacio. Este proceso general, jalones del cual pueden ser acontecimientos como los registrados en 1909 o en 1917, aparece claramente decantado a la llegada de la Dictadura de Primo de Rivera. En lo que toca a los indianos, para cuando llega la fecha de publicación del trabajo de Castrillo Sa­gredo (1927), parece que ya se había consolidado en Asturias una situación tal que, si la Dictadura había proporcionado el acceso de los americanos a multitud de cargos de responsabilidad política de ámbito local, comarcal o provincial éstos, a cam­bio del reconocimiento social que tal práctica im­plicaba, se habían convertido en uno de los apo­yos más sólidos del régimen en la región (58).

La clarificación ideológica de la labor desarro­llada por los indianos en la instrucción pública no debe, sin embargo, oscurecer el mérito indudable que les corresponde desde un punto de vista de la dotación de la enseñanza; esta aportación objetiva cobra nuevo valor si se tiene en cuenta que las fundaciones estatuidas por los emigrantes, contri­buyen a fortalecer en nuestra región la enseñanza pública frente a una enseñanza privada, funda­mentalmente en manos de la Iglesia. La observa­ción resulta especialmente pertinente en un con­texto en el que la debilidad ideológica de la bur-

guesía hace que el Estado liberal ceda terreno ante el estamento eclesiástico, en quien se delega la justificación ideológica del sistema y a quien se favorece, tanto en cuanto a la adopción de una enseñanza pública de tipo confesional, como en lo que respecta al desarrollo sin trabas de una ense­ñanza privada que controla estrechamente.

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El haber intentado analizar aquí tanto la aporta­ción objetiva de los indianos a este terreno con­creto, cuanto algunas de las motivaciones subjeti­vas de estas prácticas benéficas, tiene además a mi juicio, la ventaja de poder proporcionar al comportamiento general de los indianos una nueva coherencia.

En muchas ocasiones se ha puesto de mani­fiesto la ostentosa aparatosidad de las donaciones de los americanos. Edificios modernos, ventila­dos, luminosos, bien construidos, a veces inmen­sos ... y en donde no solía faltar en lugar bien visible la placa donde se pudiese leer claramente el nombre del donante. Tal comportamiento pa­rece justificar el que a estos personajes se les haya caracterizado con un afán de protagonismo egó­tico exacerbado. Ejemplos extremos hasta el ridícu­lo no han faltado; ahí está el de José Menéndez, Rey de la Patagonia, dedicado al comercio de importación y exportación, así como a la explota­ción agropecuaria de extensísimos latifundios, el cual, no contento con su suerte, se hizo levantar una estatua a sí mismo con la significativa le­yenda: «De Menéndez a Menéndez»; o el de aquel otro indiano que tal vez con similares motivacio­nes, y en el jardín de su espléndida casa, se hace levantar otra estatua de su propia persona... en cemento portland (59).

En cualquier caso, parece lógico incluir estas interpretaciones en un contexto más amplio, como es el de la estimación social del indiano como un ser zafio, burdo y en cualquier caso primario y elemental; un ser en el que sus actuaciones apare­cen dirigidas más que nada por el «amor a la tierrina» o por el sentimiento o los afectos conver­tidos en generosidad o desprendimiento.

La verdad es que en casos de un desarraigo social tan violento como el de los americanos, no se puede exigir que los patrones de la «elegancia» o del «buen gusto», entendidos de un modo aris­tocrático, hayan cuajado de una manera estable yen un tiempo tan breve. Los casos como el del«Rey de la Patagonia» creo, por tanto, que sepueden multiplicar fácilmente y los ejemplos eneste sentido son suficientemente conocidos.

No es el momento, así pues, de incidir en el conocido arquetipo del indiano presuntuoso, egó­tico y más o menos autosuficiente; lo más co­rrecto, tal vez sea, interpretar la espectacularidad ostentosa de muchas de sus fundaciones como algo que obedece más que a su egotismo o a su generosidad, a la funcionalidad que estas prácticas adquieren en el contexto de la promoción e inte-

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grac1on dentro de una determinada clase social. No se trata, por tanto, de negar que el americano pueda efectuar donaciones más o menos espléndi­das impelido por un sentimiento subjetivo de ge­nerosidad. Lo que aquí se plantea es que, inde­pendientemente de este tipo de motivaciones, las donaciones suponen ventajas objetivas en el con­texto de su particular situación en una sociedad clasista ... Y es que las prácticas benéficas también pueden explicarse a partir del cálculo meditado o, en cualquier caso, a partir de la racionalidad que es inherente a cualquier comportamiento de clase.

NOTAS

(1) Vid. Memoria acerca del estado de la enseñanza en Oviedo y en los establecimientos del distrito de la misma en el curso de 1860 a 1861; Oviedo, 1862. También Fermín Canella, Historia de la Universidad de Oviedo; Oviedo, 1903.

(2) Vid. Jovellanos, Carta sexta a Antonio Ponz. Bibliotecade Autores Españoles. Tomo Quincuagésimo. Obras publica­das e inéditas de D. Gaspar Melchor de Jovellanos: Madrid, 1952; Vol. II (pág. 290).

(3) Ese parece ser origen de la mayoría de las escuelasrurales del concejo de Llanes, en gran parte erigidas por los emigrantes en el siglo XVIII. Vid. Elviro Martínez, «Llanes» en la Gran Enciclopedia Asturiana. Vol. 9, (pág. 163).

(4) José María Moro Barreñada, La desamortización enAsturias en el siglo XIX Vol. I (pág. 254). Ejemplar mecano­grafiado. Tesis Doctoral presentada en febrero de 1979 bajo la dirección de David Ruiz, Dtr. del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo.

(5) F. Tomás y Valiente, El marco político de la desamor­tización en España, Barcelona, 1977 (pág. 154).

(6) En el volumen III de la obra Asturias de Bellmunt y deCanella (Gijón, 1900) y en la monografía referida al concejo de Coaña, obra de Bernardo Acebedo Huelves, se hace especial hincapié en los efectos negativos de la desamortización sobre estas fundaciones. El proceso, desde luego, afectó a muchos más concejos.

(7) Fernando San Julián «De la emigración en Asturias yGalicia», La Ilustración Gallega y Asturiana, de 10 de marzo de 1879.

(8) Vid. Paz Alvarez Puig, «La población asturiana en elsiglo XIX», Historia General de Asturias, Vol. IV (pág. 14); resulta asimismo de interés la consulta de C. Criado Hernán­dez, y Ramón Pérez González, La población de Asturias (1857-1970). Oviedo, 1975. Departamento de Geografía de la Universidad.

(9) En 1871, para una población de 540.585 habitantes,había en la provincia 795 escuelas. La cifra era claramente insuficiente si se tiene en cuenta que el 70 % de las mismas eran escuelas incompletas o de temporada, funcionando sola­mente unos meses al año, y que la dispersión del poblamiento hacía que muchas de ellas fueran difícilmente frecuentadas. Por otra parte la dotación de las aulas era las más de las veces penosa, y mucha·s de ellas ni siquiera disponían de locales propios, impartiéndose las clases en los pórticos de las iglesias o bajo los hórreos de algún vecino que los cedía a estosefectos. Vid. El Asturiano, números 1 y 4; Oviedo, 9-8-1871 y9-9-1871.

(10) El Asturiano, n.0 90 de 6-12-1873 da cuenta de cómocon respecto al resto del Estado Español, Asturias era «la 17.ª (provincia) en orden a las sumas que presupuestaban los Ayun­tamientos para las atenciones de la primera enseñanza, aún teniendo en favor de los mismos los productos de fundaciones y obras pías, que representan más de la 6.ª parte del total de los presupuestos». (Subrayado en el original); existían, por otra parte, ayuntamientos como el de Llanes en donde esta

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aportación ascendía a «la mitad o más de los gastos que oca­siona la enseñanza» (ibid., n.0 20, de 1872). El protagonismo de la beneficencia en la enseñanza, por estas fechas, se podía derivar del hecho de que aún a pesar de la conversión de los antiguos bienes de estas fundaciones en deuda pública, con la consiguiente devaluación de sus rentas, todavía conservaban parte de su antigua importancia, o/y al hecho de que en las escasas dotaciones de escuelas la aportación de la beneficencia privada, adquiriese ese papel destacado por las fuentes.

(11) El aporte de los «indianos» a la Instrucción Pública, ala beneficencia y al progreso en general de España y su histo­ria hecha en la Prensa de Buenos Aires por ... Oviedo, 1926 (192 págs.). El libro incluye una relación por concejos de obras de beneficencia, especialmente en la enseñanza, debidas a los emigrantes. Se dedican 95 páginas a datos sobre Asturias, 70 a Galicia, 14 a Santander, y el resto al País Vasco, Burgos, Soria y Cataluña.

(12) En cualquier caso la relación de donaciones de estetipo que aquí se maneja proviene fundamentalmente de la obra de este inspector de primera enseñanza, pero ha sido comple­mentada con los datos dispersos aparecidos en las monografías de Concejos y en las biografías de donantes aparecidas en los 14 volúmenes de la Gran Enciclopedia Asturiana (Gijón, 1970-75); repertorios biográficos como los 10 volúmenes de Escritores y artistas asturianos, de Constantino Suárez (Ma­drid, 1936; Oviedo, 1959); obras como Biografías Asturianas (primera serie) (Madrid, 1916), obra de Nicomedes Martín Mateos; Los asturianos en el Norte y los asturianos en Cuba de Elices Montes (La Habana, 1893); las monografías de Con­cejos que figuran en los tres tomos de la obra Asturias de Bellunt y de Canella (Gijón, 1894); así como un heterogéneo repertorio de unas 50 obras diferentes entre guías de Asturias de este período, monografías de concejos, obras de Historia local, biografías, etc., que proporcionan datos muy dispersos sobre donaciones a instituciones de enseñanza o precisiones biográficas acerca de los donantes. Asimismo me han sido de utilidad las precisiones biográficas sobre inversores indianos, proporcionadas por Francisco Erice, autor de La burguesía industrial asturiana ( 1885-1920) (Gijón, 1980).

(13) Para calcular el número de escuelas en esos tres añosse ha partido de las cifras aparecidas en Provincia de Asturias. Cinco años de nuevo régimen (Oviedo, 1929) en donde figuran

. las creadas, año por año, durante este período de la Dictadura de Primo de Rivera. Los datos han tenido que ser manejados, no obstante, con cierta cautela en tanto que el porcentaje de falseamiento de las mismas es importante; resultando que de las escuelas cuya fundación se atribuía la Dictadura, un 40 % habían sido comenzadas antes de este período. De este modo, y una vez rectificadas conveniente.mente las cifras manejadas, se ha procedido a añadir al reparto de escuelas aparecido en Asturias de Alvarez y Gamez (Oviedo, 1924), las creadas en el período 1924-26 que aparecen en Cinco años de Nuevo Régi­men y las que, citadas por Castrillo Sagredo, no figuran en ninguna de las dos fuentes anteriores. Resulta así un total de 1.475 escuelas.

(14) Castrillo Sagredo hace referencia a estos aspectoscuando, al comentar la situación de los Partidos Judiciales de Laviana y Lena, dice: «Son estos partidos ( ... ) esencialmente agrícolas e industriales, con ello han restado brazos a la emi­gración; es el camino recto para impedirla y no con reales decretos; crear industria» (pág. 46 de la obra).

(15) El mismo Castrillo Sagredo reconoce a veces esta am­bigüedad; así en la página 76 de su libro, al hablar del fundador de las escuelas de El Pito (Cudillero) dice: «( ... ) D. Fortunato Selgas, como otros que mencionaremos no era indiano ( ... )» (pág. 76 de la obra).

(16) Las mismas que se manejaron para precisar el aportede la beneficencia particular con respecto al total de escuelas. (Vid. nota n.0 12).

(17) En estas circunstancias hubiera sido de capital impor­tancia tener acceso a la documentación de la Junta Provincial de Beneficencia, organismo dependiente del Gobierno Civil de entonces y encargado de administrar los expedientes de las fundaciones piadosas y de carácter benéfico de la región. El hecho de que los archivos del Gobierno Civil permanezcan

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cerrados a cal y canto hace que ni siquiera sea posible saber si esos fondos documentales se encuentran en este archivo.

(18) Para establecer este índice se ha procedido, con lasfuentes indicadas, a calcular el porcentaje de donaciones he­chas por emigrantes con respecto al total de las donaciones; una vez excluidas las aportaciones de organismos de adminis­tración provincial (Diputación), nacional (Ministerio de Ins­trucción Pública) o local (Municipios). De este modo el índice queda precisado entre una mínima participación (= O) y una máxima aportación a la Beneficencia(= 100).

(19) Los emigrantes en estos concejos eran, prácticamente,los únicos responsables de lo que parece ser una excelente situación en lo que toca a dotación de escuelas. En concreto, Castrillo Sagredo mantiene que Luarca «es el Partido Judicial de Asturias, de España, y probablemente de Europa, que me­jor tiene instaladas sus escuelas, aunque le queda por resolver el problema de facilitar casas-habitaciones para los profesores»

(pág. 50 de la obra). La afirmación tal vez trasluzca un entu­siasmo excesivo, pero es cierto que por esta época algunos de los concejos mencionados mantenían una relación relativa­mente satisfactoria entre el número de escuelas y la población de hecho; caso de Navia (1/274), Ribadedeva (1/285), Boa!

(1/312) o El Franco (1/326). (20) Para no empezar hablando de las donaciones del Mar­

qués de Comillas en su «coto» de la cuenca del Aller, el Conde de Laviana había construido una escuela en Tirana (Laviana); en el concejo de S. M. del Rey Aurelio, Minas «La Obscura» edificaba y sostenía otra; en el de Langreo Felgueroso Herma­nos, Carbones La Nueva, Fábrica de Mieres, Minas del Por­venir, Minas del Peñón y Hulleras de Turón hacían otro tanto; en el de Mieres, los Guilhou mantenían un colegio para los hijos de sus empleados y la Fábrica de Mieres y Hullera Española sostenían otros tantos locales ...

(21) Vid. nota n.0 9. Por otra parte Benito Castrillo Sa­gredo, todavía en el año 27, evoca la situación de alguna de estas aulas. En concreto, a raíz de la inauguración en 1926 de las escuelas graduadas de Villaviciosa este autor dice: «( ... ) Goya, buceando en los bajos profundos del alma española, encontró, como Tolstoy en la rusa, un fondo negro, muy ne­gro, poblado de fantasmas, duendes y brujas que inmortalizó en «Los Caprichos». ( ... ) Nosotros teníamos en muchos pue­blos, entre ellos Villaviciosa, la escuela ideal de la conseja, escuela túnel, escuela caverna con los muros llenos de esca­maciones salitrosas en donde nunca dió la luz del sol, un medio a propósito para el cultivo de toda clase de microbios» (pág. 86 de la obra).

(22) Es el caso de la sociedad de instrucción «Naturales delconcejo de Boa!», aplicado en este concejo, pero adoptado también por los concejos de Coaña y Grado. Vid. Castrillo Sagredo, opus cit. (pág. 33).

(23) Eduardo Llanos publicó en Londres los procedimien­tos y métodos de investigación pedagógica empleados por él en Corao, su pueblo natal. Vid. Escritores y Artistas Asturianos. vol. V (págs. 119-120).

(24) Por poner un ejemplo esa era la opinión manejada enla obra Asturias de Alvarez y Gámez. No debía de ser muy cierta, sin embargo, porque a la llegada de la II República el nuevo régimen tendría que afrontar la creación de nada menos que unas 800 escuelas en la región asturiana.

(25) En la pág. 36 de esta obra, a la hora de repasar la situación de la enseñanza en el Partido Judicial de Castropol, se dice textualmente: «En Grandas de Salime, en Santa Eulalia de Oscos ... se guardan láminas de legados hechos a la escuela, cuyos intereses, cosa muy natural no los cobra ésta, y así hasta 36 fundaciones ¡Es mucha junta la Provincial de Beneficencia de Oviedo!». Otros casos de fundaciones de cuyas rentas nada se sabía se desgranan por el resto del texto refiriéndose a multitud de concejos más ...

(26) B. Castrillo Sagredo. opus cit. (pág. 78).(27) Historia General de Asturias. Vol. IV; «La población

asturiana en el siglo XIX» de Paz Alvarez Puig (pág. 13). (28) Luciano Castañón, «Parcial bibliografia del Indiano» enRevista de Asturias; año I, n.0 10, Suplemento del diario Astu­rias. Oviedo, 22-3-1979. Braulio Vigón, uno de los primeroscultivadores del folklore como disciplina científica en Asturias,

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ya había dejado constancia en su Vocabulario dialectológico del Concejo de Colunga (Villaviciosa, 1896) de esta figura del Americanu del pote, esta vez con la denominación de Indianu delfilu negru.

(29) En «El indiano en la narrativa asturiana» Revista deAsturias, opus cit.

(30) /bid. ibid. En particular cuando se comenta el párrafode Sinfonía Pastoral, donde se describe a Antón Quirós, el indiano de la obra, quien «fue conocido y estimado de los hombres de negocios: el Duque de Requena, D. Nazario Iza­guirre, el Marqués de Manzanedo, todos los próceres de la Banca le atendían y respetaban sus juicios( ... ). Sin instrucción pero con talento natural ( ... ), entró en relación con el mundo de la plutocracia y también con el de la aristocracia, que no es en España tan cerrado y soberbio como en otros países».

(31) En efecto, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua (edición de 1979) define el término indiano, en su 5.ª acepción, como aquel «que vuelve rico de América».

(32) Castrillo Sagredo, opus cit. (pág. 32).(33) Por otra parte el Club Avilesino de La Habana remitía

constantemente premios para los niños de todas las escuelas del concejo. La misma práctica se documenta en los casos de la Sociedad Club Llanera de La Habana, del Club Carreña y del Club Cabranense de La Habana, remitiéndose también en este último caso donativos de material pedagógico para las escuelas del concejo.

(34) Concepto extraordinariamente movedizo, pero que enel contexto de estos estratos sociales, poco conscientes de su personalidad cultural, vendría a equivaler a una serie de cono­cimientos de instrucción elemental como alfabetización, no­ciones de cálculo, contabilidad, etc ... La encuesta promovida por García Arenal entre la población obrera de Gijón en 1885, mostraba cómo las materias de instrucción que más éxito te­nían en estas capas sociales eran las de primeras letras y

perfeccionamiento de lectura, escritura, aritmética elemental y la de dibujo (esta última presumiblemente por la aplicación que tenía en el diseño, en la talla de madera u otras actividades artesanales) Vid. Datos para el estudio de la cuestión social. Gijón, 1885. Reedición de Silverio Cañada Ed. Gijón, 1980.

(35) El Noroeste, Gijón, 24-4-1902, tomado de Angeles Ba­rrio Alonso El anarquismo en Gijón, Gijón, 1982 (pág. 181). En el ya clásico trabajo de Juan Díaz del Moral Historia de las agitaciones campesinas andaluzas, aparecen innumerables tes­timonios del prestigio de que gozaba la letra impresa como medio de propaganda en un campesinado analfabeto, así como del «racionalismo» de que hacía gala el ideario ácrata. Incluso se relata un caso que pone en evidencia similares planteamien­tos a los manejados en el mitin que aquí se ha transcrito parcialmente: en 1903 «un senador refería en la Alta Cámara que un joven campesino andaluz se le acercó y le dijo: «Seño­rito ¿cuándo llegará el gran día?». «¿Qué gran día es ese?» «El día en que todos seamos iguales y se reparta la tierra entre todos» ...

(36) La Extensión había colaborado de modo fundamentalen la formación de alguno de los líderes del partido socialista en la región; caso por ejemplo de Teodomiro Menéndez.

(37) Vid. Santiago Melón Martínez. Un capítulo en la his­toria de la Universidad de Oviedo. Oviedo, 1963.

(38) Rodolfo Lopis. Hacia una escuela más humana; Ma­drid, 1934 (pág. 195).

(39) Léase empleados de casas comerciales, contables, ca­jeros, pequeños comerciantes, etc.; ocupaciones que sabemos por múltiples referencias que eran las preferidas y en las que acababan encontrando puesto de trabajo multitud de emigran­tes asturianos a ultramar.

(40) Claudio Zardaín. Remembranzas de antaño y hogañode la villa de Tineo. Salamanca, 1930 (pág. 126).

(41) Vid. Francisco Erice Sebares, La burguesía industrialasturiana. Oviedo, 1980 (págs. 117 a la 122).

(42) B. Castrillo Sagredo, opus cit. (pág. 10). La importan­cia de tal orientación motivo el que el propio B. Castrillo abrigase la intención de escribir otro libro cuyo título sería Escuelas de emigrantes y su orientación profesional, de cuya edición posterior no tengo ninguna constancia.

(43) La demanda social en este sentido, explica que llegase

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a ser atendida por academias particulares quienes, en su pro­paganda, hacían constar la necesidad para el emigrante de tal tipo de conocimientos. Ese es el caso de la Academia Hispa­noamericana de Gijón, cuya publicidad se redactaba en térmi­nos como los siguientes: «Se ha fundado con el deseo de contribuir a la importantísima tarea de instruir y educar a la juventud, fomentando la unión de todos los hermanos de raza, con objeto de comunicarles a los jóvenes que traten de esta­blecerse en América los conocimientos necesarios para su ilus­tración e iniciativas mercantiles». Por los mismos años, incluso colegios de enseñanza privada religiosa como el Santa Isabel (de los agustinos, en Tapia de Casariego) se anunciaban al público con idénticos planteamientos. A la llegada a ultramar, por otra parte, el emigrante podía beneficiarse de las clases de comercio que eran impartidas en locales de alguno de los poderosos Centros Asturianos de América. En 1893, por ejem­plo, a las cátedras de enseñanza comercial creadas y sosteni­das por el Centro Asturiano de La Habana asistían ya un promedio de 500 alumnos diarios. Alvarez y Gámez Opus cit. y Elices Montes, opus cit. (pág. 154).

(44) Alvarez y Gámez, opus cit. (pág. 522).(45) Castrillo Sagredo, opus cit. (pág. 16).(46) Vid. Castrillo Sagredo opus cit. y La educación popu­

lar en Gijón, de Juan Teófilo Gallego Catalán (¿Gijón?, 1907). Queda claro sin embargo, que tal esquema de orientaciones pedagógicas no excluye casos particulares que no concuerdan con aquella tendencia general. Así un indiano como Ramón Alvarez de Arriba sufraga la creación de un Instituto Obrero en Gijón, en tanto que Fortunato Selgas había costeado un impresionante centro en Cudillero donde se impartía primera enseñanza, inglés y francés, teneduría de libros y prácticas comerciales.

(47) Castillo Sagredo, opus cit. (pág. 50).(48) J. l. Gracia Noriega, «Los indianos o el calvinismo

sentimental» Revista de Asturias, opus cit. (49) La costumbre de otorgar tales títulos era muy reciente

y no se remontaba sino a la primera mitad del siglo XIX. En otros países estos títulos no tenían prácticamente ningún valor dado que no se les reconocía carácter oficial. En España ad­quirieron sin embargo un incremento de número mayor que en la generalidad de los estados europeos dado que, en contra de lo corrientemente establecido, aquí se autorizaba su uso me­diante el pago de ciertos derechos al Estado.

(50) Vid. Tuñón de Lara, Estudios sobre el Siglo XIX es­pañol, Cap. IV; Madrid, 1971.

(51) Es preciso recordar que alguno de los títulos concedi­dos por la Restauración, se habían extendido a petición de los ayuntamientos o de las propias Diputaciones Provinciales.

(52) El proceso era, naturalmente, algo más complejo. Al­gunos de estos nuevos títulos logran fusionarse rápidamente con la antigua nobleza. El Marqués de la Rodriga p.e., casa a su hermana con el Conde de Agüero, y la hija fruto de tal unión (Marquesa de la Rodriga) enlazará a su vez con el Duque de Tarancón. En cambio el Condado de Peñalver, una vez que llega a ser asturiano por enlace, tarda más tiempo en integrarse en estos sectores de la antigua nobleza; así si el título es concedido en 1836, hacia principios de la década de 1920 la condesa había enviudado de un ex-alcalde de La Habana, si bien el posterior titular del Condado a la altura de 1927 ya es, mediante los consiguientes enlaces matrimoniales, Marqués de Arcos (título creado en 1792). Sobre todos estos aspectos re­sulta de utilidad la consulta de guías de nobleza como el

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Anuario Español del Gran Mundo, publicado en Madrid a imagen del Bottin Mondain francés.

(53) Félix Araml:mru y Zuloaga, Monografía de Asturias;Oviedo, 1899 (pág. 466), subrayados en el original.

(54) Como botón de muestra en cuanto a las tendenciasapuntadas por Aramburu, pueden servir los casos del opulento comerciante asturiano en Cuba Manuel Valle quien, en algunas ocasiones, aparece citado como Manuel del Valle; o el caso de Eduardo Llanos Alvarez de las Asturias el cual, a pesar de exhibir un segundo apellido tan sonoro, figura en el libro de Castrillo Sagredo en un retrato a toda página cuya leyenda reza «D. Eduardo de Llanos y Alvarez de las Asturias, gran promo­tor de la enseñanza». Naturalmente si hoy se hojean las pági­nas de una guía de nobleza en donde figuren títulos indianos las transformaciones son, después de todo este tiempo, todavía más notables.

(55) La identificación de los patrones de conducta de lascapas de la alta burguesía o de la aristocracia restauracionista, costituye una labor de investigación insuficientemente tratada dentro del campo de la historia de las mentalidades. La tipifi­cación de estas capas de la sociedad francesa como modelo de exquisito gusto por sus homólogas españolas es sin embargo, por esta época, algo evidente. Cualquiera que ojee con cierto detenimiento las guías del Gran Mundo de este período obser­vará la densidad de galicismos en el lenguaje, o la abundancia de establecimientos de sombrererías, sastrerías, o joyerías que ostentan sus títulos en lengua francesa. Las guías de Asturias de esta época descubren, asimismo, multitud de restaurants, Hoteles, como el Francés o el Pans (cuya Brasserie es el «centro de reunión de lo más escogido de nuestra sociedad»), multitud de cartas de comedores de hoteles que figuran en lengua y cocina gala, tintorerías como la de París en Oviedo, o tiendas de «modistería», sombreros para señora y «altas nove­dades» como la Maison Rollán de Gijón. Para los aspectos relacionados con la arquitectura de los indianos véase «La casa del indiano» de Enrique Rodríguez Balbín, en Revista de Asturias, opus cit. Los americanos, por otra parte desarrolla­rán también en Oviedo una considerable labor arquitectónica; en una ciudad en la que, en 1925 residían unos 14 títulos nobiliarios, los indianos financiaron parcialmente el barrio de Uría, eje que constituía el ensanche burgués de la Capital del Principado, y en donde se situaron algunos hotelitos y chalets de indianos. Vid. Mari Cruz Morales Saro. Oviedo. Arquitec­tura y desarrollo urbano; Oviedo, 1981.

(56) P. e. véase A. L. Oliveros, Asturias en el resurgi­miento español; Madrid, 1935.

(57) Esta misma opinión aparece reiterada en estudioscomo los de D. Ruiz (El Movimiento Obrero en Asturias; Oviedo, 1968) o Francisco Erice (La burguesía industrial astu­riana, Gijón, 1980).

(58) Manuel Suárez Cortina, El fascismo en Asturias; Gi­jón, 1981 (pág. 104).

(59) El dato referido a José Menéndez, poco o nada aireadopor sus biógrafos contemporáneos, se recogió de La emigra­ción Asturiana a América, obra de Luis A. Martínez Cachero (Salinas, 1976). Resulta curioso observar cómo en las fuentes de la época difícilmente se encuentran detalles como este; ejemplo palmario puede ser la propia obra de Castrillo Sagredo en donde, al hablar de José Menéndez se le califica de «carác­ter modesto» (pág. 8 del trabajo). En lo que se refiere al segundo dato me fue amablemente proporcionado por Enrique Rodríguez Balbín, quien viene trabajando desde hace varios años en la arquitectura de los indianos.