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LOS CHICOS DE LA CALLE PAUL FERENC MOLNAR

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    FERENC MOLNAR

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    CAPTULO PRIMERO

    A la una menos cuarto, en el preciso instante en que en el aula defsica, tras largas e infructuosas tentativas se colore de verde es-meralda la llama incolora del mechero bunsen, como recompensa porla ansiosa espera y como prueba de que la combinacin qumicaenunciada por el profesor acababa de producirse, a la una menoscuarto, digo, justo en el momento del triun-fo, lleg desde el patio dela casa vecino la msica de un organillo y barri de golpe con toda laseriedad.

    En este tibio da de marzo todas las ventanas estaban abiertas y lamsica alete en la clase con bocanadas de primavera. El organillotocaba una alegre meloda hngara que sonaba como una marcha, tanllena de tatachines y tan insolente. que toda la clase apenas podaaguantar la risa y algunos se pusieron de verdad a sonrer. En elmechero bunsen seguan ardiendo alegremente las estras verdes y al-gunos chicos de los primeros bancos las miraban boquiabiertos. Perolos dems contemplaban por la ventana los tejados de las casitasvecinas y a lo lejos, baada en el resplandor del medioda. la torre dela iglesia en cuyo reloj la aguja larga que marca las horas se aproxi-maba alentadoramente a las doce.

    Y como sus odos estaban atentos a los rumores que venan defuera recogan junto con la msica muchos otros ruidos que nopertenecan a la clase. Sonaba la campanilla del tranva de caballos,en un patio prximo tarareaba una criada una cancin que nada tenaque ver con la que tocaba el organillo. Y toda la clase se puso enmovimiento.

    Algunos comenzaron a andar con los libros, los ms ordenados sepusieron a limpiar las plumas, Boka cerr su tinterito porttil, forrado

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    de cuero rojo, tan hbilmente construdo que slo dejaba escapar latinta cuando estaba en el bolsillo, Csele junt las hojas que le servande libros porque Csele era un presumido a quien no le pareca bienecharse a la espalda todo el montn de libros que llevaban los dems yslo se traa las hojas indispensables, distribudas en los bolsillos.Csonakos, que se sentaba en la ltima fila de bancos, solt untremendo bostezo de hipoptamo aburrido, Weiss dio vuelta susbolsillos para sacudir las migas que haba dejado el pan que acostum-braba a mordisquear en las horas de clase, Gereb se puso a mover lospies debajo de su asiento como quien va a levantarse y Barabas, sin elmenor empacho, extendi sobre sus rodillas el trozo de hule, acomoden l los libros por orden de tamao y tanto ajust la correa paraatarlos que cruji el banco y el muchacho se puso muy colorado.

    En fin, que todos hacan preparativos para irse y slo el profesorno pareca darse cuenta de que dentro de cinco minutos terminaba lahora. Dej caer su mirada quieta sobre las rebeldes cabezas infantilesy dijo:

    -Qu pasa?Un profundo silencio fue la respuesta. Un silencio de tumba.

    Barabas solt la correa, Gereb encogi las piernas, Weiss di vueltaotra vez los bolsillos para adentro, Csonakos se tap la boca con lamano y ahog el bostezo contra la palma, Csele dej en paz sus libros,Boka cerr de prisa el tintero rojo que se derram en cuanto presintiel bolsillo.

    -Qu pasa?, pregunt el profesor.Pero ya estaban todos sentados en sus bancos, inmviles. La

    mirada del maestro se dirigi entonces a la ventana por dondeentraban las notas despreocupadas del organillo como si quisiera dar aentender que nada le importaba la disciplina escolar. A pesar de elloel profesor lanz una mirada severa y orden:

    -Csengey, cierra la ventana.Csengey, el pequeo Csengey, el "primero del banco" se levant,

    lleg a la ventana con su carita seria y severa y la cerr.

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    En ese momento Csonakos avanz ligeramente el cuerpo fuera desu asiento y le susurr a un muchachito rubio:

    "-Atencin, Nemecsek!"Nemecsek mir para atrs y despus baj los ojos. Una bolita de

    papel lleg rodando. La levant y la despleg. Tena escrito de unlado: "Para entregar a Boka."

    Nemecsek saba que esto no era sino la direccin y que elverdadero mensaje estaba a la vuelta. Pero Nemecsek era un hombrede carcter decidido, incapaz de leer una carta ajena. Por esto volvi aarrugarlo, hizo una pelotita, esper el instante propicio, se agach porla calle que se abra entre las dos filas de bancos y murmur:

    "-Atencin, Boka!"Ahora le tocaba a Boka mirar al suelo que era la arteria de trnsito

    reglamentaria para toda clase de asuntos. La bolita de papel llegrodando. Y del otro lado, del lado que el rubio Nemecsek no ley porcaballerosidad, deca "Asamblea general a las tres de la tarde. Ordendel da: Eleccin del presidente. Infrmese a los interesados."

    Boka se guard el papel y ajust la correa de sus libros por ltimavez. Era la una. El reloj elctrico se puso a zumbar y entonces tambinel profesor se enter de que haba terminado la hora. Apag elmechero bunsen seal la leccin y se dirigi a la sala de HistoriaNatural cuyas puertas, al entreabrirse, mostraban una cantidad deanimales embalsamados, de pjaros que miraban desde sus pedestalescon ojos de vidrio impvidos y en un rincn, quieto y digno estaba elenigma de los enigmas, el terror de los terrores: un esqueleto humanoamarillento por el tiempo.

    En un abrir y cerrar de ojos sali toda la clase. Por la casa se oyun tumulto de carreras alocadas que slo disminuan su ritmo cuandoentre el zumbido trepidante de los chicos se ergua la silueta de algnprofesor. Entonces frenaban y haba un instante de paz, pero encuanto el profesor desapareca al doblar de una esquina, comenzabande nuevo las corridas y el largarse escaleras abajo.

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    El montn de chicos se desparramaba al franquear la puerta. Partetomaba por la derecha, otros se iban por la izquierda. Cuandoaparecan los profesores se vea un volar de gorras. Trotaban por lacalle soleada, cansados y hambrientos. La sensacin de aturdimientoque llevaban en la cabeza ceda poco a poco entre el bullicio, laalegra y las atracciones de la calle. Con el andar titubeante de losprisioneros que acaban de recobrar la libertad, marchaban por laciudad ruidosa y afanada que para ellos se sintetizaba en un ir y venirde coches, de tranvas de caballos, de calles y de comercios entre loscuales haba que buscar el camino de la casa.

    Csele se meti en un zagun prximo y se puso a regatear el preciode la miel turca. El mielero, naturalmente, haba aumentado todos losprecios de una manera escandalosa. Es sabido que en el mundo enterola miel turca cuesta diez centavos. Es fcil: el mielero toma unahachita, da un golpe y lo que se desprende de la montaa blancasalpicada de avellanas, cuesta diez centavos. En realidad todo lo quehay en el zagun cuesta diez centavos, el precio no vara. Tres ciruelasensartadas en una caita cuestan diez centavos. Tres medios higos,tres endrinas, tres medias nueces con bao de azcar cuestan diezcentavos, un pedazo de azcar duro, un alfeique y hasta un cucu-ruchito de "alimento de estudiante", la mezcla ms apetitosa quepueda imaginarse, cuestan diez centavos. Y hay que ver lacomposicin de esa maravillosa golosina! Lleva avellanas, pasas deCorinto y de Mlaga, caramelos, almendras, polvo de la calle,algarroba tierna y moscas. El alimento de estudiante incluye, por diezcentavos, gran cantidad de productos de la industria y del mundo ani-mal y vegetal.

    Csele regateaba porque el mielero haba aumentado los precios.Los que entienden de cosas de comercio saben que los precios subencuando el negocio que se explota corre algn riesgo. Por ejemplo el tde la India y Ceyln es caro porque lo transportan caravanas queatraviesan regiones infestadas de bandidos. Los europeos deben pagareste riesgo. El hombre que venda la miel turca tena. sin duda alguna,

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    espritu comercial. Saba que pensaban prohibirle que se estacionaracerca de la escuela. Saba tambin que si lo haban pensado lo harany saba tambin que pese a su gran surtido de golosinas no conseguiraengolosinar a los profesores y convencerlos de que no era un enemigode la juventud.

    "Los chicos se gastan todo el dinero con el italiano", decan. Y elitaliano se dio cuenta que su comercio no durara mucho tiempo. En-tonces aument los precios. Si lo obligaban a irse, al menos habraganado algn dinero. Por ello le explic a Csele

    -Hasta ahora todo costaba diez centavos, pero a partir de hoycuesta veinte.

    Y diciendo esto trabajosamente en una lengua extranjera no cesabade blandir el hacha pequeita. Gereb le murmur a Csele:

    -Tira la gorra sobre los caramelos.Csele estaba encantado con la idea. Lo que se reiran los chicos!

    Cmo se desparramaran las golosinas! La broma vala la pena.Gereb segua tentndolo con sus palabras, como tienta el diablo.-Tira la gorra, no ves que es un usurero?Csele se quit la gorra.-Esta gorra ma tan bonita?, dijo.El golpe ya haba fallado. Gereb cay mal. Csele era un presumido

    que se traa las hojas sueltas de los libros de texto.-Te da mucha lstima la gorra?, pregunt Gereb.-Claro, dijo Csele. Pero no te vayas a imaginar que tengo miedo.

    No soy ningn cobarde, pero me da lstima la gorra. Para que veas, sime das la tuya la tiro en seguida.

    A Gereb no se le decan semejantes cosas. Era casi como unaofensa. Resopl fuerte y dijo:

    -Para tirar mi gorra me basto yo. Es un usurero y si te da miedo tevas. Y con un gesto que demostraba que estaba listo para el combatese arranc la gorra y se dispuso a lanzarla sobre el puesto cargado degolosinas.

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    Una mano apret la suya en el mismo instante en que iba aalcanzar su objetivo. Una voz casi varonil pregunt:

    - Qu vas a hacer?Gereb mir para atrs. Boka estaba a sus espaldas.-Qu vas a hacer?, volvi a preguntar.Y lo mir con ojos suaves y serios. Gereb gru como un len

    cuando el domador le clava los ojos. Se encogi. Volvi a ponerse lagorra y se sacudi los hombros. Boka dijo despacio:

    -No le hagas nada a ese hombre. A m me gusta la gente valiente,pero aqu no tiene gracia. Vamos.

    Y le tendi la mano. La mano estaba llena de tinta. El tintero sehaba derramado mansamente en el bolsillo y Boka al sacar la manono se dio cuenta. Pero no tena ninguna importancia. Pas la manopor la pared para limpirsela: el resultado fue que la pared qued mar-cada y la mano de Boka tan sucia como al principio. Pero el asunto dela tinta qued liquidado. Boka tom a Gereb del brazo y juntos sefueron andando. Csele, el nio bonito, se qued rezagado. Todava leoyeron decir con voz ahogada, con la amarga resignacin del vencido:

    -Y bueno, si es verdad que ahora todo cuesta veinte, deme veintede miel turca.

    Y para pagar sac su lindo portamonedas verde. El italiano sesonri y quiz lleg a pensar en lo que ocurrira si maana todocostase treinta. Pero no era ms que un bello sueo. Igual que cuandouno suea que los billetes de a uno se convierten en billetes de cien,Dej caer su hachita sobre la miel turca y envolvi en un papel eltrozo cortado.

    Csele lo mir con ojos desolados.-Resulta que ahora da menos que antes!Al italiano le haban crecido las nfulas. Dijo sarcsticamente-Ahora, como est ms caro hay que dar menos.Sin mayores explicaciones se dirigi a otro comprador que

    aleccionado por lo que acababa de escuchar, traa los veinte centavosen la mano. Paseaba el hacha pequeita con movimientos tan raros

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    sobre la superficie de azcar, que pareca el verdugo de ese cuentodonde un hombre grande decapita a infinidad de hombrecillos deltamao del pulgar, que tienen cabezas del grosor de una avellana.Haca una verdadera matanza en la miel turca.

    -Puf, le dijo Csele al nuevo cliente, no le compre. Es un usurero.Con las mismas, se meti el pedazo de miel turca en la boca, con

    papel y todo, porque no se poda arrancar el papel con la mano y conla saliva se despegaba en seguida.

    -Esperarme, les grit a los otros y sali corriendo.Los alcanz en la esquina y doblaron por una calle lateral para ir a

    la calle Soroksa: iban del brazo. Boka caminaba entre los dos y ex-plicaba algo con la voz blanda y seria que le era habitual. Boka tenacatorce aos y su rostro mostraba todava pocos rasgos varoniles. Perocuando hablaba pareca mayor. Su voz era profunda, suave y severa.Todo lo que deca era igual a su voz. Rara vez hablaba de tonteras yno era nada aficionado a los los callejeros. Nunca se mezclaba en lospequeos barullos; si le queran hacer rbitro en alguna pelea tratabade esquivarse. La experiencia le haba enseado que nunca se puedesatisfacer a las dos partes con el fallo y que el juez acaba por pagar losplatos rotos. Slo cuando se armaba alguna pelea descomunal y losnimos estaban tan exacerbados que haba peligro de intervencindocente, mediaba Boka para restablecer la calma. Para decirlo de unavez, Boka pareca un muchacho inteligente y su comportamiento hacapensar que tendra siempre la actitud de un hombre de honor en lavida, aun cuando esto no le trajese gran provecho.

    Para llegar a su casa deban desembocar en la calle Koztelek. Lacallejuela silenciosa estaba envuelta en un sol primaveral y de lafbrica de tabaco que se alzaba sobre una de las aceras llegaba unsuave zumbido. En la calle Koztelek vieron dos siluetas; se estabanall en el medio de la calle y esperaban. Uno era Csonakos, elgrandote, y el otro era el rubio Nemecsek.

    Cuando Csonakos vio llegar a los tres chicos del brazo, se metilos dedos en la boca con un gesto de mal humor y silb como una

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    locomotora. Este silbido era su especialidad. En cuarto ao ningunopoda imitarlo. Un silbido de cochero as, tan agudo, no haba en todoel colegio quien supiera imitarlo. La verdad es que el nico quellegaba a silbar ms o menos de manera parecida era Cinder, elpresidente de la "Asociacin cultural", pero desde que era presidente,Cinder dej de silbar. A partir de su nombramiento no volvi ameterse los dedos en la boca. Para un presidente de una asociacincultural que todos los mircoles por la tarde se sentaba en la ctedra,al lado del profesor de literatura, francamente hubiese quedado maleso de silbar.

    Decamos que Csonakos lanz un silbido estridente. Losmuchachos se le acercaron y formaron grupo en medio de la calle.

    Csonakos se dirigi a Nemecsek.-Se lo has dicho a algn otro?-No, dijo Nemecsek.Los dems preguntaron todos a una-Qu?En lugar del rubiecito contest Csonakos.-En el Museo ayer volvieron a hacer una barrida!-Quines?-Y quines haban de ser? Los dos Pasztor.Sigui un gran silencio.Es necesario que expliquemos qu significa la palabra barrida.

    Esta palabra tiene. en la jerga de los colegiales de Budapest, unsentido particular. Cuando un muchacho grande ve que otros mspequeos estn jugando por bolitas, por plumas o algarrobas y quierellevarse todo este material de juego, dice: barro. Es tal la importanciade esta palabra que el muchachn que la pronuncia significa con ellaque considera todo lo que est en juego como botn de guerra y queemplear la fuerza si no se lo ceden de buen grado. La barrida es algoas como una declaracin de guerra. Es un anuncio corto. perocontundente, de estado de sitio, una pro-clamacin del derecho delms fuerte y de la piratera.

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    Csele fue quien tom la palabra primero. Tembloroso, dijo el dulceCsele:

    -As que hicieron barrida?-S. dijo Nemecsek muy serio al ver el efecto que producan sus

    palabras.Gereb explot:-No podemos seguir aguantando estas cosas! Lo he dicho hace

    mucho. Tenemos que hacer algo, pero Boka nunca nos lo permite. Silos dejamos estar llegarn a pegarnos.

    Csonakos se meti los dos dedos en la boca para silbar de alegra.Siempre estaba dispuesto a tomar parte en revoluciones. Pero Boka lehizo bajar las manos.

    -No nos aturdas, le dijo, y con un tono ms serio se dirigi alrubiecito:

    -Dime cmo fue.-La barrida?-S. Cundo fue?-Ayer por la tarde!Dnde?-En el Museo.Llamaban as al Jardn del Museo.-Bueno, cuenta cmo pas, pero tal como fue, porque necesitamos

    saber la pura verdad si queremos hacer algo...Nemecsek estaba excitadsimo, porque vi que era el centro de un

    acontecimiento tan importante. Pocas veces le ocurra algo parecido.Siempre era algo as como un cero a la izquierda o como el nmero 1en las operaciones de multiplicar o dividir. Ni divisor, ni multipli-cador, ni nada. Nadie le haca caso. Era un muchachito insignificante,flacucho, una criatura dbil, muy indicado para pagar culpas ajenas.Empez a contar y los muchachos juntaron las cabezas.

    -Empez as, dijo. Despus de almorzar nos fuimos al Jardn delMuseo, Weiss y yo, Richter, Kolnay y Barabas. Primero quisimos ir ala calle Eszterhazy al frontn. para jugar a la pelota, pero la pelota era

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    de los del colegio Central y no nos la quisieron prestar. EntoncesBarabas dijo "Vmonos al Museo a jugar a las bolitas." Entonces nosfuimos al Museo y nos pusimos a jugar con bolitas contra la pared.Jugbamos a tirar una bolita cada uno. El que le pegaba a cualquierade las que ya estaban en el suelo se ganaba un montn. Tirbamos porturno. Cerca de la pared se haban juntado como quince, y dos eran devidrio. En eso Richter grit: "Se acab. Vienen los Pasztor!" Y s queeran ellos. Caminaban con las manos en los bolsillos, con la cabezagacha, y venan tan despacito, tan despacito que a m se me helaronlas piernas de miedo. De balde ramos cinco. Esos dos tienen tantafuerza que nos pueden a los cinco. Y tampoco hay que contar queramos cinco, porque cuando las cosas se ponen feas Kolnay echa acorrer y Barabas tambin, y no quedan ms que tres. Y a veces yotambin escapo y no quedan ms que dos. Y aunque los cinco hubi-semos querido salir corriendo de nada valdra, porque los Pasztor sonlos corredores ms veloces de todo el Museo y de qu sirve correr si lopescan a uno. Y bueno, como les deca, los Pasztor llegaron cada vezms cerca, ms cerca y venga mirar las bolitas. Yo le dije a Kolnay"Oye, parece que a estos les gustan las bolitas!" Y el ms listo de to-dos fue Weiss porque dijo en seguida "Si stos llegan hasta aquhabr una barrida!" Pero yo pens que no nos haran nada. Y por quhabran de hacernos algo si no les decamos nada? Y al principio nonos dijeron nada, se pararon y estuvieron mirando el juego. Kolnayme murmur al odo "Oye, Nemecsek, ser mejor que paremos!'' Yole dije "Claro, esto quisieras t porque acabas de tirar y no le diste.Ahora me toca a m! Si gano paramos!" El que estaba apuntando eraRichter, pero ya le temblaba la mano de tanto mirar a los Pasztor y porsupuesto no le di. Los Pasztor no se movan. Se estaban ah con lasmanos en los bolsillos. Entonces tir yo y gan. Haba un montn debolitas. Quise recogerlas eran como treinta! pero uno de los Pasztorsalt, era el ms chico. y me grit "Barro!" Cuando me di vueltaKolnay y Barabas ya se haban escapado, Weiss estaba junto a lapared, ms plido que un muerto, Richter no se haba decidido todava

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    a echar a correr. Yo quise arreglarlo primero por las buenas. Le dije"Disculpe, pero usted no tiene ningn derecho." Pero con las mismasya se haba venido el otro Pasztor y se puso a recoger las bolitas y ametrselas en el bolsillo. El ms chico me agarr por las solapas y megrit "No me has odo que he dicho barro?" Y ya para qu iba adecir yo nada! Weiss se puso a llorar. Kolnay y Kende desde laesquina del Museo miraban lo que ocurra. Los Pasztor juntaron todaslas bolitas y sin decir ni una palabra se fueron. Esto fue lo que pas.

    -Parece increble!, dijo Gereb indignado.-Un verdadero asalto de piratas!Esto lo dijo Csele. Csonakos silb para hacer ver que ola plvora

    en el aire. Boka estaba silencioso y pensaba. Todos lo observaban. To-dos tenan curiosidad por saber lo que dira de estas cosas que venanocurriendo haca meses ya, y que l nunca quiso tomar en serio. El in-cidente que acababa de escuchar era tan indignante que lo sac de suscasillas. Dijo con voz muy lenta:

    -Vmonos a comer. Por la tarde nos reuniremos en el solar. Allhablaremos despacio. Ahora yo tambin digo: es inaudito!

    Estas palabras gustaron a todos. En este momento todos sentanuna gran simpata por Boka. Los chicos lo miraban con cario, ob-servaban sonrientes su cabecita inteligente, sus ojos negros ychispeantes donde ahora arda un resplandor de combate. Hubiesenquerido abrazarlo porque al fin lo vean indignado.

    Se pusieron en camino. En algn lugar de la calle Josef sonabauna campanita alegre, el sol brillaba y todo era hermoso y todo estaballeno de alegra. Los muchachos esperaban grandes acontecimientos.En todos arda el ansia de lucha y la curiosidad por saber lo queocurrira. Porque cuando Boka deca que iba a pasar algo, entonces sque pasaba.

    Se fueron andando por la calle lloi. Csonakos se qued atrs conNemecsek. Cuando Boka se volvi para mirarlos estaban los dosparados junto a la ventana de la fbrica de tabaco. Una capa de polvoamarillento cubra las maderas.

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    -Tabaco!, exclam alegremente Csonakos, silb y se meti en lanariz un puadito de polvo amarillo.

    Nemecsek, el monito esmirriado, tambin recogi un poco depolvo y con la punta de sus deditos flacos se lo acerc a la nariz. Losdos se fueron estornudando por la calle Koztelek llenos de alegra acausa del descubrimiento que acababan de hacer. Los estornudos deCsonakos parecan truenos o caonazos. Los del rubiecito sonabancomo los bufidos de un cobayo enfadado. Bufaban, se rean, corran yeran tan felices en estos momentos que hasta se olvidaron de latremenda injusticia que lleg a conmover al silencioso y severo Boka,al punto de hacerle decir que era una cosa inaudita.

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    CAPTULO SEGUNDO

    El Solar... Los muchachos alegres y robustos del campo que nonecesitan dar ms que un paso para alcanzar las llanuras infinitas bajoel azul maravilloso que se llama firmamento, cuyos ojos tienen elhbito de las dilatadas lejanas, de las distancias inconmensurables,que no viven encerrados en casas altsimas, esos muchachos no sabrnnunca lo que significa un solar para los chicos de Budapest. Significapara ellos la llanura, el brezal, la estepa. Ese trocito de tierra cerradopor un lado con una hilera de tablas apolilladas y por el otro con loscubos enormes de las casas vecinas, significa para ellos la infinitud yla libertad. Hoy se levanta en el solar de la calle Paul una casa decuatro pisos, gris y llena de vecinos. Ninguno de ellos sabe, quiz, queese trocito de tierra signific la juventud para un montn demuchachos.

    El solar estaba vaco, como cumple a un terreno sin edificar. Laempalizada se tenda a lo largo de la calle Paul. A su derecha y a suizquierda se erguan casas muy altas y atrs... atrs estaba el atractivomximo del solar, lo que lo haca tan interesante y codiciado. Pordetrs daba a otro solar ocupado por un aserradero y el suelo estabacubierto de astillas apiladas en cubos regulares. tan grandes queparecan edificios separados por verdaderas callejuelas. Era como unlaberinto. Cincuenta o sesenta callejas se entrecruzaban a travs deesos cubos de astillas, silenciosos y oscuros y no siempre era fcilencontrarse en tamao entrevero. Pero quien se tomase el trabajo derecorrerlo llegaba a un rincn donde se alzaba una casita. All estabala sierra a vapor. Era una casita rara, misteriosa, lgubre. En veranola cubra completamente una via que slo dejaba asomar la pequea

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    chimenea negra y esbelta que con la puntualidad de un mecanismo derelojera lanzaba su chorro de vapor limpio y blanqusimo. Alescucharlo desde lejos pareca que entre las pilas de astillas haba unalocomotora que no consegua arrancar.

    Alrededor de la casita se vean pesadas carretas de madera.Algunas de estas carretas avanzaba para ponerse bajo el alero a vecesy entonces se oan tremendos crujidos. Bajo el alero haba unventanuco con una canaleta de madera. En cuanto la carreta se detenafrente al ventanuco empezaban a caer astillas de la canaleta con tantarapidez que apenas rozaban el suelo del carro. Y cuando la carga deastillas estaba completa el carretero gritaba algo y en seguida dejabade bufar la pequea chimenea. Un gran silencio se haca de pronto enla casita, el carretero chasqueaba los dedos para animar a los caballosy stos se iban con su carga. Entonces llegaba otro carro vaco y ham-briento y la pequea chimenea negra empezaba otra vez a escupir va-por y las astillas a rodar. Haca aos que esto vena pasando. La sierrade la casita solitaria no cesaba de cortar madera y los carros siemprevolvan a traer pilas nuevas al solar. Por eso los cubos seguan siempreiguales y la sierra no paraba de chirriar. Delante de la casita crecanunas moras raquticas y junto a uno de los rboles se alzaba unacabaa de madera hecha de cualquier modo. Viva en ella el eslovacoque ejerca las funciones de sereno del aserradero y que vigilaba paraque nadie robase o viniese a incendiar.

    Se poda desear un sitio de juego ms hermoso? Nosotros, queramos chicos de la ciudad no concebamos nada mejor. No podamosimaginar que existiese algo ms apropiado para jugar a los indios. Elsolar de la calle Paul era una llanura maravillosa y significaba paranosotros las praderas americanas. El terreno del fondo, el depsito demadera, significaba otra cosa: era ciudad, bosque, montaa rocosa, enuna palabra, todo lo que queramos. Eso s, no vayis a creer que esedepsito de madera era una plaza desguarnecida. En la cima de al-guna pila haba castillos y fortalezas. Boka era quien sealaba lossitios que se deban fortificar. Pero los que construan los fuertes eran

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    Csonakos y Nemecsek. Haba fortalezas en cuatro o cinco puntos ycada una tena su comandante, su capitn, su teniente y su subte-niente. Entre todos formaban un ejrcito. Lstima que la tropa fuesetan escasa. Apenas si los capitanes y tenientes y subtenientes con-seguan mandar ms que un soldado, uno solo para hacer instrucciny para ser condenado a prisin en fortaleza cuando se desacataba.

    Quiz huelgue decir que ese soldado era Nemecsek, Nemecsek elrubiecito. Los capitanes, tenientes y subtenientes se saludaban sin granceremonia cuando se reunan en el solar por la tarde. Apenas si sellevaban la mano a la gorra.

    Pero el pobre Nemecsek deba cuadrarse a cada instante y saludarmuy tieso. Todos los que pasaban cerca de l le gritaban

    -A ver cmo te tienes? Echa esos hombros para atrs! Saca elpecho, entra la barriga! Firme!

    Y Nemecsek obedeca de buen grado a todo el mundo. A algunoschicos les gusta que los manden. Pero a la mayora les gusta mandar.Los hombres son as.

    Y por eso era muy natural que todos los muchachos del solarquisiesen ser oficiales y que Nemecsek fuese el nico soldado.

    A las dos y media de la tarde todava no haba nadie en el solar.Delante de la cabaa se vea una manta de caballo y sobre ella eleslovaco dorma como un bendito. El eslovaco siempre dorma de daporque de noche recorra las pilas de astillas o se sentaba en algunafortaleza y miraba la luna. La sierra zumbaba, la pequea chimeneaescupa nubecitas de vapor blancas como la nieve y las astillas demadera caan en las carretas.

    Pocos minutos despus de las dos y media chirri la puerta de laempalizada de la calle Paul y apareci Nemecsek. Sac un gran trozode pan del bolsillo, mir en torno suyo y al no ver a nadie se puso amorder tranquilamente la ancha rebanada. Pero primero ech elpasador a la puerta con mucho cuidado porque uno de los artculosms importantes del cdigo del solar deca que el primero en llegar

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    deba cerrar la puerta. La ms leve omisin en este asunto se castigabacon prisin en la fortaleza. La disciplina militar era seversima.

    Nemecsek se sent sobre una piedra, se comi el pan y esper a losotros. Hoy iban a pasar cosas muy interesantes en el solar. El aireestaba lleno de grandes acontecimientos, nadie poda negarlo, yNemecsek estaba orgulloso en este momento de pertenecer al solar, deformar parte de la famosa asociacin de muchachos de la calle Paul.Despach las ltimas migas y empez a pasearse entre las pilas deastillas para combatir el aburrimiento. Recorri las callejuelas y enuna de esas tropez con el perrazo negro del eslovaco.

    -Hctor, le grit amistosamente, pero Hctor no demostr el menordeseo de contestar el saludo. Movi levemente la cola que en losperros es algo as como cuando nosotros nos tocamos ligeramente elsombrero al pasar presurosos. Y despus se fue corriendo y ladr conbro. El rubio Nemecsek lo sigui. Hctor se par al pie de una pila yle ladr con furia. Era una de las pilas donde los chicos habanlevantado una fortaleza. El parapeto era de troncos y en la punta de unpalo ondeaba una banderita roja y verde. El perro salt el parapeto ysigui ladrando sin parar.

    -Qu pasa?, pregunt el rubiecito al perro porque mantenarelaciones amistosas con el animal. Quiz porque Hctor era, juntocon l, el nico que no tena galones en el ejrcito. Alz los ojos paramirar la fortaleza. No vio a nadie arriba y sin embargo le pareci quealguien andaba entre los troncos. Se puso a trepar por la pila. A mitadde camino oy bien claro que estaban moviendo los troncos. Sucorazn comenz a latir apresuradamente y hubiese preferido bajar.Pero cuando mir hacia abajo y vio a Hctor cobr nuevos nimos.

    -No tengas miedo, Nemecsek, se dijo y sigui subiendo conmuchas precauciones. En cada escaln se daba nuevo valorrepitindose "No tengas miedo Nemecsek. no tengas miedo, Ne-mecsek."

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    As lleg hasta lo alto de la pila. Cuando quiso saltar el parapetose dijo por ltima vez "No tengas miedo, Nemecsek" y del susto, el pieque haba levantado se le qued en el aire. "Jess!", grit.

    Y llevndose todo por delante se larg hacia abajo. Cuando toc elsuelo su corazn lata alocado. Mir la fortificacin. All arriba, juntoa la bandera. con el pie derecho apoyado en el parapeto estaba paradoFranz Ats, su enemigo, el jefe de los muchachos del Jardn Botnico.Su camisa roja flotaba al viento y l se rea burln. Con voz sorda legrit al muchachito:

    -No tengas miedo, Nemecsek!Pero en ese instante Nemecsek ya no pensaba en tener miedo. sino

    en correr. El perro negro lo sigui y zigzagueando entre las pilastrataron ambos de ganar terreno a toda velocidad. El viento les trajo lafrase burlona de Franz Ats:

    -No tengas miedo, Nemecsek!Cuando ya en salvo Nemecsek mir hacia atrs, no vio la camisa

    roja de Franz Ats. Pero la bandera tambin haba desaparecido delparapeto. Se haba llevado la banderita roja y verde que les hizo lahermana de Csele. Poda haberse ocultado detrs de alguna pila. Pudotambin salir por la puerta que estaba junto a la sierra y que daba a lacalle Marie. pero quiz estaba escondido en algn sitio con sus amigoslos Pasztor.

    De slo pensar que los dos Pasztor estuviesen all Nemecsek sintiun escalofro. Bien saba el pobre chico lo que era ponerse a tiro de losPasztor. A Franz Ats lo vea por primera vez de cerca. El muchacho lehaba pegado un susto maysculo, pero para decirlo con franqueza legust. Era un chico moreno, de espaldas anchas y la camisa roja lequedaba muy bien. Le daba un aire marcial. Con esa camisa parecaun "garibaldino". Todos los muchachos del Jardn Botnico llevabancamisas rojas, imitando a Franz Ats.

    Sonaron cuatro golpes en la puerta de la empalizada. Nemecsekrespir. Esos cuatro golpes eran el santo y sea de los muchachos dela calle Paul. Se precipit sobre la puerta que tena echado el cerrojo y

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    la abri. Entraron Boka, Csele y Gereb. Nemecsek no poda con-tenerse casi de ganas de participarles la terrible nueva, pero no olvidque era un soldado raso que estaba frente a sus oficiales. Por eso secuadr y salud militarmente.

    -Salud!, contestaron los recin llegados. Hay novedades?Nemecsek abri la boca para aspirar un poco de aire y hubiese

    querido decirlo todo de un tirn:-Espantoso!, exclam.-Qu?-Horrible! No lo vais a querer creer.-Por qu?-Franz Ats estuvo aqu!Ahora fueron los otros los que se quedaron atnitos. De golpe se

    pusieron serios.-No es verdad!-, dijo Gereb.Nemecsek se llev la mano al corazn.-Por Dios!-No jures, le impuso Boka y para dar mayor peso a sus palabras,

    orden:-Firme!Nemecsek junt los talones. Boka le habl entonces.-Informa detalladamente lo que has visto.-Cuando me puse a recorrer las callejas, dijo, el perro empez a

    ladrar. Lo segu y me pareci or ruido en la fortaleza del medio.Entonces sub y arriba estaba Franz Ats con su camisa roja.

    -Estaba arriba? En la fortaleza?-S!, dijo el rubiecito y estuvo a punto de jurar otra vez. Ya haba

    levantado la mano pero la dej caer ante la severa mirada de Boka.Agreg

    -Tambin se llev la bandera.-La bandera, murmur Csele con los dientes apretados.-S.

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    Los cuatro se lanzaron al lugar del hecho. Nemecsek,modestamente, iba un poco rezagado, un poco porque era soldado rasoy otro porque a lo mejor Franz Ats estaba escondido todava entre laspilas. Se quedaron parados delante de la fortificacin. No haba dudas,la bandera no estaba. Tambin se haban llevado el palo. Todosestaban excitadsimos y slo Boka conservaba su sangre fra.

    -Dile a tu hermana, habl dirigindose a Csele, que maana noshaga otra bandera.

    -A sus rdenes, contest Csele, pero no tiene ms tela verde. Rojotiene todava, pero verde no.

    Boka dispuso con mucha calma:-Tiene tela blanca?-Entonces que nos haga una bandera roja y blanca. En adelante

    nuestra bandera ser roja y blanca.El asunto estaba arreglado.-Soldado, grit Gereb a Nemecsek.-A sus rdenes!-Corrija maana los artculos de nuestro cdigo que se refieren a la

    bandera que tendr en adelante los colores rojo y blanco en vez de rojoy verde.

    -A sus rdenes, mi teniente.Gereb mir con aire condescendiente al chiquillo rubio que estaba

    cuadrado delante de l y le dijo:-Descanse!Y el rubiecito "descans". Los muchachos treparon al fuerte y

    comprobaron que Franz Ats haba roto el palo de la bandera. Colgadodel clavo con que lo haban asegurado quedaba todava un trozo.

    Oyeron unos gritos que venan del solar.-Aho ho! Aho ho!Era la consigna. Haban llegado los dems y los estaban buscando.

    Las voces brotaban estridentes de las gargantas infantiles-Aho ho! Aho ho!Csele llam a Nemecsek

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    -Soldado!-A sus rdenes!-Conteste a los que estn llamando.Hizo bocina con la mano y grit con su delgada vocesita de nio:-Aho ho!Los que observaban el parapeto bajaron y se encaminaron al solar.

    En medio del ancho terreno estaban los otros Csonakos, Weiss,Kende, Kolnay y algunos ms. En cuanto apareci Boka se cuadraronporque era el comandante.

    -Salud!, dijo Boka.Kolnay dio un paso adelante.-Hago saber respetuosamente, dijo, que cuando llegamos la puerta

    no tena echado el cerrojo. De acuerdo con el reglamento siempre debetenerlo.

    Boka lanz una severa mirada a todo su squito. Los demsmiraron a Nemecsek. Nemecsek ya se haba llevado la mano al pechoy estaba por jurar que l no haba dejado la puerta abierta, cuando elcapitn dijo:

    -Quin entr ltimo?Se hizo un gran silencio. Nadie haba entrado ltimo. Todos

    estuvieron callados un momento. De pronto se ilumin la cara de Ne-mecsek porque Kolnay dijo:

    -El capitn fue el ltimo que entr.-Yo?, pregunt Boka.-S, mi capitn.Pens un instante.-Tienes razn, dijo muy serio. Me olvid de cerrar la puerta.

    Teniente, ponga mi nombre en el libro negro.Se haba dirigido a Gereb. Gereb sac del bolsillo una libretita de

    tapas negras y apunt con grandes letras "Johann Boka." Y para noolvidar la causa escribi al lado "puerta". Esto gust a los chicos.Boka era un tipo derecho. Este autocastigo era un ejemplo de virilidadtan maravilloso que superaba todo lo que aprendan en la clase de

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    latn, y eso que en la clase de latn vaya si se hablaba de caracteresromanos. Pero Boka era un ser humano. Tambin Boka tena susdebilidades. Es verdad que se hizo apuntar en el libro negro, pero sedirigi a Kolnay que haba informado lo de la puerta abierta y le dijo:

    -No est bien que siempre vengas con cuentos. Teniente, apunte aKolnay por chismoso.

    El teniente volvi a sacar su terrible libreta negra e inscribi aKolnay. Pero Nemecsek que se haba quedado bien atrs, bailaba dealegra. Por una vez no le tocaba a l. Hay que aclarar que en lafamosa libreta casi no haba ms nombres que el de Nemecsek. Siem-pre lo estaban apuntando, siempre, y por mil cosas. El tribunal que sereuna todos los sbados no lo juzgaba ms que a l. Qu remedio, erael nico soldado raso.

    Sigui una importante deliberacin. En pocos instantes todos seenteraron de la noticia de que Franz Ats, el cabecilla de los camisasrojas haba osado venir al solar, que haba trepado al fuerte llevndosela bandera. Todos estaban horrorizados. Rodearon a Nemecsek quecompletaba su relato con detalles cada vez ms emocionantes.

    -Y te dijo algo? Claro! salt Nemecsek.-Me grit una cosa.-Qu te grit?-Grit "No te da miedo, Nemecsek?"Aqu se atragant un poco el chiquillo rubio porque saba que no

    era fiel a la verdad. Precisamente estaba diciendo todo lo contrario delo que haba pasado. Por su versin pareca que se haba mostradoextraordinariamente arrojado, tanto que hasta el mismo Franz Ats seasombr y le dijo "No tienes miedo, Nemec-sek?"

    -Y de verdad no tuviste miedo?-Ni pizca. Me qued quieto bien cerquita del fuerte. El baj por un

    costado y desapareci. Se fue corriendo.Gereb lo interrumpi-Eso no es verdad. Franz Ats nunca se ha escapado de nadie.Boka mir a Gereb.

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    -Hola, hola, cmo lo defiendes!, dijo.-Digo solamente, continu Gereb en tono ms manso, que no es

    probable que Franz Ats se haya asustado de Nemecsek.Todos se pusieron a rer. A nadie le pareca probable semejante

    cosa. Nemecsek se estaba all, en medio del grupo y se encogi dehombros. Entonces se acerc Boka:

    -Muchachos, tenemos que hacer algo! Hoy estamos convocadospara elegir un presidente. Vamos a elegir un presidente, pero conpoder ilimitado, al que obedeceremos ciegamente. Es posible que deeste incidente surja una guerra y hace falta que quien nos mandepueda dar rdenes de mucha importancia, como pasa en las guerras deverdad. Soldado Nemecsek, un paso al frente. Firme! Cuente cuntossomos y corte tantos papelitos como muchachos haya y que cada unoponga el nombre de su candidato. Los papeles se echarn en una gorray el que tenga ms votos ser elegido presidente.

    -Viva!. exclamaron todos a una.Csonakos se meti los dedos en la boca y silb como una

    trilladora. Arrancaron hojas de los cuadernos y Weiss sac su lpiz.Dos se pusieron a discutir sobre cul sera la gorra elegida para hacerde urna. Kolnay y Barabas que no se llevaban bien estuvieron a puntode irse a las manos para dirimir el pleito. Kolnay dijo que la gorra deBarabas no serva porque estaba muy grasienta. Kende sostena que lagorra de Kolnay tena ms grasa todava. Para resolverlo propusieroninmediatamente una prueba de grasitud. Con un cortaplumas rascaronla tira de cuero de dentro. Pero el tiempo corra y para acabar de unavez, teniendo en cuenta el bien general, Csele puso a disposicin de laasamblea su hermosa gorrita negra.

    Pero en lugar de distribuir los papeles, aprovechando que por uninstante haba acaparado el inters de todos, Nemecsek se adelantllevando apretadas en su manecita sucia las tiras de papel. Se cuadr ydijo con voz temblorosa:

    -Disculpe, mi capitn, pero no me parece bien que yo sea el nicosoldado raso... Desde que hemos fundado nuestra asociacin todos han

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    llegado a oficiales menos yo. que sigo de soldado. A m todos memandan... yo tengo que hacerlo todo... y...

    Pero la emocin pudo ms que l y su carita se cubri de gruesaslgrimas.

    Csele observ con mucha compostura-Tenemos que expulsarlo. Est llorando.Una voz desde atrs agreg-Est aullando.Todos se rieron. Esto colm la amargura de Nemecsek. Al

    pobrecito le dola el corazn y dej que sus lgrimas rodaranlibremente. Suspir y dijo:

    -Miren... miren en... en... el libro negro... miren si no estoy yo...siempre... yo... yo solo... yo soy el perro...

    Boka dijo con voz calmosa-Si no paras de llorar inmediatamente no vuelves por aqu. No

    queremos jugar con semejante gallina.Lo de "gallina" tuvo un efecto inmediato. El pobrecito Nemecsek

    se dio un susto tremendo y dej de llorar. Pero el capitn le puso lamano en el hombro.

    -Si te portas bien y te distingues, puedes llegar a oficial en mayo.Por ahora sigues siendo soldado raso.

    Los otros aprobaron porque si nombraban oficial a Ncmecsek estamisma tarde toda la diversin perda su encanto. Adems, a quin ledaran rdenes? Inmediatamente son la voz tajante de Gereb

    -Soldado, squele punta al lpiz.Nemecsek tom el lpiz de Weiss que haba perdido la punta de

    tanto chocar con las bolitas en el bolsillo de su dueo. Con los ojosllorosos y la cara llena de lgrimas, en posicin de firme, Nemecsek sepuso a afilar el lpiz. Todava estaba lleno de suspiros por el llanto re-ciente y entre hipo y suspiro, golpe tras golpe, volcaba toda la pena ytoda la amargura de su pobre corazn en ese lpiz "Hardtmuth N 2".

    -Ya est la pun...ta, mi capitn.

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    Se lo entreg y suspir hondo. Con ese suspiro renunciabamomentneamente a sus pretensiones.

    Repartieron los papelitos. Los muchachos se separaron y cada unose fue por su lado, porque se trataba de un acontecimiento impor-tantsimo. Despus, el soldado junt los papeles y los ech en la gorrade Csele. Al pasar con la gorra de Csele, Barabas empuj a Kolnay yle dijo

    -Esa tambin esta grasienta.Kolnay mir la gorra y los dos pensaron que no haba por qu

    avergonzarse. Si hasta la gorra de Csele tena grasa...Boka ley los papeles y se los entreg a Gereb que estaba a su lado.

    Haba catorce. Los fue leyendo Johann Boka, Johann Boka, JohannBoka, despus dijo Desider Gereb. Los chicos se miraron. Saban queera el voto de Boka. Despus siguieron muchos Boka, otro Gereb y unGereb ms al final. Boka obtuvo once votos y Gereb tres. Gereb sonriun poco incmodo. Por primera vez apareca abiertamente como rivalde Boka en la asociacin. Se alegr de los tres votos. Pero a Boka ledolieron esos dos votos. Pens un momento quines podan ser los dosvotantes que no estaban de acuerdo con l y despus se dio porsatisfecho.

    -Bueno, entonces me han elegido presidente.Se oyeron muchos "viva" y Csonakos silb otra vez. Nemecsek

    tena an los ojos llenos de lgrimas, pero grit "viva" con granentusiasmo. Quera mucho a Boka.

    El presidente alz la mano para pedir silencio. Quera hablar.-Os estoy agradecido. compaeros, entraremos en accin en

    seguida. Creo que todos nos damos cuenta de que los camisas rojasnos quieren robar el solar. Los Pasztor les quitaron ayer las bolitas aalguno de los nuestros, hoy vino Franz Ats aqu y se llev la bandera.Tarde o temprano caern por estos lugares para echarnos. Peronosotros hemos de defender nuestro solar.

    Csonakos bram-Viva el solar!

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    Y las gorras volaron por los aires. Todos gritaban a voz en cuello,con entusiasmo frentico

    -Viva el solar!Miraron enternecidos ese terreno tan grande y tan hermoso, las

    pilas de lea que acariciaba un brillante sol de primavera. Se vea quelos chicos amaban ese trocito de tierra y que estaban dispuestos aluchar por l si haca falta. Lo que sentan por el solar era algo pare-cido al amor por la patria. Gritaban "viva el solar" como hubiesengritado "viva la patria". Sus ojos brillaban y el corazn se lesdesbordaba.

    Boka sigui:-Pero antes de que ellos vengan aqu iremos nosotros al Jardn

    Botnico!En cualquier otro momento los muchachos hubiesen vacilado ante

    un plan de semejante envergadura. Ahora estaban posedos de entu-siasmo y gritaron llenos de coraje:

    -Iremos al Jardn Botnico!Y como todos gritaban, tambin grit Nemecsek:"Iremos al Jardn Botnico!" Seguro que al pobrecito le tocara

    tambin trotar en la retaguardia, llevando los abrigos de los seoresoficiales. De las pilas de lea lleg una voz enronquecida por el vino.Tambin esa voz grit "Iremos al Jardn Botnico!" Los muchachosmiraron. El eslovaco estaba all gruendo con la pipa en la boca. Juntoa l estaba Hctor. Los muchachos se rieron. El eslovaco los imit.Ech su gorra por el aire y rugi:

    -A que vamos!Los asuntos oficiales quedaban resueltos as. Decidieron jugar a la

    pelota. Alguien grit con voz altiva:-Soldado, vaya al depsito y trigase la pelota y las paletas!Nemecsek corri al depsito que estaba bajo una pila. Se meti

    gateando y sac la pelota y las paletas. Junto a la pila estaba eleslovaco, y al lado del eslovaco Kende y Kolnay. Kende tena en lamano la gorra del eslovaco y Kolnay probaba con el cortaplumas la

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    cantidad de grasa que tena. Decididamente la gorra del eslovaco erala ms grasienta.

    Boka se acerc a Gereb:-T tambin has tenido tres votos, le dijo.-S, contest Gereb y lo mir fijamente en los ojos.

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    CAPTULO TERCERO

    Al da siguiente por la tarde, cuando termin la clase deestenografa, estaba listo el plan de combate. La clase acab a lascinco y en la calle estaban encendidos los faroles. A la salida de laescuela, Boka les dijo a los chicos:

    -Antes de pasar al ataque debemos demostrarles que somos tanvalientes como ellos. Voy a elegir dos compaeros decididos y me ircon ellos al Jardn Botnico. Llegaremos hasta la isla y clavaremoseste papel rojo que tiene escrito todo con maysculas lo siguiente:AQU HAN ESTADO LOS CHICOS DE LA CALLE PAUL!

    Los otros miraron el papel con respeto. Csonakos a quien no letocaba ir a clase de estenografa, pero que vino por curiosidad, ob-serv:

    -Hay que poner tambin una palabrota bien fuerte.Boka neg con un movimiento de cabeza.-Eso no. Tampoco haremos como Franz Ats que se llev nuestra

    bandera. Slo queremos demostrarles que no les tenemos miedo y quenos atrevemos a ir a sus dominios, al campo mismo donde realizan susreuniones y donde tienen escondidas sus armas. Este papel rojo esnuestra tarjeta de visita y se la dejaremos.

    Csele tom la palabra:-Me han dicho que a esta hora suelen estar en la isla, jugando a

    policas y ladrones.-No importa, Franz Ats tambin vino a una hora en que era fcil

    que nos encontrase. El que tenga miedo que no venga.Pero nadie tena miedo. Hasta Nemecsek pareca muy animoso.

    Era evidente que quera hacer mritos para ganar los galones. Se ade-lant con aire resuelto:

    -Yo te acompao!

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    Cerca del colegio no estaba obligado a cuadrarse ni a saludarporque la disciplina militar slo rega en el solar. Aqu todos eraniguales. Csonakos tambin se adelant:

    -Yo voy tambin!-Pero promete que no vas a silbar.-Prometido. Pero ahora... djame dar un silbido, el ltimo.-Bueno, silba!Y Csonakos silb tan alto, con tales bros, que la gente se volvi

    para mirarlo.-Por hoy he silbado bastante, dijo muy alegre.Boka se dirigi a Csele.-Vienes?-Qu le voy a hacer, dijo Csele con cara triste. No puedo ir porque

    tengo que estar en casa a las cinco y media. Mi madre sabe muy bien aqu hora termina la clase de estenografa y si llego tarde a casa no vol-vern a dejarme salir.

    Se asust terriblemente ante este pensamiento. Todo se acabara.Adis solar, adis su grado de teniente!

    -Entonces qudate. Me llevo a Csonakos y a Nemecsek. Maanapor la maana en la escuela os contaremos todo lo que ha pasado.

    Se dieron la mano. A Boka se le ocurri de pronto una cosa:-Verdad que Gereb no estuvo hoy en la clase de estenografa?:-No, no estuvo.-Estar enfermo?-Qu va a estar enfermo. A las doce nos fuimos juntos a casa y no

    tena nada.La conducta de Gereb empez a no gustarle a Boka.Se le estaba volviendo muy sospechoso. Ayer lo haba mirado en

    los ojos de una manera tan rara y significativa cuando se separaron!Se vea que Gereb se estaba dando cuenta de que mientras Bokaestuviese en el grupo, l no podra prosperar. Tena celos de Boka. Secrea ms audaz, de ms agallas; el modo suave e inteligente de Bokano le caa bien. Se juzgaba a s mismo mucho ms apto y decidido.

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    -Vaya uno a saber, dijo, y se puso en camino con los dos chicos.Csonakos iba muy serio a su lado, pero Nemecsek estaba muyexcitado, en plena bienaventuranza porque al fin poda intervenir enuna aventura interesante con un grupo muy reducido. Estaba tan con-tento que Boka le rega:

    -Un poco ms de seriedad, Nemecsek, o te imaginas que vamos auna diversin? La empresa es ms peligrosa de lo que crees. Ponte apensar nada ms que en los dos Pasztor.

    Al escuchar este nombre se le pas el entusiasmo al rubiecito.Franz Ats tambin era un muchacho temible, decan que lo haban ex-pulsado del colegio Central. Era un chico fuerte, increblementeaudaz. Pero en sus ojos brillaba un destello de bondad y de simpataque no se encontraba en los ojos de los Pasztor. Estos andabansiempre con la cabeza gacha, tenan una mirada dura y cortante, es-taban muy tostados por el sol y nadie los haba visto nunca rer. LosPasztor s que daban miedo. Y los tres chicos marchaban por la in-terminable calle lloi. Ya estaba todo oscuro porque la noche caamuy pronto, Los faroles estaban encendidos y lo desusado de la horadaba una gran emocin a los muchachos. Generalmente fugaban porla tarde, despus de almorzar. No estaban acostumbrados a andar porla calle despus de oscurecido. A estas horas solan estar en su casaestudiando. Los tres marchaban sin cambiar una palabra; un cuarto dehora ms tarde llegaron al Jardn Botnico. Detrs de la pared que locercaba asomaban los grandes rboles que comenzaban a poblarse dehojas y les tendan sus ramas amenazadoras. El viento silbaba entre elfollaje tierno y cuando se vieron frente al inmenso Jardn Botnico consu gran puerta cerrada, llena de misterio y sus rumores tan raros, leslati el corazn ms de prisa. Nemecsek quiso llamar a la puerta.

    -Ests loco, le grit Boka. Para que se enteren de que estamosaqu! Para que nos salgan al encuentro... Y te figuras que nos van aabrir la puerta?

    -Y cmo entramos?Boka mir la pared midindola con los ojos.

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    . Saltamos la pared?-S.-Aqu, por la calle lloi?-No, vamos a dar la vuelta. Por detrs la pared es ms baja.Se dirigieron a una callecita oscura donde la pared desapareca

    para dejar lugar a una empalizada. La costearon y buscaron un sitioapropiado para trepar. En un lugar donde no llegaba la luz del farol sedetuvieron. Del otro lado del cerco, casi pegado a l haba una in-mensa acacia.

    Si trepamos por aqu nos ser fcil soltarnos por la acacia.Adems, desde el rbol podemos ver muy lejos y saber si andan cerca.

    Los otros dos asintieron. Se pusieron inmediatamente a la obra.Csonakos se agach apoyndose con las manos en la empalizada.Boka salt sobre sus hombros y mir al jardn. Reinaba un silenciototal, nada se mova. Cuando Boka hubo comprobado que no habanadie en las inmediaciones hizo una seal con la mano. Nemecsek lemurmur a Csonakos:

    -Levntalo.Y Csonakos alz al presidente por encima del cerco. Cuando el

    presidente se apoy, empezaron a crujir las maderas.-Salta, le susurr Csonakos.Se oy otro crujido y despus una cada sorda. Boka estaba en el

    jardn. Al caer dio sobre un mullido lecho de yerbas. Le siguiNemecsek y despus Csonakos. Csonakos fue el primero en trepar a laacacia. En eso de trepar era muy ducho porque se haba criado en elcampo. Los otros dos preguntaron desde abajo:

    -Ves algo?Desde el rbol les lleg la respuesta en una voz amortiguada-Veo muy poco, porque est oscuro.-Ves la isla?-S.-Hay alguien?

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    Csonakos se inclin con precaucin entre las ramas y mirprimero a la derecha y luego a la izquierda en direccin al arroyo.

    -En la isla no se ve a nadie a causa de los rboles y de las matas...pero en el puente...

    No dijo ms y trep a una rama ms alta. Desde all continu-Ahora veo clarito. En el puente hay dos bultos.Boka dijo despacio:-Estn ah. Los del puente son los centinelas.Se oy un crujido de ramas. Csonakos baj del rbol. Los tres

    estaban callados pensando en lo que haran. Se agacharon bajo un ar-busto para no ser vistos y comenzaron a discutir en voz muy bajita.

    -Lo mejor ser, dijo Boka, que tratemos de llegar a las ruinas delcastillo arrastrndonos entre las matas. Sabis... estn a la derecha dela colina.

    Los otros dos asintieron mudos para hacer ver que saban dondeera.

    -Si nos agachamos bien podemos llegar hasta las ruinas pasandoentre los arbustos. Cuando estemos all uno de nosotros subir a lacolina para vigilar. Si no hay nadie nos echamos boca abajo y bajamosgateando por la colina que est al pie del estanque. Al llegar nosesconderemos entre los juncos para ver qu es lo que hacemos.

    Dos pares de ojos centelleantes observaban a Boka. Para Nemecseky para Csonakos sus palabras eran sagradas como las sentencias de laBiblia. Boka pregunt:

    -Estis de acuerdo?-S!, asintieron los dos.-Entonces, adelante! No os preocupis y seguidme. Yo conozco

    muy bien todo esto.Se puso a andar a cuatro patas entre los arbustos. Pero en cuanto

    sus acompaantes se echaron al suelo, se oy a lo lejos un silbidoagudo y largusimo.

    -Nos han visto!, dijo Nemecsek y se enderez de un salto.

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    -Echate al suelo! Aplstate bien, orden Boka y los tres setendieron en la yerba. Conteniendo el aliento esperaban lo que iba asuceder... Los habran visto?

    Pero no vino nadie. El viento mova el follaje. Boka murmur-No es nada.Un silbido agudo atraves nuevamente el aire. Nemecsek se apoy

    en un arbusto y dijo temblando-Habra que observar desde el rbol.-Tienes razn. Csonakos, trepa al rbol!No haba acabado de decirlo cuando ya Csonakos trepaba como un

    gato por la enorme acacia.-Qu ves?-En el puente se mueven algunos... ahora son cuatro... dos han

    vuelto a la isla.-Entonces no pasa nada, dijo Boka tranquilizado. Baja. El silbido

    marcaba el relevo de la guardia del puente.Csonakos baj del rbol y los cuatro comenzaron a gatear para

    llegar hasta la colina. Reinaba un silencio profundo en el misteriosoJardn Botnico. Los visitantes abandonaban el paseo al toque decampana y nadie poda quedarse entre la fronda. Nadie, sino la gentede avera o los que traan planes de combate como las tres figuritasque marchaban al amparo de los arbustos.

    Tomaban tan en serio su empresa que no pronunciaban palabra.Para hablar con sinceridad, sentan un poco de miedo. Haca faltamucha audacia para atreverse a asaltar la fortaleza bien provista dearmas que los camisas rojas tenan en la isla, en medio del estanque ycuyo nico puente estaba guarnecido por centinelas. "A lo mejor sonlos Pasztor", se dijo Nemecsek y record las bolitas de mil colores ylas dos que eran de vidrio. Todava se indignaba al pensar que en elpreciso instante en que las gan vino la espantosa "barrida".

    -Ay!, grit Nemecsek.Los otros dos se detuvieron asustados.-Qu pasa?

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    Nemecsek estaba de rodillas chupndose un dedo.-Qu tienes?Sin sacarse el dedo de la boca contest:-Toqu ortigas con la mano!-Sigue chupndote el dedo, hijo, sigue chupando, le aconsej

    Csonakos. Pero lo que es l se at la mano con un pauelo, por lasdudas.

    Gateando y arrastrndose llegaron a la colina. En la falda de lacolina, como ya lo sabemos, se alzaban las ruinas de un castillo. Noeran ruinas de verdad sino una de esas construcciones que simulan uncastillo derrudo como se ven tantas en los jardines, con las paredestodas cubiertas de musgo.

    -Aqu estn las ruinas, explic Boka. Ahora debemos tenercuidado porque me han dicho que los camisas rojas suelen llegar hastaeste paraje en sus expediciones.

    Csonakos tom la palabra:-Qu castillo es este? En la clase de historia nunca nos han dicho

    que hubiese un castillo en el Jardn Botnico...-Son ruinas. Ya las construyeron as.Nemecsek se puso a rer:-Cuando la gente se pone a construir bien poda hacer un castillo

    nuevo y no en ruinas... Dentro de cien aos estara en ruinas...-Qu buen humor tienes!, le advirti Boka, en cuanto los Pasztor

    se te pongan por delante se te pasarn las ganas de hacer bromas.La cara del pequeo Nemecsek se contrajo al instante. Era un

    chico que se olvidaba en seguida de la gravedad de la situacin. Habaque recordrselo a cada momento. Empezaron a trepar la colinaaferrndose a las piedras de las ruinas, ocultos entre los arbustos desaco. Csonakos iba adelante. De pronto se detuvo y sin enderezarse,siempre en cuatro patas, alz la mano. Despus mir para atrs y dijoasustado:

    -Aqu anda alguien.

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    Se echaron al suelo. La yerba muy alta los cubra totalmente. Entrelas matas no se vea ms que sus ojos fulgurantes. Escucharon.

    -Pega la oreja a la tierra, Csonakos, orden Boka en voz baja. Losindios siempre escuchan as. Es la mejor manera de saber si alguno seacerca.

    Csonakos obedeci. Se estir bien en el suelo y apoy la oreja enun trozo libre de vegetacin. Casi en el mismo instante se enderez

    -Vienen!, murmur asustado.Ya no haca falta el mtodo de los indios para darse cuenta de que

    alguien se mova entre la fronda. Y ese alguien misterioso de quien nose saba an si era un animal o un hombre, vena en direccin a ellos.Los chicos se encogieron y metieron la cabeza en la yerba, Nemecsekgimi muy despacio:

    -Yo quisiera irme a casa.Csonakos no perda su buen humor. Dijo:-Bueno, hijo mo, lo mejor ser que te aplastes bien en el suelo.Pero como Nemecsek no pareca dispuesto a seguir el sabio

    consejo, Boka alz la cabeza, lo midi con una mirada fulminante ycon voz que era apenas un susurro para no delatarse, orden:

    -Soldado Nemecsek, eche cuerpo a tierra!Imposible desor la voz de mando. Nemecsek se ech al suelo. El

    alguien misterioso segua haciendo crujir los arbustos, pero parecahaber cambiado de direccin y no aproximarse a ellos. Boka seenderez y mir a su alrededor. Vio una silueta oscura que costeaba lacolina explorando las matas con un bastn.

    -Ya se ha ido, dijo a los dos chicos que seguan tendidos en elsuelo. Era el guardin.

    -El centinela de los camisas rojas?-No, el guardin del Botnico.Respiraron. A los mayores no les teman. El viejo invlido con su

    gran verruga en la nariz no poda con ellos. Se pusieron a trepar nue-vamente por la falda de la colina. Pero el guardin pareca haber odoalgo porque volvi a detenerse para escuchar.

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    -Nos han descubierto, murmur Nemecsek. Los dos chicosmiraron a Boka esperando rdenes.

    -Metmonos en las ruinas!, dijo Boka.Los tres se dejaron rodar por la pendiente que haban escalado con

    tantas precauciones. Las ruinas tenan ventanitas ojivales. Compro-baron muy asustados que la primera ventana tena rejas. Se deslizaronhasta la segunda que result tener rejas tambin. Por fin encontraronun boquete lo suficientemente ancho como para darles paso. Seescondieron en un rincn oscuro y contuvieron el aliento. Vieronpasar al guardin frente a las ventanas. Despus lo vieron alejarse porel jardn en direccin a la calle lloi; viva all.

    -Gracias a Dios, exclam Csonakos, gracias a Dios que ya hapasado este peligro.

    Entonces se pusieron a mirar a su alrededor. El aire era tan densoy hmedo como el de un verdadero subterrneo de castillo. Em-pezaron a andar a tientas y de pronto Boka se detuvo. Haba chocadocon alguna cosa. Se agach y recogi algo del suelo. Los otros dos sele acercaron, y a la luz mortecina del crepsculo reconocieron untomahawk. Era una especie de hacha como esas que acostumbran ausar los indios en sus combates, segn reza en las novelas deaventuras. El tomahawk estaba hecho de madera y forrado con papelplateado. En la oscuridad reluca con un brillo amenazador.

    -Es de ellos!, dijo Nemecsek lleno de respeto.-As es, observ Boka, y de seguro no ser el nico. Lo ms

    probable es que encontremos algunos ms.Se pusieron a buscar y en un rincn encontraron otros siete. El

    descubrimiento permita deducir que los camisas rojas que estaban enel Botnico eran ocho. Aquello deba ser su depsito de armas secreto.Lo primero que se le ocurri a Csonakos fue que deban llevarse lasocho piezas como botn de guerra.

    -No, dijo Boka, ni pensarlo. Sera un robo vulgar.Csonakos se avergonz.

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    -Ahora, punto en boca, compaero, se atrevi a decir Nemecsek.Pero Boka lo apart con un suave empujn y se le acabaron las bra-vatas.

    -No perdamos tiempo! Salgamos de aqu y subamos a la colina.No quiero que se hayan ido cuando lleguemos.

    Lo arrojado de la proposicin del jefe les infundi nuevos nimospara la empresa. Diseminaron las hachas por el suelo para que sediesen cuenta de que alguien haba andado con ellas. Despus salieronpor el boquete y se pusieron a trepar con gran bro para llegar cuantoantes arriba. Desde esa altura se vea muy lejos. Se quedaron unmomento quietos para observar. Boka sac un paquetito de su bolsillo.Le quit el papel de diario en que estaba envuelto y aparecieron unosgemelos de teatro pequeitos, incrustados en ncar.

    -Son los gemelos de la hermana de Csele, dijo y empez a mirarcon ellos. Pero ya no haca falta ningn aumento para ver la isla.Alrededor de la islita se extenda el estanque reluciente, lleno deplantas acuticas, con sus orillas cubiertas de juncos y caas. Entre elfollaje y los arbustos de la isla se vea vacilar un punto luminoso. Alverlo los tres chicos se pusieron serios.

    -Estn all, dijo Csonakos con voz sorda.A Nemecsek le gust la linterna:-Tambin tienen una linterna.El punto de luz iba y vena; a veces desapareca en un matorral, a

    veces brillaba en la orilla. Era como si alguien anduviese con lalinterna.

    -Me parece, dijo Boka que no separaba ni un instante los gemelosde sus ojos, me parece que estn haciendo preparativos. O quiz estnrealizando una asamblea nocturna... o... de repente se call.

    -Dios santo, dijo Boka que segua mirando con sus gemelos, elmuchacho que lleva la linterna...

    -Qu? Quin es?-Me parece una cara tan conocida... no es...

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    Subi un poco ms alto para ver mejor, pero el resplandor de lalinterna ya se haba ocultado detrs de unos arbustos. Boka apart losgemelos.

    -Ha desaparecido, dijo despacio.-Pero, quin era?-No lo puedo decir. No lo he visto muy bien y precisamente cuando

    quise mirarlo mejor se me perdi de vista. Mientras no sepa con todaseguridad de quien se trata no quiero echar sospechas sobre nadie...

    -Te parece que es uno de los nuestros?El presidente contest con tristeza-Me parece que s.-Pero sera una traicin!, grit Csonakos olvidando que deban

    guardar silencio.-Cllate! Cuando lleguemos hasta all nos enteraremos de todo.

    Entretanto hay que tener paciencia.Ahora los aguijoneaba tambin la curiosidad. Boka no quiso decir

    a quien le recordaba la figura del que llevaba la linterna. Empezaron ahacer conjeturas pero el presidente les prohibi que siguieranbarajando nombres para no hacer nacer sospechas infundadas. Baja-ron corriendo la colina muy excitados y comenzaron a caminarnuevamente a cuatro patas. Ya ni se daban cuenta cuando se clavabanuna espina o se metan en las ortigas o chocaban con piedras de canto.Tenan prisa y se arrastraban silenciosos. aproximndose cada vezms a la orilla del estanque misterioso.

    Por fin llegaron. Aqu podan incorporarse porque las caas y losarbustos eran tan altos que los tapaban por completo. Boka impartisus rdenes con gran serenidad

    -Por aqu debe de haber un bote. Nemecsek y yo costearemos por laderecha para buscarlo. T, Csonakos. irs por la izquierda. Quien en-cuentre primero el bote esperar a los dems.

    Se separaron sin pronunciar palabra. Apenas haban andado unospasos cuando Boka descubri el bote entre las caas.

    -Esperemos, dijo.

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    Esperaron a Csonakos que estaba dando la vuelta al estanque y quedeba aparecer por el otro lado. Se sentaron en la orilla y miraron unmomento el cielo estrellado. Despus tendieron el odo por si lograbanescuchar algn rumor de la isla. Nemecsek quiso hacer mritos.

    -Qu te parece, dijo, si pegara la oreja a la tierra?-Deja tu oreja en paz, le contest Boka. A la orilla de un ro no

    sirve de nada este mtodo. Pero si nos agachramos muy cerca delagua oiramos mejor. He observado que los pescadores del Danubiohablan de orilla a orilla, pegando casi la boca a la superficie del agua.De noche el agua conduce muy bien el sonido.

    Se inclinaron siguiendo el consejo de Boka, pero no pudieronrecoger ninguna palabra. De la islita venan murmullos, ruidosapagados, pero nada ms. En esto estaban cuando lleg Csonakos muydesalentado

    -No se encuentra ningn bote.-No te aflijas, compaero, lo consol Nemecsek, ya lo tenemos.Se fueron hacia el bote.-Nos metemos dentro?-No, aqu no, dijo Boka. Primero traeremos el bote hasta la orilla

    que est del otro lado del puente, cosa de no encontrarnos junto alpuente si llegan a vernos. Remaremos hasta un lugar que est muyalejado del puente para que tengan que hacer un gran trayecto si seresuelven a perseguirnos.

    Este alarde de prudente inteligencia gust a los otros dos. La ideade que su jefe era un muchacho que saba operar con tanta habilidadlos llen de confianza. El jefe pregunt:

    -Alguno de vosotros tiene una soga?Csonakos tena una. En los bolsillos de Csonakos haba de todo.

    Imposible concebir bazar mejor surtido que los bolsillos de Csonakos.Tena en ellos un cortaplumas, cuerdas, bolitas, un picaporte, clavos,llaves, trapos, una libreta, un destornillador y sabe Dios cuntas cosasms. Sac la soga y Boka la at a la argolla que haba en la proa delbote. Con grandes precauciones empezaron a tirar de la embarcacin a

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    lo largo de la orilla para llevarla a la ribera que estaba del otro ladodel puente. Mientras lo hacan, no perdan de vista la isla. Cuandollegaron al lugar donde haban resuelto embarcarse volvieron a or unsilbido. Pero ahora ya no se asustaron ms. Saban que el silbidoanunciaba el relevo de la guardia del puente. Adems haban perdidoel miedo porque estaban posedos por el fuego de la lucha. Lo mismoles pasa a los soldados en la guerra de verdad. Mientras no ven alenemigo se asustan por cualquier cosa, pero en cuanto la primera balales pasa silbando junto a la oreja, cobran nimos, entran en unaespecie de embriaguez y se olvidan que corren hacia la muerte.

    Los chicos se instalaron en el bote. Boka entr el primero. Lesigui Csonakos. Nemecsek segua chapoteando indeciso en el barrode la orilla.

    -Ven, ven, pequeo mo, lo anim a Nemecsek.-Ya voy, ya voy, mi grandote, dijo Nemecsek; pero en el mismo

    momento resbal y con el susto se agarr a una caa muy delgada yfue a dar al agua. Se hundi hasta el cuello en el estanque, pero no seatrevi a gritar. No tard en hacer pie. Tena un aspecto tremenda-mente cmico con sus ropas chorreando agua y su mano aferradatodava a una caa no ms gruesa que un lpiz.

    Csonakos no pudo aguantar la risa y explot:-Tragaste mucho, hijo?-No he tragado nada, dijo el rubiecito y se meti, todo sucio en el

    bote. Estaba todava muy plido del susto.-Ni soaba que iba a tomar hoy un bao, dijo con voz blanda.Pero no podan perder tiempo, Boka y Csonakos empuaron los

    remos y se separaron de la costa. La pesada embarcacin se hundi enel agua casi hasta los bordes y riz la superficie en derredor deltranquilo estanque. Los remos se movan sin ruido y el silencio era tanprofundo que se oa claramente el castaeteo de los dientes delpequeo Nemecsek acurrucado en la proa. Un instante despus llegel bote a la isla. Los chicos saltaron gilmente y se ocultaron detrs deunos arbustos.

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    -Bueno, ya est el viaje hecho, dijo Boka y se puso a gatear conmucho cuidado. Los otros dos lo siguieron,

    -Alto, dijo el presidente volvindose. No debemos dejar el botesolo. Si lo ven no podremos escapar de la isla. Qudate en el bote,Csonakos. Y si alguien lo descubre mtete los dedos en la boca y silbacon toda tu alma para advertirnos, entonces volveremos corriendo ynos apartaremos de la costa.

    Csonakos se instal en el bote y se alegr para sus adentros alpensar que quiz le tocase silbar como slo l saba hacerlo...

    Boka se fue con el rubiecito. Cuando las matas eran lo bastantealtas se enderezaban y corran. Junto a un arbusto muy alto sequedaron quietos. Apartaron un poco el follaje, miraron al interior dela isla donde haba un pequeo claro y descubrieron la temible bandade los camisas rojas. El corazn de Nemecsek Corra una carrera. Seapret contra Boka.

    -No tengas miedo, le susurr el presidente,En medio del claro haba una gran piedra y sobre la piedra

    descansaba la linterna. Alrededor de la linterna, sentados en cuclillasestaban los camisas rojas. Y era verdad que todos llevaban camisasrojas. Junto a Franz Ats se vea a los dos Pasztor y al lado del menorde los Pasztor, uno que no llevaba camisa roja... Boka sinti queNemecsek, que estaba pegado a su flanco, se pona a temblar.

    -Oye... dijo, y no pudo agregar nada ms que: tu ...Despus agreg con voz ms baja todava:-Lo ves?-Lo veo, contest Boka turbado.Sentado entre los camisas rojas estaba Gereb. Boka no se haba

    engaado cuando crey reconocerlo desde la colina. Era Gereb el queandaba con la linterna. Ahora observaban la tropa de los camisas rojascon atencin casi dolorosa. La linterna iluminaba las caras tostadas delos Pasztor y las de sus compaeros con un resplandor extrao. Todosestaban callados escuchando a Gereb. Pareca estar exponiendo algoque interesaba sobremanera a los dems porque estaban pendientes de

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    l y le oan con gran atencin. En el infinito silencio de la nochellegaron hasta los odos de los dos chicos de la calle Paul las palabrasde Gereb. Deca:

    -Se puede entrar al solar por dos lados... Se puede pasar por lacalle Paul, pero os resultar algo difcil porque un artculo de nuestrocdigo estipula que el que llega ltimo debe cerrar la puerta concerrojo. La otra entrada es por la calle Marie. All est el portn delaserradero siempre abierto y se llega al solar por entre las pilas delea. Lo malo es que en las callejuelas que pasan entre las pilas hayfortificaciones...

    -Ya lo s, le interrumpi Franz Ats con una voz profunda que hizoestremecerse a los muchachos de la calle Paul.

    -Claro que lo tienes que saber puesto que has estado all, continuGereb. En los fuertes hay centinelas que dan la voz de alerta en cuantoalguien se acerca por las pilas. Tampoco os recomiendo entrar porah...

    A lo que pareca, se trataba de que los camisas rojas asaltasen elsolar...

    Gereb sigui hablando:-Lo mejor ser que me avisis cuando pensis ir. Entonces yo

    llegar el ltimo y dejar la puerta abierta. No la cerrar con cerrojo.-Est bien, aprob Franz Ats, as est bien. Por nada del mundo

    querra apoderarme del solar aprovechando la ausencia de tus com-paeros. Queremos pelear como en una verdadera guerra. Si ellossaben defender su solar, mala suerte para nosotros, pero si no lo sabendefender lo conquistaremos e izaremos all nuestra bandera roja. No lohacemos por buscar pendencia, ya sabis que...

    Uno de los Pasztor tom la palabra-Lo hacemos para tener un terreno de juego. Aqu no se puede

    jugar y en la calle Eszterhazy siempre hay que andar peleando paraconseguir sitio... Nos hace falta un terreno de juego y basta.

    Decidieron pues hacer la guerra, exactamente por los mismosmotivos que se invocan para una guerra autntica. Los rusos necesita-

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    ban un mar y por eso combaten con los japoneses. Los camisas rojasnecesitan un terreno para jugar a la pelota y como no pueden con-seguirlo de otro modo quieren conquistarlo con una guerra.

    -Quedamos as, entonces, dijo Franz Ats, el jefe de los camisasrojas. T nos dejas abierta la puerta que da a la calle Paul, tal como lohas prometido.

    -S, dijo Gereb.De pura congoja le dola el corazn al pequeo Nemecsek. Estaba

    all, con sus pobres ropas mojadas y miraba con ojos muy abiertos alos camisas rojas en cuclillas alrededor de su linterna y al traidor queestaba con ellos. Tanto le dola el corazn que cuando sali el s de laboca de Gereb, ese s que significaba que Gereb estaba dispuesto avender el solar, se puso a llorar desconsoladamente. Pas su brazo porlos hombros de Boka y entre sollozos ahogados repiti varias veces:

    -Seor presidente... seor presidente... seor presidente...Boka lo apart con suavidad:-Con llorar no ganaremos nada.Pero a l tambin se le cerraba la garganta. Lo que Gereb estaba

    haciendo era infame.De repente, a una seal de Franz Ats se levantaron los camisas

    rojas.-Es hora de irnos, dijo el jefe. Tenis todos vuestras armas ?-S, fue la respuesta unnime y levantaron del suelo sus lanzas que

    llevaban una banderita roja en la punta.-Adelante, orden Franz Ats, al matorral, poner las armas en el

    pabelln. Todos se pusieron en marcha con Franz Ats al frente, paradirigirse al centro de la isla. Gereb iba detrs. No qued nadie en elpequeo claro. All estaba la piedra y sobre la piedra la linternaencendida. Se oyeron los pasos cada vez ms lejanos. La banda seinternaba en la maleza para esconder las lanzas .

    Boka dio unos pasos.

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    -Ahora. le susurr a Nemecsek y meti la mano en el bolsillo. Sacel papel rojo que ya tena clavada una chinche. Despus separ lasramas de los arbustos y se dirigi al rubiecito:

    -Esprame aqu. No te muevas!Salt en seguida al claro donde haca un momento estaban

    sentados los camisas rojas. Nemecsek contena el aliento al mirarlo.Boka lleg de un brinco al rbol enorme cuya copa cubra casi toda laisla y en un abrir y cerrar de ojos clav el papel en su tronco. Despusse precipit a la linterna, levant uno de sus vidrios y sopl. La vela seapag y al instante Boka desapareci de los ojos de Nemecsek. Peroantes de que tuviese tiempo de hacerse a la oscuridad estaba Boka a sulado y lo tomaba del brazo:

    -Sgueme a toda velocidad!Los dos echaron a correr por la orilla de la isla en direccin al

    bote. En cuanto Csonakos los vio, salt en la embarcacin y apoy elremo en la costa para poder partir inmediatamente. Los dosmuchachos saltaron al bote.

    -Volando!, jade Boka.Csonakos maniobr con el remo para desatascar el bote, pero no lo

    consigui. Al atracar lo haba hecho con tal mpetu que la barca seenterr a medias en la orilla. Uno de ellos debi bajar para levantar laproa. Pero ya llegaban voces de la isla. Los camisas rojas regresarondel arsenal y encontraron la linterna apagada. Primero creyeron que elviento la haba soplado. pero cuando Franz Ats la mir de cerca vioque el vidrio estaba corrido.

    -Aqu estuvo alguien!. grit tan alto con su voz sonora que losmuchachos que estaban luchando con el bote le oyeron perfectamente.

    Los camisas rojas encendieron la linterna y en seguida vieron elpapel rojo que estaba clavado en el rbol "Aqu estuvieron los chicosde la calle Paul." Los camisas rojas se miraron. Franz Ats exclam:

    -Si estuvieron aqu, todava deben de estar!Silb. Los centinelas del puente llegaron corriendo y declararon

    que nadie haba pasado por el puente.

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    -Seguro que han venido con el bote, dijo el menor de los Pasztor.Los tres chicos que seguan luchando con el bote oyeron aterrados

    la orden contundente que se refera a ellos:-A perseguirlos!En ese preciso instante consigui Csonakos hacer zafar la

    embarcacin y pudo saltar en ella. Inmediatamente empuaron losremos y remaron con todas sus fuerzas para alejarse de la orilla. FranzAts imparta sus rdenes con voz estridente

    -Wendauer, trepa al rbol y observa! Los dos Pasztor al puente, arecorrer la costa por la derecha y por la izquierda!

    Ahora estaban cercados. Antes de que pudiesen hacer algunosmetros por el estanque los alcanzaran los Pasztor cuya velocidad erabien conocida. Imposible escapar: si conseguan salvarse de losPasztor, el centinela que estaba en el rbol los vera. Desde el botevieron correr por la orilla de la isla a Franz Ats, linterna en mano.Despus oyeron ruido de carreras. Eran los Pasztor que pasaban por elpuente de madera de la isla...

    Antes de que el centinela se hubiese acomodado en la copa delrbol volvieron ellos a la costa.

    -El bote acaba de llegar a la orilla, grit una voz desde el rbol.La voz sonora del comandante respondi en seguida:-Todos a perseguirlos!Los tres chicos de la calle Paul corran con todas sus fuerzas.-No deben darnos caza, dijo Boka sin dejar de correr. Son ms

    que nosotros!Volaban por los senderos y por los sembrados. Boka adelante y

    pegados a l los otros dos. Llegaron al invernadero.-Al invernadero!, jade Boka. Por suerte estaba abierto. Se

    metieron dentro y se escondieron detrs de unos cipreses. Fuera rei-naba un gran silencio. Los perseguidores parecan haber perdido elrastro. Los tres muchachitos respiraron un poco. Se atrevieron a echaruna mirada en torno, a contemplar el extrao edificio cuyo techo yparedes de cristal dejaban pasar la luz mortecina del anochecer de la

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    gran ciudad. Esa inmensa casa de cristal era un sitio interesante.Estaban en el ala izquierda al que segua el cuerpo central y despus elala derecha. En todas partes se erguan rboles de hojas muy anchas,de troncos gruesos, plantados en grandes tinajones verdes. Enrecipientes de madera crecan helechos y mimosas. Bajo la cpula delcuerpo central tendan sus hojas las palmeras de abanico y a sus piescreca una verdadera selva de plantas exticas. En medio del bosquehaba una fuente llena de peces dorados y junto a la fuente un banco.Alrededor se alzaban magnolios, laureles, naranjos y helechos gigan-tescos. Toda una vegetacin olorosa que casi llegaba a marear y quecargaba el aire de pesados perfumes. Las paredes y el techo delinmenso recinto caldeado a vapor, rezumaban agua. Se oa caer lasgotas sobre las anchas hojas carnosas y el ruido de las palmerascuando se movan sus verdes abanicos haca creer a los chicos que unanimal misterioso y extico andaba por la pequea selva hmeda ysofocante, entre los grandes tinajones pintados. Se sintieron msseguros y empezaron a buscar la manera de salir de all.

    -Con tal de que no nos encierren en el invernadero, murmurNemecsek que estaba sentado al pie de una palmera, completamenteagotado. El calor le haca bien porque el agua le haba empapadohasta los huesos.

    Boka lo tranquiliz:-Si no lo han cerrado hasta ahora es que ya no lo cerrarn hoy.Estaban sentados con el odo atento al menor rumor. Pero no

    llegaba ninguno. A nadie se le ocurri buscarlos all. Entonces selevantaron y comenzaron a dar vueltas entre los estantes cargados deplantas, de hierbas olorosas y de grandes flores. Csonakos se llev pordelante unas macetas y trastabill. Nemecsek quiso mostrarseservicial.

    -Un momento. dijo, voy a dar luz.Y antes de que Boka pudiera impedrselo sac una cerilla de su

    bolsillo y la encendi. La cerilla ardi, pero se apag en seguidaporque Boka la hizo caer de un manotn.

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    -Idiota!, grit furioso. Te has olvidado que estamos en uninvernadero? Las paredes son de cristal... Seguro que ahora han vistola luz.

    Se detuvieron para escuchar. Boka tena razn. Los camisas rojasvieron la luz que ilumin un segundo todo el invernadero. Unmomento despus se oy el crujido de sus pasos sobre el pedregullo.Llegaron precisamente por la puerta del ala izquierda. Sonaron las vo-ces de mando de Franz Ats:

    -Los Pasztor a la puerta chica de la derecha!, grit. Szebenics ala del medio y yo aqu!

    En un abrir y cerrar de ojos se escondieron los muchachos de lacalle Paul. Csonakos se meti debajo de un estante. A Nemecsek,como ya estaba mojado lo mandaron meterse en la fuente de los pecesdorados. El rubiecito se hundi en el agua hasta el mentn, y ocult lacabeza bajo un nenfar. A Boka le qued el tiempo justo de colocarsedetrs de la puerta abierta.

    Franz Ats, linterna en mano, irrumpi con su comitiva. La luz dela linterna caa sobre la puerta de vidrio iluminando el rostro de FranzAts y Boka pudo contemplarlo perfectamente sin que el otro lo viese al. El jefe de los muchachos de la calle Paul observ al comandante delos camisas rojas, al que slo haba visto de cerca una vez en el jardndel Museo. Franz Ats era un chico hermoso y en sus ojos brillabaahora la fiebre de la lucha. Pero pronto desapareci. Revis las salidasen compaa de sus amigos y en el ala derecha miraron tambindebajo de los estantes. A nadie se le ocurri asomarse a la fuente.Csonakos se salv gracias a que cuando se dirigan hacia su lado, elmuchacho a quien Franz Ats haba llamado Szebenics, dijo:

    -Debe hacer rato que han escapado por la puerta de la derecha...Y como corri para all, los dems le siguieron. Un ruido de

    tinajas volcadas, de carreras, de gritos, llen el invernadero. Sealejaron por fin y volvi a reinar el silencio. Csonakos fue el primeroen salir de su escondite.

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    -Chicos, dijo una voz dolorida, a m se me cay una maceta en lacabeza. Estoy lleno de tierra...

    Y se puso a escupir la arena que le haba entrado en la boca y en lanariz. El segundo en presentarse fue Nemecsek, que pareca unaespecie de monstruo marino. El pobre chico chorreaba agua y empeza quejarse como de costumbre con acento lloroso:

    -Por lo visto yo me voy a pasar la vida en el agua. Soy una ranaacaso?

    Se sacudi como un perrito mojado.-Djate de aullar le aconsej Boka, ten valor que ahora viene lo

    ms difcil.Nemecsek suspir:-Las ganas que tengo de estar en casa!Despus pens en el recibimiento que le esperaba cuando lo vieran

    en su casa con la ropa mojada. Y rectific:-Tantas ganas de estar en casa que digamos no tengo!Corrieron de nuevo en direccin a la acacia que les haba servido

    para entrar al jardn. En pocos minutos llegaron. Csonakos trep alrbol y cuando pensaba saltar mir para atrs y exclam asustado:

    -All vienen!-Todos al rbol!, orden Boka.Csonakos volvi a trepar y ayud a sus dos compaeros a alcanzar

    las ramas ms altas. Hubiese sido terrible que los pescaran justamentecuando estaban tan cerca de la salvacin. La gavilla de los camisasrojas lleg con gran alboroto. Los chicos estaban arriba, acurrucadoscomo tres enormes pjaros silenciosos escondidos en la fronda.

    El mismo Szebenics que ya haba despistado a sus amigos en elinvernadero, volvi a tomar la palabra:

    -Los he visto saltar el cerco!Este Szebenics era, de seguro, el ms tonto de los camisas rojas.

    Porque casi siempre el ms tonto es el que hace ms ruido, por esoSzebenics no dejaba de hablar. Los camisas rojas, excelentesdeportistas, saltaron en un abrir y cerrar de ojos el cerco. Franz Ats

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    fue el ltimo, y antes de encaramarse apag la linterna. Para lanzarsetrep a la misma acacia que abrigaba a los tres pjaros. El pobre Ne-mecsek segua chorreando agua y a Franz le cayeron algunas gotasgruesas en el cuello.

    -Est lloviendo, dijo el muchacho, se pas la mano por el cuello ysalt a la calle.

    -All van, grit alguien cerca de una esquina y todos se pusieron acorrer. El que haba gritado era, naturalmente, Szebenics, acertando,como de costumbre. Boka afirm:

    -Al Szebenics ese le debemos el tener las costillas sanas. De no serpor l nos hubieran echado el guante hace rato...

    Al fin se sentan a salvo de los camisas rojas. Todava los vieroncorrer detrs de dos chicos que iban muy tranquilos por una callejavecina. Los dos chicos se asustaron y se pusieron a correr. Con ungritero de todos los demonios los camisas rojas trataron de alcanzar-los. Poco a poco se apag el bullicio all lejos, en la calle Josef...

    Boka y los suyos saltaron el cerco y cuando se vieron de nuevo enla acera respiraron hondo. Se cruzaron con una vieja y algunos otrostransentes. Estaban cansados y hambrientos. En el asilo dehurfanos, cuyas ventanas iluminadas brillaban en la noche, muycerca del jardn, sonaba la campana de la cena.

    Nemecsek tirit.-Caminemos ms de prisa, dijo.-Un momento, le contest Boka, toma el tranva para ir a tu casa.

    Ten, yo te doy el dinero.Meti la mano en el bolsillo, pero dej la mano dentro. El

    presidente no tena ms que cinco centavos. En su bolsillo no habams que una moneda de cinco y el lindo tintero del que goteabamansamente la tinta azul. Sac la moneda manchada de tinta y se ladio a Nemecsek

    -Es todo lo que tengo.Csonakos posea tres centavos. En una caja de pldoras guardaba el

    rubiecito una monedita de dos centavos que era su mascota. Con todo

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    ese dinero reunido subi al tranva. Boka se qued parado. Lo deGereb segua atormentndolo. Se estaba all, triste y silencioso. PeroCsonakos todava no estaba enterado de la traicin y no poda estarsequieto de alegra.

    -Mira, chico, dijo, y cuando su jefe volvi la cabeza meti los dosdedos en la boca y lanz un silbido tan estridente que rompa losodos. Despus, muy contento, mir a su alrededor.

    -Este silbido me lo estuve guardando toda la tarde, dijo encantado,pero ahora tena que salir!

    Tom a Boka del brazo y los dos se fueron trotando por la callelloi, cansados de tantos acontecimientos, camino de su casa.

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    CAPTULO CUARTO

    El reloj de la clase volvi a dar la una y los chicos recogieron suscosas. El seor Racz cerr su libro y se levant. El bueno de Csengey,el primero de la primera fila, siempre servicial, corri y le ayud aponerse el abrigo. Los muchachos de la calle Paul se miraban desdesus asientos y esperaban las disposiciones de Boka. Saba que laasamblea estaba convocada para las tres de la tarde en el solar y quelos tres guerrilleros informaran sobre su aventura del JardnBotnico. Todos saban ya que la expedicin haba tenido xito y queel presidente de los chicos de la calle Paul respondi con un desafioaudaz a la visita de los camisas rojas. Pero tenan curiosidad porconocer los detalles de la aventura y de los peligros que suscompaeros tuvieron que salvar. Ni con tenazas se le poda arrancaruna palabra a Boka. Csonakos hablaba por los codos y (Dios le per-done) exageraba de lo lindo. Lleg a contar que haba visto fierassuelta