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Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica Relaciones de poder en el texto y en el contexto Presentada por: María del Pilar Riaño Pradilla Dirigida por: Claudia Leal Monografía de grado Maestría en Historia Universidad de los Andes - Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Historia

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Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica

Relaciones de poder en el texto y en el contexto

P r e s e n t a d a p o r : M a r í a d e l P i l a r R i a ñ o P r a d i l l a

Dirigida por: Claudia Leal

Monografía de grado Maestría en Historia

Universidad de los Andes - Facultad de Ciencias Sociales

Departamento de Historia

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María del Pilar Riaño

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Contenido Pág.

Introducción……………………………………………………………………………….3

Sección 1: Viajeros, viajes y „viajados‟ del río Magdalena….……..………………….10

a. El viajero decimonónico…………………………………………………………..12

b. El río Grande de la Magdalena: puerta de entrada a la República………………...22

c. Los bogas………………………………………………………………………….33

Sección 2: Los bogas del río Magdalena: representación y distanciamiento………..40

a. Zambos degenerados……………………………………………………………....43

b. Carácter bárbaro, costumbres repugnantes, seres indisciplinados…………………50

El mal-decir

Los modales y la vida material

La vida licenciosa

c. Geografía de la barbarie…………………………………………………………….62

d. Los gajes del oficio…………………………………………………………………68

e. La seducción de la barbarie…………………………………………………………72

f. Distanciamiento..…………………………………………………………………....77

Sección 3: ¿Viajantes vs. navegantes? El encuentro……………………………………80

a. Los bogas: los amos…………………………………………………………………82

b. El ―indefenso‖ viajero……………………………………………………………….86

c. La negociación……………………………………………………………………....92

El texto y el contexto: a manera de reflexión…………………………………………….97

Bibliografía………………………………………………………………………………...102

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María del Pilar Riaño

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Introducción

En la Conferencia ―Irse, quedarse. Reflexión literario-antropológica sobre el viaje‖, Mary Louise

Pratt planteaba la necesidad de generar avances metodológicos en los estudios sobre la literatura

de viajes, los cuales, a su parecer, han terminado siendo poco innovadores en la medida en que

siguen ocupándose de los mismos temas de los que se ocupan los libros de viaje. Al recordar que

―no hay viaje sin anfitrión‖, y que el enfocarse en los actos de movilidad de los viajeros-

peregrinos no permite a los investigadores ver la inmovilidad de los anfitriones, Pratt planteaba

un giro metodológico: «dejar de acompañar al peregrino para acompañar al anfitrión»1.

El presente trabajo se interesa por un grupo del que se ha hablado de manera fragmentaria, pero

nunca se ha explorado de manera sistemática: los bogas del río Magdalena, quienes fueran por

más de tres siglos los ―motores‖ del transporte fluvial del actual territorio colombiano y los

―anfitriones‖ de los múltiples viajeros que debieron utilizar sus servicios para movilizarse a lo

largo del país. El objetivo— que no logra escapar del todo a las críticas planteadas por Pratt— es

problematizar la manera como los bogas fueron representados en la literatura del siglo XIX. Por

ello, más que insistir en los prejuicios que manejaban los escritores de dicha literatura, se

pretende recalcar aquí que las apreciaciones de los viajeros eran la expresión de la ideología

civilizadora de la cual eran portadores y que enmarcó el pensamiento del siglo en mención. No

obstante, el presente escrito no pretende quedarse únicamente en el estudio de las

representaciones que subyacen a los textos, también se interesa por explorar el encuentro entre

bogas y viajeros y las relaciones de poder que se establecieron tanto en los textos como en el

contexto.

Las fuentes de estudio son relatos de viajes, cuadros de costumbres y algunos ensayos que

distintos viajeros, nacionales y extranjeros, escribieron sobre Colombia a partir de los años veinte

hasta finales del siglo XIX. La periodización es relevante si se tiene en cuenta que después de la

independencia de los países suramericanos, y como producto de la apertura de las puertas

hispanoamericanas al mundo exterior, transitaron por el continente americano viajeros de

1 PRATT, Mary Louise, Irse, quedarse. Reflexión literario-antropológica sobre el viaje, conferencia dictada en la

Universidad de los Andes el 24 de agosto de 2009.

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diferentes nacionalidades; y que, por la misma época, la élite política e intelectual colombiana

debió darse a la tarea de recorrer su propio territorio para redefinir los contornos de un proyecto

nacional. Los textos que tenían como nexo el motivo del viaje y en los cuales se retrataban los

más variados aspectos sobre la vida económica, política, social y cultural de la naciente nación,

por tanto, fueron variados y abundantes durante el periodo en mención2.

El trabajo parte de preguntarse por la manera como se configuraron las imágenes de los bogas del

río Magdalena y por la forma como en esas representaciones contribuyó el encuentro entre éstos

y los viajeros. Responder a esta doble cuestión implica reconocer, siguiendo a Ingrid Bolívar, «el

orden social como un orden construido y no dado» y que «el análisis de las visiones que hacen

inteligible al ―otro‖ pasa por la revisión de los múltiples sentidos con los que una sociedad se

explica, se concibe, y se ve a sí misma»3. Vale la pena aclarar que por viajeros se entenderán no

sólo los visitantes extranjeros, sino también los autores nacionales que en sus escritos elaboraron

textualmente sus experiencias de viaje. Recordemos, como lo ha señalado Santiago Muñoz,

siguiendo a James Clifford, que lo que hacía a un individuo viajero no era únicamente su

movilización geográfica, sino la relación que establecía con el lugar que visitaba, sus intensiones,

su mirada y su ubicación con respecto al entorno: «por más que el boga recorriera las aguas del

Magdalena, el viajero no era él, sino el europeo que transportaba en su champán»4.

Teniendo en cuenta lo anterior, esta investigación se estructura en torno a la hipótesis de que el

proceso de configuración de las representaciones sobre los bogas fue producto tanto del marco

ideológico compartido desde el cual los escritores construían su realidad social, como del

encuentro entre bogas y viajeros. Para ello, argumento que los autores construyeron una imagen

de los bogas como zambos que vivían en un medio ―funesto‖ y que tenían prácticas contrarias a

las de los hombres de ―buenas costumbres‖ a partir de las ideas dominantes entonces en torno a la

raza, el clima, los oficios y la civilización; y que, además, dicha construcción les permitió no sólo

2 El corpus documental está compuesto por 9 textos de autores nacionales y 12 libros de viaje de escritores

extranjeros. Al contexto y a los autores de las fuentes seleccionadas me referiré en las siguientes páginas de esta

introducción. 3 BOLÍVAR, Ingrid, ―Los viajeros del siglo XIX y el ‗proceso de civilización‘: Imágenes de indios, negros y

gauchos‖, en Memoria y Sociedad No. 18, Vol. 9, Bogotá, enero-junio de 2005, p. 20. 4 MUÑOZ, Santiago, ―Las imágenes de viajeros en el siglo XIX. El caso de los grabados de Charles Saffray sobre

Colombia‖, en Historia y Grafía, No. 34, México D. F., Universidad Iberoamericana, 2010, en prensa.

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ubicar a los bogas en el espacio de la barbarie, sino también establecer relaciones de poder,

subordinación, jerarquización y distanciamiento entre ellos y los sujetos a quienes se encontraban

describiendo. A la vez, sostengo que los estereotipos que se tejieron en torno a los bogas se

confirmaban y reforzaban en la travesía por el río Magdalena. Durante el viaje –entendido como

un espacio de encuentro y como una zona de contacto que exigía a los viajeros salir de su medio

social para entrar en el territorio del boga– el ―bárbaro gobernaba‖. Lo anterior, además de irritar

a los viajeros, escapaba a sus ideales de autoproclamada superioridad y los ayudaba a reproducir

la imagen ―bárbara‖ que tenían sobre los bogas. Ambos señalamientos me llevan a proponer que

las relaciones de poder entre bogas y viajeros eran ―opuestas‖ en el texto y en el contexto, y que

dicho contexto fue constitutivo de los mismos textos.

La actualidad de este tema se pone en evidencia si se tiene en cuenta que en las últimas décadas

el estudio de la literatura de viajes se ha convertido en uno de los principales objetos de

investigación de diversas disciplinas que han identificado en los textos de los viajeros el análisis

de formas de saber del mundo y la posibilidad de reflexionar acerca de quién conoce y cómo

conoce. Ejemplo de esto son libros como el de Mary Louise Pratt, Ojos imperiales. Literatura de

viajes y transculturación, y el de Joseph Fontana, Europa ante el espejo, que fueron

fundamentales en el presente trabajo para analizar la manera como los viajeros extranjeros

construían y se apropiaban del ‗otro‘. En Colombia, dicho tema ha sido estudiado por

historiadores como Jaime Jaramillo Uribe en el artículo ―La visión de los otros. Colombia vista

por observadores extranjeros‖ y Jorge Orlando Melo en “La mirada de los franceses: Colombia

en los libros de viaje durante el siglo XIX‖. También ha sido trabajado –desde la perspectiva de

la literatura nacional– por investigadores como Olga Restrepo en su artículo ―Un imaginario de

nación. Lectura de láminas y descripciones de la Comisión Corográfica‖ y Erna von der Walde

en ―El cuadro de costumbres y el proyecto hispano-católico de unificación nacional en

Colombia‖, cuyos trabajos me permitieron caracterizar la literatura de viajes y costumbrista

propia del siglo XIX.

Así mismo, la preocupación por el ‗otro‘ y por la manera como se representa y configura dicha

relación han sido objetivos fundamentales del estudio de la literatura de viajes. El libro de Peter

Burke, Formas de historia cultural –en el cual se acuña el concepto de encuentro cultural–; los ya

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mencionados trabajos de Pratt y Fontana –de los cuales empleé los conceptos de zona de contacto

y de distanciamiento, respectivamente–, y varios escritos de Pierre Bourdieu, en particular El

sentido práctico, del cual tomé la categoría de habitus, me ayudaron a analizar la manera como se

representó al boga y las relaciones subyacentes a dicha representación. También tuvieron una

gran influencia en la construcción del argumento del presente trabajo el libro del historiador

cultural Roger Chartier El mundo como representación y el artículo del sociólogo Norbert Elias

―Conocimiento y poder‖. Del primero me valí de la idea de que las representaciones discursivas

no están separadas de lo material, de las relaciones y que, por lo mismo, la construcción de

sentido por medio de las representaciones y de las prácticas es producto de elementos tanto

discursivos como extradiscursivos. A partir del segundo se configuró la idea de poder como un

atributo de toda relación humana y a plantear que dicha relación surge cuando un grupo o

individuo monopoliza aquello que otro necesita5.

El estudio de las imágenes que se construyen sobre el ‗otro‘ requiere comprender los marcos

interpretativos que delimitan las formas en que los escritores representan lo social. En el siglo

XIX las concepciones que se tenían sobre la raza y la geografía tuvieron un fuerte peso en las

construcciones discursivas. El libro de Julio Arias Nación y diferencia en el siglo XIX

colombiano. Orden nacional, racialismo y taxonomías poblacionales, los conocidos trabajos de

Thomas Skidmore, Black into White. Race and the Nationality in Brazilian Thought, Peter Wade,

Gente negra nación mestiza Dinámicas de las identidades raciales en Colombia, así como el de

Alfonso Múnera, Fronteras imaginadas: la construcción de las razas en el siglo XIX

colombiano, y el artículo de Max Hering ―‘Raza‘: variables históricas‖ –del cual tomé el

concepto de epistemes imperantes–, fueron utilizados para analizar la manera como los bogas y el

territorio en el cual éstos habitaban fueron descritos, imaginados y caracterizados a partir de las

categorías arriba enunciadas.

De acuerdo con el argumento que enmarca la presente investigación, el estudio de las

representaciones que se construyen sobre el ‗otro‘ no debe estar separado de la ―realidad‖. Sin

embargo, pese a su importancia y a la gran abundancia de fuentes primarias que los describen,

5 ELIAS, Norbert, ―Conocimiento y poder‖, en Conocimiento y Poder, Colección Genealogía del Poder No. 24,

Ediciones la Piqueta, Madrid, 1994, p. 52.

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son pocos los trabajos dedicados a los bogas del río Magdalena. Al respecto, vale la pena señalar

el único libro que se dedica exclusivamente a estos remeros: Los bogas de Mompox, Historia del

zambaje del momposino David Ernesto Peñas Galindo. También son significativos los trabajos

de Fals Borda, ―Mompox y Loba‖ –en Historia doble de la costa–; de Eduardo Posada Carbó,

―Bongos, champanes y vapores en la navegación fluvial colombiana del siglo XIX‖; y del

historiador Sergio Paolo Solano, Puertos, sociedad y conflictos en el Caribe colombiano, 1850,

1930, por sólo mencionar una de sus publicaciones. Estos últimos, aunque dan cuenta de

procesos históricos más amplios, resultan un esfuerzo importante por recomponer la historia de

estos sujetos.

Siguiendo los aportes y orientaciones de los autores referidos, la primera sección de este trabajo

está dedicada a la caracterización de los viajeros nacionales y extranjeros que recorrieron las

aguas del Magdalena en el siglo XIX, cuáles fueron sus intereses y qué relación tenía su

movilización con el expansionismo europeo y los procesos de independencia de comienzos del

siglo XIX. Con ayuda de las fuentes, delineo las condiciones del viaje, su recorrido y duración, y

analizo por qué el río y sus sistemas de transporte, a la vez que eran juzgados como reflejo del

atraso de la nación, eran vistos como símbolos de progreso y civilización. Por último, expongo

brevemente lo poco que se conoce sobre los bogas del Magdalena.

La segunda sección explora las representaciones que se construyeron sobre los bogas del

Magdalena en la literatura decimonónica. En ésta, sostengo que las imágenes estereotipadas que

se elaboraron sobre los trabajadores de los champanes estaban ancladas en el habitus de los

viajeros6 y que, por lo mismo, eran producto de las epistemes imperantes desde las cuales los

autores construían su realidad social7. Las ideas preconcebidas propias del siglo XIX –como la

6 El habitus es, para Bourdieu, «un sistema de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas

predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes» (BOURDIEU, Pierre, El sentido práctico, Barcelona,

Editorial Paidós, 1991, p. 92). Según Santiago Castro-Gómez, el concepto de habitus es desarrollado por Bourdieu

con el fin de conceptualizar el modo en que los individuos incorporan en su estructura mental una serie de valores

culturales que les identifican como miembros de un determinado grupo social (CASTRO GÓMEZ, Santiago, La

hybris del punto cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816), Bogotá, Editorial Pontificia

Universidad Javeriana, Instituto Pensar, 2005, p. 81). 7 Por el concepto de episteme Max Hering entiende «un conjunto de conocimientos de una época determinada que

condiciona la construcción discursiva de los saberes» (HERING TORRES, Max, ―Raza‖: variables históricas‖, en

Revista de Estudios Sociales no. 26, Bogotá, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes, abril de 2007,

p. 17).

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opinión que se tenía del zambo como una raza degenerada, de la desnudez como símbolo de

ignorancia y de la influencia de la geografía en el carácter de los hombres, por solo mencionar

algunas de ellas– permitieron a los escritores enmarcar a los bogas dentro de lo ―bárbaro‖, a la

vez que distanciarse y presentarse a sí mismos como modelo de ‗civilidad‘ y como miembros de

un espacio privilegiado de poder.

Partiendo de la idea de Roger Chartier sobre la mutua influencia entre realidad y representación,

la tercera sección se centra en el encuentro entre bogas y viajeros. En ésta, argumento que el viaje

por el río Magdalena implicaba para ambos sujetos no sólo un desplazamiento geográfico, sino el

establecimiento de una zona de contacto en la cual el lenguaje dominante era el del boga8. Lo

anterior ponía a los viajeros en una situación de ―indefensión‖ frente a aquellos sujetos que, como

ya se mencionó, eran concebidos por los escritores como ―bárbaros‖ e ―inferiores‖. De ahí que la

sección se articule en torno al estudio de las ventajas que poseían los bogas –en palabras de un

viajero– para moverse «por sus propias y favorecidas tierras» 9

y a las ―negociaciones‖ que se

dieron entre éstos y los viajeros, sosteniendo que las relaciones de poder ‗asimétricas‘ que se

establecieron durante el encuentro permitieron a los viajeros reforzar ciertos estereotipos en

relación con el boga. De ahí que se concluya que si bien las apreciaciones de los viajeros con

respecto a los bogas fueron producto de la mirada civilizatoria desde la cual los primeros

escribían, también fueron el resultado del encuentro entre ambos sujetos.

La pregunta por las representaciones estereotipadas que se construyeron sobre los bogas durante

el siglo XIX da cuenta de cómo los viajeros-letrados se confirmaron y expresaron su

autoconciencia de superioridad. Además, permite confirmar que los tipos de representaciones que

se consideraron naturales, como la inferioridad de los zambos o la degeneración de los habitantes

de la ―tierra caliente‖, han sido históricamente construidos a partir de la interacción entre

diferentes actores. A la vez, permite ver y entender la manera como se representó a un grupo que,

aunque crucial para el progreso de la nación, fue fuertemente racializado. En definitiva, resulta

8 Por zona de contacto Pratt entiende los «espacios sociales en los que culturas dispares se encuentran, chocan y se

enfrentan, a menudo en relaciones de dominación y subordinación fuertemente asimétricas» (PRATT, Mary Louise,

Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1997, p.

p. 21-22). 9 STEUART, John, Narración de una expedición a la capital de la Nueva Granada y residencia allí de once meses,

Bogotá, Academia de Historia de Bogotá, Tercer Mundo Editores, Colección Viajantes y viajeros, 1989., p.p. 71-72.

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interesante e importante en la medida en que posibilita encontrar los elementos que constituyeron

la estructura de la cultura ―dominante‖ en el siglo XIX y penetrar en el mundo de los valores, del

poder y del lenguaje de la época.

Llegados a este punto, es preciso señalar que a lo largo del proceso de búsqueda, lectura y

análisis de fuentes primeras me preocupé por identificar cambios en el discurso que se construyó

en relación con el boga. Aunque las fuentes parecían ser muy parecidas la una a la otra, suponía

que las representaciones sobre estos sujetos debían variar enormemente, pues no es lo mismo un

viajero de 1820 a uno de 1880 ni un político colombiano a un geógrafo norteamericano. En

efecto, tales diferencias existen. Lo que sorprende, y lo que sorprenderá seguramente a los

lectores, es que no encontré cambios importantes en la manera como se representó al boga del

Magdalena ni en el tiempo ni entre los escritores nacionales y extranjeros. La visión que tenía del

boga el diplomático francés Gaspard Mollien en 1823 era similar a aquella que encontramos en

los textos del escritor colombiano José María Samper en 1861, por ejemplo. Lo anterior implica,

parafraseando a Braudel, que los contextos mentales desde los cuales se representó al boga son de

largo duración10

, y que el discurso construido en torno a lo bogas, por ser éstos un grupo

fuertemente racializado, presenta una continuidad enorme a lo largo del siglo XIX.

Consciente de lo anterior, e interesándome menos en lo que se mueve y más en lo que queda

constante, el presente trabajo se centra en analizar lo homogéneo en los textos, quedando

pendiente realizar un estudio minucioso sobre lo heterogéneo en el cual se puedan establecer

comparaciones más sutiles entre los viajeros nacionales y extranjeros y entre los mismos viajeros.

No debe olvidarse que, si bien los autores eran portadores de epistemes imperantes y se veían

afectados por los valores de su propia cultura, sus intereses personales y su profesión (como en

todo testimonio) debieron influir en la comprensión que cada uno tuvo de los bogas.

10

BRAUDEL, Fernand, ―Historia y Ciencias sociales. La larga duración‖, en Annales, E. S. C., No. 4, París,

octubre-diciembre de 1958, p.p. 725-753.

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Sección 1.

Viajeros, viajes y „viajados‟ del río Magdalena

Producto de las transformaciones que se dieron tanto en Europa como en América, durante las

primeras décadas del siglo XIX llegaron a los puertos de Suramérica viajeros de diferentes

nacionalidades: Hispanoamérica se había abierto a los visitantes y se había convertido, en

palabras de Pratt, en un «Nuevo Mundo, porque había iniciado un camino de experimentación

social para el cual la metrópoli brindaba escasos precedentes»11

. Junto a estos viajeros, el siglo

XIX conoció otros cuyas circunstancias eran diferentes: intelectuales ‗latinoamericanos‘ que

recorrieron sus propias tierras, bien porque se habían dado a la tarea de explorar las nuevas

repúblicas, bien porque se sintieron atraídos por visitar otros lugares y debieron movilizarse para

salir y regresar a sus países de origen.

El actual territorio colombiano fue el destino y el punto de partida de gran cantidad de viajeros12

.

La expansión comercial de las potencias europeas, los procesos independentistas y su ubicación

estratégica como cruce entre Centro y Suramérica, entre el mar Caribe y el Océano Pacífico, y

entre los Andes, los Llanos y la Amazonía, fueron algunos de los elementos que despertaron el

interés de gobiernos, literatos, aventureros y hombres de ciencia13

. Sus experiencias de viaje y su

impresión sobre las tierras visitadas quedarían consignadas en textos de diversa índole; textos que

11

PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 307. 12

Son numerosos los estudios sobre los viajeros extranjeros que durante el siglo XIX visitaron el actual territorio

colombiano. Ver por ejemplo: ANGULO JARAMILLO, Felipe, ―Viajeros franceses del siglo XIX en Colombia. Un

balance bibliográfico‖, en Boletín AFEHC No. 31, agosto de 2007, disponible vía web: http://afehc-historia-

centroamericana.org/index.php?action=fi_aff&id=1649 Consultado el 20 de agosto de 2009; JACQUES

GOINEAU, Jean, ―Presencia francesa y acción diplomática de Francia en Colombia durante el siglo XIX‖, en

Boletín AFEHC No. 31, 2007, disponible vía web: http://afehc-historia-

centroamericana.org/index.php?action=fi_aff&id=1654 Consultado el 20 de agosto de 2009; JARAMILLO

URIBE, Jaime, ―La visión de los otros. Colombia vista por observadores extranjeros‖, en Historia Crítica No. 24,

Bogotá, Universidad de los Andes, 2002, p.p. 7-24; MELO, Jorge Orlando, La mirada de los franceses: Colombia en

los libros de viaje durante el siglo XIX, disponible vía web:

http://www.lablaa.org/blaavirtual/sociologia/melo/franceses.htm Consultado el 20 de abril de 2006; MUÑOZ

ARBELAEZ, Santiago, op. cit; NÚÑEZ, Eduardo, ―Viajeros norteamericanos en el pacífico antes de 1825‖, en

Journal of Inter-American Studies, Vol. 4, No. 3, Miami, University of Miami, 1962, pp. 327-349; OLAVE

QUINTERO, Viviana, ―Viajeros de la avanzada del capitalismo. La visión de Gaspard Théodore Mollien sobre la

política de la Nueva Granada en la post – independencia‖, en Historia y Espacio No. 19, Revista del Departamento

de Historia de la Facultad de Humanidades, Cali, Universidad del Valle, p. p. 5-20, disponible vía web:

http://historiayespacio.com/rev33/art4.html Consultado el 20 de abril de 2010. 13

ANGULO JARAMILLO, Felipe, op. cit.

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evidencian que los escritores –fueran nacionales o extranjeros– eran portadores de ideas

dominantes en su época, como lo fue, por ejemplo, la explicación de los fenómenos históricos a

causa de factores geográficos o por las características que se le atribuían a las diferentes razas14

.

La mayor parte de los viajeros que visitaron Colombia durante el siglo en mención hicieron un

recorrido similar al de Gonzalo Jiménez de Quesada en 1536: después de llegar a Santa Marta o

Cartagena sobre la costa Caribe, remontaron el río Magdalena desde su desembocadura hasta

Honda, para subir de allí a la cordillera Oriental y alcanzar la Sabana de Bogotá15

. Este mismo

trayecto, pero en ocasiones a la inversa, debieron recorrer tanto las mercancías como los viajeros

nacionales que entraron o salieron del país. Todos, o casi todos los viajeros tuvieron, por tanto,

que valerse del río Magdalena para llegar a sus lugares de destino, pues, como lo recuerda

Herrera, el río era la «vía de comunicación estratégica entre la Región Caribe, los Andes centrales

y el interior del continente»16

. Y puesto que el itinerario de viaje era una ocasión propicia para

elaborar un buen relato, en los textos de los viajeros la descripción del río se destacó siempre17

:

no hay una sola de las obras de quienes tomaron esta ruta que no contenga la narración del viaje

por el Magdalena y la caracterización de uno de los sujetos que lo hacían posible: el boga.

Con el fin de presentar el contexto en el que se enmarca el presente trabajo, en las páginas que

siguen expondré quiénes fueron estos viajeros, cuáles fueron sus intereses y qué relación tenía su

movilización con el expansionismo europeo y con los procesos de independencia del siglo XIX.

Posteriormente, hablaré del río Magdalena, de su importancia, y realizaré una descripción de la

experiencia de viaje vivida por los viajeros, delinearé las condiciones del viaje, su recorrido y

duración. Por último, presentaré una breve reseña histórica sobre lo poco que se conoce sobre los

bogas.

14

JARAMILLO URIBE, Jaime, ―La visión de los otros…‖, op. cit., p.p. 8, 19. De este asunto me ocuparé en la

segunda sección. 15

Ibíd., p. 8; ANGULO, Felipe, op. cit. Otros viajeros también entraron por Venezuela, por el sur-oeste (Ecuador y

Perú) o por Panamá. 16

HERRERA ÁNGEL, Martha, ―Transición entre el ordenamiento territorial prehispánico y el colonial en la Nueva

Granada‖, en Historia Crítica No. 32, Bogotá, Universidad de los Andes, julio-diciembre de 2006, p. 135. 17

PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 261.

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a. El viajero decimonónico

Los viajeros extranjeros que recorrieron el río Magdalena durante el siglo XIX fueron, en su

mayoría, emisores de un proyecto expansionista europeo que, si bien se había iniciado en el siglo

XVIII, no había podido concretarse en las colonias americanas debido a los fuertes controles

impuestos por la corona española: la metrópoli, preocupada por la penetración de otras potencias

imperiales extranjeras, había sido muy cuidadosa con el control de la llegada de viajeros a

Hispanoamérica y, por lo mismo, con la expedición de licencias de comercio y de permisos para

explorar sus territorios18

. De ahí que al comenzar el siglo XIX el interior continental de América

permaneciera ―virtualmente‖ inexplorado para los europeos no españoles19

; y que la

independencia significara la apertura a relaciones comerciales entre Europa y América, en

contraposición a los territorios que durante la colonia habían estado cerrados a pueblos diferentes

al español20

: «Sólo después de 18[19] los extranjeros tuvieron la posibilidad de pasearse

[tranquilamente] por el territorio americano y llevar a cabo su proyecto de expansión comercial»,

como lo expresa Olave21

.

Los primeros viajeros interesados en la búsqueda de nuevos mercados y de formas de inversión

llegaron, por tanto, una vez producida la independencia. Como lo ha señalado Jaramillo, las

intenciones comerciales de las potencias europeas –producto de la Revolución Industrial, del

impulso del capitalismo y de las ideologías liberales– presentaban a Colombia como un candidato

potencial para crear proyectos de inversión y para establecer relaciones comerciales entre ésta y

naciones europeas como Inglaterra, Francia, Suecia y Alemania22

. De hecho, por su ya

mencionada ubicación estratégica y por la riqueza natural de su territorio, el país era considerado

un buen mercado para colocar manufacturas y adquirir materias primas y mineras de gran

demanda en Europa. Este interés no era unilateral. En palabras de Olave:

18

Al respecto ver: NÚÑEZ, Eduardo, op. cit., p.328; MUÑÓZ, Santiago, op. cit. 19

SÁNCHEZ, Efraín, ―Agustín Codazzi y la geografía en el siglo XIX‖, en Revista Credencial de Historia No. 42,

Bogotá, 1993, disponible vía web:

http://www.temascolombianos.com/COMISIOM%20COROGRAFICA/AGUSTIN%20CODAZZI%20Por

%20Efrain%20Sanchez%20Cabra.pdf Consultado el 20 de abril de 2010. 20

JARAMILLO, Jaime, ―La visión de los otros…‖ op. cit., p. 13. 21

OLAVE, Viviana, op. cit.; NÚÑEZ, Eduardo, op. cit., p. 332. 22

JARAMILLO, Jaime, ―La visión de los otros…‖ op. cit., p. 13.

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13

Si para los europeos […] América se convirtió en la posibilidad de obtener mercados

y materias primas, para los americanos la relación económica y política con algunas

potencias europeas se convirtió en la mejor opción de consolidar el proyecto

independentista23

.

Los extranjeros que llegaron a Colombia hacia la década de los años veinte del siglo XIX –y que

seguirían llegando a lo largo de todo el siglo–, se preocuparon por la exploración y

documentación de las tierras del interior del país. Según Pratt, estos viajeros no describirían

realidades que se dieran por nuevas, pues ya no existían lugares no transitados, y, en contraste

con sus predecesores, «no se presentaban como descubridores de un mundo primigenio; los

trozos de la naturaleza que recogerían eran muestras de materias primas, no muestras del designio

cósmico de la naturaleza»24

. De ahí que los ríos –en particular el Magdalena, que por la fertilidad

de sus tierras era visto como un gran depósito de materias primas25

– fueran los protagonistas de

muchos de sus relatos.

Según Beatriz González:

El viajero del siglo XIX es diferente de Marco Polo; se hace necesario distinguirlo de

los cronistas de Indias, a pesar de que uno y otros presentan con su mirada una forma

especial de interpretación. Es un personaje nacido de Rousseau y del romanticismo,

impulsado por Humboldt, que escribe sus observaciones y dibuja a caballo o en

canoa, para quien la rapidez del apunte acuarelado no le hace requerir del estudio

confortable y quien encuentra reposo en los peligros de la selva. Para conocer el

mundo hay que recorrerlo con el lápiz en la mano, decía Herder26

.

No existe un perfil común a los viajeros que llegaron al país y recorrieron el río Magdalena

durante el siglo en mención. Algunos eran científicos; otros, simplemente, aventureros que

23

OLAVE, Viviana, op. cit. Con respecto a las políticas de inmigración, de exportaciones y de atracción de capital

extranjero por parte del gobierno de la Gran Colombia ver BUSHNELL, David, Colombia, una nación a pesar de sí

misma. De los tiempos precolombinos a nuestros días, Bogotá, Planeta, 1996, p. 177; KÖNIG, hans Joachim, En el

camino hacia la nación. Nacionalismo en el proceso de formación del Estado y de la nación de la Nueva Granada

1750 a 1856, Bogotá, Banco de la República, 1994, p. 362; OCAMPO, José Antonio, Colombia y la Economía

Mundial: 1830-1910, Bogotá, Tercer Mundo Editores, Colciencias Fedesarrollo, 1998. 24

Ibíd., p. 51. 25

Al respecto ver: KASTOS, Emiro (Juan de Dios Restrepo), ―Cartas á un amigo de Bogotá‖ en El Neo-granadino

No. 187, Bogotá, 19 de Diciembre de 1851, disponible vía web:

http://www.lablaa.org/blaavirtual/modosycostumbres/ares/ares13.htm. Consultado el 28 de marzo de 2006. 26

GONZÁLEZ, Beatriz, Ramón Torres Méndez. Entre lo pintoresco y la picaresca, Bogotá, Carlos Valencia

Editores, 1986, disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/todaslasartes/torres1/indice.htm

Consultado el 20 de abril de 2010.

Page 14: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

14

buscaban fortuna o comerciantes en pos de las oportunidades de mercado dejadas por la

desaparición del restrictivo imperio español. También hubo emisarios de gobiernos extranjeros,

tanto en carácter diplomático como contiguo con el espionaje. Igualmente, llegaron personas

contratadas por el gobierno colombiano para desempeñarse en la construcción de obras civiles,

como maestros o consejeros. Según Pratt, la oleada de viajeros

estaba compuesta principalmente por británicos, quienes viajaban y escribían como

exploradores de avanzada del capital europeo. Ingenieros, mineralogistas, criadores,

agrónomos, militares, con frecuencia estos viajeros de comienzos del siglo XIX eran

enviados al ―nuevo continente‖ por compañías de inversores europeos, como

expertos en la búsqueda de recursos explotables, contactos y contratos con las élites

locales, información sobre potenciales emprendimientos, condiciones de trabajo de

mano de obra, transporte, posibilidades de mercado, etc.27

Entre quienes llegaron a Colombia por razones científicas se encontraba el geólogo e ingeniero

Jean Baptiste Boussingault, quien fuera contratado por el gobierno colombiano para realizar

estudios geológicos y colaborar con la fundación de una escuela de ingeniería. Antes de viajar, se

entrevistó con Humboldt: «debíamos recorrer los sitios que él había visitado hacía 20 años y

residir allí para completar y aumentar algunas de las observaciones que había hecho»28

.

Boussingault estuvo en Colombia entre 1822 y 1830. Le seguirían, entre otros, viajeros como el

norteamericano Issac Holton, quien en 1857 visitó el país con el objetivo de estudiar la flora

tropical, además de los problemas educativos y religiosos de la población29

; el geógrafo francés

Eliseé Reclus, el cual residió en Bogotá entre 1855 y 1857, en parte por intereses científicos y en

parte para huir de las persecuciones a sus ideas anarquistas y el también francés Charles Saffray,

quien viajó en 1869 con el objetivo de estudiar las virtudes curativas de las plantas. Otros

viajeros llegaron como representantes diplomáticos y, por lo general, en busca de relaciones

comerciales. El coronel inglés John Potter Hamilton, por ejemplo, viajó a Colombia en 1824

como ―agente confidencial‖ del gobierno francés para estudiar las instituciones políticas de la

naciente nación y, un año más tarde, apareció como ministro plenipotenciario para celebrar un

tratado de comercio. Un año antes había llegado al país el también inglés Charles Stuart

27

PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 257. Ver también MUÑOZ, Santiago, op. cit. 28

BOUSSINGAULT, Jean Baptiste, citado por MELO, Jorge Orlando, op. cit. (En el texto de Melo no aparece la

referencia de la cual fue tomada la cita de Boussingault). 29

NOGUERA, Aníbal, Crónica grande del Río de la Magdalena, Tomo II, Bogotá, Ediciones Sol y Luna, Banco

Cafetero, 1980, p. 61.

Page 15: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

15

Cochrane, quien traía una misión similar: establecer negocios mercantiles y mineros con la

naciente nación. En 1825 el oficial de la marina real sueca Carl August Gosselman viajó a

Colombia en busca de relaciones comerciales entre los dos países y, en 1828, llegaría el

diplomático francés August Le Moyne, quien fuera secretario de la delegación de Francia y

representante del gobierno de Carlos X30

. Viajeros como el francés Gaspard Theodore Mollien

(1823), el escocés John Steuart (1835) y el sueco Ernst Röthlisberger (1880) arribaron a América

en otras condiciones. El primero, al parecer, llegó por la curiosidad despertada por el impacto que

las narraciones de la independencia habían tenido en Europa. Quería saber cómo se organizaban

las nuevas sociedades y evaluar el papel de Francia en las nuevas naciones31

. Steuart, por su

parte, era fabricante de sombreros y quería estudiar la industria del vestido masculino, mientras

que Röthlisberger fue contratado por el gobierno colombiano como profesor de historia y

filosofía.

Más allá de sus intenciones, todos los viajeros que debieron tomar la ruta del Magdalena

registraron sus impresiones del viaje, ya fuera en bitácoras de recorrido, en informes o reportes

científicos. En los textos, consignaron sus observaciones sobre el ambiente natural y social,

detallaron los ―tipos humanos‖32

–dentro de los cuales el boga fue uno de los más destacados–,

las costumbres de los habitantes, las virtudes y defectos de los pueblos. Según Eduardo Núñez,

hasta el más rutinario informe de situaciones o casos de interés en las relaciones internacionales

dejó espacio para impresiones de viaje, usos y costumbres, o semblanzas de nuevos personajes de

la política33

. El viajero decimonónico, por tanto, era un narrador que presentaba al público el

testimonio de una experiencia de viaje34

.

Es importante aclarar que estos testimonios no eran descripciones espontáneas y objetivas de

nuevas experiencias35

, por lo que es preciso tener en cuenta dos aspectos. En primer lugar, que

30

MELO, Jorge Orlando, op. cit. 31

Ibíd.. 32

Los ´tipos humanos‘ eran tipos regionales fuertemente racializados. Según Arias, «Los tipos obedecían a una

taxonomía confusa y elemental a la vez, cuyo mayor objetivo era clasificar las diferentes variaciones, muestras y

ejemplos de lo nacional» (ARIAS VANEGAS, Julio, Nación y diferencia en el siglo XIX colombiano: orden

nacional, racialismo y taxonomías poblacionales, Bogotá, Uniandes, 2005, p. 82). 33

NÚÑEZ, Eduardo, op. cit., p. 346. 34

MELO, Jorge Orlando, op. cit. 35

BURKE, Peter, Formas de historia cultural, Madrid, Alianza Editorial, 2000, p. 127.

Page 16: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

16

los viajeros escribían pensando en la ulterior publicación de los textos y en su circulación entre

los lectores europeos, lo que los obligaba a seguir ciertas convenciones literarias y a situarse

dentro de un corpus documental que les daba los parámetros sobre la manera en la que se debía

representar al ‗otro‘36

. Eliseé Reclus, por ejemplo, escribió para la revista más influyente de la

época, la Revue des Deux Mondes, dirigida a un público de élite social y cultural de Francia37

.

Charles Saffray, por su parte, publicó sus notas en el famoso periódico de viajes Le Tour du

Monde, en que se divulgaron numerosos viajes «efectuados en todos los contenientes, incluyendo

los jóvenes países hispanoamericanos y Colombia», como lo señala Angulo38

. Entre quienes

escribieron sobre su estancia en el país, únicamente algunos publicaron sus memorias como un

libro poco después de su regreso, como Gaspard Mollien. Otros lo hicieron muchos años después,

como August Le Moyne, o fueron editados después de su muerte, como fue el caso de

Boussingault. En segundo lugar, que el tiempo con que contaban los viajeros entre el viaje y la

publicación de los textos les permitió leerse y citarse entre ellos. Mollien, por ejemplo, lector de

Humboldt como Boussingault, fue leído por muchos de los europeos que visitaron Colombia en

el siglo XIX. Le Moyne, por su parte, escribió apoyado en su diario de viaje y en viajeros y

escritores casi 40 años después de su salida de Colombia39

. Y Holton, según Noguera, «consultó

lo que pudo: el Semanario de Caldas, el ―Bogotá en 1836-7‖ de Stuart, los artículos de

Boussingault, una publicación del presidente Mosquera, la historia de Plazas y…pare de

contar»40

.

Lo que me interesa resaltar con todo esto, siguiendo a Burke, es el porqué del aspecto retórico y

la importancia de esquemas y lugares comunes en las descripciones. Sólo de esta manera es

posible entender que en la literatura de viajes del siglo XIX –como mostraré en la próxima

sección– se repitieran una y otra vez las convenciones y los temas, y que, según el mismo autor,

las narraciones reflejaran «prejuicios en el sentido literal de opiniones formadas antes [o después]

de que los viajeros salieran de su país, tanto si dichas opiniones eran fruto de conversaciones

36

MUÑÓZ, Santiago, op. cit. 37

ANGULO, Felipe, op. cit. 38

Ibíd. 39

MELO, Jorge Orlando, op. cit. 40

NOGUERA, Aníbal, op. cit., p. 61.

Page 17: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

17

como de lecturas»41

. Pese a esto, no hay que perder de vista que, como argumento más adelante,

los textos de los viajeros no sólo se construían con base en otros textos y en torno a otros libros,

ni eran una simple copia o repetición de las lecturas efectuadas. Según Patricia Almarcegui,

El viajero proyectaba sus conocimientos en el país visitado y comprobaba con la

mirada que lo que habían leído coincidía con lo que percibía en su visita. Sólo la

comprobación in situ confirmaba los conocimientos adquiridos antes de la partida.

La mirada engendraba conocimiento42

.

El viaje, por tanto, hacía parte de un sistema de conocimiento y de divulgación del ‗otro‘. Fueran

cuales fueren sus nacionalidades, destinos o intereses, los viajeros extranjeros tenían un nexo

común: eran originarios de sociedades ‗modernas‘ que se estaban urbanizando y cuyas costumbres

distaban de aquellas observadas en el país que se encontraban visitando. En este sentido, eran

portadores de las epistemes imperantes y juzgaban el entorno desde la perspectiva europea o

norteamericana. Y ya que en el siglo XIX, en especial, Europa asumió de manera creciente una

visión de sí misma como encarnación del destino humano que habría de extenderse hasta la

periferia ―salvaje‖43

, no sorprende que los autores también escribieran para instaurar una

diferencia. En palabras de Pratt:

Los estudiosos del discurso colonial reconocerán aquí el lenguaje de la misión

civilizadora, con el que los noreuropeos presentan a los pueblos como (para ellos)

―nativos‖, seres incompletos que sufren la incapacidad de haber llegado a ser lo que

son los europeos ya son, o de haberse convertido en lo que los europeos pretendían

que se convirtieran44

.

Ahora bien, tal y como ha sido señalado, los visitantes de las potencias extranjeras no fueron los

únicos en recorrer el territorio colombiano. Al concretarse el proceso independentista, los

intelectuales criollos se dieron a la empresa de viajar por su país y de aventurarse hacia tierras

lejanas en la geografía, como Europa y Estados Unidos. Quienes hicieron lo primero –la mayoría

de ellos científicos interesados en construir, ordenar y pensar la nueva república–, exploraron y

41

BURKE, Peter, op. cit., p 128. 42

ALMARCEGUI, Patricia, ―La metamorfosis del viajero a Oriente‖, Revista de Occidente No. 280, Madrid,

septiembre de 2004, p. 106. 43

MELO, Jorge Orlando, op. cit. 44

PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 268.

Page 18: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

18

demarcaron un país que les era aún ‗desconocido‘ y clasificaron a sus habitantes con el fin de

definir y crear una idea de nación. Quienes consiguieron lo segundo, viajaron con un objetivo

similar: esbozar los diferentes proyectos de construcción del Estado a la luz de los modelos de

Francia, Estados Unidos o Inglaterra: iban a aprender, a tratar de encontrar las claves de la

‗civilización‘ y ver cómo su experiencia los educaba o servía para educar a los colombianos45

.

Unos y otros, ya fuera para moverse por el interior del país o para entrar y salir del mismo, se

vieron obligados a tomar la ruta del Magdalena.

Al igual que los viajeros extranjeros, los nacionales no se limitaron a redactar informes o a

levantar la cartografía de la República. Sus ‗cuadros‘ de investigación científica sobre las

regiones y sus habitantes así como sus diarios de viaje dieron origen a la aparición de un

sinnúmero de dibujos, grabados, crónicas y libros de viaje en los cuales retrataban los recursos

naturales, la topografía, el relieve, pero también los ―tipos humanos‖, sus usos y costumbres. En

últimas, ―todos los detalles dignos de anotarse‖.

Si se trataba de dar a conocer la nación que a mediados del siglo era una ―incógnita‖ para la gran

mayoría de sus habitantes, no sorprende que las obras realizadas por los viajeros fueran

divulgadas46

. La gran mayoría de los habitantes de las ciudades ―conocerían‖ el país a través de la

lectura de sus descripciones. Entre ellas, las más representativas fueron las de la Comisión

Corográfica, «empresa justamente contratada con el fin de ―dar a conocer el país‖ en sus

relaciones físicas, morales y políticas», como lo anota Olga Restrepo citando la ley que en 1839

había ordenado formar la Carta Geográfica de la Nueva Granada47

.

45

MARTÍNEZ, Frédéric, El nacionalismo cosmopolita: la referencia europea en la construcción nacional en

Colombia, 1845-1900, Bogotá, Banco de la República, Instituto Francés de Estudios Andinos, 2001. 46

RESTREPO, Olga, RESTREPO, Olga, ―Un imaginario de nación. Lectura de láminas y descripciones de la

Comisión Corográfica‖, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura No. 26, Bogotá, 1999, p. 31. 47

Codificación Nacional de todas las leyes de Colombia desde el año de 1821: hecha conforme a la ley 13 de 1912,

por la sala de Negocios Generales del Consejo de Estado, Vol. 8, Imprenta Nacional, Bogotá, 1924, p.p. 341-342. En

Ibíd., p. 32. Sobre la Comisión Corográfica ver también: GUHL CORPAS, Andrés Ernesto, ―La Comisión

Corográfica y su lugar en la geografía moderna y contemporánea‖, en BARONA BECERRA, Guido, et. Alt. (Org.),

Geografía Física y Política de la Confederación Granadina (Estado de Antioquia), Vol. 4, Medellín, 2005, p.p. 27-

41; RESTREPO, Olga, ―Un imaginario de nación. Lectura de láminas y descripciones de la Comisión Corográfica‖,

en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura No. 26, Bogotá, 1999, p.p. 30-58; ROZO, Esteban,

―Naturaleza, paisaje y viajeros en la Comisión Corográfica‖, en Tabula Rasa. Revista de humanidades, Bogotá,

Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca, 2001, disponible vía web:

http://www.revistatabularasa.org/documents/tesisrozo.pdf Consultado el 24 de enero de 2010.

Page 19: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

19

Uno de los medios utilizados para poner las obras en circulación fue la prensa. Diversos artículos

circularon en periódicos como El Observador, El Neogranadino, El Tiempo y en revistas como

El Mosaico. Los escritores de esta última, que nació como tertulia en 1858 y que fue dirigida por

José María Vergara y Vergara, se encargaron de procesar parte del legado de la Comisión, pues

muchos de sus miembros habían participado en las expediciones o se habían convertido en

continuadores de su labor una vez se disolvió. Pese a que El Mosaico estaba dedicado

especialmente a asuntos literarios, la noción con la cual operó fue muy amplia, posicionando

escritos como los informes científicos y las crónicas de viaje. El grupo se proponía, como consta

en el núm. 1 del 24 de diciembre de 1858, «hacer conocer el suelo donde recibimos la vida, i

donde seguirán viviendo nuestros hijos. A nosotros nos toca el elogio de las grandes acciones, la

pintura de nuestros usos y costumbres; darles coherencia a las dispersas individualidades del

momento»48

.

El Mosaico se convirtió en el espacio de difusión del costumbrismo y organizó su labor en torno

a este género, el cual incluyó todo tipo de trabajos de descripción de los espacios geográficos del

territorio nacional, de sus gentes, sus formaciones sociales y económicas49

. Gracias a lo anterior,

«este grupo terminó consolidando los contornos de la literatura nacional, afectando sus

desarrollos futuros, al mismo tiempo que su actividad le otorgó el papel fundamental a la

literatura en la formación de los imaginarios nacionales», como argumenta Von der Walde50

. Del

círculo salieron publicaciones como el Museo de cuadros de costumbres, variedades y viajes,

recopilado por el mismo Vergara y Vergara con la colaboración de otros miembros de la tertulia.

Aunque no es mi objetivo caracterizar la literatura costumbrista colombiana, es importante

mencionar que las publicaciones del Museo estaban acompañadas de prólogos que definían los

valores nacionales y que contribuyeron a la configuración de un mapa social de la nación que

tenía como propósito sentar las bases para una pedagogía civilizatoria y ciudadana. Según von

der Walde:

48

Citado por LUQUE MUÑOZ, H., Narradores colombianos del siglo XIX: Introducción, Bogotá, Biblioteca Básica

Colombiana, 1976, p. 3. 49

DER WALDE, Erna, ―El cuadro de costumbres y el proyecto hispano-católico de unificación nacional en

Colombia‖, en ARBOR Ciencia, Pensamiento y cultura, CLXXXIII 724, marzo-abril de 2007,, p. 243. 50

Ibíd.

Page 20: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

20

El costumbrismo resultó un vehículo apto para crear un mapa cultural del país como

mosaico, una imagen que posibilitó imaginar la ―unidad en la diversidad‖, para usar

uno de los lemas del hispanismo actual. El conjunto amplio de cuentos, poemas,

crónicas de viaje, coplas, láminas y demás materiales que podían ubicarse bajo el

rubro, en los que se retrataban tipos humanos con el trasfondo de paisajes, ilustrando

las diferentes formaciones sociales y económicas, se registraban los hábitos, las

fiestas, las prácticas religiosas, las industrias, las labores del campo, permitieron

trazar los contornos de una ―comunidad imaginada‖51

.

Los escritores costumbristas cuyos textos tenían como motivo el viaje, eran intelectuales

multifacéticos, preocupados por la literatura y la historia, la gramática y la filología, la poesía, el

estudio de las costumbres, la política y la geografía, entre otros52

. De ellos me interesa destacar

aquellos que en sus escritos describieron el río Magdalena, sus experiencias de viaje y

caracterizaron a los sujetos que hacían posible la circulación de bienes y personas: los bogas del

Magdalena. Tal es el caso del ya mencionado escritor y crítico literario bogotano José María

Vergara y Vergara, quien dejó sus impresiones sobre los habitantes del Magdalena en su

reconocida obra Historia de la literatura en la Nueva Granada53

; así como el del político, poeta,

traductor y fundador de El Mosaico, José Joaquín Borda, quien escribió, entre otros, el ‗relato de

viaje‘ titulado ―Seis horas en un champán‖54

; y del antioqueño Emiro Kastos (seudónimo de Juan

de Dios Restrepo), quien fue periodista, comerciante, agricultor, minero, político y autor de

Cartas a un amigo en Bogotá, texto en el que caracterizó a los bogas clasificándolos en

―verdaderos‖ y ―apócrifos‖55

. También me interesa destacar al bogotano Rufino Cuervo, padre

del filólogo y gramático Rufino José Cuervo y autor del primer cuadro de costumbres sobre los

bogas del Magdalena56

; al poeta y escritor cartagenero Manuel María Madiedo, autor del cuento

―El boga del Magdalena‖ y de varios poemas sobre este río57

, y al intelectual y político tolimense

51

Ibíd., p. 248. 52

RESTREPO, Andrés, ―El Mosaico (1858-1872): Nacionalismo, élites y cultura en la segunda mitad del siglo

XIX‖, en Fronteras de la historia, Vol. 8, Bogotá, Ministerio de Cultura, 2003, p. 20. 53

VERGARA Y VERGARA, José María, (1867a). Historia de la Literatura en la Nueva Granada, Bogotá,

Biblioteca Banco Popular, 1974, disponible vía web:

http://www.lablaa.org/blaavirtual/literatura/histolit/indice1.htm Consultado el 20 de noviembre de 2007. 54

BORDA, José Joaquín (1867), "Seis horas en un champán", en Museo de Cuadros de Costumbres. Variedades y

viajes, Tomo II, Bogotá, Biblioteca del Banco Popular, 1973, p.p. 109-124. 55

KASTOS, Emiro (Juan de Dios Restrepo), ―Cartas á un amigo de Bogotá‖, op. cit. 56

CUERVO, Rufino (1840), "El boga del Magdalena", en El Mosaico, Bogotá, Imprenta del Mosaico, 1859, p.p.

265-266. 57

MADIEDO, Manuel María, "El boga del Magdalena", en Museo de Cuadros de Costumbres, Variedades y viajes,

Bogotá, Biblioteca del Banco Popular, 1966, p.p. 13-19.

Page 21: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

21

José María Samper, quien, además de ser recordado por uno de los trabajos clásicos del

pensamiento colombiano del siglo XIX –Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición

social de las Repúblicas colombianas–, escribió el ‗relato de viaje‘ titulado ―De Honda a

Cartagena‖ 58

.

De acuerdo con la consigna del escritor costumbrista Eugenio Díaz Castro según la cual «los

cuadros de costumbres no se inventan, se copian»59

, la realidad colombiana debía explorarse y

entenderse desde sus propias condiciones, sin afectaciones de ideologías extranjeras60

. Sin

embargo, los escritores del siglo XIX a la vez que seleccionaron y adaptaron los discursos

europeos, retuvieron sus valores: la élite criolla era heredera del discurso europeo, y, a través de

sus escritos, lo reprodujo empleando mecanismos de diferenciación social61

. Sus textos, por tanto,

operaron como un instrumento para la consolidación del proyecto civilizatorio. En definitiva, el

discurso de las élites intelectuales no se alejó de Europa; por el contrario, los escritores se

afirmaron a sí mismos a través de los valores europeos, como mostraré más adelante.

La oleada de viajeros de principios del siglo XIX en Colombia fue, en gran parte, producto de los

intereses comerciales que tenían las potencias europeas sobre las riquezas de América. De igual

forma, fue un proceso practicado por la élite nacional que, tras la independencia, se encontraba en

la tarea de construir una idea de nación. El grupo heterogéneo que recorrió las aguas del

Magdalena registró sus impresiones de viaje en documentos de distinta índole (ya fueran

literarios, reales, producto de una expedición) desde los cuales desplegó estructuras de

significación basadas en lo europeo. Esto implica, parafraseando a Almarcegui, que tan

importantes son las representaciones, es decir, los textos de viaje, como el viaje en cuanto objeto

de las representaciones62

.

58

SAMPER, José María (1861), Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas

colombianas (Hispano-americanas). Con un índice apéndice sobre la orografía y la población de la Confederación

Granadina, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1969; “De Honda a Cartagena", en Museo de

Cuadros de Costumbres, Bogotá, Banco Popular, 1966, disponible vía web:

http://www.lablaa.org/blaavirtual/literatura/cuac/cuac39a.htm Consultado el 14 de marzo de 2006. 59

DÍAZ CASTRO, Eugenio, ―Epígrafe‖, en Manuela, Medellín, Editorial Bedout, 1986. 60

VON DER WALDE, Erna, op. cit., p. 247. 61

CASTRO GÓMEZ, Santiago, op. cit., p. 69. Pese a que Castro Gómez se refiere a los criollos ilustrados del siglo

XVIII, este discurso eurocentrista aparece arraigado en los discursos de los intelectuales criollos del siglo XIX. 62

ALMARCEGUI, Patricia, op. cit., p. 108.

Page 22: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

22

a. El río Grande de la Magdalena: puerta de entrada a la República

Si algún lugar en el mundo, que no sea prisión,

está calculado para despertar la nostalgia de la tierra y

oprimir el corazón,

es este río Magdalena,

tal como yo lo experimenté en 1836.

(John Steuart, 1989: 83)

CALDAS, Francisco José (1800), ―Mapa del río Magdalena desde La Jagua hasta Honda‖, en Atlas de Colombia, Instituto

Geográfico Agustín Codazzi, Litografía Arco, 1967, p. 21B63.

Como ya se mencionó, el itinerario era una ocasión propicia para generar un buen relato de viaje.

De hecho, se podría afirmar que éste fue un elemento estructural en las narraciones de los viajeros,

las cuales, en gran parte de los casos, se desarrollaban cronológicamente en torno a este eje. El río

Magdalena fue paso ‗obligado‘ para casi todas las personas que llegaron o salieron de Colombia

en el siglo XIX. Ahora bien, dado que el desarrollo económico del país giraba en gran medida

alrededor del río, también fue foco del debate sobre cómo hacer salir a la nueva república del

atraso en el que se encontraba. Debido a su importancia estratégica, por tanto, no pasó inadvertido

en ninguno de los relatos consultados, convirtiéndose en uno de los ―lugares comunes‖ de las

narraciones y en un tópico de gran interés para la literatura decimonónica colombiana.

Concluido el proceso independentista, las vías de comunicación de la naciente nación eran

escasas y precarias. Durante las épocas de lluvia los pocos caminos de herradura existentes eran

intransitables y gran parte de los ríos eran prácticamente innavegables en varios periodos del

63

Disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/geografia/carma/images/9.jpg Consultado el 8 de junio de

2010.

Page 23: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

23

año64

. No existían entonces otros caminos de la costa atlántica al interior que el río Magdalena, el

Cauca y algunos de sus afluentes. El primero, por atravesar el país de sur a norte, era, en palabras

del viajero John Steuart, la «mismísima puerta de entrada a la República»65

.

Las comunicaciones seguían los ejes impuestos por la geografía66

. El río Magdalena había sido,

desde antes de la conquista española, la columna vertebral del actual territorio colombiano67

. Para

los pobladores prehispánicos fue un corredor primordial: el lugar de asentamiento, la frontera de

comunicación y el canal de navegación y comercio entre los distintos grupos indígenas68

; para los

colonizadores, el principal camino de penetración y conquista del territorio, la ruta de acceso que

determinó la fundación de las ciudades, y el escenario de desarrollo de las regiones, de las

comunicaciones, del comercio, de la política. En definitiva, el soporte esencial para el

mantenimiento de la administración colonial, en la medida que los metales preciosos, los

esclavos, los pasajeros y los bienes de la más variada índole debieron transitar por el Magdalena.

Tal era su importancia durante esta época que, según Borrego Plá, «todo se medía según la

distancia que lo separaba del Magdalena –leguas arriba o abajo»69

.

Ahora bien, si el Magdalena era la principal vía de comunicación de la Nueva Granada y el eje de

sus relaciones entre el interior, la costa y el mundo exterior, no es de extrañar que mantuviera su

importancia en el tránsito de la Colonia a la República, en tanto que, una vez consolidado el

proceso independentista, el río paso de ser una importante ―arteria de comunicación‖ a una

64

POSADA CARBÓ, Eduardo, El Caribe colombiano. Una historia regional (1870-1950), Bogotá, El Áncora

Editores, Banco de la República, 1998, p. 259. Ver también: MOLLIEN, Gaspard (1823), Viaje por la República de

Colombia en 1823, Vol. 1, Bogotá, Colcultura, 1992, p. 67. 65

STEUART, John, op. cit., p. 44. El río Magdalena nace en el Macizo colombiano y desemboca en el mar Caribe. 66

Recordemos, como lo hace Posada Carbó, que el río Magdalena y sus tributarios formaban (y aún forman) una

vasta región natural (El Caribe colombiano…op. cit., p. 259). 67

SÁNCHEZ, Efraín, ―Antiguo modo de viajar en Colombia‖, en CASTRO, Beatriz, Vida cotidiana en Colombia,

en CASTRO, Beatriz (ed), Historia de la vida cotidiana en Colombia, Bogotá, Editorial Norma, 1996, p. 313. Sobre

la historia del río Magdalena y el transporte en Colombia también ver: ACEVEDO LATORRE, Eduardo, El río

grande de la Magdalena. Apuntes sobre su historia, su geografía y sus problemas, Bogotá, Banco de la República,

1981; CRUZ SANTOS, Abel, Por los caminos de Mar, Tierra y Aire. Evolución del transporte en Colombia,

Bogotá, Editorial Kelly, 1973; GÓMEZ PICÓN, Rafael, Magdalena, río de Colombia, Bogotá, Biblioteca

colombiana de cultura, Colección de autores nacionales, 1950; YBOT LEÓN, Antonio, La arteria histórica del

Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Editorial ABC, 1952. 68

Al respecto ver REICHEL-DOLMATOFF, Gerardo, Arqueología de Colombia, Bogotá, Biblioteca Familiar de la

Presidencia de la República, 1997. 69

BORREGO PLA, María del Carmen, ―Impacto de la entronización borbónica en el Caribe neogranadino‖, en

Temas Americanistas No. 19, Sevilla, 2007, p. 17.

Page 24: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

24

―auténtica autopista fluvial‖. Tanto la oleada de viajeros antes mencionada como el boom de las

exportaciones producto de la llamada ―Revolución de medio siglo‖ –primero de tabaco y quina y

luego de café– estimularon el tránsito y el comercio a través del Magdalena70

. De acuerdo con las

palabras de un viajero de la década de los sesenta del siglo XIX, «la navegación por el

Magdalena [era] bastante activa y sobre todo pintoresca»71

.

Con todo, tres décadas después de la independencia el país todavía confiaba sus comunicaciones

a una red que tenía sus orígenes en la colonia temprana: bongos, piraguas, champanes y pequeñas

canoas seguían siendo los medios de transporte más populares72

. Las condiciones físicas y los

métodos tradicionales empleados para la navegación del río eran considerados un obstáculo para

el desarrollo de las comunicaciones y, por consiguiente, del comercio nacional e internacional.

Con el fin de hacer frente a lo anterior, políticos, intelectuales y hombres de negocios apostaron

su futuro de manera casi exclusiva al mejoramiento de las condiciones de navegación73

, pues,

según Rufino Cuervo, todos confiaban «en que la introducción del vapor en la Nueva Granada se

produciría una revolución completa del comercio, en las empresas y en los negocios…»74

. Hubo,

sin embargo, muchos años de experimentación y de decepción, así como grandes inversiones

económicas, antes de que los vapores fueran acomodados a los problemas especiales del

Magdalena y se regularizara su uso75

. En palabras de un viajero que llegó a Colombia en 1828 y

permaneció en el país hasta 1839:

70

POSADA CARBO, Eduardo, El Caribe colombiano…op. cit., p. 259. El boom de la exportación del tabaco

ocurrió entre 1847 y 1869 gracias a una coyuntura de precios excepcionales en el exterior. El añil, por su parte,

comenzaría a producirse en la década de 1860 en regiones cercanas al valle del río Magdalena. El auge del café se

daría hacia 1880. (GARCÍA, Claudia Mónica, ―Las ‗fiebres del Magdalena‘: medicina y sociedad en la construcción

de una noción médica colombiana, 1859-1886‖, en História, Ciencias, Saúde, Vol. 14, No. 1, Manguinhos, Río de

Janeiro, 2007, p. 76). 71

SAFFRAY, Charles (1869), Viaje a Nueva Granada, Vol. 1, Bogotá, Ministerio de Educación Nacional, 1948, p.

54. 72

POSADA CARBÓ, Eduardo, El Caribe Colombiano…, op. cit., p. 261; GILMORE, Robert Louis, PARKER

HARRISON, John, : GILMORE, Robert Louis, PARKER HARRISON, John, ―Juan Bernanrdo Elbers and the

introduction of steam navigation on the Magdalena river‖, in The Hispanic American Historical Review, Vol. 28, No.

3, North Carolina, Duke University Press, 1948, p. 335. 73

POSADA CARBO, Eduardo, El Caribe colombiano…op. cit., p. 259. 74

CUERVO, Rufino, ―El boga del Magdalena‖, en El Mosaico, Imprenta del Mosaico, Bogotá, 1859, p. 266. 75

A través del Decreto 1 de 3 de Julio de 1823 se concedió a Juan Bernardo Elbers ―el privilegio exclusivo para

establecer buques de vapor por el río Magdalena‖, en Documentos que hicieron un país, Bogotá, Archivo General de

la Nación, Presidencia de la República, 1997, disponible vía web:

http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/docpais/indice.htm Consultado el 2 de junio de 2010. Vale la pena aclarar

que dicho privilegio fue derogado por el Congreso en 1837 debido al incumplimiento de las condiciones inicialmente

Page 25: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

25

A pesar de que un animal de nombre Elbers ya hubiera traído […] de los Estados

Unidos, al amparo de una exclusiva, dos barcos de vapor para la navegación por el

Magdalena, esos barcos tenían unas dimensiones tan grandes y un calado tan

considerable que cuando el río venía muy crecido y con gran corriente les costaba

mucho trabajo subir contra la corriente y eso a no mayor velocidad que las

embarcaciones corrientes del país […] En una palabra era un servicio paralizado o

mejor dicho fracasado desde un principio, tanto para los viajeros como para los

contratistas, que además no tardó en quebrar76

.

Las dificultades sufridas en la implementación de barcos a vapor hicieron que todos los viajeros

tuvieran, de alguna u otra manera, que valerse de las ‗antiguas‘ embarcaciones para movilizarse

por el interior del país, ya fuera porque los vapores fallaban, porque su calado ocasionaba que se

quedaran encallados en las zonas poco profundas, o porque sus características no les permitían

navegar ciertos brazos o cursos del río –como era el caso de quienes descendían del vapor en la

bodega de Conejo y debían abordar allí un champán para que los condujera hasta Honda–77

. Las

piraguas eran utilizadas por los viajeros que no llevaban mucho equipaje y para el transporte de

correos del gobierno. Mollien las describió como «un tronco de árbol vaciado a hachazos; una

piragua de diez y seis a veinte varas suele costar doscientas piastras; no se pueden transportar en

ellas más de veinte cargas»78

. Los bongos, en palabras de uno de los viajeros que pudo viajar en

vapor, eran «grandes piraguas construidas con troncos de árboles, y que pueden contener de

sesenta a setenta toneladas de mercancías, empléanse para abastecer los mercados que hay a lo

largo del río»79

. Y el champán, según el mismo autor, era

pactadas. Al respecto ver: ―Decreto de 28 de enero de 1837 que declara libre la navegación del río Magdalena en

buques de vapor‖, en Ibíd; GILMORE, Robert Louis, PARKER HARRISON, John, op, cit., p. 359. 76

LE MOYNE, August, Viajes y estancias en América del sur, la Nueva Granada, Santiago de Cuba, Jamaica y el

Istmo de Panamá, Volumen IX, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1945, p.p. 43-44. Énfasis mío.

Con respecto a la introducción de barcos de vapor en el Magdalena ver también: NICHOLS, Theodore, Tres puertos

de Colombia: Estudio sobre el desarrollo de Cartagena, Santa Marta y Barranquilla, Bogotá, Banco Popular, 1973;

PIZANO DE ORTIZ, Sophy, "Don Juan Bernardo Elbers, fundador de la navegación por vapor en el río

Magdalena", en Boletín de Historia y Antigüedades, Volumen XXIX , Bogotá, 1942; POSADA CARBÓ, Eduardo,

―Bongos, champanes y vapores…‖, op. cit; POVEDA RAMOS, Gabriel, Los vapores fluviales en Colombia, Bogotá,

Tercer Mundo Editores, Colciencias, 1998; ZAMBRANO, Fabio, ―La navegación a vapor por el río Magdalena‖, en

Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura Vol. 9, Bogotá, 1979. 77

Al respecto ver: ZAMBRANO, Fabio, op. cit; SÁNCHEZ, Efraín, ―Antiguo modo…”, op. cit., p. 326; SAMPER,

José María, “De Honda a Cartagena‖, op. cit.. 78

MOLLIEN, Gaspard, ―Vías de Comunicación por tierra y por agua - Leyes comerciales‖, en Viaje por la

República de Colombia en 1823, Vol. 1, Bogotá, Colcultura, 1992, disponible vía web:

http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/vireco/vireco0.htm Consultado el 24 de agosto de 2009. 79

SAFFRAY, Charles, op. cit., p. 54.

Page 26: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

26

un bongo de gran tamaño, protegido por

un tejado de cañas y de hojas de

palmera; […] En cuanto a los pequeños

vapores, son reemplazados con

frecuencia por los champanes. El

interior está dividido por esterillas en

compartimientos que sirven de

habitaciones y almacenes; la cocina se

halla en la proa; en la popa se sitúa el

capitán, que se cubre el cuerpo solo con

una camisa, y se sirve de un largo remo

a guisa de timón [ver imagen]; sobre el

tejadillo se colocan diez o doce negros,

provistos de largas pértigas terminadas

por una horquilla de madera muy dura,

con las cuales hacen avanzar la pesada

madera contra la corriente, lanzando a

intervalos ruidosos gritos80

.

TORRES MÉNDEZ, Ramón, ―El champán, navegación por Magdalena (1851)‖, En Álbum de cuadros de costumbres, París, A.

De la Rue, 1860, p. 281.

Estas últimas embarcaciones, que después del vapor eran una de las más codiciadas por su

capacidad de carga y de pasajeros, pertenecían a unos pocos comerciantes y eran operadas por

grupos de bogas que oscilaban –según el tamaño y la carga– entre diez y veinticinco personas82

.

Cada champán era dirigido por un patrón, un boga que, por su ―destacada‖ labor, había alcanzado

una maestría suficiente para supervisar el trabajo de los demás. Los bogas, siguiendo a Poveda,

impulsaban la embarcación utilizando pértigas de cinco a seis metros de longitud: «cada hombre

apoyaba un extremo de la palanca en su hombro, mientras anclaba el otro extremo en el fondo del

río. Caminando por uno de los bordes, en el sentido contrario al de la dirección del avance del

champán, recorría la toldilla de proa a popa [para hacer avanzar la embarcación»83

. Con respecto

al valor del jornal, Aquileo Parra señalaba que «el servicio de un piloto y dos bogas costaba

80

Ibíd., p. 54-55. Énfasis mío. 81

Tomado de ―Viajeros por Colombia‖, en Galería Histórica, Biblioteca Luis Ángel Arango, Banco de la República,

disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/galeria/images/44.jpg Consultado el 20 de abril

de 2010. 82

«Boga: m. la persona que boga o rema», en Diccionario de la lengua castellana, Madrid, Real Academia

Española, 1859. A los bogas me referiré en el siguiente aparte de la presente sección. Con respecto a los dueños de

las embarcaciones ver: SOLANO, Sergio, Puertos, sociedad y conflictos en el Caribe Colombiano, 1850-1930,

Cartagena, Beca de Investigación Cultural Héctor Rojas Erazo 2001, Observatorio del Caribe Colombiano,

Universidad de Cartagena, Bogotá, 2003, p.p. 38-39. 83

POVEDA RAMOS, Gabriel, op. cit., p. 12.

Page 27: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

27

treinta y seis pesos»84

. Y sobre el costo de las embarcaciones, Posada Carbo –siguiendo las

relaciones de los viajeros– comenta que: «El capitán Charles Stuart Cochrane, quien alquiló una

piragua en Mompox por US$ 50, calculó que un viaje de Mompox a Honda en champán costaba

US$ 1.200», siendo esta última la embarcación más costosa85

.

Como lo ha señalado Efraín Sánchez, navegar en champán «no era cosa de poca monta,

especialmente para el viajero europeo recién llegado»86

. El camino aguas abajo –de Honda a la

costa– duraba uno o dos meses de acuerdo con el estado del río, del clima y del ánimo de los

bogas87

. Pero el recorrido inverso era a contracorriente y duraba alrededor de cien días: de la

costa hasta Mompox tomaba entre siete y quince días, de Mompox hasta las bodegas de Honda –

donde los viajeros iniciaban su ascenso a la altiplanicie– tardaba otros setenta a ochenta días

según lo caudaloso o seco del río, y el paseo de mula de esta última población hasta Bogotá

requería de tres a cuatro días, si no era en temporada de lluvia88

. El itinerario, por tanto, era

irregular. El argentino Miguel Cané, quien tras llegar al país en 1880 describió «las condiciones

antiguas del viaje», anotó que «el viaje, de esta manera, duraba en general tres meses, al fin de

los cuales el paciente llegaba á Honda, con treinta libras menos de peso, hecho pedazos por los

mosquitos, hambriento y paralizado por la inmovilidad; de una postura de ídolo azteca»89

.

En efecto, el viaje en champán por el Magdalena implicaba muchas incomodidades, riesgos y

demoras. Durante los meses de sequía su navegación era extremadamente difícil, pues el

estrechamiento del canal impedía el paso de algunos de los botes90

. El mismo Cané describió así

las características físicas que dificultaban la navegación por el río:

84

PARRA, Aquileo, "Las ferias en Magangué", en Memorias, Bogotá, Imprenta La Luz; Librería Colombiana, 1912,

disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/parra/parra9.htm Consultado el 26 de marzo de

2006. 85

POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Bongos, champanes y vapores…‖, op. cit. 86

SÁNCHEZ, Efraín, ―Antiguo modo…‖, op. cit., p. 317. 87

A este tema haré referencia en la siguiente sección. 88

GILMORE, Robert Louis, PARKER HARRISON, John, op. cit., p. 336; POVEDA RAMOS, Gabriel, op. cit., p.p.

13-17. 89

CANÉ, Miguel, Notas de viaje sobre Venezuela y Colombia, Bogotá, Biblioteca y centenario Colcultura. Viajeros

por Colombia, 1992, p. 67. 90

STEUART, John, op. cit., p. 260.

Page 28: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

28

La naturaleza de su lecho arenoso y movible, que forma bancos con asombrosa

rapidez sobre los troncos inmensos que arrastra en su curso, arrebatados por la

corriente á orillas socavadas, su anchura extraordinaria en algunos puntos, que hace

extender las aguas, en lo que se llaman regaderos, sin profundidad ninguna, pues

rara vez tienen más de cuatro pies; la variación constante en la dirección de los

canales, determinada por el movimiento de las arenas de que he hablado antes; los

rápidos violentos, llamados chorros, donde la corriente alcanza hasta catorce y

quince millas: he ahí (y sólo consigno los principales), los inconvenientes con que se

ha tenido que luchar para establecer de una manera regular la navegación del

Magdalena, única vía para penetrar al interior91

.

El calor, los mosquitos, la pésima alimentación y las condiciones en las cuales viajaban los

pasajeros –quienes compartían el espacio con otros visitantes, con los bogas, la carga, las pacas

de tabaco y a veces con animales– también hacían que el trayecto fuera una experiencia

―inolvidable‖ para los viajeros, por lo que sus descripciones están llenas de lamentaciones en

torno a este modo de viajar92

. Al respecto, el comerciante Emiro Kastos comentaba que: «El

champán que me tocó en suerte es como todos caliente, estrecho, poblado de moscos y zancudos,

parecido a la prisión de Cervantes, en que toda incomodidad tiene su asiento y todo triste ruido

hace su habitación»93

. Las palabras de John Potter Hamilton eran similares:

Creo que la navegación para remontar el río, estando encerrado todo el día en un

champán con los bogas, el intenso calor del clima, las nubes de mosquitos de

diferentes clases y tamaños, de las cuales hay cinco, y el dormir en las orillas

calientes de los ríos, es una peregrinación mala e incómoda que tiene que sufrir el ser

humano94

.

Adicionalmente, para algunos pasajeros el viaje por el Magdalena era tan espantoso que ni servía

para recrear la vista95

: nada existía más aburrido que recorrer la invariable naturaleza que

bordeaba el río96

. Según Mollien, «sus márgenes más fértiles que deberían estar cubiertas de

cacaotales, de caña de azúcar, de cafetos, de añil, de tabaco […] están, por el contrario, erizadas

91

CANÉ, Miguel, op. cit., p. 67. Énfasis mio. 92

POSADA CARBÓ, Eduardo, El Caribe…op. cit., p. 271; RAMON, Gabriel, op. cit., p. 16. 93

KASTOS, Emiro, op. cit. 94

HAMILTON, John Potter (1827), Viajes por el interior de las provincias de Colombia, Vols. I, Bogotá, Banco de

la República, 1993, disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/viinpro/viinpro0a.htm

Consultado el 21 de febrero de 2006. Al respecto ver también: STEUART, John, op. cit., p. 71; CUERVO, Rufino,

―El boga del Magdalena‖, op. cit., p.p. 265-266; PARRA, Aquileo, op. cit.; CANÉ, Miguel, op. cit. 95

MOLLIEN, Gaspard (1823), Viaje por la República de Colombia en 1823, Vol. 1, Bogotá, Colcultura, 1992, p. 67. 96

GOSSELMAN, Carl August, Viaje por Colombia 1825 y 1826, Bogotá, Publicaciones Banco de la República,

Archivo de la Economía Nacional, 1981, p. 42.

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María del Pilar Riaño

29

de malezas, de bejucos, de espinas de entre las cuales emergen cocoteros y palmeras»97

. Para

Holton el paisaje «tenía el aspecto de un invernadero sin límites»98

. Y, para Miguel Cané, no era

«más que una mortaja tropical»99

.

Otros viajeros, por el contrario, encontraban en el paisaje la única dicha del viaje. Saffray, por

ejemplo, comentaba que pese a la lentitud de la navegación, «aún se quisiera ir más despacio, a

fin de disfrutar mejor las de las bellezas del paisaje, cuyo aspecto cambia de continuo […] A cada

hora se experimentan nuevas sensaciones; a cada vuelta del río se recibe una sorpresa»100

. Para

Steuart, nada podía «sobrepasar la belleza primitiva de tal escenario […] aún el más simplón de

mis compañeros no puede menos de compartir el sentimiento de admiración y el encanto que me

produce el paisaje»101

. Y, para José María Samper, aunque el panorama producía «miedo y

admiración al mismo tiempo», la vegetación era incomparable, constituyendo «el fondo del

inmenso cuadro»102

.

Un itinerario típico del ascenso por el Magdalena en champán incluía, además de las

incomodidades mencionadas, numerosas paradas. Remolino, El Peñón, Barranca Nueva y El

Plato, eran sólo algunos de los primeros pueblos en los que los champanes solían hacer sus

paradas, ya fuera para abastecerse de alimentos, descargar mercancías y pasajeros, pernoctar,

divertirse o descansar algunas horas. Estas paradas, según lo expresan las palabras de Rufino

Cuervo, eran ‗insufribles‘:

En el Peñón debíamos permanecer tres días, para que tomasen descanso los bogas.-

Qué, ¿en este lugar hemos de estar tres días sufriendo calor, mosco i aburrimiento?

Decía á uno de ellos mi compañero. Sí, blanco, respondía el boga, aquí mismo- ¿i no

hai otro mejor lugar para hacer parada? No, blanco: si en las orillas del Magdalena

97

MOLLIEN, Gaspard, op. cit., p. 67. Al respect o ver también: SAMPER, José María, ―De Honda a Cartagena‖, op.

cit. 98

HOLTON, Isaac F., La Nueva Granada: veinte meses en los Andes, Bogotá, Traducción de Ángela Mejía de

López, Banco de la República, Archivo de la Economía Nacional, 1981, p. 34. 99

CANÉ, Miguel, op. cit. 100

SAFFRAY, Charles, op. cit., p. 67. 101

STEUART, John, op. cit., p. 40. Al respecto ver también: BORDA, José Joaquín, ―Seis horas a Bordo de un

champán‖, op. cit. 102

SAMPER, José María, ―De Honda a Cartagena‖, op. cit.

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María del Pilar Riaño

30

hubiera ciudades i posadas, i no se sintiera calor i mosquito, tanto mejor para el boga

i para el blanco, pero no sucede así103

.

Luego seguiría Mompox, uno de los puertos que más se benefició del transporte fluvial hasta que

el curso principal del río se desvió al brazo de Loba a mediados del siglo XIX, cediendo su

camino a Maguangué. En adelante, Morales, San Pablo, San Bartolomé, Garrapata, Puerto Nare,

Buena Vista y Honda104

. Algunos seguirían río arriba hasta Ambalema, región que desde 1840 se

había convertido en la principal productora de tabaco para consumo nacional y para la

exportación por el río Magdalena105

.

Vale la pena aclarar que no todas las paradas eran despreciadas por los pasajeros. Aquellas en los

centros urbanos que gozaban de una buena condición comercial y portuaria, como Honda y

Mompox, ofrecían diversiones a los viajeros, como lo ha señalado Sergio Paolo Solano:

En medio de la monotonía de las poblaciones [y del viaje], los puertos eran lugares

en los que se vivía intensamente. Al ser sitios de múltiples funciones a él convergían

flujos humanos de todas las condiciones sociales; sus alrededores se convertían en

espacios propicios para que surgieran establecimientos de diversión […] si el

pasajero bajaba a tierra y recorría sus intermediaciones lo que avizoraba eran mesas

de juego, fandangos nocturnos organizados como negocios, fondas, cantinas,

vendedores al menudeo, hoteles de mala muerte, vagos, lupanares.106

.

Luego de soportar la ―mala‖ e incómoda navegación por el río Magdalena, el viajero tenía que

seguir su «peregrinación»107

. Si iba para Medellín, debía bajarse en Puerto Nare y subir en canoa

hasta la bodega de San Cristobal, para luego ascender por tierra a través de Marinilla y Rionegro.

Si su destino era Bogotá, seguiría de Honda a Guaduas, Alto del Trigo, Villeta, Los

103

CUERVO, Rufino, ―El boga del Magdalena‖, op. cit., p. 265. 104

SÁNCHEZ, Efraín, ―Antiguo modo…‖, op. cit., p. 325. 105

GARCÍA, Claudia Mónica, op. cit., p. 73. Si bien se producía tabaco en la región de Ambalema desde el siglo

XVII, a partir de 1840 se expandió significativamente el área de cultivo. Además, Ambalema no sólo producía la

mayor parte del tabaco sino que era el lugar en que se ubicaba el centro de acopio más importante desde el siglo

XVIII. 106

SOLANO, Sergio, ―Puertos, sociedad y conflictos en el Caribe Colombiano, 1850-1930, op. cit, p. 6. El autor

dedica un capítulo de su trabajo al estudio del ambiente cultural de los puertos en dos dimensiones: «como epicentro

del desorden social y como espacio de trabajo». 107

HAMILTON, John P., op. cit.

Page 31: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

31

Manzanos108

. De ahí que el viajero francés Gaspard Mollien afirmara que «no hay parte del viaje

que sea soportable. Todo el recorrido, el clima y el paisaje traen sus horrores»109

.

La síntesis del viaje por el Magdalena en champán debe servir para ilustrar por qué, ante el

creciente interés de las élites nacionales por incursionar en el mercado mundial y hacer parte del

modelo agroexportador, «los malditos champanes» –en palabras de Emiro Kastos– «con su

incomodidad y lentitud, acobarda[ban] al viajero y desespera[ban] al hombre de negocios»110

.

También debe ayudarnos entender los motivos por los cuales muchos de los viajeros que

visitaron el país durante el siglo XIX argumentaron que las dificultades en materia de

comunicación representaban serios obstáculos para el comercio entre Colombia y las naciones

extranjeras. Sus quejas, que aparecen tanto en los relatos de viaje de la primera mitad del siglo en

mención como de la segunda, evidencian que, a pesar de su importancia, las condiciones de

navegación variaron muy poco entre una época y otra111

. Charles Cochrane, quien viajó al país

entre 1823 y 1824, señalaba que «a menos que se introduzcan barcos de vapor […] los viajeros

deben abstenerse de comerciar o de viajar por el país»112

. Y en 1869 un viajero que llegó al país

una vez ‗regularizada‘ la navegación a vapor afirmaría que era fácil comprender «hasta qué punto

debe resentirse el comercio y la industria en un país donde los transportes son tan lentos y

onerosos»113

. Por último, la recreación del viaje debe servir para evidenciar lo obvio: que los

vapores, al representar una indudable mejora en las condiciones y en el tiempo del viaje, fueran

vistos como un símbolo de progreso y civilización.

Recordemos que en la segunda mitad del siglo XIX el comercio de los productos agrícolas,

además de las importaciones, estaba ligado al desarrollo del transporte por el río Magdalena114

.

108

SÁNCHEZ, Efraín, ―Antiguo modo…‖, op. cit., p. 326. 109

MOLLIEN, Gaspard, op. cit., p. 92. 110

KASTOS, Emiro, op. cit. 111

POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Bongos, champanes y vapores en la navegación fluvial colombiana del siglo

XIX‖, en Boletín Cultural y Bibliográfico No. 21, Volumen XXVI, Bogotá, 1989, disponible vía web:

http://www.lablaa.org/blaavirtual/publicacionesbanrep/boletin/boleti5/bol21/bongos.htm Consultado el 5 de

marzo de 2006. 112

COCHRENE, Charles Stuart (1825), Viajes por Colombia 1823 y 1824, Bogotá, Biblioteca del V Centenario

Colcultura, Viajeros por Colombia, 1994, p. 65. Ver también: STEUART, John, op. cit., p. 37; SAFFRAY, Charles,

op. cit., p. 78. 113

SAFFRAY, Charles, op. cit., p. 78. 114

POSADA CARBÓ, Eduardo, El Caribe Colombiano, op, cit., p. 269.

Page 32: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

32

Por ello, frente a una región que se identificaba con el futuro económico del país –pues la

producción que sostenía dichas importaciones estaba localizada en las márgenes del alto

Magdalena–, sus sistemas de transporte heredados de la colonia se presentaban como un

obstáculo para el progreso de la nación. En palabras de José Joaquín Borda: «el champán es el

símbolo de nuestra primitiva época. En vano flota sobre su cubierta la bandera de la República

[…] el lujoso y cómodo vapor, prenda de civilización moderna y esperanza en lo porvenir»115

.

Como ya se mencionó, pese a las esperanzas puestas en los buques de vapor, durante el siglo XIX

«los vapores, ―prendas de la civilización moderna‖, y los bongos y champanes, ―recuerdo de lo

pasado‖, siguieron conviviendo en el Magdalena»116

. El boga con quien viajó seis horas en un

champán el optimista Rufino Cuervo parecía tener la razón: «Pero blanco, dijo con sorna el boga

consabido, con estos buques no podrán hacer ustedes todo lo que dicen, y por mucho tiempo solo

el pecho del boga vencerá la corriente y los caprichos del Magdalena»117

.

115

BORDA, José Joaquín (1867), "Seis horas en un champán", op. cit., p. 124. Al respecto ver también: SAMPER,

José María, ―De Honda a Cartagena‖, op. cit; GOSSELMAN, Carl August, op. cit.; KASTOS, Emiro, op. cit. 116

POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Bongos, champanes y vapores…‖, op. cit. 117

CUERVO, Rufino, ―El boga del Magdalena‖, op. cit., p. 266.

Page 33: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

33

c. Los bogas

El boga, boga,

preso en su aguda piragua,

y el remo, rema: interroga

al agua.

Y el boga, boga.

(Nicolás Guillén, 1946)

TORRES MÉNDEZ, Ramón, ―Tipos de bogas del Magdalena‖, sin fecha118.

Los bogas del río Magdalena fueron los verdaderos ―motores‖ del transporte fluvial en Colombia

durante más de tres siglos119

. El control exclusivo que tuvieron de la navegación por el río hasta

la llegada de los vapores hizo que ocuparan un lugar central en el desarrollo de la unidad política

y económica del país, y en la construcción de un estado-nación que, como ya mencioné, requería

urgentemente de las comunicaciones. De ahí que se pueda afirmar que sin estos trabajadores, en

palabras de José María Samper, no habría habido «navegación (a pesar de los vapores), ni tráfico

alguno»120

.

Pero los bogas fueron más que «marineros de agua dulce»121

, fueron los ‗compañeros‘ y

‗anfitriones‘ de los viajeros nacionales y extranjeros que recorrieron las aguas del Magdalena

durante largos días o meses: compañeros, en la medida en que condujeron los trayectos de los

118

Disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/exhibiciones/humboldt/images/viajes/magdalena-

tipos-peque.jpg Consultado el 8 de junio de 2010. 119

POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Viaje en champán. Los bogas de Mompox de David Ernesto Peñas Galindo‖, en

Boletín Cultural y Bibliográfico No. 19, Volumen XXVI, 1989, disponible vía web:

http://www.lablaa.org/blaavirtual/publicacionesbanrep/boletin/boleti5/bol19/viaje.htm Consultado el 14 de

mayo de 2010. Según Sergio Paolo Solano, «El uso del concepto ―boga‖ no llama la atención si se desconoce que a

lo largo del siglo XIX tuvo un desplazamiento semántico, pues de haber derivado del verbo ―bogar‖ empleado para

designar el oficio de remar, adquirió luego una fuerte carga peyorativa al señalar a una persona de ―malos modales‖,

lo que supuso una actitud discriminatoria» (―De bogas a navegantes: los tripulantes de los barcos de vapor del río

Magdalena, 1850-1930‖, en Historia Caribe No. 3, Barranquilla, Universidad del Atlántico, disponible vía web:

http://sites.google.com/site/sergiopaolosolano/ Consultado el 27 de agosto de 2009). 120

SAMPER, José María, Ensayo sobre las revoluciones políticas…op. cit., p. 100. 121

De acuerdo con Sergio Paolo Solano, era usual que los capitanes y trabajadores de la mar emplearan la expresión

―marinero de agua dulce‖ para referirse a los trabajadores del río. Esta expresión cargaba cierto tono despect ivo.

(SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, Puertos, sociedad y conflictos en el Caribe colombiano…op. cit, p. 37).

Page 34: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

34

pasajeros, viajaron con ellos; anfitriones, debido a que determinaron la ruta, las condiciones de

viaje y solucionaron, en gran medida, la supervivencia básica de los pasajeros, como veremos

más adelante. Los espacios de trabajo de los bogas –bongos, piraguas y champanes– por tanto,

fueron lugares de encuentro, zonas de contacto que permitieron la presencia conjunta, espacial y

temporal, de sujetos que habían estado separados geográfica e históricamente, cuyas trayectorias

se interceptaron por una ‗necesidad‘ laboral o de movilidad122

. ‗Motores‘, ‗compañeros‘,

‗anfitriones‘. Pese a su importancia, como lo ha señalado Sergio Paolo Solano, «sigue siendo

poco lo que conocemos sobre este trabajador a pesar de los esfuerzos de los investigadores, pues

las fuentes más empleadas para su estudio (viajeros) han terminado por imponer una visión hasta

cierto tipo estereotipada»123

. De hecho, la lectura de los viajeros que se aventuraron por el río

Grande durante el siglo XIX ha generado que se identifique a los bogas con esta época. Su

presencia, sin embargo, se remonta a los años de los encomenderos, cuando el tributo de los

indios se trasladó a la lucha contra la corriente del río en busca de Honda124

. Veamos lo poco que

se conoce sobre su historia.

A lo largo del siglo XVI se utilizó en la construcción de canoas y en el transporte de productos

por el río Magdalena a indígenas desarraigados del altiplano y trasladados por la fuerza a las

regiones de los cursos medio y bajo del río125

. Su empleo en estos oficios no era ―legal‖, pues

implicaba trabajo forzoso y llevaba, según se comprobaría desde los primeros años, a la

decadencia física de la población indígena. Pese a las múltiples disposiciones promulgadas por el

gobierno colonial con el propósito de proteger a los indios, su uso como mano de obra en este

tipo de labores se constituyó en una práctica común hasta finales del siglo en mención: los

encomenderos siguieron obligando a los indios a servir en los champanes, dando nacimiento a la

boga del Magdalena126

.

En 1542 Carlos V promulgó las Leyes Nuevas, con las cuales pretendía contener el creciente

poder de los encomenderos, ordenar la tasación estricta del tributo indígena y anular el servicio

122

PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 26. 123

SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, Puertos, sociedad y conflictos…op. cit., p. 38. 124

POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Viaje en champán…‖, op. cit 125

DEL CASTILLO, Nicolás, La llave de las Indias, Vol. 1, Bogotá, Ediciones El Tiempo, 1981, p. 111. 126

PEÑAS GALINDO, David Ernesto, Los bogas de Mompox, Bogotá, Tercer Mundo, 1988, p. 22; FALS BORDA,

Orlando, op. cit., p.p. 34B, 45A.

Page 35: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

35

personal y la ‗esclavitud‘ de los indios127

. Sus disposiciones, aunque bien intencionadas, no se

cumplieron o se cumplieron sólo en parte128

: el dinamismo del comercio y las necesidades de

seguir utilizando la única vía de comunicación de que disponía la provincia ‗obligaron‘ a los

encomenderos a violar la restrictiva legislación española y a explotar a los nativos cobrándoles la

tasación del tributo (que debía pagarse en oro) en forma de boga129

. Según Fals Borda, la

intención de la corona española cuando permitió que los indios trabajaran en la boga fue «que

estos recibieran toda la paga, 3 o 4 pesos, que les correspondía por viaje. […] Pero los

encomenderos entendieron la cédula a su modo, en el sentido de que podían exigir la boga a los

indios como servicio personal o como mita, sin remunerarlos»130

. Justamente, por la misma época

ya se había instaurado en Mompox una situación sui géneris en cuanto al sistema de tributación

se refiere131

: la boga se había convertido en un servicio personal extraordinario, en una especie de

mita sin remuneración alguna, y Mompox, en el lugar de acopio de mercancías y en la capital del

contrabando del Nuevo Reino132

. Según Borrego Plá,

la Villa de Mompox, era la única que podía prestar no sólo el tipo de transporte

adecuado –las canoas- sino también la tripulación indígena –los bogas- e incluso

bastimentos y víveres para la travesía –pescado salado y manteca de manatí- que se

producían en sus pesquerías133

.

Como puede suponerse, la población indígena comenzó a controlar casi la totalidad del tránsito

de las mercancías del reino, pero también a sucumbir, pues no soportó el traslado, las plagas, ni el

«ritmo matador de la tarea»134

. En 1560, por tanto, se redactaron nuevas ordenanzas que limitaron

el peso de la carga y aumentaron el número de remeros por trayecto. Según Nicolás del Castillo,

estas ordenanzas «prescribieron el uso de sombreros, esterillas y toldos para los bogas con el

127

FALS BORDA. Orlando, op. cit., p. 41A; PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p. 21. 128

DEL CASTILLO, Nicolás, op. cit., p. 110. 129

BORREGO PLA, María del Carmen, Cartagena de indias en el siglo XVI, V. CClXXXVIII, Sevilla, Escuela de

estudios Hispano-Americanos, 1983, p. 132; PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p. 23. 130

FALS BORDA, Orlando, op. cit., p. 46A. 131

PELAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p. 21. 132

FALS BORDA, Orlando, op. cit., p.p. 35B; 40B 133

BORREGO PLÁ, María del Carmen, ―Mompox y el control de la boga del Magdalena‖, en Temas Americanistas

No. 4, Sevilla, 1984, p. 1. Según Fals Borda, «desde el descubrimiento del Nuevo Reino de Granada, Mompox se

desarrolló, además, como puerto obligado de descanso en el viaje por el río Magdalena hacia el interior» (op. cit., p.

35B) 134

Ibíd., p. 45A

Page 36: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

36

objeto de protegerlos de las plagas y los rigores del clima»135

, además de otorgar a los indígenas

dos meses de descanso136

. Con todo, de nuevo poco o nada se cumplieron las leyes, pues los

bogas continuaron navegando sin protección alguna137

. La magnitud de la problemática quedó

consignada en la carta que Martín Camacho envió al rey Felipe II en 1596:

Redimir a esos miserables indios del martirio que a tantos ha consumido con fin

desastrado pues siendo que los indios estaban poblados veinticinco años ha, y

entendían en aquella boga, más de cuarenta mil han venido a reducirse a menos de

mil […] los cuales indios como no son marineros ni bogaron en su vida, y el trabajo

de la boga es tan grande, se mueren como moscas, y de esta manera afirmo a Vuestra

Majestad según he sido informado de cristianos religiosos doctrineros, y yo he visto

que no hay año que no consuma la boga más de quinientos de estos indios138

.

Ante la realidad del exterminio de la población indígena, y previendo la gravedad que

significaría interrumpir la navegación por el gran río, hacia finales del siglo XVI se optó por la

introducción masiva de negros traídos del África al Nuevo Reino de Granada139

. Aparecieron

entonces los primeros remeros esclavos, quienes comenzaron a navegar con los indios por el

extenso río Magdalena. La creación de tripulaciones mixtas tuvo como resultado la instauración

de un régimen especial de coexistencia que no se dio en otras latitudes de la Nueva Granada,

pues existía una legislación muy dura para que hubiese una separación estricta de ambos

grupos140

. Esta permisividad, según Borrego Plá, evidencia «la importancia que debía tener el

problema de la boga y el interés de las autoridades en solucionarlo»141

. Según algunos autores,

esto también se debió a la falta de experiencia de los africanos en el trabajo de la boga, por lo

que se pensó que debían ser entrenados por indígenas expertos142

. Pronto los esclavos

desplazaron a los indios.

135

DEL CASTILLO, Nicolás, op. cit., p. 110. 136

PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p. 25. 137

DEL CASTILLO, Nicolás, op. cit., p. 110. 138

CAMACHO, Martín, ―Carta a su majestad‖, en NOGUERA, Aníbal, op. cit., p. 68.. 139

PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p.11. Como lo ha señalado Nicolás del Castillo, en 1560 ya se había

prohibido la navegación de los indígenas y se había permitido la de esclavos negros. Sin embargo, tales órdenes se

derogaron pocos años más tarde quizás por no haber suficiente mano de obra esclava y porque, según el autor, la

boga de los indios debía resultar económicamente más ventajosa (op. cit., p. 112). 140

PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit,, p. 49. BORREGO PLÁ, María del Carmen, ―Cartagena de Indias en

el siglo XVI…‖, op. cit., p. 237. 141

Ibíd., p. 237. 142

Al respecto ver: DEL CASTILLO, Nicolás, op. cit., p. 111; FALS BORDA, Orlando, op. cit., p. 45A.

Page 37: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

37

En adelante, la historia de los bogas resulta bastante confusa. Según Peñas Galindo, los esclavos

negros, que comenzaron a bogar desde Honda hasta Mompóx, se asentaron en las poblaciones

ribereñas del medio y bajo Magdalena143

. Mompox, por ser puerto intermedio y el eje de tráfico

más importante del río Magdalena, se constituyó como el gran territorio de asentamiento de los

bogas y contribuyó a un proceso de zambaje –mezcla de negro con indio– que culminó con el

―reemplazo‖ en la boga del esclavo negro por el zambo libre, ―autónomo‖ y asalariado144

. Según

el mismo autor, los peninsulares no opusieron resistencia, pues la esclavitud no era propicia para

fundar en ella la boga: se necesitaban personas libres y sujetas al salario, diestras en el manejo de

las embarcaciones y en los secretos del río: los zambos145

. Al respecto cabe preguntarse: ¿quiénes

fueron los dueños de los esclavos que trabajaron en las embarcaciones? ¿Los bogas obtuvieron su

libertad sólo como resultado de la unión de hombres negros con mujeres indígenas o también

como producto de la manumisión de los primeros? ¿Qué eco tuvo sobre la vida de los bogas la

abolición de la esclavitud? ¿Cuándo se reglamentó el bogaje como una actividad asalariada?

¿Gozaron de esta condición los esclavos o sólo los zambos libres?

Pese a los vacíos, se sabe que desde la colonia temprana los bogas se caracterizaron por tener una

gran libertad de movimiento y pocos controles externos sobre su independencia146

. Como lo ha

señalado Solano, «el tráfico por el río implicaba un constante desplazamiento a lo largo de un

mundo fluvial que estaba dotado de una vida social desarticulada y con una precaria presencia de

jerarquías sociales e instituciones que ejercieran un control constante sobre el boga», sobre sus

tiempos, el cumplimiento de los contratos y el abandono de los pasajeros o de la carga147

. Su

autonomía, entendida en muchas ocasiones por los viajeros como indisciplina, sumada a la ya

mencionada necesidad de regular la navegación por el Magdalena, llevó a que durante el siglo

143

PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p. 9. Según Sergio Paolo Solano, el oficio de la boga exigía a los

remeros «vivir agrupados en los puertos fluviales, siendo Mompox, Barranquilla, Tenerife, Calamar, Magangué y

Honda, los asentamientos de mayores concentraciones de este conglomerado laboral» (SOLANO DE LAS AGUAS,

Sergio Paolo, Puerto, sociedad y conflicto…op. cit., p 38). 144

PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p. 9. Con respecto a la condición asalariada de los bogas ver Ibíd., p.

38-39. El autor realiza una descripción detallada sobre las relaciones existentes entre los bogas, las embarcaciones y

la demanda del servicio con el objetivo de explicar la inexistencia de un vínculo de propiedad entre el boga y los

medios de transporte y dejar clara su condición de asalariados. 145

PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p. 32. 146

SOLALANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, ―Trabajo no calificado y control del mercado laboral en los puertos

del Caribe colombiano, 1850-1930‖, en Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y del Caribe No. 87,

Ámsterdam, Centro de Estudios y Documentación Latinoamericanos, 2009, p. 4, disponible vía web:

http://sites.google.com/site/sergiopaolosolano/ Consultado el 27 de agosto de 2009. 147

SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio, Puertos, sociedad y conflictos…op. cit., p. 39.

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María del Pilar Riaño

38

XIX los bogas –al igual que las embarcaciones que constituían su lugar de trabajo– fueran

juzgados como un obstáculo para la vida económica y el progreso del país148

.

De hecho, pese a que a lo largo de todo el siglo en mención se realizaron numerosos esfuerzos

por reglamentar el servicio de la boga, las fuentes indican que ni la creación del cargo de

Inspector de Bogas (1.843; 1953; 1873) –que buscaba controlar el tráfico por el río y la labor de

los remeros–, ni las numerosas disposiciones dictadas para regular la navegación fluvial,

consiguieron hacer que los viajeros dejaran de quejarse del servicio de los bogas149

. La falta de

controles eficientes sobre este grupo de trabajadores pudo deberse también, como lo indica

Solano, a la gran cantidad de personas que alternaban el oficio de la boga con otras formas de

subsistencia . Con respecto a lo anterior, el autor indica que

existió un gran número de bogas ocasionales […] grupo que se nutrió de las

migraciones provenientes de poblaciones y sitios ubicados a lo largo del bajo curso

del Magdalena, el que por la munificencia del bajo Magdalena y por la

disponibilidad de recursos naturales, podía fácilmente transitar a la condición de

campesino, pescador, cazador y volver a su economía de subsistencia. […] Quizá a

este sector laboral ocasional podamos vincular las quejas de los viajeros, pues el

continuo cambio de su residencia le permitía eludir a las autoridades150

.

Ahora bien, las quejas de los viajeros respecto a diferentes aspectos de la vida de los bogas son

abundantes en los textos. En las páginas que siguen analizo la manera en la que en libros de viaje,

cuadros de costumbres y algunos ensayos del siglo XIX se representó el origen racial de los

bogas, su carácter y costumbres, así como el medio en el que vivían y el oficio que

desempeñaban dentro de la nación. Dejemos pues que sean los ―mismos viajeros‖ quienes nos

cuenten sobre la vida de aquellos individuos que, por más de tres siglos, se encargaron de la

navegación y del transporte por el Río Grande de la Magdalena.

148

SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, ―De bogas a navegantes…‖, op. cit., p. 13. 149

Ibíd. El autor realiza un repaso de las leyes y códigos sancionados para controlar el oficio de la navegación fluvial

y de la creación del cargo de Inspector de Bogas desde 1847 hasta 1923 (p. p. 13-17). 150

SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, Puertos, sociedades y conflictos…op. cit., p. 39.

Page 39: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

39

Sección 2.

Los bogas del Magdalena: representación y distanciamiento

Al saltar a un champán se

encuentra uno con los bogas,

figuras esenciales del

Magdalena,

delante de las cuales debe

detenerse un momento

todo viajero que lleve en la

mano pincel o una pluma.

(Emiro Kastos, 1851: en

línea)

Orbigny, Alcide Dessalines d', "Navegation sur la Magdalena", en Sala de libros raros y manuscritos, Biblioteca Luis Ángel

Arango del Banco de la República151.

A los bogas del río Magdalena se les encuentra en los cuadros típicos de comienzos del siglo

XIX, con los remos en movimiento, rodeados del paisaje solitario y tranquilo de la ribera, dice

Posada Carbó152

. Yo agregaría que éstos ―cobran vida‖ en las numerosas observaciones dejadas

por los viajeros que se aventuraron en estos pasajes y que se detuvieron a describir, en palabras

de Peñas Galindo, a ―los dueños‖ del Magdalena153

.

Pero, ¿cómo fueron representados los bogas? Para dar respuesta a este interrogante estudiaré con

detalle las imágenes que se construyeron sobre los bogas del río Magdalena en la literatura de

viajes, los cuadros de costumbres y algunos ensayos del siglo XIX. Este estudio, además de

llevarme a concluir que no hubo cambios significativos en la manera como se representó al boga

151

En Sala de libros raros y manuscritos, Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, disponible vía

web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/exhibiciones/candelario-obeso/imagenes/img-012.jpg Consultado el 20 de

abril de 2010. 152

POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Viaje en champán‖, op. cit. 153

PEÑAS GALINDO, David Ernesto, op. cit., p. 11.

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María del Pilar Riaño

40

entre 1820 y finales del siglo XIX, me permitirá demostrar que la caracterización de éste en torno

a su origen zambo, su carácter y comportamiento, el medio en el que vivía y el oficio que

desempeñaba dentro de la nación, sirvió a los escritores para enmarcar a los bogas dentro de lo

que se consideraba bárbaro, a la vez que permitió a los primeros presentarse a sí mismos como

modelo de ―civilidad‖; en este sentido, la invención del boga coincide con la reinvención de los

escritores.

En las páginas que siguen me centraré en cuatro problemas que emergen de las mismas fuentes y

que, pese a que serán tratados por separado, aparecen estrechamente asociados, interactuando y

construyéndose mutuamente. Comenzaré por examinar la concepción que los escritores tenían

sobre el origen racial de los bogas, a quienes catalogaban en su mayoría como zambos. Para tal

fin, además de la difundida creencia sobre la inferioridad de los no blancos, tomo como marco de

referencia las ideas que predominaban en la época sobre el mestizaje, a saber: degeneración y

blanqueamiento. El análisis me lleva a concluir que tanto aquellos escritores para los cuales el

mestizaje era visto como un proceso del cual surgía una raza que tomaba lo peor de sus

antepasados, como los que lo concebían como una tabla de salvación, ubicaban a los bogas en la

base de la pirámide social y los presentaban como ejemplo de la degeneración racial y moral a la

que podía llegar la especie humana.

Así como el origen racial fue de gran importancia en la construcción que los escritores hicieron

de los bogas, su carácter y sus costumbres también lo fueron. Tanto los adjetivos utilizados para

referirse a su forma de ser, como las extensas descripciones sobre sus formas de actuar (gritería,

desnudez, borracheras, bailes, entre otros), evidencian que los escritores encontraron en los bogas

unos seres cuyas prácticas eran desagradables y que en nada se parecían a lo que ellos

consideraban la vida civilizada. Ser boga equivalía, como demostraré en el segundo apartado, a

gestos, hábitos y prácticas opuestas a las de sus observadores.

En el tercer apartado analizo la concepción que los escritores tenían sobre la geografía, a la cual

atribuían el poder de moldear el aspecto físico y el carácter moral de los seres vivos. Partiendo de

las teorías sobre la influencia del clima en la vida de los hombres, y pasando por la apropiación

que los criollos americanos hicieron de tal paradigma, concluyo que la degeneración que los

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María del Pilar Riaño

41

escritores atribuían a los bogas se derivaba, según ellos, en parte del medio hostil en el que éstos

vivían: su barbarie era concomitante a la naturaleza en que habitaban (el Magdalena) ya que,

según se creía, el hombre aprehendía las características básicas de su entorno natural al punto de

identificarse moralmente con éste.

En el cuarto apartado reviso las apreciaciones de los escritores respecto a la labor que los bogas

desempeñaban dentro de la nación. El bogar, definido como uno de los oficios más rudos que

pudiera realizar un hombre, era visto por los autores de dos maneras: como producto de una

elección individual y voluntaria, y como algo natural, como una expresión de la corporalidad y de

la ―naturaleza salvaje‖ del boga. Ambos aspectos me permitirán resaltar la correspondencia entre

el sujeto y el oficio, entre el boga y la boga.

Por último, realizo una breve reflexión en torno a las ambivalencias encontradas en la lectura que

los escritores hacían de los bogas. Tras revisar la atracción que generaban en los escritores ciertos

rasgos del carácter, del comportamiento y del aspecto físico de los bogas, concluyo que las

―contradicciones‖ en las narraciones resultaban de una interacción entre los estereotipos

culturales y la observación personal propia del encuentro entre bogas y viajeros, a la vez que

reflejaban los impulsos, sentimientos y pasiones de los escritores.

Como mostraré, el boga era para los autores el descendiente de las razas inferiores, el hombre del

desorden y el que ignoraba las más elementales comodidades; el que vivía en un medio funesto y

estaba más cerca de la naturaleza, y el único capaz de ejercer el oficio de la boga. En definitiva:

el bárbaro. Pero no hay que perder de vista que bárbaro y civilizado son conceptos

complementarios: «la civilización, egocéntrica por naturaleza, no se concibe sin la contraposición

de la barbarie»154

, dice Fernández Buey. Por lo que vale la pena un comentario final.

Si tenemos en cuenta que, como dice Fontana, «todos los hombres se definen a sí mismos

mirándose en el espejo de los otros para diferenciarse de ellos»155

, podemos concluir de antemano

que, a partir de la utilización de un lenguaje binario, los viajeros no sólo calificaban a los bogas

154

FERNÁNDEZ BUEY, Francisco, La barbarie de ellos y de los nuestros, Barcelona, Biblioteca del Presente,

Paidós, 1995, p. 58. 155

FONTANA, Josep, Europa ante el espejo, Barcelona, Crítica, 2000, p. 107.

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María del Pilar Riaño

42

dentro de rasgos opuestos a los suyos, sino que también señalaban particularidades que los hacían

a ellos mismos incomparables con la población a la que se encontraban describiendo. Con ello,

imprimían diferencias y jerarquías que se mostraban como naturales; y reafirmaban su propia

identidad generando formas de diferenciación frente a los ―otros‖156

. Esta distinción de los

escritores con respecto a los bogas, además de ayudar a los primeros a construir el contraste entre

―ellos‖ y ―nosotros‖, entre el sujeto y el objeto de conocimiento, postulaba implícitamente quién

tenía el poder de enunciación para dar a cada cosa el lugar que le correspondía157

. Por lo anterior,

los distintos escritos dan más luces sobre el esfuerzo continuo de los autores por marcar esta

diferencia, establecer un orden político y social, y evidenciar aquellos elementos que

consideraban que los hacían distintos de los demás, que sobre los mismos bogas, como veremos a

continuación.

a. Zambos degenerados

En Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas colombianas

(hispano-americanas) (1861) el intelectual, político y militar colombiano José María Samper

realizaba la siguiente descripción:

A bordo del champán, remontando el Magdalena, veis a 20 ó 30 figuras de color de

madera de rosa, lustrosas como la grasa, […] y resumiendo en sus fisonomías

estúpidas, impasibles y toscas, y sus cabellos intermediarios entre la mota de lana y

la mecha lisa, los rasgos dominantes del negro y del indio, mas ó menos

amalgamados ó modificados158

.

Samper no fue el único en describir a los bogas del Magdalena en términos raciales. Aunque

algunos autores se limitaron a definirlos en función de su oficio, refiriéndose a ellos

156

«Cabe señalar que los autores de los textos de viajeros no fueron conscientes de cómo ellos mismos

contribuyeron a la construcción de la imagen del otro, legitimando así el desenlace en las relaciones de poder entre

las sociedades blancas e industrializadas y las multiétnicas y agrarias» (FISCHER, Thomas, ―La ―gente decente‖ de

Bogotá. Estilo de vida y distinción en el siglo XIX –vistos por los viajeros extranjeros‖, en Revista Colombiana de

Antropología, Volumen 35, enero-diciembre, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 1999, p. 42). 157

NIETO, Mauricio, CASTAÑO, Paola, OJEDA, Diana, ―Ilustración y orden social: El problema de la población

en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada (1808-1810)‖, en Revista de Indias, Departamento de Historia de

América ―Fernández de Oviedo‖, Instituto de historia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Vol. LXV,

Núm. 235, septiembre-diciembre, 2005, p. 689. 158

SAMPER, José María (1861), Ensayo sobre las revoluciones política…op.cit., p. 96.

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María del Pilar Riaño

43

genéricamente como bogas, remeros, vaqueros o bateleros, fueron varios los que dieron

importancia a su origen racial. Carl August Gosselman (1825), por ejemplo, señalaba que uno de

sus bogas era «una mezcla de negro e indígena, zambo como se les llama por acá. De cuerpo

entre negro y castaño»159

. El francés Auguste Le Moyne (1828), por su parte, comentaba que los

remeros «pertenecían a esa clase de gentes que en el país se llaman bogas y que se reclutan entre

los negros, los mulatos y los indios de sangre mezclada»160

. Y según Elisee Reclus (1866), «los

baqueros de esos ríos pertenec[ían] prácticamente todos ellos a la clase de sambos [sic], fruto del

cruce de negros e indígenas»161

.

Las características físicas resultaban, para los escritores, la expresión externa del origen racial de

los bogas. En el color de su piel, en su cabello y en la forma de sus ojos, aunque había

componentes blancos e indígenas, parecían prevalecer los negros. El coronel John P. Hamilton

(1827) aseguraba que la tripulación de los champanes era «negra, cobriza y morena»162

. Según

José Joaquín Borda (1866), entre los remeros «había pieles de distintos matices, según el grado

de sangre negra, blanca e india que circulaba en sus venas; el amarillo cobrizo, el de aceituna

española, es decir, verde pálido, el morado oscuro y el negro azabache»163

. Así describió

Gosselman a uno de los bogas que viajaba con él:

Su sobrero ocultaba su enorme cabellera que caía sobre los hombros como una cola

de caballo, por entre el cual se lograban ver los trazos de una piel oscura, seca, con

una ancha nariz, labios gruesos y ojos negros, sobre los que descansaban dos

frondosas y oscuras cejas redondeadas164

.

Pese a las referencias al fenotipo de los bogas, vale la pena aclarar que la racialización de éstos

no se limitaba a su apariencia: el pensamiento racial propio de la época se refería tanto a la

constitución física como a la moral de los habitantes, pues a partir de la primera se conseguía

159

GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 103 160

LE MOYNE, August (1875), Viajes y estancias en América del sur…op. cit., p. 46. 161

RECLUS, Elisée, ―Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas por José María

Samper‖, en Series 5, 3, (2), Bulletin de la Societé de Géographie No. 3, 1866, p.p. 96-112. Tomado de

LANGEBAEK, Carl, ―La obra de José María Samper vista por Élisee Reclus‖, en Revista de Estudios Sociales No.

27, Bogotá, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes, agosto de 2007, p. 203. Con respecto a las

descripciones del origen racial de los bogas ver también: MOLLIEN, Gaspard, (1823), op. cit., p. XI.;

GOSSELMAN, Carl August, op.cit., p. 103; LE MOYNE, August, op. cit., p. 46. 162

HAMILTON, John Potter, op. cit. 163

BORDA, José Joaquín , "Seis horas en un champán‖, op. cit., p. 112. 164

GOSSELMAN, Carl August, op., cit., p. 103.

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María del Pilar Riaño

44

definir la segunda165

. De ahí que Samper se refiriera a la fisionomía de los bogas con términos

como ―estúpida‖, ―impasible‖ y ―tosca‖, asignándoles características físicas (estéticas) y

patrones culturales y morales (éticos), asunto en el que profundizaré más adelante.

Este origen racial ubicaba a los bogas en la base de la pirámide social. En 1823, el francés

Gaspard Mollien expresaba que los bogas «deb[ían] ocupar el último escalafón en la clasificación

de la especie humana: [por ser] una mezcla de individuos de todos los colores que no han

conservado sino los vicios de las distintas razas de donde provienen»166

. Años más tarde (1861),

el ya mencionado José María Samper señalaba que: «el boga, descendiente de Africa, e hijo del

cruzamiento de razas envilecidas por la tiranía [colonial], no tiene casi de la humanidad sino la

forma exterior y las necesidades y fuerzas primitivas»167

. Y, en 1867, el periodista y poeta

colombiano José Joaquín Borda diría que los bogas «sirven de punto para adivinar el grado de

degeneración al que puede llegar la especie humana»168

. Como es evidente, los bogas eran

catalogados por los escritores en su mayoría como zambos, pese a que podían ser negros,

mulatos, mestizos o indios. Su definición en función de su adscripción a un origen racial

mezclado, en el cual parecía prevalecer lo negro, sirvió a los escritores para condenarlos y

ubicarlos en la base de la pirámide socio-racial.

La racialización y los juicios en torno a los bogas eran el reflejo, en palabras de Max Hering, de

epistemes imperantes169

. La difundida creencia sobre la inferioridad de los no blancos, así como

las ideas que para la época se tenían sobre el mestizaje (degeneración y blanqueamiento),

condicionaron la construcción de los bogas como un ejemplo de la decadencia racial y moral a la

que podían llegar los hombres de sangre mezclada. Como lo ha mostrado el mismo Hering,

«desde la antigüedad, el blanco se relaciona[ba] con lo bueno, lo bello y lo divino, y el negro con

165

ARIAS, Julio, RESTREPO, Eduardo, ―Historizando raza: propuestas conceptuales y metodológicas‖, en Crítica y

emancipación. Revista latinoamericana de ciencias sociales No. 3, Año II, Buenos Aires, Clacso, 2010, p. 58. Al

respecto ver también LEAL, Claudia, ―Usos del concepto de raza en Colombia‖, en MOSQUERA ROSERO-

LABBÉ, Claudia, LAÓ-MONTES, Agustín, y RODRGÍUEZ, César (eds.), Debates sobre ciudadanía y políticas

raciales en las Américas negras, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, CES, IDCARAN, sede Medellín,

Universidad de los Andes, (en proceso de publicación). 166

MOLLIEN, Gaspard, op. cit. XI. Énfasis mío. 167

SAMPER, José María, ―“ De Honda a Cartagena", op. cit. 168

BORDA, José Joaquín, op. cit., p. 109. 169

HERING TORRES, Max, op. cit., p. 17.

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María del Pilar Riaño

45

la amoralidad, la perversión y lo diabólico»170

. De ahí que se asignaran a los diferentes grupos

una serie de características culturales dentro de una jerarquización que privilegiaba la blancura; y

que, siguiendo a Leal, los grupos racializados se ubicaran en una jerarquía en la cual los blancos

estaban en el ápice y los indígenas y negros en la base171

. En palabras de Whitten: «La

designación blanco está intrínsecamente ligada a un status social alto, a la riqueza, el poder, la

cultura nacional, la civilización, el cristianismo, la urbanidad y el desarrollo; sus opuestos son el

indio y el negro»172

.

En el siglo XVIII filósofos como Kant ya habían reflexionado sobre los factores que podrían

explicar las diferencias entre grupos humanos. El autor, de pensamiento monogenista, afirmaba

que Dios había creado a los hombres con unas ―semillas‖ de la diferencia que se activaban por el

efecto de los diversos climas y desarrollaban características físicas y morales que se volvían

indelebles y perturbaban por todas sus generaciones173

. Un siglo más tarde, la ciencia europea

poligenista proponía que las razas humanas habían sido creadas en forma de diferentes especies,

exhibiendo siembre características físicas particulares, por lo que la supuesta inferioridad de los

no blancos era vista como innata y permanente174

. Desde esta ideología, la inferioridad de los

negros e indígenas podía correlacionarse con sus diferencias físicas y culturales con respecto a

los blancos. De ahí que la clasificación social de las personas estuviera altamente relacionada

con el color de la piel y aspectos como el color, la textura del pelo, las facciones y otras

características físicas perceptibles fueran vistas como determinantes de la categoría racial en la

que las personas eran ubicadas175

. Este argumento de la inferioridad de los no blancos servía a

170

Ibíd., p. 21. 171

LEAL, Claudia, op. cit. 172

WHITTEN, Normando, Las transformaciones culturales y Etnicidad en Ecuador Moderno, Illinois, Universidad

de Prensa de Illinois, Illinois, 1981, p. 16. 173

CHÁVEZ, María Eugenia, ―Los Sectores Subalternos y la Retórica Libertaria. Esclavitud e Inferioridad Racial en

la Gesta Independentista‖, en La Independencia en los Países Andinos: Nuevas Perspectivas, Memorias del Primer

Módulo Itinerante de la Cátedra de Historia de Iberoamérica, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar y OIE,

2001, disponible vía web: http://www.lai.su.se/gallery/bilagor/MCH_subindep.pdf Consultado 4 de septiembre

de 2009. 174

SKIDMORE, Thomas E., Black into White. Race and the Nationality in Brazilian Thought, Durham and London,

Duke University Press,1993, p. 49. 175

Ibíd, p. 39. Los autores más representativos de esta teoría de principios del siglo XIX son Johann Blumenbach y

Georges Louis Leclerc, el Conde de Buffon. Estos autores, basándose en la narración del Génesis (la fuente básica

utilizada durante el siglo XVIII y parte del XIX para establecer los orígenes del hombre), sostenían que Adán y Eva

habían sido blancos a imagen de Dios y que las diferentes pigmentaciones más oscuras de la piel se debían a un curso

degenerativo producido por factores ambientales que incluso podía llegar a invertirse.

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María del Pilar Riaño

46

los escritores para determinar su lugar y el de los bogas en la pirámide social y para apelar a la

diferenciación entre lo blanco y lo otro. Y, aunque era suficiente para ―condenar‖ a los bogas, su

carácter mestizo les permitiría juzgarlos con más fuerza.

Las teorías raciales que tomaron fuerza a lo largo del siglo XIX evidencian la predominancia de

dos ideas claramente diferenciables en relación con el mestizaje: había quienes, inspirados en

pensadores del siglo anterior como el Conde de Buffón, veían el mestizaje como un proceso de

degeneración. Argumentaban que éste degradaría a las razas puras y conllevaría al declive de los

pueblos y civilizaciones. Había otros que, preocupados por el futuro de sus pueblos mezclados,

veían el mestizaje como un tránsito hacia el blanqueamiento, postulándolo como agente del

proceso civilizatorio y democratizador, y como un vehículo para ―mejorar‖ las razas de color176

.

Para los seguidores de la primera línea que creía en el mestizaje como degeneración, en palabras

de Alfonso Martín, el mestizaje era entendido como la acción de «corromper o adulterar las

castas por el ayuntamiento o cópula de individuos que no pertenecen a una misma»177

y, por

ende, como el promotor de los vicios y de la degeneración racial y moral de los pueblos. Estos

autores tendían a juzgar a las razas de sangre mezclada como débiles y degeneradas por

considerarlas el producto de modificaciones perjudiciales y nocivas –tanto en lo físico como en lo

moral y lo espiritual–178

. El mestizaje con influencia indígena y africana era valorado como el

más defectuoso y repugnante. Los bogas, al llevar en su sangre los ―vicios‖ propios de las razas

de las que descendían y heredar nuevos por la mezcla, se convertían en el símbolo más claro de la

degeneración racial.

Las teorías europeas que juzgaban a las personas de sangre mezclada como inferiores

representaban un serio reto para las élites latinoamericanas, quienes, conscientes de la naturaleza

claramente mezclada de la población americana y de las connotaciones manifiestamente blancas

del progreso y de la modernidad, en palabras de Wade, «luchaban con el problema de cómo

176

D´ALLEMAND, Patricia, ―Quimeras, contradicciones y ambigüedades en la ideología criolla del mestizaje: el

caso de José María Samper‖, en Historia y Sociedad No. 13, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, Facultad

de Ciencias Humanas y Económicas, 2007, disponible vía web:

http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/colombia/fche/3.pdf Consultado el 3 de septiembre de 2009. 177

ALONSO, Martín, Enciclopedia del idioma, Madrid, Aguilar, 1958, p. 2807. 178

SKIDMORE, Thomas E., op. cit., p. 28.

Page 47: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

47

entender y cómo representar a sus emergentes naciones»179

. Por esto, frente a los autores que

establecían una clara dicotomía entre los blanco y lo mestizo, hubo quienes veían el mestizaje

como un proceso de blanqueamiento: esta era la vía para crear una población homogénea y el

mestizo era el hombre ideal para superar la inferioridad generada por la sangre y el medio

geográfico (asunto del que nos ocuparemos más adelante)180

.

Entre quienes intentaron conceptualizar el mestizaje como proceso de blanqueamiento se

encontraba el ya mencionado José María Samper. Éste intentaba ver la salvación de América

Latina en el mestizaje. En su Ensayo –calificado en ese entonces por Élisee Reclus como «el

mejor que tenemos sobre las repúblicas hispanoamericanas»181

– el autor hace un diagnóstico

sobre los principales problemas de la nación y, condenando el aislamiento en que mantuvo la

corona española a los indios y a los negros, hace un llamado al mestizaje. Este proceso, según el

autor, tendría un resultado feliz:

Suponiendo que los cruzamientos que producen zambos, mulatos é indo-españoles

fuesen un mal, –que no lo son en manera alguna, sino un gran bien al contrario,– en

todo caso debe esperarse un porvenir dichoso en Colombia, preparado por el

cruzamiento de las razas blancas182

.

Las ideas de Samper contemplan la posibilidad de un proceso de mestizaje como contrapuesto a

lo indio y a lo negro: la fe en que la población podía ser transformada gracias a la mezcla con el

blanco en algo que correspondiera al tipo europeo, ya que la raza blanca ―absorbería‖ a las demás

y las ayudaría a salir de su estado de ignorancia183

. El mestizaje, entonces, es visto por Samper

como el mejor camino hacia el blanqueamiento, idea que estaba basada en la aceptación de la

179

WADE, Peter, Gente negra nación mestiza Dinámicas de las identidades raciales en Colombia, Bogotá, Instituto

Colombiano de Antropología, Universidad de Antioquia, Ediciones Uniandes-Siglo del Hombre, 1997, p. 41. 180

Claudia Leal explica el cambio de énfasis en la valoración del mestizaje en Colombia como producto del reto al

que se enfrentaban las élites criollas al intentar construir estados nacionales «sobre los hombros de gente de dudosos

méritos» (LEAL, Claudia, op. cit. Sobre el problema de lo mestizo y la identidad latinoamericana en la historia y la

historiografía colombianas ver: SUÁREZ PINZÓN, Ivonne, ―A propósito de lo mestizo en la historia y la

Historiografía colombianas‖, en Revista de Ciencias Sociales No. 1, Vol. 1, Bogotá, 2005, p.p. 29-47. Disponible

vía web_ http://www.serbi.luz.edu.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1315-

95182005004000003&lng=en&nrm=iso Consultado el 4 de septiembre de 2009). 181

Para una lectura de los puntos de encuentro entre las concepciones de los dos autores con respecto al tema de la

raza y la geografía ver: LANGEBAEK, Carl, ―La obra de José María Samper vista por Élisee Reclus‖, op. cit. En el

mismo artículo se encuentra una transcripción completa de la reseña realizada por Reclus. 182

SAMPER, José María, Ensayo sobre…, op. cit., p. 80. Énfasis mío. 183

Ibíd., p. 100.

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superioridad blanca y en la creencia de que de la amalgama racial podía resultar el mejoramiento

de al menos una de las razas originales184

.

Ahora bien, si se creía, como lo creía Samper, que el futuro traería un blanqueamiento de la

población a través de la mezcla de razas, es de suponer que su fe en el mestizaje no se mantuviera

intacta al hablar de la mezcla entre la raza indígena y la negra: «no sólo la mezcla neutral sino el

movimiento jerárquico; el movimiento que potencialmente tiene gran valor es el ascendente, el

blanqueamiento, entendido en términos físicos y culturales»185

. Lo anterior nos ayuda a entender

porqué Samper, pese a que creía en el mestizaje como promotor de la prosperidad racial, al

referirse a los bogas del Magdalena se olvida de las ventajas de este proceso:

Extraño tipo el del boga o zambo del Magdalena, del Atrato, etc. ¡La evidente

inferioridad de las razas madres (la africana negra y la indígena cobriza) y su

degeneración más o menos profunda, auxiliadas por un clima que todo lo

fermenta, (porque el sol y la tierra se abrazan allí con infinita lubricidad) han

producido en el zambo una raza de animales en cuyas formas y facultades la

humanidad tiene repugnancia en encontrar su imagen ó una parte de su gran

ser186

.

Pero no sólo Samper deja por fuera del proyecto civilizador a los zambos. Tanto aquellos

escritores para quienes el mestizaje era visto como un proceso de degeneración racial, como los

que lo consideraban el camino hacia el blanqueamiento, ubicaban a los bogas del río Magdalena

en la base de la pirámide socio-racial y los percibían como un obstáculo en el camino de la

civilización. La definición de los bogas en función de un origen ―mayoritariamente‖ zambo los

condenaba. El pensamiento ampliamente extendido que postulaba la superioridad de la raza

sobre las demás los confinaba a la inferioridad, y su origen racial mezclado, en el cual parecía

predominar la sangre negra y escasear la blanca, los postulaba como una raza degenerada y

difícilmente redimible. El zambo era, en palabras de Samper, «la peor casta o raza del país»187

.

184

SKIDMORE, Thomas E., op. cit., p. 64. Según Patricia D´Allermand, «Samper no pierde ocasión ni para resaltar

―la superioridad de la raza blanca‖ por sobre ―las demás castas o razas‖ […] ni para recordarnos que ―la república y

la civilización‖ sólo podrán consolidarse en América cuando se cuente con una ―masa totalmente modificada‖, en

otras palabras, ―mejorada‖, por el efecto blanqueador del mestizaje, sobre la cual el criollo mantendría su

incuestionable hegemonía» (D´ALLERMAND, Patricia, op. cit.). 185

SAMPER, José María, Ensayo sobre…, op. cit., p. 53. 186

Ibíd., p.p. 895-896. 187

Ibíd., p. 98.

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b. Carácter bárbaro, costumbres repugnantes, seres indisciplinados

Cada cual considera bárbaro

a lo que no pertenece a sus costumbres

(Montaigne)

En el primer cuadro de costumbres escrito sobre los bogas del Magdalena, Rufino Cuervo (1840)

afirmaba que: «el boga del Magdalena es un ente singular, de quien todos los viajeros hablan,

contra quien se declama fuertemente, pero cuyo carácter y costumbres ninguno hasta el momento

ha descrito con propiedad!»188

. Algunos años más tarde, en el cuento titulado ―Seis horas a bordo

de un champán‖, José Joaquín Borda (1866) aseguraba que: «hermosas pinceladas han dado

nuestros literatos sobre el carácter moral y la fisonomía física de los bogas»189

. Que el carácter de

los bogas haya sido descrito o no a profundidad no es lo importante, lo que sí es cierto es que,

parafraseando a Leal, «el carácter, definido en función de gustos, aptitudes, sentimientos y

costumbres» fue una preocupación y un elemento central en la definición de los bogas de quienes

hablan los viajeros del siglo XIX190

.

Los temas que predominan en la construcción del carácter y las costumbres de los bogas son su

supuesta ignorancia e indisciplina. Con respecto al primer elemento, Cuervo señalaba que el boga

del Magdalena era un hombre «supersticioso como el español i camorrista como el africano, de

cuya mezcla ha nacido»; un ser «sin educación, sin familia, porque el boga casi nunca conocía a

su padre, es un ser aislado, ignorante, imprevisto y lleno de resabios»191

. José Joaquín Borda

agregaría que encontró en ellos «unos seres más bien ignorantes que viciosos, que desconociendo

el movimiento y las grandezas del mundo, fincan toda su ambición en una copa de aguardiente y

en unos racimos de plátano. Hombres ligeros, volubles y supersticiosos»192

. Otras descripciones

dejan entrever que la ‗indisciplina‘ y la ‗indocilidad‘ eran elementos constitutivos del carácter de

188

CUERVO, Rufino (1840), "El boga del Magdalena", op. cit., p. 265. 189

BORDA, José Joaquín, ―Seis horas a bordo de un champán‖, op. cit., p. 112. 190

LEAL, Claudia, op. cit. 191

CUERVO, Rufino, "El boga del Magdalena‖, op. cit., p. 265. Énfasis mío. 192

BORDA, José Joaquín, op. cit., p. 112. Énfasis mío. Respecto a la ―ignorancia‖ de los bogas ver también: LE

MOYNE, August, op. cit., p. 49; MOLLIEN, Gaspard, op. cit., en línea.

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María del Pilar Riaño

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los bogas. Ejemplo de las muchas referencias que hay al respecto son las palabras de Jean

Baptiste Boussingault: «tuvimos, naturalmente, que soportar los numerosos inconvenientes de la

vida en común con los bogas, que son los seres más caprichosos, insubordinados y estúpidos que

sea posible encontrar»193

. Y la afirmación de Carl August Gosselman: «No tienen respeto por sus

superiores, a los que solo envidian por tener el mando […]»194

. Supersticioso, sin educación,

aislado, ignorante son sólo algunos ejemplos de los términos utilizados para referirse a estos

personajes. Lo cierto es que los bogas eran, a los ojos de los escritores, personas cuyas

costumbres, prácticas y modos de ser iban en contravía del proyecto civilizatorio tan anhelado

por las élites nacionales y supuestamente alcanzado por las sociedades europeas.

En aras de ilustrar que el comportamiento de los bogas era, según los viajeros, la manifestación

de su carácter, en las páginas que siguen expongo aquellos aspectos considerados más

sobresalientes por los autores. Primero analizo porqué los gritos, cantos y oraciones de los bogas

eran considerados un símbolo de su falta de educación. Luego, argumento que las impresiones

que tenían los escritores sobre la desnudez y la frugalidad de la vida material de los bogas

reforzaban la imagen de éstos como hombres ―ignorantes‖, sin aspiraciones y como un obstáculo

para el progreso económico de la nación. Por último, expongo que el gusto de los bogas por el

licor y por el baile del currulao los mostraban, a los ojos de los observadores, como seres

indisciplinados, cercanos a la barbarie y lejanos de la civilización.

193

BOUSSINGAULT, Jean Baptiste, Memorias del naturista y científico Jean Baptiste Boussingault en su

expedición por América del Sur, disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/memov1/indice.htm

Consultado el 22 de abril de 2010. Al respecto ver también: GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 127;

MOLLIEN, Gaspard, op. cit., p. 86; STEUART, John, op. cit., p. 59. 194

GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 128.

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El mal-decir

El boga del bajo Magdalena no es más que un bruto

que habla un malísimo lenguaje,

siempre impúdico, carnal, insolente […].

(Samper, 1966: en línea) Énfasis mío.

BOGA: Lo aplicamos con frecuencia para tachar

a una persona grosera y mal educada

(Sundheim, 1922: 89) Énfasis mío195

.

No hubo viajero de cuantos recorrieron algún tramo del río Magdalena en champán que no

hiciera referencia en sus escritos a los ―ruidosos gritos‖ de los bogas196

. Sus cantos y oraciones,

además de perturbar a los pasajeros, eran considerados ―chillidos‖ estrepitosos y desordenados,

más cercanos a la naturaleza que a la civilización, a los animales que a los seres humanos. Desde

esta óptica, como lo señala Ana María Ochoa, «los bogas encarnaban el umbral de lo sonoro, el

punto límite de la escucha», ya que, mientras las ―personas naturales‖ emitían gritos y aullidos

parecidos a las guacamayas, las serpientes y los jaguares, las ―personas civilizadas‖ producían

música197

. En 1801 Humboldt ya había advertido sobre lo anterior:

Lo más enojoso es la bárbara, lujuriosa, ululante y rabiosa gritería [de los bogas], a

veces lastimera, a veces jubilosa; otras veces con expresiones blasfemantes, por medio

de las cuales estos hombres buscan desahogar el esfuerzo muscular […] El estruendo

que se oye ininterrumpidamente hasta llegar a Santa Fe es tan molesto como el pisoteo

de los remeros sobre el toldo, que pisan tan fuertemente que a menudo amenazan

desfondarlo. Nuestros perros necesitaron muchos días para acomodarse a este

descomunal estruendo198

.

195

SUNDHEIM, Adolfo, Vocabulario costeño o lexicografía de la región septentrional de la República de

Colombia, Editorial Hispano-francesas – Paru, 1922, p. 89. Citado por SOLANO, Sergio Paolo, ―De bogas a

navegantes: los tripulantes de los barcos de vapor del río Magdalena, 1850-1930‖, op. cit. 196

Ver por ejemplo: MOLLIEN, Gaspard, op. cit., p. 88; COCHRANE, Charles Stuart, op. cit., p. 44;

GOSSELMAN, op. cit., p. 142; LE MOYNE, August, op. cit., p. 46, SAFFRAY, Charles, op. cit., p. 55; CUERVO,

Rufino, ―El boga …” op. cit., p. 265; KASTOS, Emiro, op. cit.; SAMPER, José María, “De Honda a Cartagena”

op. cit; MADIEDO, Manuel María, "El boga del Magdalena", op. cit., p.p. 13-19; BORDA, José Joaquín, ―Seis

Horas a bordo de un champán‖, op. cit. 197

OCHOA, Ana María, ―El mundo sonoro de los bogas‖, en Revista Número No. 57, Bogotá, agosto de 2008,

disponible vía web: www.revistanumero.com/web. Consultado el 24 de agosto de 2009. Al respecto, la misma

autora señala que: «la línea fronteriza que establece aquello que pertenece al ruido y aquello que se puede nombrar

como música es también la línea fronteriza que divide las diferentes clases y etnicidades dentro del champán». 198

VAN HUMBOLT, Alexander, ―Diario VII‖, en NOGUERA MENDOZA, Aníbal, op. cit., pp. 145-160. Énfasis

mío.

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Años más tarde, el misionero presbiteriano, botánico y periodista Isaac Holton, quien había leído

a Humboldt, también describió la escena199

:

[Los bogas van] gritando todo el tiempo: osh, osh, osh, osh. El grito de todos juntos

era impresionante [...] Apenas una jauría de lebreles podría hacer ruido semejante

ladrando media hora seguida, con la diferencia de que los bogas gritaban todo el

tiempo, desde el amanecer hasta la noche, callándose únicamente para comer o para

cruzar el río200

.

Según Sandra Pedraza, en aquella época se creía que una persona vulgar empleaba una voz

demasiado estruendosa, enfática y de acento imperioso, y que para dejar de serlo las palabras

debían pronunciarse clara y sonoramente: el tono de la voz debía ser natural y suave y la

fisonomía debía traducir las impresiones de las ideas201

. De ahí que los cantos de los bogas,

relacionados por Humboldt con el descomunal esfuerzo muscular y la coordinación rítmica que

exigía el trabajo de la boga, fueran vistos como uno de los símbolos de su ‗animalidad‘ y de su

ignorancia.

Pero no sólo los ‗gritos‘ de los bogas perturbaban a los viajeros. Las referencias explícitas al

vocabulario utilizado por éstos evidencian la preocupación de los autores por la falta de

educación y recato reflejado en sus expresiones. Muchos escritores dejan ver su clara ofensa y

desagrado con respecto al lenguaje obsceno y soez utilizado por los bogas. Y no era para menos

si se creía, como efectivamente se hacía, que las malas palabras ensuciaban el lenguaje y que era

perentorio, como lo señala Beatriz González, «limpiar la lengua de expresiones viciosas»202

. Si el

bien hablar marcaba a la gente fina –pues según Rufino José Cuervo «era una de las señales de la

199

Sobre la lectura que Holton realizó del Diario de Humboldt ver: ―América exótica. Panorámicas, Tipos y

Costumbres del siglo XIX‖, en Exhibiciones en línea, Biblioteca Luis Ángel Arango, disponible vía web:

http://www.lablaa.org/blaavirtual/exhibiciones/america_exotica/biografias/isaacholton.htm Consultado el 21 de

febrero de 2006. 200

HOLTON, Isaac F., op. cit., p. 85 201

PEDRAZA, Sandra, En cuerpo y alma: Visiones del progreso y la felicidad, Bogotá, Universidad de los Andes,

1999., p. 83. 202

GONZÁLEZ STEPHAN, Beatriz, ―Cuerpos de la nación: cartografías disciplinarias‖, en Annales: Nueva época:

Ciudadanía y nación, Göteborg, Instituto Iberoamericano, 1999, p. 71-106, disponible vía web:

http://gupea.ub.gu.se/dspace/bitstream/2077/3213/2/anales2gonzalez.pdf. Consultado el 10 de septiembre de 2006.

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gente culta y bien nacida»203

, los bogas, por oposición, debían ser considerados «gentes de poca

instrucción» atrapadas en el ―mal decir‖ de sus lenguas204

. Al respecto, John Steuart diría que: «al

terminar cada cláusula ellos pronunciaban la interjección española: ―¡carajo!‖. El lenguaje no

provee otra distinta; ni la necesidad para expresar toda cosa que sea mala y obscena»205

.

Gosselman recordaba que se sorprendió al comprobar que «aun después de haberse casi perdido

de vista [los bogas] continuaban con las groserías y palabrotas, desde luego a grandes gritos»206

.

Y José Joaquín Borda comenta que: «cuando ―La joven Julia‖, se encontraba con otro champán,

los bogas de ambas embarcaciones prorrumpían en gritos descompasados, en insultos de baja ley

y aún en viles blasfemias»207

. El mismo autor hace la siguiente aclaración: «esto era, sin

embargo, un saludo que repetían al pasar por alguna ranchería, concluyendo por dirigir un

requiebro a las mulatas y hacer algún encargo a los dueños de las chozas»208

.

Este ‗mal decir‘, con su carga de desprecio a la ‗norma‘ y ‗irrespeto‘ a los ‗buenos modales‘ de

los viajeros, cobraría más fuerza al presentarse en las oraciones que los bogas dirigían a la virgen

y a algunos de sus santos, pues, juzgadas desde los parámetros de los escritores, representaban un

insulto a sus íconos religiosos. Para los viajeros, el uso de palabras obscenas en los rezos era un

símbolo de que los bogas, supuestamente cristianos, celebraban la religión y utilizaban el

lenguaje de maneras totalmente inapropiadas. Esto se debía, en parte, a que —según los

autores— los bogas no hacían separación alguna entre lo material y lo espiritual, mezclaban las

oraciones propias de la doctrina cristiana con maldiciones, y utilizaban los momentos de oración

para hacer peticiones absurdas e inapropiadas que nada tenían que ver con lo espiritual. En este

sentido, José María Samper señalaba que:

Los 20 ó 30 salvajes, al zarpar de un puerto, entonan en voz alta y tosca, formando

una algarabía de todos los diablos, una interminable relación de todas las vírgenes,

santas y santos reputados por mas [sic] milagros en los pueblos del río, sin perjuicio

de los que corresponden á la devoción particular de cada boga. Pero esa advocación

203

CUERVO, Rufino José, ―El lenguaje bogotano‖, in LAGOMAGGIORI, Francisco, América literaria:

Producciones secretas en prosa y verso, Buenos Aires, La Nación, 1883, p.p. 290-298. Citado por PEDRAZA,

Sandra, ―En cuerpo…” op. cit., p. 42. 204

GONZÁLEZ, Beatriz, op.cit. 205

STEUART, John (1835), op. cit., p. 71 206

GOSSELMAN, Carl August, op. cit., en línea. 207

BORDA, José Joaquín, ―Seis horas a bordo de un champán‖, op. cit., p. 112-115. Énfasis mío. 208

Ibíd., p. 115.

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María del Pilar Riaño

54

no es puramente religiosa: es una especie de olla podrida de votos y promesas,

recuerdos lúbricos, reniegos infernales, insultos á los que se quedan en la playa,

recomendaciones para todas las comáes (comadres) y las ñas (abreviacion de doña ó

señora). Aquel guirigay es tan ininteligible como grosero y abominable209

.

En un sentido similar, pero refiriéndose particularmente a las oraciones matinales que los bogas

dirigían a la Virgen, Steuart expresaba que: «en estas advocaciones se mezclan bendiciones y

maldiciones y las peticiones más singulares, sea que se refieren a cosas temporales o espirituales

[…] Sus efusiones en tales ocasiones eran todas extemporáneas»210

. Vale la pena referir una de

las supuestas oraciones realizadas por los bogas, trascrita por el autor anteriormente mencionado,

quien insistía en afirmar que ésta era tan literal como le era posible:

Oh, María, ¡la más poderosa! ¡Bendita reina del cielo, madre de Dios, apiádate de

nosotros los pobres bogas! Recorre la corriente con nosotros este día, y que los

rápidos y remolinos no impidan nuestro progreso. ¡Qué el hombre blanco, nuestro

patrón, aquí, nos de abundancia de brandy y tal vez un poquito de mantequilla para

freír nuestro pescado! ¡Hurra por el patrón blanco y las bonitas muchachas indias de

Ocaña! ¡Viva María, el Santo San José y todos los Santos!211

Más allá de qué tan preciso es lo anterior, lo que interesa es resaltar que esta oración abre una

ventana a la vida de los bogas: es evidente que éstos aceptaban cierto nivel del sistema religioso

cristiano, no se revelaban contra éste y en muchas formas lo aceptaban, pero desde su

cotidianidad manejaban los ritos y las creencias dándoles un giro, creando una nueva visión que

generaba formas diferentes que producían a su vez una realidad social y cultural nueva. Por lo

anterior, es de comprender que los distintos viajeros afirmaran el carácter desordenado y

perturbador de las prácticas lingüísticas y religiosas de los bogas, su particularidad y sus errados

rasgos interpretativos.

Los viajeros –especialmente nacionales–, se enorgullecían de rendir culto a la gramática y de

hablar la mejor lengua a la vez que citaban la ―barbarie lingüística‖ de los bogas, ubicando su

209

SAMPER, José María, Ensayo sobre las… op. cit., p. 96. Énfasis mío. Es importante aclarar que para Samper la

mezcla de lo religioso y lo profano en los rezos de los bogas era, en parte, culpa del clero: «es así como la indolencia

ó la fría codicia del clero le ha dejado alimentar al zambo el sentimiento religioso, confundido con las cosas mas

indignas!». 210

STEUART, John, op. cit., p. 70. 211

Ibíd., p. 71.

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María del Pilar Riaño

55

oralidad en el espacio de la anomalía y degradándola hasta casi ingresar a la animalidad y revestir

la condición de mero balbuceo apenas inteligible. La ―ininteligibilidad‖ de sus rezos se hace

visible en las palabras de Holton, quien nunca pudo saber si «las oraciones eran en latín, español

o en algún dialecto»212

.

Los modales y la vida material

Las referencias a las costumbres ―repugnantes‖ se hacen más fuertes al interrogar a los viajeros

respecto a las formas de vida de los bogas. En aspectos elementales como comer y vestirse los

autores encontrarían prácticas desagradables que en nada se parecían a lo que ellos consideraban

la vida civilizada. En la escaza indumentaria de los bogas, en su pobre vida material y en sus

hábitos de alimentación, los escritores no hallarían el seguimiento de las normas o patrones

civilizados, sino la desviación de éstos.

John P. Hamilton afirmaba que «[Los bogas] están desnudos con excepción de un trapo de tela

que llevan alrededor de la cintura y un sombrero»213

. En un sentido similar, otro viajero

comentaba que «[los bogas son] pilluelos desnudos y de piel amarillenta, jaspeada de mugre»214

.

Si bien las referencias anteriores no hacen explícito el desagrado que producía la desnudez del

boga, si se tiene en cuenta que ésta era un indicio de vulgaridad e irreverencia con la sociedad, y

que el vestido cumplía la función de expresar la posición social de las personas, se podría pensar

que la ―exhibición‖ que el boga hacía de su cuerpo permitiera a los escritores a reafirmar su

carácter bárbaro. No se debe olvidar, como lo recuerda Pedraza, que la apariencia exterior, que

incluía el aseo y el aliño, reflejaba la condición moral de las personas, y que la elegancia y el

buen gusto eran criterios estéticos que las élites definían continuamente y que servían para

reformular la vulgaridad y preservar su superioridad215

.

212

HOLTON, Isaac, op. cit., p. 85. 213

HAMILTON, John Potter, op. cit. 214

HOLTON, Isaac G., op. cit., p. 56 215

Ibíd., p.p. 66-68. Recordemos que, como lo señala Franz Hensel, «la moral no sólo enseñaba el bien o el mal, el

vicio o la virtud, la moral tiene como preocupación darle un contenido práctico, mostrar cómo se hace el bien, cómo

se es virtuoso o bien de qué forma se lleva una vida licenciosa y desordenada» (HENSEL RIVEROS, Franz,

―Introducción‖, en Vicios, virtudes y educación moral en la construcción de la República, 1821-1852, Bogotá,

Colección Prometeo, Uniandes-Ceso, 2006, p. xxxi).

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María del Pilar Riaño

56

Esta asociación entre pulcritud corporal y estética y pulcritud moral se vería complementada por

las impresiones que los viajeros se llevaron de la vivienda de los bogas. Charles Saffray, por

ejemplo, diría que: «su caseta de bambú, cubierta de hojas de palmera, es angosta y baja; en la

única habitación no hay muebles, ni utensilios, ni útiles; sólo se ve una olla de barro, una hacha

vieja y un machete»216

. Así mismo, Miguel Cané observaba que:

Todo á lo largo del río no se encuentran sino pequeñas y miserables poblaciones,

donde las gentes viven en chozas abiertas, sin mas recursos que un árbol de plátanos

que los alimenta, una totuma, cuyas frutas, especie de calabazas, les suministran

todos los utensilios necesarios á la vida y uno ó dos cocoteros217

.

La pobreza de la cultura material de los bogas era un problema asociado a sus escasos recursos y

a la frugalidad de la vida que llevaban. Como lo señala Safford, las élites del siglo XIX veían el

consumo material como un indicador importante del grado de civilización alcanzado por un

grupo determinado218

. Desde esta perspectiva, el criterio más evidente para la ubicación de un

individuo en la pirámide social era su modo de vida, definido en función de la calidad de su casa,

su vestido y sus bienes219

. La ‗evidente‘ pobreza de la cultura material de los bogas, por tanto,

era un síntoma de su falta de ambición por el futuro, y, por lo mismo, un obstáculo para la

construcción de la civilización y para el progreso social y económico de la nación. Y puesto que

la condición moral de los pobladores estaba directamente relacionada con sus condiciones

materiales, y dado que la pobreza era vista como consecuencia directa de la ignorancia, el

abandono y la falta de orden, los bogas, según los autores, se hallaban expuestos a la corrupción

moral.

En adición a lo anterior, y sin ocultar su desagrado por las pautas de relación con los modales

para comer, John Steuart señalaba que:

[Cuando] una tripulación de bogas se sienta a comer representa una escena

digna de ser descrita […] Los bogas se atracan allí mismo de grandes

216

SAFFRAY, Charles, op. cit., p. 128. 217

CANÉ, Miguel, op. cit., 218

SAFFORD, Frank, ―Race, integration, and progress: Elite attitudes and the Indian in Colombia, 1750-1870‖, en

Hispanic American Historical Review, Duke University Press, North Carolina, February, 1991, p.p. 23-24. 219

PRICE, Thomas Jr., ―Algunos aspectos de estabilidad y desorganización cultural de una comunidad isleña del

Caribe Colombiano‖, en Revista Colombiana de Antropología III, Bogotá, 1954, p.p. 31-32.

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María del Pilar Riaño

57

cantidades de comida, que mastican con rapidez y pasan con el agua del río,

fría y barrosa, tal como corre al paso del bote. […] El comportamiento de los

bogas en tales situaciones nos obligaba a presenciar escenas repugnantes de

suciedad y una conducta muy por debajo de la bruta creación. Ni la persuasión

ni aún las amenazas pueden persuadirlos de sus prácticas bestiales220

.

Siguiendo a Pedraza, si durante el siglo XIX se creía que todo acto de comer debía transcurrir de

manera discreta y limpia, sin que fuera demasiado notorio que se estaba satisfaciendo una

necesidad ya que «en la mesa se conoce a la persona bien educada»221

, es comprensible que las

prácticas de los bogas con respecto a la alimentación fueran vistas por los viajeros como

repugnantes. La ‗falta de modales‘ de estos sujetos generaba en los viajeros malestar y era vista

como símbolo de suciedad y desviación de los estándares civilizados. En este sentido, el viajero

no sólo estaba constatando la diferencia del boga con respecto a su cultura, sino que también

establecía jerarquías que le permitían formular juicios de valor desfavorables con respecto a las

pautas de comportamiento de los bogas. La descripción de este tipo de costumbres, por lo tanto,

relataba vicios a fin de reflejar actos de inmoralidad dignos de rechazar. Recordemos que, según

Beatriz González:

extremar la limpieza o cuidar meticulosamente los movimientos del cuerpo o educar

la dicción no era un asunto de estricta higiene corporal o lingüística, sino un

problema de distinción social. Las buenas maneras no sólo blanqueaban la piel, sino

que representaban ahora un valor (y no una virtud) mercadeable, porque tanto la

apariencia (limpieza, salud, vestuario) y saber decir eran un capital simbólico que

podía colocar a cada individuo (mujer u hombre según el caso) en una jerarquía

social más alta [o, en este caso, más baja]222

.

El desagrado que producían en los viajeros la desnudez del boga, la precariedad en la que vivía y

sus hábitos de alimentación era, de acuerdo con los planteamientos de Norbert Elias, una de las

sensaciones dominantes de lo que él denominaba el ―malestar de la barbarie‖: «el malestar que

produce aquella otra constitución emotiva, aquella otra pauta de pudor que aún hoy se encuentra

en muchas sociedades a las que llamamos ―incivilizadas‖»223

.

220

STEUART, John, op. cit., 70. Énfasis mío. 221

PEDRAZA, Sandra, ―En Cuerpo…”, op. cit., p. 80. 222

GONZÁLEZ, Beatríz, ―Cuerpos de la nación…‖, op. cit. 223

ELIAS, Norbert, El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, México, FCE,

1994, p. 104, citado por BOLIVAR, Ingrid, ―Los viajeros del siglo XIX y el ―proceso de civilización…‖, op. cit., p.

28.

Page 58: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

58

La vida licenciosa

El Boga, sin escrúpulo de ninguna clase,

recarga su conciencia con todos los pecados capitales:

es licencioso como Don Juan Tenorio.

La embriaguez, la pereza y la gula están siempre en el programa de su vida.

(Emiro Kastos, 1851: en línea)

Las fiestas –en las que se bailaba currulao–, los regocijos y la embriaguez de los bogas eran

también censurables desde el punto de vista de los viajeros. En estas prácticas culturales los

escritores veían el reflejo del carácter vicioso e indisciplinado de los bogas, así como la

expresión más clara del atraso en el cual se encontraban ciertas poblaciones. Las borracheras de

los remeros se presentaban, a los ojos de los observadores, como una inmoralidad grotesca y

libertina, y el baile del currulao no era más que una danza bárbara, desenfrenada e instintiva, y

por lo mismo irracional.

La propensión de los bogas a la embriaguez es uno de los señalamientos más recurrentes en las

descripciones de los viajeros. Esta supuesta inclinación natural era vista por algunos escritores

como una manifestación de la rusticidad y la miseria en la que se encontraban los bogas; factores

que los impelían a la promiscuidad y que permitían, en palabras de Castro, Hidalgo y Briones, la

«proliferación de prácticas que estorbaban la civilización y que permitían la reproducción de la

barbarie»224

. Según Aquileo Parra, los bogas, «a pesar de que sus costumbres se acercaban

mucho al estado salvaje [,] no pecaban de pendencieros sino cuando se hallaban

embriagados»225

. En este sentido, es de suponer que su carácter ―insolente‖ y ―belicoso‖ fuera un

problema asociado a sus continuas borracheras.

Con respecto a las ―tremendas y extravagantes borracheras" de los bogas, que en varias

ocasiones obligaban a los viajeros a detener su viaje hasta cuando fuera oportuno, John P.

224

CASTRO, Nelson, HIDALGO, Jorge, BRIONES, Viviana, ―Fiestas, borracheras y rebeliones (Introducción y

traducción del expediente de averiguación del tumulto acaecido en Ingaguasi, 1777)‖, en Estudios Acateños No. 23,

San Pedro de Acatama, Universidad Católica del Norte, 2002, p.p. 77-109, disponible vía web:

http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=31502306&iCveNum=1817 Consultado el 28 de

septiembre de 2009. 225

PARRA, Aquileo, op. cit.

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María del Pilar Riaño

59

Hamilton decía que «los bogas, o la tripulación de los champanes que los impulsan río arriba,

son un conjunto de individuos tan borrachos como disipados como los suele haber en el

mundo»226

. Mientras que otro viajero, refiriéndose también al gusto de los bogas por el licor,

relataba la siguiente escena:

Los bogas se habían embarcado en un estado de embriaguez tal, que no daban un

paso sobre la movediza tolda del champán sin caer al fondo del río, en grupos de tres

o cuatro. Para los curiosos que se situaban en la ribera a presenciar el grotesco

espectáculo, era éste muy divertido; pero no así para el dueño de la carga, que la veía

más de una vez en peligro227

.

Fuera cual fuere la concepción que los viajeros tenían de la embriaguez de los bogas, ésta era

vista como un rasgo determinante de su carácter y como una práctica contraria, en todo caso, a

aquella practicada por los hombres de buenas costumbres, quienes, según Mabel Centeno,

«circunscribían el consumo a la hora de sus comidas y debían ser capaces de beber sin llegar a

perder su actitud digna, lo que significaba no llegar a la embriaguez»228

. El problema de la

ebriedad de los bogas, por tanto, no radicaba en el consumo o no de bebidas alcohólicas, sino en

el tipo de alcohol y en cómo, cuándo y quiénes lo consumían.

La actitud ‗viciosa‘ de los bogas no se limitaba al champán. Las fiestas en las que se adentraban

durante sus paradas en las poblaciones o en las márgenes del río Magdalena eran vistas como

eventos que abrían el espacio del vicio, las pasiones desenfrenadas y las imperfecciones

alentadas por la embriaguez. De ahí que fueran juzgadas como celebraciones inmorales,

indisciplinadas y descontroladas. Dentro de estas celebraciones se encontraba el baile del

currulao. Esa danza que, según José María Samper, «resume al boga y a su familia, que revela

toda la energía brutal del negro y el zambo de las costas septentrionales de la Nueva

Granada»229

, y que según José María Vergara y Vergara era «un dialecto bárbaro». Bárbaro, en

la medida en que se presentaba como una actividad de energía desordenada y ruidosa, y como un

226

HAMILTON, John P., op. cit. Al respecto ver también GOSSELMAN, Op. cit., p. 137-8; SAFFRAY, Charles,

Op. cit., p. 56; PARRA, Aquileo, op. cit. MADIEDO, Manuel María, Op. cit., p. 21. 227

PARRA, Aquileo, op. cit. Énfasis mío. Al respecto ver también: STEUART, John, op. cit., p., 58. 228

RODRÍGUEZ CENTENO, Mabel, ―Borrachera y vagancia: argumentos sobre marginalidades económica y moral

de los peones en los congresos agrícolas mexicanos del cambio de siglo‖, en Historia Mexicana No. 1, Vol. XLVII,

Ciudad de México, junio de 2009, p. 123. 229

SAMPER, José María, “De Honda…”, op. cit.

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María del Pilar Riaño

60

fenómeno estrictamente físico, irracional y desarticulado230

. Así calificaba la danza Ernest

Röthlisberger,

No entraré en la descripción de la danza, con sus salvajes movimientos, tan pronto

sensuales como lánguidos o apasionados. Aquí no se baila con entusiasmo o con el

corazón, sino con el instinto puramente mecánico que habita la carne. Existe una

profunda diferencia entre nuestro trabajo social, apoyado en esfuerzos mentales, en

comunes sacrificios, padecimientos y gozos, y este oscuro vegetar, este predominio

de todas las fuerzas físicas en el hombre, que debe luchar contra la Naturaleza y

contra un siglo de viejo despotismo. Es un estado de barbarie, con el que sólo en un

futuro lejano podrá acabarse231

.

Como se observa en esta cita, el baile del currulao aludía, para Röthlisberger, no sólo a una

danza instintiva, irracional e inconsciente, sino también a un ―oscuro‖ existir que era producto

tanto del medio como del despotismo al que habían estado sometidos durante la era colonial.

Este espacio festivo, perfecto para el ‗desborde‘ de las pasiones, se relacionaba no sólo con un

pasado arcaico y ‗vergonzoso‘, sino también con la incivilidad, la infracción y la culpa232

. Por lo

mismo, era censurable pues estaba vinculado con actos públicos que cuestionaban el orden en el

cuerpo social por la proximidad que guardaba con el vicio y el pecado233

. De ahí que José María

Samper afirmara en uno de sus textos que «al ver ese horrible espectáculo, uno cree que está

mirando, en una pesadilla, una zambra de réprobos dando vueltas en una de las cavernas del

infierno, en honor de los siete pecados capitales!»234

. Y que en otra de sus narraciones insistiera

en que «la civilización no reinará en esas comarcas sino el día que haya desaparecido el currulao,

que es la horrible síntesis de la barbarie actual»235

. Como se refleja en sus palabras, ante la

barbarie de los cuerpos cobraba espesor la moralidad, la racionalidad y la blancura del que los

representaba236

.

230

RAMOS, Julio, ―Cuerpo, lengua y subjetividad‖, en Revista de Crítica Literaria Latinoamericana No. 38, año 19,

Lima-Hanover, Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar, 1993, p. 229. 231

RÖTHLISBERGER, Ernest, El Dorado. Estampas de viaje y cultura de la Colombia suramericana, Bogotá,

Biblioteca V centenario Colcultura, Viajeros por Colombia, 1993, disponible vía web:

http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/eldorado/eldo4c.htm. Consultado el 21 de septiembre de 2009.

Énfasis mío. 232

GONZÁLEZ, Beatriz, op. cit. 233

CASTRO, Nelson, HIDALGO, Jorge, BRIONES, Viviana, op. cit. 234

SAMPER, José María, Ensayo sobre las… op. cit, p. 97. 235

SAMPER, José María, “De Honda…”, op. cit. 236

RAMOS, Julio, op. cit, p. 230.

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61

Las costumbres de los bogas, por tanto, eran la expresión de su carácter. Las primeras, además

de expresar usos ignorantes, prácticas repugnantes y hábitos indisciplinados, servían a los

escritores para representar a los bogas como seres intelectual, moral y culturalmente inferiores.

Sus prácticas, costumbres y formas de ser parecían estar muy lejos de los valores que

caracterizaban a las poblaciones civilizadas, reflejando de esta manera el carácter bárbaro de los

bogas. Esta ―barbarie‖ se vería reforzada –a la vez que era producto– por el medio en el que

vivían.

c. Geografía de la barbarie

La naturaleza humana es, en verdad,

esencialmente la misma en todas partes,

pero infinitamente diversificada por el poder

de las circunstancias externas.

(Holton, 1981: 19).

Pero quizás lo que se llaman las razas humanas

no es más que el resultado de las influencias específicas del clima,

confirmado a través de períodos indefinidos de tiempo

por la acumulación de herencias fisiológicas.

(Camacho Roldán, 1973: 119).

Las narraciones realizadas por los viajeros sobre el río Magdalena y sus habitantes evidencian

que la asociación entre geografía y población fue uno de los mecanismos utilizados por los

escritores para explicar el porqué del carácter y las costumbres bárbaras de los bogas: entre más

salvaje fuera la naturaleza más salvaje sería la cultura de sus habitantes237

. Esta asimilación de la

cultura a la naturaleza, gracias a la cual se naturalizaba la jerarquía social y se asociaban grupos

poblacionales a espacios geográficos particulares, fue objeto explícito de preocupación en la

mayoría de los textos consultados, ya que América, y en particular el río Magdalena, eran lugares

―ideales‖ para demostrar la veracidad de tales ideas. En palabras del francés August Le Moyne:

237

PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 234.

Page 62: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

62

Los habitantes [del Magdalena] eran negros, mulatos o indios, únicas razas capaces

de vivir en medio de los pantanos de la ciénaga sin sentir los efectos de las graves

enfermedades que con un ambiente abrasador, húmedo y cargado de miasmas

deletéreos no tardan en aquejar a los blancos que se aventuran por estos parajes238

.

El Conde de Buffon (1707-1788) ya había dado luces al respecto: para este naturalista de

mediados del siglo XVIII, las condiciones climáticas del continente americano (humedad, calor,

ausencia de estaciones, trópico) hacían de éste un lugar «salvaje, hostil y frígido», y, como

consecuencia, un territorio en donde las especies eran inferiores y débiles239

. De hecho, según

argumentaba el mismo autor, el clima de estas tierras era la causa de que todo ser vivo europeo

(animal, planta u hombre) se adaptara mal y se degradara240

. De esta manera Buffon, entre otros,

sentó las bases para la explicación científica de la supuesta inferioridad americana y de su falta de

condiciones para el establecimiento de una verdadera civilización241

. América, en síntesis, era un

medio completamente degenerativo y, por lo mismo, determinante para el desarrollo físico, moral

e intelectual de los seres vivos. En este sentido, la naturaleza de sus habitantes, en palabras de

Nieto, Castaño y Ojeda, «podría estar definida no sólo por su origen racial y por la nobleza de sus

antepasados, sino [también] por el clima y la naturaleza del lugar en el que [habitaban]»242

.

Esta episteme imperante, gracias a la cual se valoraban territorios y sociedades en detrimento de

otros, dejaba muy mal parados a los escritores nacionales; el hecho de que no se discutiera la

influencia de la geografía sobre las características físicas y mentales de las sociedades, y que se

afirmara que esta misma influencia determinaba si una sociedad sería capaz o no de alcanzar la

civilización o si quedaría confinada al salvajismo y a la barbarie243

, así como la creencia de que el

238

LE MOYNE, August, op. cit., p. 52. Con respecto a las ―fiebres del Magdalena‖ y al uso del concepto de miasma

en Colombia ver: GARCÍA, Claudia Mónica, op. cit.; VILLEGAS VÉLEZ, Álvaro Andrés, ―Territorio, enfermedad

y población en la producción de la geografía tropical colombiana, 1872-1934‖, en Historia Crítica No. 32, Bogotá,

Universidad de los Andes, 2006, p.p. 94-117. 239

GERBI, Antonello, La Disputa del Nuevo Mundo: Historia de una polémica. 1750 – 1900, México, Fondo de

Cultura Económica, 1993, p. 7-42. Esta inferioridad de las especies, según Buffon, surgía bebido a que «del estado

de perfección encarnado por la raza europea blanca se había degenerado hacia formas inferiores como la de la raza

negra, por influencia del clima». Citado por MÚNERA, Alfonso, Fronteras imaginadas: la construcción de las

razas en el siglo XIX colombiano, Bogotá, Editorial Planeta, 2005, p. 27. 240

Ibíd., p.p. 23-26. 241

MUÑOZ, Santiago, op. cit. 242

NIETO, Mauricio, CASTAÑO, Paola, OJEDA, Diana, ―El influjo del clima sobre los seres organizados y la

retórica ilustrada en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada‖, en Historia Crítica Nº 30, Bogotá, julio-diciembre

2005, p. 97. 243

GERBI, Antonello, op. cit., p. 17.

Page 63: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

63

trópico encarnaba todos estos valores, eran argumentos a través de los cuales los criollos se

convertían en habitantes de la barbarie. Frente a lo anterior, el reto para los escritores nacionales

de comienzos del siglo XIX consistió, en primer lugar, en demostrar que no todo el territorio

americano era degenerativo y, en segundo lugar, en apropiar «a su manera dichos discursos

europeos sobre la influencia negativa del clima y la geografía para legitimar su función de

europeos-americanos civilizados entre los grupos poblacionales que consideraban salvajes»,

como lo señala Muñoz244

.

Siguiendo a Arias, con el fin de «cuestionar las proposiciones radicales de naturalistas, filósofos

y literatos sobre la innegable degeneración de la naturaleza y los hombres americanos», los

escritores colombianos formularían su propia teoría245

: la región de los Andes, por causa de su

altura y geografía, no tenía efectos negativos sobre las personas y, por lo mismo, era un lugar

propicio para el desarrollo de la civilización y de hombres con atributos físicos, intelectuales y

morales similares a los del hombre europeo. Por el contrario, las regiones cálidas o de ―tierra

caliente‖ eran ambientes degenerativos que condenaban a las personas al estado salvaje246

. De

acuerdo con esta ―topografía de la moral‖, como la denomina Taussig, las tierras bajas eran

presentadas como un obstáculo para el progreso y la integración nacional y como opositoras al

paraíso terrenal de las montañas247

: «del otro lado de la naturaleza salvaje, en un más allá

antitético, está la civis, la civilización, la ley y el orden»248

.

244

MUÑOZ, Santiago, op. cit. 245

ARIAS VANEGAS, Julio, ―Seres, cuerpos y espíritus del clima, ¿pensamiento racial en la obra de Francisco José

de Caldas?‖, en Revista de Estudios Sociales No. 27, Bogotá, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los

Andes, agosto de 2007, p. 17. Digo colombianos porque en el Perú, por ejemplo, las tierras altas (habitadas por

comunidades indígenas) fueron consideradas salvajes y las costas (habitadas por los políticos e intelectuales blancos)

civilizadas. Esto ayuda a entender que las ideologías son históricamente construidas, y que éstas dependen del

tiempo y del espacio en el que se las analice. Con respecto a lo anterior ver: ORLOVE, Benjamin, ―Putting Race in

its place: Order in Colonial and Postcolonial Peruvian Geography‖, in Social Research No. 2, Vol. 60, summer 1993,

p.p. 301-336; TAUSSIG, Michael, ―A lomo de indio. La topografía moral de los Andes y su conquista‖, en

Chamanismo, colonialismo y el hombre salvaje, Bogotá, Editorial Norma, 2002. 246

Para un estudio más preciso del pensamiento geográfico de los criollos de comienzos del siglo XIX ver también:

ARIAS VANEGAS, Julio, ―Seres, cuerpos y espíritus del clima…‖, op. cit., p.p. 16-30; RESTREPO, Eduardo,

―´Negros Indolentes´ en las plumas de corógrafos: Raza y progreso en el occidente de la Nueva Granada de

mediados del siglo XIX‖, en Nómadas No. 26, Bogotá, Universidad Central, abril de 2007, p.p. 28-43. 247

TAUSSIG, Michael, op. cit. 248

RODRÍGUEZ, Ileana, op. cit., p. 30.

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María del Pilar Riaño

64

El diplomático alemán Alfred Hettner, quien viajó a Colombia a finales del siglo XIX, parecía

estar de acuerdo con esta teoría al afirmar que

El clima de la tierra baja tropical con su calor apenas disminuido durante las noches,

produce en el extranjero de origen nórdico un efecto de cohibición limitativo de su

agilidad mental y su fuerza emotiva, condiciones que pronto mejoran en las regiones

de mayor elevación sobre el nivel del mar, con su aire enrarecido y su temperatura más

baja.249

.

Al reconocer que la geografía americana no era homogénea, los escritores nacionales a la vez que

matizaban la propuesta de Buffón, también la confirmaban: la existencia de una correspondencia

directa entre la geografía del territorio y el carácter moral de sus habitantes no era

cuestionable250

. A esta correspondencia José María Samper agregaría otro elemento: la geografía

de las razas251

. Según el autor, cada raza debía ocupar un espacio físico específico y situarse en el

medio que «mejor conviene á la sangre, las tradiciones, la industria y la energía de cada una»252

,

ya que «cada grupo social obedece á las leyes de su fisiología y su geografía»253

. Su esfuerzo por

dotar a las regiones de contenidos raciales y a partir de ellos construir una jerarquía de las

geografías humanas, se hace visible en las siguientes palabras:

[…] es preciso establecer una distinción, que la naturaleza había determinado en la

distribución de las razas. La región de las altiplanicies había concentrado todas las

fuerzas de la civilización en progreso. La región ardiente de las costas, de los valles profundos, las Pampas y los Llanos, era el inmenso imperio de la barbarie

254.

Una valoración similar se desprende de las palabras del geógrafo francés Élisée Reclus, quien,

tras haber leído y reseñado el Ensayo de José María Samper, afirmaba que consideraba

249

HETTNER, Alfred, Viaje por los Andes colombianos (1882-1884), Bogotá, Talleres Gráficos del Banco de la

República, 1976, disponible vía web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/viaand/indice.htm Consultado el 5 de

septiembre de 2009. 250

CASTRO GÓMEZ, Santiago, La hybris…, op. cit., p. 265. 251

Según Alfonso Múnera (―Fronteras…‖op. cit., p. 33), la formulación de una geografía humana en Samper

«cumple con el propósito de fijar en la imaginación de los colombianos las líneas de una nación heterogénea, cuyas

razas inferiores de indios y negros constituyen el principal obstáculo en su evolución hacia una nación civilizada». 252

SAMPER, José María, Ensayo sobre las… op. cit., p. 99. 253

SAMPER, José María, Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las Repúblicas

colombianas, Ed. Centro, Bogotá, 1862, disponible vía web:

http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/revpol/indice.htm#indice Consultado el 5 de septiembre de

2009. 254

SAMPER, José María, Ensayo sobre las…, op. cit., p. 27.

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María del Pilar Riaño

65

absolutamente pertinente analizar la distribución de los grupos humanos según consideraciones

geográficas255

:

Los habitantes de Colombia se establecieron en diferentes altitudes según el color de

su piel. Así pues, la blancura de la tez es inversamente proporcional a la elevación de

la temperatura; las zonas climáticas están marcadas por las montañas colombianas,

como lo están por la redondez de la tierra, y de la base a la cima los andes granadinos

ofrecen un resumen de las razas humanas así como un resumen de la fauna y de la

flora terrestres256

.

Parafraseando a Múnera, al fortalecerse la idea de un centro andino rodeado de tierras marginales

y fronterizas, y al dotarse esas fronteras y sus habitantes de categorías éticas y estéticas, el río

Magdalena y los bogas que vivían en él serían codificados en los textos de los viajeros como el

territorio y las gentes de la barbarie257

. Si se creía, como lo profesaba Samper, que «las

sociedades [tenían] sus climas ó [sic] temperaturas morales como sus climas físicos»258

y que no

era «posible liberarse de ciertas influencias de calor o frío, o de higiene natural ó [sic] de

moralidad, bajo ciertas latitudes o elevaciones»259

, es de suponer que la inferioridad moral que

los viajeros le atribuían a los bogas se derivara, en parte, del medio hostil, ―inevitable y fatal‖ en

que éstos vivían. En palabras del mismo Samper:

Nacido bajo un sol abrasador; en un terreno húmedo, inmenso y solitario, y contando

con una naturaleza exuberante que lo da todo con profusión y de balde, y que exagerando el desarrollo físico de los órganos, debilita [las funciones del boga] y

degrada su parte moral260

.

Al igual que Samper, varios autores subrayan la influencia del clima sobre la vida de los bogas.

Según el argentino Miguel Cané, los bogas habitaban «el suelo dónde el hombre nace más débil y

escaso», por lo que se preguntaba: «¿Qué vale esa ferocidad maravillosa, si el clima no permite el

255

LANGEBAEK, Carl, ―La obra de José María…‖, op. cit., , p. 198. 256

RECLUS, Elisée, op. cit., p. 203. 257

MÚNERA, Alfonso, ―Fronteras…‖ op. cit., p. 102. 258

SAMPER, José María, Ensayo sobre las…, op. cit., p. 43. Por ―climas físicos‖ se entendía la naturaleza corporal

del hombre desde el punto de vista de sus determinaciones externas (medio ambiente, fisonomía, temperamento,

raza); mientras que la ―temperatura moral‖ hacía referencia a la capacidad del hombre para superar el determinismo

de la naturaleza física; CASTRO GÓMEZ, Santiago, op. cit., p. 38. 259

SAMPER, José María, Ensayo sobre las…, op. cit., 1969, p. 43. 260

SAMPER, José María, "De Honda…”, op. cit.

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María del Pilar Riaño

66

desenvolvimiento de la raza humana que debe explotarla?»261

. Por su parte, Charles Saffray

afirmaba que «el boga elige de ordinario por morada la orilla de los ríos, esas tierras malsanas

donde el calor y la humedad engendran prodigios de vegetación y extraños animales»262

. Y más

adelante señalaba que:

la temperatura es sumamente elevada; el termómetro marca a la sombra, por la tarde,

cuarenta grados centígrados, y jamás hay viento ni sopla la menor brisa. Así se

comprende la indolencia de los habitantes, y se explica que tomen con intervalos de

una hora copitas de ron, para luchar contra la influencia depresiva del clima263

.

Como se observa en la cita, el medio ―malsano‖ del Magdalena no sólo ―degradaba‖ y

―debilitaba‖ física y moralmente a los bogas, también explicaba su carácter indolente y, de alguna

manera, su ―tendencia‖ a la embriaguez. Lo que salta a la vista es la creencia en la

correspondencia directa y causal entre el clima y el carácter moral de los bogas. La opinión de

que la temperatura del aire y la composición del suelo tenían consecuencias directas sobre su

moral, afectando su estado físico. En últimas, la barbarie de los bogas era concomitante a la

naturaleza, ya que esta última era tan agreste como los habitantes que la ocupaban y el hombre

aprehendía las características básicas de su entorno natural al punto de identificarse moralmente

con éste. De ahí que el filólogo colombiano Rufino Cuervo afirmara que: «[el boga] inherente a

la raza de que trae su origen, i [sic] al clima en que vive, son por la mayor parte sus defectos»264

.

261

CANÉ, Miguel, op. cit., p. 75. 262

SAFFRAY, Charles, p. 55. 263

Ibíd., p. 58. Énfasis mío. 264

CUERVO, Rufino (1840), "El boga del Magdalena", op. cit., p. 265.

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d. Los gajes del oficio

El trabajo era excesivo, y sólo una raza de mortales

como aquella podría haberlo soportado.

(Steuart, 1989: 41.)

Los bogas eran producto del medio, dirían los viajeros. A éste debían, en parte, su carácter y sus

costumbres, pero también su oficio y la fuerza física que los caracterizaba. Desde esta

perspectiva, la labor y la corporalidad propia de los sujetos que la realizaban serían elementos

privilegiados en la construcción que los viajeros realizaron de los bogas; y no era para menos, ya

que el boga se hacía boga bogando.

Los viajeros nacionales y extranjeros que se aventuraron en el río Magdalena durante el siglo

XIX describieron detalladamente el oficio de la boga, uno de los trabajos más importantes, en

tanto que el transporte fluvial de bienes y personas dependía de éste. Sus apreciaciones, empero,

presentan ambivalencias interesantes: el bogar, definido como uno de los oficios más rudos que

pudiera realizar un ser humano, era elogiado por lo escritores por implicar esfuerzos

―sobrehumanos‖ y un alto conocimiento y experiencia en la materia. A la vez, era presentado

como producto de una elección individual y voluntaria, consecuencia directa de que ―cierta clase

de individuos‖ optaran por él, pero también como algo natural, como una expresión de la

corporalidad y de la ―naturaleza salvaje‖ del boga.

Comencemos por hacernos una imagen de la técnica del oficio. Las palabras de Aquileo Parra y

de José Joaquín Borda resultan esclarecedoras. Según el primer autor, llegada la hora del trabajo

los bogas «formaba[n] en dos filas, y al compás del canalete, manejado con airoso movimiento,

golpeaba[n] con los pies la proa del champán, produciendo un ruido cadencioso, semejante al

currulao»265

. Una descripción similar es realizada por José Joaquín Borda: «en la popa doce

mulatos medio desnudos empuñaban su canalete, y otros cuatro sobre la cubierta alzaban sus

265

PARRA, Aquileo, op. cit.

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varas delgadas para secundar el movimiento de los remeros, apoyando una punta de la vara en los

árboles de la orilla y la otra en el desnudo y encallecido pecho»266

.

El oficio de la boga requería de trabajadores con experiencia y gran conocimiento sobre el tráfico

por el río Magdalena, y los viajeros eran conscientes de ello. Gosselman, por ejemplo, destacaba

que «la empresa requería mucha experiencia, ya que no es nada fácil poder moverse y trabajar a

plenitud en tan pequeña embarcación; de ahí que la vara hacía también las veces de palo de

equilibrio»267

. Parra, por su parte, enfatizaba en el conocimiento que tenía el patrón de los bogas

en la dirección de los champanes: «era siempre al ejercitado oído del patrón al que primero

llegaba el sordo rumor de la tempestad que amenazaba; y al sentirlo, después de ponerse en pie,

daba la voz de alarma diciendo: Blanco! un palo de agua! Experiencia»268

.

En adición al reconocimiento que los viajeros hacían del conocimiento de los bogas con respecto

al oficio, ninguno «de cuantos navegaron el Magdalena dejó de apreciar la rudeza del trabajo de

los bogas»269

, como lo señala Sánchez270

. El ―bogar‖ era descrito por el mismo Gosselman como

una de las labores más difíciles que pudiera realizar un hombre, «especialmente en este clima

infernal [del Magdalena]»271

. En una dirección similar se orientaba el comentario de Charles

Saffray: «Desnudo, sufriendo los ardientes rayos del sol, y con su pértiga apoyada en el pecho

para hacer más fuerza, recorre la embarcación, moviéndola a la vez por su peso y por el esfuerzo

de todos sus músculos. Rudo es el trabajo»272

. La labor en sí misma era vista August Le Moyne

como una profesión «para gentes rudas sin más aptitudes que para esto»273

y como un ejercicio

brutal, rudo, que implicaba esfuerzos sobrehumanos continuados. Según el mismo autor, el

bogar, por ser un trabajo excesivo, sólo podía ser soportado por cierta clase de gentes:

Desde luego, un europeo por robusto que sea y por más acostumbrado que esté a las

más rudas faenas no podría bajo este sol de fuego de los trópicos soportar un solo día

las fatigas de semejante oficio y por de contado las gentes del país que

266

BORDA, José Joaquín, op. cit., p. 110. 267

GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 103. Énfasis mío. 268

PARRA, Aquileo, op. cit. Énfasis mío. 269

SANCHEZ, Efraín, ―Antiguo modo de viajar en Colombia”, op. cit., p. 329. 270

SANCHEZ, Efraín, ―Antiguo modo de viajar en Colombia”, op. cit., p. 329. 271

GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 127. 272

SAFFRAY, Charles, op. cit., p. 56. 273

LE MOYNE, Auguste, op. cit., p. 47.

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voluntariamente se dedican a él no alcanzan más que en casos contados una edad

avanzada, pues estos trabajos unidos a la vida desordenada que llevan, se debe tener

por consecuencia inevitable una serie de dolorosas enfermedades y prematuras

incapacidades para el trabajo274

.

Como evidencian las citas, la dificultad del trabajo de la boga era asociada no solamente al

esfuerzo muscular requerido, sino también al clima en el que se ejercía. Pese a que los bogas,

según los escritores, eran los únicos capaces de vivir en el clima del Magdalena, los ―infernales‖

y ―ardientes‖ rayos del sol de ―fuego‖ los afectaban: reducían sus años de vida y los exponían a

penosas enfermedades. Como lo señalaba Hamilton: «A los bogas, a causa de sus esfuerzos y

constante caminar sobre las cubiertas calientes, se les hinchan las piernas y con frecuencia vimos

en las aldeas a jóvenes inválidos por esta clase de trabajo»275

.

Los agobios sufridos por los remeros como consecuencia del oficio de la boga apenaban a los

viajeros. Y los bogas, a la vez que eran representados como individuos que hacían un esfuerzo

sobrehumano, eran ―elogiados‖ por llevar una vida ―laboriosa‖. Al respecto, Gosselman

comentaba que

observarle [al boga] causaba admiración, ya que había hecho de su oficio una

profesión, yendo constantemente de un lugar a otro, tostado por el calor abrasador,

picado por los mosquitos, padeciendo sed, sin otra compañía que sus bogadores276

.

Boussingault, por su parte, explicaba que a los bogas había «que perdonarles mucho teniendo en

cuenta la miserable existencia que llevan: ejercen un rudo trabajo muscular, desnudos a pleno sol,

con temperaturas de 29° a 35°, alimentados abundantemente, pero con alimentos poco finos»277

.

De hecho, el mismo Gosselman relacionaba su ―soberbia‖ con su estatus laboral: «[…] unido a

esto la brutalidad que significa realizar tal labor se explica que todos sean indomables,

acercándose mucho a los animales salvajes»278

.

274

Ibíd. Énfasis mío, 275

HAMILTON, John Potter, op. cit. 276

GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 103. Énfasis mío. 277

BOUSSINGAULT, Jean Baptiste, op. cit. Énfasis mío. 278

GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 127.

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La naturalización del oficio es entonces evidente: la labor llevada a cabo por los bogas era

entendida como expresión de su misma corporalidad y como un oficio que reflejaba en sí mismo

su fuerza y su naturaleza salvaje. Sólo personajes ―bárbaros‖ y ―brutales‖ estaban en capacidad

física para ejercer ese tipo de labor: sólo seres ―salvajes‖ y ―primitivos‖ podían «impeler el

champán contra la corriente desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde bajo un sol

tropical y con sólo hora y media para el almuerzo y la comida»279

, como lo explicaba el coronel y

diplomático inglés John Potter Hamilton en 1827. Así, sólo los bogas podían llevar a cabo el rudo

oficio de remar en medio de un clima ardiente, rodeados de mosquitos y enfrentándose tanto a las

enfermedades propias del Magdalena como a las generadas por el oficio.

Ahora bien, hasta el momento hemos visto que las características atribuidas a los bogas del

Magdalena eran vistas por los viajeros como esenciales y en absoluto como producto de la

elección individual. Sin embargo, esto parece ―cambiar‖ en el oficio. En los textos, algunos

escritores señalaban que la existencia del trabajo de la boga era consecuencia directa de que cierta

clase de individuos lo eligieran u optaran por él; era el resultado de una decisión personal que

estaba por encima de los problemas y sacrificios que ésta pudiera traerles. Lo anterior se hace

evidente al analizar las palabras del botánico y periodista norteamericano Isaac Holton, quien, al

preguntarse cómo se lograba que un «vagabundo desnudo haga un esfuerzo casi sobrehumano,

trabajando día tras día, en un país donde casi es imposible morirse de hambre», responde: «Me

imagino que ese es el mismo problema de saber porqué unos hombres escogen ser poetas,

naturalistas o escritores sabiendo qué, exactamente como el boga, se les espera mucho trabajo y

poco dinero»280

. Sus palabras contradicen a aquellas expuestas por August Le Moyne, para quien

los bogas trabajaban en la boga porque no tenían otra opción: «Hasta cierto punto se podría

percibir que la profesión de boga la escogiesen únicamente cierta clase de gentes rudas que no

tuviesen más que aptitudes para ser cargadores»281

.

Pese a que la actividad de la boga era asemejada por Holton con la ardua labor de los escritores,

esta asociación sólo era posible en términos salariales: el trabajo físico realizado por los bogas en

nada se parecía a la producción intelectual restringida a los blancos. De hecho, parafraseando a

279

HAMILTON, John Potter, op. cit. 280

HOLTON, Isaac, op. cit., p. 87-88. 281

LE MOYNE, Auguste, op. cit., p. 47. Énfasis mío.

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Kingman, lo que hacen los escritores es entrar en un juego clasificatorio en el cual diferencian

jerárquicamente las ocupaciones nobles de los blancos de los oficios plebeyos propios de los no

blancos; algo así como una división racial del trabajo en la cual los oficios manuales, sobre todo

los relacionados con los servicios, eran los más despreciados282

.

Lo que es evidente, además del reconocimiento de que sin los bogas el transporte fluvial no

funcionaría y de la preocupación de los distintos autores por este oficio inhumano que era

realizado sin decoro por seres ‗desgraciados‘, es la naturalización de la fuerza de trabajo y una

jerarquización de los oficios que designa a los remeros zambos un nombre –bogas–, una actividad

–la boga– y una posición social de inferioridad. A partir de esta diferenciación los escritores

designan a las distintas razas un oficio u ocupación y toman distancia con respecto a los bogas en

términos laborales. Es indudable, entonces, la fuerza clasificatoria de la actividad observada y la

correspondencia entre el sujeto y el oficio, entre el boga y la boga.

e. La seducción de la barbarie

Boga del bajo Magdalena; gente alegre, jovial, alborotadora,

libre en sus costumbres, robusta y varonil,

y que a pesar de sus defectos de educación es honrada y leal, ama la patria con entusiasmo

y se bate por ella con bravura

(Samper, 1966: en línea)

Hasta el momento he expuesto la ―visión fatal‖ que los viajeros construyeron respecto a los bogas

del Magdalena. Éstos, según los autores, eran ―bárbaros‖ no sólo como producto de la mezcla

racial a la que pertenecían y del medio hostil en el que vivían (el cual reforzaba su carácter y

degradaba su moral), sino también como consecuencia de la labor que realizaban. En otras

palabras, los ―vicios‖ propios de su origen racial se veían acrecentados por la naturaleza ―salvaje‖

282

KINGMAN GARCÉC, Eduardo, ―Identidad, Mestizaje, hibridación: sus usos ambiguos‖, en Revista

Proporciones No. 34, Santiago de Chile, Ediciones SUR, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, octubre de

2002, disponible vía web: http://www.flacso.org.ec/docs/artidenymestizaje.pdf. Consultdo el 26 de agosto de 2009.

Ver también: JARAMILLO URIBE, Jaime, ―Mestizaje y diferenciación social en el Nuevo Reino de Granada en la

segunda mitad del siglo XVIII‖, en Ensayos de Historia Social, Tomo I, Bogotá, Tercer Mundo, Ediciones Uniandes,

1989, pp. 159-198; LÓPEZ-BEJARANO, Pilar, op. cit.; MÚNERA, Alfonso, ―Fronteras…‖ op, cit.

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en que habitaban y por el trabajo que realizaban en la boga, y viceversa. De ahí que, como lo

expresaba el norteamericano Isaac Holton, «los antepasados, el suelo, el clima, la ocupación, la

constitución física, todos ellos influyen en la vida del [boga]»283

.

Con todo, una lectura cuidadosa de los textos permite observar ciertas ambivalencias en la

construcción que los viajeros hicieron de los bogas. Sus representaciones se mueven –como

mostré para el caso del oficio– entre la imagen idílica y heroica y la imagen bárbara. Esta mezcla

de atracción y repulsión evidencia que los bogas ejercían sobre los viajeros una especie de

seducción no siempre oculta: su ―barbarie‖, además de rechazo, también despertaba, en palabras

de María Rosa Lojo, «un hechizo secreto aún sobre sus más estentóreos enemigos»284

. Uno de los

síntomas de esta seducción es la importancia concedida a los bogas en los textos. En éstos,

aunque los autores se pronunciaban por el ―deber ser‖ de la civilización, convertían en riqueza

estética el mundo ―bárbaro‖ que condenaban ideológicamente: la descripción al detalle de los

elementos del boga, de su carácter, sus costumbres, su oficio, revelan la atracción de los autores

por este personaje colectivo. De hecho, como lo he señalado, el boga era el personaje central de

los apartes de los libros de viaje que describían la travesía en champán por el río Magdalena,

además del protagonista de varios de los textos costumbristas escritos en Colombia entre 1840 y

1870285

.

Una muestra clara de que no todas las prácticas de los bogas eran valoradas en forma negativa, es

la ‗atenuante‘ explicación presentada por los escritores nacionales respecto a los robos llevados a

cabo por estos sujetos286

. Pese a que, según los autores, los bogas no desperdiciaban oportunidad

para hacerse a cigarrillos, licor o comida de quienes viajaban con ellos, para Rufino Cuervo estas

andanzas resultaban ‗insignificantes‘. El boga, desde la visión optimista del autor, era, al menos

283

HOLTON, Isaac, op. cit., p. 19. 284

LOJO, María Rosa, ―La seducción estética de la barbarie en el ―Facundo‖, en Estudios Filológicos No. 27,

Valdivia, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Austral de Chile, 1992, p.p. 141-148. 285

―El boga del Magdalena‖ de Rufino Cuervo (1840) fue el primer cuadro de costumbres sobre los bogas del

Magdalena. Le seguirían ―Bogas verdaderos y bogas apócrifos‖, de Emiro Kastos (1856); ―Las ferias de Magangué‖,

de Aquileo Parra (1845); ―Seis horas a bordo de un champán‖, de José Joaquín Borda (1866); y ―El boga del

Magdalena‖ (1866), de Manuel María Madiedo.; y ―De Honda a Cartagena‖ de José María Samper (1866). 286

Sobre las quejas de los viajeros por los robos de los bogas ver GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 128.;

STEUART, John, op. cit., p. 42; PARRA, Aquileo, op. cit.; SAMPER, José María, Ensayo sobre las… op. cit., p. 97.

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para él, un «pequeño pilluelo que necesitaba de corrección y de la transformación de su medio

salvaje», como lo señala Arias287

. En palabras de Cuervo:

el boga roba un poco de dulce o de licor, unos cigarrillos, o cualquier otra friolera,

pero nunca se hace reo de uno de aquellos grandes delitos que tan frecuentes son del

otro lado de los mares […] Sus vicios empero no pertenecen a la clase de aquellos

que hacen estremecer la humanidad; siendo más bien travesuras i ruines pillerías,

con las que poco riesgo corren la vida i la propiedad de los viajeros288

.

Los robos de los bogas, por tanto, no eran vistos como distintivos de maldad o perversión, sino

como meras fechorías a través de las cuales estos sujetos buscaban satisfacer algunos de sus

‗caprichos‘. De ahí la contradictoria afirmación de Vergara y Vergara: «el boga es honrado, pero

ladrón y libertino; es decir, no se roba el dinero ni las ropas que se le confían, pero sí el licor y

las muchachas»289

, y la divertida y paradójica recomendación de José María Samper: «En cuanto

á probidad, podeis estar seguro con vuestro cofre abierto, vuestras mercancías y demas valores

que no sean comibles; pero tened por cierto que cada caja, barril ó vasija con provisiones será

abierta y saqueada, sobre todo si contiene licores […]»290

.

Las descripciones que los autores realizaron sobre la vida social de los bogas también presentan,

a mi parecer, ciertas ambivalencias: pese a que desde la perspectiva de los viajeros los bogas eran

hombres sin ataduras sociales, sin sentido de la obligación frente al gobierno, insensibles al

cambio y a los avances de la historia, en el tono de las narraciones se observa que, en cierta

medida, los escritores querían estar en el lugar del boga al ‗envidiar‘ su vida desprovista de

preocupaciones. Al respecto, Emiro Kastos indicaba que: «Como los gitanos en Europa, los

bogas no aprenden ni olvidan nada, son siempre los mismos. No se dan por notificados del

movimiento social, ni se curan de la monarquía y la república, del socialismo ni del Gólgota»291

.

Más adelante se preguntaba el mismo autor: «¿Qué le importa el día de mañana a él, hombre de la

naturaleza, que come lo que encuentra, anda medio desnudo, se acuesta sobre la arena de la playa

287

ARIAS VANEGAS, Julio, Nación y diferencia en el siglo XIX colombiano…op. cit., p. 102. 288

CUERVO, Rufino, ―El boga del Magdalena”, op. cit., p. 266. Énfasis mío. 289

VERGARA Y VERGARA, José María, op. cit. 290

SAMPER, José María, Ensayo sobre las…, op. cit., p. 97 291

KASTOS, Emiro, op. cit.

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y se cobija con la luz de las estrellas?»292

. Un tono similar se desprende de las palabras de José

Joaquín Borda, quien afirmaba que los bogas «siempre va[n] con el día, sin miedo al tenebroso

porvenir»293

. Y del cuestionamiento de José María Samper:

¿Os parecerá extraño que un hombre viva en esa indolencia, sin religión, sin

relaciones sociales, libre de toda autoridad, contento de su suerte miserable y sin

ninguna aspiracion? Él se cree mas dichoso que nadie porque no tiene los deberes del

ciudadano ni las necesidades de la civilización. Su platanar entero, su maizal y su

yucal (que son casi un lujo) su hamaca, su red y su canoa, le bastan para vivir.

Cuando necesita sal, plomo para su red, un machete, un cuchillo, un azadon o algun

pedazo de coleta ú otro género, llena su piragua de plátanos, yucas y pescado seco,

va á venderlos a la más cercana villa ó parroquia, se provee de lo que necesita y

vuelve a su vida de indolente reposo294

.

También llama la atención que pese al carácter perturbador que los autores atribuían a las

prácticas lingüísticas de los bogas, se mostraran atraídos por sus pláticas. Rufino Cuervo

aseguraba que sus conversaciones solían ser interesantes y divertidas295

. Aquileo Parra parecía

estar de acuerdo con él al afirmar que «en cada grupo de más de dos tripulantes había uno, por lo

menos, cuya charla divertía [...]». Gosselman, por su parte, veía en los diálogos de los bogas las

habilidades propias de un experto: «Es proverbial el caso de encontrar a uno de estos personajes

desarrollando y terminando una charla con la dinámica y conocimientos de una persona avezada

en la vida social»296

. ¿No eran acaso los bogas seres ignorantes y carentes de educación?

Ahora bien, si las ―picardías‖ –como las denominó Rufino Cuervo–, la vida social y las

conversaciones de los bogas evidencian valoraciones en cierto sentido positivas, la seducción de

la barbarie se hace palpable al interrogar a los viajeros sobre el cuerpo y la fuerza física de los

remeros. En los textos, éstos son descritos como hombres musculosos, atléticos, corpulentos y

resistentes, tanto que, como lo señalaba el norteamericano Isaac Holton, «les molestan menos los

zancudos que a un rinoceronte»297

. Su fuerza física, que atraía con cierta distancia a los viajeros

292

Ibíd. 293

BORDA, José Joaquín, op. cit., p. 124. 294

SAMPER, José María, Ensayo sobre las…, op. cit., 1969, p. 99. 295

CUERVO, Rufino (1840), "El boga del Magdalena", op. cit., p. 266. Ver también BORDA, José Joaquín, op. cit. 296

GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 147. 297

HOLTON, Isaac F., op. cit., p. 41.

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María del Pilar Riaño

75

por su exagerada animalidad, se confirma en las palabras de Manuel María Madiedo298

: «[El

boga] tenía cada brazo como el de una Ceiba, el pecho del ancho de una piedra de lavar ropa,

cada mano como un oso y la voz como el ronquido de un toro»299

.

A la vez que el boga era admirado por su fuerza física, su cuerpo, en palabras de Arias,

«despertaba cierta fascinación, cierto deseo por su exacerbada corporalidad y su figura

atlética»300

. Para ilustrar lo anterior, vale la pena citar la poética y casi ―romántica‖ descripción

presentada por Gosselman: «Su cuerpo, cubierto por la transpiración, hace pensar en un número

infinito de perlas cayendo lentamente por las líneas curvas, entre los músculos, algo semejante a

las gotas del rocío que resbalan en una ventana al llegar la mañana»301

. Y las palabras de Le

Moyne, para quien los bogas parecían estatuas atléticas y en extremo masculinas: «con esta

vestimenta más o menos paradisíaca, casi todos ellos hombres jóvenes, se distinguían por sus

formas atléticas y por su aspecto impotente, debido a su aire arrogante y a las hermosas

proporciones de sus miembros»302

.

Como se muestra, la mezcla de atracción y repulsión era frecuente en las narraciones de los

viajeros, quienes, a la vez que se sentían ‗seducidos‘ por ciertas peculiaridades de la vida de los

bogas, los enjuiciaban en forma severa desde el punto de vista ideológico. Los escritores, por un

lado, insistían en que los bogas eran ignorantes, indolentes, miserables e indiferentes, y, por el

otro, recalcaban su libertad, alegría y espontaneidad, entre otras características igualmente

esencializadas. Lo interesante de esta aparente contradicción, que resultaba de la interacción entre

los estereotipos culturales y la observación personal propia del encuentro entre bogas y viajeros,

es que a través de ella los escritores presentaban la mirada extensa y compleja que se tenía sobre

los bogas303

. Algo así como la tensión entre el compromiso y el distanciamiento, en palabras de

Norbert Elias, en la cual salían a relucir los impulsos, sentimientos y pasiones de los escritores304

.

298

ARIAS VANEGAS, Julio, Nación y diferencia…op. cit., p. 101. 299

MADIEDO, Manuel María, op. cit., p. 14. 300

ARIAS VANEGAS, Julio, Nación y diferencia…op. cit., p. 101. 301

GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 40. 302

LE MOYNE, August, op. cit., p., 46. 303

BURKE, Peter, op. cit., p. 131. 304

Para Elias el compromiso es entendido como la participación emocional en la realidad, tradicionalmente vista

como una conducta irracional. El distanciamiento, por su parte, es concebido como el control de la afectividad y de

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f. Distanciamiento

Después de una lectura minuciosa de las fuentes aquí citadas, salta a la vista que los escritores

que emprendieron el viaje por el río Magdalena durante el siglo XIX representaron a los bogas

desde una serie de supuestos anclados en el habitus, entendido por Pierre Bourdieu como las

representaciones ―habituales‖ (disposiciones duraderas) con pretensión objetivadora de la

realidad y como esquemas de clasificación que sirven para orientar las valoraciones, percepciones

y acciones de los sujetos, quienes construyen su realidad social proyectando sobre ellas sus

ideales y aspiraciones particulares305

.

De acuerdo con lo anterior, en esta sección he mostrado que los bogas del Magdalena fueron

representados a partir de esquemas de clasificación que permitían a los escritores asimilarlos con

lo bárbaro306

: eran miembros de una raza degenerada, vivían en un medio funesto con el cual se

identificaban, no habían adoptado las convenciones de los hombres de ―buenas costumbres‖ y

estaban dominados por las pasiones, además de ser incapaces de llevar una vida disciplinada307

.

A la vez, he argumentado que las características con las que se definía a los bogas servían a los

escritores para ubicarlos en una escala jerárquica que se organizaba en relación con la dicotomía

civilización y barbarie. Mientras esta última se encontraba emparentada con las zonas rurales, la

indisciplina, el atraso y lo irracional, la primera estaba ligada a las ciudades, al orden, al progreso

y la razón. En este sentido, las representaciones construidas sobre los bogas del Magdalena se

constituyeron como un acto de distanciamiento entre el observador y el observado308

.

los valores en la pretensión de conocimiento racional (Ver: ELIAS, Norbert, Compromiso y distanciamiento.

Ensayos de sociología del conocimiento, Barcelona, Ediciones Península, 1990, p.p. 12-13). 305

BOURDIEU, Pierre, El sentido práctico, op. cit., p. 92. 306 A los bogas y a los habitantes de las riberas del río Magdalena dedica parte de su lírica el autor momposino

Candelario Obeso. Contraria a la visión de los autores mencionados hasta el momento, los bogas eran para Obeso

personajes que, con su trabajo, dinamizaban la vida económica del país y dejaban su impronta en las manifestaciones

culturales de la región. «En la obra de Obeso se valora el boga y su mundo. Los demás escritores los retrataron como

personas salvajes e incivilizadas, que necesitaban ser regenerados para hacer parte de la sociedad‖, afirmó Javier

Ortiz, curador de la exposición ―Candelario Obeso, bogando en un río de letras‖ (en ―Candelario Obeso, en boga‖,

Dirección de Artes, Ministerio de Cultura, 12 de mayo de 2009, disponible vía web:

http://www.mincultura.gov.co/index.php?idcategoria=22854). Sobre el trabajo de Candelario Obeso ver: ORTIZ

CASSIANI, Javier, VALDELAMAR SARABIA, Lázaro, "La actividad intelectual de Candelario Obeso: entre el

reconocimiento y la exotización", en Colombia Cuadernos De Literatura Del Caribe E Hispanoamérica,

Barranquilla, Ediciones Universidad Del Atlántico, Vol. 5, fsc. 9, 2009, p.p. 11-36. 307

LEAL, Claudia, op. cit. 308

PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 239.

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77

Recordemos, por ejemplo, las palabras de Steuart respecto a los modales de los bogas para

comer: «El comportamiento de los bogas en tales situaciones nos obligaba a presenciar escenas

repugnantes de suciedad y una conducta muy por debajo de la bruta creación. Ni la persuasión ni

aún las amenazas pueden persuadirlos de sus prácticas bestiales»309

. Como lo ilustra la cita, la

descripción del boga permitía al autor establecer semejanzas formarles entre los mismos bogas y

diferencias marcadas entre éstos y el observador. Röthlisberger no escapó a este distanciamiento,

como lo evidencia su mención a los ―salvajes‖, ―lánguidos‖ y ―apasionados‖ movimientos de los

bogas, o cuando señalaba que los bogas no bailaban «con entusiasmo o con el corazón, sino con

el instinto puramente mecánico que habita la carne»310

. Al carácter bárbaro de los bogas se

contraponía la racionalidad de los observadores, como lo explicaba el mismo autor: «Existe una

profunda diferencia entre nuestro trabajo social, apoyado en esfuerzos mentales, en comunes

sacrificios, padecimientos y gozos, y este oscuro vegetar, este predominio de todas las fuerzas

físicas en el hombre […]»311

.

Las palabras de Samper ayudan a ratificar cómo los escritores definían a los bogas a partir de

rasgos opuestos a los suyos, a través de los cuales reafirmaban su propia identidad y recalcaban el

distanciamiento entre el acá civilizado y el allá bárbaro:

Acá el europeo, activo, inteligente, blanco y elegante, muchas veces rubio, con

su mirada penetrante y poética, su lenguaje vibrante y rápido, su elevación de

espíritu, sus formas siempre distinguidas […] allá el hombre primitivo, tosco,

brutal, indolente, semi-salvaje y retostado por el sol tropical, es decir, el boga

colombiano, con toda su insolencia, con su fanatismo estúpido, su cobarde

petulancia, su indolencia increíble y su cinismo de lenguaje, hijos más bien de

la ignorancia que de la corrupción312

.

De lo anterior se desprende que las representaciones que se construyeron sobre los bogas

expresaban mensajes que estaban recalcando una frontera e indicando una contraposición entre el

boga como ―bárbaro‖ y el viajero-letrado como ―civilizado‖ y ―superior‖. Estos mensajes

evidencian el afán de los escritores por establecer una jerarquía moral entre los grupos, y les

309

STEUART, John, op. cit., p. 70. Énfasis mío. 310

RÖTHLISBERGER, Ernest, op. cit. Énfasis mío. 311

Ibíd. 312

SAMPER, José María, “De Honda a Cartagena", op. cit. Énfasis mío.

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María del Pilar Riaño

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permitían reafirmar la superioridad de unos sobre otros con el fin de determinar su posición en el

espacio de la ―civilización‖ y la ―barbarie‖. Por lo anterior, las narraciones sobre los bogas

hablan, más que del objeto representado, de lo que los escritores querían ser: en su intento por

―decir‖ a los bogas los escritores se ―decían‖ a sí mismos diferenciándose de éstos313

.

Ese punto de accionar y de distanciarse de los sujetos a los cuales se encontraban representando

colocaba a los escritores en un espacio privilegiado (como muchos de ellos pretendían) asentado

en el poder de la palabra. A través de sus textos, los autores creaban, administraban y difundían el

―deber ser‖ de la civilización, esto es, sus signos, símbolos, palabras, dotados de un significado

que daba cuenta de los medios a los que pertenecían y de sus condiciones de producción. A partir

de su carácter de productores ideológicos, los escritores desarrollaban una vocación

autoproclamada y se manifestaban en nombre de la moral y de los valores ‗civilizados‘,

legitimando su propia identidad.

Las representaciones hasta aquí analizadas, por tanto, evidencian luchas por el monopolio de

hacer ver, de hacer creer, de hacer conocer y reconocer y de imposición de las divisiones y

jerarquías legítimas del mundo social. Siguiendo a Bourdieu, a través de sus narraciones los

autores maximizaban su poder, su influencia y status, ―logrando‖ mantener un prestigio social

que iba acompañado de una serie de estrategias de clausura social que aseguraban el status de

poder para unos pocos314

.

En suma, la construcción del boga fue un ejercicio en el que era posible para los escritores

establecer relaciones de poder, subordinación, jerarquización y marginación entre ellos y los

sujetos a quienes estaban describiendo315

; y los textos un espacio en el cual se postulaba

313

Recordemos que, según Bourdieu, «el espacio social es un sistema de posiciones sociales que se definen las unas

en relación con las otras (v.g., autoridad / súbdito; jefe / subordinado; patrón / empleado; hombre / mujer; rico /

pobre; distinguido / popular; etc.» (citado por GIMENEZ, Gilberto, ―La sociología de Pierre Bourdieu‖, en Proyecto

Antología de teoría sociológica contemporánea, Perspectivas teóricas contemporáneas de las ciencias sociales,

México, UNAM, 1999, disponible vía web: http://www.culturayrs.org/?q=bibliografia Consultado el 13 de

octubre de 2009.) 314

BOURDIEU, Pierre, La Distinción, Madrid, Taurus, 1998. 315

ARIAS VANEGAS, Julio, Nación y diferencia… op. cit., p. 137.

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79

implícitamente quien tenía el poder de enunciación para dar a cada cosa el lugar que le

correspondía316

. Pero, ¿mantenían los viajeros su poder por fuera de la escritura?

316

Recordemos que, entre todo el abanico de herramientas, la escritura constituyó –y aún constituye- una fuente

importantísima de poder y de dominio.

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Sección 3.

¿Viajantes versus navegantes? El encuentro.

Ninguna amenaza ni ninguna promesa ni alcalde alguno

pudieron hacer que uno de los malvados bogas moviera un solo paso.

El calor se hizo allí doblemente intolerable

por la ira que me causó la conducta

ignominiosa y provocadora de este hombre.

(Steuart, 1989: 67)

Hasta el momento hemos visto cuáles fueron las imágenes estereotipadas que se elaboraron en

relación con los bogas en la literatura de viajes, los cuadros de costumbres y algunos ensayos del

siglo XIX, así como el modo en que la construcción de dichas imágenes confería a los escritores

el poder de estigmatizar al boga y de hacer circular entre los lectores una imagen de éste como

‗bárbaro‘. A la vez, esto permitía a los autores ser artífices de un régimen de representación a

través del cual trazaban jerarquías definidas entre ellos como ―legítimos dueños de la

civilización‖ y los bogas como sujetos que debían ser corregidos y civilizados.

En las páginas que siguen analizaré cómo era el encuentro entre bogas y viajeros y qué tipo de

relaciones se establecieron entre ambos durante el viaje por el río Magdalena. Lo que me interesa

demostrar es que las representaciones sobre los bogas no sólo fueron producto de las epistemes

imperantes desde las cuales los escritores ‗construían‘ su realidad social, sino también del viaje

como un encuentro y una experiencia en la cual tales epistemes se confirmaban, reafirmaban y

reconceptualizaban317

. En definitiva, que las relaciones de poder entre bogas y viajeros tuvieron

lugar tanto en el texto (narraciones) como en el contexto (encuentro), y que el contacto que

establecieron en dicho contexto fue constitutivo de los mismos textos.

317

La experiencia es la organización de formas persistentes de mirar y de realidades objetivas. Y es también, además

de un encuentro entre la mente con el mundo, un encuentro del pasado con el presente, de las aspiraciones elaboradas

en relación a ese pasado y de las realidades emergentes del presente. Por lo tanto, podría decirse que nace de la lucha

y de la colaboración entre reflexión y necesidades. El respecto puede verse: puede verse GEERTZ, Clifford, ―The

impact of the concept of culture on the concept of man‖, en The Interpretation of Cultures: Selected Essays, New

York, Basic Books, 1973.

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La travesía por el Magdalena en champán, bongo o piragua implicaba para los viajeros una

experiencia particular, pues además de ser demorada, ―tortuosa‖ y calurosa, les exigía salir de su

medio social para entrar en el territorio del otro, del boga. En este sentido, el viaje no sólo era un

desplazamiento geográfico, sino también un encuentro complejo y una zona de contacto que

ponía en comunicación dos mundos socialmente dispares cuyos caminos se entrelazaban por

largas temporadas318

. Este encuentro, además de obligar a los viajeros a interactuar y a compartir

el viaje con los bogas, los sometía a sus reglas, pues el viaje era dirigido y controlado, en palabras

de Pratt, por lo ―viajados‖, quienes trabajaban desde su propia comprensión del mundo319

. Lo

anterior, además de irritar a los pasajeros, permitiría a los escritores reproducir y reforzar la

imagen ‗bárbara‘ e ‗indisciplinada‘ que tenían sobre los bogas, quienes, a los ojos de los viajeros,

desconocían el lugar que debían ocupar.

En el primer apartado de las páginas que siguen, argumento que durante la navegación por el

Magdalena los viajeros estaban a merced de los bogas, no sólo porque estos últimos establecían

las condiciones del viaje, cobraban por adelantado, escapaban con el dinero y ―abandonaban‖ y

manejaban el tiempo de los pasajeros a su antojo, sino también porque entre el viajero y los

bogas existía una relación de ‗necesidad‘. Los viajantes necesitaban a los navegantes, y eran

conscientes de ello. En el segundo apartado, planteo que durante el trayecto se imponía la

voluntad de los bogas frente a la de los pasajeros, en gran medida, como consecuencia del

manejo que los primeros tenían de la oferta del servicio, de su superioridad numérica y de la falta

de control que se ejercía sobre ellos. En el tercer apartado, analizo la manera como los viajeros

intentaron recuperar el poder que creían que les era propio y que perdían durante el recorrido. Al

reconocer que las relaciones de poder son elásticas, afirmo que los viajeros desplegaron ciertas

estrategias que les permitieron desenvolverse en un contexto que les era desconocido; a la vez

que estuvieron dispuestos a aprender ciertos ―lenguajes‖ propios del territorio del boga para

moverse mejor en él.

El análisis de las relaciones de poder entre bogas y viajeros durante el viaje por el Magdalena,

sumado al estudio anteriormente expuesto sobre la manera como se representó al boga en las

318

PRATT, Mary Louise, op. cit., p.p. 21-22. 319

Ibíd., 239.

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narraciones, me permitirá terminar con una reflexión en torno al papel que juegan el

conocimiento y las necesidades de unos y otros en la balanza de poder. Gracias a lo anterior

concluyo que las relaciones entre ambos sujetos sucedían en dos momentos claramente

diferenciables en el tiempo y en el espacio: el del texto y el del contexto.

a. Los amos: los bogas

…entonces fuimos ocho los que nos quedamos a merced de esa horda de bogas

primitivos, en su mayoría completamente desnudos, y dirigidos por el patrón,

apenas un poco más civilizado que ellos.

(Holton, 1981: 83) Énfasis mío.

Durante el viaje en champán por el río Magdalena los viajeros estaban a merced de los bogas.

Esto se debía a que, pese a que eran los primeros los que contrataban a los segundos, estos

últimos determinaban los términos del viaje: decidían cuándo partir, cuánto duraba y cómo sería

el trayecto.

Las contrariedades iniciaban en el momento mismo de contratar el champán, pues era frecuente

que los bogas no se presentaran a la hora o el día acordados o que, simplemente, no se

presentaran del todo320

. Diversos autores señalan que se vieron en apuros en el momento de

iniciar el viaje, ya que los bogas «cobraban por adelantado desapareciendo frecuentemente con el

dinero»321

. Aquileo Parra fue víctima de esta situación, pues «de los cuatro bogas contratados de

antemano para bajar por el río, sólo dos se resolvieron a embarcarse«322

. Gaspard Mollien sufrió

el mismo percance: de los seis bogas que había contratado, no se presentaron más que cinco, pues

«uno de ellos había enfermado y se había gastado una parte del dinero» que le había anticipado a

cuenta de salario323

. Pese a la ―sorpresa‖ de los anteriores autores, estas contrariedades eran

habituales, como lo expresa Le Moyne:

320

POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Bongos, champanes y vapors…‖, op. cit. 321

COCHRANE, Charles Stuart, op. cit., p. 59. 322

PARRA, Aquileo, op. cit. 323

MOLLIEN, Gaspard, op. cit., p. 73.

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sucede con mucha frecuencia que del número de bogas contratados hay algunos que

no se presentan a bordo, y que después de haberse gastado el dinero se escapan y se

esconden, siendo necesario sustituirlos haciendo nuevos gastos además de la

contrariedad inherente al retraso (…)324

.

Según el mismo autor, los contratiempos no se solucionaban con el reemplazo de los bogas que

no se presentaban a trabajar, pues, en muchas ocasiones,

cuando a fuerza de habilidad y de molestias se ha logrado por fin reunir a bordo a

todos los bogas, algunos de éstos están en tal estado de embriaguez que no pueden

mantenerse de pie y entonces sus compañeros se niegan a emprender la marcha hasta

que aquellos estén en estado de trabajar, para evitarse y con razón el aumento de

trabajo que ello implicaría325

.

Una vez iniciado el viaje surgían nuevas dificultades: las fugas y el ―abandono‖. Con respecto a

las primeras, era común que durante el trayecto, y en particular en las noches, se escapara uno

que otro remero, poniendo en aprietos a los pasajeros. Steuart recordaba que uno de sus bogas se

emborrachó y los dejó «con el mayor desenfado, llevándose su remo con él»326

. Y cuál no sería la

sorpresa de Cochrane, cuando, con los primeros rayos del sol, encontró que durante la noche se

«había largado un boga»327

. El caso de Steuart, sin embargo, tuvo una desconcertante solución:

Salimos a las cinco y media de la mañana. Y cuál no fue nuestra sorpresa al hallar de

nuevo en la canoa a nuestro desaparecido boga. El hombre se había arrepentido de su acción, pero meramente en consideración a su propio interés, pues quería llegar a

Barranca, lugar de donde era oriundo.328

La fuga sin retorno de alguno de los trabajadores debía resultar problemática, pero más

problemática debía ser la situación cuando no era uno, sino todos los bogas los que

―abandonaban‖ durante varios días a los pasajeros329

. En estas circunstancias, los viajeros debían

sentarse, esperar y permanecer inmóviles hasta solucionar el percance330

. Le Moyne señalaba

324

LE MOYNE, August, op. cit., p. 48. 325

Ibíd. Con respecto a las borracheras de los bogas como causa de las contrariedades para iniciar el viaje ver:

HAMILTON, John Potter, op. cit., LE MOYNE, August, op. cit., p. 48; STEUART, John, op. cit., p. 237-8. 326

STEUART, John, op. cit., p. 237-8. 327

COCHRANE, Charles Stuart, op. cit., p. 61. Al respecto ver también HOLTON, Isaac, op. cit., p. 89. 328

STEUART, John, op. cit., p. 238. Énfasis mío. 329

Al respecto ver: SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, Puertos, sociedad y conflictos…op. cit., p. 42. 330

PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 146.

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que, como consecuencia del «mal trato que algunos viajeros irritados» les daban con frecuencia a

los bogas, una de las represalias que solían usar contra los pasajeros «era la de abandonarles por

la noche en las embarcaciones, creándoles de este modo una de las situaciones más graves que

pu[dieran] presentarse en el viaje»331

. Gaspard Mollien, luego de discutir con los bogas por haber

tenido que trabajar hasta caída la noche, señalaba que éstos «con frecuencia suelen abandonar al

viajero cuando se les impone un trabajo demasiado duro, desertando en el primer lugar habitado,

donde están seguros de encontrar amigos y protectores»332

. En un sentido similar se orienta el

siguiente comentario de Aquileo Parra:

Infelices bogas! […] Cuando menos se esperaba, amarraban el champán y dejaban de

platón al infeliz pasajero, que no sabía qué hacer de sí durante aquellos largos días,

no teniendo siquiera el recurso de la lectura, porque dos manos libres eran apenas

bastantes para defenderse de los mosquitos. Mal alimentados, porque en todo el largo

viaje no encontraba dónde hacer provisión de carne fresca, percibiendo por todas

partes el repugnante olor a pescado, y sintiéndose atacar a cada instante por la fiebre

del Magdalena, no podía darse para él una situación peor333

.

En adición a las fugas de los trabajadores y al ―abandono‖ temporal al que eran sometidos los

viajeros, los bogas manejaban el ―horario laboral‖ a su antojo, retrasando el itinerario de viaje al

prolongar sus descansos, incumplir sus compromisos y finalizar la jornada cuando se les

antojaba. Según los viajeros, en muchas ocasiones los bogas se detenían en las playas de las

orillas del río a emborracharse, a jugar o a descansar, desobedeciendo las órdenes de sus

empleadores e incumpliendo los términos que habían sido pactados con anterioridad334

. Al

respecto, Charles Saffray señalaba que «es muy natural que los desgraciados bogas traten de

aprovecharse de todas las ocasiones posibles para reposar un momento, y hasta que busquen en la

embriaguez la insensibilidad y la indiferencia»335

. John Steuart advertía lo anterior como un

«rasgo en el carácter de los bogas», quienes se habían rehusado a avanzar en el viaje, «pues

331

LE MOYNE, August, op. cit., p. 48. Énfasis mío. Al respecto ver también GOSSELMAN, Carl August, op. cit.,

p. 237-8. 332

MOLLIEN, Gaspard, op. cit., p. 73. Énfasis mío. 333

PARRA, Aquileo, op. cit. Énfasis mío. 334

Al respecto ver: STEUART, John, op. cit., p. 40; COCHRANE, Charles, op. cit., p. 75; HOLTON, Isaac, op. cit.,

p. 82. 335

SAFFRAY, Charles, op. cit., p. 56.

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decían que estaban muy cansados»336

. Y más adelante señalaba que: «No hubo fuerza humana ni

divina que moviera a nuestros bogas hasta el mediodía […]»337

.

Como salta a la vista, los bogas, a través de acciones como cobrar por adelantado, embarcarse en

estado de embriaguez, escaparse, detener el viaje cuando se les antojaba y ―abandonar‖ a los

pasajeros, construían, en palabras de Solano, «códigos tramposos de convivencia»338

. Y sabiendo

que quienes los contrataban dependían de ellos para llegar a su lugar de destino, manejaban el

tiempo a su antojo, haciendo indiscutible su capacidad de agencia, como lo reconocía Cochrane:

«Día de los inocentes. Y, realmente fuimos burlados: los bogas no se presentaron a la hora de la

salida acordada»339

.

En el caso del ―abandono‖, sin embargo, la actitud de los bogas era vista por algunos autores

como una contestación a los malos tratos y a los duros trabajos que les eran impuestos –de ahí

que la acción fuera referida por Le Moyne como ―represalia‖ y por Mollien como respuesta a la

jornada laboral que se les había impuesto–. Lo anterior dejaba desamparados e indefensos a los

viajeros en medio de las embarcaciones durante uno o varios días. Dicho en otras palabras, a las

órdenes de los viajeros los bogas respondían con acciones que les permitían provechar la ocasión,

siempre con miras a mantener su autonomía.

El poder de los bogas frente a los viajeros resulta evidente, y los segundos eran conscientes de

ello. Ejemplo de lo anterior es la irónica honestidad de John Steuart: «Nos convencimos de que,

para poder seguir nuestro viaje, debíamos esperar el visto bueno de nuestros amos los bogas»340

,

la afirmación de Felipe Pérez: «estábamos a merced de aquellos beduinos de las aguas»341

, y el

negativismo de Aquileo Parra, quien se preguntaba:

336

STEUART, John, op. cit., p. 71. 337

Ibíd., p. 76. Con respecto a la manera como los bogas manejaban el tiempo de los viajeros ver también:

STEUART, John, op. cit., p. 55, 59; LE MOYNE, August, op. cit., p. 87. 338

SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, Puertos, sociedad y conflictos…op. cit., p. 41. 339

COCHRANE, Charles Stuart, op. cit., p. 49. 340

STEUART, John, op. cit., 81. Énfasis mío. 341

PÉREZ, Felipe, Episodios de un viaje, Bogotá, 1946, p. 44, citado por POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Bongos,

champanes y vapores…‖, op. cit. Énfasis mío.

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¿Qué podía prometerse el viajero de las [batallas] que en adelante habría de

empeñar? No había remedio ni apelación: desde que el pasajero ponía el pie a bordo

de una de esas embarcaciones, quedaba por misino [sic] hecho no a merced del

patrón, que siempre era un hombre formal, sino de la tripulación342

.

La descripción hecha hasta aquí evidencia que la experiencia de viaje por el río Magdalena

constituía para los viajeros una vivencia particular que les implicaba salir de su medio social para

entrar en el territorio del boga: el extenso río Magdalena. En este territorio los bogas eran ―los

dueños de casa‖ y los ―anfitriones‖. Esta movilidad adquiría una significación específica en el

discurso de los escritores, pues, contrario a lo que sus ideales pretendían, durante el trayecto se

imponía la voluntad de los bogas. Pero ¿a qué se debía esta situación? A este interrogante se

intentará responder en el apartado siguiente.

b. El “indefenso” viajero

El poder de los bogas pudo radicar, en primer lugar, en la percepción que éstos tenían del tiempo.

Si tenemos en cuenta que las culturas, como los individuos que las componen, poseen un ritmo

temporal propio, es posible que bogas y viajeros tuvieran una comprensión disímil de lo que

significaba el horario laboral y, por ende, del cumplimiento de un contrato de este tipo. Los

viajeros –la mayoría de ellos extranjeros o miembros de la élite política y económica nacional–,

eran portadores de un discurso ‗civilizatorio‘ que valoraba el trabajo y la disciplina como

elementos fundamentales para el progreso de las naciones, por lo que compartían algo así como

una «conciencia del valor intangible del tiempo»343

. Los bogas, por su parte, eran portadores de

una tradición cultural agraria en la cual, según Sergio Paolo Solano, «el tiempo del día se iniciaba

con el despuntar del sol y se extendía hasta caída las sobres de la tarde, dividiéndose muy

tenuemente entre el tiempo laboral y el tiempo del ocio»344

. Los viajeros, que debían estar

ansiosos por llegar a sus lugares de destino, tenían, por tanto, que someterse al ritmo temporal de

los bogas. De ahí que fuera común, como ya se mencionó, que en medio de la jornada laboral el

342

PARRA, Aquileo, op. cit. Énfasis mío. 343

SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, ―La percepción del tiempo en los orígenes de la clase obrera en el

Caribe colombiano, 1850-1900‖, en Historia Caribe No. 2, Vol. 1, Barranquilla, 1996, p. 33. 344

Ibíd., p.p. 28-29.

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María del Pilar Riaño

87

boga se «detuviera y se entregara a la diversión sin importarle el compromiso que tenía con los

viajeros a los cuales transportaba», como lo señala el mismo Solano345

.

En segundo lugar, puede sugerirse que la dependencia de los viajeros respecto a los bogas se

debía no sólo al manejo que los primeros hacían del tiempo, sino también al dominio que tenían

del espacio: sólo el boga conocía el Magdalena como la palma de su mano, la población que

habitaba sus orillas, los peligros e inseguridades que los asechaban y, por tanto, la manera de

moverse en él. Así, mientras Hettner confesaba que ni los viajeros nacionales tenían

conocimiento de las tierras por las que transitaban, «a tal extremo que de las regiones remotas

apenas tienen una vaga imagen»346

, Santiago Pérez afirmaba que los bogas conocían las «playas y

sus peligros»347

. Este reconocimiento también fue hecho por August Le Moyne:

He podido convencerme de la verdad de lo que muchos viajeros han contado acerca

del desarrollo extraordinario de los sentidos de la vista y del oído de los habitantes de

las regiones salvajes en las que existe la capacidad de discernir entre los múltiples

gritos que interrumpen el silencio de aquellas soledades; los que revelan la presencia

más o menos próxima de cada especie de animales inofensivos o peligrosos, les hace

estar sin cesar interrogando los ruidos lejanos y los objetos ocultos en aquellos vastos

horizontes348

.

El conocimiento del territorio hacía del Magdalena un espacio ‗familiar‘ y controlado por los

bogas. Los viajeros, al desconocer tanto cultural como físicamente los lugares por los cuales

transitaban, necesitaban a los remeros para protegerse, alimentarse y movilizarse. En últimas,

para garantizar su supervivencia. En este sentido, cuanto mayor era la necesidad de los viajeros

mayor resultaba el poder de los bogas.

En tercer lugar, puede indicarse que la ‗sujeción‘ de los viajeros a los bogas se debía a la lógica

de la economía local de subsistencia de la cual participaban algunos de los remeros. Pese al gran

número de personas que se dedicaban al trabajo en los champanes, varios de ellos eran bogas

ocasionales que gracias a la disponibilidad de recursos naturales que les proveían las tierras del

345

SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, Puertos, sociedad y conflicto…op. cit., p. 42. 346

HETTNER, Alfred, op. cit. 347

PÉREZ TRIANA, Santiago, ―Apuntes de viaje por el sur de la Nueva Granada, 1853‖, en Museo de cuadros de

costumbres II, Bogotá, F. Mantilla, 1866, disponible vía web:

http://www.lablaa.org/blaavirtual/literatura/cosii/cosii11.htm Consultado el 28 de marzo de 2006. 348

LE MOYNE, August, op. cit., p. 76

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María del Pilar Riaño

88

bajo Magdalena podían «fácilmente transitar de la condición de campesino[s], pescador[es],

cazador[es], y volver a su economía de subsistencia», como lo ha señalado Solano349

. Según

Emiro Kastos, estos bogas ‗apócrifos‘, «unas veces trabajaban la tierra y otras veces reman en las

embarcaciones»350

. Steuart también señaló que los bogas tenían rozas o pequeñas plantaciones en

donde cultivaban «azúcar, plátano y maíz, suficientes para su subsistencia»351

. Y, en palabras de

Saffray, los bogas podían vivir sin trabajar, «pero el hombre desea tomar parte en los placeres y

en los vicios de las ciudades y los pueblos; para esto necesita dinero; y a fin de adquirirlo

consciente en alquilarse por una o dos semanas al patrón de una balsa, de un bongo o de un

champán»352

.

Como lo sugieren las citas, los bogas no sólo vivían de la boga, también eran campesinos. Esta

condición debía resultar problemática, pues, como lo indica Solano, «la escasez de mano de obra

podía darse paradójicamente en medio de la abundancia de hombres libres que [podían] subsistir

por fuera de los circuitos del mercado laboral, o entrar y salir de él cuantas veces qui[sieran]»353

.

Estas formas de vida basadas en la economía autosuficiente, además de dar a los bogas cierta

libertad de movimiento, permitirles tomarse la libertad de abandonar a los viajeros cuando se les

imponían trabajos demasiado fuertes y resistirse a la ‗subordinación‘ que implicaba el trabajo

asalariado354

, afectaban la oferta del servicio de la boga y llevaban a los pasajeros a una situación

de dependencia en relación con los remeros. El asunto, por tanto, no era cuánta gente trabajaba en

los champanes, sino cuánta se encontraba disponible. Al respecto, es sugestivo que en la

Recopilación de Leyes de la Nueva Granada de 1844 se creara el cargo de Inspector de Bogas y

se le asignara, entre otras, la tarea de «tomar todas las providencias conducentes para proveer de

ausilio á cualquiera necesidad que ocurra en los viajes por falta de patrones, bogas, víveres, ó de

cualquiera otra clase»355

. Igualmente diciente es la descripción de John Steuart, quien afirmaba

349

SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, Puertos, sociedad y conflicto…op. cit., p. 39. 350

KASTOS, Emiro, op. cit. 351

STEUART, John, op. cit., p. 57. 352

SAFFRAY, Charles, op. cit., p. 56. 353

SOLANO, Sergio Paolo, Puertos, sociedad y conflicto, op. cit., p. 39. 354

Ibíd. 355

DE POMBO, Lino, Recopilación de Leyes de la Nueva Granada, en cumplimiento de la lei de 4 de mayo de 1843

i por comisión del poder ejecutivo, Bogotá, Imprenta de Zoilo Salazar, 1845, disponible vía web:

http://books.google.com.co/books?id=lyU2AAAAIAAJ&pg=PA20&dq=recopilaci%C3%B3n+de+leyes+de+la+Nue

va+Granada+1844&cd=1#v=onepage&q=recopilaci%C3%B3n%20de%20leyes%20de%20la%20Nueva%20Granad

a%201844&f=false Consultado el 24 de marzo de 2010. Énfasis mío.

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María del Pilar Riaño

89

que: «durante algún tiempo no pudieron conseguirse bogas; y cuando nos los procuraron, como

se acercaban las fiestas, no pudimos tenerlos ni doblando la paga»356

. Isaac Holton también se

refirió a la escasez y a las dificultades en la consecución de bogas:

Antes de que se introdujera la navegación a vapor era imposible contratar bogas en el

bajo Magdalena que navegaran más arriba de Mompós, ni ninguno en el alto

Magdalena que descendiera más allá de esta ciudad; así que todos los champanes

tenían que demorarse aquí hasta que con mucha dificultad conseguían nueva

tripulación357

.

En cuarto lugar, es posible afirmar que el poder de los bogas también residía en su superioridad

numérica y en la existencia de una cierta ―identidad laboral‖ entre ellos. Según el mismo Solano,

la escasez de mano de obra antes mencionada había llevado a que los bogas se organizaran de

manera autónoma en cuadrillas con el fin de defender sus intereses, hacer frente a los

trabajadores ocasionales y evitar la baja de los precios del jornal358

. Aunque no se ha estudiado a

profundidad el grado de cohesión social de este grupo de trabajadores, es de suponer que el

compartir el espacio laboral, exponerse a los mismos peligros y estar ligados en más de un

contexto (laboral, familiar, cultural), permitiera a los bogas originar intensos lazos de

solidaridad, asociarse, e imponer sus propias reglas y condiciones a los viajeros, quienes, por lo

general, viajaban solos o en grupos pequeños. De ahí que Gosselman afirmara que:

De cualquier manera estos medio seres humanos resultan más fáciles de manejar en

embarcaciones pequeñas que en las grandes, ya que el encontrarse en grupos

numerosos les hace sentirse bravos y su indocilidad crece junto con el número de

asociados359

.

Finalmente, es posible afirmar que los pasajeros estaban al ―arbitrio‖ de los bogas como

consecuencia directa del escaso control que se ejercía sobre ellos. Recordemos, como lo hace

356

STEUART, John, op. cit., p. 43. Énfasis mío. 357

HOLTON, Isaac, ―El vapor del Magdalena‖, en La Nueva Granada: veinte meses en los Andes, disponible vía

web: http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/nueveint/nueve6a.htm Consultado el 24 de marzo de 2010. 358

SOLANO, Sergio Paolo, ―Trabajo, formas de organización laboral y resistencia de los trabajadores de los puertos

del Caribe colombiano, 1850-1930‖, en European Review of Latin American and Caribbean Studies No. 88,

Ámsterdam, Centre for Latin American Research and documentation, 2010, p.p. 35, 37. 359

GOSSELMAN, Carl August, op. cit., en línea. Énfasis mío. El comentario de Aquileo Parra también hace suponer

que entre los bogas había algún grado de cohesión social: «Yo les he perdonado hasta la incomparable mortificación

que me causaban al declararse en huelga por tres o cuatro días en cualquier miserable caserío de la orilla del

Magdalena» (PARRA, Aquileo, op. cit.)

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Solano, que en las márgenes del río Magdalena las relaciones sociales se caracterizaron por la

debilidad de los mecanismos de control del Estado debido a la conjunción de varios factores

históricos: formas de poblamiento del espacio regional, precariedad de la vida institucional tanto

del Estado como de la iglesia, formas de vida elementales en contraposición a los abundantes

recursos naturales que permitían a sus pobladores vivir de una manera independiente, ilegalidad

y contrabando, entre otros360

. De ahí que los distintos viajeros atribuyeran su ―impotencia‖ frente

a los bogas a la ausencia de una administración que los controlara y les recordara el lugar que

debían ocupar frente a sus empleadores. Según Carl August Gosselman, los bogas «siempre

hacen lo que se les da la gana, ya que la autoridad nunca se mete en estas disputas y los jefes de

la policía son tan pillos como los negros; así que se les considera Primero entre iguales, ―Primus

inter pares‖»361

. Por su parte, John Steuart indicaba que «ni las amenazas ni la persuasión los

indu[cían] a cumplir su deber, y ni un mísero alcalde había en el lugar»362

. En un sentido similar,

Charles Cochrane señalaba que: «no existe una buena ley que los regule o están mal

administrados»363

. Y que:

La administración civil en esta parte de Colombia es tan mala, que a menos que se

adopte la navegación a vapor o se produzca y se haga cumplir un código de leyes

para gobernar a estos hombres, muchas personas dejarán de comerciar o viajar en el

país364

.

Como se mencionó en la primera sección, el escaso control que se ejercía sobre los bogas había

sido un problema desde la época colonial. De hecho, pese a los esfuerzos realizados por el

gobierno para reglamentar el servicio de los bogas –como la creación del cargo de Inspector de

bogas en diversas fechas y poblaciones365

– y por castigar a los trabajadores que incumplieran sus

360

SOLANO DE LAS AGUAS, Sergio Paolo, El mundo de Cosme. Trabajo, estilos de vida y cultura popular en el

Caribe colombiano, 1850-1930, disponible vía web: http://sites.google.com/site/sergiopaolosolano/ Consultado el 28

de octubre de 2009. Ver también: HERRERA ÁNGEL, Marta, Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y

control político en las llanuras del Caribe y en los Andes centrales neogranadinos siglo XVIII, Bogotá, Academia

Colombiana de Historia-ICAHN, 2002. 361

GOSSELMAN, op. cit., p. 127. Énfasis mío. 362

STEUART, John, op. cit., p. 62. 363

COCHRANE, Charles Stuart, op. cit., p. 59. 364

Ibíd., p. 65. 365

La creación del cargo de Inspector de Bogas en 1873 para las poblaciones de Cartagena, Mompox, Magangué,

Lorica y Tolú reglamentaba que estos trabajadores «Debían llevar un registro de las tripulaciones de bongos y

champanes, goletas y vapores, con las anotaciones sobre la capacidad de carga de cada nave, destino, carga que

movilizaban […] Los salarios acordados, los anticipos otorgados, destino del viaje y las funciones de los tripulantes.

Los incumplimientos en los trabajos por parte de éstos eran multados con salario correspondiente a un mes y si huían

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91

contratos habiendo recibido parte del salario, a finales del siglo XIX seguía siendo

supremamente difícil controlar a los remeros. Esto podría deberse –además de la ya mencionada

precaria presencia del Estado en la zona–, al continuo cambio de residencia de los bogas

ocasionales que, según Solano, les «permitía eludir a las autoridades que los buscaban por el

incumplimiento del contrato de trabajo, robos o abandono de los pasajeros y de la carga; además

así podían engancharse laboralmente pues nadie los conocía»366

, así como al poco contacto que

tenían los remeros con los dueños de las embarcaciones, quienes dejaban el control de los bogas

a los patrones. John Steuart, por ejemplo, se sintió frustrado al intentar apelar ante el propietario

de los botes por las desobediencias de los bogas y encontrar que era muy poco lo que podía

esperar de él,

Porque Mr. Glen se limitaba a repetir lo de "Las picardías" [de los bogas] y pude

percibir que él no tenía mayor autoridad sobre ellos que yo mismo, ahora que estaba

lejos de Mompox. Tampoco la tenía el alcalde ni ninguna otra persona, así que no

había enmienda367

.

Ahora bien, imaginémonos por un instante la situación: un viajero que, ignorando la cultura

laboral a la que se enfrentaba, y posiblemente el lenguaje, debía negociar la contratación de un

servicio que le era necesario y que, en ocasiones, escaseaba. Imaginémonos ahora al mismo

viajero, rodeado de 12 o 16 bogas que se conocían, que se trataban en camaradería y se

comportaban del mismo modo368

. Sumemos a esto que sus compañeros de viaje, los bogas,

―hacían lo que se les daba la gana‖ y que en la región ―no había‖ leyes ni autoridad que lo

ampararan. ¿Qué tenemos? Un espacio que permitía a los bogas establecer su lenguaje como el

dominante, una zona de contacto, en palabras de Mary Louise Pratt, en la cual el viajero contaba

con pocos medios para hacerse valer y sentir369

, y que, por lo mismo, permitía a los bogas

establecer sus propias condiciones. En últimas, siguiendo a Steuart, un viajero ―indefenso‖:

y eran apresados se les obligaba a trabajar, pues los inspectores tenían funciones policivas para apresar a los

patronos, bogas y tripulantes que incumplieran habiendo recibido parte del salario por adelantado» (SOLANO,

Sergio Paolo, ―De bogas a navegantes…‖, op. cit.). 366

SOLANO, Sergio Paolo, Puertos, sociedad y conflictos…op. cit., p. 39. 367

STEUART, John, op. cit., p. 62. Énfasis mío. 368

Con respecto al desconocimiento del lenguaje, Röthlisberger afirmaba que: «Yo, que a gusto hubiera querido

celebrar con los suizos la noche del 24 con una fiesta del árbol de Navidad (de la palma más bien que del abeto),

hube de plegarme a la voluntad de los otros compañeros de viaje, ya que, todavía ignorante de la lengua española,

deseaba agregarme a álguien para la travesía» (RÖTHLISBERGER, Ernst, op. cit). 369

PRATT, Mary Louise, op. cit., p. 21.

Page 92: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

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92

Un extranjero ha de cuidar su independencia frente a los alcaldes de las poblaciones

ribereñas, que son por lo común de la misma ralea de los bogas. Y aun si se

encuentra alguno que desea ayudarlo, el viajero deberá abstenerse de recurrir a él por

el temor de ser maltratado por los bogas, de cuya venganza no tiene medio de

defensa en estos pueblos tan aislados370

.

c. La negociación

Durante el viaje aprovechaba la ocasión para observar a los componentes de mi tripulación,

los que marchaban tanto mejor si se les amenazaba;

así fui conociendo otras de sus características.

(Gosselman, 1981: 129)

El poder no puede ser entendido en una sola dirección. Por esto, no sorprende que el que ejercían

los bogas sobre los viajeros se desarrollara en medio de tensiones y a menudo de violencias que

se ‗solucionaban‘ gracias a la negociación371

: es cierto que los bogas respondían a las exigencias

de los viajeros a través de acciones que les daban movilidad, pero también es cierto que entre las

prácticas de unos y otros hubo negociación. Según Isaac Holton, no había «nada más

desagradable que negociar con los bogas»372

. Sin embargo, los viajeros debieron recurrir a ello e

ingeniarse modos de actuar que les devolvieran el lugar que ellos creían que debían ocupar.

Antes de negociar, algunos viajeros recurrieron al uso de la fuerza para intentar controlar a los

bogas. Uno de los métodos utilizados fue el de acusarlos ante la ley, pues, según Gosselman,

«aunque la arrogancia de los bogas era grande, tiemblan cuando escuchan el nombre de un

Oficial de la República»373

. ¿Olvidaba Gosselman que, en sus propias palabras, «la autoridad no

intercedía en las disputas»? Al parecer, no sólo Gosselman había asumido la actitud del

desesperado. Cochrane y sus acompañantes intentaron acusar a los trabajadores de varias

maneras: frente a la huida de uno de sus bogas, denunciaron «el caso ante el juez civil de la

370

STEUART, John, op. cit., p. 80. Énfasis mío. 371

CERTEAU, Michel de, op. cit., p. 249. 372

HOLTON, Isaac, op. cit., p. 82. 373

GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 129.

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María del Pilar Riaño

93

localidad, quien regulaba en estas materias»374

. En otra ocasión, el mismo autor decidió notificar

el ―inapropiado‖ comportamiento de los bogas, frente a lo cual «el juez civil dijo que haría todo

lo posible por recuperar el dinero que se les había pagado» y le recordó que «no había ninguna

ley que los castigara por lo que no podría hacer mucho más por nosotros»375

. Por último,

exasperado, y, consciente de que una vez se descuidara lo dejarían libre, tomó el poder por sus

manos y lo envió a prisión376

.

Frente al fracaso que significaba apelar a la autoridad, el uso de armas de fuego fue otro de los

recursos utilizados por algunos viajeros para intentar contrarrestar el dominio que los bogas

tenían de la situación. John Steuart aseguraba que en varias ocasiones se vio en la necesidad de

recurrir a su uso. Tomemos como ejemplo una de éstas:

Yo estaba completamente resuelto a que, al menos por esta vez, los bogas no

tuvieran el dominio de la situación. Así que, aproximándome al más audaz de los

cabecillas, con el reloj en la mano, le di tres minutos para volver a su trabajo,

amenazándolo con que, si persistía en su propósito, lo lanzaría al río. Viendo a ocho

de los nuestros armados con escopetas y un par de pistolas cada uno y respaldados

por los patrones, los bogas tuvieron que ceder y llegamos al pueblo un poco después

del ocaso377

.

Steuart aclara que refiere en detalle hechos particulares relativos al tratamiento que padecen los

extranjeros en el río, no para prevenir a los lectores, sino para que sirvan de guía a quienes en el

futuro asciendan al Magdalena y para que conozcan las «enormes ventajas que poseen los

nativos para viajar por sus propias y favorecidas tierras»378

. Yo añadiría que el autor deja claro

que la única manera en la que pudo contrarrestar el poder de los bogas fue a través del empleo de

armas de fuego, por lo que su uso era una manera de decir ―yo sigo siendo el que mando‖. Las

connotaciones que tenía el arma de fuego (tecnología) como símbolo de civilización y

superioridad se hacen también evidentes en las palabras de José María Samper:

El boga] donde se le antoja detenerse salta a tierra y dice: -Branco, de aquí no

pasamo hoy! ¿Os irritas? Es inútil. ¿Apeláis a la amenaza? Os servirá según como la

374

COCHRANE, Charles Stuart, op. cit., p. 61. 375

Ibíd., p. 63. 376

Ibíd., p. 65. 377

STEUART, John, op. cit., p. 72. Énfasis mío. 378

Ibíd., p. 71-72. Énfasis mío.

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94

apoyéis: si mostrais un sable, estais perdido, porque el zambo, aunque cobarde,

maneja admirablemente el machete; pero si mostrais un arma de fuego, la cosa es

diferente, -el zambo tiembla al ver el cañon y la pólvora. Lo mejor es resignarse á

darles una de aguardiente de anis, soportales sus insolencias y hacerles seguir por las

buenas379

.

La acusación no ofrecía a los viajeros los resultados esperados, y el uso de armas de fuego debía

ser una medida excepcional, pues no todos debían tenerlas ni podían usarlas todo el tiempo. De

ahí que la negociación resultara ser la mejor opción. El procedimiento más utilizado por los

viajeros para intentar recuperar el poder que creían que les era propio fue el de ofrecer ―dadivas‖

a los bogas. En 1824 Hamilton recomendaba «encarecidamente [a los que fueran a viajar] llevar

consigo dos o tres barrilitos de ron o trescientos cigarrillos y darles a los bogas, siempre que

trabajen bien, dos o tres cigarrillos y un vaso de ron por la mañana y otro por la noche»380

. Su

sugerencia, al parecer, fue acogida, pues pocos años más tarde Steuart aseguraba que «cada

mañana daba a cada uno de los bogas un vaso de anisado, del país, y uno más cuando paraban

por la noche»381

. Pese a la recomendación, este procedimiento a menudo fallaba, por lo que el

mismo autor debió optar por «pagar a los miserables salarios extras; contraté un número

adicional de bogas, para aliviarles su tarea y los traté con la mayor amabilidad, pero ni aún así

dejaron de molestarme y demorarme durante todo el viaje. ¡Y eso que habían sido

particularmente contratados como personas confiables»382

. August Le Moyne, quien debió

recurrir a los métodos anteriores, afirmaba que «sólo gracias a una distribución suplementaria de

cigarrillos, aguardiente y algunas monedas, logramos convencerles de que siguiéramos río arriba

hasta llegar a un bando de arena para pasar la noche»383

. Y que:

El viajero que sepa dominarse para no maltratarlos y sobre todo, como lo sé por

experiencia, si de vez en cuando les da alguna propina y lleva consigo bastante

cantidad de cigarrillos y de aguardiente para distribuir entre ellos después de las

comidas y muy principalmente después del trabajo de la jornada, se evitará muchas

tribulaciones384

.

379

SAMPER, José María, Ensayo sobre las… op. cit., p. 97. 380

HAMILTON, John Potter, op. cit.. 381

STEUART, John, op. cit., p. 54. 382

Ibíd., p. 80. Énfasis mío. Con respecto al pago de salarios extras ver también PARRA, Aquileo, op. cit. 383

LE MOYNE, August, op. cit., p. 86. 384

Ibíd., p. 49.

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95

Charles Stuart Cochrane, el viajero que parece haber tenido más problemas con los bogas,

también negoció con éstos:

Sólo se calmaron cuando les dimos medio cochinillo haciéndoles prometer que

continuaríamos el viaje después de comer. También, que limpiarían la piragua y

pondrían todo en orden. Sin embargo, cuando terminaron el cerdo asado, quisieron

romper su acuerdo385

.

Vale la pena aclarar que las acciones puestas en práctica por los viajeros para contrarrestar el

poder de los bogas eran realizadas desde una posición desventajosa en las relaciones de poder,

pues lo que éstos buscaban era convertir en favorable una situación que era, de antemano,

desfavorable. En este sentido, los viajeros aprovechaban las oportunidades pero dependían de

ellas, y, en ocasiones, lograban subvertir las relaciones aunque sólo momentáneamente386

.

Hasta el momento he mostrado por separado las actuaciones a través de las cuales los bogas

ejercían poder sobre los viajeros y las diversas acciones utilizadas por estos últimos para intentar

recuperar el dominio que creían les correspondía y redistribuirlo. A continuación citaré por

extenso el naufragio sufrido por Gaspard Mollien al llegar a Perico, una población a orillas del

Magdalena. Esta referencia es útil para evidenciar tanto el poder de los bogas sobre los viajeros,

como las maniobras utilizadas por los segundos para retomar el control sobre los primeros.

La piragua zozobró entre las rocas; los bogas que estaban conmigo a bordo saltaron

al agua y se pusieron a salvo a nado; una vez en tierra me dieron voces diciéndome

que la piragua estaba perdida y que había que abandonarla. Como no sabía nadar

tuve que quedarme en la canoa volcada; me así a ella. […] Aturdido por el rugir de

las aguas, irritado por lo gritos de los bogas fugitivos, me dejé caer del todo al agua,

que me llegaba a la barbilla, y utilizando un remo, del que me así en el momento del

naufragio, a manera de palanca levanté la piragua. Los negros, que me miraban, se

quedaron sorprendidos de mi éxito y eso les hizo volver a mi lado; me ayudaron y

uniendo nuestros esfuerzos pusimos a flote la piragua […] Eso sí, no pude por menos

de echar en cara a los negros su cobardía y el abandono en que me habían dejado;

estaban tan avergonzados, que no dijeron ni una palabra. El sol secó en seguida la

embarcación y nos pusimos de nuevo en camino. Antes de seguir navegando hice

tomar todas las precauciones del caso. Desde el accidente de por la mañana había

385

COCHRANE, Chasles Stuart, op. cit., p. 75. Énfasis mío. 386

CERTEAU, Michel de, La invención de lo Cotidiano1. Artes de hacer, México, Universidad Iberoamericana,

1993, p.p. 42-43.

Page 96: Los bogas del río Magdalena en la literatura decimonónica. Relaciones de poder en el texto y en el contexto

María del Pilar Riaño

96

adquirido yo una autoridad tal sobre los bogas, que me permitía dirigir todo lo que

hubiese que hacer.387

En una situación como la expuesta, ¿de qué le servían al viajero sus ‗buenas costumbres‘, su

supuesta superioridad y su conocimiento si no sabía nadar para sortear las dificultades del

naufragio? Adviértase que, según Mollien, frente a las circunstancias mencionadas los bogas no

hicieron más que salvarse a ellos mismos, huir, dejando al viajero sólo y en dificultades. La

emergencia permitió que los remeros, una vez más, utilizaran su experiencia para mostrarse

poderosos frente a las necesidades del pasajero. Anótese también que el viajero, al verse burlado

y abandonado, no tuvo más remedio que inculpar y recriminar a los bogas, ganándoles en su

propio terrero. Así, al llamarlos cobardes y al reprenderlos por su actuación, éstos se sintieron

humillados y cedieron el mando. Este poder, según se evidencia en la cita, no era habitual y era

obtenido por el viajero gracias a la manipulación de los sentimientos de quienes lo habían

dejado. Las exigencias emocionales, por lo tanto, están implícitas en el conflicto.

Durante el viaje en champán por el río Magdalena, como se muestra, las relaciones de poder

entre bogas y viajeros estaban continuamente resignificándose: cuando uno tenía el dominio

sobre el otro, este otro se ingeniaba maneras que le devolvieran su lugar, y viceversa. Se trataba,

en últimas, de un ir y venir entre dominar y ser dominado, que estaba acompañado del uso de la

fuerza, de manipulaciones y negociaciones.

387

MOLLIEN, Gaspard, op. cit., p. 84. Énfasis mío.

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El texto y el contexto: a manera de reflexión

La relación entre bogas y viajeros sucedía en dos momentos diferenciables tanto en el tiempo

como en el espacio: el del texto y el del contexto. Y, pese a que ambos momentos están

disponibles al lector sólo a través de los escritos de los viajeros, las relaciones de poder que se

establecían en cada uno de ellos eran diametralmente opuestas.

El primero de los momentos de la relación entre bogas y viajeros era el encuentro: el viaje en

champán por el río Magdalena. Esta relación puede ser analizada desde los planteamientos de

Norbert Elias, quien, en su texto Conocimiento y poder, plantea que el poder debe ser entendido

como un atributo de toda relación humana, y que esta relación surge cuando un grupo o

individuo monopoliza aquello que otro necesita388

. En este sentido, si se tiene en cuenta que

durante el viaje por el río Magdalena eran los bogas quienes estipulaban los términos del viaje,

quienes conocían el territorio, y quienes brindaban a los pasajeros protección y alimentación,

puede afirmarse que durante el recorrido los bogas eran más ―poderosos‖ que los viajeros. Los

viajantes necesitaban a los navegantes (y lo sabían), ya que, entre otras cosas, dependían de ellos

para movilizarse a lo largo del país. En palabras de Gosselman: «Quizás ahora sea adecuado

continuar la descripción de este tipo de tripulación. No puede olvidarse que, pese a todo, es un

mal inevitable para viajar"»389

.

Siguiendo a Elías, y recordando la importancia que juega el conocimiento en la distribución del

poder, se puede ratificar que la relación conflictiva entre bogas y viajeros durante el encuentro

estaba estrechamente ligada a formas de conocimiento que competían: en este caso, el

conocimiento del viajero versus la experiencia y el conocimiento de los bogas. Pese a que para

los viajeros los bogas eran seres ‗ignorantes‘ y, por ende, ‗inferiores‘, si de alimentarse,

movilizarse o protegerse durante el recorrido se trataba, el conocimiento letrado dominante en el

siglo XIX servía poco o nada en el río Magdalena.

388

ELIAS, Norbert, ―Conocimiento y poder‖, op. cit., p. 52. 389

GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 53. Énfasis mío.

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Durante el viaje en champán, entonces, la balanza de poder era ―asimétrica‖390

: el ―bárbaro‖

gobernaba. Se puede afirmar que el conocimiento de los viajeros competía con el de los bogas en

la medida en que entraban en juego sus necesidades, y que, en este mismo sentido, los viajeros

―perdían poder‖, ya que la capacidad que tenían de conservar el monopolio sobre los principales

recursos disponibles en la sociedad disminuía. Pero, si se piensa el problema teniendo en cuenta

que las relaciones de poder son elásticas y que, como ya se mencionó, no suceden en una sola

dirección, se debe aceptar que durante el encuentro entre bogas y viajeros las relaciones estaban

continuamente resignificándose.

Lo que es interesante –y lo que quiero resaltar– es que las negociaciones y la posibilidad de que

el boga tuviera el poder sobre aquel observador que se consideraba a sí mismo ‗civilizado‘ y

‗poderoso‘, hacían aparecer a los primeros (una vez más) como sujetos ‗bárbaros‘ e ‗indomables‘,

en contraste con la ‗civilidad‘ de los segundos. Pero, ¿por qué? En primer lugar, debe tenerse

presente que la mayoría de los escritores, antes de viajar por el río Magdalena, ya tenían una

impresión bastante clara de lo que implicaba tal travesía. De hecho, podría aventurarme a

plantear que los viajeros, al haber leído diarios de viaje previamente difundidos, ya sabían lo que

iban a encontrar: tenía ―acceso‖ a los bogas sin necesidad de relacionarse con éstos, ya que la

literatura había contribuido a la construcción de un imaginario estereotipado en torno a estos

sujetos391

. En segundo lugar, vale la pena recordar que los viajeros experimentaban el viaje

dotados de un habitus particular bajo la forma de disposiciones mentales y corporales de

percepción, apreciación y acción en relación con el cual construían su relación con los bogas; y

que este habitus, siguiendo a Bourdieu, debía readaptarse en situaciones nuevas como la del

viaje, pues la experiencia de la movilidad reorganiza cognitiva y espacio-temporalmente las

formas de relación, las percepciones y las sensibilidades.

390

Según Pratt, las zonas de contacto a menudo llevan implícitas relaciones de dominación y subordinación

fuertemente asimétricas (op. cit., p. 21-22). 391

Vale la pena aclarar que, pese a que el corpus documental del presente trabajo sólo está compuesto por fuentes

escritas, las imágenes, como sistemas de comunicación, también fueron vehículos de poder para representar al boga:

a través de éstas los viajeros proyectaron sobre los bogas unas categorías y unas redes para comprenderlos y

―dominarlos‖, gracias a las cuales los bogas perdían su singularidad y se reducían a una imagen homogénea y

―bárbara‖. Al respecto ver: GRUZINSKI, Serge, La guerra de las imágenes. De Colón a “Blade Runner” (1492-

2019), México, Fondo de Cultura Económica, 1995, p.p. 11-39.

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99

En este proceso de reacomodación del habitus y de confrontación entre las imágenes previamente

construidas y el mundo real, la ‗subordinación‘ de los viajantes a los bogas debió tener un peso

importante. Si se tiene en cuenta que el orden resultante durante el encuentro escapaba a los

ideales de autoproclamada superioridad de los viajeros y que éstos, además de tener que

sobrevivir a las incomodidades de las embarcaciones, al calor y a los mosquitos, debían negociar

su identidad al relacionarse con los bogas, es de suponer que su posición de ―subyugación‖ los

irritara y les permitiera no sólo producir y reforzar la representación que tenían sobre estos

últimos, sino también la que tenían de sí mismos. En palabras de Posada Carbó: «Víctimas de la

larga travesía por el río, sometidos a la voluntad del boga y a las penurias del clima, a los ojos de

los viajeros civilizados, los zambos sólo podían estar en los confines de la barbarie»392

. De ahí

que pueda concluir que las quejas con respecto a los bogas no se reducían o bien a los prejuicios

de los viajeros o bien a la naturaleza ‗salvaje‘ de los remeros: estos prejuicios, en gran medida, se

reforzaban por el ‗resquebrajamiento‘ de las relaciones de poder que ocurría durante el encuentro,

por lo que la representación de los bogas como seres ‗bárbaros‘ e ‗inferiores‘, en últimas, era

producto de una experiencia en relación con el ‗otro‘.

Este orden ‗resquebrajado‘ debía ser enderezado. De ahí que el segundo de los momentos de la

relación entre bogas y viajeros esté dado por los textos que producían los autores luego del

encuentro: narraciones de diversa índole que eran escritas y publicadas después del viaje y en un

contexto diferente, lo que les daba a sus autores tiempo para ―poner las cosas en orden‖. De

hecho, siguiendo a Chartier, si se tiene en cuenta que las diferencias sociales se evidencian en la

práctica cultural de la escritura, los textos producidos por los viajeros son fundamentales para

comprender las diversas relaciones de poder que se establecían entre bogas y viajeros.

Ahora bien, de acuerdo con el análisis realizado sobre la manera como se representó al boga en

los textos, podemos afirmar que al ser los viajeros quienes gozaban del poder de la palabra y de

describir a los bogas, tenían más ―poder‖ que los segundos. En los relatos, en términos de Elias,

los bogas eran «estigmatizados como personas de valor humano inferior. Pensados como carentes

392

POSADA CARBÓ, Eduardo, ―Viaje en champán…‖, op. cit.

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de la virtud humana superior […] que el grupo dominante se atribuía a sí mismo»393

; mientras

que los escritores se definían a ellos mismos como ―humanamente mejores‖, como poseedores de

un valor que compartían todos mientras los bogas carecían de él394

. Si se presta atención a lo

anterior, los viajeros se presentaban como un grupo ―poderoso‖ en la medida en que contaban

con recursos o medios de control social (diarios de viaje, cuentos o ensayos que serán

posteriormente divulgados), sin olvidar que eran ellos quienes, a la vez, excluían y

estigmatizaban a los bogas395

. Esta estigmatización, por un lado, le proporcionaba al viajero el

poder de condenar al boga, y, por el otro, le permitía recuperar el ―poder perdido‖ durante el

recorrido por el río Magdalena, ―sacarse la espina‖, además de conservar su identidad, reafirmar

su superioridad y, en palabras de Elias, «mantener a los otros en su sitio»396

.

En los discursos, por lo tanto, se establecía un tipo de relación distinta a la que sucedía durante el

encuentro: los viajeros, en la práctica de la escritura, empleaban estrategias simbólicas que

determinaban posiciones y relaciones y construían, en palabras de Chartier, un «ser-percibido

constitutivo de su identidad»397

. En este sentido, los textos evidencian luchas de representación a

través de las cuales los viajeros reordenaban la estructura social de la cual hacían parte y, al

contrario de lo que sucedía durante el encuentro, se presentaban a sí mismos como superiores.

Las fuentes, como prácticas culturales, evidencian ejercicios de poder en sí mismas: si se tiene en

cuenta que los viajeros le dan sentido al mundo a través de sus escritos (ya que la práctica

produce significados), se puede afirmar que en éstos el lector puede vislumbrar la manera como

los escritores percibían y comprendían su sociedad y su propia historia. A la vez, se puede

analizar la manera como los viajeros se representaron a sí mismos y la forma como

comprendieron el orden social del cual eran parte y al cual se veían sometidos al viajar por el río

Magdalena.

393

ELIAS, Norber, ―Ensayo teórico sobre las relaciones entre establecidos y marginados‖, en La civilización de los

padres y otros ensayos, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 1998, p. 81. 394

Ibíd., p. 82. 395

Ibíd., p. 86. 396

ELIAS, Norbert, “Ensayo teórico…op. cit., p. 86. 397

CHARTIER, Roger, ―El mundo como representación‖, en El mundo como representación. Estudios sobre la

historia cultural, Barcelona, Editorial Gedisa, 1992, p. 57.

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Chartier nos invita a recordar la importancia de la distinción entre el texto y el contexto en el cual

éste fue producido, ya que en esta separación se produce el sentido. Un discurso, un texto, no

existe en sí mismo ni tiene sentido por sí sólo, depende y adquiere significado sólo en la medida

en que es producto de dispositivos específicos y de realidades materiales particulares; en este

caso, es producto del encuentro entre bogas y viajeros. Y, pese a que las diversas formas de

construcción de sentido (tanto el lenguaje como lo social) no pueden entenderse por separado, su

revisión individual permite concluir que la manera como se representó al boga fue producto, por

un lado, del encuentro y de las relaciones de poder que se establecieron en él, y, por el otro, de

los marcos de referencia ideológicos a través de los cuales los viajeros empleaban estrategias de

dominación y construían y legitimaban identidades y alteridades. Estos marcos, como se ha

intentado demostrar, se confirmaban y reforzaban durante el encuentro. En últimas, seguir la

sugerencia de Chartier –«acercar la comprensión de las obras, de las representaciones y de las

prácticas a las divisiones del mundo social que, en conjunto, ellas significan y construyen»398

– no

sólo permite concluir que las relaciones de poder entre bogas y viajeros sucedían en tiempos y

lugares diferentes (texto y contexto), sino también que la existencia de estas esferas pone al

descubierto un cambio en las relaciones de interdependencia entre ―dominados‖ y ―dominantes‖,

‖representados‖ y ―representantes‖.

Pero, si tenemos en cuenta que los textos escritos por los viajeros son en sí un ejercicio de

memoria (ya que no son escritos al momento mismo del encuentro), aún queda por responder:

¿Cuál es la relación entre lo que pasó y lo que relatan los viajeros en sus textos? Tal vez los

efectos de verdad de las fuentes no nos permitan dar respuesta a esta pregunta.

398

Ibíd., p. 62.

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