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LO QUE NO SE RECOBRA MARCELINE LORIDAN-IVENS Y TÚ NO REGRESASTE Temas y estilo

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LO QUE NO SE RECOBRA

MARCELINE LORIDAN-IVENS

Y TÚ NO REGRESASTE

Temas y estilo

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Y pienso… En todo el que ha perdido lo que no se recobra ¡nunca, nunca! En aquellos que abrevan en las lágrimas ¡y maman del Dolor, la loba buena! ¡En los delgados huérfanos mustios como las flores!

(Baudelaire, El cisne)

EL ESTILO

Publicado en 2015, Y tú no regresaste es uno de los libros más recientes —y últimos, previsiblemente— escrito por un superviviente. Pero por presente que esté el Holocausto, no es un testimonio ni una autobiografía, la autora le habla a alguien que ya sabe lo que era Auschwitz; no es necesario que le informe de cosas que ambos conocen. Tampoco a nosotros, los lectores, que ya sabemos los detalles por otras obras. El valor del libro hay que buscarlo en su tono íntimo, no en el documento escalofriante. Es el Holocausto visto desde dentro, a partir de sus secuelas y cicatrices antes que en su funcionamiento, como sucedía en el libro de Primo Levi. Aun así, a veces se dejan caer como al paso imágenes sobrecogedoras del campo:

Desde mi barracón veía a los niños que iban camino de la cámara de gas. Me acuerdo de una

niñita abrazada a su muñeca. Tenía la mirada perdida. Detrás de ella probablemente había meses de terror y de acoso. Acababan de separarle de sus padres, muy pronto iban a arrancarle la ropa. Se parecía ya a su muñeca inerte. Yo la miraba. Sabía cuánto alboroto y angustia hay en la cabeza de una niña, cuánta determinación en la mano con que aferra su muñeca (pp. 19-20).

Pese a ser una carta de amor, es también una carta dura. Nos enteramos de que el padre no era ningún santo: a Henriette, la hija mayor y una estudiante brillante, primero la sacó de la escuela para que cuidara del hermano pequeño y luego la echó de casa por casarse en secreto con un gentil. Aquel padre tan convencional e intransigente, de haber sobrevivido a la guerra, posiblemente habría terminado repudiando a la avanzada Marceline, como ya hizo con Henriette, futura suicida. Es paradójicamente la imposibilidad de concluir esta narración convencional lo que da lugar al trauma, incluso sabiendo que la historia completa habría desembocado en un final tópico y decepcionante: el padre carca y la hija moderna riñendo y separándose, tal vez para siempre. El mismo final que tuvo su relación con la madre tras la

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liberación: «Ella rasgaba entre gritos los pantalones que yo, como toda buena chica liberada, me ponía». Puede decirse que el Holocausto distorsiona en el libro el desarrollo habitual de un género de moda, relación hija-madre o hija-padre, al que este libro pertenece: «Iba rumbo a una vida que probablemente no habría contado con tu aprobación», le cuenta Marceline al padre. En un sentido la tragedia frustra esta relación, pero en otro la depura, despoja la relación padre-hija de todos los incomprensiones y prejuicios de época que la lastran, para reducirla a lo fundamental: el amor visceral entre padre e hijo, un amor que sostiene (a Marceline) o destruye (a Henriette o Michel). Toda la obra se estructura en realidad en torno a la carta perdida que le escribió el padre a Marceline en Auschwitz y que ésta no consigue recordar. El libro entero no es más que un esfuerzo desesperado por reconstruir aquel vínculo roto, simbolizado por la página en blanco de la carta: «… si todavía busco en el trasfondo de mi memoria aquellas líneas ausentes… es porque ellas han terminado por dar forma a un rincón de mi mente… Yo sé todo el amor que ellas contienen, las he buscado durante toda mi vida». Al mismo tiempo, la obra contiene una crónica sobre las devastadoras consecuencias del Holocausto en los supervivientes, incluso en los más enteros en apariencia: «Temblaba en los vestíbulos de las estaciones. No soportaba los cuartos de baño con ducha de los hoteles. Ni la visión de las chimeneas de las fábricas. Cuando uno ha regresado siente eso toda su vida». Y su amiga Simone Veil, toda una ministra, continúa robando cucharillas en los cafés y restaurantes «para no tener que beberse a lengüetazos la horrible sopa de Birkenau». También trata de los intentos de superar las secuelas a través de luchas políticas que terminan invariablemente en decepción: «Sin embargo, para poder vivir no había encontrado mejor remedio que creer, y hacerlo hasta el desatino, que se puede cambiar el mundo». Al final, sólo el amor imposible del huérfano consuela.

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LOS TEMAS Frente al engañoso orden cronológico de las autobiografías, en la memoria real pasado y presente se entretejen tan estrechamente que resulta imposible seguir otro hilo que el de las asociaciones mentales. Es el orden libre que adopta el relato de Marceline, donde un recuerdo tira del siguiente y salta de un tiempo a otro, donde el ayer y el hoy conviven juntos en una constelación simultánea. El discurrir temporal se detiene y gira una y otra vez en torno al trauma, a ese centro inalcanzable de la ausencia del padre, simbolizada por un mensaje en blanco. La obra se estructura en cinco partes o capítulos, organizados en torno a un recuerdo principal; aunque en cualquiera de ellas se mencione otros tiempos y asuntos, todos ellos gravitan siempre alrededor del mismo motivo: la desaparición del padre. ―1ª parte, pp. 9-27. «Tú a Auschwitz, yo a Birkenau» La primera parte se centra en la estancia de padre e hija en Auschwitz. Llegada a la vejez, la memoria se remonta a la nota que le hizo llegar su padre en Birkenau por medio de un electricista, y que la autora no logra recordar por más que se esfuerza. Ese vacío de la página en blanco encarna la ausencia paterna, imposible de colmar. Unas cuantas pinceladas bastan para situarnos en el escenario, el Auschwitz enloquecido del final de la guerra, una máquina acelerada de matar: «Todo el mundo robaba en el campo, en los barracones se escuchaba siempre gritar “¡Me han robado el pan!”»; «Uno se congelaba por dentro para no morir… no había futuro más allá de cinco minutos…»; «El antisemitismo era terrible en el campo; los arios nos insultaban sin cesar, los polacos, los ucranianos y sobre todo los criminales alemanes». O bien Marceline viendo cómo rematan a una compañera de trabajo («creo que era griega y yo la maté») o cavando zanjas para incinerar cadáveres, nos da la medida de la dureza de la vida en el campo. También son suficientes unos pocos hitos temporales para conectar con la Historia con mayúsculas: «Llegaron los húngaros» (mayo del 44); «Tras los húngaros, llegó el gueto de Lodz»; «Así fue como nos enteramos de que París había sido liberado…» (agosto del 44); «Ni yo ni los otros reaccionamos cuando los Sonderkommandos se sublevaron (octubre del 44). Pero el verdadero tema es la cercanía del padre, al que acompaña desde el primer momento de la detención hasta Auschwitz, donde los separan. Ya en Drancy, el padre le dice unas palabras proféticas: «Tú sí volverás porque eres joven, pero yo no regresaré». Irónicamente, Auschwitz significaba la vuelta del padre, que nació cerca de Lodz, a su tierra natal: «estabas de regreso en tu tierra natal, donde no habían esperado a los nazis para perseguir a los judíos». Pese a todo, Marceline se considera afortunada por haber sido deportada con el padre. Y también por poder verlo dos veces durante su estancia en el campo. La autora recuerda el día en que se cruzaron en Auschwitz, cuando ella salió del campo en un comando destinado a trabajar en una carretera. Se abrazaron fugazmente y un SS la separó a golpes de su padre. Perdió el conocimiento por los golpes y al despertar, tenía un tomate y una cebolla en la mano, un auténtico tesoro en el campo. Fue la penúltima vez que vio a su padre. Al día siguiente volverán a cruzarse, pero ya no se atreverán a hablarse. Luego, al cabo de meses, le llegaría la nota.

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Del padre se nos hace una descripción en el momento de su ingreso en el campo (pág. 15): «tenías poco más de cuarenta años, una mala hernia en la ingle que te obligaba a llevar cinturón y una larga cicatriz en el pulgar, herencia de una herida que te hiciste en la fábrica, pero todavía estabas lo bastante fuerte para ser un esclavo, como yo». En una sola y emotiva frase se condensa todo el significado de la orfandad: «Todavía hoy, cuando escucho decir “papá” me sobresalto, aunque hayan pasado setenta y cinco años, aunque lo diga alguien a quien ni siquiera conozco» (p. 18). Todo el que quedó huérfano pronto sabe que siempre será un huérfano, por más años que pasen. ―2ª parte, pp. 29-42. El regreso. En la segunda parte, los recuerdos se focalizan en torno al difícil regreso de los campos. Ya con la primera frase entendemos la distancia insalvable que la separa de la madre: «Mamá no vino a buscarme a París. Nadie me esperaba». Tras un tiempo en el Hotel Lutetia de París, centro de acogida de los deportados y antes cuartel general de la Abwehr (servicio secreto militar) y lugar de tortura de la Gestapo, llega el momento diferido, no deseado, de regresar al hogar familiar, en la mansión de Gourdon: «Si supieras hasta qué punto yo no lo deseaba. El único reencuentro posible era contigo. Sólo contigo podía hablar, sólo contigo podía compartir.» (32). En el caso de Marceline además, el retorno significa el reconocimiento de la pérdida del padre:

Existe un síndrome del retornado de los campos en el que coinciden numerosos testimonios de supervivientes. Como también recordaba Primo Levi, el recién regresado prefería dormir en el suelo, ya no soportaban la blandura de las camas, «la amabilidad de un colchón» (p. 30). También los propios sobrevivientes se habían hecho tan duros como sus lechos: «Me había hecho tan dura como aquellos veteranos deportados que nos vieron llegar a Birkenau sin dirigirnos una palabra de aliento… Sobrevivir hace que las lágrimas de los otros se vuelvan insoportables. Una podría ahogarse en ellas». Otros rasgos comunes a los retornados eran la

decepción a la llegada, la incomprensión y la hostilidad de los que quedaron, la imposibilidad de comunicar la experiencia que nadie podía imaginar, la conveniencia por tanto de callar. La hipocresía y la vileza de los cómplices, que reescriben la historia a su conveniencia, hacían todavía más difícil la reinserción: «…aquella posguerra amnésica y antisemita que se regodeaba en el cuento de una Francia heroica» (p. 37). Entre las figuras que la autora encuentra al regreso, hay una especialmente conmovedora por su desamparo irremediable. Se trata de Michel, el hermano pequeño, que cuenta ocho años al regreso de Marceline y antes de la guerra iba a todos lados detrás del padre como un perrillo: «Y cuando pensaba en ti, te veía escoltado por mi hermano pequeño de cuatro años, pero ya no recordaba su nombre, Michel. Él no se despegó de ti durante nuestro arresto, allí donde ibas, él estaba en tus brazos o a tus pies, su mano en la tuya, como si temiera perderte» (p. 19).

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Si la deportada olvidó en Auschwitz el nombre de su hermano, Michel tampoco la recordaba a ella. Por eso, el regreso de Marceline en lugar del padre, le parece un fraude, algo que nunca perdonará a la hermana. La desaparición del padre tendrá para él consecuencias funestas: «él no se te despegaba nunca. Tu arresto fue para él como una amputación» (63). Desde muy pronto empieza a manifestar signos de aislamiento y depresión, y con los años «Acabó por convertirse en un maniaco-depresivo». Al crecer, su odio a Marceline por haber regresado en lugar del padre se hace más violento: «dibujaba cruces gamadas en mi buzón o me dejaba mensajes en el contestador automático, imitando la voz de un SS y ladrando: “Usted tomará el convoy 71 con la señora Simone Veil. Incluso se hizo tatuar “SS” en un hombro» (p. 64). «Él siempre había dicho: “Moriré a la edad de mi padre”». Y, en efecto, lo cumplió suicidándose. «No encontramos su cuerpo hasta un mes después, cuando echamos abajo su puerta». El regreso despierta nuevos y dolorosos recuerdos de antes de la guerra. Por ejemplo, lo vivido en esa pretenciosa casa de Gourdon y la ingenuidad del padre al pensar que la propiedad le protegería, en lugar de enconar aún más la persecución: «¿Pensabas que convirtiéndote en señor de un dominio dejarían de vernos como judíos? … quizá a causa de Zola y su Yo acuso, o de Balzac, a quien habías leído en yidis, te dijiste que a buen seguro aquí no podía ocurrirnos nada. Qué ingenuo eras» (p. 34). Por todo ello, la liberación es sólo aparente; por dentro, Auschwitz continúa su labor de zapa. Una vez establecida, Marceline vive como alma en pena en la casa familiar: «Durante la semana erraba sola por la mansión. De noche tenía pesadillas horribles. De día no salía, me daba miedo franquear el puente…». Se siente ajena a todos, sobre todo a la «… locura de los judíos por reconstruirse a cualquier precio tras la guerra… Querían matrimonios…». Empezando por la madre, que quiere casar cuanto antes a una Marceline de diecisiete años, y a quien no se le ocurre preguntarle otra cosa que si la han violado en el campo. —3ª parte, pp. 43-58. La evacuación de los campos. La tercera parte comienza con la llegada en 1948 del acta de desaparición del padre, redactada de una forma absurda («El ministro… decreta la desaparición…»). El documento desata el recuerdo de la evacuación de Auschwitz y el terrible tránsito por diversos campos (Bergen-Belsen, Raghun, Theresienstadt), así como el intento de reconstruir los últimos meses del padre.

De él, Marceline sólo logra averiguar que fue evacuado en las marchas de la muerte, primero de Auschwitz a Mathausen, en Austria (unos 500 kilómetros a pie), y de allí al campo de Gross-Rosen, nuevamente en Polonia (otros 400 kilómetros de caminata): «Eso significa que aguantaste… Que te quedaban fuerzas… Que habrías podido sobrevivir» (p. 47). En este último campo se pierde el rastro, pero según la madre de Marceline, alguien lo vio llegar más adelante a Dachau, en Alemania (otros 540 kilómetros). El capítulo amplía la galería de figuras históricas, algunas muy conocidas. En Bergen-Belsen, por ejemplo, adonde es trasladada en noviembre de 1944 ante la llegada de los rusos, Marceline conoce a Anne-Lise Stern, una judía alemana de veintitrés años exiliada en París, donde había sido detenida. La Stern es elegida jefe

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del barracón de las francesas por su conocimiento del alemán, y se encargará de protegerlas a todas: «Anne-Lise se las apañaba para obedecer y protegernos al mismo tiempo» (p. 46). Tras la guerra, la Stern se convertirá en una prestigiosa psicoanalista y escribirá diversos libros sobre su experiencia en los campos. También en Bergen-Belsen volverá a encontrar a su amiga de Birkenau Simone Anne Jacob, que hoy conocemos como Simone Veil (1927-2017). Llega en enero de 1945 con los supervivientes de las marchas de la muerte que partieron de Birkenau. Allí, una kapo polaca le había dicho: «Usted es demasiado bella para morir». Tras la guerra ambas conservarían su amistad y se seguirían reuniendo. Otro conocido personaje que recuerda Marceline es Mala Zimetbaum, «nuestra heroína en Birkenau» (50). Zimetbaum, judía belga que trabaja de intérprete en el campo y velaba por sus compañeras, se escapó de Auschwitz junto con su novio (un prisionero polaco) disfrazado de SS en junio de 1944. Mala sería atrapada a las pocas semanas y su novio se

entregaría para no dejarla sola. Éste sería ahorcado enseguida, pero Zimetbaum se cortó las venas antes de ser ajusticiada y aún tuvo tiempo de abofetear a un SS y de arengar a las internas reunidas para presenciar su muerte. El capítulo concluye con una mención al presente, un nuevo ejemplo de los intentos de maquillar la historia en una fecha tardía, «justo antes de entrar en el siglo XXI». El alcalde de Bollène quiere inscribir el nombre del padre de Marceline en un monumento a los muertos de la guerra, pero sin mencionar Auschwitz: «no quería ninguna huella de Auschwitz en el monumento del pueblo. Sin embargo, tú no moriste por Francia. Francia te envió a la muerte. Estabas equivoca acerca de ella» (58). Ante la negativa de la hija, el alcalde accederá a regañadientes a incluir la palabra maldita.

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―4ª parte, pp.59-75. Secuelas. En la cuarta parte, la autora aborda las secuelas inmediatas que dejó en ella la experiencia de los campos: dos intentos de suicidio, una tuberculosis, el rechazo del propio cuerpo, cuya desnudez asocia a las selecciones de Mengele en Birkenau. El cuerpo era lo que sufría y se deformaba en Auschwitz: «Le tengo horror a la carne y a su elasticidad… Ninguna mujer tenía la regla» (70-71) El ansia de sobrevivir en los campos se convirtirá en ansias de muerte tras la liberación. Marceline también conoce un síntoma que afectó a muchos supervivientes: el rechazo a engendrar hijos en un mundo que ha permitido Auschwitz: «Nunca tuve hijos. Nunca quise…» (70). Imre Kertész convertiría precisamente este rechazo en el tema de su estremecedora novela Kadish para el hijo no nacido. El fin de la guerra no sólo acaba casi con Marceline, destrozó a la familia. «Tienes que saber que nuestra familia no sobrevivió. Se disolvió… Siempre he pensado que para la familia habría sido mejor que volvieras tú, en vez de yo…siempre he pensado que era tu vida a cambio de la mía» (62). La autora narra sin ningún sentimentalismo el desmoronamiento del hogar: el suicidio de su hermano Michel, el de su hermana Henriette a los sesenta años («Michel y Henriette murieron de tu desaparición»), la dispersión de los hermanos, el segundo matrimonio de su madre, que termina por distanciarla de Marceline, a la que no comprende. «Si hubiéramos tenido una tumba, un lugar donde llorarte, las cosas quizás habrían sido diferentes» (65). A la autora, en cambio, el haber estado con el padre casi hasta el final fue lo que la salvó tras la guerra. Pudo «despedirse» de él y completar el duelo: «te quería tanto que estaba feliz de ser deportada contigo» (68). Pero la vida continúa. Como en tantos otros supervivientes, el olvido tras la salida del campo se impone como una necesidad vital: «Intenté alejarme de Birkenau, no hablaba de ello nunca, ocultaba mi número» (72). Marceline se lanza a la vorágine del París existencialista de posguerra: «tenía sed de frivolidad y de conocimiento, las dos palabras que resumían a Saint-Germain-des-Prés» (73). Sin embargo, no todo empezaba de cero; los viejos prejuicios también habían sobrevivido a la guerra: «… había mucho antisemitismo todavía… y al mismo

tiempo estaba harta de los judíos, harta de aquella promiscuidad heredada de los campos. Tenía necesidad de otros» (73). El distanciamiento del pasado alcanza hasta a la propia figura del padre: «Iba rumbo a una vida que probablemente no habría contado con tu aprobación» (74).

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5ª parte, pp.77-92. La vida tras la guerra. En el capítulo final, Marceline narra su vida tras la guerra, comenzando con su matrimonio con un no judío, Francis Loridan, del que adopta el apellido para disimular su origen: «Debo confesar que eso me convenía, pues el antisemitismo seguía estando muy extendido después de la guerra y era más sencillo llamarse Loridan que Rozenberg» (78). Cumplidos los treinta y cinco, y dieciocho años después del término de la guerra, la autora conoce al fin cierta estabilidad sentimental. A comienzos de los sesenta, se casa con el documentalista Joris Ivens, que sería el hombre del resto de su vida y con el que trabajaría estrechamente en sus documentales a través de todo el mundo (Vietnam, China…). Ivens se convertiría en un segundo padre: «Era el antídoto contra tu ausencia». Al mismo tiempo, Marceline se entrega con entusiasmo a diversas causas sociales: el nacimiento de Israel, la descolonización del Tercer Mundo, en especial la lucha de Argelia: «Ellos eran árabes y yo judía, pero eso no era un problema». Cuenta también su enorme decepción con lo que siguió: «Yo pensaba que a través de la liberación de los pueblos, ya fueran el argelino, el vietnamita o el chino, el problema judío se solucionaría por sí mismo. Fue un terrible error…» (81). Tras un breve paso por el PC francés en los cincuenta, Marceline se mostraría muy crítica con el comunismo y terminaría haciendo cambiar de opinión a su marido, un viejo militante que aún creía en la causa. Joris Ivens muere en 1989, después de veintiséis años de convivencia con Marceline. «Su muerte me dejó por los suelos» (86), reconoce la autora, pero al mismo tiempo le hace volverse hacia la figura olvidada del padre y le lleva a enfrentar el trauma de Auschwitz. Para presentar la última película que rodaron juntos (Una historia de viento), en 1991 regresa a Polonia y visita Auschwitz por primera vez desde su liberación. Allí siente la cercanía del padre y revive su encierro: «Y de repente todo volvió, el olor, los gritos, los perros…» (87). El libro se cierra en el presente de su escritura: «Tengo ochenta y seis años, el doble de la edad que tenías tú al morir… No tengo miedo a morir, no siento pánico». Y con una advertencia imposible de soslayar: el mismo antisemitismo que ha conocido antes, durante y después de Auschwitz, no sólo no ha desaparecido, sino que despierta con fuerza. «Ahora sé que el antisemitismo es un elemento permanente… nunca desaparecerá, está anclado demasiado profundamente en las sociedades» (89). Marceline se muestra angustiada ante el

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odio creciente hacia los judíos e Israel, también en Francia: «Todo vuelve a tensarse una vez más, nos llaman “los judíos de Francia”…» (91). En una desafortunada crítica del libro en El País1, el autor, muy comprensivo, atribuía esta angustia ante el despertar del antisemitismo a la paranoia de una vieja superviviente. Ya se sabe que los viejos se inventan cosas. Por ejemplo, el atentado al supermercado kosher de París en enero de 2015, los gritos de «¡Muerte a los judíos!» en algunas manifestaciones o los soldados que, metralleta en ristre, protegen memoriales y sinagogas, y te miran nerviosos a los ojos cuando te acercas. Cosas de viejos judíos.

1 http://cultura.elpais.com/cultura/2015/09/17/babelia/1442512190_267892.html

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ENLACES Críticas: —En español: -http://cultura.elpais.com/cultura/2015/09/17/babelia/1442512190_267892.html -http://www.revistavisperas.com/y-tu-no-regresaste-de-marceline-loridan-ivens/ —En inglés: -https://www.theguardian.com/books/2016/jan/27/asylum-moriz-scheyer-but-you-did-not-come-back-marceline-loridan-ivens-review-holocaust-memoirs -https://www.theguardian.com/books/2016/feb/09/but-you-did-not-come-back-marceline-loridan-ivens-review —En francés: -http://www.liberation.fr/portrait/2003/11/11/la-cle-des-camps_451517 -http://mobile.lemonde.fr/shoah-les-derniers-temoins-racontent/article/2005/07/25/marceline-la-tornade_674520_641295.html -http://www.cercleshoah.org/spip.php?article369&lang=fr Entrevistas: —En español: https://elpais.com/cultura/2015/09/17/babelia/1442498371_024331.html —En francés: -https://www.youtube.com/watch?v=GvXogxTVIrU -https://www.youtube.com/watch?v=jLa7Erf5eHI -https://www.youtube.com/watch?v=tL-30CcjG_U La petite prairie aux bouleaux (La pequeña pradera de los abedules): Película dirigida por Marceline Loridan-Ivens en 2003, y protagonizada por Anouk Aimée. Rodada en el campo de Auschwitz. https://www.youtube.com/results?search_query=La+Petite+Prairie+aux+bouleaux Sobre Joris Ivens: Tierra de España, Uno de los documentales imprescindibles sobre nuestra guerra civil, una película en la que intervinieron Hemingway y Orson Welles. Puede contemplarse en: https://www.youtube.com/watch?v=b9cTkxLkNXA Sobre la suerte de los supervivientes: El Memorial de la Shoah de París celebró en 2016 una exposición sobre la suerte de los supervivientes, titulada Después de la Shoá. Se puede consultar abundante información sobre la muestra, en inglés y francés, en el enlace: http://apres-la-shoah.memorialdelashoah.org/index-en.html Sobre el Hotel Lutetia: Para conmemorar el 70 aniversario del retorno de los deportados franceses, la AFMD (Amigos de la Fundación para la Memoria de la Deportación), celebró en 2015 una exposición itinerante sobre el Hotel Lutetia, el centro de acogida de los deportados en París. http://lutetia.info/

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CRÉDITOS

—Portada: Marceline Loridan-Ivens con su familia en la playa de Bercq, 1935. Marceline en primera fila, a la izquierda, sosteniendo una pelota. —Página 1: Marceline en los sesenta. —Página 2: Marceline y Simone Veil. —Página 4: etiqueta de una deportada acogida en el Hotel Lutetia. —Página 5: portada de un libro de Anne-Lise Stern. —Página 6: Simone Veil. —Página 6: detalle del monumento a las víctimas de la guerra en Bollène. El nombre del padre de Marceline (Rozenberg, Szlama) figura al final de la lista. —Página 7: Marceline en una escena del documental Chronique d’un été. —Página 8: Marceline y Joris Ivens. —Página 9: cartel de la película La petite prairie aux bouleaux.

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