LICEALES Y UNIVERSITARIOS “OCUPANTES”...
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LICEALES Y UNIVERSITARIOS “OCUPANTES” Un resguardo comunal bajo la intemperie global François Graña1, 2001 [email protected] Montevideo, URUGUAY Prepared for delivery at the 2001 meeting of the Latin America Studies Association, Washington DC, September 6-8, 2001
1 Lic. en Sociología, docente e investigador en el Area de Sociología de la Educación, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República, Montevideo, URUGUAY
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RESUMEN Entre agosto y setiembre de 1996, una cascada de ocupaciones de liceos
oficiales de Montevideo y el interior del país se colocaba durante tres
semanas en el centro de la atención nacional. Sus protagonistas -
adolescentes de 15 a 18 años- reclamaban un "plenario con debate nacional"
para discutir una reforma educativa "inconsulta y contraria al interés
popular". Treinta horas de registro magnetofónico de entrevistas a un
centenar de ocupantes, mostraron bajo el reclamo político-gremial la
filigrana de un movimiento animado de una fuerte búsqueda identitaria. El
espacio físico del aula, lugar de encuentro entre iguales, se constituía en
referente tangible de una experiencia comunitaria intensa.
A fines del año 2000, numerosos locales de la Universidad de la República
(Montevideo, Uruguay) eran ocupados por sus estudiantes en reclamo de
mayor presupuesto, en circunstancias en que el tema era debatido en el
Parlamento con vistas a su resolución para el primer quinquenio del siglo. La
entidad e involucramiento de esta acción colectiva con fuerte soporte
institucional, la ubica entre las más importantes movilizaciones
universitarias de las últimas décadas. En todos los centros de estudio eran
visiblemente más numerosos los jóvenes de reciente ingreso, situados en la
franja etaria de los 18 a los 21 años; en nuestra hipótesis, se trataba
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básicamente de la misma generación que había protagonizado las
ocupaciones liceales cuatro años atrás.
El mundo globalizado de productos, tecnologías y mensajes sin pertenencia
social alguna, ya no brinda pautas culturales identitarias adecuadas.
Relaciones económicas globales se muestran fuera del alcance de cualquier
intervención local. Los individuos ya no se identifican en tanto ciudadanos, a
la sociedad en que viven. Pretenderemos aquí hacer inteligible este
movimiento de estudiantes ocupantes, empleando la analogía de la
ocupación de un territorio físico y simbólico que se erige en refugio comunal
y “trinchera de resistencia” a la sociedad red (Castells 1997). En esta
sociedad emergente la economía se globaliza, los flujos comunicacionales
inducen una cultura virtual instantánea, deslocalizada e interconectada, la
flexibilidad laboral agrava el desempleo, el tejido social se distiende, el
Estado benefactor se desvanece, la desprotección e inseguridad de los
individuos realimenta el desamparo ciudadano. Bajo esta luz, el repliegue
comunitarista de estos jóvenes ocupantes de 1996 y de 2000 puede
apreciarse como reacción ante la crisis identitaria asociada a la
“desmodernización” que la ideología global promueve (Touraine1997); o
también, como una intentona puntual y “espontánea” de reconstitución de
un tejido societal debilitado.
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ANTECEDENTES
El objeto de análisis formulado supra ha sido construido siguiendo cierto
itinerario conceptual que se justificará a lo largo de esta exposición. Dicho
itinerario específico se beneficia, sin embargo, de dos abordajes precedentes
del trabajo de campo de agosto-setiembre de 1996: i) un primer trabajo en
que se emprendió la descripción “fenoménica” de la experiencia conflictiva de
ocupación de liceos vista por sus protagonistas y que dio lugar a la
publicación de un libro (Graña 1996), y ii) un segundo trabajo –aun en
curso- que se propone analizar la interacción entre la minoría activa y la
mayoría que constituye el movimiento social más amplio2. La necesidad y
pertinencia de una presentación –aun somera- de estas aproximaciones
analíticas previas se explica por sí misma; omitirla, conllevaría una grave
amputación del marco de significado que continenta este breve ensayo.
Dicho esto, damos lugar a una descripción suscinta de ambas “miradas”
antecedentes.
Proximidad comunitaria vs. racionalidad democrática
2 Este último enfoque es el desarrollado en mi actual proyecto de tesis de maestría
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A mediados del mes de agosto de 1996 se producía en Montevideo una serie
de ocupaciones de liceos públicos protagonizadas por los estudiantes del
segundo ciclo secundario, en su mayoría pertenecientes a la franja etaria de
los 15 a 18 años. Durante las tres semanas siguientes, los avatares del
movimiento in crescendo ocuparon la atención de la prensa, las instituciones
educativas y los poderes públicos. Apenas transcurrida la primer semana, el
carácter explosivo y masivo del conflicto sorprendía y superaba las
expectativas de los propios liceales que habían iniciado el movimiento
protestatario. A once días de iniciado este proceso –que por otra parte
nunca abandonó una impronta “pacífica” y orientada al reclamo de diálogo-
la prensa informaba de la existencia de trece liceos ocupados en la capital
uruguaya; cuatro días más tarde, el número total ascendía a veintiséis.
La idea de entrevistar a ocupantes liceales cristalizó en una estrategia de
abordaje teórico-metodológico cuando ya había transcurrido una semana
luego de las primeras ocupaciones. Cierta circunstancia personal ambientó
el primer acercamiento “espontáneo” a lo que estaba sucediendo en la
interacción entre liceales puertas adentro del liceo ocupado. El trabajo de
campo que sirve de referente a este ensayo, por tanto, fue producido en/por
cierto plexo de sentido “en tránsito” entre la implicación personal y la
distancia con pretensiones científicas, entre participación y observación.
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El movimiento se encontraba todavía en su punto alto cuando se inició el
trabajo entrevistas; el tiempo total insumido por la labor de recolección de
información fue de cinco semanas, y se continuó hasta veinte días después
del levantamiento definitivo de las ocupaciones, el 5 de setiembre de 1996.
Se realizaron entrevistas individuales y colectivas a 91 estudiantes de cinco
liceos, así como a un reducido núcleo de padres y profesores, totalizando
unas treinta horas de registro magnetofónico. Interesaba producir un
acercamiento fenomenológico a lo que había ocurrido en esas semanas
puertas adentro de los liceos ocupados, desde el punto de vista de la propia
percepción y experiencia de sus protagonistas; esto es, lo que en términos de
Schutz (1974) constituye la perspectiva emic en que se registran las
interpretaciones del actor sobre su propia experiencia.
La pauta de entrevista contempló: antecedentes de la actividad gremial,
origen de la decisión de ocupar, descripción de la ocupación, relaciones con
los demás, y trayectoria gremial de los entrevistados. Finalizada la fase de
entrevistas registradas magnetofónicamente, la recolección de información
fue completada con una encuesta a 600 liceales montevideanos que fueron
abordados en los horarios de cambio de turno, aplicando una pequeña
batería de preguntas destinadas a cuantificar grados de participación en el
movimiento de ocupaciones de liceos que acababa de terminar.
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Un primer acercamiento interpretativo al material de entrevistas así
producido, dio lugar a un trabajo publicado bajo forma de libro a ochenta
días de iniciadas las ocupaciones de liceos. Este acercamiento interpretativo
estuvo sesgado por una doble mirada interesada, tal como se anuncia en la
introducción del citado texto: “... la experiencia emotiva de comunidad entre
iguales, y el aprendizaje racional del pacto democrático que regula la vida en
sociedad”. La analogía de la comunidad descrita por F.Tönnies (1947)
parecía adecuarse a la imagen –recurrente en las entrevistas- que los
estudiantes tenían de la experiencia de proximidad, de ruptura de todos los
distanciamientos anteriores.
Por otra parte, estos jóvenes y adolescentes eran llevados a un aprendizaje
intenso de la regulación democrática de sus acciones y decisiones: elegir
voceros, establecer criterios de minorías y minorías, definir la
representatividad de sus asambleas, etc. Se señala en dicho trabajo, que
“...la interacción conflictiva entre ambas perspectivas de comunidad y
democracia se mostró muy útil para explicar parte de la experiencia
vivida por los grupos de adolescentes que sostuvieron las ocupaciones”
(Graña 1996:13)
Interacción conflictiva, porque los participantes de la acción se sentían
desdoblados entre –por una parte- la solidaridad recién descubierta como
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experiencia fuerte y emotiva, y –por otra- los fríos distanciamientos
originados en la argumentación y discusión racional de los pasos a seguir en
el curso de las acciones colectivas en que estaban involucrados.
Inicialmente, se había concebido la realización de un trabajo de tipo
monográfico con foco en un único liceo ocupado, potenciando los beneficios
de una habitualización de las idas y venidas del investigador desde los
primeros días de la ocupación. Esta familiaridad había permitido una
interacción “natural” con los ocupantes del Liceo Nº 3. El registro de
entrevistas se hizo siguiendo la conformación de grupos auto-constituídos,
de unos 8 a 12 integrantes cada vez, en que el investigador desempeña un
rol esencialmente similar al de moderador del intercambio de ideas. Cierta
bibliografía consultada más tarde sugiere que efectivamente se trata del
mejor camino para buscar aprehender un “universo de sentido” de
raigambre colectiva. Así por ejemplo,
“Si el universo de sentido es grupal (social), parece obvio que la forma del
grupo de discusión habrá de adaptarse mejor a él que la entrevista
individual, por abierta o en profundidad que sea … la reordenación del
sentido social requiere de la interacción discursiva, comunicacional (… )
Cuando hablamos, siempre decimos más, y algo distinto de lo que nos
proponemos … , re-producir y ordenar el sentido precisa del trabajo del
grupo” (Canales y Delgado 1994:288)
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A tres semanas de iniciadas las entrevistas, se contaba con 17 cintas
grabadas conteniendo: i) 51 entrevistas individuales a ocupantes del liceo,
guiadas por un cuestionario de 10 preguntas y realizadas en los últimos
cuatro días de ocupación; ii) seis conversaciones grupales entre ocupantes, y
iii) una entrevista colectiva a profesores, y otra a la Directora del liceo Nº 3
(entre los pioneros –y más grandes- del movimiento de ocupaciones). Pero
en la medida en que la ocupación de este liceo se inscribía en un movimiento
general, se hacía necesario trazar al menos algunas pinceladas de lo que
había ocurrido en otros centros. Con esta intención, fueron programadas
entrevistas con ocupantes de otros cuatro liceos, entre los más poblados y
activos en la movilización que a esa altura ya se había levantado días atrás.
Estas nuevas entrevistas grupales a unos 40 liceales fueron registradas en
otras 12 cintas. Esta ampliación del trabajo de campo puso en evidencia una
notoria coincidencia –tanto sustantiva como expresiva- en la descripción de
la experiencia de ocupación.
Minorías activas y movimiento social
En el curso de aquel primer abordaje analítico del material de entrevistas,
había retenido nuestra atención cierta conformación de un núcleo de
activistas más constantes, mancomunados en la voluntad declarada de
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ampliar la participación estudiantil en las movilizaciones. Se señalaba en el
trabajo antecedente el efecto paradójico de la acción de estos núcleos:
“...integrados por quienes comparten la voluntad de atraer a otros a la
movilización, se constituyen en ámbitos restringidos de afinidad...
Aparece así un ‘nosotros’ (los ocupantes, los del gremio, los que están
siempre, etc.) por contraposición a un ‘ellos’ (‘la gente’, los que no vienen
o sólo lo hacen ocasionalmente, los que juegan al truco en las asambleas,
etc.) Este proceso discurre en conflicto con la voluntad y el deseo de sus
actores: los estudiantes más comprometidos con la movilización, que
procuran expresamente acortar distancias con ‘la gente’, dedican una
parte importante de sus energías colectivas al asunto” (Graña 1996:96).
Esta formulación encerraba muy tempranamente lo que luego se constituiría
en nuevo objeto de consideración analítica, en otro abordaje al mismo
material de entrevistas desde otra perspectiva: la identificación de cierto
discurso que ampara la constitución de minorías de acción constante dirigida
a ganar la adhesión de los más. Este discurso -desplegado por “los del
gremio” para explicar y legitimar sus relaciones con “la gente”- fue erigido en
objeto de un nuevo movimiento de aprehensión teórica del material de
entrevistas producido durante las ocupaciones liceales de 1996.
Los términos mismos del nuevo problema de investigación nos sugirieron
una aproximación cualitativa, y sobre todo fenomenológica, puesto que
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pretendíamos determinar la construcción de sentido elaborada por los
actores interactuantes, así como los recursos de legitimación empleados por
los miembros de la minoría activa emergente. Pero por otra parte, el material
de entrevistas había sido recogido en tiempos y circunstancias que
precedieron a la formulación de este nuevo problema de investigación. Esta
circunstancia no hizo más que poner en evidencia los problemas que para
muchos autores son constitutivos de la investigación cualitativa: i) si la
observación es selectiva para el mismo actor investigado, tanto más para el
investigador que acota su foco de atención según protocolos e ideas previas;
ii) la elaboración teórica previa matriza inevitablemente la réplica del punto
de vista de los actores, por más “naturalista” que sea la intención del
investigador (Valles 1997:41).
Algunas palabras respecto del artefacto teórico-metodológico finalmente
adoptado para el abordaje del material de entrevistas orientado ahora por
esta nueva búsqueda. Las técnicas de análisis cualitativo descritas por
Glaser y Strauss (1967) nos parecieron las más adecuadas para el
tratamiento del material de entrevistas desde los intereses de investigación
ya señalados. Para estos autores, la perspectiva teórica no precede
estrictamente el análisis, y descartan tanto la inducción como el clásico test
de hipótesis, enfatizando la “generación de teoría” a través del continuo
rediseño y reformulación de nociones teóricas emergentes en la revisión
reiterada del material de campo.
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Las propuestas de interpretación teórica que surgen de este procedimiento
de revisión reiterada, no pretenden ni universalidad ni test de prueba, y se
consideran “cerradas” una vez alcanzada cierta saturación de la información.
Los autores llaman a esta técnica el “método comparativo constante”. Esta
técnica se desdobla en las siguientes acciones:
i) agrupar la información bajo denominaciones comunes o categorías, a
lo largo de la relectura del material de campo;
ii) explicitar las ideas y asociaciones que se van produciendo, generando
así un continuo vaivén entre la construcción de categorías y su
análisis;
iii) las continuas relecturas deberán dar lugar a un proceso de reducción
de categorías por fusión o transformación o descarte, de modo de
quedarse con algunas categorías centrales que integrarán la
interpretación final.
Este último paso está inspirado en un criterio de “parsimonia” o “economía
científica” tendiente a lograr una comprensión máxima con un mínimo de
conceptos.
Siguiendo estos criterios, procedimos al reagrupamento del material de
entrevistas en torno a dos grandes categorías “polares”, si atendemos a los
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términos en que hemos formulado este nuevo problema de investigación. Las
expresiones “la gente” y “el gremio” identifican a cada una de estas
categorías. Bajo la denominación “la gente” agrupamos todas aquellas
secuencias discursivas en las que los liceales entrevistados discurren en
torno a las relaciones que entablan con la mayoría de liceales menos
involucrados, que constituyen el blanco de su actividad destinada a
persuadir, convocar, animar, informar, etc. etc. Bajo la denominación “el
gremio” reunimos los términos del discurso con el cual los jóvenes activistas
se perciben a sí mismos, legitimando simultáneamente la actividad que les
da su razón de existencia en tanto minoría cohesionada en torno al
desarrollo de esa misma actividad.
Tal como fue anunciado supra, se trata todavía de un análisis en curso, y
por tanto susceptible de correcciones y ampliaciones considerables. Renglón
seguido, realizaremos una apretada descripción de ambas categorías polares.
El vocablo “la gente” en boca de los integrantes del núcleo más activo de la
movilización estudiantil, alude a cierta entidad colectiva anónima que se ha
erigido en mítico protagonista, multiforme y soberano. Este vocablo se
muestra particularmente cargado de significación en su diversidad
caleidoscópica de sentidos. Las variadas y a menudo paradójicas
apreciaciones que lo acompañan y acotan, forman una trama discursiva de
atributos eminentemente positivos de lucidez y conciencia, de protagonismo,
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de sabiduría “natural”, con que los activistas aluden a “la gente”. Estos
atributos o características constitutivas convergen en la producción de cierto
efecto de centralidad axiológica; tal parecería que las alusiones a “la gente”
se encuentren siempre rodeadas de un halo de “principio inapelable”. Todo lo
que un dirigente, representante, gremialista o activista debe saber es lo que
“la gente” realmente quiere, siente o necesita; de allí en más, sólo resta
interpretar correctamente dicha volición, sensibilidad y requerimientos para
cumplir su rol de modo satisfactorio. En contrapartida, quien fracase o se
equivoque en dicha interpretación, correrá el riesgo de verse marginado del
movimiento, barrido del escenario social, de la vida real, de la historia, etc.
Examinemos brevemente ahora el marco se significado que nos ha sugerido
el análisis del empleo del vocablo “el gremio”, comenzando por un breve
rodeo reflexivo. Las opciones teóricas implicadas en los discursos, dependen
de la función de éstos en campos de “prácticas no discursivas”: tal es el
enfoque de Michel Foucault en su Arqueología del saber. En dicho texto, el
filósofo francés explora las implicaciones mutuas de discurso y práctica
social en una exposición de fuertes ecos polémicos destinada a saldar
cuentas con la concepción “teleológica” de la historia y la noción
“antropológica” de sujeto autónomo. No nos interesa discutir aquí el
argumento central del autor; nos serviremos muy pragmáticamente de su
reflexión acerca de la titularidad de cualquier discurso, a la que se asocian
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ciertos derechos o competencias que se vuelven atributos de quienes
detentan dicho discurso:
“...la propiedad del discurso -entendido como derecho de hablar,
competencia para comprender, acceso lícito e inmediato al corpus de los
enunciados formulados ya, capacidad, finalmente, para hacer entrar este
discurso en decisiones, instituciones o prácticas- está reservada de hecho
(a veces incluso de manera reglamentaria) a un grupo determinado de
individuos” (Foucault 1991:111-112).
Este enfoque se presta muy bien –nos parece- para “iluminar” el tipo de
relaciones discursivas que los jóvenes militantes del “gremio” entablan con
“la gente”, así como la legitimación de prácticas vicarias, dirigentes o
representacionales que emerge de dichas relaciones. Postularemos que las
ambiguas apreciaciones examinadas páginas atrás en el discurso de los
militantes liceales referido a “la gente”, se encuentran en permanente
tensión con el sitial privilegiado desde el cual discurren las mismas. Como
hemos visto, el discurso examinado atribuye a “la gente” una potente,
anónima y casi infalible capacidad de discernimiento. Por otra parte,
también pudo verse que se trata de un discurso construido y compartido
precisamente por “los del gremio”, es decir los miembros de aquel núcleo de
activistas constantemente preocupados por la identificación y formulación de
los intereses de “la gente”. Estos militantes defienden su propia
interpretación de los pasos más acertados que deberá seguir el movimiento
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social; sienten que de este modo no hacen otra cosa que cumplir con el
mandato de “la gente”. Cuanto más sólido es el consenso entre activistas en
torno a dicha interpretación, tanto más convencidos estarán de la
legitimidad de su función vicaria. Ocurre que –es nuestra hipótesis- quienes
así proceden, terminan por abrogarse a sí mismos cierta facultad o
disposición: la facultad de percibir, interpretar y luego custodiar celosamente
el mandato de “la gente”. Esta singular facultad coloca a quien la reinvindica
para sí, por fuera y por encima de los propios destinatarios del discurso que
recubre a “la gente”; la polisemia del término, la intangibilidad del sujeto
colectivo abstracto al que apela, hacen que su sentido no sea otro que el
derivado de su inserción en el discurso de “los del gremio”. Es este proceso
paradójico, este entramado de remisiones que quisimos así aprehender,
enfatizando las complejas articulaciones entre práctica discursiva y prácticas
sociales que tienen lugar en el movimiento de liceales aquí focalizado.
En la jerga sindical (al menos la de nuestra sub-región) la tradición oral ha
conservado el término “gremio” para designar a la totalidad de los
trabajadores de una fábrica, lugar de trabajo o rama de actividad. El
sindicato, por su parte, consiste en el agrupamiento voluntario de aquellos
integrantes del gremio dispuestos a compartir ciertos derechos y deberes
regulados en un estatuto, con vistas a la defensa de los intereses
corporativos del gremio, o sea, la totalidad de los trabajadores. La aspiración
máxima de todo sindicato es la de integrar a la totalidad del gremio; cuando
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existe una virtual identidad entre gremio y sindicato, la solidez y
representatividad de la organización corporativa queda fuera de toda duda.
La acepción del término ha sufrido un cambio importante entre los liceales
movilizados: “el gremio” ya no alude a la totalidad de los estudiantes, sino
que coincide virtualmente con una asociación voluntaria de estudiantes
conceptualmente comparable con el sindicato de los trabajadores. Así, “los del
gremio” constituyen un pequeño nucleamiento de liceales, nunca más de
unas pocas decenas de estudiantes que establecen lazos de familiaridad
alimentados por instancias regulares de encuentros al interior del local
liceal; cuentan generalmente con el beneplácito de las autoridades de la
institución liceal, y a menudo disponen de un salón de reuniones erigido en
punto de encuentro y referente espacial.
Quedan así rápidamente presentados estos dos abordajes previos del
material de entrevistas a los liceales ocupantes de sus centros de estudio
durante tres semanas en agosto-setiembre de 1996. En una primera
aproximación fenoménica, nuestra atención se había detenido en el conflicto
entre la proximidad y familiaridad de una intensa experiencia de sesgo
comunitario por una parte, y las rispideces del aprendizaje del pacto
racional-democrático por otra. Luego, esbozamos las grandes líneas de un
segundo abordaje inspirado en la visualización de la tensión entre “el
gremio” y “la gente”, tensión que podía percibirse bajo la doble condición de
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polar y mutuamente referida: i) polar, porque señala términos opuestos de la
relación entre minoría activa y movimiento social amplio; ii) mutuamente
referida, porque un término remite al otro y en definitiva ambos se muestran
inseparables.
Describiremos a continuación –y muy suscintamente- el movimiento
universitario de ocupaciones desplegado a fines del año 2001, para luego
discutir la comparabilidad de ambas acciones colectivas.
LOS OCUPANTES UNIVERSITARIOS
La intensa movilización universitaria en torno al reclamo presupuestal a
fines del año 2000, dio lugar –entre otras acciones colectivas- a la ocupación
de algunos locales de enseñanza por parte de sus estudiantes. Se trataba de
una acción destinada ante todo a potenciar la capacidad de organización
colectiva transformando los locales en ámbitos de actividad permanente. De
este modo, los estudiantes ocupantes llevaban una intensa actividad
cotidiana hacia la comunidad bajo forma de clases abiertas, charlas y
contracursos, se reunieron en asamblea general no menos de dos veces por
semana, participaron asiduamente de las diversas instancias federales e
intergremiales de coordinación e información acerca de la marcha de las
actividades de difusión de los reclamos.
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Entretanto, estas ocupaciones mostraron diferencias importantes en relación
a las que protagonizaron los liceales en agosto-setiembre de 1996. ¿Hasta
qué punto se trataba de diferencias significativas que invalidaran una
mirada comparativa? Veamos las asimetrías más perceptibles entre ambos
procesos de ocupación estudiantil de centros de enseñanza, separados entre
sí por cuatro años.
• Estas ocupaciones no presentaban el carácter de “estallido” más o menos
inesperado que caracterizó el movimiento de liceales de 1996, sino que se
mostraron como un componente más en el contexto de una movilización
intergremial que la precedía; si bien la movilización por el presupuesto
universitario tuvo por protagonistas principales a los estudiantes, se
encontraba legitimada por una clara postura intergremial e institucional que
involucra expresamente a las autoridades universitarias. En 1996, en
cambio, la ocupación de decenas de liceos se había constituido en epicentro
de una movilización estudiantil que cuestionaba aspectos de la reforma
educativa propugnada por las autoridades de la educación, y reclamaba
diálogo con éstas.
• En estrecha relación con lo anterior, el horizonte en el que se inscribía esta
movilización universitaria no ofrecía ambigüedad alguna, puesto que hacía
suyo un reclamo institucional claro y contundente en sus fundamentos así
como en sus plazos, en sincronía necesaria con los plazos constitucionales
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para la aprobación legislativa del presupuesto quinquenal. En contraste, la
relativa amplitud y heterogeneidad de los reclamos liceales de 1996
denotaba cierta disposición contestataria no siempre canalizable en términos
de debate racional de ideas y propuestas.
• El carácter ilegal de la ocupación de los locales de Enseñanza Secundaria
hizo planear a lo largo de todo el conflicto de agosto-setiembre de 1996, el
fantasma del desalojo policial y por tanto el temor al empleo de la fuerza de
los poderes públicos; así, numerosos liceos fueron efectivamente desalojados
por orden del Ministerio del Interior. En contraposición, las ocupaciones
universitarias de fines de este año 2000 constituían un “punto alto” en la
participación y organización estudiantil de las actividades destinadas a
ampliar la visibilidad social del reclamo institucional, y la autonomía
institucional de que goza la Universidad de la República desde 1958
inhabilitaba todo reclamo de “ilegitimidad” por parte de las autoridades
universitarias o de otras instancias del Estado.
¿Sobre qué bases puede entonces sostenerse cierta “comparabilidad” entre
aquellas ocupaciones liceales contra la Reforma educativa, y estas
ocupaciones universitarias en el marco del reclamo presupuestal quinquenal
2001-2005? Sobre todo, en base al carácter “relativamente autónomo” del
objeto de estudio respecto del contexto socio-político de la ocupación de los
locales de enseñanza: en uno y otro caso, colocamos la atención en la
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ocupación del centro de estudio en tanto experiencia de comunidad vista
desde la percepción de sus protagonistas.
La idea de realizar un trabajo guiado por cierta estrategia de investigación
similar a la seguida en 1996 debió ser abandonada prontamente, debido a
diversas circunstancias supervinientes. Es así que se hizo una única
entrevista colectiva a un núcleo de universitarios ocupantes de la
Licenciatura en Ciencias de la Comunicación con la participación de una
decena integrantes del grupo más estable de ocupantes de dicha casa de
estudios. Se cuenta aquí, por tanto, apenas con una breve incursión
exploratoria, eventualmente útil para sugerir hipótesis pero insuficiente para
fundar un análisis comparativo.
Habida cuenta de los desarrollos precedentes, nos resta ahora acometer
ambas acciones colectivas separadas por cuatro años de tiempo, desde la
perspectiva de la experiencia comunitaria que “descubre” a sus jóvenes
protagonistas –al menos en parte y por un instante- cierto sentido de
pertenencia que los asombra y conmueve.
EL CENTRO DE ESTUDIO, REFUGIO COMUNITARIO
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Los jóvenes y adolescentes que ocuparon sus liceos en agosto-setiembre de
1996, sentían que de algún modo estaban protagonizando una intensa
experiencia de vida, que se presentaba simultáneamente a su auto-
percepción bajo dos formas contradictorias: si por una parte, lo que ocurría
en la movilización social que protagonizaban era el efecto deliberado de
acciones decididas junto a sus pares, por otra se sentían parte integrante de
una totalidad colectiva que envolvía y condicionaba a todas las
individualidades al modo de un poderoso torbellino. Las entrevistas a los
liceales muestran un ancho cauce que intercomunica esferas perceptivas;
por dicho cauce discurren experiencias de fuerte proximidad y
compañerismo, de suspensión de la rutina y participación entre iguales;
estas experiencias, tematizadas por sus protagonistas, se muestran en sus
propias palabras fuertemente cargadas de emotividad compartida.
No es lugar aquí para una discusión teórica pormenorizada en torno a la
noción de comunidad. En el marco muy delimitado de esta exposición, nos
serviremos de la definición que brinda Robert Nisbet, para quien la
comunidad abarca
“...todas las formas de relación caracterizadas por un alto grado de
intimidad personal, profundidad emocional, compromiso moral, cohesión
social y continuidad en el tiempo. La comunidad se basa sobre el hombre
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concebido en su totalidad, más que sobre uno u otro de los roles que
puede tener en un orden social, tomados separadamente (...) La
comunidad es una fusión de sentimiento y pensamiento, de tradición y
compromiso, de pertenencia y volición. Puede encontrársela en la
localidad, la religión, la nación, la raza, la ocupación, o en cualquier otra
fervorosa causa colectiva, o bien tener expresión simbólica en ellas”
(Nisbet 1966:71-2)
Estos atributos de intimidad y emotividad, de compromiso intersubjetivo y
pertenencia a una totalidad grupal en la “fervorosa causa colectiva”, se
encuentran fuertemente presentes en la tematización de la experiencia de
ocupación de los centros de estudios realizada por sus protagonistas a lo
largo de las entrevistas. La relectura del material de entrevistas que
realizábamos en el primer abordaje señalado supra, nos sugería la
identificación de tres principales manifestaciones de estas vivencias
“comunitarias” producidas al amparo de circunstancias -tan excepcionales
como fugaces- de intensa convivencia: 1) la experiencia de darse a conocer
entre muchos; 2) la solidaridad e interdependencia, y 3) la afectuosidad y
cercanía humana que cimenta sentimientos de igualdad. Dejemos que los
protagonistas recorran con sus propias palabras, cada uno de estos canales.
Para ilustrar estas manifestaciones, hemos reagrupado fragmentos de
intervenciones desligándolas momentáneamente del contexto de diálogo en
que se produjeron. Esta operación amputa una parte del “efecto de
naturalidad” de las situaciones dialógicas retranscriptas; en contrapartida,
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permite destacar la notable coincidencia de apreciaciones hechas en
circunstancias diferentes por estudiantes de liceos sin contacto entre sí.
Darse a conocer
La ocupación del centro de estudios puede ser vista en tanto conformación
de un espacio de fuertes interacciones sociales que cataliza la emergencia de
cierta identidad colectiva; en la constitución de esta identidad común, sus
partícipes se re-conocen como tales, experimentando un sentimiento de
fusión colectiva, de trasvasamiento de barreras interpersonales. Y el acto de
reconocerse e identificarse, es vivido como acto fundacional de un
conocimiento profundo.
“... Fue algo muy importante, creo que nunca, desde que tengo uso de
razón y desde que me dijeron, nunca se logró algo tan fuerte así en este
país. Es importante para mí porque lo logré yo, tá, yo y otros más, pero
estaba yo ahí. Quiero contarles a mis hijos y nietos: ‘en 1996 nosotros
ocupamos un liceo’, no sé qué... Y eso sé que es bueno; aparte, me ayudó
a madurar, y hubo una integración... o sea, yo ahora -¿tá?- hablo con
mucha gente más. ... A la gente que está ahí los vemos como amigos a
todos, como que hubo mucho más contacto, quedamos todos más
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integrados, se integró y se abrió mucho más el gremio” (Celina, Liceo
Dámaso, 1996)
Véase también:
“En este tema de la ocupación ganamos pila de cosas. Se notaba mucho
el compartir, ¿no? Conocimos pila de gente porque había gente que de
pronto en el liceo te la cruzabas diez mil veces y ni pelota, y después de
la ocupación eramos como medio hermanos. Si faltaba alguna persona
decíamos: ‘¿dónde está aquel? ¿qué está haciendo?’ “(Alejandro, Liceo
IBO, 1996)
“... Quedamos contentos en realidad, porque a pesar de que las
reuniones son tan largas y complicadas, que se vive una tensión tan
impresionante que a veces uno salta y te grita, y otro, y vos también te
ponés como loco, pero después cuando llegás ... , bueno, seguimos
siendo los mismos, hasta más amigos que antes porque nos conocemos
más...” (Florencia, Liceo de Las Piedras, 1996)
Cuatro años más tarde y en el contexto de la movilización universitaria en
reclamo de un presupuesto decoroso, numerosos agrupamientos de
estudiantes del ciclo superior reeditaban una experiencia de ocupación de
locales de la Universidad de la República. Puede apreciarse la notable
convergencia entre la percepción de esta experiencia relatada por sus
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protagonistas, y la descripción que de similar experiencia realizaban los
liceales montevideanos ocupantes en 1996.
“...Como un puntapié para eso, es el hecho de que el grupo que estamos
acá, todos ya nos conocemos bastante, por lo menos mucho más de lo
que nos conocíamos. Hace veinte días, conocíamos cuatro caras de las
que estamos acá. Te digo, de los que estamos aquí en este momento
conocía a ella, y tá. Es impresionante cómo se ha dado el acercamiento
en estos días, o sea, marca una apertura de parte de la gente” (Manuel,
Ciencias de la Comunicación, Universidad de la República, 2000.)
Una trama interdependiente
La sensación de ruptura del aislamiento individual se asocia con la
percepción de una entidad colectiva que envuelve a todos, en la que cada
uno se ve a sí mismo fuertemente propulsado hacia los demás. Percibir la
presencia invisible de lazos necesarios entre todos, verse imprescindible e
interdependiente, compartirlo todo sin compulsiones de ningún tipo sino
como experiencia humana gratificante, sentirse naturalmente generoso,
protegerse, constituyen otras tantas facetas de esta orientación
interpersonal.
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“Yo creo que Nacho nos dijo en una asamblea una vez, que ellos no iban
a querer desgastar y que no nos sacaban para desgastarnos. Yo creo que
fue todo lo contrario; después de la ocupación, en vez de desgastarnos y
desunirnos y cada uno calentarse y hacer la suya, nos unió a todos, y
ahora está mucho más fuerte el grupo” (Juan, Liceo IBO, 1996)
“...es como nacer, como abrir los ojos directamente a la realidad. Para mí
es emocionante jugársela, no sólo por vos mismo sino por los demás, es
algo que es maravilloso. Es como dice Erich Fromm en El arte de amar:
no es sólo recibir sino dar. Es lo maravilloso de una persona, sentir que
te necesita, y sentir que necesitás a los demás para un camino lógico y
justo que es el que pretendemos todos nosotros” (Mónica, Liceo Dámaso,
1996)
“...Además, una cosa que noté en lo que fue el tema de la ocupación
todos estos veinte días, una solidaridad que yo tampoco me la esperaba,
una cuestión de que por ejemplo... quizás sea medio choto lo que voy a
decir, pero por ejemplo yo me traje una manta, y ninguno de los veinte
días he dormido con mi manta: en sobre, en otra manta, en un colchón...
(Pedro, Ciencias de la Comunicación, Universidad de la República, 2000.)
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Sentirse entre iguales
Tanto en las ocupaciones liceales de 1996 como en las ocupaciones
universitarias del 2000, los jóvenes protagonistas de la acción se reconocían
a sí mismos en fuerte interacción con sus iguales, en relación de
interdependencia necesaria pero también buscada, deseada. Llevados a
discurrir respecto de esta experiencia y a describirla juntos, la entrevista
parece constituirse en una oportunidad para visualizar esta interacción
entre iguales en tanto explosión de afectuosidad nacida de la propia
condición de igualdad. Este “descubrimiento” es verbalizado una y otra vez, y
en el mismo acto, parece realimentar y confirmar la identidad colectiva.
“Yo llegué acá, al Dámaso, sin conocer a nadie. Y después, me eligieron a
mí como delegada. Y me sentí muy apoyada. Si me pedían a mí que fuera
a una asamblea ... yo fui a alguna asamblea, pero no a todas. No me
animaba a decir lo que yo pensaba, por vergüenza, porque soy
vergonzosa, porque me cohibo mucho. Esta semana, entré en confianza,
en un ambiente de compañerismo en que todos estamos ocupando, y el
que viene de día también. Ahora doy mi opinión sobre las cosas, no
completamente...” (Vene, liceo Dámaso, 1996)
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“... A mí me emociona cada vez más hablar de la ocupación, porque me
mostré yo como era, porque si tenía que andar caminando en los
corredores de pantufla no me daba vergüenza, y aprendí a compartir: si
de repente tenía un plato de comida y no había más, me sentaba con
alguien enfrente a comer los dos. Aprendés a compartir. (Claudia, Liceo
de Las Piedras, 1996)
“Además, me parece que no hubo desde el principio una especie como de
grupo dirigente, si se quiere. Toda la dirección surgió de una asamblea
en un momento, por ejemplo: ¿quién se quiere encargar de la parte de
actividades? Entonces, todo el mundo se quedaba mirando, y ... bueno,
yo. Fue una cosa que nadie se puso en personaje de antes y vino con la
idea de: bueno, acá en la ocupaciòn estoy desde antes, y en realidad
como tengo más tiempo, soy el que lidero, una cuestión de que
cualquiera...” (Maximiliano, U. de la República, 2000)
“Es lo que yo hablaba, de que tipo no hay centralismos, o sea, hay
referentes: sabés que Pedrín es un referente, Diego Castro es un
referente, o sea: tenés una duda de algo y sabés a quién ir, pero no es
que hay verticalazos, entendés: se hace tal cosa... nada que ver” (Valeria,
U. de la República, 2000)
PALABRAS FINALES
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El lector que haya tenido la paciencia de llegar hasta aquí, habrá percibido
ampliamente el carácter exploratorio y tentativo de estas proposiciones. Tal
como han venido sosteniendo los autores que hemos citado –entre tantos
otros- la mundialización en curso de la vida social humana acentúa la
disociación entre mundo instrumental de la economía y mundo simbólico de
la cultura. Esta globalización de productos, tecnologías y mensajes sin
pertenencia social alguna, tiende a ignorar la diversidad cultural. Los
individuos –y sobre todo los jóvenes- ya no se identifican en tanto
ciudadanos a la sociedad en que viven, puesto que ésta ya no brinda normas
culturales identitarias satisfactorias. Esta tensión alienta movimientos
comunitaristas de repliegue sobre sí, acciones defensivas que parecen
reaccionar ante el debilitamiento y la fragmentación cultural. Hemos
procurado identificar en las acciones estudiantiles colectivas aquí
tematizadas, la huella de estos procesos. El examen de su dinámica y
motivaciones probablemente tengan mucho para decirnos sobre la compleja
dialéctica de interacciones que los conecta y articula con las actuales
tendencias globalizadoras.
* * *
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DOMÍNGUEZ Y GUTIÉRREZ, Cap. 11, Págs. 288-316
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