Legrendre La Fabrica Del Hombre Occidental
Transcript of Legrendre La Fabrica Del Hombre Occidental
De Pierre Legendre en esta colección
Dominium Mundi. El Imperio del Management
El tajo. Discurso a jóvenes estudiantes sobre la ciencia y la ignorancia
Lo que Occidente no ve de Occidente. Conferencias en Japón
Esta obra se benefició del P.A.P. GARCÍA LORCA, Programa de Publicaciones del Servicio de Cooperación y de Acción Cultural de la Embajada de Francia en España y del Ministerio de Asuntos Exteriores francés.
La fábrica del hombre occidentalSeguido de El hombre homicida
Pierre Legendre
Amorrortu editoresBuenos Aires - Madrid
Colección NómadasLa fabrique de l'homme occidental. Suivi tic L’homme en meurtrier, Pierre LegendreWorld copyright © Mille et une nuits, département de la librairie Arthème Fayard, 1996 Traducción: Irene Agolí
©Todos los derechos de la edición en castellano reservados por Amorrortu editores España S.L. - C/López de Hoyos 16, 3o izq. - ‘28006 MadridAmorrortu editores SA., Paraguay 1225, 7” piso - C1057AAS Buenos Aires
www.amorrortueditores.com
La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada por cualquier medio mecánico, electrónico o informático, incluyendo fotocopia, grabación, digitalización o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, no autorizada por los editores, viola derechos reservados.
Queda hecho el depósito que previene la ley n" 11.723
Industria argentina. Made in Argentina
ISBN 978-84-610-9021-1ISBN 2-84205-096-7, París, edición original
Legendre, PierreLa fábrica del hombre occidental. Seguido de El hombre
homicida. -1" ed. - Buenos Aires : Amorrortu, 2008.64 p. ; 20x12 cm. - (Colección Nómadas)
Traducción de: Irene Agoff
ISBN 978-84-610-9021-1
1. Filosofía. I. Agofl', Irene, trad. II. Título.CDD 100
Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en septiembre de 2008.
Tirada de esta edición: 2.000 ejemplares.
Indice general
9 Presentación
13 La fábrica del hombre occidental
37 El hombre homicida
59 Bibliografía
Un film documental, La fabrique de l’homme occidental, realizado por Gérald Caillat e ideado junto con Pierre Legendre y Pierre-Olivier Bardet, que se exhibió el 15 de noviembre de 1996 en Arte,* fue resultado de este texto inédito de Pierre Legendre.
Arte Editions y Éditions Mille et une nuits se asociaron para publicarlo.
* Arto (Association Relative à la Télévision Européenne) es un Grupo Europeo de Interés Económico (GEIE) creado en 1991, cuyos miembros son Arte France y Arte Deutsch- land TV GmbH. El objetivo del Grupo es gestar, realizar y difundir programas de televisión de carácter cultural e internacional que favorezcan el acercamiento de los pueblos europeos.
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Presentación
Partimos del hecho fatal de que los caminos del pensamiento conducen inevitablemente al interrogante inmemorial: ¿en nombre de qué sepuede vivir? O sea, ¿por qué vivir? Sí, ¿por qué?
No está en manos de ninguna sociedad desterrar el «¿Por qué?», liquidar esta marca de lo humano. Y sin embargo.. . En este Occidente demasiado seguro de sí mismo, la capacidad de preguntar se ha derrumbado, y este derrumbe es tan impresionante como sus victorias científicas y técnicas. El miedo a pensar fuera de toda consigna ha hecho de la libertad, que tanto ha costado, una prisión, y del discurso sobre el hombre y la sociedad, una lengua de plomo.
¿Qué sucede? Se cree que el animal hablante, devenido en cosa de las ciencias, ha abandonado el mundo tenebroso de las genealogías, y que se ha destruido el misterio. En este juego, el castillo de naipes se ha desmoronado y los andamiajes dogmáticos tradicionales acaban de hundirse ante nuestra vista. Esos artificios que son el Estado, la Religión, la Revolución, el Progreso, se
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ven arrastrados en el estallido del Management científico prometido al planeta entero. ¿Qué haremos con la desilusión?
Al igual que las demás civilizaciones, la Fábrica del hombre occidental se da de bruces contra la certeza de todos los tiempos: aquella según la cual, en la experiencia de la humanidad, todo converge hacia el punto precario, hacia «el gran dolor confuso» del que hablaba el romántico alemán Kerner: el dolor de haber nacido y de tener que morir. Tenemos el deber de indagar nuevamente en esa materia prima de los poderes, en ese punto débil de cada hombre, su condición de individuo perecedero; pero también debemos admitir que nuestra muerte tiene un sentido, pues ella da vida a la construcción humana de la que somos expresión pasajera —de la que somos, como dice el poeta latino Virgilio, «piedras vivientes»— .
Los hábitats institucionales se edificaron sobre un vacío, vacío a partir del cual se despliega la palabra y que es portador del pensamiento. En el cruce de los caminos históricos se impone una tarea: restaurar la duda, examinar la ordenación de las ignorancias que hacen cortejo a la Ciencia contemporánea, superar la creencia oscurantista del presente. Instituirla vida: formulación clave que resume la tarea. La Fábrica del
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hombre no es una factoría destinada a reproducir cepas genéticas. Jamás veremos gobernar auna sociedad sin los cantos y la música, sin las coreografías y los ritos, sin los grandes monumentos religiosos o poéticos de la Soledad humana.
Los dos textos presentados al lector jalonan un itinerario que, partiendo de una serie de programas radiales emitidos por France Culture («Nuits magnétiques», en octubre de 1992), culmina en el film documental de Gérald Caillat titulado La fabrique (le l’homme occidental. El primero de estos textos sirvió de trama al realizador del film, y aquí se lo reproduce íntegramente. El segundo, L’homme en meurtrier, compuesto a raíz del caso Lortie, dio el envión inicial al proyecto cinematográfico.
P.L .
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La fábrica del hombre occidental
Los espacios infinitos, las ciencias en profusión, la sobreabundancia industrial, pero también el espanto de vivir, el individuo perecedero y los dioses, también ellos mortales.
Incansable y solitaria, la humanidad jamás reniega de sí misma. Vive y muere sin calcular.
Pero no basta con producir carne humana para que ella viva; al hombre le hace falta una razón para vivir.
El hombre aprende la razón para vivir de los emblemas, las imágenes, los espejos. Quien maneja el Espejo tiene al hombre a su merced.
Así, las religiones, los mitos, las artes poéticas, nos llegan al corazón, en Occidente y dondequiera que sea.
Los Evangelios narran la ejecución de Jesús por el suplicio de la Cruz.
Está escrito: «Viendo que ya había muerto, un soldado le perforó el costado con su lanza».
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El Cristianismo venera la Llaga de Cristo, de la que hace un icono, la imagen del tormento en la humanidad.
Un libro de oraciones de la Edad Media contiene una miniatura cuya verdad la hace extraordinaria. La Herida del Salvador pintada por el miniaturista se parece a la abertura de la matriz, a un sexo de mujer. ¿Lo sabía el artista?
Los Cristianos son los hijos de la Herida divina, pero conocen tan poco el sentido último de lo que dicen como el resto de la humanidad. Y tampoco saben de lo que está más allá del Espejo.
Todos los emblemas, las imágenes, los espejos evocan lo inasequible, y el hombre se pregunta por lo inasequible. Nosotros fabricamos lo que Magritte, en un célebre cuadro, llama EL catalejo.
Una ventana está semiabierta. La hoja que se abre se lleva con ella el paisaje, un cielo y nubes. El catalejo descubre lo que hay detrás de los emblemas, las imágenes, los espejos: un vacío, el precipicio, el Abismo de la existencia humana.
Lo que debemos habitar es ese Abismo. La razón para vivir empieza ahí.
Un poeta dijo: «Atado al precipicio terrestre, llevo en la frente la marca de quienes me hicieron nacer».
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Esto significa que el mundo está genealógicamente organizado y que la genealogía es un saber de conservación de la especie, un saber queperm ite al hom bro habitar el Abism o.
Damos rostro humano al Abismo, llamándolo nacer y morir.
Hoy, el hombre occidental llega al mundo en una puesta en escena científica y racional; nace en un teatro quirúrgico.
Pero, en Occidente y en todas partes, se trata siempre de salir de la matriz y de separarse del Abismo indecible.
Apenas ha gritado el niño, se le da a su grito un sentido, pues el grito del recién nacido es ya una palabra.
Envuelto en los pañales y en las palabras de quienes lo ayudan a nacer, el hombre arriba al mundo del «¿Por qué?».
Entra en el misterio de estar ahí.Así se fabrica la razón para vivir. Si la Razón se
desintegra, la vida en nuestra especie perecerá.
Nosotros, los descendientes de Europa, hijos de guerras que fueron holocaustos, promotores de la Felicidad industrial, conquistadores de ciencias inauditas, hemos olvidado que la Fábrica del hombre es precaria.
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Hemos olvidado que la Fábrica del hombre, en todos los puntos del planeta, es la fábrica de los hijos —hijos de uno y otro sexo, como dice la tradición jurídica de Occidente— .
La fábrica de los hijos es frágil, como es frágil el lazo que liga a cada uno con la humanidad, como es frágil el lazo de la palabra.
Hacen falta palabras, imágenes y un cuerpo, para que se eleve la voz humana. Hace falta eso, más una cuarta dimensión: hace falta la razón para vivir.
Desde su Oriente mediterráneo hasta las Américas, y desde el Sur hasta el Norte, Occidente ha producido su versión, su estilo particular en esa construcción de palabras que llamamos «civilización».
Hay una versión, un estilo occidental de instituir la razón para vivir.
La Referencia occidental es el árbol sobre el cual nos apoyamos.
Este árbol hunde sus raíces en el Abismo. Referirnos a Occidente es referirnos a las maneras occidentales que dan rostro humano al Abismo. Es nacer y morir como occidentales.
Vamos a visitar este Occidente y a descubrir de que modo fabrica la dimensión fantástica, en
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esa Arquitectura invisible que sostiene la concepción de las generaciones.
La humanidad vive y muere, hace el vacío para reproducirse, una multitud reem plaza a otra multitud. Las sociedades ultramodernas llaman a esto «demografía».
Pero la contabilidad no nos dice por qué el hombre se llena de nostalgia al ver la efigie del sol poniente.
¿Qué significa el vacío para el hombre? Sabemos que para que haya palabras tiene que haber vacío entre las letras, y que sin la separación de las palabras y las cosas no habría vida en la especie humana.
El lenguaje nos separa de las cosas. Separa al hombre de su semejante y de sí mismo. El lenguaje es el Espejo para el hombre.
En el curso de nuestra historia ensangrentada, esto se comprueba por doquier: cuando los humanos no soportan más la palabra, reaparece la masacre.
Las civilizaciones son la fábrica de las palabras y se fabrican con palabras. Ellas enseñan al hombre el vacío y la separación que hacen posible el hablar.
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El Abismo del nacimiento y de la muerte es puesto en escena. Pasa a ser el teatro de los orígenes y de la causa que perpetúa la vida.
De este modo, indefinidamente, las generaciones aprenden que el hablar tiene por decorado lo indecible y que el mundo, para ser habitable, debe ser puesto en escena con palabras.
Occidente hace resplandecer lo indecible del mismo modo que todas las civilizaciones, con músicas y danzas, con ritos religiosos y políticos, con emblemas y arquitecturas.
Pero quiere que el Abismo se llene de su imagen, se ve a sí mismo como Espejo de todo.
El hombre occidental ha edificado el mundo sobre la idea de que el universo fue fabricado por él, de que él mismo está en el centro y de que controla así la nada, llenándola.
Museo viviente de las tradiciones entrecruzadas que hicieron la Europa medieval y moderna, en la Santa Sede se conserva un tapiz que durante mucho tiempo sirvió de respaldo al trono pontifical.
Un paisaje como fondo, dos leones sentados frente a frente, un cielo en el que descansan tres alegorías femeninas —la Religión, la Justicia, la Caridad— , y en el centro: el vacío, un vacío en espera del hombre.
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LA FÁBRICA DEL HOMBRE OCCIDENTAL
Este tapiz es un cuadro vivo: él espera el cuerpo vivo del papa, imagen de la humanidad queviene a ocupar su lugar, lugar marcado de antemano en el alhajero del universo.
La humanidad se encamina, conocedora del Abismo. Ella civiliza el espacio para habitarlo. Ella celebra el vacío poblado de sus palabras; y donde ella habla, reside.
Occidentales industrialistas, hemos inventado el ruido incesante, las montañas de objetos, la presencia totalitaria de lo lleno.
Al desertar del vacío, olvidamos que al hombre le hace falta una escena y que, sin los artificios que le permiten a aquel habitar la separación de sí y de las cosas, el lenguaje se desploma para volverse consumación de señales.
Los lugares deben dar cabida a los cantos y a los ayes, así como a las variaciones infinitas de la conversación hum ana, tanto a las charlas íntimas como a las declaraciones del poder.
Las religiones demuestran la fuerza de las puestas en escena, de las poderosas arquitecturas destinadas a hacer del espacio la tierra interior del hombre.
Ante todo, la Referencia que fabrica al hombre debe hablar. Y ella habla primeramente callándose, en la construcción de los lugares.
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Las religiones del Libro sagrado, familiares a Occidente, ponen en escena el vacío.
Existen para el hombre su principio y su fin, la tierra natal y fúnebre, y los otros humanos, todos los otros.
Una sociedad no es un montón de grupos ni un torrente de individuos, sino el teatro donde se juega, trágica y cómica, la razón para vivir.
La razón para vivir nos viene del lenguaje. Una máxima de los juristas dice esto: «Se ata a los bueyes por los cuernos y a los hombres por las palabras».
Hay que comprender que arrastramos el yugo y que, a causa de la palabra, la especie humana conoce el espanto y el enigma del poder.
Aun democrático, el poder es la desmesura.Aun sustentado por la alianza de la Ciencia y
la Felicidad, él anoticia al hombre de que la sociedad lo excede, así como el lenguaje excede al individuo que habla.
El poder no muere. En todo punto del planeta, afronta lo absoluto del Abismo. El maneja el rayo.
Si no se lo encauza y contiene, se convierte en Terror, que desangra a sus gobernados.
Hemos aprendido —y sobre todo por la experiencia nazi— que un Estado también puede es-
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tar loco. En el instante último del desastre, en 1945, Alemania parecía haberse suicidado. Murieron entonces los símbolos, y el universo de laReferencia alemana quedó marcado por la infamia.
Aun en este caso extremo, el camino desde el poder hacia el interior del hombre permaneció abierto. El lazo social de la palabra iba, pues, a expresarse de nuevo, pero dejando la herida a cargo de las nuevas generaciones.
Fabricado por el hombre, el poder avanza, portando las insignias del origen y de la muerte.
Nos lo recuerda la religión francesa de la nación en armas —la celebración del 14 de Julio— , ordenada como un ballet sagrado.
La humanidad está frente al precipicio del tiempo.
Ella civiliza al tiempo, lo limita, buscando en él su imagen: lo convierte en un Espejo.
Relatos acerca del origen, memoriales, genealogías, son escenas narrativas, disposiciones para vivir el vacío y la separación, al separarnos del pasado.
Hasta la ciencia histórica, ese gran invento de Occidente, preside nuestros olvidos y reprime. Ella selecciona lo que conviene a los vivos, indefinidamente enfrentados al precipicio del tiempo.
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De ese modo olvidamos y reprimimos la primera de las Revoluciones europeas —entre los siglos XI y XIII—, que quiso dar nueva forma al mundo entero: una guerra de Dios librada a la vez contra la idea judía de la Ley y contra la Norma coránica.
Esta Revolución —que fue una guerra de textos, con el Cristianismo y el Derecho Romano por instrumentos— hizo surgir el Estado y el Derecho, cierta idea del poder y de la relación genealógica.
¿Quién se atrevería a decir hoy que esa guerra está terminada?
De la extraordinaria aventura del Derecho Romano aprendimos que Dios no le es necesario al comercio. El Derecho Romano hizo posible nuestra modernidad, antes que la Ciencia.
Europa había olvidado durante siglos esa inmensa reserva de textos producidos por el imperio universal de Roma. De pronto, la Edad Media los descubre y los utiliza para hacer de ellos la materia prima de los Estados modernos unidos al Cristianismo triunfante.
Por ejemplo: el manuscrito que llaman Littera Pisaría (Letra Pisaría), primera versión de esos textos que nos aportaron la idea del contrato, del testamento o del juez moderno, y que son tan im-
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portantes para la historia de Occidente como la Torá, los Evangelios o el Coran.
Yacen como cadáveres olvidados en nuestras grandes bibliotecas eruditas.
El parricidio —matar al padre o, en general, al progenitor— no es una violencia corriente. La tradición lo llama «crimen increíble», porque implica aniquilar, con este homicidio, el orden del mundo. Es el prototipo del gesto totalitario.
El Derecho Romano castigaba el parricidio con la ejecución capital, en medio de un ceremonial que excluía al homicida del universo humano.
Está escrito: «Que perezca encerrado en una bolsa cosida, en compañía de un perro, un gallo, una víbora y un mono».
Constitución del emperador Constantino (siglo IV), incorporada al Código del emperador Justiniano (siglo V), libro 9, título 17 («De los que mataron a padres o hijos»): «Si alguien ha apresurado la muerte de su padre u de su madre y otros ascendientes, o de su hijo o de su hija y otros descendientes —haya producido su crimen en secreto o a la luz del día—, se lo castigará con la pena del parricidio. No recibirá la muerte ni por la espada, ni por el fuego, ni por alguna otra pena ordinaria, sino cosido en una bolsa de piel, encerrado con un perro, un gallo, una víbora y un mo
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no, y en ese espacio estrecho para bestias salvajes se mezclará con la intimidad de las serpientes. Y según la comarca, se lo arrojará al mar o al curso de agua cercano a fin de que, vivo todavía, sea privado de todos los elementos, que mientras sobreviva le sea quitado el cielo y tras su muerte le sea negada la tierra».
Frente a la muerte, al asesinato, al sacrificio humano, en Occidente y en todas partes, el núcleo duro de las leyes está en la cuestión de la Razón y de la sin-Razón, a escala de las sociedades.
Los Estados modernos son ficciones genealógicas: están construidos como si fuesen seres dotados de Razón, para poner obstáculo a la sin- Razón.
Mediante los montajes del Derecho, los Estados disponen que los humanos cedan el lugar a otros humanos para que los hijos —los hijos de uno y otro sexo— sucedan a los hijos.
En el siglo XX, ídolos de Estado —Lcnin, Hi- tler, Stalin, Mao— pasaron a encamar la ideología parricida.
El sacrificio humano de masas adquirió estatus de simple práctica gestionaría.
Y en la vida cotidiana de nuestras sociedades herederas de los tiranos, los despotismos privados tomaron el relevo en infiernos familiares.
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En 1984, un joven cabo del ejército canadiense irrumpía en la Asamblea Nacional de Quebeccon la intención de matar al primer ministro. De- nis Lortie llegó al recinto de sesiones, que ese día estaba vacío, disparando un arma automática.
Fue a sentarse en el sillón del presidente. Tras su rendición, se contaron tres muertos y ocho heridos.
Este soldado-justiciero no militaba por ninguna causa. Sólo dijo: «El primer ministro de Quebec tenía el rostro de mi padre». Lortie había querido matar a su padre, la imagen del padre incestuoso y violento del que era hijo.
Así pues, la verdad de este atentado grotesco y sangriento era esta: matar al padre en efigie.
¿C óm o es esto posible: m atar una im agen conuna metralleta? ¿Cómo arrostrar semejante sin- Razón?
Acordémonos de la escena bíblica, referencia de todas las sociedades europeas y que los judíos celebran en el Akedah: la ceremonia de la Atadura.
El Eterno ordenó a Abraham que le sacrificara a su hijo Isaac.
Un rabino tradicionalista comenta así el texto: «Cuando Abraham quiso atar a Isaac, este dijo: “ ¡Padre, soy joven! Tengo miedo de que mi cuerpo se debata bajo la angustia del cuchillo.
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¡Átame entonces, átame muy fuerte!”. Y Abra- ham ató a Isaac».
El rabino agregó: «Abraham estiró la mano para asir el cuchillo, pero sus ojos dejaron correr las lágrimas. Y estas lágrimas de compasión del padre cayeron en los ojos de Isaac».
La Biblia explica que el Eterno envió un carnero para que reemplazara al hijo.
Este relato del renunciamiento expresa el fondo último de toda filiación: que el asesinato no tiene que consumarse, sino que, para el hombre, la vida implica el horizonte de la superación.
Un poeta decía: «Cuando la palabra es quemada viva, el hombre no muere ni vive».
Tbda sociedad produce la visión del principio, un más allá de la multitud de los muertos, la puesta en escena de los orígenes, que le sirve al hombre de pantalla contra el Abismo y de Espejo en el que se ve nacer, vivir, morir, en relatos mitológicos, religiosos, históricos y, hoy, científicos.
¡Ah!: el hechizo, los trucajes, los maquinistas poniendo en escena este principio lógico que en Occidente llamamos el Padre, al que se amarran las leyes civiles.
Pero, ¿quien nos asegura que todo esto no es una locura? Las artes, siempre las primeras en decir la verdad.
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Fabricar al hombre es decirle el límite. Fabricar el límite es poner en escena la idea del Padre,dirigir la Interdicción a los hijos de uno y de otro sexo.
El Padre es primeramente asunto de símbolo, una cosa teatral, artificio vivo que deja maltrechas a la sociedad de los sociólogos y a la ciencia de los biólogos.
Al descubrir los bastidores de la construcción humana, la civilización occidental se creyó dispensada del teatro y de sus reglas, de los lugares asignados y del drama que en él se juega.
Mira con ojos de ciego Edipo rey, La flauta mágica, la gran escena del rock, los muros de la ciudad tatuados por los t.aggers.
Pretendemos transformar en folclore la queja humana de todos los tiempos, para entrar, dicen, en la era del placer y del capricho.
Administramos, y la fábrica genealógica gira en vacío, los hijos son destituidos, el niño es confundido con el adulto, el incesto con el amor, el asesinato con la separación por las palabras.
Sófocles, Mozart y todos los demás: recordadnos la tragedia y la infamia de nuestros olvidos.
Niños asesinos, adolescentes petrificados en desechos sociales, juventud burlada en su derecho de recibir el límite: vuestra soledad desnuda
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es testimonio de los sacrificios humanos ultramodernos.
Venir al mundo no es solamente nacer a los progenitores: es nacer a la humanidad. En Occidente, como en todas las civilizaciones, el hombre debe nacer por segunda vez: nacerle a aquello que lo excede, a él y a sus padres.
Separar al hombre humanamente es enseñarle un más allá de su persona, conducirlo mediante la palabra hasta las puertas del Abismo, mostrarle por dónde pasa el deseo del hombre.
Miremos los grandes conservatorios de humanidad, las escuelas védicas, las Yeshivás. El adolescente aprende que el Veda, la Torá, la Referencia no dependen de su buena voluntad; experimenta que otros le han abierto el camino del saber; comprende que leer y escribir suponen someterse a la Ley.
Separar al hombre humanamente es enseñarle a conocer su deseo, es separar al hombre de sí mismo.
Cada civilización produce su estilo de educación para separarse de sí. Occidente ha disociado el cuerpo y el espíritu: inmensa tradición de mil variantes según los países, que hasta pretende a veces fabricar escuelas de puros espíritus.
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Como las demás civilizaciones, Occidente fabrica las palabras del destino que los romanosllamaban fata, es decir, la palabra justa, la pregunta justa. El hombre occidental afronta la ley universal: nacer, vivir y morir, según la justicia.
¿Hay algún secreto en la Fábrica del hombre?Fabricar al hombre para que se parezca al
hombre sería, pues, ejercer este poder extremo, decisivo, inapelable: el de saber lo que es la ley del hombre, y de decir lo que es justo.
Fragmentada, dispersando su ser en retazos, alimentada con términos doctos, la humanidad ultramoderna está embriagada por la idea de que las ciencias y las técnicas no tienen ya nada que ver con el equilibrio de lo justo y lo injusto.
No es verdad que las ciencias y las técnicas deshumanicen, ni que una imbecilidad sin precedentes nos amenace, ni que la verdad de los tiempos que nos precedieron haya sido más grata para el hombre.
Pero sí es seguro que las propagandas científicas traen consigo una nueva barbarie, y que el pensamiento de los tiempos próximos reclamará héroes, otra vez.
En Occidente, como en todas partes, la idea de justicia proviene de un gesto firme, de un gesto
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de supervivencia: que lo humano se ponga en concordancia con el Abismo.
Las cosas del nacimiento —que la etimología aproxima a lo que denominamos Naturaleza— y los textos de la tradición son como la pantalla del cine, que acoge la risa y el llanto, el amor, la muerte y el deseo de vida.
Detrás de la pantalla: la Nada.La justicia pone en equilibrio al hombre con la
Naturaleza, al hombre con la tradición, pone en equilibrio las palabras de cada cual y las palabras que pertenecen a la especie y la protegen del precipicio.
La justicia busca el tono justo.
Sin embargo, el hombre quiere experimentar el Abismo, y transgrede. La Fábrica del hombre no es un animalario. La justicia somete la transgresión a la palabra. Así se organizan el derecho y la moral.
Miremos la historia de las danzas y de la aeronáutica, que en la civilización europea fueron grandes transgresiones.
Era ilegal bailar, como fue ilegal tratar de elevarse en el aire. Para la moral, era magia. Europa creyó ver aquí una subversión de la Naturaleza por parte del hombre, una desobediencia a Dios: el animal bípedo sin alas no puede elevarse
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por encima del suelo —bailar o volar—, salvo el día de su muerte, cuando el alma levanta vuelo.
Y, sin embargo, Occidente conquistó la danza.así como se cumplió el proyecto de Leonardo da Vinci, que anunciaba la aviación: «El gran pájaro emprenderá su primer vuelo.. . llenando de estupor al universo. ..».
La Ciencia descubre los fragmentos del mundo, las formas organizadoras del universo, el de- terminismo rector del poblamiento del planeta.
El Management aboga por el poder transparente, racional y bueno, expulsa las tinieblas mitológicas, cree en la inutilidad de las ceremonias.
L a Efficiency — la Perform ance— es el nom bre nuevo que da rostro humano al Abismo. La marcha tecnológica barre a los débiles, como las guerras de antaño: reinventa el sacrificio humano, con suavidad; hace reinar la armonía mediante el cálculo.
Pero el hombre occidental sueña aún con la inmortalidad, ha conservado su mirada desgarrada, se pregunta: ¿qué es una vida?
Los poemas siguen escribiéndose. Alguien dice: «Quisiera convertirme en un ser industrial, las palabras escritas sobre las camisetas son suaves al tacto».
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Queremos abrazos, una razón que sostenga nuestros amores; queremos celebraciones.
¿Es el orden industrial una razón para vivir, podemos referir a él el nacimiento y la muerte, y puede él parir rebeldes? La humanidad ultramoderna exige humanidad.
La Ciencia y el Management triunfan, tan poderosamente como una mitología o una religión se apropian del pensamiento, de las prácticas cotidianas y de las artes. La Ciencia toca al hombre en su punto débil, en el «¿Por qué?» que lo atormenta.
Las sociedades occidentales encargan a los científicos y a los administradores la tarea de eliminar el misterio y la tragedia. Simplemente, vivimos el vencimiento de una deuda. La Ciencia y el Management tienen que decir lo justo y lo injusto.
El Management es transportado por el pensamiento occidental, que dice: Dios ha muerto, el poder es injusto, la industria será el gobierno de las cosas.
En Occidente, Dios es la máscara tras la cual se había refugiado la idea del Padre.
¿Anunciará el Management un mundo liberado del Abismo, dispensado de la tragedia: poder
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del hombre sobre el hombre, guerra de los sexos y novela de las familias?
Llega un mundo por fin administrado, simplemente administrado, donde la política ha pasado a ser una técnica y donde se ha liquidado la tragedia como se renuncia al absurdo. Así creemos, como creyentes de hoy, para vivir y sobrevivir.
En «Management» resuena, llevado al inglés, el antiguo vocablo francés Masnage o Mesnage, o sea, la maisonnée, los que font ménage,* los que viven juntos y forman el hogar, los padres con los hijos.
En el teatro de la Efficiency, llevamos sobre nosotros a la humanidad de todos los tiempos, al hombre inconsciente de sí mismo, al Edipo de la tragedia.
Bajo las apariencias de un mundo unisex, dispensado del odio para promover el amor universal —un mundo sonriente, manso y feliz— , la nueva humanidad navega como el hombre inmemorial, que se conformaba con vivir.
El Management es la puesta en escena ultramoderna del poder, el recomienzo de la ficción, con lo que dice y lo que calla.
* Maisonnée: familia que habita en una misma casa. Faire ménage: componer una familia. (N. de la T.)
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La Fábrica del hombre occidental separa el cuerpo y el espíritu, lo somático y lo psíquico. Acontecen así los prodigios: la biología y la medicina industriales, el individuo puesto al desnudo.
Pero, ¿qué Espejo forma pantalla contra el Abismo? ¿Cómo está instituida la noche humana, que el animal hablante debe habitar?
Ha habido Dios, ahora está la Ciencia, que le dice al hombre lo que es su cuerpo y lo que hay que pensar del pensamiento. La Ciencia es la heredera de los dogmas de Occidente, ella extiende su poder al control del desamparo y le explica al hombre lo que él vive.
La Ciencia está en deuda con la humanidad. ¿Son justas sus prácticas? En la televisión, un biólogo saca de un frasco el corazón humano y lo muestra a millones de sus semejantes. ¿Sabe que está asesinando una metáfora?
La Big Medecine —la tecnocracia médica— nos debe rendir cuentas, pues ella aplasta lo patético y se apodera del hombre para experimentar un mundo que ya no se confrontaría con el Abismo, un mundo liberado del pensamiento, pero gobernado por los violentos.
La Fábrica occidental enfrenta la necesidad de civilizar esa fuerza desconocida: la Ciencia ultramoderna.
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Algo así como un retomo burlesco del politeísmo amenaza la representación del hombre: un dios químico, un dios del genio genético, y cosas por el estilo.
Y tras las propagandas de la carrera por la vida, vuelve la esperanza de no morir.
Incansable y solitaria, la humanidad jamás reniega de sí misma. Vive, muere, sin calcular. Pero no basta con producir carne humana para que ella viva; al hombre le hace falta una razón para vivir.
¿Qué es la razón para vivir? ¿Qué quería decir el miniaturista del libro de oraciones de la Edad Media? ¿No se parece la Herida de Cristo a la abertura de la matriz, a un sexo de mujer? ¿Lo sabía él?
Todos los emblemas, todas las imágenes, todos los espejos evocan lo inasequible, y el hombre se pregunta por lo inasequible. Nosotros fabricamos el «catalejo».
Una ventana semiabierta, la hoja que se abre arrastra consigo el paisaje, un cielo y unas nubes. El catalejo descubre lo que hay detrás de los emblemas, de las imágenes, de los espejos: un vacío, el precipicio, el Abismo de la existencia humana.
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Nos es preciso habitar ese Abismo.El hombre no elige a sus padres, ni el momen
to ni el lugar en que nace. El hombre occidental no eligió Occidente: simplemente, él es de Occidente; vive en medio de los emblemas y se inventa una patria.
El mundo está genealógicamente organizado y la genealogía es un saber de conservación de la especie humana, un saber que permite al hombre habitar el Abismo.
Damos rostro humano al Abismo, llamándolo nacer y morir.
Apenas ha gritado el niño, se le da un sentido a su grito, pues el grito del recién nacido es ya una palabra.
Envuelto en los pañales y en las palabras de quienes lo ayudan a nacer, el hombre arriba al mundo del «¿Por qué?».
Entra en el misterio de estar ahí.
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El hombre homicida
I
El asesinato habita el espíritu del hombre. El hombre piensa en matar, sueña con matar, conmemora las matanzas.
El asesinato forma parte de las rutinas sociales y de las grandes puestas en escena, religiosas y políticas, que transportan la historia del género humano hasta nosotros.
El hombre sabe todo esto, del mismo modo en que sabe que el día asoma y que cae la noche. Pero de pronto... ¡Oh, de pronto! La tierra interior se pone a temblar. Resuenan entonces para el hombre particular, para Fulano, los címbalos del gesto loco: va a matarse, o a matar a alguien; o incluso va a matar a alguien y luego a matarse. Aquí comienza, en todas las civilizaciones, el misterio del asesino.
Recuerdo mi estupor de niño. Los gendarmes estaban en la escuela. Indagaban sobre un homicida, un ex alumno: ¿quién era?, ¿qué tipo de niño?, ¿qué notas sacaba, qué clase de compaf ero
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era? Esc día se abrió para mí un mundo: la cara oculta de nuestros actos; la marca de lo sospechoso, los signos precursores del crimen, la vida del criminal niño.
Entonces me pregunte: Los que crucificaron a Jesucristo, ¿sacaban buenas notas? ¿Eran buenos compañeros? Las cosas se embrollaban en mi mente de escolar. Algo no andaba bien. Presentía vagamente que hay dos especies de asesinato. Hay asesinato y asesinato. Uno que no lo es: el que ejecutan el verdugo, el soldado, el militante de una causa; es un asesinato excusado de antemano, un trabajo en definitiva, un gesto profesional. Y está el otro asesinato, el verdadero, el cometido por el asesino, que nosotros llamamos «crimen»; está el gesto de matar, pero de matar por cuenta propia.
En la historia que voy a relatar —crónica periodística—, la frontera entre el asesinato que no lo es y el cometido por un asesino parecía haber cedido.
El 8 de mayo de 1984, un joven cabo del ejército canadiense irrumpió en la Asamblea Nacional de Quebcc con la intención de matar al primer ministro. Denis Lortie, corriendo por los pasillos, disparando con un arma automática sobre todo el que se le cruzara, llegó pronto a la Cámara donde se reunían los diputados. Pero ese día no
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había sesión y la sala estaba vacía. Se sentó entonces en el sillón del presidente. Siguió una negociación para desarmarlo. Tras su rendición, se contaron tres muertos y ocho heridos.
En las primeras horas se habló de atentado político, que resultó entonces comprensible; más aún cuando, según una encuesta realizada expresamente por una radio local, cierta mayoría de ciudadanos podría aprobarlo.
Pero hubo que desengañarse, rendirse a la evidencia: este soldado-justiciero no era militante de ninguna causa. Venía a ponerse en escena ejecutando un crimen espectacular. Armado hasta los dientes y en un marco pomposo y monumental, había matado. En cuanto a sus víctimas,yacen tes, no eran m u ertos o heridos de teatro.En manos ahora de los policías, extenuado y esposado a una silla, Lortie era tan sólo una ruina, un ser aliviado pero desamparado, un asesino común y corriente.
¿Estaba loco? ¿Era mentalmente sano? Empezaba el caso Lortie. Un asunto clásico para la policía y los jueces, un caso de oro para los devo- radores de noticias policiales, un oscuro asunto para todos nosotros porque encerraba la miseria de nuestra época: la miseria de los sin ley de nuestra época.
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n
Cuando tuve que interesarme en el proceso iniciado contra Lortie, abrí los cuadernos de Dos- toievski y leí: «Es posible cruzar un río sobre un madero, no sobre una viruta».
Y en ese momento pensé: lo que me fascina es precisamente esto, una catástrofe, mirar la catástrofe.
Miré a Lortie como se mira a un náufrago después de que se ahogó. Se mira con compasión a un humano que ya no lo es; pero también, con el miedo y la furtiva satisfacción de no ser ese, uno se cuenta entre los vivos.
Estamos él y yo: él, el asesino, y nosotros, los inocentes, los que cruzamos la vida sobre el madero, sin catástrofe. Me pregunto: ¿qué cosa nos une, qué me une a él?
¿Por qué la sociedad entera —la sociedad de los inocentes— pone tanto fervor en escrutar al asesino y en sopesar su crimen, en poner en escena —en ese teatro que es la Justicia— la catástrofe de alguien?
Porque con cada crimen, con cada asesinato, somos alcanzados en lo más íntimo, en lo más secreto, en lo más oscuro de nosotros mismos: por un breve instante sabemos que podríamos ser ese, el náufrago, un homicida. Con cada crimen,
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con cada asesinato cometido, tenemos que aprender do nuevo la prohibición do matar.
Esta es la razón por la cual las sociedades organizan puestas en escena en las que se juega el duelo de todos con el asesino.
En la cultura occidental, jugar el duelo significa un proceso que rememora en nombre de todos la escena del asesinato consumado, y queobra de modo que el criminal responda de su acto ante todos.
Ahora bien, ¿sabemos que un proceso contra el asesino no es un ajuste de cuentas, sino un ritual de separación del asesinato? ¿Somos bastante civilizados como para reconocerlo?
Horrores sin nombre, venganzas do la muchedum bre desenfrenada, hum illación del acusado,pero también estupidez abolicionista o fatuidad de los que pretenden administrar la violencia en nombre de la ciencia, la historia de las abominaciones en torno al crimen y al criminal parece no tener fin.
Responder de su acto quiere decir, para el asesino, separarse de su acto de muerte y —decía también Dostoievski, quien conocía la crueldad de su tiempo— que vuelva a unirse a los hombres, así sea en el presidio.
Aquí, el proceso Lortic ofrece una lección digna de reflexión.
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La matanza había tenido lugar en la sede de la Asamblea Nacional de Quebec, y las cámaras habían registrado automáticamente una parte del atentado. La retransmisión durante el juicio pondría a Lortie cara a cara en público consigo mismo: Lortie, el reo, mira a algún otro, mira a Lortie el asesino conversando con un funcionario de la Asamblea que intenta desarmarlo.
Fragmento del video de vigilancia en el Parlamento de Quebec
Lortie está sentado en el sillón del presidente. L ortie: Estoy listo. No hay que dudar, mierda. Lortie hace varios disparos.
A René Jalbert, sargento mayor y jefe de seguridad de la Asamblea, quien transpone la puerta: L ortie: E scón d a se , señor.J albert: ¿C óm o está u sted ?L ortie: Fracasé, mierda. ¿Está contento? J albert: Bueno, está bien. ..L ortie: Te voy a sacudir. Soy del ejército. J albert: Y o también, soy militar.L ortie: ¿Está seguro?J albert: Y qué te parece.
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Lortie: ¿Qué opina del ejército?J albert : P a sé tre in ta a ñ os en el e jército .
L ortik : T od os se r íe n , h a y u n m o n tó n d e g e n te aqu í, m a ld ita sea.
J albert : ¿Qué están haciendo?L ortie : ¿Qué sucede aquí? Cantidad de policías como él. 1, 2, 3, 4, 5 . . . 29.J albert: Vayamos a hablar af uera, ¿quieres? L ortie: ¿De qué quieres hablar?J albert: Quisiera saber por qué rompes todo. L ortie: No rompo, quería matar. Y no hay nadie. J albert: ¡Oh, llegaste muy temprano!L ortie : ¿Cómo muy temprano?J albert: Esto em p ieza a las 2.L ortie: Me dijeron a las 10.J albert: N o, la s 10 es m a ñ a n a p or la m añ an a. L o r t ie : ¡Ahhh! Bueno, pero, ¿qué estoy haciendo? ¿Qué le parece a usted, que es militar? J a lb e r t : Y bien, como militar, yo, si fuera usted. ..
Un rato después, Lortie acepta dejar salir a las personas que se encuentran aún en la sala. L ortie : Salgan.J albert: Salga, señora.L ortie: Salgan, los que se escondieron.J albert : Salgan todos.
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Un policía interviene desde el palco.L o rtie : Quieres hablar conmigo. ¿Por qué, qué hice?P olicía: ¿Cómo y por q u é hiciste eso?L ortie: E s la policía .P olicía: ¿La policía?L ortie: Váyase.
Conversación en voz baja entre Lortie y Jalbert. J albert: Anda, vamos. Denis, Denis, tu boina. L ortie: Ah, sí, mi boina. El ejército.J albert: E so es, eres u n b u e n so ldado.
Entonces, durante el proceso, tuvo lugar el instante patético: Lortie saliendo de la muerte bajo la mirada de todos.
Un periodista resume así ese momento de inflexión: «Mientras buscaba las palabras para explicar a su abogado el significado de ciertos comentarios oídos en el video, Lortie, que se había mostrado tranquilo durante los cuarenta minutos que duró, cedió a la presión. De pie en el estrado de los testigos, Lortie bajó primero la cabeza durante varios segundos y, sin decir palabra, abandonó la sala de audiencias derrumbado, llorando, y se dirigió a la antecámara en la que esperan los acusados. Los dos agentes de seguridad que lo escoltaban lo siguieron y se oyó enton-
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ces un grito estridente y unos ruidos que duraron pocos segundos. Después se supo que habían aislado a Lortie en una sala y que poco a poco se había ido calmando. Volvió al estrado de los testigos tras la suspensión de cuarenta y cinco minutos, con aspecto distendido».
Así se quebró el collar de hierro de una locura.Y Lortie, ante el juez, comentará: «No puedo decir “No soy yo”, soy yo. ¿Qué más quiere que diga? Me hizo de veras mal ver el video. Era preciso que lo viera. Era preciso que lo atravesara».
III
Tiene el hombre su comienzo y su fin, la tierra natal y fúnebre, el ciclo de la vida. Pero se da el caso de que el hombre viva una apariencia de vida, de que viva como si hubiese nacido a medias; la otra mitad pertenece a la muerte.
Ni verdaderamente nacido, ni verdaderamente muerto, en este infierno se debate el homicida. He aquí el fondo del crimen.
Perplejo ante el dossier Lortie, pensé en esta frase de Vigny referida al asesino: «Él corta, talla, labra». Se trata de esto, en efecto: Denis Lortie quería vivir, vivir, por fin vivir, al precio de la
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matanza, y diciéndose que corría él también a la muerte.
Derrumbar el mundo y perecer con él, ¿cómo es posible que semejante holocausto llegue a ser, desde una perspectiva humana, el horizonte mismo de la vida?
Martes 8 de mayo de 1984, en Quebec. Es la primavera, el hemisferio norte se apresta a resplandecer.
Lortie ya ha inventado su crimen. Se ha preparado para él. La investigación y las declaraciones reconstruyeron minuciosamente el engranaje de lo inexorable, los tres días que precedieron a la fecha fatal. Evocando esos momentos, Lortie dirá: «En mi interior, sé que mi punto cero, mi punto de muerte, era el martes».
Para entonces, habrá reconocido los lugares de su siniestra expedición, preparado su equipo y enviado un casete a su mujer anunciando su proyecto.
La Asamblea Nacional de Quebec celebra sus sesiones en un ampio edificio llamado la Citade- lle. Lortie la visitó mezclado entre los turistas, exploró sus proximidades como un militar concienzudo, evaluó sus cercanías inmediatas, donde, pensaba, se haría matar por los guardias.
Los hechos se desarrollaron de otra manera. En la mañana del 8 de mayo, este joven cabo de
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veinticinco años, apreciado por sus superiores,padre de dos hijos, se lanza al asalto de la Cita- delle como un autómata, después de exclamar: «¡Adelante!».
Vestido con el uniforme reglamentario, armado hasta los dientes, dispara en el exterior sus primeras ráfagas y penetra en el edificio. Allí, en los pocos minutos de una carrera alocada, el sacrificio se consuma.
En esc campo de batalla cubierto por los cuerpos de sus víctimas, Lortie acababa de enfrentar no al primer ministro de Quebec o a funcionarios hallados al azar, sino lo inapresable que ocupa toda su vida, la imagen de una desmesura a la que se ha aferrado su razón para vivir.
P ara Lortie, com o para cualqu ier hom bre, la vida y la Razón se han enganchado a este punto fijo: la imagen que un hijo — el hijo de uno y otro sexo, como decía la tradición jurídica de Occidente— ha construido de su padre.
Con posterioridad a la carnicería, Lortie exteriorizó ante sus jueces lo inverosímil, pero no obstante verdadero —la verdad de su gesto loco— : «El primer ministro de Quebec tenía la cara de mi padre».
La verdad de este atentado grotesco y sangriento era, pues, eso: el asesinato del padre, un parricidio.
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Pero, ¿por qué, por qué semejante atrocidad? No hay respuesta para esta pregunta formulada por los diarios, puesto que la atrocidad se basta a sí misma, es un acto desarraigado de la palabra.
La atrocidad es un precipicio, un precipicio que no tiene límite, primero para quien no ha nacido a la humanidad, para ese hijo ni verdaderamente nacido ni verdaderamente muerto, que se debate entre el espanto y lo indecible.
El hombre viene al mundo para asemejarse al hombre.
El atentado cometido por Lortie, como todo asesinato, toma lugar en una historia de humanización del hombre que ha virado a la catástrofe: en una historia que es siempre una historia de familia.
¿Qué podía decir Lortie, el parricida, del padre al que mató a través de sus víctimas, en efigie? ¿Qué podía decir del espanto y de lo indecible? Como todo el mundo, evocar recuerdos de familia, pero en su caso recuerdos de terror.
La prensa resume: «Clima de violencia y de abusos sexuales».
Quedémonos allí. Lortie, el padre del asesino, encarnaba hasta la caricatura a ese Padre de la horda primitiva del que hablaba Freud, el Padre primitivo que no conoce la Prohibición. Lortie hijo, el parricida, había entrado a su vez en la pa
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ternidad amenazado por esa imagen, la de un ser que no conoce el límite.
Vivía obsesionado por el temor de ser esa imagen, y esa imagen lo asfixiaba. Ser a su vez el Padre sin límite para sus propios hijos. Escuchemos su deposición cuando evoca el cara a cara con su propio hijo, un niño de pocos meses: «Y la inquietud que nunca comuniqué a nadie, la de lo que he vivido: ¿seré yo igual?».
Nacer, nacer por segunda vez, nacer finalmente de su padre matando, a través de las víctimas, la imagen atroz: esto es lo que grita el parricida.
¿Es posible que un hijo llegue a tanto, a ese extremo? ¿Es posible que un humano acabe en esa locura: matar esa imagen a tiros?
Desesperación del hombre. ¿Por qué, por qué tener necesidad de un padre para vivir? ¿No basta con un genitor que insemine a la madre? ¿Por qué, para vivir, tener que construirse la imagen de un padre?
IV
La humanidad, en Occidente y en todas partes, siempre supo de esa extraña ley de la espe
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cié, ley de la imagen que hace vivir la vida, la imagen del Padre.
El animal humano aprende esa ley del Padre a través de la palabra; ella le dice que, para vivir, él debe morir a algo; le dice que él debe: pero, ¿cómo decirle lo que él debe?
Para que el hombre no muera por quedarse pegado a su madre, a la imagen de su madre, o, lo que es igual, pegado a sí mismo, a la imagen de sí mismo, las sociedades levantaron los edificios de la Verdad, los monumentos de los textos escritos o de las palabras transmitidas que separan al hombre de sí mismo, que lo hieren, que lo marcan al fuego de los mitos, de las religiones, de la poesía trágica con que se rodea la prohibición de matar.
La humanización del hombre es eso: el andamiaje que construye la imagen del Padre.
En la humanidad, se dice por todas partes que el hombre debe separarse; se le inflige como ley de la especie el dolor de conocer el límite, la necesidad de una muerte que no es ni el asesinato de sí ni el asesinato de otro. El más antiguo Libro de Occidente, la Biblia, ha escrito esta ley del sacrificio. Los judíos la llaman A to a ra —el Akedah— , y la celebran de generación en generación.
En el capítulo XXII del Génesis está escrito que Dios pidió a Abraham que le sacrificara a su
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hijo Isaac, que Abraham ató a Isaac al altar para inmolarlo, que un Ángel detuvo el ademán de Abraham y que finalmente un carnero sirvió de víctima.
En el versículo 9 está escrito lo siguiente: «Ató a Isaac, su hijo». Y en el versículo 10: «Abraham soltó la mano y tomó el cuchillo para inmolara su hijo».
Los comentadores del texto, que interpretan la Ley, escrutaron lo que está dicho y lo que no está dicho en el libro. Y descubrieron la verdad humana de la imagen del Padre: que el padre y el hijo están ligados por un sacrificio, por el dolor de aprender el límite, por la necesidad de una muerte que no es ni el asesinato de sí ni el asesinato de otro.
Un rabino tradicionalista explicaba: «Cuando Abraham quiso atar a Isaac, este dijo: “Padre, ¡soy joven! Tengo miedo de que mi cuerpo se debata bajo la angustia del cuchillo. ¡Atame entonces, átame muy fuerte”. Y Abraham ató a Isaac».
El rabino agregó: «Abraham estiró la mano para asir el cuchillo, pero sus ojos dejaron correr las lágrimas. Y estas lágrimas de compasión del padre cayeron en los ojos de Isaac».
Enigma admirable, memoria de la festividad judía de la Atadura, celebración de la abolición del asesinato que muestra al padre en su función
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de humanización, atando y desatando al hijo, al precio de haber renunciado a sí mismo.
¿Ha olvidado el hombre industrial de Occidente la ley de la especie, las grandes escenas teatrales que dicen lo indecible para imponer al hombre el límite sin apelar al crimen consumado?
Si es así, si el hombre ultramoderno pretende suprimir la atadura de los lujos sin poner en peligro la Razón de la especie humana, esto significa que hemos entrado en la era de la banalización del asesinato y que, al no tener este ya ningún sentido, el proceso al asesino no es más que un acto burocrático.
Sin embargo, un hecho de la crónica policial viene a desmentir que la humanidad de hoy haya dejado de ser la humanidad inmemorial. El crimen de Lortie deja de ser simplemente espectacular y se convierte en motivo de una lección.
No es banal que un criminal que muchos consideran loco pida su condena, intente responder por su acto y, como lo dijo durante el proceso, quiera «comprender el porqué, el cómo y la razón de lo que sucedió».
No es banal que la desesperación, tartamudeando, buscando sus palabras, se exprese con tanta fuerza en un tribunal de estos días.
Al terminar el proceso Lortie, pensé en el versículo 13, capítulo IV del Génesis, donde se dice
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que, después de su crimen, Caín, asesino de SUhermano, exclamó ante la faz de Dios: «Mi crimen es demasiado pesado de llevar».
Los procesos intentados contra los asesinos tienen una sola justificación: separar de su crimen al que mata, hacer que su parte maldita se convierta en su parte de sacrificio. Esto se llama juzgar.
V
Están allí, son multitud, los hombres nuevos que venden las recetas del suicidio, el silenciosoa sesin a to de sí sin cucliillo n i fusil. T anto d a a rro jar los hijos vivos a las hogueras.
Tras el reinado de los demonios, hitlerianos y otros, millares de jóvenes se precipitan hacia los nuevos holocaustos; se matan sin mi rumien toa o se procuran la muerte a fuego lento por medio de la droga. Tanto da decirles: la atadura de los hijos es una broma, el sacrificio se expende en los autoservicios, «do ityourself» (hágalo usted mismo), mátese.
Sin embargo, la banalización del homicidio no ha sido una invención de las sociedades ultramodernas.
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Acordémonos de los crímenes políticos, de la violencia superespectacular de las guerras civiles. He aquí un caso perteneciente a las experiencias occidentales clásicas, contado por el historiador Plutarco: el asesinato de Cicerón por los esbirros de Antonio, nuevo amo de Roma en el siglo I a.C.:
«Hereniohacía el camino ala carrera. Cicerón lo oyó llegar y ordenó a los esclavos que parasen allí la litera. Entonces, llevándose, como tema costumbre, la mano izquierda a la barba, miró de hito en hito a los matadores. Cubierto de polvo, tenía el cabello crecido y desgreñado, y demudado el semblante por la angustia, de manera que los soldados se cubrieron el rostro cuando Herenio fue y lo degolló. Por orden de Antonio le cortaron la cabeza y las manos, que luego se expusieron al público en Roma. Este espectáculo hizo estremecer a los romanos, que creían ver en él no tanto el rostro de Cicerón como la imagen del alma de Antonio».
Recordemos también las técnicas deshumani- zadoras en pro de causas aberrantes, crímenes legales cometidos en nombre de Dios. Un caso más, hallado entre las experiencias religiosas de Occidente: el Auto de fe, el Acto de fe perfeccionado por la Santa Inquisición. Dallon, un testigo del siglo XVII, relata: «Al otro día de la ejecución,
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llevan a las iglesias los retratos de quienes fueron muertos. En ellos, sólo sus cabezas están representadas al natural, depositadas sobre tizones ardientes; ponen debajo sus nombres, el de sus padres y terruños, el tipo de crimen por el que fueron condenados, con el año, mes y día de la ejecución. .. Estas espantosas representaciones son llevadas a la nave y colocadas sobre el gran pórtico de la iglesia, como ilustres trofeos consagrados a la gloria del Santo Oficio».
Recordemos, recordemos, recordemos sin cesar que ninguna sociedad careció jamás de asesinos, que los recomienzos del hombre son también repetición del asesinato y de homicidas infames que se presentan como servidores do sus semejantes. Empero, si la banalización del crimen caracterizó a todas las épocas, ¿qué lo vuelve hoy tan común y comente?
El asesinato ya no cuenta, sólo lo hace cuando los contables lo suman a otros. Tomamos como una broma sublime el hecho de que el asesinato, un solo asesinato, sea tan gravoso —portador de todo el peso del mundo— que afecte a la humanidad en su principio de vida y de Razón, y signifique el derrumbe do todo lo que existe.
Así está escrito en ese Libro de la Razón que es la Biblia para la civilización de Occidente, capítulo TV del Génesis, versículo 10. Tras el asesi
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nato de su hermano Abel por Caín, Dios se dirigió al criminal: «La voz de las sangres de tu hermano clama desde la tierra hasta Mí». Los rabinos interpretaron: «Está escrito “de las sangres”, en plural. Lo cual nos enseña que Caín vertió también la sangre de los hijos de Abel y de los hijos de sus hijos y de todos sus descendientes destinados a salir de sus entrañas hasta el fin de todas las generaciones».
Esto es lo que los contables no admitirán jamás: que todo homicidio está marcado por el parricidio.
Esto es lo que no admitirán jamás: que la ba- nalización actual del asesinato hunde sus raíces en la abolición del Padre.
Esto es lo que no admitirán jamás: cuando se borra en la sociedad la imagen del Padre, la reemplaza la imagen del ídolo.
Así nacen las tiranías modernas, remedios sangrientos para afrontar la desesperación. Sea cual fuere el nombre del ídolo —Lenin, Stalin, Hitler, Mao— , el tirano es siempre una caricatura del Padre desmonetizado. Así corren los militantes hacia las matanzas para procurarse una razón de vivir, así pululan los crímenes que son otros tantos parricidios.
Guardianes de campos estalinistas, ejecutores de la Shoah, guardias rojos de Mao que asesi-
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nan a sus propios padres con la bendición delPartido, estos demonios inventaron el estilo ultramoderno de banalización: hacer entrar en nuestras cabezas la idea de que ya no hay padre ni hijo, la idea de que el asesinato no es más un asesinato y de que somos libres, libres, libres hasta la ebriedad de matamos y matar. Esto eslo que no comprenderán jamás los contables de hoy: que tienen por herencia la lección totalitaria, y que ellos enseñan el desastre.
Que lean, pero que lean entonces a Alexei Ki- rilov, demonio profètico puesto en escena por Dostoievski: «Hasta allora, el hombre fue siempre pobre y desdichado porque temía realizar la forma suprema de su voluntad; sólo usaba esta voluntad a escondidas, com o un colegial. Yo soy atrozmente desdichado porque tengo un miedo atroz. Comenzaré, y abriré la puerta. Gracias a mi voluntad, puedo manifestar mi insubordinación y mi nueva libertad en su forma suprema. Me mato para probar mi insubordinación y mi nueva libertad».
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Bibliografía
Obras
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Leçons VIII. Le crime du caporal Lortie. Traité sur le Père, Paris: Fayard, 1989.
Leçons VI. Les enfants du texte. Étude sur la fonction parentale des États, Paris: Fayard, 1992.
Leçon IU. Dieu au miroir. Étude sur l'institution des images, Paris: Fayard, 1994.
Pierre Legendre ha publicado también gran número deartículos y contribuciones. Entre ellos:
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«Classification et connaissance. Remarques sur l’art de diviser et l’institution du sujet», en Confrontations psychiatriques, 1984, págs. 41-5.
«À propos du slogan Freedom is Slavery», en Colloque Orwell, Strasbourg, Conseil de l’Europe, 1984, págs. 75-7.
«L’espace généalogique du droit», en Rechtshistoris- ches Journal, 1986, págs. 177-82.
«Le politique, le sang, les hommes: les sciences de la vie face à l’ordre généalogique», en Le sang et les hommes, exposición en la Cité des Sciences et de l’Industrie, 1988, Gallimard, págs. 101-3.
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«Le ficelage institutionnel de l’humanité», eil Anthropologie. et Sociétés, Revue internationale d’anthropologie, 1989, págs. 61-76.
«L’ordre juridique a-t-il des fondements raisonnables?», en La folie raisonnée, Nouvelle encyclopédie Diderot, 1989, págs. 297-311.
«Qu’est-ce donc que la religion?», en Le débat, 1991, págs. 35-42.
«L’image de ce qui ne peut être vu», en Anthropologie et Sociétés, 1992, págs. 81-90.
«Communication dogmatique (Hermès et la structure)», en Dictionnaire critique de la communication, PUF, 1993, tomo I, págs. 25-47.
«Revenir à l’essentiel», en Césure, 1993, págs. 115-45.«Ce que nous appelons le droit», en Le débat, 1993,
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Rech tshistorisches Journal, 1995, págs. 203-17.«Qui dit légiste, dit loi et pouvoir», en Politix, 1995,
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«Du scientisme», en Revue des deux mondes, febrero de 1995, págs. 137-45.
«Melampous, le devin. Réflexions sur le pouvoir généalogique des États», en Melampous (Revue des Magistrats de la Jeunesse et de la Famille), 1995, n° 4, págs. 5-14.
«The Other Dimension of Law», en Cardozo Law Review, Nueva York: Yeshiva Univei'sity, 1995, págs. 943-61.
«L’image, ou la division sacré/profane», en Qantara (Revue de l’Institut du Monde Arabe), primavera de 1995, n° 15, págs. 23-9.
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P ie r r e L e g e n d r e
••L’institution des images», en Poliphile, Revue Annuelle des Arts et Sciences, 1996, págs. 39-48.
Pierre Legendre ha consagrado también numerososestudios al cine, medio abundantemente citado en suobra teórica:
«Où sont nos droits poétiques?», respuestas a preguntas planteadas por S. Daney y J. Narboni, en Cahiers du cinéma, n” 297, 1979, págs. 5-15.
«Il voulait voir la vérité», en Anatole Dauman, Souvenir-Ecran, Editions Centre Georges-Pompidou, 1989.
«Les ficelles qui nous font tenir. A propos du cinéma de Frederick Wiseman», en Les Cahiers du Cinéma, n° 508, diciembre de 1996.
Diversos textos de presentación para Argos-Films:
Baby Doll, de Elia Kazan; L ’arnaqueur, de Robert Rosson; Le faussaire, de Volker SchlondoriT; Sans soleil, de Chris Marker; Le sacrifice, de Andreï Tar- kovsky; Les ailes du désir, de Wim Wenders...
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