Las Teorías Políticas Del Antiguo Oriente - Fernando Vallespin
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CAPÍTULO I
LAS TEORÍAS POLÍTICAS DEL ANTIGUO ORIENTE
1. Breve característica del régimen social y político del antiguo Oriente
Las primeras sociedades de clase se formaron en los países del antiguo Oriente en el
Asia Anterior, oriental y meridional, y en la parte nordeste del África. Ya al comenzar el
cuarto milenio a. de c., como resultado de la desintegración del régimen del
comunismo primitivo y de la división de la sociedad en clases —en esclavistas y
esclavos—, comenzaron a formarse los Estados esclavistas más antiguos: Egipto,
Babilonia, India, China y otros. Todos estos Estados constituían una parte de la
superestructura erigida sobre una base esclavista. Sin embargo, el régimen esclavista
de los países del antiguo Oriente tenía sus propias particularidades. En dicho régimen,
la posesión de esclavos conserva durante algún tiempo las formas primitivas, limitadas
fundamentalmente por los marcos de la esclavitud doméstica. A la vez que los
esclavos, también es objeto de explotación la masa de los comuneros arruinados. Por
largo tiempo siguen conservándose supervivencias del régimen del comunismo
primitivo. La agricultura, en la mayoría de los países del antiguo Oriente, en virtud de
las particularidades del clima y del suelo, era posible solamente a condición de utilizar
una irrigación artificial y la construcción de las correspondientes instalaciones (diques,
muelles, canales). Esto contribuyó a la conservación de la comuna familiar y, más
tarde, de la comuna aldeana, así como a la formación de la propiedad estatal de la
tierra.
Las tierras del Estado y de los templos pasaron a ser prácticamente propiedad
individual, aunque nominalmente eran —como también en parte los esclavos— de
propiedad común de los esclavistas. La tarea de organización de los trabajos de
irrigación, en los que participaban inmensas masas de esclavos, estaba condicionada
necesariamente a la centralización política y a la creación de monarquías organizadas,
relativamente grandes, con formas burocráticas. El Estado esclavista adopta la forma
de una “Despotia” oriental, o sea una monarquía, en la que todo el poder del Estado se
concentra en manos de una sola persona, el déspota, que se apoya en el aparato
burocrático del Estado. En su intento de fundamentar la plenitud de poderes ilimitados
del déspota, la clase gobernante de los esclavistas proclama el origen divino de este
poder. Los ideólogos de la clase gobernante justifican y defienden la necesidad de la
desigualdad social, infunden a las masas el sometimiento y la obediencia e incitan al
poder supremo a aplicar un severo terror. En cambio, en la ideología de los oprimidos
se refleja la conciencia de la injusticia del régimen existente, y surge la duda en torno a
la “justicia de la opresión” en medio de la cual viven.
2. La ideología política del antiguo Egipto
1. —El antiguo Egipto, desde el momento mismo en que se formaron allí las clases
(cuarto milenio a. de c.) y a lo largo de los milenios subsiguientes, representaba una
sociedad esclavista. No obstante, siguieron existiendo considerables supervivencias del
régimen del comunismo primitivo y durante largo tiempo se conservó la comuna
aldeana. A la vez que la explotación de los esclavos, se efectuó también la de los
agricultores y artesanos libres, a quienes se les imponían obligaciones, en beneficio, no
solamente del Estado, sino también de los representantes de la nobleza terrateniente
y burocrática.
El Estado esclavista del antiguo Egipto estaba organizado a la manera de una Despotia
oriental regida por el faraón endiosado. La circunstancia de ser el antiguo Egipto donde
precisamente aparece esta forma de gobierno del Estado esclavista, se explica por el
hecho de que la utilización de las aguas del Nilo para la irrigación artificial requería la
creación de las correspondientes instalaciones complicadas, cuyo mantenimiento y
perfeccionamiento sólo podía asegurar una centralización política. Aplastando y
explotando a las inmensas masas de esclavos, agricultores y artesanos libres,
empleando en vasta escala la coerción extraeconómica para extraer el sobreproducto,
la clase esclavista utiliza e implanta la ideología religiosa. El bajo desarrollo de la
técnica, que coloca al hombre en situación de dependencia con respecto a las fuerzas
de la naturaleza, y la situación estacionaria del desarrollo social crean condiciones
favorables para la consolidación de las ideas religiosas en la conciencia de los hombres.
También la ideología política de la clase esclavista gobernante de Egipto está
impregnada totalmente de ideas religiosas. La clase gobernante sostiene y divulga por
todos los medios la idea de que el faraón es un dios terrenal, continuación directa de
los dioses celestiales. Ya durante la época del antiguo Reino se había formado un
auténtico culto de los faraones, a los que se llamaba: “Gran Dios”, “Hijo del Sol”,
“Descendiente de los dioses”. El rey no muere, sino que “desaparece en su horizonte
eterno”; después de la muerte se convierte en el dios Osiris. Es un “ser que vive
eternamente”, al que “le han dado la vida para siempre”. Los dioses, sobre todo el dios
Horus, son declarados protectores de los dioses terrenales, los faraones. Todos los
acontecimientos políticos son presentados como la manifestación de la voluntad de los
dioses terrenales y celestiales. Esta ideología se refleja en diversas inscripciones, sobre
todo en las de los muros internos de las pirámides, en los himnos en honor del faraón
y en otras obras literarias.
2. — La ideología política de la capa superior de la clase esclavista se revela con toda
crudeza en La sabiduría de Ptahhotep, que aparece en el tercer milenio a. de c., y cuyo
contenido conservó su valor a lo largo de muchos siglos.
Ptahhotep es uno de los descollantes representantes de la nobleza egipcia que ocupa
altos cargos en el Estado egipcio, incluso el puesto de visir, jefe de todo el aparato
administrativo. Llegado a la edad madura, hace el resumen de la experiencia de la vida
que ha acumulado durante largos años. En la Sabiduría se reflejan también los
conceptos de Ptahhotep con respecto a los problemas del régimen social y del Estado.
Ptahhotep parte de la necesidad de la desigualdad social. Según él, el hombre que
ocupa una posición inferior en la sociedad es malo; el que ocupa una posición superior
es valioso y noble. Reclama a los “inferiores” el sometimiento y la resignación frente a
los “superiores”. Frente al “superior” hay que estar quieto y doblar el espinazo. Dice a
los “inferiores” que su bienestar depende de la buena voluntad y de la benevolencia
de los nobles y del poder de los ricos. Al mismo tiempo, Ptahhotep aconseja a los
“superiores” no ser soberbios en su trato con los “inferiores”, no humillarlos, no
ofenderlos ni dañarlos. La fuerza de la afabilidad es mayor que la de la prepotencia;
nadie debe pretender infundir miedo fuera del rey y dios. A la vez que da no pocos
consejos referentes al modo de adquirir riquezas, Ptahhotep condena, hipócritamente,
el egoísmo y la codicia, y declara que esta última es una enfermedad mortal que
destruye la familia y estropea las buenas relaciones entre los familiares. La
condenación de la codicia es una especie de precaución que Ptahhotep toma ante el
miedo de provocar el descontento de los desposeídos. Ptahhotep muestra temor ante
cualquier cambio. Se pronuncia en contra de cualquier modificación en las normas de
conducta de los hombres. Cuando ha llegado a viejo, el hombre no debe innovar los
“preceptos del padre”, sino que tiene que inculcar a sus hijos todo lo que él le ha
dicho; nada hay que añadir a los viejos legados, ni modificarlos en nada.
En los conceptos de Ptahhotep acerca de la organización del Estado se reflejan
nítidamente las peculiaridades del régimen de Estado de Egipto. La palabra “dios” es
con mucha frecuencia identificada plenamente con la de “faraón”. La subordinación
incondicional al jefe es considerada la máxima virtud del funcionario. “Dobla el
espinazo —dice el potentado Ptahhotep— ante quien es tu jefe, jefe tuyo en la casa
del rey; tu casa se destacará por su riqueza y tú fortalecerás la casa.”2
3.—A partir de la VI dinastía (es decir, aproximadamente desde mediados del tercer
milenio a. de c.) comienza en Egipto la desintegración de la monarquía centralizada. La
unificación había reportado, a su debido tiempo, considerables ventajas a los diversos
nomos; habían recibido pastizales y materia prima de que carecían. La unificación
produjo el florecimiento en el sistema de regadío y elevó el poderío militar del país. Sin
embargo, con el correr del tiempo, la nobleza local, en virtud de la falta de amplios
lazos económicos en la escala de todo el país, y como no estaba ya directamente
interesada en las instalaciones de irrigación ni en las campañas militares emprendidas
por el faraón, y sentía la carga de su dependencia con respecto al gobierno central
egipcio, comenzó a luchar por emancipar los nomos de las obligaciones y cargas que el
gobierno del faraón les imponía. Muchos de los nomos logran paulatinamente cierta
autonomía, lo que da como resultado el comienzo de la desintegración del Egipto
único y centralizado. La descentralización política provocó la decadencia del sistema de
regadío, el cual necesitaba ser constantemente ampliado y perfeccionado mediante
una red de canales para irrigar y explotar los campos “altos”, es decir, las tierras que
no se beneficiaban por el desbordamiento anual del río y eran propiedad privada de
los esclavistas pudientes. En relación con ello surge de nuevo la necesidad de la
unificación, cuya iniciativa corrió a cargo del nomo de Heracleópolis. Los reyes de este
nomo (de la I y II dinastía), a fines del tercer milenio, someten a su poder el valle del
Nilo, desde su desembocadura hasta Tinis. En ese período ya se manifiestan en Egipto
las contradicciones más agudas: las masas pobres se sublevan contra los ricos y los
propietarios enriquecidos de los campos “altos” se levantan contra los representantes
de la antigua nobleza burocrática.
La Instrucción del rey Ahtoy (X dinastía) a su hijo constituye un interesante monumento
literario que refleja esta encarnizada lucha entre las clases y entre los diversos grupos
de la clase dominante. Este tratado político pone de relieve la ideología de la capa
superior de la sociedad esclavista egipcia en un momento crítico para ésta. Es
completamente posible que el autor de la Instrucción no haya sido el propio faraón,
sino alguno de sus cortesanos y, más probablemente aún, alguno de los altos
funcionarios. El autor de la Instrucción aconseja seguir una política rigurosa pero
cautelosa frente a los trabajadores. Recomienda, por un lado, aplastar violentamente a
los “facciosos” y ser implacable con los pobres que pretendan apoderarse de los bienes
de los esclavistas; por otro lado, en su deseo de evitar una acción del pueblo, señala la
necesidad de hacer algunas concesiones a los trabajadores.
“No tengas escrúpulos en caso de saqueo..., pero debes castigar... por cualquier
palabra que pronuncien.” “Aplasta la grey, extingue la llama que parte de ella, no
hagas eI juego al hombre hostil siendo re (literalmente: «en su calidad de pobre») es
un enemigo”3
El autor considera que no se debe tener confianza en los pobres, puesto que quieren
apoderarse de la propiedad ajena.
“El desposeído codicia lo ajeno.”4 No hay que creer al pobre. No hay que incorporarlos
al ejército: “El pobre es un elemento perturbador en el ejército.”5 Por el contrario, el
rico merece toda la confianza: “El rico no es injusto en su casa, ya que es dueño de las
cosas y no tiene necesidades.” Por otra parte, Ahtoy recomienda no abusar de la
violencia con respecto a los débiles y desposeídos, y se pronuncia en contra de los
castigos injustos y duros.
El autor aconseja al rey apoyarse en la nobleza, prestar toda clase de protección a sus
dignatarios: “Respeta a tus altos dignatarios, salvaguarda el bienestar de tu gente.”6
“Ensalza a tus dignatarios para que procedan de conformidad con sus leyes.”7
“Aquellos que siguen al rey son dioses.”8
Ahtoy considera de gran importancia el apoyo al culto religioso y al que se debe a los
difuntos reyes. Exhorta a ofrecer generosos sacrificios a los dioses, erigir recios
monumentos, pero cuidarse de no destruir los ajenos para levantar los propios.
4.—En el siglo XVIII a. de c. tuvo lugar en Egipto un levantamiento de los desposeídos
libres y esclavos, en el curso del cual se efectuó un reparto en gran escala de los bienes
de la nobleza y de los pudientes; fueron aniquiladas las instituciones estatales, pero la
sublevación fue espontánea y sufrió una derrota. La invasión, desde el Asia, de las
tribus nómadas, los hicsos —que afianzaron su dominio en Egipto por más de un
siglo—, aceleró la derrota de dicho levantamiento. Los sucesos vinculados con esa
sublevación están relatados en Papiro de Leyden conocido con el nombre de La.
sabiduría: de Ipuver. El autor, representante la nobleza, narra con nítida forma literaria
el levantamiento ocurrido: “Los nobles están amargados; en cambio, el populacho está
alegre. Cada ciudad dice: «Pues vamos a golpear a los fuertes (o sea, a los pudientes)
de entre nosotros.» La tierra se ha dado vuelta como el torno de un alfarero. El
bandido (se ha convertido en) dueño de las riquezas. El rico (se convirtió) en
saqueador... Los fuertes de corazón parecen pájaros (por medrosos).” Y el autor
continúa: “No hay (más) egipcias en ninguna parte... El oro, los lapizlázulis, la plata, la
malaquita, la cornalina, la Piedra de Ihbat... adornan el cuello de las esclavas. Las
damas nobles (vagan) por el país. Las amas de casa dicen: «¡Oh, si pudiéramos llenar
con algo el estómago!» Las mujeres nobles... sus cuerpos sufren por los andrajos, sus
corazones se destrozan cuando tienen que saludar (a los mismos que antes las
saludaban a ellas).”
Los desposeídos libres y los esclavos se apoderaron de los bienes de los ricos y se
convirtieron en dueños de los que antes pertenecían a sus opresores. Sin embargo, no
hay ningún motivo para creer que, a consecuencia del levantamiento, se haya
realizado la colectivización de los bienes, o que se trazara plan alguno de
transformación básica de las relaciones sociales esclavistas. La esclavitud siguió
conservándose también después del levantamiento: “Aquel que no tenía (siquiera)
esclavos temporarios, se convirtió (entonces) en propietario de esclavos hereditarios.”
No obstante, la sublevación asestó un golpe a las ideas tradicionales de los hombres
libres sobre la diferencia de los nobles y los no nobles: “No se distingue el hijo de un
marido de aquel que no tiene padre.” Ipuver explica lo sucedido como obra de la
voluntad de los dioses y de la pasividad o torpe proceder del rey. Para él, la voluntad
del rey es el origen de todos los sucesos que ocurren en el Estado. Después de haber
narrado con aflicción los acontecimientos, para él terribles, Ipuver expresa, en
conclusión, el deseo de que todo vuelva a lo antiguo, de que todo se restablezca
íntegramente tal como estaba antes. “Sería bueno —dice— que se implanten
nuevamente las obligaciones, que la propiedad no corra peligro, que la nobleza de los
nomos esté al frente y mande con alegría en sus casas.” 5.—También la Instrucción de
AmeneMope, que data de la época del Reino Nuevo (más probablemente de las
dinastías XXII o XXIII, siglos X y XI a. de c.), es un claro reflejo de la ideología de los
esclavistas egipcios. Esta Instrucción fue escrita por un alto dignatario que poseía
amplios poderes en la administración de la economía estatal de Egipto. Dirigida a su
hijo, traducía el estado de ánimo de los esclavistas durante la iniciación de la
decadencia de Egipto. La nobleza está aterrorizada por la sublevación de los esclavos y
de los libres, que sacude el Estado egipcio, y aspira a evitar en el futuro tales
levantamientos.
AmeneMope llama a los explotadores a la moderación y a la cautela. Les advierte que
no ocupen tierras ajenas. “No quites el mojón de los campos.” “Evita violar los límites
de los campos para no crearte temores.”9
AmeneMope considera enemigo de la ciudad a quien saquea a los débiles, y lo
amenaza con duras sanciones. “Cuídate de no saquear a los pobres y de ejercer
violencia sobre los débiles.” “Exige que los jueces sean imparciales y condena su
venalidad.” AmeneMope advierte contra los que abusan en la recaudación de los
impuestos y contra los que desvalija a los campesinos al cobrar el tributo en especie.
La Instrucción está impregnada totalmente de ideas religiosas. Dios determina todo el
destino del hombre; el hombre es impotente frente a la omnipotencia de aquél: “Los
asuntos del hombre están en manos de Dios”; además, a Dios no se le puede engañar,
ya que penetra en el pensamiento del hombre. “El corazón del hombre es la nariz de
Dios.” Por esto, el autor insta a la resignación, a la docilidad, e inculca la idea de la
necesidad de subordinarse ciegamente, en todo, a los sacerdotes. Estos
desempeñaban el papel primordial en la formación de la ideología política del antiguo
Egipto.
3. La ideología política de la antigua Babilonia
La antigua Babilonia, al igual que el antiguo Egipto, fue uno de los Estados esclavistas
más antiguos a la manera de una Despotia oriental. Primitivamente, en los valles de los
ríos Tigris y Eufrates (Mesopotamia) existían algunos pequeños Estados, cuyo
“comienzo” se remonta al cuarto milenio a. de c. Más tarde se efectuó la unificación
política bajo la hegemonía de una de las ciudades que quedó situada como centro del
país. En el tercer milenio, tales ciudades fueron primeramente Akkad, y, más tarde, Ur.
Durante los primeros siglos del segundo milenio se destacó la ciudad de Babilonia, que
durante mucho tiempo fue el centro político y cultural de la Mesopotamia meridional.
El Estado de Babilonia alcanza su florecimiento en el siglo XVIII a. de c., durante el
reino de Hammurabi, en que el país se unifica sólidamente bajo el poder de los reyes
de la dinastía babilónica. El desarrollo de la ciudad esclavista de Babilonia viene
acompañado de una agudización de las contradicciones sociales y de la lucha de clases.
Los esclavistas enriquecidos se dedican a la usura y a la especulación, al arrendamiento
de tierras y casas, arruinan y sojuzgan a los desposeídos, multiplicando el número de
esclavos en el país.
La ideología política de Babilonia, al igual que la de Egipto, está impregnada
íntegramente de ideas religiosas. Los dioses determinan el destino de los hombres y de
los pueblos. Conceden todos los bienes y castigan con todas las calamidades, rechazan
a los enemigos y otorgan las victorias. A su vez, todos los conceptos de la clase
dominante acerca del poder de Estado parten de ideas religiosas. Las partes
Introducción y Conclusión de las leyes del rey babilonio Hammurabi (siglo XVIII a. de c.)
contienen un ensalzamiento y una justificación del poder ilimitado' del déspota
oriental. En estas leyes, ante todo, se afirma el origen divino del poder del rey: “Los
dioses designaron a Hammurabi para gobernar a los cabezas negras” (populacho). El es
Anub, dios del cielo; Enlil, dios de la tierra; el dios Marduk, protector de Babilonia, y
Schmasch, dios del sol y de la luz. Todos los demás dioses prestan invariablemente su
ayuda y protección a Hammurabi. Las leyes proclaman al rey como un ser deificado. El
rey Hammurabi se asemeja al dios Schmasch, es el rey divino de los reyes, “el vínculo
entre el cielo y la tierra”, que concede la riqueza y la abundancia; es inteligente, fuerte,
omnipotente. El rey es ensalzado como el portador de la justicia, defensor de los
débiles, defensor de la legalidad, fuente de todas las riquezas y del bienestar de sus
súbditos. Hammurabi hace aparecer sus leyes, que sirven a los intereses de los
esclavistas y que tienden a consolidar el Estado esclavista, como promulgadas en
interés de los débiles, para la defensa de “los huérfanos y las viudas”. “Para que el
fuerte no ofenda al débil, para que al huérfano y a la viuda se les haga justicia... Para la
implantación del derecho en el país, para hacer justicia al vejado, he esbozado en
Babilonia éstas mis palabras preciosas que sobre mi monumento he colocado.” El
oprimido, el arrastrado a un pleito, “hallará su derecho, dejará su corazón respirar
(libremente), dirá que Hammurabi ha sido un padre para su pueblo, que ha concedido
para siempre la prosperidad al pueblo, ha gobernado con ecuanimidad”.
Hammurabi desea que las leyes por él creadas permanezcan para siempre inmutables,
motivo por el cual exhorta a sus sucesores a no introducir ninguna modificación en
ellas. “No abolir mi legislación, no tergiversar mis palabras, no modificar mis esbozos”,
ésta es su exhortación.
Hammurabi lanza terribles maldiciones sobre la cabeza del que desobedezca éstas sus
indicaciones. Lo amenaza con la devastación del país y con reducir a escombros las
ciudades; con el hundimiento del pueblo, con perturbaciones y sublevaciones; le
presagia la pérdida del trono, sufrimientos físicos, enfermedades incurables, la muerte
prematura. Así, en estas leyes se refleja la aspiración de perpetuar el régimen
esclavista y el Estado despótico. 2.—La Conversación entre el Señor y el Esclavo,
diálogo filosófico impregnado de un profundo pesimismo y que data de fines del
cuarto milenio a. de c., arroja una clara luz sobre el estado de ánimo de los esclavos y
esclavistas del país de los sumerios. En este diálogo se refleja la saciedad del esclavista
de las alegrías terrenales y su decepción respecto de ellas, su falta de fe en la solidez
de las mismas, y al mismo tiempo, tras la irónica docilidad del esclavo, se percibe el
sordo descontento de éste por el orden existente y su duda en la estabilidad de dicho
régimen. El señor va expresando, uno tras otro, los deseos más diversos y
contradictorios. El esclavo los admite invariablemente y expresa su disposición a servir
al señor respondiendo a todo con la dócil frase: “Sí, Señor mío, sí.” El señor renuncia,
sucesivamente, a cualquier propósito de participar en festines, de emprender partidas
de caza, de buscar el consuelo en el amor. No cree que deba esperar favores de la
corte del rey. Duda de que pueda confiar en la gratitud de los hombres por los
servicios que él les haya prestado, y de que pueda contar con los honores póstumos
por el bien que les haya hecho. En este diálogo el rey es presentado como un severo
gobernante con cuya benevolencia es inútil contar. El autor considera imposible o
indeseable cualquier modificación en el régimen estatal, y trata de sugerir la inutilidad
de las sublevaciones contra el rey.
Es curioso que incluso las palabras del Diálogo dedicadas a las creencias religiosas
tengan un tono escéptico. El autor se manifiesta dudoso con respecto a la
conveniencia de ofrecer sacrificios. “¡Oh, esclavo, no quiero ofrecer sacrificios a mi
dios!” “No ofrezcas, Señor mío, no ofrezcas. ¿Acaso crees que enseñarás a dios como
se enseña a un perro a cuidarte?” El Diálogo termina con una osada insinuación del
esclavo de eliminar al señor: —Esclavo, estate listo para mis servicios. —Sí, señor mío,
sí. —Ahora, ¿que sería lo bueno? —Partir la cabeza mía, y la cabeza tuya, y arrojarlas al
río, eso sería bueno. Así responde el esclavo. Estas desoladoras palabras expresan la
profunda indignación del esclavo por la opresión insoportable de la cual no ve salida.
4. La ideología política de la antigua. India
La India es un país de una cultura antigua. Ya en el tercer milenio a. de c. sus
habitantes se dedicaban al cultivo de la tierra, empleaban herramientas de trabajo y
otros objetos hechos de cobre y de bronce, y moraban en ciudades rodeadas de
gruesos muros. En el segundo milenio a. de c. el país fue conquistado por un pueblo
extranjero, los “arios” (nobles). A comienzos del primer milenio a. de c., después de un
largo proceso de desintegración del régimen del comunismo primitivo, aparecen los
primeros Estados esclavistas.
La antigua India, después de la conquista aria, representaba una sociedad esclavista
que conservaba la comunidad familiar y, más tarde, la comunidad aldeana. “Estas
comunidades de tipo familiar tenían por base la industria doméstica, esa combinación
peculiar de tejido, a mano, hilado a mano y laboreo a mano, que les permitía bastarse
a sí mismas.”10
A la vez, “...estas pequeñas comunidades estaban contaminadas por las diferencias de
casta y de la esclavitud...” 11 Las comunidades familiares se convierten en territoriales.
Sin embargo, durante largo tiempo, se sigue conservando la familia patriarcal con el
dominio ilimitado del hombre sobre la mujer.
El régimen esclavista, con la posición privilegiada de la capa superior de la sociedad, y
la falta de derechos de los esclavos, se afianzó en la India mediante el sistema de las
castas y las barreras infranqueables existentes entre ellas. La ideología religiosa
sustentaba el concepto del inmenso precipicio que separaba las castas superiores de
las inferiores. Ya en los monumentos literarios más antiguos, los libros religiosos de los
hindúes (los Vedas, fines del segundo milenio a. de c.), en la epopeya Mahabbarata y,
sobre todo, en las recopilaciones jurídicas que, en su mayor parte, eran no tanto
monumentos legislativos y códigos de derecho consuetudinario como tratados
religiosofilosóficos y políticos, queda al descubierto la ideología política de la antigua
India. En este aspecto, es especialmente interesante la recopilación conocida con el
nombre de Código de Manú que data del siglo III a. de c. Este Código predica
abiertamente la total desigualdad social, y presenta como una creación divina la
división de la sociedad en castas hereditarias. La casta superior de los brahmanes la ha
creado de sus labios el Señor del Mundo; la de los chatrias, de sus manos; la de los
vaisias, de sus caderas; y la casta inferior —los sudras— la ha creado de sus pies. El
estudio de los libros religiosos y la enseñanza de la religión constituye la ocupación
principal de los brahmanes; la salvaguardia del pueblo, la de los chatrias; los vaisias
deben cuidar del ganado, comerciar, prestar dinero y labrar la tierra; y, finalmente, “la
única ocupación que el Señor ha asignado a los sudras es la de servir dócilmente a
estas (otras) tres castas”.
El Código de Manú trata de elevar a una altura inaccesible al brahmán, denominándolo
“divinidad”. El brahmán es llamado en el Código “Señor de toda la creación”, “el
primero entre los hombres”. “Sabed —reza el Código de Manú— que un brahmán de
diez años y un chatria de cien son entre sí como un padre e hijo: pero de estos dos, el
primero es el padre.” 12
El brahmán es el señor de todas las castas, una personalidad sagrada e intocable. El
que amenace “... matar un brahmán, errará cien años en el infierno...” El brahmán es
omnipotente. Este y el chatria pueden aniquilar a quien se le ocurra tratarlos
irrespetuosamente. Al brahmán no se le aplican los severos castigos previstos por el
Código de Manú; sólo se le puede castigar con una multa o el destierro. La propiedad
del brahmán es inviolable; ni siquiera el Estado tiene derecho a quitarle sus bienes. El
sudra está presentado como el contraste de todas las demás castas, como el nacido
una vez frente al “dos veces nacido”. El sudra es un esclavo. Incluso el manumitido por
su dueño no puede emanciparse de la esclavitud, ya que ésta es considerada como
algo nato; el sudra no puede tener propiedad. “El brahmán puede con toda confianza
apoderarse de los bienes de (su) un sudra (esclavo)”, dado que el esclavo está obligado
a servir dócilmente a la gente de la casta superior. En premio por la obediencia y la
docilidad, el Código de Manú le promete pasar a la clase superior en la vida futura. El
Código de Manú contiene una apología del poder ilimitado del rey. Al enumerar las
“partes integrantes” del Estado, menciona al rey en el primer lugar, como el más
importante entre ellos. El rey ha sido colocado en el trono de Indra; es la
personificación del amo del mundo. Está formado por el brillo de todos los dioses.
Creado por las partículas de éstos, es el “Gran Indra”. “Por el brillo supera a todos los
seres creados.” El Código de Manú atemoriza a todos los que se atrevan en contra del
rey. “El fuego quema solamente a la persona que sin cautela se acerca a él, el fuego (la
ira) del rey aniquila (toda) la familia con su ganado y sus bienes acumulados.” El rey
debe defender el régimen de castas, salvaguardar la ley sagrada, cumplirla en sus
relaciones con el pueblo. El rey es el jefe de todo el aparato administrativo, de él
parten todos los nombramientos. Dirige el ejército, la política exterior, la recaudación
de impuestos; es el juez supremo que resuelve personalmente los asuntos judiciales, o
que encomienda su examen a los jueces por él designados. “Al igual que la garza debe
meditar sobre los asuntos; como el león, debe manifestar su fuerza; como el lobo,
debe tomar (su botín); como la liebre, debe ponerse a salvo en lugar seguro.”
Sin embargo, el rey, según el Código de Manú, debe recabar de los brahmanes su
consejo, seguirlo y ser el ejecutor de la voluntad de éstos, el defensor de sus intereses.
“No debe, aunque se vea expuesto a la desgracia más grande, provocar la ira de los
brahmanes, ya que éstos, cuando se enfurecen, pueden aniquilarlo inmediatamente
junto con su ejército y medios de transporte.” Así, pues, el Código reconoce
abiertamente que el rey debe ser el defensor de los intereses de la capa superior de la
clase dominante. El Código previene contra el paso del poder del Estado a manos de
representantes de la clase inferior. Inculca la idea de que los sudras no son aptos para
participar en la solución de los asuntos del Estado. El rey no debe solicitarles jamás la
interpretación de la ley. “El reino cuyo rey espere que el sudra promulgue una
resolución, se hundirá como la vaca en el pantano.” El Código de Manú abriga el temor
de que los sudras pongan término al dominio de los brahmanes; motivo por el cual, a
la vez que aconseja moderación, sugiere una política de terror inhumano, reflejada en
medidas de castigo con respecto a ellos. “El nacido una vez (el sudra), que por una
grave injuria difame al' nacido dos veces, merece que se le corte la lengua.” Si en
forma arrogante señala a los brahmanes su deber, el rey debe ordenar se le vierta
aceite hirviendo en la boca y oídos. Al mismo tiempo, se recomienda dejar al sudra sin
aprender la ley sagrada, y se prohibe incluso leer en su presencia los libros sagrados,
los Vedas.
Para justificar la implacable represión llevada a cabo en la despotia oriental, el Código
de Manú atribuye una inmensa importancia al castigo. El monumento contiene un
auténtico panegírico del mismo. Dice que el castigo es de origen divino: “El castigo es
(verdaderamente) el rey (y el varón), es el gobernante, el dirigente, y sirve de garantía
para la subordinación a la ley...” Por temor al castigo todos los seres dan cumplimiento
a lo que les corresponde, y no eluden sus obligaciones. “Solamente el castigo gobierna
a todos los seres, sólo él vela cuando ellos duermen; los sabios consideran (identifican)
el castigo como la ley.” “Si el rey no impusiera enérgicamente castigos a los que los
merecen, los fuertes cocerían a los débiles como a los peces en el asador.” Por el
castigo todo se mantiene dentro del orden, por temor a él todo el mundo se dedica a
sus correspondientes ocupaciones. Incluso los dioses cumplen sus obligaciones por
miedo al castigo. El Código persuade a los jueces y reyes de que deben observar
estrictamente las leyes y no dejar sin castigo a los culpables. El rey que no presta
atención a las normas de la ley se hunde en el infierno. Manú sugiere que la ilegalidad
no puede ofrecer un bienestar sólido; tarde o temprano llega el castigo. Si el castigo no
alcanza al culpable, se extiende a sus hijos o nietos: “(Una vez) realizada una ilegalidad,
ésta jamás queda sin consecuencias para el que es su autor.” El Código de Manú
traduce en forma nítida y expresiva la ideología esclavista de la antigua India defiende
el régimen de castas y el terror, mediante los cuales se mantiene la desigualdad social
y la explotación.
5. La ideología política de la antigua China
1. — La desintegración del régimen del comunismo primitivo y la formación del Estado
en China, se remontan hacia el segundo milenio a. de c. En el siglo XVIII a. de c. se
formó el primer Estado esclavista, el Estado de Han o Shang. La ideología política de la
antigua China halla su expresión más característica en la filosofía de Confucio (siglos VI
y V a. de c.), en la de su adversario MoTsi (MoTi, siglos V y IV a. de c.), así como
también en los conceptos del taoísmo expuestos en el libro Tao Teking. La esclavitud
era por aquel entonces la forma predominante de explotación en China. Existían, a la
vez, grandes terratenientes, príncipes y nobles, que explotaban el trabajo de los
labradores libres.
El régimen político de China era la monarquía militar burocrática. En los siglos VI al III
a. de c., el Estado chino no estaba centralizado. Los gobernantes locales, que no pocas
veces habían adquirido una considerable independencia, lucharon entre sí por la
influencia y el botín. El período de los siglos VII al V a. de c., es conocido en la historia
de China con el nombre de Lego, lo que quiere decir “multitud de reinos”. Fue el
período de la descomposición de la única monarquía Chouista. Detrás de él siguió el
período de Changho, “los reinos en lucha” (siglos V al III a. de c.), que se caracterizó
por una acentuada agudización de las contradicciones entre las diversas clases y de
grandes luchas entre ellas. Estas se desarrollaron entre los esclavos y los esclavistas,
entre los grandes terratenientes y los campesinos. Simultáneamente tuvo lugar una
encarnizada contienda entre los diversos principados, que adquieren en ese período
una importante autonomía. La doctrina de Confucio (años 551479 a. de c.), creador de
una vasta escuela filosófica que conserva su valor también en los tiempos modernos
está expuesta en cuatro libros, siendo Confucio el autor solamente del primero,
conocido con el nombre de La gran doctrina. Al subrayar su respeto a las creencias
tradicionales, a las antiguas leyendas, Confucio declara que su doctrina no es sino la
exposición e interpretación de las obras antiguas. Confucio tiende, con diversos
argumentos, a fundamentar la necesidad de la desigualdad social. Hace una distinción
entre “superiores” e “inferiores”, y opone los unos a los otros. Los “superiores” son los
gobernantes “ilustrados”, que han logrado “los conocimientos mediante la ciencia”. El
“superior” es un hombre perfecto y generoso, respetuoso en el servicio del príncipe,
benevolente y ecuánime. Los “superiores”, en interés de su propio bienestar, deben
tender al perfeccionamiento moral y ser virtuosos. La conducta virtuosa de los
“superiores” condiciona igual conducta de los “inferiores”. Confucio pone francamente
al descubierto su objetivo al recomendar a los “superiores” el camino de la conducta
ejemplar. Para gobernar bien el Estado, hay que establecer un buen orden en la
familia, para lo cual se necesita 'un perfeccionamiento moral, una idea correcta del
bien y del mal.
Al atribuir un valor especialmente importante a la subordinación y al servicio que los
jóvenes deben prestar a los mayores, Confucio afirma que el respeto filial es la base de
todas las virtudes y comprende, no sólo las relaciones entre padres e hijos, sino
también las que deben existir entre los familiares más jóvenes y los mayores, y, lo
principal, la relación entre funcionarios y súbditos y el rey. Las relaciones entre padres
e hijos emanan de la ley natural y sirven de principio básico para las relaciones entre el
rey y los súbditos. Así, pues, el respeto filial se recomienda con el fin de afirmar el
Estado. Cuando en la familia reina el orden, sobre todo en la propia familia real,
también los pueblos están bien gobernados. Al recomendar la moderación como
medio para dar solidez al régimen existente, Confucio afirma que el principio de la
moral es la “equidistancia” y preconiza la “equidistancia permanente”, huir de los
“extremismos”. El estado sereno e impasible del espíritu es consecuencia de la
“equidistancia”, el resultado del autoperfeccionamiento. Confucio proclama el
perfeccionamiento moral como obligación universal. Insiste en que la ley moral es
obligatoria y sagrada. El hombre que lleva una vida espiritual superior, enseña
Confucio, hace todo lo que corresponde a la posición en que se encuentra, no tiene
deseos de salirse de ella: si es rico y venerado, procede como corresponde a quien se
encuentra en la posición de un hombre pudiente y colmado de honores; si es pobre y
ocupa una posición inferior, procede como corresponde a quien se encuentra en la
posición de un hombre pobre que pasa desapercibido. Confucio enseña a no
manifestar servilismo cuando se es pobre, ni arrogancia cuando se es rico; enseña a ser
pobre y estar contento, y a ser rico y respetar las normas de la ley. Confucio ensalza,
en cierto modo, la pobreza y condena, hipócritamente, la riqueza. Alimentarse con una
pequeña cantidad de arroz, beber agua, no tener nada más que la propia mano
doblada para sostener la cabeza, dice, es un estado que también tiene su encanto.
Confucio atribuía una gran importancia a los ritos que reglaban la vida, lo que
constituye el principio del “li”, cuya observación significaba, ante todo, la
subordinación de los “inferiores” a los “superiores”, la conservación inmutable e
indeclinable de las relaciones existentes.
En su aspiración a conservar el régimen social y político vigente, Confucio enseña que
“si no se observan, como se hacía en otros tiempos, los hábitos establecidos, o más
aún, si se los suprime, todo se entremezcla y surge el desorden”. Los hábitos son el
mejor medio para regular la conducta de los hombres, orientar sus actos en la
dirección deseada. Un sincero cumplimiento de los ritos basta para dirigir el Estado.
Los ritos y las ceremonias deben contribuir a la estabilidad de las costumbres, ayudar a
la conservación de lo existente desde la antigüedad. Confucio describe al rey en el
espíritu de la monarquía patriarcal, como el padre de sus súbditos. Los soberanos
deben exigir de sus súbditos lo que un padre exigiría de sus hijos: su actitud frente al
rey debe ser la de los hijos respetuosos frente al progenitor. Pero, al mismo tiempo, se
destaca la esencia divina del rey, el “Hijo del cielo”. “El Emperador recibe las órdenes
del cielo; los funcionarios, del soberano.” “Este es el viento, los subordinados son los
trigales, pues las espigas se inclinan sobre el campo cuando el viento sopla.” Pero
Confucio sugiere que se utilice el poder de manera que evite la indignación del pueblo
y contribuya a consolidar la autoridad del monarca. “Cuando logres el afecto del
pueblo, lograrás también poder; pero si pierdes aquél, también perderás éste.”
“Cuando un soberano virtuoso domina las corazones, domina también el país.” El jefe
del Estado está obligado a atraer a los demás a una vida virtuosa. Cuando el rey hace lo
que le exige su deber de padre, de hijo, de mayor, de hermano menor, el pueblo lo
imita inmediatamente. Confucio insta al rey a ser benevolente con el pueblo, y si así lo
hiciera le promete el afecto popular y la firmeza de su autoridad. Pero Confucio no
admite ninguna crítica a los actos del rey que se desvía de la ruta de las virtudes. Si un
Estado está mal gobernado, el prudente debe mantenerse en silencio y dedicarse a sus
cosas. En tal caso sugiere confiar en el castigo de dios.
La doctrina de Confucio, que exhortaba al perfeccionamiento moral y a la ilustración,
tenía, primitivamente, una significación progresista. Sin embargo, más tarde, por su
prédica de la resignación y la indiferencia frente a la situación existente, por su
condenación de los actos combativos de los trabajadores, esta doctrina fue utilizada
por la clase dominante como una ideología en contra del pueblo. Las ideas más
importantes de la filosofía de Confucio formaron la base de todo un sistema religioso
que fue elaborado por sus sucesores. El confucianismo se convirtió en la religión oficial
de China, y las clases explotadoras lo utilizaron durante muchos siglos para reprimir a
las masas trabajadoras. 2.— Los intereses del pueblo trabajador hallaron su expresión
en la doctrina de MoTsi (MoTi, años 479381 a. de c.), adversario de Confucio. Sin instar
al pueblo trabajador a la lucha contra los opresores, MoTsi promueve la doctrina
acerca del “amor universal”, igual para todos, un amor activo, expresado en beneficios
palpables. MoTsi predica la benevolencia recíproca entre los hombres y, sobre todo, la
actitud generosa de los señores y gobernantes hacia sus “inferiores”, de los fuertes
hacia los débiles. Condena el lujo de los dignatarios, los gastos superfluos del monarca
y de sus cortesanos, y reclama la elevación del nivel de vida y cultural del pueblo.
Sueña con atenuar, en la medida de lo posible, la oposición existente entre ricos y
pobres, entre gobernantes y gobernados. Declara que el insuficiente amor mutuo da
como resultado los saqueos, la violencia, la opresión de los débiles por los fuertes,
todos los desórdenes y alteraciones. Criticando al régimen político existente, condena
la dilapidación del soberano, los impuestos excesivos, la deshonestidad y arrogancia de
los ministros. Declara que el monarca está obligado a preocuparse por el bienestar y la
felicidad del pueblo.
Para fundamentar su concepto sobre los objetivos y el volumen del poder del
soberano, MoTsi recurre a una teoría opuesta a la existente acerca del origen del
poder estatal. En otro tiempo, dice, los hombres vivían sin tener leyes, ni gobierno, ni
conductor reconocido, y como sostenían diversas opiniones existían querellas
permanentes entre ellos, en vista de lo cual eligieron a un hombre inteligente y capaz y
lo nombraron su soberano, y para ayudarlo designaron también a tres consejeros, los
ministros. Procedieron así, no para que éstos se volvieran nobles y ricos, sino para que
sirvieran al pueblo, multiplicando su bienestar. De aquí, MoTsi llega a la conclusión de
que el poder del soberano no puede ser ilimitado, que el monarca tiene que prestar
oído a las voces de los consejeros inteligentes, recabar su opinión y proceder de
conformidad con ella. La concordia entre el pueblo y el soberano debe ser el principio
fundamental del gobierno. MoTsi estima que la guerra de rapiña es un crimen y le
indigna que quien reprueba el saqueo individual no condene la agresión de un Estado
contra otro, y, sobre todo, la de los grandes contra los pequeños. conceptos de MoTsi
tienen una significación progresista y van dirigidos contra la despiadada explotación y
opresión, contra el poder ilimitado del monarca, contra la arbitrariedad y los abusos de
la burocracia.
3.—Durante el período tempestuoso de los “reinos en lucha”, que se caracterizó por
las acentuadas contradicciones sociales y la aguda lucha de clases, apareció la doctrina
del Taoísmo, considerándose a LaoTsé como su fundador (siglos VI y V a. de c.). Esta
doctrina está expuesta en el libro Tao Teking (libro sobre Tao y Te). El taoísmo fue en
ese período una doctrina de vanguardia que traducía conceptos sociales y políticos
progresistas.
Fue la manifestación de la tendencia materialista en la filosofía china. La tendencia a
explicar el mundo, no como la creación de la voluntad divina, sino como el resultado
de la acción de las leyes naturales. La filosofía del taoísmo comprende elementos de
dialéctica. Parte de la base de que todo en el mundo está en movimiento y llega a la
unidad a través de las contradicciones. “Lo incompleto se vuelve completo; lo torcido,
derecho; lo vacío se colma; lo viejo es reemplazado por lo nuevo; lo que es poco se
vuelve mucho.13” En otro lugar se habla, en el mismo sentido, de que unos seres
“...florecen, otros se agotan; unos se fortalecen, otros se debilitan; unos se crean, otros
se destruyen”. Sin embargo, más tarde el taoísmo fue tergiversado y degeneró en una
concepción idealista e, incluso, mística del mundo. En la doctrina atribuida a LaoTsé se
traduce la protesta pasiva de los comuneros que se iban arruinando, en contra de la
opresión y explotación de que eran objeto por los pudientes. Contiene la exhortación
de volver a los viejos tiempos, en que los hombres, a su juicio, seguían la ley natural —
el Tao— que reinaba en el mundo, en que “...no aspiraban a adquirir riquezas y se
indultaban los crímenes”. En el Tao Teking se habla con reprobación del “bandolerismo
y la jactancia” que constituyen la violación del Tao, y que radican en la acumulación de
riquezas acompañada de la ruina de los pobres. “Si la corte es ostentosa, los campos
están cubiertos de malezas y los graneros están totalmente vacíos.” Laotsé señala que
“el pueblo pasa hambre debido a los excesivos tributos e impuestos”. Sin embargo, no
desea ningún cambio violento, e insta, tanto a los gobernantes como a los
trabajadores, a la completa pasividad, predicando la no intervención en el curso de los
acontecimientos; aconseja confiarse en la acción de la ley natural. “Hay que hablar
menos y seguir el curso natural. Un viento fuerte no dura toda la mañana, ni un
chaparrón continúa todo el día.”. Confía en que con la actitud indolente y
desapasionada de los hombres todo en el mundo marcharía de mejor manera. “La
ausencia de deseo trae tranquilidad, y entonces el orden se establece de por sí en el
país.” Al exhortar a los gobernantes a seguir el principio de “no hacer nada”, Laotsé
desea suavizar la opresión y la explotación de que eran objeto los trabajadores. El
pueblo prospera, dice, cuando el gobierno está tranquilo. Considera la actividad de los
gobernantes dentro del Estado esclavista como una nociva “cavilación”. Afirma que los
gobernantes, con su intervención en la marcha “natural” de las cosas, no pueden sino
empeorar la vida del pueblo. Cuando los gobernantes sigan el principio de “no hacer
nada”, el pueblo será cien veces más feliz, declara Laotsé.
Se manifiesta en contra del desarrollo de la cultura que se basa en la desigualdad y que
da como resultado la ostentación. “Cuando en el país hay muchas cosas superfluas, el
pueblo se vuelve pobre”, dice. Laotsé reprueba a los gobernantes que “acumulan
riquezas”, a los que tienden a tener “cosas lindas”. La doctrina de Laotsé está
impregnada de una profunda simpatía hacia los oprimidos, de un sincero amor al
pueblo. “El hombre inteligente no tiene su propio corazón, su corazón está integrado
por los corazones del pueblo... Mirá al pueblo como a sus propios hijos.” Laotsé, que
simpatiza evidentemente con el pueblo en sus desgracias, desea su emancipación de
las violencias y la opresión, pero cree que esto puede obtenerse de por sí, en virtud de
la acción de las leyes naturales que presiden el universo. Llama a la pasividad, y
considera innecesario destruir la violencia por la fuerza. Sin embargo, sus palabras
traducen la fe en el triunfo final de los oprimidos. “Los más débiles triunfarán sobre los
más fuertes —dice—; lo más suave vencerá a lo más duro.” “Lo duro y lo fuerte es lo
que se extingue, mientras que lo tierno y lo débil es lo que comienza a vivir.” En otros
lugares Laotsé prevé que los malos gobernantes serán derrocados: “Si la nobleza y los
soberanos no son ejemplo de generosidad, serán derrocados.” Laotsé sueña con los
tiempos en que los gobernantes seguirán la ley natural, el Tao, en que desaparecerán
la “astucia” y el “lucro”. “Entonces el cielo y la tierra se fundirán en una armonía,
advendrá la felicidad y el bienestar, y el pueblo, sin necesidad de órdenes, se
mantendrá en calma.” “Hay que hacer sabrosa su alimentación, decente su
vestimenta, construirle una vivienda tranquila y hacer alegre su vida.” Laotsé,
partidario del “no hacer nada” y de las relaciones mutuas “naturales” entre los
pueblos, reprueba la guerra y se manifiesta por la paz. “El que sirve al jefe del pueblo
mediante el Tao —dice—, no somete a otros países con la ayuda de tropas, ya que
esto puede volverse en contra suyo. Donde hayan pasado las tropas crece el endrino y
las espinas. Después de las grandes guerras siguen los años de hambre.”
Los aspectos reaccionarios de la doctrina de Laotsé —que en su conjunto y en aquellas
condiciones históricas fue una doctrina avanzada— se manifiestan en su exhortación al
pueblo de que se muestre pasivo, de que vuelva hacia atrás, al régimen del comunismo
primitivo, en que no existían el lujo y las “cosas superfluas”. Posteriormente, durante
el período de decadencia de la sociedad esclavista de China, así como también en la
China feudal, el taoísmo antiguo fue tergiversado y convertido en una doctrina
idealista y mística, y los aspectos reaccionarios de sus conceptos políticos (“el no hacer
nada”, “la reprobación del progreso cultural”, etc.) fueron ampliamente utilizados por
los ideólogos de las clases explotadoras.