Las pinturas rupestres de la Laguna del Arquillo (Masegoso, Albacete)
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EL ARTE RUPESTRE LEVANTINO DE LA LAGUNA DEL ARQUILL O (MASEGOSO, ALBACETE) *
Miguel Ángel Mateo Saura Juan Francisco Jordán Montés José Luis Simón García
RESUMEN
Presentamos el estudio de una nueva estación de arte rupestre levantino,
descubierta en los años setenta del siglo XX, pero que permanecía inédita.
Se encuentra próxima a la población de Alcaraz, en concreto en la aldea de
Masegoso, en los cingles en torno a una laguna natural del río Arquillo.
Entre las representaciones sobresale la figura de un ciervo, de unos 25 cm de
longitud, provisto de unas destacadas cuernas, un cáprido, que junto a una figura
humana parecen definir una escena de caza, dos cuadrúpedos, posiblemente
cápridos, y restos de otros motivos.
Junto a la Cueva del Niño de Ayna y el recientemente descubierto Abrigo del
Arroyo de Hellín de Chiclana de Segura, esta nueva estación del Arquillo, evidencia
probables vínculos con los grupos de cazadores y recolectores del potente núcleo del
Alto Segura.
ABSTRACT
We present a study of the new stage of levantine rupestrian art, discovered in
the 1970’s, which remained inexplored.
It is located near Alcaraz, exactly in Masegoso village, around a “rock wall” and
natural lake in Arquillo river.
Arroung the scenes we can point out a the picture of a 25 cm deer whith big
horns,a goat, and human figure which both represent a hunting scene, two
cuadrupeds, posibly goats, and other figures.
Together with the Cueva del Niño in Ayna and the recently discovered Abrigo
del Arroyo de Hellín in Chiclana de Segura, this new stage on the river Arquillo shows
they are probably related to those groups of hunters and gatherers of area in Alto
Segura.
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* Artículo publicado en las actas del congreso Arte rupestre en la España mediterránea (Alicante, 25 al 28 de octubre de 2004).
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I. ANTECEDENTES E HISTORIA DE LA INVESTIGACIÓN.
Hace unas dos décadas, uno de nosotros (J.L.S.G.), durante unas maniobras y
ejercicios castrenses realizados en el ejercicio del servicio militar, descubre de manera
ocasional la estación con arte rupestre que aquí presentamos como novedad en la
investigación del arte rupestre levantino de la provincia de Albacete. El recuerdo de aquel
descubrimiento permaneció en la memoria hasta que, tras diversos avatares, y animados
por el Museo Comarcal de Hellín decidimos rescatarlos del silencio. Tras una visita de
tanteo al lugar, confirmamos, en efecto, la existencia de una estación rupestre inédita en
el perímetro del paraje de la laguna del Arquillo, en Masegoso, tras lo que solicitamos los
correspondientes permisos de documentación y de prospección de su entorno geográfico
a la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, a fin de iniciar su estudio.
Hasta el presente, los trabajos de investigación más próximos al área de las
pinturas y del municipio de Masegoso, ya que en él no se ha realizado ninguno, se
encuentran en la carta arqueológica de Riopar (Jordán y Noval, 2002) y en algunos
hallazgos de arte rupestre en la zona de Los Batanes de Alcaraz, al sur de Masegoso,
estudiados por J.M. Pérez Burgos (1996).
Por su parte, más al norte, hemos de citar los estudios efectuados sobre los
yacimientos del Bronce que constituyen las morras del Quintanar de Munera que,
instaladas con sus impresionantes edificios y murallas en un paisaje similar a nuestra
área de investigación, fueron estudiadas originalmente por E. García Solana (1966), y los
trabajos realizados sobre el extenso yacimiento de la colonia romana de Libisosa
(Lezuza) (Sanz, 1989; Uroz, 2002).
Sin embargo, el espacio geográfico concreto donde se localiza la nueva estación
rupestre permanece virgen para la investigación, debiendo culpar, quizás, de este vacío a
la fragosidad y el aislamiento que lo caracterizan. Parece confirmase, una vez más, que
los “prospectores” escasean cuando el paisaje impone su realidad.
II. LOCALIZACIÓN Y ESPACIO GEOGRÁFICO.
La estación rupestre se sitúa en el entorno inmediato de la laguna llamada del
Arquillo, a unos 500 mts. al norte de la misma, en un estrechamiento natural entre
peñas que existe en el cauce del arroyo homónimo, en la margen derecha. La cota de
altitud a la que se encuentran las pinturas es de unos 970 m.s.n.m.
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El espacio geográfico que
consideramos, que merecería una
exploración posterior, además de una
prospección intensa, abarca desde el río
Pesebre o del Arquillo, que nace de la
dicha laguna del Arquillo, al oeste, hasta
el río Masegoso, al este, especialmente
en el tramo de la aldea del Ituero. Y
desde el río Jardín, al norte, hasta la
citada laguna, al sur. Todos estos
cursos de agua se inscriben, por tanto,
en la cabecera del río Júcar.
Se trata de un paisaje de lomas redondeadas y suaves pendientes, cubierto por
una vegetación de bosque mediterráneo en el que, junto a especies variadas de matorral,
sobresale la presencia de especies de porte arbóreo como el pino o la encina.
III. LA ESTACIÓN RUPESTRE.
El frente rocoso en el que se localizan las pinturas está dividido realmente en tres
grandes alvéolos, con una roca caliza muy erosionada y alterada por los agentes
externos. Hasta mediados del pasado siglo XX aquel abrigo y otros colindantes
estuvieron ocupados por casas semi-rupestres de campesinos. Hoy en día todavía se
distinguen restos de muros anclados en el cingle, basamentos de construcciones en el
suelo y vestigios de hornos y alacenas que aprovechaban los nichos y las oquedades
abiertas en la roca. En efecto, en la orilla opuesta del arroyo del Arquillo, tanto alrededor
de la laguna, aguas arriba, como
en las cárcavas que se levantan
aguas abajo, aparecen restos de
viviendas troglodíticas que, al
menos, acogieron a una decena
de familias. La toponimia
corrobora lo observado sobre el
terreno: Cuevas de Arriba,
Cuevas de Enmedio, Cuevas de
Abajo. Dicho poblamiento rural,
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tanto el de la laguna, como el del arroyo y el vecino a la estación rupestre, ha
desaparecido hoy día por completo.
En su día existió también un batán, el
llamado Batán Viejo, justo a la salida del agua de la
laguna del Ojo Grande del Arquillo. Una nave
industrial abandonada y la infraestructura básica
para un camping que nunca inició su vida útil, son
otros restos humanos recientes.
La única presión humana en la actualidad es
la de turistas ocasionales que se aventuran hasta la
laguna y que, dada la localización topográfica de las
pinturas, desconocen por completo su existencia.
Hemos de advertir que los motivos pintados
se encuentran fuera de la altura normal del ser
humano, alojadas en una pequeña hornacina de
entre las varias que horadan el bloque rocoso, a
más de 4 metros de altura por encima del observador. Esto supone una dificultad
añadida a la hora de hacer las tomas fotográficas de las figuras.
Con una altitud de 970 m.s.n.m. y una orientación sur-suroeste, la pequeña
cavidad pintada presenta unas modestas dimensiones de apenas 0,75 m de anchura,
0,70 m de altura y una profundidad máxima de 0,80 m.
IV. DESCRIPCIÓN DE LAS PINTURAS.
Las representaciones ocupan toda la superficie útil del fondo de la concavidad,
formando un friso continuo de 0,60 m.
Abre el panel, por la izquierda, una magnífica representación de cervino que,
provisto de una cornamenta profusamente ramificada, exhibe un buen tratamiento de las
proporciones anatómicas. Orientado hacia la izquierda, manifiesta una clara actitud
estática, en la que no se insinúa movimiento alguno, como reseña el alineamiento en
paralelo de sus extremidades. Muestra unas dimensiones de 18 cm de ancho y 25,2 cm
de alto.
A escasos centímetros a su derecha vemos los restos de una figura, de la que
apenas apreciamos unos trazos verticales y un único trazo horizontal. Sin que queden
otros restos alrededor que pudieran haber pertenecido en su origen a la figura, nos
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recuerda mucho a aquellas figuras de arquero que sujetan en una de sus manos un
manojo de vástagos de flecha, aunque hemos de reconocer que la propuesta resulta
atrevida dada la falta de más evidencias. Mide 5 cm de ancho y 12 cm de alto.
El grupo más numeroso y compacto de figuras lo encontramos unos 20 cm a la
derecha de la figura anterior. Abre el panel por la parte superior una representación de
caprino, de muy buena morfología como denota el correcto tratamiento de los volúmenes.
Un trazo rectilíneo dispuesto sobre el dorso lo interpretamos como un venablo, dada su
proximidad a una figura humana que proponemos como arquero. Mide 18 cm de ancho y
11,2 cm de alto. A su lado, por la derecha, vemos la citada figura de arquero. Mal
conservada, sí documentamos parte de la cabeza, un solo brazo, la cintura escapular,
bajo la que se desarrolla un tronco de trazado filiforme, y las dos piernas, apenas
separadas. Aunque no se conserva resto alguno del supuesto arco, el hecho de que
tenga el brazo extendido hacia el frente, afrontado al caprino, y dada la presencia del
trazo lineal clavado en el cuerpo de éste, creemos que no resulta arriesgado caracterizar
esta figura como la de un arquero. Mide 12 cm de alto.
Debajo de la figura humana encontramos dos representaciones de animales de
formas distintas a las hasta ahora vistas. Frente a los modelos cuidados del cervino y el
caprino descritos, en éstos apreciamos formas más descuidadas, hasta el punto de que
de una de ellas no podemos precisar la especie de que se trata, aunque sin duda
pertenece al grupo de los pequeños rumiantes, mientras que en la otra, de nos ser por la
presencia de dos cortos trazos en la cabeza, que nos permiten adscribirla al grupo de los
caprinos, tampoco podríamos reseñar de que especie se trata. Asimismo, la más grande
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muestra una línea ventral muy marcada, que unido a una línea dorsal curvada, le otorga
un cuerpo excesivamente redondeado. La figura mayor mide 8 cm de ancho y 6,5 cm de
altura, mientras que la menor mide 7,5 cm de ancho y 3,7 cm de altura.
Cierra el panel, por la izquierda, una extraña figura geométrica que se asemeja a
un número “8”. Sus dimensiones son de 4,2 cm de alto.
Todas las figuras muestran un color rojo, si bien apreciamos diferentes
tonalidades que achacamos a una degradación diferencial del color base que, por lo
analizado, se corresponde, como referencia objetiva de comparación, con un Pantone
173 U.
El estado general
de conservación de las
pinturas es aceptable,
aunque en todos los
motivos hemos de
reseñar la presencia de
descamaciones de la
pintura, más acentuados
en la figura humana, sin
duda la más degradada
de todas, y en el caprino.
Por su parte, formaciones orgánicas de líquenes también han afectado a las
representaciones situadas en la parte más alta del panel.
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V. COMENTARIO.
El hallazgo de estas pinturas de la Laguna del Arquillo supone, como primera
consecuencia, la ampliación del área geográfica afectada por el horizonte cultural
levantino hasta sectores en los que no sospechábamos que pudiera haber
manifestaciones pictóricas de este estilo. Es cierto que, como hemos declarado en este
mismo trabajo, no podemos decir que se haya efectuado hasta el momento un trabajo
sistemático de inspección de todo el territorio, pero las búsquedas puntuales que hasta
ahora se habían realizado en estos sectores más norteños únicamente habían dado
como resultado el descubrimiento de pinturas de estilo esquemático, en concreto las del
Abrigo de los Batanes en Alcaraz (Pérez, 1996), la Cueva de la Graya en Yeste (Ibidem,
1996) y la Tenada de los Atochares, también en Yeste (Mateo y Carreño, 2001). Los
únicos testimonios que conocíamos de arte levantino se restringían a los pocos motivos
pintados en la Cueva del Niño de Ayna, sobre el curso del río Mundo.
Además, la importancia de esta estación rupestre como hito en estos lugares
norteños, se ve reforzada por el hallazgo de pinturas levantinas en la cercana cuenca del
río Guadalmena, aunque en un punto más sureño, próximo a la Sierra de Segura. En
concreto, las figuras de cuadrúpedos y la pareja de humanos del Abrigo del Arroyo de
Hellín, no sólo abren un nuevo frente de investigación, sino que constatan la existencia
de una nueva área de expansión del arte levantino en sectores que hasta el momento
creíamos vacíos de manifestación rupestre alguna.
Por el momento y hasta que eventuales nuevos descubrimientos nos lleven a
modificar nuestros postulados, dadas las características morfológicas de las
representaciones, somos partidarios de vincular estrechamente estos yacimientos
levantinos de la Cueva del Niño, del Arroyo de Hellín y de la Laguna del Arquillo, al
potente foco estructurado en torno al Alto Segura, que agrupa a un conjunto de más de
70 abrigos y que afecta a los municipios de Nerpio y Letur en Albacete, Santiago de la
Espada y Pontones en Jaén, y a Moratalla en Murcia (Mateo, e.p.). Las cabezas de
aspecto triangular de las figuras humanas, la desproporción entre un cuerpo demasiado
alargado con respecto a unas piernas muy cortas, o la estructura general de las figuras
de los animales, con un buen tratamiento general de las proporciones anatómicas, son
sólo unos pocos de los rasgos generales de este núcleo del Alto Segura.
En la evolución interna del panel de la Laguna del Arquillo creemos que podemos
establecer, al menos, dos momentos distintos de desarrollo, sin que podamos fijar, no
obstante, prioridad entre ellas dada la ausencia de superposiciones cromáticas. Una fase
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estaría integrada por la figura de cérvido, el cáprido mayor y la figura humana, con la que
el caprino conformaría una escena de caza, mientras que la otra etapa la definirían las
dos figuras de cuadrúpedo más pequeñas y los otros motivos, el que describimos en
forma de “ocho” y el otro indeterminado. La filiación de estos dos últimos a la segunda
fase la apoyamos en el tipo de trazo empleado, de mayor grosor que el utilizado en las
figuras del ciervo y la cabra, y similar al de estos otros animales.
La escena de caza, que definimos por la presencia de un trazo rectilíneo en el
lomo del animal y por los restos de pintura que apreciamos frente al humano, y que
debemos interpretar como fragmentos del brazo del mismo y de un eventual arco,
responde así al esquema general de las escenas de caza individual en las que un sólo
cazador se aproxima hasta su presa en clara actitud de disparo.
Mención especial merece la figura del ciervo, sin duda la más destacada, de
forma intencionada, por el artista levantino al proveerla de una cornamenta profusamente
ramificada.
El ciervo ha sido considerado en multitud de culturas, tal y como nos describe M.
Eliade (1985), como un animal psicopompo, conductor de almas, pero también como
heraldo de divinidades y guía trascendente de héroes primordiales.
Nuestra cultura ibérica prerromana ya lo representó como un animal que
participaba en determinados ritos de tránsito de los héroes o durante cazas, las cuales
eran alegorías del paso hacia la otra existencia (Jordán et alli, 1999). Sin duda, constituyó
un elemento básico en la religiosidad indígena y en los monumentos funerarios se le
observaba como animal guardián y protector de tumbas, además de guía de difuntos,
desde Lusitania hasta Celtiberia, según nos explica Blázquez (1983).
El general romano Sertorio, probablemente inspirado en relatos de los nativos de
Hispania, aseguraba que de una cierva blanca obtenía oráculos, con cuyos mensajes
conseguía sorprender la ingenuidad de sus leales, anunciando victorias militares
(Plutarco, XII).
Las ciervas en piedra halladas en las necrópolis ibéricas, por ejemplo en Caudete
y, quizás, en Cercado Galera, ambas en Albacete, nos están indicando un conjunto de
creencias funerarias en las que este animal alcanzaba un especial protagonismo como
ser apotropaico y como guía de los difuntos en su último tránsito (Chapa, 1980, 1986). En
efecto, otro cérvido estuvo posiblemente estuvo vinculado a la cámara funeraria de Toya
(Jaén). Y en el Museo Arqueológico de Sevilla, procedente de Osuna, se custodia un
relieve en el que una cierva amamanta a un cervato, a la vez que ella se alimenta de una
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palmera, alegoría del árbol de la vida y, en conjunto, expresión de la idea de fecundidad
cósmica que emana del ciervo como especie.
Mas esta serie de mitos tuvo que extenderse por todo el ámbito y mundo
euroasiático, ya que los hunos, como nos describe Jordanes, descubrieron el mundo que
existía más allá de sus pantanos gracias al seguimiento que hicieron a una cierva
desconocida, la cual reveló el paso que les conduciría fuera de las fronteras naturales de
sus ancestros. De modo similar, un ciervo guía al rey Arturo en los inicios de la búsqueda
del Santo Grial (Campbell, 1959).
En el Caldero de Gundestrup (Bergquist y Taylor, 1987; Tylor, 1992), el ciervo
aparece como elemento primordial de las escenas presididas por el dios Cernunnos,
quien se muestra acompañado de un ciervo y luce en su cabeza cuernas de dicho
animal. Y de las cuernas de ambos, del dios y del ciervo, brotan tallos vegetales, lo que
corrobora la unidad ciervo-árbol.
Pero es en la pintura rupestre esquemática y levantina de España donde el ciervo
es protagonista de numerosas escenas que, en apariencia son de caza, pero que pueden
interpretarse como alegorías de valores trascendentes o como elementos básicos de
rituales chamánicos.
Consideramos decepcionante que en la historiografía española obras como la de
R. Grande del Brío (1987) hayan pasado casi desapercibidas, acaso porque plantea
análisis desde la antropología cultural, como detallaba F. Jordá en la introducción que
realizaba a un libro suyo.
Mas nosotros estamos convencidos de que, en efecto, determinadas escenas no
se pueden explicar ya, simplemente, desde las perspectivas de la caza o de las
relaciones sociales y económicas. Así ocurre, por ejemplo, con el magnífico ciervo con
árbol del Abrigo del Barranco de Estercuel, en Alacón (Teruel) (Beltrán y Royo, 1994), en
el que ambos contribuyen a que dos chamanes se encaramen a una bolsa donde pululan
varias seres esquemáticos, acaso almitas (Jordán, 1998), por más que algunos
investigadores porfíen, legítimamente, en no rebasar la tenue línea de antropología. O
bien, tal y como ocurre en la cuenca del río Zumeta, las cuernas del ciervo son símiles de
las ramas del árbol primordial (Jordán, 2001; Mateo, 2003). Además, ramas y cuernas
caen y renacen en el resurgir cíclico de las estaciones, por lo que es posible que aquellos
ancestros establecieran una muy íntima vinculación entre el ciervo y el árbol.
Del mismo modo, las extraordinarias escenas del Abrigo del Milano de Mula
(Murcia) o del Arroyo Hellín en Chiclana de Segura (Jaén), delatan la existencia de mitos
en los que una pareja humana, hombre y mujer, brotan del cuerpo de un ciervo.
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Probablemente están narrando tutelas espirituales o surgencias de divinidades de la
caza.
Igualmente, los toros-ciervo de la Cueva de la Vieja (Alpera, Albacete) o del
Monte Arabí (Yecla, Murcia), creemos que están indicando un viaje de carácter
chamánico, ya que en la primera de ellas un arquero con penacho de plumas, que coge
arco y flechas de forma ritual, por los extremos y hacia arriba, levita sobre las cabezas de
los animales guía, los cuales le conducen o le impulsan en su vuelo extático.
Hace algunos años, F. Jordá (1976) ya realizó un amplio análisis de la figura del
toro en la pintura rupestre postpaleolítica española. Creemos que fue una idea muy
acertada el escoger una especie animal y desentrañar sus posibles significados para la
mentalidad de nuestros ancestros cazadores y recolectores de serranía (Ayala y
Jiménez, 1997/98). Esta muy modesta aportación nuestra ha pretendido rendir homenaje
al que consideramos gran maestro en la interpretación de esta manifestación del espíritu
humano.
Como comentábamos al principio, siguiendo con fidelidad a M. Eliade (1978), el
ciervo es un animal psicopompo en numerosas culturas (Viñas y Saucedo, 2000), y guía
en el difícil tránsito hacia existencias trascendentes. La renovación anual y constante de
sus cuernas, es metáfora perfecta de la permanente creación, de la renovación
inextinguible de la existencia (Browm, 1994). El análisis que hace J.E. Browm (1994) del
Uapití, del ciervo, es interesante, ya que es considerado como animal de nobles virtudes
tales como fuerza, generosidad, valentía, defensa del grupo, pero también es alegoría del
vigor sexual y de la fecundidad de la vida.
Asimismo, la propia estructura de las defensas del ciervo, vistas de frente,
sugieren a la vez el recuerdo del sexo femenino y del sexo masculino, lo que le podría
conferir al ciervo, en efecto, un magnífico carácter de androginia y de guía de hombres
(Chevalier y Gheerbrant, 1986), ya que la separación de los candiles del ciervo en forma
de abertura oval, de cadera o de lira, simbolizaría el principio femenino; el masculino es
fácilmente deducible de los citados candiles, que a su vez son alegoría de la elevación
espiritual, figuración de los rayos del poder celeste, de la potencia física y espiritual, y de
la sabiduría (Guènon, 1969).
Durante el Paleolítico Superior encontramos diversas pinturas en cavernas con
seres humanos en cuyas cabezas lucen cuernas de ciervos (Maringer, 1962), con un
evidente carácter sacral, salvo que pensemos únicamente en camuflajes de cazadores
para abatir los animales de cuya apariencia se disfrazaban, hecho relativamente
frecuente en las culturas primitivas. Pero la presencia de seres híbridos creemos que
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puede representar aquel estado primordial de la creación en la que existió una
comunidad entre seres humanos y animales, en los que era posible hablar entre ellos y
entenderse (Patte, 1960). Mas los seres híbridos pueden significar otras muchas cosas:
entre los primitivos australianos, los venerables ancestros que originaron la especie
humana; o bien brujos y chamanes en sus rituales.
Tales circunstancias creemos que pudieron existir entre los habitantes de las
serranías del mediterráneo español, tanto para la mentalidad de los cazadores y
recolectores del arte levantino-naturalista del Mesolítico de la península Ibérica, como
para los primeros agricultores del arte esquemático. Quizás una de las mejores escenas
del arte rupestre naturalista español donde mejor se aprecia la cualidad de animal guía
del ciervo es en la Cueva del Tío Garroso de Alacón (Teruel), en el panel I, donde un
magnífico ciervo macho es seguido de cerca por un no menos espectacular cazador con
tocado globular, quien porta una especie de arma arrojadiza, abiertas sus piernas en
horizontal.
Aunque son las orientaciones emanadas del gran maestro e historiador de las
religiones, M. Eliade, la lectura de M. Gimbutas (1991), cuyas aportaciones inciden
directamente en la arqueología, corroboran lo indicado. Para esta arqueóloga que fue
catedrática de la UCLA (University of California, Los Ángeles), el ciervo es uno de los
animales que mejor se asimilan a la regeneración de la vida. El crecimiento de sus
cuernas, anual e invariablemente permanente, constituyó un poderoso estímulo para los
agricultores del Neolítico, quienes veían en él una promesa perfecta y fecunda de la
capacidad de la Naturaleza para ofrecer siempre su fecundidad en frutos, crías y
productos diversos, brotados directamente de su seno maternal.
VI. LA PROSPECCIÓN DEL ENTORNO INMEDIATO.
A la vez que realizábamos el estudio de la nueva estación rupestre de arte
levantino, dedicamos también parte de nuestro esfuerzo a la prospección intensiva del
entorno, con el fin de proporcionar un marco cronológico y poblacional al hallazgo.
Procedimos primero a la exploración de las covachas y cingles que se erigen
inmediatamente al este de la laguna del Arquillo, con resultados negativos.
Posteriormente, remontando las cimas de las colinas, alcanzamos el vallejo del Calderón
de las Torcas, explorando las covachas y las rocas solitarias que en él se yerguen. Los
resultados fueron también negativos.
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Asimismo, se observaron con detenimiento las moles rocosas desprendidas de
los cingles que aparecían dispersas en diversos puntos a lo largo del cauce del arroyo del
Arquillo. Los trabajos resultaron estériles en lo que se refiere tanto a pintura rupestre
como a restos líticos, cerámicos o de otra índole propios de una cultura material.
Mayor fortuna alcanzamos en una especie de lengua de tierra o península que se
adentra en la parte media de la laguna del Arquillo. Se observaban con nitidez tres
promontorios que mostraban signos de ocupación humana. El central y más prominente
medía unos 25 m de diámetro máximo y unos 12 m de diámetro menor. Su altura
respecto al suelo de alrededor era de unos 2 m. Constatamos la existencia de restos bien
consolidados de muros hechos con mampostería y magníficamente conservados,
dispuestos en elipses concéntricas. Algunos mínimos fragmentos cerámicos, con
bruñidos de no muy buena calidad y desgrasantes muy gruesos, manifestaban la
presencia de un interesante poblamiento humano, creemos que al menos desde el
Calcolítico, semejante al de los yacimientos lacustres de El Prado de Jumilla, datado
circa de un 2200 a.C. (Walker y Lillo, 1984; Molina y Molina, 1979), y de la Fuente de
Isso, en Hellín (Jordán, 1992).
Por otro lado, no es en modo alguno descartable, sin embargo, la aparición en
este punto estratégico de una modesta motilla del Bronce Inicial, fechable en un 1800
a.C., aproximadamente, como la de Azuer, semejante a las varias que se han
documentado en torno a las cercanas lagunas de Ruidera y en otras zonas de almarjales
del Alto Guadiana (Fernández et alli. 1990; López y Fernández, 1990) y que pertenecen
al llamado Bronce de La Mancha (Jordán, 1993/94; Martínez, 1988; Simón, 1987).
Llegado a este punto, se hace necesaria la excavación del yacimiento para determinar la
caracterización cultura exacta del mismo.
De cualquier forma pensamos que la localización de la motilla del Arquillo,
inmersa en la propia laguna, se debió justificar por razones puramente económicas,
relacionadas con las actividades de pesca fluvial, así como por la provisión de pastos
estivales al ganado de ovejas y cabras de sus pobladores, y por motivos defensivos.
Aunque sería necesario un estudio geológico que confirmara nuestras sospechas, es
posible que aquella motilla aprovechara una isla en medio de la laguna y que posteriores
procesos erosivos y de colmatación la unieran y formaran la actual península. El
yacimiento de El Acequión (Albacete) se sitúa, en efecto, dentro de una laguna, lo que
llevó a Martínez Santa Olalla (1951) a clasificarlo como un auténtico poblado palafítico,
con una cronología inicial que estaría sobre el 2100 a.C., aproximadamente (Martín,
1983).
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En la propia covacha con pinturas, en la parte izquierda de la misma, en una
repisa situada inmediatamente debajo y a la izquierda de las figuras levantinas, apareció
abandonado un canto rodado con evidentes muestras de haber sufrido desgaste por uso
en uno sólo de sus extremos. En efecto, en dicho punto se aprecian erosiones
producidas por un martilleo continuo, pero no brutal o extremadamente fuerte. Sin que
podamos descartar que su presencia en la cueva sea de un periodo más o menos
reciente, dadas las características morfológicas de la cavidad, el desconocimiento
popular de la existencia de pinturas en el lugar y las dificultades físicas para poder
acceder sin los medios adecuados hasta la base de las pinturas y el punto donde se
localizó este canto pétreo, no descartamos tampoco la posibilidad de establecer una
filiación del mismo con los propios grupos que allí pintaron. ¿Podría tratarse de un
triturador de pigmentos abandonado por los artistas levantinos? Las medidas del guijarro,
de color pardo, son de 99 mm x 90 mm.
Otro hallazgo relativamente importante producido en los últimos días de nuestros
trabajos de campo, aunque sujeto a una necesaria excavación, se produjo en la cabecera
del arroyo de Masegoso, al norte de la aldea de Ituero, en una enorme covacha de más
de 50 m de amplitud de boca que se abre en la margen izquierda de dicho caudal.
Aquella cavidad horadada en un farallón ha sido utilizada hasta ahora como redil de
cabras y ovejas. Entre la masa de estiércol que alfombra el suelo de la covacha
encontramos diferentes lascas de sílex, pero no cerámica, que a falta de un estudio más
detallado podrían acaso ser atribuidas a un período epipaleolítico o ya neolítico, pero sin
mayores precisiones debido al carácter de prospección de la tarea realizada y al caos allí
reinante de basuras, enseres rotos y ruinas. Los restos recuperados en superficie son:
pieza 1: lasca incompleta de sílex gris. 24x17 mm.
pieza 2: lasca medial, fragmento, de lámina sin retoque, de sección triangular, de sílex
gris y desilificado. 22x18 mm.
pieza 3: lasca incompleta de sílex gris. 18x17 mm.
pieza 4: lasca incompleta de sílex grisáceo. 26x17 mm.
pieza 5: lasca distal, fragmento, con retoque simple y monofacial, de sección losángica,
de sílex gris. 17x16 mm.
pieza 6: lasca con retoque simple, profundo y bifacial, de sección triangular, bícroma
(marrón y blanco), con el córtex en el dorso y brillo de uso. 22x17 mm.
pieza 7: Lasca proximal y medial, fragmento, de sílex blanquecino. 22x16 mm.
pieza 8: lasca con retoque simple, profundo y bifacial, de sílex acaramelado con manchas
blancas, con brillo de uso, de sección triangular y córtex en el extremo distal. 21x17 mm.
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pieza 9: lasca lateral, esquirla, de silex rojizo y acaramelado. 16x9 mm.
Las piezas presentan talones lisos, tanto las lascas como las láminas y hubo
percutor duro. Predominan los fragmentos mediales. Los restos de brillo de uso delatan la
existencia, al menos, de recolección de cereales. Probablemente fueron piezas
destinadas a ir engarzadas en una hoz de madera; la presencia de córtex en las piezas
que evidencian señales de uso, corroborarían esa impresión.
La cronología, empero, dado el carácter de prospección, la escasez de la muestra
y lo fragmentario de las lascas, nos resulta muy imprecisa: desde un Epipaleolítico a un
Neolítico, si bien la tendencia microlítica de las piezas posiblemente nos está indicando
un Neolítico antiguo o inicial.
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