Las Flores Del Engaño

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1 LAS FLORES DEL ENGAÑO CONSUELO MARIÑO

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LAS FLORES DEL ENGAÑO

CONSUELO MARIÑO

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TITULO: LAS FLORES DEL ENGAÑO

AUTORA: CONSUELO MARIÑO CANCHAL

COPYRIGHT: CONSUELO MARIÑO CANCHAL

I.S.B.N.: 84-95671-01-8

DEPOSITO LEGAL: SA-21-2001

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a reunión había resultado satisfactoria. Las negociaciones habían sido duras y los informes habían llevado mucho tiempo y trabajo elaborarlos con precisión. No había sido fácil convencer a los dueños de la fábrica de repuestos de

camiones que se la vendieran en el precio que él había fijado. Al final, su experiencia, tenacidad y alguna que otra concesión le habían llevado al éxito de esa empresa. - Tienes paciencia y temple, Lucas, siempre lo dije. Enseguida captaste los sentimientos del viejo y le tocaste la fibra más vulnerable. rió débilmente. Conocía la táctica que había que seguir en los negocios y también conocía bastante bien a las personas. No en vano se había visto obligado desde pequeño a tratar a gente de muy variados caracteres y humor voluble. Por su propio bienestar y el de su hermano no tuvo más remedio que aprender a tratarlos con inteligencia y cautela, procurando adelantarse siempre al contrincante. Nada enseñaba tanto ni agudizaba tan astutamente los sentidos como la necesidad. La vida era dura y el instinto de supervivencia terminaba por espabilar a los que tenían un mínimo de sentido común y de ambición.

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- No soy tan intuitivo; simplemente, tengo mucha experiencia en el trato con la gente. No olvides que empecé a trabajar duramente a los 16 años -le recordó a su amigo mirándolo de reojo. A esa edad cualquier adolescente es considerado aún un crío, incapaz de vivir sin el abrigo del manto de sus padres y mucho menos de ganarse la vida. Desgraciadamente, él no tuvo tantas oportunidades. Su acompañante se echó a reír mientras palmeaba a Lucas en la espalda. - ¿Olvidarlo? Dios santo, si no llego a tener la suerte de que te cruzaras en mi camino, a estas alturas estaría muerto. - No exageres; tampoco fue para tanto. - Ya sé que te da apuro hablar de ello, pero nunca te agradeceré bastante lo que hiciste por mí. Lucas dirigió sus expresivos ojos castaños al frente, con la mirada perdida, mientras su mente volvía atrás en el tiempo. Le resultaba doloroso recordar su infancia. Su hermano y él se habían quedado sin padres siendo unos niños. Su abuela materna los había recogido, muriendo también demasiado pronto. Enviados a un Hogar Infantil, nunca fueron adoptados. Los matrimonios que deseaban adoptar niños querían bebés, no dos hermanos de cuatro y seis años. Jamás conocieron un hogar, añorándolo siempre y envidiando a los niños que tenían padres. Con una facilidad que a todos los empleados del Centro sorprendió, hicieron el bachillerato. Luego trabajaron en diferentes oficios, hasta que a los veinte años, Lucas entró a trabajar como camionero en una empresa de transporte, aprendiendo a manejar todo tipo de vehículos y a repararlos cuando se estropeaban. A los veinticinco años compró con el dinero ahorrado duramente su propio camión. El vehículo estaba para el arrastre, útil

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prácticamente sólo para chatarra. Con habilidad y un conocimiento de la mecánica fuera de lo común, Lucas consiguió arreglarlo y ponerlo en funcionamiento. Fue entonces cuando se le ocurrió la brillante idea que lo había convertido en millonario a sus 32 años. Decidió dedicarse a la compraventa de camiones de segunda mano. Ese negocio le había llevado posteriormente a otros, como eran gasolineras y una cadena de restaurantes de carreteras. Ahora había conseguido su último sueño: comprar a un precio razonable una de las empresas más prestigiosas de Valladolid, la ciudad donde Lucas Riolobos había nacido y donde vivía. - Han sido momentos de tensión hasta que los dueños plasmaron por fin sus firmas en las escrituras -comentó Antonio Cubán, el hombre de confianza de Lucas Riolobos. - Sí, y de hecho estoy muy cansado, agotado de discutir los términos más convenientes para todos -reconoció Lucas desabrochándose la corbata-. Ven, sentémonos un momento en el parque. Necesito respirar aire puro y relajar los nervios. Ambos tomaron asiento en uno de los bancos de madera y observaron divertidos los juegos de los niños. - Mi hermano y yo jugábamos muchísimo cuando nos sacaban al parque -recordó Lucas con triste nostalgia-. Solíamos ganar al fútbol a los otros niños. Víctor era un portero magnífico y yo metía unos golazos de campeonato. -Ambos hombres se echaron a reír, sin dejar de mirar a los críos que correteaban a su alrededor, con toda la inocencia y el candor de la infancia. Lucas vagó su mirada de un lado a otro, observando los árboles, las flores plantadas en los cuidados setos y a las personas que paseaban despacio y sin prisas por los senderos del parque. Él nunca había dispuesto de mucho tiempo para disfrutar. Primero la responsabilidad de su hermano, luego el necesario y duro trabajo para ganarse la vida, y finalmente la extenuante carrera de los negocios. Estaba satisfecho de todo lo que había conseguido con su

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trabajo. No obstante, a veces lo envolvía la nostalgia de no haber vivido la infancia y la juventud que todo el mundo merecía. - Ha sido un gesto muy loable que te hayas comprometido a mantener a todos los trabajadores de la empresa. Antonio Cubán no olvidaba que un despido por reajuste en la plantilla de la empresa donde trabajaba cuando tenía 35 años lo había llevado al paro, a la bebida y al posterior abandono de su mujer. Lucas Riolobos, un crío entonces de veinte años, lo había cogido en auto stop cuando conducía uno de los camiones de la empresa para la que trabajaba. En esos momentos, Antonio se hallaba bebido y al borde de la desesperación. Compadeciéndose de él lo había ayudado, llevándolo a la pensión donde él se alojaba. Con paciencia y brindándole desinteresadamente su amistad, lo había sacado de la bebida y le había buscado un trabajo en la empresa donde trabajaba. Tan pronto fundó su propia empresa, se lo llevó con él. Lucas lo consideraba un hombre trabajador y con una brillante inteligencia natural. Sus consejos habían sido siempre certeros, y su lealtad era absoluta. - No soy una institución de caridad, ni mis motivos son siempre tan altruistas, pero mientras sea posible, procuro mantener al personal en su sitio. También sabía que comprometiéndome a eso conseguiría lo que quería del vendedor -admitió con franqueza-. Ese hombre es un empresario de los de la vieja escuela, de los que protegen a sus empleados y ayudan a sus familias. Nunca habría firmado el contrato de venta si yo hubiera sugerido algún tipo de despido. Un balón llegó repentinamente hasta sus pies, interrumpiendo la conversación entre los dos hombres. Lucas lo cogió y observó risueño al niño, de unos tres años, que corría para recogerlo. Conforme el crío se acercaba, Lucas lo miró con más detenimiento, estudiando, atónito, cada uno de sus rasgos. Cuando

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el niño llegó hasta ellos, los dos hombres se miraron con una extraña expresión. - ¿Estás pensando lo mismo que yo? -preguntó Antonio con un cierto nerviosismo. Lucas asintió en silencio, sin despegar sus ojos del rostro del crío. - Es idéntico a mi hermano. Es de lo más curioso que haya personas que se parezcan sin que exista ninguna relación entre ellos. Lucas sonrió al pequeño y le preguntó su nombre. Se llamaba Rafa, contestó con bastante claridad. No lograron entender el apellido. Antes de que los dos hombres pudieran hacerle más preguntas, una señora de mediana edad lo llamó y el crío acudió corriendo a su encuentro. - Después de ver a ese chiquillo, me he convencido de la teoría que explica que todos tenemos un doble en alguna parte del mundo. Lucas seguía contemplando reflexivo al niño llamado Rafa, que en esos momentos se alejaba con su abuela. - A no ser que la semejanza entre ese crío y mi hermano no se trate solamente de un simple parecido. Antonio se giró bruscamente y lo miró con los ojos muy abiertos. - ¡Por Dios, Lucas!, pero ¿qué dices? ¿Insinúas que pueda tener algún parentesco sanguíneo? - ¿Por qué no? Ya sabes lo mujeriego que es mi hermano. Si en alguna de sus aventuras no ha tenido la suficiente precaución... claro que en ese caso me resultaría extraño que la mujer no se hubiera aprovechado de la situación -añadió con cinismo. Antonio levantó una ceja y lo miró con picardía. - El niño se parece a tu hermano, pero también puede ser tuyo. - Te aseguro que no -saltó él con rapidez-. Mis aventuras han sido más bien escasas, y nunca tan alocadas como las de Víctor.

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Cuando me decido a salir con una mujer soy muy cauto. Difícilmente me atraparían con artimañas de ese tipo. Su ayudante movió la cabeza en un gesto afirmativo. Sabía que lo que decía su amigo era verdad. Siendo muy joven se había enamorado y había sufrido una gran decepción cuando la chica le dejó y olvidó todas sus promesas en cuanto conoció a un hombre con una posición económica mucho mejor que la que Lucas tenía en esos momentos. Desde entonces no confiaba en las mujeres. Ahora le perseguían e incluso algunas le acosaban con descaro. Lucas lo soportaba con buen humor, respetándolas y mimándolas si alguna le interesaba un poco más. Sin embargo, en ningún momento les hacía concebir falsas expectativas ni esperanzas sobre una posible relación a largo plazo. - Sí, es cierto -contestó Antonio, apesadumbrado-; yo diría que eres... demasiado precavido. Tienes 32 años, varios negocios firmemente consolidados y mucho dinero. ¿No crees que ha llegado el momento de que busques una buena mujer y te cases? Si no tienes herederos, ¿a quién le dejarás todo lo que has levantado con tanto esfuerzo? Era una buena pregunta, pero Lucas no tenía dudas al respecto. En el fondo, la idea de formar una familia le agradaba a todo el mundo. La cuestión era con quién. Consideraba bastante difícil encontrar a la persona idónea, a la mujer que lograra conmover su corazón. Hasta esos momentos nadie lo había conseguido, y para colmo, la única experiencia que pudiera asemejarse a un noviazgo, fue nefasta. Ese golpe, asestado en pleno núcleo de su joven corazón, lo curó para siempre de los males de amores. Nunca volvió a plantearse una relación en serio. Lucas estaba convencido de que no valía la pena. - A mis sobrinos -contestó sin titubear-. Por eso insisto para que mi hermano forme una familia. Como sabes, el matrimonio no entra en mis planes.

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El fiel ayudante hizo un gesto de impaciencia. Él no había tenido suerte en su matrimonio, pero había conocido el amor. Antonio seguía pensando que, a pesar de los posibles altibajos y desilusiones, no había nada comparable. - Tu hermano... ¡Menudo juerguista...! Y ahora que le has ayudado a montar las dos discotecas en Madrid... todavía peor. Si antes trasnochaba, supongo que ahora no verá la luz del sol. Antonio tenía razón, pero a Lucas no le importaba: quería a su hermano de todas formas. Aunque se llevaban solamente dos años, él siempre había ejercido su responsabilidad de hermano mayor y había cuidado de Víctor. Lucas había trabajado para los dos y le había obligado a estudiar. Aprovechando los conocimientos y los libros de su hermano, Lucas también logró sacarse algunos títulos relacionados con la empresa. Empezar desde abajo y el trabajo exhaustivo le habían dado mucha más experiencia que los estudios. Por otra parte, también sabía que ciertos conocimientos sólo se adquirían en los libros. - Víctor es así: alegre, vital, sociable... Le gusta disfrutar de la vida y eso no es ningún pecado. A pesar de no haber disfrutado de un hogar ni de unos padres, Víctor Riolobos, al amparo de su hermano, siempre había sido un muchacho feliz. La soledad de su infancia, que su hermano arrastraba con amargura, no había dejado secuelas en él. Lucas, en cambio, miraba al mundo con rencor, como si todos fueran culpables de su desgracia. Su triste infancia y dura vida le habían convertido en un hombre serio, introvertido y bastante escéptico. Durante su primera juventud había tenido esperanzas e ilusiones, siendo una de ellas fundar una familia para proporcionarle a sus hijos todo lo que él no pudo tener. Una cruel desilusión acabó con sus perspectivas. Ya no deseaba un hogar. Los negocios eran el centro de su vida. Sus ambiciones estaban colmadas con el éxito de sus empresas y el dinero que éstas le proporcionaban. Estaba

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convencido de que las mujeres le perseguían por su dinero, importándoles un rábano su persona. Pensaba con cinismo que si aún fuera camionero, no tendría tantas admiradoras. - Hay que reconocer que su optimismo es contagioso y que lleva de maravilla los negocios... nocturnos -afirmó Antonio con reticencia-. Es la clase de vida que a él le va. Lucas miró al cielo suspirando. - Está satisfecho y parece feliz. Eso es lo más importante. - Tú también tienes motivos para serlo... - Yo únicamente tengo lo que quiero y por lo que he luchado. No deseo nada más. Antonio miró a su amigo con una cierta desazón, lamentando que la decepción y la oscuridad siguieran instalados en el corazón de un hombre tan válido. Las maletas estaban preparadas en la puerta. Elisa Yuste se despedía emocionada de su pequeño hijo, de sus padres y de su hermana. Actriz de vocación, Elisa había conseguido entrar a formar parte de una compañía de teatro de Madrid. Habían representado una obra del Siglo de Oro con bastante éxito, y ahora marchaban a Sudamérica para una gira de un año. Le había costado decidirse a dar el paso de alejarse tanto tiempo de su familia, especialmente de su hijo, pero su hermana la había convencido de que si quería progresar en su carrera de actriz, no podía rechazar buenos papeles. - Me tranquiliza que estés aquí, Marta -le decía a su hermana-. Aunque papá y mamá no son mayores y aún están muy bien, los dos trabajan. Si bien estoy segura de que encontrarás enseguida un buen empleo, eres joven y podrás ayudarlos fácilmente con el niño -manifestó agradecida-. Ha sido una suerte que decidieras volver a España justamente ahora. Marta abrazó a su hermana afectuosamente.

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- Los ocho años que he pasado en Londres han sido muy agradables y productivos profesionalmente, pero ya era hora de volver. Me hace muy feliz servirte de ayuda, y no hay nada que me apetezca más que cuidar de Rafa. - Me angustia un poco irme por tanto tiempo... - No puedes perder esta oportunidad -la animó Marta-. El director de la compañía ha valorado tus méritos y no debes defraudarlo. ¡Demuéstrales a todos lo buena actriz que eres! Sus padres la despidieron con lágrimas en los ojos. Oriundos de Tordesillas, vivían en Valladolid desde que ambos aprobaron las oposiciones de Magisterio y decidieron establecerse en la ciudad del Pisuerga. Ninguna de las dos hijas se había inclinado por la profesión de los padres. Ambos lo entendieron, aunque les costó asimilar que su hija pequeña eligiera una profesión tan alejada de su mentalidad y forma de vida como la de actriz. Hacía tiempo que lo habían aceptado y estaban contentos; Elisa era feliz en el mundo del teatro y eso era lo importante. - Ten cuidado, hija, y llámanos con frecuencia -le pidió su padre abrazándola. Su madre la besó con cariño y le cogió al niño, que todavía sostenía Elisa entre sus brazos, como si le resultara imposible apartarse de él. - Nosotros también te escribiremos y te enviaremos fotos de Rafa. Vete tranquila, cariño -agregó acariciándole suavemente la cara-, tu hijo no te olvidará. - Rafa se queda con su familia y estará muy bien; te prometo que le hablaremos de ti constantemente -le aseguró Marta abrazándola de nuevo. A partir de ese día, Marta Yuste se dedicó a su sobrino en cuerpo y alma. Adoraba a ese niño. No solamente porque era hijo de su hermana, sino también porque sentía una cierta congoja de que se

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criara sin padre. Elisa era madre soltera y ella, como hermana mayor, percibía que debía protegerlos a los dos. Había estudiado y trabajado en Inglaterra durante varios años, habiendo ahorrado lo suficiente como para no tener prisa por encontrar trabajo. Marta ejercía a diario la función de madre, permitiendo sólo a sus padres que sacaran a Rafa al parque un rato por las tardes. Elisa y Juan José Yuste disfrutaban de su nieto y lo paseaban con orgullo, olvidados ya del amargo trago que supuso para ellos el embarazo inesperado de su hija. Elisa nunca quiso revelar el nombre del padre. Al parecer, cuando se dio cuenta de que estaba embarazada, el padre de su hijo y ella ya habían roto. No había vuelto a tener contacto con él, y desde que supo que estaba en estado, decidió criarlo ella sola con la ayuda de su familia. Hacía dos semanas que Lucas Riolobos había estado en el parque donde había conocido al pequeño que se parecía a su hermano. Las reuniones de negocios y muy especialmente las negociaciones y la posterior compra de la fábrica de repuestos de camiones, lo había mantenido muy ocupado. No obstante, Lucas no había olvidado al crío y se había propuesto volver al parque. Antes de hablar con su hermano quería ver de nuevo al pequeño y asegurarse del parecido que tanto le había llamado la atención. ¿Sería posible que ese niño fuera sobrino suyo? Tenía que averiguarlo. Teniendo en cuenta la escasez de descendientes en su familia, era primordial que no se perdiera un nuevo miembro. Estaban en marzo y aún hacía bastante frío. Vestido con ropa deportiva para pasar desapercibido, Lucas paseó por el parque observando a los niños. Deambuló durante un rato tratando de reconocer al crío que se parecía a Víctor. Para su desilusión, no lo localizó. Hizo tiempo sentándose en un banco mientras leía el periódico, esperando que los abuelos aparecieran con el niño, pero

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fue en vano. Quizás hacía demasiado frío y lo habían mantenido en casa. Al día siguiente volvió y tampoco lo vio. Sus ojos escudriñaron detenidamente cada uno de los niños que correteaban y jugaban en los columpios, pero el que él buscaba no aparecía. Tuvo que ausentarse durante tres días, al cabo de los cuales retomó sus paseos por el parque hasta que consiguió dar con el pequeño. Sus ojos se iluminaron al verlo, recuperando la esperanza que había empezado a perder. Aquello parecía una cruzada un poco absurda, pues fácilmente ese crío podría no tener absolutamente nada que ver con su familia. Aún así se sintió contento de haber descubierto al pequeño. Si los unía un lazo de parentesco, ellos tendrían derechos sobre él, derechos que habría que reclamar inmediatamente. Sentado en el banco de enfrente, Lucas lo observó disimuladamente, convenciéndose una vez más del enorme parecido entre ese niño y su hermano. Miró a los abuelos y también los examinó. Tendrían cincuenta y tantos años, calculó él, y de apariencia agradable. Trataban al niño con cariño, disfrutando enormemente de los juegos y de las ocurrencias del crío. Al día siguiente, en cuanto Antonio entró en su despacho, Lucas dejó los informes en los que estaba trabajando y miró a su ayudante con expresión ansiosa. Le había dado muchas vueltas durante toda la noche y había decidido investigar a fondo. - ¿Conoces a algún detective privado? La perplejidad se reflejó automáticamente en las facciones del hombre, ignorando por completo a lo que se refería su amigo. - ¿Un detective privado? ¿Es que no te fías de Anabel y quieres hacerla seguir? Lucas se echó a reír. La deducción de su amigo era bastante lógica, pero ni Anabel, la mujer con la que salía con frecuencia, ni ninguna de las otras mujeres con las que había tenido cortas

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aventuras, le interesaban lo suficiente como para tomarse la molestia de contratar a un detective. - Veo que la televisión influye mucho en tu imaginación -contestó divertido mientras se apoyaba indolentemente en el respaldo del cómodo sillón-. Se trata del niño que vimos en el parque. He vuelto a verlo y el parecido es llamativo. He pensado mucho en ello y he decidido averiguar la verdad. Antonio también había pensado en ello, terminando por descartarlo. Realmente, le parecía absurdo sacar conclusiones tan peregrinas de un simple parecido, que muy juiciosamente debía de considerarse simplemente como una coincidencia. No podía ser que ese muchacho, por muy alocado que fuera con las mujeres, no se hubiera enterado de nada. - Tú sueles ser muy práctico, Lucas. ¿No crees que lo que te propones es una pérdida de tiempo y dinero? -preguntó con tono de reproche. - El detective invertirá su tiempo en ese trabajo y cobrará por ello. Yo lo pagaré con gusto. Si no hay parentesco sólo habré perdido un poco de dinero, y si lo hay habré hecho un descubrimiento vital en nuestras vidas, puesto que habré encontrado al hijo de mi hermano, a mi sobrino, quizás nuestro único descendiente, el heredero de todo lo que hemos creado con nuestro propio esfuerzo. Antonio lo miró sorprendido. Lucas estaba poniendo sus esperanzas de descendencia en una quimera, en una coincidencia que podía desvanecerse en la nada. La determinación de Lucas parecía perseguir un fin que Antonio no deseaba. Él quería que Lucas fundara su propia familia, no que contara solamente con la de su hermano. Su inteligencia, honestidad y buenos sentimientos se merecían el amor profundo de una buena mujer. No era justo que vagara por la vida solo, sin el calor y el cobijo de un hogar.

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- ¿El heredero? ¿Es que das por hecho que ni tú ni tu hermano tendréis hijos? - Mi hermano y yo hemos sufrido la ausencia de un hogar. Yo sólo tendría hijos dentro del manto protector del matrimonio: es lo que todo niño se merece. Como sabes, eso queda descartado. No creo en el amor, y mucho menos en el amor eterno. De ninguna manera me compensaría cargar con una mujer toda la vida para satisfacer mi vena paternal y poder criar a unos niños dentro de un hogar; hogar que, en mi caso, sería ficticio. Siempre que habían hablado de ese tema, Lucas lo hacía con un tono amargo y cínico. Debido al dolor que llevaba dentro, no creía en nada. Lo que quería lo conseguía, incluidas las personas y en especial las mujeres, pero solamente para su propio deleite. Valoraba a la mujer en general y podía admitirlas como amigas; sin embargo, en cuanto demostraban interés por él, Lucas retrocedía asustado. No se fiaba de sus intenciones ni aguantaba sus llantos y reproches cuando la aventura que mantenían se terminaba. La vida de Lucas Riolobos había transcurrido exenta de amor, y la conclusión de ese infortunio había dado lugar al desencanto. - Yo tampoco tuve suerte con las mujeres, como muy bien sabes, pero no por eso dejo de creer en el matrimonio. De hecho conozco a muchas parejas que son muy felices... - Se aguantan... diría yo. De no ser así no se me insinuarían algunas mujeres casadas. - De todo hay en la viña del Señor -citó Antonio con paciencia-, pero esa es la excepción. Lucas levantó una ceja, incrédulo. Antonio no le convencería con sus argumentos. Aunque su entusiasmo por la vida era más bien práctico, y su felicidad, si es que ese estado emocional existía realmente, bastante precaria, Lucas se sentía satisfecho porque había conseguido lo que se había propuesto: salir de la nada y crear importantes negocios que le aportaban suculentos beneficios. La

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mejora y ampliación de sus empresas era lo único que le importaba. Alrededor de ese único eje giraba su vida. - Lo que me interesa ahora es conocer la identidad de ese niño y averiguar si tiene alguna relación con mi hermano. - Muy bien, haré las indagaciones oportunas -aceptó Antonio con expresión resignada. - ¿Saldrás hoy con Luis? -le preguntó su madre a Marta, mientras la miraba con gesto preocupado. - Saldremos un grupo de amigos; él también estará. - Es un buen chico y te aprecia. Estoy segura de que si tú le dieras pie... Marta suspiró con paciencia. - Mamá... somos amigos desde que íbamos al instituto. Vale mucho y es estupendo, pero sabes muy bien que nunca podrá haber nada entre nosotros: no estamos enamorados. Su madre bufó con indignación, sintiendo que, hasta el momento, ninguna de sus dos hijas hubiera trazado el plan de vida tradicional que se le suponía a la gente joven. Los caminos que ambas habían elegido resultaban extraños para ella, y la trayectoria de su hija pequeña era bastante perturbadora. Marta estaba ahora centrada en su sobrino y todos se alegraban por ello. De todos modos, Elisa consideraba que ya tenía edad de encontrar un hombre con el que construir un hogar y tener sus propios hijos. - Tienes ya 25 años y sigues sin novio; ¿es que piensas quedarte soltera? Con todos los pretendientes que tienes... Marta se tomaba con calma ese tipo de conversaciones. Sabía que su madre quería lo mejor para ella, exponiendo de vez en cuando el deseo de que su hija hiciera un buen matrimonio. - La mayoría de ellos son sólo amigos, mamá, nada más. - Teniendo en cuenta lo guapa que eres, dudo que en algún momento no hayan pensado en conquistarte.

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Alta, guapa y con unos preciosos ojos color miel, Marta Yuste era una mujer que no pasaba desapercibida. Amante de los idiomas, desde que terminó C.O.U. se había dedicado a estudiar inglés y alemán exhaustivamente. Había estudiado durante tres años Secretariado Internacional en Londres, entrando a trabajar seguidamente en una multinacional alemana con sede en la capital británica. Trasladada a la central en Bonn, permaneció allí durante dos años, volviendo después a Londres y viviendo allí un año más. A pesar de que se había sentido muy a gusto en el extranjero, en cuanto conoció la oferta de su hermana para viajar con la compañía de teatro, no se lo pensó dos veces y volvió a España. Marta sabía muy bien que si ella no se ofrecía para cuidar a su sobrino, Elisa rechazaría el trabajo. - No lo sé ni me importa. Después de lo que le pasó a Elisa, será muy difícil que yo confíe en un hombre -manifestó tajante-. Luis es un buen amigo, pero sólo eso. - No todos los hombres son iguales; los hay muy buenos. Ahí tienes el ejemplo de tu padre. - Papá es único. Es el hombre más bueno y generoso que he conocido. No creo que haya otro igual. Su madre hizo un movimiento afirmativo con la cabeza. - Es cierto que tu padre es maravilloso; sin embargo, estoy convencida de que hay muchos como él. La cuestión es encontrarlos. - Como no sea bajo tierra... Elisa sonrió divertida. Su hija exageraba, y lo sabría en cuanto llegara el hombre que la enamorase. - Que a tu hermana la abandonara su novio o amigo o como sea que lo llaméis ahora no quiere decir que a todas las mujeres les pase lo mismo. Por más que insistiera su madre, Marta no podía olvidar lo que sufrió su hermana cuando supo que estaba embarazada y sin un

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marido en el que apoyarse. El muy cretino de su novio, al que no habían conocido ni sabían quién era, pues Elisa lo había conocido estando ya en Madrid, la había abandonado cuando más lo necesitaba. Toda la familia se volcó con ella; la ayudaron y la animaron, aceptando al niño con alegría y dándole todo su cariño. Con el apoyo de todos, su hermana había vuelto a ser feliz. Ahora estaba muy contenta con el nuevo proyecto profesional que había iniciado y la alegría había vuelto a su rostro. Marta estaba encantada con su sobrino, pero la experiencia de su hermana la había marcado negativamente. Tenía una familia maravillosa, amigos y amigas que la apreciaban y unos conocimientos que la capacitaban para conseguir buenos empleos. Sus necesidades afectivas y profesionales estaban cubiertas: no necesitaba ni quería nada más. - Puede ser, mamá, pero yo no pienso arriesgarme. Su madre le lanzó una mirada divertida. - Hasta que te enamores... - Ya procuraré yo que no me ocurra semejante locura -terminó con obstinación. La veterana y fiel secretaria de Lucas Riolobos anotaba con rapidez y precisión todo lo que Lucas le iba dictando. Finalmente habían logrado aunar fechas y el envío de diez camiones a Valencia se haría el mismo día para luego ser distribuidos a diferentes empresas de la Comunidad Valenciana. Antes de salir, Eugenia se volvió ya en la puerta. - La señorita Anabel Azabal telefoneó cuando estabas reunido y dijo que la llamaras en cuanto pudieras. Lucas escuchó con indiferencia y movió la cabeza. - Muy bien. Gracias, Eugenia.

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El exhaustivo trabajo lo mantuvo ocupado el resto de la mañana y la mayor parte de la tarde. A última hora se acordó de Anabel y marcó su número de teléfono. - Lo siento, no he podido llamarte antes -se disculpó nada más descolgar ella el auricular. - Trabajas demasiado. A veces parece que te va la vida en ello -contestó la joven con tono de reproche, sintiendo profundamente que el trabajo fuera para Lucas Riolobos lo más importante en su vida-, como si no te interesara nada aparte de tus empresas. - Creí que te había explicado con claridad cuáles son mis prioridades -replicó Lucas con sequedad. Estaba cansado y bastante harto de que Anabel y otras anteriormente criticaran su forma de vida. - Con total claridad -respondió la joven, irónica-, pero eso no quita que intentes también buscar tiempo para divertirte. - Cuando quiero divertirme busco el momento. Durante unos segundos se hizo el silencio al otro lado de la línea. Anabel inspiró ofendida. Lucas se lo ponía difícil y ella tendría que buscar la forma de allanarle el camino. - Eres muy cabezota, Lucas. Siempre quieres salirte con la tuya; sin embargo no te he llamado para discutir. Lo he hecho para hablarte de las vacaciones de Semana Santa. - Todavía faltan tres semanas y ya te dije cuando hablaste un día sobre esto que yo no esquío ni pienso aprender. - Pues es muy divertido. Si lo intentaras... - No me apetece, Anabel. Tú vete con tus amigos y no cambies los planes por mí. Yo aún no sé lo que voy a hacer. Alarmada, Anabel pensó con rapidez. No podía rendirse. Si lo hacía Lucas se alejaría demasiado, y eso no entraba en sus planes. - Pero yo prefiero estar contigo -le susurró suavemente-. Podemos ir a otro sitio y pasarlo muy bien juntos.

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Lucas apartó el auricular y suspiró. A pesar de que Anabel era una mujer dulce y atractiva y le gustaba, no quería que se apegara demasiado a él. Los dos se divertían juntos y habían pasado buenos ratos en mutua compañía. Así estaban bien. La cuestión era que Anabel empezaba a insistir demasiado y él quería mantener su libertad intacta. - Todavía no he hecho planes. Te sugiero que en esta ocasión no cuentes conmigo -le aconsejó, para desilusión de Anabel-. Tengo que hablar con mi hermano de un asunto muy importante y quizás aproveche esos días para pasarlos con él en Madrid. - Al parecer no tengo suerte -respondió ella con tono apagado-, mis sugerencias casi nunca tienen una acogida entusiasta. Lucas se sintió culpable. Anabel tenía razón, pero él no era de los que se molestaban en disimular. Era directo y claro, y desde un principio explicaba sin rodeos sus intenciones. - No pretendía ofenderte. Eres una buena amiga y yo te aprecio, pero no debes aferrarte a mí. Yo no soy el hombre que tú te mereces. Sabes como pienso y... sólo puedo ofrecerte amistad. Anabel se alegró de que Lucas no pudiera verle la cara, de que no fuera testigo de la enorme desilusión que se reflejaba en sus facciones. Había programado ese viaje con entusiasmo, con la esperanza de que Lucas fuera enamorándose poco a poco de ella. Anabel conocía todas las vicisitudes por las que él había pasado y comprendía su actitud. Sin embargo, siempre había conservado la ilusión de que Lucas Riolobos llegara a quererla con el tiempo, que ambos fueran capaces de formar una pareja unida y estable, optando algún día por formar una familia y crear el hogar lleno de la felicidad que Lucas nunca había conocido.

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ucas se levantó del sillón y extendió la mano para saludar al hombre, alto y corpulento, que acababa de entrar en su despacho acompañado de Antonio. - Te presento a Narciso García, el detective que está

trabajando en nuestro caso. El hombre también lo saludó y le entregó una carpeta con los informes que había recopilado. Había sido un trabajo fácil, pues la familia a la que había investigado llevaba una vida ordenada y sencilla. - Creo que está todo lo que usted deseaba. Lucas le señaló un sillón para que se sentara y comenzó a hojear los documentos con detenimiento. Primero se fijó en las fotografías. El niño era guapo y muy parecido a su hermano. En las fotos aparecía solo, con los abuelos y con una mujer morena, joven y muy guapa. - ¿Es esta chica la madre del niño? -preguntó Lucas, interesado, mostrándole la foto al detective. - No, esa es la tía, única hermana de la madre del niño. Se llama Marta y es la que cuida de él en ausencia de su madre. Lucas lo miró extrañado.

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- ¿Es que la madre no vive con el niño? - Ahora no. Elisa Yuste es actriz y está de gira por Sudamérica con una compañía de teatro. Un fulgor de ira se reflejó en los ojos de Lucas. - ¡Vaya una madre...! Abandona a su hijo para andar dando tumbos por el extranjero... El detective se encogió de hombros. Estaba acostumbrado a reacciones furiosas por parte de sus clientes. Prudentemente, él jamás hacía comentarios. Se limitaba a realizar su trabajo y a cobrar sus honorarios. Los problemas de los clientes no le interesaban. - Según he podido comprobar, el niño, que se llama Rafael Yuste, está muy bien atendido, siendo el centro de atención y del cariño de sus abuelos y de su tía. La joven estuvo viviendo en el extranjero durante varios años. Trabajaba allí; hace poco tiempo que volvió. En una de las hojas están las fechas -añadió señalando con el dedo la carpeta. Lucas volvió a mirar el informe y comprobó que la tal Elisa Yuste estuvo en Madrid cuatro años atrás, en las mismas fechas que su hermano; no obstante, no había pruebas o testimonios de que hubieran salido juntos. Tan sólo la declaración de una vecina que decía que la había visto algunas veces con un hombre alto, moreno y bastante guapo. Esa descripción se ajustaba con precisión a la fisonomía de los hermanos Riolobos, aunque de cara no se parecían. - ¿Y no ha encontrado a nadie más que supiera con quién había salido esta mujer hace cuatro años? - Sus más íntimas amigas lo sabrán, pero también forman parte de la compañía de teatro en la que trabaja Elisa Yuste y se han marchado con ella. Su familia tampoco sabe quién es el padre del niño. Al parecer, Elisa no se lo dijo. Las palabras del detective lo dejaron pensativo. ¿Que no lo saben...? Entonces sus especulaciones podían ser posibles.

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En cuanto el detective se marchó, Lucas ya estaba decidido a recuperar al niño, si es que, efectivamente, era hijo de su hermano. Si la madre no estaba con él, era justo que estuviera con su padre, no en manos de familiares. Leyó los informes y revisó los documentos exhaustivamente, fijándose especialmente en la trayectoria de la tía del niño, una mujer sumamente atrayente, al menos en fotografía. La carrera de la madre también le interesaba: era un elemento importante si en algún momento decidían reclamar a ese niño. ¡Pero qué estaba haciendo! Su actitud era absurda, pensó con mente racional. Ni siquiera podía estar seguro acerca de la verdadera identidad de ese crío. Hasta que no hablara con su hermano no se aclararía su mente, eso suponiendo que Víctor se acordara precisamente de esa mujer. Víctor acogió a su hermano con un fuerte abrazo. - ¿Tan mal andas de planes que recurres a mí para pasar estos días de vacaciones? -le preguntó Víctor, divertido. - A pesar de que me gusta mucho estar contigo, te aseguro que de no ser por un asunto que me tiene preocupado no estaría ahora aquí. Víctor lo miró intrigado. - Ya sé que estarías con Anabel en cualquier sitio, pero ¿se puede saber qué es lo que te pasa? - A mí, nada. Sólo quiero hacer algunas averiguaciones respecto a ti. A Víctor se le despertó la curiosidad. Dejándose caer en un sillón, le indicó a su hermano que hiciera lo mismo. - Anda, siéntate y cuéntame lo que te traes entre manos. Empiezas a preocuparme realmente. Lucas se sentó con parsimonia y lo miró con una mueca de desaprobación.

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- ¿Recuerdas si hace cuatro años tuviste una aventura con una actriz o aspirante a actriz llamada Elisa Yuste? La pregunta dejó perplejo a Víctor. No podía explicarse qué era lo que su hermano se proponía. - Sí, estuvimos saliendo juntos durante un año más o menos, pero... ¿cómo lo has sabido? Que yo sepa nunca hablamos de ella. Lucas estaba molesto con su hermano. Le disgustó su desenfado y su falta de responsabilidad respecto a su hijo; a no ser que no lo supiera. - Lo sé porque me he topado por casualidad con un niño de tres años que es idéntico a ti -le explicó con tono frío-. He hecho averiguaciones a través de un detective privado y he descubierto que se llama Rafael Yuste y es hijo de una tal Elisa Yuste. Víctor se levantó de un salto. Parecía conmocionado. ¡No podía ser! Su hermano debía estar confundido. ¿Elisa y él... un hijo? Pero él nunca supo... - No me digas que no sabías nada... -le preguntó Lucas con el ceño fruncido. Recuperando el habla, Víctor pudo contestar a su hermano. - No tenía ni idea -susurró, abatido-. De haberlo sabido habría aceptado la responsabilidad y lo hubiera reconocido. Elisa y yo mantuvimos una bonita historia de amor. Ella es una buena chica, pero yo... bueno, no estaba preparado para entablar una relación seria con nadie. Lucas hizo un movimiento con la mano para tranquilizar a su hermano. - Quizás fue lo mejor. Teniendo en cuenta la actitud de esa mujer, ocultándote el nacimiento de un hijo que te pertenece tanto como a ella..., vuelvo a comprobar que ninguna de ellas merece nuestra consideración -estalló dolido por la falta de confianza de esa mujer en su hermano-. ¡Son unas arpías, unas egoístas!

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Con expresión preocupada, Víctor miró a su hermano, pensativo. - ¿Por qué no me lo diría? Lucas se levantó enojado. Metiéndose las manos en los bolsillos comenzó a pasearse por el salón mientras analizaba la situación. - Es muy simple, hermano, porque te utilizó para quedarse embarazada y disfrutar más tarde ella sola de un hijo que es de los dos. Si te lo hubiera dicho tú habrías tenido todos los derechos para reclamarlo, o por lo menos para compartirlo. Ocultándolo, ella se reservaba todos esos derechos. Las palabras de Lucas eran duras. Con todo, aparentemente, su deducción parecía bastante lógica. Lucas sacó las fotos del maletín y se las enseñó a su hermano. Víctor las miró impresionado: el niño era clavado a él. Todos los factores coincidían. No había duda de que el pequeño Rafa Yuste era su hijo. Repentinamente y contra todo pronóstico, notó cómo su corazón se llenaba de calidez y ternura, acogiendo su nuevo estado de padre con una euforia que lo llenaba de dicha. - A pesar de que las pruebas la acusan, me resisto a creer que Elisa me lo haya ocultado con mala intención. Quizás no quiso preocuparme, o cuando se dio cuenta de que estaba embarazada ya habíamos terminado con nuestra relación... no sé. Elisa es buena persona, y generosa; debió tener una buena razón para no decírmelo. Un brillo malicioso nubló los expresivos ojos castaños de Lucas. - ¡Qué inocente eres! Yo sólo veo una intención... - Tú es que eres un escéptico y un desconfiado. Reconócelo, Lucas. Siempre piensas lo peor de las mujeres.

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Lucas levantó los brazos con resignación. Todo lo que Víctor tenía de juerguista, lo tenía de buena persona. También era bastante ingenuo algunas veces. - Crees que exagero, ¿verdad? Pues si lo prefieres, podemos comprobar ahora mismo mi teoría. - ¿Comprobar? ¿Cómo? - Llamas a la casa de los Yuste bajo un nombre falso e intentas reclamar al niño, a ver qué te dicen. Víctor lo miró asombrado. - Pero ¿crees que alguien daría explicaciones por teléfono acerca de un tema tan delicado? - No digo que te vayan a entregar al niño ahora mismo. Sólo quiero que compruebes la actitud que adopta la familia. Mi instinto me dice que mis sospechas no son erróneas. Víctor estaba confundido. Acababa de recibir la noticia más impactante de su vida, y ahora su hermano pretendía hacerle creer que había sido manipulado por una mujer, que premeditadamente Elisa lo había utilizado para tener un hijo. Había leído que muchas mujeres modernas preferían tener y criar a sus hijos solas. Algunas recurrían a la medicina moderna para quedarse embarazadas, y otras mantenían una relación con un hombre el tiempo suficiente como para cerciorarse de que esperaban un hijo. Cuando llegaba ese momento abandonaban a su pareja y vivían sólo para su hijo. Esas noticias eran ciertas, pero no creía que fuera el caso de Elisa. Víctor miró el número de teléfono que su hermano le mostraba y lo marcó. La conversación fue breve. Se había explicado con discreción, pero Lucas, que lo miraba expectante, no podía saber quién era el interlocutor ni lo que habían hablado. Víctor colgó el teléfono con desaliento y miró a su hermano, acongojado. - Tenías razón. Parece que la intención de la familia Yuste es ocultar la existencia de ese niño a su padre.

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Lucas se acercó a su hermano y le puso la mano en el hombro. - ¿Qué te han dicho? - La que ha hablado conmigo es la hermana de Elisa. A pesar de que al escuchar mis explicaciones se ha quedado muda de asombro, ha sabido reaccionar rápida y hábilmente. Respondiendo a la defensiva, me ha dicho que yo estaba confundido. El niño del que yo hablaba era su hijo, no de su hermana. Ha intentado convencerme de que Elisa lleva mucho tiempo fuera, y de que ella, la madre del crío, no me conoce de nada -expresó apesadumbrado. Lucas intentó consolar a su hermano presionando afectivamente su hombro. Pensativo, inspiró profundamente y le dirigió una mirada llena de desasosiego. - ¿Qué vas a hacer? - Si ese niño es mío tengo unos derechos sobre él. Hoy en día, con las pruebas del A.D.N. ningún juez me los negaría. Lo que me retrae es que no quiero problemas con ellos -señaló con buen corazón-. Elisa ha tenido y ha criado a ese niño con la ayuda de su familia; no deseo hacerla sufrir. Preferiría adoptar otras medidas... no sé, ganármelos con paciencia, convencerlos de que quiero conocer a mi hijo y de que puedo llegar a ser un buen padre. Una expresión de sospecha ardió en los ojos de Lucas. - Sin embargo yo no quiero que sufras tú. Ese niño es nuestro, Víctor, nuestro único descendiente y nuestro futuro heredero. Tiene que estar con nosotros, saber que somos su familia. -Lucas hablaba con precipitación, sabiendo que era esencial convencer a su hermano-. No debemos permitir que esa gente se salga con la suya y hagan creer al niño que no tiene un padre que se ocupe de él. Víctor le dirigió a su hermano una mirada vacilante. Estaba confundido, hecho un verdadero lío. La ayuda de su hermano, la persona fuerte y segura que siempre le había estado protegiendo, seguía siendo para él tan necesaria como siempre. Lucas había sido

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su guía, su consejero, toda su familia. Debía escucharlo, él sabría encontrar la mejor solución. - ¿Y qué es lo que sugieres? - Ciertamente, si reaccionas a las bravas podemos sufrir todos, perjudicando además al niño, pero si nos movemos con inteligencia, planeando minuciosamente nuestros pasos, puede ser que consigamos llegar a tratar al niño y convencer a los Yuste de que podemos ser buenos para Rafa. - ¿Alguna idea para conseguirlo? -Era una pregunta absurda. Su hermano siempre tenía reservados planes alternativos. Sabía muy bien que cuando Lucas hacía una sugerencia era porque ya tenía concebido la mayor parte del proyecto. - Sí; ganarme a la tía sin que te vea a ti para que no sospeche. Según averiguó el detective, es secretaria y está muy bien preparada. La contrataré con un buen sueldo. Víctor lo miró asombrado. - Pero ¿cómo conseguirás que ella trabaje para ti? Una sonrisa lacónica se dibujó en el atractivo rostro de Lucas. - Eso déjalo de mi cuenta. Tan pronto Elisa y Rafael Yuste volvieron a casa, Marta, muy alterada, les habló de la conversación telefónica que había mantenido con el desconocido. Estaba preocupadísima, fuera de sí, como si un golpe malvado del destino hubiera caído sobre ellos despiadadamente. - ¿Y estás segura de que dijo que era el padre de Rafa? -Preguntó Elisa, asustada-. Dios mío... no quiero ni pensar que ese hombre, por el motivo que sea, tenga la intención de reclamar a su hijo... Rafael Yuste intentó tranquilizar a su mujer y a su hija.

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- Debemos calmarnos y pensar. Elisa nunca nos dijo quién era el padre de Rafa; contemos entonces con la posibilidad de que ese hombre pueda estar diciendo la verdad. Las dos mujeres se estremecieron con aprensión. Marta miró a su madre, desolada. Aquello debía ser una pesadilla, no era posible que ese hombre apareciera tan repentinamente y pretendiera reclamar a Rafa, el niño que les pertenecía a ellos y al que todos adoraban. - Sólo Elisa lo sabe. Habría que preguntarle a ella -dijo la madre con voz apagada-. Solamente conociendo la verdad podremos defender nuestros derechos sobre Rafa. Marta no estaba de acuerdo. El problema lo tenían encima y tendrían que solucionarlo solos. - Elisa está muy lejos y no conviene preocuparla. Le ha costado mucho encontrar ese trabajo y no podemos atemorizarla hasta el punto de hacerla volver, abandonando lo que para ella es una prometedora oportunidad. Sus padres la miraron pensativos, evaluando cada una de las palabras de su hija. - ¿Y si ese hombre insiste? - Creo que no lo hará. Le dije que Rafa era mi hijo. Espero que se lo haya tragado. Elisa levantó los brazos y miró al techo con desesperación. - Lo que nos faltaba... que tú te metieras en el lío. Rafael miró a su hija con candor, admirando su arrojo para defender lo suyo. - Fue una salida inteligente, hija, pero me temo que en cuanto ese desconocido haga unas cuantas indagaciones averiguará lo que todo el mundo sabe. - Eso ya lo sé, pero quería ganar tiempo. La aparición de ese hombre fue tan improvisada que apenas tuve tiempo de reaccionar. Quizás si lo hacemos dudar desaparezca de nuevo.

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Cansadamente, Rafael Yuste se dirigió hacia su sillón favorito y se dejó caer pesadamente, aturdido y preocupado por este nuevo golpe. El anuncio del embarazo de su hija había supuesto para ellos un duro revés a sus principios, a sus convicciones y a sus esperanzas para el futuro de su hija. Con paciencia y resignación habían aceptado la situación y habían acogido a su nieto con cariño. Transcurridos tres años, la amargura de la decepción había desaparecido absorbida por la ternura y el amor que el pequeño Rafa había hecho nacer en sus corazones. Los problemas surgían de nuevo, atosigándolos con la incertidumbre de un futuro amenazante. Víctor no volvió a llamar y dos semanas después apareció un anuncio en el periódico solicitando una secretaria para una empresa de Valladolid. - ¿Has leído este anuncio, Marta? -le preguntó su padre levantando la vista del periódico y extendiéndoselo para que ella lo cogiera. Marta contestó a su padre sin dejar de darle la merienda a su sobrino. Había hojeado el periódico y sabía a lo que su padre se refería. - Es interesante, ¿verdad? - Justo exigen los requisitos que tú puedes ofrecer: Secretariado Internacional, dominio del inglés y conocimientos de alemán. Parece un puesto de trabajo hecho a medida para ti -comentó el señor Yuste, sonriendo. Era una suerte que las exigencias del anuncio coincidieran en todos los puntos con los conocimientos de su hija. Terminada la papilla, Marta le limpió la boca a Rafa y éste se escurrió de su regazo inmediatamente. - Sí, aparentemente, la oferta es buena. No pensaba reanudar el trabajo tan pronto. Ya sabes que mi idea al volver de Londres era disfrutar sólo de vosotros durante unos meses o un año; sin embargo, no todos los días se encuentran empleos que encuadran

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perfectamente con mi formación. -Su padre la miró asintiendo. Efectivamente, esa podría ser una buena oportunidad-. He estado pensándolo toda la mañana y confieso que me costó decidirme. Finalmente, llamé al número de teléfono indicado y me han citado para una entrevista dentro de dos días. La entrada de la planta donde estaban ubicadas las oficinas del grupo Riolobos era amplio y sobrio. Todo era nuevo y moderno, pero el lujo no formaba parte de la decoración de las oficinas. Nada más salir del ascensor, Marta se dirigió a la recepcionista que se ocupaba de los visitantes y se presentó. Muy atenta, la joven le señaló un sofá y le rogó que aguardara allí su llamada. Llevaba un rato esperando cuando la puerta de un despacho se abrió y apareció un hombre despidiéndose de una chica. Marta dedujo que sería una de las aspirantes al puesto. ¿Habría habido muchas? Seguro que sí, los buenos trabajos estaban muy solicitados. - Me llamo Ernesto Arenal y soy el jefe de personal. ¿Viene usted para una entrevista? - Sí, me citaron a esta hora. El caballero le sonrió y le señaló con la mano la puerta hacia donde tenía que dirigirse. - Pase, entonces, a mi despacho. Dos horas más tarde, sus padres la esperaban expectantes. Nunca habían presionado a sus hijas para que permanecieran a su lado. Siempre les habían dado libertad para que eligieran su propio camino. No obstante, ansiaban que al menos una de ellas se quedara a vivir en Valladolid. Sabían que todo dependería del trabajo. Si Marta conseguía un buen empleo, quizás decidiera establecerse allí, teniendo también en cuenta el inmenso cariño que le tenía a su sobrino. - ¿Qué tal, hija, ¿tienes buena impresión? -le preguntó su madre con ansiedad.

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- Pues no lo sé. El jefe de personal, un hombre de mediana edad, bastante agradable, me preguntó exhaustivamente acerca de mis estudios, mi trayectoria profesional y un poco sobre mi vida personal. A continuación me hizo rellenar una ficha y me despidió educadamente hasta nuevo aviso, como es lo habitual -contestó con tranquilidad mientras se despojaba de la gabardina-. La verdad es que me cayó bien. Fue muy correcto y discreto. Ya veremos... - Sería estupendo que encontraras un buen trabajo aquí -suspiró su madre-, que no tuvieras que trasladarte a otra ciudad. Marta le sonrió dulcemente a su madre. - Puedes estar tranquila, mamá. Por el momento, y hasta que vuelva Elisa, o me sale aquí algo interesante o no trabajo. Tengo ahorros y no necesito un empleo con tanta urgencia. Su padre reaccionó un poco picado. - No necesitas tocar tus ahorros. Tu madre y yo podemos mantenerte perfectamente. Marta sonrió y abrazó a su padre. - Ya lo sé, papá, y no sabes lo que me satisface que estéis tan bien. Soy muy consciente de que con vosotros nunca me faltará de nada. Ernesto Arenal entró en el despacho de Lucas Riolobos y le explicó detalladamente la entrevista que acababa de hacerle a la señorita Marta Yuste. - La chica es guapísima, y además creo que será una excelente secretaria. Según dices, se trata de un compromiso; me da la impresión de que es uno de esos compromisos a los que se ayuda con gusto -expuso Ernesto echando mano de su intuición-. Creo que está preparada para el puesto, y además es educada y amable. Una expresión de satisfacción se reflejó en el semblante de Lucas. - Mucho mejor. Trabajará para Manuel Cañada, el director de Repuestos Riolobos, y compartirá despacho con Eugenia. Si tiene

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experiencia y es espabilada aprenderá pronto los entresijos de la empresa -contestó Lucas sin ninguna emoción. A pesar de haber logrado ganar la primera batalla, no se olvidaba de lo que esa familia le había hecho a su hermano. A la semana siguiente, Ernesto Arenal, jefe de personal de las empresas Riolobos, llamó a Marta para darle la buena noticia de que había sido aceptada como secretaria de dirección. Marta escuchó atentamente las condiciones del puesto, sorprendiéndose del espléndido sueldo que se le ofrecía, y aceptó incorporarse el dos de mayo. Un tanto expectante ante el nuevo trabajo que iba a emprender, Marta fue acogida con amabilidad por las otras secretarias y administrativas que trabajarían con ella, especialmente por Eugenia, la veterana secretaria con la que compartiría el despacho. - Bienvenida a la empresa, Marta. Como ves, trabajaremos codo con codo; espero que nos llevemos bien. - Estoy segura -contestó Marta dedicándole una encantadora sonrisa-. También espero aprender mucho de tu veteranía. Eugenia miró a la joven con admiración, pensando con malicia sana en la grata sorpresa que se llevaría Manuel Cañada, soltero de oro de la empresa junto con el jefe, cuando conociera a la guapa secretaria que se le había asignado. La fiel empleada no se equivocó. El director para el que trabajaría Marta se quedó sorprendido al contemplar a la hermosa mujer que entró en su despacho acompañada por Eugenia, la leal secretaria de Lucas. Morena, con un tipazo que quitaba el aliento y con unos ojos que hipnotizaban, Marta Yuste, su nueva secretaria, era como un sueño. Marta estudió también a su jefe disimuladamente. Joven y atractivo, le gustó su sonrisa franca y natural. La saludó con

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amabilidad y corrección, explicándole con brevedad pero con precisión, lo que se esperaba de su trabajo. - Yo soy el director de la fábrica de repuestos para camiones que acaba de adquirir el grupo Riolobos. Aunque no conozcas el material, la mecánica de trabajo será la misma que en cualquier otra empresa en la que hayas trabajado. Tras explicarle un poco en qué consistía esa fábrica y hablarle sobre las piezas que salían de ella y su último destino, Manuel Cañada le dio las directrices acerca de lo que tendría que hacer los primeros días. - Pasado ese tiempo de aprendizaje que siempre se necesita, tu experiencia y tu intuición te guiarán. Teniendo en cuenta tu currículum, estoy seguro de que nos entenderemos muy bien -terminó sonriéndole. - Haré todo lo posible para que así sea. Muy atenta a todo lo que su jefe le decía y poniendo los cinco sentidos en cada uno de los informes que presentaba, Marta comprobó aliviada cómo la primera semana transcurría sin sobresaltos. El asesoramiento de Eugenia en algunas cuestiones le fue muy valioso, evitándole ciertas decisiones erróneas que no tenían cabida en ese tipo de negocio. Un día que se encontraba en el despacho de su jefe tomando notas para la redacción de un informe acerca de un envío a varios países europeos de material de la fábrica, se abrió la puerta de golpe y apareció un hombre, alto, guapo y vestido con elegancia, completamente desconocido para ella. - ¿Qué tal el viaje? Supongo que acabas de llegar -preguntó Manuel poniéndose en pie. Los expresivos ojos castaños de Lucas miraron fugazmente a Marta, dirigiéndolos rápidamente hacia Manuel. - Sí, en estos momentos. Manuel miró a Marta y se la presentó a Lucas.

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- Lucas Riolobos es el presidente del grupo. Marta se levantó y estrechó la mano que él le extendía. - Encantado de conocerla. Espero que se encuentre a gusto en nuestra empresa -dijo Lucas con franqueza, evaluando apreciativamente el enorme atractivo de esa mujer. Había visto fotos de ella y sabía que era guapa; lo que no había esperado es que al natural fuera aún más impresionante. - Estoy muy contenta, gracias -contestó Marta escuetamente. Tras un breve diálogo entre los dos hombres acerca de los últimos envíos de repuestos, Lucas se despidió y salió del despacho. Más tarde, cuando Marta volvió a su mesa de trabajo, Eugenia le dedicó una sonrisa cómplice. Después de hablar con ella, Lucas le había preguntado por Manuel, viéndole cómo se dirigía a su despacho. - Por fin has conocido a mi jefe. ¿Qué te ha parecido? La sonrisa franca de la secretaria le indicó que sentía una gran admiración por el señor Riolobos. - Serio y correcto. He oído que de la nada ha creado una gran compañía. Si en verdad es así, cuenta con toda mi admiración. Eugenia, que adoraba a Lucas, la miró ofendida. - ¡Por supuesto que es verdad! Llevo con él desde que empezó y te aseguro que es uno de los hombres más inteligentes que he conocido. D.Lucas se rodea de personas valiosas y emprendedoras, sin embargo él es el que adopta la última decisión, equivocándose muy raras veces. Marta sonrió ante la vehemencia de la fiel empleada. - Ese hombre tiene suerte de contar con tu afecto, Eugenia. No es muy corriente que una secretaria le coja cariño a su jefe. - Se lo merece, créeme. Aparentemente parece serio y arrogante, pero no lo es. Con los que le corresponden lealmente es siempre generoso y comprensivo.

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Marta miró a Eugenia con un cierto candor. Era más que evidente que esa mujer quería mucho a Lucas Riolobos. No dudaba de su palabra, pero teniendo en cuenta sus sentimientos hacia él, la fiel secretaria convertiría en virtud cualquier defecto que tuviera su jefe. A partir de ese día, excepto cuando estaba de viaje, Marta lo veía a través de las cristaleras siempre que llegaba y se iba. De vez en cuando entraba en su despacho para decirle algo a Eugenia, saludándola también a ella con bastante economía de palabras. Marta admiraba su capacidad de trabajo y la buena organización que Lucas Riolobos había implantado en la empresa. Así y todo, prefería trabajar directamente para Manuel Cañada. Los dos se entendían bien, y aunque Marta tenía por norma no intimar con sus jefes, el ambiente de trabajo era agradable y ella se encontraba muy a gusto. Al mediodía, los empleados tenían tres cuartos de hora para el almuerzo. Normalmente comían en una cafetería al lado de la oficina. Yolanda, una de las administrativas, solía sentarse con ellas. Si bien era una chica simpática y lista, sus objetivos en la vida no acababan de convencer a Marta. - ¡Qué suerte tienes, Marta! Acabas de entrar y ya estás trabajando directamente para los dos hombres más guapos y más importantes de la empresa. Marta la miró asombrada. - Yo trabajo sólo para D.Manuel. - Ya lo sé, pero debes acompañarlos a los dos, junto con Eugenia, a los Consejos de Administración y a otro tipo de reuniones. Ya me gustaría a mí... Marta se echó a reír, haciéndole gracia la sincera vehemencia de su compañera. - Te aseguro que el aspecto físico de mis jefes no influye para nada en mi trabajo. Es más..., me importa un comino. Nuestra

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relación es estrictamente profesional y no me interesa que sea de otra manera. Yolanda abrió los ojos desmesuradamente, sin entender el tono más bien despectivo de una mujer que, por su aspecto, podría conseguir muchas ventajas. - Pero si con tu tipo y tu cara podrías obtener lo que quisieras... - ¿Eso crees? -Marta negó con la cabeza-. Llevo varios años trabajando con distintos jefes, y por lo que he visto, siempre es un error entablar con ellos una relación más allá de la estrictamente profesional. Las que lo intentan suelen salir mal paradas y yo... francamente, no soy masoquista -aclaró con firmeza-. A los jefes los respeto en lo que se merecen, pero en cuanto salgo de la oficina no quiero saber nada de ellos. Yolanda no podía creerlo. Con esa actitud, Marta no lograría ningún objetivo importante. Una no podía dejar pasar las oportunidades. - Pues a mí me encantaría que uno de ellos se fijara en mí. Imagínate el porvenir... Marta la miró con una cierta piedad. Esa pobre criatura era demasiado ingenua para el proyecto ambicioso que pensaba marcarse. - Suponiendo que su interés por ti fuera en serio y no una simple diversión. La joven cerró la boca y se apoyó sobre el respaldo de la silla. - Si no sales con ellos nunca sabrás si van en serio o no. - Yo prefiero no averiguarlo -contestó Marta con una seguridad que la otra joven no comprendía-. Mis metas son sólo profesionales, nada más. - Pareces muy desconfiada respecto a los hombres -afirmó Yolanda un tanto extrañada-. ¿Es que has tenido algún desengaño importante?

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Su hermana lo había tenido y las consecuencias no pudieron ser más decepcionantes, sumiéndolos a todos en la congoja y el desconcierto. Por suerte, la llegada de Rafa los ayudó a olvidar, llenando de alegría el hogar de los Yustes. - No exactamente, pero suelo ser bastante cautelosa. Esa precaución le da tranquilidad a mi espíritu. - Pues no sé cómo lo consigues. Con lo guapa que eres te los traerás a todos de calle. La franqueza de su compañera la hizo reír. - Eres un encanto, Yolanda, y creo que bastante inocente. Me caes bien. Tu espontaneidad y sinceridad son muy atrayentes, pero esas cualidades también pueden ser peligrosas para ti misma -le advirtió directamente. Al día siguiente había reunión del Consejo de Administración. Eugenia y Marta prepararon a primera hora las carpetas y las colocaron sobre la mesa de la sala de reuniones, en el mismo despacho de Lucas Riolobos. Tampoco se olvidaron del botellín de agua y de los vasos para cada uno de los consejeros. Cuando Lucas y Manuel llegaron, todo estaba ya dispuesto. Así y todo revisaron con ellas algunos documentos antes de la reunión. Sentada cada una al lado de sus respectivos jefes, ambas mujeres tomaban notas y atendían cualquier petición de los convocados. A pesar de estar concentrado en lo que se decía y muy atento a cualquier sugerencia de sus consejeros, Lucas no pudo evitar dirigir sus ojos hacia Marta con frecuencia. Estaba muy guapa con el pelo recogido con una pinza que le daba un aire informal y muy natural, y un traje azul marino que le sentaba de maravilla. A pesar de que la había contratado con el único fin de intentar ganársela para conseguir a su sobrino, reconoció con furor que le gustaba mirarla, verla. Ese desafortunado descubrimiento lo decidió a mostrarse aun más reservado. De ninguna manera deseaba ningún tipo de relación con esa mujer, a no ser la estrictamente relacionada con el niño que ambos querían. Marta se sentía satisfecha con el trabajo. Transcurrido un mes desde que había entrado en la empresa, reconocía con un cierto

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orgullo que con su diligencia y la ayuda de Eugenia y de su jefe ya se había puesto al día acerca del negocio de los camiones. Ahora el trabajo le cundía más y empezaba a atreverse a tomar alguna que otra decisión. Desde que trabajaba tenía menos tiempo para atender a su sobrino. Le recompensaba su ausencia dedicándole prácticamente todas las horas restantes. Ahora que estaban casi en verano, los días eran mucho más largos y siempre que podía aprovechaba ese tiempo para disfrutar de él. Una tarde, a la salida de una reunión de los jefes, Marta y Lucas coincidieron en el ascensor. Lucas le sonrió y la saludó. Marta le respondió con amabilidad. - ¿Le ha dado mucho trabajo la reunión de hoy? Mientras bajaban en un tenso silencio, le resultó difícil encontrar una frase para entablar conversación. - Con la ayuda y la experiencia de Eugenia todo se hace más fácil. Es una suerte contar con ella. A Lucas le agradó que se llevaran bien; esa era una ventaja para el trabajo. - Es una excelente secretaria. El ascensor se abrió por fin y ambos salieron del edificio. - Tengo el coche en el aparcamiento. Si quiere la dejo en su casa o donde desee -se ofreció con galantería. - No, gracias. Yo también tengo el coche aquí cerca. Fue horrible tener la certeza, pero Lucas no pudo evitar sentirse decepcionado. Enfadado, desechó esa sensación acelerando el paso hacia el lugar donde había aparcado el coche. Casi automáticamente, como si alguien dirigiera sus movimientos, Lucas comenzó a pasarse por el despacho de Eugenia y Marta más de lo que lo había hecho nunca. Normalmente, siempre había llamado a Eugenia para las consultas. Ahora era él el que se dirigía a ella con cualquier excusa. Consideraba absurdo sólo pensarlo, pero no podía evitar que le gustara ver a Marta. Incluso había llegado a molestarle que ella estuviera ausente, pues eso significaba que se encontraba con Manuel en su despacho.

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- ¿Qué tal con la nueva secretaria? -le preguntó un día a Manuel a modo de tanteo-. Ya lleva dos meses aquí y supongo que no tienes quejas de su forma de trabajar. En caso contrario, me habrías comentado algo, ¿no? - Es estupenda, y además está de miedo... -señaló guiñando un ojo-. Francamente, es una alegría para la vista tener a una mujer así trabajando para uno. Lucas volvió a sentirse molesto por el espontáneo comentario de su amigo. - Ya sé que es guapa -le aclaró con tono desabrido-, pero me refería a su eficacia. - Es una secretaria excelente: inteligente, trabajadora y muy previsora. Lleva el trabajo a la perfección. ¡Lo que le faltaba!, Manuel también estaba fascinado con esa mujer. No había previsto que tuviera la capacidad de hechizarlos a todos. - Me alegro -respondió Lucas con gesto hosco-. Es esencial que todos seamos diligentes. Lucas se consideraba un empleado más. Sabía que sin la ayuda eficaz de los que le rodeaban, sus empresas no funcionarían al cien por cien. Lo había aprendido trabajando desde abajo, descubriendo la enorme importancia de cualquier puesto en la empresa. La eficacia de todos era esencial, vigilando los jefes de que en ningún momento se rompieran los eslabones de la cadena. Salió un tanto incómodo del despacho de Manuel. Tal y como había sospechado, Manuel estaba embobado con Marta. No le extrañaba, pero le fastidiaba bastante. Era absurdo pensar siquiera en la remota posibilidad de que él y esa mujer... ¡Ni hablar!, no iba con él embobarse de buenas a primeras con una mujer. Pero si sólo hacía dos meses que la conocía, ¡por el amor de Dios...! Tenía amigas desde hacía años y raramente les dedicaba algún pensamiento, y con ésta, precisamente con ésta... ¡Era absolutamente demencial!, fuera de toda comprensión razonable.

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ugenia no se encontraba en su despacho cuando el teléfono de la línea privada de Lucas Riolobos sonó. Marta contestó. - ¿Eugenia? -se oyó al otro lado de la línea.

- No está en estos momentos aquí. ¿Desea algo? - Quisiera hablar con Lucas Riolobos. - ¿De parte de quién, por favor? - Anabel Azabal. - Un momento, le pongo. -Pulsó el botón que conectaba con el despacho de Lucas. Tras informarle de quién deseaba hablar con él, Lucas cogió el teléfono. Él reconoció su voz y se preguntó por qué habría contestado Marta a ese teléfono. Siempre lo hacía Eugenia, a no ser que su secretaria estuviera ausente. Repentinamente, había perdido todo interés en hablar con Anabel. Para su propio asombro y desconcierto, hubiera preferido intercambiar unas palabras más con Marta Yuste. Reunidos al final de la jornada en un restaurante para cenar, Anabel estaba impaciente por informarse acerca de la voz femenina que había contestado al teléfono esa mañana. Ella conocía

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prácticamente a todas las empleadas de la empresa y sabía que Eugenia no compartía su despacho con nadie. - ¿Tienes nueva secretaria? -preguntó intentando disimular su interés. - No, ¿por qué lo dices? - Es que cuando te llamé esta mañana contestó al teléfono una desconocida... - ¡Ah...!, se trata de Marta, la secretaria de Manuel Cañada. Comparte despacho con Eugenia. Se ayudan cuando una de ellas está ausente. Lucas fue muy parco en su explicación. Excepto su hermano y Antonio Cubán, el hombre que había sido como un padre para ellos, nadie más conocía sus motivos para contratar a Marta Yuste. Su principal objetivo seguía siendo ganársela con astucia para poder contactar con su sobrino a través de ella. Lo que lo incomodaba cada vez más era que la indiferencia que él pretendía mostrar y sobre todo sentir, ya no era posible. Por una mala jugada del destino, esa mujer atraía su atención, había captado su interés, y eso lo desconcertaba y lo inquietaba. - ¿Y bien?, ¿por qué querías verme hoy con tanta urgencia? -preguntó Lucas mirando intrigado a su acompañante. Los ojos de Anabel brillaron con ilusión. Había hecho proyectos para ellos dos y tenía la esperanza de que Lucas no la decepcionara. - Porque el laboratorio me invita a un congreso en Venecia. Puedo llevar acompañante, y yo... he pensado en ti. Me encantaría hacer ese viaje tan romántico contigo -susurró acariciándole la mano con ternura. Lucas no retiró la mano cuando ella la cogió, pero su respuesta no fue tan cálida como la de Anabel. Aunque habían salido con frecuencia y lo habían pasado bien, no existían sentimientos profundos entre ellos, por lo menos por parte de Lucas. La joven

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farmacéutica, con un puesto importante en un laboratorio, se había enamorado nada más conocerlo, pensando que podría conquistarlo con una cierta insistencia. Hasta el momento no había sido así. Anabel conocía su historial y comprendía el escepticismo de Lucas hacia el mundo en general. Consideraba que estaba muy solo y creía que con paciencia podría acceder a su corazón y rescatarlo de la capa de acero en el que él lo había encerrado. - Lo siento, pero no puedo. Hay mucho trabajo... Anabel bufó enfadada. - ¿Es que no piensas coger nunca unos días de vacaciones y olvidarte por un tiempo del trabajo? Serán sólo tres días. A cualquiera le viene bien un descanso. Lucas la miró pensativo. Aparte del trabajo y de su hermano, no había tenido ilusión por nada. Era un alma triste y árida, incapaz de emocionarse por ninguna de las compensaciones que la vida le ofrecía, como era el caso de Anabel. Ella le quería y se desvivía por animarle y ayudarle a apreciar los placeres de la vida. Sus intentos no lograban conmoverlo, como no lo habían conseguido las otras mujeres con las que había salido. Él mismo había dado por perdida esa causa, hasta que una chispa había empezado a encenderse en su interior al conocer a Marta Yuste. Era de lo más patético que la mujer que menos le convenía le hiciera vibrar. Desafortunadamente, no podía evitarlo cada vez que la veía. Esa nueva sensación, desconocida para él hasta ese momento, lo alegraba y lo intranquilizaba a la vez. Era una percepción extraña. También reconocía que, por primera vez en su vida, sentía que había vida en él. - No estoy cansado. Me gusta mi trabajo, es mi empresa y tengo que cuidarla -explicó sin rodeos-. Todos necesitamos vacaciones, eso es cierto, y yo las cojo cuando lo creo oportuno. Ahora no es el momento, Anabel; quizás en otra ocasión.

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La desilusión se reflejó en los ojos de la muchacha. Tal vez se había hecho demasiadas ilusiones pensando que Lucas aceptaría encantado, y que en Venecia, una ciudad tan propicia para los enamorados, por fin se declararía, iniciando, a partir de esos momentos, un verdadero noviazgo. La negativa de Lucas la dejaba aturdida y furiosa. A pesar de su enfado, Anabel no se dio por vencida. Intentó comprender a Lucas. Decidió no mostrarse implacable en su acoso. Tampoco permitiría que él se olvidara de ella. Si no estaba atenta, Lucas se encerraría más en su trabajo o se lo arrebataría alguna de las mujeres que tenían puestos sus ojos en él. - No hay que desaprovechar las oportunidades, Lucas. Aquí estamos tensos por el trabajo, bastante agobiados -le explicó con calma-, sin embargo, en Venecia disfrutaríamos libremente de nuestra relación, tendríamos todo el día para estar juntos. Sería una oportunidad para conocernos un poco más. Lucas la escuchó callado, pero su determinada expresión al clavar sus ojos en ella, le indicó a Anabel que sus palabras habían sido en vano. - No iré, Anabel. Será mejor que te busques otro acompañante. Su rechazo le dolió profundamente. Aún así se armó de paciencia y decidió posponer su cerco para un poco más adelante. Pese a que su idea respecto a la relación entre jefes y empleadas no había cambiado, una sincera camaradería se había entablado entre Marta y Manuel Cañada. Ni uno ni otro descuidaban su trabajo. Marta realizaba el suyo con minuciosidad, siguiendo siempre las directrices de su jefe. Por su parte, Manuel exigía eficacia. El suyo era un puesto de responsabilidad, con un jefe por encima de él que esperaba una total dedicación al trabajo y el éxito en cada una de las operaciones que se llevaban a cabo.

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- Las piezas están ya revisadas, ordenadas y listas para salir hacia Portugal -le informó Marta a Manuel una vez que hubo comprobado en el ordenador que todo estaba en orden. - Mañana saldrá el camión; iré temprano a la fábrica para supervisar cada paso. Es muy importante que esta empresa de transportes portuguesa se haga cliente nuestro. - Quedarán contentos -vaticinó Marta-. Somos serios y formales. Manuel sonrió. Su secretaria era una mujer seria y disciplinada, pero le agradaba su fino sentido del humor cuando la ocasión lo requería. Los comentarios oportunos y con gracia rompían la monotonía del duro trabajo, haciendo el ambiente mucho más relajado. - Sí, todos los que trabajamos en esta empresa formamos un buen equipo. No sólo hay que trabajar con formalidad sino llevarse bien. El empleado que está a gusto trabaja con una mejor disposición. - De eso no hay duda -estuvo de acuerdo Marta. - Por cierto..., el sábado que viene daré una fiesta en mi nueva casa. La compré bastante deteriorada y la he restaurado por completo. Deseo celebrarlo con todos mis amigos. Me gustaría que asistieras. ¿Te importa que te tutée? Por lo menos cuando estamos solos. Durante unos segundos, Marta permaneció silenciosa y pensativa. Se llevaba bien con Manuel y no quería ofenderlo, pero tampoco deseaba entablar una amistad con él. - Irá más gente de la oficina -le informó Manuel para tranquilizarla-. He notado que te muestras muy cautelosa y créeme que lo apruebo. Te aseguro que en este caso no es necesario. Marta se ruborizó ligeramente ante sus palabras; tampoco quería que Manuel pensara que no confiaba en él.

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- Me parecen muy acertadas las formalidades entre jefes y secretarias. No obstante, cuando estemos solos no me importará que nos tuteemos. El pacto entre ellos había quedado fijado. - Gracias, Marta. ¿Y respecto a mi invitación? Marta estaba aún dudosa. No quería ofenderlo. No sólo porque fuera su jefe, sino porque no se lo merecía. Con ella siempre había sido amable y respetuoso. - Lo pensaré. Me caes muy bien y en cualquier otra circunstancia seríamos amigos, pero... - Sé lo que piensas -la interrumpió él-, y de verdad que te equivocas. No es mi intención acosarte. Nos llevamos bien y sólo pretendo que seamos unos compañeros normales: nada más. Marta se sintió un poco avergonzada. - Tienes razón. Mi excesiva prudencia no tiene sentido en este caso. Acepto encantada tu invitación... aunque sólo sea para ver tu nueva casa -añadió con sonrisa pícara. Manuel aceptó la broma. - Supongo que como en toda reforma habrá defectos. Yo tengo la esperanza de que nadie los descubra. Marta sonrió levantando una ceja. - Todo estará perfecto y en orden, de eso no me cabe duda. Estaban ya en Julio y hacía calor. Marta se había comprado un traje de muselina malva para la fiesta de Manuel. Con cuello alto adornado con pequeñas cuentas de bisutería y entrado de hombros, su madre consideró al verla que le sentaba a la perfección. - Te estiliza la figura y el color le da luminosidad a tu cara. Estás guapísima, cielo. Marta sonrió a su madre mientras se aplicaba un poco de perfume.

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- Tú siempre dices lo mismo, mamá. Nunca ves ningún defecto en nosotras. - Es que no los tenéis -insistió Elisa, convencida. Eugenia había quedado en pasar a recogerla. Poco antes de que llegara, Marta se puso las sandalias y cogió un bolso de mano. En cuanto Marta entró en el coche, Eugenia la miró con admiración. - Hoy harás estragos, querida. Si normalmente nuestros compañeros no pueden evitar mirarte por el rabillo del ojo, esta noche quedarán fascinados..., especialmente uno -sugirió enigmática al tiempo que su boca se contraía en una mueca. Marta la miró con un gesto de sorpresa. - ¿A quién te refieres? Que yo sepa no tengo ningún admirador en la oficina. - Tienes muchos, pero me parece a mí que Manuel Cañada te mira con buenos ojos. No sé, le veo más contento y relajado que nunca. Marta se echó a reír. Las deducciones de Eugenia no tenían ningún sentido. - Le caigo bien, eso es cierto, pero no de la forma que tú crees. Eugenia la miró con expresión incrédula. - ¿Estás segura? - Completamente. Manuel es un hombre encantador. Creo que podremos ser buenos amigos; nada más. Eugenia la creyó. Consideraba a Marta una mujer más bien reservada, incapaz de entablar amoríos fugaces con los jefes. También era cierto que ni la sensatez ni el buen juicio de Marta impedirían que Manuel la persiguiera si llegaba a enamorarse de ella. A veces las determinaciones más sólidas se torcían zarandeadas por los vientos del destino.

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- Estáis guapísimas las dos -las piropeó Manuel dándoles un beso a cada una mientras las hacía entrar en su casa. Ambas lo saludaron con afecto, agradeciéndole sus amables palabras. Marta observó despacio el hall, deteniéndose sobre todo en el mueble antiguo que lo adornaba. - ¿Te gusta? -le preguntó Manuel siguiendo su mirada. - Mucho. A pesar de estar adornado con un único mueble, no parece vacío. Por el contrario, el juego de luces y los jarrones con flores le dan una calidez muy agradable -contestó Marta, admirada de que un hombre dedicado especialmente a los negocios, tuviera tanto gusto. Manuel sonrió complacido, sumamente satisfecho de haber logrado lo que quería en el interior de su casa. - Entrad y os enseñaré el resto. - Entre tú y yo hay tanta diferencia de edad que parezco tu carabina -le decía Eugenia a Marta mientras seguían a Manuel hasta el salón. El comentario de su amiga provocó la risa de Marta. - De eso nada. Eres la amiga más guapa que tengo y la que conserva el espíritu más joven. - Estoy de acuerdo -dijo Manuel volviéndose y guiñándole un ojo a Eugenia. El piso, situado en un edificio con vistas al río Pisuerga, muy cerca de donde vivía Lucas, había sido restaurado con sentido común y con gusto. No había duda de que se trataba del hogar de un soltero, donde se había dado prioridad al salón y al dormitorio principal. La casa había quedado bonita y cómoda, con un toque personal muy a tono con el carácter del dueño. - Que dos mujeres con clase como vosotras hayan dado el visto bueno a mi casa me enorgullece -comentó Manuel cuando terminaron de recorrer las habitaciones.

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Las dos amigas reconocieron que no lo habrían decorado mejor. - Coged una copa y venid que os presente a unos amigos. A algunos de ellos Marta los había visto alguna que otra vez por la oficina. Se acordaba sobre todo del financiero Miguel Villarán, socio de Lucas en algunos de sus negocios y muy amigo de Manuel debido a su mutua afición por los caballos. - Ya nos habías presentado en otra ocasión -le recordó Miguel a Manuel-, pero me alegro enormemente de volver a verte -dijo tuteándola directamente. A Marta le sorprendió su familiaridad, vacilando antes de contestarle. Apenas lo conocía. Sólo sabía que era un rico financiero madrileño que compartía algunos negocios con Lucas Riolobos. - Encantada -fue la escueta respuesta de Marta. A lo largo de la reunión, Miguel trató de acapararla. Desde el primer momento le había impactado el atractivo de la secretaria de Manuel, y ahora que tenía una oportunidad quería conocerla mejor. Marta hablaba con él de forma natural y aceptó el plato que él le ofreció. - ¿Te importaría sentarte conmigo para seguir charlando? Marta no tenía motivos para negarse. Se enteró de que tenía 36 años, que estaba divorciado y que tenía dos hijas de diez y once años. ¡El típico hombre del que hay que salir huyendo para evitar problemas! Lucas, que había llegado tarde porque acababa de regresar de viaje, los encontró enzarzados en una animada conversación al entrar en el salón. Fijó su mirada en ellos instantáneamente, desviándola pensativo cuando Manuel se acercó a él para ofrecerle una copa. - ¿Has tenido buen viaje? Lucas estaba distraído, ausente y sordo a la pregunta de su amigo.

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Manuel lo miró extrañado y volvió a preguntarle. - ¿Cómo...?, ¡ah, sí, sí!, todo ha salido muy bien. Perdona, Manuel, estaba pensando en otra cosa. - ¿Es que no has podido solucionar...? - ¡No!, no es eso -lo tranquilizó Lucas-. El asunto de los carburadores ya está arreglado. Por cierto -continuó, antes de que su amigo se diera cuenta de hacia donde se dirigían sus ojos con demasiada frecuencia-, esto te ha quedado muy bien. La situación de las luces es magnífica y los colores que has elegido lo hacen muy acogedor. ¡Maldita sea!, esa mujer estaba espléndida, exquisita envuelta en el tono malva del vestido. El moño alto en el que se había recogido su sedoso pelo dejaba la nuca al descubierto, suave y tentadora. Todo en ella era atrayente, enloquecedor, y él estaba allí plantado, como un imbécil, hipnotizado mirándola. No le gustó su actitud complaciente ante el evidente interés de Miguel Villarán. Contrariado, reconoció que su socio en algunos de sus negocios era un hombre con encanto y con dinero, dos cualidades francamente atractivas para la mayoría de las mujeres. Él también tenía mucho que ofrecer, aunque reconocía que carecía de la simpatía y de la espontaneidad de Miguel. Saludado por todos los allí reunidos, Lucas pasó de grupo en grupo hasta que consiguió acercarse hasta donde estaban Miguel y Marta. - ¡Vaya, Lucas, por fin estás aquí! Me dijo Manuel que quizás no podrías venir. - Pude solventar unos asuntos a tiempo. -A continuación miró a Marta-. Veo que ya os conocíais. Marta lo saludó y le explicó que Manuel los había presentado en la oficina en una ocasión anterior. El rictus de su boca no expresaba amabilidad. Marta no captó el significado de su expresión. Lo tenía por un hombre serio. Sólo la

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información de Eugenia de que Lucas Riolobos no era lo que parecía, la hacía dudar a veces acerca de su opinión sobre él. Manuel se unió a ellos y les ofreció una copa de champán. - Supongo que tendrás hambre, Lucas. Acércate a la mesa y come algo. - Jefe, la ensalada de bogavantes y la carne mechada están riquísimas. Te las recomiendo -exclamó Eugenia, que se había acercado detrás de Manuel. - Habrá que probarlas entonces -contestó él con buen humor mientras se ponía en pie-. ¿Alguien me acompaña? Eugenia captó atónita cómo la mirada de Lucas se dirigía primordialmente hacia Marta. ¡No era posible!, su escéptico jefe no podía haber caído también bajo el embrujo de Marta. Debían de ser imaginaciones suyas. Lucas Riolobos era un duro con las mujeres. Jamás lo había visto realmente derretido por ninguna de las amigas con las que había salido. No obstante, el brillo de sus ojos al mirar a Marta la había desconcertado por completo. Intrigada, Eugenia decidió averiguar si su instinto femenino no se había deteriorado con los años. - ¿Has probado los magníficos postres, Marta? -le preguntó Eugenia. - Todavía no. Quizás un poco más... - Nada de eso. Si te demoras se terminarán los mejores -manifestó cogiéndola del brazo para que se incorporara. Miguel se levantó también, dispuesto a seguir a Marta. Eugenia frunció el ceño, lamentando que su plan se viniera abajo. La diosa fortuna vino a ayudarla cuando Manuel se dirigió a Miguel para presentarle a dos amigos suyos. Orgulloso de la aguda intuición de su secretaria, Lucas se situó al lado de Marta y los tres se acercaron a la mesa donde estaban dispuestas las fuentes de comida. Como era de esperar, no mucho

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tiempo después, Eugenia entabló conversación con otras personas, dejando solos a Marta y a Lucas. - ¿Te gusta este tipo de reunión o sólo has venido por compromiso? -su tono desdeñoso le resultó extraño a Marta. Lucas quería conocerla, saber lo que pensaba y cuáles eran sus preferencias. Llevaba dos meses trabajando para él, pero apenas la había tratado. Profesionalmente tenían poca conexión y Marta siempre se mostraba callada y distante cada vez que él entraba en el despacho de Eugenia. - Depende de quien me invite y de la gente que asista. En este caso he venido encantada. Manuel es una persona muy agradable y me encuentro a gusto con él. Sus invitados han sido también muy amables. Desde el punto de vista del trabajo era bueno que la secretaria y el jefe conectaran bien. Mirado desde otro prisma, desde los sentimientos que empezaban a nacer en el corazón de Lucas, a pesar de su intención inicial de conseguir acercarse a Marta únicamente para conocer a su sobrino, demasiada amistad no le resultaba deseable. - Sí, Miguel Villarán es muy simpático -comentó con un cierto resquemor-. Suele caer bien a las mujeres. - No me refería sólo a él. Por otra parte... también es lógico que un hombre atento y educado nos resulte atractivo. - Especialmente si también es rico -apostilló con malicia, disimulando apenas su desconfianza hacia las mujeres y el malestar que sentía de que Marta admitiera que le gustaba Miguel Villarán. - Supongo que para algunas mujeres esa es una cualidad muy importante a la hora de valorar a un hombre. Lucas deseaba que continuara, pero Marta guardó silencio. - ¿También para ti? -preguntó muy interesado. Era esencial que ella le respondiera lo que él deseaba.

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- No tengo intención de enamorarme ni de casarme, por lo que me resulta indiferente que un amigo tenga dinero o no. Personalmente, mis ambiciones económicas están colmadas -explicó serenamente-: gano lo suficiente para vivir bien y con eso me basta. Lucas se quedó atónito. No esperaba un discurso semejante, y desde luego, esa actitud representaba un obstáculo a todas sus ambiciones respecto a Marta Yuste, independientemente de que ambos compartieran un sobrino. - Pareces estar muy segura de lo que quieres. - ¿Y tú no? -se atrevió a preguntar. Lucas le dirigió una mirada que a Marta le pareció muy enigmática. - Antes lo estaba más que ahora. ¿Quieres bailar? -preguntó repentinamente, cogiéndola desprevenida. Marta no había esperado hablar y menos bailar con Lucas Riolobos. Ella era una empleada suya, nada más. Era de suponer que tuviera novia o amigas de posición económica y categoría social igual a la suya. Su actitud le extrañaba, a no ser que considerara un deber como jefe mostrarse amable con sus empleados. Vestido de forma informal: pantalón azul, camisa azul clara sin corbata y chaqueta azul marino de sport, Marta reconoció que Lucas Riolobos estaba muy guapo. Tenía revolucionadas a todas las mujeres que trabajaban en su empresa y no le extrañaba. A pesar de que todas sabían que el jefe era inaccesible y que sus amistades femeninas se movían en otros círculos, eso no impedía que lo admirasen como empresario y como hombre. - ¿Y por qué crees que nunca te enamorarás? -le preguntó tomándola suavemente de la cintura y acercándola con delicadeza a él. - No me interesa embarcarme en la aventura del amor. Según he visto, sólo trae complicaciones.

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- ¿Tantas experiencias negativas has tenido a ese respecto? -preguntó con enorme interés. Marta vaciló durante unos instantes, sopesando la pregunta de Lucas. Sin haberlo buscado, la conversación había empezado a transcurrir por derroteros demasiado íntimos. Descartando recelos, decidió contestar con sinceridad. - No personalmente, pero una persona muy querida sufrió mucho a causa del amor. Yo viví su desilusión y decidí no pasar por el mismo trance. Lucas se mantuvo en silencio mientras aspiraba su perfume, sintiendo su cuerpo más vivo teniéndola a ella entre sus brazos. Durante unos instantes reflexionó acerca de su respuesta y quiso saber más, todo lo que pasaba por su mente. - Entonces, ¿cuál es tu prioridad en la vida? Marta se apartó un poco y clavó la vista en sus profundos ojos castaños, que la miraban con una firmeza que la perturbó. - Mi familia y mi trabajo. Una sonrisa de satisfacción apareció en los labios de Lucas. Por lo menos, la tendría cerca, una gran ventaja para él. - Me alegra que estés contenta con nosotros. - Lo estoy. Me gusta el trabajo y tanto mi jefe como mis compañeros son excelentes. Lucas sabía que cuando Marta hablaba de su jefe se refería a Manuel. Tampoco le incluía a él entre sus compañeros. Teniendo en cuenta sus objetivos, su situación era bastante precaria. La determinación de esa mujer parecía firme como una roca. Tendría que ser muy prudente para acercarse a ella sin levantar sospechas. - A pesar de lo que me has dicho, me resulta chocante que no desees formar tu propia familia. Se supone que es el objetivo de la mayoría de los humanos. Marta elevó las cejas y se encogió de hombros.

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- Por lo que se ve, tampoco es tu principal objetivo -comentó con naturalidad. Touché. - Reconozco que mi dedicación al trabajo me ha quitado tiempo para otras cosas -contestó prudentemente, sin mencionar su desconfianza en las mujeres-. A partir de ahora nunca se sabe. Hay veces que un descubrimiento en un momento determinado, un acontecimiento o la aparición de una persona, nos obligan a cambiar los planes que siempre se habían cumplido a rajatabla. - Tal vez... Antonio Cubán y Eugenia miraban a la pareja, perplejos. - Si no conociera a Lucas como lo conozco diría que le gusta Marta Yuste -comentó Eugenia sonriendo-. Desde que ha llegado no se ha apartado de ella. ¿Crees que se podría estar incubando una especie de romance? Antonio Cubán conocía los planes de Lucas respecto a su sobrino y no le extrañó que iniciara esa noche su acercamiento a la joven secretaria. A pesar de la confianza que tenía en Eugenia, no podía descubrir a Lucas. Su secreto estaba muy bien guardado con él. - La chica es muy guapa. Es natural que le atraiga. Eugenia movió la cabeza, pensativa. - No sé..., me da la impresión de que se trata de algo más que una simple atracción momentánea y pasajera. La forma en la que la mira cada vez que la ve... Nunca le he visto mirar a nadie así, ni siquiera a las mujeres con las que ha salido. - Si tu intuición es cierta, ella estará encantada. Será la envidia de muchas mujeres. Eugenia conocía a Marta desde hacía poco tiempo, sin embargo pasaban juntas muchas horas, las suficientes como para poder hacer un retrato bastante fiable de ella.

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- Yo no estaría tan segura -afirmó ante el asombro de Antonio-. Lucas la mira de una forma bastante... elocuente cada vez que tiene oportunidad, pero no he dicho que Marta corresponda a esa mirada. Su interés está puesto en el trabajo, no en los hombres, y menos en uno en concreto. Antonio se echó a reír, muy seguro de la capacidad de su amigo para la conquista. - ¡Vamos, Eugenia!, sabes muy bien que Lucas sólo tiene que mover un dedo para tener a sus pies a todas las mujeres que quiera. - Cierto, excepto, quizás, a la que más le interesa. - Ahora parece tener puesto sus ojos en la farmacéutica esa tan mona con la que sale con frecuencia. Eugenia hizo un gesto de incredulidad. Conocía muy bien la indiferencia de Lucas hacia esa mujer. - ¿Tú crees? Yo lo que sé es que ella no para de llamarlo. Soy viuda y conozco a los hombres -le informó con desparpajo-, y te aseguro que si Lucas estuviera realmente interesado en la farmacéutica, no estaría aquí solo después de haber pasado cuatro días fuera. Antonio cedió ante los argumentos de Eugenia. Teniendo en cuenta que no conocía los motivos de Lucas para acercarse a Marta, su razonamiento era muy lógico. Lucas había empezado a llevar a cabo su plan y Antonio le deseó suerte para conseguir su objetivo. Miguel Villarán expresó su deseo de bailar con Marta, así como Manuel Cañada. - Los jefazos te solicitan, y estoy seguro de que me envidian por trabajar directamente contigo -comentó Manuel con mirada traviesa mientras bailaban. Marta se echó a reír. - No exageres; sólo cumplían con el penoso deber de mostrarse amable con sus empleados, nada más. - Lucas es respetuoso con todos, eso es cierto...

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- ¿Ves?, ahora está bailando con Eugenia -añadió Marta mirando hacia ellos-. Sin duda es un hombre que sabe mantener a la gente contenta. - Sí, esa es una de sus cualidades -reconoció Manuel. A la hora de despedirse, Miguel Villarán se empeñaba en acompañar a Marta. Le agradaba esa mujer y no quería perder la oportunidad de pasar más tiempo con ella. - No hace falta que te molestes, me iré con Eugenia. - ¡Ni hablar! -exclamó con ímpetu-. Hace una noche preciosa, ideal para dar un paseo. Iremos despacio hasta tu casa. Lucas había pensado exactamente lo mismo, convencido de que el interés de Miguel no llegaría hasta tan lejos. Su actitud empezaba a molestarlo. Era absurdo que con todas las mujeres que los acechaban a los dos se pelearan precisamente por la misma. Parecía ridículo, y también lo era el interés y el deseo que empezaban a hacer estragos en su interior. - Miguel tiene razón -afirmó Lucas-, la noche es excelente. Propongo que vayamos todos a una terraza a tomar algo. La mayoría estuvo de acuerdo y se unió al grupo. Eugenia alegó estar cansada y se despidió. Marta quiso imitarla, pero Eugenia, de nuevo, echó un cable a su jefe y la convenció para que se quedara un rato más. - Por favor, Marta, vete con ellos y disfruta. No desperdicies las oportunidades -le aconsejó de forma enigmática ante la expresión confundida de Marta. Manuel no la dejó pensar. Tomándola del brazo la obligó a que lo siguiera. Como un grupo de jóvenes más, disfrutaron de la noche con buen humor. Ni Lucas ni Miguel pudieron acaparar a Marta. Ella se propuso divertirse con todos por igual. El súbito interés de los dos hombres la incomodaba, máxime cuando ella no tenía ninguna intención de seguirles el juego.

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El domingo, Marta se lo dedicó a sus padres y a su sobrino. Los días de fiesta se tomaban con tranquilidad en casa de los Yuste. A Marta le gustaba dormir un poco más que los días de diario, desayunando tranquilamente con sus padres y con el pequeño. Por la tarde, una vez que el niño se levantó de la siesta, lo llevó al parque, donde Rafa se divirtió correteando y jugando con otros niños bajo la atenta mirada de su tía. Desde lejos, unos ojos la observaban. Lucas, apostado a bastante distancia de donde estaba Marta, todavía no podía creer que estuviera espiando a una de sus secretarias. Su plan de acompañarla a casa la noche anterior para poder hablar a solas se había desvanecido cuando Marta, improvisadamente, había cogido un taxi antes de que él pudiera reaccionar. Su único consuelo fue que Miguel Villarán se había llevado la misma sorpresa. Ese día, Marta Yuste se le había adelantado cogiéndole desprevenido. No solían salirle tan mal los planes. La noche no había transcurrido como a él le hubiera gustado. Apenas había podido estar con ella, lo que le había resultado frustrante. Esa mujer parecía bastante esquiva. Tendría que aprender que con él no servían mañas de ese tipo. Esa mañana, nada más levantarse, la hubiera llamado para invitarla a salir, a comer o para ir a pasar el día en el club: eso era lo que más le apetecía; en cambio, no lo había hecho. Nunca se había precipitado con una mujer y no quería hacerlo ahora. El problema era que jamás había estado tan interesado en una. Por la tarde decidió aventurarse a ir al parque para verla con su sobrino. Allí estaba, vestida con falda corta y camiseta, tan deseable como siempre, cuidando a un niño que, a todas luces, era sobrino de ambos. Marta miró sorprendida el maravilloso ramo de flores que un muchacho acababa de dejar sobre su mesa. Era un centro precioso,

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repleto de variadas flores que inmediatamente habían llenado la atmósfera del despacho de un fresco olor a naturaleza. - ¿Es usted Marta Yuste? - Sí. - Entonces este encargo es para usted. Por favor, firme aquí. Era lunes por la mañana, acababa de llegar a la oficina y de pronto le alegraban el día con unas preciosas flores. Intrigada, cogió la tarjeta y leyó el galante mensaje de Miguel Villarán: "Fue una velada maravillosa. Espero prolongarla, a solas, muy pronto". - Pero ¿qué es esto? -exclamó Eugenia al entrar en el despacho y ver las flores que ya empezaban a aromatizar el ambiente-. ¿Quién te envía ese ramo tan bonito? Marta sonrió y le alargó la nota. La secretaria levantó una ceja y le dedicó una sonrisa malévola. - Vaya, vaya... con que nuestro socio y rico hombre de negocios, Miguel Villarán, te tira los tejos. La joven movió la cabeza sonriendo. Eugenia se equivocaba. Ese detalle era un simple gesto de galantería. - ¡Qué deducción tan rápida y precipitada! Miguel Villarán se sintió a gusto conmigo y ésta es su forma de expresarlo, nada más. - Ya... -contestó Eugenia con sarcasmo-. Entonces supongo que debemos esperar más ramos de flores... Marta la miró extrañada, sin muchas ganas de continuar con el tema. A pesar de que la nota de Miguel Villarán era bastante sugerente, ella la tomaría tan sólo como un gesto de galantería. No quería problemas y si podía evitarlos no los tendría. - Bueno, dejémonos de tonterías y empecemos a trabajar -terminó Marta con impaciencia sentándose en su sillón y poniéndose a ordenar los papeles que tenía sobre la mesa.

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- Tú dirás lo que quieras -insistió Eugenia-, pero te aconsejo que hagas caso a la experiencia. Al parecer, tu presencia aquí... El timbre del interfono interrumpió sus palabras. - Me llama mi jefe, pero no creas que te librarás de mi discurso tan fácilmente -le advirtió con buen humor Eugenia. - Ni lo sueño siquiera -contestó Marta entre risas. Sabía muy bien que esas flores serían durante ese día el cotilleo de la oficina. Si bien Marta comprendía la buena intención de Eugenia, ateniéndose a sus sentimientos y a sus planes, no había nada por lo que preocuparse. El detalle de las flores había sido un gesto muy bonito por parte de un hombre. Marta no lo valoraba en ninguna otra medida. Eugenia volvió y tuvo que ponerse a trabajar, pero el tema del ramo volvió a la conversación cuando a media mañana apareció en la oficina una mujer que a Marta le pareció bastante atractiva. Saludó a Eugenia con simpatía y luego se fijó en las flores. - ¡Qué ramo tan fabuloso! - ¿Verdad que sí? Un... amigo se lo ha enviado a Marta, la nueva secretaria de Manuel Cañada -le informó, presentándosela ya de paso. Marta y Anabel se saludaron con cortesía. - Ese amigo debe admirarla mucho... Marta se limitó a sonreír, un tanto apurada. - ¿Está Lucas en su despacho? -preguntó Anabel a Eugenia. - Sí. Le aviso de que estás aquí -dijo cogiendo el auricular. - No hace falta. Si está solo entraré directamente. Antes de que Eugenia pudiera contestar, Anabel ya había salido y se dirigía con desparpajo y seguridad hacia el despacho de Lucas. Eugenia frunció el ceño, sabiendo muy bien que a Lucas le desagradaban ciertas sorpresas.

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Lucas la miró asombrado, sin que apareciera en su rostro ningún gesto acogedor, lamentando que Anabel se tomara descaradamente la libertad de imponerle de nuevo su presencia. En cuanto podía, la joven se dejaba caer por la oficina de Lucas. Anabel sabía muy bien que él era demasiado independiente, y a ella le gustaba atarlo en corto. Estaba enamorada de Lucas Riolobos y no pensaba dejárselo escapar. Algunos hombres parecían ciegos ante lo más evidente y había que abrirles los ojos para que vieran con claridad lo que más les convenía. Los dos tenían el porvenir resuelto y estaban en edad más que casadera. ¡Ya era hora de que Lucas se decidiera!

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e salido del trabajo para hacer algunas gestiones y se me ha ocurrido venir a verte para preguntarte por el viaje -le explicó Anabel acercándose a él y dándole un beso-. ¿Llegaste ayer, como tenías planeado?

A Lucas le caía bien Anabel. Era una buena amiga y muy detallista con él. Lo que no le gustaba era que se entrometiera en su vida. Nunca se le había ocurrido a él ir a molestarla a su trabajo. Sobre todo teniendo en cuenta que no había absolutamente nada entre ellos; solamente amistad. - No, llegué el sábado. Manuel Cañada inauguraba su piso y tenía interés en asistir a la fiesta que organizó. La franqueza de Lucas la sobresaltó, reflejándose inmediatamente en su rostro la desilusión. No la había llamado y él no le daba ninguna importancia. - Yo estaba libre ese día. Podía haberte acompañado -señaló con resquemor-. ¿Lo pasaste bien? - Sí. A excepción de un grupo de amigos de Manuel, la mayor parte de la gente que asistió pertenecía a la oficina. Anabel asintió con un movimiento de cabeza. Se sentía dolida por la indiferencia de Lucas, pero intuía que ese no era el mejor momento para demostrárselo. Al fin y al cabo había sido una

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especie de reunión de gente de la empresa Riolobos. No le daría al asunto mayor importancia. - Supongo que también asistiría la guapa secretaria de Manuel. Me imagino que estará encantado con ella... -añadió irónica. A Lucas le alarmó el comentario. Fingiendo indiferencia, logró controlar la intriga que le habían provocado sus palabras. - ¿Por qué lo dices? ¿Es que la conoces? - Me la ha presentado Eugenia hace un momento, y a juzgar por el precioso ramo de flores que había sobre su mesa, Manuel debe estar bastante... interesado en su secretaria -conjeturó erróneamente la joven. El corazón de Lucas sufrió repentinamente una violenta sacudida: Manuel... interesado... flores... ¡No lo creía! Anabel tenía que estar confundida. Él era bastante intuitivo y no había captado un interés real por parte de Manuel hacia Marta. ¿O estaba tan obcecado con su propia obsesión que se le había pasado por alto ese detalle? - Haces unas deducciones demasiado precipitadas -señaló de mal humor-. ¿Por qué supones que era de Manuel? - Pues... no sé -respondió Anabel dubitativa-; la idea me vino de pronto a la cabeza... - ¡Es igual!, eso no nos incumbe ahora -la cortó con brusquedad-. ¿Y tú qué proyectos tienes para el verano?, ¿no piensas irte de vacaciones? Anabel había pensado mucho en esas vacaciones. Ya que le habían fallado los planes en Semana Santa, ahora estaba decidida a convencerlo para que la acompañara a cualquier sitio que les apeteciera a ambos. - Sí, por lo menos dos o tres semanas. Podríamos organizar algún viaje juntos -sugirió esperanzada. Si lograba convencerlo, ya se encargaría ella de que Lucas se lo pasara tan bien que anhelara después esos días, que no se olvidara fácilmente de esas vacaciones.

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- Por ahora no puedo hacer planes. Estamos empezando con la nueva empresa y tenemos mucho trabajo y varios viajes importantes que no podemos demorar. La joven bullía de rabia. No podía creer que, de nuevo, Lucas rechazara su proposición. - ¿Ni siquiera dispondrás de una semana? -preguntó disgustada. - No lo sé. Quizás más adelante. En cuanto Anabel salió, Lucas se quedó mirando la puerta pensativo. La anécdota del ramo era una tontería, pero a él lo había molestado bastante. Por otro lado, la actitud de Anabel empezaba a cansarle. Entre ellos no existía ningún tipo de compromiso ni sentimientos profundos, sin embargo Anabel no parecía comprenderlo. Pretendía un acercamiento y una intimidad que él no deseaba. Cuando más tarde Lucas entró en el despacho de las secretarias, Eugenia se encontraba sola. El enorme ramo de flores adornaba toda la habitación con su magnificencia y profusión de colores. - ¿Algún admirador vehemente? -preguntó con una cierta sorna. La miraba a ella, pero Eugenia sabía que su comentario incisivo se refería a otra persona. Conocía muy bien a su jefe y sabía por su expresión que la visión de esas flores no le agradaba. - Más quisiera yo... -contestó la secretaria riendo-. El honor de recibir un detalle tan caballeroso ha sido para Marta. Supongo que... como acaba de llegar a esta empresa, éste es sólo el principio -aseguró pinchándole. - ¿Eso crees? En esos momentos entró Marta, interrumpiendo la conversación entre Eugenia y Lucas. Lo saludó brevemente y

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enseguida comenzó a teclear en el ordenador, sin ninguna intención de entablar conversación con él. Molesto por su indiferencia, Lucas volvió a dirigirse a Eugenia para tratar asuntos de trabajo. Al poco rato salió, dejando en la veterana secretaria la sensación de que algo importante estaba ocurriendo en el corazón de Lucas Riolobos. Si su intuición de mujer no la engañaba, su jefe se sentía atraído por Marta Yuste, permaneciendo la joven aún en la inopia. Nadie, excepto Eugenia, sabía quién había enviado las flores a Marta. Aun siendo la comidilla de la oficina, Marta no estaba dispuesta a divulgar el nombre del autor del envío. No deseaba cotilleos, y menos infundados. No tenía la menor intención de salir con Miguel Villarán. Él la llamó al día siguiente, decepcionado por que la bella secretaria no hubiera aprovechado la llegada del ramo para telefonearle. Su desilusión fue aún mayor cuando Marta declinó cortésmente su invitación para cenar ese fin de semana con él. - Tu política respecto a los hombres de esta empresa me parece muy acertada, Marta -le dijo Eugenia nada más colgar la joven el teléfono-. Eres un bonito regalo para ellos y están deslumbrados. No obstante, y aunque te aconsejo cautela, tampoco es bueno que te encierres tanto en ti misma. Me da la impresión de que... Marta la miró con ternura, agradeciendo enormemente su interés por ella. A pesar de que ambas se conocían desde hacía poco tiempo, se había establecido un sólido vínculo de amistad entre ellas. - No te preocupes, Eugenia. Tengo buenos amigos que me aprecian tanto como yo a ellos. Nos llevamos muy bien y nos divertimos juntos. De verdad que no necesito salir con nadie. - Pero lo natural es que una mujer como tú...

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- Sí, mi actitud no es corriente, pero tengo mis razones. Algún día te las explicaré. Eugenia no quiso indagar más en la intimidad de su amiga. Dedujo que quizás la joven había sufrido una decepción amorosa y huía del amor mostrándose reservada y distante con los hombres. El viernes, Miguel Villarán entró en el edificio de las empresas Riolobos y se dirigió directamente al despacho de Marta. - Como mis llamadas no tuvieron éxito, he venido para solicitarte personalmente -dijo acercándose a su mesa, mostrando su más encantadora sonrisa. Marta lo miró sorprendida y lo saludó con poco entusiasmo. No le parecía bien que intentara sacarle una cita allí mismo, en su lugar de trabajo. No era serio. - Me temo que se ha molestado en vano. Tengo por norma no salir con los hombres que trabajan en la misma empresa que yo. Miguel la miró extrañado. No entendía en absoluto la postura de la joven secretaria. - ¿Y qué hay de malo en ello? Somos compañeros... - No somos compañeros y usted lo sabe. - Bueno..., quizás el término "compañeros" no es el más acertado en este caso, pero qué más da... - No da igual -le replicó ella sin dejarle terminar-. Yo soy una empleada y usted es un jefe; con que saliéramos una vez estaríamos en boca de todo el mundo... - Eso no tiene por qué importarnos. Somos dos personas adultas y libres: no dañamos a nadie. Ese hombre parecía tener respuestas para todo. Marta también reconoció que sus palabras estaban cargadas de lógica; aun así, no estaba dispuesta a ceder. Hacía solamente unos meses que trabajaba en la empresa y no quería líos. - Lo siento: mi respuesta sigue siendo la misma.

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Miguel la miró pensativo, realmente extrañado de su actitud. Inspirando en profundidad miró a su alrededor desarmado. ¿Sería que no le gustaba absolutamente nada a esa mujer? Arrellenándose cómodamente en la silla que había delante de la mesa de Marta, la miró con gesto solemne. - ¿Puedo preguntarte por qué me tratas hoy de "usted"? - Así debe ser y así será de ahora en adelante. ¡Una mujer interesante y extraña!, pensó el financiero, una rara gema en bruto que él trataría de conquistar. Al entrar en el despacho, Eugenia escuchó la última parte de la conversación y se imaginó lo que estaba sucediendo. Era de esperar que Villarán insistiera, pero no había esperado verlo por allí tan pronto. Al parecer, la joven Yuste empezaba a hacer estragos entre los varones de la casa. Lo que esperaba la veterana secretaria era que esa euforia no les trajera a todos problemas. Los ramos de flores y las llamadas se sucedieron sin piedad, hasta que Marta, avergonzada y harta de las risitas y comentarios de sus compañeros, aceptó salir con Miguel Villarán un sábado por la noche. Era de suma urgencia solucionar ese asunto. Ese asedio tenía que terminar cuanto antes. - Siento haberte acosado así, pero empecé a intuir muy pronto que esa sería la única manera de conseguir que salieras conmigo. Marta se lo tomó con buen humor y sonrió. Estaban sentados en un elegante restaurante, esperando que les sirvieran lo que ya habían pedido. Las miradas de Miguel eran cálidas y bastante elocuentes. Para su desilusión, en ningún momento encontraron en los ojos de Marta la respuesta que él hubiera deseado. - No has conseguido nada, Miguel; sólo una cena. - Digamos que éste es el principio..., más adelante, ya veremos. Marta se echó a reír. En el fondo le había hecho gracia el método empleado por Miguel. Sólo ella sabía que, por mucho que

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insistiera, jamás conseguiría nada más allá de una simple relación de amistad. La armonía y el buen humor reinaron a lo largo de la noche. Miguel se dio cuenta en seguida de que tendría que tener paciencia si quería conseguir que Marta volviera a salir con él. Decidió relegar la cuestión de una posible relación, limitándose a temas generales que los entretuvieran a ambos. Marta lo agradeció, sintiendo al final de la cena que la velada había transcurrido de una forma mucho más agradable de lo que ella había previsto. A Lucas se le encogió el corazón cuando Antonio le habló por teléfono acerca de la pareja que había visto en el restaurante el sábado por la noche. - ¿Estás seguro? -preguntó en un tono de voz apagado, impactado por la noticia que podía significar un duro golpe para los sentimientos que empezaban a nacer en él. - Parecían muy contentos. Yo diría que estaban disfrutando realmente de la mutua compañía -comentó su amigo con ingenuidad. - ¡Maldita sea! -exclamó Lucas con ira tras colgar el teléfono bruscamente. Miguel Villarán se le había adelantado y él, como un imbécil, tratando con sumo cuidado a Marta para no espantarla. - ¿Quién era? -preguntó Víctor entrando en esos momentos en la cocina de la casa de su hermano. Se había presentado el sábado por la noche, con la firme intención de acercarse al parque el domingo por la tarde y conocer a su hijo. A Lucas no le gustaba mucho la idea, pero había cedido, comprendiendo la ansiedad de su hermano por conocer al pequeño. - ¿Qué?, ¡ah...!, nada importante: un asunto que debo controlar mejor -terminó sin más explicaciones. Todavía no estaba preparado para hacer confidencias. Esa tarde, los dos hermanos se apostaron entre varios árboles, en el sitio desde el que se observaba perfectamente la zona donde

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jugaban los niños. A las siete, Marta apareció con su sobrino, se sentó en uno de los bancos de madera y sacó un pequeño cubo y una pala. Lucas observó a su hermano. Parecía emocionado, nervioso, mirando sin pestañear al niño que habían deducido era su hijo. El crío se sentó en la arena y comenzó a llenar el cubo, absorto en cada uno de sus movimientos. Marta le hablaba y le sonreía, ayudándolo a recopilar tierra con el rastrillo. - Es guapo -murmuró Víctor visiblemente emocionado. Lucas se sintió más unido a su hermano que nunca. Pasándole un brazo por los hombros le sonrió. - Se parece a ti. Yo, que apenas tengo tiempo de mirar a los críos que juegan en los parques, lo reconocí enseguida. Él mismo veía claramente el parecido. Víctor nunca había pensado en formar una familia y mucho menos en tener hijos, pero ahora que veía al pequeño que era suyo... - Su madre también es muy guapa -contestó sin dejar de mirar a Rafa. Lucas no dudó de la palabra de Víctor. Sólo había que mirar a su hermana para convencerse de que su hermano no mentía. - Desearías conocerlo y tenerlo, ¿verdad? - Mucho. Lucas lo miró con expresión decidida. Su hermano tenía un hijo, y sus derechos sobre él eran tan válidos como los de la madre. - Lo tendremos. El plan acaba de ponerse en marcha -declaró con súbita resolución. Nunca le había fallado a su hermano y fuera como fuera conseguiría que Víctor disfrutara de su hijo en la misma medida que la madre. Víctor se alejó del parque, sabiendo que no era conveniente que Marta Yuste lo viera. Rafa se parecía a él y aún era pronto para que lo relacionara con Lucas.

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Momentos más tarde, Lucas la saludaba como si su encuentro hubiera sido casual. - Parece que todo el mundo pasea por los parques los domingos por la tarde -comentó a la ligera. Todavía sorprendida, Marta se sintió azorada, sin saber qué decir ante el inesperado encuentro. - Pues... sí. Es el sitio más fresco para estar a esta hora. Lucas miró hacia abajo y observó al pequeño, ensimismado aún en el vano intento de lograr hacer flanes con la tierra. - Veo que tienes a alguien a tu cargo. Marta dulcificó su expresión. Su sobrino había sido un maravilloso regalo para ella. Todo lo que tuviera que ver con él la complacía enormemente. - Es mi sobrino. Lucas se agachó y comenzó a jugar con el crío. Rafa reía y contestaba a su manera a las preguntas de Lucas. Marta los observó con ternura, admirando la delicadeza de ese hombre hacia el niño y su paciencia y dedicación para inventarle juegos. A partir de ese momento, Marta contempló a Lucas desde un prisma diferente. Vestido con ropa informal y dirigiéndose a ellos de una forma sencilla y natural, nada tenía que ver con el hombre que llevaba a diario trajes de un diseño impecable, poderoso y arrogante, que dirigía con firmeza y eficacia un grupo de sólidas empresas. - Parece un niño sociable y tranquilo -dijo Lucas incorporándose y sentándose al lado de Marta. - Lo es y usted parece tener buena mano para los niños. Lucas le lanzó una mirada penetrante, recibiendo con sumo agrado la franca naturalidad de su expresión. - ¿Es necesario que te dirijas a mí con tanta formalidad? Marta hizo un movimiento negativo con la cabeza. Aunque en la fiesta de Manuel se habían tratado de una forma bastante natural, a partir de ahí la rigidez y las formalidades habían vuelto a imperar

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entre ellos. Era normal en una relación entre jefe y secretaria. Ella sabía muy bien que el protocolo de una oficina debía ser así y lo llevaba a rajatabla. - No, aquí no es necesario. - Gracias. Respecto a los niños... me gustan mucho. Me conmueve su inocencia y me da envidia su sana alegría -manifestó con melancolía-. Son felices, con muy pocas necesidades y ninguna responsabilidad. - Pareces tener nostalgia de la infancia. Lucas miró pensativo al pequeño. - Al contrario. Siento nostalgia de la infancia que no tuve. Todos los niños tienen derecho a disfrutar de un hogar y a gozar de unos privilegios. Desgraciadamente, mi hermano y yo no los tuvimos nunca. El peso de la tristeza mezclado con la ira se reflejó en sus ojos. Era evidente que todo su ser se rebelaba contra esa injusticia. Marta se compadeció de él y de todos los niños sin hogar, comprendiendo en esos momentos el carácter más bien sombrío de Lucas Riolobos. Eugenia era una mujer muy discreta y no le había contado nada sobre la vida de su jefe. Sólo había recalcado en alguna ocasión la enorme valía de Lucas, al ser capaz de crear un sólido grupo de la nada, contando solamente con su propio esfuerzo y con su inteligencia. Llevando al niño de la mano, Marta y Lucas pasearon por el parque hasta el anochecer, conversando y jugando con el pequeño. Cuando Lucas los despidió en la puerta de su casa, ambos sintieron que se había establecido un vínculo entre ellos que ninguno de los dos había previsto. Tal vez el pequeño Rafa había servido de eslabón para que Lucas y Marta empezaran a conocerse mejor. Las miradas y las sonrisas cómplices comenzaron a cruzarse entre ellos discretamente. Marta sólo estaba dispuesta a conceder

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ese margen. De hecho, Lucas lo descubrió muy pronto cuando ella rechazó su invitación para salir a cenar el sábado. Trató de resignarse haciendo acopio de toda su paciencia, sabiendo muy bien que con una mujer como Marta ningún tipo de acercamiento sería fácil. Quizás sólo uno fuera efectivo... - Entonces te veré en el parque el domingo. Marta abrió los ojos sorprendida, luego sonrió con impotencia, reconociendo la habilidad de Lucas. - No sé si estaré... -la había cogido por sorpresa el muy caradura... - A las siete estaré esperándote. Antes de que Marta pudiera insistir en su negativa, Lucas ya había salido de su despacho. Darle ventaja a una mujer tan cautelosa hubiera sido un error. Las tardes en el parque se fueron sucediendo, dando lugar a otra serie de salidas que Marta trató de evitar inútilmente. El rumor que había empezado a correr por la oficina se convirtió en un hecho, pasando inmediatamente a la convicción de que el presidente y dueño del grupo Riolobos y la secretaria de Manuel Cañada, el director de la nueva empresa de repuestos, estaban enamorados. En la oficina, las formalidades entre ellos continuaron, así lo exigía Marta, y si en algún momento Lucas se atrevía a llamarla a su despacho, Marta se presentaba acompañada de Eugenia, para frustración de Lucas. - ¿Sabes a lo que me expongo con estos numeritos? -protestaba una vez Eugenia tras haber salido ambas del despacho de Lucas-. Que mi jefe me despida o no me vuelva a hablar nunca más. Tú no eres su secretaria, Marta, y está claro que si te llama es para estar a solas contigo, no acompañada por una carabina. Marta le sonrió con dulzura, realmente agradecida de que su amiga accediera a sus exigencias.

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- No te preocupes. Son simplemente lecciones de tanteo. Lucas tendrá que aprender que todavía no hay nada serio entre nosotros, a pesar de nuestras esporádicas salidas. - Pero ¿qué dices? Él ya te ha elegido... - También le tengo que elegir yo a él, y... todavía no estoy decidida a iniciar una relación: me asusta... -confesó preocupada. Eugenia se acercó a ella y le sonrió. - Déjate llevar por las circunstancias, Marta. Os aprecio mucho a los dos y creo sinceramente que os merecéis el uno al otro. - Gracias por tu confianza. Marta sabía que algo importante estaba ocurriendo entre Lucas Riolobos y ella. Aun así no se decidía a reconocerlo abiertamente. Las circunstancias profesionales de ambos eran un inconveniente. No insalvables, bien era cierto, pero ella prefería ser prudente y no lanzarse al río de cabeza. Anabel volvió de vacaciones y llamó a Lucas con la esperanza de que él la acogiera con cariño e incluso con un poco de nostalgia por su ausencia de dos semanas. Partió de viaje frustrada porque no consiguió que Lucas la acompañara. Anabel sabía lo que quería y también estaba convencida de que en el caso de que lograra conquistar a Lucas por completo, le haría feliz. Él no le daba la oportunidad que ella tanto deseaba y eso la bloqueaba, inutilizando cada uno de sus planes con respecto a él. Durante la conversación, Lucas se mostró respetuoso y amable, preguntándole, como a una amiga más, acerca de sus vacaciones. En cuanto la actitud de Anabel cambió, pretendiendo una intimidad que nunca habían tenido, el talante de Lucas se volvió frío y distante. Anabel lo captó enseguida y retrocedió, pensando darle más tiempo. Lucas aún no estaba preparado para una relación de pareja y ella tendría paciencia. Al coger el auricular, Eugenia sonrió y le pasó la llamada a Marta.

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- Es para ti -dijo haciendo un gesto irónico-; me ausentaré durante unos minutos. Marta le rogó que no lo hiciera, pero su petición no dio resultado. - Dado que no quieres venir sola a mi despacho, me veo en la necesidad de recurrir al teléfono para poder contactar contigo. ¡Es increíble! -exclamó malhumorado. Marta no pudo reprimir la risa. En verdad, la situación no podía ser más cómica. - Y encima te lo tomas a broma... La verdad, no sé por qué consiento esta situación tan estúpida, como si estuviéramos haciendo algo malo. El tono serio de Lucas y su evidente enfado la provocaban más risa. Jamás hubiera pensado que el formal y arrogante Lucas Riolobos tuviera tanta paciencia. - Lo siento, Lucas, me río porque, en parte, tienes razón. La relación semiclandestina que mantenemos parece un tanto... ridícula. Aparentemente, mi actitud resulta absurda, pero mi conducta se basa en unos motivos bien fundamentados. No quiero que se exagere lo que no existe ni que se hagan malévolos comentarios a nuestra costa. -El humor de Lucas evolucionó a peor. Cada vez entendía menos el comportamiento de esa mujer. Con lo fácil que era entablar una amistad, salir durante un tiempo y dejarlo si la relación no les aportaba nada importante, como le había sucedido a él hasta que conoció a Marta. - ¿Y se puede saber qué es lo que no existe? -preguntó aumentando su tono de voz en la negativa. - Sabes perfectamente que los cotilleos sobre nosotros serán exagerados. Somos tan sólo amigos y yo... - No es un tema para tratarlo por teléfono y me gustaría aclararlo. ¿Tendrías la gentileza de venir a mi despacho? -preguntó con una nota de enfado en su tono.

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- No iré, Lucas. Ya lo hablaremos en otra ocasión. - ¿Cuándo? -preguntó con impaciencia. - Cuando vuelva de vacaciones. - Disculpa un momento -contestó Lucas antes de colgar el teléfono precipitadamente. Unos segundos después entraba en el despacho como un vendaval, con una expresión en su rostro que todos temían en la oficina. - ¿De qué vacaciones hablas? Su actitud molestó a Marta. Lucas trataba de imponer sus deseos por encima de todo. - Soy una trabajadora de esta empresa y tengo derecho a vacaciones... al menos eso pone en mi contrato -terminó sarcástica, enfrentándose valientemente al semblante amenazador de Lucas. - ¿Por qué no me habías dicho que las cogías ahora? - No sé..., no se me había ocurrido. Pensé que lo sabías, o... que te lo imaginabas. Supongo que tú también te irás, ¿no? - ¡No! -contestó con un brillo de animosidad en sus ojos-. Había hecho planes para nosotros... - Sin contar conmigo, claro, muy típico de ti -le echó en cara sin titubear. Lucas Riolobos había tenido que abrirse camino en la vida a base de golpes. Estaba acostumbrado a organizarse a su antojo y a programar sin interrupciones cada uno de sus pasos. Estaba, consentidamente, habituado a mandar sin que nadie le llevara la contraria. Por primera vez, una mujer se le encaraba y trataba de obstaculizar sus planes. Desgraciadamente para los dos, Lucas no encajó bien la independencia de Marta y no estaba dispuesto a ceder. - Esa frase es absurda; por supuesto que pensaba decírtelo hoy mismo. Nos iremos de viaje los dos solos...

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La mirada de Marta se endureció. Con todo, controló su genio y logró disfrazar sus palabras de una cierta suavidad. - Lo siento, pero tus planes tendrán que posponerse. Disfrutaré de mis vacaciones con mi familia, como ya tenía planeado. Lucas no podía creerlo. Cualquier mujer de las que él conocía hubiera dado cualquier cosa por escuchar una proposición semejante. Todas menos esa extraña mujer que empezaba a volverlo loco. - Anula esos planes. Estamos conociéndonos y no quiero que te ausentes ahora -le ordenó tajante. No pedía ni rogaba. Lucas Riolobos no estaba acostumbrado a suplicar. Su palabra era ley y todos bailaban al son que él tocaba... menos Marta Yuste. Ella apreciaba su enorme atractivo y todas y cada una de sus cualidades. Sólo había un inconveniente: no soportaba su extrema prepotencia. - No lo haré, Lucas -contestó mirándole fijamente. Su firmeza lo convulsionó; no obstante, lejos de amedrentarlo lo envalentonó. Enderezándose en toda su estatura, le devolvió una mirada tan fría como el acero. - ¿Es tu última palabra? -preguntó cortante. Sus ojos centelleaban cargados de ira. - Así es. No hizo falta que Lucas contestara. Su última mirada, llena de rencor y de decepción, lo decía todo. Cuando momentos más tarde entró Eugenia, Marta aún no se había recuperado del disgusto. Su rostro lánguido reflejaba la desazón que la había invadido repentinamente. - Teniendo en cuenta la mirada letal que me ha dirigido el jefe y la brusquedad con la que ha salido de aquí, juraría que algo muy grave acaba de ocurrir en este despacho.

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Intentando recuperarse, Marta trató de restarle importancia, aunque sólo fuera para su propia tranquilidad. - Tampoco es para tanto -contestó Marta recobrando el aplomo que Lucas había logrado tambalear-. Lucas Riolobos tiene que aprender a convivir con la gente, a tenerla en cuenta y a salir de la burbuja de escepticismo, resentimiento y prepotencia en la que se metió obligado por las circunstancias de su infancia. Si llega a conseguirlo será más feliz y hará más felices a los demás. Eugenia la miró sorprendida. Era obvio que Marta ya conocía parte de la vida de Lucas. Él mismo debía haberle hablado de su triste infancia. - Tu intuición es admirable, Marta. Sin apenas conocerlo has deducido a la perfección los sentimientos de Lucas. De todas formas, debes saber que es bueno y generoso. - Lo sé. Sólo hace falta que alguien le baje los humos y le haga ver con claridad la realidad de las personas y del mundo que le rodea. Al día siguiente, Marta y su sobrino partieron hacia Madrid, donde cogerían el avión que los llevaría a Miami, lugar donde se encontraba su hermana. Marta y Elisa hablaban todas las semanas y se escribían con frecuencia, pero ambas eran partidarias de que el niño no perdiera el contacto con su madre. Para Elisa habría sido demasiado duro que su hijo no la reconociera o la extrañara. Habían convenido que en cuanto tuvieran una mínima oportunidad y los ahorros lo permitieran, Marta se encargaría de llevar al niño al lado de su madre. Durante la estancia en Miami, Marta y Rafa se alojaron en el apartamento que Elisa compartía con dos compañeras. La obra de teatro en la que actuaba estaba teniendo mucho éxito entre la comunidad hispana. Mientras su hermana trabajaba, Marta paseaba

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a Rafa o lo llevaba a la playa; las horas restantes las pasaban los tres juntos disfrutando de la mutua compañía. - Nunca te agradeceré bastante lo que haces por mi hijo, Marta. Si no fuera por ti... Marta abrazó a su hermana con cariño. La había echado mucho de menos y ahora estaba encantada de pasar esos días con ella. - Por favor, Elisa, sabes que para mí es un placer cuidar a Rafa. Disfruto muchísimo con él. Es un niño maravilloso y yo lo adoro. - Gracias a tu ayuda puedo realizar mi sueño. Estoy encantada; no sabes cómo me gusta mi trabajo de actriz. Marta sonrió complacida. Sabía que los escenarios formaban una parte esencial de la vida de se hermana. También sabía que sin su ayuda, Elisa nunca hubiera podido realizar su sueño. Las hermanas estaban para ayudarse y Marta estaba decidida a ver a su hermana feliz. - Esa es mi mejor recompensa. Quiero que cumplas tus deseos, Elisa, y que no olvides nunca que siempre tendrás el apoyo de tu familia. Elisa besó a su hermana, emocionada. - ¿Y tú qué?, ¿no tienes ningún amor a la vista? -le preguntó cambiando de conversación, al tiempo que se limpiaba las lágrimas. - Ninguno. Sigo tan libre como cuando te fuiste. -No era del todo cierto. De todas formas, aún no estaba segura de nada. Era preferible guardarse por el momento sus sentimientos para sí. Elisa la miró extrañada. - Y con todos los admiradores que tienes ni siquiera te gusta uno más que los demás. A pesar de que Marta no quería hablar de Lucas, tampoco deseaba mentir a su hermana. - He salido con uno algunas veces. Por ahora, sólo como amigos.

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Elisa abrió los ojos inquisitiva, deseando saber más de esa relación. - Tú no sales con cualquiera. Debe gustarte mucho. - Estoy a gusto con él. También es cierto que hay algunos puntos en los que no estamos de acuerdo. - Si pretendes una relación perfecta... - No es eso...; de todas formas no hay nada seguro. El tiempo dirá. Elisa se encogió de hombros. Conocía a su hermana y sabía que Marta sólo se expondría sobre seguro. Ella había sido más arriesgada y se había visto obligada a afrontar las consecuencias. Marta hacía muy bien en andarse con cuidado. - ¿Y respecto al trabajo? - Creo que he tenido suerte. Trabajo en las Empresas Riolobos y estoy contenta. - ¿Riolobos has dicho? -preguntó Elisa, palideciendo instantáneamente-. Dios mío... Marta notó la turbación de su hermana y la miró preocupada. - ¿Conoces a Lucas Riolobos? - No, sólo de oídas, pero... conocí muy bien a su hermano, Víctor Riolobos. -Elisa nunca había hablado del padre de su hijo. Debido a una casualidad, su hermana trabajaba ahora en la empresa de su hermano, y Elisa creyó llegado el momento de sincerarse con Marta. - Sé que Lucas tiene un hermano que vive en Madrid. Aún no lo conozco. Elisa fijó la mirada en sus manos, indecisa. Su hermana se merecía su confianza, sus confidencias, sin embargo, temía retroceder a sus dolorosos recuerdos. - Ese hombre, Víctor Riolobos, es el padre de mi hijo.

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Marta se incorporó bruscamente, atónita, sintiendo en su corazón una punzada de consternación. ¡Dios santo...! ¡No podía ser posible que se dieran tan nefastas coincidencias! - ¡Cómo dices? Elisa le dirigió una mirada llena de pesadumbre. - Unos amigos comunes nos presentaron en Madrid. Empezamos a salir, yo me enamoré perdidamente, creyendo que Víctor sentía lo mismo por mí, y tuvimos un romance. -Sus ojos reflejaban nostalgia y pesar. Lo que ella había deseado que podía suceder con Víctor, no sucedió-. Los meses que duró nuestra relación fueron maravillosos; lo triste fue la despedida, o más bien el descubrimiento de que el amor de Víctor no era tan profundo como yo había pensado. La ruptura se hizo inevitable y no tuve valor para decirle que estaba embarazada. Marta se llevó la mano a la frente con preocupación. Conocer el secreto de su hermana la sumió todavía más en la confusión, conduciéndola inexorablemente a un callejón sin salida. - Pero si lo hubieras hecho, quizás él habría recapacitado y podríais haberos mantenido unidos por amor a vuestro hijo. Elisa negó con vehemencia. - No quería que mi embarazo lo forzara a quedarse a mi lado. Marta volvió a sentarse al lado de su hermana y la consoló con cariño. - Quizás fue lo mejor. Lo importante es que tienes un hijo precioso y su familia lo adora. Elisa la miró asustada. - Nunca os lo he dicho, pero Rafa es clavado a su padre. Me da miedo pensar qué haría él si llegara a descubrirlo. Te imaginas si quisiera arrebatárnoslo... Marta no había pensado en eso. De pronto, recordó la llamada del desconocido reconociéndose como el padre de Rafa. Decidió callar. No se lo comentó a su hermana para no preocuparla más.

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Ahora la que estaba inquieta era ella. Casualmente se había metido en la boca del lobo y... encima le gustaba un Riolobos como nunca le había gustado ningún hombre. ¿Sería Lucas como su hermano, incapaz de enamorarse profundamente y de entregarse por completo a una mujer? - Si no te quería lo suficiente como para continuar contigo, ¿por qué habría de querer a ese niño? Elisa se encogió de hombros. - No sé... a pesar de todo, Víctor fue honesto. No es mala persona, lo que pasa es que le cuesta abrir su corazón a los demás. - ¿Entonces no te importaría compartir a Rafa con su padre? - Es bueno que los niños tengan padre y madre, que los conozcan y los traten a los dos. Sin embargo me da miedo dar ese paso. Hace mucho tiempo que no veo a Víctor y no puedo estar segura de su reacción. Marta estaba también asustada. No conocía a Víctor Riolobos, pero conocía a su hermano y sabía que su voluntad era implacable e inflexible. Si se enteraba de que tenía un descendiente, Marta estaba segura de que no se quedaría de brazos cruzados. Todo lo suyo lo protegía con una rigurosa determinación, y un sobrino, sangre de su sangre, hijo del hermano al que adoraba, sería digno de la lucha más encarnizada por conseguir todos los derechos sobre él. A pesar de la aprensión que atenazaba su corazón, Marta intentó tranquilizar a su hermana. - Bueno, tú no te preocupes de nada. Eres actriz, de las buenas, y tienes que concentrarte en tu trabajo para que empiecen a lloverte los contratos -dijo para sacarle una sonrisa a su hermana-. Ahora disfruta de tu hijo y confía en mí. Yo protegeré a Rafa y todo seguirá como hasta ahora.

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nfadado por la testarudez y el desplante de Marta, Lucas se fue a Madrid, a casa de su hermano, y le convenció para que le acompañara a pasar unos días de descanso en Canarias. Antonio Cubán también iría con ellos. Tenía la

esperanza de que yéndose lejos lograría aplacar la rabia que lo consumía. - Tu actitud es un tanto extraña, Lucas -le dijo Víctor tras escuchar los planes de su hermano-. ¿Se puede saber por qué no vas con Anabel? Está loca por ti... Antonio Cubán estalló en carcajadas. - Andas un poco desfasado, Víctor. Al parecer, Anabel Azabal pasó a la historia. Ahora tenemos otra candidata a la mano de nuestro jefe supremo -le informó con sorna, mirando divertido la expresión malhumorada de Lucas. Lucas le lanzó una mirada siniestra a su hombre de confianza. - Sin duda llevas mis asuntos de maravilla, hasta los estrictamente personales -le reprochó con un ligero tono jocoso. - Es mi trabajo: proteger tus intereses. Víctor los miró intrigados. - ¿Se puede saber a quién os referís? Tras unos momentos de vacilación, Lucas se decidió a hablar.

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- A Marta Yuste -reconoció sin rodeos-. He pasado algunas tardes con ella y con Rafa en el parque y también he conseguido que salga conmigo algunas veces. Víctor unió las dos manos con gesto de triunfo. - ¡Muy bien!, nuestros planes progresan, entonces -exclamó contento. La expresión de Lucas se ensombreció. Ya no estaba seguro de que el gato cazador no hubiera sido cazado. Su hermano y Antonio creían que estaba cumpliendo tan sólo un objetivo. Sólo él sabía que ese asunto no era tan simple. Las razones que lo llevaban a Marta no tenían ya como meta recuperar a su sobrino. Ahora era su corazón el que mandaba. Inevitablemente, latía desaforadamente por Marta Yuste, albergando sentimientos y anhelos desconocidos anteriormente por él. - Creo que sí. -Lucas aún no estaba preparado para confesar toda la verdad, ni siquiera a su hermano y a su amigo. Todavía no quería reconocer el cúmulo de nuevas emociones que se agolpaban en su pecho cada vez que veía a Marta. A pesar de que su imagen de hombre duro y frío seguía manteniéndose, Lucas era muy consciente de que Marta Yuste, por no sabía qué arte de magia, lo había hechizado, convulsionando sus más elementales principios y creando en su alma una acuciante ansiedad por ella. - ¿Qué tal está Rafa? - Muy bien. Es muy guapo, como ya comprobaste tú mismo, y conmigo parece llevarse bien. Le gustarás, estoy seguro -añadió para animar a su hermano. Aprovechando su estancia en Canarias, Lucas contactó con un cliente francés que le había comprado en una ocasión varios camiones. Le había comunicado la compra de la fábrica de repuestos, ofreciéndole sus productos. Ahora lo vería personalmente para hablarle más directamente sobre las excelencias del producto que ofrecía.

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El francés lo invitó a cenar a la casa que había alquilado para el verano. Allí le presentó a su esposa, a un hijo y a su nuera, y a una hija, divorciada, según le explicó el francés, y a su nieto de 12 años. La casa estaba en Lanzarote, ubicada en un sitio privilegiado frente al mar. El silencio y la belleza que la rodeaban le resultaron impactantes, trayéndole a la mente a la mujer con la que le hubiese gustado disfrutar de ese lugar paradisíaco. Nada le hubiera complacido más en esos momentos que estar allí con Marta Yuste a su lado, disfrutando de su mutua compañía en soledad y del murmullo del mar como música de fondo. Nunca había deseado nada con tanta vehemencia, y sin embargo... La voz de Yvette, la mujer de su cliente, lo sacó de su ensoñación y lo devolvió a la realidad. Agasajado amigablemente por todos, Lucas disfrutó de la noche. La hija del matrimonio se fijó en él y no se apartó de su lado en toda la noche. Fue llevadero porque consiguió una buena venta, logrando que el francés confiara en él una vez más. La nostalgia que sintió de Marta durante todo el tiempo que duraron las vacaciones, lo decidieron a tomar ciertas medidas a su vuelta. Como ocurría siempre después de las vacaciones, el primer día de trabajo resultaba más duro de lo normal. Nada más llegar a la oficina, Marta fue requerida en el despacho de Ernesto Arenal, el jefe de personal. Extrañada por la súbita llamada y temiendo incluso un rápido despido, Marta se sentía intrigada. ¿Llegaría el rencor de Lucas Riolobos hasta extremos tan drásticos? - ¿Qué tal las vacaciones, Marta? -le preguntó el señor Arenal amigablemente. - Maravillosas. - Entonces la vuelta se te hará aún más difícil -comentó él riendo.

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- Espero que sólo sea el primer día -contestó ella suspirando resignadamente. Dando la vuelta al escritorio, el jefe de personal volvió a sentarse en su sillón. Mirándola especulativamente, juntó las manos sobre la mesa y se dispuso a notificarle por qué la había llamado. - Hay un cambio de planes. Momentáneamente, tu trabajo cambiará ligeramente. Como Eugenia aún no ha vuelto de vacaciones ni tampoco Manuel Cañada, te encargarás de ayudar al jefe. Marta tragó saliva con preocupación. Tras la discusión que Lucas y ella habían mantenido justo el día antes de su partida, no sabía cómo la recibiría él. ¿Se habría olvidado del asunto?, ¿o por el contrario pensaba vengarse ahora que la tenía a su disposición? En realidad había más secretarias en la empresa, igual de capacitadas que ella para asumir el trabajo del jefe durante unos días. Decidió tranquilizarse y no especular al respecto. Se limitaría a realizar su trabajo lo mejor posible, fuera el que fuera el talante que mostrara Lucas hacia ella. Tras ordenar su despacho y conectar el ordenador y el fax, Marta se personó en el despacho de Lucas, tal y como le había sugerido el jefe de personal. - Buenos días -fue el escueto saludo de Marta. Lucas le dirigió una mirada penetrante, examinándola con fascinación de pies a cabeza. Su corazón latía desbocado desde que ella había llamado a la puerta. Ahora que la tenía delante temía no ser capaz de controlar su deseo de abalanzarse sobre ella y cubrirla de besos. - Estás más morena. ¿Lo has pasado bien durante las vacaciones? -Su pregunta parecía amable, sin embargo la expresión de su rostro no indicaba que su enfado con ella hubiera disminuido. - Muy bien, ¿y tú?

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- Hubiera preferido otro plan -le echó en cara-, pero al menos he descansado. Marta no contestó. Sabía que si continuaban por ese camino terminarían discutiendo. Lucas aún estaba dolido y bastante susceptible. Tenía que darle tiempo para que fuera acostumbrándose a no salirse siempre con la suya. - ¿Deseas que empiece hoy con algo en especial o continúo con el trabajo que estaba haciendo antes de vacaciones? Lucas le alargó un papel y Marta lo cogió. - Durante las vacaciones conecté con un cliente y he conseguido venderle repuestos. Marta leyó el nombre, pero no reconoció al cliente. - No me suena este nombre. - Es un francés que nos compra camiones. Si conseguimos que también nos compre repuestos con asiduidad, te aseguro que habremos hecho una buena adquisición. Marta no lo dudó. Lucas raramente se equivocaba en sus predicciones. Era un hombre intuitivo y tenaz, con una sólida experiencia en el trato humano a pesar de su juventud. Marta se disponía a salir para iniciar su trabajo cuando Lucas la detuvo. - ¿Qué tal está Rafa? Se volvió y lo miró sonriente. Le agradó que no se hubiera olvidado del niño. - Muy bien. Ha disfrutado mucho en la playa; no había quién lo sacara del agua. Ha vuelto más morenito y con mucha más energía -añadió con una mueca divertida. Lucas también sonrió. Hubiera dado cualquier cosa por haber disfrutado con ellos durante esos días. - Me hubiera gustado verlo. Las miradas de ambos se encontraron. Marta sabía que él hablaba con sinceridad, pero no supo qué decir. Desde que su

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hermana le había confesado que Víctor Riolobos era el padre de Rafa, Marta había pensado que era mejor dejar las cosas como estaban y no continuar viendo a Lucas fuera del trabajo. Cuando Elisa volviera a casa, que decidiera lo que quisiera respecto al padre del niño. Ella prefería, por el momento, no complicar la vida de su familia. Durante los días siguientes, la relación entre Lucas y Marta fue estrictamente de trabajo. Lucas esperaba que Marta diera el primer paso, que se acercara a él, que evidenciara algún interés hacia su persona, pero no fue así. Por el contrario, mostrándose en todo momento irritantemente correcta y respetuosa, se mantuvo a distancia y muy reservada. Su actitud le dolió; no estaba acostumbrado a tanta frialdad por parte de una mujer. Aunque aparentemente se trataban con educación y naturalidad, la tensión vibraba entre ellos y Lucas empezaba a cansarse de esa situación. La tormenta se desencadenó cuando, coincidiendo con la vuelta al trabajo de Manuel Cañada, un espléndido ramo de flores apareció de nuevo sobre la mesa de Marta. Eugenia había vuelto y todo se había normalizado excepto el humor de Lucas, que empeoró aún más al ver las flores en el despacho de las secretarias. Marta estaba allí y lo miró con aprensión al darse cuenta de hacia donde se dirigían sus ojos. Su expresión no inspiraba tranquilidad y Marta empezó a ponerse nerviosa. - ¿Tu admirador secreto ataca de nuevo? -preguntó echando fuego por los ojos. Marta se sintió azorada. Sabía perfectamente quién era ese admirador porque tenía su tarjeta en el cajón, pero Lucas jamás lo sabría. Miguel Villarán y Lucas eran socios en algunos negocios y ella no quería ser motivo de un enfrentamiento entre ellos. - Sólo sé que tiene buen gusto -contestó para despistarlo.

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La llamada del teléfono la salvó de seguir hablando con Lucas. Con horror escuchó la voz de Miguel Villarán. Si Dios no lo remediaba, aquello podría suponer un completo desastre. - Espere un momento, por favor. -Desconectando la línea momentáneamente, Marta se dirigió a Lucas, que aún la miraba enfadado. - ¿Deseas alguna cosa? Sin contestar y con gesto airado salió de allí cerrando la puerta de un portazo. Marta suspiró con alivio antes de volver a conectar la línea. Esa coincidencia podría haber sido catastrófica para todos. Lucas estaba de un humor de perros y ella no sabía cómo esquivar las contrariedades que se le iban acumulando. Por mucho que insistió, Miguel no consiguió la cita que deseaba. Finalmente, ante la amenaza de más flores y más llamadas, Marta quedó con él para la semana siguiente. Hubiera preferido no ver a Miguel Villarán, pero ya que se había visto obligada, aprovecharía para aclarar las cosas con ese hombre de una vez por todas. Lucas se sentía desasosegado y furioso. Era la primera vez que se encontraba en ese estado a causa de una mujer y decidió que tenía que solucionarlo cuanto antes. Era un hecho que él ya no descartaba que le gustaba mucho Marta Yuste, que la deseaba como nunca había deseado a nadie y que quería conseguirla a toda costa. Por otra parte, analizó la postura de Marta y realmente lo desconcertaba. Las veces que habían estado juntos parecía contenta y muy a gusto con él, hasta que se negó a viajar con él durante las vacaciones. Cualquier otra mujer habría accedido, ¿por qué ella no? - No sé qué le has hecho al jefe, Marta, pero está que echa chispas -comentó Eugenia al volver del despacho de Lucas-. Si sigues picándole lo pagaremos todos, así que haz el favor de ser más simpática con él.

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Marta le dirigió una mirada inocente. Ella no se consideraba culpable de nada. Era el ego del señor Riolobos el que tendría que aprender a superar ciertos contratiempos. - Intento portarme correctamente con todos. Supongo que lo que le molesta a tu jefe es que no me desmaye de amor cada vez que entra en este despacho. Si está acostumbrado a eso, lo siento por él. Yo no soy tan necia. - No le gustan las tontas, por eso se ha fijado en ti. - Una conquista más... - Me parece que no es esa su intención, pero yo no me meto donde no me llaman -constató Eugenia a modo de advertencia-. Ahora quiere verte en su despacho. Los ojos de Marta brillaron de desconfianza. - ¿Para qué? - Me considero amiga de Lucas, pero no me atrevo a preguntar tanto -contestó la secretaria con prudencia. Inquieta por la súbita llamada, Marta no se atrevió a demorarse. Al fin y al cabo Lucas era el jefe, el dueño de la empresa en la que trabajaba y ella le debía respeto, al margen de lo que pudiera pasar entre ellos. - ¿Deseabas verme? -preguntó cerrando la puerta con cuidado. Sentado ante la magnífica mesa de su despacho, Marta lo encontró muy guapo. Se había quitado la chaqueta y ahora aparecía tan sólo con la camisa y la corbata. Era lo mismo; para su desgracia, Lucas Riolobos la atraía de cualquier forma. Ese hombre le gustaba y no le convenía. Tenía que olvidarlo cuanto antes. El problema era: ¿cómo? - Sí, tenemos que hablar pausadamente. Este no es el lugar ni el momento; seríamos interrumpidos continuamente, por lo que sugiero que salgas a cenar conmigo el próximo sábado. La aprensión la turbó. No tenía ni idea de lo que Lucas querría decirle, pero su instinto la alertaba de que, por el momento, era

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mejor no oírlo. Sabía que no podía negarse. Iba a acceder cuando de pronto recordó a Miguel Villarán y su cita del sábado. Inquieta, lo miró vacilante, temiendo la reacción de Lucas. - Lo siento, pero no puedo. Lucas se mantuvo impávido, a pesar de que su respuesta lo había golpeado duramente de nuevo. Controlándose, se decidió por otra alternativa. - ¿El viernes, entonces? Tampoco podía. Tenían invitados en casa y Marta había prometido ayudar a su madre. - También estoy ocupada. Quizás en otra ocasión. La paciencia de Lucas empezaba a agotarse. - Al parecer tienes muchos compromisos... - Ha sido una coincidencia, nada más. - Ya... -contestó él, incrédulo. La hubiera zarandeado para que le dijera con quién había quedado el fin de semana. Por otro lado, sabía que ese no era el mejor método para conquistar a una mujer como Marta Yuste. Ella era inteligente, tranquila y testaruda. Su derrota sería fulminante si se atrevía a asediarla por las bravas. Era mejor avanzar con pasos hábiles y eficaces. Él podía hacerlo. Sólo era cuestión de controlar su ansiedad. Anabel captaba el alejamiento de Lucas y no estaba dispuesta a darse por vencida. Algunos hombres necesitaban ser convencidos a base de insistencia; quizás ese era el caso de Lucas Riolobos. Que ella supiera, no salía con nadie, lo que significaba que simplemente se había apoltronado en su soltería. Buscaría nuevas formas de atraerlo. Ella insistía en sus llamadas y Lucas iba a negarse una vez más a salir con ella. A pesar de considerarla una amiga, le agobiaba su acoso y le irritaba su descarada constancia para convencerlo de que

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accediera a sus deseos. Definitivamente, no quería la compañía de esa mujer. No obstante, acordándose del desaire de Marta y dolido por su indiferencia, accedió a asistir a la fiesta que Anabel celebraría en su casa por su cumpleaños. Reunidos en el piso de la joven, Lucas saludó a la gente que conocía y charló también animadamente con los amigos que Anabel le presentó. Entre pincho y canapé todos conversaron amigablemente. Anabel se mantuvo todo el tiempo a su lado, dando a entender a los demás que Lucas Riolobos era para ella más que un amigo. A pesar de que Lucas hubiera preferido estar en otro lado, trató de divertirse lo más posible. Fue un duro trabajo, pues, para su desgracia, la imagen de Marta Yuste no se alejó ni un solo instante de su mente. Cuando Anabel sugirió trasladarse a la nueva discoteca que habían inaugurado a las afueras de Valladolid, Lucas se unió al grupo. A pesar de las apariencias, su talante no estaba demasiado festivo; no obstante, no quiso desilusionar a Anabel. Se había portado muy bien con él y no se merecía un desplante. - Es un placer para mí enviarte flores, pero si me obligas te llenaré el despacho de tal manera que no podrás respirar -amenazó de broma Miguel Villarán a Marta. Estaban cenando, y aunque la conversación había sido distendida hasta entonces, Marta estaba decidida a aclarar el asunto de una vez por todas. - Me gustan las flores, Miguel, y te agradezco el detalle, pero por favor, no vuelvas a hacerlo. No está bien que utilices mi lugar de trabajo para presionarme. - De no haber sido así no hubiera conseguido que salieras conmigo. Marta reconoció que tenía razón. Aún así no le permitiría que eso continuase.

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- Por favor, te suplico que no lo repitas. Esas muestras de... admiración dan lugar a cotilleos infundados y no quiero estar en boca de mis compañeros. Miguel, te ruego que... - Está bien -la interrumpió él, comprendiendo la embarazosa situación en la que la había puesto-, si ese es tu deseo no las volveré a enviar allí. Me gustas, Marta -confesó mientras intentaba cogerle una mano que ella retiró enseguida-, y deseo que nos conozcamos mejor. Marta se quedó pasmada. No había pensado ni por lo más remoto que Miguel Villarán se mostrara tan decidido. - Lo siento, Miguel, pero creo que éste no es el mejor momento. Estoy a gusto así, con mi familia y con mi trabajo; por ahora no tengo intención de entablar ninguna relación. El financiero la miró desalentado. La joven secretaria estaba siendo bastante clara y él no quería forzarla. - ¿Quizás me he precipitado? - Creo que sí. Apenas nos conocemos y... - Necesitas más tiempo -terminó él-. Lo comprendo, de verdad, y no me importa concedértelo. Yo... estoy dispuesto a esperar. Marta cerró los ojos apesadumbrada. Miguel tenía esperanzas, y ella sabía que esperaría en vano. - No quiero que te hagas falsas ilusiones, Miguel. Yo sólo puedo darte mi amistad. Sus palabras, avaladas por la firme determinación de su mirada, le hicieron comprender que sus aspiraciones serían inútiles. - ¿Es que no te gusto, no te caigo bien? - Me gustas y me caes bien. Tienes mucho que ofrecer y estoy segura de que encontrarás una mujer que te merezca. Yo... no podría hacerte feliz. Desde que la conocía, Miguel no había dejado de pensar en Marta. Ella le había esquivado con habilidad, aunque sin perder en

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ningún momento su bella sonrisa. Ahora le ofrecía amistad y a él le agradaba; sin embargo, no era suficiente. Él deseaba mucho más. - No me doy todavía por vencido, Marta. A veces soy muy cabezota. Te daré un tiempo para que lo pienses, y si quieres podemos vernos como amigos. Soy paciente cuando algo me interesa -le advirtió con gentileza-. Si transcurrido un tiempo prudencial no me has llamado, lo haré yo y hablaremos seriamente. ¿Te parece bien? Marta suspiró desalentada. ¿Por qué a veces los hombres no tenían la intuición suficiente para captar lo que claramente se exponía ante sus ojos? - Te considero un amigo, Miguel. No me importa hablar contigo las veces que quieras, pero de ahí a entablar una relación... Miguel le dedicó una tierna mirada. - A veces la vida hace cambiar los sentimientos. Esperaré, Marta. Prudentemente, Miguel cambió de tema y la convenció para tomar una última copa en alguno de los lugares de moda. Marta accedió complacida, satisfecha de que se hubiera tomado con tanta calma y dignidad su rechazo. - Sólo un ratito; es ya muy tarde y estoy cansada. La nueva discoteca, de un diseño moderno, estaba llena de gente. En la larga barra no había hueco y en las mesitas que rodeaban la enorme pista no había ni un asiento libre. - Me temo que esto se pone difícil -comentó Marta con buen humor-. Si quieres nos quedamos en la barra. - ¡Ni hablar!, está demasiado abarrotada. Intentaré solucionarlo. Espera un momento aquí. Miguel se acercó a un camarero y Marta vio cómo le daba dinero. Instantes después le hizo señas con la mano y ambos se sentaron cómodamente un poco más alejados de la pista.

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- Tienes una notable capacidad de persuasión -comentó Marta riendo. - Digamos que hay ciertos... recursos que no fallan. Aunque... algunas veces ni siquiera esos métodos son eficaces -insinuó mirándola significativamente. Marta entendió muy bien el mensaje. - No todo se puede comprar con dinero. - Se puede comprar lo superfluo -estuvo de acuerdo él-. Con las cosas importantes no merece la pena comerciar: o se dan voluntariamente o no tienen ningún valor. - En eso estoy de acuerdo. La charla fue amigable y distendida. El tema escabroso que Marta quería evitar no fue mencionado. La actitud de ambos fue la de dos buenos amigos que se citan para pasar una velada agradable. Se disponían a salir cuando un grupo los interceptó el paso. - ¡Qué casualidad..! -comenzó a decir Miguel al ver a Lucas Riolobos delante de él, sin percatarse de la expresión feroz del joven vallisoletano ni de su mirada acusadora dirigida a Marta. - Sí, el mundo es un pañuelo... -apuntó incisivo, clavando a Marta con su glacial mirada. Marta no tenía por qué sentirse avergonzada. No estaba haciendo nada malo; era muy libre de salir con quien quisiera. Sin embargo, le fastidió la coincidencia. Habría preferido que su salida con Miguel Villarán hubiera transcurrido sin incidencias. De mala gana, Lucas hizo las presentaciones. Anabel conocía a Marta, no así a Miguel Villarán. Había oído hablar de él: que era socio de Lucas en algunos negocios, que se veían de vez en cuando ya fuera en Madrid o Valladolid, que era divorciado..., pero nunca se le hubiera ocurrido asociarlo con una de las secretarias de la empresa de Lucas. Esa mujer era ambiciosa, pensó con malicia, y, desde luego, aspiraba a mucho. Mientras no se fijara en Lucas...

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- ¿Ya os vais? -preguntó Lucas con un rictus de malicia en su rostro. - Sí, ya es muy tarde -contestó Marta con rapidez. Esa noche, Miguel Villarán volvía a estar en el sitio que no le correspondía. Por Dios que esa sería la última vez que lo hiciera, decidió Lucas bullendo de celos. - Todavía hay tiempo para una copa más -insistió Lucas, dirigiéndole una mirada retadora a Marta. Marta comenzó a negar con la cabeza, pero Miguel le quitó autoridad al ponerse del lado de Lucas. A regañadientes, siguió al grupo hasta la mesa que les había sido asignada. Con dificultad lograron reunir asientos para todos. En el momento en que se disponían a acomodarse, súbitamente Lucas tomó del brazo a Marta y se disculpó ante los demás. - Perdonadnos un momento; tengo algo importante que decirle a Marta. Tan sorprendida como los demás, Marta se rebeló intentando desasirse, sabiendo muy bien que la intención de Lucas nada tenía que ver con el trabajo. Tirando de ella, la alejó de allí, desapareciendo ambos entre la multitud que abarrotaba la sala. Aprovechando un espacio un poco más despejado, Marta se negó a continuar. - ¿Se puede saber qué pretendes? -preguntó con genio. - Rechazas mi invitación y aceptas la suya. ¿Por algún motivo en especial? -preguntó inclinándose amenazador hacia ella. - Sí, tengo mis razones -contestó la joven con calma. - ¿Dinero, "pedigree"...? -inquirió con mordacidad. Una punzada de consternación oprimió el corazón de Marta. ¿Por quién la tomaba? Intentó darse la vuelta para apartarse de él; Lucas no se lo permitió. Por el contrario, la tomó por la cintura y la arrastró hasta la pista.

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Estrechada íntimamente contra él, Marta no tenía espacio para maniobrar. Lucas también sabía que esa era la única forma de retenerla. Tenían que hablar, aclarar algunos puntos que para él eran muy importantes. - Suéltame, Lucas. No tienes derecho... - Conozco muy bien tus derechos, pero ahora deseo que me des algunas explicaciones. - No hay nada que explicar. Cuando tú me pediste que saliera contigo, ya tenía un compromiso; eso es todo. Lucas le lanzó una mirada cargada de ira. - ¿Estás tanteando el terreno para ver quién de nosotros te conviene más? -un destello perverso brillaba en sus ojos con cada una de sus preguntas. La cólera y los celos lo cegaban, llegando a conclusiones erróneas sobre los motivos de Marta-. Si quieres un estudio financiero y familiar de Miguel puedo dártelo: ahorrarás tiempo y decidirás más deprisa. Apabullada por sus hirientes palabras, Marta necesitó unos segundos para serenarse. - Tu actitud merece mi total desprecio, aunque... debo agradecerte que me hayas ayudado a decidirme. La puya de Marta le llegó a lo más hondo. Como un dios alado se irguió y la acercó aún más a él mientras la taladraba con mirada abrasadora. Los ojos de Marta brillaron con desafío, sin que por eso dejara de atemorizarla el poder, el orgullo y la pasión que irradiaba todo su ser. A propósito y para provocarla aún más, Lucas le acarició la espalda, palpando con placer la suave tela del vestido blanco de verano. Había captado desde el primer momento lo bien que le sentaba, lamentando profundamente que no se lo hubiera puesto sólo para él. - No lo creo. Todavía falta mucho por calibrar y te advierto que hace ya bastante tiempo que no pierdo.

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- Siempre apuestas a caballo ganador, ¿verdad? Pues me temo que en esta ocasión te has equivocado. Yo voy por libre, y te aseguro que no me impresionan los superhombres con exceso de ego. A duras penas logró Lucas mantenerse imperturbable. Esa mujer era especial. También demasiado altanera. ¿Buscaba dinero y posición? En un principio no lo había creído; sin embargo, al verla con Miguel Villarán, su opinión sobre ella se había tambaleado. Ahora Marta Yuste lo desafiaba abiertamente y eso era mucho más de lo que estaba dispuesto a permitir. Aunque sólo fuera por darle una lección, aprendería que nunca se jugaba con Lucas Riolobos. - Raramente me equivoco. Es cierto que debo concederte que, en esta ocasión -matizó refiriéndose claramente a su opinión sobre ella-, puede que haya vislumbrado más de lo que realmente hay. El dardo lanzado no podía ser más directo. - ¡Qué pena...! -exclamó sarcástica-. Siento tanto haberte desilusionado... El rostro tenso de Lucas no auguraba buenos presagios. Se había entablado una batalla entre ellos, y Lucas no estaba acostumbrado a perder. - Cierto, aunque todavía queda mucho por analizar. ¡Era el colmo de la arrogancia! - Ni lo sueñes, Lucas -protestó Marta-. A partir de ahora nuestra relación será estrictamente de trabajo. Es mi última palabra. - Pero no la mía. Tomándola de la mano la sacó de la pista y se unieron a los demás. Anabel los miró recelosa y despechada. No le había gustado la expresión de Lucas al ver a la secretaria con Miguel Villarán, y mucho menos que se alejaran con una débil excusa. ¿Su actitud se debería meramente a una cuestión de trabajo o Lucas estaba realmente interesado en esa mujer? Desconcertada, Anabel decidió que tendría que hacer algunas averiguaciones. Su felicidad estaba en

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juego y lucharía por ella con todas las armas de las que lograra disponer. Miguel Villarán no se sentía menos intrigado. Conocía a Lucas y sabía que jamás se mezclaba con sus empleadas. Cierto que Marta Yuste era una mujer muy guapa y atrayente en todos los aspectos. ¿Le gustaría a Lucas? De ser así reconocía que en ese caso contaba con un implacable rival, si para todos sus objetivos utilizaba las mismas tácticas. Él había dado el paso primero y no se retiraría tan fácilmente. También respetaría por encima de todo la elección de Marta. Anabel y Miguel habían disimulado su malestar hablando de cosas intrascendentes. Ninguno de los dos estaba centrado en el tema que trataban. Herida en su orgullo, Anabel intentó que Lucas se enterara de lo que estaban hablando cuando la pareja volvió de la pista de baile. - Acepto encantada tu invitación, Miguel. Si voy a Madrid te llamaré. Esa respuesta contestaba a la frase que Miguel había pronunciado únicamente por cortesía. Al ver a Marta, el financiero olvidó rápidamente todo lo que Anabel y él habían hablado. Eugenia enseguida notó que entre su jefe y Marta Yuste se había abierto una especie de abismo. La veterana secretaria no se consideraba una confidente de Lucas Riolobos, puesto que era un hombre muy poco dado a contar sus intimidades o a exponer sus sentimientos, pero lo conocía perfectamente y sabía que abrigaba tiernos sentimientos hacia Marta. Si bien la joven aún no se había decidido a corresponderle, algo le decía que Lucas no le era indiferente. Ahora, algo importante debía haber ocurrido entre ellos para que Lucas ya no se acercara a su despacho y apenas se dirigieran la palabra las veces que se encontraban por casualidad en los pasillos. Marta tampoco le hizo ninguna confidencia y ella no se atrevió a preguntar. En los asuntos de amor era mejor no inmiscuirse.

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Manuel Cañada volvió de las vacaciones y entretuvo durante los ratos libres a Marta con el relato de su viaje a EE.UU. y Canadá. La relación de trabajo era excelente y su amistad se hacía cada vez más sincera. - ¿Has tenido algún choque con el jefe? -le preguntó un día al volver del despacho de Lucas. Marta lo miró sorprendida. No se explicaba cómo podría haberse enterado, a no ser que los rumores de los empleados... - ¿Por qué lo dices? - Digamos que... ante una sugerencia mía, Lucas ha reaccionado con hostilidad. -Fue prudente y no le facilitó más información. Marta enseguida dedujo que Lucas habría rechazado cualquier ventaja que Manuel se hubiera atrevido a pedir para ella. - Tuvimos una pequeña discusión acerca de un tema en el que discrepamos -le contestó ella, sin ánimo de proporcionarle más información. La escueta explicación no satisfizo a Manuel. Si la mala relación entre su secretaria y su jefe era por una cuestión de trabajo, él tenía derecho a saberlo. - Nunca me meto en lo que no me llaman, Marta, pero si en lo referente al trabajo hay algún punto de fricción entre Lucas y tú, creo que debo estar informado, ¿no crees? - Lo que nos separa no tiene nada que ver con el trabajo. Marta bajó la cabeza y dirigió sus ojos hacia la carpeta que tenía entre las manos. Manuel dedujo que la joven no deseaba profundizar en el tema. De todas formas, se imaginó lo que ocurría. Lucas era un hombre controlado en lo que se refería a la exteriorización de sus sentimientos, pero no hacía falta ser un adivino para darse cuenta de lo que Lucas no era capaz de disimular: su atracción por Marta Yuste. A pesar de que hacía tiempo había vislumbrado ese cambio en su jefe, no se había atrevido a mencionarlo. Había decidido darle libertad a Lucas para que él le hablara de sus sentimientos si así lo deseaba. - Eso supuse.

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Una mañana, Eugenia le informó que Lucas deseaba verla en su despacho. - ¿Estás segura? -preguntó Marta, sorprendida. - Completamente. Yo también estoy intrigada -comentó observando la cara de la joven-, pero te aseguro que no tengo ninguna información. Marta llamó antes de abrir la puerta. Mientras atravesaba la habitación hasta llegar a la mesa de Lucas, observó que él parecía ensimismado leyendo unos informes. - ¿Deseabas algo? -preguntó con altanería. No pensaba ser brusca ni maleducada, pero no estaba dispuesta a darle ninguna concesión. Lucas la miró en silencio durante unos segundos y luego le ofreció asiento. - He de hacer urgentemente un viaje de negocios y tú vendrás conmigo -expresó implacable. Marta se levantó bruscamente de la silla. Había esperado una disculpa, un despido, un cambio de puesto, cualquier cosa antes de lo que acababa de escuchar. - Supongo que no estarás hablando en serio... -comentó a modo de defensa. - Nunca juego con los negocios... - Pero sí con las personas -apostilló ella con desdén. - Tampoco, ni permito que jueguen conmigo. Seguía en la idea de que Marta había jugado a dos bandas. Estaba equivocado, lo que demostraba que no la conocía en absoluto. Marta no quiso seguir por ese camino. - ¿Por qué debo acompañarte? - Será un viaje de trabajo. Eres una secretaria de esta empresa, hablas idiomas y yo necesito una intérprete. Esa era una de sus funciones y Marta lo sabía. Lo que nunca hubiera sospechado era que Lucas la solicitara para acompañarle. Siempre había contado con que lo hiciera Manuel Cañada. A pesar

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de la brusquedad de la noticia y por mucho que ella temiera el resultado de ese viaje, realmente no tenía nada que objetar. - Buena jugada la del viaje de trabajo -le comentó Antonio Cubán burlón mientras comían un día en un restaurante. - No podía retrasar más esos viajes, ya lo sabes. - Es cierto. Si logras esa clientela internacional te llenas de gloria con la nueva empresa. Pero no es eso en lo que estaba pensando. - Sé muy bien cómo funciona tu mente -afirmó Lucas despectivo-; siempre piensas lo peor. Antonio se echó a reír. - Te has ofendido, lo que quiere decir que no estoy equivocado. Lucas siguió comiendo sin contestar. Desde que había encontrado a Marta en la discoteca con Miguel Villarán estaba de mal humor. Ultimamente, no aceptaba las bromas con buen talante. - Por otra parte... estás en tu derecho de reclamar los conocimientos idiomáticos de cualquiera de las secretarias que trabajan para ti... - ¡Exacto!, así que deja ya ese tema. - Sólo velo por tus intereses afectivos, en este caso. - No te preocupes por mí -contestó Lucas, irónico-, ya soy mayorcito y sé muy bien lo que me conviene. Durante toda la cena, Lucas tuvo que soportar el gesto burlón de su amigo. Antonio Cubán se creía el protector de los hermanos Riolobos. Nunca le habían preocupado los ligues de Lucas; sabía que todos ellos eran pasajeros. En este caso era distinto. Su instinto le decía que el corazón de Lucas estaba por primera vez atrapado en las redes del amor, y esas eran palabras mayores. Este asunto trascendía totalmente al objetivo inicial de entablar relación a través de la joven con el pequeño Rafa. Si Lucas no tomaba las riendas de este asunto con calma y paciencia, podía sufrir un duro revés. Había comprobado que Marta Yuste no era una mujer corriente. Era bastante asombroso que no hubiera acogido a Lucas con los brazos abiertos, como hacían las demás, y eso presagiaba problemas. Lucas no estaba acostumbrado a ser rechazado.

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unque tensos al principio, la pareja fue relajándose poco a poco a medida que evolucionaba el trabajo. Las reuniones con los clientes transcurrían de forma eficaz. Lucas se defendía en inglés, pero cuando el francés o el alemán se

hacían necesarios, Marta se convertía en una competente traductora. - ¿Disponemos de tantos camiones como has ofrecido a ese francés? - No, pero sé dónde conseguirlos con rapidez. Una sonrisa divertida asomó a los labios de Marta. - Eres un buen negociante, Lucas: duro y dúctil a la vez. No me extraña que hayas triunfado en los negocios. A Lucas le agradó su alabanza. Si bien no habían empezado el viaje en los mejores términos, su relación parecía mejorar por momentos y eso lo llenaba de satisfacción. Ateniéndose estrictamente a lo que se consideraba una compañera de viaje, Marta era inmejorable. Estaba acostumbrada a viajar y sabía tratar a la gente de otros países. El conocimiento perfecto de los principales idiomas europeos le facilitaban enormemente la convivencia con los nativos, dando lugar a una relación natural y espontánea. Su

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presencia fue esencial para que las conversaciones de negocios fluyeran con las mejores ventajas para todos. - Empecé muy joven en este oficio. Aprendí muy pronto a conocer a la gente. Era octubre y hacía fresco. El día había estado desapacible en París y Lucas había decidido llevar a Marta a un acogedor restaurante de Montmartre. - Tus circunstancias no son corrientes... ni muy frecuentes. - Afortunadamente, la mayoría de los niños se crían en el seno de una familia. Mi hermano y yo no tuvimos esa suerte. -Era muy perceptible la amargura en su tono cada vez que recordaba su triste infancia-. Bien es cierto que eso nos ayudó a espabilarnos antes de lo que es normal en la juventud, lo que no deja de tener sus ventajas. Marta valoró su postura positiva. A pesar de sus tristes recuerdos, Lucas no era un hombre amargado ni depresivo. En su carácter había dureza y una cierta melancolía, eso era cierto, pero también había ternura y una optimista esperanza en el futuro. La camaradería fue aumentando entre ellos. Se entendían a la perfección en las reuniones de negocios y Marta comenzó a aprender algo acerca de las técnicas y sutilezas de Lucas en el manejo del negocio. El balance era positivo en cada una de las operaciones que realizaban y los dos parecían haber olvidado las cuestiones que los habían enfrentado. Lucas la llevó a los mejores restaurantes de París, recorrieron los monumentos más significativos y asistieron a los espectáculos más en boga. El tiempo pasaba muy deprisa y ninguno de los dos deseaba que terminara ese viaje. Sus sentimientos se habían profundizado con el trato y con el mutuo conocimiento. Ya, ninguno de los dos albergaba ninguna duda respecto a sus sentimientos hacia el otro. Habían cenado en un antiguo palacio del siglo XVIII, convertido ahora en un lujoso restaurante. El marco era perfecto, y

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también los acordes que sonaban desde el fondo del comedor, donde una orquesta de cámara deleitaba a los comensales. - Me cuesta volver. Estos días han sido tan... intensos -dijo Lucas alargando la mano y tomando la de Marta. Ella no la retiró, acogiendo con placer la calidez que Lucas le transmitía-. Me gustas mucho, Marta, eso ya lo sabes, y quisiera que, a partir de ahora, saliéramos asiduamente. Un brillo de complacencia iluminó los ojos de la joven. - Tu petición rompe los esquemas que yo siempre me había fijado: no entablar una relación seria con nadie, no enamorarme y... por supuesto, no salir nunca con el jefe. Lucas sonrió, llevándose la mano de Marta a los labios. - También para mí es mi primera experiencia -confesó Lucas-. He salido con amigas, pero nunca llegué a enamorarme de ninguna. Creí que esa incapacidad provenía de la insatisfacción y tristeza que rodeaban mi corazón. Cuando te vi por primera vez, mis emociones más profundas se tambalearon y no mucho más tarde empecé a darme cuenta de que la atracción hacia ti no sería pasajera. No podía creerlo. Tuve la sensación de que, repentinamente, mi corazón había sido fulminado por un rayo devastador. Fue un golpe desconcertante para mi mentalidad, pues esa nueva emoción empezaba a destruir apresuradamente las sólidas convicciones que se habían hecho fuerte en mi mente y en mi corazón. A Marta le conmovió la sinceridad de Lucas. Casi de una forma mecánica, como si fuera una necesidad, apretó su mano y enlazó íntimamente sus dedos con los de él. - Esto parece una declaración... - Es una declaración en regla -le aclaró Lucas sin rodeos-. Estoy enamorado de ti y deseo que salgas conmigo... en serio. Lucas la miraba fascinado mientras el corazón le latía aceleradamente. Su felicidad o su desgracia dependían de la decisión

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de esa mujer. Jamás hubiera pensado que llegara a ocurrirle algo semejante. - Yo también lo estoy de ti, Lucas, pero no deseo que nos precipitemos -añadió con precaución. Una vez que lo había dicho, que ambos se habían confesado su amor, Marta consideraba prudente tomárselo con calma. Lucas casi no oyó la segunda parte de la frase. Estaba exultante, eufórico. Marta le quería, lo aceptaba, y eso era lo único que le importaba. Tirando de su mano la acercó a él, ignorando la mesa que los separaba, y le plantó un delicado beso en los labios. Marta se echó a reír. - Nunca pensé que fueras tan impulsivo. - Yo tampoco. Esta es la primera vez que siento la necesidad de hacer algo semejante, simplemente porque soy muy feliz -afirmó besándole la mano. - Yo también lo soy. Marta había luchado contra la arrasadora fuerza que la atraía hacia Lucas. El destino y el amor la habían vencido. A pesar de sus distanciamientos y disputas, sus sentimientos hacia Lucas nunca cambiaron. No estaba muy segura del paso que acababa de dar, pero se sentía sin fuerzas para oponerse al implacable dominio de las emociones que arrasaban su corazón. Enlazados cariñosamente, la pareja abandonó el restaurante y se encaminó hacia el hotel. Antes de subir a las habitaciones tomaron una copa en la sala de fiestas. - Quiero bailar contigo, estar aún más cerca de ti. Su sugerente mirada la hizo estremecerse. Alargando la mano tomó la que él le ofrecía y ambos se acercaron el uno al otro despacio mientras se miraban con devoción. - Todavía no puedo creer que me hayas aceptado. Marta le acarició, emocionada.

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- A pesar de que esta relación puede darnos algún que otro sobresalto, estoy encantada. Mi corazón se alegra estando a tu lado y por primera vez todo mi ser vibra de felicidad. Lucas la abrazó con fuerza sintiendo su cuerpo en íntimo contacto con el suyo. Aspiró su fragancia, provocándole un torbellino de sensaciones que amenazaban con desbordar sus vehementes anhelos. - Me estremezco tan sólo con tocarte. Llevo mucho tiempo necesitándote, ansiándote, deseándote... me resulta imposible exponer con palabras los intensos sentimientos que has despertado en el fondo de mi alma y que yo creía no poder sentir -expuso emocionado-. Te estoy agradecido por haberle dado vida a mi corazón. Te aseguro que antes de conocerte estaba vacío. Marta lo miró con ternura, sintiéndose orgullosa de ser ella la mujer elegida por el destino para brindarle a un hombre tan valioso como Lucas Riolobos la felicidad que él siempre había estado buscando. - Tenías motivos. A partir de ahora todo será distinto, te lo prometo. Lucas la besó suavemente, deseando que la gente que los rodeaba desapareciera para poder estrechar libremente a la mujer que quería. - Quiero estar a solas contigo, Marta. Te necesito tanto que no quisiera separarme de ti esta noche. La calidez de sus ojos derretían su corazón. - Yo también lo deseo, Lucas, muchísimo. Sin embargo, no quiero precipitarme. Las relaciones llevan su tiempo hasta llegar a una consolidación y... nosotros acabamos de empezar. A pesar de la decepción, Lucas asintió: Marta tenía razón. - Perdona mi ímpetu, cariño. Deseo tanto tenerte que no he calibrado muy bien el alcance de mis palabras -reconoció con franqueza-. A pesar de que hace ya varios meses que nos conocemos

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y que me gustas desde la primera vez que te vi, es cierto que nuestra relación acaba de empezar. Tendré paciencia, aunque... confieso que la espera será un verdadero tormento, teniendo en cuenta que representas una constante tentación para mí. Marta rió feliz y se estrechó amorosamente contra él. Dos días después volvieron a España. - La oficina va a hervir de cotilleos respecto a nosotros. Soy nueva, llevo poco tiempo en la empresa y ya he ligado con el jefe. Imagínate las barbaridades que pueden pensar -comentó Marta con temor mientras viajaban en el avión-. Sentiría que mis compañeros cambiaran su actitud hacia mí. Lucas la tranquilizó apretándole suavemente la mano. - Nada cambiará respecto a las relaciones laborales. Nadie podía prever que nos enamoraríamos, y por otra parte, es la cosa más normal del mundo. Que trabajemos juntos es sólo una casualidad. Sí, pero la nueva situación entre ambos no dejaba de ser poco corriente en sus actuales circunstancias, pensó Marta inquieta. - Tendré que decírselo a Eugenia y a Manuel. Pueden molestarse si les viene el rumor desde fuera. - Hablaré con ellos -se ofreció Lucas-, y espero que Manuel no se ofenda... -añadió con gesto burlón. - ¿Ofenderse?, ¿por qué? - Siempre me pareció que le gustabas demasiado. Marta lo desengañó rápidamente. No podía permitir que la duda con respecto a la relación entre Manuel Cañada y ella anidara ni por un segundo en su mente. - Nos llevamos muy bien como jefe y secretaria. Manuel es un hombre excelente y yo le aprecio, pero nada más. Lucas respiró aliviado. Manuel y él se entendían de maravilla y no deseaba una ruptura entre ellos. - Eso me tranquiliza, te lo aseguro.

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Marta lo besó cariñosamente para alejar sus recelos. - Aclarado eso, ¿qué me dices de Anabel Azabal? Por lo que he comprobado, está muy interesada en ti... a no ser que te llame para hablar del tiempo... -comentó burlona. Lucas le apretó la mano, dedicándole una franca mirada. - Nunca hubo nada serio entre nosotros. Es una amiga y ella sabe muy bien que jamás hubiera conseguido nada más. En ningún momento sentí nada especial por ella. Ahora comprendo por qué. Lucas se acercó a ella y la besó intensamente, haciendo que Marta se olvidara de todo lo que la rodeaba y sintiera solamente la honda ansiedad que él le estaba transmitiendo a través de ese contacto. Esta vez fue Marta la que se tranquilizó. Había sido testigo muchas veces de la insistencia de esa mujer con Lucas a través de llamadas telefónicas y visitas inesperadas. Para su propia satisfacción, también había vislumbrado el poco interés de Lucas hacia Anabel Azabal. Al día siguiente de su regreso a Valladolid, Lucas llegó muy temprano a la oficina. Traía mucho trabajo del viaje y tenía que despachar los pedidos cuanto antes. En cuanto Eugenia entró en su despacho, le habló someramente sobre la parte comercial del viaje y la puso a trabajar con rapidez. Antes de que saliera de la habitación, la informó acerca de su relación con Marta. - Me lo esperaba. Tarde o temprano teníais que aclarar vuestra situación y dar luz verde a vuestros sentimientos -respondió la secretaria con un aplomo que asombró a Lucas. - No se te escapa nada... - No te creas, voy perdiendo facultades. También es cierto que no hay que ser muy lista para darse cuenta de tu embeleso por Marta. - Y yo que creía disimularlo muy bien...

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Antes de salir, Eugenia recibió la orden de decirle a Marta que se pasara por el despacho de Lucas nada más llegar. Marta ya estaba trabajando cuando Eugenia volvió. Ambas mujeres se saludaron con cariño, abrazándola Eugenia con un candor especial. - Ya me he enterado de la noticia -le informó sonriendo-. ¡Enhorabuena, Marta! Me alegro mucho por los dos: formáis una excelente pareja -agregó con bondad-. Por cierto, nuestro querido jefe desea verte cuanto antes. Marta le dio las gracias de corazón, riendo del buen humor de su compañera. Sin perder un segundo, salió para dirigirse al despacho de Lucas. Él la estaba esperando con una sonrisa radiante. - ¿Has dormido bien? -preguntó abrazándola. - Muy bien; tú has sido el centro de todos mis sueños. Lucas la besó con un vigor que los estremeció a los dos. - Me alegras la mañana, amor. Nunca me he sentido tan feliz en el trabajo. - ¡Qué casualidad!, yo tampoco -respondió Marta con sonrisa traviesa-. Y hablando de trabajo, debo irme. Estoy segura de que mi jefe me necesita. Lucas no la soltó. - No me digas que me he enamorado de una mujer adicta al trabajo y que piensa escamotearme el poco tiempo que puedo pasar con ella. Marta lo miró con fingida altanería. - Ni lo uno ni lo otro. En cuanto se termine mi horario laboral me iré... Ya vendrá más tarde mi novio a recogerme. Al fin y al cabo es el dueño de la empresa y es el que tiene que velar con más celo por ella. - ¡Vaya un descaro! Pues de eso nada. A partir de ahora, si yo me quedo, tú te quedas -dijo levantando una ceja, retándola a que

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ella le contradijera-. Nos hemos embarcado en un mismo barco e iremos siempre juntos. Marta lo besó con ternura. - Pues claro, tonto. Eso es lo que deseo: estar siempre contigo. Aunque todos sabían en la oficina que entre Lucas y Marta Yuste existía una atracción evidente, Manuel se sorprendió cuando Lucas se lo expuso tan claramente. - Los rumores eran bastante insistentes, pero como lo disimulabais tan bien... - Difícilmente; fingir se me da muy mal. A partir de ahora todo estará muy claro. Marta continuará en su puesto, pero viajará conmigo cada vez que yo lo haga. - Es muy comprensible -estuvo de acuerdo el ejecutivo-. Mi enhorabuena, Lucas. Marta es una mujer estupenda. Os deseo suerte. Manuel se alegró de la información. Lo que temía era que la buena relación entre Marta y él se enfriara. A pesar de que Lucas no lo había mencionado, Manuel sabía que a partir de ahora la libertad de Marta con respecto a él quedaría limitada. Lucas la solicitaría para más asuntos que los viajes y él lo entendería. De haber conquistado a una mujer así, él hubiera hecho lo mismo. Anabel descubrió con desolación que Lucas no había viajado solo. Momentáneamente, la tranquilizó la idea de que era bastante natural que solicitara una secretaria para ayudarle en sus gestiones, sobre todo en lo referente al idioma. El hecho de que hubiera sido Marta Yuste la secretaria elegida la inquietaba, sobre todo cuando asociaba esa circunstancia con lo ocurrido en la discoteca varios días antes. Sin previo aviso, se presentó en casa de Lucas, ignorando conscientemente que él jamás la había invitado a compartir la intimidad de su hogar.

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- ¡Anabel...!, pero ¡qué haces aquí! -exclamó al verla en la puerta. Era bastante evidente que la sorpresa no le resultaba grata. Desechando este detalle, Anabel le dio un beso y entró en la casa con desparpajo. - Pasaba por aquí y he subido a saludarte. Como hace tanto tiempo que no nos vemos... -añadió con tono de reproche-. Este fin de semana no he hecho proyectos, pensando que si tú no tenías compromisos podríamos pasarlo juntos. Lucas permaneció de pie, todavía perplejo ante la osadía de esa mujer. - Te agradezco que hayas pensado en mí, pero no va a ser posible -respondió más bien seco-. Es más, mis circunstancias personales han cambiado, y a partir de ahora dedicaré todo mi tiempo a la mujer de la que estoy enamorado. Anabel se quedó petrificada, notando cómo su mente se negaba a asimilar la clara información que Lucas acababa de proporcionarle. - ¡Vaya!, ¡qué sorpresa! -exclamó con voz apagada-. ¿Conozco yo a la afortunada? -preguntó con ironía. - Es una secretaria de la oficina: Marta Yuste. ¡Lo que se imaginaba! ¡Esa buscona había ido haciendo méritos hasta conquistar al jefe! - Parece que la carrera de esa chica en tu empresa ha ido muy deprisa... El sarcasmo insultante lo molestó. - No te equivoques, Anabel. No tienes ningún derecho a sentirte ofendida. - ¿No? Hemos salido muchas veces juntos y yo pensé que... - Sí, hemos salido varias veces, pero más por tu insistencia que por la mía. Yo siempre dejé claro que entre nosotros sólo podría haber amistad. No es mi problema que tú hayas inventado fantasías que no existen.

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Cierto que Lucas había insistido en el rollo de la amistad, pero ella jamás se conformaría con eso. Le quería y le haría feliz. Aunque él no lo creyera, ella era la mujer que le convenía, no la primera secretaria de tres al cuarto que moviera las caderas delante de los jefes. - Me parece que el que tiene fantasías eres tú. Me temo que tu ingenuidad te deslumbra si crees que una secretaria a la que acabas de conocer te quiere por lo que eres y no por lo que representas -afirmó con malicia-. Estoy segura de que entre las mujeres de tu oficina hay apuestas para ver quién conquista antes al jefe guapo y... sobre todo, muy rico. - Esas cosas ocurren -le concedió él con aplomo-, pero en este caso he sido yo el que he conquistado a Marta. Te aseguro que si hubiera esperado a que ella se decidiera, a estas alturas todavía no me habría dirigido la palabra. - Muy lista, sin duda -contestó Anabel con desdén-, una vieja táctica que, al parecer, sigue funcionando. Lucas no quería enfadarse con Anabel. A pesar de ser una mujer sensata e inteligente, se había encaprichado con él obsesivamente, haciéndose unas ilusiones que él jamás alentó. Se sentía dolida, furiosa y humillada. En cuanto se le pasara el enfado y pensara con sensatez, se daría cuenta de la inutilidad de su arrebato. Lucas se equivocaba por completo en su razonamiento. Desquiciada e hirviendo de furia, Anabel decidió luchar por lo que quería, defender su terreno con todas las armas a su alcance. Transcurridos varios días en los que había estado rumiando un plan, Anabel decidió averiguar todo sobre el enemigo. Si había alguna fisura o desliz en la vida de esa mujer ella la encontraría. Marta Yuste era una mujer guapa y bastante lista, según había podido comprobar, pero ella tampoco era tonta. Descubriría su punto flaco y se ensañaría con ella hasta que consiguiera que Lucas

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la dejara. Un nuevo aliciente había comenzado a alimentar su frustración y no descansaría hasta lograr su objetivo. Sus indagaciones la llevaron a descubrir muy pronto la situación familiar de Marta: sus padres, una hermana soltera y actriz, y un sobrino al que cuidaban los abuelos y la tía. Desalentada, comprobó que la vida de Marta era muy sencilla. Su tiempo transcurría entre su casa, la oficina y los paseos con el niño y Lucas. Aparentemente, no salía con nadie más. Parecía una mujer intachable..., hasta que observándolos un día en el parque, reparó por primera vez en el aspecto del niño. Era muy guapo y su aire familiar la desconcertó en un principio. ¿A quién se parecía el pequeño? Ese día no pudo pensar en otra cosa. Su cabeza bullía, intentando averiguar a quién le recordaba el crío. Por más vueltas que le daba, no lograba identificar la imagen del desconocido, hasta que de pronto se acordó de las fotos que Lucas le había mostrado un día. Eran de un viaje, y en ellas aparecía Lucas con su hermano. Anabel no conocía a Víctor Riolobos personalmente, pero recordó la foto en la que aparecía él en un primer plano. No se parecía a Lucas, o al menos no a primera vista. Con rasgos diferentes, su rostro era también muy agraciado. Ese niño era idéntico a él, lo que quería decir que, en caso de estar en lo cierto, el pequeño era sobrino de Lucas, a no ser... ¡no!, no podía ser que fuera hijo de Lucas. Que ella supiera, nunca había salido con una actriz, aunque un desliz... Aturdida por la idea, decidió aún con más fervor descubrir la verdad. Esa intriga la fascinaba, llevándola a la deducción de que si movía los hilos de esa trama con inteligencia, lograría apartar a Lucas de Marta Yuste. Transcurridos dos meses, todos en la oficina aceptaban con naturalidad la relación entre el jefe y Marta Yuste. Ambos se comportaban con discreción, procurando que el intenso amor que se tenían no restara eficacia al trabajo.

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Antonio Cubán también se sentía satisfecho. Lo que había empezado como una artimaña para conseguir al hijo de Víctor, se había convertido en un amor profundo. Le alegraba que Lucas se hubiera enamorado. A ese chico le hacía falta cariño, y Marta era la mujer ideal para él. Anabel siguió con sus pesquisas, llegando finalmente a la conclusión de que la mejor forma de descubrir la verdad era hablando directamente con Víctor Riolobos. Ella no podía hacerlo personalmente. En cuanto se presentara, Víctor la relacionaría con su hermano. Decidió convencer a una amiga para que hablara con él en su lugar y le sonsacara todo lo referente al sobrino de la secretaria. - Me gustaría celebrar la Nochebuena, la Navidad y todos esos días contigo. Nunca han tenido mucho sentido para mí. Desgraciadamente, tenía poco que celebrar -manifestó Lucas con una nota de aflicción-. Ahora que te conozco, lo veo desde un prisma diferente y sé que te echaré mucho de menos si no estás a mi lado. Cogidos de la mano, la pareja paseaba en su camino hacia un restaurante pequeño y acogedor en el que habían decidido cenar. - Eso tiene fácil solución. Ven a casa y celebra la Nochebuena con nosotros. Mis padres te recibirán encantados. Lucas le pasó el brazo por los hombros, la estrechó contra él y la besó. - Gracias, amor, aceptaría con mucho gusto, pero no puedo dejar solo a mi hermano. Desde que salimos del colegio siempre hemos estado juntos en estas fechas. ¡Víctor Riolobos, el padre de Rafa! Muchas veces había pensado en él y en su derecho a conocer la existencia de un hijo. Marta adoraba a su sobrino y tenía miedo de que lo alejaran de ellos, sin embargo no quería influir sobre su hermana. Elisa era la madre

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de Rafa y era la que tenía que decidir, cuando volviera, acerca de la posibilidad de informar al padre. Por esa misma razón no le había contado a Lucas la verdad acerca del pequeño. La incomodaba que hubiera secretos entre ellos, sobre todo cuando se trataba de algo tan importante. Por el momento, tendría que esperar y respetar la decisión que adoptara su hermana. - Víctor queda también invitado. Somos una familia pequeña, pero nuestro ánimo festivo y la alegría que siempre aporta Rafa serán suficientes para que entre todos celebremos con gozo la Nochebuena. - Te lo agradezco, amor, pero no creo que aceptara. Víctor se sentiría incómodo, con la sensación de haber impuesto su presencia. - De ninguna manera sería así. - Lo sé. Aun así, será mejor dejarlo para otro año. El sábado antes de Nochebuena, después de haber pasado las horas más cálidas del día en el parque con Rafa, Marta y Lucas quedaron en volver a encontrarse a las ocho y media. Según propuso Lucas, esa noche celebrarían los dos solos las fiestas que no podrían disfrutar juntos. Marta se esmeró en su arreglo, eligiendo un ajustado vestido en terciopelo marrón con cuello en pico y cruzado en la cintura por medio de un cinturón dorado. El frío era intenso en Valladolid en esa época del año, por lo que se abrigó con un grueso abrigo de lana beig antes de salir a la calle, donde Lucas la esperaba en el coche. - Ni en mis más recónditos sueños osé fantasear con la idea de conquistar a una mujer como tú -dijo mirándola ensimismado al tiempo que le acariciaba la sedosa melena castaña-. Eres preciosa, Marta, y yo estoy loco por ti -añadió besándola. Poco rato después, Lucas llegaba a la calle donde él vivía. Recorriéndola despacio hasta llegar al garaje, accionó el mando y, ante los ojos atónitos de Marta, dirigió el vehículo hasta la amplia plaza de la que era dueño.

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- ¡Pero Lucas, yo creí que...! - Sé lo que pensabas. Yo creo, sin embargo, que ya es hora de que conozcas mi casa. La sorpresa continuó cuando entraron en el amplio piso y vio la mesa del comedor perfectamente preparada para la cena de dos personas. Tanto la vajilla como la cristalería eran preciosas, resaltando especialmente el sencillo centro de mesa y la tenue luz que irradiaban las velas de los dos bonitos candelabros de plata. - Lucas, esto es maravilloso -dijo todavía un poco confusa-. Es el agasajo más romántico que podías dedicarme. Lucas la tomó por la cintura y la acercó a él. - Esto es sólo el principio, cariño. Deseo que esta noche sea inolvidable para los dos. A Marta le gustó la sobriedad de la casa. Cada detalle de la decoración era acertado, descubriendo gratamente que los muebles eran de calidad y tenían cada uno su finalidad práctica. - Me gusta tu hogar, Lucas... - Será un hogar cuando tú vivas en él. Mientras tanto es tan sólo un piso de soltero. Marta lo abrazó con fuerza, agradeciéndole con ese contacto todo lo que él le daba. Mientras degustaban la excelente cena que Lucas había encargado: caviar, salmón y pato a la naranja, los dos jóvenes reían y hablaban desenfadadamente de navidades de las que guardaban buen recuerdo. Antes de levantarse de la mesa, Lucas sacó un estuche del bolsillo y se lo entregó ceremoniosamente a Marta. - Te entrego este regalo como una pequeña muestra de mi amor. Marta lo miró emocionada, sintiendo cómo su corazón latía con fuertes sacudidas. Lucas la amaba, tanto como ella a él, y procuraba demostrárselo en cada uno de sus gestos.

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- Pero si ya me has hecho muchos regalos, Lucas, aparte de las flores que me envías continuamente... - No se enamora uno todos los días... Marta se echó a reír y abrió el bonito estuche de terciopelo azul. Sus ojos brillaron al recibir el fulgor de las joyas que tenía delante. Era un juego de anillo y pendientes en forma de estrella, con pequeños diamantes incrustado en los picos y un zafiro en el centro. Era un conjunto precioso y discreto, el ideal para una personalidad como la de Marta. Al parecer, Lucas la conocía muy bien. Dedicándole una mirada insinuante, Marta se puso en pie, se acercó a él y se sentó en sus rodillas, besándolo a continuación intensamente. Gratamente sorprendido, Lucas la respondió con el mismo ardor, no tardando mucho tiempo en tomarla entre sus brazos y llevarla pausadamente hasta su dormitorio. Dejándola de nuevo en el suelo, la miró con adoración, acariciando tiernamente su rostro. - No sabes las veces que he soñado con tenerte aquí... Ha sido tan larga la espera... -comentó en un susurro antes de tumbarla delicadamente sobre la cama y demostrarle el amor que aceleraba violentamente su corazón. Marta respondió con pasión a cada una de las caricias de Lucas. Le quería muchísimo, la hacía muy feliz y ella deseaba a toda costa conseguir que su corazón gozara de tanta dicha que olvidara la infelicidad que lo había paralizado durante tanto tiempo. Cada vez más unidos, la pareja se volvió inseparable. Lucas la requería en cada una de las reuniones y en todos los viajes. Aun respetando el puesto de Marta, Lucas echaba mano de cualquier excusa para llamarla a su despacho. Marta accedía con buen humor, aunque, para frustración de Lucas, sólo pasaba unos minutos con él.

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La primera nota de alarma llegó cuando una mañana Marta volvió a encontrar sobre su mesa un inmenso ramo de flores. No eran de Lucas, él se las enviaba a casa. Los dos estaban de acuerdo en tratar de evitar lo más posible los cotilleos en la oficina. Inquieta, leyó la nota y comprobó, tal y como se temía, que el autor volvía a ser Miguel Villarán. Pensando con rapidez, decidió deshacerse del ramo antes de que Lucas lo viera. Él no dudaría de ella, estaba segura, pero no quería que su relación se viera turbada por algo que para ella no tenía ninguna importancia. Con precipitación, cogió las flores, salió del despacho y se dirigió directamente hacia la mesa de Yolanda, sabiendo que a ella no le importaría hacerle ese favor. Era una joven alegre y pizpireta; cambiaba de novio como de jersey, pero era buena persona y muy servicial. - ¡Qué preciosidad! ¿Es que no lo quieres? -le preguntó a Marta, sorprendida. Marta no quería dar muchas explicaciones. ¡Bastantes rumores había provocado ya su relación con Lucas...! - Me estorba en la mesa. Preferiría que creyeran que te lo han enviado a ti, ¿te importa? - Pero si todos saben que el jefe y tú... La joven calló ante el gesto de súplica de Marta. Comprendiendo inmediatamente que ese ramo lo enviaba otra persona, Yolanda sonrió con complicidad y asintió. - Me encantan las flores. Más de una se pondrá verde de envidia cuando las vea. - Eres un cielo, Yolanda. Muchas gracias. Nada más sentarse delante del ordenador, Eugenia volvió del despacho de Lucas y le transmitió el mensaje diario. El noviazgo que mantenían Marta y Lucas no había disminuido la amistad que desde un principio se había entablado entre Eugenia y Marta. Ambas mujeres se entendían cada vez mejor y Eugenia estaba encantada de

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que su jefe hubiera elegido a una mujer sencilla y bondadosa como Marta. Con una sonrisa de satisfacción en los labios, Marta acudió a la llamada de su amor. Había salvado un obstáculo. Decidió que para que no volviera a ocurrir, tendría que hablar seriamente con Miguel Villarán.

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sabel López, la amiga de Anabel, acudió a la discoteca que Víctor tenía en Madrid. No le fue difícil localizarlo y presentarse como una paisana que conocía a su hermano de algunas ocasiones en las que habían

coincidido con amigos comunes. La joven no advirtió mucho parecido entre los dos hermanos. Tan sólo la altura y la expresión de los ojos los hacían similares. - ¿Vives aquí? -le preguntó Víctor mientras tomaban una copa en la barra. Él procuraba mostrarse siempre amable con todos los clientes que lo solicitaban, volcándose especialmente con los que venían de parte de su hermano. - Sí, pero viajo constantemente -contestó la joven evasivamente-. El otro día vi a tu hermano con su hijo o su sobrino, no sé. Es un niño precioso. Mirándolo de reojo, Isabel captó la expresión de perplejidad de Víctor. Ante la naturalidad de la joven, Víctor no tuvo valor para mentir. Rafa era su hijo y se parecía mucho a él. Si mentía le cargaría el bulto a Lucas, pues nadie dudaba de que ese niño era un familiar muy cercano de alguno de ellos dos. - Es mi hijo.

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Una incógnita despejada, pensó la joven. - Sí, la verdad es que se parece más a ti. No sabía que estuvieras casado. - No lo estoy. Fingiendo apuro, Isabel lo miró compungida. - Perdona, no quería ser entrometida. - No te preocupes. La situación es muy simple: tuve un hijo hace dos años con una mujer muy agradable y el niño vive con su madre -explicó escuetamente. Para Isabel no era suficiente. Intima amiga de Anabel, ambas se hacían favores y Anabel había sido muy clara sobre lo que quería averiguar. - ¡Me encantan los niños! Supongo que tú también disfrutarás mucho con él los días que te toque tenerlo, ¿no? - Pues... sí -contestó un poco titubeante-. Mi hermano y yo estamos intentando conseguir que mi ilusión de tenerlo se haga posible. Si todo sale bien, muy pronto podré compartirlo con la madre. Al día siguiente, Isabel le contó la conversación palabra por palabra, llegando las dos a la misma conclusión. - ¿Y qué mejor arreglo que ligarse a la tía del niño? -observó pensativa Anabel. - Eso pienso yo -coincidió Isabel-. La estrategia es magnífica y el éxito asegurado. ¿Quién se resistiría al atractivo y al dinero de Lucas Riolobos? La dulce relación que la pareja compartía se vio de pronto truncada cuando una mañana Marta llegó a su despacho y se encontró con un sobre blanco sobre su mesa. Iba dirigido a ella pero sin remite. Intrigada, la joven lo abrió. Tras leer las primeras líneas tuvo que sentarse para que las piernas no le fallaran. El corazón le golpeaba en el pecho alocadamente y Marta temió ahogarse por el sofoco.

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¡No podía creerlo!, ¡no era verdad! Lucas no podía estar utilizándola para un fin tan vil: quitarles a Lucas. Anabel plasmaba con crueldad en la carta lo que ella había deducido de la explicación de su amiga. No había tenido ningún escrúpulo a la hora de exagerar los motivos de los hermanos y su objetivo. Temblándole las manos y a punto de llorar, Marta notó una especie de mareo. El disgusto la aturdía, debilitándole por momentos el cuerpo y el alma. Se levantó y se dirigió hacia el cuarto de baño. En las condiciones emocionales en las que se encontraba no podría enfrentar a Eugenia, que estaría a punto de llegar y notaría su descomposición. Mucho menos podría ver a Lucas. Debía reflexionar antes, hablar luego con Lucas y sacarle la verdad. No quería creer el anónimo, pero no podía evitar temer que tuviera un fondo de verdad. Si era cierto y Lucas la había utilizado, jamás lo volvería a ver. Si, por el contrario, descubría que era una maldad por parte de alguien que, evidentemente, la odiaba, no descansaría hasta averiguar de quién se trataba. Más calmada, y decidida a afrontar el problema inmediatamente, Marta se dirigió directamente al despacho de Lucas. Él se levantó sonriente, mirándola embelesado. - Has tardado mucho en venir hoy a saludarme -dijo intentando besarla. Marta retiró la cara y lo miró con frialdad. - Sabes quién es el padre de mi sobrino, ¿verdad? Perplejo y dolido por su rechazo, Lucas la miró asombrado. - ¿Cómo dices? - Me has entendido perfectamente. Por favor, contesta a mi pregunta. - Pero... ¿a qué viene ahora esa bobada...? Hecha una furia, Marta se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta. Antes de que la pudiera abrir, Lucas la detuvo.

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- ¿Qué te pasa, Marta? ¿Qué ha sucedido? -preguntó tomándola del brazo y volviéndola hacia él. Marta se soltó con rudeza y lo clavó con la mirada. - Contesta a la pregunta que te he hecho. Lucas la miró compungido. Sabía que no podía mentirle. Si ella había empezado con una pregunta tan clara, era porque tenía otras más dolorosas aún que formularle. Había llegado el momento de la verdad, y él no esquivaría el problema. - Sí; es mi hermano Víctor. - Lo supiste siempre, y por ese motivo me contrataste y ligaste conmigo. Sólo querías acercarte cada vez más al niño -afirmó sin ningún atisbo de duda. - Esa fue la idea inicial -confesó sin rodeos-. Con lo que no conté fue con enamorarme de ti. Marta lo miró de un modo extraño. - Tus palabras me emocionan, pero no te creo -aseveró con frialdad, haciendo un gran esfuerzo para no llorar delante de él-. Como sucede a menudo, simplemente me has utilizado y yo he caído como una imbécil en tus redes. Lo has hecho muy bien, Lucas, pero jamás te perdonaré. Lucas volvió a interceptarle el paso. - Tengo derecho a explicarme... - ¡No tienes derecho a nada y te prohíbo que vuelvas a dirigirme la palabra! ¡Eres un maldito...! En esos momentos entró Eugenia, interrumpiendo la discusión. Marta la miró afligida, y con los ojos brillantes por las lágrimas que asomaban a sus ojos, salió del despacho corriendo. Con precipitación cogió el bolso y el abrigo y salió del edificio. Vagó por la ciudad desesperada, dándole vueltas una y otra vez a la traición de Lucas, hasta la hora que solía volver a casa todos los días. No quería disgustar a sus padres y menos aún explicarles el motivo que Lucas había tenido para engañarla. Pensar que pudieran

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quitarle a su nieto los mataría del disgusto. Hasta encontrar una solución mejor, las cosas seguirían como hasta entonces, con la salvedad de que Lucas y ella no volverían a verse. Sólo de pensarlo se le encogía el corazón. Rápidamente, la ira volvía a ella y la impulsaba a desear estrangularlo por su crueldad. Lucas dejó transcurrir el día con impaciencia e inquietud. Quiso darle tiempo a Marta para que se calmara antes de hablar con ella civilizadamente. El nerviosismo se truncó en enfado cuando todos sus intentos de hablar con ella fueron inútiles. Entendía que estuviera enfadada, pero tenía que haber aceptado una explicación, si era verdad que le quería. Se había sentido tan feliz los últimos meses que ni se acordaba del motivo que lo había acercado a Marta Yuste. ¿Cómo se habría enterado? Su llamada diaria, a través de Eugenia, dejó de ser atendida. Desde el fatídico día de la llegada del anónimo, Marta se había negado a verle, a hablarle y a contestar a sus llamadas. Eugenia no sabía lo que había sucedido entre la pareja. Deducía que debía haber sido algo grave para que la joven hubiera roto tan bruscamente la relación. A pesar de la falta de explicación por parte de Marta, Eugenia trató de calmarla y animarla. Marta se lo agradeció, pero sin resultados positivos. Trabajó más que nunca, atendiendo amablemente cada una de las llamadas de Manuel Cañada y rechazando abiertamente cualquier acercamiento por parte de Lucas. Sabiendo que no podía seguir así, Marta decidió ir preparando a sus padres acerca de su ruptura con Lucas y el abandono del trabajo. Seguía queriéndolo, y verlo todos los días, aunque fuera de pasada, suponía una tortura para ella. - No puedes hablar en serio -le decía un día Eugenia, escandalizada al enterarse de que pensaba darse de baja en la empresa-. Las parejas riñen, y es normal. Tampoco es para hacer un drama de ello. Estoy segura de que os queréis mucho y Lucas...

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- Por favor, Eugenia -la detuvo Marta levantando una mano-, no quiero hablar más de ese tema. He tomado una decisión y no voy a echarme atrás. Nuestra relación ha sido un error y ya ha terminado. Lo que siento es separarme de ti y del resto de los compañeros, de verdad. Eugenia asintió compungida. - Tu ausencia dejará un enorme vacío en esta oficina. Lucas se enteró enseguida de la decisión de Marta y, furioso, decidió actuar con contundencia. Había tenido paciencia con ella, aguantándole sus arrebatos durante más de una semana. El tiempo se había agotado y había llegado el momento de aclarar la situación. Bajo ningún concepto permitiría que le arrebataran de nuevo la felicidad. Ya le sucedió cuando era niño y había sufrido mucho a causa de ello. Ahora era un hombre con la fuerza, el poder y la inteligencia suficientes como para defender su felicidad y no permitir que nadie, ni siquiera Marta, osara hacerla peligrar. Apurando los últimos días de trabajo, Marta intentaba dejar ordenado y claramente clasificadas las fichas con todas las pautas del trabajo diario. Su labor facilitaría el trabajo de la secretaria que entrara en su lugar, y eso siempre se agradecía. Tras negarse de nuevo a encontrarse con Lucas en su despacho, Marta pensó desconsolada en lo triste que sería su vida a partir de esos momentos. Por primera vez se había enamorado, entregando su corazón al hombre que ella creía que lo merecía. Se había equivocado y todo su ser lloraba por ello. Entrando como una tromba en el despacho, Lucas interrumpió sus pensamientos, se apoyó sobre la mesa y se acercó a ella con una expresión que amenazaba cualquier barbaridad. - O vienes ahora mismo a mi despacho por tu propio pie o te llevo a rastras. Tú eliges. Sintiéndose coaccionada, Marta lo miró con irritación. - ¡Cómo te atreves...!

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Antes de que pudiera terminar la frase, Lucas la había tomado fuertemente por el brazo y la había puesto en pie. Viendo que su amenaza no era en vano, Marta intentó desasirse. - ¡Suéltame, Lucas! ¡No quiero hablar contigo! - ¡Me importa un rábano lo que quieras o no! -gritó con genio-. Vas a venir conmigo y vamos a aclarar esta ridícula situación de una vez por todas. - No pienso... Tiró de ella sin miramientos y Marta decidió que lo más juicioso era ceder. Lo que le faltaba era dar el espectáculo ante sus compañeros... Caminando altiva delante de él, entró en el despacho y permaneció de pie. - Puedes sentarte -le sugirió Lucas. - Estaré aquí poco tiempo. Prefiero estar de pie -contestó, levantando la barbilla con desdén. Dedicándole una mirada glacial, Lucas volvió a imponerse. - Te advierto que mi paciencia se ha agotado. A partir de ahora harás lo que yo diga. Marta lo miró atónita. - Eres el dueño de esta empresa y puedes hacer con ella lo que quieras, pero no te creas con derechos sobre tus empleados y menos sobre mí. Tenlo muy en cuenta cuando te dirijas a mí. Lucas la recorrió con la mirada con atrevida audacia, evaluando despacio cada parte de su cuerpo. Marta quiso permanecer impasible. Sin embargo, su exhaustivo escrutinio la afectó más de lo que ella hubiera deseado. - Creo que mi amor por ti me da todos los derechos. Te quiero, Marta, como nunca he querido a nadie, y no permitiré que te alejes de mi lado ni que me arrojes al limbo en el que he vivido hasta ahora.

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- ¡Cómo te atreves a decir eso después del engaño en el que has envuelto nuestra relación...? -exclamó indignada. - El engaño se evaporó ante la evidencia del amor -afirmó sin titubear. - Entonces por qué no me dijiste la verdad cuando empezamos a salir. - Pensaba hacerlo más adelante. Antes quería consolidar más nuestra relación. - ¿Envolverme más en tus redes?, ¿aprovecharte de mí hasta que te cansaras o consiguieras a Rafa? -preguntó desolada, a punto de llorar. - Rafa quedó olvidado en cuanto me enamoré de ti. Era la verdad, pero Marta estaba demasiado dolida y ofuscada para creerle. - No estoy dispuesta a escuchar más mentiras -dijo levantándose con genio-. El jefe de personal ya tiene el pliego con mi cese voluntario. Espero no volver a verte nunca más. Lucas también se levantó. Aproximándose con pasos seguros, se detuvo a pocos centímetros de Marta y la miró con ojos que prometían una determinación implacable. - Es obvio que mis argumentos no son tomados en consideración. El rencor te anula la cordura y el sentido común, y me temo que no me queda más remedio que adoptar medidas drásticas para hacerte entrar en razón -manifestó con una calma que la asustó. - No sé qué es lo que estás tramando, pero te advierto que ninguna de tus artimañas tendrá el más mínimo efecto sobre mí. He escarmentado, Lucas: no volverás a engañarme. La expresión de Lucas se ensombreció de desolación. - Parece que mis planes, firmemente trazados, se han vuelto contra mí. Yo sólo quería conocer a Rafa. Que mi sobrino se familiarizara con su padre y con su tío. Contactar contigo me pareció

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la forma menos brutal para acercarme a él. Siento haberte hecho daño, Marta, y espero que puedas perdonarme. Su mirada lánguida, arrepentida, conmovió las fibras más sensibles y vulnerables de Marta. Su corazón palpitaba aún por él. Deseaba creerle, abrazarle..., sin embargo, en el fondo de su alma, el lacerante aguijón de la decepción y de la indignación actuó como una alarma para despertarla a la realidad de lo que Lucas había tramado para engañarla, no sólo a ella sino a toda su familia. La rabia emergió de nuevo, desechando una vez más la rama de olivo que Lucas le tendía. - Puede ser que algún día te perdone, pero no creo que olvide. Lucas suspiró con desaliento. Desgraciadamente, Marta no le daba alternativa. - Yo tampoco creo que me olvides. De repente su expresión había cambiado; sus ojos la taladraban con un brillo feroz. Lucas había confesado su error, había pedido perdón, en un último intento de hacer las paces. Todo había sido inútil. Si lo permitía, Marta se alejaría para siempre de él. Era una mujer con fuerte personalidad y profundo orgullo. Ninguna oferta, por más atractiva que fuera, lograría doblegarla. Su decisión estaba tomada y, desgraciadamente, solamente una amenaza la retendría a su lado. - Nos queremos, Marta, eso es un hecho -continuó Lucas despacio-. Hemos sido muy felices, y sabes igual que yo que podríamos serlo siempre. No merece la pena que un amor como el nuestro se malogre, arrastrando con él nuestra felicidad presente y futura, por un estúpido error de cálculo. - Los errores se pagan, Lucas, y como hombre de negocios lo sabes mejor que nadie -añadió con desdén. - Todos cometemos errores... - Unos más que otros y con intenciones mucho más malignas.

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El hecho de que lo considerara capaz de hacerla daño a ella y a su familia le dolió profundamente, impulsándolo a defender ferozmente, con fría furia, lo que quería. - Ya que piensas lo peor de mí y me crees un villano sin escrúpulos, te voy a dar verdaderos motivos para que lo creas, de ese modo tu conciencia quedará tranquila y la mía se denigrará aún más. Marta lo miró con preocupación, completamente desconcertada acerca de sus intenciones. - No comprendo... - Tu familia es muy importante para ti, ¿verdad Marta? -preguntó esbozando una peligrosa sonrisa. - ¡Sabes que sí! -contestó ella con genio. - No quiero hacer daño a tus padres, pero ¿cómo crees que se sentirían si mi hermano reclamara a su hijo y convenciera al juez de que, teniendo en cuenta que su madre es actriz y viaja con frecuencia, Rafa estaría mejor con él? Aturdida momentáneamente, Marta reaccionó enseguida, se acercó furiosa a él y le dirigió una mirada tan afilada como puñales. - ¡No te atreverías a una crueldad semejante! Sabes lo que sufrirían mis padres -añadió suplicante. - No he dicho que lo vaya a hacer, aunque bien sabe Dios que mi hermano tiene también unos derechos sobre su hijo. Si tú sigues trabajando aquí y continúas saliendo conmigo, nada cambiará en la felicidad de tu familia. No voy a perderte, Marta, y te juro que estoy dispuesto a todo. Si bien Marta conocía la tenacidad, la inteligencia y la incansable capacidad de trabajo de Lucas, en esos momentos fue testigo de su férrea voluntad y de su implacable carácter. Teniendo en cuenta lo que acababa de oír, empezó a comprender sus logros. Nada lo había detenido en su difícil camino hacia el éxito, y ahora estaba dispuesto a vencer cualquier obstáculo que le arrebatara la

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felicidad, desconocida para él durante tantos años, que le aportaba la mujer que amaba. - ¿Qué alternativas me das, Lucas? -preguntó con desaliento. - Las mejores. Si intentas entrar en razón y aceptar lo que te ofrezco, todos seremos felices. Si por el contrario, te empecinas y te opones, como has hecho hasta ahora, todos sufriremos. A pesar de su prepotencia insufrible y del claro dominio que ejercía sobre ella, su empeño demostró a Marta que la quería. De no ser así, Lucas no se habría molestado en continuar una relación que a partir de esos momentos podría ser incómoda, difícil y tensa. A Lucas no le importaba, con tal de no perderla, y en el fondo, ese comportamiento la llenó de satisfacción. Aún le fastidiaba que se hubiera acercado a ella con engaños, manipulando una serie de situaciones. No obstante, hasta esos momentos, el daño había sido menor, puesto que ambos se habían enamorado rotunda y profundamente. Muy distinto habría sido para su corazón si sólo ella hubiera caído en las garras del amor. Afortunadamente, no había sido así y Lucas la había acompañado en una caída que él nunca hubiera esperado. La actividad de Marta en la empresa volvió a regularizarse, para sorpresa de todos. Lucas capeó el temporal con paciencia, aguantando los desaires y la frialdad de Marta. No le importaba; al fin y al cabo se consideraba el culpable de lo que había sucedido entre ellos. Lo que aún le intrigaba era cómo se habría enterado Marta del plan que sólo él había urdido para atraerla a su empresa. - Me alegro de que sigas con nosotros -le decía un día Eugenia a Marta mientras comían en una cafetería-. Las peleas entre enamorados no deben exagerarse. Siempre se tienen razones para actuar de una determinada manera, aunque el otro no lo comprenda en un principio. No pierdas lo que tienes, Marta, que te aseguro que es mucho -la aconsejó con cariño.

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Marta le sonrió con afecto, conociendo muy bien su cariño sincero hacia Lucas y hacia ella misma. - Hablas de corazón, Eugenia, y eso te engrandece aún más. Valoro tus palabras y sé que tienes razón, pero a pesar de todas las cualidades que posee Lucas, tiene también el defecto de la arrogancia. Se ha hecho a sí mismo y ha logrado lo que se ha propuesto. Todo eso es muy loable. La cuestión es que está acostumbrado a ganar, a costa de lo que sea, y debe aprender que los planes a veces se tuercen y uno pierde. - Lucas perdió todo cuando era niño. No tuvo más remedio que luchar y salir adelante. Se llevó muchos palos antes de darse cuenta de que si quería sobrevivir y conseguir lo que deseaba, tenía que planear minuciosamente sus estrategias y adelantarse al rival. La vida le enseñó, Marta; muy duramente aprendió la lección. Marta suspiró y su expresión se suavizó. Eugenia siempre defendería a Lucas, ignorando las estrategias, más o menos éticas, que él ideaba para salirse con la suya. Era como una madre para él, la que nunca tuvo, y ella lo adoraba. Anabel bullía de ira. El plan que había ideado para desestabilizar la relación de la pareja no había dado resultados positivos. Marta seguía trabajando en la empresa de Lucas y ellos dos seguían juntos. Bien era cierto que también había oído que la relación de la pareja había sufrido un fuerte revés del que aún no se habían recuperado; esto le daba esperanzas, aunque no le alegraba la vida todo lo que ella deseaba. Tendría que idear una estrategia más contundente. Al parecer, las mujeres perdonaban con facilidad. La reacción de la secretaria lo demostraba. Ahora la cuestión era si Lucas perdonaría tan fácilmente... Se acordó de Miguel Villarán, el socio de Lucas, el hombre que acompañaba a Marta Yuste el día que coincidieron en la discoteca. Perspicaz y observadora, Anabel había notado el nerviosismo de

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Miguel, el mismo que sufría ella, cuando Marta y Lucas tardaron en volver. Era evidente que el financiero estaba también interesado en la secretaria y que no le hizo ninguna gracia que Lucas la alejara de ellos. Apenas conocía a ese hombre y dudaba que la ayudara en su plan. Ni él ni ningún hombre de negocios arriesgaría una sociedad con tan espléndidos beneficios por el dudoso amor de una mujer. Anabel no creía que el interés del financiero llegase a tanto y ella no podía arriesgar su anonimato en toda esa trama. Utilizaría a Miguel Villarán, pero sin que él lo supiera.

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a tarde del domingo la habían pasado en el parque jugando con Rafa. El pequeño adoraba a Lucas. Nada más verlo corría a sus brazos. Lucas lo lanzaba hacia arriba y Rafa reía estruendosamente. Luego se cogía de su mano y no se

separaba de él en ningún momento. Marta se preguntaba muchas veces si Rafa vería en Lucas al padre que no conocía. Era aún pequeño, pero, quizás desde la edad más temprana los niños necesitaran la figura paterna tanto como la de la madre. A pesar de que todavía se sentía dolida, Marta seguía saliendo con Lucas. Era lo mejor para todos, y en el fondo, aunque con un poco de temor, ella lo deseaba tanto como él. Su postura era rígida y recelosa, limitándose a pasear y a cenar con él, negándose a cualquier tipo de relación más íntima. Lucas lo había llevado con paciencia durante un tiempo, sintiéndose contento a pesar de la actitud distante de Marta. Ahora había empezado a considerar que el tiempo que le había dado para que se calmara y reflexionara ya había prescrito. Había llegado el momento de continuar donde lo dejaron. Observando en silencio la dirección que tomaba el coche, Marta adivinó en seguida la intención de Lucas. - Preferiría que me llevaras a casa.

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- Y lo haré, pero antes me gustaría que tomáramos una copa de champán en mi casa. Ultimamente, siempre estamos rodeados de gente y creo que nos conviene disfrutar de un tiempo completamente a solas. Marta iba a protestar cuando la puerta del garaje se abrió, permitiendo el acceso al coche de Lucas. Los asuntos importantes había que hablarlos con calma y en el lugar adecuado. Marta calló y esperó hasta encontrarse dentro del piso. Habían cenado ya en un restaurante, por lo que Lucas se dirigió directamente a la nevera para sacar el champán. Marta lo esperó en el salón, sentada rígidamente en el sofá. Con la botella en la mano, Lucas cogió las copas de uno de los muebles y se sentó a su lado. Tras un estruendoso descorche de la botella, sirvió el burbujeante líquido. Cogiendo las dos copas, le alargó una a Marta y mantuvo la suya levantada, con la clara intención de hacer un brindis. - El presente y el futuro son nuestros, Marta. Brindemos por ellos -dijo mirándola fijamente. Aún tensa, Marta intentó dejar la copa sobre la mesa, ignorando el brindis de Lucas. Él la detuvo antes de que pudiera posarla. - Lucas, yo... - Por favor, Marta, brinda conmigo. El pasado ya es Historia. Pensemos solamente en la realidad que nos une: tú, yo y nuestro amor. Su expresión suplicante zarandeó su corazón. Esa realidad era indiscutible, y en parte, Marta reconocía que el disgusto y el furor habían empezado a disiparse en su mente, dando paso a la comprensión, abrumada por el profundo amor que le inspiraba Lucas.

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Vencida ante la evidencia de los hechos y harta de sufrir inútilmente, la joven aceptó de nuevo la copa y brindó con él. Agradecido, Lucas le dedicó una significativa sonrisa. - ¡Por ti y por mí, para que de ahora en adelante no permitamos que nada ni nadie se interponga entre nosotros! -exclamó con gravedad levantando la copa mientras esperaba con un cierto desasosiego que Marta accediera a sus ruegos. Tras vacilar durante unos instantes, Marta se decidió finalmente y golpeó suavemente su copa. El champán le hizo cosquillas en la garganta, haciéndoles reír a los dos cuando estuvo a punto de atragantarse. Lucas aprovechó para acercarse a ella y rodearla suavemente con sus brazos. Marta se acurrucó contra su pecho lánguidamente, encontrando el alivio que necesitaba su alma en los reconfortantes brazos del hombre que amaba por encima de todo. - No vuelvas a alejarte de mí, cariño -le susurraba Lucas con un murmullo ahogado-, ni siquiera cuando yo me equivoque. Sé que he cometido un error y que ha podido costarme muy caro. No volveré a fallarte, amor, nunca. - Tu error tuvo una razón poderosa, Lucas; por ese motivo y porque te quiero, lo perdono. Una expresión de júbilo apareció en su rostro. Marta lo había perdonado por fin, y él se sentía embriagado de dicha. Suavemente la tomó por la barbilla y depositó despacio sus labios sobre los de ella. - Te echaba de menos, Marta. Te he añorado con dolor -confesó abriéndole su corazón-. No sabes lo triste que ha sido para mí tenerte tan cerca y a la vez sentirte tan lejos, tan distante... Era un lamento amargo que le partía el corazón. Marta lo comprendía porque ella también había sentido una desgarradora melancolía el tiempo que se habían mantenido alejados.

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- Estoy de nuevo a tu lado, Lucas, y eso es lo que más deseo. Abrázame y dame todo tu amor: lo necesito. Dedicándole una mirada abrasadora, Lucas la estrechó íntimamente y la besó en profundidad, notando cómo las emociones los desbordaban, impulsándolos a una entrega largamente deseada y añorada. La noticia acerca de la reconciliación de la pareja corrió por la oficina con rapidez. Eugenia fue la primera en alegrarse; no así Anabel, que, siempre al tanto de lo que pasaba en la empresa de Lucas, aprovechaba cualquier oportunidad para hacerse la encontradiza con Yolanda, la simpática secretaria con la que procuraba "coincidir" de vez en cuando. Haciendo creer a la joven que era amiga de la pareja, alababa continuamente a Lucas y ponderaba las cualidades de Marta. - Sí, Lucas ha tenido suerte al encontrar una mujer como Marta. Lo siento por los pretendientes que dejó en el camino -añadió con un suspiro Anabel mirando de reojo a la joven-, especialmente uno... - Debes referirte al señor Villarán -dijo Yolanda respetuosamente, aunque guardándose el secreto de que en una ocasión no pudo reprimir la curiosidad y leyó la nota que Marta había dejado olvidada en el ramo con las prisas-. Al parecer está enamoradísimo de ella y según los rumores, los ramos de flores que recibe en la oficina son de él. Una sonrisa maliciosa se dibujó en los labios de Anabel. No se había equivocado con respecto a Miguel Villarán. Sus ojos no habían mentido, no habían podido disimular su interés por Marta Yuste. - Supongo que esos envíos habrán cesado. Teniendo en cuenta que el noviazgo entre Lucas y Marta parece bastante formal... - Nada de eso -saltó la joven con rapidez-. Los dos últimos los recibió estando ya saliendo con el jefe. Claro que él no se enteró.

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-Acalorada con su relato, la secretaria no reparó en el brillo perverso que se reflejó momentáneamente en los ojos de Anabel-. Marta prefirió evitar problemas depositando el ramo sobre mi mesa -continuó entre risas, sintiéndose orgullosa de que Marta la considerara su confidente-. Marta es muy lista. No está interesada en Miguel Villarán, pero él insiste de todas formas. Esa información encajaba a la perfección en el nuevo plan que estaba maquinando para separar a la pareja. Anabel quería a Lucas Riolobos. Él era el hombre de su vida, y ninguna advenediza aprovechada se lo quitaría. Anabel sabía que Miguel Villarán viajaba mucho. No le extrañó cuando le informaron en su oficina que el financiero estaba en el extranjero y que no volvería hasta la semana siguiente. Ese golpe de suerte la movió a actuar con rapidez, y esa misma mañana Marta volvió a encontrarse con un ramo de flores sobre su mesa. La tarjeta era más escueta que de costumbre: "Un admirador que no te olvida" y en la firma sólo constaba una "M". No hacían falta más datos. Marta supo enseguida de quién se trataba y trató de arreglar el entuerto como otras veces. - Veo que ese hombre no se rinde, Marta -comentó Yolanda sonriendo al tiempo que cogía una de las flores y se la llevaba a la nariz-. ¡Qué bien huelen!, ¡qué suerte, hija!, unas tanto y otras tan poco... - No te quejes. Nada es tan fácil como parece -manifestó Marta alejándose de allí con rapidez. Ese día Lucas había tenido que ir con Manuel Cañada a la fábrica de repuestos y había llegado más tarde a la oficina. Al pasar por la sala donde estaban las mesas de las secretarias, se fijó en el ramo que, llamativamente, atraía la atención de cualquiera. Ya los había visto otras veces, y al igual que los anteriores, le recordó a los ramos recibidos por Marta nada más entrar en la empresa .

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- Parece que nuestro admirador secreto ha cambiado de objetivo -comentó Manuel Cañada con un guiño significativo. - Eso parece -contestó Lucas, pensativo. Aparentemente, esa era una anécdota inocente y bastante corriente; sin embargo, algo no encajaba. Su intuición le había llevado a realizar buenos negocios, y ese mismo presentimiento le advertía ahora acerca de un elemento discordante que él no atinaba a reconocer. Marta celebró que Lucas no estuviera ese día temprano en la oficina. Estaba indignada con Miguel Villarán. Pero ¿qué pretendía? Había sido muy clara la última vez que salieron, sin embargo, y en vista de su insistencia, no parecía dispuesto a ceder. Su acoso tenía que terminar y ella lo solucionaría esa misma mañana. ¡Miguel no estaba en Madrid! Se sintió desilusionada, pero no podía hacer nada por el momento. En cuanto volviera hablaría con él. La relación entre Marta y Lucas se consolidaba día a día. El ritual de las mañanas se había vuelto a imponer. Comían juntos y los fines de semana llevaban a Rafa al parque o al campo. Marta se sentía segura con Lucas y confiaba en él por completo. Le quería mucho y le enternecía su forma de tratar a Rafa. El cariño que Lucas demostraba al niño continuamente era una señal inequívoca de que lo consideraba suyo, de su familia. Esta convicción le traía siempre al pensamiento al padre de Rafa. Marta aún no lo conocía, pero no podía evitar sentir pena y una especie de remordimiento por impedir que un padre conociera a su hijo. Lucas se mostraba prudente y no hablaba de ese tema. Continuamente, le contaba a su hermano todo lo que hacía y decía su hijo y le enseñaba las fotos que le hacía. Víctor se mostraba cada vez más impaciente. Solamente el cariño que le tenía a su hermano impedía una salida drástica. - Lo conseguiremos, Víctor, pero, por favor, ten paciencia. Quiero a Marta y no deseo perderla.

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- Tienes que convencerla, Lucas. Deseo ver a mi hijo, estar con él y tenerlo de vez en cuando. No creo que sea mucho pedir. - Por supuesto que no. Sólo te pido un poco más de tiempo. Marta consideró que había llegado el momento de hablar con su hermana y contarle lo que sucedía. Elisa, que en ningún momento había considerado a Víctor culpable de nada, comprendió que lo que su hermana le planteaba y lo que Víctor deseaba era muy justo. Su hijo era la persona más importante en su vida. Haría cualquier cosa por él. Que el niño tuviera un padre, su verdadero padre, sería lo mejor que pudiera ofrecerle. Una fría mañana de marzo, Víctor acudió, acompañado de su hermano, a casa de los Yuste. Era domingo y la familia los había invitado a comer. El momento sería decisivo tanto para el padre como para el hijo, por lo que la familia Yuste y también los hermanos Riolobos se encontraban nerviosos y expectantes. Rafa corrió hacia Lucas nada más verlo. Víctor también lo abrazó cuando Lucas los presentó. Estaba emocionado. Al principio, el crío lo trató con recelo, pero muy pronto se hicieron amigos. Pasado el primer momento de tensión, los padres de Marta trataron a los Riolobos como dos invitados muy especiales, haciendo todo lo posible para que la estancia en su casa fuera agradable. Al día siguiente, cuando Marta acudió al despacho de Lucas, éste la recibió con un largo e intenso beso. - Me has dejado sin aliento, amor -susurró Marta dedicándole su sonrisa más cautivadora. - Tengo motivos, cariño. Te quiero, Marta, y siempre te agradeceré lo que has hecho por mi hermano. Sé muy bien que sin tu ayuda la reunión entre Víctor y su hijo no hubiera sido posible. Marta le pasó un dedo delicadamente por la barbilla.

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- Te excedes en tus alabanzas, Lucas. Mi hermana es una mujer buena y comprensiva. Quiere lo mejor para su hijo. Siempre ha afirmado que no tiene nada en contra de tu hermano. - Todo irá bien, ya lo verás -le aseguró tomándola de nuevo entre sus brazos-. Nosotros los hemos reunido. Ellos se encargarán de darle a su hijo lo mejor. En adelante, Víctor los acompañó cada vez que Marta y Lucas salían con el niño. Poco a poco, Rafa se fue acostumbrando a su padre. Muy pronto ya no hizo falta que Lucas y Marta estuvieran presentes. Para que se estableciera la confianza y el cariño que es necesario entre padre e hijo, la pareja prefería dejarlos a solas de vez en cuando. El niño lo aceptó con naturalidad, recibiendo el cariño y la atención de Víctor como algo a lo que tenía derecho. Miguel Villarán se sintió gratamente sorprendido al coincidir un día con Anabel en un restaurante. Anabel conocía a Marta Yuste, y todo lo que significara noticias de ella era bien recibido. Le había prometido a Marta darle tiempo para que reflexionara sobre la proposición que él le había hecho. No la había atosigado, dejándola libertad para decidir. El tiempo se estaba agotando. Muy pronto volvería a visitarla y trataría de convencerla. Anabel estaba acompañada por su amiga Isabel y él iba también con un amigo. Los cuatro estuvieron de acuerdo en tomar una copa juntos en un sitio de moda. - He estado viajando al extranjero y hace tiempo que no hablo con Lucas. ¿Qué tal está? - Estupendamente. También muy ocupado -contestó Anabel, como si su contacto con Lucas fuera asiduo. Su tono familiar le hizo creer que seguían juntos. Miguel sólo los había visto una vez. No estaba seguro de la clase de relación que mantendrían. Tampoco le importaba. Decidió averiguar lo que realmente le interesaba.

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- Y... Marta Yuste, ¿te acuerdas?, la chica que me acompañaba cuando nos conocimos. ¿Sabes algo de ella? -preguntó como a la ligera. Anabel le dedicó una mirada de triunfo, mirada que él no supo interpretar. - Está muy bien. Es una mujer encantadora y una excelente secretaria. De hecho, Manuel Cañada está muy contento con ella, según me cuenta Lucas. -Hizo una pausa antes de continuar con lo que sería la información decisiva-. Perdona si te parezco un poco atrevida, pero... no sé..., cuando os conocí, pensé que salíais con asiduidad. Os vi tan compenetrados... Una ola de excitación lo envolvió. Miguel quería creer que Marta sentía algo por él, aunque se mostrara excesivamente cauta a la hora de decidirse a aceptarlo. - Eso es lo que pretendo -reconoció con franqueza-. Hemos salido algunas veces y lo hemos pasado muy bien -exageró él para su propio autoconvencimiento-, pero yo quiero llegar mucho más lejos. Le estoy dando tiempo para que reflexione. Yo tengo mucho que ofrecer y ella supone para mí la mujer ideal. - Marta es más bien tímida y prudente. Es una mujer guapa y la adornan muchas cualidades, pero el... "tropiezo" de su hermana la mantiene alerta contra los hombres -insinuó Anabel, dando por hecho que él sabía de lo que ella le estaba hablando-. Todos la aprecian mucho en la oficina y admiradores no le faltan. De todas formas, yo creo -continuó como si le estuviera haciendo una confidencia- que es excesivamente precavida con los hombres. Marta no le había hablado de su hermana, pero Miguel sí sabía que tenía un sobrino. No le fue difícil descubrir cuál había sido el "tropiezo" al que se refería Anabel. - Me gustan las mujeres pausadas y sensatas. A la larga dan mejores resultados. - ¿Hablas por experiencia? -preguntó Anabel, intrigada.

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- Naturalmente... Las palabras de Anabel le hicieron concebir esperanzas. En vista de lo que le había ocurrido a su hermana, era natural que Marta desconfiara del género masculino. Miguel ofrecía un buen partido económico y él quería creer que también como persona. En ningún momento dejaba de considerar los inconvenientes: era divorciado y con hijos. A las mujeres con las que había salido no les importaba su estado, pero también sabía que otras no se embarcaban tan fácilmente en matrimonios de esa índole. Miguel decidió abordar a Marta cuanto antes. No le daría la oportunidad de negarse. Ese era el momento y él no deseaba esperar más. Marta miró el papel que salía del fax y alargó la mano para cogerlo. Sus ojos se abrieron desmesuradamente de pánico al leer el texto: "Las flores te impedirán respirar si el viernes, después de la reunión a la que asistirás con Manuel Cañada en Madrid, no te reúnes conmigo para cenar. Te espero en "Florencio" a las diez. No admito una negativa, así que no te molestes en contestar". ¡Dios santo!, Miguel Villarán seguía insistiendo y ella no sabía cómo detenerlo. Ciertamente, tenían una reunión con un grupo de clientes franceses. Lucas no podía acompañarlos porque a su vez tenía una cita de negocios en Barcelona. Ya habían quedado en reunirse en Madrid el sábado. Era terrible que ese hombre no se diera por vencido. Si seguía en esa actitud le traería problemas, mucho más graves de lo que pudiera imaginar. Con manos temblorosas rompió la hoja en pedacitos y comenzó a darle vueltas al asunto. ¿Qué hacer? Las posibilidades eran muy escasas. La más digna y la que ella prefería era contarle todo a Lucas, pero... ¿se lo tomaría él con calma? Lo dudaba mucho. Era más probable que considerase que Miguel trataba de separarlos a toda costa. Eso provocaría una ruptura irrevocable entre ambos hombres,

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deshaciendo no solamente su amistad sino la sociedad de la que los dos se beneficiaban ampliamente. Afortunadamente, el día que le exigía Miguel para el encuentro estaba sola y aprovecharía para explicarle su actual situación. Si Miguel Villarán era un caballero, tal y como ella lo consideraba, lo entendería inmediatamente y dejaría de insistir. Se negó a pensar siquiera en la otra posibilidad. Lucas acababa de entrar en su despacho cuando alguien llamó a la puerta. Supo enseguida que no se trataba de Eugenia. Ella golpeaba dos veces y entraba directamente, excepto cuando sabía que estaba con Marta. - ¡Adelante! Un chico, portando un vistoso centro de flores, entró en la habitación. - Perdone, ¿es éste el despacho de la señorita Marta Yuste? Lucas frunció el ceño, extrañado. - ¿Esas flores son para ella? -preguntó con un tono tan frío que asustó al muchacho. - Sí. Lucas empezó a sentir el calor sofocante que empezaba a subirle por el cuerpo. Un calor raro, maligno, completamente desestabilizador. - Puedes dejarlas aquí. En esos momentos, el chico, tal y como había sido aleccionado por la amable señora que le había dado nada menos que diez mil pesetas por el simple trabajo de dejar el ramo en un despacho en vez de en otro, dejó caer la tarjeta, que venía sin sobre a propósito. - Es que mi compañero, el que le trae siempre las flores a la señorita Yuste, está enfermo y mi jefe me ha enviado a mí.

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Un torbellino de dudas comenzó a perturbar, amenazadoramente, la mente de Lucas. La lógica le requería calma. Desafortunadamente, no estaba en esos momentos para analizar argumentos lógicos. - ¿Entonces estos ramos son enviados con frecuencia a la señorita? -preguntó con un tono tan afilado como un cuchillo. - Sí, señor, el caballero que los envía se gasta mucho dinero. Debe estar muy enamorado -terminó con gesto inocente, después de recitar a la perfección las palabras que Anabel le había enseñado. Lucas sintió una opresión en el pecho que amenazaba con ahogarlo. Aturdido momentáneamente por la rabia y los celos, recuperó la compostura hasta despedir al chico con una propina. En cuanto el muchacho salió, leyó la nota sin ningún remordimiento. El impacto del mensaje fue aún más duro para su corazón. "Pronto estaremos libres, amor. En el sitio adonde vamos no tendrás que temer por el niño. Te quiero. M.". ¡Dios santo! ¡Era una trama a sus espaldas! Marta no le había perdonado. Estaba con él porque la había amenazado con reclamar a Rafa para su hermano. Ese era su único motivo. No le quería. Ella tenía un amante y pensaba huir con él y con el niño en cuanto tuviera oportunidad. Lucas empezó a encontrarse ligeramente mareado. El dolor le oprimía el corazón y la conmoción que acababa de sufrir le impedía reaccionar con lógica. Durante unos minutos se sentó en el sillón, abatido, mirando al vacío. Sólo unos segundos antes de que entrara Eugenia se le ocurrió trasladar las flores al cuarto de baño y guardarse la tarjeta en el bolsillo. "La venganza debe servirse fría", pensó con expresión demoníaca. "Me conocerás mejor a partir de ahora, Marta Yuste, lo juro".

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La fiel secretaria notó en seguida que la jovialidad y alegría que mostraba Lucas últimamente se había desvanecido. Le encontraba pálido e incluso distraído, ausente. Le preocupó su estado de salud. - ¿Te encuentras bien, Lucas? Tienes mala cara. - Sólo es un ligero malestar -contestó con sequedad. Marta acudió a su cita con Lucas un poco más tarde. Había estado despachando con Manuel algunos asuntos urgentes y se había retrasado. Lucas tuvo tiempo para calmarse y pensar con serenidad. Las huellas del disgusto estaban clavadas no sólo en su rostro sino también en su alma. No obstante, tenía que disimular. A pesar de la clara prueba que había recibido, necesitaba observar a Marta minuciosamente para cerciorarse de que ella le estaba traicionando. A pesar de que el ramo y la nota la señalaban como culpable, a Lucas aún le costaba creerlo. Marta entró en el despacho con los ojos chispeantes de felicidad, deseosa de encontrarse con su amado por las mañanas. Lucas la recibió con una pasión arrasadora, como si quisiera descubrir cualquier resquicio, duda o vacilación que demostrara claramente su doble juego. La joven le respondió con la misma pasión, hasta que al notar la mano de Lucas subir por su pierna más arriba de lo que en esos momentos era prudente, se apartó sorprendida. - ¡Lucas, por Dios!, estamos en tu despacho y Eugenia o alguna otra persona de esta oficina puede entrar en cualquier momento. - Nadie entra aquí sin llamar -respondió él seco. - Aun así no me parece correcto. -Su mirada penetrante y letal la desconcertó-. Pero ¿qué te pasa? Estás... no sé..., te encuentro un poco raro, la verdad. - ¿Porque te deseo tan fervientemente? ¿O es que tú no me deseas tanto a mí? -Aunque aparentemente hablaban de pasión, su voz y el brillo de sus ojos no podían ser más fríos.

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Marta lo miró atónita, molesta por una insinuación tan ridícula. - No puedes estar hablando en serio, Lucas. Te quiero, y sabes perfectamente que mi entrega a ti es total. - No es suficiente -respondió, todavía abrazándola estrechamente-. Apenas tenemos intimidad y nunca podemos pasar las noches juntos. Quiero que vivas conmigo, que nos conozcamos un poco más antes de casarnos. Lucas deseaba todo lo que estaba pidiendo, pero después de lo que había descubierto esa misma mañana, su oferta era una especie de farol para analizar la reacción de Marta. Si ella jugaba a dos bandas, se opondría a esta sugerencia, sabiendo con seguridad que su amante no lo consentiría. - Es aún pronto para eso. Todavía no hace un año que salimos juntos. Considero más prudente alargar un tiempo más el noviazgo antes de embarcarnos en una vida en común. Llevado falsamente por las apariencias y por sus propias maquinaciones, Lucas se obcecó con lo que ya esperaba de antemano, no concediéndole ningún margen de confianza, ni siquiera un ápice de duda razonable. - ¿Todavía no estás segura de nuestro amor... o de mí? Marta lo miró decepcionada. - ¿Cómo puedes decir eso? Es obvio que aún nos queda mucho por aprender el uno del otro. Si me conocieras mejor sabrías que nunca habría dado este paso de no estar segura de lo que siento. Su respuesta lo desconcertó momentáneamente. Desgraciadamente, no le conmovió lo suficiente como para desvanecer la desconfianza que empozoñaba su corazón. - ¿Entonces...? Marta se apartó de él y movió las manos con resignación.

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- No sé qué te ocurre hoy ni entiendo la prisa que te ha entrado de repente por vivir juntos. Nunca habíamos hablado de ello... - Digamos que quiero tenerte a mi lado el mayor tiempo posible. ¿Es eso tan raro en una persona que está enamorada? Una intensa emoción convulsionó todos sus sentidos. Marta se volvió hacia Lucas y lo abrazó. - No, amor, no es raro porque yo también lo deseo; sin embargo, creo que debemos esperar un poco más, por lo menos hasta que vuelva mi hermana. Mi familia me necesita. Ahora no puedo dejarlos. - Si es por Rafa, puede vivir con nosotros. Sabes que yo también le quiero mucho. Además, ahora pasa mucho tiempo con su padre. - Mis padres se sentirían muy tristes y solos sin él. Todo eran pegas y excusas. La conversación se podía reducir a un ¡no! rotundo por parte de Marta. ¿Por qué? Eso era lo que él se encargaría de averiguar. Un júbilo salvaje brilló en sus ojos. Si Marta intentaba engañarlo, ¡por Dios! que lo pagaría muy caro. Completamente ajena a los rencorosos sentimientos de Lucas, Marta lo trataba con el mismo cariño de siempre, sin dejar de percibir, por otro lado, la severa actitud que Lucas adoptaba cada vez que estaban juntos. Algo importante le estaba ocurriendo y la joven tenía miedo de que afectara seriamente a su relación.

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a reunión con los franceses resultó un éxito. A través de varios clientes fieles, Lucas había conseguido contactar con empresas interesadas en repuestos de calidad para camiones y a precios razonables. A partir de ahí fue labor de Manuel,

ayudado por Marta, mantener la clientela no fallando en los envíos ni en la calidad de las piezas. - La negociación con los franceses ha dado el resultado que esperábamos, y todo gracias a tu francés, a tu simpatía y a tu belleza -la alabó Manuel-. Los gabachos son negociantes duros, pero se derriten ante la belleza de una mujer. Si Lucas se enterara que les has causado tan buena impresión como para llegar a invitarte a visitarlos, no creo que le hiciera mucha gracia. Desde que está contigo se ha vuelto muy posesivo. Marta se echó a reír. - Tampoco es para tanto. Simplemente les he caído bien, y Lucas no es tan celoso como crees. Es un hombre bastante razonable -añadió defendiéndole. - Todos lo somos hasta que... perdemos la cabeza por una mujer. Marta no estaba de acuerdo. Lucas no tenía motivos, ni nunca los tendría, para desconfiar de ella.

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- ¡Qué exagerado...! - Ya verás, ya... -terminó Manuel con una mueca irónica-. Por cierto, ¿puedo invitarte a cenar? Lucas no llega hasta mañana, ¿no? - Sí, mañana. Te agradezco la invitación, pero ya tengo un compromiso. Manuel hizo una mueca de resignación. - ¿Quieres que te lleve entonces a algún sitio? - Sí, a casa de Lucas. Quiero descansar un poco antes de volver a salir. En un lugar céntrico y no muy lejos de donde vivía su hermano, Lucas hacía tiempo que había comprado un piso. A causa de los negocios, tenía que ir mucho a Madrid. Cansado de los hoteles decidió adquirir su propia casa. Marta ya la conocía. Había estado allí dos veces con Lucas y él le había dado una llave para que la utilizara siempre que quisiera. A las diez en punto, Marta entró en el restaurante donde había quedado con Miguel Villarán. Él la estaba esperando. Antes de que ella llegara a la mesa, Miguel ya se había levantado galantemente y la sonreía con jovialidad. Tomándola del brazo la saludó con un beso, apreciando instantáneamente lo bien que le sentaba el conjunto que llevaba: falda dorada y cuerpo ajustado en negro con adornos de bisutería. - Estás muy guapa, Marta. Me alegro mucho de volver a verte. Miguel era encantador, un hombre educado y atento. Sabría comprender en cuanto ella le explicara la verdad. - Yo también me alegro de poder hablar contigo. Tras una pausa en la que pidieron una botella de vino y unos aperitivos, Miguel no se anduvo con rodeos y decidió salir de dudas de una vez por todas. - La última vez que nos vimos quedamos en darnos un tiempo para reflexionar... Marta bebió un pequeño sorbo de vino y lo miró seria.

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- Me temo que no fue así, Miguel. Tú expusiste tus sentimientos y te empeñaste en esperar. Yo respeté tu decisión, pero creo que mi respuesta fue bastante clara. - O sea, que tus sentimientos hacia mí no han cambiado -señaló Miguel desanimado. - Eres un hombre estupendo, Miguel, digno de la mejor mujer y te aprecio como amigo... Sus palabras le molestaron. Ya había oído eso antes. - Eso ya lo sé, Marta, pero no es eso lo que quiero -la cortó contrariado. Marta suspiró apurada. No era agradable rechazar a un hombre amable y bueno. - Me extraña que no te hayas enterado de que Lucas y yo salimos juntos. Miguel se quedó atónito, como si le hubieran echado encima un jarro de agua helada. - ¿Lucas y tú...? ¡No, no sabía nada! -exclamó bruscamente-. He estado viajando mucho y no he tenido oportunidad de hablar con Lucas últimamente. - Siento decírtelo tan de sopetón, pero... Miguel se movió incómodo, no pudiendo creer su mala suerte. - ¿Estás enamorada de él? - De no ser así no le hubiera aceptado. Su respuesta fue muy clara. Al parecer su derrota estaba más que cantada. Era inútil luchar contra los sentimientos. El corazón siempre imperaba, muy por encima a veces de los propios deseos o conveniencias. - Siempre pensé que Lucas era un escéptico con las mujeres; nunca las tuvo muy en cuenta. Claro que tratándose de ti no me extraña que haya caído... -añadió pensativo. - Eres muy considerado al tenerme en tan alta estima.

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- Más de lo que crees -confesó apenado-, pero hay que saber perder igual que ganar -manifestó resignado-. Lucas es un buen hombre. Duro a veces, pero honrado y con firmes principios. No te fallará, Marta, como no ha fallado nunca a su hermano ni a sus amigos. Marta le dedicó una dulce sonrisa. - Me parece que tus principios son también puros. De no ser así, no halagarías a un rival como lo estás haciendo. Lucas tiene en ti a un gran amigo. A partir del momento en que se aclaró la situación, Marta se sintió más aliviada y tranquila. La tensión había desaparecido, y aunque Miguel aún no había asimilado del todo su derrota, decidió disfrutar con Marta de la noche madrileña. Miguel había decidido hace tiempo respetar la decisión de Marta y no se echaría atrás. Ella había elegido a otro hombre como compañero y no había nada más que discutir. El último local adonde la llevó Miguel antes de despedirse, estaba, casualmente, al lado del piso de su hermana. Alquilado con dos amigas más, no lo dejaron cuando se fueron a América. Marta siempre tenía las llaves. Le había prometido a su hermana darse una vuelta por la casa siempre que fuera a Madrid. También lo haría en esa ocasión. - En este edificio vive mi hermana cuando está en Madrid. Creo que esta noche dormiré aquí, así abro los grifos y ventilo un poco. Se despidieron como amigos y prometieron quedar algún día para cenar los tres. La luz del sol la despertó a la mañana siguiente. Eran casi las ocho. Se levantó, se duchó y se vistió con la ropa de la noche anterior. Lucas llegaría más tarde, pero ella quería estar en su casa para recibirlo. Había quedado allí y no deseaba que se preocupara innecesariamente.

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Tras arreglar la habitación y el cuarto de baño, abandonó el piso y cogió un taxi. Era todavía temprano. Tendría tiempo de preparar un buen desayuno antes de que Lucas volviera. Acababa de cerrar la puerta cuando un ruido de pasos la sobresaltó. Lucas apareció de pronto, con el pelo aún mojado de la ducha y abrochándose la camisa. - ¿De dónde vienes a estas horas? -preguntó Lucas con tono helado, dedicándole una mirada implacable. Estaba muy enfadado, captó Marta enseguida; desde luego no se encontraba en el estado ideal para escuchar la verdad. No sabía exactamente lo que estaba pasando por su mente, pero teniendo en cuenta el fuego que despedían sus ojos, sus pensamientos no debían ser muy bondadosos. - Pensé que llegarías más tarde. - Quedamos en que dormirías aquí. Es evidente que no lo has hecho, ¿por qué? Marta se sentía ridícula, de pie en medio del hall, como una niña asustada de que la cojan en una mentira. Para esconder su mirada hubiera preferido echar a andar hacia el interior de la casa. No lo pudo hacer porque Lucas le interceptaba el paso. - En el último momento decidí dormir en casa de mi hermana. A ella le gusta que dé una vuelta por allí de vez en cuando. - Podrías haber ido esta mañana. - No sabía los planes que tendrías tú. - ¿Y para ir a... ventilar un piso te pones tan elegante? -preguntó mirándola de arriba abajo-. ¿Me tomas por idiota o es que piensas que nací ayer? Su actitud agresiva y desconfiada empezaba a enfurecerla. La había juzgado de antemano. Cualquier cosa que ella dijera le soliviantaría aún más. - Creo que será mejor que continuemos esta conversación cuando nos serenemos -dijo iniciando el camino hacia el salón. Su

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intención era llegar hasta el dormitorio y cambiarse. Lucas se plantó delante de ella impidiéndole dar un paso más. - ¡Contestarás a mis preguntas ahora! - Tu actitud me ofende, Lucas... - ¡Y cómo crees que me sentí yo anoche cuando no te encontré esperándome? - Habíamos quedado hoy... - ¡Pero tenías que haber dormido aquí ayer, no en otro lugar y... ¿con otra persona? -chilló fuera de control. Marta ahogó una exclamación de horror. - ¡Cómo te atreves a insinuar semejante...! Antes de que pudiera terminar la frase, Lucas la tomó fuertemente por la cintura y la acercó a él con violencia. - ¿Con quién estuviste anoche? La paciencia de Marta había llegado al límite. Sus ojos castaños, dulces y aterciopelados cuando lo miraban con amor, se volvieron tan fríos como el hielo. Recuperando el dominio de sí misma, aunque con el corazón destrozado por la decepción, lo miró desafiante. - Tu confianza en mí es conmovedora... Empiezo a creer que te valoré más de lo que realmente te mereces. La expresión de Lucas se volvió aún más salvaje; no por el malicioso comentario de Marta, sino porque necesitaba una respuesta que aliviara el dolor de su corazón. - ¿Con quién, Marta? Respóndeme, no me lleves a extremos que los dos lamentaríamos. Un perverso destello oscureció todavía más los ojos de Lucas. Desgraciadamente, Marta no supo valorar hasta que extremo los nervios de Lucas estaban a punto de estallar. - Nunca lo sabrás -contestó altanera-. Y ahora, si tienes la amabilidad de soltarme, cogeré mi maleta y me marcharé inmediatamente.

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Lucas luchó por controlarse, consiguiéndolo a duras penas. Sin soltarla levantó una ceja con cinismo y la clavó con la mirada. - ¿Irte? Con los planes tan...íntimos que tengo para los dos... - ¡Hemos terminado, Lucas! Lo he intentado, pero hasta que tu actitud hacia los demás no cambie, jamás lograrás vivir en paz. No confías en nadie... - ¡Y no te has parado a pensar que tengo motivos para no hacerlo? -chilló zarandeándola-. ¿Quién es "M"? Marta se quedó helada. "M", Miguel Villarán. Ultimamente firmaba así las tarjetas que enviaba acompañando los ramos de flores. El timbre de la puerta los interrumpió. Dudando durante unos instantes, Lucas le dedicó una mirada penetrante. El timbre insistía. Decidió abrir para que los dejaran tranquilos. Un chico, con un gran ramo de flores y una tarjeta sin sobre apareció en la puerta. - Para la señorita Marta Yuste. Lucas creyó que estallaría de ira. Arrancándole el ramo de las manos al asustado muchacho, cerró la puerta bruscamente. Nada más tuvo que leer la nota: "Gracias por una noche tan maravillosa", para que el demonio de los celos se desatara dentro de él con toda virulencia. Con fuerza, estrelló las flores contra el suelo, sembrando el brillante parquet con un manto multicolor. Cuando a los cinco minutos Lucas apareció en el dormitorio, Marta ya había guardado su ropa en el bolso de viaje. Lucas parecía más calmado. Marta lo miró con aprensión. No le gustó el brillo peligroso que despedía su mirada. - ¿Tienes prisa? - No hubiera querido que termináramos así. En vista de que mi presencia te irrita tanto, será mejor que me vaya cuanto antes.

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Acercándose por detrás, Lucas la tomó por los hombros y la acarició suavemente. Afortunadamente, Marta no pudo ver su expresión letal. - Al contrario, me complace intensamente tenerte... muy cerca de mí. Marta enderezó la espalda. Estaba rígida, tensa. Lucas hervía de furia, su tono de voz lo delataba, pero no sabía cuál era su juego. Lo averiguó muy pronto, en cuanto él la giró bruscamente hacia él. Su beso fue tan arrasador que la dejó sin aliento. Sus labios la besaban provocativamente, demandando una respuesta que Marta no estaba dispuesta a dar. Fue un beso interminable y tan intenso que Marta creyó que no llegaría al final indemne. Ni su resistencia ni la estudiada frialdad que pretendía aparentar pudieron frenar el torrente de pasión que empezaba a envolverlos a los dos sin remedio. Indignada consigo misma, Marta luchaba con más fuerza contra sus propios deseos que contra la demostración de poder y seguridad que Lucas exhibía con una naturalidad desesperante. El amor que los unía era el enemigo de ambos en esos momentos, pues ninguno de los dos podría escapar a su magia. Marta se rindió con un gemido, aferrándose a Lucas con la misma locura con la que él la envolvía a ella. Cuando ambos despertaron a media tarde, tras unas intensas horas de amor, Marta lo miró con reproche. - Esto no debería haber ocurrido. Me has embaucado de mala manera... -... Y tú me has respondido con la misma desesperación. La entrega ha sido recíproca, amor, lo que demuestra nuestra mutua atracción. - ¡Eres un maldito cínico! ¡No tienes corazón! - Para mi desgracia, te lo entregué a ti hace meses. Ha sido el mayor error de mi vida. Es natural que reciba a cambio una

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compensación, ¿no crees? -preguntó con un cinismo y una frialdad que la atemorizaron. Apretando los dientes con furia, Marta salió de un salto de la cama y comenzó a vestirse. - Eres un canalla, duro y sin sentimientos -le insultó roja de ira. - Todavía no sabes hasta qué extremos. Con ademanes airados, Marta cogió el bolso con sus pertenencias y salió de la habitación. Al llegar al hall, sus ojos toparon con el desastre que Lucas había provocado unas horas antes. Al ver las flores, se imaginó lo peor, deduciendo inmediatamente lo que había ocurrido. Un escalofrío recorrió su cuerpo al leer la nota arrugada que había rescatado de entre las rosas. - ¡Es admirable todo lo que se puede expresar con tan solo cinco palabras! -dijo una voz a su espalda. Marta se irguió y se enfrentó a él. - No te equivoques, Lucas. Esto no es lo que parece. - ¿No?, quien lo diría... -respondió con sarcasmo-. ¿Y los ramos anteriores tampoco expresaban lo que parecía? ¡Dios mío...!, lo sabía todo... - Si sabías que alguien me enviaba flores, ¿por qué nunca me comentaste nada? - Porque esperaba que me lo contaras tú -replicó con una nota de tristeza en su voz-. Al parecer, recibir confianza y sinceridad por tu parte era esperar demasiado. Marta se sintió desesperada y arrepentida. Había ocultado la existencia de un admirador para evitar un mal menor. Su falta de sinceridad había provocado la ruptura con el hombre que amaba. Lucas pensaba lo peor de ella. Había vuelto a cerrar su corazón y

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nada de lo que ella dijera en esos momentos lograría renovar su confianza en ella. - Lucas, lo siento, yo... Pero él ya no estaba allí. Había vuelto a la habitación, cerrando la puerta. Estaba desesperado, desilusionado, abatido..., ya no deseaba verla. Antes de coger un taxi, entró en una cabina telefónica y llamó a Miguel Villarán. Era preciso solucionar ese asunto inmediatamente. Estaba segura de que Lucas nunca la perdonaría. Un hombre de su temple y de su personalidad no se prestaba a ningún juego, y menos a lo que consideraba una traición. Era un hecho que con Lucas ya no tenía ninguna esperanza, pero también era seguro, como de que había estrellas en el cielo, que jamás volvería a hablar a Miguel Villarán. - ¿Pero de qué ramos y notas me estás hablando? -preguntó completamente desorientado Miguel Villarán cuando Marta le habló de las flores y la tarjeta de esa misma mañana-. El último ramo que te envié fue hace varios meses. - Pues yo he seguido recibiendo flores con notas muy sugerentes y con una "M" como firma. Los ramos eran iguales a los que tú me enviaste anteriormente. - Pues no eran míos, Marta. Yo respeté tu decisión y esperé unos meses antes de volver a llamarte, sin saber que ya salías con Lucas. Además, yo siempre firmo con mi nombre completo. Si no había sido él, ¿quién había hecho todo lo posible por romper la relación entre Lucas y ella? - Perdona, Miguel; estoy desorientada y... - ¿Te encuentras bien? - Sí, sí, no te preocupes. Gracias por todo. Lucas no aceptó los intentos de reconciliación por parte de Marta. Dolido, despechado y decepcionado, había llegado a la

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conclusión de que ninguna mujer valía el calvario que él estaba pasando a causa de Marta Yuste. No se hablaban y apenas se miraban. Por otra parte, la furia lo consumía al reconocer su incapacidad para olvidarla. Recordaba con imágenes nítidas y claras cada uno de sus encuentros, especialmente el último. Desafortunadamente, las palabras agrias y punzantes que se lanzaron también estaban impresas en su mente con letras amargas. - Lo siento, Marta, pero hoy tampoco quiere verte -le informó Eugenia con desaliento. Había sido testigo del amor de los dos jóvenes y sabía que estaban hechos el uno para el otro. Marta era la mujer ideal para Lucas y él se había enamorado por primera vez. Habían sido muy felices. No se explicaba qué podría haber ocurrido. - No vuelvas a insistir, Eugenia. Si quiere verme ya sabe dónde estoy. - ¿Pero se puede saber qué os ha pasado? -estalló sin poder aguantar más la curiosidad y la impotencia de no poder ayudarlos. También se había ofrecido ayudar a Lucas, pero no había recibido respuesta. - Creo que a alguien no le gusta nuestra relación. Nos han embaucado a los dos, especialmente a Lucas que, celoso, ha picado el anzuelo. Eugenia no podía creerlo. Esas suposiciones debían de ser imaginaciones de Marta. - Me cuesta creer que pueda haber alguien que le importe vuestra relación hasta ese extremo. Parece un tanto absurdo. - Y lo es. El culpable debe tener una poderosa razón. Antonio Cubán entró en esos momentos y cuando Marta salió del despacho para dirigirse al de Manuel Cañada, Eugenia le habló acerca de la sospecha de la joven. - ¿Y en qué se basa para estar tan segura?

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- No lo sé. Está muy triste, hundida. Creo que si la presionamos un poco podremos conseguir que nos lo cuente todo, ya que Lucas no quiere ni hablar del asunto. En cuanto Marta volvió, Eugenia la convenció para que hablara con ellos. - Queremos ayudaros, Marta. Si es verdad lo que dices, hemos de descubrir al culpable. Quiero mucho a Lucas y también te aprecio a ti. Por favor, déjanos echaros una mano. Marta no sabía qué hacer. Estaba aturdida, ajena a todo lo que no fuera su problema con Lucas. Con todo, reconoció que necesitaba ayuda si quería recuperar a Lucas. Nadie mejor que Eugenia y Antonio Cubán, dos personas que querían sinceramente a Lucas y sólo deseaban su felicidad, para ayudarlos a descubrir la verdad. - Yo no tengo ni idea de quién envió los últimos ramos de flores. ¿Cómo lo vais a averiguar vosotros? Antonio se sentó en la silla que había delante de la mesa de Marta. - Eso es cosa mía. Mi trabajo consiste en velar por los intereses de Lucas y tú eres su tesoro más preciado. Ante una mueca de incredulidad por parte de la joven, Antonio prosiguió. - Las parejas riñen, se enfadan e incluso se alejan por un tiempo, eso es normal. Lo que no es tan normal es que alguien, cruelmente y sin escrúpulos, intente separarlas con mentiras. Eso trae mucho dolor y yo no quiero que Lucas sufra -aseveró con naturalidad-. Lucas te quiere, quizás como nunca ha querido a nadie, pero está herido y se lame las heridas encerrando su corazón en una urna de hielo. Ya he conocido antes esa historia y no quiero que se repita. Cuéntame todo, Marta, y yo descubriré qué es lo que realmente está sucediendo.

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Su expresión preocupada la conmovió, decidiéndose a contar por primera vez todo lo que había ocurrido desde que conocía a Miguel Villarán. - ¿Lucas sabe algo de esto? - Yo lo averigüé el día que discutimos. He tratado de explicárselo, pero desde ese día no me dirige la palabra ni quiere saber nada de mí. - Es testarudo como una mula -afirmó Antonio apretando los labios. - Pero también es noble y bueno -salió Eugenia en su defensa-. No te hagas una idea errónea de él, Marta. Debe quererte mucho para sentirse tan ofendido. Te aseguro que si se tratara de otra mujer sólo mostraría indiferencia. Nunca se preocupó por ellas. Marta se sentía triste y abatida. Apenas salía, excepto cuando paseaba a su sobrino, y era precisamente durante esas horas cuando se agolpaban en su mente los más tiernos recuerdos. Lucas no había dejado de ver a Rafa. Los domingos, cuando Víctor se llevaba a su hijo, los acompañaba durante todo el día. - ¿Tu humor ha cambiado o sigues tan huraño como estos últimos días? -le preguntó Antonio con una cierta ironía. - Es realmente halagador que te preocupes tanto por mi estado de ánimo. - ¿Tu falta de alegría se debe quizás a...? - ¡No sigas por ahí, Antonio! -le advirtió con genio. - Sé que no quieres hablar de Marta, pero ¿no crees que...? Lucas le cortó con brusquedad. - Nunca te he echado de mi despacho ni nunca lo haré, por ese motivo me voy yo. Antes de que Antonio hubiera tenido tiempo de reaccionar, Lucas ya había desaparecido. Ese mismo día salió de viaje al

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extranjero, aprovechando unos asuntos que tenía que resolver. Como era de esperar, en esa ocasión no solicitó los servicios de Marta como traductora. Ni en España, ni en ningún otro lado conseguía borrar la imagen de Marta de su mente. Continuamente pensaba en ella y en las dos notas que había leído. La "M" de la firma lo obsesionaba y sólo se le ocurrían dos nombres a los que adjudicarles la autoría de dichas notas: Manuel Cañada y Miguel Villarán, a no ser que se tratara de alguien que él no conocía. Los dos estaban o habían estado en contacto con Marta y no sería raro que uno de ellos se hubiera enamorado de ella y la hubiera conquistado. Marta estaría contenta; sin embargo, sus planes se habían truncado cuando Lucas la amenazó con quitarle a Rafa. Su amante y ella habían seguido viéndose a espaldas suya, hasta que una feliz casualidad le hizo descubrir lo que sucedía. Toda la historia era muy clara y ninguna excusa que ella intentara buscar ahora para reconquistarlo daría resultado. Su miedo a perder a su sobrino la predisponía a una reconciliación, sin sospechar que Víctor jamás permitiría que su hijo se alejara de los Yuste. Las deducciones de Lucas eran erróneas, pero él aún no estaba preparado para escuchar la verdad. El rencor y la rabia paralizaban su buen juicio, sin ninguna intención de considerar calmadamente la situación desde un punto de vista más objetivo. El análisis y la reflexión se hacían más necesarios que nunca en esos momentos, pero el dolor que arrasaba su alma impedía cualquier raciocinio. Anabel se enteró por Yolanda de la buena noticia. - ¡Cuánto lo siento!, estaban tan unidos... -comentó con hipocresía. - Nadie sabe lo que ha sucedido. El caso es que se respira un ambiente tenso en la oficina últimamente -le explicó Yolanda-. El jefe está de un humor de perros y Marta ha perdido la alegría que la

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caracteriza. No nos explicamos qué ha podido ocurrir. El enfado parece muy serio. Según los rumores, cada vez se agotan más las posibilidades de una reconciliación. Lo siento mucho por Marta -comentó Yolanda compungida-: es una amiga estupenda. Había llegado el momento de atacar. Lucas estaba solo y vulnerable, el estado ideal para caer en sus brazos. Lucas volvió del extranjero y con lo primero que se encontró fue con las llamadas de Anabel. Desde que había empezado a salir con Marta no la había vuelto a ver y ni siquiera la había recordado en ningún momento. - Me he enterado de que estás pasando una mala racha y he pensado que quizás necesitases a una amiga. Lucas agradeció el detalle, pero no le apetecía nada salir con ella. No le interesaba absolutamente nada y ya hasta su presencia le resultaba agobiante. De todas formas, no le pareció justo desplegar su mal humor con ella. Ante su insistencia, Lucas accedió a salir con su grupo de amigos. Irían al teatro y luego a cenar. Necesitaba distraerse, alejar de su mente su mayor preocupación. La obra de teatro le gustó, le había distraído un poco. Fue a la salida, al encontrarse de pronto con Marta, que también salía del teatro acompañada de Manuel Cañada, cuando creyó que se le caería el mundo encima. La pareja no lo vio. Tampoco sabía Lucas que Marta había accedido a la petición de Manuel a regañadientes. Ningún ruego la hubiera hecho salir. ¡Bastantes problemas tenía ya! Había sido su afición al teatro y el desinteresado deseo de Manuel de sacarla de su triste retiro, lo que la había llevado a aceptar su invitación. Con gusto los hubiera seguido, impulsado por los celos que aún sentía cada vez que la veía con otro hombre. Con rabia, apartó la mirada de ellos, que se alejaban en dirección opuesta, y se unió al grupo de Anabel. Después de cenar, Anabel quiso que la acompañara a su casa para tomar una copa, pero Lucas se negó. No

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estaba para juergas, y menos con una mujer que no le atraía lo más mínimo. Anabel retrocedió. Teniendo en cuenta el estado de ánimo de Lucas y su actitud hacia ella, descubrió que no podía precipitarse sino moverse con mucha precaución. Lucas se sentía herido y no confiaba en las mujeres. Ella tenía que mimarlo y atraerlo con dulzura. Si lo asustaba, se alejaría de ella para siempre. Ni siquiera Víctor sabía lo que había sucedido entre la pareja. - No entiendo que no quieras contarle a tu propio hermano qué es lo que te hace estar tan enfadado con Marta -le reprochó un día mientras andaban por el campo con Rafa-. A mí me cae fenomenal y la encuentro una mujer maravillosa. Si sigues portándote así la perderás sin remedio. Sus últimas palabras golpearon agudamente su corazón. - En este asunto sólo ella y yo tenemos algo que decir -contestó tajante. - Muy bien -replicó Víctor, ofendido-; veo que sigues tan autosuficiente como siempre. Yo te cuento mis problemas, en cambio tú... Arrepentido por su brusquedad, Lucas le pasó a su hermano el brazo por el hombro. - Agradezco tu interés y lo valoro, de verdad. Tu apoyo y el de todos los que me quieren significa mucho para mí. Marta y yo... tenemos nuestras diferencias. Sólo nosotros podemos solucionarlas, si es que esa solución existe -terminó pesimista. Mayo llegó con una explosión de colores y una suave brisa cálida. Las flores brotaban en todos los jardines, alegrando la atmósfera de la ciudad y atrayendo la mirada de los viandantes. Marta adoraba las flores, y, paradójicamente, ellas habían sido las culpables de su ruptura con el hombre que amaba. Alguien se

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había interpuesto entre ellos, y no contaba con ninguna posibilidad de averiguar de quién se trataba. Antonio Cubán seguía investigando, según le contaba Eugenia. En él tenía puestas sus esperanzas. Si descubrían al culpable, quizás Lucas y ella pudieran reconciliarse. Lamentablemente, Marta no sabía el nombre de la floristería desde la que le habían enviado las flores. Muy adornados con lazos, nunca se fijó en ningún nombre. Eso retrasaba las pesquisas, aunque Antonio estaba seguro de que lograría averiguar la verdad. - Ya falta poco para mi cumpleaños -manifestó un día Eugenia-. Es el único día que reúno en mi casa a mis amigos. No puedes faltar, Marta. Solemos pasarlo muy bien. No hacía falta preguntar si Lucas estaba invitado: se daba por descontado. Pero Marta dudaba que él asistiera sabiendo que ella estaría allí. "¡Me importa un bledo!", pensó con genio. Estaba harta de su testarudez. Lo había intentado todo con la intención de darle una explicación y transmitirle lo que pensaba. Lucas se había mostrado inaccesible. Su corazón aún sufría, lloraba por él, pero ¡por Dios! que nadie volvería a notarlo. Todavía con los ánimos por los suelos y el corazón destrozado, Marta Yuste se había propuesto volver a la vida. La tozudez y desconfianza de Lucas no merecían ni una lágrima más.

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unque no muy grande, el piso de Eugenia tenía un salón con las dimensiones aceptables para recibir a un grupo numeroso de amigos. Se ampliaba todavía más cuando se abrían las puertas que daban acceso a una ancha terraza.

La decoración era coqueta y acogedora. Marta siempre se había encontrado a gusto cada vez que había estado allí. Había sido la primera invitada en llegar. Se había ofrecido para ayudar a Eugenia con los últimos preparativos de la fiesta. Yolanda también las acompañaba. - La presentación es divina -comentó Yolanda llevando los platos al salón-. Si todo está tan rico como parece, ¡menudo ágape! - Eso espero -contestó Eugenia terminando de decorar una fuente llena de variados canapés. Marta llevó al salón los vasos y las copas. Dentro de poco llegarían los invitados y empezarían a sacar las bebidas. - ¿Tienes a mano la cubitera? - En ese mueble -le señaló Eugenia-. Las pinzas están dentro. - ¿Vendrá el jefe? -preguntó Yolanda con curiosidad mientras le dirigía a Marta una mirada de soslayo.

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- ¡Por supuesto! Está obligado a venir a mi fiesta. No falta ningún año. - Quizás este año lo haga. Ya sabes que no quiere verme -añadió Marta con pesar. - Yo, por el contrario, estoy segura de que vendrá -insistió Eugenia-. Será una oportunidad para verte. Lo conozco muy bien y sé que lo está deseando. En cuanto haga su aparición y te vea con ese escotado vestido negro tan sexy... se derretirá al instante. Una triste sonrisa apareció en los labios de Marta. - Pues lo disimula muy bien. Si quisiera verme no tendría nada más que pasarse por mi despacho en cualquier momento. - Eso sería dar su brazo a torcer, y los hombres, a veces, son muy orgullosos, sobre todo cuando se sienten traicionados. Aquí será diferente. Es la excusa ideal para mirarte a sus anchas. O Eugenia era más inocente de lo que parecía o no conocía lo suficientemente bien a Lucas. Ella lo había visto en su peor momento, dominado por demonios que pueden desfigurar los mejores principios de una persona. - ¿Vendrá solo o acompañado? -preguntó Yolanda con curiosidad-. Teniendo en cuenta la amistad que lo une a Anabel Azabal, no me extrañaría que la trajera. Repentinamente, Marta se enderezó turbada, sintiendo una sacudida en el corazón. Antes de iniciar su relación con Lucas, ellos dos salían juntos, al menos eso era lo que se comentaba en la oficina. No sería raro que hubieran reanudado su antigua amistad. Marta se sintió mal sólo de pensarlo. Todavía quería a Lucas y no sabía si algún día lograría olvidarlo. Sus intentos de hablar con él habían sido en vano. Su relación había terminado y ella tenía que aceptarlo. Por ese motivo había hablado con su hermana y había tomado una decisión. - ¿Es que tú la conoces? -le preguntó Eugenia a Yolanda.

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- Ultimamente me la encuentro mucho en la cafetería. Parece muy amable, y se interesa mucho por el jefe. - ¿Que se interesa?, ¿en qué sentido? -preguntó Eugenia, intrigada. Un sexto sentido le decía que algo raro ocurría con esa mujer. A ella nunca le había gustado. Tampoco se atrevió a juzgarla en ningún momento, y menos delante de Lucas. - Bueno, se preocupa por todo lo que rodea al jefe y también por lo que hace. Tú le caes muy bien -añadió dirigiéndose a Marta-; también me pregunta por ti. Eugenia apreciaba a Yolanda. Era un encanto de criatura y toda bondad, pero demasiado inocente algunas veces. Marta y Eugenia se dedicaron una mirada muy significativa. Las dos habían intuido instantáneamente lo que el interés de Anabel por la vida de la pareja podía significar. No tenían pruebas, pero la información de Yolanda las había puesto en alerta. A la hora en punto comenzaron a llegar compañeros de la oficina y amigas de Eugenia, cada uno portando un regalo para la anfitriona. - Gracias, Manuel, es un regalo precioso -dijo contemplando con admiración la pequeña figura de Lladró. - No es nada comparado con lo que tú te mereces. - Adulador... -replicó ella de broma dándole un beso. - Yo estoy de acuerdo contigo, Manuel -señaló Marta acercándose a ellos-. Eugenia es única y yo me siento muy orgullosa de que me haya acogido como amiga. - Sois maravillosos -contestó la dama azorada-, pero no es para tanto. Dejándolos solos, se dirigió a la puerta para recibir a Lucas, que finalmente había llegado acompañado de Antonio Cubán. Durante días había pensado en la posibilidad de no asistir ese año a la reunión de Eugenia. Finalmente, su cariño hacia ella lo había decidido a presentarse allí.

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En ningún momento había sabido con seguridad si Marta asistiría. Intentó convencerse de que le daba igual. Fue inútil. En el fondo deseaba, más que nada en el mundo, verla aunque fuera de lejos. Para su desgracia, el amor, el deseo y la pasión que sentía por ella eran cada día más profundos. Involuntariamente, nada más entrar en el salón, sus ojos buscaron a Marta. La localizaron enseguida: estaba hablando con Manuel. La encontró más guapa que nunca, y para su propio malestar, su corazón latía acelerado desde que la había visto. Marta lo vio acercarse. Con pantalón tostado, camisa azul sin corbata y chaqueta en tonos marrones, lo encontró guapísimo. Lucas la saludó con un frío "hola" y una formal inclinación de cabeza. Marta se mantuvo impasible, contestándole en el mismo tono. Segundos después, Marta se disculpó y se refugió en la cocina. - Si te escondes nunca arreglaréis vuestras diferencias -la increpó Eugenia-. Sal ahí fuera y enfréntate a él. - Permite que me calme primero. Tengo que hablar con él urgentemente, pero para hacerlo he de estar serena y con el dominio de todas mis facultades. Esta noche será decisiva para los dos. - Espero que no te precipites en tus decisiones -le advirtió Eugenia, alarmada-. Dale tiempo, Marta. Conozco a Lucas y sé que terminará creyéndote porque te quiere. Aunque tú no puedas darle la solución al problema porque no le encuentras una explicación coherente, sé que su amor por ti logrará vencer todos los obstáculos. - Tengo mis dudas, Eugenia, pero no te preocupes, sé muy bien lo que hago. Marta habló con todos, rió y se mostró alegre y despreocupada. Notó en varias ocasiones los ojos de Lucas clavados en ella, pero ninguno de los dos hizo nada por acercarse. Marta tenía que hablar con él y estaba esperando el momento propicio.

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Se sentía nerviosa, tensa, a punto de abandonarlo todo y salir corriendo. Sabía que reaccionar así sería una cobardía y ella no pensaba darle a Lucas la satisfacción de que pensara tan bajo de ella. Indecisa aún, vio a Lucas traspasar la puerta que daba a la terraza. Quizás ese era el momento de abordarlo. Armándose de valor, cogió una copa y bebió el cóctel de dos tragos. Con expresión de determinación, atravesó el salón y salió a la terraza. Apoyando las manos sobre la barandilla, Lucas parecía ensimismado contemplando la calle. Marta lo observó durante unos segundos, reanudando su camino, vacilante, hacia donde él estaba. Él volvió la cabeza y expresó sorpresa al verla. - Siento interrumpirte, Lucas, pero tengo que hablar contigo. Él la miró extrañado. Teniendo en cuenta la frialdad de sus relaciones últimamente, si es que existía alguna, había perdido toda esperanza de que Marta le hablara esa noche. A pesar de su continuos rechazos, en el fondo siempre esperaba un nuevo acercamiento por parte de ella. Lástima que su orgullo, cruelmente dañado, le impidiera ceder ante una ofensa que consideraba de la máxima gravedad. - Creí que ya no teníamos nada más que decirnos -contestó con voz glacial. Marta suspiró paciente. Su respuesta era más o menos la que ella había esperado. - Y así es, pero como director y dueño de la empresa donde trabajo creo que debes ser el primero en saber que dejo la oficina. Un mazazo no lo hubiera alarmado tanto como sus frías palabras. - Gracias por haber tenido el detalle de informarme -comentó irónico-; aun así, debo recordarte que tienes un contrato con nosotros que debes cumplir. - Lo sé, lo sé. Me considero una persona cumplidora. El asunto es que... dadas las circunstancias, creo que lo que voy a hacer

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es lo mejor para los dos -señaló ante la mirada intrigada de Lucas-. Mi hermana me ha conseguido un buen trabajo en Miami... Enderezándose bruscamente, Lucas la miró horrorizado. - ¡Cómo has dicho? - No te preocupes por Rafa. Volverá a España junto con su madre después del verano. Mientras tanto las dos nos ocuparemos de él. Lucas ni siquiera había pensado en el niño. Había sido el impacto al pensar que Marta desaparecería de su vida lo que le había provocado una angustiosa conmoción. - Supongo que no estarás hablando en serio... - Muy en serio. Víctor puede pasar parte del verano con su hijo. En septiembre, Elisa y Rafa volverán. La compañía de teatro empieza una nueva temporada en Madrid. -¡Tú no te irás! Tienes un contrato conmigo y lo cumplirás -la amenazó con una serenidad peligrosa-. Mis empleados son serios y cumplen lo que han firmado. Marta hizo un movimiento con la cabeza, asintiendo. - Lo entiendo, pero ésta es una oportunidad que no puedo pasar por alto. Creo que me vendría bien estar con mi hermana y con mi sobrino, trabajar en otro país y... alejarme de aquí -terminó con un tono de melancolía. Lucas se estremeció, notando cómo sus más profundas emociones se desgarraban con amargura. Estaba enfadado con Marta, furioso y desengañado. Sin embargo, no podía soportar la idea de perderla. Apenas se veían últimamente, pero a él le bastaba con saber que ella estaba cerca. Necesitaba sentir su presencia. Era un consuelo para su dolorido corazón. - ¿Tanto deseas irte? -preguntó. Su tono melancólico conmovió a Marta. Sorprendida, lo miró extrañada. - Hace un mes no lo hubiera deseado. Ahora creo que es lo mejor.

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Le costaba hablar. Se sentía angustiada y a punto de llorar. - Yo no lo creo así -respondió Lucas con una expresión indescifrable. - No te entiendo, Lucas. Teniendo en cuenta tu actitud, pensé que mi partida te alegraría. - La huida no es nunca una solución. Marta estalló airada. - ¡Maldita sea, Lucas, yo no huyo!, simplemente trato de buscar una salida a nuestra situación. Continuar como estamos es absurdo. Es más que evidente que tú no confías en mí. No tienes razón, pero no creas que te echo toda la culpa -admitió con valentía-. Yo también soy culpable: tampoco supe valorar en su momento tu capacidad de comprensión. Repentinamente, los ojos de Lucas la miraron con dureza. - ¿Qué clase de comprensión crees que debería haber tenido al leer estas notas dirigidas a ti? -explotó con una expresión borrascosa en su rostro al tiempo que sacaba las tarjetas de su bolsillo y se las alargaba. Marta se sintió horrorizada tras leer las significativas frases impresas en aquellos trozos de papel, comprendiendo perfectamente la desconfianza de Lucas. - Ciertamente, ninguna... hasta que yo te lo hubiera aclarado. - ¿Aclarar? Todavía no lo has hecho. - No me has dejado. - Te lo pregunté en mi casa repetidas veces y no quisiste contestar. - Estabas furioso, Lucas. No podía explicarte la verdad, no me habrías creído. Lucas inspiró, agarró con más fuerza la barandilla y trató de calmarse. Tenía que escuchar a Marta. Intuía que ese era un momento decisivo para los dos y él tenía que manejarlo con la cabeza, no con el corazón.

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- Muy bien, ahora estoy en condiciones de escucharte. ¿Qué hiciste aquella noche? Marta no bajó la mirada sino que enfrentó con entereza la dura expresión de sus ojos antes de contestar, sabiendo muy bien que su clara respuesta podría significar de nuevo un paso atrás. De todas, formas ya no podía retroceder. Para bien o para mal había llegado el momento de la verdad. - Cené con Miguel Villarán y luego me fui a casa de mi hermana. Lucas le dio la espalda durante unos instantes, intentando calmar los latidos violentos de su corazón. - ¿Por qué te encontraste con él a mis espaldas? - Hace tiempo Miguel quiso salir conmigo. Yo lo rechacé. A pesar de mi rotunda negativa, él insistió en darme unos meses para pensarlo, al cabo de los cuales volvió a llamarme. No sabía que yo salía contigo. - ¿Te envió él los ramos de flores? -preguntó con voz siniestra. - Quedé con él el día antes de tu llegada para aclarar esa cuestión. Miguel no fue el autor de los últimos envíos. Es un caballero, y de haber sabido que salía contigo no habría insistido. - ¿Entonces de quién se trata? -insistió impaciente. Marta se encogió de hombros. - No lo sé. No atisbo a comprender a quién le puede interesar poner dificultades a nuestra relación. Un brillo de desconfianza volvió a centellear en los ojos de Lucas. Marta lo captó y se le encogió el corazón. Aún no habían dado ningún paso definitivo. Lo único que había conseguido era que Lucas la escuchara. Si permitía que su frágil acercamiento se rompiera, todo estaría acabado para ellos. Con pasos vacilantes se acercó a él y lo miró con dulzura. - Te quiero, Lucas, más de lo que puedo expresar con palabras. Nunca te traicionaría.

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El cúmulo de emociones que lo asediaban desde que conocía a Marta Yuste amenazaban en esos momentos con desbordarse sin control. A pesar de su férreo dominio, la cercanía y la mirada de Marta acabaron con todas sus defensas. - ¿Cuánto estás dispuesta a amarme? Un brillo de esperanza iluminó el rostro de la joven. - Hasta donde tú me permitas. Una ligera sonrisa apareció entonces en sus atractivos labios. Lucas le acarició el rostro y la acercó a él. - Quiero todo tu amor, Marta, de forma incondicional. Ella puso su mano sobre la de él y la presionó cariñosamente contra su cara. - Lo tienes... para siempre -aseguró ella sin vacilar. - Entonces no quiero volver a escuchar esa tontería de que te vas a ninguna parte. Tu sitio está a mi lado y ahí permanecerás... siempre. En la terraza irrumpieron repentinamente Antonio y Eugenia, impidiendo a la pareja sellar, como ambos deseaban, de nuevo su amor. - ¡Enhorabuena, muchacho! Por fin veo que has vuelto al mundo de los cuerdos -le espetó incisivo al verlo abrazando a Marta. La pareja se echó a reír. La espontaneidad de Antonio era avasalladora y también de una gran sabiduría. Tras algunas preguntas y respuestas, la situación quedó aclarada. Lucas no tenía ni idea de quién podía ser el intruso que había osado interponerse entre Marta y él. Antonio prometió averiguarlo, pidiéndoles que dejaran ese asunto de su cuenta. Más tarde, los dos enamorados disfrutaban a solas de su reciente reconciliación en casa de Lucas. Había transcurrido una eternidad desde su último encuentro y ambos se necesitaban más que nunca.

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Abrazados en el sofá, Lucas palpó la suave tela del vestido y luego dirigió a Marta una mirada divertida. - Me gusta el traje. ¿Acaso lo compraste pensando en mí? Marta sonrió y rozó sus labios con los suyos. - Decidí captar de una vez por todas tu atención, ya que en la oficina ni siquiera me mirabas. Él le acarició el rostro con su sugerente mirada. - ¿Eso crees? Marta hizo un movimiento afirmativo con la cabeza. - Pues te equivocas. No había día que no supiera lo que llevabas puesto o lo que hacías en cada momento. Estaba muy enfadado, eso es cierto, pero eso no significaba que deseara perderte de vista. -Lentamente le acarició el cuello, le bajó suavemente la tiranta y la besó amorosamente el hombro-. Parece increíble que a pesar de que las pruebas te acusaban yo no deseara que te alejaras de mí. Es más, creo que cada día aumentaba mi pasión por ti. -El calor que él le transmitía con sus caricias la hacían estremecerse. Le había echado tanto de menos... - Me veía impotente para hacerte entrar en razón, de modo que, para que ninguno de los dos siguiera sufriendo, decidí alejarme lo más posible. Sabiendo que la alternativa que se me ocurrió era profundamente dolorosa, trabajar en el mismo sitio ignorándonos era aún mayor tortura. Lucas la estrechó contra él y la besó con desesperación. - Esa posibilidad nunca entró en mis planes, amor, y te aseguro que yo no hubiera permitido que la llevaras a cabo -afirmó inflexible. Marta le rodeó el cuello con los brazos y lo besó con vehemencia.

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- Todo está aclarado ya, cariño. Los dos hemos recibido una dura lección, pero ambos hemos aprendido que la desconfianza del uno en el otro sólo puede traernos disgustos. Lucas sonrió. Ahora su mirada expresaba regocijo. - No volverá a suceder, amor mío. De ahora en adelante prometo comentarte hasta la más mínima duda que pueda llegar a preocuparme. Una sonrisa deslumbrante iluminó el rostro de Marta. - Yo también lo prometo. La rúbrica de su amor y de sus promesas se consolidó con la entrega más intensa y profunda. Nunca se habían sentido tan unidos como esa noche, porque anteriormente no habían estado tan seguros de lo que claramente proclamaban sus corazones. Pendientes solamente del amor que los envolvía como una nube protectora, Lucas y Marta apenas se acordaban de lo que los había separado anteriormente. Sin embargo, Antonio Cubán continuaba con sus investigaciones, llegando a la conclusión, tras escuchar las explicaciones de Yolanda, que Anabel Azabal estaba metida en la trama de los ramos de flores. Su osadía le había costado muy caro a su jefe y a su novia. Mujeres así podían destruir fácilmente la vida de un hombre. Antonio ya no preguntaba en las floristerías por un hombre sino por una mujer, pero nadie tenía constancia de su apariencia porque esos pedidos eran encargados siempre por teléfono. Al día siguiente, un mensajero les llevaba el dinero en un sobre. ¡Muy lista! El círculo parecía cerrarse sin encontrar una solución, hasta que volviendo de nuevo a las palabras de Yolanda, Antonio pensó en una trampa para cogerla. En esa ocasión fue Yolanda la que, guiada por Antonio, se hizo la encontradiza con Anabel. - Me alegro de verte, Yolanda. ¿Qué tal estás?

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- Un poco harta de que el ambiente en el trabajo esté cada día peor -contestó haciendo una mueca de desagrado-. La tensión que nos rodea impide que trabajemos a gusto, como ha ocurrido siempre. La alegría centelleó en los ojos de Anabel. Todavía no había conseguido que Lucas saliera con ella asiduamente, pero no perdía la esperanza, siempre que esa bruja advenediza se apartara para siempre de su camino. - ¿Todavía no se ha reconciliado Lucas con la secretaria? -preguntó con tono despectivo, bajando la guardia al comprobar que sus artimañas habían cumplido la finalidad que ella pretendía. La joven la miró con indolencia, interpretando su papel a la perfección. - ¿Reconciliarse? ¡Ja!, un ramo de flores más y el jefe la despide sin miramientos. Marta trata continuamente de arreglar sus diferencias, pero él no confía ya en ella. Se cuenta por la oficina que Marta empieza a cansarse de esa situación y que piensa trasladarse a Miami con su hermana -le contó acercándose un poco más a Anabel, como si se tratara de una confidencia-. Todos tememos la llegada de ese ramo. Estamos seguros de que si el admirador de Marta se atreve a mandarle otro, ya no habrá reconciliación posible. Con un gesto frívolo, Yolanda se echó a reír. - Chica, esto parece un culebrón. Todos a la expectativa de lo que pasará entre la pareja al día siguiente. Anabel no pudo reprimir una sonrisa de júbilo. ¡Un último intento y sería el fin para la secretaria! Su esfuerzo había merecido la pena. Muy pronto, Lucas Riolobos sería suyo. El chico de la floristería apareció al día siguiente muy temprano con un inmenso ramo de flores en las manos. Se dirigió directamente al despacho de Lucas. - ¿Otro ramo para Marta Yuste? -le preguntó Lucas, sonriente. - Sí, señor.

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- ¡Vaya!, tienes mucho trabajo con esta señorita... -señaló Lucas rodeando su mesa y acercándose al muchacho. - Pues sí, ya le he traído unos cuantos. - Sí, la señora que se los envía es muy buena, es como una hermana para Marta. Sabe que le gustan las flores y no mira el precio -continuó Lucas, tratando de sonsacar al chico. - Y que lo diga... -picó el muchacho inocentemente, sin saber que las únicas veces que Anabel se había dejado ver había sido para ordenarle lo que tenía que decir y para pagarle a título personal una suculenta cantidad de dinero-. A mí me da un dineral para que las traiga a este despacho. Nunca he conocido a una mujer tan espléndida. Guiándole hábilmente, el chico le describió a la perfección a Anabel. No se habían equivocado. De nuevo, la intuición de Antonio Cubán no había fallado. Satisfecho, Lucas lo despidió con una buena propina. - Se trata de Anabel, no hay duda -afirmó abrazando a Marta cuando más tarde ella acudió a su despacho-. Nunca hubiera pensado que cayera tan bajo -admitió con pesar, lamentando los excesos que pueden cometer algunas personas en situaciones extremas. - Entiendo que no quisiera perderte, Lucas, pero esa no es la forma más honorable de luchar por el amor de alguien. Lucas le acarició el pelo y la besó suavemente. - Jamás se lo perdonaré. No quiero volver a ver a esa loca. Antonio se encargó del ramo y lo envió a cierto laboratorio farmaceútico con una nota escrita por Lucas. Anabel palideció al ver las flores. Eran las mismas que acababa de enviar a la oficina de Lucas. ¿Qué habría pasado? Al leer la nota, un escalofrío recorrió todo su cuerpo.

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"Si vuelves a intrigar contra mí, contra algún miembro de mi familia o contra mi futura esposa, no tendré piedad" L. R. Temblando, Anabel apartó las flores, humillada y vencida. Esa misma semana pidió el traslado a otra provincia. Lucas era un caballero, ella lo sabía muy bien, pero también conocía su fuerza cuando se trababa de defender lo que consideraba suyo. Marta Yuste era su novia, la mujer que él amaba, y Anabel intuía a lo que él sería capaz de llegar si ella o alguien más se interponían en su felicidad. Marta y Lucas esperaron la vuelta de Elisa para preparar su boda. En poco tiempo, Víctor y Elisa se convirtieron en buenos amigos por el bien de su hijo. Ambos vivían en Madrid, por lo que habían decidido llevarse a Rafa para poder estar con él el mayor tiempo posible. Todos entendieron esta postura, aunque a Marta la afectó profundamente. - No te preocupes, cariño -la consolaba Lucas abrazándola-. Verás al niño siempre que quieras. - Le echaré mucho de menos. Hemos vivido tan unidos... - Muy pronto tendremos nuestros propios hijos. Ellos te ayudarán a olvidar la ausencia de Rafa. Dedicándole la más amorosa sonrisa, Marta le llenó el rostro de besos. - Tú me haces olvidar todo, amor, pues cuando estoy contigo no pienso en nada más -le susurró mirándole provocativamente. Lucas la tomó en sus brazos y la besó con fervor, demostrándole de manera rotunda todo el amor que albergaba su corazón. Lucas Riolobos, por fin, conocía la parte amable de la vida, esa parcela que le había sido negada desde su infancia y que él tanto había añorado. A partir de ahora la felicidad al lado de la mujer que amaba iluminaría sus días. Marta lo representaba todo para él, especialmente la dicha que alimentaría siempre su espíritu y su corazón.