Las crónicas de Jeromito

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1 Las Crónicas de Jeromito Pedro Bracamonte Osuna

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Libro de Crónicas

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Las Crónicas de JeromitoPedro Bracamonte Osuna

Edición Digital. Abril 2013Autor:Pedro Bracamonte OsunaPortada y Fotografías: Pedro Bracamonte OsunaIlustraciones y diseño: Grupo Creativo Ojo UrbanoEntre Tres C.A. - Valera

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A Pedro José y Melida Rosa, quienes me enseñaron a trabajar y sonreír.

A Melissa Alejandra, Pedro Manuel y Pedro José,

los mejores ejemplos de iluminación que he conocido

y a quienes amo con todo mi corazón, y agradezco a Dios por tenerlos y disfrutarlos.

En este llano de San José,Roberto y Daniel,

se convirtieron en los peregrinosque vencieron el presente

pensando siempreen una existencia futura.

Para ellos, cada una de estas crónicas.

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Crónicas de Jeromito

Pedro Bracamonte a fuerza de una inquietud intelec-tual que de antaño le lleva cabalgando por el mundo ex-tenso de las artes y el pensamiento, con ese espírituandante que mantiene y donde sobresale su imaginación yel triunfo de cuanto emprende, esta vez incursiona en lasletras con algo íntimo, que le llena los sentidos, y vaya queha cumplido bien las metas trazadas. De allí que con el ca-riño puesto en la obra artística ha realizado un sueño quele persiguiera durante mucho tiempo.

Por este enhebrar de ilusiones en una docena de cró-nicas trujillanas o estampas del camino Bracamonte ela-bora otro tejido de Ariadna para escribir dejandoconstancia de un mundo de vivencias que le salpicaban lavida, y de allí que con particularidades sorprendentesdesde el entorno de Valera hacia arriba por Mendozarumbo a la montaña intrincada que desdibuja el frío consentimientos de radical familia y a base de efectos especia-les en cuadros de costumbres va descubriendo el hacer ydeshacer del valle de San Jóse y el cerro Jeromito, con los

fantasmas y demonios que conlleva, en una visión telúricaque trasciende sobre el eje fluvial del Bomboy y donde ensus haciendas aparecen oratorios que en la santidad de laescritura se transforman en capillas y luego en iglesias depiedra, peleas y peripecias de tantos Briceños importantes,combates montoneros, El Cucharito, el llano de San Joséy Agua Clara, los malos y buenos espíritus, el trasegar dela vida diaria con anécdotas del converso padre Rosario, deRicardo Labastida, Codazzi, el cometa Halley, la horrorosaplaga de langostas, una hilera de platanales en la lejaníade la ficción, como fondo de la tierra amorosa, mientras al-gunos mueren por los golpes arteros de la fiebre amarilla.

Todo este cuadro de vivencias en que se construye ellibro sirve de marco para revivir la saga de la familia Espi-nosa. Como actores principales de tal gesta, José María Es-pinosa la comienza con su mujer Candelaria y cuatro hijasque son el fruto de una pasión. Caseríos y villorrios se vanformando a lo largo de ese andar de familia, mientras seabren ventanas y postigos sobre una realidad existente ylos vástagos crecen con los temporales y el viento, acercán-dose ya a la tumba el último de estos mohicanos, o sea elasesinado Antonio Martín.

Viviremos estampas rurales con un trasfondo fami-liar, todo salpicado de leyendas locales y ligeros episodioshistóricos, junto al peso de las reminiscencias de antaño.

Tradiciones dentro de lo real maravilloso que fluyenen este continente mestizo y latino se hallarán, episodios

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como la historia mordaz del padre Rosario, relatos acucio-sos que fluyen en el recuerdo de un cajón de sastre o cajade Pandora.

El paisaje que se desdibuja entre neblinas y aguascristalinas corrientes va marcando un paso de cada esce-nario presente en la docena de subtítulos donde se mueveactivamente la narración, entre imágenes en claroscuro ypinceladas que salpican el ambiente desde el amanecer delas auroras.

Leyendas y relatos se entrecruzan en medio del am-biente rural que subyace a lo largo de la trama en el des-arrollo de la misma. He aquí una constante plasmada dela obra.

La naciente Valera, el esqueleto vertebrado del ríoBomboy, despedido desde las fuentes parameras ya apuntaa ser como un testigo permanente de los cuentos que sevislumbran y desarrollan en el andar y recorrer de tantabruma.

Así transcurre la vida innovadora del relato, con unlenguaje ascendente y propicio, a veces campesino, salte-ado de aconteceres dentro de la sencillez pueblerina yhasta de localismos que fortalecen la palabra con visos dejuglaría.

De esta manera coloquial el arquitecto del relato haarmado un texto sencillo, diáfano, que enaltece a la región,por ser buen hijo suyo, de hombre que incursiona con se-guridad en las letras de ahora como ha sabido hacerlo en

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la prensa, en la radio, en otros medios audiovisuales y enese mundo tan complejo de la teleaudiencia.

Con estas palabras finales felicito al hombre que contesón emprendedor ha labrado otro nuevo camino dentro dela plenitud de su espíritu. Esperemos sus nuevas creacio-nes, para enriquecer el vocabulario de los hechos cumpli-dos.

Ramón Urdaneta Bocanegra

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Yo soy La Nube

El acompañaba a los hombres y las mujeres

que caminan y cantan:Ya estamos pisando esta tierra,

ya estamos pisando esta tierra reluciente.

Memorias del FuegoEduardo Galeano

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ste llano fue siempre un lugar de paso en el quese caminaba entre matices y visiones. San Joséfue nombrado, lo ceñía el silencio, lo rodeaba lasoledad, era vecino de la niebla y lo cruzaba unespumoso río manado de los páramos al que lla-maron Smomosh que corre libre por un declive dela montaña, desgastando sus piedras y descen-diendo por barrancos hasta empapar este paraíso.En esta meseta, donde el aroma de la tierra mo-

jada es perfume que todo lo invade, moraron los Escuque-yes. Bajaron con sus makanas y chorotes desde los prediosdel mágico Castil de Reina, dominios del cacique Pitijay,dejando pisadas que el encubridor remolino del viento bo-rraba. La mudanza venía desde El Quibao, el lejendariocerro del Canto Guerrero de los Cuicas, donde la diosa Ica-que se refugió luego de la profanación de su trono paradesde aquellas alturas acrecentar el fuego y arrojarle mal-diciones al barbado invasor, que había violado sus predios,destrozado sus ídolos y enmudecido su canto a punta deespadas y arcabuces, escudados en una cruz.

ESobrevivieron a las guasábaras, los aluviones, los

truenos y aquí en este sitio entre montañas y vientos en-traron caminando. Camburales y flores, brotaron de la tie-rra para alimentar a los guerreros que conversaban con lasnubes y veneraban al padre Ches y la madre Chía. Hom-bres y mujeres, legatarios del Sol y la Luna, de manoscuarteadas, hechas para la creación. En esta tierra denadie, ellos pisaron primero:

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“…habían perdido en la guazábara a la hermosaDorococoe, hija del cacique Pitijay, la princesa debrazos de canela, erectos senos de bronce, como pa-lomas torcaces, erguidos en espera de la vendimia,ojos negros, grandes y brillantes como ónices, laboca dulce y sensual. En duro combate donde en-tregaron todas sus fuerzas, la escultural Dorococoees raptada y conducida a los campamentos del jefemarañón en Mirabel. Pero los aguerridos escuque-yes no se rindieron y durante meses van extermi-nando al enemigo con sus sagaces asechanzas.García de Paredes para salvar el pellejo, acompa-ñado de sus huestes y el incomparable trofeo qui-tado a Pitijay, abandona las tierras algunamadrugada rumbo a El Tocuyo y entre la confusióny la oscuridad de la huida, Dorococoe aprovecha undescuido para huir de sus captores arrojándose alas turbulentas aguas del Hitatá que “la ampararonbajo el plumaje gris de sus espumas. Agua abajova Dorococoe, los peñascos de la orilla rompieron sufrente; la negra cabellera flota sobre las ondas comoun pendón de luto; la boca se ha cerrado como uncofre de rosas que escondiera perlas; en los gran-des ojos abiertos pone el rayo de luna su beso depaz, y los alados genios de la raza han orlado suataúd con flecos de espuma, que son lágrimas delagua. De las carnes bronceadas emergían esencias

de pesguas y estoraque. El ángel de la aurora le be-saba la boca tibia y dulce, pero en sus ojos reinabala tiniebla. Y áticas abejas llovieron sobre las car-nes de arcilla, como sobre un panal de Himeto, y enel rubio colmenar se formó la cera parda con quedespués plasmaron el alma de valera las manospreclaras de Lasso de la Vega...” 1

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La teluricallegadaPara saber quién soy y para saber lo que es

la gran patria venezolana, tuve que empezar por buscarme a mí y por buscar mis raíces venezolanas en el suelo y en la historia de Trujillo.

Mi infancia y mi puebloMario Briceño Iragorry

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llos llegaron callados y se asentaron junto almurmullo del río, siempre en silencio. En ellugar no había nadie, ningún vecino, solamenteniebla, camburales y árboles gigantes, mudostestigos del arribo de aquellos peregrinos. Pocoera su equipaje y muchas las ganas de quedarseen aquel valle llamado San José, a orillas del ríoBomboy. Eran tres, hacían poco ruido, llegarona mediados del siglo XVIII, los mismos días enque la tierra fue sacudida por un temblor, reci-

biendo con ello una bienvenida telúrica. Venían desde muylejos huyendo de fantasmas y revueltas creyendo que aquíse las llevaría el frío ventisquero que descendía de los con-tiguos páramos.

Los caminos de aquella época distaban de ser ópti-mos y el clima tampoco era compasivo. El testimonio delviajero Karl Ferdinand Appun, respecto a las dificultadesdel traslado a lomo de mula por el interior de esta región,ilustra de manera apropiada las calamidades que debíansoportar hombres y bestias en su deambular por aquellastravesías. En una oportunidad a este viajero le tomó 4 díasen alcanzar a Trujillo desde La Ceiba:

E“...nunca en mi vida había visto tal camino. Era tanfangoso que a menudo las mulas tenían que vadearpor largos trechos el pantano con fango hasta lasrodillas y durante dos días no se encontró ni unlugar seco en todo el camino. La angosta vía a lo

alto se torcía siempre más por los despeñaderos,entre profundos abismos a un lado, y altas mura-llas rocosas al otro.” 2

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"…Lo peor fue que vinieron a nuestro encuentro mu-chas mulas cargadas, burros, peatones y jinetes, loque fue realmente peligroso a causa del camino tanestrecho. El sonido sordo y vacío de la guarura so-naba ininterrumpidamente para advertir a los quevinieran a nuestro encuentro, ya que las numerosasvueltas del camino podían causar fácilmente cho-ques peligrosos y la caída de cualquier individuo alabismo. En tales encuentros, los que subían teníanque parar sus bestias asomadas a la muralla deroca, lo cual a menudo era bastante difícil, mientrasque los que descendían pasaban por el punto máscercano al borde rocoso..." 3

Vencieron todos los obstáculos y en aquel valle ele-gido y protegido por la montaña de Jeromito, surcado porlas cristalinas y heladas aguas que caen casi desde lasnubes deslizándose entre flores y camburales, construye-ron su casa con la puerta vista al sol naciente. Llegaroncon el viento para poblar, saborearon sus aguas, mordis-quearon las frutas y corretearon por aquella campiña des-parramada de maravillas y pájaros coloreados. Allí, JoséMaría terminó de crecer junto a sus padres, habían encon-trado en aquella vega de río su refugio y decidieron que-darse para siempre. Eran los Espinosas.

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Vigilante de sus

tesorosElla, inmersa

en la más terrible nostalgia, prometía:"Retornare para continuar

navegando contigo en esta cruenta realidad,

porque nosotros ya estamos atados por el esplendor del recuerdo…”

CambisesAntonio Pérez Carmona

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l aroma de las calas perfumaba todos los rinco-nes de aquel caserón de grandes patios sembra-dos de guayabos y matapalos. El murmullo de las conversas de los hombres ylos rezos de las mujeres se mezclaban en un ex-traño ritual sombrío, las hijas del difunto, oje-rosas y envueltas en riguroso luto, repetían sinpausa las letanías por un eterno descanso, mien-tras que la comparsa de vecinos, bailoteaban sudanza luctuosa, alrededor del cajón para dar un

reparo por última vez a la cara del difunto.4

Muchos años atrás, José María Espinosa habíallegado a este valle de las manos de sus taitas. La purezadel lugar había seducido a sus padres quienes decidieronquedarse para ser parte de la montaña y de la niebla.

Tiempo antes, el andariego obispo don Mariano MartíEstadella5 ya había pasado por estos parajes, encontrandovarias Encomiendas asentadas, que dieron vida a los pue-blos San Pablo de Bomboy de La Puerta y San AntonioAbad de Mendoza.

La más añeja de estas, era la de Mendoza asignada aDon Alonso Pacheco Velásquez, librada por el CapitánDiego Franco de Quero, con fecha 9 de octubre de 1620, laotra le fue concedida a Don Cristóbal Hurtado de Mendoza,en cuyo folio 133 se lee:

E

Junto a su padre cimentó las tapias de la casa enpleno corazón del llano de San José, entre árboles frondo-sos y verdes platanales. A punta de argamasa, construye-ron las primeras viviendas que fueron dando forma a unvillorrio que tiempo después en una tarde de tertulia do-minguera lo nombraron Agua Clara. El sino de la vida secumple y en aquel llano, José María sembró para siemprea su padre al pie del cerro Jeromito, multiplicando la fa-milia con esperanzas y sueños, continuando la herenciaque el viejo le había enseñado.

De mocito, contemplaba la inmensidad de la haciendaSanta Rita propiedad de la viuda de Pedro Terán, doñaMercedes Díaz, quien la había heredado de su madre doñaValentina Mejías y allí conoció mucha gente en aquel crucede caminos que mentaban Valera, donde el olor de los tra-piches congregaba a los negros, mestizos e indios, funda-dores junto a sus familias de pequeñas colonias agrupadascasi siempre en torno de la casa de los amos. Muchas deestas tertulias las escuchó en la posada de doña AguedaGonzález de Prada, quien fue la dueña de la primera casaconstruida en este encrucijada, que primero fue titularidaddesde 1595 del español Marcos Valera en Encomienda

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"…que los indios de dicha Encomienda están juntosy congregados en el valle de bomboy donde son na-turales y tienen su pueblo e iglesia dedicada a SanPablo con todos los ornamentos necesarios…" 6.

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otorgada por Don Diego de Osorio. De ahí, entonces, que aéste encomendero se debe el nombre de Valera.

Eran los inicios del 1800, y con unos títulos de pro-piedad que se pierden en el tiempo, en aquella casona ci-mentada con mucho brío, por lo difícil de la época, se unecristianamente con Candelaria, moza de ascendencia hu-milde, pero de recio temple, le parió cuatro hijas que lla-maron María del Carmen, Francisca Paula, María Antoniay María de la Paz, quienes sollozantes y apesadumbradasen aquella mañana del primero de marzo de 1859, dabanel último adiós al patriarca José María Espinosa.

A principios del siglo XIX, tierras más al sur de la na-ciente Agua Clara, el Dr. Antonio Nicolás Briceño Quintero7

toma la decisión de construir por aquellos parajes dos his-tóricos caminos, uno que arranca en Motatán con llegadaal curato de Mendoza, y el otro que enlazó a aquellos viejostrapiches de la hacienda Santa Rita con Sabana Larga, pa-sando por El Cumbe. La apertura de estas sendas motivóa don Gabriel Briceño de La Torre a plantear públicamenteuna idea que lo venía trasnochando desde mucho tiempoatrás, como era la de fundar un pueblo en aquellas tierras.Para tal fin invitó a doña Mercedes Díaz de Terán, a serparte de su ideal, a quien convence de donar "cien varasde tierra en cuadro" para que se construyese una iglesiacomo le hubiera gustado a la madre de esta. Mercedesjunto a su hermana Luisa eran las herederas de la ha-cienda Santa Rita, fue viuda joven, dedicó su vida al hogar,

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a los hijos, a las faenas de la finca, no tuvo tiempo paraaprender a leer y escribir, legado éste que dejó a sus here-deros. Eran tiempos difíciles, el país ya estaba muy re-vuelto, y doña Mercedes muere en 1814 sin haber hechorealidad la donación, circunstancias irreversibles que hi-cieron demorar el plan de don Gabriel.

José María fiel creyente de la fe cristiana para poderrealizar sus prácticas religiosas viajaba hasta el sitio lla-mado El Contrafuego vía a Escuque donde había una ca-pilla. Este poblado, era mal visto y cuestionado por muchasfamilias ya que en aquel sitio "mal vivían" amancebados al-gunas parejas infieles moralmente, razón que lo impulsó alevantar en el solar de su casa un oratorio, para lo cualZoilo Troconis, párroco de Escuque y amigo de la familia,tras muchas diligencias le consiguió el permiso para quese oficiara una misa al año, a la que con mucho respeto yveneración asistiera la familia Espinosa, con sus sirvientes,esclavos y los vecinos de la incipiente comunidad.

Entusiasmado el casi laico bautiza su oratorio con elsanto nombre de la "Inmaculada Concepción"8 madre sinmancha del pecado original, misterio en el que ciegamentecreía, honrando su creencia al bautizar a tres de sus hijascon el sagradísimo nombre de María.

En aquella sala el silencio era agobiante, como elcalor. Se servía café cerrero a los hombres, mientras quelas mujeres bebieron guarapo de malojillo y panela. Desdecierto rincón con una vela en la mano irrumpió la voz del

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viejo Víctor, el rezandero del caserío, evocando las letaníaspor el eterno descanso de su marchante amigo.

-Saludamos al altar en alta veneraciónsaludamos a todos los santos y a la limpia concepciónen este adornado templo, en este altar consagradodonde están las tres personas y Jesús sacramentado…en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. 9

En el otro extremo junto a sus hijas, la viuda Can-delaria envuelta en negro riguroso luciendo un velo queapenas le deja respirar, recordaba a su hombre… creía aúnescuchar su risa adornada de su gran bigote y la autorita-ria voz que hacia retumbar los aleros de aquella casona,pero ahora lo veía tan quieto, demasiado quietico para serél, y para aliviar su dolor con voz doliente decía:

-Antenoche se durmió y no despertó más. Amaneciótieso con el frío de la muerte, con las manos entrelazadas ycon la boca abierta como pidiendo clemencia.

Aún no concebía la dura soledad que la esperaba.Todo le parece un castigo del cielo. Muchos pensamientossurcaron su mente y se mojaban en las lágrimas que co-rrieron por aquel rostro que parecía de cera. Por muchos

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años pensó en verlo morir anciano y "bien confesao", comoun santo varón, pero jamás que fuera tan rápido y sin avi-sar.

Tramada se aferra entonces a las manos de una desus ahijadas, que a cada rato le pasa un pañuelo rociadocon Bay Rum para que se limpiara la nariz, lo que le agu-diza el dolor al percibir la viril fragancia que por años usóquien aquella tarde se marchaba para siempre y jamás lovolvería a tener consigo.

Nunca se supo cómo fue que llegaron los Espinosasa esta localidad. Algunos alegan que bajaron desde la Mesade Esnujaque, como parte de aquel grupo de los llamadoscomuneros que llegaron desde Mérida gritando "¡Viva elRey y muera el mal gobierno!"10; otros le atribuían ciertoparentesco con los descendientes del indígena FranciscoEspinosa, el mismo cacique de los briosos escuqueyes.

Lo único cierto de aquel día de 1858, era que el hom-bre que había fundado el caserío de Agua Clara11, el vi-sionario que con tesón erigió la primera casa de dosplantas en aquella villa, iba a ser enterrado en la propiacapilla que edificó con sus manos, para dar obediencia asu última voluntad12.

Después del responso final "Dale señor el descansoeterno y brille para él la luz perpetua. Su alma y las almasde todos los fieles difuntos descansen en paz. Amén”, ycon el rocío de agua bendita, fue sepultado en el oratorio

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de la Inmaculada Concepción. Desde entonces comenza-ron a contarse muchas historias sobre el finado y de aque-lla época impregnada de violentas insurrecciones,prevaleciendo de entre tantas la acción valiosa del Don,como uno de los principales generadores de progreso en ellugar, el entierro de su riqueza y las apariciones de su es-píritu, como gendarme vigilante de la iglesia y de sus teso-ros enterrados.

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Campanasde

compromisoCuando la veo bajo la lluvia

soy el solEntiéndame

Yo estoy muerto de amor por Ud.Y por eso vivo

Asuntos TerrenalesVíctor Valera Mora

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on el primer canto de gallos, el presbiterio lucia impe-cable y alumbrado. La frescura de las flores le dabanun toque especial a los santos que en aquella mañanaMaría de La Paz acabara de vestir. Era la menor de lashijas de José María y Candelaria, y había sido elegidade entre sus hermanas para cuidar de aquel sacrosantorecinto hasta su muerte.La Inmaculada Virgen vestía un traje color celeste

adornado con estrellas, que ella misma le había bordado.Del cuello de la figura, de unos 80 centímetros de alto, re-saltaba una trencilla dorada que le caía en el pecho, desta-cando la pelambre negra como el azabache, los labios rojosy los ojos claros. La moza de la familia Espinosa, la enga-lanaba con inmensa fe, aún a sabiendas que por debajode toda este fastuoso ropaje solo era un esqueleto de ma-dera, y esperaban su turno para entrar en el ceremonial devestimenta, las imágenes del Nazareno y Simón, el cirineo.

Los invitados comenzaron a llegar y ya se sentían losrumores del habla en el atrio, pues nadie podía entrar alsagrado recinto antes que el ilustrísimo Dr. Juan HilarioBosset Castillo, obispo de la diócesis de Mérida de Mara-caibo, diera la bendición y rociara el agua bendita a la en-trada de la capilla de Agua Clara.

El templo, en cuyos comienzos fue un modesto orato-rio familiar que se consagrara a la devoción de la Inmacu-lada Concepción, y ya engalanado con unas cuantasmodificaciones en su construcción, aquella mañana se con-

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vertía en la capilla del poblado.José María con esmero dirigió personalmente a los es-

clavos que trabajaron en el levantamiento de los muros,para lo cual usaron piedras unidas entre sí con barro. En-cima de estos muros se colocaron las vigas y el caballetede madera, armazón del techo de dos aguas.

La capilla poseía una entrada principal con anchaspuertas de madera, y por un lado luce una pequeña ven-tana por donde la fresca brisa del valle se inmiscuía paraser testigo de cada ceremonia. Sobre dicha entrada princi-pal existió el coro, espacio preparado para la ocasión enforma de balconcito para el ejercicio de los músicos, quie-nes recibían la luz filtrada a través del techo de carruzostrenzados, sobre el cual se amontona la paja acarreada porsu hermano Antonio Martín, traída desde el llano de SanJosé13.

Por los costados también se podía entrar a la capillay a su vez apreciar las gruesas rolas de cedro como soste-nes del techo, que daban una hermosa apariencia, grata-mente resaltada por un antiguo retablo de madera quecorona con elegancia el altar mayor. Los sacerdotes por suparte oficiaban la misa en latín y de espaldas a los feligre-ses, para mayor respeto a la Eucaristía.

El momento había llegado y José María Espinosajunto a su amada Candelaria, finamente con atavíos, se pa-seaban orgullosos entre los invitados especiales, familiaresy amigos, por haberse hecho realidad su sueño más pre-

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ciado, mientras eufórico y en voz alta les dijo: -La promesa está cumplida, mi virgencita debe estar

contenta, pues ya tiene su santuario y hasta quien la cuidepues… invitando así a que ingrese al recinto a dicho ilustreObispo Bosset14, quien iba acompañado de Tomasa, sumenor hermana, a Zoilo Troconis, vicario de Escuque, adon José Puentes y su esposa, a Juan Pedro y ConcepciónEspinosa, don Francisco Maya y su consorte, Francisco Ro-sales, y las damas Amelia Paredes y Petra de Rumbos, éstaúltima vestida con un vaporoso traje de color lila y cargadode miriñaques, además de las niñas Espinosa, y los con-sentidos lugareños, quienes también derrocharon sus me-jores galas.

La capilla lucía hermosa por fuera y por dentro, consus alzados tapiales blancos, fuertes pilares y buen techo,con pisos de ladrillo y bancas de madera sin espaldar. Elilustre visitante con su mitra adornada en tonos blanco ydorado que hacía juego con su casulla, oficia aquel 20 demayo de 1847 la primera misa y escuchó las confesionesde los fieles presentes. La grey del lugar piadosamente par-ticipa en la ceremonia y reverenció con fe inquebrantablela presencia de aquel guía espiritual quien con su báculoen la mano izquierda saludaba y consagraba a todos porigual. Este mismo prelado, tiempo después ordenaría al re-cordado Monseñor José Manuel Jáuregui Moreno.

Todos los presentes en la ceremonia al abordar alobispo, debían de hincarse delante de él; besarle el anillo

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que llevaba en su mano derecha, al cual llamaba "su es-posa" como señal de su matrimonio con la santa iglesia ymirarlo con mucho respeto, nunca directamente a la cara. El obispo Bosset fue vertical en su actuación al frente deeste arzobispado, al encararse públicamente en 1873 alpresidente Guzmán Blanco, por haber aprobado el matri-monio civil15, predicando que morirían impenitentes losque se casaran solo por el rito civil. Recibió luego una duracampaña anticlerical que lo condenó a ser expulsado delpaís, y una vez entregada la orden de expatriación, el an-ciano y enfermo obispo al ser llevado en silla de manoshacia Cúcuta, entre Bailadores y La Grita, al guaireño lesobrevino una caída que le produjo la muerte.

Desde lo alto de la capilla, se escucharon los repiquesde las campanas, echadas al viento por dos mozalbetes sir-vientes de la familia anfitriona. Había comenzado el clamorde las campanas, en adelante sus toques, plañidos, dobles,rebatos y ángelus, le marcarían a los feligreses de aquellavilla los quehaceres de cada momento.

José María, miró fijamente a su Candelaria susu-rrándole al oido:

-Ya nuestros nombres están volando por los aires-Desde hoy nadie nos separara nunca.Se refería José María, a que el repicar de cada cam-

pana al mezclarse con los rumores de las cantarinas aguasdel Bomboy, unirían sus almas eternamente, pues cadauna de ellas tenía grabado en su metal el nombre de cada

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uno de ellos, como señal de su inmortal unión, del eternoamor y fidelidad a Dios, pidiéndole a Candelaria en mediode aquella misa, que cuando muriera lo enterraran allí, enese espacio consagrado a la Inmaculada Concepción16.

Desde aquel caluroso día, se han narrado intermina-bles leyendas acerca de esta capilla.

Cuentan los vecinos más ancianos, que por estas tie-rras anduvo Simón Bolívar antes del encuentro con elpadre Francisco Antonio Rosario y hasta elevó sus plega-rias en el antiguo oratorio de los Espinosas, hoy convertidoen la iglesia Nuestra Señora de Lourdes.

Otros más imaginativos, atestiguan que en aquella ca-pilla, la familia Espinosa enterró todas sus morocotas yotras joyas de oro, motivo por el cual en 1965, un grupo desacrílegos saqueó aquel sagrado recinto en busca de los te-soros, profanando la zona del altar, destruyendo su retablo,horadando las paredes, pilares y pisos sin encontrarnada17.

El mismo año de la muerte de José María Espinosa,a raíz del dolor y la tristeza que el hecho ocasionó en suheredera María de La Paz, decide donarla junto a los te-rrenos adyacentes a la Arquidiócesis de Mérida de Mara-caibo pues la región pertenecía a la misma. La capillanunca tuvo un prelado fijo y los oficios eventualmente eranrealizados por un sacerdote que venía desde Valera a cele-brar las festividades de los Reyes Magos. Cien años estuvoincólume el lugar hasta que en 1958 le cambiaron los te-

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chos. Al ser creada la Diócesis de Trujillo, la capilla pasóa ser parte del patrimonio de la misma, junto a todas lastierras adyacentes, que abarcaban lo que es hoy el cascocentral del poblado.

Los vecinos de la bucólica comarca, recuerdan condolor los saqueos de que fue objeto el sitio de oración y labendición que significó la llegada a esta villa de las herma-nas de Lourdes y sacerdotes Salesianos, que se hicieroncargo de la capilla y ayudaron a recolectar los fondos parareconstruir todo lo arruinado, hasta darle la forma quetiene hoy18.

Desde esos días el lugar que comenzó como un orato-rio familiar, luego en la Capilla de la Inmaculada Concep-ción, pasó a ser una iglesia bajo la advocación de la Virgende Lourdes, donde día a día a los cuatros vientos alegre-mente suenan sus campanas dando testimonio de aquel in-mortal amor, y que allí sembrados en el suelo sagradoreposan en santa paz los esposos José María y CandelariaEspinosa.

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Los caminos

de la vidaLos caminos de la vida no son como yo pensaba como me los imaginaba no son como yo creía. Los caminos de la vida

son muy difícil de andarlos Difícil de caminarlos

y no encuentro la salida.

Los Caminos de la vidaOmar Geles

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as vueltas de la vida lo convirtieron en adultoprematuramente. Junto a sus taitas y a su her-mano mayor, desde siempre vivió en este llano,en el cual nació en un plomizo día cuya fecha sele perdía en la memoria. Era caritativo y queren-dón de los que practican la amistad perpetua.Antonio Martin era recio para el trabajo. El díaque sepultó a su madre, allí mismo al ladodonde estaba la cruz con el nombre de su padre,

al pie del cerro Jeromito, la vida le cambió para siempre.Enmudeció durante más de tres meses, ensimismado ensu dolor y sin apartar la vista de aquella montaña la cualjuraba se había tragado los huesos de sus taitas.

Durante meses caminó el cerro cada madrugada.Atravesaba sus montes repletos de historias y leyendas re-buscando respuestas y hasta creyó que se le transformabaen un enorme monstruo que se lo quería tragar.

La montaña creció tanto en sus alucinaciones quecasi tentaba las nubes. El mozuelo en medio de fiebres,sudaba cada noche y sus delirios se asemejaban a las fu-rias estruendosas del Dios Zeus retumbando contra las pa-redes del Olimpo al creerse amo del cielo y la Tierra en ladesértica Grecia, donde defendió su montaña de los gigan-tes Pelión y Osa, a los cuales derrotó valiéndose de su in-vencible rayo. Lo que para Zeus, significaba aquellamontaña inaccesible para los mortales, era Jeromito para

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Antonio Martin en aquellas interminables noches, conta-giado de "xekik" o mal de vomito de sangre como lo llama-ron los Mayas Quichés en su libro sagrado Popul Vuh.

En pocos días aparecieron nuevos caminos y linde-ros. El fantasma del progreso había llegado, de nuevo re-gresaba la leyenda del encomendero Marcos Valera y laprofecía de su hermano sacerdote sobre el futuro de estastierras, levantando los nuevos linderos de la naciente Va-lera, con sus señores feudales arropando todo en los um-brales del 1817.

- ¿A qué estamos hoy? Pregunto Antonio Martinaquella mañana, luego de estar delirando más de cuatrodías, envuelto en calenturas y vómitos.

-Es jueves, respondió la india Manuela, quien lehabía cuidado el sueño durante todos esos días, haciendolas veces de la madre recién sepultada.

-¡Carajo! Es hora de volver a la faena, dijo y trato delevantarse, pero estaba muy debilucho, majincho y he-diondo de tanto sudar y volvió recostarse.

-Aún no es tiempo mi amo, dijo la india, mientras lecambiaba la ropa y las sabanas, las cuales quemaba paraevitar contagiar a los demás de la mentada "modorra pes-tilente".

La esclava lo vio nacer y lo cuido desde siempre. Poraquellos días había rogado a sus santos para que librarana su amo de aquel mal, al creer ciegamente que Dios cas-tigaba por alguna razón. Lo mantuvo vivo a punta de be-

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bedizo de sasafrás y jugo de tamarindo y que para lavarlela sangre.

-Usted se va a mejorar, como yo me alivié de las ni-guas, le aseguraba la crédula india.

-Esos bichos se me metieron en las patas, entre lasuñas y la carne y no me dejaban vida, se me pusieron deltamaño de un garbanzo y mi apaito me las sacó con unasespinas a la orilla de unas brasas muy calientes y rezándolea Santa Rosalía.

El camino hacia Valera era muy concurrido. Por aquelpolvoriento pasaje transitaban todas las cargas de los tra-piches cercanos. Era un ir y venir de sudorosas mulas yrecuas cargadas de mercancías rumbo a villorrios que lahistoria olvidó. A Valera la bordeaban los ríos Bomboy, Co-lorado y Motatán, el cual en una oportunidad, con susaguas enfurecidas no permitió que el Obispo Martí en177719 pudiera llegar a la hacienda Santa Rita, cuandodesde Escuque aquel prelado quiso hacer el viaje haciaTrujillo por "camino recto". Obligándolo a dar un granrodeo por los pueblos de La Puerta, Esnujaque, San Roque,El Burrero y San Lázaro para llegar por fin a San Jacinto.

Antonio Martin y José María se habían convertido enuna referencia importante en el caserío de Agua Clara, porser gente trabajadora y honesta, junto a don Francisco Vi-cente Rosales, el cual construyó en 1808 en aquel sitio sucasa de habitación inmensa de dos plantas a la cual llamóCarmania20 y que luego vendió al padre Rosario con quien

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tuvo una buena amistad, llegándole a dejar en su particiónmortuoria una "colaboración" de mil y pico de pesos parala construcción de la iglesia de Mendoza.

Aquella fría mañana, subido en la "piedrona" de Je-romito, Antonio Martin observaba el paso de los trashu-mantes con rumbo a Valera de la misma forma en que losantiguos romanos desde sus colinas vigilaban la llegada deextraños, venidos desde remotos lugares y por los cente-nares de caminos que conducían todos a Roma a presen-ciar la lucha entre gladiadores.

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La piedray el rio

La mano viaja desde la sonrisahasta el cabello de encrespado aroma

de la reciente joven insumisa.

Joven del EspejoAna Enriqueta Terán

´

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os baúles eran enormes y estaban atestados dearrobas de oro, ocho hombres los acarreabansobre sus lomos. Cruzaron todo el llano y se en-caminaron cuesta arriba, buscando la loma delcerro, habían salido desde Agua Clara. Era el pa-trimonio de las grandes familias que preferíanenterrar sus riquezas ante los saqueos que elpaso de las tropas dejaba en medio de aquellacruenta guerra. Después de una larga travesía, los arrieros se

sintieron cansados y al llegar a la parte más alta de aquelaltozano, decidieron descansar dejando la carga sobre unaspiedras. Mezclado con el silbar del viento parameño, sintie-ron un repiquetear de campanas y creyeron que eran lasde la capilla del pueblo. Los hombres estaban tan fatigadosque luego de recobrar el aliento, decidieron continuar lamarcha y al tratar de levantar los pesados cofres, no pu-dieron, era como si se hubiesen fundido con las piedras yde repente frente a sus ojos, todas aquellas valijas comen-zaron a convertirse en una imponente piedra.

Desde aquel día "la piedrota" luce esplendorosa res-guardando las arrobas de oro en pleno corazón del cerro deJeromito. Esta leyenda la había repetido hasta la saciedadAntonio Martin a sus hijos, cada vez que estos se lo pedían.

El menor de los hermanos Espinosa, fue un hombreprominente entre los moradores de Agua Clara. Nadie sabedonde adquirió el don del comercio, pues fue un gran ne-

L

gociante toda su vida. Para casarse puso el ojo en MercedesVergara21, una moza de El Cucharito, a la cual aventajabaen 25 años. Tenía a su favor el ser buen mozo, honorable y"bueno para todo".

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Se caso como Dios manda en una tardecita de febrerode 1852, en medio de una gran fiesta a la cual asistieronsus más allegados como las familias Pacheco, Labastidas yBriceño. De esta unión nacieron cinco hijos: José Antoniode Jesús, Pablo Salomón, Federico de Jesús, Dionisia delCarmen y Amador de Jesús22.

Todos los sucesores de Antonio Martin, fueron aten-didos en sus nacimientos por la partera de la finca, la indiaManuela, la misma que lo vio nacer a él. Unos días despuésse cumplía el ritual de presentación ante la misma ancianacomadrona, quien frente a sus padres y masticando chimóle revisaba todo el cuerpito al recién nacido, especialmentesus pies, que debían parecerse a los de su padre como tes-timonio de autenticidad familiar, le amarraba una cinta rojaen cada tobillo para protegerlos contra el "mal de ojo",mientras que en medio de oraciones a la virgencita de Lour-des, le mordía con dulzura las prominencias de cada oreja,en señal de aprobación y le entregaba a la madre unasramas de ruda contra el pasmo de la luna23.

Desde muchachita le había puesto el ojo a Merceditas,la mayor de cuatro hermanas que se criaron en la vía haciaMendoza Alta, en una finca de suelo montañoso y laderas

muy inclinadas bordeada por el curso del Río Bomboy y lasaguas de la quebradas la Mocojó y La Bastida, ambas ca-yendo desde el páramo de Tomón. Mercedes Vergara, erauna manceba de buena crianza. Era de las mujeres que sesantiguaba al levantarse y se confesaba y comulgaba cadavez que podía. Aprendió el ritual de rezar el Santo Rosariocada atardecer y se había conservado "señorita" para en-tregarse al hombre que Dios le pusiera como esposo.

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Cada tardecita, desde el alero de su encaramada casay antes de casarse, Mercedes y sus hermanas tenían comodiversión, mirar el peregrinar de marchantes, subiendopara Mendoza alta y bajando con rumbo a Valera, la quemuchos mentaban "la puebla sin partida de nacimiento" yotros "la comarca de los tres ríos", la una por no conocerseexactamente su fecha de formación y la otra porque la atra-vesaban los ríos Motatán, el arcilloso Colorado y el Bomboy,río de breve recorrido, cuyas heladas aguas corren libres ychispeantes desde las alturas de El Portachuelo hacia Va-lera pasando por Mendoza y Agua Clara.

En estas frescas aguas, saciaron su sed y regaron sussembradíos, los apacibles cuicas y lo llamaron en su lenguaSmomosh, que traduce "la espuma", quizás por la estela deborbollones que su vertiginoso descenso dejaba al pasar poreste estrecho valle donde movía alegremente los molinos devarios trapiches.

Este mismo río quedó inmortalizado en las letras dela poetisa Ana Enriqueta Terán, cuando así lo dibujó:

Como un arcángel pálido y fecundofiel azulaba tierras y ganado,cristalino vigía de aquel prado, guerrero, con el día te confundo.La terrenal frontera de tu mundo llorabas en tu pecho limitado por las riberas, tierno desgarrado conocedor en ti mi planta hundo.

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La luchacontra

El Diablo

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Toma el reflejo de la nochey llévalo en tus brazos.

Guarda la oscuridad con tristeza.

El Reino Ramón Palomares

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l país estaba cargado de noticias, la magna gue-rra era sanguinaria en aquellos días, se habíaperdido la primera República y el paso de lastropas dejaba su sombra de destrucción y sole-dad. Los Espinosa se mantenían como muchosal margen de estos sucesos. Era el año 1812,Antonio Martin tenía 6 años para entonces y se

entretenía escuchando las historias que contaban los es-clavos a la orilla de los fogones.

Muchos años después, descansado en su chinchorro,guindado en el alero de enfrente de su casa y sorbiendo untrago de café bolón, rememoraba aquella tarde las historiasque oyó de boca de los peones acerca del sacerdote Fran-cisco Antonio Rosario, el cura que lo bautizo y del cual con-taban que se enfrentó con el diablo y hasta que habíacenado con el mismísimo Simón Bolívar que marchabarumbo a Trujillo luego de pernoctar la noche anterior encasa de la familia Labastidas Briceño en Mendoza24.

Creció Antonio Martín escuchando los cuentos de ca-mino, en los cuales se aseguraba que el clérigo FranciscoAntonio Rosario, era un venerable sacerdote en la iglesia yhombre muy mundano en la calle.

El cura llegó desde las llanadas de Monay, donde ofi-ciaba la religión cristiana. Era un hombre muy bien aco-modado económicamente. En aquellos parajes se instaló ehizo vida social rápidamente y hasta le compró la casa"Carmania" a don Francisco Vicente Rosales, donde se ase-

E

gura fue la reunión con Simón Bolívar.

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En estas tierras y junto a un manantial, manifestabaque:

"…tenía una buena finca en tierras propias, casa de vi-vienda, oficina, cobres, trapiche y demás adherentes y uten-silios necesarios para el cultivo de la caña. Si saben quetengo 8 esclavos quienes lo son Narciso, Domingo del Rosa-rio, Juan José, José de los Reyes, José Antonio, Alberto,María Josefa y Juana María…25", con quienes cultivaba latierra, sin abandonar sus ideas libertarias, el buen vivir yla cama caliente. Fue capellán de las tropas patriotas y re-cogió entre sus vecinos grandes contribuciones para losgastos de este ejercito. Al Padre Rosario le gustaba la vidaalegre, lo que levantaba ciertos comentarios entre los veci-nos, ya que la prédica del ejemplo cristiano dejaba muchoque desear con su diaria actuación como paisano.

Mientras su hamaca se movía lentamente, AntonioMartín evocaba las amenas tertulias con sus amigos acercadel tiempo, las cosechas, el ganado, los recolectores de bes-tias y por supuesto de las aventuras del sacerdote Rosario,que al igual que San Agustín, fue débil frente a los placeresde la carne.

-Quien ha visto que un sacerdote sea huésped perma-nente de tantas camas de damas…

-Ese curita tiene su vaina bien escondida…con muchos"ahijados", aseguraba unos de los concurrentes al tiempoque sorbía un trago de mistela.

-Por allí se mienta que producto de sus tratos ilícitoscon una o más mujeres tuvo varios hijos, riposto otro26.

Las voces del camino refieren que una oscura noche,al retornar a su casona, después de haber estado en losbrazos de una bella cortesana, el clérigo se cayó de la mulaen que viajaba, cuando una rojiza luz que despedía cente-llas de candela lo cegó por un momento asustando al ani-mal. Cuentan que era el mismísimo demonio que estabaparado frente a él. Como supuso el cura que aquella ence-guecedora luz era Satanás envuelto en llamas, de inmediatoinvocó a todos los santos que por su mente pasaban y pro-nuncio algunas plegarías, mientras se hacia la señal de lacruz una y otra vez, logrando que aquella aterradora apari-ción desapareciera entre los matorrales.

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Asustado y aturdido por la terrible visión de aquellanoche, el Padre Rosario, pidió perdón a la Divinidad por lavida mundana que había estado llevando, prometiendo ensus invocaciones una transformación radical a una vida depenitente hasta el final de sus días a cambio de que el de-monio no se lo cargara.

Una vez recuperado de aquel encuentro con Satanás,montó sobre su blanca mula y se enrumbó mudo y espan-tado a su caserón de Carmania.

La noticia se regó por todo el valle y los comentariosse multiplicaban en cada rincón.

Unos días después, liberó a sus esclavos y repartióentre los más pobres de su feligresía su fastuosa fortuna.

Desde aquella noche durmió en el suelo y sólo comía miga-jas.

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Llegaban rumores de que le pidió a su esclavo Do-mingo del Rosario, que no lo abandonara en su mundo depenitente y que lo liberaría un tiempo después, sólo con lamisión de que lo azotara diariamente a punta de vara,cuando salía con una cruz a cuestas igual en tamaño a laque llevó al calvario el Divino Redentor, y con ella a cuestassubía por las noches camino hacia Escuque por la ruta delCastil de Reinas.

Conocida la historia del susto que le metió el diablo alpadre Rosario, los moradores del valle bautizaron aquellugar como "el zanjón del diablo27".

Relata la Biblia en los Hechos de los Apóstoles que: "Saulo, era un perseguidor de los discípulos del

Señor. En una oportunidad se presentó ante el sumo sa-cerdote, pidiéndole autorización para que en su viaje aDamasco, de llegar a encontrar alguno, traerlo presohasta Jerusalén. Una noche yendo por el camino, cercade Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor deluz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que ledecía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo:¿Quién eres? Yo soy, a quien tú persigues. Él, temblandoy temeroso, dijo: ¿qué quieres que yo haga? Y la voz ledijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo quedebes hacer. Y los hombres que iban con Saulo se para-ron atónitos, oyendo la voz, más sin ver a nadie. Entonces

Saulo se levantó de la tierra, y abriendo los ojos, no veíaa nadie; así que lo tuvieron que llevar de la mano hastaDamasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió nibebió."

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Cuenta la tradición oral del lugar que al igual queSaulo, el Padre Rosario terminó su vida entregado única-mente a los deberes de la iglesia y en duras penitencias. Francisco Antonio Rosario, murió en 1847 mientras confe-saba a un devoto en la iglesia de Mendoza.

…"puede considerarse cuál fue el susto que asaltó alpenitente cuando vio expirar a su confesor. Sin tocarle,salió a la calle corriendo y dando, de voz en cuello, atodos tan infausta noticia. Aunque los vecinos sabían elestado de gravedad del Padre, como le veían andando,creían que su término no estaba tan próximo28".

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El pasodel

JineteEn noche de luna,

cuando las piedras y los pocitos de agua eran igual de pálidos

y cuando los aleros de palma pestañaban sobre las ventanas,

salía Gabrielito con su clarinete encabezandola turba de las serenatas.

Compañero de Viaje y otros relatosOrlando Araujo

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e muchos lugares llegaban los decires sobre lalucha por el control político de la región. Corría elaño 1871 y la afrenta del momento era entre el co-ronel Venancio Pulgar y el General Juan BautistaAraujo, "El León de la Cordillera" que andaba de-clarado en armas contra el guzmancismo. Las no-ticias iban y venían rápidamente. Pulgar vence y

entra a Trujillo, vejando y castigando a sus moradores a suantojo. El General Juan es obligado retirarse a Boconó.Unos días antes se habían enfrentado cerca de Agua Claraen el sitio mentado La Cabaña.

Valera y sus alrededores sufrieron mucho por aquellosdías, quedando a merced de los combates que se origina-ban. Seguido de esto se presentaron las persecuciones, ve-jámenes y prisiones contra los moradores de esta comarca.

La familia Espinosa, vivió en carne propia los resulta-dos de estos pleitos, cuando sus propiedades no fueron res-petadas por las órdenes que impartía el General José MaríaGarcía en nombre del coronel Pulgar.

Fueron acusados injustamente como muchos otros degodos, sólo con la escusa para arrebatarles sus tierras. Secometieron robos y vandalismos por propios valeranos, es-cudados en el nombre de Venancio Pulgar y llamándose li-berales. Atropellaron sin distingos de clases. De estasbarbaridades no escaparon ni los sacerdotes, pues en Tru-jillo torturaron brutalmente al presbítero Miguel Ignacio Ur-daneta, mientras que en Valera corría igual suerte el

D

sacerdote José María Castro, quien es azotado pública-mente por un salvaje de nombre Varón López29.

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…Es importante señalar que la llegada de los li-berales al Estado Trujillo trajo consigo una serie de per-secuciones y vejaciones contra los godos, entre la quemerece ser destacada, la sufrida por el cura interinode Valera, nombrado por el dignísimo Obispo de Mé-rida, Dr. Juan Hilario Boset; presbítero, Dr. HenriqueM. Castro, y de la cual extrajimos algunos párrafos tex-tuales expuestos por él mismo. En 1871, llegó a Valera,enviado desde Maracaibo, el general José María Gar-cía, con fuerza armada, con el objetivo de apuntalar elrecién instaurado dominio liberal. Una de las primerasórdenes dictadas por él fue la inmediata prisión del pá-rroco de Valera, cuyo único delito era el de ser conser-vador. La cárcel de Valera -dice el cura- es una casitade tejas de ocho o diez varas de largo, con la anchuracorrespondiente, corredorcito y un patio o solar largo yangosto. Estaba llena de los soldados de García; allíme pusieron en calidad de preso, confundido con la sol-dadesca. En ese cuartel mandaba un oficial de apellidoVarón López, dominicano, el hombre más bárbaro ybrutal que he visto en mi vida (...) cuerpo de mono, ojosespantados, nariz prolongada y abierta, con una capade dril cuarteado de diferentes colores, botines llanerosde cuero peludo, espuelas, sombrero de caña, y un zu-rriago en la mano que nunca abandonaba. Por fortuna,

tal hombre no era venezolano, porque mi patria, muydesgraciada con algunos de sus gobernantes, no haproducido hombres tan bajos, viles y perversos comoVarón López". El Padre Castro estuvo preso dos días,durante los cuales soportó las groserías y molestias deVarón López, llegando, incluso, a azotarlo con un látigo,delante de los soldados; pero, gracias a los esfuerzosrealizados por el señor José del Rosario Briceño y lacomunidad valerana en general, logró salir en libertad.Resultado, negativo, de los enfrentamientos entre libe-rales y conservadores en el estado Trujillo fue la des-trucción de los archivos donde estaban asentados losregistros sobre erección de parroquias y modificacionessobre división territorial del Cantón o Departamentodesde 1830…30" Eran días aciagos para todos los que tuvieran alguna

pertenencia. Candelaria y sus hijas fueron despojadas dela mitad de sus posesiones, mientras que a cuñado AntonioMartin estaba en la lista de sospechosos.

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El tiempo era de confrontaciones y en medio de losplatanales, la vanidosa luna juega a colarse tímidamente.Desde lejos, y cuando la espesa niebla lo permite, se divisanlos viejos caserones de amplios tapiales y techos de palmareal que oponen resistencia a los frescos ventisqueros pro-venientes del páramo. Sólo se escuchan los nocturnos can-tos de los insectos y otros animales que se mezclan con laspisadas de las mulas, al paso por aquellos charcales; no

obstante, en esta fría noche de diciembre, nadie se asomaal paso del jinete.

El llano de San José luce solitario y el hombre que via-

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ja sobre una recia mula, se protege con una ruana de lanade oveja y resguarda su cabeza del mal tiempo con un am-plio sombrero negro aplastado en la copa y de alas anchas.Sus botas altas, embarrialadas con el fango amasado porla lluvia caída aquella tarde, se aferran a los estribos de lavieja montura. Lleva rato que no desmonta para descansar,sólo se concentra en el eco de las piedras del camino y lasganas de llegar a casa donde le aguarda su compañera ysus seis herederos.

Era miércoles, sólo se escuchan los ruidos que pene-tran desde la lejanía, son los errantes misterios del camino,que no logran sacarlo de su cavilar para traerlo al presente.Todo se silenciaba en las oscuridades del pensar. Había ca-balgado casi todo el día, mientras viene bordeando el arroyoaguas abajo. Su mula era blanca. Iba sosegado, pero su co-razón y pensamientos estaban activados en un duro marti-llar. Andaba armado de un revólver con cinco balaspreventivas y un cuchillo que se asegura al cinto.

Más temprano, al pasar por Mendoza se había trope-zado con su compadre Alberto y por ello entrelazaron unhablar de cosas viejas, mientras se tomaban algunos tragosde aguardiente zanjonero. Eran compadres de corazón, a lausanza antigua del compadrazgo, de esa que crea deberessagrados para ser cumplidos por el hombre de honor y de

palabra. Bien recordaban los dos, lo peligroso que estabala situación en la región. Comentaron sobre el asesinato desu amigo Fidel, los abusos en contra de su cuñada y decómo el padre Castro tuvo que huir a Mérida. Los dos com-padres tuvieron diferentes y encontradas opiniones sobrelos hechos, y sin dar el brazo a torcer ninguno de los dos,aunque se guardaban mucho respeto. No se hablo más deltema. Comieron algo y se despidieron como hermanos, conun fuerte abrazo.

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-Compadre, le dijo mirándolo a los ojos, ¡A Dios enco-miendo sus pasos!

Se despidieron, pues, como siempre, tan amigos, tanhermanos. El trashumante, montó en su mula y tomó elrumbo de Agua Clara. Al paso marchoso de su mula, ganódistancia, siempre con el rumbo de San José.

Los cuentos del compadre lo pusieron meditativo.Desde la muerte de su hermano lo habían amenazado ydesde entonces andaba muy prudente y armado. La imagendel finado Fidel se paseaba por su mente. Lo había conocidobastante y el comentario de que lo mataron unos recolec-tores de bestias al confundirlo con un animal, no lo creyójamás. Le acompañó en su entierro en el cementerio de Va-lera, al que temía ir, después que en 1853 mal sepultarona un doctor de apellido Correa, quien murió de fiebre ama-rilla, y luego su fosa apareció descubierta, propagándoseaquella peste que mata a muchos valeranos quienes tuvie-ron que emigrar a Carvajal, Escuque, Mendoza y otros pue-

blos vecinos, huyendole así al temible vómito prieto31. Esa noche estaba comenzado a templar el frío. El

rumor del Bomboy le acompañó durante un rato, aunqueuna angustia le recorría el cuerpo, mientras arrastraba auna de sus mulas, cargada de provisiones. Aquella nochelluviosa, era un viajero solitario, cabalgando a paso mode-rado. Recordó de pronto a su hermano José María y eltrance que estaba pasando su familia. Era una noche derecuerdos. Un lejano ladrido de perros, lo sacó de sus cavi-laciones y lo puso a la expectativa.

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En el horizonte sólo se vieron los platanales y una luzmortecina que salía de su lejana casa. Un susto le recorríael cuerpo desde hacía rato. Apresuró entonces el paso delos animales para llegar rápido. La brisa se volvió más fríay la niebla por consiguiente más espesa. No era hombre deasustarse, pero aquella noche era diferente y se santiguó,como buen creyente.

En medio de la ventisca paramera sudaba frío y se leresecaron sus labios. Los animales resistiéronse a ir másde prisa. En medio de aquel valle del silencio escucha vocesirreconocibles y hasta creyó oír a su desaparecido padre.

Un candelazo que espanta a una pajarera sale deentre los platanales, y de seguidas otro grito agudo se oyócon mustia claridad en todo lo amplio del llano.

Sobresaltada y temerosa, Mercedes como por instintobrincó de su cama al escuchar el estruendoso tiro.

¡Habían asesinado cobardemente y con alevosía, a An-tonio Martín, el último bastión de los Espinosas!32.

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La ventana

delDiablo

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Yo no hablo del principio y del fin. Jamás hubo otro principio que el de ahora, ni más juventud o vejez que las de ahora,

Y nunca habrá otra perfección que la de ahora,

ni más cielo o infierno que éstos de ahora.

Hojas de hierbaWalt Whitman

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ño tras año, llegaron familias a plantarse con casay todo en la vetusta Agua Clara, donde las moradasse veían ya algo añejas, con tejados cubiertos debarba e' viejo por el tiempo transcurrido desde sucimentación. Tapias grisáceas aun cuando origina-

riamente fueron blanqueadas con cal, anchas puertas decalle, tachonadas con grandes clavos a cuyos lados se ha-llaban las ventanas por donde se colaba la luz y sobre todoescuchar lo que pasaba en la calle.

En el interior de aquellos caserones de patio central,alrededor se hallaban los amplios corredores sostenidos porpilares de madera. En las noches era costumbre colocarsobre la puerta de la calle, pequeños faroles con cabos devela de cera calculados para que durasen, cuando máshasta las ocho de la noche.

En una de estas casas vivía María de la Paz quien sehabía quedado para "vestir santos". Era una mujer de me-diana estatura, cara redonda, pelo negro y ensortijado, conla piel marmoleada de tanto tomar vinagre. El quehacer delas mujeres era agobiante, sin embargo ella sacaba tiempopara dedicarse con intensidad a las labores del cuidado dela capilla, más que de su casona de dos plantas.

En la sala de su casa, cubierto con unas sabanas deflores, tenía un pesebre que armó en una navidad y quejamás volvió a desmontar. Cada tarde, disfrutaba curiose-ando por la ventana, para ver todo cuanto pasaba en lascercanías de su casa, otras visitaba a sus hermanas Fran-

a

cisca Paula y María Antonia con quienes pasaba horas en-teras en un cuchicheo que en la mayoría de las veces, sereducía a los cuentos de conocidos y forasteros que a diariotransitaban por aquel camino que iba y venía desde Valera,sin olvidar pasar de vez en cuando por casa de María delCarmen, la hermana casada y con hijos.

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Las hermanas, en sus diarias pláticas luego de rezar"el evangelio de los pobres" a las tres de la tarde, como leshabía enseñado su taita José María, por la devoción ma-riana que este profesó, la cual consistía en corear el SantoRosario compuesto por los momentos más importantes dela vida de Jesús acompañado de la Virgen María, se dedi-caban a su diaria pasión de "pegar la hebra" sobre lo divinoy lo humano, como sempiternas solteronas.

En aquel apacible rincón del valle del Bomboy, se ve-getaba en una sociedad de índole patriarcal, integrada porel padre, la esposa, los hijos varones y las hijas solteras.Cuando alguno de ellos se casaba, era costumbre que losrecién enlazados, fijaran residencia muy cerca de la casapaterna y se mostraran de acuerdo con la autoridad delpadre de la mujer. Los jefes de las familias eran los hom-bres, sobre todo los más viejos. En ausencia del marido, laesposa asumía el mandato. Al morir José María, Candelariase ocupó de los asuntos de la familia y la guía de las hijassolteras.

Cierta tarde María de la Paz, mientras zurcía unosvestidos, escuchó a lo lejos unos cantos ante lo cual, cu-

riosa como era, no pudo resistir la tentación de mirar porsu ventana para precisar donde se originaban. Las vocesvenían como de los parajes de El Cucharito. Aquella tardesus hermanas se marcharon temprano y los esclavos esta-ban atareados en las labores de la finca, estaba íngrima.Asomada tímidamente en su ventana, la intriga iba en au-mento, escuchaba los coros cada vez más cerca y aún nodistinguía a los cantores. Eran pasadas las seis y comen-zaba a ensombrecer, cuando por fin divisó a un grupo depersonas, cada uno con un hacho en la mano, los pasoseran lentos y los cantos eran armónicos… era como unaprocesión de religiosos.

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La claridad llenó la calle merced a las luces de la hi-lera de personas que la integraban, todas vestidas de negro.No reconoció a nadie porque llevaban la cabeza cubiertacon capuchas, lo que la llevo a pensar que podían ser unospenitentes venidos desde Mendoza, pagando alguna pro-mesa. Lo raro del asunto era que no llevaban ninguna ima-gen religiosa, ni estandarte de ninguna congregación.Pasaron por su frente con rumbo a Valera sin detenerse.Uno de los últimos se salió de la procesión y se dirigió haciaella. La saludó atentamente y le pidió, como favor especial,le guardara el hacho que llevaba, porque no podía conti-nuar en la peregrinación, pero que a la semana siguiente,el mismo día y a la misma hora, pasaría a buscarlo. Maríade la Paz lo tomó en sus manos, lo apagó, lo guardó cuida-dosamente en un baúl y cerro su ventana, aun cuando la

curiosidad la desveló el resto de la noche.Al siguiente día, no podía quitarse de su mente la ex-

traña romería de la noche anterior y antes de salir a comen-tarla con sus hermanas, quiso echarle una miradita a laencomienda. Al abrir el baúl... casi se cae muerta, en lugarde encontrar el hacho solo halló la canilla de un muerto.

Pasó el día enferma de los nervios. Repetía la historiacon vehemencia y detalles a sus hermanas y les asegurabahaber visto pasar mucha gente frente a su ventana, mien-tras sorbía una toma de malojillo para calmar aquella an-gustia. Después de razonar el asunto, sus hermanasllegaron a la conclusión de no haber visto, ni oído nada ypor lo tanto lo que desajustaba a María de la Paz, debía serun asunto que no era de este mundo.

Luego de rezar con más fe que nunca aquella tarde,las compenetradas solteronas se fueron a la casa de la her-mana casada para contarle lo sucedido. María del Carmenen su lecho de enferma, escucho con atención la escalo-friante historia y le recomendó tener cuidado, pues con esascosas no se jugaba y les dijo:

--¡María de la Paz, debes entregar esa canilla, que esde un muerto!.

El tiempo pasaba casi volando y el día fijado para lacita se acercaba. María de la Paz, perdió el sueño, el apetitoy se puso jipata. Una mañana, doña Antonia Leal, rezan-dera y partera del pueblo, la visitó mientras aseaba la ca-pilla. Enterada del encuentro que iba a sostener, le aconsejó

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que si iba a esperar al desconocido encubierto, por tratarsede algo del más allá, lo mejor era hacerse acompañar de unniño de brazos, pues la inocencia del crío aleja y protege decualquier peligro que pudiera presentarse.

Por fin llegó el día fijado y las primeras horas de lanoche sin que apareciera nadie. A medida que avanzaba laoscurana creyó que no se presentaría el dueño del hacho ode la canilla, pero a las nueve en punto escuchó que toca-ban tres veces en su ventana. Tambaleandose y con la pielde gallina se acercó para quitarle "la tranca" que ajustabala ventana, siempre con el infante en sus brazos.

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Al abrirla se encontró con el hombre, ataviado con lamisma vestimenta, y ahora como estaba más claro podíamirarle la cara, se fijo en sus enormes ojos de donde pare-cía saltarle candela. El visitante olía a azufre y se aferrabacon fuerza a los barrotes de la ventana, vociferando pala-bras que ella no entendía. María de la Paz, repetía el Padre-nuestro en voz alta y se amparaba tras el niño que berreabadesesperadamente. El llanto de la criatura desesperó al he-diondo visitante. Al notar esta debilidad, María de la Paz,sacó fuerzas de donde no tenía y le arrojó con furia la cani-lla, estrellándosela en el pecho al oscuro visitante, mientrastrataba de calmar el llanto del inocente.

Esta acción sorprendió al propio demonio, quien en-furecido con voz satánica le gritó:

--Te salvas esta vez por el niño que tienes en los bra-zos, sentenció mientras se alejaba repitiendo maldiciones.

Al clarear el día fue a reunirse con sus hermanas paracontarles como había vencido al demonio, encontrándosecon la noticia que esa misma noche había muerto su her-mana María del Carmen33.

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Caminosy

Estigmas

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Visto de cerca, nadie es normal.

Caetano Veloso

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or aquí pasaron remolinos de gente poseídas por lafiebre de los metales preciosos. Este llano fue lugarde paso y sólo eso, hasta que los Escuqueyes, lodescubrieron como lugar de estar. Sería como a principios de 1889, María de La Paz

caminaba a paso lento, sin impaciencia a encon-trarse con aquel hombre, para finiquitar lo concerniente ala partición de bienes dejados por su finada hermana Maríadel Carmen34.

El valle estaba cundió de buenos leguleyos y ella habíaescogido de entre todos a un tal Antonio Briceño, por aque-llo de la fama del apellido Briceño, que aunque no tenía nin-guna vinculación con el famoso Don Antonio, "El Abogado"ni con su hijo "el diablo", llevaba el mismo apellido y estoera una ventaja.

El patriarca Don Antonio "El Abogado", atendía a cual-quier hora del día ya que era el primer jurista conocido porestos lares. Personificó dignamente la sabiduría de San Ivo,el mismísimo cura francés defensor de la justicia sin dis-tingo de personas por amor a Cristo. El Dr. Antonio NicolásBriceño Quintero, hizo de esta profesión un apostolado aldefender con pasión las causas de los huérfanos, viudas ypobres, acogiendo en su casa a esos mismos desfavoreci-dos. El Dr. Briceño Quintero era el máximo líder de aquellapléyade de lumbreras de abogados. Fue hábil hombre denegocios. Caballero de mente clara, persuasivo y excelenteorador. Era dueño de varias fincas y uno de los hombres

p

más ricos de la región trujillana, vivió casi siempre en Men-doza, donde nacieron todos sus hijos. Este ilustre ciuda-dano, nacido en 1736 en Mendoza alta, tuvo bajo sudirección el censo de Trujillo en 1786, relatando los cronis-tas de la época que en 1801 estuvo ligado a la fundaciónde Motatán.

Don Antonio, como se le conocía, fue Alcalde Ordina-rio de Trujillo en 1767, además de Administrador de la RealHacienda y Apoderado del Convento de Monjas "Regina An-gelorum" de Trujillo; se opuso con fuerza a la insurrecciónde los Comuneros del Socorro, en 1781 liderados por Ber-beo y José Antonio Galán, uno de los primeros movimientosindependentistas que treinta años después culminaría conéxito35.

Aquella intervención en contra de los Comuneros enel pie de monte andino, lo atormentó el resto de su vida yaún días antes de morir, como si protestara contra aquellaactuación, hizo acudir a su lecho de agonizante, a variaspersonalidades, entre ellas al licenciado Manuel AntonioValcalcer y Pimentel, Alcalde Ordinario de Primera Eleccióny a Don Francisco Antonio de La Bastida Briceño, Regidory Alcalde Provincial, para que estos dos atestiguaran en sucalidad de Capitán de Milicias de Infantería del Batallón deBlancos de Caracas, con que el Rey lo había premiado porsus servicios. El apellido Briceño se inmortalizo, cuandosus hijos Pedro Fermín y Antonio Nicolás (alias el Diablo)también se convirtieron en abogados.

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La muerte de María del Carmen, devastó a María dela Paz. Era la hermana mayor y desde siempre fueron muyunidas. La mañana que se presentó al despacho del JefeCivil, don Pompeyo Salinas para notificarle su defunción,fue uno de los días más triste de su vida. Parecía estar con-denada no sólo a ser solterona sino también a un lutoeterno.

Desde entonces comenzó a arrugarse rápidamente. Lasoledad y la tristeza eran sus permanentes compañeras.Con un negro velo que le cubría la cara, pasaba horas en-teras frente a su ventana, a través de la cual vio transitar anotables vecinos de villas cercanas. Por los caminos de estabucólica comarca transitaron entre otros el doctor DomingoAntonio Briceño y Briceño, a quien apodaban "el negro", pe-núltimo hijo de Antonio Nicolás Briceño de Toro Quintero,figura eminente en el foro y excelente orador, a quien se leatribuye la redacción en 1808 de un documento manus-crito, subversivo, que apareció pegado en una esquina dela Administración de Correos, en Maracaibo, dando cuentade los sucesos ocurridos en España con la marcha de lastropas napoleónicas y la situación de impotencia de la mo-narquía española.

Por aquellos días acompañaba al Dr. Cristóbal Hur-tado de Mendoza y Montilla, su pariente, en actividades se-diciosas cayendo preso. Luego continuó conspirandollegando a ser miembro prominente de aquella sociedadclandestina llamada "Escuela de Cristo", que fraguó en Ma-

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racaibo la conspiración de 1812, fracasada lamentable-mente por una delación. Esta estirpe patriótica, fue here-dada por su hijo el ilustre Don José "Pepe" BriceñoCarmona, miembro fundador de la Academia Nacional dela Historia36.

Otro insigne transeúnte de este sendero fue don In-dalecio Briceño, quien guerreó al lado del General Páez ydel cual se cuentan numerosas leyendas. Con el transcurrirde los años, algunas voces de este paso nos relatan la lle-gada en 1801 de las primeras matas de café al valle, arriboque fue atribuido a Don Francisco Antonio de La BastidaBriceño, quien las trajo desde Chacao, aunque se decía queen las fincas del Dr. Antonio Nicolás Briceño Quintero yaexistían desde mucho antes.

Por este camino también peregrinó el respetable ju-rista Ricardo Labastida, muchas veces acompañado de suhermano uterino, el hombre del "verbo de oro" General Ma-nuel María Carrasquero. El Dr. Ricardo Labastidas Veten-court, algunos años después cayó preso en Trujillo, cuandoenfrentó a las huestes del coronel Venancio Pulgar. El presidente Guzmán Blanco ordena enviarlo al Castillo dePuerto Cabello de donde sale confinado, anciano y enfermohacia Betijoque donde muere en 1876 37.

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Otros recurrentes de este polvoriento atajo fueronArístides Labastida, graduado de médico con honores enParís y el jurisconsulto don Toribio Briceño quien tenía unahermosa finca entre Agua Clara y la hacienda de San José,

la cual era conocida como "Lucibrice" palabra que se derivade luz y brisa, o bien de Lucia y Briceño, nombre de la es-posa y apellido de este abogado. Todos nacidos en la vecinavilla de Mendoza 38.

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Contaba María de la Paz, haber escuchado que haciafinales de 1822, andubo por estos caminos reales el perio-dista norteamericano William Duanes en compañía de suhija Isabel y su hijastro Richard Bache. Soplaban aires deguerra y todos en el valle sentían miedo. Iban con rumbo aBogota y al llegar a la ranchería de Valera, asentó en sucuaderno de viaje:

"Al descender a la llanura (venía desde Sabana Larga),pasamos por la Hacienda de La Plata, que había per-tenecido a un opulento propietario realista. He vistomuy pocas plantaciones que mostraran tan clara evi-dencia de la riqueza de su antiguo dueño como estafinca; y aunque se advierte que va camino de una ruinatotal, todavía despierta admiración dentro de su actualdecadencia. Después de placentera marcha, llegamosa una aldea llamada Valera, que tendría unas treintacasas diseminadas en terreno llano… 39" Por este camino de recuas también pasó un trotamun-

dos nacido en Lugo, una de las regiones italianas bajo latutela papal. La historia le recuerda por ser el creador delos primeros mapas de nuestro país. Este viajero incansableera Agustin Codazzi, quien sirvió valientemente a la causalibertadora bajo las órdenes del aguerrido Páez.

En 1837 al llegar a este llano y remontando el cerroSan Martín, este "hacedor de mapas" se encontró con la na-ciente Valera describiéndola así:

"como un núcleo poblado de importancia, con 350 vi-viendas de techo pajizo y ninguna casa de balcón. Lapoblación era de 1.300 habitantes 40”.

Este mismo camino lo llevó rumbo a Colombia, dondeemprendería este ingeniero, geógrafo y militar italiano, ellevantamiento de las cartas geográficas de un naciente país,plasmando en ellas un exhaustivo registro de cada una delas regiones que lo componían, poniendo especial énfasisen las características físicas de los pobladores, sus activi-dades económicas, los recursos naturales y el paisaje.

Aquella casa se sentía vacía después de la muerte deMaría del Carmen y eso de los asuntos legales no le agra-daba para nada a María de la Paz, sobre todo si eran de lafamilia. Seguro que eso traería disgustos, pero ella confiabaplenamente en su apoderado. El apellido Briceño en mate-ria legal era sinónimo de éxito así no fuera descendiente dedon Antonio. Por otra parte los Briceños eran los amos yseñores de casi todo. Uno de los más distinguido represen-tante de aquel linaje, nieto del patriarca Don Antonio, JoséBriceño Carmona, escribió en 1884 una célebre carta a suprimo el sacerdote Manuel Antonio Briceño, rememorandosucesos y acontecimientos públicos ingratos para él y lossuyos decía que sobre ellos pesaba algún enojo de los dio-

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ses lo que él llamaba el estigma de los Briceño:

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..Señor Presbítero Doctor Manuel Antonio BriceñoSu casa, julio 18 de 1884.Querido Manuel Antonio-

Cuando en días pasados espontáneamente y bonda-dosamente me dijiste, que había la consideración delmal estado en que se hallaban nuestros hospitales, teproponías a hablar a nuestro amigo el Gral. Crespo, so-licitando para mí el nombramiento de Inspector generalde ellos, a fin de mejorar la suerte de los infelices en-fermos.No quise entonces rechazar, ni aun objetar, tu candi-dato para aquel destino; recordándote siquiera mi que-brantada salud y avanzada edad, ni mucho menos,indicarte esa inexplicable enemiga que persigue nues-tro nombre ( y permíteme la jactancia) a pesar de sulimpieza y lustre. Y si no óyeme: D. Sancho Briceño fueel progenitor de la familia de este apellido en la ciudadde Tru., de la República de Venezuela. Persona quecuenta, insinuante y de gran capacidad, escribe Baraltque era: (Historia Antigua de Venezuela pág. 195) másal mencionarle dice el mismo, sin embargo, que a prin-cipios del siglo XVI se envió a la corte de España un talSancho Briceño; y tú sabes que el vocablo un tal, segúnla Academia, indica desprecio. Primer estigma.

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Pues bien desde D. Sancho Briceño, primer Alcalde quefue de Venezuela, hasta nosotros ¡pobrecitos! Sus des-cendientes; nos vienen estigmatizando .A mi abuelo elDr. D. Antonio Nicolás Briceño del Toro, que en el sigloXVII impide que la revolución de los Comuneros invadaa Venezuela, salvándola de sus horrores; recompen-sándolo el Rey de España con un despacho de Capitánveterano, por sus distinguidos servicios; a él, que pre-tendía con justo título y ejecutorias, el nombramientode "Abogado de los Reales Consejos".

Al Gral. Pedro Briceño Méndez sobrino del Libertador(por haberse casado con su sobrina) y su secretario pri-vado, le apellidan el traidor e ingrato porque adoptó laRevolución de las Reformas en 1835-El Dr. Antonio N.Briceño Toro y el Gral. Pedro Briceño Méndez, ambosfueron estigmatizados, el primero con un título de capi-tán de ejército y el segundo insultado, ¡reposan sus ce-nizas en tierra extraña!

Un hijo de aquel, el famoso Anto. Nicolás Briceño, pri-mer mártir de nuestra Independencia, el fogoso consti-tuyente de 1812, en el primer Congreso de laRepública, derrama su sangre en el patíbulo; los histo-riadores patrios le apellidan asesino porque declaró laguerra a muerte.-A Bolívar le llaman El Salvador de laPatria porque en el mismo año declarar la guerra sin

cuartel, y el mismo día que fusilaban a Briceño en laciudad de Barinas--¡Estigma!

Su hermano Dr. Domingo Briceño y Briceño, el Liberta-dor de Maracaibo, al que mantuvieron los Españoles enel Castillo de San Carlos, con una barra de grillos, du-rante siete años; encuéntralo el Libertador en Cúcuta,donde ocupaba una silla en el primer Congreso de Co-lombia, (Blanco y Azpurúa, tomo VII, pág. 19) y en re-compensa de muchos señalamientos le nombraAdministrador general de tabacos de la Provincia deCaracas; mientras que a sus compañeros Yanes, Na-varrete, Urbaneja, etc., les concede empleos y ademáshaberes militares, provenientes de bienes de españolesconfiscados. Aquellos legaron fortunas a sus familias;mi padre, tú lo sabes, nacido opulento, fue enterradopor sus hijos; porque su fortuna la perdió en la guerramagna, y los Representantes de un Congreso de Vene-zuela, le negaron una pobre pensión que solicitaba ensu achacosa ancianidad. ¡Estigma!

El Gral. Guzmán Blanco nombra Redactor de Códigos,y por pequeñas y lamentables rencillas, olvida el nom-bre del Dr. Mariano Briceño, que tenía ya escrito el Có-digo Civil completo. El Gral. Guzmán, sin embargo,presidiendo el entierro de briceño, exclamaba: "el Dr.Mariano Briceño era un hombre ejemplar". ¡Estigma!

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Todo el mundo sabe que cuando dicho Gral. Guzmánreformó, dictatoriamente la Universidad de Venezuela,quedó removido el Dr. José Briceño de su clase, des-pués de treinta años. Los Dres. Urbaneja y Medina,menos antiguos y con menos servicios, gozan hoy do-bles pensiones y gozan de sus clases. ¡Estigma!

Y para finalizar, por ahora: Venezuela, toda sabe concuanto escándalo se hizo el nombramiento de Arzo-bispo de Caracas y Venezuela; cuyo eco resuena, comoes público en la ciudad entera, y ha llegado, según seasegura hasta las gradas del trono pontificio. ¡Estigma!

¿Qué más?... Hay todavía; pero no quiero fastidiarte.¿No he tenido razón para creer que nos persigue unamisteriosa e incompresible estigma?...

Imagínate pues ahora, como no había de confirmar másy más, cuando dejo expuesto, al leer anoche al llegar atu casa, el nombramiento de Alejandro Frías para Ins-pector general de Hospitales nacionales con Bs. 9 000al año! ¿Lo creerás?... Me eché a reír. Y fue porquecuando me hablaste por segunda vez del asunto, y nosé si lo extrañaste, no te respondí una sola palabra;porque creí que tal destino no tendría yo la pena de re-nunciarlo, como hubiera renunciado, porque a los 77años que ya voy a cumplir el quietismo, compañero in-

separable del sepulcro, al más experto y ágil le ponelazos que nada ni nadie puede aflojar.Adiós; dispensa la fastidiosa y larga carta, pero así ytodo, no he querido que lo que ella contiene, lo supierastú conversando-No, Señor: escrito y bien escrito "ad per-petuam rei memoriam".

Tu affm. Amigo y primo.

José de Briceño" 41

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El Patriota

Olvidado

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Los que buscan aventuras no siempre las hallan buenas".

Don Quijote de la ManchaMiguel de Cervantes

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l antiguo testamento, en el libro de Éxodo, nosrelata el pasaje de Noé construyendo el arcaen la que salvó a su familia y a siete parejasde animales del diluvio. Para entonces, el pa-triarca Matusalén acababa de cumplir años ymurió antes de aquel aluvión. Cuando naciósu hijo Henoc, tenía sesenta y cinco años yvolvió a ser papá a la edad de ciento ochentay siete al nacer su otro hijo Lamek.

Luego de esto, vivió Matusalén el notable término desetecientos ochenta y dos años, lo cual suma un total denovecientos sesenta y nueve años. No hay registro de nin-gún ser que haya vivido tanto.

En este paraje andino y cansado de tanto batallar, en-contramos a un viejo guerrero que al no poder recordar conclaridad los hechos de su vida por tener tantos años, susvecinos lo asemejaban al final de su existencia con el añosopatriarca bíblico Matusalén. Era José Trinidad Toro, aquien llamaban afectuosamente "el Patriota del Cucharito".Todos quienes se acercaban a él, tenían la ocasión de es-cuchar de propia fuente su relato de la batalla de Ayucu-cho, donde aseguraba haber sido actor de primera línea.

Una fresca tarde en el alero de su vetusta casa, le na-rraba a un nutrido grupo de curiosos, sus proezas milita-res…

-¡A diablo..! qué hombre tan apretao era el generalSucre- comenzó por decir, mientras se acomodaba en su

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gastado sillón al cual estaba confinado, desde que recibióuna herida en su cadera en la histórica batalla que sellódefinitivamente la libertad del Perú.

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José Trinidad, había nacido en 1785 muy cerca deAgua Clara, en una vieja casona construida por sus taitas.Desde muchacho le gustó el trabajo y a este entregó partede su vida, cultivando la caña en el llano de San José yluego de jornalero sacando panelas en los trapiches cerca-nos. En 1813, cuando El Libertador paso con sus tropaspor estos lares rumbo a Trujillo, no dudó en soltar su es-cardilla y armarse de valor para irse detrás de aquel cen-tauro que cambiaría la historia de este país.

El sol se escondía holgazanamente aquella tarde yJosé Trinidad continuaba su relato;

-Esa fue una cruzada muy dura, todos teníamos losdientes apretaos, pues los del frente eran nueve mil trescien-tos diez hombres, mientras que nuestro ejército formaba sólocinco mil setecientos ochenta patriotas al mando de "Toñito,como lo llamaba mi general Bolívar"43.

-La pelea duro como ocho horas- sentenció a los pre-sentes quienes en silencio escuchaban la historia de unhombre curtido en estas lides y ahora venido a menos enmedio de una gran penuria y soledad.

-Si mal no recuerdo, la cosa fue a principios de diciem-bre del año veinticuatro. Cabalgamos desde la madrugadahasta un sitio llamado el "rincón de los muertos" en mediode la Pampa de la Quinua en Ayacucho.

-Yo andaba con la División Córdoba y estaba inquieto,como si algo me fuera a pasar aquel día, después de habercombatido en tantos lugares.

-En realidad aquella mañana estaba asustao…-Lo que sí recuerdo con claridad y alegría, es que, como

a las cinco de la tarde se rindieron los muy muérganos…José Trinidad Toro, volvió de la magna guerra muy

lastimado y empobrecido, le metieron un plomazo muycerca de la cadera, lo que le impedía moverse con facilidad.

A su regreso, aquel valiente campesino, protagonistade nuestra gesta emancipadora al lado del mariscal AntonioJosé de Sucre, perdió casi todo, apenas le quedó una casadestartalada en El Cucharito, la cual convirtió en la moradadonde reposaría de sus grandes combates. Sobrevivió elresto de sus días, gracias a la misericordia de don LorenzoValero, quien aliviaba sus cargas.

Una fría tarde, en medio de mengua, mientras evo-caba sus incursiones guerreras junto a los curtidos mon-tadores morochucos de Cangallo, cabalgando el recuerdode la epopeya de Ayacucho, se durmió para siempre, luegode haber luchado por 114 años, mientras que en los cerca-nos paramos se escuchaban los lamentos de los soldadosheridos en las cruentas guerrillas pueblerinas por el controldel poder político en Trujillo.

Jamás fue reconocida su valentía, aún cuando pom-posamente en medio de coloridos desfiles y grandes discur-sos, en 1895 los valeranos celebraron por todo lo alto el

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centenario del nacimiento de Antonio José de Sucre y laepopeya de Ayacucho. Olvidaron los organizadores de esteevento, que un hijo de esta villa, estuvo allí y defendió va-lientemente con su vida, los ideales patrios y además fuefiel escudero de lucha del valiente Mariscal, obteniendocomo recompensa solo el olvido, la ruina y el desprecio quelo convirtieron en otro patriota olvidado.

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LosCastigos

Divinos

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Virgen de la bella madre mía, madre del santísimo Dios,

en el medio nomás de un campo grande un viento fuerte me alcanzó, y cuando levanté tu nombre

ahí nomás paró.

Cancionero Quichua SantiagueñoDomingo A. Bravo

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esde su aparición en el cielo, el desespero llegó a laranchería. Pasaban los días de septiembre de 1882 yaquella noche la gente estaba asustada, alborotada.Nadie se había acostado, todos estaban fuera de suscasas mirando la cola de aquella enorme estrella quecruzaba el oscuro firmamento. Amanecieron en las puertas de las casas rezando. Los

vecinos de Agua Clara se juntaron en la capilla de la In-maculada Concepción, cantando letanías y mirando aquellaextraña luz celestial que cada vez parecía brillar más. Latribulación era colectiva, algunos rezaban el rosario, otrosel trisagio, cantaban las letanías a la Virgen, coreaban elAve María e invocaban el Dulce Nombre de Jesús. Unospocos lloraban suplicando misericordia y confesión a gritos.En particular, las de mayor alboroto eran las mujeres, entreellas las hermanas Espinosa y su madre Candelaria.

Después de la muerte de José María, Candelaria pocosalía de su casa. En el primer año de su hermético luto, lasventanas permanecieron atrancadas y solo recibía visitasde gente muy cercana, con quienes lloraba su desconsueloy por ratos permanecía en silencio, observando un viejosombrero del difunto. Tiempo después, retomo el bordadoy algunas otras actividades domesticas. Nunca más saludocon afecto a otro hombre.

En la decadencia de su viudez, sólo se acercaba aotras enlutadas más ancianas que ella, con quienes con-formo la cofradía de las visitantes de los lutos eternos. Era

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una época del culto al difunto, los encierros y el duelo ri-gurosísimo.

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El día de las tribulaciones, en la puerta de su casonaimploró a Dios con mucha fe junto a sus hijas, a las que enmedio de sus plegarias les comentó:

-Mi madre siempre me lo repitió… estas apariciones enel cielo son presagios de que algo muy malo va a pasar…

-Se aproximan hechos que nos traerán mucho dolor,aseguro mientras coreaba el ave maría.

Se refería la viuda Espinosa, a las viejas creencias po-pulares, de que cada vez que aparecía una luz brillante enel firmamento, una maldición la secundaba.

Estas revelaciones nos hablan de hechos trágicos óviolentos en la historia que están relacionados con las apa-riciones de estas señales celestes: la muerte del aguerridoguerrero Agripa (12 A.C.), la destrucción de Jerusalén (66A.C.), el asesinato del emperador Claudio (54 D.C.). Paralos romanos la aparición de un cometa significaba fatalidad;los incas creían que anunciaba la muerte de un rey, comosucediera en los casos de Huayna Cápac y Atahualpa. Paralos aztecas presagiaba el regreso de Quetzalcoatl y el fin desu reino (de hecho, un cometa apareció poco antes de la lle-gada de Cortés a Tenochtitlán y la caída del imperio). Losmayas, por su parte, tenían una visión más amable del cu-rioso fenómeno: creían que la aparición de un cometa pre-sagiaba cambios en las estructuras, una transformación dela conciencia y una evolución en la comprensión de la vida.

Nadie había visto antes nada parecido. Describen al-gunos cronistas que:

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…los cometas, como las visitas de los obispos, eranraras pero sucedían. Como los señores obispos, los co-metas eran vistosos. Al contrario de los obispos, los co-metas eran portadores de calamidades, hambruna,guerra y peste".44

Fueron tres días de rezos y rogativas a la Divinidad.Todos se sentían a merced de la naturaleza en medio deaquel pavor colectivo, donde las invocaciones a Dios eransu único refugio. La extraña luz podía ser vista tanto denoche como de día. Algunos aseguraban que la figura delcometa era tan brillante y fuerte que quedaba marcada enlas hojas de las matas de platanos 45.

El miedo se sentía en cualquier rincón del llano deSan José.

En la morada de las Espinosa en medio del desespero,uno de los peones de la finca se presentó ante doña Cande-laria implorándole permiso para colocar en la puerta de lacasa, unos extraños huevos de gallina cuya cascara era decolor azul oscuro y que traía en sus manos…

-De donde sacó usted esas cosas, sentenció la viudacon asombro al ver el color de aquellos huevos.

-Con todo respeto mi ama, estos son unos regalos deDios- atino a decir el esclavo… los ponen algunas gallinas

únicamente los jueves santos y sirven para espantar cual-quier calamidad… 46

Viendo tanta tribulación a su alrededor y siendo unamujer de la iglesia, Candelaria dudo por un momento, perola situación realmente ameritaba de un milagro.

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Vaya con cuidado y los pone…pero que no lo vean losvecinos para que no crean que estamos haciendo brujerías,dijo con voz temblorosa Candelaria.

Era el temor a morir repentinamente sin los auxiliossacramentales en medio de aquella visita celestial inespe-rada, era miedo a "perder el alma para la eternidad".

Unos años antes, en 1853 el miedo se había apode-rado de los nativos de Valera y sus alrededores. Esta vez laseñal no se produjo en el cielo, estaba en todas partes y ma-taba sin distingo de nada y a cualquiera. Era la fiebre ama-rilla y había aparecido sin avisar.

El relato popular nos lleva a los inicios de abril deaquel año, cuando llegó a Valera, proveniente de Caracasun médico de apellido Correa, quien en su travesía por Ma-racaibo se contagio de fiebre amarilla. Llegó muy enfermoy a los pocos días luego de una lenta agonía, el 16 de esemes murió en casa de Francisco María Maya, quien lo hos-pedo sin saber que el legado de aquel difunto convertiríasu casa en el epicentro de una de las más feroces plagasconocidas.

En pocos días el espectro de la muerte se apodero dela ranchería de Valera y sus alrededores. Todo era luto y

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desconsuelo. Las plegarias a Dios se oían en cada esquina,demandando espantar aquel flagelo del que no se escapa-ron ni ricos ni pobres. Las primeras víctimas fueron la fa-milia Labastidas quienes perdieron a don Vicente, a doñaSocorro y su hijo Obdulio. Las campanas del templo no ce-saban de sonar, era un eco tétrico anunciando cada entie-rro.

En una antigua posesión agrícola del Dr. HilariónUnda, en el camino a Motatán, se improviso un cementeriopara enterrar al Dr. Correa, de quien se dice quedó mal se-pultado, pues sus restos quedaron al descubierto, siendoesto según crónicas de la época factor determinante en laexpansión de este mal.

Los habitantes de esta comarca al ver la mortandadexistente, deciden huir a Carvajal, Escuque, Agua Clara yMendoza, ya que en Betijoque y Trujillo la epidemia tam-bién estaba acabando con sus moradores. Valera quedó de-solada y agonizante.

El cura José María Barroeta, en medio de las rogativasde la ranchería organiza una procesión hasta Sabana Largacomo penitencia de aquella feligresía para sacudirse de loque consideraban un castigo del cielo. Esta romería arrancóbajo un ardiente sol y culminó con un torrencial aguacero.En respuesta a estas suplicas, el destino responde cruel-mente enfermando a más de cuarenta de los asistentes ala caminata, entre ellos el propio sacerdote que fallece díasdespués.

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Esta mortandad se extiende hasta principios del mesde Agosto. La villa estaba desolada, sus moradores huyeronde carrera, abandonando todos sus bienes que luego eranpillados. Crónicas de la época relatan la incineración de ca-dáveres en las calles valeranas al no aparecer deudos paraenterrarlos. Aquella epidemia acabo con la vida social de lanaciente comarca.47

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Corría el año 1888, las hermanas Espinosa se ocupa-ban del comercio de las fincas heredades del patriarca JoséMaría. Un soleado día supervisaban el corte de unos plata-nales, cuando menos pensaban escucharon un fuerte zum-bido y se volvieron para mirar y se encontraron con ungrillero que volaba hacia ellas. Ordenaron a los peones quesacaran los machetes y comenzaran a reventarlos en el aire.Estando en plena faena contra los bichos voladores, se dancuenta que la lluvia de insectos aumenta rápidamente loque los obliga a correr asustados para la casa. El cielo seoscureció de pronto y el ruido que se escuchaba era marti-rizante.

-Cierren las puertas y las ventanas, saquen los esca-pularios y recen con fé, esto es el fin del mundo, gritaba des-esperada María de La Paz a sus hermanas.

Su mamá estaba arrodillada en el patio rezando y leíaen voz alta el pasaje bíblico de las plagas que azotaron aMoises:

"…vendrá plaga de langostas que van a cubrir la fazde la tierra, comiendo lo que el granizo no destruyó…”

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Por la noche, se sentía un sonido como si estuvieralloviendo, era el llanto de las hojas al caer de los árboles ymuchas familias en los patios de sus casas trataban condesesperación de ahuyentar esta plaga, escondiendo susmatas. Armados con ramas y hachones encendidos, inten-taban correrlas de sus propiedades. Muchos animales mu-rieron en medio de aquel atormentador murmullo. Era unespectáculo dantesco. Mangas gigantes de insectos por do-quier, encima de los árboles, en el horizonte, de casa encasa. Al siguiente día todas las matas estaban peladas. Enlos campos no quedó nada porque la langosta se había co-mido todo. Era tanto el hervidero de langostas que había,que los sembradíos de maíz se doblaban al suelo y entoncescomenzó una época de hambruna.

Esta calamidad vio su final al llegar días después unanegra bandada de pájaros negros llamados "chicharrones"que se comieron a esta plaga de saltones48.

Al marcharse la langosta se llevó a los pocos meses elalma de doña Candelaria Espinosa, en medio de la gran de-solación que dejaron estos bichos voladores.

Amaneció de nuevo y con el trasmutar de las especiesuna ventana celestial se abrió para cubrir de nuevo a Jero-mito a pesar de la inútil perdida de los Espinosa, de JoséMaría y Candelaria, que yacen para siempre en la lenguadel pueblo.

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José Domingo Tejeras, Hojas de Analectas, cap. XLVII1Karl Ferdinand Appun, En Los Trópicos, pp. 318 2Ibidem, p 324.3La reconstrucción de la vida social que se relata a continua-4ción está fundamentada en la tradición oral, recogida en lalocalidad de Agua Clara y documentos del Registro Principaldel estado Trujillo y Archivo Diocesano del estado Trujillo.Documentos Relativos a la Visita Pastoral del Obispo Mariano5Martí 1771-1784.Americo Briceño Valero, Geografía del estado Trujillo, p. 3346Luís González, Valera, La Ceiba y La Globalización, p. 227Archivo Histórico Diocesano del estado Trujillo, Sección Go-8bierno EclesiásticoJosé Luis Ochoa Díaz, Horacio Oropeza, Cantor de Velorios,9p.16Carlos Muñoz Oraa, Los Comuneros de Venezuela, Una10Rebelión Popular de Pre Independencia, p.83Rafael Gallegos Celis, Valera Siglo XIX, p. 3911Ibídem, Libro Segundo de Defunciones de Valera 1846-121863, p. 228Datos comunicados por Isabel Paredes, habitante de Agua13Clara y vecina de la iglesia Inmaculada Concepción.Op. cit., p. 3914Ramón Urdaneta Bocanegra, Historia Oculta de Venezuela,15p. 416Dato comunicado por Eduardo Garrido, habitante de Agua16Clara y descendiente de la familia Espinosa.Aportes orales, moradores de la localidad de Agua Clara17Conversaciones con Isabel Paredes, habitante de Agua Clara18

Op. cit, p. 33419Ibídem, p. 32920Op. cit, sección sociales.21Registro Principal del estado Trujillo, Expediente que con-22tiene el inventario, valuos y partición de los bienes quedan-tes por muerte de Antonio Martín Espinosa, año 1878. Tradición oral contada por Pedro José Bracamonte y prac-23ticada en la localidad de Sabana Libre por doña EulogiaAraujoOp. cit., p. 33124Archivo Arquidiocesano de Mérida sección 43, Judiciales25Enrique María Castro, Vida de un Cura Santo, p.1926Este relato está basado en el texto, El Santo Padre Rosario27de Mario Briceño Iragorry, publicado en la obra, Presencia eImagen de Trujillo. 1981. Acota su autor que…" la dramáticaversión de este encuentro del Padre Rosario con el Diablo,la escuché después de haber acogido la que dice que el trán-sito espiritual del sacerdote ocurrió en la ocasión de unagrave enfermedad". Op. cit., p. 10228Op. cit., p.6129Felipe Colmenter, Economía y Política en Trujillo durante el30Guzmancismo, p.77Op. cit., p. 2731Registro Principal del estado Trujillo. Año 1878. Expediente32que contiene el inventario, valuos y partición de los bienesquedantes por muerte de Antonio Martín Espinosa.Registro Principal del estado Trujillo, 1889, Nº 6033Ibídem, 1889, Nº 6034

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Dr. Leopoldo Briceño-Iragorry, Dra. Gabriela Valero Briceño,35Don José de Briceño, Clemente Heimerdinger A, Briceño-Iragorry L, editores. Colección Razetti. Volumen VII. Cara-cas: Editorial Ateproca; 2009.p.127-149. Ibídem, p.127-149. 36Roberto Vetencourt, Tiempo de Caudillos, p.6637Op. cit, p.4038William Duane, Viaje a Colombia en los años 1822-23, Tomo39I, p. 288Op. cit., p. 32640Op. cit.. P.127-14941Op. cit., p.33042Mauricio Vargas Linares, El Mariscal que vivió de prisa, Bo-43gotá 2009Luís González y González, Ciudad en vilo, p.9144Op, cit., p.6445Tradición oral recogida por el autor en Cabimbu Altp en el46Estado TrujilloOp. cit, p.5947Op- cit. p.748

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Pedro Bracamonte [email protected]