Las advocaciones marianas, protectoras de los cautivos · misma que fundara una familia...

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Las advocaciones marianas, protectoras de los cautivos Mª Dolores TORREBLANCA ROLDÁN Universidad de Málaga I. Introducción. II. La Virgen de la Merced. III. La Virgen de los Remedios. IV. La Virgen del Rosario. Advocaciones Marianas de Gloria, San Lorenzo del Escorial 2012, pp. 21-34 ISBN: 978-84-15659-00-6

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Las advocaciones marianas,

protectoras de los cautivos

Mª Dolores TORREBLANCA ROLDÁN Universidad de Málaga

I. Introducción. II. La Virgen de la Merced.

III. La Virgen de los Remedios.

IV. La Virgen del Rosario.

Advocaciones Marianas de Gloria, San Lorenzo del Escorial 2012, pp. 21-34 ISBN: 978-84-15659-00-6

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I. INTRODUCCIÓN

Las advocaciones marianas de la Virgen de la Merced, la Virgen de los Remedios y del Rosario surgen en unas circunstancias históricas muy particulares, sin cuyo conocimiento no sería posible entender la propia iconografía que caracteriza las representaciones de cada una de estas Advocaciones, así como el carácter de Madre Protectora que las define por encima de cualquier otro. Las tres amparan y auxilian a los fieles, a los cautivos, dando consuelo espiritual a unas almas en tormento, favoreciendo las redenciones y, después de ellas, acompañándoles en su recobrada libertad.

El apresamiento y rescate de cautivos cristianos en manos de los musulmanes surgió desde el mismo momento en que ambas religiones pasaron a convivir en un mismo suelo. La presencia musulmana en la Península hizo que, aún en tiempos de paz, se realizaran incursiones a territorio enemigo para apresar a sus habitantes y apoderarse de sus riquezas, debilitando así posiciones, economías y líneas defensivas.

Estas capturas siguieron sucediéndose tras la Reconquista del Reino de Granada y durante toda la Edad Moderna. Sólo que el marco físico cambiaba: ahora es el Mar Mediterráneo su escenario principal. Los temibles corsarios berberiscos cruzan el Estrecho para atacar a la población y reducirla a cautividad con el propósito de desmoralizar al enemigo y enriquecerse con la aprehensión de sus bienes y con el rescate que se pagaría por sus personas1.

Fueron muchos los que un día vieron totalmente alterada su vida, su quehacer cotidiano y su espacio físico durante unos años o para siempre. Al mismo tiempo, su sufrimiento se prolongaba en sus familiares ya que, debido a la estructura social de la época, mujeres e hijos quedaban abandonados a su suerte mientras intentaban todo tipo de negociaciones para conseguir que la vuelta a casa de su ser querido o cabeza de familia fuese lo más rápida posible y sin menoscabo de su integridad física2.

1 BUNES IBARRA, M. A., de, “Las crónicas de cautivos y las vidas ejemplares en el enfrentamiento hispano-musulmán en la Edad Moderna”, en Hispania Sacra (Madrid), 45, 91 (1993) 67 – 82.

2 BUNES IBARRA, M.A., de, y GARCÍA ARENAL, M, Los españoles y el Norte de África, siglos XV-XVIII, Ed. MAPFRE, Madrid 1992.

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Y junto a ellos, la Iglesia y el sentimiento cristiano de una sociedad que se solidarizó a través de las fundaciones de Patronatos, de mandas y limosnas3. Sus más destacados miembros se convirtieron en benefactores, en protectores importantes de tan caritativa causa. Estos filántropos pertenecen tanto a la jerarquía eclesial, a todos sus niveles, como a laicos que ofrecían sus caudales a aquellas personas que disponían de pocos recursos para negociar su libertad ya que los adinerados no solían requerir el apoyo de este tipo de instituciones benéficas.

De ellos, destacaron dos hombres sensibles al problema del cautiverio: Pedro Nolasco y Juan de Mata, fundadores de las Órdenes redentoristas de la Merced y la Trinidad, respectivamente. II. LA VIRGEN DE LA MERCED

San Pedro Nolasco nació el 1 de agosto de 1180 en el barrio barcelonés de los Campos Provenzales. De sus progenitores se conoce que su padre era uno de los próceres de la Provenzana barcelonesa y de su madre se sospecha que pertenecía a la familia Cervellón y que siempre se opuso a la decisión de su hijo.

Desde su infancia se le fue impartiendo una formación adecuada a su destino. Así, en 1187, según lo exigían las Ordenanzas del Cuerpo de Caballeros, entró al servicio de un veterano señor que residía en la corte catalana, para el aprendizaje de sus dos futuras profesiones: Exea y Gran Maestre. Su estancia en Barcelona le hizo conocer las penalidades del cautiverio, pues, diariamente, llegaban a la ciudad los rescatados que contaban sus sufrimientos físicos y espirituales.

En 1195-96 se produce la muerte de su padre y años después, el fallecimiento de su madre. Estas circunstancias marcarán su destino y será cuando emprenda su labor redentora avalada por su propia hacienda.

Según la tradición, en la medianoche del 1 al 2 de agosto de 1218, se le aparece la Virgen María diciéndole que era voluntad de Dios y de Ella misma que fundara una familia religioso-militar, la “Orden de la Virgen de la Merced de la redención de los cautivos”4. El Reverendo fray Nadal Gaver,

3 GONZÁLEZ SÁNCHEZ, V., Archivo de la Catedral de Málaga, Ed. Edinford, Málaga 1998. 4 MOLINA, T. de, Historia general de la Orden de Nuestra Señora de las Mercedes, vol.

I y II, Col. Revista Estudios, Madrid 1973.

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en 1440, extendió la visión al dominico Raimundo de Peñafiel y a Jaime I el Conquistador, pero tal hecho no aparece constatado históricamente5. Sin embargo, oficialmente el 10 de agosto de 1218 nace la Orden de Nuestra Señora de la Merced6.

Esta nueva institución nacía con el título de “Orden de Santa María de la Merced para la redención de cautivos”. Se adoptó el nombre de “merced”, utilizado indistintamente en singular o plural porque, según el romance medieval, significa “misericordia con los cautivos” y ése era el propósito esencial de la nueva Orden. Por su devoción a la Virgen, sus religiosos, los mercedarios, tomaron como vestimenta el hábito blanco, símbolo de la Concepción Inmaculada de María.

Aunque la primera imagen de la Merced, diseñada por San Pedro Nolasco y hoy patrona de Barcelona, es una Virgen sedente con el Niño, durante los dos primeros siglos de la Orden, se la representó sin Niño Jesús. En otras representaciones posteriores, volvería a portar sobre un brazo a su Hijo, mientras que en el otro sostenía unas cadenas, símbolo del cautiverio así como el escapulario de la Orden de la Merced. En cambio, a partir del siglo XVI la imagen pictórica más generalizada nos muestra a la Virgen con un gran manto sobre sus hombros, cubierta con el hábito de la Orden de la Merced, que al extender sus brazos forma una capa protectora bajo la que se resguardan los cautivos.

La nueva Orden iba a introducir tres aspectos diferentes en la tarea de la redención7:

A.- El rescate de cautivos en tierra de moros era minuciosamente preparado. Así, se estudiaban uno a uno los casos presentados, según el caudal del que se disponía, escogiendo siempre a aquellos que se encontrasen en una pésima situación. Tras esta selección se llevaban a cabo los trámites necesarios que solían concluir felizmente, aunque a veces surgieran problemas inesperados con la libertad del cautivado. Pero cuando el caudal era insuficiente para cubrir casos extremadamente urgentes se ponía en práctica el Cuarto Voto: el mercedario trocaba su libertad a cambio de un cautivo en peligro hasta el momento en que se hiciera efectivo el rescate.

5 GUEDE Y FERNÁNDEZ, L., La Merced, Málaga 1977, p. 20. 6 TORREBLANCA ROLDÁN, Mª D., “La devoción a la Virgen de la Merced en la

redención de cautivos malagueños (siglo XVIII)”, en Congreso de religiosidad popular en Andalucía, Ayuntamiento de Cabra, 1994, pp. 333-340.

7 TORREBLANCA ROLDÁN, Mª D., La redención de cautivos en la Diócesis de Málaga durante los Tiempos Modernos, Obra Social y Cultural Cajasur, Córdoba 2008.

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B.- Se establece como norma primordial que los padres mercedarios vayan a redimir por parejas.

C.- La Orden cuenta con tres medios nuevos y más eficaces para recoger

limosnas: las Cofradías, la contrata o territorio señalado a cada convento para ejercer en él su actividad y la peregrinación de los cautivos liberados por los pueblos para estimular el sentimiento de la caridad8.

Poco a poco, la Orden de la Merced fue propagándose por todo el mundo

cumpliendo siempre sus fines redentores. III. LA VIRGEN DE LOS REMEDIOS

La Orden de la Santísima Trinidad nació el 17 de diciembre de 1198 de manos de San Juan de Mata. Este nació en Provenza, lugar habitual de incursiones de infieles puesto que las naves que viajaban hasta Tierra Santa iban cargadas de personas y riquezas y, además, sus islas y caletas proporcionaban a los asaltantes un escondite rápido y seguro. También, en su tierra, se empapó del amor al misterio trinitario, que invadía a toda la Cristiandad del momento. Hizo sus primeros estudios en el mismo condado de Provenza y, después, fue a las escuelas generales de París, hasta alcanzar el título de maestro y teólogo.

A primeros de mayo de 1198 solicitaba el apoyo del Papa Inocencio III para la liberación “de los que armados con la señal de la cruz -cruzados- son apresados por los paganos y gimen bajo el yugo de la bárbara cautividad”9.

La Orden fundada por el hermano Juan se llamó primero sólo “Orden de la Santa Trinidad”. Posteriormente, con el comienzo de las redenciones, se le fue añadiendo al título original de la Orden de la Santa Trinidad el de Orden de la Redención de cautivos, usándose conjuntamente o por separado10.

En cierta ocasión, no teniendo San Juan de Mata el dinero necesario para rescatar a unos cautivos, recibió de la Virgen de los Remedios una bolsa llena de oro. En recuerdo a esa actitud de socorro de María, los trinitarios

8 GUEDE Y FERNÁNDEZ, L., Un hombre, un ideal, una epopeya (San Pedro Nolasco), Real Monasterio de El Puig, Valencia 1986, p. 92.

9 LLONA REMENTERÍA, G., Fundador y redentor Juan de Mata, Secretariado trinitario, Salamanca 1994, p. 119.

10 VIZCARGÜENAGA, I., “Los orígenes de la Orden Trinitaria”, Actas del I Encuentro Trinitario – Mercedarios, Madrid 1988, pp. 8-35.

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propagaron la imagen de Nuestra Señora de los Remedios, representada, algunas veces, entregando a los miembros de la Orden una bolsa de dinero. La advocación de la Virgen se manifestó espontáneamente ante la necesidad de auxilio, socorro y remedio que los fieles imploraban a la Madre de Dios para que socorriera y atendiera las aflicciones del género humano: remedio para el cautivo, remedio para el afligido, remedio para los enfermos, remedio para los delincuentes11.

La dureza del cautiverio iba a depender mucho del valor que se asignase a cada cautivo. Para determinar éste, se ponía especial atención en las manos del cautivado puesto que aquellos que tenían unas manos bien cuidadas podían ser personajes con medios suficientes para pagar un elevado precio. Sin embargo, los cautivos más solicitados eran los artesanos especializados en los diversos oficios por la falta que había de ellos en Argel. Los que no sabían ningún oficio eran empleados en los trabajos más duros y rudimentarios. Por lo que respecta a las mujeres, las más jóvenes y hermosas eran elegidas como concubinas mientras que las demás se encargaban de los trabajos domésticos. A los niños se les circuncidaba y se les enseñaba la fe mahometana. A los jóvenes, si eran bellos, se les introducía en la sodomía y si no se les preparaba como soldados.

Por lo general, eran más respetados que los cristianos libres porque cualquier daño físico ocasionado al cautivo hacía disminuir el valor de su rescate. Incluso, muchas veces, si el castigo efectuado al cautivo era muy severo, sus dueños intentaban ocultarlo ya que podían perderlos por decreto de la Justicia. La ración de comida diaria se reducía a tres pequeños panes; y para dormir les daban un reducido colchón y una manta de lana12.

Sin embargo, también había cautivos muy satisfechos de su situación y que no hacían nada por conseguir su rescate. Éstos, enriquecidos en ciertos negocios, compraban el derecho de ser cautivos por largo tiempo o por toda la vida. Algunos llegaban a concertar con su señor el precio de su rescate, sin satisfacerlo jamás. Se contentaban con entregarle una pequeña cantidad. De este modo, el dueño ya no podía venderlos y los cautivos no podían perder su carácter de tales. Además pagaban a sus patronos para poder trabajar por su cuenta.

11 REDER GADOW, M., “La advocación de la Virgen de los Remedios en Málaga”,

Actas del Congreso Nacional sobre la advocación de Nuestra Señora de los Remedios. Historia y Arte, Córdoba 1995, pp. 93-110.

12 Archivo Catedral de Málaga (A.C.M.), Legajo 219, nº 5.

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Algunos, incluso, renegaban de su fe13. Estos renegados solían ser, en su mayoría, de origen humilde, los cuales podían llegar a desfallecer ante las pocas posibilidades de volver a casa, debido a que la falta de medios económicos de sus familias les hacía depender de la ayuda de los Patronatos para conseguir el rescate del infortunado. Pero no es sólo la desesperanza de no poder ser rescatado lo que llevaba a algunos cautivos a renegar. Como bien afirma Emilio Sola en su obra Un Mediterráneo de piratas: corsarios, renegados y cautivos, el linaje del pícaro y el del renegado solían ir parejos ya que el cautivo renegaría por conseguir su libertad o por aumentar su fortuna pero no por auténtica convicción.

Pero es en la literatura española del Siglo de Oro donde se nos exponen más detalladamente las posibles razones de los cautivos para renegar. La principal motivación sería la económica puesto que solía mejorar mucho la situación de estos cautivos con respecto a la que tenían en su tierra. Éste es el caso de uno de los personajes de Cervantes en Los tratos de Argel14.

El aumento de los ingresos conllevaba el ascenso social del cautivado. Cervantes usa este argumento para su obra La Gran Sultana15. Sola en “La Cruz de la Cristiandad” nos pone el ejemplo de dos renegados que gracias a los favores de Solimán cambiaron de vida notablemente: un niño griego, Ibrahin, que se convirtió en Gran Visir y la niña Cali Cuartana de Corfú que fue esposa del hijo de Solimán y madre de Murat III16. Renegados de origen humilde, fueron los hermanos Barbarroja, entre otros.

Otro motivo para renegar, aunque menor, como explica Vicente Espinel en Vida de Marcos de Obregón, podía ser la dignidad y el honor. Aunque otros solían renegar por los sufrimientos al que eran sometidos o por huir de la justicia, por el deseo de escapar o porque sucumbían si no eran liberados tras una redención.

Sin embargo, muchos resistían valientemente, defendiendo su fe, soportando

cualquier castigo. Despreciaban riquezas y ascenso social porque para ellos era más importante la salvación de su alma17.

13 BENNASSAR, B., “La vida de los renegados españoles en Fez (hacia 1580- 1615)”, en Actas del Coloquio Relaciones de la Península Ibérica con el Magreb (siglos XIII- XVI), Madrid 1987, pp. 665 – 678. BENNASSAR, B., y BENNASSAR, L., Los cristianos de Alá. La fascinante aventura de los renegados, Ed. Nerea, Madrid 1989.

14 CERVANTES, M. de, Los baños de Argel, Taurus Ed., Madrid 1983. 15 CERVANTES, M. de, La sultana, Alianza Ed., Madrid 1988. 16 SOLA, E., “La cruz de la cristiandad. Los renegados y la piratería berberisca”, en

Historia 16, 238 (1976), Madrid, pp. 74 – 82. 17 TORREBLANCA ROLDÁN, Mª D., La redención de cautivos malagueños en el

Antiguo Régimen (siglos XVIII), Diputación Provincial de Málaga 1998.

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IV. LA VIRGEN DEL ROSARIO

Estos hechos heroicos fueron difundidos por los romances. Como representativo de estos romances de cautivos reproducimos parte de una carta en la que Francisco Hernández explica a su mujer las riquezas que su amo le ofrece para que renegara y como él, a pesar de todo, se mantuvo fiel a sus creencias y a ella, soportando torturas de todo tipo. Tanto es así, que la misma Virgen del Rosario acude en ayuda de este fervoroso cristiano:

“Quieran los Cielos Divinos,/Esposa y querida mía,/que esta mi carta te halle/con la salud mas cumplida,/que yo para mí deseo,/juntamente en compañía/de mis dos amados hijos,/prendas del alma queridas./La que me asiste es muy poca,/pues que de noche, y de día/estoy como anima en pena,/llorando á lágrima viva./Ya sabes como en Orán/hicimos una salida,/en la qual me cautivaron/aquellas gentes malignas,/y me traxeron á Argel;/y dentro de breves días/en su Plaza fui vendido/á un Moro el qual se decía/Mustafá, me compró, y luego/á su casa me encamina; entre quarenta Cristianos/Cautivos, que allí tenia,/me puso dándome el cargo/del gasto, y de la comida./Un año fui Mayordomo,/cumpliendo en quanto podía:/Dábale tan buenas cuentas,/que lo que yo disponía/daba mi Amo por hecho,/y nadie lo deshacía./Era estimado de todos/quantos en la casa había;/mas al cabo de este tiempo/me llamó mi Amo un día,/diciendo: Francisco, hermano,/escúchame por tu vida:/Ya sabes que yo soy Noble,/y de muy grande valía,/y muy amigo del Rey,/y de hacienda muy crecida,/y una hija que yo tengo,/que es la flor de Turquía,/mas hermosa que una Venus;/y sobre todo entendida,/y que en muriéndome yo,/ella es la heredera mía:/Si haces lo que te digo,/será tu dicha cumplida;/y es, que reniegues de Cristo,/y de la Virgen MARIA:/y que la Ley de Mahoma/con grande fervor la sigas,/y con Zelima te cases,/mi amada hija querida,/y gozarás mis tesoros,/y en saliendo de esta vida/iras con Mahoma al Cielo,/y allí le harás compañía;/y si esto haces, Francisco,/me darás grande alegría./Contempla, espejo del alma,/qué dolor que sentiría/este triste de tu Esposo,/oyendo las herejías,/que sin temor de los Cielos,/un Bárbaro me decía./Mas yo abrazado con Dios,/con animo, y valentía,/dixe: Señor Mustafá,/tus doblones, y tu hija,/y tus haciendas, no es nada,/para lo que yo perdía,/si renegara de Cristo,/y de su Madre MARIA./Viva la gran Fe de Dios,/y la Santa Iglesia viva,/que tu Secta es engañosa,/embustera, y fe mentida:/Mahoma fue un hechizero/hombre de muy mala vida,/que por vivir en sus gustos,/con sus mágicas hacia/quantos enredos dexó/en sus falsas Profecías./No pude decirle mas/porque saliendo su hija/dando grandes alaridos:/No soy Zelima

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decía,/ni vos sereis Mustafá,/si no haces hacer justicia/con este infame Cristiano,/y el Moro lleno de ira,/á sus criados llamaba,/diciendo:

Subid arriba,/y á este esclavo desatento/quitadle yá de mi vista,/y dadle

doscientos palos,/hasta que diga mi hija,/qué martirio quiere darle./Quando aquella perrería,/me cercaron, y me ataron/de los pies, y luego tiran,/quarenta y seis escalones/(válgame Dios, que desdicha!)/me baxaron arrastrando, /dándome catorce heridas/en el cuerpo, la cabeza,/y en la cara me escupían; /arrimándome á un madero,/me ataron con unas lías,/dándome al punto los palos,/que el Amo mandado había,/dexando todo mi cuerpo/hecho una carnecería./Yo daba grandes suspiros,/yo lloraba, yo gemía;/y á Dios, y á su Santa Madre/misericordia pedía./Y cumpliendo ya el mandato,/me desataron las lías,/y estuve seis meses malo,/curándome las heridas;/y así que me vido sano/la traydora de Zelima,/tirándose los cabellos,/a su Padre le decía:/Ya esta bueno este Cristiano,/pero mi fama perdida,/y Mustafá respondió:/A tu mandato está, hija,/haz con él lo que quisieses,/pues no hay quien te lo impida:/Y luego sin detenerse,/por mandato de Zelima,/junto con otro Cristiano,/al punto que amanecía,/me uncen en una carreta,/y de una cuesta arriba/nos hacían traer piedras/ para un Jardín que querían/levantar unas paredes:/Y llegando al medio día;/veníamos á la casa,/y allí me dan por comida,/cocida con agua, y sal,/de cebada una quartilla,/como si yo fuera bestia/me trataban, y tenían;/y allá á cosa de las dos,/como sierpe embravecida,/se viene donde yo estoy/con su criada, Zelima,/y me da un gran bofetón;/soberbia, y enfurecida;/y luego vienen tres Moros,/que para el caso tenían,/atándome en una Noria,/y hasta que la luz del día/á su retiro se oculta,/sacar el agua me hacían./Y en otra segunda parte,/con el favor de MARIA,/de esta lastimosa carta/daré noticia cumplida”.

“Ya dixe como en la Noria/sacar el agua me hacían/y después para cenar,/un panecillo me embian/de seis onzas no cabales,/y unas habas mal cocidas,/que por ser el hambre tanta,/yo las tomaba, y comía:/Y acabando de cenar,/con gran devoción decía/a la Virgen del Rosario/su Corona esclarecida./Y una noche que mi Amo/á los tres Moros envía,/para que me registrasen,/y me hallaron de rodillas,/con el Rosario en las manos/de esta suerte me decían:/De qué te sirve, Cristiano,/el Rosario de MARIA,/si ella no puede líbrate/de la pena tan crecida,/con que Zelima mi Ama/quiere dar fin á tu vida?/Suelta, Francisco, el Rosario,/y entre los tres me quitan,/haciéndole mil pedazos,/y por el suelo lo tiran;/y yo arrojándome á ellos,/quitéles una cuchilla,/de los tres maté a los dos,/y el que quedó con la vida,/dando gritos á su Amo,/favor, Mustafá, decía,/porque á Achaván,y Audalá/quitó el Cristiano las vidas./Acudieron como fieras,/y en el suelo me tendían,/y me dieron tantos palos,/que no puedo, esposa mía,/numerarlos, porque

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yo/estuve muerto dos días,/y después que volví en mí,/la sentencia me leían/de que muriese quemado, /y ya la hoguera encendida,/me ataron atrás las manos,/y una cadena ceñida/a mi cuerpo, y una argolla/que todo el cuerpo me hería./Me sacaron por las calles,/y entre mortales fatigas/unos me tiraban piedras,/otros me dan con ortigas,/otros me dan puntapiés;/y en fin todos me castigan./Me llevaron á la Plaza,/y en aquel fuego me tiran;/pero quiso Dios piadoso,/que al dar en las llamas vivas/se movió tan gran tormenta,/que todos se atemorizan,/de agua, relámpagos, truenos,/y centellas que caían; y viendo no me quemaba,/á la casa me volvían,/y Zelima que me vido,/pateaba, y maldecía,/arañábase la cara,/y su Padre le decía:/Hija, no te dé cuidado,/dexalo por cuenta mía./Hizo un Arca, y me encerró,/que no sé quando es de día,/sino es yo, que me han sacado,/porque esta carta te escriba,/sin que lo sepa mi Amo,/el que las llaves tenia./Lo que te encargo, Señora,/que á la gloriosa MARIA,/Madre de Dios del Rosario, su Corona cada día/la rezes por mi intención,/y una Novena y le pidas/á la Virgen, que me dé/consuelo en tantas fatigas./No puedo decirte mas,/que me llaman muy de prisa/para encerrarme en el Arca,/porque mi Amo venia./Tu esposo Francisco Hernández,/quien mas te adora y estima./A Doña María de Robles,/que dentro del Puerto habita./Y un Cristiano de la casa,/que rescatado se había,/dio la carta á su muger,/la qual con ansias crecidas/hizo que se la leyesen,/y oyéndola/ amortecida/cayó al instante en el suelo,/y luego que en sí volvía,/ abrazando á sus dos hijos,/estas palabras decía:/Hijos de mi corazón,/pedazos del alma mía,/ya dio fin para vosotros/aquel que tanto os querría:/Hijos, ya no tenéis Padre,/hareisme vos compañía,/mientras paso mis trabajos,/en esta mísera vida./Con sus dos hijos acuestas,/como una despavorida,/se arrojó á Santo Domingo,/entrándose en la Capilla, de la Virgen del Rosario,/por su marido pedía:/Comenzando su Novena,/ tiernas lagrimas vertía./Dexemos en este estado/á esta mujer afligida,/y bolvamos al Cristiano,/que en el Arca todavía/le daban grandes martirios;/mas la Princesa MARIA/sus maravillas obrando,/en un baxel que venia,/navegando por el mar,/cargado de mercancías,/traxo el Arca, y el Cristiano,/y en su Popa lo ponía;/y luego al amanecer/la Centinela decía/al Capitán, que en la Popa/un Arcón muy grande avia,/lo registraron, y vieron/que cinco llaves tenia,/y un rotulo muy bien hecho,/que de esta suerte decía:/Aquí dentro ay un Cautivo,/que Yo la Virgen MARIA,/esta noche lo he sacado/de dentro de Berbería,/si lo lleváis á su tierra/seré vuestro amparo, y guía./Abren la Arca, y lo sacan/mas muerto, que no con vida,/quitándole las cadenas,/y viento en Popa caminan: /Llegan al Puerto, y la Nave/á su viage bolvia./Francisco se fue a su casa,/y á sus hijos les decía:/Está en casa vuestra Madre?/Y los niños

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respondían:/Tío, está en una Novena,/y yo es el ultimo día,/por el triste de mi Padre,/que con pena muy crecida/padeciendo esta entre Moros;/y Francisco que esto oía,/las lagrimas de sus ojos/hijo á hilo le caían./Llegó en el inter su esposa,/y viéndole, la alegría,/y gozo que recibieron/no avrá lengua que lo diga./Y á la Reyna de los Cielos/fueron á dar repetidas/infinitas alabanzas/por tan grande maravilla./Seamos todos devotos/del Rosario de MARIA,/y aquí nos dará su gracia,/y al fin gloria cumplida./Y Pedro Sáez humilde,/á los discretos suplica,/que de este escrito las faltas/el perdón se le consiga”18.

La fiesta de la Virgen del Rosario fue instituida por el Papa Pío V el 7 de

octubre, aniversario de la victoria obtenida por los cristianos en la batalla naval de Lepanto (1751) atribuida a la Madre de Dios, invocada por la oración del rosario. La Virgen se le apareció a Santo Domingo de Guzmán en 1208. Llevaba en sus manos un rosario y le enseñó a rezarlo. Le dijo que propagara esta devoción y la utilizara como arma poderosa en contra de los enemigos de la Fe.

18 ALVAR, M., Romances en pliegos de cordel, Delegación de Cultura, Ayuntamiento de

Málaga, 1974.

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1. Virgen de la Merced, redentora de cautivos.

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2. Virgen de los Remedios, Fregenal de la Sierra (Badajoz).

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3. Virgen del Rosario, Hellín (Alnacete).