La Virgen de Tecaxic

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SAÚL LEONARDO FLORES SANTIAGO LEYENDAS EN EL ESTADO DE MÉXICO

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La Virgen de Tecaxic

También Nuestra Señora de Tecaxic tiene su leyenda. En el Zodiaco Mariano, obra publicada en el siglo XVIII por Fray Francisco de Florencia, se dice lo siguiente:

A raíz de la Conquista, Tecaxic -que en lengua mexicana significa vaso de piedra- era un pueblo muy numeroso. Una epidemia arrasó con su población, de tal modo que no quedaron en ella sino dos vecinos. Abrumados por la "tristeza y soledad", no tardaron en abandonar el pueblo, que vino de esta manera a quedar desierto.

Con el éxodo de los dos sobrevivientes quedó abandonada una ermita que en los tiempos prósperos habían construido los vecinos. Veneraban en la ermita una imagen de La Asunción, pintada al temple sobre una tela indiana. En la soledad, el templo batió las puertas y rajó las paredes, de suerte que el viento, los soles y las lluvias, "deslucieron los colores del ropaje y mermaron la hermosura del rostro".

En estado tan lamentable se encontraba la capilla, cuando acertó a pasar por allí el licenciado Antonio de Sámano y Ledezma, en los momentos en que se abatía un fortísimo aguacero. Buscó el hombre asilo en la capilla; pero en balde, porque dentro se mojaba tanto como afuera. El agua escurría por la imagen, y allí advirtió el licenciado que era milagroso el hecho de que la Virgen no se hubiera despintado del todo, máxime "siendo la materia" en que estaba iluminada, tan deleznable y corruptible".

No sólo a este hecho inexplicable obedeció la veneración de la imagen de Tecaxic. Dos hombres de Toluca se desafiaron a causa de los requiebros de una mujer. Escogieron como sitio del duelo la espalda de la abandonada ermita, que mal se erigía en el cerro de tecaxic, hoy conocido como El Molcajete, a causa del cráter que presenta en su cima de donde le viene el nombre náhuatl que ya se dijo. Estaban los rijosos en pleno desafío, cuando oyeron músicas nunca oídas, como si proviniesen de los cielos. Asombrados suspendieron la pugna. Era de la Capilla de donde salía aquella música de ángeles; pero cuando llegaron hasta donde se hallaba la imagen, la encontraron, "sola y desamparada". "llenos de pavor y reverencia pusieron las armas a los pies de la virgen, y haciéndose de enemigos muy amigos, adoraron a la gran Señora...".

Con este suceso confirmó el Guardián del convento de Toluca, lo que ya le habían referido, y es que todos los sábados del año, se oía música celestial en aquella capilla abandonada.

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Otro prodigio tuvo confirmación en la ermita: Pedro Millán Hidalgo, vecino muy estimado en el Valle de Toluca, hacía frecuentes viajes, muchos de ellos de noche, desde la ciudad de San José hasta Xalmolonga -Almoloya, hoy de Juárez- y al pasar por tecaxic, especialmente los martes y los sábados, "solía oír una música muy acorde y sonora, que le causaba admiración". Sin embargo, cuando picado por la curiosidad se acercaba a la ermita, la encontraba desierta. Comenzó por llevar ceras que encendía cada vez que por allí pasaba.

Algunas veces, en pleno día, Millán Hidalgo veía en la ermita "luces que a distancia brillaban con gran resplandor, y en llegando a ella desaparecían".

Otra ocasión oyó música en la noche. Pensando que los indios, para evitarse el pago de derechos, habían ido a enterrar a uno de sus muertos a esa hora, les gritó en mexicano que no temiesen, que él era Pedro Millán. La música cesó como por encanto. Molesto por lo que creyó socarronería de los indios, se llegó sigilosamente hasta la Capilla, y para su asombro la encontró vacía.

Este y otros hechos no menos asombrosos, que narra en su Zodiaco el buen fraile Francisco de Florencia, fueron el origen de la veneración de la imagen del Santuario de Tecaxic.

Cuando fue Guardián del convento de Toluca el padre José Gutiérrez, quien gozó fama de ser un hombre profundamente religioso, conocido que hubo los prodigios de la imagen de Tecaxic, animó a los vecinos de Toluca, ya los labradores de lxtlahuaca, a erigir un templo. Después de algunas peripecias los deseos del religioso se cumplieron. El Santuario de Nuestra Señora de Tecaxic, fue acabado de construir en el año de 1655.

Hoy día el Santuario se encuentra abandonado. Ausentes están las numerosas romerías que en otros tiempos lo visitaban. Las almas sencillas de los pocos hombres de buena voluntad que aún quedan, están en espera de un nuevo prodigio de Nuestra Señora de la Asunción.

El cerro de la Teresona

En Toluca, en el cerro de la Teresona, por el lado de la carretera Circunvalación, hay un camino que va para Santiago Tlaxomulco. En medio de este camino había una casa muy grande en el cerro. Allí vivía una señora llamada Teresa. Esta señora sufrió mucho con su esposo.

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Cuando murieron, como no tenían herederos la casa pasó a ser panteón y hasta no hace mucho tiempo dejó de serIo.

Contaban que toda persona que pasaba en la noche o en la madrugada, siempre le salía un perrito chihuahueño blanco y seguía a determinada distancia a los que pasaban por allí. Por eso, muchas personas cambiaban de camino y para llegar a Tlaxomulco bajaban por los Cipreses.

Una persona que se atrevió a pasar varias veces vio que el perrito salía del panteón, lo seguía de lejos y se iba haciendo poco a poco más y más grande y de repente desaparecía.

La cueva teresa

Entre los montes de la ex hacienda de La Huerta está una loma llamada Cerro Teresa.

Se cuenta que un matrimonio de Zinacantepec tenía una yunta de bueyes. Esa yunta, un día se les perdió, preguntaron por todos lados pero nadie les dio razón. Entonces se les ocurrió seguir el rastro que los animales habían dejado y así pudieron llegar hasta donde éstos estaban. Cerca de ellos estaba una niña llamada Teresa, lavando.

Ellos le preguntaron que dónde vivía y ella les contestó que vivía en una cueva. La

niña a su vez les preguntó qué andaban haciendo por allí y ellos le respondieron que andaban buscando la yunta que estaba cerca de la cueva. Que era de ellos.

La niña les contestó:

-"Es verdad, yo fui por ella y para que se las regrese, necesitan llevar esta gran piedra al Nevado de Toluca".

La pareja aceptó y cumplió con lo que la niña pedía pero llegando a la laguna la niña les pidió que con su yunta la pasaran por en medio de la laguna hasta el otro extremo. La niña les advirtió que nada les pasaría, pero que se les tenían que caer los

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pantalones, que iban a oír que les gritaban, que iban a oír muchas voces. Pero que no voltearan.

Al oír todo esto, el señor se resistió y ya no quiso pasar a la niña.

La niña les dijo:

-"Mire usted señor, esta es una ciudad encantada, cada peña es un edificio y cada piedrita chiquita es una persona". "Si usted hace lo que le pido, la ciudad volverá a ser la de antes":

Como el matrimonio se negó, la niña se perdió en la laguna junto con la yunta de animales. La pareja volvió a su casa y desde entonces aquel lugar se llama.

LA CUEVA TERESA

Platica nuestro informante que un pariente suyo, entró en dicha cueva, la cual descubrió por casualidad porque él era pastor. Les contó que dentro de la cueva hay pilares y corredores donde amarran los caballos que al fondo de la cueva se encuentra una puerta, de la misma roca; con una argolla para abrirla. Este señor jaló la argolla e intentó entrar pero no lo hizo porque oyó una voz que le decía:

-"Si intentas abrir la puerta y quieres llevarte lo que deseas, te llevas todo o no te llevas nada". Como no vio quién le hablaba, tuvo miedo y salió corriendo. Llevó tal susto que al poco tiempo murió.

Las Momias del Instituto

En las vitrinas del museo de Historia Natural del antiguo Instituto Literario de Toluca (hoy Universidad del Estado) se han conservado por largos años cinco momias: tres de personas adultas y dos de niños. Las primeras corresponden al padre Botello, María Reyna y una parienta; las segundas son de dos hijos de ésta.

El profesor Luis Camarena González, notable taxidermista y profesor del Instituto investigó la historia de los misteriosos personajes,

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haciendo notar el hecho de que su momificación se debió a la manera en que los cadáveres fueron sepultados y al uso de cal en el momento de inhumación.

El padre Botello era un vividor, cuenta el profesor Camarena, que vivía de la caridad cristiana de los toluqueños sin ser realmente religioso, aunque vestía sotana y se adornaba con otras prendas del sacerdocio. Era en realidad un borrachín que abusaba de las bebidas espirituosas y que estafaba a los devotos pidiendo caridad para la iglesia. El sobrenombre de padre Botello le vino precisamente de su marcada afición al vino.

El tipo lunático recorrió muchos pueblos sin llamar realmente la atención de sus moradores, pero al pasar por San Antonio Acahualco, cerca de Zinacantepec, los vecinos lo descubrieron y lo denunciaron indignados ante las autoridades locales. Se cuenta que en el rancho de Capardillas se instaló un tribunal para juzgarlo y fue condenado a morir en la horca.

Ese fue el triste final de su vida sibarita. El profesor Luis Camarena observó que en rostro de la momia se notaba aún "el rictus característico del cuello tenso por la acción y la cuerda justiciera y aún más la señal del ahorcamiento, la de la lengua salida".

Por lo que hace a María Reyna, se sabe que era originaria de Almoloya de Juárez y que fue esposa de un bandolero apodado "Chepe Pesos Duros". Murió de disentería, después de contagiar a su parienta ya los hijos de ésta, por lo que fueron enterrados todos juntos y así se produjo su momificación por cal.

El profesor Camarena, que no carecía de sentido del humor, solía recordar que en cierta ocasión, los estudiantes del Instituto pertenecientes al club "Vampiros", sacaron de vitrina la momia del padre Botello y la incorporaron, debidamente pintarrajeada, a un desfile o carnaval con que celebraban el final de cursos.

Callejón del muerto

Cuentan las leyendas populares que, al sonar las doce campanadas de la media noche en el doliente y melancólico reloj del convento del Carmen, un fantasma impreciso, una vaga silueta, mezcla de luz y de sombra, atravesaba el entonces cementerio, salía a la calle del Cura Merlín y torciendo por el que más tarde se llamara callejón del Muerto, desaparecía al pisar los umbrales de un viejo y chaparro caserón bautizado por el vulgo con el título de "Casa de las Animas”.

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¿Y después?.. ¡Alabado sea Dios!... Dentro de aquella casa misteriosa, de sórdida apariencia, se realizarán, quizá, cosas estupendas y sobrenaturales. .. i Arrastrar de cadenas y gritos moribundos!. ..¡Danzas macabras de esqueletos y brujas!,.. ¡Llamas azuladas y búhos de miradas demoniacas!...¡Viejas, horriblemente viejas, de rostros macilentos y colmillos muy largos, muy largos!... ¡Oscuras cuevas, apenas alumbradas por informes hogueras de canillas humanas, donde celebraríase el Aquelarre!. ..iTodo misterioso, macabro, espeluznante!La fantasía popular, a este respecto fecundísima, había rodeado aquella casa y aquella historia o leyenda, de tal número de mentiras y supercherías, que las viejas timoratas, y los viejos, y los niños, no osaban transitar por aquella calleja una vez sonado el toque de oración, sin haber rezado cuatro o cinco Padre-nuestros y haberse persignado, por lo menos, doble número de veces. 

Y es que la leyenda que sobre el tal callejón se contaba, no era para menos, Había sido bastante sugestiva y novelesca para darle fama en muchas leguas a la redonda, sirviendo lo mismo para amedrentar a los niños, que para entretener a los viejos. 

Era yo muy pequeño cuando conocí la famosa historia (contaría a lo sumo doce años) , y como todos los chiquillos de mi edad, era afecto, en grado superlativo, a oír de labios del achacoso abuelo o de los de la complaciente nodriza, los portentosos relatos, IIénos de maravillas, de quimerismos y hazañas estupendas, atribuidos, casi siempre, a héroes novelescos, que en la mayoría de los casos, resultaban ser hijos de poderosos reyes o monarcas de la India, quienes, como en los cuentos de Las Mil y Una Noches, tenían que exponer veinte veces la vida en formidable y desigual pelea contra monstruos plutónicos o dragones de incontables cabezas, para libertar a una princesita rubia, prisionera de alguna hada maligna, que le había hecho víctima de sus brujerías, ya la que siempre libertaba el príncipe, obteniendo su mano y realizando a la postre unos esponsales tan llenos de esplendor y de lujo, que su sólo relato era suficiente para dejarnos boquiabiertos y como quien mira visiones. 

Por estas y muchas otras causas, cuando en aquel entonces, y en virtud de no sé qué trebejos encontrados en la "Casa de las Animas", al hacer unas excavaciones, se volvió a poner en el tapete de la curiosidad pública la tan traída y llevada historia del callejón del Muerto, no paré en mis investigaciones hasta lograr que una conserva de años a quien llamábamos la Nanita, mujer que desempeñaba a la sazón el oficio de cocinera en mi casa, me contara una noche, al amor de las hornillas y junto al recién fregado y rojo brasero, aquella espeluznante historia que en no lejanas épocas había tenido la fuerza de interesar a propios y extraños, dando origen y renombre al famoso y discutido callejón del Muerto. 

Alguien me ha dicho que la leyenda que me fuera referida por la vieja sirvienta, adolece de algunos errores históricos; pero como en este caso yo trato solamente de referir lo que me contaron, sin pretensiones de historiógrafo, dejo a la credulidad de mis lectores el aceptarla o no como auténtica, que harta paciencia he necesitado yo también para garrapatear estos renglones, y ¡váyase lo uno por lo otro!

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Y sin más discreciones, entramos de lleno al asunto. 

Allá por los años de La Llorona, cuando es fama, según los empolvados cronicones de la época, que en México pasaban cosas increíbles y asombrosas, vino a Toluca un extraño y misterioso matrimonio formado por una encantadora muchacha de tez pálida y morena, poseedora de unos ojos que, según dicen, alumbraban como luceros, y un viejo, muy entrado en años, de aspecto huraño, continente airado y antipático, a quien daba marcado aspecto de ferocidad el escalofriante mirar de sus ojos mefistofélicos; matrimonio que ocupó por entero una de las casitas del callejón de nuestra historia, casa que, por su lujo, por la riqueza de sus muebles y por el ambiente de misterio que rodeaba a sus moradores (pues nadie sabía quiénes eran o de dónde venían), había cautivado por completo la atención y la curiosidad de los desocupados y murmuradores vecinos del barrio del Carmen. Por lo que no es de extrañar que, en su afán de adquirir noticias sobre los recién venidos, llegaran a exponerse a recibir más de cuatro "descolones" de parte del intratable viejo, que nunca soltaba prenda y sí, a menudo, cada interjección que temblaba Cristo . 

Aquella curiosidad y maledicencia del vecindario hubieran quedado del todo defraudadas, si la indiscreción de una sirviente, que hacía poco, entrara en la casa, no hubiera venido en su ayuda, al revelar algunos detalles, muy pocos por cierto, que hicieron cierta luz entre tantas tinieblas: "que el siñor se llamaba, Don Carlos López y Mendoza; que era español de origen; que su mujer, una niña rete chula, se llamaba Carmen y era, al parecer, mexicana; que algo muy grave debía haber entre ambos, porque nunca se hablaban a la hora de las comidas; que la señora se pasaba la mayor parte del día encerrada en su recámara, llorando inconsolablemente y besando el retrato de un niño pequeño que se le parecía mucho (ella lo había observado a hurtadillas} y..." inada más!

iAh, sí!. ..Que una noche había visto que el siñor salía del cuarto de la señora y que ésta, en medio de un mar de lágrimas, sollozando desesperadamente, le demandaba con voz conmovedora: "¡Carlos, mi hijo!. ..Devuélveme mi hijo!" ¡Si ustedes la oyeran cómo lloraba!. ..(Decía la sirvienta, en medio de un corro de comadres) .¡Probe niña; se le hacía a uno un nudo en la garganta!.Y, ¡eso era todo! ... 

Como se comprenderá fácilmente, aquello vino a avisar más aún la insatisfecha curiosidad de los vecinos, quienes, cada uno a su modo y según su imaginación y temperamento, fabricaron treinta historias distintas sobre los impenetrables vecinos del número 7, vecinos que, encerrados en el misterio de sus habitaciones, apuraban quién sabe qué extrañas y abracadabrantes aventuras.

Así las cosas, una noche, a eso de las doce (hora de los fantasmas y las brujas), un disparo, que por la estrechez del callejón debió oírse formidable, vino a interrumpir el tranquilo sueño del vecindario, haciendo que los amedrentados colindantes, todos temblorosos ya medio vestir, salieran, cada quien de su casa, como búhos en su nido,

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a enterarse del motivo de aquella inesperada detonación, que había sembrado el pánico y la zozobra en más de cuatro espíritus pusilánimes.

Poco después llegaba la policía, recogiendo de en medio de la calle, el cadáver de un hombre, aparentemente y visto a la luz de las gendarmeriles linternas, joven y no mal parecido. Tenía una bala incrustada en la sien derecha, la que debió producirle una muerte instantánea.

Como del interior de la casa misteriosa partieran sollozos estridentes y gritos estentóreos demandando auxilio, el jefe de la policía, al penetrar al interior de la casa, había encontrado a la infeliz sirvienta presa del terror más angustioso y con la razón extraviada, y al llegar a la recámara de la infortunada Doña Carmen, un cuadro por demás horrible y macabro, pues ésta yacía en medio de un mar de sangre, con la cara completamente desfigurada, el cráneo hendido y roto y los miembros increíblemente mutilados, prueba inequívoca de la furia infernal que debió apoderarse de su asesino.

Cerca del cadáver, como cuerpo del delito, fue encontrado un primoroso alfanje morisco, arrancado no se sabe de qué rica panoplia, con el cual aquella bestia humana había dislacerado y herido aquella carne sonrosada y bellamente morena, que aun en medio de tanta sangre, resultaba tentadora en sus desnudeces...

Una roja lamparilla, pendiente del techo, hacía más roja aún aquella roja escena de sangre.

¿Qué había pasado ahí? ...¿Qué oscuro y formidable drama se había desarrollado algunos momentos antes entre la víctima y su verdugo, aquel sanguinario y brutal asesino, que tanta saña había demostrado al perpetrar su enorme crimen?

¿Quién era el autor de aquella feroz hazaña, en la que habían perdido la vida dos seres humanos? 

¡Don Carlos! ¡Don Carlos! 

Lo habían señalado desde luego los vecinos del barrio. Él era, a no dudarlo, el cobarde asesino de Doña Carmen y del desconocido, cuyo cadáver fuera encontrado en mitad de la calle; porque era de presumirse que una misma mano había disparado la pistola sobre el uno y esgrimido el alfanje sobre la otra.

Pero Don Carlos había escapado.

Como todos los cobardes, había huido después de perpetrar el doble crimen, marcando con huellas sangrientas su paso a través de las habitaciones, hasta el corral, cuyas tapias pudo escalar fácilmente sin gran esfuerzo.

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Fueron inútiles todas las pesquisas realizadas por la policía, que no debe de haber sido ni más eficiente ni más activa que la de hogaño.

iTarea inútil!. ..Don Carlos se esfumó definitivamente del horizonte.

Sin embargo, la luz se hizo, gracias a una carta encontrada entre los papeles del individuo que sucumbiera a manos de don Carlos.

La carta era de Doña Carmen y decía lo siguiente:

"Señor Fernando de Santillana.- Presente.

"Querido hermano:

"Es absolutamente preciso que yo te hable esta noche (a de los acontecimientos).

"Mi marido tiene sospechas de mi conducta y duda de mi fidelidad. ¡Esto es horrible!

"Como no le he podido revelar el secreto de nuestro nacimiento, está en la creencia de que eres mi amante y de que yo lo estoy traicionando.

"¿Qué hacer? ¿Habrá necesidad de deshonrar a nuestra querida muerta para salvar mí, honor? ...iPobre madre mía!

"La desesperación me mata. No sé que hacer. iHe llorado tanto! Mas lo que colma la copa de mis sufrimientos, es el hecho dolorosísimo de que, en su desconfianza, ha llegado a dudar el insensato, de que su hijo lo sea de verdad y lo ha separado de mi lado, para darle, acaso, la muerte. 

"Ven, por Dios, esta noche, pues necesito tus consejos. Todo lo temo de este hombre, a quien odio por su brutalidad y sus excesos.

"Tu pobre hermana, Carmen".

Y es fama en Toluca que desde entonces, al sonar las doce campanadas de la media noche, en el doliente y melancólico reloj del convento del Carmen, un fantasma impreciso, una vaga silueta, mezcla de luz. Y de sombra, atravesaba el entonces cementerio, salía a la calle del Cura Merlín y, torciendo por el callejón de Muerto, desaparecía al pisar los umbrales del viejo y chaparro caserón bautizado por el vulgo con el título de: "Casa de las Animas"...

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El cerro del Toloche

En el Cerro del Toloche, por el lado de Santiago Miltepec, existe una cueva a la que llaman Cueva del Toloche y hace como cien años tenía una abertura como de un metro de altura y para adentro era una especie de subterráneo. Para entrarse tenían que llevar velas. A muchos pastorcitos les gustaba entrar porque decían que "alguien" los llamaba y cuando entraban sólo caminaban como veinte metros porque decían que para adentro estaba muy oscuro.   Se cuenta que hubo un zapatero 

Que haciendo una apuesta con sus amigos, les dijo que como él era el más valiente, iba a entrar. Les preguntó que qué querían que les trajera de seña y ellos le dijeron que una naranja.   Al día siguiente se reunieron todos para acompañar al que iba a entrar a la cueva. Se cuenta que el zapatero entró a las siete de la mañana, saliendo a las ocho de la noche con la naranja que había prometido llevarles. Sus amigos le preguntaron que qué cosas había visto y él les contestó que al entrar lo recibieron dos catrines preguntándole qué quería; ofreciéndole dinero, lo que él quisiera pero que para que se lo dieran tenía que dejar su firma escrita con sangre de la vena de su mano izquierda.Él contestó que no iba por dinero, que iba solo por una naranja que les había prometido a sus amigos y ellos contestaron que para que se la pudiera llevar, tenía que hacer lo que ellos le ordenaran.Lo primero que tuvo que hacer fue sentarse en una silla que era de víbora. Los catrines le dijeron: "Ya sabes que si al sentarte no te muerde la víbora, puedes llevarte la naranja y podrás salir, y si no; ya no sales".   El zapatero se paraba y se sentaba a fin de evitar que lo mordiera la víbora. Viendo

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los catrines que la víbora no podía morderle, le dijeron que ya se levantara. El hombre se levantó sudando por el esfuerzo que había hecho para librarse de las mordeduras. Después le dijeron: -"Ahora te toca sentarse en una acémila y tienes que correr a la orilla de una laguna que tiene un chaflán alrededor.El zapatero, contó a sus amigos; que se enredó la crin en una mano y con la otra le pegaba a la acémila en la cabeza, para que no lo aventara al agua. Viéndolo ya cansado, los catrines .se compadecieron de él y le dijeron que ya se bajara. Habiendo vencido estas pruebas, los catrines lo llevaron a ver montones de dinero, árboles frutales de todas las especies. Él cuenta que vio un paraíso. Le decían:-"Llévate lo que quieras pero tienes que dejar tu firma con sangre de la vena de tu brazo izquierdo". El zapatero les volvió a repetir que no quería dinero, que la apuesta que él había hecho era de una naranja. Entonces ya le permitieron cortar la naranja que él quería. Cuando ya la tenía en la mano el zapatero les dijo con palabras groseras:-"Conforme me fueron a encontrar, váyanme a dejar". El hombre sintió que lo tomaban de los dos brazos y lo llevaban volando. De repente se vio fuera de la cueva. Salió espantado y vio que sus amigos estaban esperándolo fuera de la cueva. Llevaba la naranja en la mano como prueba de que había ganado la apuesta, Cuentan que después de algún tiempo el zapatero desapareció.El mencionado cerro lleva ese nombre porque cuentan que había dinero. Creyendo los vecinos del pueblo que era obra del demonio, acordaron reunirse con el objeto de ir a ver a los padres misioneros para que conjuraran la entrada.

El cerro del Toloche II

Leyendas de Toluca, México.

En Santiago Miltepec se cuenta que existía un espíritu maligno en el cerro llamado del Toloche, en el cual existe una cueva donde se dice que vive el Diablo que se transforma en un animal parecido al chivo.

Abajo de esa cueva pasaba el camino que conducía a Toluca y se cuenta que las niñas que transitaban por ese camino, a mediodía; desaparecían misteriosamente, atribuyéndole dicha desaparición al chivo por lo que después de la pérdida de tantas víctimas, el pueblo se alarmó y se vio en la necesidad de solicitar los auxilios eclesiásticos.

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Concediéndoles dicha petición se mandó un sacerdote, el cual fue a conjurar dicha cueva la que fue tapada con mampostería de piedra, poniéndole una cruz de madera en el exterior, la cual existe todavía.

La leyenda del Charro negro

Por las noches en los montes de Estado de México se ven bolas de fuego saltando de un árbol a otro mientras avanzan sigilosamente hasta llegar al pueblo. Me dijeron que cerca del pueblo de San Juan, en México, un hombre que conducía su camión de carga por la carretera a altas horas de la madrugada de pronto se chocó con una figura de mujer y el espíritu de ésta le atravesó todo el cuerpo al golpearla con su camión. El señor, entre confuso y disgustado, se bajo de la cabina para asistir a la mujer a la que creyó haber atropellado, pero en su lugar se encontró a un gran murciélago negro, mal herido. Decidió, pues, llevárselo para entregárselo a alguna veterinaria, echándolo en la parte de atrás del camión, en el remolque donde llevaba toda la carga.

Al cabo de unos minutos, mientras conducía, comenzó a escuchar ruidos, gritos y muchos golpes en la parte trasera del camión. De inmediato paró el camión, bajo de nuevo de la cabina y fue a ver qué pasaba en el remolque. Al abrir el portón de carga el ruido cesó. Se había esfumado el murciélago y en su lugar apareció el cuerpo de una mujer muerta. Si os da pánico leerla, el testigo que me argumentó la historia en su momento, había sido partícipe directo de una de ellas. Imaginaos la expresión de su rostro mientras me lo narraba todo junto a una pequeña hoguera con cuatro maderas ardiendo y sólo el resplandor del fuego nos servía de luz para vernos las caras en esa oscura noche. Fue toda una experiencia muy misteriosa que recuerdo de viaje por las tierras mexicanas.

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El Tesoro de la Peña del Valle de Bravo

(Fragmento)

Desde hace mucho tiempo se ha venido contando de generación en generación y todas lo han creído al pie de la letra, en que la peña del valle de bravo hay enterrado un valiosísimo tesoro.

Refiérase que en tiempo de la guerra de independencia, los insurgentes perseguían a muerte a los españoles que por lo general, eran dueños de cuantiosas fortunas, extendidos latifundios y ricas minas de oro y plata en completa bonanza. He aquí la historia:

En el Valle de Bravo, poseedores de una gran extensión de tierra, había unos españoles sumamente ricos y que temiendo ser presa de los terribles guerrilleros, determinaron separarse de la nueva España para encaminarse a su patria; pero antes de hacerlo enterraron una cuantiosa fortuna en la Peña del valle.

Consumada la Independencia por el gran libertador D. Agustín de Iturbide y cuando él país comenzó vivir separado de la corona de castilla, aquellos españoles que Habían dejado sepultada enorme fortuna en la peña del valle, enviaron a 2 personas de su confianza a México para que encaminándose a la población del valle buscaran en la peña aquel tesoro; y para que con facilidad dieran con él les dijeron que encontrarían como señal un enorme clavo.

Aquellos españoles llegaron a México y ya en el pueblo del Valle y más aún en la peña buscaron con todo empeño y gran tenacidad la fortuna oculta; pero nunca la encontraron porque jamás dieron con el enorme clavo que les había dado como señal. Por lo tanto se tiene plena seguridad de que en los ricos del valle de bravo denominados la peña permanece aún ocultó aquel tesoro que dejaron escondido los riquísimos españoles.

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Cerro Coatepec tierra de dioses y leyendas

Ixtapaluca, Estado de México.- Coatepec es un cerro que debe su nombre a una serpiente, pero no a cualquier serpiente sino a una que estaba "cubierta con plumas verdes", que muchos años atrás, en la época prehispánica, habitó en una cueva del cerro de Cuatlapanca (cabeza partida) y cuando se mudó a otra montaña dejó grabadas las huellas de sus pies y manos en las rocas de su antigua casa.

Estas señales, de tonalidad blanca, quedaron grabadas sin que se sepa aún con qué tipo de pintura (mineral o vegetal) fueron realizadas, ni en qué periodo se ejecutaron, dando margen a la especulación popular que las vincula también con otros tipos fantásticos o divinos, como el dios mesoamericano del viento Quetzalcóatl, venerado aquí desde hace más de mil años por su provisión del maíz al hombre.

De acuerdo con la leyenda contada por tlenamacas -sacerdotes chichimecas que se auto sacrificaban pinchándose las orejas con puntas de obsidiana- la serpiente emplumada se alejó del Cuatlapanca dando "grandes voces, silbidos y aullidos de día y noche, poniendo grande espanto y admiración, transformándose después en un ídolo de piedra a manera de persona portando un bordón en la mano".

Adosada a este mito, de nítida vigencia en la población de Coatepec, supervive la creencia de que este "cerro de la culebra" –traducción del topónimo náhuatl- pudo ser el lugar del nacimiento del dios solar mexica Huitzilopochtli, el cual habría sido parido por Coatlicue entre las dos colinas del Cuatlapanca, el cual se habría partido en dos al nacer la terrible divinidad azteca.

Aunque fuera de la ruta codificada por los propios aztecas, que ubicaban el natalicio de Huitzilopochtli entre Tula y Huichapan, los coatepeños de Ixtapaluca se aferran a su propia versión apoyados en otro dato geológico: las dos cabezas fragmentadas del Cuatlapanca están dedicadas a Huitzilopochtli y a Tláloc (Tonaltepec), como los altares del Templo Mayor de Tenochtitlán. En el cerro dedicado al dios Tláloc, la otra gran divinidad mesoamericana de especial arraigo en esta región –Coatepec está asentado en la faldas del monte Tláloc y a 10 kilómetros de Coatlinchán, lugar donde fue esculpido el monolito que se exhibe en el Museo Nacional de Antropología desde 1969- solía vivir un águila cazadora de serpientes, de la misma variedad de la que figura en el Escudo Nacional.

Estas coincidencias, la veteranía del pueblo (fue fundado en 1164 por huestes del rey Xólotl) y los recuerdos de la gente grande –"los abuelos de los abuelos"-, permiten colegir la existencia de un pasado de Coatepec muy cercano a la creación de los reinos tolteca, chichimeca, acolhua (Texcoco, al que perteneció) y a los aztecas, al que sus pobladores tributaron pulque y labores de cantería.

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Entre las muchas otras leyendas aún recordadas por los coatepeños –la asociación civil Cerro y Culebra que encabezan los hermanos Alfredo y Víctor Mecalco- figura la de Apolonio Rivera alias El Tigre de Coatepec, un raro espécimen de bandido popular que robaba, solo y sin banda, a los grandes hacendados porfirianos de la región.

"Fue famoso porque se agarró de encargo a los propietarios de las haciendas de Xoquiapan (Íñigo Noriega), del Olivar (Antonio Zamora), Acuautla y Coxtitlán), los asaltaba cada que quería y porque terminó su vida en una celda de la guarnición militar del Palacio Nacional, al que fue confinado por el propio general-presidente Díaz una vez que la rural logró agarrarlo".

"El gobierno federal tuvo la atención de avisar de su fallecimiento al municipio de Ixtapaluca, su cadáver fue rescatado del Palacio Nacional por el delegado municipal de Coatepec Mariano Miranda y Apolonio está sepultado en el panteón de Coatepec, donde todavía existe su lápida", comentó don Alfredo Mecalco.

Coatepec, camino de paso del Camino Real de México-Puebla-Veracruz, de conexión inmediata con Chalco y Texcoco, está a unos cuantos kilómetros de la Sierra Nevada formada por los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl y del legendario paso de Río Frío, donde una partida de asaltantes se hizo célebre en la primera mitad del siglo XIX. Este lugar está al pie de los montes Tláloc, Papayo e Iztaccíhuatl.

Los bandidos de Río Frío, se cuenta en Coatepec, se ocultaban en la Cañada de Tecalco, que une a esta población con el vallecito de Río Frío en un paisaje umbroso y misterioso por la abundancia de bosques. "En cuevas donde se ocultaban los ladrones suelen encontrarse ropas lujosas del siglo antepasado, monedas de oro y plata y restos de pesebres", dice don Alfredo, en referencia al reciente hallazgo de un lugareño de Coatepec.

Una de las leyendas más bellas del pueblo está vinculada a la patrona Virgen del Rosario: "Había una viejecita –cuenta Mecalco- que soñaba con una escultura de la Virgen y nunca había logrado que ningún cantero de la región (Ayotla, Chimalhuacán) la hiciera como ella deseaba verla. Pero ocurrió que un día se presentaron en su casa dos jóvenes escultores...".

"Eran de buen porte e incluso bellos, y como única condición para hacerle la escultura le pidieron una jícara de agua y dos velas. Pasaron dos días encerrados sin que nada le solicitaran para comer y beber. Intrigada, al tercer abrió el cuarto y se encontró con la imagen en piedra que ella siempre había soñado, pero no halló por ningún lado a los escultores".

"La gente de entonces y de ahora –comentó el dirigente de Cerro y Culebra- siempre ha creído que esos escultores eran dos ángeles".