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La segunda parte de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades Anónimoa Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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La segunda parte deLazarillo de Tormes y de sus

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En Anvers en casa de Martín Nucio, a la enseña delas dos Cigueñas.

M. D. LV.Con Preuilegio Imperial.

Privilegio

Concede el Emperador nuestro señor a MartínNucio, impressor de libros en la villa de Anvers, quepor tiempo de cuatro años ninguno pueda imprimireste libro so las penas contenidas en el originalprivilegio. Dado en Bruxelas en su Consejo, y sub-signado.

Facuwez.

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CAPÍTULO IEn que da cuenta Lázaro de la amistad que tuvo enToledo con unos tudescos, y lo que con ellos pas-

saba.

En este tiempo estaba en mi prosperidad y en lacumbre de toda buena fortuna, y como yo siempreanduviesse acompañado de una buena galleta deunos buenos frutos que en esta tierra se crían, paramuestra de lo que pregonaba, cobré tantos amigosy señores, assí naturales como estranjeros, que doquiera que llegaba no había para mí puerta cerrada;y en tanta manera me vi favorescido, que me pare-ce, si entonces matara un hombre, o me acaecieraalgún caso recio, hallara a todo el mundo de mibando y tuviera en aquellos mis señores todo favory socorro. Mas yo nunca los dexaba boquisecos,queriéndolos llevar comigo a lo mejor que yo habíaechado en la ciudad, a do hacíamos la buena yespléndida vida y xira; allí nos aconteció muchasveces entrar en nuestros pies y salir en ajenos. Y lomejor desto es que todo este tiempo, maldita lablanca Lázaro de Tormes gastó, ni se la consentíangastar; antes, si alguna vez yo de industria echabamano a la bolsa fingiendo quererlo pagar, tomában-

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lo por afrenta y mirábanme con alguna ira y decían:Nite, nite, Asticot, lanz, reprehendiéndome diciendoque do ellos estaban nadie había de pagar blanca.

Yo con aquello moríame de amores de tal gente,porque no sólo esto, mas de perniles de tocino,pedaços de piernas de carnero cocidas en aquelloscordiales vinos con mucha de la fina especia, y desobras de cecinas y de pan me henchían la falda ylos senos cada vez que nos juntábamos, que teníaen mi casa de comer yo y mi mujer hasta hartar unasemana entera. Acordábame en estas harturas delas mis hambres passadas, y alababa al Señor, ydábale gracias que assí andan las cosas y tiempos.Mas como dice el refrán: «Quien bien te hará, o sete irá o se morirá». Assí me acaeció, que se mudóla gran corte, como hacer suele. Y al partir fui muyrequirido de aquellos mis grandes amigos me fues-se con ellos, y que me harían y acontecerían. Masacordándome del proverbio que se dice: «Más valeel mal conocido, que el bien por conocer», agrade-ciéndoles su buena voluntad, con muchos abraços ytristeza me despedí dellos. Y cierto, si casado nofuera, no dexara su compañía por ser gente hechamuy a mi gusto y condición. Y es vida graciosa laque viven, no fantástigos, ni presumptuosos; sin

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escrúpulo ni asco de entrarse en cualquier bodegón,la gorra quitada si el vino lo merece: gente llana yhonrada, y tal y tan bien proveída, que no me ladepare Dios peor cuando buena sed tuviere. Mas elamor de la mujer y de la patria que ya por mía ten-go, pues como dicen: «¿De dó eres, hombre?»,tiraron por mí; y assí me quedé en esta ciudad,aunque muy conocido de los moradores della, conmucha soledad de los amigos y vida cortesana.

Estuve muy a mi placer con acrecentamiento dealegría y linaje por el nacimiento de una muy her-mosa niña que en estos medios mi mujer parió, queaunque yo tenía alguna sospecha, ella me juró queera mía, hasta que a la fortuna le pareció habermemucho olvidado y ser justo tornarme a mostrar suairado y severo gesto cruel, y aguarme estos pocosaños de sabrosa y descansada vida con otros tan-tos de trabajos y amarga muerte. ¡Oh gran Dios! Y¿quién podrá escrebir un infortunio tan desastrado yacaecimiento tan sin dicha, que no dexe holgar eltintero poniendo la pluma a sus ojos?

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CAPÍTULO IICómo Lázaro, por importunación de amigos, se fuea embarcar para la guerra de Argel, y lo que allá le

acaeció.

Sepa Vuestra Merced que estando el triste Láza-ro de Tormes en esta gustosa vida, usando su oficioy ganando él muy bien de comer y de beber, porqueDios no crió tal oficio, y vale más para esto que lamejor veinteycuatría de Toledo; estando assí mismomuy contento y pagado con mi mujer y alegre con lanueva hija, sobreponiendo cada día en mi casaalhaja sobre alhaja, mi persona muy bien tratada,con dos pares de vestidos, unos para las fiestas yotros para de contino, y mi mujer lo mismo, mis dosdocenas de reales en el arca, vino a esta ciudad,que venir no debiera, la nueva para mí, y aún paraotros muchos de la ida de Argel. Y començáronsede alterar unos, no sé cuántos vecinos míos, dicien-do: «Vamos allá, que de oro hemos de venir carga-dos.» Y començáronme con esto a poner codicia;díxelo a mi mujer, y ella, con gana de volverse conmi señor el Arcipreste, me dixo: «Haced lo que qui-siéredes, mas si allá vais y buena dicha tenéis, unaesclava querría que me truxéssedes que me sir-

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viesse, que estoy harta de servir toda mi vida. Ytambién para casar a esta niña no serían malasaquellas tripolinas y doblas zahenas, de que tanproveídos dicen que están aquellos perros moros».

Con esto y con la codicia que yo me tenía, de-terminé (que no debiera) ir a este viaje. Y bien me lodesviaba mi señor el Arcipreste, mas yo no lo queríacreer: al fin habían de passar por mí más fortunasde las passadas. Y assí, con un caballero de aquí,de la Orden de San Juan, con quien tenía conoci-miento, me concerté de le acompañar y servir enesta jornada, y que él me hiciesse la costa, con talque lo que allá ganasse fuesse para mí. Y assí fueque gané, y fue para mí mucha malaventura, de lacual, aunque se repartió por muchos, yo truxe hartaparte.

Partimos desta ciudad aquel caballero y yo, yotros y mucha gente, muy alegres y muy ufanoscomo a la ida todos van; y por evitar prolixidad, detodo lo acaecido en este camino no hago relación,por no hacer nada a mi propósito. Mas de que nosembarcamos en Cartagena y entramos en una naobien llena de gente y vituallas, y dimos con nosotrosdonde los otros, y levantóse en el mar la cruel yporfiada fortuna que habrían contado a Vuestra

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Merced, la cual fue causa de tantas muertes ypérdida, cual en el mar gran tiempo ha no se perdió;y no fue tanto el daño que la mar nos hizo, como elque unos a otros nos hecimos; porque como fue denoche, y aun de día el tiempo recio de las bravasondas y olas del tempestuoso mar tan furiosasningún saber había que lo remediasse, que lasmismas naos se hacían pedaços unas con otras, yse anegaban con todos los que en ellas iban. Maspues sé que de todo lo que en ella passó y se vioVuestra Merced estará, como he dicho, informadode muchos que lo vieron y passaron, y quiso Diosque escaparon, y de otros a quien aquellos lo hancontado, no me quiero detener en ello, sino darcuenta de lo que nadie sino yo la puede dar, por seryo solo el que lo vio, y el que de todos los otrosjuntos que allí estuvieron ninguno mejor que yo lo vi.En lo cual me hizo Dios grandes mercedes, segúnVuestra Merced oirá.

De moro ni de mora no doy cuenta, porque en-comiendo al diablo el que yo vi. Mas vi la nuestranao hecha pedaços por muchas partes, vila hacerpor otras tantas, no viendo en ella mástil ni entena,todas las obras muertas derribadas y el caxco tanhecho caxcos, y tal cual he dicho.

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Los capitanes y gente granada que en ella ibansaltaron en el barco y procuraron de se mejorar enotras naos, aunque en aquella sazón pocas habíaque pudiessen dar favor. Quedamos los ruines en laruin y triste nao, porque la justicia y cuaresma dizque es más para estos que para otros. Enco-mendámosnos a Dios y començámosnos a confes-sar unos a otros, porque dos clérigos que en nues-tra compañía iban, como se decían ser caballerosde Jesucristo, fuéronse en compañía de los otros ydexáronnos por ruines. Mas yo nunca vi ni oí tanadmirable confessión: que confessarse un cuerpoantes que se muera acaecedera cosa es, masaquella hora entre nosotros no hubo ninguno que noestuviesse muerto. Y muchos que cada ola que labrava mar en la mansa nao embestía, gustaban lamuerte, por manera que pueden decir que estabancien veces muertos, y assí, a la verdad, las confes-siones eran de cuerpos sin almas. A muchos dellosconfessé, pero maldita la palabra me decían sinosospirar y dar tragos en seco, que es común a losturbados, y otro tanto hice yo a ellos, pues estándo-nos anegando en nuestra triste nao, sin esperançade ningún remedio que para evadir la muerte se nosmostrasse, después de llorada por mí mi muerte yarrepentido de mis pecados, y más de mi venida

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allí, después de haber rezado ciertas devotas ora-ciones que del ciego mi primero amo aprendí apro-badas para aquel menester, con el temor de lamuerte vínome una mortal y grandíssima sed, yconsiderando cómo se había de satisfacer conaquella salada, mal sabrosa agua del mar, pareció-me inhumanidad usar de poca caridad comigo mis-mo, y determiné que en lo que la mala agua habíade ocupar era bien engullirlo de vino excelentíssimoque en la nao había, el cual aquella hora estaba tansin dueño como yo sin alma, y con mucha priessacomencé a beber. Y allende de la gran sed que eltemor de la muerte y la angustia della me puso, ytambién no ser yo de aquel oficio mal maestro, eldesatino que yo tenía, sin casi saber lo que hacía,me ayudó de tal manera, que yo bebí tanto, y de talsuerte me atesté, descansando y tornando a beber,que sentí de la cabeça a los pies no quedar en mitriste cuerpo rincón ni cosa que de vino no quedas-se llena, y acabando de hacer esto y la nao hechapedaços, de sumirse con todos nosotros todo fueuno. Esto sería dos horas después de amanecido;quiso Dios que con el gran desatino que hube deme sentir del todo en el mar, sin saber lo que hacía,eché mano a mi espada, que en la cinta tenía, ycomencé a baxar por mí mar abaxo.

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Aquella hora vi acudir allí gran número de pes-cados grandes y menores, de diversas hechuras,los cuales, ligeramente saliendo, con sus dientes deaquellos mis compañeros despedaçaban y los tala-ban. Lo cual viendo, temí que lo mismo harían a míque a ellos si me estuviesse con ellos en palabras; ycon esto dexé el bracear que los que se aneganhacen, pensando con aquello escapar de la muerte,de más y allende que yo no sabía nadar, aunquenadé por el agua para abaxo, y caminaba cuantopodía mi pesado cuerpo, y començóme a apartar deaquella ruin conversación priessa y ruido y muche-dumbre de pescados que al traquido que la nao dioacudieron; pues yendo yo assí baxando por aquelmuy hondo piélago, sentí y vi venir tras mí grandefuria de un crecido y gruesso exército de otros pe-ces, y según pienso venían ganosos de saber a quéyo sabía; y con muy grandes silbos y estruendo sellegaron a quererme asir con sus dientes. Yo, quetan cercano a la muerte me vi, con la rabia de lamuerte, sin saber lo que hacía, comienço a esgremirmi espada, que en la diestra mano llevaba desnuda,que aún no la había desamparado, y quiso Dios mesucediesse de tal manera, que en un pequeño ratohice tal riça dellos dando a diestro y a siniestro, quetomaron por partido apartarse de mí algún tanto; y,

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dándome lugar, se començaron a ocupar en secebar de aquellos de su misma nación a quien yodefendiéndome había dado la muerte, lo cual yo sinmucha pena hacía, porque como estos animalestengan poca defensa, y sus cuberturas menos, enmi mano era matar cuantos quería, y a cabo de ungran rato que dellos me aparté, yéndome siemprebaxando, y tan derecho como si llevara mi cuerpo ypies fixados sobre alguna cosa, llegué a una granroca que en medio del hondo mar estaba, y comome vi en ella de pies, holguéme algún tanto y co-mencé a descansar del gran trabajo y fatiga passa-da, la cual entonces sentí, que hasta allí con la alte-ración y temor de la muerte no había tenido lugar desentir.

Y como sea común cosa a los afligidos y cansa-dos respirar, estando sentado sobre la peña di ungran sospiro, y caro me costó, porque me descuidéy abrí la boca, que hasta entonces cerrada llevaba,y como había ya el vino hecho alguna evacuaciónpor haber más de tres horas que se había embasa-do lo que dél faltaba, tragué de aquella salada ydesaborida agua, la cual me dio infinita pena rifandodentro de mí con su contrario. Entonces conocícómo el vino me había conservado la vida, pues por

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estar lleno dél hasta la boca no tuvo tiempo el aguade me ofender; entonces vi verdaderamente la filo-sofía que cerca desto había profetizado mi ciego,cuando en Escalona me dixo que si a hombre elvino había de dar vida había de ser a mí. Entoncestuve gran lástima de mis compañeros que en el marpadecieron, porque no me acompañaron en el be-ber, que, si lo hicieran, estuvieran allí comigo, conlos cuales yo recibiera alguna alegría. Entoncesentre mí lloré todos cuantos en el mar se habíananegado, y tornaba a pensar: «quiçá, aunque bebie-ran, no tuvieran el tesón conveniente, porque noson todos Lázaro de Tormes, que deprendió el arteen aquella insigne escuela y bodegones toledanoscon aquellos señores de otra tierra».

Pues estando assí passando por la memoriaestas y otras cosas, vi que venían do yo estaba ungran golpe de pescados, los unos que subían de lobaxo y los otros que baxaban de lo alto, y todos sejuntaron y me cercaron la peña. Conocí que veníancon mala intención, y con más temor que gana melevanté con mucha pena y me puse en pie paraponerme en defensa; mas en vano trabajaba, por-que a esta sazón yo estaba perdido y encallado deaquella mala agua que en el cuerpo se me entró.

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Estaba tan mareado, que en pies no me podía te-ner, ni alçar la espada para defenderme. Y comome vi tan cercano a la muerte, miré si vería algúnremedio, pues buscallo en la defensa de mi espadano había lugar, por lo que dicho tengo; y andandopor la peña como pude, quiso Dios hallé en ella unaabertura pequeña y por ella me metí; y de que de-ntro me vi, vi que era una cueva que en la mesmaroca estaba, y aunque la entrada tenía angosta,dentro había harta anchura y en ella no había otrapuerta. Parecióme que el Señor me había traído allípara que cobrasse alguna fuerça de la que en míestaba perdida; y cobrando algún ánimo vuelvo elrostro a los enemigos, y puse a la entrada de lacueva la punta de mi espada. Y assímismo comien-ço con muy fieras estocadas a defender mi homena-je.

En este tiempo toda la muchedumbre de lospescados me cercaron, y daban muy grandes vuel-tas y arremetidas en el agua, y llegábanse junto a laboca de la cueva; mas algunos que de más atrevi-dos presumían, procurando de me entrar, no les ibadello bien; y como yo tuviesse puesta la espada lomás recio que podía con ambas manos a la puerta,se metían por ella y perdían las vidas; y otros que

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con furia llegaban heríanse malamente, mas no poresto levantaban el cerco. En esto sobrevino la no-che, y fue causa que el combate algo más se afloxó,aunque no dexaron de acometerme muchas vecespor ver si me dormía o si hallaban en mí flaqueza.

Pues estando el pobre Lázaro en esta angustia,viéndome cercado de tantos males en lugar tanestraño y sin remedio, considerando cómo mi buenconservador el vino poco a poco me iba faltando,por cuya falta la salada agua se atrevía y cada vezse iba comigo desvergonçando, y que no era possi-ble poderme sustentar siendo mi ser tan contrariode los que allí lo tienen, y que assí mismo cada horalas fuerças se me iban más faltando, assí por habergran rato que a mi atribulado cuerpo no se habíadado refeción sino trabajo, como porque el aguadigiere y gasta mucho, ya no esperaba más decuando el espada se me cayesse de mis flacas ytremulentas manos, lo cual luego que mis contrariosviessen, executarían en mí muy amarga muertehaciendo sus cuerpos sepultura. Pues todas estascosas considerando, y ningún remedio habiendo,acudí a quien todo buen cristiano debe acudir, en-comendándome al que da remedio a los que no letienen, que es el misericordioso Dios nuestro señor.

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Allí de nuevo comencé a gimir y llorar mis pecados,y a pedir dellos perdón y a encomendarme a Él detodo mi coraçón y voluntad, suplicándole me qui-siesse librar de aquella rabiosa muerte, prometién-dole grande enmienda en mi vivir, si de dármelafuesse servido. Después torné mis plegarias a lagloriosa Santa María madre suya y señora nuestra,prometiendole visitalla en las sus casas de Monse-rrat y Guadalupe, y la Peña de Francia. Despuésvuelvo mis ruegos a todos los santos y santas, es-pecialmente a San Telmo y al señor Sant Amador,que también passó fortunas en la mar cuajada. Yesto hecho, no dexé oración de cuantas sabía quedel ciego había deprendido, que no recé con muchadevoción: la del Conde, la de la emparedada, elJusto Juez y otras muchas que tienen virtud contralos peligros del agua.

Finalmente, el Señor, por virtud de su passión ypor los ruegos de los dichos y por lo demás queante mis ojos tenía, con obrar en mí un maravillosomilagro, aunque a su poder pequeño, y fue queestando yo assí sin alma, mareado y medio ahoga-do de mucha agua que, como he dicho, se me hab-ía entrado a mi pesar, y assí mismo encallado ymuerto de frío de la frialdad, que mientras mi con-

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servador en sus trece estuvo, nunca había sentido,trabajado y hecho pedaços mi triste cuerpo de lacongoxa y continua persecución, y desfallecido delno comer, a deshora sentí mudarse mi ser de hom-bre, quiera no me cate, cuando me vi hecho pez, nimás ni menos, y de aquella propia hechura y formaque eran los que cerrado me habían tenido y tenían.A los cuales, luego que en su figura fui tornado,conocí que eran atunes, entendí cómo entendían enbuscar mi muerte, y decían: «Este es el traidor, denuestras sabrosas y sagradas aguas enemigo. Estees nuestro adversario y de todas las naciones depescados que tan executivamente se ha habido connosotros desde ayer acá, hiriendo y matando tantosde los nuestros; no es possible que de aquí vaya;mas venido el día, tomaremos dél vengança».

Assí oía yo la sentencia que los señores estabandando contra el que ya hecho atún como ellos esta-ba. Después que un poco estuve descansado yrefrescando en el agua, tomando aliento y hallán-dome tan sin pena y passión como cuando más sinella estuve, lavando mi cuerpo de dentro y de fueraen aquella agua que al presente, y dende en ade-lante, muy dulce y sabrosa hallé, mirándome a unaparte y a otra por ver si vería en mí alguna cosa que

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no estuviesse convertido en atún. Estándome en lacueva muy a mi placer, pensé si sería bien estarmeallí hasta que el día viniesse, mas hube miedo meconociessen y les fuesse manifiesta mi conversión.Por otro cabo, temía la salida por no tener confiançade mí si me entendería con ellos y les sabría res-ponder a lo que me interrogassen, y fuesse estocausa de descubrirse mi secreto; que aunque losentendía y me veía de su hechura, tenía gran miedode verme entre ellos. Finalmente, acordé que lomás seguro era no me hallassen allí, porque ya queno me tuviessen por dellos, como no fuesse halladoLázaro de Tormes, pensarían yo haber sido en sal-valle y me pedirían cuenta dél, por lo cual me pare-ció que saliendo antes del día y mezclándome conellos, con ser tantos, por ventura no me echarían dever ni me hallarían estraño; y como lo pensé, assí lopuse por obra.

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CAPÍTULO IIICómo Lázaro de Tormes hecho atún salió de la

cueva, y cómo le tomaron las centinelas de los atu-nes y lo llevaron ante el general.

En saliendo, señor, que salí de la roca, quiseluego probar la lengua y comencé a grandes vocesa decir: «¡Muera, muera!», aunque apenas habíaacabado estas palabras, cuando acudieron las cen-tinelas que sobre el pecador de Lázaro estaban, yllegados a mí, me preguntan quién viva. «Señor -dixe yo-, ¡viva el pece y los ilustríssimos atunes!»;«Pues, ¿por qué das las voces? -me dixeron-, ¿quéhas visto o sentido en nuestro adversario que assínos alteras? ¿De qué capitanía eres?»

Señor, yo les dixe me pusiessen ante el señor delos capitanes y que allí sabrían lo que preguntaban.Luego, el uno destos atunes mandó a diez dellosme llevassen al general, y él se quedó haciendo laguarda con más de diez mil atunes.

Holgaba infinito de verme entender con ellos, ydixe entre mí: «El que me hizo esta gran merced,ninguna hizo coxa». Assí caminamos y llegamos, ya

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que amanecía, al gran exército, do había juntos tangran número de atunes, que me pusieron espanto.Como conocieron a los que me llevaban, dexáron-nos passar; y llegados al aposento del general, unode mis guías, haciendo su acatamiento, contó enqué manera y en el lugar do me habían hallado, yque siéndome preguntado por su capitán Licio quiényo era, había respondido que me pusiessen ante elgeneral, y por esta causa me traían ante su grande-za.

El capitán general era un atún aventajado de losotros en cuerpo y grandeza, el cual me preguntóquién era y cómo me llamaban, y en qué capitaníaestaba y qué era lo que pedía, pues pedí ser ante éltraído. A esta sazón yo me hallaba confuso y nisabía decir mi nombre, aunque había sido bien bap-tizado, excepto si dixera ser Lázaro de Tormes.Pues decir de dónde ni de qué capitanía, tampocolo sabía, por ser tan nuevamente transformado y notener noticia de las mares ni conocimiento de aque-llas grandes compañas ni de sus particulares nom-bres, por manera que, dissimulando algunas de laspreguntas que el general me hizo, respondí yo ydixe: «Señor, siendo tu grandeza tan valerosa, co-mo por todo el mar se sabe, gran poquedad me

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parece que un miserable hombre se defienda de tangran valer y poderoso exército, y sería menoscabarmucho su estado y el gran poder de los atunes». Ydigo: «Pues yo soy tu súbdito y estoy a tu mandadoy de tu bandera, profiero a ponerte en poder de susarmas y despojo, y si no lo hiciere, que mandeshacer justicia cruel de mí».

Aunque por sí o por no, no me ofrecí a darle aLázaro por no ser tomado en mal latín. Y este puntono fue de latín, sino de letrado moço de ciego. Hubodesto el general gran placer por ofrecerme a lo queme ofrecí, y no quiso saber de mí más particularida-des; mas luego respondió y dixo: «Verdad es quepor escusar muertes de los míos, está determinadotener cercado aquel traidor y tomalle por hombre;mas si tú te atreves a entralle como dices, serte hamuy bien pagado, aunque me pesaría si, por hacertú por nuestro señor el rey y mí, tomasses muerteen la entrada como otros han hecho; porque yoprecio mucho a los mis esforçados atunes, y a losque con mayor ánimo veo querría guardar más,como buen capitán debe hacer».

«Señor -respondí yo-, no tema tu ilustríssimaexcelencia mi peligro, que yo piénsolo efectuar sinperder gota de sangre».

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«Pues si assí es, el servicio es grande, y te lopienso bien gratificar. Y pues el día se viene, yoquiero ver cómo cumples lo que has prometido».

Mandó luego a los que tenían cargos que mo-viessen contra el lugar donde el enemigo estaba; yesto fue admirable cosa de ver mover un campopujante y caudaloso, que cierto nadie lo viera aquien no pusiesse espanto. El capitán me puso a sulado, preguntándome la manera que pensaba tenerpara entralle. Yo se la decía fingiendo grandes ma-neras y ardides, y hablando llegamos a las centine-las que algo cerca de la cueva o roca estaban.

Y Licio, el capitán el cual me había enviado algeneral, estaba con toda su compañía bien a punto,teniendo de todas partes cercada la cueva; mas nopor esso que ninguno se osasse llegar a la bocadella, porque el general lo había enviado a mandarpor evitar el daño que Lázaro hacía, y porque altiempo que yo fui convertido en atún, quedóse laespada puesta a la puerta de la cueva de aquellamanera que la tenía cuando era hombre, la cual losatunes veían, temiendo que el rebelado la tenía yestaba tras la puerta. Y como llegamos, yo dixe algeneral mandasse retraer los que el sitio tenían, yque assí él como todos se apartassen de la cueva,

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lo cual fue hecho luego. Y esto hice yo porque noviessen lo poco que había que hacer en la entrada.Yo me fui solo, y dando muy grandes y prestas vuel-tas en el agua, y lançando por la boca grandes es-padañadas della.

En tanto que yo esto hacía, andaba entre ellos,de hocico en hocico, la nueva cómo yo me habíaofrecido de entrar al negocio, y oía decir: «Él morirácomo otros tan buenos y osados han hecho».«Dexadle, que presto veremos su argullo perdido».

Yo fingía que dentro había defensa y me echa-ban estocadas como aquel que las había echado, yfuía el cuerpo a una y otra parte. Y como el exércitoestaba desmayado, no tenían lugar de ver que nohabía que ver. Tornaba otras veces a llegarme a lacueva y acometella con gran ímpetu y a desviarmecomo antes. Y assí anduve un rato fingiendo pelea:todo por encarecer la cura. Después que esto hicealgunas veces, algo desviado de la cueva, comien-ço a dar grandes voces porque el general y exércitome oyessen, y a decir: «¡Oh mezquino hombre!¿Piensas que te puedes defender del gran poder denuestro gran rey y señor, y de su gran capitán, y delos de su pujante exército? ¿Piensas passar sincastigo de tu gran osadía y de las muchas muertes

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que por tu causa se han hecho en nuestros amigosy deudos? ¡Date, date a prisión al insigne y grancaudillo! Por ventura habrá de ti merced. ¡Rinde,rinde las armas que te han valido! Sal del lugar fuer-te do estás, que poco te ha de aprovechar, y méteteen poder del que ningún poder en el gran mar leiguala».

Yo que estaba, como digo, dando estas voces,todo para almohaçar los oídos al mandón, comohacerse suele por ser cosa de que ellos toman gus-to, llega a mí un atún, el cual me venía a llamar departe del general. Yo me vine para él, al cual y atodos los más del exército hallé finados de risa; yera tanto el estruendo y ronquidos que en el reírhacían, que no se oían unos a otros. Como yo lle-gué espantado de tan gran novedad, mandó el ca-pitán general que todos callassen, y assí hubo algúnsilencio, aunque a los más les tornaba a arrebatar larisa, y al fin con mucha pena oí al general que medixo: «Compañero, si otra forma no tenéis en entrarla fuerça a nuestro enemigo que la de hasta aquí, nitú cumplirás tu promessa, ni yo soy cuerdo en estar-te esperando; y más que solamente te he vistoacometer la entrada, y no has osado entrar, mas deverte poner con eficacia en persuadir a nuestro ad-

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versario, lo que debe de hacer cualquiera. Y esto, alparecer mío y de todos estos, tenías bien escusadode hacer, y nos parece tiempo muy mal gastado ypalabras muy dichas a la llana, porque ni lo quepides ni lo que has dicho en mil años lo podráscumplir, y desto nos reímos; y es muy justa nuestrarisa, ver que parece que estás con él platicandocomo si fuesse otro tú».

Y en esto tornaron a su gran reír; y yo caí en migran necedad, y dixe entre mí: «Si Dios no me tu-viesse guardado para más bien, de ver estos necioslo poco y malo que yo sé usar de atún, caerían enque sí tengo el ser, no el natural». Con todo, quiseremediar mi yerro, y dixe: «Cuando hombre, señor,tiene gana de efectuar lo que piensa, acaécele loque a mí». Alça el capitán, y todos, otra mayor risa,y díxome: «Luego hombre eres tú». Estuve por res-ponder: «Tú dixiste». Y cabía bien, mas hube miedoque en lugar de rasgar su vestidura, se rasgara micuerpo. Y con esto dexé las gracias para otro tiem-po más conveniente.

Yo, viendo que a cada passo decía mi necedad,y pareciéndome que a pocos de aquellos xaquespodría ser mate, comencéme a reír con ellos, y sa-be Dios que regañaba con muy fino miedo que a

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aquella sazón tenía. Y díxele: «Gran capitán, no estan grande mi miedo como algunos lo hacen, quecomo yo tenga contienda con hombre, vase la len-gua a lo que piensa el coraçón; mas ya me pareceque tardo en cumplir mi promesa y en darte ven-gança de nuestro contrario. Contando con tu licen-cia, quiero volver a dar fin a mi hecho.

«Tú la tienes», me dixo. Y luego, muy corrido ytemeroso de tales acaecimientos, me volví a la peñapensando cómo me convenía estar más sobre elaviso en mis hablas. Y llegando a la cueva acae-cióme un acaecimiento, y tornándome a retraer muyde presto, me junté del todo a la puerta y tomé en laboca la que otras veces en la mano tomaba, y estu-ve pensando qué haría: si entraría en la cueva o iríaa dar las armas a quien las prometí. En fin, pensé sientrara, por ventura sería acusado de ladronicio,diciendo habella yo comido, pues no había de serhallado, el cual era caso feo y digno de castigo. Enfin, vuelvo al exército, el cual ya movía en mi soco-rro, porque me había visto cobrar la espada; y aunpor mostrar yo más ánimo, cuando la cobré de so-bre la pared que a la boca de la cueva estaba, es-gremí torciendo el hocico, y a cada lado hice conella casi como un revés.

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Llegando al general, humillando la cabeça anteél, teniendo, como pude, el espada por la empuña-dura en mi boca, le dixe: «Gran señor, veis aquí lasarmas de nuestro enemigo: de hoy no hay más quetemer la entrada, pues no tiene con qué defenderla.Vos lo habéis hecho como valiente atún, y seréisgualardonado de tan gran servicio. Y, pues, contanto esfuerço y osadía ganastes la espada, y meparece os sabréis aprovechar della mejor que otro,tenedla hasta que tengamos en poder este malva-do».

Y luego llegaron infinitos atunes a la boca de lacueva, mas ninguno fue osado de entrar dentro,porque temían no le quedasse puñal. Yo me prefería ser el primero de la escala, con tal que luego mesiguiessen y diessen favor; y esto pedía porquehubiesse testigos de mi inocencia; mas tanto era elmiedo que a Lázaro habían, que nadie quería se-guirme, aunque el general prometía grandes dádi-vas al que comigo segundasse. Pues estando assí,díxome el gran capitán qué me parecía que hicies-se, pues ninguno me quería ser compañero enaquella peligrosa entrada. Y yo respondí que por suservicio me atrevería a entrarla solo si me assegu-rassen la puerta, que no temiessen de ser comigo.

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Él dixo que assí se haría, y que cuando los que allíestuviessen no osassen, que él me prometía se-guirme. Entonces llegó el capitán Licio y dixo queentraría tras mí. Luego comienço a esgremir miespada a un cabo y a otro de la cueva y a echar conella muy fieras estocadas, y lánçome dentro dicien-do a grandes voces: «¡Victoria, victoria! ¡Viva elgran mar y los grandes moradores dél, y mueran losque habitan la tierra!»

Con estas voces, aunque mal formadas, el ca-pitán Licio, que ya dixe me siguió y entró luego trasmí, el cual aquel día estrañamente se señaló ycobró comigo mucho crédito en velle tan animoso yaventajado de los otros; y a mí parecióme que untestigo no suele dar fe, y no quitándome de la en-trada, comienço a pedir socorro. Mas por demás erami llamar, que maldito el que se osaba aun allegar.Y no es de tener a mucho, porque en mi conciencialo mismo hiciera yo si pensara lo que ellos: para quées si no decir la verdad. Mas entrábame como pormi casa, sabiendo que un caracol dentro no estaba.Comencé a animallos diciéndoles: «¡Oh poderosos,grandes y valerosos atunes!, ¿dó está vuestro es-fuerço y osadía el día de hoy? ¿Qué cosa se osofrecerá en que ganéis tanta honra? ¡Vergüença,

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vergüença! Mirad que vuestros enemigos os ternánen poco siendo sabidores de vuestra poca osadía».

Con estas y otras cosas que les dixe, aquel grancapitán, más con vergüença que gana, bien espa-ciosamente entró dando muy grandes voces: «¡Paz,paz!», en lo cual bien conocí que no las traía todasconsigo, pues en tiempo de tanta guerra pregonabapaz. Desque fue entrado, mandó a los de fuera queentrassen, los cuales pienso yo que entraron conharto poco esfuerço; mas como no vieron al pobreLázaro, ni defensa alguna, aunque hartos golpes deespada daba yo por aquellas peñas, quedaron con-fusos, y el general corrido de lo poco que acorrió alsocorro mío y de Licio.

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CAPÍTULO IVCómo, después de haber Lázaro con todos los atu-

nes entrado en la cueva, y no hallando a Lázarosino a los vestidos, entraron tantos que se pensaron

ahogar, y el remedio que Lázaro dio.

Mirando bien la cueva, hallamos los vestidos delesforçado atún Lázaro de Tormes, porque fuerondél apartados cuando en pez fue vuelto, y cuandolos vi todavía temí si por ventura estaba dentro de-llos mi triste cuerpo, y el alma sola convertida enatún. Mas quiso Dios no me hallé, y conocí estar encuerpo y alma vuelto en pescado. Huélgome porquetodavía sintiera pena y me dolieran mis carnesviéndolas despedaçadas, y tragar a aquellos quecon tan buena voluntad lo hicieran, y yo mismo lohiciera por no diferenciar de los de mi ser, y dar conesto causa de ser sentido.

Pues estando assí el capitán general y los otrosatónitos, a cada parte mirando y recatándose, te-miendo, aunque desseando, encontrar con el queencontraban; después de bien rodeada y buscada lapequeña cueva, el capitán general me dixo qué me

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parecía de aquello y de no hallar allí nuestro adver-sario.

«Señor -le respondí-, sin duda yo pienso este noser hombre, sino algún demonio que tomó su formapara nuestro daño, porque, ¿quién nunca vio ni oyódecir un cuerpo humano sustentarse sobre el aguatanto tiempo, ni que hiciesse lo que éste ha hecho, yal cabo, teniéndole en un lugar encerrado comoéste, y con estar aquí y tan cercado, habérsenos idoante nuestros ojos?»

Cuadróle esto que dixe, y estando hablando enesto, sucediónos otro mayor peligro, y fue que comocomençassen a entrar en la cueva los atunes quefuera estaban, diéronse tanta priessa, viéndose yalibres del contrario, y por haber parte del saco dél yvengarse de las muertes que había hecho de susdeudos y amigos, que cuando miramos, estaba lacueva tan llena, que desde el suelo hasta arriba nometieran un alfiler que no fuesse todo atunes; yassí, atocinados unos sobre otros, nos ahogábamostodos, porque, como tengo dicho, el que entraba nose tenía por contento hasta llegar a do el generalestaba, pensando se repartía la presa. Por maneraque, vista la necessidad y el gran peligro en queestábamos, el general me dixo: «Esforçado compa-

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ñero, ¿qué medio tenemos para salir de aquí convida, pues vees cómo va creciendo el peligro, ytodos casi estamos ahogados?»

«Señor -dixe yo-, el mejor remedio sería si estosque cabe nos están pudiessen darnos lugar, y queyo pudiesse tomar la entrada desta cueva y defen-derla con mi espada, para que más no entrassen, ylos entrados saldrían y nosotros con ellos sin peli-gro. Mas esto es impossible por haber tanta multitudde atunes que sobre nosotros están, y habrás dever cómo no por esso se ha de escusar que no en-tren más, porque el que está fuera piensa que losque estamos acá dentro estamos repartiendo eldespojo, y quieren su parte. Un solo remedio veo, yes si por escapar vuestra excelencia tiene por bienque algunos destos mueran, porque para ya hacerlugar no puede ser sin daño».

«Pues assí es, guarda la cara al basto y triunfade todos essos otros».

«Pues, señor -le respondí-, quedáis como pode-roso señor, sacadme a paz y a salvo deste hecho, yque en ningún tiempo me venga por ellos mal».

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«No sólo no te vendrá mal -dixo él-, mas te pro-meto te vendrá por lo que hicieres grandes bienes,que en tales tiempos es gran bien del exército queel caudillo se salve, y querría más una escama quelos súbditos».

«¡Oh capitanes -dixe yo entre mí-, qué poco casohacen de las vidas ajenas para salvar las suyas!¡Cuántos deben de hacer lo que éste hace! Cuándiferente es lo que estos hacen a lo que oí decir quehabía hecho un Paulo Decio, noble capitán romano,que, conspirando los latinos contra los romanos,estando los exércitos juntos para pelear, la nocheantes que la batalla se diesse, soñó el Decio queestaba constituido por los dioses que si él moría enla batalla que los suyos vencerían y serían salvos, ysi él se salvaba, que los suyos habían de morir. Y loprimero que procuró començando la batalla, fueponerse en parte tan peligrosa que no pudiesseescapar con la vida, porque los suyos la hubiessen,y assí la hubieron. Mas no le seguía en esto elnuestro general atún».

Después, viendo yo la seguridad que me daba,digo la seguridad y aun la necessidad que de hace-llo había, y el aparejo para me vengar del mal tra-tamiento y estrecho en que aquellos malos y per-

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versos atunes me habían puesto, comienço a es-gremir mi espada lo mejor que pude, y a herir adiestro y a siniestro, diciendo: «¡Fuera, fuera, atu-nes mal comedidos, que ahogáis a nuestro ca-pitán!» Y con esto, a unos de revés, a otros de tajo,a veces de estocadas, en muy breve hice diabluras,no mirando ni teniendo respecto a nadie, excepto alcapitán Licio, que por verle de buen ánimo en laentrada de la cueva me aficioné a él y le amé yguardé, y no me fue dello mal, como adelante sedirá.

Los que estaban dentro de la cueva, como vieronla matança, comiençan a desembaraçar la posada,y con cuanta furia entraron, a mayor salieron. Ycomo los de fuera supiessen la nueva y viessensalir a algunos descalabrados, no procuraron entrar.Y assí, nos dexaron solos con los muertos, y mepuse a la boca de la cueva, y desde allí empieço aechar muy fieras estocadas. Y a mi parecer, tanseñor de la espada me vi teniéndola con los dientescomo cuando la tenía con las manos.

Después de haber descansado del trabajo yahogamiento, el bueno de nuestro general y los quecon él estaban comiençan a sorber de aquella aguaque a la sazón en sangre estaba vuelta; y assí mis-

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mo, a despedaçar y comer los pecadores atunesque yo había muerto, lo cual viendo, comencé atenelles compañía, haciéndome nuevo de aquelmanjar que ya le había comido algunas veces enToledo, mas no tan fresco como allí se comía. Yassí, me harté de muy sabroso pescado, no impi-diéndome las grandes amenazas que los de fuerame hacían por el daño que había hecho en ellos.

Y ya que al general pareció, nos salimos fueracon avisalle de la mala intención que los de fueracontra mí tenían, por tanto que su excelencia prove-yesse en mi seguridad. Él, como salió contento ybien harto -que dicen que es la mejor hora paranegociar con los señores-, mandó pregonar que losque en dicho ni en hecho fuessen contra el atúnestranjero, que muriessen por ello, y ellos y sussucessores fuessen habidos y tenidos por traidores,y sus bienes confiscados a la real cámara, porcuanto si el sobredicho atún hizo daño en ellos fuepor ser ellos rebeldes y haber passado el manda-miento de su capitán, y puéstole, por su mal mirar, apunto de muerte. Y con esto, todos hubieron porbien que los muertos fuessen muertos y los vivostuviéssemos paz.

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Hecho esto, el capitán hizo llamar todos los otroscapitanes, maestros de campo y todos los demásoficiales señalados que tenían cargo del exército.Mandó que los que no habían entrado en la cuevaentrassen y repartiessen entre sí el despojo quehallassen, lo cual brevemente fue hecho; y tantoseran, que a un bocado de atún no les cupo. Des-pués de salidos, porque pareciesse a todos hacíanparticipantes, pregonaron saco a todo el exército,del cual fue hecho cumplimiento a todos los atunescomunes, porque maldita la cosa en la cueva había,si no fuesse alguna gota de sangre y los vestidos deLázaro. Aquí passé yo por la memoria la crueldaddestos animales, y cuán diferente es la benignacondición de los hombres a la dellos. Porque, pues-to caso que en la tierra alguno se allegásse a comeralgo de lo de su próximo, el cual pongo en dudahaber, mayormente el día de hoy, por estar la con-ciencia más alta que nunca, a lo menos no hay tandesalmado que a su mismo próximo coma. Por tan-to, los que se quexan en la tierra de algunos desa-fueros y fuerças que les son hechos, vengan, ven-gan a la mar, y verán cómo es pan y miel lo de allá.

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CAPÍTULO VEn que cuenta Lázaro el ruin pago que le dio el

general de los atunes por su servicio, y de su amis-tad con el capitán Licio.

Pues tornando a lo que hace al caso, otro día elgeneral mismo me apartó en su aposento, y dixo:«Esforçado y valeroso atún estraño, yo he acordadote sean gualardonados tan buenos servicios y con-sejos, porque si los que como tú sirven no son gua-lardonados, no se hallarían en los exércitos quien alos peligros se aventurasse; porque me parece, enpago dello ganes nuestra gracia, y te sean perdo-nadas las valerosas muertes que en la cueva ennuestras compañas hecistes. Y en memoria delservicio que en librarme de la muerte me has hecho,posseas y tengas por tuya propia essa espada delque tanto daño nos hizo, pues tan bien della te sa-bes aprovechar, con apercebimiento que si con ellahicieres contra nuestros súbditos y naturales denuestro señor el rey alguna violencia, mueras porello. Y con esto me parece no vas mal pagado, y dehoy más puedes te volver do eres natural». Ymostrándome no muy buen semblante, se metióentre los suyos y me dexó.

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Quedé tan atónito cuando oí lo que dixo, quecasi perdí el sentido, porque pensaba por lo menosme había de hacer un grande hombre, digo atún,por lo que había hecho, dándome cargo perpetuoen un gran señorío en el mar, según me había ofre-cido. «¡Oh Alexandre -dixe entre mí-, repartíades ygastábades vos las ganancias ganadas con vuestroexército y caballeros! O lo que había oído de CayoFabricio, capitán romano, de qué manera gualardo-naba y guardaba la corona para coronar a los pri-meros que se aventuraban a entrar los palenques. Ytú, Gonçalo Hernandes, gran capitán español, otrasmercedes heciste a los que semejantes cosas enservicio de tu rey y en aumento de tu honra se se-ñalassen. Todos los que sirvieron y siguieron acuantos del polvo de la tierra le levantaste, y valero-sos y ricos heciste, como este mal mirado atún co-migo lo hizo, haciéndome merced de la que en Ço-codover me había costado mis tres reales y medio.Pues oyendo esto, consuélense los que en la tierrase quexan de señores, pues hasta en el hondo marse usan las cortas mercedes de los señores».

Estando yo assí pensativo y triste, conociéndo-melo el capitán Licio, llegóse a mí y díxome: «Losque confían en algunos señores y capitanes assí

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como a ti acaece, que estando en necessidadhacen promessas, y salidos dellas no se acuerdande lo prometido. Yo soy buen testigo de todo tubuen esfuerço y de todo lo que valerosamente hashecho, como quien a tu lado se halló, y veo el malpago que de tus proezas llevas y el gran peligro enque estás, porque quiero que sepas que muchosdestos que ante ti tienes están entre sí concertandotu muerte; por tanto no te partas de mi compañía,que de aquí te doy fe, como hijodalgo, de te favore-cer con todas mis fuerças y con las de mis amigosen cuanto pueda, pues sería muy gran pérdida per-derse un tan valeroso y señalado pece como tú».

Yo le respondí grandes gracias por la voluntadque me mostraba, y acepté la merced y buena obraque me hacía, y ofreciéndome serville en tanto queviviesse. Y con esto él fue muy contento, y llamóhasta quinientos atunes de su compañía y mandó-les que dende en adelante tuviessen cargo de meacompañar y mirar por mí como por él mismo. Yassí fue, que estos jamás, de día ni de noche, de míse apartaban, y con gran voluntad, que estos no eramucho que me desamassen. Y no pienso que de losotros había en el exército quien no me tuviesse granvoluntad, porque les pareció aquel día del combate

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que me señalé o di a conocer gran valentía y es-fuerço en mí.

Desta manera trabamos el capitán Licio y yoamistad, la cual nos mostramos como adelante diré.Deste supe yo muchas cosas y costumbres de loshabitadores del mar, los nombres de los cuales ymuchas provincias, reinos y señoríos dél, y de losseñores que los posseían. Por manera que en po-cos días, me hice tan práctico, que a los nacidos enél hacía ventaja y daba más cuenta y relación de lascosas que ellos mismos. Pues en este tiempo nues-tro campo se deshizo, y el general mandó que cadacapitanía y compañía se fuesse a su alojamiento, ydende a dos lunas fuessen todos los capitanes jun-tos en la corte, porque el rey lo había assí enviado amandar. Apartámosnos mi amigo y yo con los de sucompañía, que serían, a mi ver, hasta diez mil atu-nes, entre los cuales había poco más que diezhembras, y estas eran atunas del mundo, que entrela gente de guerra suelen andar a ganar la vida.Aquí vi el arte y ardid que para buscar de comertienen estos pescados, y es que se derraman a unaparte y a otra y se hacen en cerco grande de másde una legua en torno, y desque los unos de unaparte se han juntado con los de la otra, vuelven los

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rostros unos para otros y se tornan a juntar, y todoel pescado que en medio toman muere a sus dien-tes. Y assí caçan una o dos veces al día, segúncomo acaecen a salir. Desta suerte nos hartábamosde muchos y sabrosos pescados, como era pajeles,bonitos, agujas y otros infinitos géneros de peces. Yhaciendo verdadero el proverbio que dicen que «elpece grande come al más pequeño», porque, siacontecía en la redada coger algunos mayores quenosotros, luego les dábamos carta de guía, dexá-bamos salir sin ponernos con ellos en barajas, ex-cepto qué si querían ser con nosotros y ayudarnos amatar y comer conforme al dicho «quien no trabaja,que no coma».

Tomamos una vez entre otros pescados ciertospulpos, al mayor de los cuales yo reservé la vida, ytomé por esclavo y hice mi paje de espada, y assíno traía la boca embaraçada ni pena con ella, por-que mi paje, revuelto por los anillos, una de susmuchas colas la traía a su placer, y aun pareciómea mí que se usaba y pompeaba con ellas. Destasuerte caminamos ocho soles, que llaman en el mara los días, al cabo de los cuales llegamos a do miamigo y los de su compañía tenían sus hijos y hem-bras, de las cuales fuimos recebidos con mucho

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placer, y cada cual con su familia se fue a su alber-gue, dexándome a mí y al capitán en el suyo.

Entrados que fuimos en la posada del señorLicio, dixo a su hembra: «Señora, lo que deste viajetraigo es haber ganado por amigo este gentil atúnque aquí veis, la cual ganancia tengo en mucho; portanto os ruego sea de vos festejado y hecho aqueltratamiento que a mi hermano hacer solíades, por-que en ello me haréis singular placer». Esta era unamuy hermosa atuna y de mucha autoridad; respon-dió: «Por cierto, señor, esso se hará como mandáis,y si falta hubiere, no será de voluntad».

Yo me humillé ante ella suplicándola me diesselas manos para se las besar, sino que plugo a Diosse lo dixe algo passo, y no se echó de ver y no oye-ron mi necedad. Dixe entre mí: «Maldito sea midescuido, que pido para besar las manos a quien notiene sino cola». La atuna me dio una hocicadaamorosa, rogándome me levantasse, y assí fui dellarecibido muy bien; y ofreciéndome a su servicio, fuidella muy bien respondido como de una muy honra-da dueña. Y desta manera estuvimos allí algunosdías, y muy a nuestro placer, y yo muy bien tratadodestos señores y servido de los de su casa. En estemedio yo mostré al capitán esgremir, no lo habiendo

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en mi vida aprendido, y hízose de la espada muydiestro, lo cual él preciaba mucho; y assí mismo, aun hermano suyo que había nombre Melo, tambiénmuy ahidalgado atún.

Pues estando yo una noche en mi reposo, pen-sando la muy buena amistad que en este pece miamigo tenía, desseando se le ofreciesse algo enque le pudiesse pagar parte de lo mucho que ledebía, vínome al pensamiento un gran servicio quele podía hacer, y luego a la mañana lo comuniquécon él, lo cual él tuvo en lo que fue justo, pues levalió tanto como adelante diré. Y fue el caso que,viéndole yo tan aficionado a las armas, le dixe queél debía enviar a aquella parte donde fue nuestrodesastre, y que allí se hallarían muchas espadas,lanças, puñales y otras maneras de armas, y quetruxessen todas las que pudiessen traer, que yoquería tomar cargo de mostrar aquella nuestracompaña y hacellos diestros; y, si aquello habíaefecto, su compañía sería la más pujante y valerosade todas, y de quien el rey y todo el mar más casoharía, porque ella sola valdría más que todas lasotras juntas, y que desto le redundaría a él muchahonra y ganancia. Parecióle consejo de buen amigoy mucho me lo agradeció; y luego, executando el

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aviso, envió a su hermano Melo con hasta seis milatunes, los cuales con toda brevedad y buena dili-gencia vinieron trayendo infinitas espadas y otrasarmas, muchas de las cuales gran parte veníantomadas del orín, y debían ser de cuando el pocoventuroso don Hugo de Moncada passó otra tor-menta en este passo. Las armas venidas fueronrepartidas en los atunes que más hábiles nos pare-cieron, y el capitán por un cabo y su hermano porotro, y yo era como sobremaestro a quien veníancon las dudas: no entendíamos en otra cosa, sinoen mostrárselas a tener y esgremir con ellas, y aque supiessen echar su revés y tajo y fina estocada;a los demás que nos pareció diose cargo para caçary buscar de comer.

A las hembras hecimos entender en limpiar lasarmas con una gentil invención que yo di, y fue quelas sacassen y metiessen en los lugares que tuvies-sen arena hasta que se parassen lucias. De maneraque, puestos todos a punto, quien viera aquel peda-ço de mar le pareciera una gran batalla en el agua.A cabo de algunos días, muy pocos de los atunesarmados había que no se tuviesse por otro Aguirreel diestro. Entramos en consejo, y fue acordadohiciéssemos con los pulpos perpetua liga y amistad

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de que se viniessen a vivir con nosotros, porque nossirviessen con sus largas faldas de talabartes, yassí se hizo, y holgaron dello, porque los tuviésse-mos por amigos y los mantuviéssemos, los cuales,como dixe, sin pena nos podían servir.

Y en este tiempo se cumplió el plazo de los dosmeses, en cabo de los cuales el capitán generalmandó que fuessen todos juntos los capitanes en lacorte; y Licio se empeçó a poner a punto para la ida,y entre él y mí se platicó si sería bien irme yo con éla la corte y besar las manos al rey, y que tuviessenoticia de mí. Hallamos no ser buena la voluntadque mostró el general, y que sería inconvenientepor haberme expressamente mandado me fuesse ami tierra, por lo cual, después de platicado bien elnegocio, estando presentes a la plática Melo, her-mano del capitán Licio, de muy buen ingenio, y lahermosa y no menos sabia atuna, su hembra, fue elparecer de todos por el presente que yo me que-dasse allí en su compañía, porque él acordó de ir ala ligera y llevar pocos de los suyos, y que, despuésque él llegasse allá, informaría al rey de mí y delgran valor mío, y que, como el rey le respondiesse,assí haría lo que fuesse bien.

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Con este acuerdo el buen Licio se partió conhasta mil atunes, y quedamos su hermano Melo yyo con los demás en el aposento; y al tiempo quede mí se despidió, apartándome, me dixo: «Verda-dero amigo, hágoos saber que voy muy triste por unsueño que esta noche soñé. ¡Quiera Dios no seaverdad! Mas si por mi desventura saliere verdad,ruégoos os hayáis como bueno y os acordéis de loque en voluntad me sois en cargo, y no queráis demí más saber, porque ni a vos ni a mí conviene».

Yo le rogué mucho se aclarasse cómo, y no qui-so; antes, como estaba ya despedido de su dueña yde su hermano y de los demás, dándome con elhocico se fue no alegre, dexándome a mí muy tristey confuso. Pensé muchos y varios pensamientossobre aquel caso y en uno dellos hice algún assien-to, diciendo: «Por ventura éste, a quien tanto debo,debe pensar que la hermosura de su atuna, que lasmás veces con la mucha honestidad no se abraça,me cegará para que no vea lo que el mar vería tangran maldad. Mas esta buena ley el día de hoy estácorrupta, y en el mar debe de ser lo mismo, y no esmucho».

Passé yo por la memoria muchas cosas en estecaso y parecióme prevenir el remedio para que él se

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assegurasse y mi lealtad no padeciesse, y fue lle-gados ante la capitana atuna yo y su cuñado, des-pués de haberla algún tanto consolado del pesarque la partida de su marido le causaba, mayormen-te en ver la tristeza que Licio llevaba, aunque tam-bién a mí y a ella se lo encubrió al tiempo que dellase despidió.

Yo le dixe a Melo que yo desseaba ser su hués-ped, si él por bien lo tenía, porque para estar encompañía de hembras era mal regocijado, y antescausaría a su merced tristeza, que sería en quitár-sela. Ella me fue mucho a la mano, diciendo que sialgún consuelo pensaba tener era por estar yo ensu poder y posada, sabiendo el grande amor que sumarido me tenía, y que, assí, al tiempo que della separtió, no le dio mayor cargo que el cuidado que demí había de tener; aunque yo no pensé lo que era,antes distaban nuestros pensamientos. Al fin, comoa mí se me habían assentado los negros celos, auncomo atún, que por ventura había passado por elloscon la mi Elvira y mi amo el arcipreste, nunca sepudo comigo acabar que quedasse, antes me fuicon el cuñado, y cuando a visitalla venía siempre letraía comigo.

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CAPÍTULO VIEn que cuenta Lázaro lo que al capitán Licio, su

amigo, le aconteció en la corte con el gran capitán.

Pues, estando assí, como he contado, a ratoscaçando, a ratos exercitando las armas con aque-llos que diestros se habían hecho, dende a ochodías que mi amigo se había partido, nos llegó unanueva, la cual manifestó la tristeza que llevaba alpartir con hacernos a todos los más tristes peces detodo el mar. Y fue el caso que, cuando el capitángeneral se hubo comigo tan ásperamente como hecontado, él quisiera que me fuera luego del exército,y que los apassionados a quien yo había hechoofensa me ofendieran y dieran muerte, y aun, comodespués se supo, él había mandado a ciertos atu-nes que, viéndome desmandado, me matassen, yaveriguado, no por más de por parecelle, como eraverdad, ser yo tal testigo de su cobardía, porqueotra causa yo no hallaba, sino por do merecía sergratificado. Mas Dios no dio lugar a esta maldad,poniendo, como puso, a Licio en coraçón el favorque me hizo; lo cual sabido por el general, tomóassí mismo con él gran odio y mala voluntad, afir-mando y jurando que lo que Licio hizo por mí fue

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por dalle a él pesar; y sabiendo también que en éltenía mal testigo, por estar junto a mí cuando elgeneral entró en la cueva diciendo: «Paz, paz».

Juntóse todo, y lo que en mí había hecho el buencapitán, y mejor que él. Procuró con todas sus ma-las mañas hacer, y como fue en la corte, luego fuecon grandes quexas al rey infamándole de traidor yaleve, diciendo que una noche, teniendo el dichocapitán Licio en cargo la guarda y la más cercanacentinela, por muchos dineros que le había dadopor libralle de serla. Y esto decían él y otros muchosmás. Y assí le ayude Dios como dixo la verdad, queLázaro de Tormes no le podía dar sino muchascabeças dellos que tenía a sus pies, y dispuso dél,diciendo que había traído de partes estrañas unatún malo y cruel, el cual atún había muerto grannúmero de los de su exército con una espada queen la boca traía, de la cual jugaba tan diestramenteque no era possible sino ser algún diablo que paradestrución de los atunes tomó su forma, y que él,viendo el daño que el mal atún había hecho, lo des-terró y, so pena de muerte, le mandó se apartassedel campo; y que el dicho Licio, en menosprecio delreal mandado y de la real corona, y a su despecho,lo había acogido en su compañía y dado favor y

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ayuda, por do había incurrido en crimen lese majes-tatis, y por derecho y ley debía de ser hecha déljusticia, porque fuesse castigo de su yerro y en élotros tomassen exemplo, porque dende adelantenadie fuesse contra los mandamientos reales.

El señor rey, assí mal informado y peor conseja-do, dando crédito a las palabras de su mal capitán,con dos o tres malos y falsos testigos que juraron loque él les mandó, y con una probança hecha enausencia y sin partes, el mismo día que llegó a lacorte el buen Licio, muy inocente desto, mandófuesse luego preso y metido en una cruel mazmorray echada a su garganta una muy fuerte cadena. Ymandó al general hiciesse con toda solicitud poneren él guarda y llevar a pura y debida execución sucastigo, el cual luego proveyó más de treinta milatunes que le hiciessen la guarda.

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CAPÍTULO VIICómo, sabido por Lázaro la prisión de su amigo

Licio, lo lloró mucho él y los demás, y lo que sobreello se hizo.

Estas tristes y dolorosas nuevas nos truxeronalgunos de los que con él ido habían, dándonosesta relación a todos, y cómo le habían hecho cargode lo que he dicho, y la manera que en el oílle yestar con él a derecho se tenía; porque todos losjueces que en ello entendían tenía sobornados elgeneral, y que según pensaban, y la cosa tan derota iba, no podría escapar de breve y rabiosamuerte.

A esta hora me acordé y dixe entre mí aqueldicho del conde Claros antiguo, que dice:

¿Cuándo acabarás, ventura?¿Cuándo tienes de acabar?En la tierra mil desastres,y en las mares mucho más.

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Començóse entre nosotros un llanto y alaridos, yen mí doblado, porque lloraba al amigo y lloraba amí, que faltando él no esperaba vivir, quedando enmedio del mar y de mis enemigos, del todo solo ydesamparado. Parecióme que aquella compañía sequexaba de mí, y con justa causa y razón, pues yoera causante que lo perdiessen al que bien querían.No sin causa decía su atuna: «Vos, mi señor, tantriste de mí os partistes, sin quererme dar parte devuestra tristeza; bien pronosticábades vos mi gran-de pérdida». «Sin duda -decía yo-, este es el sueñoque vos, mi buen amigo, soñastes; esta es la triste-za con que vos de mí os partistes, alexándonos conella». Y assí, cada uno decía y lamentaba. Dixedelante de todos: «Señora, y señores y amigos, loque con las tristes nuevas hemos hecho ha sidomuy justo, pues cada uno de nosotros muestra loque siente; mas, ya que este primer movimiento,que en mano de nadie es passado, justo será, misseñores, que pues con lloro nuestra pérdida no secobra, que demos orden brevemente en pensar elmejor remedio que nos convenga». Y esto pensan-do y visto, ponello luego en execución, pues, segúndicen estos señores, la demasiada priessa que nosdan los que nos desaman lo requiere.

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La hermosa y casta atuna, que derramando mu-chas lágrimas de sus graciosos ojos estaba, merespondía: «Todos vemos, esforçado señor, sergran verdad lo que decís, y assí mismo la demasia-da necessidad que de nuevo tenemos; por lo cual,si estos señores y amigos de mi parecer son, de-bemos todos de remitirnos a vos como a quien Diosha puesto claro y señalado seso, y pues Licio, miseñor, siendo tan cuerdo y sabio, sus arduos y pe-sados negocios de vos confiaba y vuestro parecerseguía, no pienso errar, aunque soy una flaca hem-bra, en suplicaros lo toméis a cargo de proveer yordenar lo que convenga a la salvación del que deun verdadero amor os ama, y al consuelo destatriste que siempre os quedará en gran deuda».

Y esto dicho, tomó a su gran llanto, y todoshecimos lo mesmo. Melo y otros atunes con la se-ñora capitana estaban, y con ella se hallaron a suparecer conformes, los cuales me dieron cargo des-ta empresa, ofreciéndose a seguirme y hacer todolo que yo les mandasse. Pues viendo que yo eraobligado a hacerlo, de ponerme en todo cuidado ytrabajo por el que por mí en tanto estrecho estaba,comedidamente lo acepté diciéndoles conocer yoque cada cual de sus mercedes lo hiciera mejor;

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mas, pues eran servidos que yo lo hiciesse, a mí meplacía. Diéronme las gracias, y luego allí acordamosse hiciesse saber a todo el exército, lo cual luegofue hecho, y dentro en tres días fueron todos juntos.Yo escogí para mi consejo doce dellos, los másricos, y no tuve respeto a más sabios si eran po-bres, porque assí lo había visto hacer cuando erahombre en los ayuntamientos do se trataban nego-cios de calidad; y assí vi hartas veces dar con lacarga en el suelo, porque, como digo, no miran sinoque anden vestidos de seda, no de saber. Y estosapartados, fue el uno dellos Melo y la señora capi-tana, que era muy sesuda hembra, cosa por ciertomuy clara en tierra y en mar. Y esto hecho, manda-mos a toda la compañía se fuessen a comer y vi-niessen luego a punto de guerra: los armados consus armas, los otros con sus cuerpos.

Venidos que fueron, hice contallos, y hallamospor número diez mil y ciento y nueve atunes, todosestos de pelea, sin hembras, pequeños y viejos; loscinco mil dellos armados, cuál de espada o puñal,lança y cuchillo. Todos estos hicieron juramento enmi cola, que sobre su cabeça pusieron a usança deallá (y aun reíme, en cuanto hombre, entre mí de ladonosa cerimonia), que harían lo que yo les man-

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dasse, y pornían sus armas, y los que no las tuvies-sen, sus dientes, en quien yo les dixesse, procuran-do con todas sus fuerças librar a su capitán, guar-dando la debida lealtad a su rey.

Acordamos en el consejo de guerra que la seño-ra capitana fuesse con nosotros, muy bien acompa-ñada de otras cien atunas, entre las cuales llevóuna hermana suya, doncella muy hermosa y apues-ta. Y hecimos tres escuadrones: el uno de todos losatunes desarmados y los dos de los que llevabanarmas. En la vanguardia iba yo con dos mil y qui-nientos armados, y en la retaguardia iba Melo conotros tantos. Los desarmados y carruaje iban enmedio, y llevando assímismo con nosotros nuestrospajes ya dichos, que las espadas nos llevaban.

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CAPÍTULO VIIIDe cómo Lázaro y sus atunes, puestos en orden,

van a la corte con voluntad de libertar a Licio.

Desta suerte que arriba he dicho nos metimos encamino, y con mucha priessa, dando cargos a losque nos pareció de la pesca para bastecer la com-pañía, porque no se desmandassen, y tomé avisode los que nos habían traído la nueva del assientode la corte y el lugar donde nuestro capitán estabapreso. Y a cabo de tres días llegamos a tres millasde la corte, y porque por ir de nueva y estraña ma-nera, si se supiesse de nuestra ida, pondríamosescándalo, acordóse que no passássemos adelantehasta que la noche viniesse. Y mandamos a ciertosatunes, de aquellos que la triste nueva nos habíantraído, se fuessen a la ciudad, y lo más dissimuladoque pudiessen, supiessen en qué estaba la cosa yvolviessen a nosotros con el aviso; y dellos algunosvolvieron dándonos la peor que quisiéramos.

La noche venida, fue acordado que la señoracapitana con sus hembras, y Melo con ellas, conhasta quinientos atunes sin armas, de los más hon-rados y viejos, fuessen derecho camino al rey; y,

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como bien sabían, suplicassen al rey hubiesse porbien de examinar la justicia de su marido y herma-no; y que yo con todos los demás me metiesse enuna montaña muy espessa de arboledas y grandesrocas que a dos millas de la ciudad estaba, do el reyalgunas veces iba a monte, y allí estuviéssemoshasta ver lo que negociaban, los cuales nos avisas-sen.

Luego llegamos al bosque y hallámosle bienproveído de pescados monteses, en el cual noscebamos o, por mejor decir, hartamos a nuestroplacer. Yo apercebí toda la compañía que estuvieselança en cuxa. La hermosa y buena atuna llegó alláal alba y luego se fue para palacio con toda sucompañía, y esperó gran rato a la puerta hasta queel rey fue levantado, al cual dixeron la venida deaquella dueña y lo mucho que a los porteros impor-tunaba la dexassen entrar y hablar a su alteza. Elrey, que bien sintió a lo que venía, le envió a decirse fuesse en hora buena, que no podía oírla. Vistoque de palabra no quería oír, fue por escripto, y allíse hizo una petición bien ordenada de dos letradosque por Licio abogaban, en la cual se le suplicóquisiesse admitir a sí aquel juicio, pues Licio habíaapelado para ante su alteza, porque el nuestro buen

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capitán estaba condenado a muerte por essos se-ñores alcaldes del crimen, y habíase dado esta sen-tencia el día de antes, la cual nosotros supimos delos que dixe, diciendo: «Que su alteza supiesse quesu marido había sido acusado con falsedad y muyinjustamente sentenciado, y que su alteza hiciessetornar a examinar su justicia, y que hasta en tantosobreseyesse la justicia y execución de la senten-cia».

Estas y otras cosas muy bien dichas fueron en labuena petición, la cual fue dada a uno de los porte-ros; y al tiempo que se la dio, la buena capitana sequitó una cadena de oro que traía con su joyel y sela dio al portero, y le dixo que se doliesse della y desu fatiga, y no mirasse al galardón tan poco, conmuchas lágrimas y tristeza. El portero tomó dél lapetición de buena gana, y de mejor la cadena, pro-metiendo hacer su possibilidad, y no fue en vano lapromessa, porque, leída ante el rey la petición, tan-tas y tales cosas se atrevió a decir con su bocallena de oro a su alteza, juntamente con narralle losllantos y angustias que la señora capitana hacía porsu marido a la puerta del palacio, que al aconsejadorey hizo mover a alguna piedad, y dixo: «Ve conessa dueña a los alcaldes del crimen y diles que

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sobresean la execución de la sentencia, porquequiero ser informado de ciertas cosas covenientesal negocio del capitán Licio».

Y con esta embaxada vino muy alegre el porteroa la triste, pidiéndole albricias de su buen negociar,las cuales de buena gana ella se las ofreció. Y lue-go, sin detenerse, fueron al aposento de los alcal-des, y quiso su desdicha que, yendo por la calle,toparon con don Paver, que assí se llamaba el in-ventor destos nuestros afanes, el cual muy acom-pañado iba a palacio; mas, como vio la dueña y sucapitanía, y supo quién eran y conoció el portero,como astuto y sagaz sospechó lo que podía ser, ycon gran dissimulación llamó al portero, y inter-rogándole a dó iba con aquella compañía, el cualsimplemente se lo dixo; y él demostró que le placíadello, siendo al revés, diciendo que se holgaba de loque el rey hacía, porque, al fin, Licio era valeroso, yno era justo assí hacer justicia dél sin bien examinarel negocio.

En mi posada quedan los alcaldes que a pedir miparecer en este negocio venían, y yo iba a hablar alrey sobre ello, y ellos me quedan allí esperando;mas, pues traéis despacho, volvamos, y decirlesheis lo que el rey nuestro señor manda. Y yendo

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llamó a un paje suyo y muy riendo le dixo que fues-se a los alcaldes y les dixesse que luego a la horahiciessen de Licio la justicia que se había de hacer,porque assí convenía al servicio del rey; y que en lacárcel, o a la puerta della, lo justiciassen sin traellopor las calles, entre tanto que yo detengo este por-tero. El criado lo hizo assí, y llegando a la posada,el traidor metió consigo al portero y dixo a Melo y asu cuñada que esperassen mientras entraba ahablar a los alcaldes, y que de allí todos irían a laprisión de Licio a dalle el parabién de su buenaesperança, y que él quería con ellos ir. Mas a estahora la desventurada fue avisada de la gran traicióny mayor crueldad del gran capitán. Pues, aunquepeor voluntad tuviera al buen Licio, mirara la angus-tia y lágrimas de la buena capitana su mujer, y fueramejor aplacallo por este respecto. Y cuando el ma-laventurado y traidor llamó al paje para que fuesse anegociar la muerte de el buen Licio, quiso Dios queuno de sus criados lo oyó y díxolo a la buena capi-tana, del cual el mal capitán no se guardó, la cual,cuando se lo dixo, cayó sin sentido casi muertasobre el cuello de su cuñado, que junto a ella esta-ba.

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Melo, como lo oyó, tomó treinta atunes de losque consigo estaban, para que con la mayor preste-za que pudiessen me diessen aviso del peligro enque el negocio estaba, los cuales, como fieles ydiligentes amigos, se dieron tanta priessa que enbreve fuimos sabidores de las tristes nuevas quenos llegaron, dando muy grandes voces: «¡Arma,arma, valientes atunes, que nuestro capitán padecemuerte por traición y astucia del traidor don Paver,contra voluntad y mandado del rey nuestro señor!»Y en breves palabras nos cuentan todo lo que yo hecontado. Hice luego tocar las bocinas, y mis atunesfueron juntos con sus bocas armadas, a los cualesyo hice una bravíssima habla dándoles cuenta de locontado: por tanto, que como buenos y esforçadosmostrassen sus ánimos a los enemigos socorriendoa su señor en tan extrema necessidad, y ellos res-pondieron todos que estaban prestos a seguirme yhacer en el caso su deber.

Acabada su respuesta, luego començamos acaminar para allá. ¡Quién viera a esta hora a Lázaroatún delante de los suyos, haciendo el oficio deesforçado capitán, animándolos y esforçándolos, sinhaberlo jamás usado! Excepto pregonando los vi-nos, que hacía casi lo mismo, incitando los bebedo-

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res, diciendo: «¡Aquí, aquí, señores, que aquí sevende lo bueno!», y no hay tal maestro como lanecessidad. Pues desta suerte, a mi parecer, enmenos de un cuarto de hora entramos en la ciudad,y andando por las calles con tal ímpetu y furor, queme parece a aquella sazón lo quisiera haber con unrey de Francia; y puse a mi lado los que mejor sab-ían la ciudad, para que nos guiassen do el sin culpaestaba por el más breve camino.

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CAPÍTULO IXQue contiene cómo Lázaro libró de la muerte a Li-

cio, su amigo, y lo que más por él hizo.

Y yendo nosotros con el furor y velocidad quetengo dicho, dimos con nosotros en una gran plaçaque ante la torre de la prisión estaba, mas nunca, ami pensar, socorro entró ni llegó a tan buen tiempo,ni aquel buen Cipión Africano socorrió a su patria,que casi del todo estaba ocupada del gran Aníbal,como nosotros corrimos al buen Licio. Finalmenteque el mensajero que el traidor envió supo tan biennegociar, y los señores jueces, que assí mismoholgaron de contentar aquel, aunque malo, granseñor y privado del rey, porque otro día le dixesseque tenía muy buena justicia y que los que la execu-taban eran muy suficientes, y assí les ayude Dios,que cuando llegamos tenían al nuestro Licio sobreun repostero, y a la hermosa su mujer con él dándo-le la postrera hocicada, que por grandes ruegos ladexaron llegar, muy sin esperança, ella y Melo, denuestro velocíssimo socorro.

Estaban en torno de la plaça y por las bocas delas calles que a ella venían más de cincuenta mil

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atunes de la compañía del gran capitán, a los cua-les había dado la guarda del buen Licio. El executi-vo verdugo estaba dando gran prissa a la señoracapitana se apartasse de allí y le dexasse hacer suoficio, el cual tenía en su boca una muy gruessa yaguda espina de ballena del largo de un braço parametelle por las agallas a nuestro muy gran capitán,que assí mueren los que son hijosdalgo. Y la tristehembra, muy a su pesar, dando lugar al cruel ver-dugo, con grandes lloros y gemidos que ella y sucompañía daban, ya el buen Licio se tendía paraesperar la muerte, y cerrando para siempre sus ojospor no verla, ya que el verdugo, como es costum-bre, le había pedido perdón. Y llegándose él, leanda tentando el lugar o la parte por donde habíade herir, para más presto dexalle sin vida, cuandoLázaro atún había hendido con su compañía pormedio de los malos guardadores, derribando y ma-tando cuantos delante dél se ponían con su toleda-na espada. Y llegó a buen tiempo, al cual se debecreer que lo truxo Dios, que quiere socorrer a losbuenos en tiempo de más necessidad, pues llegan-do al lugar que digo, y visto el duro peligro en que elamigo estaba, di una gran voz, como la que solíadar en Çocodover, antes que llegasse el verdugo a

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hacer su deber. Yo le dixe: «Vil gurrea, ten, ten tumaço, si no morirás por ello».

Fue mi voz tan espantosa y puso tanto temor,que no sólo al cegoñino, mas a los demás que allíestaban dio espanto, y no es de maravillar, porque,de verdad, a la boca del infierno que tal voz sonaraespantara a los espantosos demonios, que fueraparte que me rindieran las atormentadas ánimas. Elverdugo, atónito de me oír y espantado de ver elvelocíssimo exército que en mi seguimiento venía,esgrimiendo mi espada a una y a otra parte porponelle más miedo y dalle materia en que ocupassela vista, me esperó; mas como yo llegué, pareciómeassegurar el campo, y di al pecador que matarlequería una estocada por el testuz, por do cayó lue-go muerto al lado del que nada desto veía. Aunqueanimoso y esforçado pece, la tristeza y pesar deverse tan injusta y malamente morir le tenía a estasazón fuera de su acuerdo; y cuando assí le vi es-tar, pensé si, por desdicha mía, había acaecidoantes que yo llegasse que el miedo le hubiessemuerto, y con esto apressuradamente llegué a élllamándole por su nombre; y a las voces que le dilevantó un poco la cabeça y abrió los ojos. Y comome vio y conoció, como si de la muerte resucitara,

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se levantó, y sin mirar nada de lo que passaba sevino a mí, y yo le recebí con el mayor gozo y alegríaque jamás ni después hube, diciéndole: «Mi buenseñor, quien en tal estrecho os puso, no os debeamar como yo»; «¡Ay, mi buen amigo! -me respon-dió-, cuán bien me habéis pagado lo poco que medebíades. ¡Plega a Dios me dé lugar para os pagarlo mucho que hoy vuestro deudor me habéishecho!»; «No es tiempo, mi señor -le respondí-,destas ofertas do tanta voluntad de todas partessobra. Mas entendamos en lo que conviene, puesya veis lo que passa».

Metí mi espada entre el cuello y córtole un cabode guindaleta con que estaba atado. Como fue suel-to, tomó una espada a uno de nuestra compañía, yfuimos a su hembra y Melo y los otros que con élestaban, que a esta hora atónitos y fuera de sí es-taban de ver lo que veían; mas, tornados en sí, co-miençan a darme gracias de la buena ventura.

«Señores -yo les dixe-, habéislo hecho vosotroscomo buenos. Yo, de aquí adelante y mientras tu-viere vida, haré lo que pueda en vuestro servicio yde Licio, mi señor; y porque no hay tiempo de hablarmi hecho, mas de hacer algo, entendamos en ello, ysea que vosotros, señores, no os apartéis de noso-

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tros, porque venís desarmados, y no recibáis daño.Y vos, señor Melo, toma una arma y cien atunes devuestra escuadra con sus armas, y no entendáis enotra cosa más que en seguirnos, y mira por vuestrahermana y essas otras hembras, porque nosotrosllevamos acá los negocios y la victoria, y hayamosvengança de quien tanta tristeza y trabajo nos hadado».

Melo hizo como yo le rogué, aunque conocí délquisiera emplearse a más peligro. Yo y el buen Licionos tuvimos y nos metimos entre los nuestros, queandaban tan bravos y executivos, que, pienso, ten-ían muertos más de treinta mil atunes, y como nosvieron entre sí y conocieron su capitán, nadie puedecontar el alegría que sintieron. Allí el buen Licio,haciendo maravillas con su espada y persona, mos-traba a los enemigos la mala voluntad que en elloshabía conocido, matando y derribando a diestro ysiniestro cuantos ante sí hallaba; mas a esta horaellos iban tan maltrechos y desbaratados, que nin-guno dellos entendía sino en huir y esconderse ymeterse por aquellas casas sin hacer defensa algu-na, más de las que las flacas ovejas suelen hacer alos bravos y carniceros lobos.

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CAPÍTULO XCómo recogiendo Lázaro todos los atunes, entraron

en casa del traidor don Paver y allí le mataron.

Visto esto, mandamos tocar las bocinas, porquelos nuestros, que derramados andaban, se juntas-sen, al son de las cuales todos fueron juntos, y enellos se renovó la demasiada alegría de ver a subuen capitán vivo y sano, y la victoria que de nues-tros adversarios habíamos habido, porque pareciómilagro, y por tal se debe tener, que casi todos losque murieron eran criados y paniaguados del maldon Paver, a los cuales había dado la guarda delbuen Licio por la gran confiança que dellos tenía. Ytodos ellos desseaban haber hecho en él lo quenosotros hecimos en ellos: cosa muy acaecedera,que cuando el señor es malo, los criados procuranserlo con él, y al revés, cuando el señor es piadoso,manso y bueno, los criados le procuran imitar, serbuenos y virtuosos, y amigos de justicia y paz, sinlas cuales dos cosas no se puede el mundo susten-tar.

Pues tornando a nuestro negocio, visto que noteníamos con quien pelear, el buen Licio y todos a

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grandes voces me dixeron que qué me parecía sedebía hacer, que todos estaban aparejados a seguirmi consejo y parecer, pues había de ser el másacertado. «Pues mi voto queréis, valerosos señoresy esforçados amigos y compañeros -les respondí-, amí me parece, pues Dios nos ha guardado en loprincipal, assí hará en lo acessorio, mayormenteque tengo creído que esta victoria y buena andançanos la ha dado para que seamos ministros de justi-cia, pues sabemos que a los malos desama y casti-ga. El mayor de los que tantas muertes ha causadono sería justo quedasse con la vida, pues sabemosque la ha de emplear en maldades y traiciones. Portanto, si assí, señor, os parece, vamos a él y haga-mos en él lo que en vos hacer quiso, que siempre oídecir: «de los enemigos, los menos». Que muchosgrandes hechos se han perdido juntamente con loshacedores dellos por no saber dalles cabo; si no,pregúntese al gran Pompeyo, y a otros muchos quehan hecho lo que él, mayormente que la ocasión notodas veces se halla. Y como libraremos por lohecho, libraremos por lo que está por hacer.

Todos a grandes voces dixeron ser muy bienacordado y que, antes que se escapasse, diésse-mos sobre él. Con este acuerdo, con muy buena

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ordenança y con toda presteza, llegamos a la posa-da del traidor, al cual a aquella hora le habían llega-do las tristes nuevas de la libertad de nuestro grancapitán y de la gran matança de los suyos. A estasazón se le debía doblar el pesar cuando le entras-sen a decir cómo le tenían cercada la casa y mata-ban a cuantos se defendían, y la cruel y espantosay nunca oída manera de nuestro pelear. Él era desuyo cobarde, y es Dios testigo que no se lo levantoni lo digo por quererlo mal, mas porque assí lo vi yconocí; y como viesse esto debíasse de encobardarmás, porque en los pusilánimos es muy acaecede-ro, y lo contrario en los animosos. Y assí, se dio tanmala maña, que ni en escaparse ni en defenderseentendió.

La casa cerrada, Licio adelante y yo a su lado,entramos dentro con harta poca resistencia, do lehallamos casi tan muerto como le dexamos; contodo, quiso hasta su fin usar de su oficio, no decapitán, mas de traidor dissimulado, porque, comoassí nos vio ir para él, con una vocecita y falsa rise-ta, haciendo del alegre, nos dixo: «Buenos amigos,¿qué buena venida es esta?» «Enemigo -le respon-dió Licio-, a daros el pago de vuestro trabajo»; ycomo quien tenía delante la gran afrenta y peligro

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en que puesto le había, no curó con él de más pláti-cas, sino juntársele y meterle la espada tres o cua-tro veces por el cuerpo. Yo no le quise ayudar niconsentir que nadie lo hiciesse, por no haber dellonecessidad, y también porque assí convenía hacer-se a la honra de Licio; por manera que, apocada ycobardemente, feneció el traidor don Paver, como ély los de sus costumbres suelen.

Salimos de su casa sin consentir que se hiciessealgún daño, aunque hartos de los nuestros dessea-ban saquealla, en la cual había bien de que trabar,porque, aunque malo, no necio, ni tan fiel, como secuenta de Scipión, que siendo acusado por otros notales como él, haber habido grandes interesses dela guerra de África, mostrando en su cuerpo muchasheridas, juró a sus dioses no le haber quedado otrasganancias de las dichas guerras; las cuales heridasni juramento no pudiera mostrar ni hacer el malo denuestro adversario, porque siempre en la guerra lomás de lo que en ella ganaba se llevaba, y lo mejor,y con lo menos acudía al rey; y assí era muy rico ytenía muy sano y entero el pellejo, que bien piensoyo que hasta el día que murió no se lo habían rom-pido, porque él se guardaba de hallarse en las bata-llas en lugar de peligro, sino a ver de lexos en qué

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paraba la cosa, a manera de muy cuerdo capitán. Ydigo que, porque no se pensasse de nosotros codi-cia, mas de que viessen que de sus males, y no desus bienes, lo quesimos despojar, no se tocó encosa alguna.

A esta hora todos los atunes que en la corteestaban y los más peces que en ella se hallaron,naturales y estranjeros, recorrieron a palacio: lavuelta fue tan grande y el ruido y voces tan espan-toso, que el rey en su retraimiento lo oyó, y pregun-tando la causa, le dixeron todo lo passado, de quese espantó y alteró en gran manera. Y, como cuer-do, parecióle que «Dios te guarde de piedra y dar-do, y de atún denodado», determinó por entoncesno salir al ruido; y assí mismo mandó que nadiesaliesse de palacio, mas que allí se hiciessen fuer-tes hasta ver la intención de Licio. Y assí sé yo quebien estarían en el real palacio y delante dél más dequinientos mil atunes, sin otros muchos géneros depescados que en la corte a sus negocios assistían.Mas a mi ver, si la cosa hubiera de passar adelante,tan poca defensa pienso tuvieran como otros. MasDios nos guarde, que tu ley y a tu rey guardarás.

Dexáronnos solos en la ciudad, y todos desam-pararon sus casas y haciendas, no se teniendo en

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ellas por seguros. Y los que no se iban al real pala-cio salíanse huyendo al campo y lugares apartados,por manera que se podrá decir: «dependen cientode un malo, pues por aquel malo padecieron y fue-ron muertos y amedrentados muchos que por ventu-ra no tenían culpa».

Mandamos pregonar que ninguno de los nues-tros fuesse osado de entrar en ninguna casa ni to-mar un caracol que ajeno fuesse so pena de muer-te, y assí se hizo.

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CAPÍTULO XICómo, passado el alboroto del capitán Licio, Lázarocon sus atunes entraron en su consejo para ver lo

que harían, y cómo enviaron su embaxada al rey delos atunes.

Esto passado, entramos en nuestro consejo paraver lo que haríamos. Algunos hubo que dixeron serbien volvernos a nuestro alojamiento y hacernosfuertes en él, o contratar amistad y confederacióncon solos los que al presente teníamos por enemi-gos, y con vernos airados y ver nuestro gran poder,holgarían de nuestra amistad y nos darían favor. Elparecer del bueno y muy leal Licio no fue este, di-ciendo que si esto se hiciesse que haríamos verdadla enemistad y mentira de nuestro enemigo, hacién-donos fugitivos y dexando nuestro rey y naturaleza,mas que era mejor hacerlo saber al rey nuestroseñor; y que si su alteza fuesse bien informado dela mucha causa que hubo para lo hecho, mayor-mente aquella postrera y más peligrosa traición deltraidor ser contra la voluntad y mando de su alteza,pues queriendo sobreser el negocio, como su altezaenviaba a mandar con el portero al alcalde, usó demandado para que su maldad y no el querer del rey

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su señor fuesse cumplido. Y que visto esto por sualteza, y que no había sido desacato ni atrevimientoa su real corona lo hecho, sino servicio a su justiciadebido, con este parecer nos arrimamos los máscuerdos.

Pues en este consejo acordamos de enviarle conquien bien lo supiesse a decir. Sobre quién había dehacer esto tuvimos diversos pareceres: porque unosdecían que fuessen todos y le suplicassen se pa-rasse a una finiestra a oír; otros dixeron que parecíadesacato, y era mejor ir diez o doce de nos; otrosdixeron que como estaba enojado, no se deseno-jasse en ellos. De manera que estábamos en laduda de los ratones cuando, pareciéndoles ser bienque el gato traxesse al pescueço un caxcabel, con-tendían sobre quién se lo iría a colgar. A la fin, lasabia capitana dio mejor parecer, y dixo a su varónque si servido fuesse, que ella sola con diez donce-llas se quería aventurar a hacer aquella embaxada,y le parecía se acertaba el negocio: lo uno, porquecontra ella y sus flacas servidoras no se había elreal poder de mostrar; lo otro, porque ella, por librara su marido de muerte, tenía menos culpa que to-dos; y lo demás, porque pensaba sabello tan biendecir, que antes le aplacasse que indignasse. A

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nuestro capitán le pareció bien, y a todos nosotrosno mal. Y ella, apartando consigo a la hermosa Lu-na, que assí se llamaba la hermosa atuna su her-mana, de quien ya diximos, y con ellas otras nueve,las mejores de hocicos y muy bien dispuestas, sefue a palacio, y llegando a las guardas, les dixeronhiciessen saber al rey cómo la hembra de Licio sucapitán le quería hablar, y que su alteza le diesse aello lugar porque convenía mucho a su real servicio,y para evitar escándalos y pacificar su corte y reino,y que por ninguna vía la dexasse de oír, y que si lohiciesse haría justicia; porque ella y su marido, y losque con él estaban, lo pedían, y querían fuesse biencastigado el que culpado fuesse; y que si su altezano la quería oír, que desde allí su marido Licio poníaa Dios por testigo de inocencia y lealtad, para queen ningún tiempo fuesse juzgado por desleal. Y detodo esto y lo demás que había de decir y hacer laseñora capitana iba bien informada; y ella que sabíamuy bien hablar, llegada al rey esta nueva, aunquemuy airado estaba, mandó que le diessen lugar yentrasse segura. Y puesta ante él, haciendo el aca-tamiento, antes que començasse su habla, el rey ledixo: «¿Paréceos, dueña, que le ha salido a vuestromarido buena obra de entre las alas?» «Señor -dixoella-, vuestra alteza sea servido de oírme hasta dar

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fin a mi habla, y después mande lo que servido fue-re, y cumplirse ha todo lo mandado por vuestra alte-za sin faltar un punto».

El rey dixo que dixesse, aunque tiempo de másreposo era menester para oírla. La discreta señora,cuerda y muy atentamente, en presencia de muchosgrandes que con él estaban, los cuales a aquellasazón debían de estar bien pequeños, començandodel comienço, muy por extenso dio cuenta al rey detodo lo que hemos contado, contando y afirmandoser assí verdad, y si un punto dello saliesse en todolo que decía, fuesse della cruel justicia hecha, comode inventora de falsedad ante la real presencia; yassí mismo, Licio, su marido, y sus valedores fues-sen sin dilación justiciados. El rey le respondió:«Dueña, yo estoy al presente tan alterado de ver yoír lo que se ha hecho; por agora no os respondomás de que os volváis para vuestro marido, y decilleheis, si le parece estalle bien, que levante el cercoque sobre mí tiene, y dexe a los vecinos deste pue-blo sus moradas; y mañana volveréis acá y daráseparte del negocio a los de mi consejo, y hacerse halo que fuere justicia».

La señora capitana, aunque desta respuesta nollevaba minutas, no le quedó en el tintero la buena y

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conviniente respuesta, y dixo al rey: «Señor, mimarido, ni los que con él vienen, no tienen cercosobre vuestra real persona, y assí mismo, él ni na-die de su compañía en casa alguna ha entrado, sinoen la de don Paver. Y assí los vecinos y moradoresde aquí no se quexarán con razón que en sus casasles han hecho menos una toca. Y si están en elpueblo, es esperando lo que vuestra alteza lesmanda hacer, y para esto es mi venida. Y no quieraDios que en Licio ni en los que con él vienen hayaotro pensamiento, porque todos son buenos y lea-les»; «Dueña -dixo el rey-, por agora no hay másque responder».

Ella y sus dueñas, haciendo su debida mesuracon gentil continente y reposo, se volvió a nosotros,y sabida la voluntad del rey, a la hora salimos de laciudad con muy buena ordenança, y nos metimosen el monte; mas no muy muertos de hambre, por-que dimos en nuestros enemigos muertos, y aúnmandamos llevar a los desarmados bastimentospara nuestros tres o cuatro días, con quedar tantoque tuvo toda la ciudad y corte hartazgo, y mal pe-cado no rogassen a Dios que cada ocho díasechasse allí otro tal nublado, guardando al que ro-gaba.

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La ciudad desembaraçada de los nuestros, losmoradores della cada cual se volvió a su posada,las cuales hallaron como las dexaron, y el reymandó que le truxessen lo que en la posada delmuerto gran capitán hallassen: y fue tanto y tanbueno, que no había rey en el mar que más y mejo-res cosas tuviesse, y aun fue esto harta parte paraque el rey diesse crédito a sus maldades, por pare-celle no podía tener lo que se halló con justo título,sino habido mal y cautelosamente, y hurtándoselo aél.

Después desto entró en su consejo, y comoquiera que a do hay malos alguna vez se hallaalgún bueno, debiéronle decir que si era assí comola parte de Licio decía, no había sido muy culpadoen su hecho, mayormente pues su alteza habíamandado no hiciessen dél al presente justicia hastaser bien informado de su culpa. Junto con esto, elportero que el mandato llevó, declaró la cautela queel cauteloso con él había usado; y cómo le metió ensu posada y engañó diciendo estar ahí los jueces, ycómo no los dexó salir della, y la diligencia que hizoallí. Y los alcaldes ante el rey dixeron cómo eraverdad que el capitán general les había enviado adecir que su alteza les mandaba que luego, a la

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hora, hiciessen la justicia, y por dar en ello másbrevedad no le truxeron, como se suele hacer, porlas acostumbradas calles; y que ellos, creyendo queaquel fuesse el mandado de su alteza, lo habíanmandado degollar. Por manera que el rey conoció lagran culpa de su capitán y fue cayendo en la cuen-ta; y cuanto más en ello miraba, más se manifesta-ba la verdad.

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CAPÍTULO XIICómo la señora capitana volvió otra vez al rey, y de

la buena respuesta que traxo.

Assí tuvimos aquel día y la noche en el monte nomuy descansados; y otro día la señora capitana consu compañía tornó a palacio. Y por evitar prolixidad,el señor nuestro rey estaba ya harto más desenoja-do, y la recibió muy bien, diciéndole: «Buena dueña,si todos mis vasallos tuviessen tan cuerdas y sabiashembras, por ventura, en sus bienes y honra au-mentarían, y yo me ternía por bienandante. Digoesto porque, en verdad, viendo vuestra cordura ysabias razones, habéis aplacado mi enojo y libradoa vuestro marido y sus secaces de mi ira y desgra-cia. Y porque de ayer acá yo estoy informado mejorque estaba, decidle que sobre mi palabra venga aesta corte seguro él y toda su compañía y amigos; ypor evitar escándalos, por el presente, le mandotenga su posada por cárcel hasta que yo mandeotra cosa. Y vos visitadnos a menudo, porque huel-go mucho en ver y oír vuestro buen concierto y ra-zonamiento».

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La señora capitana le besó la cola, dándole gra-cias de tan crecidas mercedes como muy bien supo,y assí se volvió a nos con muy alegre respuesta,aunque a algunos les pareció no lo debíamos hacer,diciendo ser mañosamente hecho para cogernos. Ala fin, como leales, acordamos de cumplir el man-dado de nuestro rey, y ahincando sobre una prenda,que eran nuestras bocas, en las cuales confiába-mos cuando nuestra lealtad no nos valiesse, luegomovimos para la ciudad y entramos en ella acom-pañados de muchos amigos, que entonces se nosmostraban con ver nuestro hecho bien hilado y an-tes desto no se osaban declarar por tales, conformeal dicho del sabio antiguo que dice assí:

«Cuando Fortuna vuelve enviandoalgunas adversidades espanta a losamigos que son fugitivos, mas la ad-versidad declara quién ama o quiénno».

Fuimos a posar a un cabo de la ciudad lo másdespoblado y sin embarazos que hallamos, dondeestaban hartas casas sin moradores de los quenosotros sin vida hecimos. Allí aposentamos lo máscongregado que pudimos, y mandamos que nosaliesse a la ciudad ninguno de nuestra capitanía,

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por parecer se hacía cumplidamente lo que su alte-za mandó. En este medio, la señora capitana visita-ba cada día al rey, con la cual él trabó mucha amis-tad, más de la que yo quisiera, aunque todo, segúnpareció, fue agua limpia, pagando la hermosa Lunacon su inocente sangre, gentil y no tocado cuerpo.Porque como ella iba con su hermana a aquellasestaciones, y como suelen decir: «De tales romer-ías, tales veneras», el rey se pagó della tanto, queprocuró con su voluntad haber su amor, y bien creoyo, la hermosa Luna no lo hizo con consejo y pare-cer de su hermana, y assí fue dello sabidor el buenLicio, porque casi me lo declaró pidiéndome mi pa-recer. Yo le dixe me parecía no ser mucho yerro,mayormente que sería gran parte y el todo de nues-tra deliberación. Y assí fue, que la señora Lunaprivó tanto con su alteza, y él fue della tan pagado,que a los ocho días de su real ayuntamiento pidió loque pidió, y fuimos todos perdonados.

El rey alçó el carcelaje a su cuñado. Mandó quetodos fuéssemos a palacio. Licio besó la cola delrey, y él se la dio de buena gana, y yo hice lo mis-mo, aunque de mala gana en cuanto hombre porser el beso en tal lugar. Y el rey nos dixo: «Capitán,yo he sido informado de vuestra lealtad y de la poca

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de vuestro contrario, por tanto, desde hoy sois per-donado vos y todos los de vuestra compañía, ami-gos y valedores que en el caso passado os dieronfavor y ayuda. Y para que de aquí adelante assistáisen nuestra corte, os hago merced de las casas y delo que en ellas está del que permitió Dios las per-diesse, y la vida con ellas; y os hago merced delmismo oficio que él tenía de nuestro capitán gene-ral, y de hoy más lo exerced y usad como sé quebien sabéis hacer. Todos nos humillamos ante él yLicio le tornó a besar la cola, rindiéndole grandesloores por tantas mercedes, diciendo que confiabaen Dios le haría con el cargo tales y tan leales ser-vicios, que su alteza tuviesse por bien habérselashecho.

Aquel día fue informado el rey nuestro señor delpobre Lázaro atún, aunque a esta sazón estaba tanrico y alegre de verlos ser amigos, que me parecejamás haber habido tal alegría. El rey me preguntómuchas cosas, y en lo de las armas cómo habíahallado la invención dellas; y a todo le respondí lomejor que supe. Finalmente, se holgó, y preguntócon qué número de peces pensaría pelear con losarmados que traíamos. Yo le respondí: «Señor,sacada la ballena, a todo el mar junto osaré esperar

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y pensaré ofender». Espantóse desto, y díxome queholgaría si hiciéssemos una muestra ante él por verel modo que teníamos de pelear. Acordóse que eldía siguiente se hiciesse y que él saldría al campo averlos. Y assí fue que Licio, nuestro general, y yo ylos demás salimos con todos los armados de nues-tra compañía; y ordené aquel día una buena inven-ción, y aunque acá ya los soldados la usan, hícelosponer en ordenança, y assí passamos ante su alte-za y hecimos nuestro caracol; y aunque el coronelVillalba y sus contemporáneos lo debían hacer me-jor y con mejor concierto, a lo menos para el mar, ycomo no habían visto estar ordenados escuadrones,parecióles a los que los veían maravillosa cosa.

Después hice un escuadrón de toda la gente,poniendo los mejores y más armados en las prime-ras hileras, y hice a Melo que con todos los desar-mados y con otros treinta mil atunes saliessen aescaramuçar con nosotros, los cuales nos cercaronde todas partes, y nosotros muy en orden, nuestroescuadrón bien cerrado, començamos a defender-nos y herir y ofenderlos de manera que no bastaratodo el mar a entrarnos.

El rey vio que yo había dicho verdad y que deaquel modo no podíamos ser ofendidos, y llamó a

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Licio y le dixo: «Maravillosa manera se da estevuestro amigo en las armas; paréceme es esta ma-nera de pelear para señorear todo el mar»; «Sepavuestra alteza que es assí verdad -le dixo el capitángeneral-; y cuanto a la buena industria del estrañoatún, mi buen amigo, no puedo creer sino que deDios viene, y que lo ha acarreado en estas partespara gran pro a honra de vuestra alteza y aumentode sus reinos y tierras. Crea vuestra grandeza quelo menos que en él hay es esto, porque son tantas ytan excelentes las partes que tiene, que nadie bastaa las decir: el más cuerdo y sabio atún que hay enel mar, virtuoso y honrado, y el atún de más verdady fidelidad, el más gracioso y de buenas maneras esque yo jamás he oído decir. Finalmente, no tienecosa de echar a mal, y vuestra alteza piense no mehace decir esto la voluntad que le tengo, sino lamucha verdad que en decillo digo». «Por cierto,mucho debe a Dios -dixo el rey- un atún que assícon él partió sus dones; y pues me decís ser tal,justo es le hagamos honra, pues a nuestra corte havenido. Sabed dél si querrá quedar con nos, yrogádselo mucho de vuestra parte y de la mía, quepodrá ser no se arrepienta de nuestra compañía».

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CAPÍTULO XIIICómo Lázaro assentó con el rey, y cómo fue muy

su privado.

Passado esto, el general tomó cargo de me lodecir, y el rey se volvió muy contento a la ciudad, ynosotros también. Después el capitán me hablódiciendo lo que con el rey había passado y cómodesseaba que le sirviesse, y todo lo demás. Final-mente yo fui rogado, y mucho a mi honra hice miassiento.

Veis aquí vuestro pregonero de cuantos vinate-ros en Toledo había, hecho el mayor de la casareal, dándome cargo de la gobernación della, y an-daos a decir donaires. Di gracias a Dios porque miscosas iban de bien en mejor y procuré servir a mirey con toda diligencia, y en pocos días casi lo erayo, porque ningún negocio de mucha o poca calidadse despachaba sino por mi mano y como yo quería.Con todo esto, no dexé sin castigo a los que lo me-recían, y por mis mañas supe cómo y de qué mane-ra la sentencia de Licio se había dado tan injusta-mente, aunque al presente el rey había puesto si-

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lencio en el caso por ser el capitán pece de calidady muy emparentado. De que me vi en alto, presumíde repicar las campanas, y dixe al rey que aquelhabía sido un caso feo y no digno de dissimularle,porque era abrir puerta a la justicia; por tanto, que asu servicio cumplía fuessen castigados los que tu-viessen culpa.

Cometiólo su alteza a mí, como todo lo demás, yyo los cometí de tal suerte que hice prender todoslos falsarios, que muy descuidados estaban, y pues-tos a cuestión de tormentos, confessaron haberjurado falso en dichos y condenación que al buenLicio se hizo. Preguntándoles por qué lo hicieron, oqué les dio el mal capitán general porque lo hicies-sen, respondieron no les haber dado ni prometido,ni eran sus amigos ni servidores. ¡Oh desalmadospecadores! ¡Oh litigantes, y hombres que os quex-áis que vuestro contrario hace mala probança connúmero de testigos falsos que tiene granjeados parasus menesteres! Venid, venid al mar, y veréis lapoca razón que tenéis de os quexar en la tierra,porque si esse vuestro adversario presentó testigosfalsos y les dio algo por ello, o lo prometió, y serantes sus amigos, por quien el otro día era otrotanto; mas estos infieles peces, ni promesa, ni gua-

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lardón, ni amistad lo hace hacer, y assí son más deculpar y dignos de gran castigo, y assí fueron ahor-cados. Supe más: el escribano ante quien passabala causa ningún escrito que por parte de Licio sepresentó ni auto que en su defensa hiciessen admit-ía ni quería recebir. «¡Oh desvergüença -dixe yo-, ycómo se sufría en la tierra!» Por cierto, ya que elescribano fuera favorable y hiciera lo demás hones-tamente tomando las escripturas, y después no laspusiera en el processo, mas hiciéralas perdedizas;mas esse otro hecho es el diablo, y assí mismo sehizo dél justicia.

Súpose cómo no fue agua limpia la mucha bre-vedad que se tuvo en sentencialle, y yo culpé mu-cho a los ministros, diciéndoles: «Un pleito de dospajas no le determinaré en un año ni en diez, ni aunen veinte, ¿y la vida y honra de un noble pece des-hacéis en una hora?» Diéronme no sé qué escusaslas cuales no les escusaran de pena, sino que el reymandó expressamente hubiesse con ellos dissimu-lación por lo que tocaba al real oficio, y assí lo hice.Mas bien sentía había andado en medio dellos y delmal general el generoso y gracioso braço que es elque suele baxar los montes y subir los valles, y adonde esto entra todo lo corrompe; por la cual cau-

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sa el rey de Persia dio un cruel castigo a un maljuez, haciéndole desollar, y teniendo tendida la pier-na en la silla judicial hizo sentar en ella a un hijo delmal juez; y assí, el rey bárbaro proveyó por maravi-llosa y nueva forma que ningún juez, dende adelan-te, no fuesse corrompido.

En este propósito decía el otro que do aficiónreina, la razón no es entendida; y que el buen legis-ta pocas cosas puede cometer a los jueces, masdeterminallas por leyes, porque los jueces muchasveces son pervertidos o por amor o por odio, o pordádivas; por lo cual son inducidos a dar muy injus-tas sentencias, y por tanto dice la Escriptura:

«Juez, no tomes dones, que ciegan alos prudentes y tornan al revés laspalabras de los justos».

Esto aprendí de aquel mi buen ciego, y todo lodemás que sé en leyes, que cierto sabía, según éldecía, más que Bartolo, y que Séneca en doctrina.Mas por hacer lo que tengo dicho que el rey memandó, passé por ello harto a mi pesar.

En tanto que esto passaba, el general por man-dado del rey había ido con grande exército a hacer

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guerra a los sollos, los cuales presto venció, po-niendo su rey dellos en subjeción, y quedó obligadoa dalle cada un año largas parias, entre las cualesdaban cien sollas vírgines y cien sollos, los cuales,por ser de preciado sabor, el rey comía, y las sollastenía para su passatiempo. Y después nuestro grancapitán fue sobre las toñinas, y las venció y pusobaxo nuestro poderío. Creció tanto el número de losarmados y pujança de nuestro campo, que tenía-mos sujetos muchos géneros de pescados, los cua-les todos contribuían y daban parias, como hemosdicho, a nuestro rey.

Nuestro gran capitán, no contento con las victo-rias passadas, armó contra los cocodrilos, que sonunos peces fieríssimos y viven a tiempo en tierra y atiempo en agua; y hubo con ellos muchas batallascampales y aunque algunas perdió, de las más saliócon victoria; mas no era maravilla perder algunas,porque, como dixe, estos animales son muy fero-ces, grandes de cuerpo: tienen dientes y colmillos,con los cuales despedaçan cuantos se topan delan-te, y con toda su ferocidad, los nuestros los hubie-ran desbaratado muchas veces, sino que cuando seveían de los nuestros muy apremiados, dexaban elagua y íbanse en tierra, y assí escapaban. Y al fin el

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buen Licio los dexó, con haber hecho en ellos granmatança, y él, assí mismo, recibió gran daño y per-dió al buen Melo, su hermano, que fue para el exér-cito harta tristeza. Mas, como muriesse como bue-no, fuenos consuelo, porque se averiguó que, antesque lo matassen, mató con su persona y con subuena espada, de la cual era muy diestro, más demil cocodrilos, y aun no lo mataran, sino que yendoellos huyendo a tierra y él tras ellos en el alcance,no mirando el peligro, dio en tierra, y allí encalló, ycomo no le pudieron los suyos socorrer, los enemi-gos le hicieron pedaços. Finalmente, el buen Liciovino de la guerra el más estimado pece que habíavivido en agua del mar estos diez años, trayendograndes riquezas y despojos, con los cuales ente-ramente acudió al rey sin tomar para sí cosa alguna.Su alteza lo recibió con aquel amor que era justo apece que tanto le había servido y honrado, y partiócon él muy largo. Hizo mercedes muy cumplidas alos que le habían seguido, por manera que todosquedaron contentos y pagados.

El rey, por mostrar favor a Licio, puso luto porMelo y lo truxo ocho días, y todos lo truximos. Por-que sepa Vuestra Merced el luto que se pone entreestos animales cuando tienen tristeza, que en señal

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de luto y passión no hablan, sino por señas han depedir lo que quieren. Y esta es la forma que entreellos se tiene cuando muere el marido o la mujer ohijo, o principal persona valerosa; y guárdase entanta manera, que se tenía por gran ignominia, y lamayor del mar, si trayendo luto hablassen hastatanto que el rey se lo enviasse a mandar al apas-sionado, que le mandaba que alce el llanto, y en-tonces hablan como de antes.

Yo supe entre ellos que por muerte de una damaque un varón tenía por amiga, puso luto en su tierraque duró diez años, y no fue el rey bastante a se lohacer quitar, porque todas las veces que se lo en-viaba a decir que lo quitasse, le enviaba a suplicarle mandasse matar, mas que quitallo era por de-más. Y contáronme otra cosa de que gusté mucho:que viendo los suyos tan gran silencio, unos a unmes, otros a un año, otros a dos, cada uno segúntenía la gana de hablar, se le fueron todos, que unatún no le quedó; y con esto le duró tanto el luto,que aunque que quisiera quitallo, no tenía conquien. Cuando esto me contaba, passaba yo por lamemoria unos hombres parlones que yo conocía enel mundo, que jamás cerraban la boca ni dexabanhablar a nadie que con ellos estuviesse, sino un

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cuento acabado y otro començado; y hartas veces,porque no les tomassen la mano, los dexaban amedio tiempo y tornaban a otro, y hasta venir lanoche que los despartiesse como batalla, nohubiéssedes miedo que ellos acabassen. Y lo peor,que no veen estos cuán molestos son a Dios y almundo, y aun pienso que al diablo, porque, de partede ser sabio, huiría destos necios, pues cada seme-jante quiere a su semejante. ¡Vassallos destos va-rones los vea yo, y que se les muera el amiga, por-que me vengue dellos!

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CAPÍTULO XIVCómo el rey y Licio determinaron de casar a Lázaro

con la linda Luna, y se hizo el casamiento.

Pues tornando a nuestro negocio, y siendo pas-sado el luto y tristeza que todos tuvimos por lamuerte de Melo, el rey mandó con gran diligencia seentendiesse en rehacer el número de los armados yen buscar armas donde se hallassen, y assí se hizo.

En este tiempo, pareció a su alteza ser bien ca-sarme, y comunicólo con el buen Licio, al cual dio elcargo del negocio, y él se quisiera eximir dello,según que dél supe, mas por complacer al rey noosó hacer otra cosa. Y díxomelo con alguna ver-güenza, diciendo que él veía yo merecer más honra,según la mucha mía, mas que el rey le había man-dado expressamente que él fuesse el casamentero.Finalmente, dan la ya no tan hermosa ni tan enteraLuna por mía. «En dicha me cabe -dixe entre mí-;para jugador de pelota no valdría un clavo, puesmaldito el voleo alcanço, sino de segundo bote, yaun plega a Dios no sea de más; con todo, a subiracierto: razón es de arcipreste a rey haber salto». Alfin lo hice, y mis bodas fueron hechas con tantas

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fiestas como se hicieran a un príncipe, con un viz-condado que con ella el rey me dio, que a tenerlo entierra me valiera harto más que en la mar. Al fin, delextremo atún, subí mi nombre a su señoría, a pesarde gallegos.

Desta manera se estaba mi señoría triunfando lavida, y con mi buena y nueva Luna muy bien casa-do, y muy mejor con mi rey, y no descuidándome desu servicio, pensando siempre cómo le daría placery provecho, pues le debía tanto; y con esto, enningún tiempo y lugar lo veía que no se lo alegasse,fuesse como fuesse, y diesse do diesse, guardán-dome mucho de no decirle cosa que le diesse penay enojo, teniendo siempre ante mis ojos lo poco queprivan ni valen con señores los que dicen las verda-des. Acordéme del tratamiento que Alexandro hizoal filósofo Calístenes por se las decir, y con estonada me sucedía mal. Tenía a grandes y pequeñostan so mano, que en tanto tenían mi amistad comola del rey.

En este tiempo, pareciéndome conformar el es-tado del mar con el de la tierra, di aviso al rey di-ciéndole sería bien, pues tiene el trabajo, que tu-viesse el provecho, y era que hasta entonces lacorona real no tenía otras rentas sino solamente de

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treinta partes la una de todo lo que se vendía; ycuando tenía guerra justa y conveniente a su reino,dábanle los peces necessarios para ella, y pagá-banselos; y solos diez pescados para su plato cadadía. Yo le impuse en que le pechassen todos cadauno un tanto y que fuessen los derechos como en latierra, y que le diessen para su plato cincuenta pe-ces cada día. Puse más: que cualquiera de sussúbditos que se pusiesse don sin venirle por líneaderecha, pagasse un tanto a su alteza; y este capí-tulo me parece fue muy conveniente, porque estanta la desvergüença de los pescados, que buenosy ruines, baxos y altos, todos dones: don acá y donacullá, doña nada y doña nonada. Hice estoacordándome del buen comedimiento de las muje-res de mi tierra, que ya que alguna caiga por desdi-cha en este mal latín, o será hija de mesonero hon-rado o de escudero, o casó con hombre que llamansu merced, y otras desta calidad que ya que ponganel dicho don, están fuera de necessidad; mas en elmar no hay hija de abacera que si casasse conquien no sea oficial, no presuma, dende a ochodías, poner un don a la cola, como si aquel don lesquitasse ser hijas de personas no honestas y queno lo tenían; y que no lo tener muchas dellas, ser-ían, por ventura, en más tenidas, porque no darían

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causa que les desenterrassen sus padres y traigana la memoria lo olvidado; y sus vecinos no trataríanni reirían dellas, ni de su merced, que se lo consien-te poner; y a ellas de suyo sabemos no ser maciças.Mas en esto ellos se muestran más bravos y livia-nos. Pareció bien al rey rentándole harto, aunque deallí adelante, como costaba dineros, pocos dones sehallaban.

Destas y de otras cosillas, y nuevas imposicio-nes más provechosas al rey que al reino, avisé yo.El rey, con verme tan solícito en su servicio, tampo-co era perezoso en las mercedes, antes eran muycontentas y largas. Aprovechéme en este tiempo demi pobre escudero de Toledo, o por mejor decir, desus sagaces dichos, cuando se me quexaba nohallar un señor de título con quien estar, y que si lohallara le supiera bien granjear, y decía allí el cómo,del cual yo usé, y fue para mí muy provechoso,especialmente un capítulo della que fue muy avisa-do en no decir al rey cosa con que le pesasse, aun-que mucho le cumpliesse andar a su favor, tratarbien y mostrar favor a los que él tenía buena volun-tad, aunque no lo mereciessen; y, por el contrario, alos que no la tenía buena, tratándolos mal, y decirdellos males, aunque en ellos no cuplessen, no

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yéndoles a la mano a lo que quisiessen hacer, aun-que no fuesse bueno. Acordéme del dicho Calíste-nes, que por decir verdades a su amo Alexandro, lemandó dar cruelíssima muerte, aunque ésta debríatenerse por vida, siendo tan justa la causa: ya no seusa sino vivir, sea como quiera, de manera que yome arrimaba cuanto podía a este parecer, y destasuerte cayóse la çopa en la miel y mi casa sehenchía de riqueza; mas aunque yo era pece, teníael ser y entendimiento de hombre, y la maldita codi-cia que tanto en los hombres reina, porque un ani-mal dándole su cumplimiento de lo que su naturalpide no dessea más ni lo busca. No dará el gallonada por cuantas perlas nacen en oriente, si estásatisfecho de grano; ni el buey por cuanto oro naceen las Indias, si está harto de yerba, y assí todos losdemás animales; sólo el bestial apetito del hombreno se contenta ni harta, mayormente si está acom-pañado de codicia. Dígolo porque con toda mi ri-queza y tener, porque apenas se hallaba rey en elmar que más y mejores cosas tuviesse, fui aguijo-nado de la codicia hambrienta, y no con lícito trato:con esto hice armada para que fuesse a los golfosdel León y del Yerro, y a otros despaché a los ban-cos de Flandes, do se perdían naos de gentes, y alos lugares do había habido batallas, do me truxeron

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grande cantidad de oro, que en sólo doblones pien-so me truxeron más de quinientos mil.

Reíase mucho el rey de que me veía holgar yrevolcar sobre aquellos doblones, y preguntábameque para qué era aquella nonada, pues ni era paracomer ni traer. Dixe yo entre mí: «Si tú lo conocies-ses como yo, no preguntarías esso». Respondíaleque los quería para contadores, y con esto se satis-facía. Y después que a la tierra vine, como adelantediré, maldito aquel de mis ojos pude ver, y es quetodos los que había me los truxeron allí en el mar yassí acá no anda ya ninguno; y si los hay débenlotener en otro tan hondo y escondido lugar.

Harto yo desseaba, si ser pudiera, hallar una naoque cargara dellos, aunque le diera la mitad de miparte al que me los diera a la mi Elvira en Toledo,para con que casar a la mi niña con alguno, quebien seguro estaba haber hartos que no me la des-echaran por ser hija de pregonero; y con esta ganasalí dos o tres veces tras naos que venían de levan-te, dándoles gritos sobre el agua que esperassen,pensando me entenderían y imaginarían, y aunqueno fuessen fieles mensajeros en llevar el tesoro oparte dél a Toledo, con que lo aprovechassen hom-bres me contentaba por el amor que yo tenía a la

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humana naturaleza; mas luego que los llamaba ome veían, me arrojaban arpones o dardos para mematar, y con esto tornábame a mi menester y baxa-ba a ver mi casa. Otras veces desseaba que Toledofuera puerto de mar para podelle henchir de rique-zas, porque no fuera menos de haber mi mujer yhija alguna parte. Y con estos y otros desseos ypensamientos passaba mi vida.

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CAPÍTULO XVCómo andando Lázaro a caça en un bosque, perdi-

do de los suyos, halló la Verdad.

Como yo me perdí de los míos, hallé la Verdad,la cual me dixo ser hija de Dios y haber baxado delcielo a la tierra por vivir y aprovechar en ella a loshombres, y cómo casi no había dexado nada porandar en lo poblado, y visitado todos los estadosgrandes y menores; y ya que en casa de los princi-pales había hallado assiento, algunos otros la hab-ían revuelto con ellos, y por verse con tan pocofavor se había retraído a una roca en la mar.

Contóme cosas maravillosas que había passadocon todos géneros de gentes, lo cual, si a VuestraMerced hubiesse de escrebir, sería largo y fuera delo que toca a mis trabajos. Cuando sea VuestraMerced servido, si quisiere, le enviaré la relación delo que con ella passé. Vuelto a mi rey, le conté loque con la Verdad había passado.

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CAPÍTULO XVICómo, despedido Lázaro de la Verdad, yendo conlas atunas a desovar, fue tomado en las redes y

volvió a ser hombre.

Yéndome a la corte consolado con estas pala-bras viví alegre algunos días en el mar. En estemedio, se llegó el tiempo que las atunas habían dedesovar, y el rey me mandó que yo fuesse aquelviaje, porque siempre con ellas enviaba quien lasguardasse y defendiesse, y al presente el generalLicio estaba enfermo, el cual, si bueno estuviera, séque hiciera este camino. Y después que yo estabaen el mar, había ido dos o tres veces, porque cadaaño una vez iban en la dicha desovación. De mane-ra que en el dicho exército llevé comigo dos milarmados, y en mi compañía fueron más de quinien-tas mil atunas que se hallaron preñadas.

Despedidos del rey, tomamos nuestro camino y,nuestras jornadas contadas, dimos con nosotros enel estrecho de Gibraltar, y aquel passado, venimosa Conil y a Vexer, lugares del duque de MedinaSidonia, do nos tenían armado. Yo fui avisado de

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aquel peligro y cómo allí se solía hacer daño en losatunes, y aviséles se guardassen. Mas como fues-sen ganosas de desovar en aquella playa y ellafuesse para ello aparejada, por bien que se guarda-ron, en ocho días me faltaron más de cincuenta milatunas. Y visto el daño cómo se hacía, acordamoslos armados de meternos con ellas en la playa y,mientras desovaban, si prenderlas quisiessen, heriren los salteadores y en sus redes, y hacérselaspedaços. Mas saliónos al revés con la fuerça y ma-ña de los hombres, que es otra que la de los atunes;y assí nos apañaron a todos con infinitas dellas enuna redada, sin recebir casi daño de nos, antesganancia, que, como mis compañeros se vieronpresos, desmayaron, y por dar gemidos, desampa-raron las armas, lo cual yo no hice, sino con mi es-pada me asieron, habiendo con ella hecho hartodaño en las redes, juntamente comigo a mi buena ysegunda mujer.

Los pescadores, admirados de verme assí ar-mado, me procuraron quitar el espada, la cual yotenía bien asida, mas tanto por ella tiraron, que mesacaron por la boca un braço y mano, con la cual yotenía bien asida el espada, y me descubrieron por lacabeça la frente y ojos y narices y la mitad de la

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boca. Muy espantados de tal acaecimiento, measieron muy recio del braço, y otros, trabándome dela cola, me comiençan a sacar como a cuero ates-tado en costal. Miré y vi cabe mí la mi Luna muyafligida y espantada, tanto y más que los pescado-res, a los cuales, començando a hablar en lenguade hombre, yo dixe: «Hermanos, encárgoos lasconciencias, y no se atreva alguno a visitarme conel braço del maço, ca sabed que soy hombre comovosotros; mas acabad de quitar la piel, y sabréis demí grandes secretos».

Esto dixe porque aquellos mis compañeros esta-ban cabe mí muchos dellos muertos, hechos peda-ços los testuces con unos maços que, los de lajábega en sus manos, para aquel menester traían. Yassí mismo les rogué por gentileza que a aquellaatuna que cabe mí estaba diessen libertad, porquehabía sido mi compañera y mujer gran tiempo.Ellos, en gran manera alterados en verme y oírme,hicieron lo que les rogué.

Al tiempo que la mi compañera de mí partía llo-rando y espantada, yo le dixe en lengua atunesa:«Luna mía y mi vida, vete con Dios, y no tornes aser presa, y da cuenta de lo que vees al rey y atodos mis amigos, y ruégote que mires por mi honra

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y la tuya». Ella, sin me dar respuesta, saltando en elagua se fue muy espantada.

Sacáronnos de allí a mí y a mis compañeros,que veía a mis ojos matar y hacer pedaços a lalengua del agua, y a mí teníanme echado en el are-na medio hombre y medio atún, como he contado, ycon harto miedo si habían de hacerme cecina. Aca-bada la pesca aquel día, habiéndome preguntado,yo díxeles la verdad, y rogándoles me sacassen deltodo, lo cual ellos no hicieron. Mas aquella nocheme cargan en un acémila y dan comigo en Sevilla, ypónenme ante el ilustríssimo duque de Medina: fuetanta la admiración que con mi vista ellos y los queme veían sentían y sintieron, que en grandes tiem-pos no vino a España cosa que tanto espanto pu-siesse. Tuviéronme en aquella pena ocho días, enlos cuales supieron de mí cuanto había passado.

A cabo de este tiempo, sentí a la parte que depece tenía detrimento y que se estragaba por noestar en el agua, y supliqué a la señora duquesa y asu marido que, por amor de Dios, me hiciessensacar de aquella prisión, pues a su alto poder habíavenido; y dándoles cuenta del detrimento que sent-ía, holgaron de lo hacer. Y fue acordado que dies-sen pregón en Sevilla para que viniessen a ver mi

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conversión, y en una plaça que ante su casa está,hecho un cadahalso, porque todos me viessen allí,fue juntada Sevilla; y desque la plaça se hinchió, porcalles y tejados y terrados no cabía la gente. Luegomandó el duque que fuessen por mí y me sacassende una jaula que luego que vine del mar me hicie-ron, do estuve; y fue bien pensado, porque, segúnla multitud de las gentes que siempre me acompa-ñaban, si no hubiera verjas en medio de mí y dellos,ahogáranme sin falta. «¡Oh gran Dios! -decía-, ¿quées lo que en mí se ha renovado? Porque, hombreen jaula, ya lo he visto estar, y mucho a su pesar, yaves; pescado, nunca lo vi».

Assí me sacaron y llevaron en un pavés concincuenta alabarderos que delante de mí iban apar-tando la gente, y aún no podían.

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CAPÍTULO XVIIQue cuenta la conversión hecha en Sevilla, en un

cadahalso, de Lázaro atún.

Pues puesto en el cadahalso, y allí, tirándomeunos por la parte de mi cuerpo que de fuera tenía,otros por la cola del pescado, me sacaron como eldía que mi madre del vientre me echó, y el atún sequedó solamente siendo pellejo. Diéronme unacapa con que me cobrí, y el duque mandó metruxessen un vestido suyo de camino, el cual, aun-que no me arrastraba, me vestí, y fui tan festejado yvisitado de gentes, que en todo el tiempo que allíestuve casi no dormí, porque de noche no dexabande me venir a ver y a preguntar, y el que un rato deauditorio comigo tenía se contaba por muy dichoso.

Al cabo de algunos días, después que del tododescubrí mi ser, caí enfermo, porque la tierra meprobó, y como estaba hecho al mantenimiento mari-no y el de la tierra es de otra calidad, hizo en mímudança, y pensé cierto que mis trabajos con lavida habían acabado. Quiso Dios deste trabajo conlos demás librarme, y desque me vi para poder ca-minar, pedí licencia a aquellos señores, la cual de

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mala gana alcancé, porque me pareció quisierantenerme consigo por oír las maravillosas cosas queme acontecieron, y las más que yo glosaba, a lascuales me daban entero crédito con haber visto enmí tan maravillosa mudança.

Mas en fin, sin embargo desto, diéronme la dichalicencia y me mandaron magníficamente proveerpara mi camino; y assí di comigo en Toledo, vísperade la Assumpción que passó, el más desseosohombre del mundo de ver a mi mujer y a mi niña, ydalle mil abraços, la cual manera de retoço paracuatro años iba que no lo usaba, porque en el marno se usa, que todo es hocicadas.

Entré de noche y fuime a mi casilla, la cual hallésin gente; fui a la de mi señor el arcipreste, y esta-ban ya durmiendo, y tantos golpes di que los des-perté, preguntándome quién era, y diciéndolo, la miElvira muy ásperamente me respondió a grandesvoces: «Andad para beodo, quien quiera que sois,que a tal hora andáis a burlar de las viudas. A cabode tres o cuatro años que al mi mal logrado llevóDios y hundió en la mar a vista de su amo y de otrosmuchos que lo vieron ahogar, venís agora a decirdonaires»; y tórnase a la cama sin más me oír niescuchar.

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Torné a llamar y dar golpes a la puerta, y miseñor, enojado, se levantó y púsose a la ventana, ya grandes voces comenzó a decir: «¿Qué bellaquer-ía es essa y qué gentil hecho de hombre de bien?Querría saber quién sois para mañana daros elpago de vuestra descortesía, que a tal hora andáispor las puertas de los que están reposando dandoaldabadas y haciendo alborotos con los cualesquebráis el sueño y reposo»; «Señor -dixe yo-, nose altere vuestra merced, que si quiere saber quiénsoy, también yo lo quiero decir: vuestro criado Láza-ro de Tormes soy».

Apenas acabé de decillo cuando siento passarcabe las orejas un guijarro pelado con un zumbido yfuria, y tras aquel, otro y otro, los cuales, dando enlos que en el suelo estaban con lo que la calle esta-ba empedrada, hacía saltar vivo fuego y ásperascentellas. Visto el peligro, que no esperaba razones,tomé la calle a abaxo ante los ojos, y a buen passome alexé, y él quedó desde su ventana dando gran-des voces, diciendo: «Veníos a burlar y veréis cómoos irá».

Eché seso a montón, y parecióme tornar a pro-bar la ventura porque yo no me quería descubrir anadie, y por ser ya muy noche, determiné de passar

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lo que quedaba della por allí, y venida la mañana,irme a casa. Mas no me acaeció assí, porque, den-de a poco, passó por donde yo estaba un alguacilque andaba rondando y, tomándome la espada, diocomigo en la cárcel; y, aunque yo conocía a algunosde los gentiles hombres que de porquerones loacompañaban, y los llamé por sus nombres y dixequién era: y reíanse de mí diciendo que más de tresaños había que el que yo decía ser era muerto en lode Argel, y assí dan comigo en la cárcel, y allí metomó el día, el cual venido, cuando los otros se vis-ten y adereçan para ir a la iglesia a holgar una tansolemne fiesta, pensando yo haría lo mismo, porqueluego sería conocido de todos, entró el alguacil queme había preso y, echándome grillos a los pies yuna buena cadena gruessa a la garganta, y metién-dome en la casa del tormento, todo fue uno.

«Este gentil hombre, que teniendo disposición ymanera para ser corregidor y se hace pregonero,esté aquí algún día, hasta que sepamos quién es,pues anda de noche a escalar las casas de losclérigos. Pues a fe, que esse sayo no se debió cor-tar a vuestra medida, ni trae olor de vino como sue-len traer los de vuestro oficio, sino de un fino ámbar.Al fin, vos diréis, a mal de vuestro grado, a quién lo

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hurtastes, que si para vos se cortó, a fe que oshurtó el sastre más de tres varas».

«En hora mala acá venimos», dixe yo entre mí.Con todo esso, le hablé diciéndole que yo no vivíade aquel menester ni andaba a hacer lo que él de-cía.

«No sé si andáis -dixo-, mas agora sale el arci-preste de San Salvador de la casa del corregidor,diciendo que anoche le quisieron robar y entrar lacasa por fuerça si con buenos guijarros no se de-fendiera, y que decían los ladrones que era Lázarode Tormes, un criado suyo. Yo le dixe cómo os topécabe su casa, y me dixo lo mismo, y por esso osmanda poner a buen recaudo».

El carcelero dixo: «Esse que decís pregonero fueen esta ciudad, mas en lo de Argel murió, y bien leconocía yo. ¡Perdónelo Dios! Hombre era para pas-sar dos açumbres de vino de una casa a otra sinvasija».

«¡Oh desventurado de mí, dixe yo, que aún misfortunas no han acabado! Sin duda, de nuevo tor-nan mis desastres: ¿qué será esto que aquellos queyo conozco y conversé y tuve por amigos me niegan

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y desconocen? Mas no podrá tanto mi mala fortuna,que en esto me contraríe, pues mi mujer no medesconocerá, como sea la cosa que en este mundomás quiero y ella quiere».

Rogué mucho al carcelero, y paguéselo, quefuesse a ella y le dixesse que estaba allí, que meviniesse a hacer sacar de la prisión. Y él, riendo demí, tomó el real y dixo lo haría, mas que le parecíaque no traía juego de veras, porque si yo lo fuera elque decía, él lo conociera, porque mil veces le hab-ía visto entrar en la cárcel y acompañar los agota-dos, y que fue el mejor pregonero y de más clara yalta voz que en Toledo había. Al fin, con yo impor-tunalle, fue y pudo tanto, que truxo consigo a miseñor y cuando le iba hablar, que lo metió do yoestaba, truxeron una candela: aquella alegría quelos del limbo debieron sentir al tiempo de su liber-tad, sentí, y dixe llorando de tristeza, y más dealegría: «¡Oh, mi señor Rodrigo de Yepes, arcipres-te de San Salvador, mirad cuál está el vuestro buencriado Lázaro de Tormes atormentado y cargado dehierros, habiendo passado tres años las más estra-ñas y pelegrinas aventuras que jamás oídas fueron!

Él me llegó la candela a los ojos, y dixo: «¡La vozde Jacob es, y la cara de Esaú! Hermano mío, ver-

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dad es que en la habla algo os parecéis; mas en elgesto sois muy diferente del que decís».

A esta hora caí en la cuenta, y rogué al carcelerome hiciesse merced de un espejo; y él lo truxo. Ycuando en él me miré, vime muy dessemejado delser de antes, especialmente del color que solía te-ner, como una muy rubicunda granada: digo comolos granos della; y agora, como la misma gualda, yfiguras también muy mudadas. Yo me santigüé ydixe: «Agora, señor, no me maravillo, estándolomucho de mí mismo, que vuestra merced ni nadiede mis amigos no me conozcan, pues yo mismo medesconozco. Mas vuestra merced me la haga desentarse, y vos, señor alcalde, nos dad un pocolugar, y verá cómo no he dicho mentira.

Él lo hizo, y quedando solos, le di todas las se-ñas de cuanto había passado después que lo co-nocía: y tal día esto, y tal día esto otro. Después leconté en suma todo lo que había passado, y cómofui atún, y que del tiempo que estuve en el mar y delmismo mantenimiento y del agua me había quedadoaquel color, y mudado el gesto, el cual, hasta en-tonces, yo no me había mirado. Finalmente, quedespués quedóse muy admirado, y dixo: «Esso quevos decís muy notorio se dixo en esta ciudad, que

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en Sevilla se había visto un atún hombre; y las se-ñales que me dais también son verdaderas. Mastodavía dudo mucho. Lo que haré por vos será traeraquí a Elvira, mi ama, y ella, por ventura, os cono-cerá mejor».

Y le di muchas gracias y le supliqué me diesse lamano para la besar, y me echasse su bendición,como otras veces había hecho, mas no me la quisodar.

Passé aquel día y otros tres, al cabo de los cua-les una mañana entra el teniente de corregidor consus ministros y un escribano, y comiénçanme apreguntar y, si no lo han por enojo, a querer poner-me a caballo, o por mejor decir verdad, en potro. Nopude contenerme de no derramar muchas lágrimas,dando muy grandes sospiros y solloços quexándo-me de mi sobrada desventura que tan a la larga meseguía. Con todo esso, con las mejores y más razo-nes que pude, supliqué al teniente que por entoncesno me tormentasse, pues harto lo estaba yo, y por-que lo contentasse, viesse mi gesto, al cual llegan-do la luz, dixo: «Por cierto, este pecador, yo no séqué fuerça podrá hacer en las casas, mas él sin ellaestá, a lo que parece, según su disposición mues-

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tra. Dexémosle agora hasta que mejore o muera, ydalle hemos por libre». Y assí me dexaron.

Supliqué al carcelero tornasse a casa de mi se-ñor y le rogasse de su parte, y suplicasse de la mía,cumpliesse la palabra que me había dado de traerconsigo a mi mujer; y tornéle a dar otro real, porqueestos nunca echan passo en vano, y él lo hizo, y metruxo recaudo que para el día siguiente ambos meprometieron de venir.

Consolado con esto, aquella noche dormí mejorque las passadas, y en sueños me visitó mi señoray amiga la Verdad, y mostrándose muy airada, medixo: «Tú, Lázaro, no te quieres castigar: prometisteen la mar de no me apartar de ti, y desque salistecasi nunca más me miraste. Por lo cual la divinajusticia te ha querido castigar, y que en tu tierra y entu casa no halles conocimiento, mas que te viessespuesto como malhechor a cuestión de tormento.Mañana vendrá tu mujer y saldrás de aquí con hon-ra, y de hoy más haz libro nuevo».

Y assí se me despidió de presente. Muy alegrede tal visión, conociendo que justamente passabaporque eran tantas y tan grandes las mentiras queyo entretexía y lo que contaba, que aun las verda-

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des eran muy admirables, y las que no eran pudie-ran de espanto matar las gentes, propuse la en-mienda y lloré la culpa.

Y a la mañana venida, mi gesto estaba como deantes, y de mi señor y de mi mujer fui conocido, yllevado a mi casa con mucho placer de todos, halléa mi niña ya casi para ayudar a criar otra. Y des-pués que algunos días reposé, tornéme a mi taça yjarro, con lo cual en breve tiempo fui tornado en mipropio gesto y a mi buena vida.

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CAPÍTULO XVIIICómo Lázaro se vino a Salamanca, y la amistad ydisputa que tuvo con el rector, y cómo se hubo con

los estudiantes.

Estando ya algún tanto a mi placer, muy bienvestido y muy bien tratado, quíseme salir de allí doestaba por ver a España y solearme un poco, puesestaba harto del sombrío del agua. Determinando adó iría, vine a dar comigo en Salamanca, a donde,según dicen, tienen las ciencias su alojamiento. Yera lo que había muchas veces desseado por pro-bar de engañar alguno de aquellos abades o manti-largos que se llaman hombres de licencia. Y comola villa está llena destos, el olor también se sientede lexos, aunque de sus noches Dios guarde micasa. Fuime luego a passear por la villa y, avezadode la mar, maravillábame de lo que allí veía, y bienera algo más de lo que tenía oído.

Quiero contar una cosa que allí me acontecióyendo por una calle de las más principales. Veníaun hombre a caballo en un asno, y como era guiño-so y debía estar cansado, no podía caminar adelan-te, ni aun volver atrás sino con gran trabajo. Co-

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miença el hombre a dar sus gritos: «¡Arre acá, se-ñor bachiller!» Con esto no me moví yo, aunquepensé en volverme, pero entendiendo él que conmás honrado nombre se movería más presto, co-miença de decir: «¡Arre acá, señor licenciado! ¡Arrecon todos los diablos!», y dale con un agujón quetraía. Veríades entonces echar coces atrás y ade-lante, y el licenciado a una parte y el caballero aotra: nunca vi en mi vida, ni en el señorío de la marni en el de la tierra, licenciado de tal calidad quetanto lugar le hiciessen todos, ni que tanta gentesaliesse por verlo. Conocí entonces que debía serde los criados con alguno de nombre, y que se hac-ían también de honrar con sus nombres, como yome había hecho por mi valer y fuerças en la marentre los atunes. Pero todavía los tuve en más quea mí, porque aunque me hicieron señoría, no medieron licencia a más de la que yo de mí, por miesfuerço, entre ellos me tomaba. Y cierto, señor,que he yo passado algún tiempo que quisiera sermucho más el licenciado asno, que Lázaro de Tor-mes.

De aquí vine siguiendo el ruido a dar en un cole-gio, a donde vi tantos estudiantes y oí tantas voces,que no había ninguno que no quedasse más cansa-

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do de gritar que de saber. Y entre muchos otros queconocí (aunque a mí ninguno dellos) quiso Dios quehallé un amigo mío de los de Toledo, conocido delbuen tiempo, el cual servía a dos señores, como elque arriba movió el ruido, y aunque eran de los ma-yores del colegio. Y como era criado de consejo yde mesa, habló con sus amos de mí de tal manera,que me valió una comida y algo más. Es verdad quefue a uso de colegio: comida poca, y de poco, malguisado y peor servido, pero maldito sea el huessoquedó sin quebrar.

Hablamos de muchas cosas estando comiendo,y replicaba yo de tal manera con ellos, que bienconocieron ambos haber yo alcançado más por miexperiencia que ellos por su saber. Contéles algo delo que había a Lázaro acontecido y con tales pala-bras que, cierto, todos se preguntaban adónde hab-ía estudiado, en Francia o en Flandes o en Italia, yaun si Dios me dexara acordar alguna palabra enlatín yo los espantara. Tomé la mano en el hablarpor no darles ocasión de preguntar algo que mepusiessen en confusión. Todavía ellos, pensandoque yo era mucho más de lo que por entonces hab-ían de mí conocido, determinaron de hacerme de-fender unas conclusiones, pero, pues sabía que en

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aquellas escuelas todos eran romancistas y que yolo era tal que me podía mostrar sin vergüença atodos, no lo rehusé, porque quien se vale entreatunes, que no juegan sino de hocico, bien se valdr-ía entre los que no juegan sino de lengua.

El día fue el siguiente, y para ver el espectáculofue convidada toda la universidad. Viera vuestramerced a Lázaro en la mayor honra de la ciudad,entre tantos doctores, licenciados y bachilleres, que,por cierto, con el diezmo se podrían talar cuantoscampos hay en toda España, y con las primicias seternía el mundo por contento; viera tantas coloresde vestir, tantos grados en el sentar, que no se ten-ía cuenta con el hombre, sino según tenía el nom-bre.

Antes de parecer yo en medio, quisiéronme ves-tir según era la usança dellos, pero Lázaro no quiso,porque, pues era estranjero y no había professadoen aquella universidad, no se debían maravillar,sino juzgar más según la doctrina (pues que tal eraesta), que no según el hábito, aunque fuesse des-acostumbrado. Vi a todos entonces con tanta gra-vedad y tanta manera que, si digo la verdad, puedodecir que tenía más miedo que vergüença, o másvergüença que miedo, no se burlassen de mí. Pues-

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to Lázaro en su lugar (y cual estudiante yo), viendomi presencia doctoral, y que también sabía tener migravedad como todos ellos, quiso el rector ser elprimero que comigo argumentasse, cosa desacos-tumbrada entre ellos. Assí me propuso una cuestiónharto difícil y mala, pidiéndome le dixesse cuántostoneles de agua había en el mar; pero yo, comohombre que había estudiado y salido poco había deallá, súpele responder muy bien diciendo quehiciesse detener todas las aguas en uno y que yo lomesuraría muy presto, y le daría dello razón muybuena. Oída mi respuesta tan breve y tan sin rode-os, que mal año para el mejor la diera tal, viéndoseen trabajo, pensando ponerme, y viendo serle im-possible hacer aquello, dexóme el cargo de mesu-rarla a mí, y que después yo se lo dixesse.

Avergonçado el rector con mi respuesta, échameotro argumento, pensando que me sobraba a mí elsaber o la ventura, y que como había dado resolu-ción en la primera, assí la diera en la segunda.Pídeme que le dixesse quántos días habían passa-do desde que Adán fue criado hasta aquella hora,como si yo hubiera estado siempre en el mundocontándolos con una péndola en la mano pues, abuena fe, que de los míos no se me acordaban, sino

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que un tiempo fui moço de un clérigo y otro de unciego y otras cosas tales, de las cuales era mayorcontador que no de días. Pero todavía le respondídiciendo que no más de siete, porque cuando estosson acabados otros siete vienen siguiendo de nue-vo, y que assí había sido hasta allí y sería tambiénhasta la fin del mundo. Viera Vuestra Merced aLázaro entonces ya muy doctor entre los doctores, ymuy maestro entre los de licencia.

Pero a las tres va la vencida, pues de las doshabía tan bien salido, pensó el señor rector que enla tercera yo me enlodara, aunque Dios sabe que talestaba el ánimo de Lázaro en este tiempo, no por-que no mostrasse mucha gravedad, pero el coraçóntenía tamañito. Díxome el rector que satisficiesse ala tercera demanda; yo muy prompto respondí queno sólo a la tercera, pero hasta el otro día se podíadetener. Pidióme que a dó estaba el fin del mundo.«¿Qué filosofías son éstas?, dixe yo entre mí.¿Pues cómo no habiéndolo yo andado todo, cómopuedo responder? Si me pidiera el fin del agua, algomejor se lo dixera». Todavía le respondí a su argu-mento que era aquel auditorio a do estábamos, yque manifiestamente hallaría ser assí lo que yo

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decía si lo mesuraba, y cuando no fuesse verdad,que me tuviesse por indigno de entrar en Colegio.

Viéndose corrido por mis respuestas, y quesiempre pensando dar buen xaque, recebía malmate, échame la cuarta cuestión muy entonado,preguntando que cuánto había de la tierra hasta elcielo. Viera Vuestra Merced mi gargajear a mistiempos con mucha manera, y con ello no sabía quéresponderle, porque muy bien podía él saber que nohabía hecho yo aún tal camino. Si me pidiera laorden de vida que guardan los atunes y en quélengua hablan, yo le diera mejor razón; pero no callécon todo, antes respondí que muy cerca estaba elcielo de la tierra, porque los cantos de aquí se oyenallá, por baxo que hombre cante o hable, y que si nome quisiesse creer, se subiesse él al cielo y yo can-taría con muy baxa voz, y que si no me oía me con-denasse por necio.

Prometo a Vuestra Merced que hubo de callar elbueno del rector y dexar lo demás para los otros;pero, cuando le vieron como corrido, no hubo quienosasse ponerse en ello, antes todos callaron y die-ron por muy excelentes mis respuestas. Nunca mevi entre los hombres tan honrado, ni tan «señor acá,y señor acullá». La honra de Lázaro de día en día

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iba acrecentando; en parte la agradesco a las ropasque me dio el buen duque, que si no fuera por ellas,no hicieran más caso de mí aquellos diablos dehaldilargos, que hacía yo de los atunes, aunquedissimulaba. Todos venían para mí: unos, dándomeel parabién de mis respuestas; otros, holgándose deverme y oírme hablar. Habiendo visto mi habilidadtan grande, el nombre de Lázaro estaba en la bocade todos, y iba por toda la ciudad con mayor zumbi-do que entre los atunes.

Mis convidados quisiéronme llevar a cenar conellos, y yo también quise ir, aunque rehusé, segúnla usança de allá, a la primera, fingiendo ser porotros convidado. Cenamos, no quiero decir qué,porque fue cena de licencias aquella, aunque bien vique la cena se aparejó a trueco de libros, y assí fuetan noble.

Después de haber cenado, y quitados los mante-les de la mesa, tuvimos por colación unos naipes,que suelen ser allá cotidianos, y cierto que en aque-llo algo más docto estaba yo, que no en las disputasdel rector. Y salieron, en fin, dineros a la mesa, co-mo quiera que ello fuesse. Ellos, como muy diestrosen aquella arte, sabían hacer mil traspantojos, que aser otro, dexara cierto el pellejo, porque al medio

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mal me iba, pero a la fin les traté tan bien, que ellospagaron por todos, y demás de la cena embolsé miscincuenta reales de ganancia en la bolsa. ¡Tomaos,pues, con aquel que entre los atunes había sidoseñoría! De Lázaro se guardarán siempre. Y pordespedirme dellos les quisiera hablar algo en len-gua atunesa, sino que no me entendieran. Después,temiendo no me pusiessen en vergüença, porqueno les faltara ocasión, partime de allí, pensando queno todavía puede suceder bien.

Assí determiné volverme, dándome verdes conmis cincuenta reales ganados, y aun algo más, quepor honra dellos al presente callo. Y llegué a micasa a donde lo hallé todo muy bien, aunque congran falta de dinero. Aquí me vinieron los pensa-mientos de aquellos doblones que se desaparecie-ron en el mar, y cierto que me entristecí, y penséentre mí que si supiera me había de suceder tanbien como en Salamanca, pusiera escuela en Tole-do, porque cuando no fuera sino por aprender lalengua atunesa, no hubiera quien no quisiera estu-diar. Después, pensándolo mejor, vi que no eracosa de ganancia, porque no aprovechaba algo.Assí, dexé mis pensamientos atrás, aunque bienquisiera quedar en una tan noble ciudad con fama

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de fundador de universidad muy celebrado, y deinventor de nueva lengua nunca sabida en el mundoentre los hombres.

Esto es lo sucedido después de la ida de Argel.Lo demás, con el tiempo, lo sabrá Vuestra Merced,quedando muy a su servicio Lázaro de Tormes.

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[Indice]

Capítulo I ............................................................... 4Capítulo II .............................................................. 7Capítulo III ........................................................... 20Capítulo IV .......................................................... 31Capítulo V ........................................................... 38Capítulo VI .......................................................... 49Capítulo VII ......................................................... 52Capítulo VIII......................................................... 57Capítulo IX .......................................................... 64Capítulo X ........................................................... 69Capítulo XI .......................................................... 75Capítulo XII ......................................................... 82Capítulo XIII......................................................... 88Capítulo XIV ........................................................ 96Capítulo XV ....................................................... 103Capítulo XVI ...................................................... 104Capítulo XVII ..................................................... 109Capítulo XVIII .................................................... 119