La ruta del comprador responsable

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Enfoques Frente a este dilema, José Ramón Mauleón y Marta G. Rivera, autores de Consumo alimentario sostenible para la agricultura del siglo XXI, argumen- tan que “se debe evitar el consumo de productos procedentes de terri- torios lejanos, aunque allí se hayan producido de manera ecológica”, priorizando el carácter local del pro- ducto. Emma no los ha leído pero quiere pensar en su decisión de con- sumo, al menos mientras sus hijos no desbaraten la pila de latas de meloco- tones en almíbar griegos, al lado de los plátanos ecológicos de Canarias. Los dilemas de Emma no son los de un consumidor aislado, sino también de quienes se han organizado para adentrarse en este espinoso asunto de consumir de forma responsable. Algunas organizaciones de con- sumidores optan por priorizar el carácter local del producto, como es el caso de la red Slow food. Ésta nació en 1989 después de definir- se el concepto de foodmiles acuña- do por el profesor londinense Tim Lang, que indica cuánto contami- na un producto a través de las mi- llas o kilómetros que ha recorrido hasta llegar al consumidor. Cuan- to más cercano, mejor. Pero, a su vez, un estudio del Departamento de Medio Ambiente, Alimentos y Asuntos Rurales del Reino Unido demuestra que producir tomates ecológicos en el Reino Unido pro- voca más emisiones de carbono (CO2) que importarlos de Espa- ña, ya que precisan una tempe- ratura suficientemente favorable y alta para su crecimiento. ¿En- tonces, Emma debe quedarse con la mermelada ecológica aunque venga de lejos? Local o ecológico Xavier Montagut, presidente de la Red de Consumo Solidario, apunta que existen diferentes concepciones sobre lo responsable y lo local, cuyo uso impreciso lleva, a menudo, a confusiones. A modo de ejemplo, Montagut señala la cadena de su- permercados Eroski. Ésta presume de un gigantesco invernadero en Vizcaya (País Vasco) equipado con las más modernas tecnologías con la intención de cumplir con lo local, y para ello dispone de control de la temperatura mediante la emisión de CO2, control de la productividad mediante semillas híbridas y distri- bución local de los productos. Al ver que no resuelve el dilema, Emma opta por preguntar a la de- pendienta de la tienda de barrio qué le parece más justo. La ruta del comprador responsable “Lo único que quiero es comprar mermelada de cerezas” –dice Emma a sus dos hijos impacientes que corren por la pequeña tienda. El supermercado hubiera sido una opción más económica, pero Emma cree que sus pequeñas decisiones de compra importan para la salud de su familia, la de su entorno y tal vez más allá. Toma un frasco de mermelada ecológica procedente del otro lado de la península. Con la otra mano, coge un bote de mermelada de producción local pero con fecha de caducidad a unos meses vista. ¿Con cuál se queda?

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Frente a este dilema, José Ramón Mauleón y Marta G. Rivera, autores de Consumo alimentario sostenible para la agricultura del siglo XXI, argumen-tan que “se debe evitar el consumo de productos procedentes de terri-torios lejanos, aunque allí se hayan producido de manera ecológica”, priorizando el carácter local del pro-ducto. Emma no los ha leído pero quiere pensar en su decisión de con-sumo, al menos mientras sus hijos no desbaraten la pila de latas de meloco-tones en almíbar griegos, al lado de los plátanos ecológicos de Canarias. Los dilemas de Emma no son los de un consumidor aislado, sino también de quienes se han organizado para adentrarse en este espinoso asunto de consumir de forma responsable.

Algunas organizaciones de con-sumidores optan por priorizar el

carácter local del producto, como es el caso de la red Slow food. Ésta nació en 1989 después de definir-se el concepto de foodmiles acuña-do por el profesor londinense Tim Lang, que indica cuánto contami-na un producto a través de las mi-llas o kilómetros que ha recorrido hasta llegar al consumidor. Cuan-to más cercano, mejor. Pero, a su vez, un estudio del Departamento de Medio Ambiente, Alimentos y Asuntos Rurales del Reino Unido demuestra que producir tomates ecológicos en el Reino Unido pro-voca más emisiones de carbono (CO2) que importarlos de Espa-ña, ya que precisan una tempe-ratura suficientemente favorable y alta para su crecimiento. ¿En-tonces, Emma debe quedarse con la mermelada ecológica aunque venga de lejos?

Local o ecológicoXavier Montagut, presidente de la Red de Consumo Solidario, apunta que existen diferentes concepciones sobre lo responsable y lo local, cuyo uso impreciso lleva, a menudo, a confusiones. A modo de ejemplo, Montagut señala la cadena de su-permercados Eroski. Ésta presume de un gigantesco invernadero en Vizcaya (País Vasco) equipado con las más modernas tecnologías con la intención de cumplir con lo local, y para ello dispone de control de la temperatura mediante la emisión de CO2, control de la productividad mediante semillas híbridas y distri-bución local de los productos.

Al ver que no resuelve el dilema, Emma opta por preguntar a la de-pendienta de la tienda de barrio qué le parece más justo.

La ruta del comprador responsable “Lo único que quiero es comprar mermelada de cerezas” –dice Emma a sus dos hijos impacientes que corren por la pequeña tienda. El supermercado hubiera sido una opción más económica, pero Emma cree que sus pequeñas decisiones de compra importan para la salud de su familia, la de su entorno y tal vez más allá. Toma un frasco de mermelada ecológica procedente del otro lado de la península. Con la otra mano, coge un bote de mermelada de producción local pero con fecha de caducidad a unos meses vista. ¿Con cuál se queda?

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–A ver, si quiere usted un producto de comercio justo, tiene esta mer-melada de guayaba de Ecuador –le responde a la vez que le muestra un frasco de una estantería de madera–. Esta mermelada la hacen en una co-munidad de Guayaquil. El cultivo es ecológico y participan en su recolec-ción y cuidado tanto hombres como mujeres. La venden en su pueblo pero también la exportan a través de una cooperativa de consumidores de aquí. Es un poco más cara que las otras dos porque en todas las fases de su comercialización se produce un intercambio digno por el produc-to y el servicio realizados.

Emma lee que el producto de Ecua-dor es ecológicamente responsable y socialmente ético. Pero de repente le asalta la duda: ¿no dijeron que el consumo responsable tenía que ser

de temporada? Pero, ¿de qué tem-porada? ¿De la suya o de la mía? No le parece una pregunta importante tratándose de una mermelada, pero de todas formas en el supermerca-do de enfrente de su portal también había un estante de comercio jus-to. ¿Para qué andar esas manzanas de más? ¿Por qué los críos vienen comiendo chuches y no plátanos de Canarias? ¿Pero de dónde sa-caron esas chuches? Con ánimo de reflexionar sobre el asunto, Emma decide abandonar el local, no sin

antes reparar en unos panfletos des-ordenados en una mesita cerca de la salida. “Por una soberanía alimen-taria y una soberanía de la tierra. La alimentación no es una mercancía. Es un derecho de todos”, lee en uno de ellos. Opta por cogerlo junto con otros más antes de irse.

Lee a Xavier Montagut, quien seña-la que es imprescindible defender el control de los recursos naturales por parte de los pequeños y medianos productores. Sólo así conseguiremos renunciar a las dependencias del co-mercio internacional y asegurar que en cualquier momento la población pueda autoabastecerse. También dice Montagut que hay que incidir tanto en la cadena productiva como en la de distribución, recuperando los circuitos cortos y evitando las grandes superficies.

Emma cree que sus pequeñas decisiones de compra importan para

la salud de su familia, la de su entorno y tal vez

más allá

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De camino a una cena ilustradaMientras enrolla su bolsa de tela vacía para guardarla en el bolso, Emma recuerda cuando, días atrás, encontró en su barrio el local de una cooperativa de consumidores de productos ecológicos. Lechugas, espinacas, zanahorias, rábanos. Al llegar al pequeño local abarrotado de cajas, observó a una pareja que, después de colgar los abrigos, de-jaba a sus niños en un espacio de recreo. Otros se remangaban para ayudar en alguna tarea y otros más se agolpaban frente a unos viejos or-denadores por turnos.–¿A cuánto van estas algas? –pre-guntó Emma inocentemente.–A 7,70 la bolsa. ¡Como para no acordarse luego de todo el jaleo que

hubo en la asamblea! –le dice una mujer que pesa bolsas de patatas.Emma se desplazó hacia los barri-les de jabón y detergentes de quí-mica dulce.–Si te apuntas ahora en la lista de espera, en un mes estarás comiendo todo lo sano que quieras. Estás de suerte –le suelta un ciclista de acen-to francés mientras llena la botella de champú ecológico.–No es tan caro como parece –añade otro mientras pesa las lentejas–. Al fin y al cabo, todo esto se compra directamente al productor. Ese reloj de arena dominado por las grandes distribuidoras tiene que ensanchar-se, ¿no crees?

Xavier Pérez Recio, socio de L’Aixada, una cooperativa del barrio de Grà-

Consumo, luego existoEl consumo responsable, al fin y al cabo, es “una propuesta que transfiere la responsabilidad hacia las personas individuales”, dice Albert Recio, profesor del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona. Además de correr el peligro de reproducir un elitismo moral –una capa de personas que cambian sus modos de consumo y culpan a las otras por no hacerlo–, olvida la función identitaria que cumple el consumo en las sociedades desarrolladas del siglo XXI. En esta línea, el sociólogo Zigmunt Bauman reconoce en las sociedades actuales, que él llama de la segunda modernidad o posmodernidad, la preponderancia actual de la estética del consumo frente a la ética del trabajo que dominaba la modernidad o industrialización. Es decir, el reconocimiento social ya no se adquiere por el trabajo que uno tiene, sino por lo que consume. En una sociedad de consumo como la nuestra, la capacidad de elección se convierte en el valor de identidad por excelencia. Elección entre pintalabios, entre trabajar y no trabajar, es lo mismo. Los excluidos son, por tanto, los que no pueden escoger. Consumidores defectuosos que integran una sociedad contemporánea donde somos, ante todo, consumidores, y sólo en forma parcial y secundaria somos también productores. Tal vez por ello Bauman se empeña en explicar que el progreso tecnológico identifica un mundo actual donde la productividad crece de forma inversamente proporcional a la disminución de empleos.

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cia de Barcelona, dice que hay dos impulsos que llevan a participar en una asociación de consumo de este tipo. Uno, la necesidad de comer sano, predominante en su propia decisión. Y dos, la ambición por ofrecer una alternativa al sistema de consumo actual. Georgina L., socia de la misma cooperativa, aña-de el carácter alternativo de esta participación a nivel general. Acu-dir a este local una vez por semana facilita un espacio de encuentro, de diálogo y de aprendizaje a múl-tiples niveles. No sólo humano y ecológico, sino también económico y social. Con las cenas ilustradas que organizan regularmente y con otras actividades varias, los socios y socias intercambian opiniones y discuten sobre temas relaciona-dos con el consumo ecológico, la economía participativa y afines. A su vez, promueven su propuesta alternativa entre los adeptos a los supermercados.–¿Acaso pretenden que todo el país se organice en cooperativas? –re-cuerda haber preguntado Emma.–Se trata de una lucha lenta, pero no imposible. A lo mejor yo no lo veo, pero mis hijos, o nietos, sí –le dice el ciclista.

Emma se detiene en un parque in-fantil para leer los panfletos y ob-serva una imagen: cubierta por un toldo rojizo, una parada repleta de cajas de cartón con frutas y verdu-ras destaca por sus colores vivos. A la izquierda, una mujer pesa un racimo de plátanos en una báscu-la mecánica. Pantalones acampa-nados, un poncho con estampado de flores y exagerada permanente negra a lo afro. En defensa del de-cre-cimiento sostenible, Travailler moins, travail pour tous, Consumir menos,

¿Ya empezamos a buscar otro planeta?Según un estudio del Institut de Govern i Polítiques Públiques de la Universidad de Barcelona, en el año 2000 se produjo una segunda oleada de cooperativas de consumo agroecológico mucho más alta que la primera. Una reconfortante cantidad de adeptos se sumó a las iniciativas puntuales de los años noventa. Cataluña, por ejemplo, pasó de tener menos de diez cooperativas en el 2000 a más de 90 en la actualidad, de las cuales el 46 por ciento se encuentran en el área metropolitana de Barcelona. Como subraya Esther Vivas, en otros territorios como Galicia estas experiencias han ido multiplicándose. “En Vigo, en el 2001 – dice Vivas - se creó la cooperativa Arbore, que hoy suma 290 unidades de consumo (familias) y ha multiplicado por diez su número de socios inicial, a la vez que ha acompañado la creación de otras iniciativas gallegas”.

Sin embargo, la preocupación por el agotamiento de los recursos naturales del planeta se desplaza al centro de las agendas públicas a marchas forzadas. No sólo los movimientos sociales alternativos apelan a estas cuestiones sino también las instituciones públicas, como ejemplifica el Decreto del Gobierno Federal de Brasil, que establece un Sistema Nacional de Comercio Justo y Solidario; o la Guía de Consumo Responsable en Aragón, editada por la Dirección General de Consumo del Gobierno de Aragón y la Fundación Ecología y Desarrollo. ¿Vamos en busca de un nuevo consenso social?

Se trata de buscar un equilibrio entre lo

que queremos y lo que podemos hacer

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vivir mejor. Otro panfleto ilustra un libro donde su autor, Toni Lo-deiro, elabora un manual práctico para los que quieren transformar sus hábitos de consumo poniendo ejemplos de buenas prácticas para ello. En él, Lodeiro reconoce que hablar de consumo responsable sin hablar de consumir menos, es como no decir nada. Para él, pa-sarse a los filetes de ternera ecoló-gicos cuando comemos una media de cinco a la semana significa poco o nada. Emma levanta la vista y suspira, indecisa. Contempla a sus niños bajando del tobogán. Detrás de ellos, dos contenedores de re-siduos plásticos y cartones se ven abarrotados. “¿Qué importancia tiene mi decisión? ¿Qué importa lo que yo haga?” piensa.

Para Lodeiro, el poder de cambio está tanto en las instituciones pú-blicas como en los comportamien-tos individuales y colectivos. En este sentido, argumenta que no hay necesidad de convertirse en el gran héroe que muere por la causa. Según él, debemos buscar un equi-librio entre lo que queremos hacer y lo que podemos hacer. Dice que aunque nos parezca que somos los únicos compradores que usamos bolsa de tela o que reparamos en la cantidad de plástico innecesario del embalaje, podemos estar se-guros de que otros observarán el detalle y cuestionarán sus modos de consumo. Pequeños cambios. Cambios individuales, y por agre-gación, colectivos. Tal vez de eso se trata, reflexiona Emma al tiempo

que se pregunta: “Pero… ¿de dón-de habrán sacado esas chuches?”

Texto: Gonzalo de Castro y Carla Pascual Roig

Área de Estudios....................................................................................................Bancs de temps, xarxes d’intercanvi i cooperatives de consum agroecològic de Gemma Ubasart, Raimon Ràfols y Esther Vivas del Institut de Govern i Polítiques Públiques de la Universidad de Barcelona (2009).BAUMAN, Zigmunt (1999) Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Ed Gedisa. Barcelona, 2000.BAUMAN, Zigmunt (2010) La globalización. Consecuencias humanas. Ed. Fondo de Cultura Económica. México, 1999.Consumo alimentario sostenible para la agricultura del siglo XXI, Nº 38 Revista Ecología Política.I això del consum transformador? Donant voltes a la proposta, Revista Opcions, Marzo-Junio 2007.LODEIRO, Toni. Consumir menos, vivir mejor. Ideas prácticas para un consumo más consciente. Txalaparta. Tafalla, 2008.MONTAGUT, Xavier. ‘Para controlar nuestra alimentación, otro comercio necesario’ dentro de: Del campo al plato. Icaria. Barcelona, 2009.

la fórmula del Voluntariado interVida

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