La Riqueza de Las Naciones - Adam Smith

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El escocés Adam Smith (1723-1790) es considerado el fundador de la ciencia económica por su obra La riqueza de las naciones, publicada en 1776. Smith piensa que esa riqueza proviene del trabajo humano, no del oro ni de la plata como muchos creían entonces, y que puede aumentar si las instituciones y las leyes protegen ese trabajo y aseguran su eficiencia mediante el funcionamiento del mercado. No es sólo una ciencia lo que funda Smith sino también una doctrina: el liberalismo económico. En La riqueza de las naciones aparece la más célebre metáfora del mercado: la «mano invisible» que armoniza los intereses de la persona y de la comunidad. Smith no es un paradigma del «capitalismo) salvaje»: es un moralista preocupado por las reglas que limitan la conducta humana, y un economista enemigo de los privilegios de los empresarios, a quienes dedica duras críticas mientras recomienda que se aplique a los capitalistas el único sistema que puede limitar sus exorbitantes beneficios y orientar sus actividades hacia el bien común: la competencia. Smith, además, no es un enemigo del Estado, al contrario, quiere un Estado fuerte, aunque no grande, que garantice la libertad, la propiedad y el funcionamiento de la «mano invisible».

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    camente de dos formas: primero, al enviar de vuelta al campo una parte-de esos materiales ya trabajados y ma-nufacturados; en cuyo caso su precio viene incremen-tado por los salarios de los trabajadores y los beneficios de sus maestros o empleadores inmediatos; segundo, al enviar al campo una parte tanto de las materias primas como de los productos manufacturados que son impor-tados a la ciudad, sea desde otros pases o sea desde lu-gares alejados del mismo pas; en cuyo caso el precio original de estos bienes resulta tambin incrementado por los salarios de los transportistas o marineros y por los beneficios de los empresarios que los emplean. De las ganancias de la primera de estas ramas comerciales se nutre la ventaja que la ciudad cosecha gracias a su indus-tria; de lo que se gana en la segunda rama, la ventaja de su comercio interior y exterior. Los salarios de los tra-bajadores y los beneficios de sus diversos empleadores suman el total de lo que se gana en ambas. Por lo tanto, todas las reglamentaciones que tiendan a aumentar esos salarios y beneficios por encima de lo que seran en otro caso tienden a permitir a la ciudad comprar con una cantidad menor de su trabajo el producto de una canti-dad mayor del trabajo del campo. Otorgan a los comer-ciantes y artesanos de la ciudad una ventaja sobre los te-rratenientes, granjeros y trabajadores del campo, y quiebran la igualdad natural que se impondra en otro caso en el comercio que entablan entre s. El producto anual total del trabajo de la sociedad se divide cada ao entre esos dos grupos distintos de personas. Mediante dichas regulaciones se entrega a los habitantes de la ciu-dad una cuota mayor a lo que les correspondera en otro caso; y una menor a los del campo.

    El precio real que la ciudad paga por las provisiones y materiales que importa anualmente es la cantidad de ma-nufacturas y otros bienes que exporta cada ao. Cuando

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    ms caro se venda lo que exporte, ms barato le resultar lo que importe. La actividad de la ciudad se volver ms ventajosa y la del campo menos.

    Sin entrar en clculos muy complicados, una observa-cin sencilla y obvia nos convencer de que el trabajo lle-vado a cabo en las ciudades es, en todas partes de Europa, ms ventajoso que el realizado en el campo. En todos los pases europeos encontraremos al menos cien personas que a partir de comienzos muy modestos han acumulado una voluminosa fortuna en el comercio y la industria, quehaceres tpicamente urbanos, por una que lo haya he-cho en la actividad propiamente rural, la recogida de pro-ductos a partir del cultivo y la mejora de la tierra. Las ac-tividades, entonces, deben ser mejor retribuidas, y los salarios y beneficios deben ser evidentemente mayores en el primer caso que en el segundo. Pero el capital y el tra-bajo buscan naturalmente el empleo ms provechoso. Por ello, acuden en la medida de lo posible a la ciudad, y abandonan el campo.

    Los habitantes de una ciudad, al estar concentrados en un slo lugar, pueden ponerse de acuerdo fcilmente. Las labores urbanas ms insignificantes se han agremiado en algunos casos; y aunque no lo hayan hecho, late en ellas el espritu corporativo, la suspicacia frente a los extraos, la aversin a tomar aprendices o a comunicarles los secre-tos del oficio; ese espritu prevalece en ellas y a menudo las impulsa, mediante asociaciones y acuerdos volunta-rios, a restringir la libre competencia que no pueden prohibir mediante estatutos. Los oficios ms fcilmente susceptibles a tales componendas son los que emplean un nmero pequeo de personas. U na media docena de car-dadores de lana puede ser suficiente para dar trabajo a mil hilanderos y tejedores. Si se ponen de acuerdo para no to-mar aprendices pueden no slo aumentar el empleo sino reducir a todos en la industria a una suerte de esclavos su-

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    yos, y elevar el precio de su trabajo muy por encima de lo que correspondera a la naturaleza de su labor.

    Los habitantes del campo, dispersos en lugares aparta-dos, no pueden ponerse de acuerdo fcilmente. No slo no se han agremiado nunca sino que el espritu corpora-tivo jams ha prevalecido entre ellos. En ningn caso se ha pensado que era necesario pasar por un aprendizaje para obtener la calificacin de labrador, que es el princi-pal oficio en el campo. Y sin embargo, despus de las de-nominadas bellas artes y las profesiones liberales, casi no hay oficio que requiera una variedad tan amplia de cono-cimientos y experiencias. Los innumerables volmenes que se han escrito sobre esta cuestin en todas las lenguas nos demuestran que en las naciones ms sabias e ilustra-das nunca ha sido considerada como una materia de muy fcil comprensin. Y de todos estos volmenes no podre-mos obtener el conocimiento de sus variadas y complejas operaciones, algo que habitualmente posee el agricultor ms modesto, a pesar del desdn con que a veces petulan-temente lo tratan algunos autores que son ellos mismos desdeables. En cambio, casi no hay labores mecnicas comunes cuyas operaciones no puedan ser explicadas de forma completa y detallada en un folleto de muy pocas pginas, con la claridad que es posible utilizando palabras y figuras ilustrativas. En la historia de las artes, hoy en curso de publicacin por la academia de ciencias de Fran-cia, muchas de ellas son de hecho explicadas de esta forma. La direccin de las operaciones agrcolas, asi-mismo, al variar necesariamente con cada cambio clim-tico, y con muchos otros accidentes, requiere mucho ms criterio y prudencia que la de las actividades que son siempre las mismas o casi las mismas.

    No slo el arte del granjero, la direccin general de las faenas agrcolas, requiere ms habilidad y experiencia que la mayor parte de los oficios mecnicos, sino que otro

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    tanto ocurre con muchas ramas inferiores del trabajo en el campo. La persona que trabaja con latn o hierro lo hace con instrumentos y materiales cuya condicin es siempre la misma o casi la misma. Pero el hombre que la-bra la tierra con una yunta de caballos o bueyes trabaja con instrumentos cuya salud, fuerza y condicin son muy diferentes en cada ocasin. Y la condicin de los materiales con los que opera es tan variable como la de sus instrumentos, y ambos requieren un manejo juicioso y prudente. Al labrador corriente, aunque es habitual-mente considerado el paradigma de la estupidez y la ig-norancia, no le suelen faltar ni criterio ni prudencia. Es verdad que est menos acostumbrado a la vida social que el trabajador mecnico que vive en la ciudad. Su acento y su lenguaje son ms rudos y ms difciles de comprender por aquellos que no los conocen bien. Sin embargo, al es-tar habituado a manejar una variedad de objetos mayor, su comprensin es generalmente muy superior a la de aquellos otros cuya atencin de la maana a la noche est completamente ocupada en la realizacin de una o dos operaciones muy simples. La medida en que las clases ms bajas de la gente de campo son realmente superiores a las de la ciudad s bien conocida por cualquier persona que, sea por negocios o por curiosidad, se haya familiari-zado con ambas. Por eso en China y el Indostn parece que tanto la categora social como los salarios de los tra-bajadores del campo son mayores que los de la amplia mayora de artesanos y manufactureros. Y as probable-mente ocurrira en todas partes, de no haberlo impedido las leyes gremiales y el espritu corporativo.

    La superioridad de las actividades urbanas sobre las ru-rales en toda Europa no se debe exclusivamente a los gre-mios y sus normas. Se apoya tambin en muchas otras reglamentaciones. Los elevados aranceles sobre manufac-turas extranjeras y sobre todos los bienes importados por

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    comerciantes forneos persiguen idntico objetivo. La le-gislacin corporativa permite que los habitantes de las ciudades aumenten sus precios sin temor a la libre com-petencia de sus paisanos. Las otras regulaciones los prote-gen de la misma forma frente a la competencia de los ex-tranjeros. El aumento que ambas inducen en los precios es en todas partes pagado finalmente por los terratenien-tes, los granjeros y los trabajadores del campo, que rara vez se alzan en oposicin a tales monopolios. Normal-mente carecen tanto de proclividad como de capacidad para agruparse; y el clamor y los sofismas de los comer-ciantes y los industriales los persuaden fcilmente de que el inters particular de una parte, y una parte subalterna, de la sociedad equivale al inters general.

    En Gran Bretaa la superioridad de los trabajos urba-nos sobre los rurales fue ms amplia en el pasado que en el presente. Los salarios del trabajo rural se aproximan a los del trabajo industrial, y los beneficios del capital in-vertido en la agricultura a los del invertido en el comercio y la industria, ms hoy que durante el siglo pasado, o a comienzos del actual. Este cambio puede ser considerado como la consecuencia necesaria, aunque tarda, del extra-ordinario estmulo otorgado a los quehaceres urbanos. El capital acumulado en ellos llega con el tiempo a ser tan caudaloso que ya no puede ser invertido con el mismo beneficio que antes en las actividades caractersticamente urbanas. Dichas actividades tienen lmites, como todas las dems, y el incremento del capital, al elevar la competen-cia, inevitablemente deprime el beneficio. Debido a la ca-da en los beneficios en las ciudades, el capital se ve for-zado hacia el campo y all, al crear una nueva demanda de trabajo rural, aumenta necesariamente los salarios. En-tonces el capital se desparrama, si me permite la expre-sin, sobre la faz de la tierra, y al ser empleado en la agri-cultura es en parte devuelto al campo, a expensas del cual

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    se haba acumulado en gran medida originalmente en la ciudad. Demostrar ms adelante que en toda Europa los principales adelantos en el campo se han debido a este desbordamiento del capital acumulado originalmente en las ciudades; mostrar al mismo tiempo que aunque algu-nos pases han alcanzado a travs de este camino un con-siderable nivel de riqueza, se trata de un proceso lento, incierto, susceptible de ser perturbado e interrumpido por innumerables accidentes, y desde todo punto de vista contrario al orden natural y racional. En los libros tercero y cuarto de la presente investigacin procurar explicar en la forma ms completa y detallada que pueda los inte-reses, prejuicios, leyes y costumbres que lo han ocasio-nado.

    Es raro que se renan personas del mismo negocio, aunque sea para divertirse y distraerse, y que la conversa-cin no termine en una conspiracin contra el pblico o en alguna estratagema para subir los precios. Es cierta-mente imposible prevenir tales reuniones por ley alguna que fuese practicable o coherente con la libertad y la jus-ticia. Pero aunque la ley no puede impedir que las perso-nas del mismo negocio se agrupen, tampoco debera ha-cer nada para facilitar esas agrupaciones; y mucho menos para volverlas necesarias.

    Una reglamentacin que obliga a todos los que se dedi-can al mismo oficio en una ciudad cualquiera a inscribir sus nombres y domicilios en un registro pblico facilita esas asambleas; conecta a individuos que en otro caso no se habran conocido y proporciona a cada persona del ne-gocio las direcciones para encontrar a todas las dems.

    U na reglamentacin que permite a los del mismo nego-cio el imponerse una tasa para socorrer a sus pobres, viu-das y hurfanos, al entregarles la administracin de un in-ters comn, hace que esas agrupaciones sean necesarias.

    Un gremio no slo las transforma en necesarias sino

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    que somete al conjunto a las decisiones vinculantes de la mayora. En una actividad libre no se puede anudar nin-gn acuerdo que sea eficaz si no existe el consenso un-nime de todos los del oficio, un acuerdo que slo se man-tendr mientras todos y cada uno no cambien de opinin. Una corporacin puede por mayora promulgar un esta-tuto con las sanciones pertinentes para limitar la compe-tencia de- forma mucho ms eficiente y duradera que nin-guna combinacin posible de tipo voluntario.

    La pretensin de que las corporaciones son necesarias para el mejor funcionamiento de una actividad no tiene ningn fundamento. La verdadera y ms eficaz disciplina que se puede ejercer sobre un trabajador no es la de su gremio sino la de sus clientes. Lo que restringe el fraude y corrige la negligencia es el temor a perder el empleo. U na corporacin exclusiva necesariamente debilita la fuerza de esta disciplina. Un conjunto determinado de trabajadores deber en ese caso ser empleado, sea que se conduzcan bien o mal. Tal el motivo de que en muchas ciudades gre-miales no se pueden encontrar trabajadores capaces en al-gunos de los oficios ms indispensables. Si se desea un trabajo bien hecho se lo deber buscar en los suburbios donde los trabajadores, al carecer de privilegios exclusi-vos, no cuentan ms que con su reputacin, y despus ha-br que introducirlo de contrabando en la ciudad de la mejor forma posible.

    De esta manera la poltica de Europa, al limitar la com-petencia en algunos sectores a un nmero menor de per-sonas del que estara dispuesto a entrar en ellos en otro caso, da lugar a una desigualdad muy importante en el conjunto de las ventajas y desventajas de los diversos em-pleos del trabajo y el capital.

    Segundo, la poltica de Europa, al aumentar la compe-tencia en algunos empleos por encima de lo que sera na-tural genera otra desigualdad de ndole contraria en el to-

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    tal de las ventajas y desventajas de los distintos empleos del trabajo y el capital.

    Se ha considerado de tanta importancia que un nmero suficiente de jvenes se eduque en determinadas profesio-nes, que a veces el pblico y a veces la piedad de algunos donantes privados han constituido pensiones, becas, pre-mios, bolsas, etc., para ese objetivo, lo que ha atrado a esos oficios a mucha ms gente de la que los habra abra-zado en otro caso. Creo que en todos los pases cristianos la educacin del grueso de los sacerdotes se paga de esta forma. Son muy pocos los que se pagan toda su educa-cin. En consecuencia, la larga, fatigosa y costosa prepa-racin de los que s lo hacen no siempre les producir una remuneracin adecuada, al estar la iglesia saturada de per-sonas que, para conseguir un empleo, estn dispuestas a aceptar una retribucin mucho menor que la que les co-rrespondera por su formacin en otro caso; y as la com-petencia de los pobres arrebata remuneracin los ricos. Sera sin duda indecoroso comparar a un cura o un cape-lln con un jornalero en cualquier quehacer corriente. Pero el estipendio de un cura o un capelln puede perf ec-tamen te ser considerado como de la misma naturaleza que los salarios del jornalero. A los tres se les paga por su trabajo con arreglo a un contrato que suscriben con sus superiores respectivos. Segn se desprende de los decre-tos de diferentes concilios nacionales, hasta mediados del siglo XIV el estipendio comn de un cura o un prroco en Inglaterra era de cinco marcos, que contenan tanta plata como diez libras de nuestra moneda actual. Y la paga de un maestro albail era entonces de cuatro peniques por da, que contenan la misma plata de un cheln de hoy; la de un pen de la construccin era de tres peniques al da, que equivalan a nueve peniques de hoy. Los salarios de estos dos trabajadores, por tanto, suponiendo que estu-viesen empleados sin interrupcin, eran muy superiores a

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    los del cura. Los salarios del maestro albail habran coincidido con los del cura si aqul hubiese estado sin empleo durante la tercera parte del ao. En el ao dcimo segundo de la Reina Ana, se declar, c.12, que Puesto que en varios lugares no se ha provisto suficientemente para el adecuado mantenimiento y estmulo de los curas, y por tal causa ha habido escasez de ellos, se otorga a los obispos el poder de determinar por su firma y sello un es-tipendio o asignacin suficiente, que no exceda de cin-cuenta ni sea menor que veinte libras por ao. Cuarenta libras es considerado hoy una buena paga para un cura, y a pesar de esa ley del parlamento, hay muchos que cobran menos de veinte libras por ao. Hay peones zapateros en Londres que ganan hoy cuarenta libras por ao, y en esa ciudad casi no hay trabajador laborioso de ninguna clase que no gane ms de veinte. Esta ltima cifra ciertamente no supera lo que ganan frecuentemente los trabajadores ordinarios en muchas parroquias rurales. Cada vez que la ley ha intentado regular los salarios de los trabajadores, siempre lo ha hecho para reducirlos, no para aumentarlos. Pero la ley ha procurado en muchas ocasiones elevar los salarios de los curas y obligar a los prrocos, en aras de la dignidad de la iglesia, a entregarles ms 'de lo que ellos mismos en su precaria subsistencia estaban dispuestos a aceptar. En ambos casos la ley ha sido igualmente ineficaz y nunca ha podido subir los salarios de los curas ni bajar los de los trabajadores en la medida en que se lo haba propuesto; porque nunca ha podido impedir que los pri-meros acepten menos que la asignacin legal, debido a la indigencia de su situacin y a la multitud de competido-res; y porque nunca ha podido impedir que los segundos reciban ms, debido a la competencia en un sentido opuesto de aquellos que al emplearlos esperan obtener un beneficio o un placer.

    Las grandes prebendas y otras dignidades apuntalan el

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    honor de la iglesia, a pesar de la msera condicin de algu-nos de sus miembros inferiores. E incluso en este caso el respeto que se les tiene compensa en algo lo escueto de su recompensa pecuniaria. En Inglaterra, y en todos los pa-ses catlicos romanos, la lotera de la iglesia es en realidad mucho ms ventajosa de lo que sera necesario. El ejem-plo de las iglesias de Escocia, de Ginebra, o de varios otros credos protestantes, demuestran que en una profe-sin tan apreciada, donde la educacin sea tan fcil de conseguir, las expectativas de beneficios mucho ms mo-derados bastan para inducir a ingresar en las rdenes sa-gradas a un nmero suficiente de hombres instruidos, ho-nestos y respetables.

    En profesiones que carecen de tales canonjas, como el derecho o la medicina, si una proporcin equivalente de personas fuese educada a expensas del pblico, la compe-tencia pronto sera tan acusada que hundira considera-blemente su remuneracin pecuniaria. En ese caso podra ocurrir que no le conviniese a un hombre el pagar para educar a su hijo en ninguna de esas profesiones. Seran en tal caso abandonadas a los que han sido educados merced a la caridad pblica, y cuyo nmero y necesidades les obligarn en general a contentarse con una muy magra recompensa, hasta la plena degradacin de las hoy respe-tables profesiones del derecho y la medicina.

    Esa poco prspera raza habitualmente denominada hombres de letras se halla en una situacin muy parecida a la que probablemente se encontrara los abogados y los mdicos en el supuesto mencionado antes. En toda Eu-ropa la mayor parte de ellos han sido educados por la iglesia, pero por varias razones no han ingresado en las rdenes sagradas. Al haber sido formados, entonces, a ex-pensas del pblico, su nmero es tan abundante que en todas partes ha moderado el precio de su trabajo hasta una muy parva recompensa.

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    Antes de la invencin de la imprenta el nico empleo donde un hombre de letras poda aprovechar de alguna manera su talento era el de profesor particular o pblico, es decir, comunicando a otros el conocimiento curioso y til que haba adquirido, y este es todava ciertamente el empleo ms honorable, ms til y en general incluso ms rentable que el de escribir para un editor, ocupacin a que la imprenta ha dado lugar. El tiempo y el estudio, el genio, sabidura y aplicacin necesarios para llegar a ser un profesor eminente en las ciencias son al menos iguales a los necesarios para ser uno de los mejores abogados o mdicos. Pero la remuneracin habitual de un profesor distinguido no guarda ninguna proporcin con la del abogado o el mdico, porque el oficio del primero est abarrotado de personas indigentes que han sido educados para el mismo a expensas del pblico, mientras que en las otras dos profesiones son pocos los que llegan sin haberse costeado ellos mismos sus estudios. Pero en todo caso la remuneracin normal de los profesores pblicos y parti-culares, por pequea que pueda parecer, sera indudable-mente todava menor si la competencia de aquellos otros hombres de letras que escriben a cambio de pan no hu-biese desaparecido del mercado. Antes de inventarse la imprenta, estudioso y pordiosero eran vocablos casi sin-nimos. Parece que con anterioridad los rectores de las universidades otorgaban a menudo a sus estudiantes un permiso para mendigar.

    En la antigedad, cuando no existan esas caridades para formar a indigentes en las profesiones ilustradas, las remuneraciones de los profesores eminentes eran muy elevadas. Iscrates, en lo que se llama su discurso contra los sofistas, acusa de incoherencia a los profesores de su poca. Hacen a sus estudiantes magnficas promesas, sostiene, y les ensean a ser sabios, felices y justos, y a cambio de un servicio tan relevante estipulan la magra re-

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    tribucin de cuatro o cinco minas. Los que ensean sabi-dura, contina, deberan realmente ser sabios; pero si cualquier hombre ofreciera ese trato por ese precio, sera con seguridad reo de la estupidez ms evidente. Es claro que no pretenda exagerar la remuneracin y podemos es-tar seguros de que no era menor de lo que dice. Cuatro minas equivalan a trece libras, seis chelines y ocho peni-ques; cinco minas a diecisis libras, trece chelines y cuatro peniques. Por lo tanto, una suma no ms pequea que la mayor de ellas deba ser entonces lo que se pagaba nor-malmente a los profesores ms distinguidos de Atenas. Iscrates mismo peda a cada estudiante diez minas, o treinta y tres libras, seis chelines y ocho peniques. Se dice que cuando ense en Atenas tena cien discpulos. Pienso que tal era el nmero de los que enseaba al mismo tiempo, o que acudan a lo que podramos llamar un curso de lecciones, un nmero que no parece extra-ordinario para una ciudad tan grande y un maestro tan fa-moso, que adems enseaba la ciencia que en aquellos tiempos estaba ms en boga, la retrica. Por cada curso, entonces, deba cobrar unas mil minas, o tres mil tres-cientas treinta y tres libras, seis chelines y ocho peniques. Plutarco nos dice en otro lugar que mil minas era su Di-dactron, o el precio habitual de sus enseanzas. Muchos otros grandes profesores de la poca amasaron cuantiosas fortunas. Gorgias regal al templo de Delfos su propia estatua en oro puro, aunque no creo que debamos supo-ner que era de tamao natural. Su estilo de vida, como el de Hipias y Protgoras, otros dos eminentes profesores de la poca, es descrito por Platn .como esplndido e in-cluso ostentoso. Se dice que el propio Platn vivi mag-nficamente. Aristteles, despus de haber sido tutor de Alejandro y haber sido, como es universalmente recono-cido, munficamente remunerado por l y por su padre Filipo, decidi a pesar de todo que le convena volver a

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    Atenas y reanudar sus enseanzas en su escuela. Los pro-fesores de ciencias eran entonces probablemente menos comunes de lo que llegaran a ser una o dos generaciones despus, cuando la competencia probablemente redujo tanto el precio de su trabajo como la admiracin por sus personas. Los ms relevantes, de todas maneras, disfruta-ron siempre de una consideracin muy superior a la de cualquiera de sus semejantes en la actualidad. Los ate-nienses enviaron a Carneades el acadmico y a Digenes el estoico en solemne embajada a Roma; aunque su ciu-dad haba declinado entonces desde su antiguo esplendor, era todava una repblica independiente y respetable. Carneades, adems, era babilonio por nacim~ento, y dado que nunca hubo gente ms cerrada que los atenienses a la admisin de extranjeros en cargos pblicos, la considera-cin que le tenan debi ser muy grande.

    Tomada en su conjunto, acaso esta desigualdad sea ms ventajosa que perjudicial para el pblico. Puede degradar la profesin de un profesor pblico, pero la baratura de la educacin es sin duda una ventaja que compensa con cre-ces este ligero inconveniente. Si la constitucin de los co-legios y universidades fuese ms razonable de lo que ac-tualmente es en la mayor parte de Europa, la sociedad obtendra un beneficio an mayor.

    Tercero, la poltica de Europa, al obstruir la libre circu-lacin de trabajo y capital tanto entre empleos como en-tre lugares, ocasiona a veces una muy inconveniente desi-gualdad en el conjunto de las ventajas y desventajas de sus distintos empleos.

    El estatuto de aprendizaje obstruye la libre circulacin del trabajo de un empleo a otro, incluso en el mismo lu-9ar. Los privilegios exclusivos de los gremios lo obstru-yen de un lugar a otro, incluso en el mismo empleo.

    Ocurre a menudo que mientras los trabajadores de una industria reciben altos salarios, los de otra deben confor-

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    marse con apenas la subsistencia. Los unos estn en un estado progresivo y disfrutan, por tanto, de una demanda permanente de mano de obra adicional; los otros padecen un estado regresivo, y la sobreabundancia de mano de obra crece sin cesar. Esas dos industrias pueden a veces coincidir en la misma ciudad, a veces en el mismo barrio, y no ser capaces de brindarse asistencia recproca alguna. El estatuto de aprendizaje puede impedirlo en un caso, y tanto l como una corporacin exclusiva en el otro. Pero en muchas industrias distintas las operaciones son tan pa-recidas que los trabajadores podran sin dificultad cam-biar de una a otra, si esas leyes absurdas no lo impidiesen. Las artes de tejer lienzos y sedas lisos, por ejemplo, son casi idnticas. La de tejer lana es algo diferente, pero la diferencia es tan insignificante que un tejedor de lienzo o seda podra convertirse en un obrero aceptable en muy pocos das. Si alguna de esas tres industrias estuviese en decadencia, por lo tanto, los trabajadores podran encon-trar cobijo en cualquiera de las otras dos que estuviese en una condicin ms prspera; y sus salarios no subiran tanto en la industria progresiva ni bajaran tanto en la re-gresiva. Es verdad que la manufactura del lino en Inglate-rra est, por un estatuto especial, abierta a cualquiera, pero al no estar demasiado desarrollada en la mayor parte del pas no puede suministrar un abrigo universal a los trabajadores de las industrias decadentes que, siempre que el estatuto de aprendizaje est en vigor, no tienen ms opcin que recurrir a la caridad de las parroquias o trabajar como peones ordinarios, para lo cual estn mu-cho peor cualificados que para cualquier tipo de industria que se parezca en algo a la suya. Por ello, generalmente escogen la parroquia.

    Todo lo que obstaculice la libre circulacin del trabajo de un empleo a otro, hace lo propio con el capital, puesto que la cantidad de capital que puede ser invertida en cual-

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    quier negocio depende muy estrechamente de la cantidad de trabajo que pueda ser empleada en l. Las leyes gre-miales, empero, obstruyen menos la libre circulacin del capital de un lugar a otro que la del trabajo. En todas par-tes es ms sencillo para un comerciante acaudalado el ob-tener el permiso de negociar en una ciudad gremial, que para un pobre artesano el de -trabajar en ella. La obstruc-cin de las leyes gremiales a la libre circulacin del tra-bajo es algo comn, creo, en todas partes de Europa. Pero la derivada de las leyes de pobres es, en la medida de mis conocimientos, peculiar de Inglaterra. Consiste en la difi-cultad de un pobre para conseguir la residencia o incluso el permiso de trabajo en cualquier otra parroquia que no sea la suya. Las leyes gremiales obstaculizan slo la libre circulacin de artesanos y manufactureros. Pero la difi-cultad de obtener la residencia obstaculiza incluso la de los peones. Quizs valga la pena describir el origen, des-arrollo y estado actual de este trastorno, quizs el mayor de todos los de la poltica de Inglaterra.

    Cuando la destruccin de los monasterios priv a los pobres de la caridad de esas casas religiosas, despus de algunos frustrados intentos de aliviar su situacin, en el ao cuarenta y tres del reinado de Isabel se estableci, c.2., que cada parroquia deba socorrer a sus propios po-bres; y que se nombraran anualmente celadores que jun-to con los procuradores recaudaran las sumas necesarias para este propsito mediante una tasa parroquial.

    Este estatuto impuso sobre cada parroquia la necesidad de atender a los pobres; por lo tanto, quin deba ser con-siderado un pobre de una parroquia se convirti en una cuestin importante. Despus de algn debate la cuestin se zanj en los aos trece y catorce de Carlos II, cuando se decret que toda persona obtendra su residencia en una parroquia tras cuarenta das seguidos de permanencia en ella, pero que durante ese tiempo era lcito que dos

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    jueces de paz, a instancias de los celadores y procurado-res, trasladasen a cualquier habitante nuevo de la parro-quia hasta la ltima parroquia donde hubiese estado le-galmente establecido, salvo que pudiese alquilar un alojamiento de diez libras anuales, o que pudiese brindar en descargo de la parroquia donde estaba tantas segurida-des como esos jueces considerasen suficientes.

    Se cuenta que a consecuencia de este estatuto se come-tieron algunos fraudes; los funcionarios parroquiales so-bornaban a veces a sus propios pobres para que clandesti-namente se fuesen a otra parroquia, estuviesen all ocultos durante cuarenta das y ganasen as la residencia all, en descargo de la parroquia a la que en realidad pertenecan. Se estableci por ello en el primer ao de J acobo II que los cuarenta das de permanencia ininterrumpida necesa-rios para obtener la residencia contasen slo desde el mo-mento en que el recin llegado notificase por escrito su domicilio y el nmero de sus familiares a alguno de los celadores o procuradores de la parroquia.

    Parece, sin embargo, que los funcionarios parroquiales no eran siempre ms honestos con respecto a su propia parroquia de lo que haban sido con respecto a las parro-quias ajenas, y en ocasiones actuaron como cmplices de las intrusiones, recibieron la notificacin pero no toma-ron ninguna medida en consecuencia. Como se supona que toda persona en una parroquia estara interesada en prevenir en todo lo posible la carga que representaban los intrusos, se decret en el tercer ao de Guillermo III que los cuarenta das de permanencia contaran slo desde el momento de la publicacin de dicha notificacin por es-crito un domingo inmediatamente despus del servicio religioso.

    Despus de todo, dice el Doctor Burn, es raro que se obtenga el permiso de residencia merced a los cuarenta das continuados despus de la publicacin de la notifica-

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    cin por escrito; el objetivo de tales disposiciones no es tanto otorgar permisos de residencia como evitarlos, puesto que la notificacin fuerza a las parroquias a expul-sar a las personas que entran clandestinamente en ellas. Pero si la situacin de una persona es tal que resulta du-doso que pueda permanecer o no, la notificacin compele a la parroquia bien a aceptar su permanencia continuada durante cuarenta das, bien a demostrar que con arreglo a la ley tiene derecho a expulsarla.

    En consecuencia, el estatuto hizo imposible que un po-bre obtuviese la residencia a la manera tradicional, me-diante los cuarenta das de permanencia. Sin embargo, a fin de no dar la impresin de que el pueblo llano de una parroquia jams podra establecerse con ninguna seguri-dad en otra, se indicaron cuatro vas adicionales para ob-tener la residencia sin entrega ni publicacin de notifica-cin alguna. La primera era la aceptacin y el pago de las tasas parroquiales; la segunda, el ser elegido para un ofi-cio en la parroquia y servir durante un ao; la tercera, ac-tuar como aprendiz en la parroquia; la cuarta, tener un contrato de trabajo durante un ao y no cambiar de em-pleo durante el mismo.

    Nadie puede conseguir la residencia mediante las dos primeras vas como no sea con el consentimiento pblico de toda la comunidad, que conoce bien las consecuencias de adoptar a un recin llegado que no tiene para mante-nerse ms que su trabajo, y que o bien le imponga las ta-sas parroquiales o lo seleccione para un cargo en la parro-quta.

    Ningn hombre casado podr obtener la residencia mediante las dos ltimas vas. Un aprendiz casi nunca est casado; y se ha establecido expresamente que ningn sirviente casado podr conseguir la residencia merced a un contrato anual. El efecto principal de haber estipulado la residencia por trabajo ha sido abolir en gran medida la

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    vieja costumbre de contratar por un ao, que antes estaba tan extendida en Inglaterra que incluso hoy, a menos que se especifique lo contrario, la ley supone que cada sir-viente es contratado por un ao. Pero los patronos no es-tn siempre dispuestos a otorgar a sus sirvientes la resi-dencia mediante contratos de ese tipo, y los sirvientes no estn siempre dispuestos a ser contratados por ese plazo, dado que como cada residencia supone la renuncia a las anteriores, pueden as perder su residencia original en el sitio donde han nacido, y donde viven sus padres y fami-liares.

    Es evidente que ningn trabajador independiente, obrero o artesano, podr alcanzar una nueva residencia sea por aprendizaje o por servicio. Cuando esa persona, entonces, llevaba su trabajo a una nueva parroquia, es-taba expuesto a ser expulsado, por ms saludable y labo-rioso que fuese, segn el capricho del celador o procura-dor, salvo que alquilase un alojamiento de diez libras por ao, algo imposible para quien slo vive de su trabajo, o que presentase una garanta que eximiese a la parroquia de sus obligaciones, a satisfaccin de dos jueces de paz. La garanta que ellos puedan exigir queda totalmente a su arbitrio, pero no ser menor a treinta libras, puesto que se ha decretado que la compra de una finca de pleno dominio por menos treinta libras no proporciona a nadie el derecho de residencia, puesto que no es suficiente para descargar a la parroquia de sus obligaciones. Evidente-mente no es una garanta que pueda aportar una persona que viva de su trabajo; y con frecuencia se exigen fianzas mucho mayores.

    Los certificados fueron inventados para restaurar en alguna medida la libre circulacin del trabajo que estos diversos estatutos llegaron a suprimir casi por completo. En los aos octavo y noveno de Guillermo III se esti-pul que si cualquier persona poda aportar un certifi-

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    cado de la ltima parroquia donde haba residido, fir-mado por los celadores y procuradores de los pobres, y autorizado por dos jueces de paz, entonces cualquier otra parroquia quedaba obligada a recibirlo; no podra ser expulsado meramente por la probabilidad de llegar a ser una carga para la parroquia sino cuando se convierte en una carga de hecho. En tal caso la parroquia que expi-di el certificado se comprometa a pagar tanto los gastos de su manutencin como de su traslado. Y para abundar en la perfecta seguridad de la parroquia a donde iba a re-sidir la persona con un certificado, se estableci por el mismo estatuto que no podra obtener la residencia all en manera alguna, salvo mediante el alquiler de un aloja-miento de diez libras por ao o desempeando durante un: ao a sus propias expensas un cargo en la parroquia; es decir, ni por notificacin, ni servicio, ni aprendizaje, ni pago de las tasas parroquiales. En el ao 12 de la Reina Ana, stat.I c.18., se decret adicionalmente que ni los sir-vientes ni los aprendices de las personas certificadas ob-tendran la residencia en la parroquia donde residiesen con dichos certificados.

    Esta juiciosa observacin del Doctor Bum nos permite evaluar en qu medida esta invencin ha restaurado la li-bre circulacin del trabajo que los estatutos precedentes haban virtualmente aniquilado: Es obvio, sostiene, que existen varias buenas razones para exigir certifica-dos a todas las personas que vienen a instalarse a cual-quier sitio; a saber, que las personas que residan gracias a ellos no puedan obtener la domiciliacin mediante aprendizaje, o servicio, o notificacin o pago de las tasas parroquiales; que no puedan domiciliar a aprendices ni sirvientes; que si se vuelven una carga, haya un sitio defi-nido a donde remitirlos, y que la parroquia va a ser re-sarcida por su traslado y su manutencin durante ese tiempo; y que si caen enfermos y no pueden ser traslada-

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    dos, la parroquia que expidi el certificado debe mante-nerlos: nada de esto se lograra sin certificados. Estas ra-zones impulsarn las parroquias a no conceder certifica-dos en los casos normales, ya que es ms que probable que recibirn nuevamente a las personas certificadas, y en peores condiciones. La moraleja de esta observacin es que los certificados deberan siempre ser exigidos por la parroquia a donde un pobre viene a vivir, pero que casi nunca deberan ser expedidos por la parroquia que se propone abandonar. El mismo y muy inteligente autor dice en su Historia de las Leyes de Pobres: Existe una cierta crueldad en esta cuestin de los certificados, al otorgar a un funcionario parroquial el poder de, por as decirlo, encarcelar a un hombre de por vida, a pesar de lo inconveniente que pudiese resultar para l continuar en el sitio donde tiene la desgracia de residir, o de lo venta-joso que estimase el vivir en otra parte. Aunque un cer-tificado no es un testimonio de buena conducta, y no certifica nada ms que la persona pertenece a la parro-quia a la que efectivamente pertenece, el concederlo o re-chazarlo es materia absolutamente discrecional de los funcionarios parroquiales. El Doctor Bum cuenta que una vez se present una propuesta para obligar a los ce-ladores y procuradores parroquiales a expedirlos, pero el Tribunal Supremo del rey la rechaz, considerndola fuera de lugar.

    El precio tan distinto del trabajo que a menudo vemos en Inglaterra en lugares no muy distantes entre s se debe probablemente a la obstruccin que la legislacin de resi-dencia impone al pobre que podra ir con su trabajo de parroquia en parroquia si no hubiese certificados. Es verdad que a veces se tolera que resida sin certificado un hombre soltero, si es sano y laborioso; pero si lo intenta un hombre con mujer e hijos, es casi seguro que en la mayora de las parroquias sera expulsado; y si el hombre

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    soltero se casa, con toda probabilidad lo expulsaran tambin. Y as, la escasez de mano de obra en una parro-quia, no puede ser aliviada por la sobreabundancia en otra, tal como ocurre normalmente en Escocia y, segn creo, en todos los pases donde no existen dificultades para la residencia. En esos pases, aunque los salarios pueden en ocasiones subir un poco en las cercanas de una gran ciudad, o donde sea que haya una demanda ex-traordinaria de trabajo, y bajar gradualmente a medida que aumenta la distancia a tales sitios hasta alcanzar la tasa corriente del pas, nunca encontraremos esas dife-rencias abruptas e inexplicables en los salarios de lugares vecinos que vemos en ocasiones en Inglaterra, donde a menudo es ms difcil para un pobre el atravesar la fron-tera artificial de una parroquia que un brazo de mar o una cordillera, fronteras naturales que en ocasiones sepa-ran muy claramente tipos salariales muy diferentes en otros pases.

    El expulsar a un hombre, sin que haya cometido falta alguna, de la parroquia que ha elegido como residencia es una violacin evidente de la libertad natural y la justicia. Y el pueblo ingls, tan celoso de su libertad, pero como el pueblo de tantos otros pases desconocedor de su sig-nificado, ha soportado esta opresin durante ms de un siglo sin ponerle remedio. Aunque hombres cultos han criticado la ley de residencia como un agravio pblico, jams ha sido objeto de un clamor popular generalizado, como el que se alz contra las garantas generales, prc-tica indudablemente abusiva pero que no era probable que diese lugar a una vejacin universal. Y me atrevera a decir que no casi no hay un pobre de cuarenta aos en Inglaterra que en algn momento de su vida no haya sentido la cruel opresin de la absurda legislacin de re-sidencia.

    Concluir este largo captulo observando que aunque

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    antiguamente era usual tasar los salarios, primero me-diante leyes generales que abarcaban todo el reino, y des-pus mediante rdenes particulares de los jueces de paz en cada condado, ambas prcticas se hallan hoy comple-tamente en desuso. Dice el Doctor Bum: La experiencia de los ltimos cuatrocientos aos indica que ya es hora de abandonar todos los intentos de regular estrictamente aquello que por su propia naturaleza no se presta a limi-taciones prolijas: porque si todas las personas que reali-zan el mismo tipo de trabajo recibiesen idntico salario, no habra emulacin ni posibilidad para desarrollar ~a la-boriosidad y el ingenio.

    Sin embargo, todava hay determinadas leyes parla-mentarias que en ocasiones intentan regular los salarios en algunos oficios y lugares. As en el octavo ao de Jorge III se prohibi bajo cuantiosas multas que los maestros sastres de Londres y cinco millas a la redonda pagasen, y sus trabajadores aceptasen, ms de dos cheli-nes y siete peniques y medio por da, excepto en el caso de un luto nacional. Cada vez que los legisladores tra-tan de regular las diferencias entre los patronos y sus trabajadores, consultan siempre a los patronos. Enton-ces, cuando la reglamentacin favorece a los trabajado-res, es siempre justa y equitativa, pero a veces ocurre lo contrario cuando favorece a los patronos. As, la ley que obliga a los patronos en diversas actividades a pa-gar a sus trabajadores en dinero y no en especie es bas-tante justa y equitativa. No impone una verdadera carga sobre los patronos. Slo los fuerza a pagar en dinero lo que antes decan que pagaban en mercancas, aunque en realidad no siempre lo hacan. Esta ley est a favor de los trabajadores; pero la del octavo ao de Jorge III fa-vorece a los patronos. Cuando los patronos se unen para reducir los salarios de sus trabajadores, normal-mente acuerdan de forma privada no pagar ms de una

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    cierta cantidad en salarios, bajo una pena determinada. Si los trabajadores se agrupasen anlogamente en sen-tido contrario para no aceptar bajo multa menos de un salario dado, la ley los castigara con toda severidad. Si fuese imparcial, tratara de igual forma a los patronos, pero la disposicin del ao octavo de Jorge III impone de forma legal esa misma regulacin que los patronos procuran a veces establecer mediante sus asociaciones. Las protestas de los trabajadores porque pone en pie de igualdad a los ms capaces y laboriosos y a los corrien-tes estn perfectamente bien fundadas.

    En la antigedad era tambin habitual intentar regular los beneficios de los comerciantes y otros empresarios, mediante la tasa del precio de las provisiones y otros bie-nes. La tasa del pan es, que yo sepa, la nica sobrevi-viente de esa antigua costumbre. Cuando existen corpo-raciones exclusivas quizs resulte conveniente regular el precio de lo que es ms necesario para la vida. Pero cuando no las hay, la competencia lo regular mucho mejor que ninguna tasa. El mtodo para tasar el pan esta-blecido en el ao treinta y uno de Jorge 11 no se pudo aplicar en Escocia, por un defecto de la ley; su ejecucin dependa de la oficina de inspeccin del mercado, que all no exista. El defecto no fue subsanado hasta el tercer ao de Jorge III. La ausencia de la tasa no produjo in-conveniente alguno y su establecimiento en los pocos lu-gares en que ha sido posible no gener ninguna ventaja apreciable. En la mayor parte de las ciudades de Escocia hay gremios de panaderos que reivindican privilegios ex-clusivos, aunque no son respetados estrictamente.

    La proporcin entre las diferentes tasas de salarios y beneficios en los distintos empleos del trabajo y el capi-tal no parece verse muy afectada, como ya se ha indi-cado, por la riqueza o la pobreza, ni el estado progresivo, estacionario o regresivo de la sociedad. Aunque estas re-

  • La riqueza de las naciones 209

    voluciones en el bienestar general influyen sobre las tasas tanto de salarios como de beneficios, lo hacen en ltima instancia de la misma forma en los diferentes empleos. La proporcin entre ellas, por lo tanto, permanece inal-terada y no puede ser modificada por tales revoluciones, al menos no durante un tiempo prolongado.

  • Captulo 11 De la renta de la tierra

    La renta, considerada como el precio que se paga por el uso de la tierra, es naturalmente la ms elevada que el arrendatario pueda pagar segn las circunstancias ef ecti-vas de la tierra. Al establecer los trminos del contrato, el terrateniente procura dejarle una fraccin de la produc-cin no mayor a la suficiente para mantener el capital que suministra las semillas, paga la mano de obra y compra y conserva el ganado y dems instrumentos de labranza, junto a los beneficios corrientes en la regin para el capi-tal invertido en la agricultura. Esa fraccin es evidente-mente la ms pequea que el arrendatario puede aceptar sin salir perjudicado, y rara vez el terrateniente le otorga una mayor. El propietario trata de reservarse natural-mente toda aquella parte de la produccin o, lo que es lo mismo, toda aquella parte de su precio que est por en-cima de dicha fraccin como renta de su tierra, que es evi-dentemente la mxima que puede pagar el arrendatario en las condiciones vigentes de la tierra. Es verdad que a ve-

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  • La riqueza de las naciones 211

    ces la generosidad del propietario, y ms frecuentemente su ignorancia, lo lleva a aceptar una porcin menor; y tambin es verdad, aunque es ms raro, que a veces la ig-norancia del arrendatario hace que pague algo ms o que admita recibir algo menos que los beneficios corrientes en la zona para el capital invertido en la agricultura. Aun as se puede seguir considerando a dicha porcin como la renta natural de la tierra, o la renta a la que es natural que se arriende la mayor parte de esa tierra.

    Podra pensarse que la renta de la tierra es a menudo nada ms que un beneficio o inters razonable del capital invertido por el dueo en mejorarla. Y sin duda esto puede ser parcialmente cierto en algunas ocasiones; pero slo parcialmente cierto y slo en algunas ocasiones. El propietario exige una renta incluso de la tierra no mejo-rada, y el supuesto inters o beneficio sobre lo invertido en mejoras es en general una adicin a esa renta original. Dichas mejoras, adems, no siempre se realizan con el ca-pital del dueo; a veces derivan del capital del arrendata-rio. Pero cuando llega el momento de renovar el contrato de arriendo, el terrateniente suele exigir un incremento de la renta como si todas las mejoras se hubiesen realizado con su capital.

    A veces incluso reclama una renta por lo que el trabajo humano es totalmente incapaz de mejorar. Las laminaras son una especie de algas de cuyas cenizas se obtiene una sal alcalina empleada en la fabricacin de vidrio, jabn y otras cosas. Crece en diversas partes de Gran Bretaa, particularmente en Escocia, en rocas elevadas que la ma-rea cubre dos veces por da; su produccin, por lo tanto, jams ha sido aumentada mediante el trabajo humano. Pero el propietario cuya finca est bordeada por una costa de laminarias de ese tipo exige por ella una renta igual que por sus tierras cerealeras.

    El mar que rodea a las islas Shetland es extraordinaria-

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    mente rico en pesca, de la que obtienen ~us habitantes el grueso de su alimentacin. Pero para aprovecharse de los productos del mar necesitan tener una vivienda en la costa cercana. Y la renta del propietario no est en pro-porcin a lo que el granjero puede obtener de la tierra sino de lo que puede obtener tanto de la tierra como del agua. Se paga en parte en pescado; y esta zona propor-ciona uno de los muy pocos ejemplos donde la renta forma parte del precio de dicha mercanca.

    La renta de la tierra, por lo tanto, considerada como el precio. que se paga por su uso, es naturalmente un precio de monopolio. No guarda relacin alguna con lo que el dueo de la tierra pueda haber invertido en mejorarla, o con lo que pueda permitirse aceptar, sino con lo que el granjero pueda permitirse pagar.

    En condiciones normales, la nica parte de la produc-cin de la tierra que puede traerse al mercado es aquella cuyo precio corriente alcanza para reemplazar el capital invertido en llevarla al mercado, junto con los beneficios corrientes. Si el precio ordinario es superior, la parte ex-cedente del mismo ir naturalmente a la renta de la tierra. Si no lo es, aunque la mercanca pueda ser llevada al mer-cado, no proporcionar renta al terrateniente. El que sea superior o no depender de la demanda.

    Hay partes del producto de la tierra para las que la de-manda siempre determinar un precio superior al sufi-ciente para llevarlas al mercado; y hay otras partes para las que a veces lo har y a veces no. Las primeras suminis-trarn siempre una renta al terrateniente. Las segundas lo harn o no, segn las circunstancias.

    Ha de observarse, entonces, que la renta entra en la composicin de los precios de las mercancas de una forma diferente a como lo hacen los salarios y los benefi-cios. Los salarios y beneficios altos o bajos son la causa de los precios altos o bajos; la renta alta o baja es la con-

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    secuencia del precio. El precio de una mercanca particu-lar es alto o bajo segn que sean altos o bajos los salarios y beneficios que hay que pagar para traerla al mercado. Pero la renta ser alta o baja o nula como consecuencia de que el precio sea alto o bajo, es decir, que sea mucho ms alto, o un poco ms alto, o apenas justo lo suficiente para pagar dichos salarios y beneficios.

    Este captulo se divide en tres partes que analizan: pri-mero, aquellas secciones de la produccin de la tierra que siempre proporcionan alguna renta; segundo, aquellas que a veces lo hacen y otras veces no; y tercero, las varia-ciones que en las diversas etapas del progreso tienen na-turalmente lugar en el valor relativo de esas dos clases distintas de productos en bruto, tanto si se los compara entre s como con los productos manufacturados.

    Parte 1 De la produccin de la tierra que siempre proporciona renta

    Dado que los hombres, como todos los dems animales, se multiplican naturalmente en proporcin a sus medios de subsistencia, siempre habr ms o menos demanda de alimentos. Los alimentos siempre pueden comprar o diri-gir una cantidad mayor o menor de trabajo, y siempre se podr encontrar a alguien dispuesto a hacer algo para con-seguirlos. Es verdad que la cantidad de trabajo que pueden comprar no siempre es igual a la que pueden mantener con la administracin ms eficaz, debido a los elevados sa-larios que en ocasiones se pagan a los trabajadores. Pero siempre pueden adquirir la cantidad de trabajo que pue-den mantener a la tasa en la que esa clase de trabajo es normalmente retribuida en la comarca.

    Ahora bien, la tierra casi siempre produce una cantidad

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    de alimentos mayor que la suficiente para mantener con la mxima generosidad posible a todo el trabajo necesario para llevarlos al mercado. El excedente es tambin siem-pre ms que suficiente para reponer el capital que emple ese trabajo, junto con sus beneficios. Por ello, siempre queda algo para la renta del terrateniente.

    Los pramos ms desiertos de No ruega y Escocia pro-ducen algo de pasto para el ganado, cuya leche y cras siempre son ms que suficientes no slo para mantener al trabajo necesario para atenderlos y para pagar los benefi-cios corrientes del granjero o dueo de las vacas o las ovejas, sino tambin para pagar una pequea renta al pro-pietario de la tierra. La renta sube en proporcin a la cali-dad de los pastos; la misma extensin de tierra no slo mantiene un nmero mayor de cabezas de ganado sino que, como estn agrupadas en un espacio ms pequeo, el trabajo requerido para cuidarlas y recoger su produccin es menor. El terrateniente gana de dos maneras: por el in-cremento de la produccin y por la disminucin del tra-bajo que aqulla debe mantener.

    La renta de la tierra cambia no slo con su fertilidad, cualquiera sea su produccin, sino tambin con su situa-cin, cualquiera sea su fertilidad. Por la tierra en los alre-dedores de una ciudad se paga ms renta que por una tie-rra igualmente frtil en un lugar remoto. Aunque no cueste ms trabajo cultivar una que la otra, siempre cos-tar ms traer al mercado el producto de la que est ms lejos. Por lo tanto, deber mantener a una cantidad de trabajo mayor; y el excedente, del que se derivan tanto el beneficio del granjero como la renta del terrateniente, de-ber ser menor. Y a se ha demostrado que en las zonas ms apartadas del pas la tasa de beneficio es general-mente superior que en la cercanas de una gran ciudad. En consecuencia, al terrateniente le deber tocar una pro-porcin ms reducida de un excedente ms reducido.

  • La riqueza de las naciones 215

    Las buenas carreteras, canales y ros navegables colo-can a las zonas ms distantes a la par con los alrededores de las ciudades. Son por ello las mejoras ms importantes. Fomentan el cultivo de las tierras ms apartadas, que for-zosamente son las ms extensas del pas. Son ventajosas para la ciudad, al quebrar el monopolio de las tierras que la circundan. E incluso son convenientes para estas lti-mas tierras; aunque introducen mercancas competitivas en su antiguo mercado, tambin abren nuevos mercados para su produccin. El monopolio, asimismo, es el peor enemigo de la buena administracin, que nunca puede es-tablecerse de forma generalizada si no es a consecuencia de esa competencia libre y universal que fuerza a cada uno a recurrir a ella por su propio inters. Hace menos de cincuenta aos, algunos condados cercanos a Londres so-licitaron al parlamento que no se extendiesen las carrete-ras de peaje a los condados ms lejanos. Arguyeron que esos condados remotos podran, gracias a la baratura de su trabajo, vender sus pastos y sus cereales en Londres a un precio ms bajo que ellos, lo que reducira sus rentas y arruinara sus cultivos. Sin embargo, sus rentas han au-mentado y sus cultivos han mejorado desde entonces.

    Un campo cerealero de fertilidad moderada produce mucho ms alimentos para el hombre que el mejor campo de pastos de la misma extensin. Aunque su cultivo exige mucho ms trabajo, el excedente que queda tras reponer las semillas y mantener todo ese trabajo es tambin mu-cho mayor. Si se supone entonces que una libra de carne nunca ha valido ms que una libra de pan, este excedente mayor ser en todas partes de un valor tambin mayor, y constituir un fondo mayor tanto para el beneficio del granjero como para la renta del terrateniente. Y as parece haber sido universalmente en los rudos comienzos de la agricultura.

    Pero el valor relativo de esas dos clases de alimento, el

  • 216 AdamSmith

    pan y la carne, es muy diverso en los distintos perodos de la agricultura. En sus orgenes primitivos las tierras salvajes, que ocupan la mayor parte del pas, son comple-tamente abandonadas al ganado. Hay ms carne que pan, y en consecuencia el pan es el alimento para el que existe una competencia ms aguda. Segn nos cuenta Ulloa, hace cuarenta o cincuenta aos, el precio de un buey en Buenos Aires, seleccionado de una manada de doscientas o trescientas cabezas, era de cuatro reales, o veintin pe-niques y medio de moneda esterlina. Nada dice sobre el precio del pan, probablemente porque no lo consider algo destacable. Pero afirma que all un buey vale poco ms que el esfuerzo de capturarlo. El cereal no puede ser cultivado en ninguna parte sin una considerable dosis de trabajo; y en un pas a las orillas del ro de la Plata, que entonces era la ruta directa desde Europa hasta las minas de plata de Potos, el precio monetario del trabajo no po-da ser muy bajo. Lo contrario sucede cuando el cultivo se extiende en la mayor parte del pas: la competencia cambia de sentido y el precio de la carne se vuelve mayor que el precio del pan.

    Asimismo, la extensin de los cultivos hace que las tie-rras eriales sean insuficientes para satisfacer la demanda de carne. U na parte apreciable de las tierras cultivadas debe dedicarse a la cra y engorde del ganado cuyo pre-cio, por lo tanto, debe ser suficiente para pagar no slo el trabajo necesario para atenderlo sino la renta y el benefi-cio que el terrateniente y el granjero podran haber obte-nido de la utilizacin agrcola de dicha tierra. El ganado procedente de los pramos incultos se vende en el mer-cado, en proporcin a su peso o calidad, al mismo precio que el criado en las tierras ms mejoradas. Los propieta-rios de dichos pramos se benefician de ello y elevan la renta de sus tierras en proporcin al precio de su ganado. Hace menos de un siglo en muchas partes de las Tierras

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    Altas de Escocia la carne era tanto o ms barata que el pan ordinario de avena. Pero la unin de ambos reinos abri el mercado de Inglaterra al ganado de las Tierras Altas. Hoy su precio corriente es tres veces superior al de principios de siglo, y en el mismo perodo las rentas de numerosas propiedades en las Tierras Altas se han tripli-cado y cuadruplicado. En casi toda Gran Bretaa una li-bra de la mejor carnegeneralmente equivale hoy a ms de dos libras del mejor pan blanco; y en aos de abundancia a veces a tres y cuatro libras.

    As ocurre que, con el progreso, la renta y el beneficio de las tierras eriales de pastos llegan a ser regulados en al-guna medida por la renta y el beneficio de las tierras me-joradas, y ellos a su vez por la renta y el beneficio del ce-real. El cereal es de cosecha anual; la carne requiere un desarrollo de cuatro o cinco aos. As como un acre de terreno producir, en consecuencia, una cantidad mucho menor de un alimento que del otro, la inferioridad en la cantidad debe ser compensada con la superioridad en el precio. Si fuera ms que compensada, se convertiran en pastos ms campos de cereal; si no fuera compensada, una parte de los pastos se convertiran en campos cerealeros.

    Debe entenderse, no obstante, que esta igualdad entre la renta y el beneficio de los pastos y el cereal, de la tierra cuyo producto inmediato es el alimento para el ganado y la tierra cuyo producto inmediato es el alimento para el hombre, slo rige al considerar el grueso de las tierras mejoradas de un gran pas. En algunas localidades parti-culares puede ocurrir todo lo contrario, y la renta y el be-neficio de los pastos resultan muy superiores a los del ce-real.

    As, en las cercanas de una gran ciudad la demanda de leche y de forraje para los caballos a menudo contribuye, junto al precio de la carne, a elevar el valor de los pastos por encima de lo que podra denominarse su proporcin

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    natural con el cereal. Esta ventaja localizada, evidente-mente, no puede extendida a las tierras ms apartadas.

    Algunas circunstancias especficas han llevado en oca-siones a algunos pases a ser tan poblados que todo su te-rritorio, igual que las tierras en los alrededores de una ciudad importante, no ha sido suficiente para producir ni el pasto ni el cereal necesarios para la subsistencia de sus habitantes. Por ello sus tierras han sido utilizadas princi-palmente para la produccin de pasto, la mercanca ms voluminosa y que no puede ser fcilmente transportada desde una gran distancia; y el cereal, el alimento de la ma-yora de la poblacin, ha sido bsicamente importado desde pases extranjeros. Holanda se halla hoy en esta si-tuacin, y en ella se encontr una parte considerable de la Italia antigua, durante la prosperidad de los romanos. Ca-tn el Censor deca, segn nos cuenta Cicern, que en la administracin de una finca privada lo primero y ms rentable era conseguir buenos pastos; lo segundo, unos pastos aceptables; lo tercero, unos pastos malos. Y colo-caba slo en el cuarto lugar al cultivo de la tierra con el arado. Es claro que el cultivo en aquella zona de la Italia antigua cercana a Roma debe haber sido muy desalentado por el reparto de trigo que a menudo se realizaba entre la gente, bien de forma gratuita o bien a un precio suma-mente bajo. Este trigo provena de las provincias con-quistadas, muchas de las cuales, en lugar de impuestos, eran obligadas a pagar a la repblica una dcima parte de su produccin a un precio tasado, aproximadamente de seis peniques el peck. El reducido precio al que este trigo era distribuido entre la poblacin debe necesariamente haber hundido el precio del que se traa a Roma desde el Lacio, el antiguo territorio de Roma, y debe haber desa-nimado su cultivo en ese pas.

    En un pas de campos abiertos, cuya produccin prin-cipal sean los cereales, un terreno bien cercado para pas-

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    tos frecuentemente proporcionar una renta ms elevada que la de cualquier campo cerealero vecino. Resultar til para el mantenimiento del ganado empleado en el cultivo de cereales y su alta renta ser en tal caso pagada no tanto del valor de su propia produccin como del valor de la produccin de las tierras cerealeras cultivadas gracias a ella. Si alguna vez las tierras vecinas son cercadas, la renta probablemente caer. Las elevadas rentas actuales de las tierras cercadas en Escocia se derivan de la escasez de cer-cados, y no perdurarn probablemente en la medida en que no lo haga dicha escasez. La ventaja del cercado es mayor para los pastos que para los cereales. Ahorra el trabajo de vigilar el ganado, que adems se alimenta me-jor si no lo molesta el pastor o su perro.

    Pero cuando no existen circunstancias locales de ese tipo, la renta y el beneficio del cereal, o lo que sea la co-mida vegetal normal de la gente, debe necesariamente re-gular en la tierra adecuada para producirlo la renta y el beneficio de los pastos.

    Es razonable esperar que los forrajes artificiales, nabos, zanahorias, coles y otras cosas a las que se ha recurrido para conseguir que una misma extensin de tierra ali-mente a un nmero mayor de cabezas de ganado que los pastos naturales, reduzcan algo la superioridad que en un pas avanzado tiene naturalmente el precio de la carne so-bre el precio del pan. Y as parece haber sucedido; hay ra-zones para creer que, al menos en el mercado de Londres, el precio de la carne en proporcin al precio del pan es bastante menor hoy que a principios del siglo pasado.

    En el apndice a la Vida del prncipe Enrique, el Doc-tor Birch incluye una referencia a los precios de la carne pagados por dicho prncipe. Dice all que el coste de los cuatro cuartos de una vaca que pesaba seiscientas libras sola ser de nueve libras y diez chelines, ms o menos; es decir, treinta y un chelines y ocho peniques por cada cien

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    libras de peso. El prncipe Enrique muri el 6 de noviem-bre de 1612, a los diecinueve aos de edad.

    En marzo de 1764 se abri una investigacin parlamen-taria sobre las causas del elevado precio de los alimentos. Segn el testimonio de un comerciante de Virginia, en marzo de 1763 haba aprovisionado sus barcos con carne de vaca a veinticuatro o veinticinco chelines por cada cien libras, lo que consider un precio normal; pero en aqul ao de caresta haba pagado veintisiete chelines por el mismo peso y calidad. Ahora bien, el alto precio de 1764 resulta cuatro chelines y ocho peniques ms barato que el precio usual pagado por el prncipe Enrique; y hay que subrayar que la carne apta para la salazn en viajes tan largos es slo la de mejor calidad.

    El precio pagado por el prncipe Enrique equivale a 3 peniques y 4/5 por libra de peso en bruto, incluyendo las partes ordinarias y las seleccionadas, y a ese precio las partes escogidas no pudieron haberse vendido al por me-nor a menos de 4 peniques y medio o 5 peniques la libra. En la investigacin parlamentaria de 1764, los testigos afirmaron que el precio de venta al pblico de las partes seleccionadas de la mejor carne de vaca era de 4 y 4 peni-ques y un cuarto; las peores partes iban de siete farthings a 2 peniques y medio y 2 peniques 3/4; y decan que esos precios eran medio penique ms caros de lo que las mis-mas piezas haban costado en marzo. Pero incluso este elevado precio es todava mucho ms barato de lo que era en los tiempos del prncipe Enrique.

    Durante los doce primeros aos del siglo pasado, el precio medio del trigo de la mejor calidad en el mercado de Windsor era de 1 libra, 18 chelines y 3 1/6 peniques el cuartal de nueve bushels de Winchester. Pero en los doce aos anteriores a 1764, incluyendo ste ltimo, el precio medio de la misma medida del mejor trigo en el mismo mercado fue de 2 libras, 1 cheln y 9 peniques y medio.

  • La riqueza de las naciones 221

    En los doce primeros aos del siglo pasado, entonces, el trigo parece haber estado mucho ms barato y la carne mucho ms cara que en los doce aos que precedieron a 1764 inclusive.

    En los pases grandes, el grueso de las tierras cultivadas se emplea para producir alimentos para las personas o ali-mentos para el ganado. La renta y el beneficio de ellas re-gula la renta y el beneficio de las dems tierras cultivadas. Si un producto en particular rindiese menos, la tierra sera pronto destinada a cereales o pastos; y si rindiese ms, una parte de las tierras de cereales y pastos se dedicara pronto a dicho producto.

    Es verdad que las producciones que requieren bien un gasto original mayor en mejoras, o un superior gasto anual en cultivos para preparar la tierra para las mismas, suelen rendir la primera una renta ms alta y la segunda un beneficio mayor que el cereal o los pastos. No obs-tante, rara vez esa diferencia representa ms que un inte-rs o compensacin razonable por el gasto mayor.

    En un huerto de lpulo, de frutas, de verduras, tanto la renta del propietario como el beneficio del granjero exce-den generalmente los de un campo de cereal o pasto. Pero la preparacin de la tierra requiere ms gasto; de ah la renta mayor para el dueo. Tambin se requiere una ad-ministracin ms cuidada y diestra; de ah el beneficio ma-yor para el granjero. Adems, la cosecha, al menos en las plantaciones de lpulos y frutales, es ms precaria; su pre-cio, en consecuencia, adems de compensar por las prdi-das ocasionales, debe cubrir algo similar al beneficio del seguro. Las condiciones de vida de los hortelanos, gene-ralmente pobres y siempre modestas, sirven para demos-trar que su mayor ingenio no es habitualmente retribudo en exceso. Son tantas las personas ricas que practican su arte tan gratificante slo como diversin que muy poca ventaja recogen los que lo practican por un beneficio, de-

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    bido a que quienes deberan ser naturalmente sus mejores clientes se autoabastecen de sus productos ms preciados.

    El provecho que el terrateniente deriva de las mejoras no es nunca tan amplio como el que fue suficiente para compensar el coste original de llevarlas a cabo. En la agri-cultura antigua, se supona que despus del viedo, la sec-cin de la granja que generaba la produccin ms valiosa era un huerto de verduras bien regado. Pero Demcrito, que escribi sobre agricultura hace dos mil aos, y que era considerado por los antiguos como uno de los padres de esa actividad, crea que los que cercaban las huertas no actuaban sabiamente. El beneficio, deca, no compensara el coste de un muro de piedra; y los ladrillos (supongo que se refera a los ladrillos cocidos al sol) se desmorona-ban bajo la lluvia y las tormentas de invierno, y exigan continuas reparaciones. Columela, que refiere estas opi-niones de Demcrito, no las refuta sino que propone un mtodo muy frugal de cercado mediante un seto de zar-zas y espinos que, asegura, ha probado por experiencia que es un vallado duradero e impenetrable; aunque, al pa-recer, no era muy conocido en los tiempos de Demcrito. Paladio secunda la opinin de Columela, que antes haba sido respaldada por Varrn. En opinin de estos antiguos innovadores, el producto de una huerta de verduras haba sido apenas suficiente para pagar las labores extra y el coste del riego; porque en esos pases tan prximos al sol se pensaba entonces, como ahora, que era necesario dis-poner de una corriente de agua que fluyera por todas las tablas de la huerta. En la actualidad, en la mayor parte de Europa se considera que una huerta no necesita un cer-cado mejor al recomendado por Columela. En Gran Bre-taa y algunos otras naciones nrdicas las frutas ms finas no pueden ser cultivadas sino al abrigo de un muro. Su precio en dichos pases, por lo tanto, debe ser suficiente para pagar el gasto de construir y mantener ese elemento

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    esencial. A menudo el cerco de los frutales rodea al de las verduras, que disfruta as de un vallado que su propia produccin sera con frecuencia incapaz de sufragar.

    Una mxima indiscutible en la agricultura antigua, como lo es hoy en todos los pases vincolas, era que la parte ms valiosa de la granja era el viedo, cuando haba sido plantado correctamente y cuidado con la mxima atencin. Pero segn nos cuenta Columela, haba opinio-nes enfrentadas sobre la cuestin de si era ventajoso plan-tar nuevas vias o no. Como buen amante de todos los cultivos ms elaborados, se decanta en favor del viedo e intenta demostrar, cotejando beneficio y coste, que cons-tituye una mejora muy rentable. Sin embargo, esas com-paraciones entre beneficio y coste en nuevos proyectos suelen ser muy falaces; y en ninguna parte ms que en la agricultura. Si la ganancia efectivamente obtenida en tales plantaciones hubiese sido en general tan copiosa como l prevea, no cabra debate alguno, pero todava hoy la cuestin es objeto de controversia en las naciones vinco-las. Es cierto que sus escritores sobre temas agrcolas, amantes y promotores de los cultivos ms finos, normal-mente estn dispuestos a alinearse con Columela en favor de las vias. La preocupacin de los dueos de los viejos viedos en Francia para evitar que se planten nuevos pa-rece apoyar esa opinin, e indicar una conviccin por parte de gentes expertas de que esta clase de cultivo es hoy en dicho pas ms rentable que ningn otro. No obs-tante, avala al mismo tiempo otra opinin: la de que esa rentabilidad superior no puede durar ms que las leyes que actualmente restringen el libre cultivo de la vid. En 1731 los propietarios consiguieron una orden del Con-sejo que prohibi tanto la plantacin de nuevas cepas como la renovacin de las antiguas, cuyo cultivo se hu-biese interrumpido durante dos aos, salvo que mediase un permiso especial del rey, a ser concedido slo tras un

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    informe del intendente de la provincia, que certificase que haba examinado la tierra y que era intil para cualquier otro cultivo. La razn de esa orden fue la escasez de gra-nos y pastos y la sobreabundancia de vino. Pero si esta abundancia hubiese sido real, habra impedido eficaz-mente la plantacin de nuevas cepas, sin necesidad de ninguna orden del Consejo, al reducir los beneficios de este tipo de cultivo por debajo de su proporcin natural con los de los cereales y los pastos. En lo que hace a la su-puesta escasez de granos ocasionada por la multiplicacin de los viedos, en ninguna parte de Francia se cultiva me-jor el cereal que en las provincias vincolas, donde la tie-rra es adecuada para su produccin; como en Borgoa, Guyena y el alto Languedoc. La numerosa mano de obra empleada en un tipo de cultivo necesariamente anima al otro, al suministrarle un mercado inmediato para su pro-duccin. El disminuir el nmero de los que son capaces de pagar por l es sin duda una estrategia poco promete-dora para alentar el cultivo del cereal. Es como la poltica que pretende promover la agricultura castigando a la in-dustria.

    Por lo tanto, aunque la renta y el beneficio de aquellas producciones que requieren un mayor gasto inicial de mejoras en la preparacin de la tierra, o un gasto mayor en su cultivo, suelen ser muy superiores a los del cereal y los pastos, cuando se limitan a compensar esos gastos ex-tra estn en realidad regulados por la renta y el beneficio en esos cultivos ms corrientes.

    Es cierto que a veces ocurre que la cantidad de tierra apta para una produccin concreta es demasiado pequea para satisfacer la demanda efectiva. La totalidad de la pro-duccin puede venderse entonces a aquellos que estn dispuestos a pagar algo ms de lo que es. suficiente para pagar toda la renta, los salarios y los beneficios necesarios para cultivarla y traerla al mercado a sus tasas naturales,

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    las tasas que se pagan en el grueso de las otras tierras cul-tivadas. El excedente del precio que resta despus de su-fragar todo el coste de las mejoras y del cultivo no tendr en este caso, pero slo en este caso, una proporcin regu-lar con el excedente semejante en los cereales o los pastos, sino que puede superarlo casi en cualquier grado; y la mayor parte de ese excedente va a parar naturalmente a la renta del terrateniente.

    Por ejemplo, la proporcin habitual y natural entre la renta y el beneficio del vino y de los cereales y pastos slo rige con referencia a los viedos que producen sola-mente un buen vino comn, de esos que pueden ser obte-nidos casi en cualquier parte, con cualquier suelo ligero, pedregoso o arenoso, y que no se pueden recomendar salvo porque son fuertes y saludables. Los terrenos nor-males del pas pueden entrar en competencia exclusiva-mente con esos viedos; es evidente que no podrn ha-cerlo con los de una calidad especial.

    La diferente calidad de la tierra afecta a la vid ms que a ninguna otra fruta. De algunas deriva un aroma que su-puestamente ningn cultivo ni manejo podr conseguir en ninguna otra. Este aroma, real o imaginario, es a veces peculiar de la produccin de unos pocos viedos, otras veces se extiende a lo largo de un pequeo distrito, y otras a travs de una extensa provincia. La cantidad total de vinos de ese origen que llega al mercado es menor que la demanda efectiva, es decir, la demanda de los que estn dispuestos a pagar toda la renta, el beneficio y los salarios necesarios para prepararlos y traerlos al mercado a su tasa corriente, la tasa pagada en los viedos comunes. Por ello, la cantidad se vende a los que estn dispuestos a pagar ms, lo que inevitablemente aumenta el precio por en-cima del precio del vino comn. La diferencia ser mayor o menor segn que la moda y la escasez del vino vuelvan a la competencia de los compradores ms o menos in-

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    tensa. Sea como fuere, la mayor parte de la misma ter-mina en la renta del propietario. Aunque esos viedos es-tn en general mejor cultivados que los otros, el alto pre-cio del vino no es tanto el efecto de ese cultivo ms cuidado, sino la causa. En una produccin tan valiosa la prdida ocasionada por la negligencia es tan abultada que hasta los ms descuidados prestan atencin. U na pquea parte de ese precio alto, por lo tanto, es suficiente para pagar los salarios del trabajo extra incorporado en su cul-tivo y los beneficios del capital extra que pone a ese tra-bajo en accin. Las colonias azucareras de las naciones europeas en las Indias Occidentales pueden ser compara-das con esos valiosos viedos. Su produccin total es in-ferior a la demanda efectiva de Europa, y se vende a aque-llos que estn dispuestos a pagar ms de lo que es suficiente para pagar la renta, el beneficio y los salarios necesarios para prepararla y traerla al mercado, con arre-glo a las tasas que suelen pagarse en los dems productos. En la Cochinchina, segn refiere el Sr. Poivre, un obser-vador muy atento de la agricultura de ese pas, el azcar blanco de la mejor calidad se vende normalmente a tres piastras el quintal, o unos trece chelines y seis peniques en nuestra moneda. Lo que se llama all quintal pesa entre ciento cincuenta y doscientas libras de Pars, o un prome-dio de ciento setenta y cinco libras de Pars, lo que reduce el precio del quintal ingls a unos ocho chelines esterli-nos, que no llega ni a la cuarta parte de lo que se paga ha-bitualmente por los azcares morenos o mascabados im-portados de nuestras colonias, ni a la sexta parte de lo que se paga por el mejor azcar blanco. El grueso del rea cultivada en la Cochinchina se dedica a los cereales y el arroz, el alimento de la mayora del pueblo. Los precios respectivos del cereal, el arroz y el azcar estn all pro-bablemente en la proporcin natural, o en aquella que se establece naturalmente entre las diversas cosechas de la

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    mayor parte de la supedicie cultivada, y que recompen-san al propietario y al granjero, hasta donde es posible determinarlo, de acuerdo a lo que normalmente es el gasto original en mejoras y el gasto anual en los cultivos. Pero en nuestras colonias azucareras el precio del azcar no guarda ninguna proporcin de ese tipo con el precio de la produccin de un campo de arroz o cereales ni en Europa ni en Amrica. Se dice habitualmente que un plantador de caa compensa sus costes de cultivo con el ron y las melazas, y que todo el azcar es el beneficio neto. Si esto fuese cierto, y no pretendo afirmar que lo sea, sera como si un granjero que cultiva cereales pudiese sufragar los gastos del cultivo con las granzas y la paja, y le quedase el grano como ganancia neta. Es frecuente que sociedades de comerciantes de Londres y otras ciudades adquieran tierras vrgenes en nuestras colonias azucare-ras, que esperan mejorar y cultivar con beneficio valin-dose de administradores y agentes; y ello a pesar de la gran distancia y la incierta rentabilidad debida al defi-ciente funcionamiento de la justicia en esos territorios. Nadie intentara mejorar y cultivar en la misma forma las tierras ms frtiles de Escocia, Irlanda o las provincias ce-real eras de Amrica del Norte, a pesar de que all, por la ms satisfactoria accin de la justicia, se pueden esperar rendimientos ms estables.

    En Virginia y Maryland se prefiere el cultivo del tabaco al del cereal, porque es ms rentable. El tabaco podra cultivarse bien en muchas partes de Europa, pero en casi toda ella se ha convertido en uno de los artculos ms gra-vados con impuestos, y se ha estimado que el recaudar un impuesto de todas las diversas granjas que podran dedi-carse a este cultivo sera ms difcil que si se estableciese uno sobre su importacin y se cobrase en las aduanas. As se ha llegado al extremo absurdo de que el cultivo del ta-baco ha sido prohibido en la mayor parte de Europa, lo

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    que necesariamente otorga una suerte de monopolio a los pases donde est permitido; y como Virginia y Maryland producen el grueso de este bien, se llevan, aunque con al-gunos competidores, la mayor parte de la ventaja de ese monopolio. El cultivo del tabaco, sin embargo, no parece ser tan provechoso como el del azcar. Nunca o hablar de que alguna plantacin de tabaco haya sido roturada y cultivada con el capital de comerciantes residentes en Gran Bretaa, y .de nuestras colonias tabaqueras no llegan plantadores tan opulentos como los que frecuentemente arriban desde nuestras islas azucareras. Aunque por la preferencia que en esas colonias se otorga al cultivo del tabaco sobre el cereal podra parecer que la demanda efectiva de tabaco en Europa no est plenamente satisfe-cha, es probable que lo est ms que la de azcar; y aun-que el precio actual del tabaco es probablemente ms que suficiente para pagar la renta, los salarios y el beneficio necesarios para obtenerlo y transportarlo al mercado a las tasas habitualmente pagadas en las tierras cerealeras, no supera dicho nivel tanto como el precio del azcar. Nues-tros plantadores de tabaco, entonces, han revelado el mismo temor al exceso de tabaco que los propietarios de los viejos viedos en Francia tienen al exceso de vino. Se han agrupado y restringido su cultivo a seis mil plantas, que se calcula rinden mil libras de pes.o en tabaco por cada negro de entre diecisis y sesenta aos de edad. Cada negro es capaz, por encima de esa cantidad de tabaco, de cultivar cuatro acres de maz. El Dr. Douglas sostiene (pero creo que no est bien informado) que en algunas ocasiones durante aos de abundancia, y para impedir que el mercado est sobreabastecido, queman una cierta cantidad de tabaco por negro, de la misma forma que se dice que hacen los holandeses con las especias. Si se re-quiere el empleo de mtodos tan violentos para sostener el precio actual del tabaco, la ventaja de su cultivo sobre

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    el del cereal, si es que todava tiene alguna, es improbable que dure mucho tiempo.

    De esta manera, la renta de la tierra cuyo cultivo es el alimento humano regula la renta de la mayor parte del resto de la tierra cultivada. Ninguna produccin puede rendir menos durante un perodo extenso, porque la tie-rra sera inmediatamente destinada a otro uso. Y si una produccin rinde sistemticamente ms, es porque la can-tidad de tierra adecuada para su cultivo es insuficiente para satisfacer la demanda efectiva.

    En Europa el principal producto de la tierra que sirve de inmediato como alimento humano es el cereal. Por lo tanto, salvo en situaciones especiales, la renta de la tierra cerealera regula en Europa la de todas las dems tierras cultivadas. Gran Bretaa no tiene por qu envidiar las vi-as de Francia ni los olivares de Italia. Salvo en situacio-nes especiales, su valor se determina con arreglo al valor del cereal, en cuyo cultivo la fertilidad britnica no es muy inferior a la de ninguno de esos dos pases.

    Si en una nacin el alimento vegetal ms corriente y fa-vorito de la poblacin se obtiene de una planta cuyo ren-dimiento, en la tierra ms ordinaria, es muy superior al rendimiento del cereal en la tierra ms frtil, la renta del propietario, o la cantidad excedente de alimento que le quede despus del pago del trabajo y la reposicin del ca-pital del granjero junto con los beneficios normales, ser necesariamente mucho mayor. Cualquiera fuese la tasa usual de pago del trabajo en esa nacin, ese mayor exce-dente siempre podra mantener una cantidad mayor del mismo, y consecuentemente permitir al terrateniente comprar o dirigir una cantidad mayor. El valor real de su renta, su poder y mando reales, su control sobre las cosas necesarias y convenientes para la vida que le suministra el trabajo de otras personas, ser inevitablemente muy supe-rior.

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    Un campo de arroz produce una cantidad de alimento mucho mayor que el ms frtil campo cerealero. Se dice que la produccin corriente de un acre son dos cosechas al ao, de entre treinta y sesenta bushels cada una. Aun-que su cultivo exige ms trabajo, despus de haberlo pa-gado queda un excedente mucho ms amplio. As, en aquellos pases donde el arroz es el alimento vegetal ms extendido y apreciado por la gente, y con el que bsica-mente se mantienen los cultivadores, corresponder al te-rrateniente una cuota mayor de dicho mayor excedente que en los pases cerealeros. En Carolina, donde los plan-tadores, como en otras colonias britnicas, son general-mente granjeros y propietarios al mismo tiempo, y donde consiguientemente la renta y el beneficio se confunden, es ms rentable cultivar arroz que trigo, aunque sus campos rinden slo una cosecha anual y aunque, al prevalecer las costumbres europeas, el arroz no es all el alimento de la gente ms habitual y estimado.

    Un buen arrozal es un pantano en todas las estaciones, y en una de ellas un pantano cubierto de agua. No sirve para cereales, pastos, vias, ni en realidad para ninguna otra produccin vegetal til para el hombre, y las tierras adecuadas para estos propsitos no lo son para el arroz. Incluso en los pases arroceros, por lo tanto, la renta de las tierras arroceras no pueden regular la renta de las otras tierras cultivables que nunca podrn ser destinadas a esa produccin.

    El alimento producido por un campo de patatas no es inferior en cantidad al producido por un campo de arroz, y es muy superior al producido en un campo de trigo. Doce mil libras de patatas extradas de un acre de tierra no es una produccin mayor a dos mil libras de trigo. El alimento o capacidad nutritiva que puede obtenerse de cada una de esas dos plantas no guarda proporcin alguna con su peso, debido a la naturaleza hmeda de las patatas.

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    No obstante, si se supone que la mitad del peso de este tubrculo corresponde al agua, y es mucho suponer, ese acre de patatas todava producira seis mil libras de poder nutritivo, tres veces lo que produce un acre de trigo. Un acre de patatas se cultiva con un coste menor que un acre de trigo; el barbecho, que generalmente precede a la siem-bra del trigo, compensa con exceso la cava y otras labores extraordinarias que siempre requieren las patatas. Si en algn momento ese tubrculo llega a ser en algn lugar de Europa lo que el arroz es en algunos pases arroceros, el alimento ordinario y preferido por el pueblo, y a ocupar la misma proporcin de tierras cultivadas como el trigo y otros cereales para la alimentacin humana ocupan hoy, la misma superficie cultivada bastara para mantener un nmero de personas muy superior, y al alimentarse los trabajadores generalmente con patatas, quedara un exce-dente mayor despus de reponer todo el capital y pagar toda la mano de obra empleada en el cultivo. U na seccin mayor de ese excedente correspondera asimismo al terra-teniente. La poblacin se incrementara y las rentas subi-ran muy por encima de su nivel actual.

    La tierra adecuada para las patatas lo es para casi cual-quier otra planta til. Si ellas ocuparan la misma propor-cin de la tierra cultivada como los cereales lo hacen hoy, ellas regularan de la misma manera la renta de la mayor parte del resto de la tierra cultivada.

    Me han dicho que en algunas comarcas de Lancashire se afirma que el pan hecho de harina de avena es ms nu-tritivo que el pan de trigo, y con frecuencia he escuchado sostener la misma doctrina en Escocia. Pero no tengo claro que sea verdad. El pueblo llano en Escocia, que se alimenta de avena, no es en general tan fuerte ni tan ga-llardo como las gentes del mismo nivel en Inglaterra, que comen pan de trigo. No trabajan tan bien, ni tienen tan buen aspecto; y como no existe la diferencia entre las per-

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    sonas distinguidas en ambos pases, la experiencia parece demostrar que el alimento del pueblo en Escocia no es tan adecuado para el organismo humano como el de sus vecinos en Inglaterra. Pero con las patatas parece suceder lo contrario. Se dice que los porteadores de sillas, los mo-zos de cuerda y los cargadores de carbn en Londres, y esas infortunadas mujeres que viven de la prostitucin, es decir, los hombres ms fuertes y las mujeres ms bellas de los dominios britnicos, provienen en su mayora de las clases ms bajas de Irlanda, que se alimentan por lo gene-ral con ese tubrculo. Ninguna otra comida puede apor-tar una prueba ms concluyente de su calidad nutritiva, ni de su capacidad de ser particularmente favorable a la sa-lud del cuerpo humano.

    Es difcil conservar a las patatas a lo largo del ao, y to-talmente imposible almacenarlas, como se ha