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La paz como tarea filosófica JESÚS MARÍA ARENAS ARIAS Universidad Pontificia de Salamanca [email protected] SUMARIO En el presente artículo defendemos la tesis de que la filosofía debe jugar un papel principal en la construcción de la paz, desarrollando una tarea de fundamentación y reflexión que le es propia, en medio de un mundo empeñado en vivir en la superficialidad y facticidad de lo real. En la construcción de la paz desechamos la guerra como solución a ningún conflicto y abogamos por una reflexión crítica y una radicación filosófica de los Derechos Humanos, las relaciones internacionales y la educación. Tampoco renunciamos a apostar por un camino radical, en cierto sentido utópico, basado en el proyecto kierkegaar- diano del amor de abnegación. Palabras clave: paz, Derechos Humanos, Kierkegaard. SUMMARY In this article I defend the thesis that philosophy should play a leading role in peace building, developing a task of reasoning and reflection that is proper, in the midst of a world determined to live on the superficiality and the jail of the facts. In the construction of peace we take away the war as a solution to any conflict and call for a critical reflection and the philosophical establishment of Human Rights, the international relations and the education. Nor do we give up betting on a radical way, in a utopian sense, based on the Kierkegaardian project of the selflessness charity. Key words: peace, Human Right, Kierkegaard. 1 Jesús M. Arenas Arias es Licenciado en Estudios Eclesiásticos por la Universidad Pontificia de Salamanca y estudiante de cuarto de Filosofía en la misma Universidad Pontificia de Salamanca. CT 1 (2009) 9-25

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la paz como tarea filosófica

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Universidad Pontificia de [email protected]

SumaRIo

En el presente artículo defendemos la tesis de que la filosofía debe jugar un papel principal en la construcción de la paz, desarrollando una tarea de fundamentación y reflexión que le es propia, en medio de un mundo empeñado en vivir en la superficialidad y facticidad de lo real. En la construcción de la paz desechamos la guerra como solución a ningún conflicto y abogamos por una reflexión crítica y una radicación filosófica de los Derechos Humanos, las relaciones internacionales y la educación. Tampoco renunciamos a apostar por un camino radical, en cierto sentido utópico, basado en el proyecto kierkegaar-diano del amor de abnegación.

Palabras clave: paz, Derechos Humanos, Kierkegaard.

SummaRY

In this article I defend the thesis that philosophy should play a leading role in peace building, developing a task of reasoning and reflection that is proper, in the midst of a world determined to live on the superficiality and the jail of the facts. In the construction of peace we take away the war as a solution to any conflict and call for a critical reflection and the philosophical establishment of Human rights, the international relations and the education. nor do we give up betting on a radical way, in a utopian sense, based on the Kierkegaardian project of the selflessness charity.

Key words: peace, Human right, Kierkegaard.

1 Jesús M. Arenas Arias es Licenciado en Estudios Eclesiásticos por la universidad Pontificia de Salamanca y estudiante de cuarto de Filosofía en la misma universidad Pontificia de Salamanca.

CT 1 (2009) 9-25

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1. InTroDuCCIón. LA urGEnCIA DE LA PAz

no soy militante de un pacifismo ingenuo, ni pretendo serlo. Tampoco es mi pretensión convertirme en predicador de utopías irrealizables, aunque reconozco que pueden resultar útiles para impulsar al hombre a la conquista de lo que hoy parece inalcanzable. Pero lo que sí es cierto, es que cada segundo que tardemos en alcanzar la paz dará a luz una ingente marea de muertos, fruto del odio, la venganza, la mentira, el relativismo, el terrorismo, el egoísmo, las ideologías, los fundamenta-lismos… nada hay más urgente que buscar la paz, la verdadera paz, que es mucho más que la simple omisión de hostilidades, como tendremos ocasión de ver. La búsqueda de la paz significa el reconocimiento de la dignidad de cada vida que se pierde y el mejor homenaje a tantas y tantas víctimas inocentes que el polvo de la historia ha enterrado para siempre.

La historia humana es una historia de guerras o, al menos, así nos la han con-tado. Que en la actualidad hay muchas guerras es cosa evidente. Ahora bien, lo que no es tan evidente para la conciencia colectiva es algo mucho más profundo aún: una humanidad enferma de fundamentalismo cientificista, tecnológico, consumista y relativista. Si Husserl afirmaba hacia 1935 que Europa estaba enferma por haberse echado en brazos de una ciencia deshumanizada y desorientada, que rechazaba por principio las cuestiones relativas al sentido o sinsentido de la existencia humana, hoy podemos extender dicha afirmación al conjunto de la humanidad2.

En el presente artículo trataremos de saber si la tecnociencia, el consumismo y el relativismo serán capaces de dar a luz a la paz, o por el contrario, si es necesario algo previo, radical, que ponga las bases necesarias para que la paz fructifique. A nuestro juicio, la tarea de la paz corresponde en esencia a la filosofía. Para justificarlo será necesario saber a qué tipo de realidad nos referimos cuando hablamos de paz.

Antes de hacerlo quiero reiterar que la paz es la cuestión más urgente, la cues-tión que no puede esperar, porque cada vida que se queda en el camino es un agui-jonazo que se clava en las conciencias de todos los hombres y mujeres de bien. Por eso, lo primero de todo es desechar y desterrar la guerra como medio para alcanzar la paz.

Que nadie espere encontrar en este escrito recetas mágicas ni conclusiones dogmáticas. Se trata más bien de compartir una reflexión filosófica, de apuntar ideas y de sacar a la luz problemas que necesitan de urgente solución, porque a veces es tan importante definir bien los problemas como solucionarlos.

2 Es sobradamente famosa la afirmación husserliana de que “meras ciencias de hechos hacen meros hombre de hechos”, en la que se condensa su crítica al reduccionismo de las ciencias positivas. Cf. E. Husserl, La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, Barcelona 1991, 3-7.

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2. ¿GuErrAS JuSTAS?

Día tras día nuestros políticos intentan justificar las operaciones bélicas como misiones de paz. El hombre de todos los tiempos se ha empleado a fondo en difun-dir una buena propaganda bélica que justifique las acciones de guerra. nos hemos empeñado una y otra vez, las más de ellas en nombre del mismísimo Dios, en intentar alcanzar la paz a través de lo que se ha llamado guerras justas. El juicio de la historia nos recuerda año tras año que la guerra engendra odio, rencor, violencia y, a lo sumo, una victoria militar, pero jamás la paz.

Hace tiempo leí y trabajé el manual bélico clásico de M. Walzer titulado Gue�rras justas e injustas. Se trata de un estudio serio y bien argumentado, pero la tesis central de que existan guerras justas, tal como indica el título, me causa cierto estu-por, porque, a mi juicio, dar a algunas guerras el calificativo de justas calma nues-tras conciencias y demora nuestro trabajo obligado por aniquilar toda guerra de la faz de la tierra. En el fondo, si existen guerras justas o pudieran existir (de hecho teóricamente son concebibles), ¿para qué darnos prisa en buscar medios pacíficos de solución de los conflictos en los que decimos que la guerra es la única salida? A lo mejor, conviene que haya guerras justas para satisfacer muchos intereses ocul-tos. Sin embargo, en el fondo de cualquier conciencia humana resuena el horror y la barbarie que supone la guerra, lo cual no permite demoras en la búsqueda de caminos hacia la paz. Decir que hay guerras justas es lo mismo que afirmar que hay días noches.

En el presente artículo, partimos de la tesis de que, por desgracia, en el momento actual de la historia, puede haber situaciones en que la guerra se haga inevitable, esté “justificada”, pero no por ello puede ser bautizada de justa, por mucho que sea en defensa de los más altos valores humanos. Pues la historia nos enseña que de hecho ni ha habido, ni habrá seguramente guerras justas, porque bien en sus causas, bien en su desarrollo, bien en su conclusión, o en varios de estos elementos a la vez, encontramos siempre elementos de injusticia3, los cuales, al igual que en un pastel con un ingrediente caducado, estropean el conjunto y, en consecuencia, hacen que las guerras no sean nunca justas. Incluso la guerra contra el nazismo, que se presenta ante nuestros ojos como una de las más necesarias de la historia, bien sabemos que no fue combatida siempre conforme a las reglas de la guerra y que en ella se cometieron atrocidades inhumanas, y que murieron muchos inocentes, que lo eran tanto como los de los campos de concentración a los que se intentaba salvar. Podríamos hablar, entonces, de guerras justificadas bajo restricti-

3 El gran iniciador del derecho internacional Francisco de Vitoria, en su obra De Indiis et de iure bello, exige entre las condiciones para la justicia de la guerra, que haya una recta intención tanto antes, durante, como después de la contienda.

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vas condiciones, pero nunca de guerras justas. La justicia quedaría prostituida si la desposásemos con la guerra, madre de la destrucción y del odio.

Todo ello nos impulsa a explorar y desarrollar caminos para alcanzar la ansiada paz, rechazando de una vez para siempre la guerra como medio de paci-ficación. Buscar la paz es una exigencia propia del logos, que es razón y palabra, pues tener que recurrir a la guerra para solucionar conflictos es el más estrepitoso fracaso del ser humano, que renunciando a su racionalidad se echa en brazos de su animalidad, y la peor herencia que podemos dejarle a las generaciones venideras. En la guerra se hace imposible el desarrollo de lo más propio del ser humano: el uso de la razón para el diálogo.

Si defendemos la tesis de la injusticia de toda guerra, conviene volver la mirada al mayor defensor de la justicia: el viejo Sócrates. Suyo es el famoso principio que afirma que mejor es sufrir injusticia que cometerla. Pero para ser capaces de hacer vida dicho principio es necesario saberse fundados más allá del propio ser. Porque si lo fundamental es salvar el propio pellejo a toda costa, la injusticia se convierte en un medio legítimo para salvar la vida: “Estás equivocado, amigo mío, si piensas que un hombre, por pequeño que sea el servicio que puede prestar a los demás, ha de calcular las posibilidades de vivir o de morir que ello suponga, en lugar de tener sólo en cuenta si lo que hace es justo o injusto, si sus actos son dignos de un hombre bueno o de un malvado”4. nosotros creemos que por encima del valor de la vida está la verdad, la virtud, y que será necesario sacrificar la propia existencia para alumbrar un mundo en el que la verdad del hombre no se venda ni se compre. Sobre la apariencia, el poder y la mentira es imposible construir la verdadera paz. Con su ejemplo martirial Sócrates inaugura un camino firme en la búsqueda de la paz: la filosofía como investigación radical, incansable y existencial de la verdad. Sólo sobre una verdad plena y compartida será posible la paz verdadera. Pero ¿a qué nos referimos al hablar de paz verdadera?

3. DE LA SuPErFICIE A LAS rAíCES. LA PAz CoMo rEALIDAD META-FíSICA

Cada época tiene su afán y sus miserias, sus sueños y sus logros. Pero el hom-bre siempre es el mismo en distintas circunstancias y, desde Platón hasta hoy, le asaltan las mismas preguntas, los mismos miedos. Y es que la pregunta por el hom-bre es la pregunta eterna, porque es el envés de la pregunta por Dios. Lo que es el hombre, su realidad profunda, huye de las probetas y de la química, de los micros-

4 Vid. Platón, Apología de Sócrates, Madrid 2002, XVI, 85.

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copios y de cualquier instrumental tecnológico. Sólo el explorador de profundida-des, el que sabe mirar más allá de lo que se ve, podrá vislumbrar qué es el hombre. Sólo dicho explorador sabrá que es igualmente abismal la distancia que nos separa del mono que de la hormiga. Es la tarea de la filosofía, mirar más allá de lo que se ve y gritar a los cuatro vientos con Scheler que el hombre tiene un puesto singular en el cosmos. Y lo tiene precisamente en virtud de lo intangible, del espíritu, de ese tomar distancia de la realidad y hacer de la existencia un proyecto único a realizar durante el tiempo de la vida.

El asunto que nos traemos entre manos también pertenece a ese tipo de cosas que trascienden lo inmediato. Porque la paz ni se ve, ni se huele, ni se descompone en un código genético. Así pasa con las grandes cuestiones de la vida, que hacen que ésta merezca la pena ser vivida: el amor, la justicia, la verdad, la amistad, la tolerancia, la solidaridad… Y precisamente por su naturaleza metafísica tienen necesidad de ser siempre repensadas. nunca pueden ser abarcadas ni conceptuali-zadas totalmente, del mismo modo que no pueden ser poseídas ni compradas por nadie. Es en estas cuestiones metafísicas en las que nos jugamos la existencia, en donde lo inmediato adquiere su valor.

La gente se ríe y pasa de largo al oír hablar de metafísica, sin saber que cada día lloran y ríen por temas metafísicos, sin pensar que el futuro de sus vidas depende de lo que hagamos con dichos temas. Pero lo que hoy día se lleva es vivir en la superficie, en la cáscara de todo. nos contentamos con lo aparente y, lo que es más grave, hacemos de lo aparente el fundamento y la vara de medir. En el fondo no estamos tan lejos del mundo sofista que le tocó en suerte a Sócrates, donde primaban las apariencias, la fama, el éxito y donde se hacía del engaño una virtud. Pero, ¿acaso puede fundarse la paz sobre el engaño, el poder y la apariencia?

no buscamos una paz aparente que se confunde con la ausencia de hostili-dades. Buscamos la paz verdadera, ese estado en el que los seres humanos no se miran con recelo y temor, sino que se reconocen prójimos, es decir, constituidos en el ser de los otros. Buscamos una situación en la que el Estado posibilite el desarrollo de espacios donde se ejerza la razón pública y sea posible un auténtico diálogo entre iguales respetados y valorados en sus diferencias. Perseguimos, en definitiva, el mismo fin que Kant al hablar de paz perpetua: “El estado de paz entre hombres que viven juntos no es un estado de naturaleza, que es más bien un estado de guerra, es decir, un estado en el que, si bien las hostilidades no se han decla-rado, sí existe una amenaza. El estado de paz debe, por tanto, ser instaurado, pues la omisión de hostilidades no es todavía garantía de paz y si un vecino no da segu-ridad a otro (lo que sólo puede suceder en un estado legal), cada uno puede consi-derar como enemigo a quien le haya exigido esa seguridad”5. Es importante notar

5 I. Kant, Ensayos sobre la paz, el progreso y el ideal cosmopolita, Madrid 2005, 147-148.

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la necesidad de estados legales con gobiernos legítimamente constituidos. Sin ello no es posible crear un clima de confianza, requisito fundamental para la paz.

Por tanto, la paz no es asunto que puede lograrse y debatirse al nivel de superficie, sino que implica zambullirse en el ser profundo de la realidad. El tema requiere tomar una cierta distancia de los asuntos concretos y reflexionar con dete-nimiento. En vista de los rasgos que caracterizan a nuestra sociedad, para poder ahondar más allá de la mera superficialidad de los problemas es necesario rechazar como totalidades la ciencia y la técnica, así como la dictadura del relativismo cul-tural acrítico. También se hace urgente la búsqueda de estilos de vida alejados de un consumismo inhumano.

Si comenzamos por el primer asunto, es innegable que ciencia y técnica nos han traído un sinfín de adelantos que hacen más cómoda nuestra existencia y alar-gan nuestros años con una mayor calidad de vida. Pero ambas, ciencia y técnica, son instrumentos al servicio del hombre y no al revés. En sí mismas son instrumen-tos ciegos que necesitan ser dotados de sentido humanizador. En este punto estoy de acuerdo con la conocida afirmación heideggeriana de que la ciencia no piensa6. Sucumbir al engaño de que lo que traiga la sociedad científico-técnica es bueno por naturaleza es el principio del fin. La paz no es una cuestión científico-técnica, aunque también, ya que gracias a los avances tecnológicos aplicados al armamento somos capaces de destruir el planeta y de aniquilar pueblos enteros con sólo apre-tar un botón. Pero la paz es fundamentalmente una cuestión filosófica, es decir, una cuestión de principio y de sentido que debe ser debatida en frío, cuando las cicatrices de la violencia están curadas. La paz es una cuestión filosófica porque es una cuestión humana, y nada humano hay que escape a la única disciplina que se afana de manera holística en responder a la pregunta por el hombre. La paz es sen-cillamente una cuestión de diálogo que necesita del desarrollo de un pensamiento crítico previo a cualquier desarrollo científico-técnico.

Si nos referimos al segundo asunto, al tema del relativismo cultural, debo confesar que nada hay más nocivo en la búsqueda de la paz que el manido lema del todo vale lo mismo. En la paz no caben relativismos, porque la paz es un valor tras el que se esconde la defensa del ser humano. Si buscamos la paz afirmamos que existen valores y, por tanto, que el relativismo es una patraña. occidente está jugando al peligroso juego del relativismo y de las mayorías sin darse cuenta de

6 Para comprender correctamente esta afirmación es necesario comprender lo que Heidegger entiende por pensar. Para el filósofo alemán pensar es pensar el ser, pero la ciencia no piensa el ser, sino que trata sobre los entes, con lo cual está desnaturalizando el pensar a través de una interpreta-ción técnica que convierte el pensar en tecnología. En este sentido es en el que afirma Heidegger que la ciencia no piensa, no se compromete por y para la verdad del ser. Cf., M. Heidegger, “Was heisst denken?”, Merkur, 6/7 (1952), Berlín, 601-643.

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que la conjunción de ambas cosas puede resucitar viejos fantasmas genocidas que hoy por hoy parecen desterrados para siempre. Lo que es el hombre y sus valores no pueden ser nunca cuestión de mayorías. La tarea de la filosofía es en este sen-tido urgente: despertar al hombre de ese letargo que le hace vivir dejándose llevar de los muchos, es decir, de la opinión de la mayoría, de la colectividad, de lo esta-blecido. Es necesario que cada cual coja en sus manos la propia existencia y para ello –insistimos– es necesario dotar a todos de un pensamiento crítico. Debemos rescatar el yo del hombre del caudal de los muchos que lo arrastra hacia la perdi-ción. Los muchos en cuanto tales no se preguntan, no piensan, dejándose llevar por las apariencias. La gran crítica socrática, en este sentido, es que todo se funda en el parecer de los muchos, frente a lo cual reclama un sí mismo que enfrente la existencia con valentía y autenticidad. Sin embargo, hoy existe una regla moral suprema del orden establecido: “no hagas nunca nada que pueda poner en peligro tu prestigio ante los muchos, tu doxa pros tous polloús, lo que les pareces ser, cuando les pareces bien, a los muchos que viven a tu lado”7.

En cuanto a la cuestión del consumismo imperante, sólo quiero apuntar que si se quiere alcanzar la paz será necesario buscar otros estilos de vida fundados en la generosidad y la austeridad. Es inaceptable que millones de personas –la tercera parte del planeta– estén esclavizadas en el ejercicio de su libertad creadora y con-denadas a la necesidad y al subdesarrollo para mantener el injusto y despilfarrador bienestar de unos pocos. Para comenzar a hablar de paz entre todos es imprescindi-ble que todos tengan unas condiciones de vida dignas.

Frente al referido panorama, se impone con urgencia un ejercicio filosófico de radicación que descienda de la superficialidad en la que se vive a las profundidades de una existencia auténtica injertada en el ser último y radical de lo humano. Sin ello la paz será simplemente una palabra hueca y una realidad inalcanzable. Si la paz es, como hemos visto, una realidad metafísica, entonces debe ser abordada como tal por la filosofía, buscando nuevos conceptos, lenguajes y claves de lectura que nos ayuden a comprender y transformar nuestro presente en aras de un futuro en el que el diálogo de la razón y el amor abnegado sean los únicos instrumentos de la paz para vivir en medio del inevitable conflicto que conlleva el ser humanos.

4. TrES ProPuESTAS DESDE LA FILoSoFíA

A continuación, describimos brevemente tres tareas para la consecución de la paz en las que este ejercicio filosófico de radicación se hace totalmente necesario. Es decir, tres temas que deben ser fundamentados desde un diálogo y una reflexión

7 M. García-Baró, Filosofía Socrática, Salamanca 2005, 51.

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críticos, describiendo un movimiento que va desde la cáscara de los problemas a su núcleo.

4.�. RadICaCIón de loS deReChoS humanoS: ¿dIGnIdad humana?

Desde 1948 queda precioso de cara a la galería hablar y presumir de Derechos Humanos. Y no es para menos, porque su reconocimiento universal supone un hito irrenunciable en la historia de la humanidad. Ahora bien, pocos se atreven a decir con claridad que tales derechos están fundados sobre la nada. Los redactores de la Declaración universal se pusieron de acuerdo en los derechos, pero renunciaron a poner su fundamentación por falta de acuerdo. Dicho de otro modo, se enumeraron una serie de derechos fundamentales, pero no se definió el sujeto de los mismos.

El tema no era fácil, porque hablar de fundamentación de los Derechos Huma-nos es hablar de la cuestión del hombre y más en concreto definir qué es eso de la dignidad humana. resulta paradójico hablar de derechos del hombre, cuando no nos ponemos de acuerdo en qué es el hombre. Y no estoy hablando de realidades de ciencia ficción, sino de problemas concretos a los que habrá que dar solución: ¿Son los no nacidos sujetos de los derechos humanos? ¿Y los ancianos seniles o los deficientes? ¿Lo son acaso los simios? nos jugamos mucho en esta tarea, por-que renunciar a la causa de la fundamentación es dejar a la humanidad a merced de los poderosos que en cada momento digan quién es sujeto de derechos y quién no, cuándo podemos hablar de vida humana y cuándo no.

Quiero introducir en este punto un texto de Juan XXIII –incansable buscador de la paz–, ya que incide en el punto que quiero destacar:

“Deseamos, pues, vehementemente que la organización de las naciones unidas pueda ir acomodando cada vez mejor sus estructuras y medios a la ampli-tud y nobleza de sus objetivos. ¡ojalá llegue pronto el tiempo en que esta orga-nización pueda garantizar con eficacia los derechos del hombre!, derechos que, por brotar inmediatamente de la dignidad de la persona humana, son universales, inviolables e inmutables. Tanto más cuanto que hoy los hombres, por participar cada vez más activamente en los asuntos públicos de sus respectivas naciones, siguen con creciente interés la vida de los demás pueblos y tienen una conciencia cada día más honda de pertenecer como miembros vivos a la gran comunidad mundial”.8

8 Juan XXIII, Juan XXIII, Pacem in Terris, Vaticano 1963, 45.

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Si analizamos el texto detenidamente, vemos que expresa de forma conden-sada y precisa lo que queremos manifestar con el título de este apartado.

Todo el fragmento textual es un deseo, pero un deseo que encierra en sí cierto aire programático. Primero, es necesario que la onu vaya acomodando progre-sivamente sus estructuras y medios a sus propios objetivos, que son tachados de amplios y nobles. Y no es para menos el calificarlos así a la vista de cuáles son dichos objetivos: preservar a las generaciones venideras de la guerra; reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la per-sona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas; crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justi-cia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional; promover el progreso social y elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad; mantener la paz y la seguridad interna-cionales; fomentar entre las naciones relaciones de amistad; realizar la cooperación internacional para solucionar los problemas internacionales y servir de centro que armonice los esfuerzos de las naciones para alcanzar tales propósitos9. De entre todos ellos, Juan XXIII se fija en uno especialmente: que la onu pueda realmente garantizar con eficacia los derechos del hombre.

Esto es lo fundamental, la base sobre la que comenzar a construir la paz, palabra que aparece en las primeras líneas de la Carta de las Naciones Unidas en siete ocasiones, lo cual nos hace ver que ese es el objetivo último a alcanzar. Para lograrlo es necesario garantizar los derechos del hombre. Derechos que son uni-versales, inviolables e inmutables por brotar de la dignidad de la persona humana. Aquí topamos con el punto clave: la fundamentación de los derechos humanos, sin la cual estos corren el peligro de resquebrajarse.

Que sea la dignidad de la persona la que esté en juego, exige que no se hagan excepciones al cumplimiento de los derechos del hombre. Sin embargo, hoy día ni una tercera parte de la población mundial disfruta de esos derechos y nadie se asusta. no es necesario irse muy lejos. En nuestra avanzada y progresista sociedad se eliminan sistemáticamente miles de seres humanos por el simple hecho de que no tienen palabra para reclamar su condición de tales. Es ciertamente peligroso trazar límites y plazos que juzguen dónde comienza y termina lo humano, porque bien sabemos que los plazos y los límites son cosa arbitraria que pueden ser cam-biados a fuerza de poder e interés.

Si volvemos nuestra atención al tema bélico, por seguir con ejemplos con-cretos, me resulta hipócrita el hecho de afirmar la fe en la dignidad humana y conceder, al mismo tiempo, en situación de guerra, el derecho de unos hombres

9 Cf., Carta de las Naciones Unidas, San Francisco 1945, Preámbulo y Cap. I, Art.1.

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(soldados) a matar a otros sin pagar por ello, con total inmunidad. A mi juicio, lo que es sagrado y debemos custodiar siempre, la vida, no admite excepciones que permitan aniquilarla10. Los soldados no pueden perder ni renunciar a su dignidad sobre la base de su condición profesional. El valor de la vida humana no permite concesiones acordadas para poder acabar inmunemente con ella.

Poner excepciones y condiciones a la dignidad de la persona nos pone a todos en peligro y nos lleva a pensar, en último término, que somos nosotros los que juz-gamos quiénes son personas y quiénes no, quiénes deben morir y quiénes pueden vivir11. A nuestro juicio, para ser persona no hay que cubrir ningún tipo de perfil, basta con haber sido concebido. Esta afirmación sólo puede hacerse cuando se haya superado la miopía microscópica o telescópica y se tengan las agallas sufi-cientes para bucear en el mar del espíritu y de la auténtica caridad.

Por tanto, los esfuerzos de la onu deben estar dirigidos a garantizar los dere-chos humanos con todos los medios –pero medios pacíficos– a su alcance, ponién-dolos a la vista de todos como lo que son, universales, inviolables, inmutables: sagrados. Es una tarea difícil, pero en ella nos lo jugamos todo. nada hay más alto que la vida humana, fin en sí misma. A la vista de un ciego salta la incompatibili-dad de cualquier atentado contra la vida humana con la dignidad de las personas. resulta complicado creer que para defender los derechos humanos se tenga que recurrir al medio más inhumano, que es la guerra, o que se tengan que sacrificar a millones de inocentes para la curación de otros o para el disfrute de una vida más placentera sin cargas no deseadas.

Sacralizar los derechos humanos y con ellos la vida, es el cimiento para comenzar a pensar y construir puentes y caminos hacia la paz. Es el punto de par-tida y pone ante nuestros ojos –insistimos– la inadecuación de cualquier agresión contra la vida humana, califíquesela con los eufemismos que se quiera, con el ser propio y la dignidad de la persona.

10 En este sentido, Juan XIII hace una tajante afirmación: “En toda convivencia humana bien ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el principio de que todo hombre es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío, y que, por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto”. Juan XIII, “Juan XIII, “Pacem in Terris…,” 9.

11 r. Spaemann ha aportado un valiosísimo estudio sobre la fundamentación de la dignidad humana. Al final de su recorrido y su reflexión sobre el concepto de persona, critica abiertamente la postura de quienes defienden que son personas sólo aquellos que cumplen ciertas cualidades (P. Singer y n. Hörster) y aporta seis razones para afirmar que todos los hombres son personas y, por tanto, poseen una dignidad inviolable. Cf. r. Spaemann, Personas. Acerca de la distinción entre algo y alguien, Pamplona 2000, 229-236.

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Por último, volviendo al texto, Juan XXIII afirma que esta tarea –garantizar los derechos humanos– es hoy más urgente que nunca debido a la situación actual, en la que los hombres participan activamente en los destinos de los pueblos, se saben habitantes de un mismo mundo, de una misma comunidad global, y gracias a las posibilidades de comunicación conocen las distintas realidades del resto de naciones y se interesan por ellas. ¿no hace esto necesario unas relaciones interna-cionales distintas, movidas por un sentido de solidaridad que supere el egoísmo y el interés?

4.2. R adICaCIón de laS RelaCIoneS InTeRnaCIonaleS: ¿alIanza de CIvIlIzaCIoneS?

Si los individuos hemos superado el estado de naturaleza en nuestras rela-ciones interindividuales, ¿por qué no podría conseguirse lo mismo en el plano internacional? Del mismo modo que los individuos nos consideramos iguales ante la ley –o así debería ser– y arreglamos conforme a derecho nuestros conflictos, los Estados deben lograr lo mismo, accediendo así a una situación de verdadera paz donde quede abolida la guerra como medio de solución de conflictos internaciona-les, abriéndose de este modo un espacio para un diálogo sincero y auténtico.

Para lograr tal fin –la paz perpetua– hacemos nuestros los dos requisitos fun-damentales que Kant propone: que la constitución civil de todo Estado sea repu-blicana, es decir, que no haya despotismo, y que el derecho de gentes se funde en una federación de Estados libres. Esto es sumamente interesante, porque Kant no pretende un gobierno mundial único, que podría degenerar en el peor de los despo-tismos, sino que cada pueblo mantenga su libertad y capacidad de decisión dentro de unas relaciones nuevas basadas en un orden cosmopolita guiado por la ética. Se trata de una federación de la paz, es decir, una federación que busca acabar con todas las guerras para siempre. no es nuestro objetivo explicar aquí la propuesta de Kant, sino valorar positivamente su reflexión, afirmando que constituye un filón riquísimo para abrir caminos hacia la paz.

Las relaciones internacionales nuevas que hagan posible la paz deben ser establecidas entre Estados libres, es decir, Estados constitucionales no sometidos a otro Estado superior, pueblos respetados en sus diferencias y particularidades. Se trata de potenciar unas relaciones de amistad en las que se practique la tolerancia y la convivencia pacífica como buenos vecinos12. En este sentido, sean bienvenidas las alianzas que alienten y fomenten este tipo de relaciones. Ahora bien, sin caer en la trampa de pensar que las civilizaciones –término tan de moda– o los pueblos son

12 “Carta de las Naciones…”, Preámbulo y cap. I, art.1.2. Aunque no lo abordemos aquí, sería interesante en este punto reflexionar sobre la distinción de C. Schmitt en la que, según él, se funda la política: el binomio amigo-enemigo. C. Schmitt, El concepto de lo político, Madrid 2006.

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sujeto de derechos, porque los únicos sujetos de derechos son los seres humanos, las personas individuales.

Por otro lado, los criterios rectores de estas relaciones supraestatales no pue-den ser la fuerza, el poder, el interés económico, sino que deben brotar de una visión del mundo como comunidad de seres humanos amigos con los mismos derechos y obligaciones. unas relaciones basadas en el respeto, la solidaridad, la justicia, la verdad, la ley, la libertad13. Tales criterios implican renunciar al egoísmo y aprender a sacrificarse y repartir lo que es de todos con justicia. Bien sabemos que las injusticias son la principal semilla de conflictos y de guerras, por lo que sembrar justicia es sembrar paz. Esos criterios rectores implican también aprender a vivir en el conflicto, algo inherente a las relaciones humanas, sin tener que recu-rrir a medios violentos para su solución. Es cosa bien probada que la violencia, como apuntábamos antes, sólo engendra más violencia y que las guerras sólo apor-tan vencidos y pactos, pero no la consecución de la paz verdadera.

Por otro lado, la carrera armamentística carece de sentido en un mundo que busque la aniquilación de las guerras. Apostar por unas relaciones internacionales nuevas implica adentrarse decididamente en un proceso de desarme paulatino. Las armas, sobre todo las armas de destrucción masiva, no nos proporcionan mayor seguridad, sino la ocasión de borrar del universo la vida en el planeta Tierra y con él nuestros sueños y esperanzas. El gasto de los gobiernos en el desarrollo de nuevas armas resulta inmoral y totalmente contrario a unas relaciones basadas en la justicia; y mucho más cuando millones de personas mueren de hambre. Armas que a través de la compraventa, curiosamente, hacen más ricos a los ricos y más pobres a los pobres.

Defender y garantizar los derechos humanos de todos, que es el fundamento sobre el que comenzar a construir la paz, exige con urgencia unas relaciones internacionales nuevas que posibiliten la integración de todos los Estados en una federación para la paz14, donde todos se sienten a la misma altura en una sola mesa regida por la búsqueda de la verdad, que nos aúne y nos comprometa en la conse-cución del bien común.

4.3. RadICaCIón de la eduCaCIón: ¿eduCaCIón PaRa la CIudadanía?

Se ha puesto de moda en los últimos años hablar de educación para la paz y más recientemente de educación para la ciudadanía. Desde luego, no se trata de un

13 Juan Juan XIII, “Pacem in Terris…”, 80-125.14 Terminología usada por Kant en su tratado Sobre la paz perpetua. Cf. I. Kant, “Ensayos

sobre la paz, el progreso…”, 141-188.

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tema menor, sino de vital importancia. Educar para la paz requiere presentarla ante todos como un valor a preservar, a alcanzar y por el que trabajar. Pero el hecho de educar es ya trabajar por la paz y por la ciudadanía. Se educa para hacer buenos ciudadanos enseñando geografía, matemáticas, lengua o chino; enseñando a res-petar a los mayores y a escuchar (los buenos modales de toda la vida). Se educa, claro está, enseñando y estudiando, no haciendo esa ocurrencia pedagógica cursi de aprender jugando, que siempre se convierte en jugar a aprender lo mínimo posi-ble, es decir, a ser todo lo vago que pueda bajo el amparo de la ley de educación. Aprender es un sacrificio, que a nadie se le olvide, y educar en el sacrificio y en el esfuerzo es la mejor educación posible para la ciudadanía. De nada sirve predi-car mucho sobre democracia y pretender que se enseñe como un tema más, sino comenzamos por mostrar actitudes democráticas y por reconocer que la democra-cia no es sólo un sistema político, sino que es fruto de un pensamiento, de unas ideas, de unos valores y de una reflexión. Es necesario desarrollar en las nuevas generaciones un pensamiento fundado y crítico que las preserve del relativismo imperante que nos tiraniza.

Sólo el avance de la cultura y la reflexión sobre los principios y valores por los que debemos regirnos nos traerán como fruto el avance de la paz, capacitando a las personas para asumir y reclamar las tareas que como ciudadanos les compe-ten15. El esfuerzo principal de todos debe estar en una educación integral que haga posible despertar las conciencias tiranizadas, haciendo que sean los individuos de los distintos pueblos los que escriban su propio camino hacia formas de gobierno democráticas. una educación que no cree analfabetos especializados, sino perso-nas maduras intelectualmente, con una sólida formación humanista. no podemos condenar a todos nuestros jóvenes a no saber más que de lo suyo, es decir, a no saber nada. La educación no sirve para crear empleados altamente cualificados, sino para formar personas.

Por otro lado, resulta actualmente imposible educar para la paz sin la ayuda de los medios de comunicación, pues su poder es incuestionable. Que los medios educan y modelan las sociedades es algo evidente, por lo que se hace necesario un cierto control de los contenidos, sobre todo, pensando en los niños y adolescentes. no cabe duda de que lo que los medios les transmitan calará hondo en sus con-ciencias y saldrá a la luz el día de mañana en determinados tipos de conducta. Por

15 En este sentido, Kant hace una importante afirmación: “con el incremento de la cultura y la paulatina aproximación de los hombres a un más amplio acuerdo en los principios, estas diferencias [religiones, lenguas] conducen a coincidir en la paz, que se genera y garantiza mediante el equilibrio de las fuerzas en una viva competencia y no con el quebramiento de todas las energías, como ocurre en el despotismo (cementerio de la libertad)”. I. Kant, “Ensayos sobre la paz, el progreso…”, 167.

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tanto, la implicación de los medios en la educación para la paz se hace totalmente necesaria.

Por último, una cultura de la paz exige, también, ejemplos concretos de paz, hombres y mujeres de paz que muestren con obras lo que se dice de palabra. La paz es también una actitud, una forma de vida. Quizá una de las causas del fracaso de la educación sea que se dicen unas cosas y se muestran otras. El tema de la resis-tencia no violenta, por ejemplo, aunque exige grandísimos sacrificios a quienes apuestan por ella, podría dar muchos frutos al nivel del testimonio y podría resultar eficaz si los que luchan se atuviesen a las reglas de la guerra, las cuales dictan que no puede dispararse a quien está desarmado16. El cristianismo tiene también mucho que aportar a una verdadera educación para la paz con su inversión de valores (“si te pegan en una mejilla, presenta la otra”) y su testimonio radical: un Dios de la paz que muere crucificado. En este sentido, quiero dejar una puerta abierta a la uto-pía, a la apuesta por un camino radical que el cristianismo ha alumbrado para todos y que el mundo todavía no ha transitado: el amor.

5. unA APuESTA rADICAL: EL AMor

Con asiduidad se ha acusado a la filosofía –no sin razón– de olvidarse de los problemas concretos y de las personas singulares, enfrascada en la abstracción de la abstracción. En el presente artículo estamos viendo que todo lo reflexionado incide de manera medular en la existencia. En este sentido, queremos proponer un camino necesario para construir una paz duradera: el amor. Y lo vamos a hacer de la mano de Sören Kierkegaard, autor que ha reflexionado profundamente sobre este tema, sugiriendo realizar en el amor el mismo movimiento que realiza la filo-sofía penetrando de la superficie a las raíces.

Hablar de amor en Kierkegaard es hablar de Dios, ya que el verdadero amor es el asentado en el amor divino, pues sólo él lleva en sí la verdad de la eternidad. Porque todo otro amor podrá florecer, pero no será eterno.

El presupuesto del que parte el cristianismo es que todo ser humano se ama a sí mismo. Esa es la medida del amor. De tal modo que el amor al prójimo es el amor a todos incondicionalmente. Amarse a sí mismo de modo recto y amar al prójimo se corresponden. Pero que amar sea un deber es el distintivo del amor cristiano, lo que Kierkegaard llama el cambio de la eternidad17. Se trata de un amor que se hace constante, porque cuando el amor es un deber está asegurado eternamente.

16 Cf. M. Walzer, Guerras justas e injustas, Barcelona 2001, 433-440. 17 S. Kierkegaard, Las obras del amor, Salamanca 2006, 44.

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El cristianismo ha destronado el amor según el instinto, la inclinación y la predilección, apostando por un amor más grande: el amor de abnegación. Con este amor se elimina el egoísmo de la predilección y se preserva la equidad de lo eterno. El otro es tu prójimo en la igualdad contigo ante Dios y como tal lo amas.

Quizá la nuez de la reflexión de Kierkegaard se halle en la tesis siguiente: el amor al prójimo se determina por el amor y no por el objeto (amigos, amantes). De este modo, quien ama al prójimo puede amar a su enemigo, porque la diferencia amigo-enemigo está en el objeto, no en el amor mismo. El amor al prójimo tiene un objeto sin diferencia: “el prójimo es la eterna igualdad ante Dios”18. Por eso llegará a decir nuestro autor que al prójimo sólo se le ve con los ojos cerrados. Este amor al prójimo parece no encajar en el mundo, porque no se mueve en la superficialidad de lo aparente, sino que se mueve en la dinámica de la eternidad, en la profundidad del ser. Es un amor que reposa en el amor de Dios como el lago reposa en su manantial invisible19.

Por otra parte, el cristianismo no quita la diversidad, pero no se alía con parte ninguna, enseñando así la equidad de la eternidad, que consiste en elevarse por encima de las diferencias. Es la eternidad, que es la verdad, la que nos desvela que todos los otros son seres humanos y que hay que aprender a reconocerlo en medio de la diversidad, que no es más que un traje que oculta debajo lo que somos esen-cialmente. Todos nos asemejamos incondicionalmente en que somos prójimos: “Amar al ser humano que uno ve es amar al ser humano, y no a las perfecciones o imperfecciones que uno ve en ese ser humano”20.

Por tanto, el amor cristiano sale del egoísmo del yo al encuentro con el pró-jimo y se tiene que manifestar en obras, reflejo de una entrega total. Se trata de un amor que es amor según el espíritu, según la esencia del ser humano, y por eso este amor puede estar arraigado y servir de fundamento a cualquier otra manifestación del amor.

Vemos claramente que recorrer el camino del verdadero amor implica una mirada filosófica, es decir, una mirada que trasciende la superficialidad, el interés, el egoísmo, adentrándonos en la profundidad del ser. Sólo sobre la base de este amor que no discrimina y que se funda en lo esencial del ser humano, más allá de cualquier distinción exterior, será posible construir la paz. Por tanto, se hace nece-saria una reflexión sobre el amor para nuestro tiempo que sea el fundamento de una convivencia pacífica entre seres humanos esencialmente iguales, que se aman en sus diferencias y peculiaridades.

18 S. Kierkegaard, “Las obras del amor…”, 94.19 L. rodríguez Duplá, “La unidad del amor ascendente y descendente”, Ensayos de Teolo�

gía 2 (2007) 210-212.20 L. rodríguez Duplá, “La unidad del amor…”, 212.

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6. ConCLuSIón

“no hay que esperar que los reyes filosofen ni que los filósofos sean reyes, como tampoco hay que desearlo, porque la posesión del poder daña inevita-blemente el libre juicio de la razón. Pero es imprescindible para ambos que los reyes, o los pueblos soberanos (que se gobiernan a sí mismos por leyes de igual-dad), no dejen desaparecer o acallar a la clase de los filósofos sino que los dejen hablar públicamente para aclaración de sus asuntos, pues la clase de los filósofos, incapaz de banderías y alianzas de club por su propia naturaleza, no es sospe-chosa de difundir una propaganda”21.

Sería suficiente este texto de Kant para concluir nuestra reflexión. Es evidente que el gran pensador alemán tenía claro que la paz es tarea propia de los filósofos y que los Estados debían escuchar y tener en cuenta su voz. De igual manera, nosotros apostamos decididamente por el papel activo y principal que los filósofos deben jugar en la consecución de la paz verdadera.

Podemos extraer algunas ideas fundamentales de este texto que nos ayuden a ir concluyendo. Primero, que cada persona debe dedicarse a las tareas propias de su ámbito de trabajo. Segundo, que la filosofía debe separarse del poder para poder reflexionar libremente. Tercero, que los dirigentes de los Estados deben escuchar y favorecer la reflexión de los filósofos a la hora de tomar sus decisiones, precisa-mente porque los filósofos no son sospechosos (o no deberían serlo) de aliarse con ningún bando, de difundir una propaganda.

En definitiva, los Estados deben crear un espacio cosmopolita universal donde la razón pueda ejercerse con libertad en la búsqueda sincera de la verdad. Hay que abrir espacios públicos de reflexión filosófica donde se denuncien las injusticias y mentiras que hacen que la paz hoy por hoy no sea posible. Es necesario que surjan filósofos inconformistas y coherentes que se erijan en tábanos de una humanidad anestesiada por las mieles de la sociedad del bienestar. Ello sólo será posible por medio de una educación integral y profética que enseñe a pensar críticamente.

Lo que proponemos no es la uniformidad de pensamiento, donde todo el mundo crea y piense lo mismo. Eso sería una dictadura y nada hay más alejado de la filosofía, amante de la libertad. De lo que se trata es de buscar la verdad desde el pluralismo, desde el mutuo conocimiento y respeto, desde la discusión profunda, desde la afirmación de la sacralidad de toda vida humana por el mero hecho de serlo. Lo que jamás hará la filosofía será conformarse con un débil pacto de no

21 I. Kant, “Ensayos sobre la paz, el progreso…”, 169.

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agresión entre pueblos que no se comprenden ni se miran a los ojos, entre personas llenas de respuestas vacías y vacías de preguntas plenas.

Por tanto, el objetivo de la filosofía no es el poder, ni la adulación, sino la verdad, la reflexión profunda. una sociedad sin pensamiento, sin reflexión, es una sociedad manipulable y abocada a la violencia y a la autodestrucción. La filosofía tiene la responsabilidad de dar a luz a la sociedad de todos los tiempos, proporcio-nando a cada época el lenguaje y los conceptos necesarios para leer e interpretar el presente con amplitud de miras hacia un futuro más pleno. En esta senda de la his-toria la filosofía tendrá que presentarse siempre como la defensora a ultranza de la dignidad de la persona, sabiendo que nadará a contracorriente, desde una reflexión serena y radical que impulse una praxis humanizadora y altruista. La filosofía sabe que en cada vida humana que se pierde culpablemente, se pierde la humanidad entera. Por eso tendrá que llorar y denunciar cada muerte injusta.

renunciar a la filosofía significará renunciar a la propia libertad y a la propia dignidad, pues quedaremos a merced de aquellos que se atrevan a determinar qué es el hombre y quién tiene derecho a vivir. una sociedad que aparte la filosofía de las aulas estará apostando por crear hombres sin fundamento, sin capacidad crítica, muñecos a merced del sistema. renunciar a la filosofía significará contentarse con vivir en la superficialidad, en el instante pasajero, en lo material, en el reduccio-nismo de lo particular y lo que es peor, enseñar que eso la regla de todo. renunciar a la filosofía es, en definitiva, renunciar a la paz, que se encuentra en el plano de la profundidad del ser, al que sólo se accede a través del pensamiento.

Por tanto, mantener íntegras la tarea y la independencia ideológica de la filo-sofía será su mejor tributo a la paz. Pues la filosofía está al servicio del hombre, no de una ideología, para que el logos despliegue todas sus posibilidades y nos alcance, como fruto, la paz. Si dejamos que la pregunta filosófica se apague, es decir, si dejamos que muera la pregunta por el ser, por la totalidad, por el sentido de todo, con ella morirá la raíz última de lo humano, porque el hombre entero no es otra cosa que pregunta eterna sedienta de inmortalidad. Y una vez muerta la filo-sofía, muerta la esencia de lo humano, campará a sus anchas el ser más egoísta que puebla la tierra y será la guerra y la destrucción total de la vida.

La grandeza del ser humano exige evitar los reduccionismos, las dogmatiza-ciones, las injusticias y los particularismos que nos alejan de la paz. La paz sólo será posible sobre la base de una convivencia cimentada en el verdadero amor, espacio en el que todas las posturas sean escuchadas y puestas al servicio de la búsqueda de la verdad que nos libere y nos plenifique. En la tarea de la paz nadie puede quedar al margen, todos tenemos una misión que cumplir.